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8:9 Más vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de

Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.


Tema: viviendo en el espiritu
"no... según la carne”.
No significa que sea impecable (1 Juan. 1:1O), pero está libre del poder del pecado que lo
tenía esclavizado (Romanos 6: 17-18)- Redención.

En muchas ocasiones la carne seduce al creyente y le hace caer en el pecado


(Santiago. 1:14), pero no es este su estilo de vida, sino la excepción de la regla. (Nadie
cae en pecado de la noche a la mañana, sino que se va alimentando a la carne, cuando caemos
en pecado puede ser: por el mundo, Satanás o nuestras concupiscencias.

El elemento impulsor de la vida espiritual es el mismo Espíritu Santo. Él hace posible la


obediencia (Ez. 36:27). Solo el E.S nos puede dar victoria porque tenemos la naturaleza
Adámica, esta naturaleza va en contra de la ley de Dios.

El versículo tiene una notoria importancia en relación con el Espíritu y la vida en Él.

Espíritu de Dios.

Este Espíritu hace morada en el creyente desde el momento en que cree.

La comunicación de la vida eterna es resultado de la acción del Espíritu en todo aquel que
cree.

La promesa para el salvo es que tenga vida eterna (Juan. 3:16), que necesariamente ha de
ser vida de Dios, puesto que eterno es aquello atemporal, esto es, que no tiene principio
ni fin, que existe fuera del tiempo.

Esta vida está en el Hijo (Juan. 1:4). Él mismo dice que es la vida (Juan. 14:6) y vino al
mundo para que el pecador puede tener vida eterna (Juan. 10:10). Nuestro señor Jesucristo
hace doble función en el plan de redención, primero nos muestra al padre (Dios) y después
es mediador entre Dios y los hombres, es el Verbo encarnado (Ejemplo: Maíz – Hombre,
procesado, filtro)

Mediante la regeneración del Espíritu, Cristo es implantado en el creyente


(Bautismo del E.S).

La tercera Persona Divina es, como se ha considerado antes, el residente divino en el


creyente, es decir, cuando nacemos de nuevo Cristo entra a nuestra vida en la persona del
E.S.

El creyente puede vivir sin la plenitud del Espíritu, pero no puede ser creyente sin el
Espíritu.
"Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él".

Quien no tiene ese Espíritu, no puede pertenecer a Cristo.

La santificación del cristiano tiene que ver con la reproducción del carácter moral de
Jesús en él, que no es otra cosa que el fruto del Espíritu (Gá. 5:22-23).

La santificación, a la que todos somos llamados y ha de ser nuestra principal ocupación


(Fil. 2:12), no es asunto de fuerzas del creyente, sino de la fuerza del Espíritu en el
creyente (Fil.2:13). El poder de la carne es más fuerte que nuestra voluntad por eso es
necesario nacer de nuevo, por eso fue necesario que Cristo se encarnara, la carne es débil.

Finalmente quien no tenga el Espíritu de Cristo "no es de Él".

La recepción del Espíritu se produce, necesariamente, en el momento de la conversión.

No se trata de experiencias posteriores para recibir primero la salvación o la


justificación por la fe y luego el Espíritu. Si alguien no tiene, esto es, no ha recibido
el Espíritu no es salvo.

No es posible salvación sin regeneración y no es posible regeneración sin operación y


dotación del Espíritu, que la lleva a cabo (Juan. 3:5)- El agua y el Espíritu representan la
limpieza y la fortaleza del poder de Cristo que borra el pasado y da la victoria en el futuro.

Si alguien manifiesta continuamente evidencias de estar controlado por la carne, mediante


la práctica habitual del pecado, tal vez nunca ha recibido el Espíritu, por tanto, no es
salvo ( 1 Juan. 3 :6, 8, 9).

Sin duda hay una frontera muy sutil entre el creyente carnal y el no regenerado, sobre la
que no se puede juzgar, sin embargo, no debemos estar engañados, pues incluso una profesión
religiosa no es evidencia del nuevo nacimiento (Mateo. 7:21-23).

Quien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él, por tanto, no ha sido salvo, permanece
en sus delitos y pecados y está espiritualmente muerto.

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