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El versículo tiene una notoria importancia en relación con el Espíritu y la vida en Él.
Espíritu de Dios.
La comunicación de la vida eterna es resultado de la acción del Espíritu en todo aquel que
cree.
La promesa para el salvo es que tenga vida eterna (Juan. 3:16), que necesariamente ha de
ser vida de Dios, puesto que eterno es aquello atemporal, esto es, que no tiene principio
ni fin, que existe fuera del tiempo.
Esta vida está en el Hijo (Juan. 1:4). Él mismo dice que es la vida (Juan. 14:6) y vino al
mundo para que el pecador puede tener vida eterna (Juan. 10:10). Nuestro señor Jesucristo
hace doble función en el plan de redención, primero nos muestra al padre (Dios) y después
es mediador entre Dios y los hombres, es el Verbo encarnado (Ejemplo: Maíz – Hombre,
procesado, filtro)
El creyente puede vivir sin la plenitud del Espíritu, pero no puede ser creyente sin el
Espíritu.
"Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él".
La santificación del cristiano tiene que ver con la reproducción del carácter moral de
Jesús en él, que no es otra cosa que el fruto del Espíritu (Gá. 5:22-23).
Sin duda hay una frontera muy sutil entre el creyente carnal y el no regenerado, sobre la
que no se puede juzgar, sin embargo, no debemos estar engañados, pues incluso una profesión
religiosa no es evidencia del nuevo nacimiento (Mateo. 7:21-23).
Quien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él, por tanto, no ha sido salvo, permanece
en sus delitos y pecados y está espiritualmente muerto.