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Módulo I
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MÓDULO I
Presentación a la asignatura
Las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) constituyen una externalidad global que
exige medidas de control a nivel planetario. Ante la ausencia de una autoridad internacional
operativa, la comunidad internacional desarrolló el denominado Protocolo de Kioto, como el más
claro referente de las políticas de los Estados firmantes.
Es muy importante que los gobiernos mantengan los mecanismos bajo la obligación de Kioto
para poner en marcha marcos reguladores, tecnológicos y financieros, que den lugar a la
transformación de los actuales modelos de producción intensivos en tecnologías bajas en
emisiones de carbono.
La lucha contra el cambio climático debe verse desde un punto de vista integral, es decir, las
agendas internacionales no sólo deben tener en cuenta el establecimiento de unos compromisos
de reducción lo suficientemente ambiciosos para lograr el objetivo último de la Convención, un
uso eficiente de los recursos naturales y una seguridad e independencia energética, sino que
también hace falta un esfuerzo solidario en la financiación del bien público global que constituye
el clima.
Esta financiación, que toma como impulso las Cumbres de Copenhague y Cancún, debe
consolidarse en el siglo XXI como una nueva forma de entender las relaciones económicas,
comerciales y de cooperación entre los países.
La asignatura que aquí se presenta pretende ofrecer una visión integral de las relaciones entre
la economía y el medio ambiente, de las negociaciones llevadas a cabo por los países para la
reducción de las emisiones de GEI, funcionamiento de los mecanismos implementados a tal
efecto y arquitectura financiera necesaria.
OBJETIVO
1.1. Introducción
Los defensores del término aseguran que algunos problemas ambientales, como la calidad del
agua y ciertos tipos de contaminación, mejoran al crecer el nivel económico, o que el libre
comercio favorece el uso eficiente de recursos y la difusión de tecnologías limpias y que
contribuye a acabar con subvenciones y políticas que favorecen productos y actividades
ambientalmente nocivos.
Respecto a las "ventajas" del libre comercio, sus críticos reprochan que el mercado no seleccione
por sí mismo productos y actividades más limpios que los actuales a no ser que le produzca una
rentabilidad económica directa, cosa que no siempre se da. La idea del "mercado verde",
siguiendo fórmulas neoliberales para resolver los problemas ambientales, también ha cobrado
especial auge en los últimos años.
El medio ambiente es un bien libre, es decir, no existe un mercado que determine un precio. Por
tanto, ni tiene un precio para reflejar su escasez ni generalmente el precio de un producto
contempla los costos ambientales que han sido necesarios para producirlo.
Por otro lado, los problemas ambientales han pasado a tener en la actualidad un carácter
transfronterizo, es decir, afectan a nivel mundial (cambio climático, destrucción de la capa de
ozono, contaminación atmosférica por tóxicos persistentes) o bien se trata de problemas locales,
pero abundantemente repartidos por todo el planeta (cambios de uso de la tierra, pérdida de
biodiversidad, invasiones biológicas). Esto hace que los países que deciden proteger su entorno
natural produzcan externalidades positivas que sirven a otros países; sin embargo, muchas
veces es el propio país el que tiene que sufragar todos los gastos para beneficio del resto, lo cual
no siempre es gratificante para el primero.
De la relación entre ambos sistemas se obtienen una gran cantidad de beneficios; no obstante,
el sistema ecológico puede degradarse si el empleo que hace el sistema económico es tal que:
la tasa de utilización de los recursos o servicios ambientales es superior al nivel de
regeneración natural; o bien,
el nivel de producción de desechos es mayor que el nivel de asimilación por parte del
ecosistema.
Tal y como se ha visto, el medio natural desarrolla diversas funciones que pueden considerarse
económicas, ya que inciden directa o indirectamente en las actividades económicas de los
hombres. Estas funciones son básicamente de tres tipos:
Proporcionar recursos.
Asimilar residuos.
Prestar servicios medioambientales.
Los productos y servicios generados por estas funciones dan como resultado una disminución
de los recursos naturales. Desde el punto de vista económico, ¿cómo se puede analizar esta
pérdida? A través de los beneficios (derivados de las ganancias obtenidas por el uso que se le
da a la tierra) y costos ("beneficios de uso" que se pierden al destinar la tierra a otros usos) de
cada acto destructivo.
Tal y como se ilustra en la figura 1.2, el valor económico total de los activos ambientales está
compuesto por el valor de uso más el valor de no utilización.
Los valores de uso directo son relativamente sencillos de cuantificar, pues se refieren
a productos que se pueden consumir directamente: alimentos, biomasa, salud, etc. Los
de uso indirecto alcanzan los beneficios denominados funcionales, tales como la
regulación del clima o microclima, la protección contra crecidas y riadas, etc.
Los valores de opción se refieren a valores de uso directo o indirecto en el futuro, por
lo que existe la dificultad de predecir los niveles tecnológicos de los años venideros, los
cuales influirán en la productividad inducida del medio ambiente.
El valor de existencia deriva del propio conocimiento de la existencia de un
determinado activo ambiental. Es el caso, por ejemplo, de la Antártida o de la
biodiversidad, cuya existencia, aunque sea por mera convicción moral, nos parece
valiosa. Obviamente, a la hora de hacer juicios morales las dificultades de cuantificación
se multiplican, aunque puede resultar más sencillo lograr una ordenación de prioridades.
Finalmente, el valor de herencia o legado es el que tiene determinado bien ambiental
o recurso natural (valores de uso y no uso) para las siguientes generaciones, debiendo
suponer por tanto no sólo los niveles tecnológicos futuros, sino también escalas de
valores y principios morales.
económico al problema de incompatibilidad entre los usos privados y los usos sociales que se
les da a los recursos naturales.
En economía ambiental, las distorsiones o fallas del mercado son indicadoras de problemas
ambientales, por lo que se propone la revisión de estas fallas, entendidas como males públicos
y externalidades.
Esta escuela aporta a la economía importantes ideas sobre las valoraciones no monetarias.
Asimismo, adopta instrumentos desarrollados en la economía para utilizarlos en cuestiones
relacionadas con el medio ambiente.
Una vez estimado el valor monetario de una determinada economía externa, busca establecer
los mecanismos más 'eficientes' para internalizar dichas externalidades. La economía ambiental
se centra, de este modo, en dos ámbitos básicos: el campo de la valoración (estudios de impacto
y de costo ambiental, para lo que utiliza una serie de instrumentos y metodologías como los
estudios de costo/beneficio, la valoración contingente, la 'disponibilidad a pagar', etc.) y el campo
de la política y gestión ambiental, donde propone diversos instrumentos de política fiscal
ambiental, constitución de mercados secundarios, políticas y gestión ambiental.
El objetivo último es el de lograr 'corregir el mercado' restableciéndolo, así, como una institución
eficiente en la asignación de los recursos, en la medida en que los distintos precios de los bienes
y servicios reflejen su verdadero 'costo de oportunidad' para la sociedad como un todo. Una vez
logrado eso, se podrían dejar otra vez en manos de los agentes económicos individuales las
decisiones económicas, recuperándose el ideario liberal, de que el conjunto de decisiones y
competencia entre los agentes individuales resultaría el bienestar colectivo.
En resumen, las funciones de la economía ambiental son:
Modificar las variables económicas reales con la idea de que el individuo se comporte de
la mejor manera posible, disminuyendo los niveles de contaminación producidos y, por
consiguiente, reduciendo los problemas de degradación de los ambientes naturales.
Proponer una serie de metodologías específicas para la estimación del valor económico
de los daños ambientales producidos por la contaminación, con el objetivo de encontrar
los valores de la compensación necesaria para eliminar los efectos de las externalidades
ambientales.
Estudiar la relación de los equilibrios o desequilibrios (lo que en inglés se conoce
como trade off) existentes entre la conservación de los recursos naturales y ambientales
de un país y las actividades económicas necesarias para el impulso de su crecimiento
económico, con miras a la maximización del bienestar económico de la sociedad de las
generaciones actuales y futuras.
Según Azqueta (1994) la economía ecológica es "una disciplina, que apoyándose en las leyes
de la termodinámica, busca la consecución de la sostenibilidad. En este sentido, se puede decir
que lo que persigue es encontrar un equilibrio entre la explotación que el sistema económico
hace del sistema ecológico y la posibilidad de regeneración de éste último".
Sostiene que la economía tradicional no ha prestado suficiente atención al marco biofísico en el
que se enmarca la actividad humana.
Según Aguilera (1992) la economía ecológica se articula sobre tres principios fundamentales:
La primera ley de la Termodinámica: "la energía no se crea ni se destruye, tan sólo se
transforma". Según esta ley, la generación de residuos es algo íntimamente ligado a los
procesos de producción y consumo, es decir, no es una externalidad.
La ley de la Entropía: "la materia y la energía se degradan continua e irrevocablemente
desde una forma disponible hasta otra no disponible, independientemente de que las
usemos o no". La interpretación de esta ley es que la disponibilidad para ser utilizadas
es lo que proporciona valor económico a la materia y a la energía.
Finalmente, el tercer principio indica que es imposible generar más residuos de los que
puede tolerar la capacidad de asimilación de los ecosistemas y que no se puede extraer
de los ecosistemas más de lo que pueda considerarse su rendimiento sostenible o
renovable, ya que de lo contrario los destruiríamos.
Figura 1.3: La contaminación atmosférica puede considerarse como una externalidad negativa1.
Por otra parte, no siempre la contaminación física implica una externalidad negativa o costo
externo, ya que además debe darse otra circunstancia más: que la pérdida de bienestar no sea
compensada. Por ejemplo, si el agente (A) produce polución negativa para el agente (B), pero le
compensa adecuadamente, entonces esta polución no se considera una externalidad; lo que se
está produciendo entonces es una internalización de las externalidades.
En definitiva, una externalidad (negativa) existe cuando se dan las dos condiciones siguientes:
1. Una actividad de un agente provoca una pérdida de bienestar de otro agente.
2. Esa pérdida de bienestar no está compensada.
1
Hay que aclarar que en el caso de la fotografía, la contaminación viene dada por la chimenea larga y estrecha que
aparece a la izquierda de la imagen y no por el vapor de agua emitido por las torres de refrigeración que, en todo
caso, contribuiría al efecto invernadero.
Por lo tanto, si los que toman las decisiones son aquellos agentes que están provocando la
externalidad (lo cual significa que la decisión responde al óptimo privado), esa decisión no sería
la óptima desde el punto de vista social, ya que no considera el costo externo que esta decisión
está provocando sobre otros agentes de la sociedad. La existencia de este fenómeno lleva a que
se produzcan mayores cantidades de los bienes y servicios que provocan la externalidad; se
venderán a precios menores y se producirá un mayor nivel de contaminación que el deseado
socialmente. A este fenómeno se le conoce como una "falla de mercado".
Se pueden distinguir 4 tipos de externalidades negativas:
Efectos de la producción sobre la producción: la actuación de un agente productor
(A) influye negativamente sobre otro agente productor (B). Ejemplo: (A) es una fábrica
de cemento que emite contaminantes a la atmósfera y (B) es una empresa agrícola que
cultiva espinacas. A consecuencia de las emisiones de humos de (A), las espinacas
(output de B) pierden calidad y peso, manteniéndose constantes el resto de variables
o inputs (abono, riego, laboreo del suelo, etc).
Efectos de la producción sobre el consumo: la actuación de un agente productor (A)
influye negativamente sobre un agente consumidor (B). Ejemplo: (A) es una fábrica de
cemento que emite contaminantes a la atmósfera y (B) es una persona que come las
espinacas cultivadas en el campo contiguo a la cementera. A consecuencia de las
emisiones de humos de (A), las espinacas que consume (B) tienen una menor calidad
(provocando una pérdida de bienestar a B).
Efectos del consumo sobre el consumo: la actuación de un agente consumidor (A)
influye negativamente sobre otro agente consumidor (B). Ejemplo: (A) es un
excursionista que no recoge las basuras que produce y las deja abandonadas en la
montaña y (B) es otro excursionista. A consecuencia del incivismo de (A) se produce un
deterioro en el disfrute de (B).
Efectos del consumo sobre la producción: la actuación de un agente consumidor (A)
influye negativamente sobre un agente productor (B). Ejemplo: (A) es un excursionista
que no recoge las basuras que produce en la montaña y (B) es una cementera que
obtiene la arena de esa montaña. A consecuencia del incivismo de (A), (B) tiene que
cribar los residuos de la arena para poderla utilizar como materia prima, ocasionando un
inconveniente.
El concepto teórico de "bien" se refiere a cualquier cosa, tangible o intangible, que sea útil para
el hombre y le satisfaga alguna necesidad individual o colectiva o que contribuya al bienestar de
los individuos. No obstante, por razones prácticas, se restringe el uso del concepto a los objetos
corporales y tangibles. De esta forma, se puede hablar de bienes como algo distinto de los
servicios, a pesar de que estos últimos también satisfacen necesidades y contribuyen al
bienestar.
En particular, los bienes públicos son bienes o servicios que tienen como características la de no
poder excluir a nadie de su uso y de no tener rivalidad en el consumo: por ello, generalmente,
son proporcionados por el Gobierno. Un ejemplo de este tipo de bien es un monumento público,
ya que no se excluye a nadie de su visita ni tampoco su disfrute entorpece la admiración de otro
ciudadano o ciudadana.
Sin embargo, la no aplicación del principio de exclusión y la no rivalidad de su consumo, hace
que el disfrute del bien público sea por igual entre aquellos que contribuyen a su financiación
como aquellos otros consumidores que no lo hagan. Estos últimos reciben el nombre de
"polizones" (del inglés, free rider).
En definitiva, los "polizones" constituyen aquellos miembros de un colectivo que amparados en
las características de un bien público, se benefician de la producción de los mismos sin contribuir
a su financiación.
Las actividades económicas tienen lugar a través de los mercados. Se definen, en su sentido
más amplio, como "instituciones o mecanismos donde concurren oferentes o productores y
compradores o consumidores, para realizar las diferentes transacciones comerciales". En
definitiva, es el punto de encuentro entre los agentes económicos que actúan como oferentes y
demandantes de bienes y servicios.
El mercado no necesariamente debe tener una localización geográfica determinada; para que
exista, es suficiente que oferentes y demandantes puedan ponerse en contacto, aunque estén
en lugares físicos diferentes y distantes. Por lo tanto, el mercado se define en relación con las
fuerzas de la oferta y de la demanda, constituyéndose en el mecanismo básico de asignación de
recursos de las economías descentralizadas.
Existen mercados de muy diversa índole. Todas las situaciones que vinculan a los compradores
o demandantes potenciales con los productores u oferentes potenciales constituyen mercados,
algunos son locales, otros son nacionales o internacionales. Por ejemplo, las estaciones de
gasolina, las tiendas de música y video, las bolsas de valores, los mercados de trabajo, entre
otras.
Los mercados geográficos, por su parte, son lugares físicos donde igualmente operan las
diferentes transacciones en la realidad e involucran un contacto directo entre el comprador y el
vendedor.
Las decisiones económicas que toman los compradores o vendedores de productos se hacen
efectivas a través del sistema de mercados, por lo cual, el sistema de mercados es el mecanismo
de coordinación esencial en una economía capitalista.
El sistema de mercado competitivo es un mecanismo que transmite las decisiones de los
consumidores, productores y proveedores de recursos, y los sincroniza para lograr los objetivos
de unos y otros, siendo la competencia el mecanismo de control.
Entonces, la capacidad del sistema de mercados para comunicar los cambios en datos básicos,
tales como gustos y preferencias del consumidor, sensibilidad hacia los precios, e inducir
respuestas adecuadas de las empresas y de los proveedores de recurso, se denomina función
directriz o función indicativa de los precios.
Para poder hablar en economía de la existencia de mercados, es necesario que existan dos
grandes grupos: compradores y vendedores. Los compradores son los consumidores que
compran bienes y/o servicios para satisfacer una serie de necesidades; y los vendedores son las
empresas, que compran trabajo, capital y materias primas, que utilizan para producir bienes y
servicios.
Es evidente que la mayoría de los individuos y de las empresas actúan como compradores y
como vendedores al mismo tiempo, pero para el análisis del mercado resulta más útil estudiarlos
por separado, es decir, simplemente como compradores cuando compren algo o como
vendedores cuando vendan algo. Sin embargo, para que pueda darse una interrelación entre
compradores y vendedores, debe existir una serie de bienes y servicios con precios asignados,
de tal manera que el intercambio pueda ser efectivo; en otras palabras, para que el intercambio
entre consumidores y vendedores sea real, es necesario que exista una mercancía del interés
de ambos agentes y con un precio conocido, donde un agente esté dispuesto a entregar la
mercancía a otro si recibe a cambio el precio que pide por ella y aquel agente que quiere disfrutar
de la mercancía debe pagar su precio para poder obtenerla.
Así, los mercados constituyen el centro de la actividad económica y muchas de las cuestiones y
temas interesantes de la economía se refieren a su funcionamiento.
Las externalidades y los bienes públicos están asociados a la ausencia de mercados de los
bienes correspondientes.
La fuerza de la competencia controla o guía el interés propio, de tal manera que éste consigue
de forma automática, y no intencional, lo que más le conviene a la sociedad. Es lo que en 1776,
Adam Smith, en su libro "La Riqueza de las Naciones" denominó "La mano Invisible", la cual
generaba el resultado económico óptimo al buscar los individuos su propio beneficio.
Ahora cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿puede ser corregida esta falla del mercado? ¿Puede
el óptimo privado coincidir con el óptimo social?
Para que el óptimo privado coincida con el óptimo social, es decir, para que las decisiones
individuales (privadas) correspondan con aquéllas óptimas desde el punto de vista social, se
requiere un proceso de "internalización" de las externalidades. El mismo podría darse por
negociación directa entre las partes involucradas o por intervención gubernamental. En el primer
caso, podría suponerse que si los beneficios del agente que está provocando la externalidad son
mayores que los costos del afectado, el primero podría compensar al segundo por los daños
causados y aun así obtendría un beneficio neto positivo. En el caso contrario, los beneficios del
causante de la externalidad son menores que los costos del afectado, entonces, la compensación
no tendría sentido, lo cual llevaría a que no se produzca la externalidad. Este tipo de
negociaciones, sin embargo, ha sido poco común en la práctica.
Pigou (1920), en su obra" La economía del bienestar" fue el primero en aportar términos como
"deseconomías" externas para designar los impactos negativos derivados de la actividad
económica.
Aboga por la intervención del Estado para que corrija los fallos de mercado a través de tasas y
que éste actúe como un asignador de recursos para frenar aquellas actividades cuyos "costos
sociales" excedan ostensiblemente a los "costos privados", dando lugar a fuertes externalidades
negativas (o para incentivar aquellas actividades en las que ocurriera lo contrario), realizando
esto, a través de impuestos a los que contaminen (impuesto pigouviano) o de subsidios para
los que no lo hagan o contaminen menos de lo que se denomina "nivel de contaminación óptimo",
que consiste en otorgar un nivel máximo de contaminación a cada agente afectado en la
controversia.
El impuesto pigouviano se trata de un impuesto por unidad producida cuyo importe coincide con
el valor de la externalidad evaluada en el punto óptimo; es decir, consiste en aplicar al
contaminador un gravamen de acuerdo con el costo externo que impone a otros. Lo que se
pretende es que la empresa, al tener que abonar un impuesto por unidad de producto igual al
valor del efecto externo que genera, se vea obligada a elegir el nivel de producción socialmente
deseable y producir allí donde vea maximizados sus beneficios.
En principio se trata de un instrumento que internaliza las externalidades y disminuye la
degradación ambiental, y cuyo objetivo es incentivar al contaminador a reducir sus emisiones
(para así poder reducir los importes de los impuestos).
En la práctica el impuesto pigouviano tiene algunos fallos, llegando a veces a producir efectos
contrarios a los que se pretendían en un principio. Esto es debido a que existen ciertas
situaciones en las que su aplicación se aleja de su comportamiento teórico:
en realidad es difícil atribuir unos costos al daño medioambiental;
en caso de competencia imperfecta (el caso más exagerado sería el de los monopolios)
los impuestos pueden generar una pérdida en el bienestar social; y,
no se adecua suficientemente rápido a los cambios ambientales, etc.
Los agentes pueden negociar esos derechos. De esta manera, un agente puede contaminar más
siempre y cuando le compre derechos a otro agente, que por consiguiente estaría dejando de
contaminar y a la vez sería compensado por ello.
Cualquiera de estos instrumentos llevará como resultado algún nivel de contaminación física,
aún en el caso en que se logre el "óptimo social".
En 1960, el economista británico Ronald Coase publicó su obra "El problema del costo social"
donde estaba implícito el teorema que lleva su nombre.
Coase argumenta que el problema radica más en términos jurídicos que económicos y que
principalmente, bajo determinadas condiciones ideales, la libre competencia conduciría
directamente a 'internalizar' las externalidades, resolviendo el problema económico que
suscitaban los impactos medio ambientales sin necesidad de impuestos ni de otras
intervenciones administrativas, criticando así el enfoque de Pigou.
El "Teorema de Coase" consiste en la facultad de poder "internalizar las externalidades" en el
mercado, bajo unos supuestos y definiendo bien los derechos de propiedad bajo un marco
institucional. Por lo cual, lo primero a establecer es la legalidad de las externalidades, para que
las pueda regular el Estado y pueda existir un mercado donde se puedan comercializar y negociar
los afectados por las externalidades, para que el mercado siguiera siendo el mecanismo de
asignación de recursos.
Internalizar las externalidades consiste, bajo supuestos de libre mercado, añadir al precio de
mercado la contaminación realizada por la producción del bien o del servicio, a través de un
diseño de los derechos de propiedad sobre el medio, siempre y cuando, puedan ser
intercambiados libremente; los costos de transacción sean nulos; y puedan ser intercambiados
en un mercado perfectamente competitivo.
A su vez asume que, siempre y cuando un recurso o uso medioambiental cualquiera sea
apropiable y, en consecuencia, valorable e intercambiable, su gestión cae ya dentro de lo
establecido de lo económico; deja de ser pues una externalidad para convertirse en algo que
encuentra solución dentro del mercado y tratamiento dentro del aparato conceptual al uso de
esta disciplina que confiere a aquella solución el carácter de óptimo económico. Esto asigna un
papel mínimo al Estado, en el que éste debería actuar solamente en temas de regulación,
imposición de sanciones económicas, subvenciones a las medidas correctivas y la creación de
un mercado de permisos comercializables de las externalidades.
"Se piensa en general que (A) produce un daño a (B) y que lo que debe decidirse es el saber
cómo impedir a (A) el producir dicho daño; sin embargo, esto es falso. Se trata de un problema
de naturaleza recíproca. El evitar daño a (B) producirá un daño a (A). La cuestión real que debe
decidirse es: ¿debería permitirse que (A) ocasione un daño a (B) o es (B) quien debería tener
permiso para dañar a (A)?" (Coase 1960, "El problema del costo social").
Por otra parte, considera que una atribución clara de los derechos de propiedad sobre los bienes
ambientales permitiría que el mercado funcionase correctamente. Esto ocasionaría que se
pudiera negociar entre el causante de la externalidad y el perjudicado por la misma, de modo
que se llegase a un punto en el que el volumen de actividad estuviese a un nivel de producción
socialmente óptimo. En este caso no sería necesaria la intervención pública.
Sin embargo, la solución negociada que propone Coase tienen unos límites, ya que no siempre
se puede aplicar. Como mayores limitaciones al teorema de Coase se encuentran las siguientes:
Se requiere que los participantes estén bien definidos: para poder aplicar el teorema
de Coase se deben conocer quiénes causan las externalidades y quiénes son los
perjudicados. Esto no siempre es evidente; por ejemplo, en el caso de la contaminación
atmosférica en un polígono industrial no es fácil distinguir quienes son los causantes de
la externalidad, ya que los compuestos emitidos pueden reaccionar entre sí y producir
efectos sinérgicos; otro ejemplo sería el caso de la contaminación de suelos, en el que
pueden pasar décadas desde el momento de la contaminación hasta el momento en el
que se detectan los efectos.
Los participantes en la negociación deben ser pocos: se supone que hay pocos
agentes que causan la externalidad y pocos agentes que la sufren, lo que no siempre es
cierto; como en la mayoría de casos, a medida que aumenta el número de participantes,
se complican las negociaciones, por lo que no siempre se puede llegar a una solución
negociada.
La negociación se produce en condiciones de igualdad: esta situación no siempre
se cumple; un caso muy común es que el agente contaminador tenga una influencia
política, social o económica muy superior a la que tienen los afectados, por lo que se
acaben imponiendo los criterios del primero por encima de los intereses de los afectados.
Los costos de transacción son despreciables o no existen: en la práctica, siempre
que hay una negociación se generan unos costos mínimos de transacción (contratos,
inspecciones, costos de representación, abogados, consultores,...). Estos costos no sólo
pueden ser considerables sino que pueden llegar a superar la ganancia en bienestar que
representaría la negociación, por lo que el acuerdo pierde sentido.
La intervención de los poderes públicos en el ámbito del medio ambiente es algo necesario dada
su característica de bien público, lo cual da lugar a fallos de mercado tal y como se ha visto con
anterioridad.
Para su resolución, la política medioambiental utiliza una serie de mecanismos o instrumentos
para solucionar o internalizar las externalidades y poder así influir sobre el comportamiento
ambiental de los individuos y los agentes (empresas). Éstos pueden ser principalmente de cuatro
tipos:
Instrumentos económicos o de mercado: son aquéllos que influyen sobre los costos
y beneficios de las diversas opciones entre las que pueden elegir los agentes
económicos, incentivando a dirigir o modificar sus acciones en un sentido favorable para
el medio ambiente. Se trata de intentar suplir o imitar al mercado: crear un precio allá
donde no existe o ayudar a determinar el precio eficiente.
Dicho de otro modo, constituyen los estímulos financieros y de mercado tendentes a
producir cambios en las pautas de comportamiento de las personas físicas y jurídicas en
relación al medio ambiente.
En la figura 1.4 se i lustran los diferentes instrumentos de intervención de los poderes públicos
para internalizar las externalidades.
Figura 1.4: Mecanismos utilizados por los poderes públicos para internalizar las externalidades
Tal y como se ha mencionado con anterioridad, pueden distinguirse los siguientes tipos de
instrumentos económicos o de mercado:
Tributos ecológicos (tasas e impuestos).
Ayudas financieras o subsidios.
Depósitos reembolsables.
Derechos de emisión o permisos negociables.
Los tributos ecológicos se definen como aquellas prestaciones pecuniarias que el Estado u otro
ente público exigen al sujeto pasivo en uso del poder que le atribuye el ordenamiento jurídico, y
cuyo objetivo es la protección y mejora del medio ambiente.
Básicamente, constituyen un método que permite asignarle un precio a la utilización de los bienes
ambientales. Los tributos ecológicos son un modo de que el usuario esté internalizando los
costos que genera el hecho de utilizar estos bienes.
Algunas organizaciones internacionales como la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico (OCDE) y la Unión Europea (UE)2, han considerado los tributos ecológicos
como garantes del principio de "quien contamina paga" (Prats et al., 2003).
Dentro de los tributos ecológicos se tienen las tasas y los impuestos.
2 La mayoría de los impuestos ambientales a nivel de la UE se refieren a energía y transporte, aunque se han hecho esfuerzos para expandirlos a otros ámbitos
Tasas
Se define como tasa:
"[...] Todo aquel ingreso público obtenido por la prestación de un servicio público de
consumo divisible, siendo el hecho imponible de la misma, la utilización del dominio público
o la prestación de una actividad". (Ley General Tributaria, art. 26).
Impuestos
Se ha visto con anterioridad que un impuesto es un instrumento para internalizar la externalidad
que supone la actividad emisora de GEI. Es decir, hace que los costos sociales, que antes no se
tenían en cuenta, queden incorporados en las decisiones de la empresa y/o del consumidor.
Se define el impuesto como:
[...] un tributo exigido sin contraprestación, cuyo hecho imponible está constituido por negocios, actos
o hechos de naturaleza jurídica o económica, que ponen de manifiesto la capacidad contributiva del
sujeto pasivo y que, por lo tanto, además de constituir una herramienta de política ambiental, sí que
puede reportar ingresos netos a la administración". (Ley General Tributaria, art. 26)
Aunque con un mero afán recaudatorio, sobre todo en su origen, existen antecedentes de carga
impositiva relacionados con la energía en la UE 4 y otros países de la OCDE5. Una de estas
experiencias es el caso de los combustibles de automoción, en el que el impuesto se ha mostrado
eficaz en la reducción de la contaminación del parque automovilístico europeo.
La repercusión del impuesto puede ser muy diferente según cuál sea el empleo de los recursos
obtenidos. Por ejemplo, se pueden incluir exenciones y/o bonificaciones para ayudar en la
transición a aquellas empresas o colectivos más afectados, o bien dedicar parte de la
recaudación a financiar ayudas compensatorias para estos mismos sectores.
Ejemplo de aplicación
En este caso se ilustra el ejemplo de una planta productora de electricidad y que, a su vez, es
emisora de CO2.
4 Desde el año 2005, y a partir de la Directiva 2003/96/UE de 27 de octubre, la imposición sobre energía se reorienta hacia una herramienta de reducción de emisiones de CO2.
5 La OCDE y la Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA) mantienen una base de datos sobre impuestos en todos los países miembros. Los estudios e informes publicados pueden
6 Por poner un ejemplo, desde el 1 de enero de 2012 todas las compañías aéreas que operen en los cielos comunitarios, sean europeas o no, están sujetas a tributación sobre las emisiones
de gases con efecto invernadero. Las aerolíneas deberán cotizar el equivalente al 15% de sus emisiones si no quieren ser sancionadas
La central posee una tecnología de descontaminación que, lógicamente, tiene un costo. Tal y
como se ilustra en la figura 1.5, una disminución de las emisiones comporta un aumento del
costo marginal de descontaminar, de ahí la pendiente descendiente de la recta.
Podría pensarse que un nivel de producción de CO 2 igual a cero sería lo ideal. En realidad, los
costos marginales de descontaminación en este caso (área comprendida por debajo de la recta)
serían inasumibles, por lo que las autoridades toleran un cierto nivel de producción de
contaminación OY.
Al pasar de un nivel O de producción de CO 2 a un nivel OY, la empresa se ahorra un costo que
viene representado por el área CBYO.
Imaginemos ahora que la empresa viene operando con unas emisiones OX y que las autoridades
implantan un estándar o instrumento regulatorio que obliga a la central a reducir sus emisiones
a un nivel OY inferior. Si no quiere incurrir en sanciones o castigos penales, el costo extra de
descontaminación que tendrá que asumir la empresa viene representado por el área ABYX.
Obviamente, la planta prefiere pagar dicho extra a dejar de producir electricidad, siempre que el
costo marginal de descontaminación sea inferior a la ganancia marginal obtenida mediante la
producción y venta de electricidad.
Figura 1.5: Ejemplo de aplicación de un estándar y de un impuesto en una central de producción de electricidad.
Fuente: Martínez, 19987
¿Qué pasaría ahora si en lugar de una norma o estándar se aplica un impuesto OT? En esta
situación, si la empresa está operando con una producción de emisiones OX, le sale más barato
descontaminar que pagar el impuesto. Como quiera que la planta debe pagar el impuesto, tendrá
que reducir sus emisiones hasta el punto en que le salga más barato pagar el impuesto que
descontaminar (OZ).
Con esta denominación se engloban varias formas de ayuda que tienen como objetivo el
incentivar a los agentes económicos a modificar sus comportamientos, con el fin de reducir la
degradación medioambiental8 o el financiar las medidas necesarias para ello.
7 Martínez, J. (1998). Curso de Economía Ecológica. Serie de textos básicos para la Formación Ambiental. México. D.F: PNUMA
8 No todas las ayudas financieras reducen la contaminación ambiental, ya que pueden estar dirigidas a sectores que contribuyan a acentuarla o que degraden el medio ambiente (subvenciones
al sector de explotación forestal, créditos para la compra de productos fitosanitarios, etc.). En principio sería deseable minimizar este tipo de subvenciones
Figura 1.6: Las ayudas financieras no siempre benefician al medio ambiente. En este sentido podemos tomar como
ejemplo las ayudas dirigidas a la explotación de los recursos forestales.
Las ayudas financieras son un instrumento que no siempre es justificable, ya que son, en cierto
modo, contrarias al principio de "quien contamina paga"; hay que tener en cuenta que en este
caso son los contribuyentes los que asumen los pagos, mientras que la empresa contaminadora
es quien recibe el beneficio económico. Por esta razón sólo se pueden aplicar en ciertos casos
y siempre y cuando se cumplan los siguientes requisitos:
Que sean otorgadas dentro de un programa bien definido y por un período de tiempo
determinado.
Que no impliquen distorsiones en intercambios o inversiones internacionales.
Que a la colectividad le represente un costo menor ayudar al contaminador que perder
la actividad que éste realiza; además deben darse razones de estricta justicia.
Que sean otorgadas a sectores o grupos definidos, susceptibles de tener dificultades
económicas en ausencia de estas subvenciones.
Esta postura en pro de los incentivos económicos fue ratificada en el Protocolo de Kioto, donde
se sugirió precisamente la introducción de incentivos fiscales, exenciones y subsidios, para
combatir las emisiones atmosféricas contaminantes.
Figura 1.7: El sistema de depósitos reembolsables se ha utilizado mucho en el retorno de envases, aunque en este
campo tiende a sustituirse por la aplicación de envases no retornables.
En algunos países del norte de Europa este instrumento se ha venido aplicando para evitar el
abandono de los coches en las calles, de modo que los compradores de coches nuevos, al
adquirir un nuevo vehículo, pagan una cantidad que les es abonada a las personas que depositan
la carrocería de su vehículo viejo en puntos especiales de recogida o desguace
Figura 1.8: El sistema de depósitos reembolsables incentiva el no abandono de las carrocerías de vehículos
desechados.
emisiones para reducir el nivel global de contaminación, mientras que si se trata de una
nueva empresa, deberá negociar con las restantes para poder establecerse.
Los depósitos de emisión o los bancos de polución: permiten a un contaminador, si
reduce las emisiones por debajo de los niveles que fija la Administración, depositar estas
reducciones, o un a p arte de ellas, en una cámara de compensación. Estos depósitos
actuarían como créditos, de modo que el titular puede transferirlos a otros agentes o
utilizarlos en un futuro.
Figura 1.9: El sistema de "las burbujas" consiste en considerar la zona comprendida en una burbuja imaginaria dentro
de la cual sólo se admite un límite de sustancias contaminantes.
Estas regulaciones englobarían los casos en los que la Administración obliga a las empresas a
utilizar ciertas técnicas o equipos anticontaminantes (filtros en chimeneas para retener las
partículas del humo emitido, prohibir a partir de cierta fecha la fabricación de automóviles que
admitan la gasolina con plomo,...).
Pueden ser de dos tipos según su carácter:
De carácter preventivo: encontramos aquí varios tipos de regulaciones:
Reglamentaciones que establezcan una clasificación de las actividades o industrias
según su riesgo o seguridad, estableciendo una serie de autorizaciones para su
apertura. Esta clasificación tiene como finalidad evitar que las instalaciones,
Los estándares de calidad ambiental establecen los límites aceptables para las actividades
contaminantes. Pueden clasificarse en:
Estándares de inmisión: se basan en indicadores que delimitan los niveles de
contaminación tolerables. Fijan los límites máximos tolerables de presencia en un medio
de cada contaminante (bien en forma aislada o asociado con otros contaminantes).
Estándares de emisión: se basan en cantidades de contaminación permitidas; dando
lugar a regulaciones por tipo de industria, zonas, épocas del año y contaminantes. Fijan
los límites o niveles máximos de cada contaminante que puede emitir o verter un foco
contaminador.
Figura 1.10: La ordenación de zonas intenta solventar los perjuicios que ocasiona la contaminación al bienestar. Estos
perjuicios son función de las características del lugar (capacidad de absorción del medio o proximidad entre los
contaminadores y los perjudicados).
Figura 1.11: La educación medioambiental desde la infancia se ha demostrado más efectiva que las campañas
informativas.
La disuasión moral implica un cumplimiento voluntario de una serie de normas por parte del
contaminador. Esta técnica no siempre funciona, ya que lo que se ofrece es una satisfacción
moral por haber actuado correctamente, lo cual tiene una difícil traducción económica para el
empresario.
En principio, es más efectiva una educación ambiental desde la infancia que las campañas
informativas sobre temas puntuales, sin embargo, estas últimas se muestran interesantes en tres
supuestos:
En casos en los que surge una emergencia imprevista, ya que suele ser la única opción
viable. Un ejemplo sería la colaboración ciudadana ante catástrofes como inundaciones o
incendios.
En casos en los que el control o vigilancia resulta prácticamente imposible o
desproporcionada, como puede ser el recoger de la vía pública las heces de los animales
domésticos, o no tirar las colillas encendidas en el bosque, etc.
Cuando por falta de recursos se quieren conseguir voluntarios para protección ambiental,
como son los casos de limpieza del bosque por parte de escolares, particulares o
asociaciones.
Figura 1.12: La acción de persuasión moral que implican las campañas informativas resulta muy útil en caso de
catástrofes naturales.
Aunque se hayan presentado por separado los instrumentos económicos, los controles directos
y la formación y persuasión moral, lo habitual es que los tres mecanismos convivan y se
complementen. Esta solución es la que se conoce como sistema híbrido o mixto
Con el fin de seleccionar y evaluar los diferentes instrumentos como los más idóneos para una
situación de contaminación concreta, se puede considerar:
La eficacia: capacidad de una herramienta para lograr el objetivo u objetivos
medioambientales previamente supuestos.
La eficiencia económica: si permite conseguir los objetivos medioambientales fijados a
un costo mínimo para el conjunto de la sociedad.
La aceptabilidad: es importante que el instrumento sea aceptado por los grupos
afectados por su aplicación. Para aumentar el grado de aceptabilidad, se pueden utilizar
campañas informativas y establecer canales de consulta o de comunicación con los
colectivos afectados o interesados por esas medidas.
La conformidad con el principio "quien contamina, paga": los responsables de los
deterioros medioambientales tendrán "la obligación de reparar el daño causado".
La capacidad para incentivar el desarrollo tecnológico y su aplicación: dicha
capacidad se traduce en la aplicación de la mejor tecnología disponible para evitar o
reducir la contaminación.
Los costos administrativos y de cumplimiento: interesa que los costos que implican
los mecanismos utilizados sean bajos, de modo que los instrumentos no generen
pérdidas, sino ingresos para la Administración.
La valoración económica del medio ambiente pretende reflejar en dinero los beneficios y costos
medioambientales. En apartados anteriores se han visto algunas de las formas de "internalizar
las externalidades"; sin embargo, para hacerlo, se necesita poder asignar un precio a cada
componente del medio ambiente. A la disciplina que intenta valorar los efectos ambientales de
la actividad económica (es decir, las externalidades) se la conoce como Economía de los
Recursos Naturales.
Aparte de la estimación del valor económico total de un ecosistema, la valoración también
permite comparar los costos y beneficios de múltiples decisiones. Así, por ejemplo, las técnicas
de valoración permiten comparar los beneficios provenientes de la generación de empleo e
ingresos de una planta procesadora de café y los costos generados por concepto de
contaminación de aguas; o por ejemplo, los beneficios obtenidos mediante la recreación en una
zona natural y los costos relacionados con el deterioro que esa zona puede sufrir por su uso
indiscriminado.
Figura 1.13: La valoración económica intenta interpretar monetariamente los beneficios y costos ambientales.
Con la valoración de los recursos naturales y el medio ambiente, se pueden hacer comparaciones
entre costos y beneficios de los diferentes usos alternativos que se le den a los recursos, o de
las externalidades que se generan en los procesos de producción o consumo. Este paso es
fundamental para la aplicación de instrumentos que pretendan la internalización de las
externalidades. Aún en los casos en que se apliquen estas técnicas de valoración, existen daños
irreversibles que no se podrán reponer. En este sentido, es importante la definición de estándares
físicos que condicionen cualquier decisión, independientemente de cualquier resultado de la
valoración económica.
Uno de los principales problemas por los cuales el óptimo privado no coincide con el óptimo
social, es el hecho de que con mucha frecuencia no se conoce el valor total de los daños
causados (externalidades), así como tampoco el valor total de los activos naturales, que debe
incluir no sólo el valor de uso directo (frecuentemente valorado a precios de mercado), sino
también otros tipo de valores (uso indirecto y de no uso).
Para que una empresa maximice sus beneficios, deberá encontrar cuál es la combinación óptima
entre el precio y la cantidad de producto a generar. Este punto será el óptimo privado, es decir
la relación "precio-producción" óptima para la empresa (el volumen de producción de equilibrio).
El problema es que este punto no coincide con el óptimo social, es decir, con el punto que haría
que la sociedad tenga suficiente producto, a buen precio y con un nivel bajo de contaminación
(de externalidad).
La curva C de la figura 1.14 representa la curva de costo marginal de reducir la
contaminación, que es creciente a medida que las emisiones disminuyen desde Eº -emisiones
actuales- hasta cero o una cantidad próxima a cero (si la opción es técnicamente posible-, ya
que cada reducción adicional es más costosa que la anterior.
Los métodos de valoración económica pretenden averiguar qué equivalencia monetaria tienen
los bienes ambientales. Todas las valoraciones se basan en dos conceptos fundamentales: la
"disposición a pagar" y la "disposición a recibir una compensación".
La "disposición a pagar" de un individuo se define como la cantidad máxima de dinero
que éste estaría dispuesto a pagar por un bien ambiental o por tener la garantía de que
un proyecto de mejora ambiental se va a realizar. De hecho, consiste en preguntarse
¿Qué cantidad de dinero se pagaría por un bosque, por aquel tramo de río o por 10 m3
de aire no contaminado? La cantidad pagada se denomina de esta manera "variación
compensatoria".
La "disposición a recibir una compensación" sería la cantidad que demandaría el
individuo por aceptar de forma voluntaria no disfrutar de un bien ambiental o por no
realizarse un proyecto de mejora ambiental. La cantidad aceptada se denomina
"variación equivalente".
En la tabla 1.1 se muestra una clasificación de los métodos de valoración económica del medio
ambiente.
MÉTODO
Ordenación contingente
Con datos supuestos
Actividad contingente
Consiste en realizar encuestas para conocer la voluntad de los consumidores sobre la valoración
de un determinado bien público, suponiendo que éstos están informados sobre la cantidad y el
precio de este bien.
Consistiría en hacer un tratamiento estadístico de las respuestas a una batería de
preguntas: ¿Cuánto pagaría usted por este servicio? ¿Qué cantidad de dinero pediría por dejar
de utilizar este bien?.
Se tienen:
Valoración contingente o método de encuestas
Juegos de licitación
Referéndum contingente
Juegos de licitación
También se utiliza aquí un sistema de encuestas en las que el entrevistador actúa como licitador,
ofreciendo un abanico de precios por un bien (como si fuese una subasta). El encuestado opina
sobre las diversas propuestas de valoración que le ofrece el licitador.
Referéndum contingente
Consiste en plantear a la población preguntas del tipo ¿Aceptaría esto o no?, de modo que se
puedan contabilizar la cantidad de respuestas positivas y negativas. El número obtenido nos
daría una estimación de la probabilidad de que el individuo diga que sí o que no. Este referéndum
se puede complementar con preguntas que proporcionen información sobre aquellas
características de los encuestados que pueden haber influido en su respuesta (nivel cultural,
edad, nivel económico, etc.).
Se tienen:
Costos evitados o inducidos
Método de los precios hedónicos
Costo de viaje o costo de desplazamiento
Se tienen:
Ordenación contingente
Actividad contingente
Ordenación contingente
Este método intenta calcular los ratios de sustitución entre diferentes atributos mediante una
serie de encuestas o preguntas. Los entrevistados deben ordenar según sus preferencias una
serie de situaciones alternativas, de modo que se obtiene un conjunto de datos tratables
estadísticamente.
Actividad contingente
Consiste en estimar la valoración que otorgan las personas a los cambios en el bienestar que les
produce la modificación en la oferta de un bien o servicio ambiental usando mercados hipotéticos.
En este caso lo que se pregunta a los encuestados es cuál sería su comportamiento ante
cambios de un determinado atributo ambiental, de modo que se pueda averiguar cómo varía el
comportamiento de la población ante diferentes cambios.
9 Lo que se deja de ganar por desarrollar una actividad y no otra. Por ejemplo, el espacio se podría dedicar a explotación ganadera, petrolífera o de atracción turística de masas
Figura 1.15: Relación entre el costo marginal de descontaminación y la producción de CO2 para varias tecnologías de
producción de electricidad.
Tal y como se ilustra en la figura 1.16, si la administración impone algún tipo de regulación que
afecte la producción de CO2 -obsérvese que un nivel de descontaminación 0 sería inasumible,
ya que se dejaría de producir electricidad- igual en las tres empresas, el total de contaminación
tolerado sería de tres veces OS.
Las plantas se ahorran en descontaminación el equivalente a las áreas DASO, DBSO y DCSO,
respectivamente, partiendo de un nivel cero de descontaminación. De esta manera, adquieren
un derecho implícito a contaminar (gratuitamente) en esa cuantía.
Operar más allá del standard OS para cada una de las empresas
en particular daría lugar a sanciones pecuniarias y/o penales.
Imaginemos ahora que en vez de utilizar una norma o regulación común para las tres centrales,
se emplea un impuesto para alcanzar ese mismo objetivo. Es decir, ahora las empresas ya no
contaminan gratis hasta el límite tolerado OS sino que pagan un impuesto sobre las emisiones
de CO2 desde la primera unidad producida.
Tomando siempre como referencia la situación del límite impuesto por la norma, a la Central 1 le
sale más barato pagar el impuesto que descontaminar, por lo que le convendrá producir más
emisiones de CO2 que antes hasta que iguale el costo descontaminación con el del impuesto
(nivel de emisiones OH). Más allá, resulta más caro abonar el impuesto que descontaminar.
Por lo que respecta a la Central 3, le resulta más barato descontaminar que pagar el impuesto.
En consecuencia, deberá reducir sus emisiones a un nivel OG. La Central 2 no cambia,
contamina ahora lo mismo que en la situación del límite regulatorio (figura 1.17).
Desde el punto de vista de la globalidad, la Central 1 ahora contamina más, pero dicho aumento
se compensa por el descenso en la contaminación de la Central 3. Por otro lado, al contaminar
más y pagar el impuesto, se ahorra mayores costos de descontaminación. En efecto, bajo la
imposición regulatoria, a nivel de contaminación cero, se ahorraba el área DASO, mientras que
con la carga impositiva se ahorra la DFHO.
Análogamente, la central 3 contamina menos. Con la imposición regulatoria, se ahorraba el área
DCSO, que hubiera debido pagar con nivel cero de contaminación. Con el impuesto, se ahorra
menos, pues paga más en costos de descontaminación, concretamente el área adicional ECSG
y sólo se ahorra el área DEGO (a referencia de nivel de contaminación cero).
1.12.1.1. Conclusión
Las empresas prefieren pagar el impuesto mientras sea más barato que descontaminar.
Tal y como se ha visto, desde el punto de vista empresarial y de la sociedad, el sistema impositivo
es la mejor de las opciones comparada con el sistema regulatorio, ya que consigue el mismo
objetivo a un menor costo.
No obstante, hay que hacer notar que buena parte del ahorro de costos va a parar a la sociedad
y al Estado en forma de impuestos, con lo que las empresas a menudo prefieren el límite
regulatorio.
Finalmente, mencionar que son raras las ocasiones en que la administración impone un límite
regulatorio común, sino que suele hacer excepciones según el tipo de empresas (Martínez,
1998).