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La definición del dogma de la Inmaculada Concepción, deseada por muchos, juzgada inoportuna por algunos, había
sido objeto de importantes trabajos en los años que la precedieron. Pío IX, con la encíclica «Ubi primum» del 2 de
febrero de 1849, había invitado a los obispos del mundo a ofrecer su punto de vista sobre la posibilidad y oportunidad de
esta definición. En Francia, muchos obispos crearon comisiones de teólogos para preparar su repuesta. Don Guéranger,
primer abad de Solesmes, quiso contribuir al esfuerzo de reflexión sobre este privilegio de Maria con su libro.
¿Qué importancia tuvo la fiesta de la Inmaculada en la vida de don Guéranger, figura destacada de la Iglesia
católica en el siglo XIX?
El privilegio de la Concepción inmaculada de María era algo que le resultaba particularmente querido. Se acordaba,
de hecho, de la gracia de luz que recibió el 8 de diciembre de 1823, en la fiesta de la Concepción de Nuestra Señora,
cuando estudiaba en el seminario dependía todavía de una visión demasiado racional. Él mismo narró el acontecimiento:
«Fue entonces cuando la misericordiosa y compasiva reina, Madre de Dios, salió en mi auxilio de una manera tan
triunfante como inesperada. El 8 de diciembre de 1823, mientras hacía mi meditación con la comunidad, y abordaba mi
argumento (el misterio del día), con mis puntos de vista racionales como de costumbre, de repente, me sentí llevado a
creer en María Inmaculada en su concepción. La especulación y el sentimiento se unieron sin esfuerzo en este misterio.
Sentí una alegría dulce en mi consentimiento; sin arrebato, con una dulce paz y con una convicción sincera. María se
dignó transformarme con sus manos benditas, sin desasosiego, sin apasionamiento: una naturaleza despareció para dejar
lugar a otra. No le dije nada a nadie, sobre todo porque no me imaginaba el alcance que tendría para mí esta revelación.
Sin duda me emocioné; pero hoy estoy todavía más emocionado al comprender todo el alcance del favor que la santa
Virgen se dignó en concederme aquel día».
Don Guéranger quiso mostrar en un libro por qué la creencia en la Inmaculada Concepción podría ser objeto de una
definición dogmática. Fue publicado en abril de 1850. Con gran claridad y una información muy extensa, don Guéranger
estableció esta posibilidad.
Para que la creencia pueda ser definida como dogma de fe, explicaba, es necesario que la Concepción inmaculada
forme parte de la Revelación, expresada en la Escritura o la Tradición, o quede implicada en las creencias anteriormente
definidas. Se necesita, a continuación, que sea propuesta a la fe de los fieles a través de la enseñanza del Magisterio
ordinario. Por último, es necesario que sea atestiguada por la liturgia, los Padres y los doctores de la Iglesia».
Don Guéranger muestra que estas tres condiciones quedan reunidas y que, por tanto, la definición es posible. «La
Iglesia –dice– ha tenido que esperar un tiempo conveniente para recogerse en sí misma, para constatar este acuerdo
universal que es hoy día la prueba de que ésta es la doctrina de la Iglesia católica» («Mémoire sur l’Immaculée
Conception», p. 129.).
¿Cómo explica don Guéranger el lazo que se da entre la Revelación y la definición de un «nuevo» dogma?
Don Guéranger recuerda que «no hay una nueva revelación cuando la Iglesia define un dogma de fe» («Mémoire
sur l’Immaculée Conception», p. 2). La Iglesia no añade nada al dato de fe. Lo único que hace es reconocer que esta
verdad nuevamente definida formaba parte ya implícitamente del tesoro de la Revelación. Lo mismo sucederá con el
dogma de la Asunción de María, definido por Pío XII, en 1950. Ante estas verdades definidas de este modo, el creyente
debe ahora su plena adhesión de fe.
Don Guéranger muestra a continuación, hacia el final de su obra, cómo era sumamente conveniente la definición de
la Inmaculada Concepción, algo que él mismo deseaba ardientemente. Sería honrar a la Virgen María con el
reconocimiento oficial de su privilegio. Será «saludable para el género humano, pues no es posible que la tierra eleve su
alabanza a María sin que esta Madre de misericordia no reconozca con nuevos beneficios el impulso de corazón de sus
hijos hacia ella, sobre todo cuando esta alabanza tiene por objetivo glorificar en ella el don que más quiere, la integridad
de su alma, la dispensa de toda mancha, la santidad, en una palabra» («Mémoire sur l’Immaculée Conception», p. 131).
En estas páginas, se puede admirar el gran espíritu de fe de don Guéranger, su profundo sentido de Iglesia, su amor
ferviente por la Virgen María. En ellas resuena la voz del monje familiarizado con la Escritura, los Padres de la Iglesia, y
las oraciones litúrgicas. Se percibe al contemplativo. que ha meditado durante mucho tiempo en el misterio de María
Inmaculada.
Pío IX tras ver el libro, durante un viaje del abad de Solesmes a Roma, en 1851, le pidió trabajar en un proyecto de
texto de cara a la definición. Hemos creído que puede ser de utilidad publicar nuevamente la «Memoria» de don
Guéranger en 2004. Puede ayudar a comprender mejor la amplitud de la bula del beato Pío IX y la gran luz que nos
ofrece.