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postraumático.
Poderoso enemigo del proceso
rehabilitador
INTRODUCCIÓN
El estrés es un tipo de reacción que se produce en aquellas situaciones en las
que percibimos que no tenemos suficientes recursos para atender a las demandas
situacionales (Lazarus, 1990) y que nos permite reaccionar con rapidez y
seguridad ante contextos en los que hay que dar una respuesta para la que no
estábamos preparados. Este mecanismo pone en marcha un proceso de activación
a nivel cognitivo, fisiológico y conductual, que se detiene cuando se consigue el
objetivo deseado (Merín, Cano-Vindel, & Miguel-Tobal, 1995). Después de haber
agotado la energía y los recursos, éstos se vuelven a recuperar con el descanso,
de manera que se trata de un proceso normal de adaptación al entorno que nos
rodea (Cano-Vindel & Serrano-Beltrán, 2006). Pueden surgir problemas con el
estrés si nuestro cuerpo y nuestra mente están activándose permanentemente, sin
que se permita la recuperación (Leza, 2005). En estos casos el estrés puede
comenzar a producir algunos síntomas, tales como olvidos, problemas de
concentración, pérdida de rendimiento, alta activación fisiológica, agotamiento,
insomnio, dolor de cabeza, dolores musculares, contracturas, ansiedad,
irritabilidad, aumento del consumo de tranquilizantes, etc. (Cano-Vindel & Serrano-
Beltrán, 2006; González-Ramírez & Landero-Hernández, 2006; Lazarus, 1990). Por
supuesto, aparecerán problemas más importantes cuando la situación que provoca
el estrés alcance tal magnitud que nos supere por completo y no nos permita dar
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respuesta alguna, como sucede por ejemplo en los atentados terroristas, o en
situaciones igualmente traumáticas, como los accidentes de tráfico.
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los eventos traumáticos más frecuentes a los que se exponen los habitantes de los
países desarrollados. En el año 1992, Norris llevó a cabo un estudio comparando
la frecuencia y el impacto de diferentes tipos de eventos traumáticos y encontró
que los accidentes de tráfico solamente van precedidos en importancia por las
agresiones sexuales y los ataques físicos, y que cuando la frecuencia y el impacto
se consideraban conjuntamente los accidentes de tráfico ocupaban el primer lugar.
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como un factor predictor en el tratamiento del TEPT (Kuhn, Blanchard & Hickling,
2003).
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niveles de preocupación (Prados-Atienza, 2005), miedo intenso, falta de control,
alta activación fisiológica, evitación de situaciones relacionadas, etc., todo ello
acompañado de irritabilidad, ira, tristeza, culpa y otras emociones negativas
(Pérez-Nieto & González-Ordi, 2005). Como se muestra en la figura 2, los
recuerdos, junto con las pesadillas, los estímulos que recuerdan al estresor y los
flashback provocan que la persona que revive la experiencia traumática pierda la
conexión con el presente y entre en un estado disociativo agudo en el que necesita
protegerse o luchar para salvar su vida (Báguena-Puigcerver, 2005).
Problemas atencionales
Pesadillas
Pensamientos, sentimientos,
imágenes y conductas
relacionadas con el EE que recuerdan al
acontecimiento traumático estresor
MIEDO Flashbacks
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Tabla 2. Criterios diagnósticos abreviados del trastorno por estrés
postraumático según el DSM-IV-TR (APA, 2000)
A1. Exposición al estresor D. Activación (2 o más síntomas):
D.
A2. Reacción emocional al estresor 1. dificultades para conciliar o mantener el sueño
2. irritabilidad o ataques de ira
B. Reexperimentación (1 o más síntomas): 3. dificultades para concentrarse
1. recuerdos intrusivos 4. hipervigilancia
2. sueños de carácter recurrente 5. respuestas exageradas de sobresalto
3. actuar o sentir como si se reviviese el suceso
4. malestar psicológico al exponerse a EE que E. Estas alteraciones se prolongan más de 1 mes
recuerdan el suceso
5. RR fisiológicas a la exposición de EE que F. Provocan malestar clínico significativo o
recuerdan el suceso deterioro social, laboral o de otras áreas
importantes de la actividad del individuo
C. Evitación y embotamiento (3 o más síntomas):
Especificar si:
1. evitar pensamientos, sentimientos o
conversaciones sobre el estresor Agudo: si los síntomas duran menos de 3
2. evitar actividades, lugares o personas meses
relacionados con el trauma Crónico: si los síntomas duran 3 meses o más
3. incapacidad para recordar un aspecto importante
del trauma Especificar si:
4. reducción del interés o la participación en De inicio demorado: entre el acontecimiento
actividades significativa traumático y el inicio de los síntomas han
5. sensación de desapego o enajenación frente a pasado como mínimo 6 meses
los demás
6. restricción de la vida afectiva (p. ej., incapacidad
para tener sentimientos de amor)
7. sensación de un futuro desolador (p. ej., no
espera obtener un empleo, casarse)
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Figura 3. Activación elevada
Insomnio
Ira
RR de sobresalto
HIPERACTIVACIÓN FISIOLÓGICA
Hipervigilancia
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evento traumático, así como por la pérdida sufrida. Así por ejemplo, aquéllos que
hayan escapado a la muerte, hayan resultado heridos o hayan perdido a sus
familiares y seres queridos tenderán a mostrar un mayor grado de afectación que
aquéllos cuya pérdida haya sido únicamente económica. Este amplio rango del
concepto de víctima puede explicar en buena medida las diferencias de
prevalencia psicopatológica que muestran los distintos estudios. También estas
diferencias vendrán determinadas por el tiempo transcurrido entre el evento
traumático y la realización del estudio en cuestión.
Una tercera fuente de variación es la derivada de los distintos instrumentos de
evaluación y los criterios diagnósticos empleados. Por ejemplo y solamente en
relación a las discrepancias en los criterios diagnósticos empleados, en el DSM-IV-
TR (APA, 2000) y en el ICD-10 (OMS, 1992) se ponen énfasis diferentes en
relación al impacto del estresor y a la respuesta emocional al mismo. Así, mientras
que en el DSM-IV-TR se combinan en el criterio A aspectos objetivos como la
medida del estresor (A1), relativos a su frecuencia, gravedad o duración, con
aspectos subjetivos (A2), relativos al impacto sobre la víctima, en el ICD-10 se
destaca que la naturaleza del estresor debe ser tal que perturbe a casi cualquier
individuo. Todo ello hace considerablemente compleja, y en ocasiones imposible,
la comparación de los resultados obtenidos en los distintos estudios. A esto hay
que añadir que en algunas publicaciones no se usan criterios diagnósticos, sino por
ejemplo puntos de corte en escalas dimensionales medidas por cuestionarios.
Una consideración especial y de obligado cumplimiento en este apartado es la
relacionada con las víctimas de delitos y los efectos de las implicaciones en el
sistema judicial, ya que las personas que padecen un TEPT pueden verse
implicadas en acciones judiciales bien por estar involucrados en un caso civil (por
ejemplo, un accidente de tráfico) relacionado con la patología que padecen, o por
haber sido víctima de un delito. El Grupo de trabajo para los trastornos por estrés
agudo y estrés postraumático formado por Ursano, Bell, Eth, Friedman, Norwood,
Pfefferbaum, Pynoos, Zatzick & Benedek (APA, 2004) señala cómo durante el
procedimiento judicial, dependiente o independientemente del momento en que
este se encuentre, algunas personas pueden manifestar síntomas crecientes o
decrecientes o, incluso, embellecerlos o reelaborarlos. Así, puede que algunas
personas manifiesten síntomas que pueden desaparecer una vez finalizado el
proceso judicial o realizado el pago de los daños, quizás explicado en base a la
retraumatización por la exposición repetida a un agresor, o a los efectos
acumulativos de acontecimientos traumáticos durante la declaración, la
preparación del juicio o el testimonio, o incluso los síntomas pueden incrementarse
de nuevo cuando la víctima conoce que su agresor ha sido, o va a ser, liberado de
la cárcel. Por el contrario, algunas personas pueden exagerar sus síntomas con
objeto de mejorar una ganancia secundaria, por ejemplo, una indemnización o una
condición exigida para obtener una determinada prestación. En estos casos se
recomienda una evaluación llevada a cabo por diferentes e independientes
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profesionales de la salud mental y una minuciosa comparación de los síntomas en
relación a los diferentes momentos del calendario del proceso judicial.
Trastorno adaptativo
Si no cumple criterios con ansiedad o mixto
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trauma e incluso, como se ha señalado, puede ser de comienzo demorado,
pudiendo aparecer meses e incluso años después de la vivencia traumática.
La evaluación clínica de ambos trastornos requiere la evaluación de los
síntomas de reexperimentación, evitación/embotamiento y activación fisiológica,
pero para el diagnóstico del trastorno por estrés agudo es de necesario
cumplimiento que la persona muestre síntomas disociativos (embotamiento,
desapego, desrealización o despersonalización, amnesia disociativa en la
respuesta inmediata al trauma) durante el acontecimiento traumático o
inmediatamente después del mismo, y es precisamente la importancia de los
síntomas disociativos la principal característica que diferencia al trastorno por
estrés agudo del TETP.
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salientes de la situación. Este aprendizaje (Rodríguez-Saavedra & Cano-Vindel,
1995) tiene un gran valor adaptativo, pues asocia un estímulo que ha sido
etiquetado como peligroso con una respuesta emocional potente que nos activa y
nos lleva a evitar dicho estímulo. A la hora de tratar un caso de TEPT, el terapeuta
debe conocer debidamente qué es la emoción para transmitirle este conocimiento
a su paciente. Hoy en día sabemos que las emociones pueden desarrollarse a
través de dos tipos de circuitos neuronales. El circuito normal (cuando no hay una
emergencia, por ejemplo) incluye la capacidad cognitiva propia del ser humano,
con funciones de anticipación, valoración de situaciones, etc., por lo que incluye
necesariamente la activación del córtex, o corteza cerebral, la parte más
desarrollada y más reciente del cerebro humano. Sin embargo, la reacción
emocional de emergencia no necesita procesamiento cortical, sino que se
desarrolla a través de la amígdala, una estructura más antigua que procesa
emoción y memoria, que juega un papel destacado en el aprendizaje emocional
traumático. Este segundo circuito tiene una función adaptativa primordial para la
supervivencia, pues si tuviéramos que reconocer primero el peligro para después
huir, disminuiría nuestra capacidad para sobrevivir ante dicho peligro, al aumentar
el tiempo de latencia de la respuesta.
El primer circuito es el que funciona normalmente en situaciones cotidianas y
está mediado en gran parte por los procesos cognitivos. Así, las reacciones
emocionales dependen especialmente de la interpretación de la situación, cuando
ésta no es lo suficientemente intensa como para disparar mecanismos de
aprendizaje más primitivos (asociativos) que el aprendizaje cognitivo. Por ejemplo,
podemos enfadarnos, o no, si alguien llega tarde a una cita, pero reaccionamos
intensa y rápidamente ante un estruendo, no previsto, con ciertas características
de peligro. La reacción emocional normal, cuando no está en juego la
supervivencia, es por lo tanto más regulable a nivel cognitivo. En cambio la
reacción emocional de emergencia no necesita la deliberación racional, la
interpretación cognitiva, se dispara rápidamente por meras sensaciones que
pueden tener valor emocional y se regula mejor por nuevas asociaciones que por
nueva información o reestructuración cognitiva. Así, yo puedo reducir mi enfado si
quien llegó tarde tiene un buen motivo; pero no cambia mucho la emoción de una
persona víctima de un accidente de tráfico que sufre graves consecuencias físicas
por el hecho de que su agresor esté ya encerrado en la cárcel y no pueda volver a
embestirle con el coche cuando transita paseando por la calle, ni puede entender
por qué se quedó paralizada cuando vio que el coche se abalanzaba hacia ella, o
la de la persona que perdió el control de su coche en un día de lluvia y tuvo un
accidente en el que falleció su copiloto, que era su mejor amigo, y ya no solamente
ha perdido a su mejor amigo si no que además se siente inmensamente culpable
ante todas sus amistades comunes y ante la familia de su mejor amigo que,
además, tenía una mujer y dos hijos. Sobre la función de la amígdala en la
emoción existe un amplio cuerpo de investigación, fundamentalmente de carácter
animal, que establece la importancia que esta estructura cerebral tiene en la
activación de los procesos emocionales en general, y en particular, del
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reconocimiento y de la expresión del miedo. La relevancia y el importante número
de los hallazgos encontrados sobre la amígdala en las dos últimas décadas sirven
para concluir que esta estructura juega un papel fundamental en la asignación de
significado afectivo a eventos sensoriales (LeDoux, 1995). Así, por ejemplo, un
determinado estímulo puede provocar sensaciones que están asociadas con un
significado emocional, inquietante, aunque hagamos razonamientos
tranquilizadores; y estas sensaciones pueden tener más fuerza que el
razonamiento, provocando una reacción emocional. También se viene
comprobando cómo la amígdala se activa en respuesta a la expresión facial de
emociones, especialmente ante el miedo (LeDoux, 1993). La amígdala podría ser
una estructura, además de necesaria, suficiente para la aparición de respuestas
emocionales, en el sentido de que no sería necesaria la intervención del córtex.
Más allá de la relevancia de la amígdala, no hay dudas de que actualmente es el
córtex prefrontal quién comparte protagonismo con la amígdala como objeto de
estudio en el ámbito de la neuropsicología y la emoción.
Además, con el paso del tiempo se suele producir un segundo aprendizaje
emocional de tipo cognitivo en el que, a fuerza de repetir continuamente procesos
sesgados, se va generando una espiral creciente que mantiene y aumenta el
estado emocional. Tras el trauma, se desarrollan muchos procesos y sesgos
cognitivos relacionados con el acontecimiento traumático y con sus consecuencias
(Eysenck & Eysenck, 2007).
El sesgo cognitivo de tipo atencional consiste en que casi toda la atención se
centra en el suceso traumático y en sus consecuencias (síntomas de
reexperimentación, activación y evitación). El sesgo interpretativo se observa en
varios procesos: se interpretan nuevas situaciones que puedan tener algún
parecido con el evento traumático acontecido como peligrosas (e.g., adelantar a
otro coche, llevar un copiloto en el coche), el razonamiento justifica de manera
irracional ciertas culpas por comportamientos que podían haber evitado el suceso
(e.g., “si no hubiera salido de casa”, “si no hubiera elegido esa carretera”, “si
hubiera utilizado el transporte público”, etc.), todos los pensamientos son de
contenido negativo (“mi vida ya no tiene sentido”, “he muerto en vida”), se concede
mucha importancia a estos pensamientos (perdiendo relevancia las cosas que no
han cambiado y llenaban su vida), se generaliza de manera que el mundo se
percibe como altamente peligroso (ahora muchas situaciones pueden ser
peligrosas), las expectativas de que suceda algo malo se multiplican, se pierde la
confianza sobre la seguridad propia (disminuye la sensación de control percibido),
no se confía en los recursos propios, ni en la posibilidad de recibir ayuda (apoyo
social). El TEPT es un trastorno de ansiedad en el que sí existe un sesgo de
memoria (Paunovi, Lundh, & Ost, 2002), que no se da en otros trastornos de
ansiedad, quizás porque en un alto porcentaje de los casos hay comorbilidad con
el trastorno depresivo mayor TDM (en un 26%, según Oquendo et al., 2005), en el
que sí se da el sesgo de memoria: los recuerdos giran entorno al trauma, se
recuerdan muchos detalles de la situación, o las sensaciones vividas en los
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momentos del suceso (olores, gritos u otros sonidos), con gran viveza, elevada
intensidad y alta frecuencia. Esas sensaciones visuales, auditivas y táctiles quedan
profundamente grabadas en la memoria y poseen una alta relevancia frente a
cualquier otro recuerdo. Se supone que es adaptativo grabar de manera indeleble
en la memoria cualquier dato que nos pueda ayudar a impedir que se repita ese
suceso terrible que puede ser mortal. Pero el recuerdo de las imágenes y las
sensaciones puede hacer que se vuelvan intrusas (estos contenidos acuden una y
otra vez a la mente produciendo malestar), especialmente si se pretenden evitar.
Cuando queremos evitar un pensamiento no deseado, aumenta la frecuencia del
mismo, le damos más importancia y se vuelve más estresante.
Para llevar a cabo el tratamiento de un caso de TEPT deberían tenerse en
cuenta los dos tipos de aprendizaje emocional que favorecen la génesis y el
mantenimiento de este desorden: uno basado en el condicionamiento clásico y otro
más cognitivo (que incluye los tres tipos de sesgos mencionados: atención,
interpretación y memoria).
En la concepción clásica del condicionamiento por asociación - sin tener en
cuenta la intervención de procesos cognitivos - la forma de reducir o eliminar este
aprendizaje emocional se basaría en la ley de la extinción y en el principio de
exposición: al exponerse el sujeto de nuevo a la misma situación, sin que se asocie
con la respuesta incondicionada aversiva, se irá debilitando la asociación y
finalmente el estímulo condicionado volverá a ser un estímulo neutro. Pero hoy en
día sabemos que la exposición a veces no funciona si no tenemos en cuenta lo que
piensa el sujeto (Barlow, 2008). Así, aunque en la psicología clínica la exposición
es el tratamiento de elección en el TEPT, debemos renovar nuestros
conocimientos desde la psicología básica de la emoción y tener en cuenta lo que
piensa el sujeto, su interpretación de la situación a la que debe exponerse, porque
la mera exposición sin control (por parte del propio sujeto) puede producir
sensibilización en vez de extinción de la respuesta emocional condicionada (véase
Teoría de la incubación en H. Eysenck, 1982). Por lo tanto, parece recomendable
comenzar trabajando el segundo tipo de aprendizaje emocional, el cognitivo,
incidiendo en el procesamiento de la información que realiza el paciente, para que
no se sigan manteniendo y aumentando las respuestas emocionales que provocan
los procesos cognitivos sesgados. Es preferible que el paciente, antes de hacer
exposición, ponga en orden sus experiencias, recuerdos, sensaciones,
pensamientos y modifique sus valoraciones excesivamente negativas acerca del
trauma y sus secuelas (e.g., los tres tipos de síntomas del TEPT).
Para modificar el aprendizaje emocional de tipo cognitivo que el paciente ha ido
desarrollando tras la experiencia traumática, las técnicas de reestructuración
cognitiva nos han enseñado que el paciente puede y debe tomar un papel activo en
este reaprendizaje (Cano-Vindel, 2002), para lo cual resulta imprescindible dotarle
de la información necesaria sobre el papel de la cognición, o las relaciones entre
procesos cognitivos y emoción, así como entrenarle en la observación, análisis y
modificación de sus pensamientos negativos y sesgos cognitivos.
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En los desórdenes emocionales existen una serie de procesos cognitivos que
están alterados (Cano-Vindel, 1997), como por ejemplo los procesos atribucionales
o el sesgo interpretativo. El terapeuta tiene que hacer un análisis de la conducta
emocional perturbada y encontrar una explicación del problema en algún modelo
cognitivo. Si encuentra este modelo, en el que un proceso cognitivo produce una
alteración de la respuesta emocional, entonces la intervención consistirá en
modificar dicho proceso cognitivo para conseguir el control o manejo emocional.
Esta es la parte más difícil de la reestructuración cognitiva, pues saber qué proceso
cognitivo es el responsable y cómo reestructurarlo o modificarlo no es tarea fácil.
Como primera aproximación se deben revisar las aportaciones básicas a la
reestructuración cognitiva de las técnicas cognitivas más importantes (Beck, Ellis,
Meichenbaum). También se deben recoger las aportaciones de modelos cognitivos
no clínicos, pero que pueden aplicarse en el campo de la psicología clínica (como
el modelo de la valoración de Lazarus, o el modelo de los cuatro factores de la
ansiedad –Eysenck & Eysenck, 2007-, por ejemplo). Y todas estas aportaciones
deben ser integradas por el terapeuta (Cano-Vindel, 2002) para poder ofrecérselas
al paciente, explicándoselas de manera que las pueda entender y le sirvan como
herramienta para reducir sus respuestas emocionales hasta hacerlas manejables.
Además, para modificar un proceso cognitivo se requiere no sólo entrenar al
paciente en autoobservación y autorregistro de pensamientos; en muchas
ocasiones vamos a necesitar, por ejemplo, que esta persona afronte problemas
que tiende a evitar, para lo cual necesitaremos convencerle, persuadirle para que
lo haga, motivándole, y entrenándole para que poco a poco pueda afrontar los
primeros pasos, los más sencillos, que le permitirán coger confianza para realizar
otros más complejos. Observamos cómo, en general, las distintas técnicas
cognitivas recurren a dos herramientas básicas en el tratamiento: la persuasión y el
entrenamiento conductual. El terapeuta necesita convencer al paciente para que
realice ciertas actividades. Al mismo tiempo, una vez convencido, el paciente tiene
que hacerlas. Por lo tanto, para el terapeuta resulta imprescindible entrenarse en
técnicas de persuasión y manejar correctamente la forma en que se administran
las tareas para casa, los refuerzos por los éxitos conseguidos, cómo se corrigen
errores, etc.
En general, hay acuerdo en que las víctimas necesitan apoyo social de las
personas que los rodean, necesitan que vuelva a fluir la comunicación, que ventilen
(expresen) sus pensamientos, imágenes, emociones, etc., necesitan reelaborar
todo ese material. En los estudios sobre las consecuencias psicopatológicas de los
atentados del 11-M de 2004 en Madrid, o en los del 11-S de 2002 en New York, el
apoyo social resultó ser un factor de protección frente al TEPT y la depresión. Pero
también sabemos que no sirve cualquier apoyo social (Gil-Monte, Carretero &
Roldán, 2005; Moreno-Jiménez, Seminotti, Garrosa-Hernández, Rodríguez-
Carvajal & Morante-Benadero, 2005; Pozo-Muñoz, Alonso-Morillejo, Hernández-
Plaza & Martos-Méndez, 2005; Quiñones, Moysén, Terrones & López, 2006). En la
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medida en que se lleve a cabo bien o mal esta reelaboración, así será la gravedad
de los síntomas de estrés postraumático después del trauma.
Se cree también que la intervención temprana en víctimas recientes o
potenciales afectados por este trastorno (familiares, cuidadores de las víctimas,
personas que observaron la escena, vecinos, etc.) es eficaz y previene la aparición
de síntomas. Desde hace más de 15 años, se ha incrementado el uso de
intervenciones psicológicas tempranas, como el "debriefing", para tratar el trauma
psicológico. Se trata de una intervención psicológica que intenta reducir la
morbilidad provocada después de un traumatismo. Incluye la promoción de alguna
forma de procesamiento o catarsis emocional, o la discusión mediante estimulación
del recuerdo, discusión, o revisión del evento traumático. Mientras que estas
intervenciones se han vuelto populares y su uso se ha extendido, se sabe (véase la
revisión de Rose, Bisson & Wessely, 2007) que una sesión de "debriefing"
individual no reduce la angustia psicológica, ni previene el inicio TEPT, tampoco
disminuye la morbilidad psicológica general, la depresión o la ansiedad. En la
citada revisión, los participantes que recibieron la intervención no demostraron
riesgos significativos a corto plazo (de tres a cinco meses) de TEPT (odds-ratio
1,22; IC del 95%: 0,60 a 2,46). Un año más tarde, un ensayo informó que hubo un
aumento significativo del riesgo de TEPT en las personas que recibieron
"debriefing" (odds-ratio 2,88; IC del 95%: 1,11 a 7,53).
Es más eficaz una intervención temprana de tipo preventivo siguiendo las
recomendaciones de Foa y Rothbaum (1998), que consiste en el siguiente
protocolo: (1) dar información sobre el proceso o reacción psicológica que suele
seguir, los síntomas que se suelen experimentar, los pensamientos que se suelen
desarrollar, etc.; (2) entrenamiento en relajación y respiración; (3) exposición en
imaginación a los recuerdos del suceso traumático; (4) exposición real (en vivo) a
las situaciones que se evitan, que no supongan riesgo; y (5) reestructuración
cognitiva de los pensamientos irracionales que provocan sentimientos negativos.
Sin embargo, en muchas ocasiones este procedimiento estándar ha fallado,
probablemente por varias razones: (1) porque no siempre se da una información
exhaustiva sobre el aprendizaje emocional que se produce en una situación
traumática; (2) porque el paciente no puede hacer entrenamiento en relajación,
pues aunque lo intente no es capaz; (3) porque se hace exposición sin haber
hecho previamente reestructuración cognitiva en un número importante de
sesiones que permitan al paciente entender y manejar el proceso de reaprendizaje
que supone la exposición (Marks, Novell, Noshirvani, Livanou & Thrasher, 1998) y
(4) porque se hace una reestructuración cognitiva de miras muy cortas, en la que
se sigue un único modelo de intervención (por ejemplo el de Ellis), en lugar de usar
un modelo integrador que recoja las aportaciones de diferentes modelos, que nos
permitirá adaptarnos mejor a la realidad del paciente (a los sesgos cognitivos en el
procesamiento de la información que presente cada paciente).
El protocolo de tratamiento psicológico tradicional para un caso de TEPT,
aunque no se trate de una intervención temprana, también se basa en el mismo
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programa de Foa y Rothbaum (1998), en el que los componentes principales son
los que acabamos de citar: una fase educativa, otra de exposición en imaginación,
una tercera de exposición in vivo, una cuarta de reestructuración cognitiva, la
quinta se centra en estrategias para manejar la ansiedad, como el “entrenamiento
en respiración lenta” y, por último, en sexto lugar se añade un componente de
prevención de recaídas. Las mismas críticas y observaciones que acabamos de
hacer para el protocolo de intervención temprana hay que hacerlas en este
protocolo de tratamiento tradicional para un caso de TEPT.
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“tendencias erróneas”). Los sesgos más importantes para los trastornos de
ansiedad son los de la atención y los de la interpretación. Se trataría por lo tanto de
dos tendencias a la hora de atender y a la hora de entender la realidad. La primera
llevaría a atender en exceso a las posibles amenazas (por ejemplo, prestar
demasiada atención a los síntomas de la reexperimentación). La segunda llevaría a
ver demasiadas amenazas donde otros ven situaciones neutras o incluso
tranquilas o agradables (por ejemplo dar demasiada importancia a los síntomas del
TEPT, cuando muchos de ellos pueden considerarse como una reacción emocional
adaptativa ante una situación en la que estuvo en riesgo la propia vida).
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información incompatible con las estructuras patológicas de miedo desarrolladas
tras sufrir el trauma.
La reestructuración cognitiva se inicia con los trabajos de Ellis, que parten de los
años 50, pero desde entonces han pasado más de cincuenta años, la
reestructuración cognitiva se ha desarrollado considerablemente, con muchos más
autores y con muchos más temas, que se pueden incluir en el tratamiento del
paciente con trastornos de ansiedad. Por ejemplo, la reestructuración cognitiva
debe tener en cuenta que el paciente muchas veces no sabe qué es la emoción
normal y qué es un trastorno, o qué desorden tiene. Por lo tanto, hay que dar
información acerca de qué es la reacción emocional normal y en qué consiste su
desorden, aunque de esto no hablara Ellis. Como ya hemos señalado, se debe
hacer un esfuerzo por integrar modelos cognitivos clínicos y no clínicos que
expliquen el trastorno emocional en función de un determinado sesgo cognitivo, o
sesgo en el procesamiento de la información, que ayude al paciente a entender su
error, a modificarlo y a cambiar así su respuesta emocional. Desde un punto de
vista cognitivo los problemas emocionales tienen su raíz en los pensamientos
(negativos, automáticos, deformados, etc.), anticipaciones, expectativas, creencias,
supuestos, atribuciones, interpretaciones, valoraciones, autoinstrucciones,
decisiones, sesgos cognitivos, meta-cogniciones, etc. que son procesados por
nuestra mente. El terapeuta debe utilizar estos conceptos y los modelos que
establecen relaciones entre ellos y la emoción para que sirvan al paciente en las
tareas de observar y modificar los procesos cognitivos que son responsables de su
malestar emocional. La descripción, comprensión y análisis de los procesos
cognitivos que supuestamente han dado lugar al malestar emocional del paciente
es un proceso constructivo y analítico donde se mezclan los conocimientos del
especialista con la experiencia del paciente. El objetivo es dar otra interpretación
distinta de la que el paciente venía manejando, que le sirva para controlar las
reacciones emocionales y las conductas que hace algún tiempo dejó de controlar
(Dongil-Collado, 2008; Leal-Carcedo & Cano-Vindel, 2008; Vidal-Fernández,
Ramos-Cejudo & Cano-Vindel, 2008; Wood, 2008).
Como ya se ha comentado, la reestructuración cognitiva incluye ciertas tareas
conductuales y fuertes dosis de persuasión. Las tareas para casa son un aspecto
esencial del tratamiento cognitivo, lo cuál implica la utilización de técnicas de
sugestión, así como operantes, para convencer al paciente de la conveniencia de
realizar dichas tareas, así como para reforzarle por haberlas realizado. Tanto la
charla que se mantiene en la consulta, como la ejecución de estas tareas, implican
un cierto grado de exposición (al menos imaginaria), que ha de realizarse de
manera paulatina y sin que el paciente pierda el control en ningún momento. En
este proceso de aprendizaje el paciente debe aprender a premiarse o reforzarse
(aunque sea simbólicamente) por sus éxitos y a corregir sus tropiezos con una
actitud analítica, constructiva y no punitiva.
En el tratamiento para el TEPT, la fase de exposición (que veremos después)
significa enfrentarse a los pensamientos, sensaciones, imágenes, emociones y
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sentimientos asociados a la situación traumática, los cuáles por lo general vienen
siendo evitados por el paciente desde que sufrió dicha situación. Pero ese intento
por suprimir pensamientos, imágenes y todo lo que se ha asociado a la situación
traumática, lo que en realidad provoca es que dichos elementos se vuelvan aún
más intrusos, haciendo que retornen una y otra vez a la conciencia, o
permaneciendo en ella la mayor parte del tiempo, provocando más y más malestar
emocional, embotamiento, falta de concentración, etc. Por ello, una de las cosas
que hay que cambiar en el proceso terapéutico del TEPT es conseguir que el
paciente pueda aceptar esos contenidos cognitivos y esas reacciones emocionales
asociadas que ha intentado rechazar sin éxito. Para aceptar esos pensamientos,
esas imágenes, que antes se rechazaban porque se interpretaban como si se
estuviera repitiendo la situación traumática, será bueno insistir en que es normal
que se reexperimenten, pero que no son “la realidad”, que ya pasó, sino una
representación mental de aquella realidad. Una representación mental imborrable,
pero es adaptativo que así sea porque nos protege de situaciones futuras
similares. Así, poco a poco, se irá restando importancia a los síntomas de
reexperimentación, lo que reducirá la reacción emocional.
Muchos pacientes “no se permiten” tener esos pensamientos, esas imágenes,
que están cargados de emoción, que tampoco aceptan. Por ello, en la
reestructuración cognitiva debe promoverse una actitud de aceptación de las
experiencias cognitivas y emocionales, que puede ayudar a que los pacientes
estén más dispuestos a enfrentarse a los pensamientos, imágenes y emociones
asociados con el trauma, aunque le resulten aversivos. Para ello es necesario
insistir en que aunque sean desagradables tienen un carácter adaptativo pues
intentan preservar al individuo de nuevos contactos con la situación traumática.
Este cambio de actitud mental desde la evitación hacia la aceptación, paulatino,
sin que el paciente pierda la sensación de control, le permitirá más adelante llevar
a cabo la fase de exposición (primero imaginaria y luego conductual), que reforzará
definitivamente el cambio terapéutico. Por supuesto, no se trata de llevar a cabo un
entrenamiento en “terapia de aceptación y compromiso” (ACT, Hayes Strosahl y
Wilson, 1999); ni tampoco un entrenamiento en “mindfulness” o atención plena
(Linehan, 1993) lo cual requeriría muchas sesiones si se hace de forma completa.
Se explica también (Guillén-Botella, 2008) que quizás debido al problema que
padece, actualmente le cuesta centrarse en las cosas y ha desarrollado como una
“habilidad” para “escaparse” de situaciones, pensamientos o sentimientos que
producen malestar, aunque al mismo tiempo esa tendencia provoca el que su
atención esté centrada casi siempre en su problema (sesgo atencional). Se les
indica que estas técnicas implican ser conscientes otra vez de las experiencias. Es
este el primer paso para la aceptación. Por ello, es posible que al principio les
resulte difícil ser concientes y aceptar las experiencias (y no sólo las negativas,
sino las positivas, quizás no se permitan sentirse bien); sin embargo, practicar
estas pequeñas estrategias durante un tiempo, facilita el proceso de aceptación y
elaboración de las experiencias para volver a ser dueño de las mismas. Se puede
- 261 -
utilizar como procedimiento básico las instrucciones de Linehan (1993) que incluye
las técnicas “Qué” (observar, describir y participar) y las técnicas “Cómo” (sin
juzgar, hacer las cosas de una en una y ser eficaz) (ver Guillén-Botella, 2008).
Aunque, como ya se ha señalado, lo que se pretendía lograr era un cambio de
actitud y que los pacientes llegaran a estar más proclives a aceptar el
acontecimiento perturbador.
- 262 -
el episodio, a pensar sobre él o analizar las amenazas asociadas a él. Se supone
que, poco a poco, estos recuerdos llegarán a ser menos dolorosos hasta que los
pacientes terminen por tolerarlos, como consecuencia de un proceso de
habituación. Además, revivir repetidamente la experiencia les permite comprobar
que no van a perder el control, ni se van a volver locos si se “implican”
voluntariamente en la experiencia traumática. Es importante que el paciente sienta
que tiene control en el proceso de recordar la experiencia y los sentimientos
asociados a ésta; por lo que la aproximación a los recuerdos de la experiencia se
realiza al ritmo que marca el paciente. Asimismo, se presentan y analizan algunos
conceptos que se consideran importantes para entender mejor el proceso
terapéutico como por ejemplo, el procesamiento emocional, o la habituación; así
mismo, se enseña a discriminar entre reexperimentar (recuerdos del pasado) y
sufrir de nuevo la situación traumática, o cómo la exposición incrementa la
sensación de autocontrol. Los autores recomiendan que las sesiones se graben en
audio para que los pacientes puedan escucharlas posteriormente como tarea para
casa; también recomiendan que se pida al paciente que cierre los ojos y recuerde
el trauma vívidamente, hablando en tiempo presente. Cada 10 minutos
aproximadamente, se pregunta por el nivel de ansiedad o malestar (en unidades
subjetivas de ansiedad, USAs) y se anota en el registro. Se continúa con este
proceso a lo largo de 30 ó 60 minutos. Al final de la sesión se dedica un tiempo a
calmar al paciente y darle la oportunidad de comentar la experiencia revivida, sus
logros y los nuevos “insights” que ha alcanzado a través de ésta. En los casos en
los que resulta necesario, se introduce el entrenamiento en respiración lenta
después de la exposición. Por otro lado, debido a que la exposición causa un
malestar intenso, se avisa al paciente de que inicialmente se puede sentir como si
estuviera empeorando con el tratamiento; se le explica que es normal que al
pensar más acerca del episodio traumático, pueda experimentar más síntomas.
Por ello, se le da la oportunidad al paciente de contactar con el terapeuta entre
sesiones si fuera necesario.
Una modificación reciente de este protocolo de tratamiento incluye la
realidad virtual como ayuda para realizar la exposición en imaginación (Guillén-
Botella, 2008).
Repetimos una vez más que el protocolo de tratamiento que nosotros
defendemos resalta como uno de los valores de la reestructuración cognitiva el que
sirve para ayudar a realizar exposición, aunque sea imaginaria. Por ello, pensamos
que debe preceder en un número importante de sesiones a esta fase de exposición
imaginaria.
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personas que temen porque les recuerdan al episodio traumático. Para facilitar
este proceso, terapeuta y paciente, construyen una jerarquía de exposición, una
lista graduada de situaciones, objetos o personas que el paciente teme.
Posteriormente, paciente y terapeuta deciden las situaciones por las se comienza.
Al finalizar el tratamiento, el paciente debe haber realizado todo el listado de
situaciones de la jerarquía.
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