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Escuela Técnica de Jardinería Lengua y Literatura 2°A

Cristóbal María Hicken

Cuadernillo de Lengua y Literatura


Curso 2°A

Turno mañana
Profesora María Virginia Gallo

Índice

Puntuación……………………………………………….…………………………………………………………………………..……….Pág. 2
Clases de palabras………………………………………………………………………………………………………………………….Pág. 4
Acentuación…………………………………………………………………………...………………………………………………….….Pág. 5
Narrativa cuento……………………………………....…………………………………………………………………………….…….Pág. 7
Pronombres……………………………………………………………………………………………..………………………………..….Pág. 8
Coherencia y cohesión……………………………….…………..…………………………………………………………….……..Pág. 10
Género periodístico: noticia (texto informativo)………………………………………………………………….………Pág. 12
Texto expositivo…..…………………………………………………………………………………………………….……………….Pág. 14
El mapa conceptual………………………………………………………………………………………………………….………….Pág. 18
Historieta………………………………….………………………………………………………………………………………..……….Pág. 22
Nota de opinión ………………………………………………………………………………………………………………………….Pág. 25
Argumentación…………………………………………………………………………………………………………………………….Pág. 29
Poesía………….……………………………………………………………………………………………………………………..……….Pág. 31
Poesía. Caligramas………….…………………………………………………………………………………………………..……….Pág. 32
Novela………….…………………………………………………………………………………………………………………….……….Pág. 33
Anexo. Antología de cuentos………………………………………………..………………………………...………….……….Pág. 34
Anexo. Antología de poemas………………………………………………..………………………………...………….……….Pág. 65

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Puntuación

*Los signos mal colocados pueden:

 Crear dudas sobre el sentido de la frase:

Alberto nos contó que irá a ver Mars Attacks! con Irma, Mario, Liliana ya fueron y les ha gustado

 Hacernos decir disparates:

Los críticos literarios, que saben de lo que hablan, pueden enriquecer el trabajo escrito.

 Provocar una pelea con el cadete a la hora del almuerzo:

Por favor andá a comprar, saláme.

¿Cómo detectar el error? Comiencen por leer en voz alta sus textos. Al hacerlo, respeten rigurosamente los signos
de puntuación. Lo que habían querido expresar las expresiones anteriores eran otra cosa:

Alberto nos contó que irá a ver Mars Attacks! con Irma. Mario, Liliana ya fueron y les ha gustado.

Los críticos literarios que saben de lo que hablan pueden enriquecer el trabajo escrito.

Por favor, andá a comprar saláme.

A continuación realicen las siguientes consignas:

• Preparen una lista con varias cosas que los rodeen en este momento.
• A cada elemento de la serie aplíquenle las siguientes preguntas: ¿Qué hace que este objeto sea
diferente a otro de su misma clase? ¿Qué historia personal guarda? ¿Qué me diría si pudiera hablar?
¿A qué se parece?
• Escriban un texto sobre las reflexiones que hicieron y luego empezarán a reflexionar sobre la
puntuación.

Lean el texto en voz alta y grábense en el celular o en el programa Audacity de las netbooks. Una vez que lo
grabaron sigan las siguientes instrucciones:

Reproduzcan los grabado. Escuchen sus pausas cortas, sus pausas largas. Presenten oído a la entonación.

Vuelvan a reproducir lo grabado, pero siguiendo la audición con el texto. Verán que en la voz de ustedes hay
pausas lógicas que no están puestas en el papel.

Detengan la reproducción en cada una de esas pausas y escríbanlas en su texto. Usen comas o puntos, o los
signos que correspondan.

Pidan a un compañero que les lea la nueva versión y verán que se parece mucho a lo que grabaron.

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Uso de puntos los suspensivos, los dos puntos y las comillas


Explicar el uso de los signos de puntuación resaltados en los textos, completando los espacios en blanco de las oraciones
que siguen a continuación.

1. «En el origen», de Mario Halley Mora


El fruto que había arrancado tenía sabroso aspecto, pero la cáscara era dura. Entonces, en la mente elemental surgió
una idea: podía golpear el fruto con una piedra y romper la envoltura. Así lo hizo con éxito, e inventó de esta manera la
primera herramienta: el martillo. Contento, fue a buscar otro fruto. Lo halló y al repetir la operación se aplastó el dedo.
Entonces, inventó la primera palabrota.

2. «Mensaje», de Thomas Bailey Aldrich


Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto.
Golpean a la puerta.
3. «Llamada», de Fredric Brown
El último hombre sobre la Tierra está sentado a solas en una habitación. Llaman a la puerta…

4. «La bella y la bestia», de Armando Alanís


Con ternura, con delicadeza, la tomó entre el pulgar y el índice y la levantó hasta el nivel de sus ojos para contemplarla
de cerca. Demasiado tarde se dio cuenta de que no había sabido medir sus fuerzas: la había despanzurrado.
5. «Ángel de luz», de Agustín Monsreal

“Mamá está en mi cuarto”, le dije a mi hermana. “Dice que quiere hablar contigo, que vayas”.
Mi hermana me miró con lástima, aunque también con reproche.
“No puede ser”, me contestó. “Mamá está muerta”.
“Ya lo sé, pero está ahí. Ven a ver”.
“Bueno, está bien. Vamos”.
Y atravesamos la pared agarrados de la mano.

6. «La estatua», Plutarco, Tratado De Isis y Osiris, 9


La estatua de la diosa, en Saís, tenía esta inscripción enigmática: «Soy todo lo que ha sido, todo lo que es, todo lo que
será, y ningún mortal (hasta ahora) ha alzado mi velo».
En Borges, Jorge Luis y Adolfo Bioy Casares (recop.) Cuentos breves y extraordinarios

7. «El hombre que pedía demasiado», de Alejandro Dolina


Satanás: ¿Qué pides a cambio de tu alma?
Hombre: Exijo riquezas, posesiones, honores, distinciones… Y también juventud, poder, fuerza, salud… Exijo
sabiduría, genio, prudencia… Y también renombre, fama, gloria y buena suerte… Y amores, placeres, sensaciones… ¿Me
darás todo eso?
Satanás: No te daré nada.
Hombre: Entonces no tendrás mi alma.
Satanás: Tu alma ya es mía. (Desaparece).

8. «La raza inextinguible», de Silvina Ocampo (fragmento)


En aquella ciudad todo era perfecto y pequeño: las casas, los muebles, los útiles de trabajo, las tiendas, los jardines.
Traté de averiguar qué raza tan evolucionada de pigmeos la habitaban. […]
9. «El dibujo del tapiz», de Arthur Machen (fragmento).

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Recordé el cuento de Henry James, “El dibujo del tapiz”: la historia de un hombre de letras que ha
publicado muchas novelas y que oye con alguna perplejidad que uno de sus lectores no había notado que todas eran
variaciones de un mismo tema y que un solo dibujo las recorría, como el dibujo de un tapiz oriental. […]
En Borges, Jorge Luis y Bioy Casares, Adolfo (recop.) Cuentos breves y extraordinarios

o En el texto número _____, _________________ se usan para citar el título de un cuento.


o En el texto número _____, _________________ se usan para crear suspenso.
o En el texto número _____, _________________ se usan para desarrollar una idea dicha previamente.
o En el texto número _____, _________________ se usan para introducir la causa de lo dicho previamente.
o En el texto número _____, _________________ se usan para introducir la consecuencia de lo dicho previamente.
o En el texto número _____, _________________ se usan para introducir las palabras textuales de los personajes.
o En el texto número _____, _________________ se usan para introducir una enumeración.
o En el texto número _____, _________________ se usan para sugerir que una enumeración podría continuar.
o En el texto número _____, _________________ y _________________ se usan para introducir una cita textual.

Clases de palabras

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Acentuación
Acento prosódico: La mayor fuerza con la que se pronuncia una sílaba de cada palabra.
Acento ortográfico o tilde: Rayita que indica la vocal más fuerte de la palabra.
Sílaba acentuada Anterior a la Antepenúltima Penúltima Última
antepenúltima sílaba sílaba sílaba
sílaba

Clases Sobresdrújulas Esdrújulas Graves Agudas

Llevan tilde Siempre Siempre Si terminan en Si terminan en -


consonante que n, -s, o vocal.
no sea -n, -s.
En -s precedida
de consonante.

Ejemplos Dígamelo límite lápiz, indócil; delfín,


bíceps, fórceps compás,
ají

Reglas de acentuación de monosílabos


Existen algunos monosílabos que tienen la misma forma, pero su función y significado son distintos. En ese caso se usa la
tilde para diferenciar una forma de la otra. La tilde que cumple esta función se llama diacrítica.

Lleva tilde… Para diferenciarse de…

* Él no me quiere… Forma de pronombre personal de * El: artículo masculino, singular… El mar.


3ª persona del singular.

* Dé una respuesta rápida… Forma del verbo dar en * De: preposición… Cielo de primavera.
imperativo (en el tratamiento formal, correspondiente
a usted).

* Más linda… Adverbio de cantidad. * Mas: conjunción (en desuso) que significa “pero”…
Se lo ordené, mas no me dio atención.

* De mí nadie se ríe… Pronombre personal de 1ª * Mi: adjetivo posesivo… Mi corazón.


persona del singular.

* No sé las respuestas. Sé bueno y ayudame a * Se: pronombre personal… Ella se preocupó.


buscarlas… La 1ª persona del singular del presente
de indicativo del verbo saber y la 2ª persona del
singular del imperativo del verbo ser.

* Contestó que sí, asombrado de sí mismo… * Si: conjunción condicional… Si llueve, no iremos.
Adverbio de afirmación y pronombre reflexivo de 3ª
persona.

* Tomo el té en las nuevas tazas… Sustantivo que * Te: pronombre personal de 2ª persona del singular…
designa la infusión. Te escribí una carta.

* Tú irás a su casa… Pronombre personal de 2ª * Tu: adjetivo posesivo… Encontré tu cuaderno.


persona del singular.
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* Le sale aun sin esforzarse… Adverbio; significa * Aún: adverbio; significa “todavía”… Aún no lo
“siquiera, hasta, inclusive”. conozco.
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Ejercicio
Lea y escuche atentamente esta canción interpretada por la Bruja Salguero, cantante folklórica argentina. Luego
analice los acentos:

Chacarera popular

Debajo de unos arbóles


cantaban unos pajáros
lunes, martes y miercóles
jueves, viernes y sabádos.

Una vez que te quisí


y tu máma lo supió
fue porque yo le dijí
que te casabas con yo.

Yo no andoi porque te quiera


no andoi porque me quierás
yo ando por andar de vicio
yo andoi por andar nomás.

Estribillo
Traigo charqui de mi pago
traigo arrope de chañar
traigo patay de La Rioja
remedio pa´ todo mal.

Cuando llega el carnaval


no almuerzo ni como nada
me mantengo con las coplas
y duermo con las vidalas.

Y si salgo a andar la siesta


con su recuerdo cantando
yo no soy más que apariencia
sombra que anda caminando.

Alojita de algarrobo
molidita en el mortero
se me sube a la cabeza
como si fuera sombrero.

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Narrativa. Cuento

Autor y narrador

En toda narración literaria el narrador es quien transmite los hechos. El narrador es la voz ficcional a través
de la cual conocemos la historia. No debe confundírselo con el autor, que es la persona física, real, que
escribe el texto.

Existen cuatro tipos básicos de narrador, según el punto de vista:

Narrador que participa de la historia:


- Narrador protagonista: es el personaje principal quien narra lo que a él mismo le sucede. Utiliza la
primera persona gramatical para referirse a sí mismo y la tercera persona para referirse a otros.
- Narrador testigo: se narra desde la voz de un personaje que pudo haber presenciado los hechos
o al cual se los contaron, pero no es el protagonista. Por lo tanto, puede utilizar la primera
persona, pero sobre todo utiliza la tercera persona gramatical.

Narrador que no participa de la historia:


-Narrador omnisciente: no participa de los acontecimientos, no es un personaje del relato, por lo
cual solo emplea la tercera persona gramatical. Conoce todo lo que ocurre, incluso los
pensamientos y sentimientos de los personajes.
-Narrador no omnisciente: al igual que el narrado omnisciente, no participa de los acontecimientos
y utliza la tercera persona gramatical, pero solo narra lo que ve, como un observador, sin acceso a
los pensamientos y sentimientos de los personajes.

AYUDA MEMORIA
Personas gramaticales (Pronombres personales):
Singular:
Primera - Yo
Segunda - Tú/ Vos
Tercera - Él/ Ella

Plural:
Primera - Nosotros
Segunda - Vosotros / Ustedes
Tercera - Ellos/ Ellas

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Pronombres

Palabras cuya interpretación depende de circunstancias relacionadas con el contexto en que se emite el
enunciado. Este contexto dentro del cual se interpretan puede ser tanto la situación comunicativa como el
hilo del discurso.

PERSONALES POSESIVOS DEMOSTRATIVOS INDEFINIDOS

Yo Mío/ Mis/ Mi Este Alguien


Sg. Tú Tuyo/ Tu Aquella Nada
Él/ Ella Suyo/ Su Ese Cualquiera
Nosotros/as Nuestro/ a
Pl. Vosotros/as Vuestro/a
Ellos/ Ellas Suyos/ Sus

*Funcionan como Objeto Directo/ Objeto Indirecto


Me
Te
Lo/ la/le/ se
Nos
Vos
Los/ las/ les/ se

Pueden remitir a algún elemento presente en la enunciación o a una palabra exterior del texto

ENCLÍTICOS
Se le unen al verbo precedente para formar una sola palabra.

Por ejemplo: Lo estuvo escribiendo Estuvo escribiéndolo

RELATIVOS INTERROGATIVOS EXCLAMATIVOS


(Átonos)

Que Qué Qué


Cual/ es Cuál/ es Quién
Quien/ es Quién/ es Cuánto
Cuyo/ a (s) Cuánto/a Cómo
Cuanto/ Cuanta (s) Cómo
Como Cuándo
Cuando Dónde
Donde
*Se refieren a un referente *Se utilizan para realizar preguntas *Se utilizan para expresar emociones
anterior o antecedente sentimientos o reacciones

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Ejercicios
1. Reescribir la siguiente crónica periodística cambiando los pronombres incorrectos y agregar un final inventado.
NOCHE DE PERROS Christian Zabza

Nadie sabe qué lo ocurrió a Juan Paredes, De pronto, un viento helado la rozó el rostro. Paredes
coleccionista y director del Museo de muñecos a se estremeció, pero siguió andando en medio de un
cuerda, cuando ayer, alrededor de las ocho de la silencio total. Entonces, otra grito igual al primero
noche, donde abandonaba el museo, oyó un grito resonó arriba, y la luz le apagó. El director llegó a
desgarrador. tientas a las escaleras y subió. Pero alguien
Según cuenta el afectado, el grito parecía provenir del indeterminado le golpeó en la cabeza y se desmayó.
sótano, cuando había juguetes viejos, cajas Lo primero que dijo donde la encontraron fue: “Dios
abandonadas y otras objetos sin valor. Muerto de tuyo, ese pesadilla no puede ser verdad”.
miedo, el señor Paredes se dirigió sigilosamente hacia
las escaleras que conducen a dicho lugar. La luz
estaba apagada. Lo encendió y comenzó a bajar.

2. MOLÉCULAS
Una acción es algo que alguien hace, como por ejemplo, comer, jugar, molestar, etc. Si analizáramos una acción en
detalle, comprobaríamos que está compuesta de otras acciones, y estas a su vez de otras, y así sucesivamente, hasta
llegar a acciones mínimas, indivisibles como moléculas. Por ejemplo, cantar una canción consiste en por los menos
las siguientes acciones: llevarse el micrófono cerca de la boca, recordar la canción y cantarla.
Elija una de las siguientes acciones y escriba qué acciones la componen en el orden que se realizan:
a. Molestar en clase
b. Ver un partido del mundial
c. Salir del aula al recreo

3. Subrayen los pronombres personales que aparecen en las siguientes oraciones. Escriban un nombre propio que
pueda reemplazar a esos pronombres en los ejemplos en que sea posible.
a) Él le dio la entrada a ella pero nosotros te habíamos dado una entrada a vos.
b) Ellos nos contaron la buena noticia esta mañana.
c) Ella quiere trabajar con vos y conmigo.
d) Yo no tengo por qué ponerme ese sombrero espantoso.

4. Completen las siguientes oraciones con los pronombres personales correspondientes.

a) _________ y ___________ nos conocimos en el colegio pero a __________ y a _________ ___nos__ presentaron
en el club.
b) _________ tenemos que contar _________ la verdad a ellos.
c) Juan ______ pidió a sus amigos que _____ llevaran a su casa.
d) María ______ dio la dirección de su casa.

5. Subrayar expresiones repetidas. Luego rescribir reemplazando algunas de esas expresiones por pronombres.
(Pueden omitir el sujeto de algunas expresiones para que el texto sea más claro).
Mi primo y yo queríamos ir al cine a ver una película de acción. Martín nos había recomendado una película que Martín había
visto el fin de semana anterior. Mi primo y yo averiguamos el horario de la película y anotamos el horario en un papelito. Mi
primo salió de su casa temprano y mi primo me pasó a buscar a las seis. Cuando tomamos el colectivo, mi primo y yo nos dimos
cuenta de que habíamos perdido el papelito con el horario de la película.
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Coherencia y cohesión
Un texto no es sólo un conjunto de oraciones porque para escribirlo debemos usar algunos
procedimientos que ayudan a que las oraciones queden bien enlazadas o cohesionadas. La cohesión es la
relación de dependencia entre dos elementos de un texto que pertenecen a distintas oraciones. Si un
texto está bien cohesionado tiene conectadas las oraciones que lo componen sin repeticiones
innecesarias.
Observe a continuación un texto cohesionado y otro que no lo está:
 Las noticias que más atrapan a la opinión pública son el cierre de un hospital regional en Santiago del Estero,
el encarcelamiento de un ladrón de obras de arte y la llegada del presidente Barak Obama a la Argentina.
Éstas son tres noticias de actualidad
X Las noticias que más atrapan a la opinión pública son el cierre de un hospital regional en Santiago del Estero,
el encarcelamiento de un ladrón de obras de arte y la llegada del presidente Barak Obama a la Argentina. La
noticia del hospital, el encarcelamiento del ladrón y la llegada del presidente son tres noticias de actualidad.

La cohesión de un texto se construye a partir de una serie de operaciones. Las más importantes son: la
referencia, la sustitución y la elipsis.

1. Referencia: Es la relación que se establece entre un elemento que no tiene significado y otro que se
lo proporciona. Se suelen utilizar los siguientes pronombres para reemplazar sustantivos: éste, ése o
aquél, lo, el/ la cual, que, mío, tuyo, él/ ella, etc. Por ejemplo:

Fito Páez sería el encargado de dar un concierto para el festejo de los diez años de la revista. Él se dio cita
en el lugar para la prueba de sonido alrededor de las 16:00 hs.

2. Sustitución: Es otro recurso que reemplaza una palabra por otra mediante el uso de:

a. Sinónimos: Términos con significado equivalente. Por ejemplo: Un niño de tres años, en primer grado/ Un
chico de tres años, en primer grado.
b. Hiperónimos: Término general que puede ser utilizado para referirse a la realidad nombrada por un
término más específico. Por ejemplo: el rosarino es el hiperónimo de Fito Páez. Otro ejemplo es ser
vivo que es hiperónimo para los términos plantas y animales (hipónimos).
c. Hipónimos: Palabras que poseen todos los rasgos de significado de otra más general -su hiperónimo-
pero que en su definición añade otras características semánticas que la diferencian de ésta (del
hiperónimo). Por ejemplo, los hipónimos de día son: lunes, martes, miércoles, etcétera. Es decir, es una
palabra que posee todos los rasgos semánticos y añaden otras características para diferenciarlas de
esta.
3. Elipsis: Omite aquellas palabras que el lector puede reponer por el contexto. Por ejemplo:

El conocer un segundo idioma altera en sentido positivo la estructura del cerebro […]. En particular
[Elipsis: conocer un segundo idioma] mejora la llamada plasticidad cerebral.
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Ejercicios
1. Reescriban el siguiente texto sustituyendo las palabras subrayadas por las presentadas a continuación:
En una isla griega – artista – cuadros – él – vivió

El greco es un gran pintor de finales del Renacimiento. Sus obras tienen un estilo muy personal. Hasta los
26 años vivió en Creta; luego residió diez años en Italia, en la ciudad de Venecia. En esta época, el Greco se
consagró como un gran artista.

2. Escriban tres hipónimos para cada uno de los siguientes hiperónimos: color, sentimiento, capricho.
3. Respondan ¿Cuál de los siguientes términos no es sinónimo de alguno de los otros?

diccionario – enciclopedia – compendio – antología

4. El procesador de textos Microsoft Word brinda sinónimos de ciertas palabras. Por ejemplo, para la palabra técnica
ofrece como sinónimos: pericia, habilidad, mañana, industria, arte, práctica, destreza, modo. ¿En qué contexto
técnica e industria funcionan como sinónimos? ¿En cuál, técnica y arte? Escriban oraciones como ejemplo.
5. En la carpeta, reescriban el siguiente texto cambiando todas las expresiones destacadas por sinónimos:

Había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires y estaba muy contento porque era un hombre
sano y trabajador. Pero un día se enfermó y los médicos le dijeron que solamente yéndose al campo
podría curarse. Él no quería ir porque tenía hermanos chicos a quienes daba de comer, y se
enfermaba cada día más. Hasta que un amigo suyo, que era director del zoológico, le dijo un día:
–Usted es amigo mío, y es un hombre bueno y trabajador. Por eso quiero que se vaya a vivir
al monte, a hacer mucho ejercicio al aire libre para curarse.

Quiroga, Horacio. “La tortuga gigante” (fragmento).

6. Lea atentamente el siguiente texto y analice los recursos cohesivos marcados:

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Género periodístico. La noticia
¿Qué es una noticia periodística? ¿Cuáles son las principales características que permiten
identificarla?
Los elementos que rodean al texto, ya sean fotografías, ilustraciones, títulos, recuadros,
frases destacadas, se denominan paratexto, porque son todo aquello que acompaña al texto
para enriquecerlo.
¿Cuáles son los elementos paratextuales más notorios en una noticia periodística? ¿Por qué se
dice que estos permiten orientar el sentido de la información?
¿Qué es una cita? ¿Cuál su función en una noticia periodística? ¿Qué tipos de citas existen?
¿Qué sucede con los verbos en una noticia periodística? ¿Cuáles son los tiempos verbales de
uso más frecuente? ¿Por qué es así?

Leer la siguiente noticia periodística y luego responder las preguntas.


http://www.abc.com.py/edicion-impresa/internacionales/mineros-chilenos--se-sienten-victimas-de-acoso-periodistico-173471.html

1 7 DE OCTU BR E D E 20 1 0

Mineros chilenos se sienten víctimas de "acoso periodístico"


Juan Illanes, quien ayer sábado hizo de vocero de los 33 mineros rescatados desde un yacimiento en el
norte de Chile, a 700 metros de profundidad, pidió a los medios de comunicación terminar con "el acoso
periodístico".
Santiago de Chile (EFE). "Pido respeto y que nos dejen el espacio suficiente
para aprender cómo enfrentarnos a ustedes", afirmó Juan Illanes en la primera
conferencia de prensa que ofrece uno de los 33 trabajadores que fueron
rescatados entre la noche del martes y todo el miércoles.
Illanes, quien se dirigió a los periodistas en el recinto de la Asociación Chilena
de Seguridad (ACHS), acompañado de tres doctores y otros seis compañeros a
sus espaldas, calificó de "lamentable" el momento que viven los trabajadores
por la presión de los medios.
El minero, quien antes se desempeñó en compañías mineras de mayor
envergadura, explicó que los periodistas deben comprender el estado anímico
en que sus compañeros han vuelto a la superficie y que por lo tanto "deben

respetar su privacidad".
Mineros chilenos se sienten víctimas de "acoso periodístico" ABC Color
Frente a la inseguridad laboral de los mineros artesanales, Illanes afirmó que
es obligación del Gobierno y de dirigentes sindicales generar condiciones de cambio en el segmento de la minería.
En esta línea, el vocero reconoció que aceptaron trabajar en el yacimiento San José debido a los altos beneficios económicos que
percibían, pese a conocer los riesgos que implicaba la falta de seguridad laboral en el lugar, perteneciente a la Compañía Minera San
Esteban.
Illanes, quien reveló un pacto entre los 33 con el fin de no contar la odisea vivida durante los 70 días a 700 metros de profundidad, para
en un futuro plasmarlo en un libro, se quejó por una noticia aparecida en un diario local que calificó lo sucedido con los obreros como
"cuchufleta" (mentira).
En tanto, el médico director de la ACHS de la región de Atacama, Jorge Díaz, explicó que solo queda internado el minero Víctor Zamora
debido a una lesión traumática de sus dientes que le provoca mucha incomodidad para comunicarse.
"Mario Sepúlveda, el otro trabajador que quedaba internado, recibió el alta al mediodía. El presenta un cuadro vertiginoso que
probablemente tuvo su origen en un tema tensional derivado de la salida, al ser requerido por muchos periodistas", añadió.

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El viernes recibieron el alta médica 28 mineros que se sumaron a los tres primeros que habían salido el jueves, entre ellos,
Carlos Mamani, de nacionalidad boliviana.

José Henríquez, primero en regresar a la mina


COPIAPO, Chile (AFP). José Henríquez, uno de los 33 mineros rescatados en el norte chileno, se convirtió en el primero en regresar, ayer
sábado, al yacimiento San José, donde estuviera atrapado por 69 días junto a sus compañeros.
Henríquez, considerado uno de los mineros que ayudó a mantener espiritualmente al grupo durante más de dos meses, acudió a la mina
junto a su familia para recoger parte de sus pertenencias que seguían en su casillero.
Ahora, explicó, aspira a recuperar su día a día y ya piensa en "buscar trabajo" para "seguir en lo mismo".
"El minero que es minero echa de menos hasta la hediondez del explosivo cuando está sin pega (trabajo). Eso es algo innato que uno lleva.
Mi padre fue minero por más de 40 años y nosotros seguimos con lo mismo. Yo creo que voy a tener que seguir en esto, no sé hasta
cuándo", dijo Henríquez desde la mina.
"Quiero recuperar mi vida normal, eso es lo que quiero hacer. A mi familia quiero llevarla a Talca, porque soy de allá, quiero estar unos
meses descansando y después volver, porque mi jefe me dijo que me tenía pega de nuevo", aclaró.

Evangélicos dan gracias a Dios por el rescate


La Asociación de Pastores Evangélicos del Paraguay exteriorizó su gratitud a Dios por el gran milagro ocurrido con el histórico y
emocionante rescate de los 33 mineros chilenos. Agregan que desde el primer momento en que los trabajadores se quedaron atrapados
en la mina San José, en Chile, han solicitado una cadena permanente de oración a los cristianos de todo el mundo por el milagroso rescate
de todos ellos.
"Tenemos conocimiento de que se ha orado con mucha fe y esperanza en Dios en los cinco continentes. Dios ha escuchado nuestras
oraciones y ahora estamos disfrutando de los resultados recibidos de Dios y de la solidaridad de millones de personas de todo el mundo",
señala el documento.
En otro momento, sostiene que el presidente de Chile Sebastián Piñeda demostró a todo el mundo que ama extraordinariamente a su
pueblo al que lo acompañó admirablemente desde el primer momento de la tragedia, hasta el milagro final ocurrido el miércoles 13 de
octubre de 2010, que ya se ha convertido en una bella historia que jamás se olvidará. Agrega que esa dolorosa tragedia terminó en un
gran milagro.
Finalmente, envían desde nuestro país las felicitaciones, la admiración, el respeto, el reconocimiento y la profunda gratitud a todos los
países hermanos, gobiernos, instituciones públicas y privadas, organizaciones científicas, técnicas, religiosas, sociales y culturales, medios
de comunicación y demás sectores y personas que contribuyeron para convertir una gran tragedia en una histórica victoria.

¿Qué elementos paratextuales se pueden reconocer en esta noticia? ¿Qué le aportan al sentido del texto? ¿Qué
información proporcionan? ¿Con qué finalidad?
Si tienen acceso a internet, pueden buscar más información sobre el tema del que trata la noticia antes leída.
Luego, utilizando el procesador de textos instalado en los equipos portátiles, extraer los elementos
paratextuales de la noticia que funciona como punto de partida, y, respetando el formato original, escribir con
ese paratexto, una nueva noticia incorporando los datos que hayan conseguido.

Actividad 3:
En la noticia sobre los mineros, identificar las actividades y los testimonios que aparezcan allí.
Luego, responder:
¿Qué función cumplen las citas testimoniales en una noticia? ¿Y en esta noticia en particular? ¿Por qué?
¿Qué verbos introducen las citas? ¿Qué tienen en común los verbos identificados con esta función?
¿Qué tipos de verbos se usan en los titulares de las noticias? ¿Qué características tienen estos verbos?

Actividad 4:
Subrayar en la noticia leída todos los verbos conjugados que aparezcan.
Armar un cuadro con los principales tiempos verbales que se hayan identificado y los verbos
correspondientes que fueron clasificados.
¿Se puede escribir una noticia periodística con todos los verbos en presente? ¿Por qué?
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Texto expositivo
Los textos expositivos tienen el propósito de explicar un tema en forma clara, precisa y objetiva, utilizando el
vocabulario específico de la materia con la que se relacionan. La trama explicativa suele presentar el tema
comenzando por los conceptos más generales hasta llegar a los datos más específicos, e incluye recursos como:
*Definición: Es la explicación del significado o las características de un elemento.
La explicación se propone aclarar, hacer comprender un objeto de conocimiento (un proceso, un concepto), por lo
tanto, muchas veces es necesario definirlo. Una definición marca los límites de un concepto; del mismo modo, las
imágenes pueden tener sus contornos «definidos» (bien limitados) o contornos «indefinidos» (poco delimitados).
Definir un objeto, entonces, es delimitarlo, es decir, marcar sus límites o diferencias con respecto a otros semejantes
o de la misma clase. Por ejemplo, si se define una pera como fruta, luego habrá que especificar su forma y color, que
podrían ser las características que separan y limitan esa fruta en particular de otras. Una definición, entonces,
adjudica características al tema o al objeto, colocándolo dentro de una clase, y especificando cuáles son sus rasgos
particulares. Esta especificación es breve y limitada solo a pocos rasgos. Muchas veces, después de la definición,
estos rasgos que se mencionaron se amplían y desarrollan. Otras veces aparece una clasificación del objeto que se
definió. Así, en el ejemplo anterior de la pera, a la definición podría seguirle una mención de las diferentes clases de
peras.

¿Cómo reconocer las definiciones?


Una definición puede presentarse de varias maneras.

1) Una de ella es la fórmula básica con el verbo ser:


Ejemplo: Una tribu es una organización social y política anterior a la ciudad-Estado y caracterizada por un
nombre, un gobierno y la posesión de un territorio.
sustantivo verbo ser sustantivo ampliado

La fórmula básica sería esta:


Sustantivo que nombra el objeto + verbo ser + otro/s sustantivo/s ampliado/s con modificadores que lo especifican.
En el ejemplo anterior, se nombra el objeto (tribu) y luego se designa la clase a la que pertenece (organización social y
política) y qué características tiene que lo separan de los objetos de la misma clase (ser anterior a la ciudad-Estado y tener
ciertas características que delimitan y separan el objeto triburespecto de otras organizaciones sociales y políticas).

Esta misma fórmula básica puede expresarse con dos puntos o con un paréntesis:
Tribu: organización social y política…
Tribu (organización social y política…)

2) La misma fórmula se puede invertir, de modo que primero se dan las características y luego se nombra lo que se define.
Es decir, que el sustantivo ampliado está primero y el objeto definido está después:
Una organización social y política... es una tribu.

3) Se pueden utilizar los verbos constituir o tratarse de, en lugar del verbo ser:
Una organización social y política… constituye una tribu.
Una organización social y política que… se trata de una tribu.

4) También se pueden construir definiciones con otros verbos, tales como:


llamarse, designar, nombrar, decir, entender por
Ejemplo: Una organización social y política… se denomina tribu.
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*Ejemplos: son casos particulares que se usan para explicar un concepto más general o abstracto. Por
ejemplo: los organismos autótrofos, como las plantas y algas, son capaces de producir su propio alimento.

*Clasificación: implica ordenar una explicación mediante la división de un todo en partes o subgrupos, a partir de
ciertos criterios. Por ejemplo en: Las figuras geométricas pueden clasificarse, según su cantidad de lados, en
triángulos, cuadriláteros, etc. El criterio de clasificación de las figuras geométricas es su cantidad de lados.

Además, los textos expositivos suelen presentar fragmentos de trama descriptiva, es decir, partes en las que se
señalan las características esenciales de los elementos que conforman el tema principal.

Ejercicios:

1. Dado que el arte de definir depende, en gran medida, de encontrar el hiperónimo o término general más
cercano, les pedimos que completen el siguiente cuadro. Primero completen la primera columna y luego utilicen
el diccionario para completar la segunda.

Sustantivo a definir Hiperónimo propuesto Hiperónimo propuesto


por el alumno por el diccionario

Cerebro

República

Música

Oro

2. Lea el siguiente texto e identifique las definiciones:


Conduciendo por la Patagonia
El ripio

En la Patagonia, una de las características de los caminos es que, en su


mayoría, son de ripio. El ripio o consolidado es un camino mejorado realizado
con una mezcla de piedra con tierra, volcado y luego alisado mediante
motoniveladoras. Dada la característica de los suelos patagónicos, este piso
es una solución económica para la construcción de los caminos. El ripio es
más estable que la tierra suelta, ya que esta última se volaría con los vientos
patagónicos, formando nubes de polvo. Asimismo, si los caminos estuviesen
hechos solo con arenilla o arena (por ejemplo, el de acceso al Parque
Nacional El Palmar, Provincia de Entre Ríos) o el camino de acceso a Playa
Dorada en Río Negro (que es de arena) se borrarían por acción del viento y se
formarían vados por acción de la lluvia.
Fuente: Patagonia-Argentina.

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3. Lean el siguiente título y comenten qué tipo de texto esperan a partir de ese título. Pensar en la noción de
definición.
¿Qué es el efecto “invernadero”?

Cuál es el objetivo principal que, a su entender, se ha planteado la persona que escribió el texto que
leerán a continuación y cuáles son los conocimientos que debe tener para llevarlo a cabo.

Debatir cómo cada página web, si bien no conoce a todos sus destinatarios, recorta un público y se dirige
a él. Para comprender esto los invitamos a leer sobre el efecto invernadero en Eco pibes y realizar
comparaciones.

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4. Leer el siguiente texto: ¿Qué es el efecto “invernadero”?


Cuando decimos que un objeto es ―transparente‖ porque podemos ver a través de él, no queremos necesariamente decir que
lo puedan atravesar todos los tipos de luz. A través de un cristal rojo, por ejemplo, se puede ver, siendo, por tanto,
transparente. Pero, en cambio, la luz azul no lo atraviesa. El vidrio ordinario es transparente para todos los colores de la
luz, pero muy poco para la radiación ultravioleta y la infrarroja. Pensad ahora en una casa de cristal al aire libre y a pleno
sol. La luz visible del Sol atraviesa sin más el vidrio y es absorbida por los objetos que se hallen dentro de la casa. Como
resultado de ello, dichos objetos se calientan, igual que se calientan los que están fuera, expuestos a la luz directa del Sol.
Los objetos calentados por la luz solar ceden de nuevo ese calor en forma de radiación. Pero como no están a la
temperatura del Sol, no emiten luz visible, sino radiación infrarroja, que es mucho menos energética. Al cabo de un
tiempo, ceden igual cantidad de energía en forma de infrarrojos que la que absorben en forma de luz solar, por lo cual su
temperatura permanece constante (aunque, naturalmente, están más calientes que si no estuviesen expuestos a la acción
directa del Sol).Los objetos al aire libre no tienen dificultad alguna para deshacerse de la radiación infrarroja, pero el caso
es muy distinto para los objetos situados al sol dentro de la casa de cristal. Solo una parte pequeña de la radiación
infrarroja que emiten logra traspasar el cristal. El resto se refleja en las paredes y va acumulándose en el interior.
La temperatura de los objetos interiores sube mucho más que la de los exteriores. Y la temperatura del interior de la casa
va aumentando hasta que la radiación infrarroja que se filtra por el vidrio es suficiente para establecer el equilibrio. Esa es
la razón por la que se pueden cultivar plantas dentro de un invernadero, pese a que la temperatura exterior bastaría para
helarlas. El calor adicional que se acumula dentro del invernadero –gracias a que el vidrio es bastante transparente a la luz
visible, pero muy poco a los infrarrojos–, es lo que se denomina ―efecto invernadero‖.
La atmósfera terrestre consiste casi por entero en oxígeno, nitrógeno y argón. Estos gases son bastante transparentes tanto
para la luz visible como para la clase de radiación infrarroja que emite la superficie terrestre cuando está caliente. Pero la
atmósfera contiene también un 0,03 por 100 de dióxido de carbono, que es transparente para la luz visible, pero no
demasiado para los infrarrojos. El dióxido de carbono de la atmósfera actúa como el vidrio del invernadero. Como la
cantidad de anhídrido carbónico que hay en nuestra atmósfera es muy pequeña, el efecto es relativamente secundario.
Aun así, la Tierra es un poco más caliente que en ausencia de dióxido de carbono. Es más, si el contenido en dióxido de
carbono de la atmósfera fuese el doble, el efecto invernadero, ahora mayor, calentaría la Tierra un par de grados más, lo
suficiente para provocar la descongelación gradual de los casquetes polares.
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Un ejemplo de efecto invernadero a lo grande lo tenemos en Venus, cuya densa atmósfera parece consistir casi
toda ella en anhídrido carbónico. Dada su mayor proximidad al Sol, los astrónomos esperaban que Venus fuese más
caliente que la Tierra. Pero, ignorantes de la composición exacta de su atmósfera, no habían contado con el calentamiento
adicional del efecto invernadero. Su sorpresa fue grande cuando comprobaron que la temperatura superficial de Venus
estaba muy por encima del punto de ebullición del agua, cientos de grados más de los que se esperaban.

a) En realidad, la noción “efecto invernadero” puede comprenderse en dos sentidos: uno propio, y el segundo,
extendido. Identificar en el texto los párrafos que describen el efecto invernadero propiamente dicho.
Identificar los párrafos en los que se extiende esta noción al funcionamiento de la atmósfera terrestre.
b) Identificar la función que cumple el último párrafo del texto.
c) Identificar y copiar la oración en la que se presenta una definición de “efecto invernadero”.
d) Realizar un resumen del texto en forma individual.
Pueden copiar y pegar los párrafos que desarrollan el concepto extendido y la oración en la que se presenta la
definición. Luego deberán trabajar en la unión de estos para lograr un resumen del texto que funcione como texto
independiente. Para hacerlo, pueden utilizar el procesador de textos disponible en los equipos portátiles.

5. El concepto mismo de efecto invernadero aplicado a la atmósfera terrestre se ha construido en base a la


figura retórica de la analogía.
Les proponemos que construyan un modelo en el que se puedan visualizar las relaciones de semejanza que existen
entre un invernadero y el planeta Tierra con su atmósfera. Señalar qué elementos en común existen entre ambos
hechos.
6. Les sugerimos que vean el video El efecto invernadero, de Alejandro Aguilar Sierra. Documental corto, ganador del
premio Guillermo Zúñiga de la Asociación Española de Cine Científico en el Festival de Video Científico de la
Habana, Cuba, 2006.

Mapa conceptual
Leer un texto expositivo para estudiar puede ser una tarea compleja si no se ponen en juego procedimientos que
nos faciliten procesar la información. Para ello, existen gran cantidad de técnicas de estudio que, según nuestras
necesidades, nos permiten señalar la información, resumirla o esquematizarla.
El mapa conceptual, en particular, es una técnica de estudio que consiste en identificar los conceptos fundamentales
de un tema y relacionarlos en forma gráfica mediante el uso de líneas, flechas y palabras conectoras, reproduciendo,
en un esquema, el orden jerárquico de las ideas desarrolladas. Este tipo de técnica es especialmente provechosa
cuando se aplica a textos expositivos que presenten clasificaciones complejas.
Para elaborar un mapa conceptual, es conveniente seguir estos pasos:

1. Leer comprensivamente el texto con el que se va a trabajar, y despejar todas las dudas sobre el vocabulario.
2. Releer el texto y subrayar las palabras clave, es decir, aquellos términos que expresan conceptos
fundamentales.
3. Distribuir esos conceptos sobre el espacio de la hoja, ordenándolos desde los más generales a los más
específicos.
4. Encerrar los conceptos en recuadros o en óvalos, asignando un mismo tipo de marca para cada nivel
jerárquico.
5. Conectarlos con flechas y escribir sobre ellas un conector: una palabra o expresión que sirva para conectar
las ideas relacionadas.
6. Los ejemplos y definiciones se ubican bajo el recuadro u óvalo correspondiente, y no se los recuadra.

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Características y ventajas de los mapas conceptuales
Los mapas conceptuales permiten captar, con un golpe de vista, la estructura conceptual de todo un tema complejo.
Por eso resultan una herramienta importante para estudiar un tema, pues permiten repasar lo aprendido y, también,
autoevaluar los conocimientos adquiridos antes de un examen.
Al confeccionar un esquema de este tipo, el estudiante realiza un doble trabajo: por un lado, elabora una síntesis de
los conceptos y de las relaciones entre ellos; por otro, ejercita su capacidad de expresar esas relaciones,
incorporando vocabulario específico y utilizándolo de manera correcta.
Para elaborar un mapa conceptual, es conveniente seguir estas indicaciones y consejos:
 Ordenar los temas jerárquicamente: los más generales deben ocupar el lugar superior, y los más específicos
se derivan de aquellos.
 Se debe usar un lenguaje claro, conciso y específico de la materia con que se trabaja.
 Se deben establecer relaciones conceptuales entre los temas mediante conectores: se clasifica en, produce,
se divide en, etcétera.
 La distribución de la información debe ayudar a que se identifiquen las relaciones entre los conceptos en
forma precisa.
Ejemplos de mapas conceptuales:

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Ejercicio
Lea el siguiente texto expositivo y realice un mapa conceptual:
¿Qué es literatura?
En la actualidad, no podemos referirnos a un concepto único de lo que es literatura. Por el contrario, la visión de la
literatura depende de los puntos de vista desde los cuales se pretenda analizar.
Como no es la intención de este módulo profundizar en teorías sino abordar prácticamente el texto literario, podemos
arribar a un concepto general:
Literatura es el grupo de textos que, por sus características comunes, se consideran literarios.
Las obras literarias pertenecen al ámbito del arte, como la escultura, la danza, la pintura, la música, etc.
Se consideran obras artísticas porque la intención fundamental del escritor es elaborar un discurso bello, es decir, que
sea apreciado estéticamente por el receptor. Toda creación que refleje belleza tiene una intencionalidad estética.
Sin embargo, a través de la literatura, no sólo se encuentra placer estético, sino que, además, podemos descubrir los
problemas de una época, la realidad social, política y cultural que caracteriza a un momento histórico, la ideología
predominante en una sociedad. También, en las obras literarias aparecen valores, sentimientos, ideas y maneras de
captar el mundo y la vida que el lector puede compartir o no, pero que lo llevan a reflexionar sobre temas esenciales del
ser humano.
Antes de profundizar en las obras literarias, se debe tener en claro que los textos con predominio de la función poética
tienen características diferentes de los textos donde predomina la función informativa del lenguaje. En el siguiente
cuadro comparativo, sintetizando lo ya visto, podemos destacar estas variantes:

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Como vemos, en los textos literarios, no importa sólo lo que se dice sino cómo ha sido dicho. El uso que se
hace del lenguaje es la característica diferenciadora de este tipo de textos. En este punto, es necesario que nos
detengamos para precisar el concepto de lenguaje connotativo y denotativo.
Si en una enciclopedia leemos:
“En el reino animal, el ciclo de la vida varía notablemente en referencia al tiempo. Por ejemplo, así como el lapso vital de
las mariposas se contabiliza en días, el tiempo de vida de los leones abarca varios años.”
Es indudable que, en este fragmento, el significado de la palabra “mariposa” es uno solo: insecto lepidóptero; el
significado de león sólo puede ser referido al mamífero carnívoro de la familia de los félidos.
En cambio, en la poesía de Alfonsina Storni titulada ASÍ, hay una estrofa que expresa:

“Mariposa triste, leona cruel,


di luces y sombra, todo en una vez.
Cuando fui leona nunca recordé
cómo pude un día mariposa ser.
Cuando mariposa jamás me pensé
que pudiera un día zarpar o morder.”

Aquí vemos claramente que los términos “mariposa” y “leona” nos dicen mucho más de lo que esos términos en sí
mismos significan. Al reconocerse como mariposa, la poetiza evoca la fugacidad y fragilidad que tuvo en ciertas etapas
de su vida y al identificarse como leona, pone de relieve la fuerza y la bravura que, a veces, manifestó su personalidad.
En el primer ejemplo, las palabras tienen un solo significado, se utilizan dentro de un lenguaje denotativo. Por lo tanto:

Denotación: es la capacidad del lenguaje de transmitir información sin sumarle intenciones ni significados adicionales.
Este uso de la lengua se relaciona con la función informativa del lenguaje y permite expresar la objetividad del emisor.
En la poesía, en cambio, los términos en negrita manifiestan más de un significado, se utilizan dentro de un lenguaje
connotativo.
Por ello:
Connotación: es la capacidad que tiene la lengua de comunicar indirectamente, de sugerir otras significaciones, además
del significado literal de la palabra. La función poética es la que mejor evidencia este uso del lenguaje para poner de
manifiesto la subjetividad del emisor.

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Historieta
Cómic es un término de origen anglosajón. En español, el nombre más utilizado es historieta o tebeo. Este último
procede de la revista TBO, publicada por primera vez en 1917. En otros idiomas: bande dessinée (francés),
fumetti (italiano), manga (漫画, japonés), quadrinhos (portugués de Brasil).
El cómic es un género con mucha aceptación. A pesar de su actualidad, han pasado más de 100 años desde que las
primeras historietas cautivaran a los lectores. Desde entonces, son muchos los personajes que han ido poblando sus
páginas.
Los cómics están compuestos por viñetas, término que procede del francés vignette y que permite nombrar a
los recuadros de una serie con sus dibujos y textos. El concepto también refiere a la escena impresa en una
publicación que puede ir acompañada de un comentario y que, por lo general, tiene carácter humorístico.
La viñeta, por lo tanto, es el cuadro que representa un instante o momento de una historieta. Suele considerarse
como la representación pictográfica del mínimo tiempo o espacio significativo. Por lo tanto, es la unidad mínima del
montaje de la historieta o cómic.
Las viñetas pueden presentar lenguaje verbal y lenguaje icónico de manera simultánea, ya que algunas exhiben
solamente dibujos y otras, también incluyen texto. El orden de lectura corresponde al sistema de escritura: en los
países occidentales, por lo tanto, las viñetas se leen de izquierda a derecha, en el mismo sentido en el que se pasan
las páginas. Este formato cambia en aquellos países que escriben y leen de derecha a izquierda, como Japón.
Las viñetas están delimitadas por líneas negras y separadas por un espacio que se conoce como calle o gutter. El
lector debe interpretar los tiempos muertos entre las distintas viñetas y otorgarles un significado.

LOS GESTOS
En el estudio del cómic, no pueden faltar los gestos. Los
dibujantes de cómics han creado un código que permite
descifrar el significado de los gestos de los personajes.
Aunque existen muchas variantes expresivas, estos
ejemplos son muy fácilmente reconocibles:
El pelo erizado: terror, cólera
Cejas altas: sorpresa
Cejas fruncidas: enfado
Cejas con la parte exterior caída: pesadumbre
Mirada ladeada: maldad, traición
Ojos muy abiertos: sorpresa
Ojos cerrados: sueño, confianza
Ojos desorbitados: cólera, terror
Nariz oscura: borrachera
Boca muy abierta: sorpresa
Boca sonriente: confianza
Boca sonriente que muestra los dientes: hipocresía
Comisuras de los labios hacia abajo: pesadumbre
Comisuras de los labios hacia abajo mostrando los dientes: cólera

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TIPOS DE PLANOS
Las viñetas presentan la realidad en diferentes tomas. Para su estudio, al igual que en la fotografía o en el cine, se
distinguen los siguientes tipos de plano:
Plano de detalle. Muestra algún rasgo del rostro del personaje o algún objeto a una distancia muy corta.
Primer plano. La cabeza o cabezas de los personajes ocupan prácticamente todo el espacio de la viñeta.
Primer medio. Muestra el busto de los personajes hasta la cintura.
Plano americano. El Plano americano, o también denominado 3/4, recorta la figura por la rodilla
aproximadamente. Recibe el nombre de "americano" debido a que este plano apareció ante la necesidad de
mostrar a los personajes junto con sus revólveres en los westerns americanos.
Plano entero. El personaje o personajes aparecen de cuerpo entero.
Plano general. El protagonista es el entorno (paisaje exterior -playa- o interior -habitación-), que puede aparecer
con o sin personajes. Tiene una función descriptiva.

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TIPOS DE ANGULACIONES

La angulación es la inclinación desde la que se representa o dibuja la realidad. El dibujante adopta diferentes puntos
de vista, como si tuviera en sus manos una cámara.

Frontal. La cámara o los ojos del espectador se sitúan a la altura de la cabeza de los personajes.

Picado. La cámara se sitúa por encima del objeto o del personaje, de manera que éste se ve desde arriba.

Contrapicado. La cámara se sitúa por debajo del objeto o del personaje. El eje óptico de la supuesta cámara apunta
hacia arriba.

Cenital: la cámara se sitúa completamente por encima del personaje, en un ángulo también perpendicular.

Supina: la cámara se sitúa completamente por debajo del personaje, en un ángulo perpendicular al suelo.

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La nota de opinión

Actividad 1:
Los textos con trama argumentativa plantean una hipótesis, sus argumentos y una
conclusión. La hipótesis es qué se piensa sobre algún hecho o causa en particular, que
requiere ser demostrado. Los argumentos son las pruebas, los razonamientos que se
esgrimen para poder afirmar lo anterior. Y la conclusión es el cierre del tema que es
objeto de la argumentación.
La finalidad de estos textos siempre está relacionada con convencer o persuadir al receptor.
Responda las siguientes preguntas:
¿Qué tipos de textos de trama argumentativa conocen? ¿Qué características tienen?
¿Qué es una nota de opinión?
¿Dónde se pueden encontrar notas de opinión?
¿Qué otras formas de opinión conocen que no sean las publicaciones en los medios?
¿Por qué se pretende convencer al receptor?

Actividad 2:
Lean el siguiente texto y luego respondan entre todos:

Encomio a Riquelme - Bautista López


Esta nota de opinión es un trabajo práctico de argumentación de un alumno de 5to año

Mi fanatismo por el Club Atlético Boca Juniors desde que soy chico me ha llevado a tener grandes discusiones con amigos, por
lo general hinchas de River Plate. Uno de los temas que siempre es mencionado es por qué Juan Román Riquelme es ídolo
para todo el pueblo boquense, y veo muy oportuno este trabajo para poder explicar por qué Riquelme es mi ídolo y, a mi
entender, el mejor jugador que hay en el fútbol argentino desde hace mucho tiempo.
Lo que siempre escucho sobre Riquelme puede resumirse en tres puntos:
-Riquelme es mala persona
-Riquelme es mercenario
-Riquelme no es tan buen jugador
En estos tres puntos que voy a rebatir no solo se lo critica como jugador o como ídolo de Boca sino también como persona.
Lo que yo veo de Riquelme, en cambio, es que es un referente y que si bien ha tenido problemas con compañeros a lo largo de
su carrera, también ha sido muy querido y respetado por tantos otros. Por eso no estoy de acuerdo con que sea mala persona,
ya que muchos de los que opinan y hablan de eso no lo conocen, no valoran las cosas positivas que hizo por muchos de sus
compañeros y lo querido que es. Clemente Rodríguez, un gran amigo de Juan Román, confesó que muchas veces cuando eran
jóvenes Riquelme le prestaba plata a él y a su familia para poder comer. Tengan en cuenta que Riquelme no proviene de una
familia adinerada y que muchas veces él también pasaba hambre. Pablo Ledesma, compañero actual de Riquelme en Boca,
hablando del número 10, contó que cuando recién empezaba a dar sus primeros pasos en las inferiores de Boca, Riquelme lo
aconsejaba y ayudaba mucho. Rodolfo Arruabarrena, compañero en Boca y en el Villareal de España declaró:

Román suma muchísimo dentro de un plantel, el que dice que es un líder negativo es porque no lo conoce. Lo he tenido de
compañero en Boca, en Villareal: armaba los asados, las comidas y siempre pagaba él. Es mi amigo y no tiene problemas. Lo
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que le llega a la gente siempre está todo cambiado. En el Villareal, en realidad, el problema lo tuvo con Fernando
Roig, el presidente, y no con Manuel Pellegrini. También soy amigo de Palermo y, de lo tan generosos que son los dos, a veces
pasan por boludos. Porque muchos seguramente los habrán engañado, pero se brindan al 100%. No sé si se pelearon o no,
pero son líderes positivos [1].
Estos son solo tres compañeros y amigos de Román pero hay muchos que opinan lo mismo y lo conocen, por eso creo que el
primer punto, "Riquelme es mala persona", es algo que está instalado en el medio y que muchos que hablan y lo critican
deberían prestar atención a las cosas buenas que hizo.
El segundo punto, "Riquelme es un mercenario", también en mi opinión está de alguna manera instalado, y también mucha
gente que habla no ve las cosas que Riquelme hace o hizo y solo hablan y generalizan por lo poco que conocen. Es verdad que
él pidió 2 millones de dólares para jugar en Boca, la última vez que firmó un contrato con la institución xeneize. Pero me parece
justo y más importante remarcar que por una lesión que lo aquejaba en el talón (ruptura parcial de la fascina del pie derecho)
que lo mantuvo 4 meses alejado de las canchas, el astro donó a la escuelita de Boca su sueldo durante el tiempo que no jugó,
al igual que en 2010, cuando se resintió del menisco de la rodilla izquierda y tampoco jugó por 4 meses. Cuando la gente dice
que Román pidió mucha plata para jugar, además de la cifra de 2 millones deberían saber que cuando él defendía la camiseta
del Villareal y quería volver a la Argentina para jugar en Boca, rechazó ofertas millonarias de equipos como Galatasaray de
Turquía y Porto de Portugal por 3,5 millones [2]. Es decir, dejó de lado unos 1,5 millón dólares y firmó contrato por 3 años
(donde los primeros 2 recibiría 1,5 millones y el tercero jugaría gratis). Por eso creo que la palabra "mercenario" no solo le
queda enorme al ídolo si no que está mal, ya que mucha gente no valora la plata que dejó de lado para poder volver al club de
sus amores.
El último punto me parece, tal vez, el más descabellado, ya que criticar a Riquelme por cómo juega al fútbol me parece que
sería no apreciar el talento del número 10 con la pelota, que tantas veces ha quedado demostrado ganando copas y títulos en
todos los equipos que jugó. Su palmarés cuenta 6 títulos locales con Boca, 7 copas internacionales (4 copas Libertadores y 1
Sudamericana con Boca y 2 copa de la UEFA con el Villareal), mientras que con la Selección ganó el Sudamericano Sub-20 y
luego el Mundial, la copa Esperanzas de Toulon y las dos medallas de oro en los Juegos Olímpicos Atenas 2004 y Beijing
2008. Pero me parece que la mejor manera de argumentar la clase de jugador que es Juan Román Riquelme no es contando
sus títulos sino viéndolo jugar al fútbol: verlo jugar contra el Real Madrid en el año 2000; o verlo jugar la Champions para el
Villareal, llevando a éste, un equipo que nunca había jugado el torneo más importante de Europa, a la semifinal (con él como
figura); o las excelentes actuaciones en copa Libertadores que ganó con Boca en el año 2000, 2001 y 2007, donde sin lugar a
dudas fue pieza fundamental para que el equipo de mis amores llegue a ganar y siendo otra vez él, el jugador clave.
Por eso yo creo que Riquelme es el mejor jugador que jugó con la camiseta de Boca y sin duda el máximo ídolo de toda
nuestra riquísima historia como club, porque lo que él genera en el pueblo boquense al simplemente pisarla cancha un día de
partido, ningún jugador en el mundo lo genera, lo que Riquelme produce en la gente de Boca ningún otro jugador lo produce y
poder tener la suerte de domingo por medio verlo jugar en la Bombonera es una suerte que poca gente en el mundo tiene, y sin
lugar a dudas nadie que no sea hincha de Boca podrá entender lo que este jugador, que juega con el numero 10 atrás, genera.
[1] http://www.infobae.com/2012/02/16/632541-riquelme-y-palermo-son-distintos-pero-tan-generosos-que-pueden-
parecer-boludos

¿De qué se nos quiere convencer en este texto? ¿Por qué es así?
¿Qué argumentos se dan para convencer de esa idea?
¿De qué recursos se vale para intentar hacerlo?
¿Por qué se recurre a nombres de equipos de fútbol y deportistas destacados (Clemente Rodríguez, Rodolfo
Arruabarrena, etcétera.)
¿A qué conclusión se llega? ¿Por qué?
¿Desde qué posición se construye la voz que enuncia el texto? ¿Por qué se elige esa determinada voz para
enunciar?

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Actividad 3:
Cuando se introduce la voz de otras personas diferentes a las del autor del texto estamos en presencia de una cita.
En los textos argumentativos pueden tener dos funciones: o se introducen porque se está de acuerdo con lo que
plantean y lo que se pretende es reforzar las opiniones del argumentador o, todo lo contrario, se introducen
porque se está en desacuerdo con lo dicho por esa persona y lo que se busca es criticarla para que, de ese modo, el
planteo propio tenga mayor peso.
Leer el siguiente texto: Clarín. Suplemento Zona DOMINGO 22 MARZO 2009

La historia en una foto


Cuando el 24 de marzo fue día de luto

Felipe Pigna. HISTORIADOR

Hasta 1976, el 24 de marzo remitía en las


efemérides a dos hechos auspiciosos y
democráticos: el 24 de marzo de 1816, se
inauguraban las sesiones del Congreso de
Tucumán que proclamaría nuestra
independencia y tres años antes, un 24 de
marzo, la Asamblea del año XIII terminaba
para siempre con la nefasta Inquisición en
todo el territorio del ex virreinato del Río de
la Plata.
Seguramente ni los congresales del XIII ni
los del XVI estaban en condiciones de
sospechar que la Inquisición volvería
corregida, actualizada y aumentada un 24
de marzo de 1976.Los uniformados y sus
socios civiles venían a imponer un nuevo modelo de sociedad, a terminar con todo conato de desarrollo
nacional independiente y a disciplinar a una sociedad con una larga tradición de lucha y conciencia
gremial. Así lo expresó claramente el general Videla en la cena de camaradería de las Fuerzas Armadas,
el 8 de julio de 1976: “La lucha se dará en todos los campos, además del estrictamente militar. No se
permitirá la acción disolvente y antinacional en la cultura, en los medios de comunicación, en la
economía, en la política o en el gremialismo”. El apoyo al golpe por parte de los factores de poder fue
decisivo. Dentro de este esquema de acuerdo represivo entre poder económico y poder militar se
consideraría subversivo a todo aquel que postulase ideas contrarias al “ser nacional”, que comprendía
valores como la aceptación acrítica de toda jerarquía sin lugar a la discusión. La sociedad argentina venía
de un proceso de cambio que se había acelerado a partir de hechos clave como el Cordobazo y la
recepción de la renovada producción ideológica e intelectual posterior al Mayo francés del 68. Una clase
media ilustrada e inquieta seguía con atención los procesos mundiales y comenzaba a adoptar el
psicoanálisis y sus categorías de análisis.
Como señala el historiador David Rock, “los grupos de poder, la Iglesia y los militares comenzaron a
preocuparse cuando notaron, entre otras cosas, que el cura confesor estaba siendo reemplazado por el
psicoanalista” (1).El responsable de la represión en Córdoba, general Luciano Benjamín Menéndez, decía
por aquellos años en un discurso dirigido a directivos de establecimientos escolares: “Para los
educadores, inculcar el respeto de las normas establecidas; inculcar una fe profunda en la grandeza del
destino del país; consagrarse por entero a la causa de la Patria, actuando espontáneamente en
coordinación con las Fuerzas Armadas, aceptando sus sugerencias y cooperando con ellas para
desenmascarar y señalar a las personas culpables de subversión, o que desarrollan su propaganda bajo
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el disfraz de profesor o de alumno. Para los alumnos, comprender que deben estudiar y
obedecer, para madurar moral e intelectualmente; creer y tener absoluta confianza en las Fuerzas
Armadas, triunfadoras invencibles de todos los enemigos pasados y presentes de la patria” (2).La
imposición de una cultura vigilante de “los valores occidentales y cristianos” se planteó como una especie
de cruzada en la que la jerarquía de la Iglesia católica cumplió un rol fundamental, tal como se advierte
en estas declaraciones del representante del Vaticano en Argentina, monseñor Pío Laghi: “El país tiene
una ideología tradicional, y cuando alguien pretende imponer otro ideario diferente y extraño, la Nación
reacciona como un organismo con anticuerpos frente a los gérmenes, generándose así la violencia. Pero
nunca la violencia es justa y tampoco la justicia tiene que ser violenta; sin embargo, en ciertas
situaciones la autodefensa exige tomar determinadas actitudes; en este caso habrá que respetar el
derecho hasta donde se puede” (3).Desde el otro lado de la historia, un sacerdote que fue secuestrado
por un grupo de tareas contó su terrible experiencia a la Comisión Nacional sobre la Desaparición de
Personas: “Volvió el otro hombre, que me había tratado respetuosamente en el interrogatorio, y me dijo:
„usted es un cura idealista, un místico, diría yo, un cura piola; solamente tiene un error, que es haber
interpretado demasiado materialmente la doctrina de Cristo. Cristo habla de los pobres de espíritu, y
usted hizo una interpretación materialista de eso, y se ha ido a vivir con los materialmente pobres. En la
Argentina los pobres de espíritu son los ricos, y usted, en adelante, deberá dedicarse a ayudar más a los
ricos, que son los que realmente están necesitados espiritualmente‟. Luego la persona que me
interrogaba perdió la paciencia y se enojó diciéndome: „vos no sos un guerrillero, no estás en la
violencia, pero vos no te das cuenta de que al irte a vivir allí, con tu cultura unís a los pobres, y unir a los
pobres es subversión‟.” El ministro de Educación Llerena Amadeo llegó a proponer que: “Para una mayor
convivencia social es conveniente que quienes no son cristianos sepan cuál es la concepción cristiana que
tiene la mayoría de la población sobre estos temas. El nuestro es un país occidental y cristiano y no se
puede dejar de mostrar a los futuros ciudadanos qué significa tal concepción”.
Pero ¿cuáles eran esos valores “occidentales y cristianos” que los genocidas militares y civiles decían
defender? Históricamente, se ha vinculado a la tradición occidental con la democracia y la plena vigencia
de los derechos elementales del hombre. Se oponía el modelo democrático occidental a las tiranías,
teocracias y regímenes autoritarios ubicados por los propios occidentales en la tradición oriental.
En cuanto a lo cristiano: la solidaridad, la misericordia, el amor al prójimo hasta el sacrificio, la dignidad
de la persona humana, a lo que habría que sumarle los diez mandamientos, de los cuales los terroristas
de Estado no dejaron uno solo sin violar.
Se decía en no pocos documentos oficiales que la “subversión” utilizaba la droga como medio de
captación de los jóvenes y se hablaba de sus efectos devastadores para el individuo y la familia. La
historia nos recuerda que en 1980, la dictadura de Videla colaboró activamente con hombres, armas,
dinero y logística con el llamado “golpe de la cocaína” perpetrado en Bolivia por generales vinculados al
narcotráfico encabezados por García Meza. Uno de los responsables del apoyo argentino, el general
Suárez Mason, presidente y aniquilador de la petrolera estatal YPF y responsable de la represión en el
Cuerpo de Ejército 1, será condenado años más tarde por una corte de los EE.UU. por tráfico de drogas y
vinculación con el narcotráfico internacional.
La contradicción entre los dichos y los hechos no es nueva en nuestra historia, ya que los conservadores
argentinos, autodenominados liberales, que han detentado el poder durante la mayor parte de nuestra
historia y lo hicieron durante la dictadura, han hecho del doble discurso su forma de hacer política. Uno
de ellos, José Alfredo Martínez de Hoz, le aclaraba al país en 1977: “No somos unos ogros que han
sacado del fondo de una caverna para hacer sufrir a la gente, sino que somos seres humanos, igual que
todos ustedes que me están escuchando; que hemos sido sacados de nuestras casas convocados por las
Fuerzas Armadas, que han salido a superar una crisis tremendamente grave en la historia política,
económica y social argentina; que hemos abandonado una vida más cómoda, más provechosa y también
nuestra vida familiar”. Decía el genial Atahualpa Yupanqui, “no aclare que oscurece”.

(1) Testimonio al autor, en Historia Argentina 1976-83. Documental. Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini, 1996.
(2) En Argentina, cómo matar la cultura. Madrid, Editorial Revolución, 1981.
(3) Clarín, 28 de junio de 1976.
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Usar el resaltador de texto del procesador de textos del equipo y señalar todas las citas que aparezcan.
Analizar la función de las citas en el texto: ¿Para qué se utilizan? ¿Por qué se incluyen esas voces? ¿Qué es lo
que se quiere decir a partir de ellas? ¿Por qué?
¿Qué otros recursos argumentativos utiliza el autor? ¿Para qué?
¿De qué se nos quiere convencer en este texto? ¿Por qué te parece que es así?

Actividad 4:
Se habla de discurso polémico cuando un texto discute con otro texto formulado anteriormente, es decir, cuando de
algún modo el texto en cuestión es resultado de un texto anterior, con el cual se está en desacuerdo. En ese sentido,
es muy común el hecho de recurrir a citas refutativas como uno de sus principales argumentos, a la hora de poder
diferenciar cuáles son los puntos principales de disenso.
Elegir un tema que haya generado o genere aún polémica en la sociedad.
Utilizar los buscadores de Internet para encontrar diferentes notas de opinión que ya estén formuladas sobre
ese tema. Por lo menos deben ser cinco notas.
Diferenciar aquellas que tengan posiciones similares de aquellas que no las tengan.
Redactar una nota de opinión en la que se sintetice la opinión personal sobre ese tema puntual. Para hacerlo,
emplear principalmente citas de aquellos textos cuya posición sea más contraria a la manera de pensar del
redactor.
Subir las producciones realizadas a un blog de Lengua y, a través del envío de comentarios acerca de las
publicaciones, continuar la polémica, haciendo especial hincapié en discutir con los argumentos que ese texto
en cuestión exponga.

Argumentación – Nota de opinión

Características de la nota de opinión:

- Tiene un título que anticipa el tema


- Hace referencia a un hecho de la actualidad
- El hecho de actualidad que se analiza sirve para desarrollar una serie de opiniones personales del autor.
- Esas opiniones se desarrollan como argumentos, como razonamientos que buscan demostrar su validez o
convencer.
- De los argumentos expuestos se llega a una conclusión.
- El artículo de opinión lleva el nombre y apellido de su autor, a la manera de una firma.

*La argumentación es la forma que tiene el emisor de convencer al receptor para que acepte su opinión o punto de
vista. Una vez que el emisor enuncia su posición respecto al tema en cuestión de desarrolla una justificación para
que el receptor cambie su punto de vista o saber anterior y adhiera a otro nuevo que le propone el emisor.

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Recursos argumentativos
Recursos para lograr que el receptor de un artículo de opinión adhiera, o al menos comprenda, el punto de vista
presentado:

La comparación: Establece una relación entre dos elementos. Esta puede ser de semejanza o de diferencia, de
superioridad o de inferioridad. Por ejemplo: “…se ha comprobado que una persona optimista consigue mucho más
cosas que otra con una visión negativa de la vida”. En ese caso se comparan la persona optimista y la pesimista.

La cita de autoridad: Consiste en incluir en el texto lo que dijo o escribió una persona especializada en el tema sobre
el que se está opinando. Textos como las enciclopedias o los códigos legales también pueden ser utilizados como
citas de autoridad. Por ejemplo, en un artículo denominado “la risa es cosa seria”, se cita a Charles Chaplin como
autoridad en materia de humor.

El ejemplo: Se trata de un caso particular que ilustra una situación general y cumple con la función de hacer más
claro el punto de vista presentado. Los ejemplos pueden introducirse con la fórmula: “Por ejemplo…”, pero no
siempre es necesario utilizarla. En la nota de opinión “La TV por cable no cumplió con lo pactado”, el autor propone
una serie de ejemplos de aquello que no existe en el cable para ilustrar así que los ítem prometidos no se
cumplieron. Entonces, dice: “En el cable no hay vanguardia, no hay experimentación, no hay banco de pruebas”.

La generalización: Consiste en partir de una situación particular relacionada con el tema planteado y llevarla a un
plano de terreno más general. Por ejemplo, si en un artículo de opinión se dice: “Cuando llueve en exceso, no puedo
salir de casa; este problema afecta a cientos de habitantes de Moreno”, se está planteando un caso particular (“no
puedo salir de mi casa”) para luego generalizarla (“este problema afecta a cientos de habitantes”).

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Poesía
Durante mucho tiempo, se consideró a la rima y a la métrica como características principales de la
poesía. Pero ya a fines del siglo XIX esta idea comienza a ser puesta en duda. En ese momento
(también antes, pero de manera poco generalizada), surge el verso libre, es decir, poemas en los
que los versos no respetan una medida, sino que el corte está dado por otro tipo de decisiones del
poeta. Así, la extensión de los versos significa algo, connota estados de ánimo, puntos de vista,
sensaciones.

1. Para entender por qué el verso libre marca una diferencia con la poesía anterior, busquen el sig-
nificado de “verso”, “métrica” y “rima”. Pueden consultar diccionarios, enciclopedias, manuales
o libros de Lengua o Literatura de cualquier época.

2. Los dos fragmentos siguientes corresponden a dos poemas de Federico García Lorca, un poeta
español. En los dos pueden encontrarse palabras que riman al final de los versos. ¿Qué rimas
encuentran?

Si bien son muy breves, los siguientes son textos completos del poeta argentino Roberto Juarroz.
Léanlos de corrido (sin interrumpir y sin variar la entonación). Elijan uno y cópienlo separándolo
en versos como les guste más y léanlo. ¿Qué pasó con la entonación? Prueben con diferentes
posibilidades y comenten qué efectos genera cada nueva versión.
Roberto Juarroz, “Casi poesía”, Décimocuarta poesía vertical.
Poemas verticales, Buenos Aires, Emecé, 1997.

17
La costumbre de despertarse tranquiliza a la costumbre de dormirse.
61
La única salvación de todo andar es no llegar.
64
Aunque pierda mi nombre y yo no responda ya a su llamado, volveré siempre al lugar donde tú lo
pronunciabas.

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Poesía. Caligramas

Un caligrama o poema visual es


un poema en el que la línea de
escritura se usa como si fuera el
trazo de un dibujo. Si bien hay
antecedentes de este tipo de
poesía, incluso en la literatura
griega, el iniciador de esta for-
ma de escritura en la modernidad
es el escritor francés Guillaume
Apollinaire (1880-1918).

Caligrama de Apollinaire
Fuente: Alonso, R. (comp. y trad.)
Guillaume Apollinaire. La linda pelirroja y otros poemas,
Centro Editor de América Latina, Bs. As., 1987.

Poema griego atribuido a Teócrito de Siracusa, probablemente del siglo


III, cuyo título, “Siringa”, se relaciona con la forma de los versos (la
siringa es un instrumento musical parecido al sikus).

1. Escriban un caligrama. Recuerden que la forma y el tema del


texto deben estar relacionados.

Cadáver exquisito
Una de las escuelas de vanguardia que más se extendió fue el surrealismo, movimiento artístico originado en Francia durante
la década de 1920. Uno de los pilares de este movimiento fue el énfasis en la creación grupal. Para ello, sus seguidores
experimentaban diversas técnicas de escritura colectiva en las que se jugaba con el azar. Una de esas técnicas es el cadáver
exquisito.
2. Escriban un cadáver exquisito. ¿Cómo se hace? Formen grupos de entre cuatro y siete participantes. El primero escribe
una frase en un papel; al terminar, lo dobla dejando que se vea solamente la última palabra que escribió. A partir de esta, el
segundo participante escribe otra frase;y así sucesivamente. Se puede repetir varias veces, cuantas se quiera.
Al finalizar, se desdobla el papel y se lee el resultado.
Una aclaración: la técnica se llama "cadáver exquisito" porque cuando los surrealistas la probaron por primera vez,
obtuvieron la siguiente frase: "El cadáver-exquisito-beberá-el vino nuevo".

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Novela

Es un formato textual de carácter narrativo más extenso que el cuento. En ella, un narrador relata hechos ficcionales
en los que intervienen personajes y que se desarrollan en un espacio y un tiempo determinados.
A diferencia de los cuentos, las novelas son narraciones más extensas. Esa característica permite un mayor desarrollo
de las acciones, la inclusión de más personajes y de historias secundarias. En los cuentos, los diálogos y las
descripciones deben ser breves y precisos, mientras que la novela acepta diálogos largos y descripciones amplias. Su
extensión hace que, generalmente, haya más variedad de espacios, e incluso cambios de épocas; o bien la inclusión
de otros textos como informes, cartas, diarios íntimos o noticias periodísticas.

Historia y relato
El narrador puede contar una misma historia de diversas maneras. Por ejemplo, un crimen puede relatarse
cronológicamente, es decir, en el mismo orden en que sucedieron los hechos.
1) Un hombre decide matar a otro para cobrar el seguro. 2) El asesino planea el crimen. 3) Comete el
asesinato. 4) El detective llega a la escena del crimen. 4) Investiga el caso.

Pero también se puede narrar la misma historia de otra manera; en otro orden, por ejemplo, comenzando por
el final y presentando luego las causas que provocaron el crimen.
1) El detective llega a la escena del crimen. 2) Observa qué ocurrió. 3) Investiga el caso. 4) Descubre cómo se
planeó el asesinato. 5) Descubre quién lo cometió y por qué.

Saltos en el tiempo
En ocasiones, los relatos no están organizados cronológicamente, sino que el narrador produce cortes y saltos
en el desarrollo de la historia, hacia el pasado o hacia el futuro. La interrupción de la temporalidad narrativa
para referir a hechos del pasado se denomina retrospección (o se utiliza el término inglés flashback). Por
ejemplo: Finalmente, el hombre descubrió la verdad. Un mes antes había comenzado sus investigaciones.
Otras veces, el narrador excluye muchas acciones de la historia que está contando. Por ejemplo: Llamó a su
hermano esa noche. Dos días después, se encontraron en el parque.
El narrador no cuenta lo que ocurrió durante esos dos días porque no resulta de interés para el resto de la
historia, o bien porque desea ocultar información. Este recurso narrativo se denomina elipsis.

Discurso directo e indirecto

Discurso directo: En una narración, las voces de los personajes pueden estar incluidas en forma de diálogo,
introducidas por rayas de diálogo, comillas y por verbos vinculados al acto del decir (preguntar, responder,
inquirir, decir, asegurar, etcétera). Por ejemplo:
─¿De dónde viene?— preguntó Holmes.

Discurso indirecto: Las palabras que pronuncian los personajes también pueden ser transmitidas al lector por
la voz del narrador, es decir “contadas” o referidas por él. También se introducen por verbos de decir.
Siguiendo el mismo ejemplo:
Holmes preguntó de dónde venía.
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Antología de cuentos

Sennin - Ryunosuke Akutagawa (Tokio, 1892-1927)


Un hombre que quería emplearse como sirviente llegó una vez a la ciudad de Osaka. No sé su verdadero
nombre, lo conocían por el nombre de sirviente, Gonsuké, pues él era, después de todo, un sirviente para
cualquier trabajo.
Este hombre -que nosotros llamaremos Gonsuké- fue a una agencia de COLOCACIONES PARA
CUALQUIER TRABAJO, y dijo al empleado que estaba fumando su larga pipa de bambú:
-Por favor, señor Empleado, yo desearía ser un sennin1. ¿Tendría usted la gentileza de buscar una familia
que me enseñara el secreto de serlo, mientras trabajo como sirviente?
El empleado, atónito, quedó sin habla durante un rato, por el ambicioso pedido de su cliente.
-¿No me oyó usted, señor Empleado? -dijo Gonsuké-. Yo deseo ser un sennin. ¿Quisiera usted buscar una
familia que me tome de sirviente y me revele el secreto?
-Lamentamos desilusionarlo -musitó el empleado, volviendo a fumar su olvidada pipa-, pero ni una sola
vez en nuestra larga carrera comercial hemos tenido que buscar un empleo para aspirantes al grado de
sennin. Si usted fuera a otra agencia, quizá...
Gonsuké se le acercó más, rozándolo con sus presuntuosas rodillas, de pantalón azul, y empezó a argüir de
esta manera:
-Ya, ya, señor, eso no es muy correcto. ¿Acaso no dice el cartel COLOCACIONES PARA CUALQUIER
TRABAJO? Puesto que promete cualquier trabajo, usted debe conseguir cualquier trabajo que le pidamos.
Usted está mintiendo intencionalmente, si no lo cumple.
Frente a un argumento tan razonable, el empleado no censuró el explosivo enojo:
-Puedo asegurarle, señor Forastero, que no hay ningún engaño. Todo es correcto -se apresuró a alegar el
empleado-, pero si usted insiste en su extraño pedido, le rogaré que se dé otra vuelta por aquí mañana.
Trataremos de conseguir lo que nos pide.
Para desentenderse, el empleado hizo esa promesa y logró, momentáneamente por lo menos, que Gonsuké
se fuera. No es necesario decir, sin embargo, que no tenía la posibilidad de conseguir una casa donde
pudieran enseñar a un sirviente los secretos para ser un sennin. De modo que al deshacerse del visitante,
el empleado acudió a la casa de un médico vecino.
Le contó la historia del extraño cliente y le preguntó ansiosamente:
-Doctor, ¿qué familia cree usted que podría hacer de este muchacho un sennin, con rapidez?
Aparentemente, la pregunta desconcertó al doctor. Quedó pensando un rato, con los brazos cruzados
sobre el pecho, contemplando vagamente un gran pino del jardín. Fue la mujer del doctor, una mujer muy
astuta, conocida como la Vieja Zorra, quien contestó por él al oír la historia del empleado.
-Nada más simple. Envíelo aquí. En un par de años lo haremos sennin.

1
Según la tradición china, el Sennin es un ermitaño sagrado que vive en el corazón de una montaña, y que tiene poderes mágicos
como el de volar cuando quiere y disfrutar de una extrema longevidad.

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-¿Lo hará usted realmente, señora? ¡Sería maravilloso! No sé cómo agradecerle su amable oferta.
Pero le confieso que me di cuenta desde el comienzo que algo relaciona a un doctor con un sennin.
El empleado, que felizmente ignoraba los designios de la mujer, agradeció una y otra vez, y se alejó con
gran júbilo.
Nuestro doctor lo siguió con la vista; parecía muy contrariado; luego, volviéndose hacia la mujer, le regañó
malhumorado:
-Tonta, ¿te has dado cuenta de la tontería que has hecho y dicho? ¿Qué harías si el tipo empezara a
quejarse algún día de que no le hemos enseñado ni una pizca de tu bendita promesa después de tantos
años?
La mujer, lejos de pedirle perdón, se volvió hacia él y graznó:
-Estúpido. Mejor no te metas. Un atolondrado tan estúpidamente tonto como tú, apenas podría arañar lo
suficiente en este mundo de te comeré o me comerás, para mantener alma y cuerpo unidos.
Esta frase hizo callar a su marido.
A la mañana siguiente, como había sido acordado, el empleado llevó a su rústico cliente a la casa del
doctor. Como había sido criado en el campo, Gonsuké se presentó aquel día ceremoniosamente vestido
con haori y hakama, quizá en honor de tan importante ocasión. Gonsuké aparentemente no se
diferenciaba en manera alguna del campesino corriente: fue una pequeña sorpresa para el doctor, que
esperaba ver algo inusitado en la apariencia del aspirante a sennin. El doctor lo miró con curiosidad, como
a un animal exótico traído de la lejana India, y luego dijo:
-Me dijeron que usted desea ser un sennin, y yo tengo mucha curiosidad por saber quién le ha metido esa
idea en la cabeza.
-Bien señor, no es mucho lo que puedo decirle -replicó Gonsuké-. Realmente fue muy simple: cuando vine
por primera vez a esta ciudad y miré el gran castillo, pensé de esta manera: que hasta nuestro gran
gobernante Taiko, que vive allá, debe morir algún día; que usted puede vivir suntuosamente, pero aun así
volverá al polvo como el resto de nosotros. En resumidas cuentas, que toda nuestra vida es un sueño
pasajero... justamente lo que sentía en ese instante.
-Entonces -prontamente la Vieja Zorra se introdujo en la conversación-, ¿haría usted cualquier cosa con
tal de ser un sennin?
-Sí, señora, con tal de serlo.
-Muy bien. Entonces usted vivirá aquí y trabajará para nosotros durante veinte años a partir de hoy y, al
término del plazo, será el feliz poseedor del secreto.
-¿Es verdad, señora? Le quedaré muy agradecido.
-Pero -añadió ella-, de aquí a veinte años usted no recibirá de nosotros ni un centavo de sueldo. ¿De
acuerdo?
-Sí, señora. Gracias, señora. Estoy de acuerdo en todo.
De esta manera empezaron a transcurrir los veinte años que pasó Gonsuké al servicio del doctor. Gonsuké
acarreaba agua del pozo, cortaba la leña, preparaba las comidas y hacía todo el fregado y el barrido. Pero
esto no era todo, tenía que seguir al doctor en sus visitas, cargando en sus espaldas el gran botiquín. Ni
siquiera por todo este trabajo Gonsuké pidió un solo centavo. En verdad, en todo el Japón, no se hubiera
encontrado mejor sirviente por menos sueldo.
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Pasaron por fin los veinte años y Gonsuké, vestido otra vez ceremoniosamente con su almidonado
haori como la primera vez que lo vieron, se presentó ante los dueños de casa.
Les expresó su agradecimiento por todas las bondades recibidas durante los pasados veinte años.
-Y ahora, señor -prosiguió Gonsuké-. ¿quisieran ustedes enseñarme hoy, como lo prometieron hace veinte
años, cómo se llega a ser sennin y alcanzar juventud eterna e inmortalidad?
-Y ahora ¿qué hacemos? -suspiró el doctor al oír el pedido. Después de haberlo hecho trabajar durante
veinte largos años por nada, ¿cómo podría en nombre de la humanidad decir ahora a su sirviente que nada
sabía respecto al secreto de los sennin? El doctor se desentendió diciendo que no era él sino su mujer
quien sabía los secretos.
-Usted tiene que pedirle a ella que se lo diga -concluyó el doctor y se alejó torpemente.
La mujer, sin embargo, suave e imperturbable, dijo:
-Muy bien, entonces se lo enseñaré yo, pero tenga en cuenta que usted debe hacer lo que yo le diga, por
difícil que le parezca. De otra manera, nunca podría ser un sennin; y además, tendría que trabajar para
nosotros otros veinte años, sin paga, de lo contrario, créame, el Dios Todopoderoso lo destruirá en el acto.
-Muy bien, señora, haré cualquier cosa por difícil que sea -contestó Gonsuké. Estaba muy contento y
esperaba que ella hablara.
-Bueno -dijo ella-, entonces trepe a ese pino del jardín.
Desconociendo por completo los secretos, sus intenciones habían sido simplemente imponerle cualquier
tarea imposible de cumplir para asegurarse sus servicios gratis por otros veinte años. Sin embargo, al oír la
orden, Gonsuké empezó a trepar al árbol, sin vacilación.
-Más alto -le gritaba ella-, más alto, hasta la cima.
De pie en el borde de la baranda, ella erguía el cuello para ver mejor a su sirviente sobre el árbol; vio su
haori flotando en lo alto, entre las ramas más altas de ese pino tan alto.
-Ahora suelte la mano derecha.
Gonsuké se aferró al pino lo más que pudo con la mano izquierda y cautelosamente dejó libre la derecha.
-Suelte también la mano izquierda.
-Ven, ven, mi buena mujer -dijo al fin su marido atisbando las alturas-. Tú sabes que si el campesino
suelta la rama, caerá al suelo. Allá abajo hay una gran piedra y, tan seguro como yo soy doctor, será
hombre muerto.
-En este momento no quiero ninguno de tus preciosos consejos. Déjame tranquila. ¡He! ¡Hombre! Suelte
la mano izquierda. ¿Me oye?
En cuanto ella habló, Gonsuké levantó la vacilante mano izquierda. Con las dos manos fuera de la rama
¿cómo podría mantenerse sobre el árbol? Después, cuando el doctor y su mujer retomaron aliento,
Gonsuké y su haori se divisaron desprendidos de la rama, y luego... y luego... Pero ¿qué es eso? ¡Gonsuké
se detuvo! ¡se detuvo! en medio del aire, en vez de caer como un ladrillo, y allá arriba quedó, en plena luz
del mediodía, suspendido como una marioneta.
-Les estoy agradecido a los dos, desde lo más profundo de mi corazón. Ustedes me han hecho un sennin -
dijo Gonsuké desde lo alto.
Se le vio hacerles una respetuosa reverencia y luego comenzó a subir cada vez más alto, dando suaves
pasos en el cielo azul, hasta transformarse en un puntito y desaparecer entre las nubes.
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Los asesinos - Ernest Hemingway (Estados Unidos, 1899-1961)
La puerta del restaurante de Henry se abrió y entraron dos hombres que se sentaron al mostrador.
-¿Qué van a pedir? -les preguntó George.
-No sé -dijo uno de ellos-. ¿Tú qué tienes ganas de comer, Al?
-Qué sé yo -respondió Al-, no sé.
Afuera estaba oscureciendo. Las luces de la calle entraban por la ventana. Los dos hombres leían el menú. Desde el
otro extremo del mostrador, Nick Adams, quien había estado conversando con George cuando ellos entraron, los
observaba.
-Yo voy a pedir costillitas de cerdo con salsa de manzanas y puré de papas -dijo el primero.
-Todavía no está listo.
-¿Entonces para qué carajo lo pones en la carta?
-Esa es la cena -le explicó George-. Puede pedirse a partir de las seis.
George miró el reloj en la pared de atrás del mostrador.
-Son las cinco.
-El reloj marca las cinco y veinte -dijo el segundo hombre.
-Adelanta veinte minutos.
-Bah, a la mierda con el reloj -exclamó el primero-. ¿Qué tienes para comer?
-Puedo ofrecerles cualquier variedad de sándwiches -dijo George-, jamón con huevos, tocineta con huevos, hígado y
tocineta, o un bisté.
-A mí dame suprema de pollo con arvejas y salsa blanca y puré de papas.
-Esa es la cena.
-¿Será posible que todo lo que pidamos sea la cena?
-Puedo ofrecerles jamón con huevos, tocineta con huevos, hígado...
-Jamón con huevos -dijo el que se llamaba Al. Vestía un sombrero hongo y un sobretodo negro abrochado. Su cara
era blanca y pequeña, sus labios angostos. Llevaba una bufanda de seda y guantes.
-Dame tocineta con huevos -dijo el otro. Era más o menos de la misma talla que Al. Aunque de cara no se parecían,
vestían como gemelos. Ambos llevaban sobretodos demasiado ajustados para ellos. Estaban sentados, inclinados
hacia adelante, con los codos sobre el mostrador.
-¿Hay algo para tomar? -preguntó Al.
-Gaseosa de jengibre, cerveza sin alcohol y otras bebidas gaseosas -enumeró George.
-Dije si tienes algo para tomar.
-Sólo lo que nombré.
-Es un pueblo caluroso este, ¿no? -dijo el otro- ¿Cómo se llama?
-Summit.
-¿Alguna vez lo oíste nombrar? -preguntó Al a su amigo.
-No -le contestó éste.
-¿Qué hacen acá a la noche? -preguntó Al.
-Cenan -dijo su amigo-. Vienen acá y cenan de lo lindo.

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-Así es -dijo George.
-¿Así que crees que así es? -Al le preguntó a George.
-Seguro.
-Así que eres un chico vivo, ¿no?
-Seguro -respondió George.
-Pues no lo eres -dijo el otro hombrecito-. ¿No es cierto, Al?
-Se quedó mudo -dijo Al. Giró hacia Nick y le preguntó-: ¿Cómo te llamas?
-Adams.
-Otro chico vivo -dijo Al-. ¿No es vivo, Max?
-El pueblo está lleno de chicos vivos -respondió Max.
George puso las dos bandejas, una de jamón con huevos y la otra de tocineta con huevos, sobre el mostrador.
También trajo dos platos de papas fritas y cerró la portezuela de la cocina.
-¿Cuál es el suyo? -le preguntó a Al.
-¿No te acuerdas?
-Jamón con huevos.
-Todo un chico vivo -dijo Max. Se acercó y tomó el jamón con huevos. Ambos comían con los guantes puestos.
George los observaba.
-¿Qué miras? -dijo Max mirando a George.
-Nada.
-Cómo que nada. Me estabas mirando a mí.
-En una de esas lo hacía en broma, Max -intervino Al.
George se rió.
-Tú no te rías -lo cortó Max-. No tienes nada de qué reírte, ¿entiendes?
-Está bien -dijo George.
-Así que piensas que está bien -Max miró a Al-. Piensa que está bien. Esa sí que está buena.
-Ah, piensa -dijo Al. Siguieron comiendo.
-¿Cómo se llama el chico vivo ése que está en la punta del mostrador? -le preguntó Al a Max.
-Ey, chico vivo -llamó Max a Nick-, anda con tu amigo del otro lado del mostrador.
-¿Por? -preguntó Nick.
-Porque sí.
-Mejor pasa del otro lado, chico vivo -dijo Al. Nick pasó para el otro lado del mostrador.
-¿Qué se proponen? -preguntó George.
-Nada que te importe -respondió Al-. ¿Quién está en la cocina?
-El negro.
-¿El negro? ¿Cómo el negro?
-El negro que cocina.
-Dile que venga.
-¿Qué se proponen?
-Dile que venga.

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-¿Dónde se creen que están?
-Sabemos muy bien dónde estamos -dijo el que se llamaba Max-. ¿Parecemos tontos acaso?
-Por lo que dices, parecería que sí -le dijo Al-. ¿Qué tienes que ponerte a discutir con este chico? -y luego a George-:
Escucha, dile al negro que venga acá.
-¿Qué le van a hacer?
-Nada. Piensa un poco, chico vivo. ¿Qué le haríamos a un negro?
George abrió la portezuela de la cocina y llamó:
-Sam, ven un minutito.
El negro abrió la puerta de la cocina y salió.
-¿Qué pasa? -preguntó. Los dos hombres lo miraron desde el mostrador.
-Muy bien, negro -dijo Al-. Quédate ahí.
El negro Sam, con el delantal puesto, miró a los hombres sentados al mostrador:
-Sí, señor -dijo. Al bajó de su taburete.
-Voy a la cocina con el negro y el chico vivo -dijo-. Vuelve a la cocina, negro. Tú también, chico vivo.
El hombrecito entró a la cocina después de Nick y Sam, el cocinero. La puerta se cerró detrás de ellos. El que se
llamaba Max se sentó al mostrador frente a George. No lo miraba a George sino al espejo que había tras el
mostrador. Antes de ser un restaurante, el lugar había sido una taberna.
-Bueno, chico vivo -dijo Max con la vista en el espejo-. ¿Por qué no dices algo?
-¿De qué se trata todo esto?
-Ey, Al -gritó Max-. Acá este chico vivo quiere saber de qué se trata todo esto.
-¿Por qué no le cuentas? -se oyó la voz de Al desde la cocina.
-¿De qué crees que se trata?
-No sé.
-¿Qué piensas?
Mientras hablaba, Max miraba todo el tiempo al espejo.
-No lo diría.
-Ey, Al, acá el chico vivo dice que no diría lo que piensa.
-Está bien, puedo oírte -dijo Al desde la cocina, que con una botella de ketchup mantenía abierta la ventanilla por la
que se pasaban los platos-. Escúchame, chico vivo -le dijo a George desde la cocina-, aléjate de la barra. Tú, Max,
córrete un poquito a la izquierda -parecía un fotógrafo dando indicaciones para una toma grupal.
-Dime, chico vivo -dijo Max-. ¿Qué piensas que va a pasar?
George no respondió.
-Yo te voy a contar -siguió Max-. Vamos a matar a un sueco. ¿Conoces a un sueco grandote que se llama Ole
Andreson?
-Sí.
-Viene a comer todas las noches, ¿no?
-A veces.
-A las seis en punto, ¿no?
-Si viene.

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-Ya sabemos, chico vivo -dijo Max-. Hablemos de otra cosa. ¿Vas al cine?
-De vez en cuando.
-Tendrías que ir más seguido. Para alguien tan vivo como tú, está bueno ir al cine.
-¿Por qué van a matar a Ole Andreson? ¿Qué les hizo?
-Nunca tuvo la oportunidad de hacernos algo. Jamás nos vio.
-Y nos va a ver una sola vez -dijo Al desde la cocina.
-¿Entonces por qué lo van a matar? -preguntó George.
-Lo hacemos para un amigo. Es un favor, chico vivo.
-Cállate -dijo Al desde la cocina-. Hablas demasiado.
-Bueno, tengo que divertir al chico vivo, ¿no, chico vivo?
-Hablas demasiado -dijo Al-. El negro y mi chico vivo se divierten solos. Los tengo atados como una pareja de
amigas en el convento.
-¿Tengo que suponer que estuviste en un convento?
-Uno nunca sabe.
-En un convento judío. Ahí estuviste tú.
George miró el reloj.
-Si viene alguien, dile que el cocinero salió. Si después de eso se queda, le dices que cocinas tú. ¿Entiendes, chico
vivo?
-Sí -dijo George-. ¿Qué nos harán después?
-Depende -respondió Max-. Esa es una de las cosas que uno nunca sabe en el momento.
George miró el reloj. Eran las seis y cuarto. La puerta de la calle se abrió y entró un conductor de tranvías.
-Hola, George -saludó-. ¿Me sirves la cena?
-Sam salió -dijo George-. Volverá en alrededor de una hora y media.
-Mejor voy a la otra cuadra -dijo el chofer. George miró el reloj. Eran las seis y veinte.
-Estuviste bien, chico vivo -le dijo Max-. Eres un verdadero caballero.
-Sabía que le volaría la cabeza -dijo Al desde la cocina.
-No -dijo Max-, no es eso. Lo que pasa es que es simpático. Me gusta el chico vivo.
A las siete menos cinco George habló:
-Ya no viene.
Otras dos personas habían entrado al restaurante. En una oportunidad George fue a la cocina y preparó un sándwich
de jamón con huevos "para llevar", como había pedido el cliente. En la cocina vio a Al, con su sombrero hongo hacia
atrás, sentado en un taburete junto a la portezuela con el cañón de un arma recortada apoyado en un saliente. Nick y
el cocinero estaban amarrados espalda con espalda con sendas toallas en las bocas. George preparó el pedido, lo
envolvió en papel manteca, lo puso en una bolsa y lo entregó. El cliente pagó y salió.
-El chico vivo puede hacer de todo -dijo Max-. Cocina y hace de todo. Harías de alguna chica una linda esposa,
chico vivo.
-¿Sí? -dijo George- Su amigo, Ole Andreson, no va a venir.
-Le vamos a dar otros diez minutos -repuso Max.
Max miró el espejo y el reloj. Las agujas marcaban las siete en punto, y luego siete y cinco.

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-Vamos, Al -dijo Max-. Mejor nos vamos de acá. Ya no viene.
-Mejor esperamos otros cinco minutos -dijo Al desde la cocina.
En ese lapso entró un hombre, y George le explicó que el cocinero estaba enfermo.
-¿Por qué carajo no consigues otro cocinero? -lo increpó el hombre- ¿Acaso no es un restaurante esto? -luego se
marchó.
-Vamos, Al -insistió Max.
-¿Qué hacemos con los dos chicos vivos y el negro?
-No va a haber problemas con ellos.
-¿Estás seguro?
-Sí, ya no tenemos nada que hacer acá.
-No me gusta nada -dijo Al-. Es imprudente, tú hablas demasiado.
-Uh, qué te pasa -replicó Max-. Tenemos que entretenernos de alguna manera, ¿no?
-Igual hablas demasiado -insistió Al. Éste salió de la cocina, la recortada le formaba un ligero bulto en la cintura,
bajo el sobretodo demasiado ajustado que se arregló con las manos enguantadas.
-Adiós, chico vivo -le dijo a George-. La verdad es que tuviste suerte.
-Cierto -agregó Max-, deberías apostar en las carreras, chico vivo.
Los dos hombres se retiraron. George, a través de la ventana, los vio pasar bajo el farol de la esquina y cruzar la
calle. Con sus sobretodos ajustados y esos sombreros hongos parecían dos artistas de variedades. George volvió a la
cocina y desató a Nick y al cocinero.
-No quiero que esto vuelva a pasarme -dijo Sam-. No quiero que vuelva a pasarme.
Nick se incorporó. Nunca antes había tenido una toalla en la boca.
-¿Qué carajo...? -dijo pretendiendo seguridad.
-Querían matar a Ole Andreson -les contó George-. Lo iban a matar de un tiro ni bien entrara a comer.
-¿A Ole Andreson?
-Sí, a él.
El cocinero se palpó los ángulos de la boca con los pulgares.
-¿Ya se fueron? -preguntó.
-Sí -respondió George-, ya se fueron.
-No me gusta -dijo el cocinero-. No me gusta para nada.
-Escucha -George se dirigió a Nick-. Tendrías que ir a ver a Ole Andreson.
-Está bien.
-Mejor que no tengas nada que ver con esto -le sugirió Sam, el cocinero-. No te conviene meterte.
-Si no quieres no vayas -dijo George.
-No vas a ganar nada involucrándote en esto -siguió el cocinero-. Mantente al margen.
-Voy a ir a verlo -dijo Nick-. ¿Dónde vive?
El cocinero se alejó.
-Los jóvenes siempre saben qué es lo que quieren hacer -dijo.
-Vive en la pensión Hirsch -George le informó a Nick.
-Voy para allá.

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Afuera, las luces de la calle brillaban por entre las ramas de un árbol desnudo de follaje. Nick caminó por
el costado de la calzada y a la altura del siguiente poste de luz tomó por una calle lateral. La pensión Hirsch se
hallaba a tres casas. Nick subió los escalones y tocó el timbre. Una mujer apareció en la entrada.
-¿Está Ole Andreson?
-¿Quieres verlo?
-Sí, si está.
Nick siguió a la mujer hasta un descanso de la escalera y luego al final de un pasillo. Ella llamó a la puerta.
-¿Quién es?
-Alguien que viene a verlo, señor Andreson -respondió la mujer.
-Soy Nick Adams.
-Pasa.
Nick abrió la puerta e ingresó al cuarto. Ole Andreson yacía en la cama con la ropa puesta. Había sido boxeador peso
pesado y la cama le quedaba chica. Estaba acostado con la cabeza sobre dos almohadas. No miró a Nick.
-¿Qué pasa? -preguntó.
-Estaba en el negocio de Henry -comenzó Nick-, cuando dos tipos entraron y nos ataron a mí y al cocinero, y dijeron
que iban a matarlo.
Sonó tonto decirlo. Ole Andreson no dijo nada.
-Nos metieron en la cocina -continuó Nick-. Iban a dispararle apenas entrara a cenar.
Ole Andreson miró a la pared y siguió sin decir palabra.
-George creyó que lo mejor era que yo viniera y le contase.
-No hay nada que yo pueda hacer -Ole Andreson dijo finalmente.
-Le voy a decir cómo eran.
-No quiero saber cómo eran -dijo Ole Andreson. Volvió a mirar hacia la pared: -Gracias por venir a avisarme.
-No es nada.
Nick miró al grandote que yacía en la cama.
-¿No quiere que vaya a la policía?
-No -dijo Ole Andreson-. No sería buena idea.
-¿No hay nada que yo pueda hacer?
-No. No hay nada que hacer.
-Tal vez no lo dijeron en serio.
-No. Lo decían en serio.
Ole Andreson volteó hacia la pared.
-Lo que pasa -dijo hablándole a la pared- es que no me decido a salir. Me quedé todo el día acá.
-¿No podría escapar de la ciudad?
-No -dijo Ole Andreson-. Estoy harto de escapar.
Seguía mirando a la pared.
-Ya no hay nada que hacer.
-¿No tiene ninguna manera de solucionarlo?

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-No. Me equivoqué -seguía hablando monótonamente-. No hay nada que hacer. Dentro de un rato me voy a
decidir a salir.
-Mejor vuelvo adonde George -dijo Nick.
-Chau -dijo Ole Andreson sin mirar hacia Nick-. Gracias por venir.
Nick se retiró. Mientras cerraba la puerta vio a Ole Andreson totalmente vestido, tirado en la cama y mirando a la
pared.
-Estuvo todo el día en su cuarto -le dijo la encargada cuando él bajó las escaleras-. No debe sentirse bien. Yo le dije:
"Señor Andreson, debería salir a caminar en un día otoñal tan lindo como este", pero no tenía ganas.
-No quiere salir.
-Qué pena que se sienta mal -dijo la mujer-. Es un hombre buenísimo. Fue boxeador, ¿sabías?
-Sí, ya sabía.
-Uno no se daría cuenta salvo por su cara -dijo la mujer. Estaban junto a la puerta principal-. Es tan amable.
-Bueno, buenas noches, señora Hirsch -saludó Nick.
-Yo no soy la señora Hirsch -dijo la mujer-. Ella es la dueña. Yo me encargo del lugar. Yo soy la señora Bell.
-Bueno, buenas noches, señora Bell -dijo Nick.
-Buenas noches -dijo la mujer.
Nick caminó por la vereda a oscuras hasta la luz de la esquina, y luego por la calle hasta el restaurante. George
estaba adentro, detrás del mostrador.
-¿Viste a Ole?
-Sí -respondió Nick-. Está en su cuarto y no va a salir.
El cocinero, al oír la voz de Nick, abrió la puerta desde la cocina.
-No pienso escuchar nada -dijo y volvió a cerrar la puerta de la cocina.
-¿Le contaste lo que pasó? -preguntó George.
-Sí. Le conté pero él ya sabe de qué se trata.
-¿Qué va a hacer?
-Nada.
-Lo van a matar.
-Supongo que sí.
-Debe haberse metido en algún lío en Chicago.
-Supongo -dijo Nick.
-Es terrible.
-Horrible -dijo Nick.
Se quedaron callados. George se agachó a buscar un repasador y limpió el mostrador.
-Me pregunto qué habrá hecho -dijo Nick.
-Habrá traicionado a alguien. Por eso los matan.
-Me voy a ir de este pueblo -dijo Nick.
-Sí -dijo George-. Es lo mejor que puedes hacer.
-No soporto pensar que él espera en su cuarto y sabe lo que le pasará. Es realmente horrible.
-Bueno -dijo George-. Mejor deja de pensar en eso.

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Perdiendo velocidad - Samanta Schweblin (Argentina, 1978)


Tego se hizo unos huevos revueltos, pero cuando finalmente se sentó a la mesa y miró el plato, descubrió que era incapaz
de comérselos.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
Tardó en sacar la vista de los huevos.
—Estoy preocupado —dijo—, creo que estoy perdiendo velocidad.
Movió el brazo a un lado y al otro, de una forma lenta y exasperante, supongo que a propósito, y se quedó mirándome,
como esperando mi veredicto.
—No tengo la menor idea de qué estás hablando —dije—, todavía estoy demasiado dormido.
—¿No viste lo que tardo en atender el teléfono? En atender la puerta, en tomar un vaso de agua, en cepillarme los
dientes… Es un calvario.
Hubo un tiempo en que Tego volaba a cuarenta kilómetros por hora. El circo era el cielo; yo arrastraba el cañón hasta el
centro de la pista. Las luces ocultaban al público, pero escuchábamos el clamor. Las cortinas terciopeladas se abrían y
Tego aparecía con su casco plateado. Levantaba los brazos para recibir los aplausos. Su traje rojo brillaba sobre la arena.
Yo me encargaba de la pólvora mientras él trepaba y metía su cuerpo delgado en el cañón. Los tambores de la orquesta
pedían silencio y todo quedaba en mis manos. Lo único que se escuchaba entonces eran los paquetes de pochoclo y alguna
tos nerviosa. Sacaba de mis bolsillos los fósforos. Los llevaba en una caja de plata, que todavía conservo. Una caja pequeña
pero tan brillante que podía verse desde el último escalón de las gradas. La abría, sacaba un fósforo y lo apoyaba en la lija
de la base de la caja. En ese momento todas las miradas estaban en mí. Con un movimiento rápido surgía el fuego.
Encendía la soga. El sonido de las chispas se expandía hacia todos lados. Yo daba algunos pasos actorales hacia atrás,
dando a entender que algo terrible pasaría —el público atento a la mecha que se consumía—, y de pronto: Bum. Y Tego,
una flecha roja y brillante, salía disparado a toda velocidad.
Tego hizo a un lado los huevos y se levantó con esfuerzo de la silla. Estaba gordo, y estaba viejo. Respiraba con un
ronquido pesado, porque la columna le apretaba no sé qué cosa de los pulmones, y se movía por la cocina usando las sillas
y la mesada para ayudarse, parando a cada rato para pensar, o para descansar. A veces simplemente suspiraba y seguía.
Caminó en silencio hasta el umbral de la cocina, y se detuvo.
—Yo sí creo que estoy perdiendo velocidad —dijo.
Miró los huevos.
—Creo que me estoy por morir.
Arrimé el plato a mi lado de la mesa, nomás para hacerlo rabiar.
—Eso pasa cuando uno deja de hacer bien lo que uno mejor sabe hacer —dijo—. Eso estuve pensando, que uno se muere.
Probé los huevos pero ya estaban fríos. Fue la última conversación que tuvimos, después de eso dio tres pasos torpes hacia
el living, y cayó muerto en el piso.
Una periodista de un diario local viene a entrevistarme unos días después. Le firmo una fotografía para la nota, en la que
estamos con Tego junto al cañón, él con el casco y su traje rojo, yo de azul, con la caja de fósforos en la mano. La chica
queda encantada. Quiere saber más sobre Tego, me pregunta si hay algo especial que yo quiera decir sobre su muerte, pero
ya no tengo ganas de seguir hablando de eso, y no se me ocurre nada. Como no se va, le ofrezco algo de tomar.
—¿Café? —pregunto.
—¡Claro! —dice ella. Parece estar dispuesta a escucharme una eternidad. Pero raspo un fósforo contra mi caja de plata,
para encender el fuego, varias veces, y nada sucede.

En Pájaros en la boca, Buenos Aires: Emecé, 2009. https://soundcloud.com/p-jaro-latinoamericano/cuento-p-jaros-en-la-boca

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El desentierro de la angelita - Mariana Enríquez (Argentina, 1973)
A mi abuela no le gustaba la lluvia y antes de que cayeran las primeras gotas, cuando el cielo se oscurecía, salía
al patio del fondo con botellas y las enterraba hasta la mitad, todo el pico bajo tierra. Yo la seguía y le
preguntaba abuela por qué no te gusta la lluvia por qué no te gusta. Pero ella, nada, evasiva, con la palita en la
mano, frunciendo la nariz para oler la humedad en el aire. Si finalmente llovía, fuera garúa o tormenta, cerraba
puertas y ventanas y subía el volumen del televisor hasta tapar el ruido de las gotas y el viento –el techo de su
casa era de chapa–, y si el aguacero coincidía con su serie favorita, Combate, no había quien pudiera sacarle
una palabra porque estaba perdidamente enamorada de Vic Morrow.
Yo adoraba la lluvia porque ablandaba la tierra seca y permitía que se desatara mi manía excavatoria. ¡Qué de
pozos! Usaba la misma pala que la abuela, una muy chica, del tamaño que usaría un niño para jugar en la playa,
pero de metal y madera, no de plástico. La tierra del fondo albergaba pedacitos de botellas de vidrio color
verde, con los bordes tan lisos que ya no cortaban; piedras suaves que parecían cantos rodados o pequeñas
rocas de playa, ¿por qué estarían en el fondo de mi casa? Alguien debía haberlas sepultado. Una vez encontré
una piedra ovalada, del tamaño y color de una cucaracha pero sin patas ni antenas. De un lado era lisa, del otro
unas muescas formaban los claros rasgos de una cara sonriente. Se la mostré a mi papá, enloquecida porque
creía encontrarme ante una reliquia, y me dijo que las marcas formaban un rostro de casualidad. Mi papá
nunca se entusiasmaba. También encontré dados negros, con los puntos blancos ya casi invisibles. Encontré
restos de vidrios esmerilados verde manzana y turquesa. Mi abuela se acordó de que habían sido parte de una
puerta vieja. También jugaba con lombrices y las cortaba en pedacitos bien chiquitos. No me divertía ver el
cuerpo dividido retorciéndose un poco para al final seguir adelante. Me parecía que si picaba bien a la lombriz,
como a una cebolla, sin dejar contacto alguno entre los anillos, no iba a poder reconstruirse. Nunca me
gustaron los bichos.
Encontré los huesos después de una tormenta que convirtió al cuadrado de tierra del fondo en una piscina de
barro. Los guardé en el balde que usaba para llevar los tesoros hasta la pileta del patio, donde los lavaba. Se los
mostré a papá. Dijo que eran huesos de pollo, o a lo mejor de bifes de lomo, o de alguna mascota muerta que
debían haber enterrado hacía mucho. Perros o gatos. Insistía con lo de los pollos porque antes, en el fondo,
cuando él era chico, mi abuela tenía un gallinero.
Parecía una explicación posible hasta que mi abuela se enteró de los huesitos y empezó a arrancarse los pelos y
a gritar; la angelita la angelita. Pero el escándalo no duró mucho bajo la mirada de papá: él admitía las
―supersticiones‖ (así las llamaba) de la abuela siempre y cuando no se desbordara. Ella le conocía el gesto de
desaprobación y se tranquilizó a la fuerza. Me pidió los huesitos y se los di. Después me pidió que me fuera a la
habitación a dormir. Yo me enojé un poco porque no entendía la causa de la penitencia.
Pero más tarde, esa misma noche, me llamó y me contó todo. Era la hermana número diez u once, mi abuela no
estaba demasiado segura, en aquel entonces no se les prestaba tanta atención a los chicos. Se había muerto a
los pocos meses de nacida, entre fiebres y diarrea. Como era angelita, la sentaron sobre una mesa adornada con
flores, envuelta en un trapo rosa, apoyada en un almohadón. Le hicieron alitas de cartón para que subiera al
cielo más rápido, y no le llenaron la boca de pétalos de flores rojas porque a la mamá, mi bisabuela, le
impresionaba, le parecía sangre. Hubo baile y canto toda la noche, y hasta hubo que echar a un tío borracho y

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reanimar a mi bisabuela, que se desmayó por el llanto y el calor. Una rezadora india cantó trisagios, y
lo único que les cobró fue unas empanadas.
–¿Eso fue acá, abuela?
–No, en Salavina, en Santiago. ¡Hacía un calor!
–Entonces no son los huesos de la nena, si se murió allá.
–Sí que son. Yo me los traje cuando vinimos para acá. No la quise dejar porque lloraba todas las noches,
pobrecita. Si lloraba con nosotros cerquita, en la casa, ¡lo que iba a llorar sola, abandonada! Así que me la traje.
Ya era huesitos nomás, la puse en una bolsa y la enterré acá en los fondos. Ni tu abuelo sabía. Ni tu bisabuela,
nadie. Es que nomás yo la escuchaba llorar. Tu bisabuelo también, pero se hacía el tonto.
–¿Y acá llora la nena?
–Cuando llueve, nomás.
Después le pregunté a mi papá si la historia de la nena angelita era cierta, y él dijo que la abuela ya estaba muy
grande y desvariaba. Muy convencido no parecía, o a lo mejor le resultaba incómoda la conversación. Después
la abuela se murió, la casa se vendió, yo me fui a vivir sola sin marido ni hijos; mi papá se quedó con un
departamento de Balvanera, y me olvidé de la angelita.
Hasta que apareció al lado de la cama, en mi departamento, diez años después, llorando, una noche de torm.
La angelita no parece un fantasma. Ni flota ni está pálida ni lleva vestido blanco. Está a medio pudrir y no
habla. La primera vez que apareció creí que soñaba y traté de despertarme de la pesadilla; cuando no pude y
empecé a entender que era real grité y lloré y me tapé con las sábanas, los ojos cerrados fuerte y las manos
tapando los oídos para no escucharla –porque en ese momento no sabía que era muda–. Pero cuando salí de
ahí abajo, unas cuantas horas después, la angelita seguía ahí con los restos de una manta vieja puesta sobre los
hombros como un poncho. Señalaba con el dedo hacia afuera, hacia la ventana y la calle, y así me di cuenta de
que era de día. Es raro ver un muerto de día. Le pregunté qué quería, pero como respuesta siguió señalando
como en una película de terror.
Me levanté y salí corriendo hacia la cocina, a buscar los guantes que usaba para lavar los platos. La angelita me
siguió. Apenas una primera muestra de su personalidad demandante. No me amedrentó. Con los guantes
puestos la agarré del cogotito y apreté. No es muy coherente intentar ahorcar a un muerto, pero no se puede
estar desesperado y ser razonable al mismo tiempo. No le provoqué ni una tos, nada más yo quedé con restos
de carne en descomposición entre los dedos enguantados y a ella le quedó la tráquea a la vista.
Hasta ese momento no sabía que se trataba de Angelita, la hermana de mi abuela. Seguía cerrando los ojos bien
fuerte a ver si ella desaparecía o yo me despertaba. Como no funcionaba le caminé alrededor y vi, en la espalda,
colgando de los restos amarillentos de lo que ahora sé era la mortaja rosa, dos rudimentarias alitas de cartón
con plumas de gallina pegoteadas. En tantos años tendrían que haber desaparecido, pensé y después me reí un
poco histérica y me dije que tenía un bebé muerto en la cocina, que era mi tía abuela y que caminaba, aunque
por el tamaño debía haber vivido apenas unos tres meses. Tenía que dejar definitivamente de pensar en
términos de qué era posible y qué no.
Le pregunté si era mi tía abuela Angelita –como no habían hecho tiempo de anotarla con un nombre legal, eran
otros tiempos, la llamaron siempre por ese nombre genérico–; así descubrí que no hablaba pero contestaba

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moviendo la cabeza. Entonces mi abuela decía la verdad, pensé, no eran del gallinero, eran los
huesitos de su hermana los que desenterré cuando era chica.
Lo que quería Angelita era un misterio, porque más que mover la cabeza afirmativa o negativamente no hacía.
Pero algo quería con suma urgencia, porque no sólo seguía señalando, sino que no me dejaba en paz. Me seguía
por toda la casa. Me esperaba atrás de la cortina del baño cuando tomaba una ducha; se sentaba en el bidet
cuando yo hacía pis o caca; se paraba al lado de la heladera cuando lavaba los platos y se sentaba al lado de la
silla cuando yo trabajaba con la computadora.
Seguí haciendo mi vida normal durante la primera semana. Creía que a lo mejor se trataba de un pico de estrés
con alucinación, y que se iría. Me pedí unos días en el trabajo, tomé pastillas para dormir. La angelita seguía
ahí, esperando al lado de la cama a que me despertara. Algunos amigos me visitaron. Al principio no quise
atender los mensajes ni abrirles la puerta pero, para no preocuparlos más, accedí a verlos aduciendo
agotamiento mental. Ellos comprendieron, estuviste trabajando como una negra, me decían. Ninguno vio a la
angelita. La primera vez que me visitó mi amiga Marina metí a la angelita en el placard, pero para mi terror y
disgusto, se escapó y se sentó en el brazo del sillón, con esa fea cara podrida verdegrís. Marina ni se dio cuenta.
Poco después saqué a la angelita a la calle. Nada. Salvo ese señor que la miró de pasada y después se dio vuelta
y la volvió a mirar y se le descompuso la cara, le debe haber bajado la presión; o la señora que directamente
salió corriendo y casi la atropella el 45 en la calle Chacabuco. Alguna gente tenía que verla, eso me lo
imaginaba, seguramente no mucha. Para evitarles el mal momento, cuando salíamos juntas –mejor dicho,
cuando ella me seguía y a mí no me quedaba otra que dejarme acompañar– lo hacía con una especie de mochila
para cargarla (es feo verla caminar, es tan chiquita, es antinatural). También le compré una venda tipo máscara
para la cara, de las que se usan para tapar cicatrices de quemaduras. La gente ahora cuando la ve siente asco,
pero también conmoción y pena. Ven a un bebé muy enfermo o muy lastimado, ya no a un bebé muerto.
Si me viera mi papá, pensaba, él que siempre se quejó de que iba a morirse sin nietos (y se murió sin nietos, yo
lo decepcioné en esa y muchas otras cosas). Le compré juguetes para que se entretuviera, muñecas y dados de
plástico y chupetes para que mordiera, pero nada parecía gustarle demasiado, y seguía con el dichoso dedo
apuntando para el Sur –de eso me di cuenta, era siempre para el Sur– mañana, tarde y noche. Yo le hablaba y
le preguntaba, pero ella no se podía comunicar bien.
Hasta que una mañana se apareció con una foto de mi casa de la infancia, la casa donde yo había encontrado
sus huesitos en el patio del fondo. La sacó de la caja donde guardo las fotografías: un asco, dejó todas las otras
manchadas de su piel podrida que se desprendía, húmedas y pringosas. Ahora señalaba la casa con el dedo,
bien insistente. Querés ir ahí, le pregunté, y me dijo que sí. Le expliqué que la casa ya no era nuestra, que la
habíamos vendido, y me dijo que sí otra vez.
La cargué en la mochila con su máscara puesta y nos tomamos el 15 hasta Avellaneda. Ella no mira por la
ventana en los viajes, tampoco mira a la gente ni se entretiene con nada, le da a lo exterior la misma
importancia que a los juguetes. La llevé sentada a upa para que estuviera cómoda, aunque no sé si es posible
que esté incómoda o si eso significa algo para ella; ni siquiera sé qué siente. Solamente sé que no es mala, y que
le tuve miedo al principio, pero hace rato que no.
Llegamos a la que fue mi casa a eso de las cuatro de la tarde. Como siempre en verano, había un olor pesado a
Riachuelo y nafta sobre la avenida Mitre, mezclado con tufos de basura; en las esquinas, helados caídos de
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cucuruchos que dejaban el suelo pegoteado. Hay muchas heladerías sobre la avenida y mucha gente
torpe. Cruzamos la plaza caminando, después pasamos por el Sanatorio Itoiz, donde se murió mi abuela, y
finalmente rodeamos la cancha de Racing. Atrás estaba mi casa vieja, a dos cuadras de distancia del estadio.
Pero ahora que estaba en la puerta, ¿qué hacer? ¿Pedirles a los dueños nuevos que me dejaran pasar? ¿Con qué
pretexto? Ni lo había pensado. Claramente me estaba afectando la mente andar para todos lados con una niña
muerta.
Angelita fue la que se encargó de la situación. No hacía falta entrar. Era posible asomarse al fondo por la
medianera, eso era lo único que ella quería, ver el fondo. Espiamos las dos, ella en mis brazos –la medianera
era más bien baja, debía estar mal hecha–. Ahí, donde solía estar el cuadrado de tierra, había una pileta de
natación de plástico azul, empotrada en un hueco del suelo. Evidentemente habían levantado toda la tierra
para hacer el hoyo, y con esa acción habían tirado los huesos de la angelita vaya a saber dónde, los habían
revoleado, se habían perdido. Me dio lástima, pobrecita, y le dije que lo sentía mucho, que no podía
solucionárselo; hasta le dije que lamentaba no haberlos desenterrado otra vez cuando la casa se vendió, para
sepultarlos en algún lugar pacífico, o cerca de la familia si a ella le gustaba así. ¡Pero si tranquilamente podría
haberlos puesto adentro de una caja o un florero, y llevarlos a casa! Estuve mal con ella y le pedí disculpas.
Angelita dijo que sí. Entendí que las aceptaba. Le pregunté si ahora estaba tranquila y se iba a ir, si me iba a
dejar sola. Me dijo que no. Bueno, contesté, y como la respuesta no me cayó muy bien, salí caminando rápido
hasta la parada del 15 y la obligué a corretear atrás mío con sus pies descalzos que, de tan podridos, estaban
dejando asomar los huesitos blancos.
En Los peligros en fumar en la cama, Buenos Aires: Emecé, 2011.

El cuento por su autor


“El desentierro de la angelita” viene de algunos pocos recuerdos obsesivos, esos recuerdos-murmullo que, de tanto
pensarlos, dejan de parecerse a lo que realmente pasó. Mi abuela tuvo una hermana que murió antes de cumplir dos
años y que fue enterrada en el fondo de su casa. Esa niña muerta en el patio me daba miedo. Si mi abuela contaba que la
niña lloraba de noche, bajo la tierra, no lo sé, al menos no lo sé con certeza; recuerdo que lo contaba, pero dudo de que el
recuerdo sea cierto. Esa niña nunca fue velada como angelita, eso es seguro.
A mí me gustaba cavar en el pequeño cuadrado de tierra del fondo de mi casa en Lanús: encontraba vidrios y dados y
huesos, sobre todo muchos huesos de pollo –al menos eso me decían–. Es posible que haya desenterrado a una vieja
mascota de la familia o los huesos de los animales de mi abuelo, que improvisaba zoológicos (llegó a tener un venado y
un pavo real en la casa). De todos los hallazgos, el que más recuerdo es una piedra negra parecida a un escarabajo que
tenía una cara tallada y conservé mucho tiempo. No sé cuándo la perdí.
Las excavaciones y la niña muerta se unieron para este cuento que escribí como si me lo dictaran. No me gusta leer
prosa en voz alta –ni escuchar leer, para el caso–, pero cuando alguien me pide que lo haga y yo accedo por buena
educación, suelo elegir este cuento, porque hace reír a la gente. Me dicen que tiene humor negro, pero yo creo que se ríen
de nerviosos. También es el favorito de los adolescentes, por eso confío en él. Cuando lo escribí no me sentí ensañada,
pero ahora me doy cuenta de que el relato guarda una sonrisa cruel. Es uno de los pocos cuentos de fantasmas que haya
escrito, y Angelita es un fantasma bastante atípico, que se esconde muy poco –un fantasma gore–.
Supongo que “El desentierro de la angelita” es un cuento sobre los fantasmas familiares y los muertos sin tumba y los
restos humanos sin nombre. Pero también es un homenaje a los niños fantasma que alguna vez me asustaron: Catherine
Earn-shaw y su mano helada en Cumbres borrascosas, Toshio con su boca abierta en la película Ju-On, los niños que se
esconden bajo la capa del Fantasma de las Navidades Presentes de Dickens (Ignorancia y Necesidad creo que se llaman,
“Ignorance” y “Want”), Tomás, el niño de la máscara que oculta un rostro deforme en El orfanato de J. A. Bayona y el
terrible Gage de Cementerio de animales, de Stephen King, rey de los niños muertos.

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El hombre de la araucaria – Sara Gallardo (Argentina, 1931-1988)
Un hombre pasó veinte años haciéndose un par de alas. En 1924 las estrenó, de madrugada. Su temor
principal era la policía. Anduvieron, con un vaivén bastante lento. No lo subían más de doce metros,
la altura de una araucaria de la plaza San Martín.
El hombre abandonó a su mujer y sus hijos para pasar más horas sobre el árbol. Era empleado en una
compañía de seguros. Se instaló en una pensión. Cada medianoche ponía aceite para máquinas de
coser en las alas, y marchaba a la plaza. Las llevaba en un estuche de violoncello.
Bastante cómodo, tenía un nido sobre el árbol. Hasta con almohadones.
De noche la vida en la plaza es extraordinariamente compleja, pero él nunca se molestó en enterarse.
Le bastaban los follajes, las casas oscuras, y sobre todo las estrellas. Las noches de luna eran las
mejores.
Nuestro mal es no aceptar el límite. Se le puso pasar un día entero en el nido. Fue en un feriado de la
compañía.
Salió el sol. Nada como el amanecer entre las copas de los árboles. Muy alta, una banda de pájaros
pasó dejando la ciudad a sus pies. Los contempló con una especie de mareo, con lágrimas.
Eso había soñado los veinte años que puso en fabricar sus alas. No en una araucaria.
Los bendijo. Se le fue el corazón tras ellos.
Una sirvienta abrió los postigos en casa de una vieja insomne. Vio al hombre en su nido. La vieja
llamó a la policía y a los bomberos.
Con altavoces, con escaleras, lo rodearon.
Tardó en notarlo, se calzó las alas, se puso de pie.
Los autos frenaron. La gente se juntó. Se abrieron las ventanas. Vio a sus hijos, con delantales de
colegio. A su mujer, con la bolsa del mercado. A la sirvienta y a la vieja abrazadas.
Las alas funcionaron, despacio. Rozó ramas.
Pero perdió altura. Bajó hasta el monumento. Saltó. Se enhorquetó en ancas del caballo. Tomó de la
cintura al general San Martín. Sonreía.
Un policía disparó un tiro.
Quedó sobre el caballo un zapato enganchado.
Pero pudo volar. Lento, avanzó, apenas más alto que las cabezas de los que estaban en la plaza, y
nadie respiró observándolo.
Llegó a la torre de los ingleses, el viento lo ayudó hacia el sur.
Vive entre las chimeneas de una fábrica. Es viejo y come chocolate.

(En El país del humo, Buenos Aires: Sudamericana, 1977)


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Tentación - Clarice Lispector (Ucrania, 1920 - Río de Janeiro, 1977)

Tenía hipo. Y como si la claridad de las dos de la tarde no fuera suficiente, era pelirroja.
En la calle vacía las piedras vibraban de calor; la cabeza de la niña refulgía. Sentada en los escalones de su casa,
ella aguantaba. En la calle, nadie; apenas una persona esperando inútilmente en la parada del autobús. Y como
si su mirada sumisa e impaciente no bastara, el hipo la interrumpía una y otra vez, estremeciendo el mentón
que, adaptado, se apoyaba en la mano. ¿Qué hacer con una niña pelirroja que tiene hipo? Nos miramos sin
palabras, desaliento contra desaliento. En la calle desierta, ni rastro del autobús. En una tierra de morenos, ser
pelirrojo es una rebelión involuntaria. ¿Qué importaba si en un día futuro su marca iba a hacerle erguir,
insolente, la cabeza de mujer? Mientras tanto estaba sentada en un escalón ardiente de la puerta, a las dos de la
tarde. Lo que la salvaba era un viejo bolso de señora con el asa partida. Lo sostenía con un amor conyugal ya
acostumbrado, apretándolo contra las rodillas.
Entonces se acercó la otra mitad suya de este mundo, un hermano en Grajaú. La posibilidad de comunicación
surgió en el ángulo caliente de la esquina, acompañando a una señora y encarnada en un perro. Era un basset
lindo y miserable, dulce bajo su fatalidad. Era un basset rubio.
Allí venía trotando, al frente de la dueña, arrastrando su largura. Desprevenido, acostumbrado, cachorro.
La niña abrió los ojos azorados. Suavemente discreto, el cachorro se paró delante de ella. Le vibraba la lengua.
Los dos se miraban.
Entre tantos seres preparados para hacerse dueños de otro ser, allí estaba la niña que había venido al mundo
para tener aquel cachorro. Él gruñía suavemente, sin latir. Ella lo miraba por entre el pelo, obstinada, seria.
¿Cuánto tiempo iba pasando? Un gran hipo desafinado la sacudió. Él no tembló siquiera. También ella pasó por
alto el hipo y siguió clavándole los ojos.
El pelo de los dos era corto, rojizo.
¿Qué fue lo que se dijeron? No se sabe. Sólo se sabe que se comunicaron rápidamente, pues no había tiempo.
También se sabe que, sin hablar, se imploraban. Se imploraban con urgencia, absortos, sorprendidos.
En medio de tanta imposibilidad vaga y tanto sol, para la criatura roja allí estaba la solución. Y en medio de
tantas calles para ser trotadas, de tantos perros más grandes, de tantos desagües secos, allí había una niña que
parecía carne de su carne rubia. Se miraban profundos, rendidos, ausentes de Grajaú. Pero un instante más el
sueño suspendido se quebraría cediendo acaso a la gravedad con que se imploraban.
Pero ambos estaban comprometidos.
Ella con su infancia imposible, centro de la inocencia que sólo se abriría cuando fuese una mujer. Él, con su
naturaleza aprisionada.
La mujer esperaba impaciente bajo el toldo. Al final el basset rubio despegó de la niña y, sonámbulo, se alejó.
Ella se quedó asustada, con el conocimiento en las manos, en una mudez que ni el padre ni la madre
comprenderían. Lo acompañó con los ojos negros que apenas creían, doblada sobre el bolso y las rodillas, hasta
verlo doblar la esquina.
Pero él fue más fuerte que ella. Ni una sola vez volvió la mirada.

(En La legión extranjera, Buenos Aires: Corregidor, 2012)

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Irman - Samanta Schweblin (Argentina, 1978)

Oliver manejaba. Yo tenía tanta sed que empezaba a sentirme mareado. El parador que encontramos estaba
vacío. Era un bar amplio, como todo en el campo, con las mesas llenas de migas y botellas, como si hubiera
almorzado un batallón hace un momento y todavía no hubieran hecho tiempo a limpiar. Elegimos un lugar
junto a la ventana, cerca de un ventilador encendido del que no llegaban noticias. Necesitaba tomar algo con
urgencia, se lo dije a Oliver. El sacó un menú de otra mesa y leyó en voz alta las opciones que le parecieron
interesantes. Un hombre apareció atrás de la cortina de plástico. Era muy petiso. Tenía un delantal atado a la
cintura y un trapo rejilla oscuro de mugre le colgaba del brazo. Aunque parecía el mozo, se lo veía desorientado,
como si alguien lo hubiese puesto ahí repentinamente y ahora él no supiera muy bien qué debía hacer. Caminó
hasta nosotros. Saludamos; él asintió. Oliver pidió las bebidas y le hizo un chiste sobre el calor, pero no logró
que el tipo abriera la boca. Me dio la sensación de que si elegíamos algo sencillo le hacíamos un favor, así que le
pregunté si había algún plato del día, algo fresco y rápido, y él dijo que sí y se retiró, como si algo fresco y
rápido fuese una opción del menú y no hubiese nada más que decir. Regresó a la cocina y vimos su cabeza
aparecer y desaparecer en las ventanas que daban al mostrador. Miré a Oliver, sonreía; yo tenía demasiada sed
para reírme. Pasó un rato, mucho más tiempo del que lleva elegir dos botellas frías de cualquier cosa y traerlas
hasta la mesa, y al fin otra vez el hombre apareció. No traía nada, ni un vaso. Me sentí pésimo, pensé que si no
tomaba algo ya mismo iba a volverme loco, ¿y qué le pasaba al tipo? ¿Cuál era la duda? Se paró junto a la mesa.
Tenía gotas en la frente y aureolas en la remera, bajo las axilas. Hizo un gesto con la mano, confuso, como si
fuera a dar alguna explicación, pero se interrumpió. Le pregunté qué pasaba, supongo que en un tono un poco
violento. Entonces se volvió hacia la cocina, y después, esquivo, dijo:
–Es que no llego a la heladera.
Miré a Oliver. Oliver no pudo contener la risa y eso me puso de peor humor.
–¿Cómo que no llega a la heladera? ¿Y cómo mierda atiende a la gente?
–Es que... –se limpió la frente con el trapo. El tipo era un desastre– mi mujer es la que agarra las cosas de la
heladera –dijo.
–¿Y..? –tuve ganas de pegarle.
–Que está en el piso. Se cayó y está...
–¿Cómo que en el piso? –lo interrumpió Oliver.
–Y, no sé. No sé –repitió levantando los hombros, las palmas de las manos hacia arriba.
–¿Dónde está? –dijo Oliver.
El tipo señaló la cocina. Yo sólo quería algo fresco y ver a Oliver incorporarse acabó con todas mis esperanzas.
–¿Dónde? –volvió a preguntar Oliver.
El tipo señaló otra vez la cocina y Oliver se alejó en esa dirección, volviéndose una que otra vez hacia nosotros,
como desconfiando. Fue extraño cuando desa-pareció detrás de la cortina y me dejó solo, frente a frente con
semejante imbécil.
Tuve que esquivarlo para poder pasar cuando Oliver me llamó desde la cocina. Caminé despacio porque preví
que algo estaba pasando. Corrí la cortina y me asomé. La cocina era chica y estaba repleta de cacerolas,
sartenes, platos y cosas apiladas sobre estanterías o colgadas. Tirada en el suelo, a unos metros de la pared, la
mujer parecía una bestia marina dejada por la marea. Aferraba en la mano izquierda un cucharón de plástico.
La heladera colgaba más arriba, a la altura de las alacenas. Era una de esas heladeras de quiosco, de puertas
transparentes que van sobre el piso y se abren desde arriba, sólo que ésta había sido ridículamente amurada a
la pared con ménsulas, siguiendo la línea de las alacenas y con las puertas hacia el frente. Oliver me miraba.
–Bueno –le dije–, ya viniste hasta acá, ahora hacé algo.
Escuché que la cortina de plástico se movía y el hombre se paró junto a mí. Era mucho más petiso de lo que
parecía. Creo que yo casi le llevaba tres cabezas. Oliver se había agachado junto al cuerpo pero no se animaba a
tocarlo. Pensé que la gorda podía despertarse en cualquier momento y ponerse a gritar. Le corrió los pelos de la
cara. Tenía los ojos cerrados.
–Ayúdenme a darla vuelta –dijo Oliver.
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El tipo ni se movió. Me acerqué y me agaché del otro lado, pero apenas pudimos moverla.
–¿No va a ayudar? –le pregunté.
–Me da impresión –dijo el desgraciado–, está muerta.
Soltamos inmediatamente a la gorda y nos quedamos mirándola.
–¿Cómo que muerta? ¿Por qué no dijo que estaba muerta?
–No estoy seguro, me da la impresión.
–Dijo que ―le da impresión‖ –dijo Oliver–, no que ―le da la impresión‖.
–Me da impresión que me dé la impresión.
Oliver me miró, su cara decía algo así como ―yo a éste lo cago a trompadas‖.
Me agaché y busqué el pulso en la mano del cucharón. Cuando Oliver se cansó de esperarme puso sus dedos
frente a la nariz y la boca de la mujer y dijo:
–Esta está muertísma. Vámonos.
Y entonces sí, el tipo se desesperó.
–¿Cómo irse? No, por favor. No puedo solo con ella.
Oliver abrió la heladera, sacó dos gaseosas, me dio una y salió de la cocina puteando. Lo seguí. Abrí mi botella y
creí que el pico no iba a llegar nunca a mi boca. Me había olvidado de la sed que tenía.
–¿Y? ¿Qué te parece? –dijo Oliver. Respiré aliviado. De pronto me sentí con diez años menos y de mejor
humor–, ¿se cayó o la bajó? –dijo. Todavía estábamos cerca de la cocina y Oliver no bajaba la voz.
–No creo que haya sido él –dije en voz baja–, la necesita para llegar a la heladera, ¿o no?
–Llega solo...
–¿Realmente creés que la mató?
–Puede usar una escalera, subirse a la mesa, tiene cincuenta sillas de bar... –dijo señalando alrededor. Me
pareció que hablaba alto a propósito, así que bajé más la voz:
–Quizá sí es un pobre tipo. Realmente estúpido, y ahora se queda solo con la gorda muerta en la cocina.
–¿Querés que lo adoptemos? Lo cargamos atrás y lo soltamos cuando llegamos.
Tomé unos tragos más y me quedé mirando la cocina. El infeliz estaba parado frente a la gorda y sostenía en el
aire un banco, sin saber muy bien dónde ponerlo. Oliver me hizo una seña para que volviéramos a acercarnos.
Lo vimos dejar el banco a un lado, tomar un brazo de la gorda y empezar a tirar. No pudo moverla ni un
centímetro. Descansó unos segundos y volvió a intentarlo. Probó apoyar el banco sobre una de las piernas, una
de las patas tocando la rodilla. Se subió y se estiró lo más que pudo hacia la heladera. Ahora que le daba la
altura, el banco quedaba demasiado lejos. Cuando giró hacia nosotros para bajar, nos escondimos y nos
quedamos sentados en el suelo, contra la pared. Me sorprendió que no hubiera nada en el bajomesada del
mostrador. Sí arriba en la repisa, y más arriba las coperas y las alacenas también estaban repletas, pero nada a
nuestra altura. Lo escuchamos mover el banco. Suspirar. Hubo silencio y esperamos. De pronto se asomó tras
la cortina. Sostenía un cuchillo con gesto amenazador, pero cuando nos vio pareció aliviarse, y volvió a
suspirar.
–No alcanzo a la heladera –dijo.
Ni siquiera nos paramos.
–No alcanza a ningún lado –dijo Oliver.
El tipo se quedó mirándolo como si el mismísimo Dios se hubiera parado frente a él para hacerle saber la razón
por la cual estamos en este mundo. Dejó caer el cuchillo y recorrió con la mirada los bajomesadas vacíos. Oliver
estaba satisfecho: el tipo parecía traspasar los horizontes de la estupidez.
–A ver, prepárenos un omelette –dijo Oliver.
El hombre se volvió hacia la cocina. Su rostro imbécil de estupor reflejaba los utensilios, las cacerolas, casi toda
la cocina colgando de las paredes o sobre las estanterías.
–Ok, mejor no –dijo Oliver–, haga unos simples sándwiches, seguro que eso sí puede hacerlo.
–No –dijo el tipo–, no alcanzo a la sandwichera.
–No lo tueste. Sólo traiga el jamón, el queso, y un pedazo de pan.
–No –dijo–, no –volvió a repetir negando con la cabeza, parecía avergonzado.
–Ok. Un vaso de agua entonces.
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Negó.
–¿Y cómo mierda sirvió a este regimiento? –dijo Oliver señalando las mesas.
–Necesito pensar.
–No necesita pensar, lo que necesita es un metro más de altura.
–No puedo sin ella...
Pensé en bajarle algo fresco, pensé que tomar algo le vendría bien, pero cuando intenté levantarme Oliver me
detuvo.
–Tiene que hacerlo solo –dijo–, tiene que aprender.
–Oliver...
–Decime algo que sí puedas hacer, una cosa, algo.
–Llevo y traigo la comida que me dan, limpio las mesas...
–No parece –dijo Oliver.
–...Puedo mezclar las ensaladas y condimentarlas si ella me deja todo listo sobre la mesada. Lavo los platos,
limpio el piso, sacudo los...
–Ok, ok. Ya entendí.
Entonces el tipo se queda mirando a Oliver, como sorprendido:
–Usted... –dijo–, usted sí llega a la heladera. Usted podría cocinar, alcanzarme las cosas...
–¿Qué dice? Nadie va a alcanzarle las cosas...
–Pero usted podría trabajar, tiene la altura –dio un paso tímido hacia Oliver, que a mí no me pareció
prudente–, yo le pagaría –dijo.
Oliver se volvió hacia mí: ―Este imbécil me está tomando el pelo, me está tomando el pelo‖.
–Tengo plata. ¿Cuatrocientos la semana? Puedo pagarle. ¿Quinientos?
–¿Paga quinientos la semana? ¿Por qué no tiene un palacio en el fondo? Este imbécil...
Me levanté y me paré detrás de Oliver: iba a pegarle en cualquier momento, creo que lo único que lo detenía era
la altura del tipo.
Lo vimos cerrar sus pequeños puños como compactando una masa invisible que poco a poco se reducía entre
los dedos, los brazos comenzaron a temblarle, se puso morado.
–Mi plata no le incumbe –dijo.
Oliver volvió a hacer eso de mirarme cada vez que el otro le hablaba, como sin poder creer lo que ve. Parecía
disfrutarlo, pero nadie lo conoce mejor que yo: nadie le dice a Oliver lo que debe hacer.
–Y por la camioneta que tiene –dijo el tipo mirando hacia la ruta–, por la camioneta que tiene se diría que
manejo la plata mejor que usted.
–Hijo de puta –dijo Oliver y se abalanzó sobre él. Alcancé a sostenerlo. El tipo dio un paso atrás, sin miedo, con
una dignidad que le daba un metro más de altura, y esperó a que Oliver se calmara. Lo solté.
–Ok –dijo Oliver–. Ok.
Se quedó mirándolo, estaba furioso, pero había algo más en su calma contenida, y entonces le dijo:
–¿Dónde está la plata?
Miré a Oliver sin entender.
–¿Va a robarme?
–Voy a hacer lo que se me cante el orto, pedazo de mierda.
–¿Qué hacés? –dije.
Oliver dio un paso, tomó al tipo de la camisa y lo levantó en el aire.
–¿Dónde está tu plata, a ver?
La fuerza con que Oliver lo había levantado lo hacía oscilar un poco hacia los lados. Pero él lo miraba
directamente a los ojos, y no abría la boca.
–Ok –dijo Oliver–. O traés la plata, o te rompo la cara.
Levantó el puño bien cerrado y lo dejó a un centímetro de la nariz del tipo.
–Está bien –dijo el otro.
Oliver lo soltó. El tipo cayó, se acomodó la camisa, dio un paso hacia atrás. Despacio, cruzó la barra en sentido
contrario al de la cocina y desapareció por una puerta.
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–Pedazo de imbécil –dijo Oliver.
Me acerqué a él para que no nos escuchara:
–¿Qué estás haciendo? Tiene a la mujer muerta en la cocina, vámonos.
–¿Viste lo que dijo de mi camioneta? El imbécil quiere contratarme, ser mi jefe, ¿entendés?
Oliver empezó a revisar las estanterías de la barra.
–Este imbécil debe tener su plata por acá.
–Vámonos –dije–. Ya te desquitaste.
Corrió algunas botellas, papeles sueltos, hasta que encontró una caja de madera. Era una caja vieja, con un
grabado a mano que decía ―habanos‖.
–Esta es la caja –dijo Oliver.
–Ya váyanse –escuchamos.
El tipo estaba parado en el medio de la sala, y sostenía una escopeta de doble caño que apuntaba directamente
a la cabeza de Oliver. Oliver escondió tras de sí la caja. El tipo sacó el seguro del arma y dijo:
–Uno.
–Nos vamos –dije, tomé a Oliver del brazo y empecé a caminar–. Lo siento, realmente lo siento. Y siento lo de
su mujer también, yo...
Tenía que hacer fuerza para que Oliver me siguiera, como las madres tiran de los chicos caprichosos.
–Dos.
Pasamos cerca de él, la escopeta a un metro de la cabeza de Oliver.
–Lo siento –volví a decir.
Ya estábamos cerca de la puerta. Hice salir primero a Oliver para que el tipo no viera que se llevaba la caja.
–Tres.
Solté a Oliver y corrí. No sé si él tuvo miedo o no, pero no corrió. Subimos a la camioneta. Dejó la caja sobre el
asiento, encendió el motor, y salimos en la dirección en la que veníamos. La camioneta dio algunos saltos en la
cuneta y al salir a la ruta, pero Oliver no dijo nada. Sólo un rato después, sin quitar los ojos del camino, dijo:
–Abrila.
–Deberíamos...
–Abrila, maricón.
Tomé la caja. Era liviana y demasiado chica para contener una fortuna. Tenía una llave de fantasía, como de
cofre. La abrí.
–¿Qué hay? ¿Cuánto? ¿Cuánto?
–Vos manejá –dije–, creo que sólo son papeles.
Oliver se volvía cada tanto para espiar lo que yo revisaba. Había un nombre grabado en la contratapa de
madera, decía ―Irman‖, y debajo había una foto del tipo muy joven, sentado sobre unas valijas en una terminal,
parecía feliz. Me pregunté quién le habría sacado la foto. También había cartas encabezadas con su nombre:
―Querido Irman‖, ―Irman, mi amor‖, poesías firmadas por él, un caramelo de menta hecho polvo y una medalla
de plástico al mejor poeta del año, con el logo de un club social.
–¿Hay plata sí o no?
–Son cartas –dije.
De un manotazo, Oliver me quitó la caja y la tiró por la ventanilla.
–¿Qué hacés? –me volví un segundo para ver las cosas ya desparramadas sobre el asfalto, los papeles todavía
en el aire, la medalla rebotando una o dos veces más, cada vez más lejos.
–Son cartas –dijo.
Y un rato después:
–Mirá... Tendríamos que haber parado acá. ―Parrilla libre‖, ¿leíste? ¿Qué costaba? –y se sacudió inquieto en el
asiento, como si realmente lo lamentara.

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El cuento por su autor

¿Cómo nace la idea de un cuento? Es algo que me encanta saber de mis autores preferidos, y es algo que me gustaría
entender en mi propia escritura. Con el tiempo fui afinando algunas hipótesis y, de todos los cuentos, “Irman” fue el que
me dio la pista más visible. Por lo general, lo primero que ocurre es que tengo un sentimiento o una sensación muy
puntual. Algo que de verdad me molesta, o me duele, o me llena de furia: por ejemplo, hace unos años, de pie frente al
mostrador de un locutorio, vi algo muy tonto que me partió el corazón. Dos empleados revisaban la cartera de un
hombre, evidentemente olvidada. Hurgaban de mala manera, y sacaron un caramelo de menta hecho polvo, unos
papelitos de notas arrugados y una medalla de plástico. Uno de ellos dijo que semejantes porquerías sólo podían
pertenecer a un desgraciado, y el otro tiró la cartera al tacho de basura. Me dio culpa no haberme metido, me dio pena
pensar que podrían ser los objetos más valiosos de un hombre al que ya no le quedaba nada, y me dio –también hay que
decirlo– mucha curiosidad. La imagen de esas pertenencias profanadas me persiguió durante muchos días, pero
todavía no encontraba ninguna excusa para sentarme a escribir.
Unos días más tarde Maxi me contó cómo le fue el fin de semana. Condujo con un amigo trescientos kilómetros hasta un
remate rural, no consiguieron lo que buscaban y de regreso, muertos de sed, decidieron descansar un momento en un
parador rutero. El sitio estaba completamente vacío. Llamaron, aplaudieron, y hasta se asomaron a la barra para ver
si desde ahí veían a alguien. Entonces apareció un hombre muy petiso. Maxi y su amigo pidieron dos gaseosas, pero el
hombre, en lugar de contestar, dijo: “Mi mujer se desmayó, y es muy gorda. No la puedo mover”. Pidió ayuda para
sacarla de la cocina. Y yo enseguida me puse a escribir en silencio: en mi cabeza, la mujer que estaba en el piso ya
estaba muerta, y el hombre petiso era un enano que, sin la asistencia de su mujer, ya no podría llegar a las alacenas
altas de la cocina.
Cuando lean el final de “Irman” entenderán con más precisión la conexión entre estas dos historias, y quizá descubran
también lo mismo que entendí yo escribiendo las últimas líneas. Que el argumento es anecdótico: sólo es un conductor
de algo mucho más profundo y pesado. Un puente atractivo y bien iluminado que conecta al escritor con el lector.
Exorciza al primero de algo amargo que ya no podía sacarse del cuerpo, y encanta al segundo con el descubrimiento de
esa amargura que, compartida, se digiere de otra manera.

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Ciao ciao (cyber cuento al vuelo mientras espero en la Terminal de Asuncionlandia) — Edgar Pou
Iba a hacerlo ya ese lunes. Pero C. no me llamó. Yo ya estaba muy impaciente y por
sobre todo hambriento, desdichado y cada vez más pelotudo por la rabia inútil, por
ese dèjá vu de la impotencia, por el no tiempo de la miseria. Pasaron unos días de
tensa espera. Hasta que una tarde cuando hacía un frío de mierda me llama C. y
escuetamente me dice que tenía poco menos de una hora para ir hasta la casa, forzar
la puerta y sacar un montón de joyas y unos miles de dólares. Prepararme y estar a
la espera fue uno: llevaba las herramientas adecuadas, la barreta de hierro
torciendo, el destornillador grande de mi hermano y un mazo bastante pesado.
Me bajé del colectivo unas cuadras antes, tenía una gorra azul oscura y trataba de
caminar como un albañil cansado después de un día bien podrido. Más bien parecía
un ciruja bisoño y bastante desnutrido. Calculé vagamente que ya estaban
transcurriendo unos 20 minutos, Apreté el pasó, al legar a la calle miré a mi
alrededor y por primera vez me di cuenta del tremendo frío que se abatía sobre la
ciudad. Y como no vi a nadie por la calle ni en las ventanas ni en las veredas pensé
en inventar un mantra contra la soledad. Al llegar al portón estaba todo muy oscuro y callado. Me acerqué
decidido y tiritando a la puerta. Puerta placa, terciada de cedro 9,5 milímetros me dije recordando vagamente
mis lecciones de carpintería de obras en el colegio técnico. Dejé la bolsa de herramientas en el piso y extraje el
destornillador y el martillo. La barreta era para después.
Al primer golpe oí los ladridos melifluos del perro a través de la puerta. No te va a molestar me había dicho C.
En todo caso dale un martillazo me recomendó. Eso duró unos segundos creo: bueno, eso de
recordar lo del perro y seguir dando los golpes para forzar la puerta. Pero la maldita no se abría. Entonces usé
la barreta, hice palanca y además le encajé una patada ruidosa sin preocuparme por si los vecinos me
escucharan. Al abrirse de golpe sentí que me sofocaba y estuve a punto de arrojar la barreta hacia cualquier
lado y llevarme las manos al pecho. Tranki me dije. Me abalancé hacia el centro de la pieza, el perro apenas se
movió y dio su último gruñido antes de esconderse bajo la cama. Abrí el ropero y empecé a arrojar todas las
ropas por el piso, algunas caían en la gran cama que ocupaba casi toda la pieza, si bien C. me había indicado el
lugar preciso donde estaban guardados el dinero y las joyas no quise dejar pasar la ocasión de revisar todo.
Según mis cálculos disponía de unos 40 minutos todavía. En el bolsillo de una campera de cuero me topé con
unos 300 $ bien doblados, tenía una textura firme y olía bien, sí olían a cena con mis hijos, vino, música,
libros, viajar far away me dije sonriendo y recordando a medias un poema del Kuru.
Pero después ya empecé a impacientarme terriblemente. Me entró un pánico súbito y hasta quise tirarme a la
cama a llorar. En ese momento, afuera empezó a soplar un fuerte viento (sur frío. me dije) que hacía golpetear
las ramas de mango contra el tejado de la casa.
Era como estar en la panza de un perro apaleado pensé y miré hacia donde creí que debería estar el perrito. Di
con sus tristísimos ojosmirándome desde la penumbra. Solo el money le susurré, en ese idioma que solo ellos
y yo entendemos. No tu vida perrito. Al final llegué hasta la famosa cajita que me había indicado C. y tal como
me había anunciado encontré las joyas y uno 5.000 $ arrollados y bien atados con una gomita. También olían
bien, como andar desnudo por las selvas me dije y ahí ya no pude contener una carcajada, a misespaldas el
perrito gimió una vez más. Al salir apagué suavemente la luz de la mesita que había encontrado encendida al
entrar. Caminé lo más normalito que pude, por suerte no bien llegué hasta la parada ya venía una línea 38.
Del trayecto no recuerdo nada, solo me pareció ver un tipo sentado en uno de los asientos del fondo que
cargaba un borroso mazakaragua’í en el regazo.
Una media hora más tarde ya me encontraba en el cyber de la Terminal de ómnibus de Asunciónlandia
repartiéndome el botín con C. Creo que había más de lo que calculaste le dije, ¿no importa verdad? me dijo
sonriendo y yo reí también. Unos 20 minutos después nos despedimos. Yo empecé a pensar con una extraña y
frenética melancolía en el perrito. ¿A dónde vas a ir le pregunté a C.? A Uruguay, me contestó sin darse la
vuelta. "¡Ha muerto Benedetti!"me gritó ya en los primeros peldaños que le llevaban hasta las oficinas de
venta de pasaje. Ah...dije por lo bajo......y yo sin poder recordar de qué color era el perrito. Al salir a la doble
avenida, no se veía nada, aunke no era solo la noche: qué pasa le pregunté a un panchero: es la lluvia negra, al
fin me contestó y ya no empezó a reír descontroladamente.
En antología "Lluvia negra. 11 narradores paraguayos & non-paraguayos" de la editorial cartonera parauaya Yiyi Jambo.
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CASI SÁBADO A
LA NOCHE
LEONARDO OYOLA

• Ilustrado por: OttO zAisER

Justo cuando el capitán Wilder rogaba que Spender se escapara ya, mi papá me dio dos golpecitos en el brazo
para avisarme que llegábamos a Lamadrid. Las pilas del walkman apenas me habían alcanzado para escuchar
una vez sola en el viaje el TDK negro que tenía grabado en el lado A Lo mejor de Gapul Volumen 1 y en el B el
Volumen 2. Después me había enganchado con alguna que otra FM de las que iba perdiendo sus señales al
dejar atrás las estaciones de sus respectivos pueblos hasta que la luz colorada del encendido no se prendió más;
y ahí me dediqué a leer Crónicas marcianas y a disfrutarlo sin la obligación que le metía al libro la vieja de
Literatura. Como señalador estaba usando el telegrama que habíamos recibido una semana antes.

eL ubiL esta MuY MaL. Quiere VerLo a usteD Y aL nieto.


MARGARitA

Faltaba más de un mes para que empezaran las clases. No me había llevado ninguna materia a marzo así que
no tenía ningún problema en acompañar a mi papá a Tucumán para ver a mi abuelo. Un día después de haber
salido de Retiro dejamos el Cinta de Plata haciendo la combinación con el otro tren que iba para el sur de la
provincia. Mi papá se venía aguantando las ganas de ir al baño así que aprovechó y me dio el dinero para que
sacara dos boletos hasta Bajastiné. Detrás de la ventanilla, la persona que me los vendió me preguntó si mi
papá no era el hijo de don Ubil. Le dije que sí. Entonces él me comentó dos cosas: que había hecho primero
inferior y segundo grado con mi papá; y que mi abuelo era un hijo de puta. Así nomás. Como al pasar.
–Pero qué hijo de puta que es tu abuelo.

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Me dio el vuelto de los pasajes y me fui sin saludar. Un pitido avisaba que la formación rumbo a
Huasapampa venía llegando. Nos volvimos a encontrar con mi papá y nos subimos al tren para hacer el último
tramo del viaje. No sé por qué, pero decidí no contarle de mi encuentro con su compañerito del colegio.
Era pasada la medianoche cuando llegamos al final de nuestro recorrido. Mi papá ya me había advertido que
íbamos a caminar varios kilómetros hasta la casa del abuelo porque a esa hora iba a ser difícil que alguien nos
llevara. Pero contradiciendo todos los pronósticos tuvimos suerte.
–¡Mire quiénes volvieron al pago! – festejó al vernos el tío Simón, el hermano mayor de mi abuelo.
Festejó él y nosotros. Porque a la nieta y a los bisnietos se ve que no les dio mucha gracia que con el Falcon
rural dieran la vuelta en U para acercarnos.
La nieta del tío Simón se sentó en el medio con su hija más chica, todavía una beba. Mi papá se ubicó al lado de
la ventanilla. Al otro chiquito lo mandaron conmigo y nuestros bolsos a la parte de atrás de la camionetita.
Disfruté del viaje mirando las estrellas.
Mi papá, después de agradecerle al tío Simón la gauchada, le preguntó si últimamente lo había visto al abuelo.
–Está tan flaco como esta criatura –le dijo el tío Simón, señalando al pibito de seis años con el que yo había
viajado.
Mientras arrancaba de vuelta el Falcon rural, cuando me bajé de la parte de atrás con los dos bolsos al hombro,
ese pibito me preguntó:
–¿Tu abuelo es don Ubil?
Le contesté afirmando con la cabeza.
–Qué hijo de puta que es tu abuelo. Seis añitos. Qué boquita la del borrego, ¿no?
Nos pareció extraño que no nos ladrara ningún perro cuando entramos a la propiedad. Afuera del rancho, mi
papá golpeó las manos bien fuerte.
Como no obtuvimos respuesta, alzó la voz y llamó a la dueña de casa:
–¡Margaritaaaaa!
Se encendió una luz. Y esa misma luz de sol de noche fue la que apareció por la puerta de entrada iluminando
por detrás del mosquitero la figura minúscula de una mujer a la que yo había conocido seis años atrás. La
última vez que había visto al abuelo Ubil.
–¿No me diga que los despertamos?
–A mí, nomás. Su papá salió –nos contó mientras los dos se confundían en un abrazo cariñoso–. ¿Y este es su
hijo? ¡Pero si ya es todo un hombre! El comentario me hizo poner tan colorado que se me notaba en la
oscuridad. No dije ni una palabra durante un buen rato. Dejando los bolsos en la galería, mi papá quiso saber
qué tan grave era lo que tenía el abuelo.
–No va a llegar al otoño –respondió Margarita con lágrimas en los ojos–.
Deben estar cansados. Les voy a mostrar sus camas.
–No se preocupe por eso. Ahora queremos verlo a él. ¿Sabe adónde lo podemos encontrar?
–Se fue a bailar a un quince en la estancia de Los Soraides.
–¿Cumple algunas de las nietas de Soraide?
–No. La chica es hija de peones. Hija y nieta de peones. Por eso la fiesta se hace en los tinglados.
–¿Nieta de alguien conocido?
Margarita bajó la mirada antes de responder.
–De doña Paula.
–De doña Paula –repitió mi papá en un tono similar a si hubiera dicho la puta madre.
Margarita nos ofreció prepararnos algo de comer. Mi papá le dijo que no hacía falta. Que seguro íbamos a
poder picotear algo en la fiesta. Que por favor volviera a dormir y que no se preocupara por nosotros.
Nos bañamos al costado del aljibe. Cada uno con dos baldazos de agua helada. Tiritamos. Nos quejamos lo
mínimo. Sobre unos arbolitos que estaban cerca habíamos dejado la ropa que nos íbamos a poner. En lo único
que se diferenciaban los vaqueros, las botas tejanas y los cinturones de hebillas anchas era en el talle, porque yo
ya era más alto. Las camisas eran otro cantar.
–¿De esas también hay para hombres? –me preguntó mi papá, burlándose de mi hawaiana mangas cortas.
–Callate que la pagaste vos.
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–Ya veo en lo que ando tirando la plata.
Nos reímos. Con mi papá siempre fuimos muy compañeros. Caminamos en el medio de la noche hasta volver a
la Ruta 38. A un costado había tres cruces blancas en memoria de un espectador, de un piloto y de un copiloto
de rally que en ese lugar habían tenido un accidente. Algo se escuchaba de música y según mi papá no faltaba
mucho para los tinglados de Los Soraides. Y no se equivocaba. Las luces estaban ahí nomás. Y la gente también.
Muchos hombres al vernos llegar nos cabecearon para saludar. Ni bien los pasábamos noté que se ponían a
cuchichear. Creí escuchar en alguno nuestro apellido cuando sentado sobre un tronco caído, acompañado sólo
por su perro, el General, encontramos al abuelo Ubil pitando lo último de un cigarrillo que tiró de un tincazo
cuando nos reconoció y se puso de pie. Se veía que no estaba en su mejor momento. Pero tampoco era como
nos había anticipado el exagerado del tío Simón.
–Papá –le dijo mi papá al abuelo antes de que los dos se dieran la mano.
Después yo me acerqué al abuelo Ubil para darle un beso y él me paró agarrándome con la zurda de un hombro
mientras me ofrecía la derecha para darme un fuerte apretón. Desde ese momento nos saludamos así.
–Qué grande y qué alto que está, m’hijo –me comentó con una sonrisa.
El abuelo sacó un paquete de 43/70 del bolsillo de la camisa. Se lo golpeó dos veces en el pecho. El cigarrillo
que quedó más arriba fue el que se llevó a los labios. Sin preguntarme si yo fumaba me convidó uno. No lo
acepté. Había empezado a fumar a las 13. Pero delante de mi papá, no lo había hecho nunca. El abuelo Ubil
sonrió como diciéndome a mí no me engañás; y le pasó el paquete a mi papá, que sí se fumó uno.
Estábamos bien. Pero yo no dejaba de sentirme visitante. Ajeno. Por cómo nos marcaban a mi papá y a mí. Por
darme cuenta de que los vagos se reían de mi camisa hawaiana mangas cortas con una malicia que no había
tenido mi papá. Había algo de hostilidad en todos los demás. Menos en una piba de pelo corto que me estaba
fichando. Cuando intercambiamos miradas ella alcanzó a sonreírme una vez antes de clavar los ojos en el piso.
De la nada, el abuelo puso cara de asco. Carraspeó. Carraspeó con ganas y después escupió un flor de gargajo
embebido en su sangre. Con la punta de la bota lo tapó y lo removió en la tierra.
–Papá –le dijo mi papá–, volvamos a su casa.
El abuelo Ubil negó con la cabeza.
–Vine a bailar. Vinimos a bailar. Y de acá no nos vamos a ir así. Sin polvo en las botas. Carraspeó otra vez. Por
suerte no volvió a toser sangre. Serenándose, me pidió:
–M’hijo: no sea lento. ¿Qué está esperando para hablar con la más chica de los Pinilla? Parece que tiene para el
tanto y alguno de los machos de tantas señas que le está haciendo. ¿Y usted no se me va al pie?
Mi papá, simulando ponerse serio, arqueó las cejas como para subrayar lo dicho por el abuelo Ubil. Yo la volví a
mirar a ella, que otra vez me estaba mirando y que de nuevo terminó apartándome la mirada. Les sonreí al
abuelo y a mi papá. Ellos me sonrieron mientras volvían a encenderse un cigarrillo cada uno. Y ahí fui a encarar
a la piba de pelo corto.
Estaba tomando una gaseosa trucha en un vasito de plástico blanco. Lo sostenía con las dos manos a la altura
de su ombligo. Se puso de todos los colores cuando se avivó que me estaba acercando. La cara le terminó
combinando con mi camisa. Nos dijimos hola. Me presenté. Me dijo que ya sabía quién era yo. Que se estaba
hablando de mi papá y de mí desde que llegamos. Le pregunté si era policía y ella, negándolo, se rió con ganas.
La invité a bailar y en ese momento sólo se puso muy colorada para decirme que sí.
En la pista improvisada, le comenté al pasar que todavía no nos habíamos saludado. Ella intentó corregirme
asegurándome que había sido lo primero que habíamos hecho: decirnos hola. Le di la razón en eso. Pero le
expliqué que no habíamos hecho esto: y ahí le di un besito en la mejilla. Ella cerró los ojos y cuando me separé
los volvió a abrir y me dedicó una mirada tan linda. Una mirada que duró sólo un segundo, pero todavía hoy
me la acuerdo. Porque después, por encima de mi hombro, ella vio algo y entre dientes indignada murmuró:
–Pero qué hijo de puta que es tu abuelo.
El abuelo Ubil le estaba pidiendo a doña Paula que bailara con él. Ella, muy amable, le decía que no. En eso se
aparece el marido de doña Paula, el Miguelito Frías. Para cuando se aparecieron sus hijos y nietos tuve que
dejar a la más chica de los Pinilla sola y encarar para el bardo.
El abuelo Ubil estaba contando:
–Tres... cuatro... cinco... seis... siete... Son siete. Siete contra uno.
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–Siete contra tres –lo corrigió mi papá.
El abuelo giró la cabeza para vernos cómo nos sumábamos y le brillaron los ojos mientras inflaba el pecho. Ahí
fue cuando me empecé a cebar yo.
–Son siete contra tres –insistió el abuelo Ubil–. No me gustan los papelones así que, Miguelito, vayan a
buscarse otros cinco para llegar a la docena. Vamos a estar más parejos. No queremos darles ventaja.
Don Miguelito Frías se lo quería comer crudo. Se le notaba y mucho.
–No me haga reír, Ubil. Que cuando me río con ganas siento puntadas en la panza. ¿Me quiere hacer creer que
nos van a dar una biaba usted, su hijo y su nieto el porteñito?
Por la edad que tenía en ese momento, y por la actitud, me saltó la térmica como a cualquier pendejo atrevido.
–Porteño las pelotas. Yo soy de Casanova, la concha de tu madre.
Se paró la música. Todos se quedaron mudos. Parece que en Tucumán no se hacían mucho drama si alguien te
decía ―pero qué hijo de puta que es fulano de tal‖. Pero la cosa se iba a la mierda con un ―la concha de tu
madre‖. Y justo lo había dicho un porteño. Que no era porteño, pero andá a explicarles mientras te están
estrangulando.
La gente del campo es directa. Le da una mano al que la necesita y un par al que se las merece. Y yo, por tener
una cloaca en la jeta, me comí unas cuantas. Podrían haber sido más si no fuera porque el que me las dio fue el
Chiquito Frías. Celebridad local que había llegado a participar en las pulseadas de La noche del domingo,
dislocando hombros y codos, fracturando un antebrazo y quebrando una muñeca hasta que probó de su propia
medicina en los cuartos de final en que un desgarro lo dejó fuera de competencia.
Qué suerte la mía: justo lo vine a agarrar recuperado de la lesión. Insisto: ¡pero qué suerte la mía! El Chiquito
Frías tenía la política de pelear sólo contra una persona a la vez.
Así que me marcó a mí y me dio para que tenga. ¿Quién fue el salame que dijo que dar el primer golpe te acerca
a la victoria? Seguro uno que nunca se boxeó. Cuando lo tuve enfrente al Chiquito, en un ataque de coraje y
habilidad, salté y le metí una patada en hacha en el medio del pecho enterrándole bien al fondo el taco de la
bota. Ni lo moví. De ahí en más el tipo hizo lo que quiso conmigo. Que ya en un momento, anestesiado de
tantos dedos con los que me llenó la cara, simplemente me dediqué a mirar las performances de mi papá y del
abuelo Ubil.
Yo aprendí lo que significaba la palabra ―sabor‖ viendo cómo mi papá, antes de hacerle comer los dientes a un
tipo de una trompada, le decía ―saborealo‖. Y efectivamente mi papá no había perdido ni el don ni la cintura,
aunque ya tuviera cuarenta. Bajaba muñecos a troche y moche. ¡Pumba! Metía una piñany cambiaba de frente
para atacar lo que se le viniera encima.
Ahora lo del abuelo Ubil era una pelea aparte: en su mano a mano con Miguelito Frías, los viejos se dieron
duro. ¡Y qué aguante que tenían los dos locos! Mi abuelo hubiera cobrado más de no ser porque el General cada
dos por tres le daba tarascones a las bocamangas del pantalón de don Frías y, sobre todo, porque el Miguelito
se medía y se aguantaba las ganas y oportunidades de golpearlo en el estómago o en los riñones y sólo se dedicó
a embocarlo en el rostro. Lo dicho: la gente del campo es directa. Honesta. Y con códigos. El abuelo Ubil se dio
cuenta y lo puteó y lo pidió:
–¡Frías! ¡Con todo!
Y ahí fue donde el Miguelito le cruzó el derechazo al mentón y me lo tumbó al abuelo. Fue raro darse cuenta de
que don Miguelito Frías no disfrutaba de su victoria. Negando con la cabeza retrocedió dos pasos y se perdió
entre la gente.
Con el abuelo Ubil ya no podíamos más. Pero mi papá era el conejo de las pilas Duracell. En eso se apareció el
comisario de Pueblo Viejo y, después de hacer un tiro al aire para que mi papá se desenchufara y dejara de
castigar, nos detuvo a los tres por haber armado zafarrancho. Estaba empezando a clarear cuando llegamos al
Rambler del comisario. Mi papá fue en el asiento del acompañante y con el abuelo Ubil nos sentamos atrás.
Llevaba el sombrero sobre las piernas. Mientras me tanteaba con la lengua que todavía tuviera todos los
dientes, en el reflejo del espejo retrovisor noté que mi papá iba con la quijada tensa, mordiéndose la bronca.
Estaba recaliente con el abuelo. De golpe dio media vuelta apoyándose sobre el respaldo de la butaca y se puso
a ladrarle.
–Papá, déjese de joder de una buena vez. Usted se tiene que cuidar. Hacerle caso a Margarita.
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El Rambler se zarandeó por lo estropeado que estaba el camino. El abuelo Ubil giró la cabeza para mi
lado y me susurró al oído:
–Si la Ina se llega a ir primero, no vaya a dejar que su viejo se case otra vez. Lo miré sin entender por qué me
decía eso. Y ahí nomás me volvió a disparar; advirtiéndome:
–Y usted, no se me case nunca, m’hijo. Y yo, como soy un pelotudo, terminé poniendo el gancho dos veces. Pero
ésa es otra historia.
Llegamos a la comisaría. El General nos alcanzó cuando entrábamos al destacamento de Pueblo Viejo. Un pibe,
como mucho dos años más grande que yo, estaba preparando el mate.
–Ya sabe dónde está su pieza, Ubil. Compártala con su familia nomás –dijo el comisario desentendiéndose de
nosotros para tomarse el amargo que le habían cebado.
El abuelo, al ver que no nos daban más bola, en lugar de encarar para el calabozo, acelerando el paso se fue
derecho al fondo del destacamento adonde había una puerta abierta. Con mi papá y el General lo seguimos y
nos encontramos con que atrás estaba pastando un caballo blanco. Para cuando se escuchó el ¡adónde mierda
creen que van!, el abuelo Ubil ya lo estaba montando a pelo con mi papá atrás y yo, desesperado, viendo por
dónde carajo me subía. El caballo un poco se retobó, dio un giro completo con el perro meta ladrarle, y recién
entonces el abuelo lo dominó y salieron con mi papá echando putas; conmigo y el General corriendo detrás de
ellos, tragando la polvareda que iban levantando.
A grito pelado de vena en el cuello, el comisario lo puteaba:
–¡Ubil! ¡Hijo de su buena madre! ¡No se me lleve al Cal otra vez, carajo!
No sé si fueron doscientos metros o un kilómetro a campo traviesa lo recorrido hasta que me pude subir al
caballo. Para mí fue mucho. Para el perro también. Yo no veía nada. Corría, tosía y escupía. Me pasé un brazo
por la frente y los ojos y fue peor. Las botas me estaban sacando ampollas, pelando los talones y convirtiendo
mis pies en empanadas. Para colmo de males se me despegó y perdió un taco. El abuelo y mi papá me miraron
cuando los alcancé rengueando y se rieron por lo bajo. Yo no estaba de humor y les hice una mueca de mala
gana, simulando una carcajada que ellos terminaron largando cuando me vieron los dientes y la lengua negros.
Por la transpiración, tenía pegado en el cuello y en la cara la tierra del camino.
El General aprovechó para descansar y sentarse un ratito con la lengua afuera, larga como si fuera una corbata.
Mientras, yo hacía toda una ceremonia para treparme a una tranquera y de ahí mandarme detrás de mi papá.
Cuando me apoyé en él, alzó los hombros como si le diera asco sentirme y se puso más incómodo cuando me
abracé de su cintura. Entre dientes, alzando la perita por encima de su hombro derecho, me secreteó:
–Así se agarran las mujeres. Y después cogoteó para adelante, mostrándome como iba él prendido del abuelo.
Las manos, como garras, de los hombros. Resoplando lo imité.
Encontramos un sendero y de ahí llegamos al toque otra vez a la 38. El abuelo Ubil lo taconeó al Cal y el caballo
empezó a trotar. Íbamos por el costado de la ruta. Tranquilos. El General siempre detrás, escoltándonos. El sol
ya se hacía sentir. El asfalto, más adelante, parecía un lago. Me vino todo el cansancio de golpe. Las
veinticuatro horas arriba del tren. Las palizas que me había morfado. Los doscientos metros o el kilómetro que
corrí detrás de mi papá, el abuelo y el Cal. El toco-TOC-toco-TOC-toco-TOC que iba haciendo el caballo en su
andar se convirtió en una canción de cuna. Yo cabeceé un par de veces y ya estaba entrando en un sueñito
cuando escuché algo que no pude identificar. Primero pensé que era un bicho. Unos cuantos bichos al sentir el
sonido más cerca. Aguaciles. Avioncitos. Diablos del aire.
―Son aguaciles. Y va a llover. Porque los aguaciles anuncian lluvia‖, pensé; acordándome que eso también me lo
había enseñado el abuelo Ubil. Habíamos recorrido un tramo que era una bajada. Los tres miramos para atrás
buscando ese ruido que terminó siendo las cadenas de dos bicicletas de carrera que habían dejado de pedalear.
Manejándolas iban un par de gringas muy pero muy bonitas.
–¡Jai! –pronunciaron a coro cuando nos pasaron. El abuelo Ubil se sacó el sombrero para devolverles el saludo.
Con mi papá, los dos embobados, sin abrir las bocas dijimos hola levantando las manitos. El abuelo, todavía
con el sombrero en la mano, estirando hacia arriba todo lo que podía el cogote, les propuso gritando:
–¡¿Una carrera?!

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No sé si las ciclistas hablaban español o entendían el idioma. Sí, que intercambiaron miradas y que se
pararon sobre los pedales empezando a andar más fuerte. En mi barrio se llama ―provocar‖. Y en Tucumán,
―mojar la oreja‖.
El abuelo Ubil se calzó el sombrero, apretó los dientes y le hincó bien fuerte los talones en las ancas al caballo,
que salió disparado hecho una furia. El abuelo se tiró hacia delante casi recostando el pecho sobre el cuello del
Cal. En efecto dominó, mi papá hizo lo mismo apoyándose sobre la espalda de su papá; movimiento que yo
también imité.
Así, agazapados, las alcanzamos y nos mantuvimos cabeza a cabeza durante unos segundos que fueron una
vida. Tres vidas. Tres alegrías.
No mucho antes había aprendido a manejar motos en una chopera de mi primo Joye con asiento de cuero de
vaca. Esa vez había sido uno de mis primeros contactos con la velocidad. No pasó un año cuando la rompí por
Cristianía y Venezuela hasta la Carlos Casares con otro primo, el Cachi, en una Enduro. Pero en el medio estuvo
esta con mi papá y mi abuelo en el caballo blanco. Y aunque tuve muchas más, la picada contra las cicilistas
gringas en la Ruta 38 nunca la pude superar. Fue la mejor. Y eso que yo no manejaba.
Íbamos cabeza a cabeza con las gringas y en un momento empezamos a pasarlas. Ellas estaban dejando todo.
La que iba más cerca de nosotros me miró. Llevaba anteojos negros, como la otra. Anteojos negros ocultándole
los ojos. Ojazos, seguro, celestes, verdes o del color del tiempo. Me miró. La miré. Y le guiñé un ojo. Ella sonrió.
Se mordió el labio de abajo y entró a pedalear más fuerte. Y ahí picaron en punta. El pobre Cal no daba más. El
abuelo Ubil dejó de exigirlo. Y ellas nos terminaron dejando atrás. Muy atrás. Ganando.
–Oh, oooh, oooooh... –el abuelo le hablaba a una oreja del Cal para que fuéramos frenando de a poco.
Cuando por fin nos paramos, la gringa a la que le había guiñado un ojo giró y nos hizo un ceremonioso saludo
militar para decir adiós cinco segundos antes de que con su compañera se perdieran en el horizonte. Para
despedirnos de ellas, al abuelo Ubil le pintó jugarla de Llanero Solitario o El Zorro y lo hizo parar en dos patas
al caballo. El Cal relinchó. El abuelo con una mano se agarró bien fuerte de la crin y con la otra se sacó el
sombrero saludando. Sentí que me iba a la mierda, que me iba a caer de espaldas, y le hice por debajo de las
axilas la toma garrapata a mi papá. Mi papá, viendo que él también iba a comprar terreno, lo estranguló al
abuelo Ubil. Y así terminamos los tres en el suelo. Yo amortiguando las caídas de ellos dos.
Mientras el General no dejaba de ladrarnos, el abuelo rodó una vuelta completa sobre su derecha y se quedó
sentado. Nunca en mi vida había levantado pesas pero ese fue el movimiento que hice para despegar a mi papá,
que también se abrió para la derecha y se sentó. Yo me quedé ahí acostado viendo lo celeste que estaba el cielo
y escuchando como el caballo no paraba de relinchar ni de trotar, alejándose de nosotros. Toco-TOC-toco-TOC-
toco-TOC-toco- TOC-toco-TOC-toco-TOC-toco-TOC.
Llegó una brisa tímida. Todos la agradecimos. Hasta el sombrero del abuelo que se dejó arrastrar unos metros,
volviendo al asfalto de la ruta.
El abuelo Ubil sacó el paquete de 43/70 todo arrugado del bolsillo de la camisa. Se lo golpeó dos veces en el
pecho. Y cuando lo retiró, el cigarrillo que quedó más arriba fue el que se llevó a los labios. Le convidó a mi
papá, que agarró gustoso. Me mostró el paquete para ver si quería fumar con ellos. Con el dedito le dije no,
gracias. Y estuvimos ahí un rato. Los tres. Más bien los cuatro, con el General que se había echado con las dos
patitas para adelante. Estuvimos ahí los cuatro. Disfrutando del silencio.
El abuelo terminó su pucho primero. Se puso de pie. Se sacudió con las palmas la tierra de sus ropas.
Carraspeó. Carraspeó con ganas y escupió otro gargajo colorado embebido en su sangre. Y antes de ir a buscar
el sombrero, b con una sonrisa canchera de esas que se hacen de costado, nos batió:
–Hoy es sábado. En algún lado, seguro, esta noche va a haber fiesta.
Mi papá lo escuchó y se atragantó con el humo del tabaco. El General se puso a gruñir. Y yo me cubrí la cara
con las manos y mientras negaba moviendo la cabeza, les terminé dando la razón a todos los habitantes del
Jardín de la República pensando: ¡pero qué hijo de puta que es mi abuelo!
El abuelo Ubil murió el primero de marzo. Menos el último fin de semana de febrero, todos los demás, él, mi
papá y yo... viernes, sábados y algún domingo... fuimos juntos a bailar.

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Reunión - John Cheever (Estados Unidos, 1912-1982)
La última vez que vi a mi padre fue en la Estación Gran Central. Yo iba de la casa de mi abuela, en los
Adirondack, a un cottage en el Cabo alquilado por mi madre. Le escribí a mi padre que estaría en Nueva York,
entre dos trenes, durante una hora y media, y le pregunté si podíamos almorzar juntos. Su secretaria me
escribió diciendo que él se encontraría conmigo a mediodía frente al mostrador de información, y a las doce en
punto lo vi venir entre la gente. Para mí era un desconocido –mi madre se había divorciado de él hace tres años
y desde entonces no lo había visto- pero apenas lo vi sentí que era mi padre, un ser de mi propia sangre, mi
futuro y mi condenación. Supe que cuando creciera me parecería a él; tendría que planear mis campañas
ateniéndome a sus limitaciones. Era un hombre alto y apuesto, y me complació enormemente volver a verlo.
Me palmeó la espalda y estrechó mi mano.
-Hola, Charlie –dijo-. Hola, hijo. Me agradaría llevarte a mi club, pero está en la calle 60, y si tienes que tomar
el tren será mejor que comamos aquí. – Me pasó el brazo sobre los hombros, y yo olí a mi padre del mismo
modo que mi madre huele una rosa. Era una intensa mezcla de whisky, loción de afeitar, pomada de zapatos,
lanas y el olor de un varón maduro. Abrigué la esperanza de que alguien nos viera juntos. Deseé que
pudiéramos fotografiarnos. Quería conservar un recuerdo de nuestra reunión.
Salimos de la estación, entramos por una calle lateral y entramos en un restaurante. Aún era temprano y el
local estaba vacío. El barman estaba discutiendo con un repartidor y al lado de la puerta de la cocina había un
camarero muy viejo con una chaqueta roja. Nos sentamos, y mi padre llamó en alta voz al camarero.
-Kellner! –gritó-. Garçon! Cameriere! ¡Usted! –En el restaurante vacío su estridencia parecía fuera de lugar. -
¡Alguien que pueda atendernos! –gritó-. Chop-chop. –Después batió las palmas. Así atrajo la atención del
camarero, que arrastrando los pies se acercó a nuestra mesa.
-¿Usted golpeó las manos para llamarme? –preguntó.
-Cálmese, cálmese, Sommelier –dijo mi padre-. Si no es demasiado pedirle... si no significa imponerle una
obligación excesiva, desearíamos un par de Gibson.
-No me gusta que me llamen golpeando las manos –dijo el camarero.
-Tendría que haber traído mi silbato –dijo mi padre-. Tengo un silbato que es audible sólo para los camareros
viejos. Bien, prepare su anotador y su lapicito y vea si puede escribirlo bien: Dos Gibson. Repita conmigo: Dos
Gibson.
-Será mejor que vaya a otro lugar –dijo en voz baja el camarero.
-Ésa –dijo mi padre- es una de las sugerencias más brillantes que he oído jamás. Vamos, Charlie, salgamos de
esta covacha.
Salí del restaurante con mi padre y entramos en otro. Esta vez no se mostró tan ruidoso. Llegaron las bebidas, y
me interrogó acerca de la temporada del campeonato de béisbol. Después, golpeó con el cuchillo el borde de la
copa vacía y de nuevo empezó a gritar.
-Garçon! Kellner! Cameriere! ¡Usted! Puede molestarse en traernos dos más de lo mismo.
-¿Qué edad tiene el muchacho? – preguntó el camarero.
-Eso –dijo mi padre- qué mierda le importa.
-Lo siento, señor –dijo el camarero- pero no le serviré otra bebida al muchacho.
-Bien, tengo algo que decirle –dijo mi padre-. Tengo algo muy interesante que decirle. Ocurre que no es el
único restaurante en Nueva York. Abrieron otro en la esquina. Vamos, Charlie.

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Pagó la cuenta y salimos de ese restaurante y entramos en otro. Aquí, los camareros tenían chaquetas
rosadas, como cazadores, y de las paredes colgaban diferentes arreos. Nos sentamos, y mi padre empezó a
gritar otra vez.
-¡Perrero mayor! Iujuuú, y todo eso. Queremos beber algo para el estribo. A saber, dos Bibson.
-¿Dos Bibson? –preguntó el camarero, sonriendo.
-Maldito sea, sabe muy bien lo que deseo –dijo irritado mi padre-. Quiero dos Gibson, y de prisa. Las cosas han
cambiado en la vieja y alegre Inglaterra. Así me dice mi amigo el duque. Veamos qué puede darnos Inglaterra
cuando pedimos un cóctel.
-No estamos en Inglaterra –dijo el camarero.
-No discuta conmigo –replicó mi padre-. Haga lo que le ordenan.
-Pensé que tal vez desearía saber dónde está –dijo el camarero.
-Si hay algo que no puedo tolerar –dijo mi padre-, es a los criados insolentes. Vamos, Charlie.
El cuarto lugar era italiano.
Buon giorno –dijo mi padre-. Per favore, possiamo avere due cocktail americani, forti, forti. Molto gin, poco
vermut.
-No entiendo italiano –dijo el camarero.
-Oh, vamos –dijo mi padre-. Entiende italiano, y claro que lo entiende. Vogliamo due cocktail americani.
Subito.
El camarero se retiró y habló con su jefe, que se acercó a nuestra mesa y dijo:
Lo siento, señor, pero esta mesa está reservada.
-Muy bien –dijo mi padre-. Denos otra mesa.
-Todas las mesas están reservadas –dijo el jefe de camareros.
-Entiendo –dijo mi padre-. No desean servirnos. ¿Es así? Bien, váyase a la mierda. Vada all´inferno. Vamos,
Charlie.
-Tengo que tomar mi tren –dije.
-Lo siento, hijito –dijo mi padre-. Lo siento muchísimo. –Me pasó el brazo sobre los hombros y me apretó
contra su cuerpo. –Te acompañaré a la estación. Si hubiéramos tenido tiempo de ir a mi club.
-Está bien, papá –dije.
-Te compraré un diario –dijo-. Te compraré un diario para que leas en el tren. Se acercó a un puesto de
periódicos y dijo:
-Amable señor, ¿tendría la bondad de hacerme el favor de venderme uno de sus malditos diarios vespertinos,
esos que no sirven para nada y cuestan diez centavos? –El empleado se apartó de él y miró fijamente la tapa de
una revista. -¿Es mucho pedir, bondadoso señor –dijo mi padre-, es mucho pedir que me venda de esos
asquerosos especímenes del periodismo amarillo?
-Tengo que irme, papá –dije-. Es tarde.
-Vamos, espera un momento, hijito –dijo-. Nada más que un segundo. Quiero que este tipo me conteste.
-Adiós, papá –dije, y bajé la escalera y abordé mi tren. Fue la última vez que vi a mi padre.

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Cristóbal María Hicken
Antología de poemas
Poemas, poesía
Dinha - María Nilda de Carvalho Mota (Brasil, 1978)

Poética de la desistencia
Un poema (quiero)
de esos que desautorizan
de esos que nacen de la lluvia,
paran en la curva
y desisten de la rebelión.
Un poema que, agrio,
escupa la luna en descomposición.
Poema que dona.
Poema que roa.
Poema que no.
Quiero ver versos sin protestas
versos sin remedio.
versos sin salvación.
Quiero rimas contenidas.
Rimas afligidas.
Rimas en ón.
Para compensar que la vida
entre el escupitajo y la lamida
sea lodo e ilusión.

Manuel Podestá (Entre Ríos, 1984)

Porque te gusta la poesía

en la servilleta
de un bar céntrico
te grabo estas líneas
chichi careta
porque te gusta la poesía
y no te animás
a gritarlo al mundo
porque te gusta la poesía
yo lo sé

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Aníbal Crespo Ross (Bolivia, 1948)

Cuando sientas

el verso
aproximarse,
déjalo ser
no lo contengas
ni lo fuerces.
El verso
no puede vivir en cautiverio
porque lleva en sí
la libertad suprema.
El verso
es el verbo del Silencio;
si esperas
que llegue
ceñido de laureles
en majestad y gloria,
esperas en vano.
Ojos de tigre
tendrá el verso
alguna noche;
mansedumbre de perro
o veneno de hombre
alguna madrugada.
El verso
quizás
es tu alma
que quiere huir de ti.
Quizás
-por eso mismo-
cuando ya estés derrotado,
el verso
llegue con su metáfora perfecta
y te dé a beber
el cáliz de la Palabra...

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Beatriz Vallejos (Santa Fe, 1922 - 2007)


Dimensión
Las voces conocen la dimensión terrestre
—demasiado humano es ese don—
Pero el árbol que recorta el cielo,
y el pájaro que regresa en la tarde,
nada dirán del innombrable mundo;
y en silencio los miro.

Diana Bellesi (Argentina, Santa Fe, 1946)


Frente a la rústica mesa de madera
veo nuestras manos.
Hacha y martillo vienen dándoles
una forma cuadrada, hermosa.
Cable la llama de una vela entre tus manos,
el mate caliente
y la más sutil de las caricias,
ordenada, lenta,
como una danza de hojas en ciertas tardes de verano.
Puedo escribir poemas, lo sé,
con las voces y los días que cayeron
en el tobogán de sueño
de los años,
en esta rústica mesa de madera
donde reposan nuestras manos.

Susana Thénon (Buenos Aires, 1935-1991)


No es un poema
Los rostros son los mismos,
los cuerpos son los mismos,
las palabras huelen a viejo,
las ideas a cadáver antiguo.

Esto no es un poema:
es un grito de rabia,
rabia por los ojos huecos,
por las palabras torpes
que digo y que me dicen,
por inclinar la cabeza
ante ratones,
ante cerebros llenos de orín,
ante muertos persistentes
que obstruyen el jardín del aire.

Esto no es un poema:
es un puntapié universal,
un golpe en el estómago del cielo,
una enorme náusea
roja
como era la sangre antes de ser agua.

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Pablo Neruda (Chile, 1904-1973)


Poema 20

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,


y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".

El viento de la noche gira en el cielo y canta.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Yo la quise, y a veces ella también me quiso.


En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.

La besé tantas veces bajo el cielo infinito.


Ella me quiso, a veces yo también la quería.

Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.


Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella.

Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.


Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.

La noche está estrellada y ella no está conmigo.


Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.

Mi alma no se contenta con haberla perdido.


Como para acercarla mi mirada la busca.

Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.


La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.


Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.

Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.


De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.

Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.


Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.

Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,


mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,


y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
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Elder Silva (Uruguay, 1955)

El caballo de mi padre

El caballo mastica el sol entre los pastos,


la luz azulada
que asordina las horas del verano en la pradera.

El caballo de mi padre come en los brotes


de alfalfa, flores de macachín (rosadas),
las pobrecitas flores del tero
que asoman en la hierba.

Espanta los jejenes con su cola


y a los tábanos.
Pone en duda el bostezo del mediodía
cayéndose sobre su propia sombra.

El caballo de mi padre ramillea entre ortigales,


elige en el jugo de la gramilla,
tras las retamas que explotan, entre carquejas.

El caballo de mi padre
se alimenta de poesía.

Roberto Bolaño (Chile, 1953 – España, 2003)

Árboles

Me observan en silencio
mientras escribo Y las copas
están llenas de pájaros, ratas,
culebras, gusanos
y mi cabeza
está llena de miedo
y planes
de llanuras por venir

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Pueblos originarios
Cinco siglos resistiendo - Canción popular de sikuris
Cinco siglos resistiendo
cinco siglos de coraje
manteniendo siempre la esencia.

Es tu esencia y semilla
y esta dentro nuestro
por siempre.

Se hace vida con el sol


y en la pachamama florece.

Marcia Mogro (Bolivia, 1956)

Restos de un cielo: partes vestigios fragmentos rastros

de las ciudades venían


hermosos magníficos fastuosos imponentes
con esos trajes oscuros
camisas con volados
encajes
con zapatitos caminaban por el barro
con esas manos blancas
de guante blanco
y bien agarrados de sus armas andaban
lastimando
hiriendo
secuestrando
asesinando

alto grado de ambición tienen


Rosa María Chávez Juárez (Guatemala, 1980)
Mi madre ruega a los dioses
que aparten
la tristeza que llevo dentro
me abraza enternecida
y me pide perdón
por el pasado
por el tiempo
la escucho

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Cristóbal María Hicken
la abrazo y la beso
solamente con la mirada
y me despido flotando
con el corazón agachado.

Jorge Cocom Pech (México, Nación Maya, 1952)


La casa de tu alma

Tu nombre es la casa de tu alma


Ahí habitan tus padres y tus abuelos.
En esa casa milenaria,
hogar de tus recuerdos,
permanece tu palabra.

Por eso,
no llores la muerte de tu cuerpo
ni llores la muerte de tu alma.
Tu cuerpo,
permanece en el rostro de tus hijos;
tu alma,
eternece en el fulgor de las estrellas.

Bruno Arias (Compositor y cantante argentino) – Caminantes (Tema musical)

Desde los cerros vienen bajando


por la quebrada hasta mis ojos,
traen las voces y otros tiempos.

Son distintos amautas,


son hijos del sol
y sueñan (y sueñan)

Hermanos originarios, campesinos,


detrás de nosotros estamos ustedes,
nosotros somos ustedes...
¡¡¡Latinoamérica!!!

Todo para todos,


y nada para nosotros
caminantes.

Con su wiphala multicolores,


bajan al son de los cascabeles
traen la paz y el saber de los Andes.

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Dictadura militar
Juan Gelman (Argentina, 1930 - México, 2014)
Fragmentos de La junta luz, París 1982
Madre:

¿vivimorís otra vez como


pedacito devos?/ ¿qué
hicieron de vos / hijo / dulce calor /
niñando el mundo / padre de mi ternura / hijo
que no acabás de vivir? / ¿acabás de morir? /
pregunto si acabás de morir /
y nacido / y morido / a cada rato / niño
que andó temprano por la sombra / voz
que mutilaron / ojo
que vio / sed arrancada

a sus pedazos / a su sed / las sedes


que le abrigan corazón
se lo encendían mesmamente /
toda la noche esperando en mi puerta

Joaquín Giannuzzi (Buenos Aires, 1924 - 2004)


La paz del torturador
El torturador está cenando
con su sagrada familia.
Todo parece andar bien en este pequeño mundo.
Él esta satisfecho con su trabajo
tan gratificante
que con 220 voltios es capaz de hacer maravillas
como arrancar de raíz
el más recóndito secreto de Dios.
La esposa no tiene porqué saber nada
acerca de estos asuntos
que por otra parte no le servirían
para hacer una buena sopa.
Sus dos hijitos admiran a papá
por su generosa manera
de llenar el mundo a su alrededor.
Cuando llega de la calle
el perro mueve felizmente la cola
y a los dos les da lo mismo
cualquier sistema social.
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Percepción
Joaquín Giannuzzi (Buenos Aires, 1924- Salta , 2004)
El sapo

Al pie del agua de un verde inmóvil


había un sapo que dulcemente vi
hace tiempo, en un verano,
y su forma contenía un posible mundo
desconocido, quizás semejante
a los vastos cielos de diciembre.
Pero el cielo mismo no se comprende en absoluto.
Estaba allí, reposado en la placidez
de su propia y espesa materia palpitante,
sensato como todas las cosas
que desde su centro aguardan
la disolución de sí mismas.
Me detuve y logré
alcanzar sus ojos con los míos
y pensé que, sin duda,
la perplejidad de ser estaba superada.
Consideré inútil otro
conocimiento. El sapo alcanzaba
una región más vasta,
no extraña precisamente sino
ajena, una manera
de sobrevivir lo exactamente necesario.
Precipitado, aventurado a la existencia,
como un sapo simplemente, más allá
de la belleza
que da paz y enloquece a los hombres
el único significado de todo eso
era la tranquila complacencia
de la húmeda piel verdosa,
vistiendo a un dios obstinado
en la razón secreta de sí mismo.
Me inundó un colmado sosiego
y desmentí
la náusea y la muchedumbre de sabios
que desde Thales de Mileto
inclinan hacia el error
el tumulto precipitado bajo la frente.
Ante esa vana fatiga
permanecía idéntico a sí mismo
e infatigable además
el sapo que dulcemente vi
hace tiempo, en un verano.
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Vicente Luy (Córdoba, Argentina, 1961 - 2012)

Qué piel Gabriela y te vas.


La puerta sale del edificio para seguirte.
La mañana la impacta.
―Qué rico aire‖.

Néstor Groppa (Jujuy, Argentina, 1928 - 2011)

El lirio rosado
Hay un humo, y es un lirio
que se va de la tierra.
Su sombra nos recuerda la yacente levedad
de la historia, que no vivimos
( "A pedra grande faz sombra.
E a sombra ñao pesa nada".).
En ella respiraron,
entre lo decantado por minutos y centurias
que nutrían y descarnaban.
Hay un humo amojonando, siguiendo al / hombre
eterno, una paz de oración; una magistral
clase como es este lirio
expresándose y suspendido en la historia.
Hay en mi patio un resumen,
una maqueta, un museo de lo esencial
en este lirio que alumbra, que está / abandonando
el mes y el año, con su estela rosada.
Como un frasquito o un pomo volcando / amaneceres.

Verónica Yattah (Buenos Aires, Argentina, 1987)

Lo rápido que pasaban las vacas y el campo


Lo rápido que pasaban las vacas y el campo.
Tuve que subirme a la parte de atrás de la moto
para descubrir eso
que a la velocidad del movimiento la íbamos inventando.
Salimos con el sol a la altura del horizonte.
Cada tanto soltabas el manubrio para señalar los carteles
las letras blancas sobre el fondo verde de los pueblos vecinos.
Mis dedos se entrelazan entre sí y entre tu ropa.
A más de cien kilómetros por hora
los mosquitos comenzaron a ser agujas.
El sol permanecía a pesar de lo demás
que iba, en cambio, convirtiéndose en manchas.
Y como esas cámaras que logran captar el movimiento,
pude notar que el árbol era también una línea,
que la vaca era también una línea,
que cada cosa era mucho más que una cosa
y que nosotras también iríamos dejando un rastro.
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Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, Argentina, 1936 - 1972)

23 (En Árbol de Diana)

Una mirada desde la alcantarilla


puede ser una visión del mundo
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos

Tamara Kamenszain (Buenos Aires, Argentina, 1947)

Poema de "La novela de la poesía" correspondiente al libro De este lado del Meditarráneo (1973).

Trato de ver las bocas de los que pasan por la puerta de mi casa para saber que de
cada lengua salen palabras que transitan las ondas de sonido y se instalan en las
paredes de mi oreja para después evaporarse entrando en una larga línea
descendente en la que están alojadas todas las palabras que se pierden, todos los
rasgos que se olvidan, los pequeños movimientos que ni siquiera se registran en la
memoria y quedan flotando en una enorme tierra de nadie.
Trato de saber si las palabras que se dicen son dictadas por una gran boca que las
contiene a todas haciéndolas correr a cada una por un camino angosto y ascendente
que se abre como un abanico cuando alguien deja de entender.
Escuchando lo que un pájaro le decía a otro desde un árbol supe que cada uno elige
su vocal para que la palabra viviente no se congele, para que el mundo de las
consonantes no sea una cárcel sin salida, para que las bocas se puedan cerrar y abrir
con la sencillez de una manzana, con la blanda consistencia del círculo.

Beatriz Vignoli (Rosario, Argentina, 1965)

¿Qué es el paisaje?

¿Qué es el paisaje? Es lo visible, es eso


que cuando te detuviste a contemplarlo
es tarde y hay que irse;

¿pero qué es lo visible? Es ese arte


de percatarse del sol a las siete de la tarde
cuando ya el paisaje está por irse a dormir.

Soñábamos con un mar


al que no llegaríamos nunca;
en el revés del ojo refulgían ciudades,

formas que habitaríamos.


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