Sei sulla pagina 1di 7

La muerte voluntaria de Francisco Cadavid Frank David Bedoya Muñoz

La muerte voluntaria de Francisco Cadavid

— ¡Tomás, he venido a morirme en tu bar!


— ¡Hombre, Pacho, bienvenido hermano! ¿Cómo así que vienes a morirte
acá? ¿Acaso te enloqueciste ya del todo?
— Precisamente, como no me quiero enloquecer, he venido a morirme.
— ¡Hombre, Pacho, vos siempre con tus güevonadas! ¿Qué vas a tomar,
hermano?
— Una botella de aguardiente, para empezar, está bien.

Tardé varios días para convencerme, que estaba vez, Pacho, estaba
hablando en serio. Ahora, él logró lo que quería: desaparecer. Pero, acá sigue
en mi mente y escribo por él, observando sus últimos papeles, aquellas
cosas que escribió, mientras que se moría entre tristezas y botellas.

— Mira, Tomás, lo que ocurre es que la vida se me acabó. Le debo a los


bancos sesenta millones de pesos, a mis amigos y familiares, por ahí, otros
treinta millones. Llevo un año sin trabajo. Mi mujer me dejó. Para mis hijos
soy un fantasma que cada vez se desvanece más. No logré escribir lo que
quería. No logré hacer política como quería. Antes de que me maten mis
acreedores, he venido a morirme por mi propia voluntad.
— ¡Hombre, Pacho! No pierdas la esperanza. Algo bueno ha de sucederte.
Vos sos bueno, la gente te admira, es verdad que sos un poco loco, pero has
logrado despertar conciencias, has sido un buen profesor. ¡Adelante
hermano! Algún trabajo te ha de salir. Además si lo que estás es despechado,
mujeres se consiguen todos los días, ¡No seas güevón, pues!
— No, Tomás, ahora sí es definitivo. De verdad, ya me quiero morir. Este es
mi plan: Reuní unos buenos pesos, dando un ciclo de conferencias, que
increíblemente, me las pagaron bien. Tengo el dinero suficiente para beber
una semana, y pagar una habitación en este pueblo. Acá nadie me conoce,
sólo vos. Recuerdas, hace dos años, casi que me muero. Me puse a pelear
con mi mujer, ella se fue, y bebí exactamente una semana, casi sin comer
nada, a punta de tinto y whisky. Pues, al cabo de cuatro días, estaba en
urgencias, y los médicos me dijeron, que entre el café negro y el alcohol, mi
estómago se había perforado y estuve a punto de morir.
— ¿Entonces ahora vas a hacer lo mismo?
— Sí. Detesto la extravagancia y mal gusto de aquellos que se matan
haciendo un escándalo bochornoso, ahorcados en el patio de la casa, los
que se lanzan de un edificio o de un puente, o peor aún, los que se tiran al

Página 1 de 7
La muerte voluntaria de Francisco Cadavid Frank David Bedoya Muñoz

metro, jodiendo la vida de todos los demás que van de afán. No. Uno debe
ser decoroso. Y así, como lo que más me gusta a mí en la vida es beber. Pues
he elegido, la bebida como el camino más exquisito para llegar a la nada.
Seguramente esa herida del estómago, que estuve cuidando unos años
mientras mantenía la esperanza, se volverá abrir y me iré tranquilo al
infierno. Mentiras, yo no creo en el infierno. Infierno esta vida acá.

Así decía Pacho, mientras que yo le servía más aguardiente, sin creerle su
plan. “Este güevón vino fue a beber un despecho más y mañana se va”, eso
pensé al principio yo.

Esa primera noche se tomó tres botellas de aguardiente, y no habló más. Yo


lo dejé tranquilo, solo en la mesa y me dediqué a otros clientes. De vez en
cuando me llamaba cuando se acababa la botella o para pedirme canciones
de Julio Jaramillo. Yo estaba conmovido. En verdad, el hombre estaba triste.
Ahí entre copas y copas, iba sollozando calladito. Parecía estar
intercambiando gotas de lágrimas por copas de licor. Y en esa danza íntima
de dolor, se emborrachó ahí sentando hasta que se durmió. Después, lo llevé
dormido hasta su hotel. La chica del hotel, me confirmó, Pacho, había
pagado por adelantado, 5 días de hotel.

— ¡Buenas tardes Tomás!


— ¡Hombre, Pacho! ¿Mucho guayabo?
— ¡No hombre, prendido aún, dame una cerveza! Ve anotando ahí todo, que
tengo con que pagarte. ¡Tranquilo, no me voy a ir de este mundo, sin pagar
la última deuda! ¡Uy, aunque me atormentan todas las demás que no pagué!
Me atormentan las de mis amigos, aquellas personas que creyeron que los
estafé, nunca fue mi intención, yo vivía esperanzado, soñando que a todos
les pagaba hasta el último peso, por dignidad, Tomás, pero, tampoco eso
pude.
— ¡Tranquilo, Pacho!, ¡Usted no es el único que debe plata!

Ese día, después de unas cervezas y sin comer nada, comenzó de nuevo a
tomar aguardiente, al caer la tarde. Traía consigo un block de hojas rayadas
y mientras tomaba comenzó a escribir. Ese día escribió tres cartas de
despedida, sólo las pude conocer después, las copio a continuación, con
mucho cuidado, sin agregar ni quitar una coma.

“Hijitos amados.

Página 2 de 7
La muerte voluntaria de Francisco Cadavid Frank David Bedoya Muñoz

No vayan a pensar que su papá fue un cobarde. Yo siempre fui un amador


de la vida. Yo intenté luchar en el mundo. Pero, ya me cansé. No les dejo
nada material, porque la fortuna nunca estuvo de mi parte. Les dejo mis
libros. Quizá allí puedan encontrar la esperanza que un día cultivé y ya
perdí. No piensen que no quise luchar más por ustedes. Lo que ocurre es
que las fuerzas se me agotaron. Procuren cuidarse y llénense de coraje para
disfrutar y enfrentar la vida. No me recuerden con tristeza. Yo viví todo lo
que quise vivir. La poca escritura que dejé, es la muestra de que amé.
Cuando en el colegio les pregunten por su papá, cuenten con orgullo que su
papá fue un escritor, pero, que se fue, porque un gran arte de la existencia,
también consiste, en saberse ir a tiempo. Perdónenme que no les haya
dejado estabilidad económica, a ustedes les toca luchar también, espero que
tengan una mejor suerte que yo. Si lo piensan mejor, después con calma, yo
sólo me fui de una forma biológica, de una forma física, porque de una u
otra manera, algo de mí se quedará siempre en cada uno de ustedes. Hasta
siempre, mis criaturitas. Cuando estén más grandecitos, dejen de creer en
ese tal Dios que les enseñaron sus abuelos, sus profesores y su mamá. Ese
Dios es una patraña. Ahí les dejo esa única verdad”.

“Papá, mamá

No se pongan tristes. Ahí les dejo a los nietos. No se sientan culpables.


Ustedes hicieron todo lo que fue posible por mí. Lamento que yo, el más
alocado de vuestros hijos nunca haya podido alcanzar la estabilidad
material. Yo sé que un padre y una madre, siempre quieren ver triunfar a
sus hijos, yo traté, de verdad, pero, no me dió. Ni la política ni la escritura
me dieron recompensas económicas, al contrario, me trajeron más
problemas y deudas. No se pongan, tristes viejos, la muerte es inevitable,
sólo que yo, la adelanté. Les agradezco por la vida. A pesar de todo, yo me
voy sin resentimientos. No, la vida no me falló, viejos, yo soy el que no quiero
más. Traten de estar bien, viejitos, más bien, síganme queriendo en los
nietos que les dejé, ellos siempre tendrán algo de mí. No me voy loco, no me
voy desquiciado. Me voy sereno, viejos amados, soberano, sobre lo único que
me quedó: mi libertad”.

“Ex esposa:

Para qué se quiere tanto en esta vida si querer o no querer siempre es igual,
si uno se entrega a una mujer con alma y vida tarde que temprano
amargamente ha de llorar. Para qué se quiere tanto para qué, si el amor es
falsedad, desilusión que nos hace llorar y padecer, que nos enferma muy
ligero el corazón”.

¡Ay, Pacho, aun muerto, me haces reír. No escribiste nada, le cantaste una
canción de Julio Jaramillo a la mujer que te dejó.

Página 3 de 7
La muerte voluntaria de Francisco Cadavid Frank David Bedoya Muñoz

Guardó su block y pidió otra botella. Siguió bebiendo en silencio. Esa noche
no pidió música, se quedó abstraído, como si estuviera en otro lugar. No
lloró. Era como si las lágrimas se le hubieran acabado la noche anterior.
Ahora, ese beber en silencio, me empezó a preocupar. “¿Será que es verdad
que Pacho vino a morirse en mi bar?”, pensé. Al cabo de dos botellas, volvió
a quedarse dormido. Lo llevé al hotel, se dejaba llevar como un muñeco
arrastrado. Mientras que lo llevaba, caía en cuenta que no había comido
nada en dos días. “señorita, ¿no sabe usted si mi amigo temprano comió
algo?”, “Yo creo que no, porque del hotel salió derecho para donde usted, y
al cuarto no pidió nada”. Lo acosté en la cama y me marché.

Al día siguiente, después del mediodía, apareció Pacho, con una chica. Era
una rubia de ojos azules, de un rubio natural, delgada y notablemente bella,
no había manera de que no llamara la atención. En un momento que ella se
fue para el baño, le pregunté a Pacho:
— ¿Y esta muchacha de dónde salió? No la he visto nunca en el pueblo. ¿No
me digas que es prepago?
— ¡Eh hombre, todo lo del pobre es robado! Es una amiga. Pero, no te voy a
mentir. Para lograr que viniera, tuve que mandar por ella a Medellín, y
ofrecerle una plática de recompensa.
— Una prepago, güevón
— Qué no hombre, una chica que se está rebuscando la vida y que por unos
pesos accedió acompañarme antes de mi partida definitiva
— A propósito, Pacho, me di cuenta que no estás comiendo. ¡Comé algo
hombre que llevas varios días bebiendo!
— Te dije que mi plan era venir a morir.

“Va hacer verdad que se vino a morir acá”, pensé, volvió la chica y no dije
más. Ese día, Pacho, estaba feliz, pidió whisky, sonreía, parecía hipnotizado
en los ojos azules de la muchacha. Ella fría y desdeñosa, más bien como sin
ganas de no estar ahí con él.

Yo seguía pensando. «Esta es una prepago». En un momento le escuché


decir. «Bebé, pero, vámonos de este bar, vamos a una piscina o alguna finca,
¿A esto me invitó a verlo tomar en esta cantina?» Pacho no le dijo nada, la
miró con una sonrisa y le acarició el cabello. Ella estaba aburrida. «Quizá
no es una prepago. Pensé, o será una prepago exigente o ¿las prepago
también echan cantaleta y se aburren así sea cobrando?».

Pasaron las horas y Pacho, ya estaba borracho otra vez. Aún era muy
temprano, toda una noche de posibilidades para una mujer bella. Ella se
levantó molesta y le dijo: «¡Ay no mijo, yo me voy para el hotel!». Y se fue.

Cuando se despertó otra vez en la mesa, le pregunté:

Página 4 de 7
La muerte voluntaria de Francisco Cadavid Frank David Bedoya Muñoz

— ¡Hombre Pacho, la señorita tiene razón, cualquier mujer bonita, se aburre


viendo un hombre beber como un caballo asoleado!
— O sea que ¿si es prepago Pacho?
— ¡Qué no, hijueputa! no es prepago, es una chica de compañía. Una puta
más refinada pues. Que manía de decirles prepago a las muchachas, como
si ellas fueran un plan de celular.

Al rato Pacho se fue para el hotel. Sea lo que sea, la cosa como que no estuvo
bien porque al rato la chica salió con su maleta, visiblemente de mal genio,
tomó un taxi y se fue. Luego Pacho volvió al bar y me dijo:

— Encantadora mujer, pero, no tiene paciencia para un viejo triste como yo


que se quiere morir. Ya ni las putas, ni las esposas, ni ninguna mujer,
entregan amor. El amor les dura un día, y de ahí en adelante empieza a
contabilizar el interés. Esta chica por lo menos, además quiere diversión,
pero, eso no tengo como ofrecerlo yo. Más bien, Tomás, dame otra botella de
whisky y poneme otra vez Julio Jaramillo.

Otra vez, Pacho, bebió en silencio hasta que se durmió.

Ya era rutinario, lo llevé al hotel y la señorita del hotel esta vez me dijo.
— El señor si comió hoy, porque mandó a pedir pollo para él y la novia.
Aunque la novia ya se fue.

Pollo que ni ella ni él tocaron siquiera. ¡Ay mujer!» pensé yo mientras


acostaba a mi amigo, ahora sí temía que su propósito era verdad. Pero, me
pareció una deslealtad impedírselo.

Al otro día se le había olvidado por completo la muchacha. Llegó tranquilo,


venía con papel para escribir. Pidió cerveza. Estuvo un largo rato
escribiendo. Se veía muy sereno. Ya el alcohol de tantos días tenía
demacrado su rostro, pero, ese día se veía tranquilo. Esto fue lo último que
escribió:

“Diatriba contra el mundo:

Intenté vivir. Desde muy niño me gustó pensar, pensar en el mundo, pensar
en las muchachas. Me fascinaba estrenar útiles escolares al principio de
cada año. También tenía miedo, de la violencia en las calles, de la violencia
de los mayores, me fui encerrando en las historias de aventuras, estaba
encerrado, pero ya soñaba con héroes lejanos. Después conocí el placer de
estar con una mujer, el placer del alcohol, es verdad que me iba pasando en
excesos, pero, pronto retomé una nueva pasión los libros. Me hice profesor,
enseñé con mucha pasión. Mis exalumnos saben que entregué lo mejor de

Página 5 de 7
La muerte voluntaria de Francisco Cadavid Frank David Bedoya Muñoz

mí en esas clases. Después me enojé con los curas y con los mercaderes de
la educación. Escribí un cuento triste sobre un profesor y me retiré de la
enseñanza. Me metí de lleno en la aventura política, no me fue tan mal, pasé
momentos extraordinarios. Escribí algunos libros. Pero, por la política que
elegí, tuve la ilusión de una nueva vida, pero, por las mismas componendas
políticas, perdí en tres ocasiones la “estabilidad” laboral que había
alcanzado. Y vino la bancarrota, las acusaciones de los amigos, de los seres
cercanos, el amor que me profesaban también se fue. Nunca pensé, que
perder el amor de una mujer me diera tan duro. Sé que me quedará
eternamente el amor de mis padres y mis hijos, pero, algo me empezó a faltar
para estar feliz en esta humanidad. Como estoy en un laberinto y no
encuentro la salida, me voy. Adiós sistema financiero, adiós burocracias
corruptas, adiós elites intelectuales, adiós curas, adiós creyentes. Adiós
mujer. Ahí les queda su mundo cristiano y capitalista, su mundo de
creyentes de ambiciosos y de egoísmos, me producen asco todos con sus
lujos y sus crucifijos. Adiós Colombia excluyente y asesina. Su mundo
burgués es una inmundicia total; yo, a ese mundo lo mando al carajo. Por
ahí quedo en algunos libros. Será lo único que quedará de mí.

Ex – Francisco Cadavid”

Cuando terminó de escribir esto, me pidió una botella de vodka.

Tomás, poneme Pink Floyd.


— No, Pacho, esto es una cantina, se me espantan los clientes.
— Dale, güevón, un momento.
— Bueno pero, sólo un momento, mientras que empieza a llegar la gente.

Pink Floyd siempre había sido su música preferida para pensar. Cuando era
arrabalero, montañero, no dejaba a su Julio Jaramillo, pero cuando se ponía
serio, siempre volvía a las melodías de Pink Floyd.

— Pacho, ya tengo que cambiar de música, ya empezó a llegar la gente,


tampoco me puedo quebrar yo.
—Está bien Tomás, dame dos botellas más de ese vodka, me voy a escuchar
Pink Floyd al hotel.
—Listo, hermano, pero solo me queda una de vodka,
—Entonces esa de vodka y una de aguardiente más. Ya no pienso salir más
del hotel
Se las di.

Aún era temprano, salió con sus botellas, su pelo desaliñado, su barba
incompleta y su rostro demacrado por el alcohol. Era la silueta del hombre
y su soledad.

Página 6 de 7
La muerte voluntaria de Francisco Cadavid Frank David Bedoya Muñoz

Pacho estaba hablando en serio. Nunca más salió del hotel, ni a ningún otro
lado. Al otro día, el quinto día como lo había estipulado, al medio día, cuando
la señorita del hotel, entró a la habitación para hacer el aseo, encontró a
Pacho, tirado en el piso, había vomitado sangre, estaba muerto.

Un pequeño portátil reproducía sin fin unas melodías de Pink Floyd, esas
melodías, que enrarecían esa habitación que olía a alcohol, a pollo asado
descompuesto y a muerte. Las botellas estaban vacías, en la mesita había
dos sobres con dinero, uno decía, “para Tomás”, y el otro, “propina para la
amable muchacha que cambia las sabanas sin hablar”. En el suelo había
una hoja más… Escrita con una letra desordenada, entre muchos espacios,
que denotaba mucha ebriedad.

“¡Todo va, todo vuelve; eternamente rueda la rueda del ser. Todo muere, todo
vuelve a florecer, eternamente corre el año del ser…………………………….
……………………………… Carajo, Fernando González, tenías razón, qué
hijueputa es la vida…….. …………… Bolívar, Bolívar, Simón”.

Frank David Bedoya Muñoz


Medellín, septiembre de 2019

Página 7 de 7

Potrebbero piacerti anche