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Romanos 8.

31-34

31. ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?

Que Dios está por nosotros se desprende del hecho de habernos colocado en su familia como
hijos adoptados en el Hijo. El Padre celestial está de parte de sus hijos. Por esa razón la
segunda pregunta retórica "¿Quién contra nosotros?" exige una respuesta negativa: ¡Nadie!

Él nos lleva en triunfo siempre, en Cristo (2 Co. 2: 14). Aun en el valle de sombra de muerte,
el temor desaparece porque tenemos la certeza de que Él está con nosotros (Sal. 23:4). Ante
los mayores enemigos hay siempre una mesa de bendición provista por Dios (Sal. 23:5).

32. El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no
nos dará también con Él todas las cosas?

Es posible que en la mente del apóstol estuviese presente la figura histórica de la entrega que
Abraham hizo de su hijo Isaac, no rehusándolo, sino disponiéndose a ofrecerlo en sacrificio
según la demanda recibida de Dios mismo.

De manera que como Abraham no perdonó a su propio hijo, su único conforme a la promesa, su
amado hijo, tampoco Dios perdonó a su propio y único Hijo (v. 3).

Significa esto que Dios ejecutó en su Hijo el castigo, que suponía la responsabilidad penal de
nuestro pecado. Así estaba ya profetizado: "Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo,
sujetándole a padecimiento" (Is. 53: 10).

La condenación del pecador fue cargada por Dios en Cristo (2 Co. 5:21).

Es una manifestación de amor incomprensible. Los perdidos pecadores debían ser condenados a
causa de su pecado.

La paga del pecado no podía ser otra que la muerte. El Padre tiene a su Unigénito Hijo, en quien
se complace eternamente y de quien dice: "Este es mi Hijo amado" (Mt. 3: 17; 17:5).

Es además inocente mucho más sublime que los cielos, santísimo como sólo Dios puede serlo;
en su humanidad vivió con la misma santidad que eternamente posee, "no hizo pecado, ni se
halló engaño en su boca" (1 P. 2:22).

Este inocente y santísimo Hijo de Dios, fue entregado por nosotros, puesto en el lugar de los
extraviados y rebeldes (Is. 53:6). La copa de maldición fue asumida por Él para que los
malditos seamos herederos de bendición (Gá. 3:13).

Ahora bien, ¿qué quiere decir "nos dará"? ¿Cuándo lo hará? Pudiera pensarse en un futuro
escatológico o un futuro lógico.

Es decir, nos dará todo en la revelación de su gloria o lo hará en la peregrinación del creyente.
Ambas cosas son verdad. En cada día el Padre proveerá para quienes son hijos suyos,
cuanto Él en su omnisciencia conozca que necesitan.

Así lo enseño nuestro Señor animándonos a no inquietarnos por el futuro de nuestra vida
terrenal, ya que el Padre, que nos ama hasta habernos dado a su Unigénito, sabe de qué
cosas tenemos necesidad (Mt. 6:32).

Luego, en la glorificación de los suyos, la herencia eterna reservada en los cielos, será el don
final y definitivo de la gloriosa dimensión de su amor.
33. ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.

El apóstol utiliza aquí un término jurídico traducido como acusar, y que tiene que ver con un
fiscal acusador que presente cargos contra un reo ante el tribunal. Nadie puede poner un cargo
legal contra un salvo que surta efecto condenatorio contra él. Todos los cargos penales por el
pecado fueron cancelados en Cristo mediante su obra en la Cruz.

No existe condenación porque Cristo la llevó y, además, se trata de los escogidos de Dios. Dios
los ha salvado conforme a su voluntad y los ha justificado. No se trata de algo que los
justificados hayan hecho, porque no es de ellos la justicia que justifica, sino de Dios mismo. No
es por obras sino por gracia (Ef. 2:8-9).

34. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el
que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.

El único que puede juzgar y condenar, Juez dado por el Padre y puesto para ejercer juicio sobre
todo (Jn. 5:22), es el mismo que murió por los transgresores aceptando sobre sí la
responsabilidad penal de sus pecados y ocupando el lugar de condenación sustituyéndolos en la
Cruz (2 Co. 5:15, 21; Gá. 3:13; 1 P.2:24).

Esa es la razón por la que la justicia de Dios no puede condenar y ejecutar sentencia sobre
quienes están en Cristo y han aceptado por la fe Su obra redentora.

Ahora bien, si la obra redentora y sustitutoria de la Cruz tiene efectos definitivos sobre la
sentencia y condenación por el pecado, "más aun" el hecho de la resurrección de Aquel que
murió.

Es la resurrección del Salvador la que hace posible la justificación ( 4:25), como se ha


considerado en su momento. En Cristo, el creyente ha resucitado a una vida nueva, que no
hubiera sido posible sin la resurrección del Señor.

El Resucitado "está a la diestra de Dios". Es la expresión de la suprema exaltación del Redentor.


Aquel que, como Hijo entregado por el Padre, vino en carne humana (Jn. 1:14; Gá. 4:4), que
pasó en una senda de humildad por el mundo de los hombres; el desechado y despreciado
Varón de dolores experimentado en quebranto (Is. 53:3), ha sido ascendido a la Majestad de
las alturas, sentándose a la diestra de Dios, cumpliendo aquello que había sido anunciado
proféticamente (Sal. 11O:1 ).

Por la resurrección de entre los muertos, Jesús el que había sido considerado por los hombres
como un mero hombre, es declarado con poder por el Padre como su Hijo amado, el Unigénito
(Hch. 13:33-34). Dotado con el Nombre que es sobre todo nombre, ascendido a los cielos,
revestido de suprema autoridad, hará que todos en el universo doblen sus rodillas
reconociéndole como el Señor, para la gloria del Padre (Fil. 2:9-11 ).

La seguridad del salvo adquiere un nivel aún mayor: "el que también intercede por nosotros".

Un ejemplo notable está en las palabras que Jesús dijo a Pedro: "Dijo también el Señor: Simón,
Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti,
que tu fe no falte" (Lc. 22:31-32).

La intercesión de Cristo por los creyentes es una de las enseñanzas de la Epístola a los
Hebreos, donde se lee: "Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la
muerte no podían continuar; más éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio
inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por Él se acercan a Dios,
viviendo siempre para interceder por ellos" (He. 7:23-25).

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