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Tardé varios días para convencerme, que estaba vez, Pacho, estaba
hablando en serio. Ahora, él logró lo que quería: desaparecer. Pero, acá sigue
en mi mente y escribo por él, observando sus últimos papeles, aquellas
cosas que escribió, mientras que se moría entre tristezas y botellas.
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La muerte voluntaria de Francisco Cadavid Frank David Bedoya Muñoz
metro, jodiendo la vida de todos los demás que van de afán. No. Uno debe
ser decoroso. Y así, como lo que más me gusta a mí en la vida es beber. Pues
he elegido, la bebida como el camino más exquisito para llegar a la nada.
Seguramente esa herida del estómago, que estuve cuidando unos años
mientras mantenía la esperanza, se volverá abrir y me iré tranquilo al
infierno. Mentiras, yo no creo en el infierno. Infierno esta vida acá.
Así decía Pacho, mientras que yo le servía más aguardiente, sin creerle su
plan. “Este güevón vino fue a beber un despecho más y mañana se va”, eso
pensé al principio yo.
Ese día, después de unas cervezas y sin comer nada, comenzó de nuevo a
tomar aguardiente, al caer la tarde. Traía consigo un block de hojas rayadas
y mientras tomaba comenzó a escribir. Ese día escribió tres cartas de
despedida, sólo las pude conocer después, las copio a continuación, con
mucho cuidado, sin agregar ni quitar una coma.
“Hijitos amados.
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“Papá, mamá
“Ex esposa:
Para qué se quiere tanto en esta vida si querer o no querer siempre es igual,
si uno se entrega a una mujer con alma y vida tarde que temprano
amargamente ha de llorar. Para qué se quiere tanto para qué, si el amor es
falsedad, desilusión que nos hace llorar y padecer, que nos enferma muy
ligero el corazón”.
¡Ay, Pacho, aun muerto, me haces reír. No escribiste nada, le cantaste una
canción de Julio Jaramillo a la mujer que te dejó.
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Guardó su block y pidió otra botella. Siguió bebiendo en silencio. Esa noche
no pidió música, se quedó abstraído, como si estuviera en otro lugar. No
lloró. Era como si las lágrimas se le hubieran acabado la noche anterior.
Ahora, ese beber en silencio, me empezó a preocupar. “¿Será que es verdad
que Pacho vino a morirse en mi bar?”, pensé. Al cabo de dos botellas, volvió
a quedarse dormido. Lo llevé al hotel, se dejaba llevar como un muñeco
arrastrado. Mientras que lo llevaba, caía en cuenta que no había comido
nada en dos días. “señorita, ¿no sabe usted si mi amigo temprano comió
algo?”, “Yo creo que no, porque del hotel salió derecho para donde usted, y
al cuarto no pidió nada”. Lo acosté en la cama y me marché.
Al día siguiente, después del mediodía, apareció Pacho, con una chica. Era
una rubia de ojos azules, de un rubio natural, delgada y notablemente bella,
no había manera de que no llamara la atención. En un momento que ella se
fue para el baño, le pregunté a Pacho:
— ¿Y esta muchacha de dónde salió? No la he visto nunca en el pueblo. ¿No
me digas que es prepago?
— ¡Eh hombre, todo lo del pobre es robado! Es una amiga. Pero, no te voy a
mentir. Para lograr que viniera, tuve que mandar por ella a Medellín, y
ofrecerle una plática de recompensa.
— Una prepago, güevón
— Qué no hombre, una chica que se está rebuscando la vida y que por unos
pesos accedió acompañarme antes de mi partida definitiva
— A propósito, Pacho, me di cuenta que no estás comiendo. ¡Comé algo
hombre que llevas varios días bebiendo!
— Te dije que mi plan era venir a morir.
“Va hacer verdad que se vino a morir acá”, pensé, volvió la chica y no dije
más. Ese día, Pacho, estaba feliz, pidió whisky, sonreía, parecía hipnotizado
en los ojos azules de la muchacha. Ella fría y desdeñosa, más bien como sin
ganas de no estar ahí con él.
Pasaron las horas y Pacho, ya estaba borracho otra vez. Aún era muy
temprano, toda una noche de posibilidades para una mujer bella. Ella se
levantó molesta y le dijo: «¡Ay no mijo, yo me voy para el hotel!». Y se fue.
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Al rato Pacho se fue para el hotel. Sea lo que sea, la cosa como que no estuvo
bien porque al rato la chica salió con su maleta, visiblemente de mal genio,
tomó un taxi y se fue. Luego Pacho volvió al bar y me dijo:
Ya era rutinario, lo llevé al hotel y la señorita del hotel esta vez me dijo.
— El señor si comió hoy, porque mandó a pedir pollo para él y la novia.
Aunque la novia ya se fue.
Intenté vivir. Desde muy niño me gustó pensar, pensar en el mundo, pensar
en las muchachas. Me fascinaba estrenar útiles escolares al principio de
cada año. También tenía miedo, de la violencia en las calles, de la violencia
de los mayores, me fui encerrando en las historias de aventuras, estaba
encerrado, pero ya soñaba con héroes lejanos. Después conocí el placer de
estar con una mujer, el placer del alcohol, es verdad que me iba pasando en
excesos, pero, pronto retomé una nueva pasión los libros. Me hice profesor,
enseñé con mucha pasión. Mis exalumnos saben que entregué lo mejor de
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mí en esas clases. Después me enojé con los curas y con los mercaderes de
la educación. Escribí un cuento triste sobre un profesor y me retiré de la
enseñanza. Me metí de lleno en la aventura política, no me fue tan mal, pasé
momentos extraordinarios. Escribí algunos libros. Pero, por la política que
elegí, tuve la ilusión de una nueva vida, pero, por las mismas componendas
políticas, perdí en tres ocasiones la “estabilidad” laboral que había
alcanzado. Y vino la bancarrota, las acusaciones de los amigos, de los seres
cercanos, el amor que me profesaban también se fue. Nunca pensé, que
perder el amor de una mujer me diera tan duro. Sé que me quedará
eternamente el amor de mis padres y mis hijos, pero, algo me empezó a faltar
para estar feliz en esta humanidad. Como estoy en un laberinto y no
encuentro la salida, me voy. Adiós sistema financiero, adiós burocracias
corruptas, adiós elites intelectuales, adiós curas, adiós creyentes. Adiós
mujer. Ahí les queda su mundo cristiano y capitalista, su mundo de
creyentes de ambiciosos y de egoísmos, me producen asco todos con sus
lujos y sus crucifijos. Adiós Colombia excluyente y asesina. Su mundo
burgués es una inmundicia total; yo, a ese mundo lo mando al carajo. Por
ahí quedo en algunos libros. Será lo único que quedará de mí.
Ex – Francisco Cadavid”
Pink Floyd siempre había sido su música preferida para pensar. Cuando era
arrabalero, montañero, no dejaba a su Julio Jaramillo, pero cuando se ponía
serio, siempre volvía a las melodías de Pink Floyd.
Aún era temprano, salió con sus botellas, su pelo desaliñado, su barba
incompleta y su rostro demacrado por el alcohol. Era la silueta del hombre
y su soledad.
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Pacho estaba hablando en serio. Nunca más salió del hotel, ni a ningún otro
lado. Al otro día, el quinto día como lo había estipulado, al medio día, cuando
la señorita del hotel, entró a la habitación para hacer el aseo, encontró a
Pacho, tirado en el piso, había vomitado sangre, estaba muerto.
Un pequeño portátil reproducía sin fin unas melodías de Pink Floyd, esas
melodías, que enrarecían esa habitación que olía a alcohol, a pollo asado
descompuesto y a muerte. Las botellas estaban vacías, en la mesita había
dos sobres con dinero, uno decía, “para Tomás”, y el otro, “propina para la
amable muchacha que cambia las sabanas sin hablar”. En el suelo había
una hoja más… Escrita con una letra desordenada, entre muchos espacios,
que denotaba mucha ebriedad.
“¡Todo va, todo vuelve; eternamente rueda la rueda del ser. Todo muere, todo
vuelve a florecer, eternamente corre el año del ser…………………………….
……………………………… Carajo, Fernando González, tenías razón, qué
hijueputa es la vida…….. …………… Bolívar, Bolívar, Simón”.
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