Cuando hablamos de armonía, muchas imágenes vienen a nuestra mente, pero
quizá la que mejor describa en su sentido grafico la representación de éste
concepto es una orquesta, un conjunto de instrumentos que van uniendo sus sonidos hasta crear una maravillosa sinfonía, cada uno de estos instrumentos juegan un papal fundamental en la elaboración de la obra musical final. Cada uno en lo individual o aislado solo sería un sonido aislado y hasta sin mucha gracia, pero en la medida que participan cada uno aportando lo que tienen y lo ponen para que junto con los otros instrumentos armen una pieza maestra, es entonces como se crea una maravillos y casi sublime actuación. La vida de la iglesia esta llamada al igual que el ejemplo anterior a aprender a vivir en comunión de manera armoniosa, esto es, al igual que en la orquesta, que cada uno de los que participamos en la misma, tenemos que comprender primero: que solos no podemos hacer nada, somos una isla en un inmenso mar; la importancia de la comunidad es vital y es un valor por encima de la individualidad. Segúndo: que los dones que Dios nos da solo pueden crear maravillosas piezas de amor y casí sublimes y excelsas acciones de vida y amor siempre y cuando pongamos lo que tenemos en función de los demás y para los demás y de esa manera recibir nosotros también a su vez de ellos. Tal armonía no se logra de la noche a la mañana requiere:
Hacer un ESFUERZO. Aunque la armonía es como el rocío de Hermón, no es algo
que caiga automáticamente del cielo cuando uno llega a ser cristiano. Esta armonía requiere un esfuerzo por parte de cada hermano y hermana.
Es necesario que seamos humildes. La palabra "humildad" (TAPEINOS) "significa
primariamente aquello que es bajo, y que no se levanta mucho de la tierra" (Vine, Diccionario Expositivo De Palabras Del Nuevo Testamento, Vol. 3, p. 240). La humildad, pues, describe la opinión que uno tiene de sí mismo. Tal persona "no [tiene] más alto concepto de sí que el que debe tener" (Ro. 12:3).
Es necesario que seamos mansos. La mansedumbre (PRAUTES) describe la
actitud de uno mismo hacia Dios y el hombre. "Es aquella disposición de espíritu con la que aceptamos [los] tratos [de Dios] con nosotros como buenos, y por ello sin discutirlos ni resistirlos" (Vine, p. 369).