Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
1. Introducción
1
Fuente: SANCHEZ, Olvani. Acontecimiento y pensamiento. La revelación judeocristiana y la búsqueda de
la unidad del pensar. En: ROCHA, Alfredo (ed). Reflexiones en filosofía contemporánea. Buenos Aires:
Grama-Universidad de San Buenaventura, 2012. p. 87-104.
1
la creencia misma que se pretende comprender, aunque tampoco lo prohíben. Suponen, eso
sí, poner entre paréntesis las convicciones religiosas o la ausencia de éstas, en favor de una
auténtica preocupación por desentrañar las dinámicas de sentido insertas en una tradición
creyente como el cristianismo, por ejemplo, cuya fecundidad se ha dejado sentir en los dos
últimos milenios de nuestra historia2.
La pregunta teológica por la revelación cristiana, por su parte, no puede ser legítimamente
planteada por fuera de la experiencia creyente en que ésta se predica. Aunque tampoco
busca demostrar veracidad alguna en términos de adecuación final, la adhesión personal al
relato fundante constituye la certeza primera del pensamiento teológico. Una auténtica
teología cristiana se concibe, entonces, como un esfuerzo sistemático de auto-comprensión
de la conciencia creyente en un estadio histórico específico de la comunidad de fe.
Justamente esto es lo que indica el Concilio Vaticano segundo en la Constitución Dei
Verbum, en la que se afirma que “la Sagrada Escritura debe ser leída con el mismo espíritu
con el que fue escrita”3, si con la expresión “el mismo espíritu” no entendemos aquí sólo el
Espíritu Santo, sino la comunión de intereses y horizontes que permite el entrecruce
fecundo entre autores antiguos y lectores contemporáneos. En este sentido, un teólogo
cristiano puede llegar a conocer los enunciados, fundamentos e implicaciones de lo que
podríamos llamar “teología musulmana”; pero esto no lo convierte en un “teólogo
musulmán”, sino en un teólogo cristiano conocedor de otra tradición religiosa.
2
filosofía que se ocupe de esta religión tampoco podrá ser indiferente a las dinámicas
específicas del relato en que aquella dice fundarse y hacia el cual pretende dirigirse. De otra
parte, más allá de la teología y la filosofía mismas en sus configuraciones disciplinares, la
pregunta por el proceso del ‘llevarse a cabo’ del acontecimiento revelador puede resultar
fecunda en la explicitación de un sendero para el pensamiento que pretenda ocuparse de
éste y de cualquier otro acontecimiento.
4
Este asunto aparece desarrollado en mi texto ¿Qué significa afirmar que Dios habla? Del acontecer de la
revelación a la elaboración de la teología. Bogotá: Editorial bonaventuriana, 2007, pp. 47-90.
5
Cf. TORRES QUEIRUGA, Andrés. La revelación de Dios en la realización del hombre. Madrid:
Cristiandad, 1987, pp. 183-198.
3
narraciones del primer y segundo testamentos. Nos referimos específicamente al relato
llamado “de la zarza ardiente”6, entrelazado con el antecedente de la huida de Moisés de
Egipto7 y con el posterior regreso para escapar de nuevo, esta vez con sus compatriotas
israelitas8.
Conviene, entonces, estar atentos al desarrollo narrativo del testimonio puesto que, aun
reconociendo su carácter segundo respecto del acontecimiento, es este lenguaje el que nos
permite desentrañar cómo aconteció la experiencia originaria de revelación que pretende
transmitir. Sigamos el relato en compañía de Andrés Torres Queiruga:
(…) un puñado de hombres vive la rebeldía frente a la situación de injusticia, y en dura y
difícil lucha logran romperla. (…) En el fondo original de todo hay un hombre y una
experiencia contagiosa: Moisés y su interpretación de los acontecimientos. Desde su
vivencia religiosa, Moisés descubrió la presencia viva de Dios en el ansia de sus paisanos
por liberarse de la opresión y fue logrando contagiar esta certeza a los demás, ayudándoles a
descubrir también ellos esa presencia. (…) Las dudas y las protestas muestran que tampoco
para ellos fue fácil romper la ambigüedad y distinguir entre el propio esfuerzo y la
presencia que en él se manifiesta9.
Fijémonos bien, allí donde los historiadores egipcios no vieron más que una revuelta
insignificante que, a lo sumo, implicaba cierta pérdida de mano de obra y no mereció ni
siquiera un lugar en sus crónicas, el grupo de los israelitas descubre la presencia de su Dios
y hacen de esta situación la bisagra más importante de sus historia. De acuerdo con esto,
continua Queiruga, “la Revelación –sea lo que sea en su esencia íntima– no apareció como
palabra hecha, como oráculo de una divinidad escuchado por un vidente o adivino, sino
como ‘experiencia viva’, como ‘caer en la cuenta’ a partir de las sugerencias y
necesidades del entorno y apoyado en el contacto misterioso con lo sagrado”10.
6
Ex 3:1-15.
7
Cf. Ex 2:11-15.
8
Cf. Ex 4:18-23; 13:17-16:36.
9
Cf. TORRES QUEIRUGA, Andrés. La revelación de Dios en la realización del hombre, op. cit., p. 189, 64
y 190.
10
Ibíd., p. 66-67. Resaltado del autor.
4
vida se producen a veces situaciones que sacuden la conciencia del hombre y lo abren a la
llamada que lo solicita desde la profundidad de lo real y de sí mismo11. Tales situaciones
merecen ser llamadas propiamente ‘acontecimientos’, debido a su carácter imprevisible, a
la fuerza de su impacto y a la hondura de sus huellas. Un acontecimiento, entonces, se
convierte en punto de partida para la configuración de una línea de sentido para quien lo
vive, por cuanto cuestiona la linealidad del sentido precedente y su suficiencia explicativa,
al tiempo que pone en escena los elementos para el establecimiento de una nueva dirección.
La revelación judeocristiana puede comprenderse, entonces, como un auténtico
acontecimiento. Se trata de una vivencia de hondo impacto, que se interpretó a la luz de una
sensibilidad religiosa; una vivencia que re-significó la historia de un pequeño pueblo y
sentó las bases para la construcción de un movimiento religioso que, de alguna forma, ha
tocado la humanidad entera. Estamos, pues, ante un acto interpretativo en el cual se
descubre la presencia de Dios en una vivencia y, con base en ese descubrimiento, se
inaugura una línea de sentido que orienta y configura la acción y el discurso creyentes, de
cara a los procesos históricos de realización humana. Se trata, en consecuencia, de un
proceso dinámico en que el sentido emerge en la interpretación del mundo de la vida y
termina reorientándolo con fuerza insospechada.
Podemos entonces preguntar ¿Qué hace la diferencia entre una interpretación y otra del
mismo episodio que devino para algunos en un verdadero acontecimiento, mientras para
otros sólo fue un pasaje de poca o nula importancia? Digamos por ahora que el punto clave
de la cuestión está en la diferenciación del tipo de relato que originan las interpretaciones
en juego. Mientras el historiador tiene intenciones puramente reconstructivas de los hechos
—por lo menos eso dice—, el escritor sagrado tiene pretensiones edificantes y, con base en
este interés, se remite a los eventos como vehículo para soportar el sentido en ellos
descubierto. En este sentido, leemos en uno de los evangelios: “Jesús hizo muchos otros
signos que no han sido escritos (…) éstos se han puesto por escrito para que crean que
Jesús es el Cristo”12. Desde un interés religioso específico, entonces, se lee una situación, se
11
Cf. ibíd., p. 206.
12
Jn 20:30-31.
5
escogen los eventos que resulten más significativos y se ponen en una trama narrativa13. En
consecuencia, al acercarnos a este tipo de relatos, la pregunta por su verdad no se dirime
por el recurso a la evidencia factual que los soporta o por la adecuación de sus
descripciones, sino por la indiscutible fuerza de la certeza que los moviliza; por la fuerza
performativa de sus narraciones. En otros términos, no se pregunta tanto por el carácter
verdadero o falso de lo expuesto en ellos, sino por el tipo verdad que les corresponde.
Según el relato, lo que Moisés hace es caer en la cuenta de una presencia que, estando
siempre ahí, no había sido advertida. No nos referimos inicialmente a la presencia de Dios,
sino a la de sus paisanos injustamente maltratados: “Moisés vio a sus hermanos y vio los
maltratos a que eran sometidos”15. Moisés estuvo mucho tiempo en Egipto en medio del
maltrato sufrido por sus paisanos, y sólo cuando cayó en la cuenta de ellos pudo escuchar
una palabra de Dios que, según el célebre pasaje de la zarza ardiente, no hacía otra cosa que
describir y hacer suya la acción previa de Moisés: “he visto el sufrimiento de mi pueblo que
está en Egipto, he escuchado su grito delante de sus opresores; sí, conozco sus angustias; he
13
¿Son realmente distintos, en este sentido, un relato religioso y un relato histórico?
14
SANCHEZ, Olvani. ¿Qué significa afirmar que Dios habla?, op. cit., p. 97.
15
Ex 2:11.
6
venido para liberarlo de la mano de los egipcios”16. Fijémonos bien, más allá de las figuras
literarias utilizadas, Moisés descubre la presencia de Dios, acontece para él la revelación,
no en una mágica y particularísima intervención divina sino en una extraordinaria variación
en su mirada que, sin haberlo planeado ni poderlo evitar, se hace cargo de los hermanos que
sufren, y asume como propios su resentimiento y su protesta contra la injusticia. “Caer en la
cuenta de” es entrar en la dinámica del acontecimiento.
Esta presencia que se descubre como fundamento del propio proyecto, lejos de anular la
autonomía humana, potencia su realización. En efecto, su irrupción evita que el hombre se
clausure sobre sí mismo, “dinamiza todo y lo mantiene abierto, y hace posible que la
emergencia humana, elevándose sobre sí misma en el encuentro con Dios, se vaya
desplegando en toda su potencialidad”17. Es esto justamente lo que permite que aquel que
cae en la cuenta de esta presencia pueda reconocerse en ella y la apropie con autenticidad;
pues, al reconocer en ella sus esperanzas y sus luchas, se ve enfrentado a la necesidad de
redimensionarlas y despejarlas de las inautenticidades en que suele acontecer el ser
humano. Descubrir, desde una sensibilidad religiosa, que la propia lucha por la libertad y la
justicia es la lucha del mismo Dios genera una certeza contagiosa que da al lenguaje mismo
la fuerza de una acción. Tal es el caso de Moisés en el relato de libro del Éxodo, cuya
certeza en el acontecimiento de revelación cimentó un pueblo, fundó una religión y afectó
la historia entera del mundo occidental. “Reconocerse en” es la dinámica de apropiación del
sentido que se reconstruye a partir del acontecimiento.
16
Ex: 3:7-8.
17
TORRES QUEIRUGA, Andrés. La revelación de Dios en la realización del hombre, op. cit., pp. 250-251.
7
Dios que se revela. En el caso de nuestro relato, si se descubre a Dios en el anhelo de
justicia, en medio de la lucha por la liberación, quien ha tenido esta vivencia ya no puede
renunciar a la actuación en favor de las circunstancias en que ésta ha tenido lugar para él,
porque serán las mismas en que éste puede actualizarla y la revelación puede tener lugar
para otros. Esto fue lo que sucedió a Moisés y en esto radicaba la fuerza de su convicción
que logró introducir a un pueblo en la misma dinámica de su vivencia y le permitió hacer
historia. “Comprometerse con” es la instancia de verificación de la autenticidad del
acontecimiento.
No se trata, sin embargo, de tres momentos inconexos, ni su lectura puede ser lineal, bajo el
modelo de relación de final-comienzo. Se trata, como el mismo relato de Moisés nos lo
sugiere, de procesos sumamente imbricados cuya distinción es puramente pedagógica. En
efecto, podemos ver cómo, en el acontecimiento de revelación que nos trae el texto bíblico,
comprometerse con la tarea encomendada por Dios de la liberación de un pueblo fue
consecuencia de haber caído en la cuenta de la presencia de dicho Dios y de haber
reconocido en esa presencia la lucha propia. A su vez, estos dos momentos sólo fueron
posibles porque Moisés ya se había comprometido con un proyecto de liberación que ahora
se ve re-significado y potenciado al extremo, pues se descubre como el proyecto de Dios
mismo.
18
Cf. PARRA MORA, Alberto. Textos, contextos y pretextos. Teología fundamental. Bogotá: PUJ, 2003, pp.
73-112.
8
partir de”, en cuyo caso la revelación desempeñaría el papel de objeto formal. Podríamos
agregar un tercer factor importante en esta relación, a saber, que la teología, como
“discurso de la revelación”, es deudora de ésta también en las dinámicas de su elaboración,
de forma que, si cabe la expresión, la teología encuentra en la revelación su “objeto
procedimental”. Desde el lugar de “objeto material”, el criterio de lo teológico estará en los
temas; desde el “objeto formal”, estará constituido por el horizonte de tratamiento de los
temas; desde el punto de vista de “objeto procedimental”, se acogerá la proposición
fenomenológica de que el objeto, en el modo de su manifestación, determina el cómo de su
investigación19.
Así las cosas, si el objeto de la teología, la revelación, se da según el esquema que hemos
propuesto, nos resulta lícito pensar que estos momentos puedan tenerse en cuenta en la
consideración de una dinámica para la elaboración del pensamiento teológico. En efecto, si
una reflexión fundamental sobre la teología misma “ha de proporcionar la base
metodológica de la teología, y ello de tal forma que a una con su objeto se determine
también el horizonte y la estructura interna del discurso”20, es pertinente considerar que la
elaboración del pensamiento teológico deba corresponder, en su dinamismo, al dinamismo
que se ha desentrañado del acontecer de su objeto. El cómo del acontecimiento de la
revelación y la elaboración discursiva sobre él y desde él deben establecer una relación de
correspondencia.
19
Cf. HENRY, Michel. «Phénoménologie non intentionnel; une tache de la phénoménologie á venir ». En:
Phénoménologie de la vie. Paris: PUF, 2003, p. 106.
20
PEUKERT, Helmut. Teoría de la ciencia y teología fundamental. Barcelona: Herder, 2000, p. 7.
9
teológicos, sino la reorientación de la praxis creyente21. En consecuencia, el suelo de la
teología no estaría constituido por un conjunto de enunciados verdaderos que se habría de
custodiar, sino por la experiencia creyente de ayer y de hoy que se hace texto, cuyo sentido
habrá que explicitar, comprender, cuestionar, actualizar y reorientar. Toda afirmación
teológica debe poder ser re-conducida a la experiencia en que se funda su formulación, para
poder de juzgar, allí, la legitimidad del sentido que propone.
Con base en este punto de apoyo, al ocuparse del acontecimiento fundante de la revelación,
el pensamiento teológico se construye en analogía con los momentos en que, según hemos
propuesto, se ha llevado a cabo este acontecimiento. Así, se pone en marcha una dinámica
interpretativa que, desde la experiencia de fe del intérprete en encuentro con el testimonio
fundamental de la revelación, está atenta a la complejidad de las realidades históricas y a su
fuerza simbólica para desentrañar en ellas su sentido salvífico, es decir, para caer en la
cuenta, siempre de nuevo, de la presencia de Dios en el seno de las realidades de cuyo
análisis se ocupa. Por cuanto está implicada siempre la fe del intérprete, es evidente que en
el proceso no sólo se somete a crítica el sentido de los enunciados teológicos, sino también
la orientación básica de la vida creyente del teólogo. En consecuencia, los sentidos
desentrañados, al tiempo que amplían el conocimiento de la revelación, exigen un
desvelamiento de las dinámicas existenciales del intérprete, de cara a su justeza frente a la
revelación que estudia y a la fe desde la cual lo hace. Finalmente, puesto que hemos dicho
que la teleología del pensamiento teológico no nos conduce sólo a la elaboración de nuevas
teorías, sino que implica la legitimación de teorías antiguas y nuevas en el campo de su
fecundidad, su dinámica interpretativa demanda el compromiso del teólogo a favor de los
senderos que se han descubierto como auténticamente fundados en la experiencia originaria
y efectivamente fecundos para la experiencia presente. Como se apreciará con facilidad,
esos momentos del pensamiento teológico se formulan en paralelo con aquellos
21
Cf. PARRA, Alberto. “Interacción del saber científico en perspectiva teológica”. En: Theologica
Xaveriana, 116 (1994), p. 410.
10
desentrañados como estructura del acontecimiento de revelación, de forma que éste puede
ser efectivamente considerado como objeto procedimental de la teología22.
22
Este asunto se desarrolla con mayor amplitud en mi libro ¿Qué significa afirmar que Dios habla?, op. cit.,
pp. 93-112.
11
posibilidad, sus estructuras básicas y sus implicaciones en las distintas esferas del mundo
del viviente; tarea que, por supuesto, es mejor hacerla siempre en compañía de aquellos que
nos han precedido y constituyen la historia de nuestro saber23.
Antes de explicitar la mencionada dinámica para la filosofía, conviene reconocer que ésta
toma apoyo en dos afecciones dinamizadoras: la admiración frente al acontecimiento que
irrumpe como donación, y la insatisfacción frente a las elaboraciones conceptuales que
pretenden hacerse cargo de éste. Traer aquí estos elementos, aunque sólo sea en forma
enunciativa, implica reconocer que, en las raíces del actuar y del pensar como constitutivos
de la condición humana, subyacen elementos más cercanos al mundo de la emoción que a
la esfera de la razón, cuyo reconocimiento y promoción constituyen parte inherente de la
actualización integral de dicha condición. Al tiempo, implica que la filosofía, al ocuparse
de pensar el acontecer, tiene la nada fácil e inaplazable tarea de hacerse cargo de la esfera
afectiva que se encuentra siempre presente en todo proyecto humano, aunque sea
recurrentemente desconocida por las elaboraciones del pensamiento.
En cuanto a la admiración, diremos solamente que, sea que se le reconozca como auténtico
arche, punto de arranque y principio de la filosofía (Platón), o como mera extrañeza o
perplejidad que mueve a salir de la ignorancia (Aristóteles), parece claro que a partir de la
afección por lo existente, el hombre filosofa, interroga respecto del sentido del mundo y de
su acontecer en él, y emprende caminos para resolver dichos interrogantes24. De aquí se
desprende que aprender a filosofar implica no sólo ejercitarse en el interrogar, sino también
en el suelo básico de la afectividad, en la capacidad de ser afectado y maravillarse frente a
lo extraordinario de los auténticos acontecimientos o frente a lo ordinario de los eventos
cotidianos que, al asumirse como obvios, suelen permanecer fundamentalmente
incomprendidos.
Ahora bien, si la admiración es la actitud movilizadora de las preguntas, la insatisfacción
parece ser el garante de que el movimiento no se cierre con las respuestas. En efecto, el
23
Cf. HERRERA, Daniel. “Sobre la posibilidad de una filosofía latinoamericana”. En: Cuadernos de
Filosofía Latinoamericana, 72-73 (1998), p. 12.
24
Cf. ARENDT, Hannah. La vida del espíritu. Barcelona: Paidos, 2004, p. 110.
12
continuo fluir de la filosofía se funda en la condición de satisfacción-insatisfecha que
experimenta el filósofo en sus búsquedas. Satisfacción porque, al término del recorrido
trazado, comprueba que se ha alcanzado un nivel aceptable en la comprensión, lo cual le
permite no eternizarse en sus cuestiones específicas; insatisfacción porque el proceso lo ha
hecho cada vez más consciente del carácter contingente de su acercamiento al lado de otros
acercamientos, y de la condición regional de su mirada de mundo frente a regiones que la
investigación le reveló fronterizas o distantes e inexploradas por él25. En términos de
Arendt, esto refiere al carácter autodestructivo del pensamiento, que legitima la duda
constante respecto a los resultados obtenidos en él26. Toda realización del pensamiento
encarnaría, entonces, la dinámica del “ya pero todavía no” y, en consecuencia, daría lugar a
un reserva escatológica irrenunciable, como propone la cosmovisión de la revelación
cristiana.
Una vez identificadas las afecciones de impulso y dinamismo del pensamiento filosófico,
conviene explicitar las operaciones en que éste lleva a cabo su cometido de hacerse cargo
del acontecer humano en su comprensión y orientación. En ese sentido, creemos que, a
partir de la dinámica del acontecimiento que hemos desentrañado con base en el testimonio
bíblico respecto del acontecimiento de revelación en la tradición judeocristiana, es posible
intentar un esbozo de lo que pudiéramos denominar un “sendero” para el filosofar. No se
trata, por supuesto, de una construcción con pretensión de originalidad, sino de una
propuesta de estructuración del milenario preguntar filosófico, un ensayo de explicitación
25
Cabe preguntar ahora por las condiciones generadoras de esta insatisfacción. En primer lugar, es preciso
decir una palabra sobre el carácter de misterio, propio de la experiencia humana cotidiana, esto es, su
inagotabilidad por vías del ejercicio predicativo del filósofo. En efecto, la reflexión se enfrenta de forma
inevitable e insuperable a un “excedente de sentido” (Ricoeur) que se resiste a ser asido totalmente por el
entendimiento y que sirve de advertencia frente al peligro de identificar “un mundo especializado” del
pensamiento con el mundo inagotable del viviente. En segundo lugar, está el carácter histórico y contingente
del filósofo, cuyos acercamientos serán siempre relativos, de acuerdo con sus recursos, situaciones y
pretensiones. En tercer lugar, es preciso considerar que todo sentido de mundo hace relación inevitable al
horizonte desde el cual es constituido, y dicho horizonte revela, al tiempo, posibilidad, límite y movilidad.
Posibilidad en tanto que define el rango de alcance de la visión; límite en cuanto identifica las fronteras de la
percepción de realidad que resulta viable de acuerdo con la ubicación; y movilidad en la medida en que se
desplaza con el movimiento del sujeto que hace experiencia de mundo. Finalmente, encontramos la necesidad
de hacernos cargo de la intersubjetividad subyacente al horizonte propio, y que es demandada por la
inevitable coexistencia y entrecruce de horizontes.
26
Cf. ARENDT, Hannah. La vida del espíritu, op. cit., p. 110.
13
de un “modo” para hacer filosofía en tanto que actividad del espíritu irreductible a sus
concreciones históricas o a sus sedimentaciones lingüísticas.
14
¿qué elementos están implicados en “x”?, ¿cuál ha sido el proceso constitutivo de “x”?,
¿cómo ha sido interpretado, valorado, expresado y orientado “x”? Se trata de interrogantes
tendientes a lograr una descripción fundada del fenómeno en su origen, estructuración y
destino histórico, de forma que se hagan explícitos los sentidos de mundo propios de la
experiencia en cuestión.
27
Cf. SILVA, Eduardo. “Paul Ricoeur y los desplazamientos de la Hermenéutica”. En: Teología y Vida, vol.
XLVI, 1-2 (2005), p. 187.
28
GUTIERREZ, Carlos B. La ardua liberación de la interpretación. En: Revista estética, 009 (2006), pp.
269-270. Disponible en: http://www.saber.ula.ve/handle/123456789/4370.
15
reflexiona, indagan por la autenticidad de nuestra aceptación del sentido descubierto y
exigen capacidad de crítica respecto de las implicaciones de dicha aceptación. Estamos,
pues, ante el origen del efecto desestabilizador y subversivo del pensamiento filosófico, que
implica tomar conciencia de que los mundos de sentido que llegan a nosotros no son un “en
sí inmutable”, sino una construcción que ha tomado formas diversas a lo largo de la
historia, y que se nos presenta hoy en un entramado específico de relaciones y enunciados
que han ido tomando fuerza de verdad en el pensamiento y en la praxis.
Desde esta perspectiva, cuando nos atrevemos a pensar lo que hacemos, no perseguimos el
desentrañamiento de una estructura, una historia o una subjetividad oculta en ello, sino que
buscamos develar un horizonte de comprensión de mundo, frente al cual resulta inevitable
plantear la pregunta por la autenticidad de nuestro propio horizonte de aparición en éste.
Una vez más, es claro que la filosofía como actividad pensante está orientada
fundamentalmente a la constitución de sentidos, antes que a la enunciación de verdades. En
esta dinámica, acontece el encuentro entre el horizonte desentrañado en la esfera de mundo
cuestión y el horizonte desde el cual se hace experiencia de mundo. Gracias a este
encuentro, que puede darse como armónica fusión o traumática colisión, el filósofo no sólo
comprende mejor al mundo circundante, sino que comprende mejor y amplia su propia
dinámica de constitución de mundos.
16
realización histórica puede ser identificada con las situaciones deseables, puesto que éstas
son eu-topías que fungen de esperanza normativa para el pensar y el actuar.
De acuerdo con esto, la dinámica del pensar filosófico asumida en esta propuesta implica la
presencia de una fuerza performativa. Filosofar demanda opción ética y compromiso
efectivo en la tarea de hacer factible aquel modo de ser-en-el-mundo que se ha constituido
con base en la experiencia y que ha sido apropiado como deber ser para el sujeto29. El
proceso nos ha llevado de la explicitación de las relaciones de sentido de la experiencia a la
comprensión o apropiación de ese sentido en la ampliación de la autocomprensión del
filósofo mismo. La orientación de la existencia que el intérprete ha apropiado se convierte
ahora en una “provocación para ser y obrar de otro modo”30; provocación que exige una
opción fundamental del intérprete y lo convierte en agente de acción transformadora. Esta
capacidad de reorientación real de la acción, la praxis transformadora, desempeña el papel
de criterio último de veracidad del sentido emergente y de instancia definitiva en el proceso
interpretativo. No podría ser de otro modo, si es verdad que el pensamiento asume en su
elaboración la dinámica del acontecimiento cuya fuerza reside, justamente, en su impacto
transformador en la significación de los eventos pasados, la asimilación de los presentes y
el direccionamiento de los futuros.
17
hacernos perder de vista el objeto final, esto es, el esclarecimiento de las condiciones de
posibilidad de la experiencia misma en que pretendemos apoyarnos para llevar a cabo la
tarea del pensamiento. No se busca ya la esencia de tal o cual experiencia, sino la estructura
constitutiva del experimentar mismo, del emerger de los acontecimientos al sujeto y del
sujeto a sí mismo; estructura que resulta estrictamente trascendental para toda experiencia
particular sea de las cosas, de los otros o de la divinidad.
Más allá de las rígidas separaciones disciplinares entre filosofía y teología, estamos en un
momento en que conviene mejor apuntar hacia las distinciones que permitan identificar
posibilidades de enriquecimiento mutuo y, sobre todo, puntos de arranque, motivos y
destinos comunes. Algo de esto hemos intentado nosotros en el presente trabajo. En efecto,
hemos afirmado que la identificación de una dinámica del acontecimiento, desentrañada del
seno del testimonio bíblico de la revelación judeocristiana, puede convertirse en sendero
para la elaboración del pensamiento, sea éste de orden teológico o filosófico. No se trata de
pedirle a todo pensamiento, el filosófico en nuestro caso, la obligación de aceptar un
principio religioso en su construcción; se trata de legitimar la posibilidad de superar los
purismos disciplinares tradicionales y acudir a otras “fuentes de sabiduría”, no sólo para
ampliar el espectro de objetos sino también para repensarse en los propios modos de
proceder. En este sentido, nuestro presupuesto no ha sido la aceptación de la veracidad de
los relatos del acontecimiento de la revelación, sino la posibilidad de aprovechar la
dinámica en que éste es presentado para dar forma, a manera de introducción, a una
propuesta procedimental para la filosofía en tanto camino de sabiduría.
La necesidad de esta apertura es considerada por Miguel García-Baró como uno de los
rasgos distintivos de lo que él denomina “nuevo pensamiento”, cuya emergencia es señal de
esperanza para el desarrollo de los distintos saberes31. Este nuevo pensamiento, entonces,
31
Cf. GARCIA-BARÓ, Miguel. “Introducción a la teoría de la verdad de Michel Henry (prólogo)”. En:
HENRY, Michel. Fenomenología material. Madrid: Encuentro, 2009, pp. 9-12. Un referente de este ‘nuevo
18
no teme acudir a esferas distintas del saber, a la esfera religiosa, por ejemplo, porque, como
escribe Michel Henry:
(...) la consideración de ciertos temas religiosos fundamentales nos permite descubrir un
inmenso dominio desconocido del pensamiento llamado racional. (De forma que) lejos de
oponerse a la reflexión verdaderamente libre, el cristianismo llevaría a la filosofía
tradicional y su cuerpo canónico ante sus límites, por no decir ante su ceguera32.
Una apertura tal, con toda seguridad, resultará fecunda para la filosofía, pues le permitirá
salir un poco del círculo de autoconstitución y autoreferencialidad de los discursos y
favorecerá su reinserción, ahora sin vergüenza, allí donde surge toda fecundidad posible, en
la vida que constituye la esencia de nuestro ser, que sirve de suelo a los auténticos
problemas filosóficos y que es, finalmente, “lo único que importa”33. Anclado en la vida y
preocupado por ocuparse adecuadamente de ella, el filósofo o el teólogo no se interesará
primordialmente en la división de las ciencias ni en la especialización de los saberes, sino
en la vinculación original del pensamiento con la vida, lo cual no llega como resultado de
un sistema racional metodológicamente conducido, sino que opera como su presupuesto
fundamental, en la afección originaria de la vida que somos. De eta forma, por ejemplo, la
filosofía podrá estar cerca de la sabiduría de los místicos que también han buscado la vida
en sus propios senderos, sabrá hacer de ellos su compañía y osará caminar a su lado sin
confundir ni separar sus pasos.
pensamiento’ es, sin duda, el fenomenólogo francés Michel Henry. En su obra, preocupado por rescatar la
unidad del pensamiento y la vida, y superar el ocultamiento de ésta por parte de aquel, Henry intenta fecundar
la filosofía con fuentes sapienciales que ayuden a reconocer la especificidad de un aparecer distinto del
aparecer del mundo que soporta las realizaciones del pensamiento filosófico de occidente, y busca explicitar
el aparecer de la vida que descubre al pensamiento mismo como una modalidad afectiva del vivir. Obsérvese:
L’essence de la manifestation. Paris: PUF, 1990; Yo soy la verdad: para una filosofía del cristianismo.
Traducción de Javier Teira. Salamanca: Sígueme, 2001; Encarnación: una filosofía de la carne. Traducción
de Javier Teira, Gorka Fernández y Roberto Ranz. Salamanca: Sígueme, 2001; Palabras de Cristo.
Traducción de Javier Teira y Roberto Ranz. Salamanca: Sígueme, 2004.
32
HENRY, Michel. Palabras de Cristo. Traducción de Javier Teira y Roberto Ranz. Salamanca: Sígueme,
2004, p. 101. Sobre este asunto conviene revisar la discusión respecto del llamado “giro teológico” de la
fenomenología, inaugurado por Dominique Janicaud, y que implica pensadores como Lévinas, Henry, Marion
y Ricoeur, entre otros. Cf. JANICAUD, Dominique. Le tournant théologique de la phénoménologie française.
Paris: L´éclat, 1991. En español se ofrece un buen panorama de la cuestión en CAPELLE, Philippe. La
fenomenología francesa actual. Buenos Aires: UNSAM, 2009, así como en RESTREPO, Carlos Enrique. “El
‘giro teológico’ de la fenomenología: introducción al debate”. En: Revista pensamiento y cultura, vol. 13, 2
(2010), pp. 115-126.
33
HENRY, Michel. Genealogía del psicoanálisis. Traducción de Javier Teira y Roberto Ranz. Madrid:
Síntesis, 2002, p. 26.
19