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El lunes pasado hemos iniciado el Tiempo Ordinario, se le llama así porque en este tiempo no
celebramos momentos “fuertes” dentro de la liturgia, como son el Adviento, la Navidad, Cuaresma
y la Pascua.
En este segundo domingo de Adviento el texto del Evangelio de San Juan nos lleva al río Jordán,
donde Jesús fue bautizado. Es ahí donde Juan Bautista nos indica la presencia de Cristo en el
mundo, lo presenta como el Mesías Redentor, como el Hijo de Dios. La Palabra de Dios hoy nos
guia para que también sigamos la indicación del Bautista de manera que podamos encontrarnos a
Cristo en la Iglesia, que le sepamos identificar presente en nuestra vida y así nos volvamos sus
más profundos seguidores y testigos de su Evangelio.
La indicación que da el Bautista sobre Jesús es una confesión de fe muy conocida para nosotros,
en todas las misas la repetimos antes de la comunión: “Este es el Cordero de Dios, el que quita el
pecado del mundo”. Repetimos las mismas palabras de Juan Bautista haciendo nuestra profesión
personal de fe en Cristo, en ellas debemos reconocer a Jesús nuestro Salvador, como la fuente de
nuestra vida que se ofrece para el perdón de nuestros pecados, que nos rescata de la muerte y nos
reconcilia con Dios.
Hoy la Palabra nos invita a profundizar en nuestro ser bautizados, ¿realmente somos conscientes
de nuestro bautismo? El bautismo de Jesús no consiste en sumergirnos en el agua de un rio, sino
sumergirnos en el Espíritu Santo. El bautismo no es un baño externo sino uno interior, en Jesús se
nos comunica el Espíritu de Dios que entra en nosotros para transformar nuestro corazón.
Cuando nos bautizamos acogemos al Espíritu como fuente de una vida nueva de ahí que los
evangelistas consideran al Espíritu Santo como “Espíritu de vida”. El Espíritu potencia en nosotros
una relación vital con él. Nos lleva a un nuevo nivel de existencia cristiana, una nueva etapa de
cristianismo pues es más fiel a Jesús.
El Espíritu de Jesús también es “Espíritu de verdad”. Dejarnos bautizar por él implica no dejarnos
engañar por nuestras falsas seguridades. Es necesario recuperar una y otra vez nuestra identidad
de seguidores de Jesús. Debemos abandonar los caminos que nos alejan del Evangelio.
El encuentro de Juan y de Jesús debe convertirse en un modelo para nosotros. Es Jesús quien viene
a nuestro encuentro, esto lo hemos celebrado en los días pasados de navidad, Jesús desciende hacia
nosotros para ser nuestro hermano, amigo, nuestro Salvador. El Bautista de testimonio de Jesús
frente a sus discípulos, le muestra como el Redentor del mundo, el Redentor de todos los hombres.
Profundicemos en nuestro ser bautizados para vivir este gran regalo de Dios con mayor intensidad,
para que el Espíritu de Jesús renueve nuestro carácter bautismal y nos anime a volver a Dios y a
testimoniarle en el mundo con mayor fidelidad y fecundidad.