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pecar?
¿Por qué Dios no retira la libertad en cuanto ve que alguien avanza por el camino del
mal? Pues no lo hace, porque realizar tal cosa supondría que tal espíritu quedaría ya
para siempre en el mal. Permitir que siga haciendo el mal, supone ofrecerle la
posibilidad de que retorne al bien. Retirarle de la prueba haría que se cometieran menos
pecados, pero el espíritu que ha sido retirado quedaría petrificado en el mal para
siempre. Permitir que el malo siga haciendo el mal, le da la posibilidad de retroceder.
Zoología y demonología
serafines
querubines
tronos
dominaciones
virtudes
potestades
principados
arcángeles
ángeles
Si las diferencias entre los animales son a veces tan grandes, en el mundo angélico son
mayores pues la forma está liberada de las leyes de la biología y la materia. Y por tanto,
si grande es la diferencia entre una libelula y un águila mucho mayores son las
diferencias entre las naturalezas angélicas. Si grande es la diferencia entre una mariquita
y una ballena azul, indecíblemente mayor es la diferencia entre un ángel de la novena
jerarquía y los de la primera.
2Aquí la palabra forma está usada en su sentido filosófico que es distinto del sentido
usual en que la gente usa esta palabra. Cuando se dice que cada ángel agota su forma se
quiere decir lo siguiente: Entre los hombres, por ejemplo, la forma es la misma (la
forma humana) pero lo que individua a cada ser humano es la materia. Una misma
forma, pero con distinta materia. Como los ángeles no tienen materia, cada ángel tiene
que tener una forma distinta para distinguirse de otro. Esto vale para todos los seres que
existen sin materia. Por eso Dios tiene que ser uno y nunca podría haber dos. La forma
divina del Ser infinito no tiene materia que la individue, por eso si hubiera dos formas
divinas ¿qué las distinguiría? Serían un sólo ser, no puede ser de otra manera.
Conocemos del mundo angélico lo que conocería un topo del mundo humano al sentir
las trepidaciones y ruidos de los humanos. Nos parece que lo material es variado y
colorido, puede ser rugoso, suave, deslumbrante, húmedo o gelatinoso, frío como el
acero o ardiente como la lava, lleno de olores y matices diversificados en un sinfín de
sensaciones. En definitiva, el mundo material nos parece variado y cambiante. Sin
embargo, el mundo angélico nos parece muy reducido, vaporoso y monocolor. Algo que
roza el aburrimiento. Pero el mundo de los espíritus es variadísimo, a veces pueden
luchar los espíritus entre ellos, algunos están encadenados, otros tienen como misión
recorrer la tierra, fijémonos sólo en los misterios que se esconden en el versículo del
libro de Daniel (Dan 7,10) en el que se nos da a entender que unos ángeles se dedican a
servirle y a otros les ha dedicado a otras funciones. ¿Cuál es ese servicio?,¿en qué
consiste?)Por qué aunque todos ven su faz, se da a entender que unos están ante la
presencia de Dios y otros no? Y esto es solo un versículo.
Para vislumbrar algo del encanto y grandeza de ese mundo desconocido pero real,
pensemos que los distintos nombres de los coros angélicos designan algo parecido a lo
que las grandes especies de los animales. Imaginemos por un momento las diferencias
que existen en el mundo material entre mamíferos, aves, peces e insectos. Pues la
diferencia que existe dentro de un mismo coro angélico es mayor que la que pueda
haber entre un delfín y una ballena, o entre una ardilla y un ciervo, pues las diferencias
entre las esencias angélicas son mucho mayores que entre las esencias materiales.
Y sin embargo, a pesar de tener unas ideas tan pobres sobre el mundo angélico, qué
interés suscita el tema demoníaco.
Ya el poeta Ovidio dijo:
NITIMVR IN VETITVM SEMPER CUPIMVSQVE NEGATA
(siempre nos esforzamos por lo prohibido y deseamos ardientemente las cosas negadas)
El hombre tiende a preferir conocer lo bello y bueno, pero por alguna razón también
siente una innata inclinación por conocer lo deforme y lo sórdido. Esta inclinación no es
mala, el conocimiento tiende a extenderse sobre todos los campos y materias. Cuanto
más desconocido y fuera de lo normal es algo, más se apetece su conocimiento, porque
de su aprehensión intelectual nace esa fugaz y espiritualmente placentera sensación que
es la sorpresa.
Las catedrales góticas tratan de llevar a los hombres a Dios a través de la belleza. Pero
es parte integrante de esa belleza el que en ese inmenso conjunto arquitectónico tenga su
pequeña parte la representación del demonio. Sea en un pequeño capitel, sea en una
gárgola, sea en la parte inferior del tímpano, allí se esconden las imágenes de una
caterva de pequeños demonios. )Por qué?, pues porque el demonio también tiene una
participación de la belleza. El demonio es feo, no me refiero a su cuerpo, que no posee,
sino a su ser personal deformado. El demonio tiene un ser, y todo ser es una
participación del bien y la belleza. El demonio conserva su naturaleza angélica y ella es
hermosa, e incluso en lo que con su pecado ha deformado de su ser podemos encontrar
una belleza especial e inferior, pero belleza.
Pongo un ejemplo: si atravesamos despreocupados y alegres un prado de flores y
mariposas y de pronto nos topamos con el cadáver de un perro que es ya carroña
maloliente, sin ningún género de dudas retrocederemos, nos taparemos las narices y
pensaremos que es algo sencillamente vomitivo. Ese objeto no es bello, sin embargo, si
pudiéramos prescindir del olor, si nos fuese posible introducirnos con una cámara de
televisión por los tejidos putrefactos de ese cuerpo y observar científicamente con todo
lujo de detalles la obra constante de los gusanos, su conducta, su reproducción, y a un
nivel inferior la acción de los microbios, su metabolismo, sus distintos tipos y clases, y
observar tantas especies y subespecies de organismos y microorganismos trabajando
sobre una masa a su vez cambiante a lo largo de las semanas, entonces quedaríamos
fascinados por ese mundo oculto y complejísimo de procesos químicos y biológicos que
es un cadáver en putrefacción.
Ciertamente un cadáver no es algo bello, pero podemos encontrar no sólo algún aspecto
bello sino, como hemos visto, un mundo fascinante. De todos los objetos que puede
conocer el intelecto, el más deforme, el más sórdido es lo demoníaco. Todo lo demás, la
visión de las escenas de campos de concentración nazis, el conocimiento de las
crueldades de la guerra, los espantosos relatos de asesinatos y torturas, son los frutos
maduros de la semilla demoníaca.
Hemos visto que incluso el demonio tiene su lugar en la catedral, como lo tiene en el
cosmos el infierno. Cosmos en griego significa orden. El infierno, con hombres y
demonios sufriendo por toda la eternidad, no es una pieza desencajada, no es un defecto
en esa armonía universal. El mundo hubiera sido mejor sin condenados. Pero hubiera
sido mejor no por lo que existe (el infierno), sino por lo que ha dejado de existir (una
inmensa cantidad de bien que hubieran hecho los condenados si no se hubieran
condenado, y por la gran cantidad de dolor que sufren). El infierno no afea la creación,
de la misma manera que los apuntes personales de Leonardo da Vinci, en los que
aparecen caras deformes y grotescas, no afean su obra pictórica. Al contrario, incluso en
la existencia de esos cuadernos con caras grotescas, se nos revela la mano maestra de un
genio en un modo totalmente distinto, que si no hubieran llegado hasta nosotros y no la
hubiéramos conocido. Del mismo modo hasta en el infierno podemos encontrar una
belleza, especialísima eso sí, una belleza sui generis, como la admiración que produce
contemplar la complejidad de procesos que se producen en un cadáver en medio de un
prado de gran belleza. Además, continuando el símil del prado, considerados los
condenados en sí mismos, )sería más bella una naturaleza sin moscas, sin lombrices y
sin sapos?)Sería más bello el mundo animal si todo quedara reducido a ciervos, águilas,
cisnes y seres de gran belleza? )Sería más bello el mundo vegetal si dejarán de existir
los cardos, las zarzas y las setas venenosas?
El mundo hubiera sido más bello sin infierno pues todos esos hombres reprobados y
espíritus caídos hubieran sido cada uno de ellos un hermosísimo elemento más en el
conjunto del Reino de los Cielos, y cada uno de ellos hubiera dejado para bien su huella
en la creación. Pero el infierno añade más belleza al universo, nos da una visión distinta
de Dios, la de su justicia terrible.
Nadie debe menospreciar la obra impresionante y formidable en que brilla la terrible
justicia de Dios: los demonios. No es menos admirable la mano de Dios en esta parte de
su creación que es el infierno de lo que lo es en el resto del Cosmos. Dios no creó
condenado a ningún ángel, pero el ángel que merecidamente fue condenado, fue
enviado no fuera de la Creación, sino a un lugar que es parte de la creación. El Creador
tras el pecado de sus criaturas sentenció la medida, el modo y el lugar del castigo, pero
dentro de su orden.
En cada demonio hay un fuego, el fuego de la ira del Creador. El demonio es una
criatura de Dios, es la criatura rechazada de Dios. Si los hombres pecadores mientras
están en el mundo pudieran ver un sólo demonio -su historia, sus pensamientos, su
sufrimiento- quedarían no sólo trocados en su vida, sino admirados del poder, la justicia,
el orden y la sabiduría de los designios del Señor. En cierto modo también el infierno
también es una obra de arte de Dios, una obra de arte que El no hubiera nunca creado si
no se hubiera visto obligado a hacerla. )No es acaso una obra de arte el tríptico de El
Bosco el Jardín de las Delicias, en su parte dedicada al infierno? No es que El haya
querido crear ese lugar, pero su permisión a puesto la medida, profundidad y modo en
que su Justicia debía llevarse a cabo.
Satán es el Príncipe de este mundo, cuanto hay bajo los todos los cielos mío es (Job
41,3) llega a decir en su soberbia. Tributo le aportan las montañas (Job 40,20), es decir
recibe un tributo de pecado de los hombres más importantes que más descollan (por usar
el término montaña en el sentido en que lo usa San Agustín en alguno de sus sermones).
Es jefe de todas las huestes infernales, APues tributo le aportan (...) todas las bestias
salvajes que allí retozan" (Job 40,20), es rey sobre todas las bestias feroces (Job 41,26).
Es muy interesante el versículo que dice que es la obra maestra de Dios (Job 40,19). La
tradición rabínica y patrística dirá que Satanás era el espíritu de mayor importancia
delante del trono de Dios.
Puede parecer un contrasentido pero incluso el mal obrar de los demonios da gloria a
Dios, porque su mal obrar es un elemento más de la historia de la creación. Así como
una batalla entre las perfectamente alineadas legiones romanas y las entrenadas falanges
griegas es un espectáculo bello en el aspecto estético. Mucho mejor que nunca se
hubiera dado tal batalla, pues toda batalla es un hecho horroroso, pero al mismo tiempo
que horroroso, estéticamente en algún aspecto puede ser bello. La acción de los
demonios es objetivamente mala y despreciable, sin embargo, forma parte de la
bellísima sinfonía que es la historia de la creación.
El inmenso conjunto de los ángeles se dice que está ordenado en coros porque su obrar
es una formidable canción a la gloria de Dios. Las catervas demoníacas no pueden
impedir que de ellas mismas emane una sinfonía poderosísima a la gloria de Dios. De
los ángeles se dice que cantan porque glorifican a Dios con su voluntad. De los
demonios no diríamos que cantan. Diríamos (y es sólo una comparación) que la música
que de ellos emana es instrumental. Porque contra su propia voluntad emanan armonía
dentro del conjunto de la Creación. Eso es algo que hiere profundamente a los
demonios, saber que su mismo obrar malvado forma parte de ese inmenso orden que es
el conjunto de las obras creadas por Dios, saber que todos sus esfuerzos en la Historia
por hacer lo contrario de lo que Dios quiere son parte integrante de los planes de Dios.
Y así el salmo104, 26 dice Leviatán que formaste para jugar con él.
El mal no es propiamente una cosa, un ente, sino algo que tiene su razón de ser en el
bien, al que se opone como privación. El mal es real, pero no es una cosa, sino algo que
existe en un sujeto: es la ausencia, privación o corrupción del bien; para ser, el mal
necesita radicar en un sujeto, tiene su fundamento en el bien y en el ser; no es
cognoscible en sí.
Angel Luis González, Teología natural, cap. III, 1
Cabe un gran mal unido a un gran bien, un gran mal moral unido a una grandiosa
naturaleza angélica. El Diablo puede ser reprobable en cuanto a su maldad, pero puede
ser elogiado por su poder, por su inteligencia que radica en su naturaleza, e incluso por
el poder e inteligencia que ha desplegado en sus malas obras. Admirar lo que él tiene
recibido de Dios es admirar a Dios.
Pongo varios ejemplos: Admirar el inteligentísimo plan de un ladrón para llevar a cabo
un robo, no es malo. Una cosa es la valoración moral del robo, y otra la inteligencia
desplegada en el plan. De la misma manera una cosa es admirar la impresión de fuerza y
orden de los desfiles nazis en la Alemania de Hitler, y otra cosa muy distinta es la
maldad del nazismo.
Acabo con el oráculo del profeta Ezequiel que la tradición de los Santos Padres ha
referido a Satanás:
Ez 28, 12 y siguientes
Ésta es la pregunta que se hacía el Papa Pablo VI, algunos años después de la clausura
del Concilio Vaticano II, a la vista de los acontecimientos que sacudían a la Iglesia. "Se
creía que, después del Concilio, el sol habría brillado sobre la historia de la Iglesia. Pero
en lugar del sol, han aparecido las nubes, la tempestad, las tinieblas, la incertidumbre. "
Para decirlo brevemente, Pablo VI tenía la sensación de que "el humo de Satanás
ha entrado por alguna fisura en el templo de Dios".
Sin arredrarse ante estas críticas Pablo VI volvió sobre este tema candente cinco meses
más tarde. Y lejos de contentarse con reafirmar la verdad sobre Satanás y su actividad,
el Papa consagró una entera catequesis a la presencia activa de Satanás en la Iglesia (cfr
Audiencia general, 15 de noviembre de 1972).
Desde el inicio, Pablo VI subrayó la dimensión universal del tema: "¿Cuáles son hoy
afirma las necesidades más importantes de la Iglesia?". La respuesta del Papa es clara:
"Una de las necesidades más grandes de la Iglesia es la de defenderse de ese mal al que
llamamos el demonio".
Y Pablo VI recuerda la enseñanza de la Iglesia sobre la presencia en el mundo "de un
ser viviente, espiritual, pervertido y pervertidor, realidad terrible, misteriosa y temible".
"Nosotros sabemos prosiguió Pablo VI- que este ser oscuro y perturbador existe
verdaderamente y que está actuando de continuo con una astucia traidora. Es el enemigo
oculto que siembra el error y la desgracia en la historia de la humanidad."
"Es el seductor pérfido y taimado que sabe insinuarse en nosotros por los sentidos, la
imaginación, la concupiscencia, la lógica utópica, las relaciones sociales desordenadas,
para introducir en nuestros actos desviaciones muy nocivas y que, sin embargo, parecen
corresponder a nuestras estructuras físicas o psíquicas o a nuestras aspiraciones
profundas. "
Satanás sabe insinuarse... para introducir... Estas expresiones, ¿no recuerdan a las del
león rugiente de San Pedro que ronda, buscando a quien devorar? El diablo no espera a
ser invitado para presentarse, más bien impone su presencia con una habilidad infinita.
El Papa evocó también el papel de Satanás en la vida de Cristo. Jesús calificó al diablo
de "príncipe de este mundo" tres veces a lo largo de su ministerio, tan grande es el poder
de Satanás sobre los hombres.
En su exposición, el Santo Padre sacó una conclusión práctica que, más allá de los
millares de fieles presentes en la vasta sala de las audiencias, se dirigía a los católicos de
todo el mundo: "A propósito del demonio y de su influencia sobre los individuos, sobre
las comunidades, sobre sociedades enteras, habría que retomar un capítulo muy
importante de la doctrina católica, al que hoy se presta poca atención".
Raramente los periódicos se habían levantado con una vehemencia tan ácida contra el
Soberano Pontífice. ¿Cómo explicar la violencia de estas reacciones?
Que periódicos hostiles a la fe cristiana ironicen sobre una enseñanza del Papa no
suscita ninguna extrañeza. Es coherente con sus posiciones. Pero que al mismo tiempo
se dejen llevar de la cólera, esto es lo que sorprende...
¿Cómo no presentir bajo estas reacciones la cólera del Maligno? En efecto, Satanás
necesita el anonimato para poder actuar de manera eficaz. ¿Cuál no será su irritación,
por tanto, cuando ve al Papa denunciar urbi et orbi sus artimañas en la Iglesia? Es la
cólera del enemigo que se siente desenmascarado y que exhala su despecho a través de
estos secuaces inconscientes.
El enemigo desenmascarado
Habría que retomar el capítulo de la demonología: esta consigna de Pablo VI tuvo una
especie de precedente en la historia del papado contemporáneo.
El Papa se encerró en su estudio. Media hora más tarde, hizo llamar al secretario de la
Congregación de Ritos. Le dio una hoja, y le pidió que la hiciera imprimir y la enviara a
los obispos de todo el mundo.
¿Cuál era el contenido de esta hoja? Era una oración al arcángel San Miguel, compuesta
por el mismo León XIII. Una oración que los sacerdotes recitarían después de cada misa
rezada, al pie del altar, después del Salve Regina ya prescrito por Pío IX:
León XIII confió más tarde a uno de sus secretarios, Mons. Rinaldo Angeh, que durante
la misa había visto una nube de demonios que se lanzaban contra la Ciudad Eterna para
atacarla. De ahí su decisión de movilizar a San Miguel Arcángel y a las milicias del
cielo para defender a la Iglesia contra Satanás y sus ejércitos, y más especialmente para
la solución de lo que se llamaba "la Cuestión romana".
La oración a San Miguel fue suprimida en la reciente reforma litúrgica. Algunos piensan
que, siendo tan adecuada para conservar entre los fieles y los sacerdotes la fe en la
presencia activa de los ángeles buenos y de los malvados, podría ser reintroducida, o
bien en la Liturgia de las Horas, o bien en la oración de los fieles en la misa. Como
afirmaba Juan Pablo II el 24 de mayo de 1987, en el santuario de San Miguel Arcángel
en el Monte Gargan: "el demonio sigue vivo y activo en el mundo". Las hostilidades no
han cesado, los ejércitos de Satanás no han sido desmovilizados. Por lo tanto la oración
continúa siendo necesaria.
El 20 de abril de 1884, poco tiempo antes de esta visión del mundo diabólico, León XIII
había publicado una encíclica sobre la francmasonería que se inicia con consideraciones
de envergadura cósmica. "Desde que, por la envidia del demonio, el género humano se
separó miserablemente de Dios, a quien debía su llamada a la existencia y los dones
sobrenaturales, los hombres se ha dividido en dos campos opuestos que no cesan de
combatir: uno por la verdad y la virtud, el otro por aquello que es contrario a la virtud y
a la verdad. "
Meditando las consideraciones de León XIII se comprende mejor la consigna dada por
Pablo VI en su catequesis del 15 de noviembre de 1972: "Habría que retomar un
capítulo muy importante de la doctrina católica (la demonología), al que hoy se presta
poca atención".
En otras ocasiones, Juan Pablo II ha puesto en guardia a los fieles contra las insidias del
diablo, como por ejemplo en su encuentro con 30.000 jóvenes en las islas Madeira
(mayo de 1991) donde citó un pasaje significativo de su mensaje de 1985 para El año
internacional de la juventud: "La táctica que Satanás ha aplicado, y que continúa
aplicando, consiste en no revelarse, para que el mal que ha difundido desde los orígenes
se desarrolle por la acción del hombre mismo, por los sistemas y las relaciones entre los
hombres, entre las clases y entre las naciones, para que el mal se transforme cada vez
más en un pecado 'estructural' y se pueda identificar cada vez menos como un pecado
`personal'". Satanás actúa, pero actúa sobre todo en la sombra, para pasar desapercibido.
Satanás actúa a través de los hombres y también a través de las instituciones.
¿Es posible imaginar el papel de Satanás en la preparación, lejana y cercana de las leyes
que autorizan el aborto y la eutanasia?
En un estudio actual sobre Satanás, Dom Alois Mager o.s.b., antiguo decano de la
facultad de teología de Salzburgo, afirma que el mundo satánico se caracteriza por dos
rasgos: la mentira y el asesinato. "La mentira aniquila la vida espiritual; el asesinato, la
vida corporal... Aniquilar siempre, ésta es la táctica de las fuerzas satánicas". Ahora
bien, Dios es Aquel que es y que da sin cesar la vida, el movimiento y la existencia (cfr
Hch 17, 28).
Un terreno minado
Sé muy bien que escribiendo estas páginas me aventuro en un terreno minado, rodeado
de misterio. Primero por la materia tratada. Después por el escepticismo existente sobre
el tema. Pocos cristianos parecen creer verdaderamente en la existencia personal de los
demonios. Muchos parecen incluso rechazar esta verdad, no porque sea incierta, sino
porque se nos dice "hoy en día la gente no la admitiría". ¡Como si el hombre de la era
atómica pudiera censurar los datos de la Revelación! ¡Como si ésta se asemejara al
menú de un restaurante donde cada cliente elige o rechaza los platos a su gusto!
Una decena de años más tarde, una vigorosa profesión de fe del obispo de Estrasburgo,
Mons. Léon Arthur Elchinger, se hará eco de las consideraciones del cardenal
GabrielMarie Garrone. Pondrá, como se suele decir, los punto sobre las "íes",
desafiando de esta manera a cierta intelligentia.
"Creer en Lucifer, en el Maligno, en Satanás, en la acción entre nosotros del Espíritu del
mal, del Demonio, del Príncipe de los demonios, significa pasar ante los ojos de muchos
por ingenuo, simple, supersticioso. Pues bien, yo creo. "
"Finalmente, creo en Lucifer porque creo en Jesucristo que nos pone en guardia contra
él y nos pide combatirlo con todas nuestras fuerzas si no queremos ser engañados sobre
el sentido de la vida y del amor".
Las citas son de El diablo hoy, de Georges Hubert, Edit. Palabra, 2000
La gente suele creer que las palabras diablo y demonio son sinónimos, y como tales los
usa. Pero la Sagrada Escritura no usa la palabra estas dos palabras como sinónimos. Por
lo que dice la Biblia del Diablo, éste es un espíritu muy superior al resto de jerarquías
demoníacas. La palabra Diablo o Satán o Beelzebub siempre son usadas en singular, así
como sus otras denominaciones equivalentes (la Serpiente, el Dragón, etc). Mientras
que la palabra demonio aparece unas veces en singular y otras en plural.
La palabra hebrea Satán significa adversario, su traducción al griego es la palabra
Diabolos, de la raíz dia-ballo, dividir, el significado de Diablo sería quien pone división,
y su sentido derivado sería calumniador. En arabe la palabra Satán significa macho
cabrio.
Belial o Beliar, de la raíz Baal que significa el señor, es otra forma de nombrar a Satanás
en el Nuevo Testamento. El símbolo de Baal es el toro, frente a la ferocidad del toro, o
de la cabra, se contrapone la mansedumbre del cordero, símbolo de Jesucristo
el Acusador ,
el Enemigo,
el Tentador,
el Maligno,
el Asesino desde el principio,
el Padre de las mentiras,
el Príncipe de este mundo,
la Serpiente,
En el Evangélio aparece una vez la palabra lunático (Mt 17,14). Esta palabra en la
antiguedad podía referirse tanto a la epilepsia como a la posesión, y deriva de la
creencia de la influencia de la luna sobre los estados de crisis de estas personas.
Energúmeno es otra forma de designar a los poseídos, viene de la palabra energía, por la
fuerza que desplegaban en los estados de crisis.
Luzbel es otra forma extrabíblica de denominar al Diablo.
Mefistófeles es el nombre del demonio que aparece en la obra Fausto de Goethe. En las
antiguas leyendas germanas aparece este personaje infernal como compañero del doctor
Fausto y con el nombre Mefostofies, cuya antiguedad data del año 1587. La forma
actual y corriente de este nombre se ha generalizado por la influencia de Goethe. Su
etimología más probable es la que se origina de Megistophiel, Ophiel (del griego
Aophis@, serpiente) era un sobrenombre de Hermes Trismegisto que en la antiguedad
era el patrono de los hechiceros, resucitado en la literatura del s. XVI y clasificado por
ésta entre los siete grandes príncipes infernales
Al hablar del pecado de los demonios es imprescindible trascribir las páginas de una
monja concepcionista del siglo XVII, la Venerable Sor María de Jesús de Agreda (1602-
1665+), quien afirmó haber recibido revelaciones sobre este punto. La obra donde se
habla de estas revelaciones fue titulada La Mística Ciudad de Dios. No deja de ser
sorprendente meditar estos párrafos escritos por una humilde monja que jamás cursó
estudios de teología. Es impresionante observar como las más complejas y profundas
cuestiones de la demonología fueron reveladas por Dios a esta humilde monja.
Colocamos a continuación todos los pasajes esenciales referidos al pecado de los
demonios:
lib 1, cap 7, n. 82
De la tierra, dice Moisés, que estaba vacía, y no lo dice del cielo; porque en éste crió los
ángeles en el instante cuando dice Moisés: Dijo Dios: sea hecha la luz, y fue hecha la
luz; porque no habla sólo de la luz material, sino también de las luces angélicas o
intelectuales. Y no hizo más clara memoria de ellos que significarlos debajo de este
nombre, por la condición tan fácil de los hebreos en atribuir la divinidad a cosas nuevas
y de menor aprecio que los espíritus angélicos; pero fue muy legítima la metáfora de la
luz para significar la naturaleza angélica, y místicamente la luz de la ciencia y gracia
con que fueron iluminados en su creación.
Había de dividir luego el Señor la luz de las tinieblas y llamar a la luz día y las tinieblas
noche; y no sólo sucedió esto entre la noche y día naturales, pero entre los ángeles
buenos y malos, que a los buenos dio la luz eterna de su vista, y la llamó día, y día
eterno; y a los malos llamó noche del pecado y fueron arrojados en las eternas tinieblas
del infierno; para que todos entendamos cuán juntas anduvieron la liberalidad
misericordiosa del criador y vivificador y la justicia de rectísimo juez en el castigo.
n. 83
Fueron los ángeles criados en el cielo empíreo y en gracia, para que con ella precediera
el merecimiento al premio de la gloria; que aunque estaban en el lugar de ella, no se les
había mostrado la divinidad cara a cara y con clara noticia, hasta que con la gracia lo
merecieron los que fueron obedientes a la voluntad divina. Y así estos ángeles santos,
como los demás apóstatas, duraron muy poco en el primer estado de viadores; porque la
creación, estado y término, fueron en tres estancias o mórulas divididas con algún
intervalo en tres instantes. En el primero fueron todos criados y adornados con gracia y
dones, quedando hermosísimas y perfectas criaturas. A este instante se siguió una
mórula, en que a todos les fue propuesta e intimada la voluntad de su Criador, y se les
puso ley y precepto de obrar, reconociéndole por supremo Señor, y para que cumpliesen
con el fin para que los había criado. En esta mórula , estancia o intervalo sucedió entre
San Miguel y sus ángeles, con el dragón y los suyos aquella gran batalla que dice san
Juan en el cap. 12 del Apocalipsis; y los buenos ángeles, perseverando en gracia,
merecieron la felicidad eterna y los inobedientes, levantándose contra Dios, merecieron
el castigo que tienen.
n. 84
Y aunque en esta segunda mórula pudo suceder todo muy brevemente, según la
naturaleza angélica y en el poder divino, pero entendí que la piedad del Altísimo se
detuvo algo y con algún intervalo les propuso el bien y el mal, la verdad y falsedad, lo
justo y lo injusto, su gracia y amistad y la malicia del pecado y enemistad de Dios, el
premio y el castigo eterno y la perdición para Lucifer y los que le siguiesen; y les
mostró Su Majestad el infierno y sus penas y ellos lo vieron todo, que en su naturaleza
tan superior y excelente todas las cosas se pueden ver, como ellas en sí mismas, siendo
criadas y limitadas; de suerte que, antes de caer de la gracia, vieron claramente el lugar
del castigo. Y aunque no conocieron por este modo el premio de la gloria, pero tuvieron
de ella otra noticia y la promesa manifiesta y expresa del Señor, con que el Altísimo
justificó su causa y obró con suma equidad y rectitud. Y porque toda esta bondad y
justificación no bastó para detener a Lucifer y a sus secuaces, fueron, como pertinaces,
castigados y lanzados en el profundo de las cavernas infernales y los buenos
confirmados en gracia y gloria eterna. Y esto fue todo en el tercer instante, en que se
conoció de hecho que ninguna criatura, fuera de Dios, es impecable por naturaleza.
n.85
Y según el mal afecto que de presente tuvo entonces Lucifer, incurrió en
desordenadísimo amor de sí mismo; y le nació de verse con mayores dones y hermosura
de naturaleza y gracias que los otros ángeles inferiores. En este conocimiento se detuvo
demasiado; y el agrado que de sí mismo tuvo le retardó y entibió en el agradecimiento
que debía a Dios, como a causa única de todo lo que había recibido. Y volviéndose a
remirar, agradóse de nuevo de su hermosura y gracias y adjudicóselas y amólas como
suyas; y este desordenado afecto propio no sólo le hizo levantarse con lo que había
recibido de otra suprior virtud, pero también le obligó a envidiar y codiciar otros dones
y excelencias ajenas que no tenía. Y porque no las pudo conseguir, concibió mortal odio
e indignación contra Dios, que de la nada le había criado, y contra todas sus criaturas.
n. 86
De aquí se originaron la desobediencia, presunción, injusticia, infidelidad, blasfemia y
un casi alguna especie de idolatría, porque deseó para sí la adoración y reverencia
debida a Dios. Blasfemó de su divina grandeza y santidad, faltó a la fe y lealtad que
debía, pretendió destruir todas las criaturas y presumió que podría todo esto y mucho
más; y así siempre su soberbia sube y persevera, aunque su arrogancia es mayor que su
fortaleza, porque en ésta no puede crecer y en el pecado un abismo llama a otro abismo.
El primer ángel que pecó fue Lucifer, como consta del capítulo 14 de Isaías, y este
indujo a otros a que le siguiesen; y así se llama príncipe de los demonios, no por
naturaleza, que por ella no pudo tener este título, sino por la culpa. Y no fueron los que
pecaron de sólo un orden o jerarquía, sino de todas cayeron muchos.
n. 87
Y para manifestar, como se me ha mostrado qué honra y excelencia fue la que con
soberbia apeteció y envidió Lucifer, advierto que, como en las obras de Dios hay
equidad , peso y medida, antes que los ángeles se pudiesen inclinar a diversos fines
determinó su providencia manifestarles inmediatamente después de su creación el fin
para que los había criado de naturaleza tan alta y excelente. Y de todo esto tuvieron
ilustración en esta manera:
Lo primero, tuvieron inteligencia muy expresa del ser de Dios, uno en sustancia y trino
en personas, y recibieron precepto de que le adorasen y reverencias en como a su
Criador y sumo Señor, infinito en su ser y con alguna diferencia; porque los ángeles
buenos obedecieron por amor y justicia, rindiendo su afecto de buena voluntad,
admitiendo y creyendo lo que era sobre sus fuerzas y obedeciendo con alegría; pero
Lucifer se rindió por parecerle ser lo contrario imposible. Y no lo hizo con caridad
perfecta, porque dividió la voluntad en sí mismo y en la verdad infalible del Señor; y
esto le hizo que el precepto se le hiciese algo violento y dificultoso y no cumplirle con
afecto lleno de amor y justicia; y así se dispuso para no perseverar en él: y aunque no le
quitó la gracia esta remisión y tibieza en obrar estos primeros actos con dificultad, pero
de aquí comenzó su mala disposición, porque tuvo alguna debilidad y flaqueza en la
virtud y espíritu y su hermosura no resplandeció como debía. Y a mi parecer, el efecto
que hizo en Lucifer esta remisión y dificultad fue semejante al que hace en el alma un
pecado venial advertido; pero no afirmo que pecó venial ni mortalmente entonces,
porque cumplió el precepto de Dios; mas fue remiso e imperfecto este cumplimiento y
más por compelerle la fuerza de la razón que por amor y voluntad de obedecer; y así se
dispuso a caer.
n. 88
En segundo lugar, les manifestó Dios había de criar una naturaleza humana y criaturas
racionales inferiores, para que amasen, temiesen y reverenciasen a Dios, como a sus
autor y bien eterno, y que a esta naturaleza había de favorecer mucho; y que la segunda
persona de la misma Trinidad santísima se había de humanar y hacerse hombre,
levantado a la naturaleza humana a la unión hipostática y persona divina, y que a aquel
supuesto hombre y Dios habían de reconocer por cabeza, no sólo en cuanto Dios, pero
juntamente en cuanto hombre, y le habían de reverenciar y adorar; y que los mismos
ángeles habían de ser sus inferiores en dignidad y gracias y sus siervos. Y les dio
inteligencia de la conveniencia y equidad, justicia y razón, que en esto había; porque la
aceptación de los merecimientos previstos de aquel hombre y Dios les había merecido la
gracia que poseían y la gloria que poseerían; y que para gloria de El mismo había sido
criados ellos y todas las otras criaturas lo serían, porque a todas había de ser superior; y
todas las que fuesen capaces de conocer y gozar de Dios, habían de ser pueblo y
miembros de aquella cabeza, para reconocerle y reverenciarle. Y de todo esto se les dio
luego mandato a los ángeles.
n.89
A este precepto todos los obedientes y santos ángeles se rindieron y prestaron asenso y
obsequio con humilde y amoroso afecto de toda su voluntad; pero Lucifer con soberbia
y envidia resistió y provocó a los ángeles, sus secuaces, a que hicieran lo mismo, como
de hecho lo hicieron, siguiéndole a él y desobedeciendo al divino mandato. Persuadióles
el mal Príncipe que sería su cabeza y que tendrían principado independiente y separado
de Cristo. Tanta ceguera pudo causar en un ángel la envidia y soberbia y un afecto tan
desordenado, que fuese causa y contagio para comunicar a tantos el pecado.
n.90
Aquí fue la gran batalla, que san Juan dice sucedió en el cielo; porque los ángeles
obedientes y santos, con ardiente celo de defender la gloria del Altísimo y la honra del
Verbo humanado previsto pidieron licencia y como beneplácito al Señor para resistir y
contradecir al dragón, y les fue concedido este permiso. Pero sucedió en esto otro
misterio: que cuando se les propuso a todos los ángeles que habían de obedecer al Verbo
humanado, se les puso otro tercero precepto, de que habían de tener juntamente por
superiora a una mujer, en cuyas entrañas tomaría carne humana este Unigénito del
Padre; y que esta mujer había de ser su Reina y de todas las criaturas y que se había de
señalar y aventajar a todas, angélicas y humanas, en los dones de gracia y gloria. Los
buenos ángeles, en obedecer este precepto del Señor, adelantaron y engrandecieron su
humildad y con ella le admitieron y alabaron el poder y sacramentos del Altísimo; pero
Lucifer y sus confederados, con este precepto y misterio, se levantaron a mayor
soberbia y desvanecimiento; y con desordenado furor apeteció para sí la excelencia de
ser cabeza de todo el linaje humano y órdenes angélicos y que, si había de ser mediante
la unión hipostática, fuese con él.
n.91
Y en cuanto al ser inferior a la Madre del Verbo humanado y Señora nuestra, lo resistió
con horrendas blasfemias, convirtiéndose en desbocada indignación contra el Autor de
tan grandes maravillas; y provocando a los demás, dijo este dragón: Injustos son estos
preceptos y a mi grandeza se le hace agravio; y a esta naturaleza, que tú, Señor, miras
con tanto amor y propones favorecerla tanto, yo la perseguiré y destruiré y en esto
emplearé todo mi poder y cuidado. Y a esta mujer, Madre del Verbo, la derribaré del
estado en que la prometes poner y a mis manos perecerá tu intento.
n.92
Este soberbio desvanecimiento, enojó tanto al Señor, que humillando a Lucifer le dijo:
Esta mujer, a quien no has querido respetar, te quebrantará la cabeza y por ella serás
vencido y aniquilado. Y si por tu soberbia entrare la muerte en el mundo, por la
humildad de esta mujer entrará la vida y la salud de los mortales; y de su naturaleza y
especie de estos dos gozarán el premio y coronas que tú y tus secuaces habéis perdido.
-Y a todo esto replicaba el dragón con indignada soberbia contra lo que entendía de la
divina voluntad y sus decretos; amenazaba a todo el linaje humano. Y los ángeles
buenos conocieron la justa indignación del Altísimo contra Lucifer y los demás
apóstatas y con las armas del entendimiento, de la razón y verdad peleaban contra ellos.
cap 8, n. 103
Y fue vista en el cielo otra señal: vióse un dragón grande y rojo, que tenía siete cabezas
y diez cuernos y siete diademas en sus cabezas; y con la cola arrastraba la tercera parte
de las estrellas del cielo y las arrojó en la tierra. Después de lo que está dicho, se siguió
el castigo de Lucifer y sus aliados. Porque a sus blasfemias contra aquella señalada
mujer, se siguió la pena de hallarse convertido de ángel hermosísimo en dragón fiero y
feísimo, apareciendo también la señal sensible y exterior figura. Y levantó con furor
siete cabezas, que fueron siete legiones o escuadrones, en que se dividieron todos los
que le siguieron y cayeron; y a cada principado o congregación de éstas le dio su
cabeza, oredenándoles que pecasen y tomasen por su cuenta incitar y mover a los siete
pecados mortales, que comúnmente se llaman capitales, porque en ellos se contienen los
demás pecados y son como cabezas de los bandos que se levantan contra Dios. Estos
son soberbia, envidia, avaricia, ira, lujuria, gula y pereza; que fueron las siete diademas
con que Lucifer convertido en dragón fue coronado, dándole el Altísimo este castigo y
habiéndolo negociado él, como premio de su horrible maldad, para sí y para sus ángeles
confederados; que a todos fue señalado castigo y penas correspondientes a su malicia y
a haber sido autores de los siete pecados capitales.
n. 104
Los diez cuernos de las cabezas son los triunfos de la iniquidad y malicia del dragón y
la glorificación y exaltación arrogante y vana que él se atribuye a sí mismo en la
ejecución de los vicios. Y con estos depravados afectos, para conseguir el fin de su
arrogancia, ofreció a los infelices ángeles su depravada y venenosa amistad y fingidos
principados, mayorías y premios. Y estas promesas, llenas de bestial ignorancia y error,
fueron la cola con que el dragón arrastró la tercera parte de las estrellas del cielo; que
los ángeles estrellas eran y, si perseveraran, lucieran después con los demás ángeles y
justos, como el sol, en perpetuas eternidades; pero arrojólos el castigo merecido en la
tierra de su desdicha hasta el centro de ella, que es el infierno, donde carecerán
eternamente de luz y de alegría.
cap 9, n. 106
Y sucedió en el cielo una gran batalla: Miguel y sus ángeles peleaban con el dragón, y el
dragón y sus ángeles peleaban. Habiendo manifestado el Señor lo que está dicho a los
buenos y malos ángeles, el santo príncipe Miguel y sus compañeros por el divino
permiso pelearon con el dragón y sus secuaces. Y fue admirable esta batalla, porque se
peleaba con los entendimientos y voluntades.
n.107
Con estas armas peleaban San Miguel y sus ángeles y combatían como con fuertes rayos
al dragón y a los suyos, que también peleaban con blasfemias; pero a la vista del santo
Príncipe, y no pudiendo resistir, se deshacía en furor y por su tormento quisiera huir,
pero la voluntad divina ordenó que no sólo fuese castigado sino también fuese vencido,
y a su pesar conociese la verdad y poder de Dios; aunque blasfemando, decía: Injusto es
Dios en levantar a la humana naturaleza sobre la angélica.
(...) Pero San Miguel le replicó: ¿Quién hay que se pueda igualar y comparar con el
Señor que habita en los cielos?
La gente suele pensar que los pactos con el demonio sólo existen en la literatura. Están
equivocados. Hay personas que conscientemente, con toda advertencia, pactan con el
Diablo y le entregan el alma con tal de conseguir algo en esta vida. La idea de un pacto
formal con el demonio aparece por primera vez en el siglo V en los escritos de San
Jerónimo. Este padre de la Iglesia cuenta como un joven para obtener los favores de una
bella mujer fue a un mago, el cual le impone como pago por sus servicios el renunciar a
Cristo con un escrito. Tenemos en el siglo VI, una segunda aparición de este tipo de
pacto en la leyenda de Teófilo, quien accede a ser un servidor del Diablo y firma un
pacto formal. Esta leyenda se extendió por Europa en la Edad Media.
¿Es posible un pacto con el demonio? Por supuesto uno puede firmar un papel, pero no
se le va a presentar el demonio ni para entregarle el papel, ni para recogerlo. Cuando
uno hace un pacto de este tipo siempre espera que se aparezca alguien, pero es uno
mismo el que tiene que escribir los términos, y tampoco aparece nadie una vez firmado
el pacto, con lo cual uno se queda con el papel en la mano. Todo lo cual suele ser
bastante desesperanzador para el que se esperaba que sucediera algo. Aun así, si uno
invoca al Diablo muchas veces pueden suceder cosas, lo mismo que en el espiritismo.
Pero no necesariamente. A esta escena tan poco teatral, tan desanimadora para el que
creía que iba a haber alguna aparición, hay que añadir:
1º Que firmar ese pacto no significa obtener una vida de riqueza, honor y lujuría
desenfrenada. Yo he conocido personalmente a dos personas que hicieron ese pacto y,
francamente, su nivel de vida era peor incluso que el mío. Tampoco parece que en
aspecto carnal el Diablo fuera especialmente generoso con ambos. Eso se debe a que el
Diablo no es Dios y no puede dar lo que quiera.
2º El alma puede arrepentirse siempre que quiera con un simple acto de su voluntad.
Arrepintiéndose, el pacto queda en papel mojado fueran cuales fueran los terminos del
contrato. Incluso aunque se excluyera la posibilidad del arrepentimiento, esta clausula
no sirve de nada. Dios que nos ha dado la libertad para hacer lo que queramos, no nos
ha dado libertad para renunciar a la libertad. Esto es válido también en la eternidad, en
el cielo o en el infierno seguiremos siendo libres. Sólo que en el cielo ya no querremos
pecar, y en el infierno ya no querremos arrepentirnos.
Muchos piensan que el triunfo en los negocios o la profesión sí que la puede dar el
Diablo. Pero la razón por la que el mismo Diablo no puede conceder ni siquiera eso a
sus siervos es porque el éxito de una empresa o en una profesión depende de la
concatenación de muchas causas y factores. El demonio sólo puede tentar, así por
ejemplo puede tentar a un jefe a que escoja a un empleado en vez de a otro. Pero la
tentación se puede superar, y por tanto ni una cosa tan simple como esa es segura ni con
un pacto con el demonio.
El gran poder del pacto con el demonio es hacer pensar a la persona que ya está
condenada haga lo que haga. Es difícil hacer entender a una persona que ha firmado tal
trato que sigue siendo tan libre como antes. Pero es así.
¿Son todos los demonios iguales?
Ya hemos visto que cada demonio pecó con una intensidad determinada. Además cada
demonio pecó en uno o varios pecados en especial. La rebelión tuvo su raiz en la
soberbia, pero de esa raiz nacieron otros pecados. Eso en los exorcismos se ve con gran
claridad, hay unos demonios que pecan más de ira, otros de egolatría, otros más de
desesperación, etc. Cada demonio tiene su psicología, su forma de ser particular. Los
hay locuaces, los hay más despectivos, en uno brilla de un modo especial la soberbia, en
otro el pecado del odio, etc. Aunque todos se apartaron de Dios, unos son más malos
que otros.
Después hay que recordar que como nos dice San Pablo hay nueve jerarquías de
ángeles. Las jerarquías superiores son más poderosas, bellas e inteligentes que las
inferiores. Cada ángel es completamente distinto de otro ángel. No hay razas de ángeles,
por usar un término zoológico. Sino que cada uno agota su especie. Sin embargo, sí que
es posible agrupar a los ángeles en distintos grandes grupos o jerarquías. Jerarquías
también llamadas coros, pues esos grupos es como si formaran coros que cantan las
alabanzas de Dios. Su cántico por supuesto no es de la voz, sino es la alabanza espiritual
que emite su voluntad al conocer y amar a la Trinidad.
Por todo lo dicho está claro que existe una jerarquía demoniaca. Una cosa comprobada
por los exorcismos es que entre ellos existe un poder de los superiores sobre los
inferiores. ¿En qué consiste ese poder? Es algo imposible de saber, pues no se ve como
un demonio puede obligar a otro a hacer algo. Pues no hay cuerpo que empujar o forzar.
Sin embargo, he comprobado que un demonio superior puede forzar a uno inferior a no
salir de un cuerpo durante un exorcismo. Aunque el inferior sufra y quiera salir, el
superior se lo puede impedir. Cómo un demonio puede forzar a otro demonio siendo
éste intangible, es algo, lo repito, que escapa a nuestra comprensión.
Para poder entender qué es el exorcismo, se debe partir de Jesús y de su misma praxis.
Jesucristo vino al mundo y a los hombres para anunciar e inaugurar el reino de Dios.
Los hombres poseen una innata capacidad para recibir a Dios en su corazón (cf. Rm 5,
5). Sin embargo, esta capacidad para acoger a Dios es ofuscada por el pecado, y en
algunas ocasiones el mal ocupa en el hombre el puesto que sólo le corresponde a Dios.
Por ello, Jesucristo vino a liberar al hombre del mal y del pecado, y también de todas las
formas de dominación del maligno, es decir, del diablo y de sus espíritus malignos,
llamados demonios, que quieren pervertir el sentido de la vida del hombre. Por esta
razón, Jesucristo expulsaba los demonios y liberaba a los hombres de la posesión de los
espíritus malignos, para hallar cabida en el corazón del hombre y darle la posibilidad de
conseguir la libertad ante Dios, que quiere darle su Espíritu Santo, para que se convierta
en su templo vivo (cf. 1 Co 6, 19; 1 P 2, 5) y dirija sus pasos hacia el camino de la paz y
de la salvación (cf. Rm 8, 1-17; 1 Co 12, 1-11; Ga 5, 16-26).
El exorcismo constituye una antigua y particular forma de oración que la Iglesia emplea
contra el poder del diablo. He aquí cómo explica el Catecismo de la Iglesia católica en
qué consiste el exorcismo y cómo se lleva a cabo: "Cuando la Iglesia pide públicamente
y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido
contra la influencia del maligno y substraído a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús
lo practicó (cf. Mc 1, 25 ss); de él deriva a la Iglesia el poder y la tarea de exorcizar (cf.
Mc 3, 15; 6, 7. 13; 16, 17). De una manera simple, el exorcismo se practica durante la
celebración del bautismo. El exorcismo solemne, llamado "gran exorcismo", puede ser
practicado sólo por un presbítero y con el permiso del obispo. En esta materia es
necesario proceder con prudencia, observando rigurosamente las normas establecidas
por la Iglesia. El exorcismo tiene como objeto expulsar a los demonios o liberar de la
influencia demoníaca, mediante la autoridad que Jesús ha dado a su Iglesia. Muy
diferente es el caso de enfermedades, sobre todo psíquicas, cuya curación pertenece al
campo de la ciencia médica. Es importante, por lo tanto, asegurarse, antes de celebrar el
exorcismo, que se trate de una presencia del maligno y no de una enfermedad (cf.
Código de derecho canónico, c. 1172)" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1673).
La sagrada Escritura nos enseña que los espíritus malignos, enemigos de Dios y del
hombre, realizan su acción de modos diversos; entre éstos se señala la obsesión
diabólica, llamada también posesión diabólica. Sin embargo, la obsesión diabólica no
constituye la manera más frecuente como el espíritu de las tinieblas ejerce su influjo. La
obsesión tiene características de espectacularidad; en ella el demonio se apropia, en
cierto modo, de las fuerzas y de la actividad física de la persona que sufre la posesión.
No obstante esto, el demonio no puede adueñarse de la libre voluntad del sujeto, lo que
impide el compromiso de la libre voluntad del poseído, hasta el punto de hacerlo pecar.
Sin embargo, la violencia física que el diablo ejerce sobre el obseso constituye un
incentivo al pecado, que es lo que él quisiera obtener. El ritual del exorcismo señala
diversos criterios e indicios que permiten llegar, con prudente certeza, a la convicción
de que se está ante una posesión diabólica. Es solamente entonces cuando el exorcista
autorizado puede realizar el solemne rito del exorcismo. Entre estos criterios indicados
se encuentran: el hablar con muchas palabras de lenguas desconocidas o entenderlas;
desvelar cosas escondidas o distantes; demostrar fuerzas superiores a la propia
condición física, y todo ello juntamente con una aversión vehemente hacia Dios, la
santísima Virgen, los santos, la cruz y las sagradas imágenes.
Se subraya que para llevar a cabo el exorcismo es necesaria la autorización del obispo
diocesano. Autorización que puede ser concedida para un caso específico o de un modo
general y permanente al sacerdote que ejerce en la diócesis el ministerio de exorcista.
El Ritual romano contenía, en un capítulo especial, las indicaciones y el texto litúrgico
de los exorcismos. Este capítulo era el último, y había quedado sin ser revisado después
del concilio Vaticano II. La redacción final del Rito de los exorcismos ha requerido
muchos estudios, revisiones, renovaciones y modificaciones, consultas a las diversas
Conferencias episcopales; todo ello analizado por parte de una Asamblea ordinaria de la
Congregación para el culto divino. El trabajo ha costado diez años de esfuerzos, dando
como resultado el texto actual, aprobado por el Sumo Pontífice, que hoy se hace público
y se pone a disposición de los pastores y de los fieles de la Iglesia. Resta, no obstante,
un trabajo que incumbe a las respectivas Conferencias episcopales: la traducción de este
Ritual a las lenguas habladas en sus respectivos territorios. Estas traducciones deben ser
exactas y fieles al original latino, y deben ser sometidas, según la norma canónica, a la
recognitio de la Congregación para el culto divino.
En el Ritual que hoy presentamos se encuentra, sobre todo, el rito del exorcismo
propiamente dicho, que debe realizarse sobre la persona obsesa. Siguen las oraciones
que debe decir públicamente un sacerdote, con el permiso del obispo, cuando se juzga
prudentemente que existe un influjo de Satanás sobre lugares, objetos o personas, sin
llegar al nivel de una posesión propiamente dicha. Contiene, además, una serie de
oraciones que pueden ser dichas privadamente por los fieles, cuando sospechan con
fundamento que están sujetos a influjos diabólicos.
Quisiera subrayar que el influjo nefasto del demonio y de sus secuaces es habitualmente
ejercitado a través del engaño, la mentira y la confusión. Así como Jesús es la Verdad
(cf. Jn 8, 44), el diablo es el mentiroso por excelencia. Desde siempre, desde el inicio, la
mentira ha sido su estrategia preferida. No hay lugar a dudas de que el diablo tiene la
capacidad de atrapar a muchas personas en las redes de las mentiras, pequeñas o
grandes. Engaña a los hombres haciéndoles creer que no tienen necesidad de Dios y que
son autosuficientes, sin necesitar ni la gracia ni la salvación. Logra engañar a los
hombres amortiguando en ellos, e incluso haciendo desaparecer, el sentido del pecado,
sustituyendo la ley de Dios como criterio de moralidad por las costumbres o consensos
de la mayoría. Persuade a los niños para que crean que la mentira constituye una forma
adecuada para resolver diversos problemas, y de esta manera se forma entre los
hombres, poco a poco, una atmósfera de desconfianza y de sospecha. Detrás de las
mentiras, que llevan el sello del gran mentiroso, se desarrollan las incertidumbres, las
dudas, un mundo donde ya no existe ninguna seguridad ni verdad, y en el cual reina, en
cambio, el relativismo y la convicción de que la libertad consiste en hacer lo que da la
gana. De esta manera no se logra entender que la verdadera libertad consiste en la
identificación con la voluntad de Dios, fuente del bien y de la única felicidad posible.
La Iglesia está segura de la victoria final de Cristo y, por tanto, no se deja arrastrar por
el miedo o por el pesimismo; al mismo tiempo, sin embargo, es consciente de la acción
del maligno, que trata de desanimarnos y de sembrar la confusión. "Tengan confianza
-dice el Señor-; yo he vencido al mundo" (Jn 8, 33). En este marco encuentran su justo
lugar los exorcismos, expresión importante, pero no la única, de la lucha contra el
maligno.
EL CIELO Y LA TIERRA
325 El Símbolo de los Apóstoles profesa que Dios es "el Creador del cielo y de la
tierra", y el Símbolo de Nicea-Constantinopla explicita: "...de todo lo visible y lo
invisible".
326 En la Sagrada Escritura, la expresión "cielo y tierra" significa: todo lo que existe, la
creación entera. Indica también el vínculo que, en el interior de la creación, a la vez une
y distingue cielo y tierra: "La tierra", es el mundo de los hombres (cf Sal 115, 16). "E1
cielo" o "los cielos" puede designar el firmamento (cf Sal 19, 2), pero también el "lugar"
propio de Dios: "nuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5, 16; cf Sal 115, 16), y por
consiguiente también el "cielo", que es la gloria escatológica. Finalmente, la palabra
"cielo" indica el "lugar" de las criaturas espirituales -los ángeles- que rodean a Dios.
327 La profesión de fe del IV Concilio de Letrán afirma que Dios, "al comienzo del
tiempo, creó a la vez de la nada una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la
angélica y la mundana; luego, la criatura humana, que participa de las dos realidades,
pues está compuesta de espíritu y de cuerpo" (DS 800; cf DS 3002 y SPF 8).
I LOS ANGELES
329 S. Agustín dice respecto a ellos: "Angelus officii nomen est, non naturae. Quaeris
numen huins naturae, spiritus est; quaeris officium, ángelus est: ex eo quad est, spiritus
est, ex eo quod agit, ángelus" ("El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si
preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te
diré que es un ángel") (Psal. 103, 1, 15). Con todo su ser, los ángeles son servidores y
mensajeros de Dios. Porque contemplan "constantemente el rostro de mi Padre que está
en los cielos" (Mt 18, 10), son "agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra"
(Sal 103, 20).
330 En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son
criaturas personales (cf Pío XII: DS 3891) e inmortales (cf Lc 20, 36). Superan en
perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ello
(cf Dn 10, 9-12).
331 Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen: "Cuando el
Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles..." (Mt 25, 31). Le
pertenecen porque fueron creados por y para E1: "Porque en él fueron creadas todas las
cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las
Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él" (Col 1,
16). Le pertenecen más aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de
salvación: "¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los
que han de heredar la salvación?" (Hb 1, 14).
332 Desde la creación (cf Jb 38, 7, donde los ángeles son llamados "hijos de Dios") y a
lo largo de toda la historia de la salvación, los encontramos, anunciando de lejos o de
cerca, esa salvación y sirviendo al designio divino de su realización: cierran el paraíso
terrenal (cf Gn 3, 24), protegen a Lot (cf Gn 19), salvan a Agar y a su hijo (cf Gn 21,
17), detienen la mano de Abraham (cf Gn 22, 11), la ley es comunicada por su
ministerio (cf Hch 7,53), conducen el pueblo de Dios (cf Ex 23, 20-23), anuncian
nacimientos (cf Jc 13) y vocaciones (cf Jc 6, 11-24; Is 6, 6), asisten a los profetas (cf 1
R 19, 5), por no citar más que algunos ejemplos. Finalmente, el ángel Gabriel anuncia el
nacimiento del Precursor y el de Jesús (cf Lc 1, 11.26).
334 De aquí que toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa
de los ángeles (cf Hch 5, 18-20; 8, 26-29; 10, 3-8; 12, 6-11; 27, 23-25).
335 En su liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al Dios tres veces santo (cf
MR, "Sanctus"); invoca su asistencia (así en el "In Paradisum deducant te angeli..." ("Al
Paraíso te lleven los ángeles...") de la liturgia de difuntos, o también en el "Himno
querubínico" de la liturgia bizantina) y celebra más particularmente la memoria de
ciertos ángeles (S. Miguel, S. Gabriel, S. Rafael, los ángeles custodios).
336 Desde su comienzo (cf Mt 18, 10) a la muerte (cf Lc 16, 22), la vida humana está
rodeada de su custodia (cf Sal 34, 8; 91, 1013) y de su intercesión (cf Jb 33, 23-24; Za
1,12; Tb 12, 12). "Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para
conducirlo a la vida" (S. Basilio, Eun. 3, 1). Desde esta tierra, la vida cristiana participa,
por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en
Dios.
391 Tras la elección desobediente de nuestros primeros padr es se halla una voz
seductora, opuesta a Dios (cf. Gn 3,1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (cf.
Sb 2,24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído,
llamado Satán o diablo (cf. Jn 8,44; Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un
ángel bueno, creado por Dios. "Diabolus enim et alii daemones a Deo quidem natura
creati sunt boni, sed ipsi per se facti sunt mali" ("El diablo y los otros demonios fueron
creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos")
(Cc. de Letrán IV, año 1215: DS 800).
392 La Escritura habla de un pecado de estos ángeles (2 P 2,4). Esta "caída" consiste en
la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a
Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a
nuestros primeros padres: "Seréis como dioses" (Gn 3,5). El diablo es "pecador desde el
principio" (1 Jn 3,8), "padre de la mentira" (Jn 8,44).
394 La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama "homicida
desde el principio" (Jn 8,44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del
Padre (cf. Mt 4,1-11). "El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo"
(1 Jn 3,8). La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa
que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios.
395 Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa
por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación
del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en
Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños -de naturaleza espiritual e
indirectamente incluso de naturaleza física-en cada hombre y en la sociedad, esta acción
es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del
hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio,
pero "nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le
aman" (Rm 8,28)
Mentalidad
científica & religiosa
Frente a los escépticos de la existencia del espíritu me gustaría decir que todos los que
nos dedicamos a la labor de discernir casos de veradera y falsa posesión en las diócesis
del mundo, quisiera hacer protesta de que nuestro interés no es otro que la búsqueda de
la verdad, y no el defender ningún postulado preconcebido. La verdad, sea cual sea, nos
lleve a donde nos lleve. No somos crédulos, al hacer este trabajo tratamos de tener una
mentalidad científica. Tratamos de analizar todas las posibilidades, de desconfiar de lo
que se nos ha dicho, y de desconfiar ante todo de nuestros propios prejuicios. Desear
creer algo nos induce a creerlo. Es una invitación a creerlo, invitación resistible, pero
invitación. Desde luego, esa invitación en mí no existe, yo no deseé creer en la
existencia de los demonios y las posesiones. Un mundo en el que la fenomenología
demoniaca se pudiera explicar por patologías psicológicas o por energías desconocidas
de la mente sería preferible a un mundo en el que el mal es algo más que un concepto
abstracto o el mero resultado de la actividad libre de los hombres.Hasta que entré a
estudiar Teología, el demonio me sonaba a algo así como a cuento de hadas. A algunos
les parece que el materialista ateo es más científico que el creyente al estudiar estos
temas, pero yo no soy culpable de la verdad. Quizá el mayor obstáculo con que los
teólogos se encuentran a la hora de opinar acerca de la existencia de los seres
demoníacos es la iconografía popular acerca de estos entes. La memoria subconsciente
cargada de imágenes nos juega malas pasadas. No hay obstáculo en creer en el Dios
invisible de Abraham, Isaac y Jacob. Pero ¿quién va a creer en un geniecillo rojo, con
cuernos?
Dada la gran difusión que tiene entre los exorcistas de la medalla de San Benito voy a
explicar su simbolismo e historia. La medalla presenta, por un lado, la imagen del Santo
Patriarca, y por el otro, una cruz, y en ella y a su alrededor unas letras que son las letras
iniciales de una oración, que dice así:
Crux Sancti Patris Benedicti
Cruz del Santo Padre Benito
Ante todo hay que dejar bien claro que las enfermedades aparecen por causas naturales.
Pensar que las enfermedades tienen su causa en el mundo de los espíritus sería como
querer regresar a un estado precientífico donde la razón sería sustituida por el mito.
Ahora bien, si los demonios existen tampoco se puede descartar absolutamente que ellos
puedan actuar alguna vez en este campo. Las reglas generales son como su nombre
indica generales, pero nada impide que sucedan hechos especiales, por muy raros que
éstos sean. Normalmente del cielo llueve agua, o cae nieve o granizo, pero alguna vez
también cae del cielo un meteorito.
Así también de forma extraordinaria e inusual Dios puede permitir que un demonio
provoque una enfermedad. De hecho, San Lucas menciona expresamente el caso de
"una mujer, que desde hacía dieciocho años padecía una enfermedad producida por un
espíritu, y estaba encorvada" (Lc 13,10-14). De esta mujer no se dice que estuviera
endemoniada, pero sí se dice que el demonio era la causa de esa enfermedad. Esa
afirmación es categórica en el Evangelio. A esto podemos añadir el caso de la muerte de
los esposos de Sara en el libro de Tobías causada por el demonio Asmodeo (Tob 3).
Santa Teresa de Liseaux escribió un capítulo muy interesante al hablar de su vida:
Praeternatural: es la actuación que va más allá del obrar de la naturaleza del universo
material. Lo que es fruto de la actuación de una naturaleza angélica o demoniaca es
praeternatural. La palabra proviene de praeter naturam, más allá de la naturaleza.
Sobrenatural: es la actuación que va más allá de cualquier naturaleza creada. Esta forma
de obrar es sólo propia de Dios.
La naturaleza material puede realizar cosas sorprendentes, pero siempre según las leyes
del cosmos material. Los demonios pueden hacer levitar un objeto en el aire,
transformar algo instantáneamente, etc. Ellos pueder hacer cosas que van más allá de las
posibilidades del mundo material, pero no pueden actuar más allá de las leyes de su
naturaleza angélica, pues no pueden todo. Ellos no pueden todo ni siquiera en el mundo
material. Dios, sin embargo, puede crear un órgano de la nada; un demonio no podría.
Estas diferencias también son válidas en las cosas que suceden en nuestra alma. Por
ejemplo, un paisaje bello me puede recordar la belleza de Dios, es algo natural.
Mientras que un ángel o un demonio pueden directamente enviar inspiraciones a mi
mente. Dios va más allá, pues puede enviar gracias espirituales (de arrepentimiento, de
acción de gracias, etc) a lo más interno de mi espíritu, obrando cambios radicales en un
segundo. Toda la actuación de la gracia es sobrenatural. Y la gracia siempre es enviada
directamente por Dios.
INDICE
La existencia de los Ángeles
La caída de los Ángeles malos
La misión de los Ángeles
La naturaleza de los Ángeles
El pecado y la acción de Satanás
La acción de Satanás y la victoria de Cristo
1. Nuestras catequesis sobre Dios, Creador del mundo, no podían concluirse sin dedicar
una atención adecuada a un contenido concreto de la revelación divina: la creación de
los seres puramente espirituales, que la Sagrada Escritura llama 'ángeles'. Tal creación
aparece claramente en los Símbolos de la Fe, especialmente en el Símbolo niceno-
constantinopolitano: Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de
la tierra, de todas las cosas (esto es, entes o seres) 'visibles e invisibles'. Sabemos que el
hombre goza, dentro de la creación, de una posición singular: gracias a su cuerpo
pertenece al mundo visible, mientras que, por el alma espiritual, que vivifica el cuerpo,
se halla casi en el confín entre la creación visible y la invisible. A esta última, según el
Credo que la Iglesia profesa a la luz de la Revelación, pertenecen otros seres, puramente
espirituales, por consiguiente no propios del mundo visible, aunque están presentes y
actuantes en él. Ellos constituyen un mundo específico.
2. Hoy, igual que en tiempos pasados, se discute con mayor o menor sabiduría acerca de
estos seres espirituales. Es preciso reconocer que, a veces, la confusión es grande, con el
consiguiente riesgo de hacer pasar como fe de la Iglesia respecto a los ángeles cosas que
no pertenecen a la fe o, viceversa, de dejar de lado algún aspecto importante de la
verdad revelada.La existencia de los seres espirituales que la Sagrada Escritura,
habitualmente, llama 'ángeles', era negada ya en tiempos de Cristo por los saduceos
(Cfr. Hech 23, 8). La niegan también los materialistas y racionalistas de todos los
tiempos. Y sin embargo, como agudamente observa un teólogo moderno, 'si quisiéramos
desembarazarnos de los ángeles, se debería revisar radicalmente la misma Sagrada
Escritura y con ella toda la historia de la salvación' (.). Toda la Tradición es unánime
sobre esta cuestión. El Credo de la Iglesia, en el fondo, es un eco de cuanto Pablo
escribe a los Colosenses: 'Porque en El (Cristo) fueron creadas todas las cosas del cielo
y de la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos, las dominaciones, los principados,
las potestades; todo fue creado por El y para El' (Col 1, 16). O sea, Cristo que, como
Hijo-Verbo eterno y consubstancial al Padre, es 'primogénito de toda criatura' (Col 1,
15), está en el centro del universo como razón y quicio de toda la creación, como ya
hemos visto en las catequesis precedentes y como todavía veremos cuando hablemos
más directamente de El.
1. Proseguimos hoy nuestra catequesis sobre los ángeles, cuya existencia, querida por
un acto del amor eterno de Dios, profesamos (.).En la perfección de su naturaleza
espiritual, los ángeles están llamados desde el principio, en razón de su inteligencia, a
conocer la verdad y a amar el bien que conocen en la verdad de modo mucho más pleno
y perfecto que cuanto es posible al hombre. Este amor es el acto de una voluntad libre,
por lo cual también para los ángeles la libertad significa posibilidad de hacer una
elección en favor o en contra del Bien que ellos conocen, esto es, Dios mismo.Hay que
repetir aquí lo que ya hemos recordado a su debido tiempo a propósito del hombre:
creando a los seres libres, Dios quiere que en el mundo se realice aquel amor verdadero
que sólo es posible sobre la base de la libertad. El quiso, pues, que la criatura,
constituida a imagen y semejanza de su Creador, pudiera de la forma más plena posible,
volverse semejante a El: Dios, que 'es amor'. Creando a los espíritus puros, como seres
libres, Dios, en su Providencia, no podía no prever también la posibilidad del pecado de
los ángeles. Pero precisamente porque la Providencia es eterna sabiduría que ama, Dios
supo sacar de la historia de este pecado, incomparablemente más radical, en cuanto
pecado de un espíritu puro, el definitivo bien de todo el cosmos creado
3. En el caso de los espíritus puros la elección decisiva concernía ante todo a Dios
mismo, primero y sumo Bien, aceptado y rechazado de un modo más esencial y directo
del que pueda acontecer en el radio de acción de la libre voluntad del hombre. Los
espíritus puros tienen un conocimiento de Dios incomparablemente más perfecto que el
hombre, porque con el poder de su inteligencia, no condicionada ni limitada por la
mediación del conocimiento sensible, ven hasta el fondo la grandeza del Ser infinito, de
la primera Verdad, del sumo Bien. A esta sublime capacidad de conocimiento de los
espíritus puros Dios ofreció el misterio de su divinidad haciéndoles participes, mediante
la gracia, de su infinita gloria.Precisamente en su condición de seres de naturaliza
espiritual, había en su inteligencia la capacidad, el deseo de esta elevación sobrenatural
a la que Dios les había llamado, para hacer de ellos, mucho antes que del hombre,
'partícipes de la naturaleza divina', partícipes de la vida íntima de Aquel que es Padre,
Hijo y Espíritu Santo, de Aquel que, en la comunión de las tres Divinas Personas, 'es
Amor'.Dios había admitido a todos los espíritus puros, antes y en mayor grado que al
hombre, a la eterna comunión de Amor
.4. La opción realizada sobre la base de la verdad de Dios, conocida deforma superior
dada la lucidez de sus inteligencias, ha dividido también el mundo de los espíritus puros
en buenos y malos.Los buenos han elegido a Dios como Bien supremo y definitivo,
conocido a la luz de la inteligencia iluminada por la Revelación. Haber escogido a Dios
significa que se han vuelto a El con toda la fuerza interior de su libertad, fuerza que es
amor. Dios se ha convertido en el objetivo total y definitivo de su existencia
espiritual.Los otros, en cambio, han vuelto la espalda a Dios contra la verdad del
conocimiento que señalaba en Él el Bien total y definitivo. Han hecho una elección
contra la revelación del misterio de Dios, contra su gracia, que los hacía partícipes de la
Trinidad y de la eterna amistad con Dios, en la comunión con El mediante el amor.
Basándose en su libertad creada, han realizado una opción radical e irreversible, al igual
que la de los ángeles buenos, pero diametralmente opuesta: en lugar de una aceptación
de Dios, plena de amor, le han opuesto un rechazo inspirado por un falso sentido de
autosuficiencia, de aversión y hasta de odio, que se ha convertido en rebelión.
3. El Nuevo Testamento puso de relieve las tareas de los ángeles respecto a la misión de
Cristo como Mesías y, ante todo, con relación al misterio de la encarnación del Hijo de
Dios, como constatamos en la narración de la anunciación del nacimiento de Juan
Bautista (Cfr. Lc 1, 11), de Cristo mismo (Cfr. Lc 1, 26), en las explicaciones y
disposiciones dadas a María y José (Cfr. Lc 1, 30-37; Mt 1, 20-21), en las indicaciones
dadas a los pastores la noche del nacimiento del Señor (Cfr. Lc 2, 9-15), en la
protección del recién nacido ante el peligro de la persecución de Herodes (Cfr. Mt 2,
13).Más adelante los Evangelios hablan de la presencia de los ángeles durante el ayuno
de Jesús en el desierto a lo largo de 40 días (Cfr. Mt 4, 11) y durante la oración en
Getsemaní (Cfr. Lc 22, 43). Después de la resurrección de Cristo será también un ángel,
que se aparece en forma de un joven, quien dirá a las mujeres que habían acudido al
sepulcro y estaban sorprendidas por el hecho de encontrarlo vacío: 'No os asustéis.
Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado; ha resucitado, no está aquí. Pero id a decir a
sus discípulos. '(Mc 16, 6-7). María Magdalena, que se ve privilegiada por una aparición
personal de Jesús, ve también a dos ángeles (Jn 20, 12-17; cfr. también Lc 24, 4). Los
ángeles 'se presentan' a los Apóstoles después de la desaparición de Cristo para decirles:
'Hombres de Galilea, ¿qué estáis mirando al cielo?. Ese Jesús que ha sido arrebatado de
entre vosotros al cielo, vendrá como le habéis visto ir al cielo' (Hech 1, 11).Son los
ángeles de la vida, de la pasión y de la gloria de Cristo. Los ángeles de Aquel que, como
escribe San Pedro, 'está a la diestra de Dios, después de haber ido al cielo, una vez
sometidos a El ángeles, potestades y poderes' (1 Pe 3, 22).
4. Si pasamos a la nueva venida de Cristo, es decir, a la 'parusía', hallamos que todos los
sinópticos hacen notar que 'el Hijo del hombre. vendrá en la gloria de su Padre con los
santos ángeles' (así Mc 8, 38, Mt 16, 27 y 25, 31, en la descripción del juicio final; y Lc
9, 26; cfr. también San Pablo, 2 Tes 1, 7).Se puede, por tanto, decir que los ángeles,
como espíritus puros, no sólo participan en el modo que les es propio de la santidad del
mismo Dios, sino que en los momentos clave, rodean a Cristo y lo acompañan en el
cumplimiento de su misión salvífica respecto a los hombres. De igual modo también
toda la Tradición y el Magisterio ordinario de la Iglesia ha atribuido a lo largo de los
siglos a los ángeles este carácter particular y esta función de ministerio mesiánico.
1. En las últimas catequesis hemos visto cómo la Iglesia, iluminada por la luz que
proviene de la Sagrada Escritura, ha profesado a lo largo de los siglos la verdad sobre la
existencia de los ángeles como seres puramente espirituales, creados por Dios. Lo ha
hecho desde el comienzo con el Símbolo niceno-constantinopolitano y lo ha confirmado
en el Conc. Lateranense IV (1215), cuya formulación ha tomado el Conc. Vaticano I en
el contexto de la doctrina sobre la creación: Dios 'creó de la nada juntamente al
principio del tiempo, ambas clases de criaturas: las espirituales y las corporales, es
decir, el mundo angélico y el mundo terrestre; y después, la criatura humana que,
compuesta de espíritu y cuerpo, los abraza, en cierto modo, a los dos' (Cons. Dei
Filius).O sea: Dios creó desde el principio ambas realidades: la espiritual y la corporal,
el mundo terreno y el angélico. Todo lo que El creó juntamente('simuél') en orden a la
creación del hombre, constituido de espíritu y de materia y colocado según la narración
bíblica en el cuadro de un mundo ya establecido según sus leyes y ya medido por el
tiempo ('deinde').
4. El tema a que hemos aludido podrá parecer 'lejano' o 'menos vital' a la mentalidad del
hombre moderno. Y sin embargo la Iglesia, proponiendo con franqueza toda la verdad
sobre Dios creador incluso de los ángeles, cree prestar un gran servicio al hombre.El
hombre tiene la convicción de que en Cristo, Hombre-Dios, en él (y no en los ángeles)
es en quien se halla el centro de la Divina Revelación. Pues bien, el encuentro religioso
con el mundo de los seres puramente espirituales se convierte en preciosa revelación de
su ser no sólo como cuerpo, sino también espíritu, y de su pertenencia a un proyecto de
salvación verdaderamente grande y eficaz dentro de una comunidad de seres personales
que para el hombre y con el hombre sirven al designio providencial de Dios.
7. Entre los libros del Nuevo Testamento, los Hechos de los Apóstoles nos hacen
conocer especialmente algunos episodios que testimonian la solicitud de los ángeles por
el hombre y su salvación. Así, cuando el ángel de Dios libera a los Apóstoles de la
prisión (Cfr. Hech 5, 18-20), y ante todo a Pedro, que estaba amenazado de muerte por
la mano de Herodes (Cfr. Hech 12, 5-10). O cuando guía la actividad de Pedro respecto
al centurión Cornelio, el primer pagano convertido (Cfr. Hech 10, 3-8; 11, 12©13), y
análogamente la actividad del diácono Felipe en el camino de Jerusalén a Gaza (Hech 8,
26-29).De estos pocos hechos citados a título de ejemplo, se comprende cómo en la
conciencia de la Iglesia se ha podido formar la persuasión sobre el ministerio confiado a
los ángeles en favor de los hombres. Por ello, la Iglesia confiesa su fe en los ángeles
custodios, venerándolos en la liturgia con una fiesta especial, y recomendando el
recurso a su protección con una oración frecuente, como en la invocación del 'Ángel de
Dios'. Esta oración parece atesorar las bellas palabras de San Basilio: 'Todo fiel tiene
junto a sí un ángel como tutor y pastor, para llevarlo a la vida' (Cfr. San Basilio, Adv.
Eunomium, III, 1; véase también Santo Tomás, S.Th. I, q.11, a.3).
8. Finalmente es oportuno notar que la Iglesia honra con culto litúrgico a tres figuras de
ángeles, que en la Sagrada Escritura se les llama con un nombre.El primero es Miguel
Arcángel (Cfr. Dan 10, 13.20; Ap 12, 7; Jdt. 9). Su nombre expresa sintéticamente la
actitud esencial de los espíritus buenos: 'Mica-El' significa, en efecto: '¿quien como
Dios?'. En este nombre se halla expresada, pues, la elección salvífica gracias a la cual
los ángeles 'ven la faz del Padre' que está en los cielos.El segundo es Gabriel: figura
vinculada sobre todo al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios (Cfr. Lc 1, 19. 26).
Su nombre significa: 'Mi poder es Dios' o 'Poder de Dios', como para decir que en el
culmen de la creación, la Encarnación es el signo supremo del Padre
omnipotente.Finalmente el tercer arcángel se llama Rafael. "Rafa-El' significa: 'Dios
cura', El se ha hecho conocer por la historia de Tobías en el antiguo Testamento (Cfr.
Tob 12, 50. 20, etc.), tan significativa en el hecho de confiar a los ángeles los pequeños
hijos de Dios, siempre necesitados de Custodia, cuidado y protección.Reflexionando
bien se ve que cada una de estas tres figuras: Mica-El, Gabri-El, Rafa-El reflejan de
modo particular la verdad contenida en la pregunta planteada por el autor de la Carta a
los Hebreos: '¿No son todos ellos espíritus administradores, enviados para servicio en
favor de los que han de heredar la salvación?' (1, 14).
2. Esta 'caída', que presenta la forma de rechazo de Dios con el consiguiente estado de
'condena', consiste en la libre elección hecha por aquellos espíritus creados, los cuales
radical y irrevocablemente han rechazado a Dios y su reino, usurpando sus derechos
soberanos y tratando de trastornarla economía de la salvación y el ordenamiento mismo
de toda la creación.Un reflejo de esta actitud se encuentra en las palabras del tentador a
los progenitores: 'Seréis como Dios' o 'como dioses' (Cfr. Gen 3, 5). Así el espíritu
maligno trata de transplantar en el hombre la actitud de rivalidad, de insubordinación a
Dios y su oposición a Dios que ha venido a convertirse en la motivación de toda su
existencia.
7. Como efecto del pecado de los progenitores, este ángel caído ha conquistado en cierta
medida el dominio sobre el hombre.Esta es la doctrina constantemente confesada y
anunciada por la Iglesia, y que el Concilio de Trento ha confirmado en el tratado sobre
el pecado original (.): Dicha doctrina encuentra dramática expresión en la liturgia del
bautismo, cuando se pide al catecúmeno que renuncie al demonio y a sus
seducciones.Sobre este influjo en el hombre y en las disposiciones de su espíritu (y del
cuerpo) encontramos varias indicaciones en la Sagrada Escritura, en las cuales satanás
es llamado 'el príncipe de este mundo' (Cfr. Jn 12, 31; 14, 30;16, 11) e incluso 'el Dios
del siglo' (2 Cor 4, 4). Encontramos muchos otros nombres que describen sus nefastas
relaciones con el hombre: 'Belcebú' o 'Belial', 'espíritu inmundo', 'tentador', 'maligno' y
finalmente 'anticristo' (1 Jn 4, 3). Se le compara a un 'león' (1 Pe 5, 8), a un 'dragón' (en
el Apocalipsis) ya una 'serpiente' (Gen 3). Muy frecuentemente para nombrarlo se ha
usado el nombre de 'diablo' del griego 'diaballein' -diaballein- (del cual 'diabolos'),que
quiere decir: causar la destrucción, dividir, calumniar, engañar. Y a decir verdad, todo
esto sucede desde el comienzo por obra del espíritu maligno que es presentado en la
Sagrada Escritura como una persona, aunque se afirma que no está solo: 'somos
muchos', gritaban los diablos a Jesús en la región de las gerasenos (Mc 5, 9); 'el diablo y
sus ángeles', dice Jesús en la descripción del juicio final (Cfr. Mt 25, 41).
9. Debemos finalmente añadir que las impresionantes palabras del Apóstol Juan: 'El
mundo todo está bajo el maligno' (1 Jn 5, 19), aluden también a la presencia de Satanás
en la historia de la humanidad, una presencia que se hace más fuerte a medida que el
hombre y la sociedad se alejan de Dios. El influjo del espíritu maligno puede 'ocultarse'
de forma más profunda y eficaz: pasar inadvertido corresponde a sus 'intereses': La
habilidad de Satanás en el mundo es la de inducir a los hombres a negar su existencia en
nombre del racionalismo y de cualquier otro sistema de pensamiento que busca todas las
escapatorias con tal de no admitir la obra del diablo.Sin embargo, no presupone la
eliminación de la libre voluntad y de la responsabilidad del hombre y menos aún la
frustración de la acción salvífica de Cristo. Se trata más bien de un conflicto entre las
fuerzas oscuras del mal y las de la redención. Resultan elocuentes a este propósito las
palabras que Jesús dirigió a Pedro al comienzo de la pasión: . Simón, Satanás os busca
para ahecharos como trigo; pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe' (Lc
22,31).Comprendemos así por que Jesús en la plegaria que nos ha enseñado, el
'Padrenuestro', que es la plegaria del reino de Dios, termina casi bruscamente, a
diferencia de tantas otras oraciones de su tiempo, recordándonos nuestra condición de
expuestos a las insidias del Maligno.El cristiano, dirigiéndose al Padre con el espíritu de
Jesús e invocando su reino, grita con la fuerza de la fe: no nos dejes caer en la tentación,
líbranos del Mal, del Maligno. Haz, oh Señor, que no cedamos ante la infidelidad a la
cual nos seduce aquel que ha sido infiel desde el principio.
1. Nuestras catequesis sobre Dios, Creador de las cosas 'visibles e invisibles', nos ha
llevado a iluminar y vigorizar nuestra fe por lo que respecta a la verdad sobre el maligno
o Satanás, no ciertamente querido por Dios, sumo Amor y Santidad, cuya Providencia
sapiente y fuerte sabe conducir nuestra existencia a la victoria sobre el príncipe de las
tinieblas.Efectivamente, la fe de la Iglesia nos enseña que la potencia de Satanás no es
infinita. El sólo es una criatura, potente en cuanto espíritu puro, pero siempre una
criatura, con los límites de la criatura, subordinada al querer y al dominio de Dios. Si
Satanás obra en el mundo por su odio a Dios y su reino, ello es permitido por la Divina
Providencia que con potencia y bondad ('fortiter et suaviter') dirige la historia del
hombre y del mundo. Si la acción de Satanás ciertamente causa muchos daños -de
naturaleza espiritual- e indirectamente de naturaleza también física a los individuos y a
la sociedad, él no puede, sin embargo, anular la finalidad definitiva a la que tienden el
hombre y toda la creación, el bien. El no puede obstaculizar la edificación del reino de
Dios en el cual se tendrá, al final, la plena actuación de la justicia y del amor del Padre
hacia las criaturas eternamente 'predestinadas' en el Hijo-Verbo, Jesucristo. Más aún,
podemos decir con San Pablo que la obra del maligno concurre para el bien y sirve para
edificar la gloria de los 'elegidos' (Cfr. 2 Tim 2, 10).
5. Con ésta se concluyen las catequesis sobre Dios Creador de las 'cosas visibles e
invisibles', unidas en nuestro planteamiento con la verdad sobre la Divina Providencia.
Aparece claro a los ojos del creyente que el misterio del comienzo del mundo y de la
historia se une indisolublemente con el misterio del final, en el cual la finalidad de todo
lo creado llega a su cumplimiento. El Credo, que une así orgánicamente tantas verdades,
es verdaderamente la catedral armoniosa de la fe.De manera progresiva y orgánica
hemos podido admirar estupefactos el gran misterio de la inteligencia y del amor de
Dios, en su acción creadora, hacia el cosmos, hacia el hombre, hacia el mundo de los
espíritus puros. De tal acción hemos considerado la matriz trinitaria, su sapiente
finalidad relacionada con la vida del hombre, verdadera 'imagen de Dios', a su vez
llamado a volver a encontrar plenamente su dignidad en la contemplación de la gloria de
Dios. Hemos recibido luz sobre uno de los máximos problemas que inquietan al hombre
e invaden su búsqueda de la verdad: el problema del sufrimiento y del mal. En la raíz no
está una decisión errada o mala de Dios, sino su opción, y en cierto modo su riesgo, de
crearnos libres para tenernos como amigos. De la libertad ha nacido también el mal.
Pero Dios no se rinde, y con su sabiduría transcendente, predestinándonos a ser sus
hijos en Cristo, todo lo dirige con fortaleza y suavidad, para que el bien no sea vencido
por el mal.
(...)se propone arrancar de nosotros las tres virtudes teologales. Pero donde va
directamente a poner el blanco es en la fe, porque conseguida esta, fácil cosa le es
conseguir las otras dos; porque la fe es como el fundamento donde se levanta todo el
edificio espiritual, que es lo que él quiere y desea y pretende destruir.
Dios entonces calla; no le impide su intento, antes prepara los caminos para que sea más
ruda la batalla.
Y también tiene en ello sus fines, porque el prepararle los caminos es para dejarle en la
batalla confundido, burlado y derrotarlo con la más completa derrota, y salgamos
nosotros vencedores de esta batalla y quedemos invencibles en lo por venir.
Cuando Satanás ya se acerca a la pelea, lo primero que echamos de menos es la luz clara
y hermosa que nos había Dios dado, para con ella conocer la verdad.
La escuela [del Espíritu Santo] se cierra; la memoria y la razón por la fuerza del dolor y
sentimiento que el alma tiene, parece que se ha perdido.
¡Pobre alma! Quiere buscar a su Dios, y no sabe. Le quiere llamar, y no puede articular
palabra. Todo se le ha olvidado; con tan profunda pena, se siente sola, sin compañía
ninguna.
¿A qué compararé yo este estado? Nada hallo, si no es a esas noches de verano, en que
se levantan de repente esos nublados tan fuertes y horribles, que por su oscuridad
tenebrosa nada se ve, sino relámpagos que asustan, truenos que dejan a uno temblando,
aires huracanados, que recuerdan la justicia de Dios al fin del mundo, el granizo y
piedra, que parece todo lo va a destruir.
No hallo a que poderlo comparar: sola, sin su Dios, siente venir a ella como un ejército
furioso, que la gritan que está engañada, que no hay Dios, y la cercan por todas partes,
llenos de retórica que la dan conferencias, sin ella quererlo, pero no la dejan un punto, y
con razonamientos tan fuertes y violentos, que a la fuerza la quieren hacer creer que no
hay Dios, y con horribles bocachadas, que no hay el tal Dios a quien ella busca, y como
con poder sobre las potencias para no poder ni discurrir ni creer otra cosa si no es
aquello que a la fuerza y más que a la fuerza quieren hacer entender y creer a uno que
nada más se crea lo que ellos dicen, y a ninguna otra cosa más se crea.
(...)En esta tan inmensa y como infinita pena, allá a lo lejos y como una cosa que se
soñó y que no se sabe que se ha soñado, se acuerda de la Iglesia y del amor que a ella
debemos tener, y este recuerdo, como cuando a uno le ha faltado el conocimiento, y al
volverle quiere hablar y habla como entrecortadas palabras, así el alma sin voz, y
tartamudeando, como que atinó a decir: me uno a las creencias todas de mi madre la
Iglesia y no quiero creer ninguna cosa más.
Y sin poder decir más, ni hablar, ni entender así pasé meses y meses hasta pasados dos
años.
Tenía dieciocho años cuando esto pasó por mí, y cuando tanto yo sufría y lloraba sin
consuelo la pérdida de mi fe, he aquí que amaneció para mí el día claro y hermoso.
Y así como yo, sin saber nada, en este estado me vi que me metieron, también ahora vi y
sentí que de él me sacaron.
Javiera del Valle (1856-1930), Decenario del Espiritu Santo, día octavo
Si el demonio puede tentar, también podría hacerlo de forma continua, intensa, sin
descanso, y tratar de provocar por tanto una obsesión o una fobia o una depresión u
otras enfermedades. Si hemos dicho que puede transmitir especies inteligibles, podría
transmitirlas con tal frecuencia que perturbara seriamente la vida ordinaria de la persona
hasta el punto de desequilibrarla. Por poder hacerlo lo puede hacer. Pero Dios impide su
libre actuación sobre nosotros. Toda acción del demonio sobre los hombres debe ser
permitida por Dios.
Conocido el mecanismo interno que usa para provocar la tentación -la infusión de
especies inteligibles en nuestra inteligencia, memoria e imaginación-, este modus
operandi también se puede usar de forma tan pertinaz que desequilibre a la persona.
Entra dentro del poder del demonio el hacerlo. Lo único que puede impedirlo es la
voluntad de Dios. Ahora bien, ¿lo impide siempre? Indudablemente no. Si Dios no
impide siempre la actuación de las causas naturales que provocan la enfermedad,
tampoco impide siempre la actuación del demonio. Ahora bien, en este ámbito como en
todo el campo de las causas de las patologías físicas o mentales, la actuación del
demonio es excepcional. Toda enfermedad mental se debe a causas naturales mientras
no se demuestre lo contrario.
Por otro lado, si pusieramos una al lado de la otra a una persona enferma mental por
causas naturales y a otra enferma mental por causa demoniaca, no habría manera de
distinguir la una de la otra pues sólo veríamos el efecto externo.