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Pablo Dávalos A.
1. El “Estado obeso”
De todas las mentiras y manipulaciones del discurso neoliberal, quizá una de las que
más han calado en la opinión pública es aquella que insiste en que hay “demasiado
Estado”, y que eso se expresa por el excesivo gasto corriente y, sobre todo, aquel en
sueldos y salarios. Es tan fuerte esta grosera manipulación que ha logrado una especie
de consenso en la necesidad absoluta de disminuir el gasto corriente, como primer paso
para disminuir, en una no muy afortunada metáfora y preferida por los neoliberales, “la
grasa del Estado”. Se aplaude toda medida que recorta el gasto público, en especial
aquellas que dejan sin trabajo a funcionarios públicos, aunque luego se reclame al
Estado mayor atención en salud, educación, inversión social, seguridad y obra pública,
y todos terminen quejándose del incremento del desempleo y del subempleo. Sin
embargo, ¿es cierto que hay demasiado Estado? ¿Se puede “medir” al gasto del Estado?
¿Se debe recortar el gasto del Estado para así sanear las finanzas públicas? Ahora bien,
la verdad es que no existe ningún “gasto excesivo del Estado”, por una sencilla razón: la
Constitución de 2008 no lo permite. En efecto, en el Artículo 286 de la Constitución
existe algo que se denomina “regla macrofiscal” y que expresa lo siguiente: “Los egresos
permanentes se financiarán con ingresos permanentes. Los egresos permanentes para
salud, educación y justicia serán prioritarios y, de manera excepcional, podrán ser
financiados con ingresos no permanentes”. Esto significa que es el volumen de ingresos
corrientes (básicamente impuestos) lo que financia el gasto corriente (básicamente
sueldos y salarios). El gasto corriente no puede ser mayor al ingreso corriente. Y el
ingreso corriente se sustenta en los impuestos que pagamos todos. Si el gasto corriente
disminuye, por despidos en el sector público, eso no altera para nada “el tamaño del
Estado”, porque ese tamaño está definido ex ante por la relación entre ingreso y gasto
público de acuerdo a la regla macrofiscal. Es decir, no hay, y no puede haber, gasto
público sin su correlato equivalente de ingreso público. Si se despiden funcionarios
públicos, se contrae la demanda agregada interna con efectos recesivos para toda la
economía, se generan costos de transacción a los usuarios de los sistemas públicos, se
producen asimetrías de información en los servicios públicos, se deteriora la calidad
del servicio público generando externalidades negativas a toda la sociedad, pero esos
despidos no alteran un milímetro el tamaño del Estado y tampoco generan ningún
ahorro público. Además, cuatro de cada cinco empleos públicos están en el sector social
y en la seguridad pública. En consecuencia, insistir en el excesivo tamaño del Estado, es
una grosera mentira y, para los directamente involucrados en los despidos, es una cruel
manipulación. Si el ingreso corriente crece producto de una mejor recaudación
tributaria, crece también, aunque en menor proporción, el gasto corriente. Si disminuye
por la crisis, también lo hace el gasto corriente aunque es necesario precisar no
necesariamente en la parte de sueldos y salarios. Justamente para eso está la regla
macrofiscal, para regular el tamaño del Estado de acuerdo al movimiento de la
economía. En conclusión: no hay, y no puede haber, un gasto excesivo del Estado. El
Estado no tiene “grasa”. No necesita adelgazarse. Los neoliberales, y sus corifeos,
mienten, manipulan y muchos de ellos repiten como tópico la necesidad de disminuir
el gasto corriente del Estado, y lo hacen sea por razones ideológicas o por ignorancia.