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TOMO X I I - N .

" 72-73 EntMPLxn: 4 PESETAS MARZO I9S5

Accion • ^

Es p a REVISTA QUINCENAL
ti
n o1
FondadoTi EL CONDK Dt SAMTIBAÑCZ DEL RlO
Ditectoii RAMIRO DE MAEZTU

El retorno de la tradición Kispana

Llenos de ansiedad y fervor fué para nuestra joven


brújula un Norte lejano, pero seguro, la aparición de
ACCIÓN EsPAJíou. Cada vez nos acercamos más a ¿1 7 así
creció nuestra seguridad, encontrando, en la fuente de
esa gran revista, riquezas inagotables para nutrir nuestro
espíritu, casi desorientado hasta esc momento en que en-
contramos nuestros maestros al otro lado del mar.
Bl reclamo poderoso e inmediato de nuestras neceaida-
des nacionales no ha menguado, sin embargo, nuestra fe
en el Imperio t>erdido, 7, al tratabajar por la Patria, sen-
timos el goce inmenso de hacer algo por el restableci-
miento de lo que fué nuestra grandeza 7 nuestra honor,
nuestra gloría 7 nuestra vida.
De ahí que nos sintamos tan unidos a vuestra causa
y amemos a nuestro Re7, porque él es la encamación de
ese futuro, su unidad 7 su fuerza. (Pe una carta dirigida
desde Granada [Nicaragua) a D. José María Pemil» y don
Ramiro de Maezln).

Van ya cumplidos tres años. En el desconcierto de un pueblo que se


sorprendía a si mismo en desorden al volver de un accidente de epi-
lepsia nosotros alzamos una voz, cargada tanto de inquietudes contó de
'esperanzas; y entonces teníamos la exacta percepción de que empezába-
mos a cumplir un riguroso deber.
Hoy, cuando nos llega el eco ancho de aquílta voz vuestra, sentimos
^cargada el alma de una infinita gravedad, porque nos damos cuenta de
<,que aquel deber ha cobrado calidades y categoría de empresa histórica.
402 ACCIÓN ESPAÑOLA

Nosotros dijimos sencilla y entrañablemente : España ; y el eco —mi-


lagro de acústica cordial— nos ha devuelto la voz dícicjido : Imperio.
En cada viejo virreinato una palpitación generosa se ha sobresaltad»
con el toque a rebato de la Hispanidad. No es un gesto literario vago y
aislado; es una misma vibración sincronizada que ha sacudido el espíri-
tu de los hermanos distantes.
Nosotros queremos hacernos cargo de toda la inmensa responsabilidad
histórica que se guarda en esta experiencia de laboratorio que no em-
prendimos al azar. Y abrimos de par en par las puertas del alma a esta
vuelta que se anuncia de los hijos de la Hispanidad.

Suplemento, revista de Granada (Nicaragua), publicaba


con el título general que encabeza estas páginas, lo que sigue :

Invito a la concurrencia a ponerse de pies y hacer la señal de-


la Cruz, a cuya sombra nacimos a la luz de la Gracia y a la ci-
vilización.

Después de los que han hablado antes de mí en este ciclo de


conferencias que han inaugurado con gran acierto los venerables
Hermanos Cristianos, casi no me atrevo a llamar conferencia a
estos apuntes que, tomados al vuelo en un viaje ligero y presu-
roso, Jian sido ordenados con el intento de lograr, al menos, un
mapa de la inquietud espiritual de las juventudes que hoy abren
esperanzas en los fecundos campos de este Continente, que fué,
otrora, el glorioso y nunca jamás igualado Imperio Hispano.
Salir de Nicaragua, para un nicaragüense es un viaje. PerO'
este viaje que yo hice es algo más que un viaje. No es lo mismo
—para un hispano— salir rumbo al África, rumbo a Estados Uni-
dos o al Oriente asiático que rumbiar hacia la América Hispana.
Viajar por nuestra América no es romper los límites, es en-
sanchar los lindes de Ja Patria.
El alma y la sangre de nuestras venas sienten que la quilla
del vapor no rompe la línea que encajona los costados amados de
la Patria. Más bien parece que esos lindes se estiran —al impera-
tivo de la proa— como si fuesen elásticos.
Iva idea patriótica y su realidad de amor que germina bajo el
El, RSTOSNO DE LA TRAI^ICIÓN HISPANA 403

cielo preciso y sobre el suelo contorneado de la tierra en que na-


cimos, parece tonarse —al mirar que la Patria ya no es un cuer-
po, sino un miembro—, parece tonarse, digo, de idea y realidad
patriótica en idea y realidad imperial.
Es que revivimos en e'l instante de un viaje todo un movimiento
de atavismos que corresponden al pasado que cada uno de los
americanos tiene a sus espaldas.
Nuestros antepasados, que izaron velas sobre los mares y que
conquistaron los vientos y las rutas desconocidas, tuvieron que
truncar el arrebato explorador y viajero del descubridor por el de
la conquista de la tierra y el llamado de ella que 'les obligaba a
fijarse en el pedazo de imperio que les correspondía por derecho
de su espada y de su sangre.
Nosotros, al emprender un viaje por América, tenemos que
rasgar primero el atavismo terrateniente, romper con dolor eso
que tira del corazón de la Patria al corazón de nuestras entrañas,
para Juego responder a la alegría del atavismo navegante.
De ahí que describiendo al revés el camino espiritual de los
conquistadores sea después de la Patria —que no® retenia en los
mandatos de su amor— el Imperio quien nos llame con todo el pul-
món de sus tradiciones, en un grito que llega hasta las profundi-
dades del ser, reviviendo todo el ideal de heroicidad, de grandeza
y de universalidad.que la civilización greco-romana y católica sem-
bró en nuestros principios.
Es imposible no escuchar ese grito, no sentir el reclamo, no
oír la voz imperial de todo un Continente, tendido sobre los brazos
potentes de dos inmensos mares, cuando en esa América existen
aún los elementos para formar de nuevo la gran unidad de nues-
tra antigua fuerza y grandeza.
Una misma lengua enlaza los pensamientos en la hermandad
de los labios. Una misma religión proclama un único Dios, y es
la misma oración la que como un meridiano tendido lanza hacia la
Cruz de Cristo la saeta del ajma.
Uno es también el pasado y una la historia, y hasta la misma
tierra, unida al espíritu, parece responder a esa necesidad de unión
vertebrando su cordillera, que pasa por aquí, entre nosotros, ele-
vando nuestras montañas, y recorre todo el cuerpo de América
hasta morir con Magallanes en el Estrecho.
Y, como efectos naturales de esos grandes elementos de uní-
•404 ACCIÓN ESPAÑOtá

dad, podemos luego sorprender el arte, la poesía, el destino camr


pesino, hasta la misma vida enlazados, no sólo verticalmente en la
sangre, sino horizontalmente, también, en la hermandad. Se pue-
de decir que hasta una misma canción de cuna arrulla con su him-
no maternal la inocencia toda de América.
Estas son las notas que —^hoy dispersas—forman la clarinada
arrebatadora de la América Hispana. Los elementos de un impe-
rio destruido, que por más que se ha atentado tanto contra ellos,
aún sobreviven, demostrando al cabo de los tiempos que aún no
somos capaces de abarcar la inmensidad de nuestro pasado.
Ellos son los que componen la sonoridad de este inmenso grito
que despierta a las puertas de la Patria el ánimo imperial del
viajero hispano.
Fué el grito que escuchó Bolívar convirtiéndolo de romántico
Libertador en el gran Rectificador, símbolo del destino de nues-
tra raza.
Bolívar, que emprendiera la loca aventura del liberalismo in-
dependiente, sintió soplar de pronto, sobre su frente coronada de
¡laureles, los vientos imperiales de América, y dejó entonces su
voz rectificadora como respuesta a ese grito del Imperio, ¡ última
voz conquistadora del último conquistador americano!
Es natural que si una voz nos llama desde el pasado para crear
el porvenir debe existir un presente que interrumpe y separa esas
glorias del pretérito de la gloria y grandeza que anhelamos para
el futuro.
Es decir, un presente que haya quebrantado la tradición im-
perial de América.
Ese presente que nació, aquí entre nosotros, con la guerra que
la historia hoy llama de la Independencia, y que no fué más que
una revolución de los liberales contra los conquistadores, trajo,
con la victoria del liberalismo, aquella ideología que «engendrada
por la acción antirracionail de la Reforma Protestante y perpetuada
por la democracia del siglo XIX, trata hoy de sepultamos en la
anarquía boldhevista».
Esta ideología, al romper la tradición y al derrotar el Impe-
rio, logró la disolución de América. Porque América fué hecha y
formada a base de conquista en el molde imperial, y la revoilución
romántica liberal atentaba contra los dos grandes elementos de
conquista : la Catolicidad y la Hispanidad.
BL RKTORNO DE LA TRADICIÓN HISPANA 405

América había sido formada a base de ia Cruz y de la espada.


De la Cruz, arma de la Catolicidad, y de la espada, arma de la
Hispanidad; y si la espada y la Cruz eran abolidas como signos
sostenedores d d espíritu y unidad de nuestras tierras, vendría
—como ha venido— la disolución y el caos levantando la masa
amorfa sobre la cual operó la conquista, es decir, el indígena, el
bárbaro.
Como ya lo diré más adelante, el quebrantamiento de la tradi-
ción hispana trae a América el retomo del canibalismo.
Pero hoy las juventudes de América —en lo poco que puede
apreciarse a través de la premura de un viaje— ya no se muestran
de igual manera que hace pocos años.
La impresión general y primera de las juventudes americanas
es de una gran inquietud. Inquietud que se manifiesta de mil ma-
neras : Revistas que nacen y mueren, escudas literarias que apa-
recen y desaparecen, movimientos fugaces, huelgas y motines es^
tudiantiles, el cultivo de la rareza y de la extravagancia y tantos
otros detalles que convergen en una inmensa desorientación. Sin
embargo, si profundizamos esta inquietud, lo que encontraremos
es un profundo descontento en el actual estado de cosas.
Este estado de cosas —^más o menos el mismo en cien afios
que llevamos de disolución independiente— puede perfilarse en
un vago espíritu idealista, en un sentimentalismo femenino y de-
clamatorio, en el desconocimiento de los problemas propios, en un
legalismo político artificial y abstracto, en d espíritu de imita-
ción, en la cursilería, en una lucha estéril entre la autoridad des-
pótica y sin fines realistas encaminada a sostener un orden apa-
rente o una paz infecunda ante la amenaza siempre viva de revolu-
ciones enteramente instintivas, tan carentes de fines realistas como
las mismas autoridades contra quienes se alzan. En una palabra,
d estado de cosas que corresponde a esa ideología que antes de-
finía y que debe llamarse : liberal.
Contra tal y tan terrible mediocridad de ambiente que se despren-
de de esa ideología, general en América —y en Nicaragua común
a los dos partidos históricos—, hoy reacciona la juventud de di-
versas manieras, pero que pueden resumirse en tres formas prin-
cipales' :
1.' La primera es una forma de reacción puramente instin-
tiva y sin espíritu, que existe sólo en cuanto al modo de vivir y
406 ACCIÓN ESPAÑOLA

que únicamente se encara con los problemas de salón, las activi-


dades del cuerpo y con la vida sexual. Esta forma de reacción
podíamos nosotros llamarla yanquizante. Su ideal supremo es el
confort, unido a la libertad de los instintos físicos.
Se enfilan en esta forma de reacción los señoritos ricos de las
capitales y ciudades populosas y unos cuantos jóvenes intelectua-
les diletantes, de cerebro débil y ambiciones comerciales. Ellos se
oponen a todo intelectualismo y también a todo sentimentalismo.
Rompen con la moral tradicional, sustituyéndola con la amorali-
dad naturalista que se expende en las playas de baños, en las
piscinas, cafe-conciertos y salones de bailes. Abjuran de la cien-
cia como investigación desinteresada y le oponen la técnica utili-
tarista. Sueñan con un pacifismo enfermizo y snobista, tanto por
cobardía personal como por ser una «política a la moda» Adoran
las máquinas, los rascacielos, los grandes hoteles, el cine, el tu-
rismo, la política internacional, la civilización material y el ca-
pitalismo.
Como puede verse, esta forma de reacción es puramente for-
mal y tan débil que no logra salirse del marco de lo que llamá-
bamos ideología liberal. Los afiliados a ella no cuentan en la Amé-
rica española con ningún intelectual de valía. Apenas pueden se-
ñalarse en sus filas a unos cuantos poetas, pintores y músicos,
que cantan, pintan o describen la velocidad, los cabarets, el jazz
y otros tantos motivos que en un principio parecieron originales,
pero que hoy se clasifican entre las tonterías sin valor ni mérito.
Puedo citar aquí, callando muchas otras, y como órgano típico de
esta tímida y cómoda reacción, a la infame revista La Nueva De-
mocracia, editada por el interés imperialista de los Estados Uni-
dos y tristemente esparcida en Nicaragua para lectura de cerebros
blandos por quienes aún adoran el becerro de oro del Norte.
Pero si en los Estados Unidos esta actitud de reacción no ca-
rece de cierto brillo, naturalidad y hasta podíamos decir elegan-
cia, en cambio, en nuestra América, por sernos completamente
antinatural, resulta ridículo como todo arrivismo y mimetismo
de nuevos ricos, de «noveaux riohes» y rastacueros.
2." Hay otra forma de reacción mucho más profunda, po-
derosa y temible. En general, puede clasificarse como movimiento
indigenista.
Esta reacción ya se sale dtl marco que encierra el «estado de
El, RBTORNO DB LA TRADICIÓN HISPANA 407

cosas» que llamábamos liberal; pero, como lo decía anteriormen-


te, no es más que una lógica consecuencia de la disolvente obra
de la ideología que nos trajo la Independencia.
Buscando lo nativo o, mejor dicho, buscando 'la raíz popular
de la vida americana excluyen, pot considerarla, erróneamente,
como origen de la civilización moderna en todas sus manifesta-
ciones, la cultura cristiana, la cultura greco-latina y católica que
debemos a España. La sustituyen comunmente con la ideología
marxista. De ahí la cantidad de movimientos intelectuales u obre-
ros de tendencia comunista.
Casi todos los intelectuales que no han recibido una formación
sólida y que conocen apenas la historia de nuestra América, y eso
a través de la historiografía liberal, se enfilan actualmente dentro
de esta reacción comunizante, indigenista, cuyo interés principal
«s el indio precolombino o el actual, pero procurando hacerlo vol-
ver a sí mismo, despertándolo de lo que llaman su letargo secu-
lar, para un fin oscuro que ni ellos mismos se explican.
Encontramos también esta forma de reacción —pero ya con
un carácter seudomístico— entre la mayoría de los llamados lite-
ratos puros. En éstos, la persecución de lo indígena, de lo propio,
de lo personal personalísimo, los lleva a excluir, como tiznado de
tradicionalismo, todo lo consciente y se refugian en lo subcons-
ciente ; aún más : en lo inconsciente puro.
De ahí se derivan las tendencias sub-realistas de la literatura
hispanoamericana actual, especialmente florecientes en Perú, Chi-
le, Argentina y el Brasil, países en mayor contacto con Europa,
porque, pese a sus cultivadores, la tendencia sub-realista es de
importación europea.
En estos literatos puros, que no buscan conscientemente al
indio, se observa, sin embargo, un retorno al indio que hay en
ellos, es decir, a la barbarie que duerme en todo hombre. En al-
gunos adquiere esto un carácter casi consciente de persecución de
las fuerzas bárbaras que yiven en el hombre de la naturaleza, y
es muy sintomático que la más significativa revista de los sub-
realistas brasileños se llame Antropofagia,, Recuerdo a este pío-
pósito la frase de Maurras, que dice que el hombre es natural-
mente antropófago.
Estos movimientos mientras se mantienen en el campo de lo
puramente intelectual y literario, desembocan en el vacío, en la
406 ACCIÓN RSPAfiOLA

esterilidad, en la barbarie y a veces en el suicidio. Pero cuando-


toman un rumbo social e influyen en las masas desembocan en la.
matanza y en la anarquía, como se ha visto en muchos países de
Hispanoamérica, especialmente en El Salvador, en Cuba, en el
Perú de hace algunos años, en Chile y en México.
Sin embargo, cuando tales movimientos son dirigidos por a¡-
gfin gran jefe nato tienen probalidades de éxito, sobre todo si
ese gran jefe es suficientemente inteligente para saber virar a
tiempo hacia rutas de un orden más humano. Ese es el caso que
presentaba, cuando pasé por el Perú, el Aprismo dirigido por
Haya de la Torre. Estaba el aprismo en esc cruce de los caminos.
Haya de la Torre ejercía un gran imperio sobre las masas pe-
ruanas, era el gran señor de esas masas ávidas de señores coma
todas las masas de América.
Yo recuerdo que en la plaza de Acho se celebraba en esos días
un tmeeting» aprista. La plaza rebosaba de una multitud frené-
tica que alzaba la mano, en gesto romano, para saludar al jefe.
Tremolando banderas, la juventud escogida del aprismo, que se
llama «Los Tigres», cantaba, organizada en escuadrones, el him-
no del movimiento. Hasta en los discursos se admiraba ya un
nuevo rumbo fascista en lo que antes había sido pura tendencia^
comunista.
Todo anunciaba entonces la victoria de Haya de la Torre. Con
una disciplina perfecta, él movía sus masas hacia la conquista
del Estado para imixmer la dictadura organizadora. Nadie dudaba
que lo lograría ; tuve ocasión de oír, de labios de un alto expo-
nente del Gobierno, frases que pintaban claramente su profunda
convicción de la casi inmediata victoria del aprismo. Sin embar-
go, los cables y las pocas noticias que hoy día nos llegan más bien
parecen nublar el prestigio arroUador que antes poseía d jefe.
No sé si se deberá a lo que antes decía. A que no viró a tiempo-
hacía los verdaderos nortes del orden, ya que sus masas, peli-
grosamente levantadas en el espíritu de esa reacción comuni-
zante, hoy se vuelven contra él, llenas de canibalismo, sacrifi-
cando ^como siempre sucede-— al que fué antes su ídolo.
3.' Pasemos ahora a la tercera forma de reacción que es Jar
propiamente reaccionaria, es decir, la que busca la salud per-
dida donde verdaderamente se encuentra : en la tradición en qtie-
luimos formados.
BL RBTOKNO DK I.A TRADICIÓN HISPANA 40»

Esta juventud tradicionalista, que recoge con gesto valiente y


decidido el legado de conquistadores que nos heredaron nuestros,
mayores, forma las minorías más selectas y más prometedoras de
Hispanoamérica.
Ellas han roto de plano con la tradición inmediata— con el
pasado de ayer, con el presente, como decía anteriormente— ; pero
saben que sólo en el pasado, más o menos lejano, se encuentra el
rigor vital y la constitución original y natural de los pueblos,
o, para decirlo con palabras de Ramiro de Maeztu, saben «que
nuestro pasado nos aguarda para crear el porvenir, que el porve-
nir perdido lo volveremos a hallar en el pasado».
Por eso buscan en la época imperial —o colonial, como la llama,
ensombreciéndola, d enemigo—, época de nuestra formación ra-
cial, social y cultural, las líneas generales de nuestro resurgi-
miento.
Ellos pueden hacer suya la famosa frase de Ernesto Psiohari r
«Vayamos contra nuestros padres, al lado de nuestros antepa-
sados.» En literatura han reaccionado contra el romanticismo y
más inmediatamente contra su forma decadentista, el modernis-
mo. Y buscan una poesía más pura, más artesana, hasta podía-
mos decir más hidalga, que, sin desembocar en el vacío del sub-
realismo, se acoge a un profundo y original realismo nuevo, a una
poesía vernácula y paisana, conforme al hermoso decir de Jean
Cocteau: «Bien canta el poeta cuando canta en su árbol genea-
lógico.»
En cuanto a la esencia y materia misma de la cultura —recha-
zando por igual todo materialismo infecundo y todo escepticismo pa-
ralizante— han vuelto a la Religión Católica, que es la fuente que
ha nutrido y que nutre toda nuestra cultura individual y colectiva.-
Esto ha dado a sus espíritus toda la solidez y el equilibrio que
da el sentirse vivir sobre la realidad eterna, y todo el entusiasmo
y la esperanza inmensa de saberse regidos por un destino in-
agotable.
En política han reaccionado contra el liberalismo y la gran
engañifa democrática; pero en lugar de caer en el materialismo'
marxista, que destruye la capacidad intelectual de los pueblos,
se han acogido a la política clásica, a Ja política que hizo y man-
tuvo por varios siglos la raaa y las naciones del Imperio Español,
Política que se funda en una autoridad unipersonal, libre, fuerte
410 ACCIÓN ESPAÑOLA

y duradera. Y cuya sustancia es la aplicación social de la filosofía


católica, única capaz de formar pueblos grandes con hombres li-
bres naturalmente jerarquizados.
Integrados en esos tres órdenes : literario, cultural y político,
la palabra, el pensamiento y la acción, esas juventudes imperiales
de América son las llamadas a dar un nuevo impulso —bajo el
signo conquistador— a nuestra historia continental.
Las probabilidades de su triunfo son indudables, a pesar del
vigor que todavía tiene la barbarie democrática y a pesar también
de la amenaza del sangriento salvajismo moscovita, porque ellos
cuentan con muchos jóvenes de inteligencia extraordinaria y de
vigor y valor personales que no se encuentran en los otros cam-
pos. Ellos, con el poder convincente de la verdad que han abra-
zado, con los talentos con que Dios los ha preparado y con la juven-
tud con que se han iniciado sus campañas, serán —así lo espero—
los dueños del futuro.
Para no alargar mucho este trabajo quiero citar aquí so-
lamente —entre otras muchas juventudes hispanoamericanas— a
la juventud argentina, por haber sido con la que estuve en mayor
contacto durante mi viaje. Creo estar en la verdad al afirmar que
sta juventud tradicionalista integral de la Argentina es la única
promesa verdadera en la gran nación del Sur. Todo lo que hoy se
hace allá de original, de vital, de real, ellos lo hacen. Reunidos
en «Convivio», su Centro —donde se dictan a menudo los intere-
santísimos Cursos de Cultura Católica—, o en la redacción de
Baluarte y Heroica, como antes en las de La Nueva República,
la revista Número y la vieja y gloriosa Criterio, en la que comen-
zaron su campaña, están elaborando el germen de la renovación
argentina —quizá de la renovación continental— en arte, en pdlí-
tica y en vida religiosa.
Sus trabajos se ramifican en todos los órdenes. Podría citar,
por ejemplo, a D. Rómulo D. Carvia, el famoso rectificador his-
tórico que dirige toda una escuela, que trata : primero, de desva-
necer las calumnias contra el régimen colonial, amontonadas por
los extranjeros enemigos de España y por sus imitadores los si-
mios de la historiografía liberal; y segundo, dar a conocer el ver-
dadero rostro de la vida americana durante la época gloriosa del
Imperio.
También puedo citar, entre otras, la obra literaria y poética
EI< RETORNO DE I/A TRADICIÓN HISPANA 411

del original y valioso poeta Ricardo E. Molinari, de Jijena Sán-


chez, de Etcheverrigaray, Anzoátegui, Dondo, Marechal, Fijman
y algunos otros, como Fernández Moreno y Jorge Luis Borges,
que sin estar unidos a ellos integralmente colaboran gustosos en
su obra.
También está la vigorosa obra de doctrina y acción política
escrita en el periódico La Nueva República y en las revistas
Criterio, Número y en la actual Baluarte, donde merecen men-
ción especial Ernesto Palacios, Tomás D, Casares, Ignacio B. An-
zoátegui, quienes, además, han publicado Libros originales, como
el último de Anzoátegui, Vidas de muertos, que ha causado ver-
dadero escándalo en Buenos Aires con sus terribles burlas a los
fundadores de la República Argentina.
Entre todos ellos resalta siempre la acción personal, de for-
midable animador, del artista —quizás uno de los más grandes
artistas pictóricos de América— Juan Antonio. El fundó, además,
el taller de artes cristianas de «San Cristóbal», donde se traba-
jan las bellezas más valiosas del arte americano y donde resaltan
los nombres de Basaldúa, Ballester Peña y Víctor Delhez. Luego,
en la intensa vida religiosa que llevan, su hermoso movimiento
litúrgico, los ciclos de conferencias donde surge la figura de César
E. Pico con su labor filosófico-católica, tan profunda e integral
como cualquiera de los grandes pensadores católicos modernos de
Francia y Europa.
Es grato ver cómo alrededor de ellos giran muchos atríddos
por su acción. Hasta el mismo Lugones, el magno poeta america-
no de Poemas solariegos, está virando ya, literaria, política y
hasta filosóficamente, hacia este Norte de Verdad.
Pues bien, si en Argentina existe un grupo de tales condicio-
nes, y así en tantas partes de América —podíamos citar especial-
mente a Venezuela y Uruguay, en la última de las cuales una her-
mosa juventud lleva a su cabeza a la poetisa máxima de Amé-
rica : Juana de Ibarbourou, convertida al catolicismo hace poco—,
es fundada ya la esperanza de que el triunfo de los unos acarreará
el triunfo de los otros, y el triunfo de todos hará posible el gran
anhelo imperial que realizaron nuestros antepasados.
Es decir, se levanta una juventud en todo el Continente que
da oídos a esa hermosa voz americana de que antes hablaba, a
esa llamada de reconquista que comenzará en nosotros mismos
412 ACCIÓN BSPA.f}OI<A

para que luego ordenemos nuestras tierras —las que nos corres-
ponden por herencia y por sangre—, para que esas tierras, ya
ordenadas en la Verdad, estén dispuestas, en el momento glorio-
so, a volverse a juntar en la hermandad del viejo Imperio Hispano.
Yo invito a nuestra juventud, no a esperar el retomo de nues-
tra tradición, sino a ir a conquistarla.
Para ello debemos empuñar la espada por donde debe empu-
ñarse, por la Cruz, que es la empuñadura de la espada. A base
de Cristiandad nació nuestra cultura y nuestra civilización. A
base de Catolicidad debe resurgir. Somos y tenemos que ser cru-
zados para responder en la verdad a la herencia inmensa que nos.
dejaron nuestros fundadores. Porque esa herencia se encierra en
una sola palabra : Conquistadores; y esta juventud, que anhela
la grandeza de la Patria y en el futuro la grandeza y fuerza im-
perial de la América, debe ser, de nuevo, integral y decididamen-
te, ¡juvenkid conquistadora]
PABI,O ANTONIO CUADRA

II
El Diario Nicaragüense publicaba en su número 7.546, un
discurso de José Coronel Urtecho, pronunciado en la Jura de-
la Bandera de las escuelas. Decía asi :

Si estamos congregados para rendir un homenaje a la bandera?


de nuestra Patria, rindámosle el homenaje de la verdad.
Procuremos que se precise en nuestras mentes la realidad que
encama esa tela sagrada. Porque, nacida como signo oficial de la
República, ¿no es cierto que representa, para algunos, sólo un.
período particular de nuestra historia, sólo un ideal político se-
paratista, sólo la vida de Nicaragua como nación independiente?
y , vista así, nuestra bandera es un símbolo estrecho que no co-
bija bajo sus pliegues la ¡historia cuatro veces secular de nuestra;
Patria.
Recuerdo con tristeza el tiempo en que yo mismo figuraba en
esas filas escolares, y escuché, pronunciadas desde la dignidad de
esta tribuna, palabras exaltadas que señalaban esa bandera como»
signo de guerra contra el recuerdo de nuestros antepasados los-
BL R8TORNO D8 hA. TllADICIÓN HIÍ5PANA 413

conquistadores y fundadores de nuestra Patria. Agitada como


Sfímbolo de separación, la bandera nos dividía de nuestros padres
y se clavaba en medio del camino de nuestra historia para rom-
per la tradición de nuestro pueblo. Y en nombre de esa bandera,
enarbolada como signo de ideología sentimentales, se insultaba el
pasado heroico y laborioso de Nicaragua, se calumniaba con ca-
lumnias de origen extranjero a los que nos dieron la vida y eí
espíritu, la civilización y la cultura.
Pero yo os ruego que el tejido simbólico de esa bandera no re-
presente para vosotros a la Patria en circunstancias determinadas,
ni bajo el teórico dominio de especiales principios filosóficos, so-
ciales o políticos, sino la realidad vital de nuestra historia, la vida
secular que se transmite por las generaciones de nuestro puebb
en esta tierra que conquistaron y nos legaron nuestros padres para
que nosotros se la leguemos a nuestros hijos como heredad inalie-
nable. Porque sólo considerando nuestra bandera como íntegro
tejido de nuestra historia, adquirirán las fiestas patrias —analiza-
das bajo la sombra de sus pliegues— su verdadero significado y
trascendencia.
Hasta ahora, el 15 de septiembre ha sido celebrado, casi de
modo unánime, como una fiesta de libertos. ¡ Cuántas veces tro-
naron los tribunos románticos al recordarnos que en aquel día
memorable quedaron rotas las cadenas y fué arrojado el 3nigo de
la esclavitud! Cualquiera se imaginaba, al escucharlos, que nues-
tra Patria estuvo sometida al dominio extranjero, que fué algún
día una pobre colonia de España, exactamente como cualquiera
de las colonias inglesas o francesas modernas. De creerles, estuvo
nuestro pueblo sometido a la oprobiosa tiranía de otro pueblo, dt
otra nación distinta que nos esclavizaba por la fuerza. Vivíamos
sumidos, según nos referían, en la degeneración civil, en la abyec-
ción perfecta, en el fanatismo religioso, en la ignorancia, en la
más completa falta de personalidad nacional. De manera que el
16 de septiembre, fecha de la proclamación de la independencia
centroamericana, era la aurora de la libertad, el día de nuestro
natalicio como nación y como pueblo libre.
Falsificación estupenda, error gravísimo, que arrojaba la con-
fusión en las inteligencias de los estudiantes y les impedía mirar
con claridad la perspectiva histórica de nuestra vida —tan sim-
ple y tan coherente— en donde están escritas las fecundas lee-
414 ACCIÓN K S P A S O L A

ciones del pasado, las graves obligaciones del presente y las exi-
gencias del destino futuro. Pues si no comprendemos el verdade-
ro significado de nuestra independencia, estamos condenados a
juzgar nuestra vida nacional, nuestra rea,lidad de pueblo, como
una locura sin sentido histórico, como un experimento sin obje-
to, como una inmensa y sanguinaria inutilidad.
Hagámosnos la pregunta sincera : ¿ Qué fué la Independen-
cia de Centro América, es decir, la consiguiente Independencia
de Nicaragua?
Si respondemos francamente : fué el triste fin de un gran Im-
perio.
Si hemos de amar la realidad y comprenderla, estamos obli-
gados a confesamos que nuestra Independencia no fué un alba
gloriosa, no fué un principio heroico, no fué una gran conquista
libertaria lograda por un pueblo oprimido que se erguía, sino
una dura necesidad impuesta por los grandes errores y peligro-
sos espejismos de la historia.
Los independizadores, modestos hombres de su tiempo, de una
exaltada buena fe, se entregaron, ilusos y confiados, a los ideales
libertarios, y queriendo poner en práctica las utopías que llama-
ban alas ideas modernas», proclamaron la Independencia en una
tierra que ya estaba realmente desmembrada del Imperio espa-
ñol. Por eso, las verdaderas causas de nuestra Independencia no
hay que buscarlas en nuestro pueblo, sino en el seno mismo del
órgano central del vasto Imperio » que pertenecimos. Los prin-
cipios revolucionarios corroyeron a la Monarquía directora en
donde estaban resumidas y personificadas la soberanía y la in-
dependencia de un gran haz de naciones, y al relajarse la tradi-
ción autoritaria que había formado el Imperio más vasto y el
más uniforme que ha conocido el mundo, se operó la violenta des-
membración a que aludimos con el pomposo nombre de Indepen-
dencia Americana.
E ^ desmembración, esa disolución, que provocaron principios
corrosivos, no se detiene. Continuó destruyendo rápidamente el
cuerpo del viejo Reino de Guatemala, convirtiendo a sus cinco
provincias principales en cinco débiles repiúblicas independientes
y deparadas, y propagando la disolución al seno mismo de las re-
públicas, a la cohesión misma del pueblo, nos divide en partidos
contrarios, subdivididos a su vez en camarillas enemigas ; nos
EL RETORNO DE LA TRADICIÓN HISPAN \ 415

divide en ciudades rivales y municipios encontrados, en guerra


de clases, en choque de familias ; y, finalmente, alcanza al pro-
pio núcleo de la célula familiar desorganizándonos en individuos
separados y en competencia religiosa, política, social y profesional.
Tales son los efectos del virus disolvente, del ideario políti-
co que llaman democracia o soberanía del pueblo. Y nosotros
continuaremos viendo hundirse a nuestra patria, a nuestra ama-
da y solitaria gobernación de Nicaragua, en la disolución y en el
desastre, mientras no reaccionemos, por nuestra cuenta, contra
esa ideología destructora.
En consecuencia, ¿qué significa, para el criterio contrarrevo-
lucionario, eil 15 de septiembre?
El 15 de septiembre es algo más que una fiesta vulgar y de-
mocrática. Es algo muy contrario al grito de libertad que lanzan
los descendientes de los esclavos. E s la fecha nostálgica y so-
lemne que los señores de su tierra y que los dueños de sus ho-
gares debieran dedicar a la meditación de su destino colectivo y
de sus deberes nacionales. Día —^quizás irremediable— en que
nos quedamos solos con nuestra patria abandonada y separada de
sus hermanas, desprendida de la enorme potencia protectora del
conjunto que formaba el Imperio; día en que Nicaragua, con
sus mares abiertos a la rapiña de las naciones comerciantes, con
su mar interior propicio a las expediciones interoceánicas, que-
dó confiada únicamente al valor generoso de sus hijos. Por eso,
el 15 de septiembre, no es propiamente el día de la patria —por-
que la patria era tres siglos más antigua—, pero es el día de!
patriotismo nicaragüense, porque desde ese día es sólo nuestra,
únicamente nuestra, la obligación de defender a Nicaragua con
sus propios recursos.
Y así, cuando de aquel inmenso cielo imperial en donde el
sol no se ponía, nos quedó únicamente un pequeño girón azul y
blanco, con él formaron nuestros padres esa bandera para que
sirva de símbolo sagrado de nuestra tierra y de razón de ser de
nuestras vidas.
En nombre de esa bandera, el pueblo nicaragüense supo, una
vez, mostrarse un digno resto del Imperio Católico de las Espa-
ñas. Y un día, como hoy, cuando la estricta lógica de nuestra
vida democrática había entregado las llaves de la política inte-
rior a un extranjero de verdad, movido por el sueño de un Impe-
416 ACCIÓN BSPA.ÑOI.A

TÍO esclavista de veras, esa misma bandera —girón del único Im-
perio de hombres libres que ha visto el mundo— conoció una vic-
toria hermosísima cuyo recuerdo guarda el corazón nicaragüense
•como un símbolo eterno: ¡ 14 de septiembre de 1856, verdadej»
día de la bandera y de la Independencia de Nicaragua!
La historia tiene sus signos cargados de sentido, sus extra-
ñas señales en los números misteriosos del tiempo. ¿Por qué,
efectivamente, dispuso la Providencia que la batalla victoriosa de
San Jacinto se librase en un día 14 de septiembre, vísi>era de la
fecha en que recordamos la Independencia? Pareciera indicarnos
que Ja sangre de esa victoria fué di justo precio que pagamos para
hacernos dignos del noble título de defensores de nuestra patria
independiente. Pareciera indicarnos, asimismo, quiénes eran y de
dónde vendrían los verdaderos extranjeros que amenazaban y se-
guirían amenazando la indepedencia de Nicaragua solitaria, Pa-
leciera indicamos, en suma, que separados nosotros del Impe-
rio de nuestra raza, quedaríamos librados al imperialismo de las
razas extrañas.
Tales son las lecciones precisas de nuestras fiestas patrias.
Sus consecuencias, que os corresponde desprender a vosotros de
mis francas palabras, entrañan obligaciones profundas y djffci-
les, que reclama a todo nicaragüense esta bandera de su patria.

JOSÉ CORONEL URTECHD


Cartas a u n escéptico en mate-
ria de formas de éobiemo

VI

V AMOS ya, querido amigo escéptico, doblando el cabo de nues-


tra navegación, y hora es de volver la vista atrás y hacer
un poco de recuento y examen del recorrido hecho. Vimos
cómo el gobierno electivo, aquel en que la masa designa al que ha de
regirla, por lo mismo que parecía el más iWitural era el más infe-
rior, el más apasionado y animal de todos. Dijimos que lo natural
—es decir, lo bajo, inorgánico y tumultuario—, que es, en este caso,
lo electivo, había de ser superado con un artificio inteligente que
sobrepujase y frenase esa brava espontaneidad ; y sostuvimos, en
fin, que la Monarquía hereditaria era el artificio más sabio que para
esta función se había ideado, porque era aquel que mejor se ador-
naba de las dos características proceres de toda obra de razón e inteli-
gencia : la unidad y la continuidad.
Ahora bien ; ¿ es esto decir que el sistema hereditario sea una me-
ra fórmula inteligente y de gabinete, lograda mediante una elabora-
ción científica ? No, todo lo contrario. La fórmula hereditaria, con
vejez de siglos y anchura de mundos, ha existido como un produc-
to normal de la más antigua y universal sabiduría, como un des-
envolvimiento espontáneo de las más primarias formas sociales de
mando, gobierno y poder.
Se ha dicho —y suena ya a tópico— que la familia es la primera
célula de la sociedad. Yo te hice observar ya en otra carta que el
pater familiae, tronco de todo orden, está escondido en la raíz etimo-
2
418 ACCIÓN ESPASOtA

lógica de todos los fundamentos sociales : la patria, el patriarca, el


patrvrtumio^ La Monarquía hereditaria, pues, en su origen, es un sua-
ve ensanchamiento gradual de los más primarios esbozos de auto-
ridad y de gobierno ; un ensanchamiento del concepto de propiedad
y de patrimonio. El primer propietario pintó ya en esbozo la silue-
ta del primer rey. Nace la Monarquía hereditaria de una primera
confusión de las ideas de soberanía y de dominio. Si volviéramos a
una sociedad primitiva donde apenas estuvieran amanecidas las pri-
meras ideas de familia y propiedad, veríamos cómo, llegado el tran-
ce de buscar un gobierno más general y comprensivo, para una forma
superior de comunidad, no se nos ocurría otra cosa sino un ensancha-
miento de estas ideas.
Pues bien ; estas elaboraciones espontáneas y sabias, naturales y
artificiales al mismo tiempo, tienen siempre profundas razones de
subsistencia y amplias garantías de acierto. De su primitivo carác-
ter patrimonial le viene, en efecto, a la Monarquía hereditaria su
más entrañada fuerza y eficacia. Hoy día, enturbiados nuestros ojos
de mala literatura y tópicos demagógicos, casi te parecerán estas
que digo palabras de escándalo. Cuando se asestan diarios golpes
al mero concepto de propiedad, parece una osadía sacar las glorias
de la Monarquía hereditaria de su primer concepto patrimonial.
Cuando va siendo casi delito poseer un cortijo, parece blasfemia ha-
blar de poseer un pueblo... Y sin embargo, querido escéptico, en
su puro y humano sentido, limpio de palabrería demagógica, po-
seer no es un verbo altivo por una punta y humillante por otra,
que hable de derechos de amo y sumisiones de esclavo, sino un
verbo que expresa la más segura y humana relación del hombre
con las cosas ; la que liga el hombre a las cosas con un más fuer-
te nudo de servicio y amparo. Poseer no es una forma de tiranía,
sino una forma sabia y equilibrada, de interés y de amor. Ser po-
seído es también una forma de ser amado. Lo que se tiene es lo
que se puede perder y lo que, por lo tanto, se defiende rabiosa-
mente cada día. Cuando el hombre dice mi tierra, mi jardín, en-
cierra en ese breve pronombre posesivo más que un grito de alta-
nería un arrullo de amor y un juramento de amparo y de defensa.
Decir wío es proclamar un dominio, pero es también comprome-
terse a muchos deberes y promesas... ¿Por qué ha de ser enton-
ces tan malo que haya también un poder o un gobierno que con
CARTAS A UN ESCáPTICO 419

ese ancho sentido paternal y generoso de compromiso y de servi-


cio pueda decir bellamente rni pueblo}

Esto, en otros términos, es lo que ha querido expresarse di-


ciendo que la Monarquía es la forma de gobierno que nacionaliza
el supremo poder. La Monarquía no deja, como la Democracia, el
enganche entre el gobierno y la nación reducido a teóricos y bru-
mosos sentimientos de ciudadanía, sino que, con más claro sentido
realista, anuda uno y otra con fuertes lazos de común interés.
Para el Rey, su egoísmo y su acierto son una misma cosa; su
vida privada y su vida pública van por el mismo camino. El Rey
y la Nación son el uno para el otro, y juntos se salvan o se pier-
den. La cruz de oro en la cima de la Corona es como la aguja fi-
nísima de un sismógrafo, sensible a los más leves temblores na-
cionales, porque en ellos le va la muerte o la vida. Cuando la re-
volución o la quiebra o la ruina pública son para el gran rebaño
gris de las masas neutras o de las somnolientas burocracias demo-
cráticas tema de tertulia, artículo de fondo, comadreo de oficina,
en el Palacio Real son agudas preocupaciones tangibles, asuntos
domésticos y familiares. «Nadie puede comparar el vago y muelle
interés que despiertan en los ciudadanos normales los negocios de
Estado, con el eco directo y la conmoción profunda quie esos mis-
mos negocios despiertan en el más mediocre depositario del poder
real.»
La Monarquía hereditaria es la única forma de gobierno que
ha logrado instaurar en las cimas del Estado un magistrado que
lleva fatalmente sobre sí, como en seráfica imprimación, las lla-
gas y los dolores de la Patria. La Democracia no ha logrado re-
solver ese problema de la unión de las magistraturas a la colecti-
vidad por sólidos vínculos de interés. Las Democracias han salido
del paso invocando a la ciudadanía y presuponiendo gratuitamen-
te en los ciudadanos un interés nativo por la cosa pública. Pero
todo eso es vago y teórico: los magistrados democráticos y ele-
gidos —alcaldes, gobernadores, presidentes— son inquilinos y es-
quiroles del poder que pasan por él trantangencialmente, sin fun-
dirse realmente con la cosoi ¡péblica, de la que saben que pueden
huir, cuando se ponga difícil, por el cómodo portillo de la dimi-
sión. I/a ciudadanía es una especie de «servicio obligatorio de la
paz» ; pero un servicio obligatorio teórico y romántico, sin coaccio-
420 ACCIÓN ESPAÑOLA

nes que lo hagan eficaz y cierto, sin castigo para los prófugos ni
fusilamientos para los desertores. Sólo la rea^leza es servicio obli-
gatorio, real y efectivo, amparado contra la deserción por una te-
rrible coacción penal a cargo de la Revolución y de la Historia.
Sólo la realeza lleva hasta la cima del poder el verdadero interés
humano, equilibrado y sabio, hecho de oro de ideal y barro de
egoísmo: cimiento de todas las estabilidades sociales. Sólo el
Rey mira la Nación, como el propietario su huerta, con «ojo de
amo» y cojo de amante», según la bella expresión de Lafontai-
ne : los dos ojos más lúcidos, penetrantes y adivinadores que
existen.
Jaurés, el revolucionario francés, creía herir con la má.& des-
preciativa censura a la forma monárquica, cuando decía que la
Monarquía tendía al bien del pueblo no por amor, no por deber,
sino ipor egoísmo», y aún añadía : «por egoísmo inteligente».
Jaurés no se daba cuenta de que con ello hacía el supremo elogio
de la sabia institución monárquica. ¿Qué más se puede desear
que un régimen que hace el bien público, aun sin querer, con sólo
perseguir su bien privado ? No cabe base más sólida y segura para
un buen gobierno. El príncipe puede ser inteligente, sabio, idea-
lista, abnegado, y entonces, como por añadidura, hará grandes
bienes. Pero en el peor de los casos, con sólo ser egoísta, no hará
grandes males. ¿Qué más puede desearse? Preferimos, para base
segura de un poder, este egoísmo de los Reyes a la vaga ciudada-
nía o al teórico patriotismo de los alcaldes, ministros y presiden-
tes. Estos pueden ser patriotas de nombre o de boquilla. El Rey,
en el peor de los casos, será siempre, parodiando la pieza de Mo-
liere, patriota malgrh hit.

Pero vamos todavía, querido escéptico, a ahondar un poco en


cuanto venimos diciendo, y verás tú cómo nos vamos a encontrar
con algo que parece una enorme paradoja frente a la moderna pa-
labrería democrática: con que ese poder de nacionalización que la
Monarquía hereditaria posee le viene precisamente de que, en su
origen, ella representó una reacción de carácter popular, democrá-
tico que diríamos hoy, frente a las tiranías oligárquicas. Bien mi-
radas las cosas, hacia los siglos X y XI, la Monarquía heredita-
ria fué bandera popular y de emancipación defendida por d pue-
CARTAS A ÜN ESCÉPTICo' 421

blo llano con aires reivindicatoríos parecidos a los que ha usado


hoy para defender o proclamar la República.
La Monarquía hereditaria, consagrada por la Iglesia como «po-
der recibido de Dios para el bien de la comunidad», era la fórmu-
la romana y edesiástica, defendida por los clérigos, en bien del
pueblo, frente a la fórmula germánica de la Monarquía electiva,
fórmula de carácter oligárquico y feudal, que defendía pro domo
sua la nobleza. La doctrina eclesiástica que frente a la feudal y
germánica tenía, por entonces, un aire audaz y casi revoluciona-
rio, era ésta, según claras y concretas palabras de Menéndez Pi-
dal: «el Príncipe representa a Dios para bien de la universiias
o colectividad del pueblo, esto es, para cumplir los fines del Es-
tado : para mantener la justicia a todos, para conservar la paz pú-
blica en el interior del reino y hacer la guerra a los enemigos del
exterior».
Es paradójico que después de haber dado el principio heredita-
rio la batalla al electivo, en los albores de nuestra civilización, a
nombre del bien del pueblo y de los fines totales del Estado, venga
ahora el principio electivo, volviendo las tornas, a darle batalla
al hereditario a nombre de estas mismas cosas. Y es paradójico
porque ni uno ni otro principio han perdido, en el fondo, nada de
sus respectivos contenidos tal como definitivamente les fueron
asignados por las doctrinas eclesiástica y germánica en el si-
glo XL El principio hereditario continúa siendo un principio de
nacionalización del poder para bien de la universitas o colectividad
del pueblo; el electivo continúa siendo un principio feudal, para
bien de unas oligarquías que ayer eran nobles familias y hoy son
innobles partidos. Toda la palabrería, pues, de la revolución ac-
tual hay que volverla al revés, sobre sí misma, como un dedo
de guante. E s del lado del principio electivo a donde están tradi-
cionalmente, y siguen estando, la tiranía oligárquica, el feuda-
lismo, la acaparación del poder. El triunfo de la República es
una tardía otoñada feudal.
Todos los grandes y verdaderos liberadores del pueblo espa-
ñol, todos los grandes amadores del estado llano y reformadores
de la Nación —Gil de Albornoz, Cisneros, la Reina Isabel, Jove-
Uanos— lo comprendieron así, y tendieron a apoyar mutua y fuer-
temente entre sí pueblo y Monarquía frente a las oligarquías in-
termedias. No ha sido, en España, el pueblo libre y feliz cuando
422 ACCIÓN ESPAÑOLA

se ha lanzado, engañado y ciego, contra los Reyes ; lo ha sido


cuando los Reyes y él se han comunicado sus sonrisas por la es-
palda de Jos grandes señores o de los pequeños políticos.

Y es que, fatalmente, en su esencia misma, la doctrina del


supremo poder elegido será siempre reparto alternativo del botín
entre unos pocos, y la doctrina del supremo poder heredado y
consagrado será la nacionalización del poder para bien de la uni-
versitas : ael himeneo de un pueblo y de una dinastía; la unifi-
cación política de un Estado y de una Casa».
De hecho, querido escéptico, por encima de todo verbalismo
teórico, los pueblos no han percibido jamás en los poderes elec-
tivos ese carácter nacional que durante siglos vieron en la Mo-
narquía hereditaria. Cuando llegan esos instantes supremamente
nacionales en que alguien ha de ejercitar una función auténtica-
mente nacional —la paz, la guerra, el verbo del país hacia el ex-
terior— ¿ quién se ha acordado jamás de los poderes electivos ?
Cuando llegan esos momentos, el pueblo desdeña Cámaras y go-
biernos y deja que a su espalda, con una percepción más segura
del «sentido nacionals —que por ancho y por permanente no cabe
en la frágil representación electoral de unos diputados o un pre-
sidente— resuellvan los Reyes, o si no los tiene, las fuertes per-
sonalidades nacionales a las que, con plenitud de poderes,, se en-
trega en esos instantes críticos. Jamás ha pensado pueblo alguno
entregar los azares de su vida exterior —la paz y la guerra— al
juego electoral. Cuando llega la hora de las grandes verdades vi-
tales de una nación se arrincona el juego impuro y divertido de los
días de la paz. Y cuando llega la hora en que el pueblo, vibrante
de entusiasmo, marcha a la guerra, a morir por la Patria, el pue-
blo obedece a una certeza objetiva de su bonus communis, de su
bien nacional, percibida por su conciencia en carne viva, al mar-
gen de toda decisión mayoritaria. ¿Qué pueblo ba marchado ja-
más a la muerte pensando que lo hace porque lo ha decidido la
sagrada fuerza de una mayoría? ¿Qué valor trascendente y tau-
matúrgico ha concedido jamás el pueblo al voto, para sublimar una
decisión, hasta el punto de arrancarle de su casa y llevarle a la
muerte ? El voto puede decirle al pueblo cosas leves e insustancia-
les, que resbalan en la modorra de su vida pacífica y ordinaria,
sobre su irónica indiferencia, desenganchada cada vez más de la
CARTAS A UN BSCÓPTICO 423

política democrática. Puede decirle quién va a ser el diputado por


el distrito o quién va a ser el nuevo inquilino del Palacio de
Oriente. Bien. Pero las cosas trágicas y profundas de la vida y
la muerte, de la paz y la guerra, de la auténtica vida nacional,
esas que no se las diga el voto porque no le harán caso. Esas tie-
ne que decírselas, con suficiente valor de representación nacional,
como para arrastrar su fe y su entusiasmo, un Rey, un dictador
o un poeta.
Ahí tenéis el bello epigrama de la Italia de 1Í115 : epigrama con
aires de fábula moral, que podría titularse : «Un poeta, un Rey
y un Parlamento» o oDel valor de los poderes electivos en las ho-
ras críticas y nacionales de un pueblo».
Había transcurrido un año de guerra mundial. Agitaba la con-
ciencia italiana la angustiosa cuestión de la conveniencia nacional
de intervenir o no intervenir en la guerra. Todas las mentes del
país estaban atenazadas por un solo dilema : intervención o neu-
tralidad. ¿Quién había de resolverlo?... ¡Ah! Italia era legal-
mente una democracia. Italia tenía, en el corazón de Roma, un edi-
ficio donde, según las leyes constitucionales, se albergaba la con-
ciencia de la nación : el Parlamento. Y allí, en aquel recinto, el
dilema que atormentaba la conciencia tenía su expresión en unas
minorías intervencionistas que acaudillaba Salandra y unas ma-
yorías neutralistas que acaudillaba Giolitti. Teóricamente todo
debía estar resuelto. Los buenos italianos —campesinos, obreros,
industriales, dispersos por la nación— habían elegido unos dipu-
tados ; estos diputados se habían reunido en un sailón y sus votos
habían suscrito una resolución amable y blanda de neutralidad.
Sin embargo, no hubo un solo italiano que juzgara que la cues-
tión estaba resuelta y la duda acallada. Y en cada casino y en cada
café, al margen de la decisión teóricamente nacional del Parlamen-
to, los italianos, alegando razones objetivas de bien y de mal, no
razones de números ni votos, seguían discutiendo sobre la paz y
la guerra.
Poco a poco multitud de razones nacionales, de historia, de
tradiciones, de equilibrio europeo; multitud de bellas palabras so-
noras —'Francia, la latinidad, Trieste— empezaron a formar, siem-
pre al margen de la voz oficial del Parlamento, una difusa con-
ciencia intervencionista. Empezaron los gritos, las manifestacio-
nes callejeras, los himnos. Y Giolittd, el hombre de la paz y la
424 ACCIÓN ESPAÑOLA

neutralidad, con toda su teórica representación nacional, además


de tener a su favor los votos de una mayoría... tuvo que tener tam-
bién, día y noche, una guardia de defensa a la puerta de su domici-
lio de la calle Cavour.
Frente a estos sucesos, el Rey Víctor Manuel hace saber que
obedecerá la voluntad nacional cuando ésta le indique claramente
la vía a seguir. Pero... ¿no hay un Parlamento?, ¿no hay un teó-
rico y sonoro altavoz por donde se dice que habla la Nación ? Y allí,
¿los votos de Giolitti no vencen a los de Salandra? Sin embargo,
el Rey sabe que al lado del Parlamento hay una calle llena de gri-
tos, de entusiasmo y de multitudes.
Y es entonces cuando un poeta desterrado y solitario, que se
llamaba Gabriel d'Annunzio, desde su retiro, entre los pinos de
Arcachón, sintió sobre sí, como iluminado, la lengua de fuego del
Espíritu Nacional. Se sintió aclamado por el rumor oceánico de
las horas pretéritas y votado por la gran mayoría retrospectiva de
los siglos de Italia. Y Gabriel d'Annunzio, solo, sin partido y sin
poder electivo, se puso en el otro platillo de la balanza frente al
Parlamento democrático. Magnífico enfrentamiento : de un lado el
Parlamento, de otro un poeta. ¿Con quién está la Nación ? ¿ A quién
oirá el pueblo?
Un día un telegrama unánime agita a toda la prensa italiana :
«D'Annunzio ha desembarcado en Genova». Aquella noche el pue-
blo genovés no duerme. Con antorchas en la mano obliga al poeta
una y otra vez a asomarse al balcón de su hotel. Breves días des-
pués, sobre la roca de Quarto, ante una inmensa muchedumbre de-
lirante, el poeta pronuncia su primer discurso de guerra : «Vos-
otros sois las chispas eternas del incendio sacro». ¡ Qué lejos la
palabrería untuosa de los discursos democráticos y electorales! El
poeta no ofrece beneficios ni regalos : ofrece guerra, anuncia muer-
te. Y, sin embargo, el pueblo aplaude en delirio. Sólo un instante
su palabra, fustigadora y dura, se hace blanda y suave. Es para
hablar del Rey : «Víctor Manuel —dice— está ausente y presente
de nosotros. Está .secuestrado por los políticos ; pero su corazón
está con su pueblo...» Aquella noche D'Annunzio recibe un caluroso
telegrama de felicitación de Víctor Manuel. Giolitti y sus parla-
mentarios se escandalizan. Pero es que en el gran duelo del Parla-
mento y el poeta la Realeza ha empezado a percibir dónde estaba la
verdadera representación nacional.
CARTAS A UN ESCÉPTICO 425

Y ya desde aquel instante todo se precipita. El poeta baja a


Roma. Desde el balcón del Hotel Véneto lanza sobre Roma su pa-
labra de fuego. Giolitti intenta un esfuerzo desesperado. Derrota
en la Cámara a Salandra, el intervencionista. La vocecita del Par-
lamento quiere hacerse oír sobre el tumulto de la calle. Pero el poe-
ta contesta desde el teatro Constanzi, declarando a Giolitti «jefe
de bandidos». La tarde del 17 de mayo el Rey dice su palabra casi
definitiva al negar el poder a Giolitti. Tres días después D'Annun-
zio telegrafía a Maurice Barres : «El mismo viento pasa ya bajo
nuestros Arcos de Triunfo y los vuestros». Tres días después aún
el Rey dice su palabra definitiva ya del todo : «S. M. el Rey Víc-
tor Manuel declara que Italia se considerará en guerra con Austria-
Hungría desde mañana». Y desde aquella hora Italia marcha hacia
la victoria, el fascismo y el resurgimiento, mientras que el Parla-
mento de los Giolitti y comparsa cierra melancólicamente sus puer-
tas, como un teatrillo de marionetas de feria, bueno para divertir
al pueblo en el día soleado y pacífico, pero al que hay que recoger
en cuanto suenan los primeros truenos o caen las primeras gotas de
Uuvia.
Me he detenido más de lo que pensaba, querido escéptico, con-
tándote este epigrama del Parlamento, el Poeta y el Rey ; pero es
que lo juzgo de inestimable valor para ver cómo el verdadero sen-
tido nacional es algo que nada tiene que ver con el mecanismo elec-
tivo, y que cuando llega él caso de tenerse que buscar urgente y
eficazmente, todos los pueblos buscan, al margen de ese mecanis-
mo, en sus legítimas expresiones : difusas a veces, pero siempre
claras. ¡ Dichosos los pueblos que al llegar esos momentos tienen
en la cima de su Estado, al margen de todo azar electivo, la fina e
imparcial percepción de un príncipe hereditario!

Porque es esta y no otra la medula de león del sistema de he-


rencia. Suele creerse bobamente —^y de aquí arrancan casi todas las
fáciles burlas que se le dirigen— que el sistema hereditario, lo
mismo aplicado a la Realeza que a la nobleza de sangre o a cual-
quier otra selección humana, se basa en la creencia de que el genio
o el mérito se heredan. Y no hay tal. «La razón social de la no-
bleza —dijo Renán—, considerada como institución de derecho pú-
blico, no consistía en recompensar al mérito, sino en provocarle y
hacer posible, incluso fácil, algunas clases de mérito.» Lo mis-
426 ACCIÓN ESPAÑOLA

mo puede decirse de la Monarquía hereditaria. No está su razón de


ser en recompensar un mérito o un genio que se suponen milagro-
samente vinculados a una sucesión familiar y dinástica : está en pro-
vocar mediante esa continuidad y esa estabilidad dinástica y fa-
miliar una sucesión de hombres fácilmente inclinados a la impar-
cialidad, a la serenidad y a la percepción clara de las necesidades
nacionales. El valor inestimable del príncipe hereditario, en frase
de Maurras, es «funcional antes que personal». No es que supon-
gamos que, por la herencia, el príncipe nace fisiológicamente incli-
nado al acierto. Es que, por la herencia, logramos que el príncipe
tenga que desear y buscar ese acierto por necesidad, por egoísmo,
por ese «patriotismo innato», decía Bossuet, que, para vivir y du-
rar, ata al príncipe a su pueblo como a una gleba sublime.
Prueba concreta y ejemplar de esa finísima percepción del sen-
tido nacional y del bien público, que empieza en los Reyes siendo
funcional y acaba siendo personal e instintivo, está en la actitud
de las Monarquías frente a las fuerzas antinacionales. Fíjate, por
ejemplo, querido escéptico, en la actitud de las Monarquías —aun
de las Monarquías tan depauperadas y contrahechas como son las
constitucionales— frente al marxismo. Allí donde el marxismo te-
nía un sentido destructor de antipatria —Alemania, Italia, Espa-
ña— la Monarquía, por un finísimo e instintivo impulso defensivo
de lo nacional, lo mantuvo inexorablemente fuera de la órbita del
poder. Esos marxismos eran inevitablemente republicanos, por-
que como eran antinacionales se sentían inevitablemente rechazados
por el instinto nacional de la Realeza. Sabían que sólo podían triun-
far derribando la Monarquía, como hicieron en España o en Ale-
mania. En cambio, allí donde el marxi-smo, adulterando su esen-
cia, se ha nacionalizado de algún modo —como en Inglaterra o
Bélgica— no encontró obstáculo en la Monarquía para entrar en la
órbita y rotación del poder. Claro que, aun así, esto me parece fu-
nesto, y sólo ha podido ocurrir en unas Monarquías parlamentarias
que únicamente son a medias Monarquías. Pero, por lo menos,
denota en la Monarquía una instintiva sensibilidad, equidistante
de todo abandono y de todo hermetismo, para actuar, como ceda-
zo, de las impurezas antinacionalles de las fuerzas que aspiran a go-
bernar la nación. En Inglaterra, el laborismo pudo llegar a los Con-
sejos de la Corona porque dejó de ir a los Congresos de la Inter-
nacional. En España o en Alemania, donde sigue yendo a esos
CARTAS A UN ESCÉPTICO 427

Congresos, no logró jamás asaltar los Consejos de la Corona, y


hubo de derribar a ésta para poder gobernar. ¿ No indica todo esto
en la Corona un finísimo olfato para percibir el tufillo antinacional
e-n las fuerzas políticas?
España, mientras fué Monarquía, mantuvo al socialismo fuera
del poder. Fué República, y al día siguiente ascendió él socialismo
al poder. Si volviera a ser Monarquía, el partido marxista volvería
al ostracismo. La Monarquía desplaza lo antinacional con la misma
fuerte y rápida espontaneidad con que un organismo robusto eli-
mina las toxinas. ¿No es este su máximo panegírico?

En definitiva, no hay régimen más anchamente nacional, más


hondamente popular que la Monarquía hereditaria. Los regímenes
que buscan su sustancia popular o nacional por los caminos de la
elección, se encierran siempre, al cabo, en el espejismo de un re-
ducido círculo oligárquico que llega a engañarse a sí mismo y creer-
se que es toda la Nación. En cambio, en las Monarquías el Rey
es el diputado de todos los que no votan ; de los que votan por ru-
tina o coacción ; de los que, votando, no lograron representación ;
de los niños; de los ausentes ; de toda esa enorme periferia del
mundillo político de los partidos, que en las Democracias se queda
sin representación.
Por eso los Reyes, poseedores de un poder ancho y totalitario,
cargado de sustancia popular y nacional, se sienten ligados a su pue-
blo con fuertes vínculos de amor, insospechados en los poderes
electivos. Estos, con frivolidad de huéspedes o inquilino®, tienen
una ligereza inconcebible para pactar con todas las fuerzas anti-
nacionales y destructoras a fin de conservar el poder momentá-
neo. Lo mismo dan cobijo en sus gobiernos al marxismo revolu-
cionario, que descubre, luego, un día, en Asturias, su verda-
dera cara; que trafican con el nacionalismo separatista, que pac-
tan con los agitadores de un país vecino. Es el alegre vivir al dia
del que se siente falto de tradición y de porvenir, de prestigio y
de responsabilidad. En cambio, los Reyes, por amor a su Na-
ción, por una repugnancia instintiva y secular a herir a su pue-
blo, llegan, en una hora crítica, hasta la renuncia o el destierro
voluntario. Que por esto fué el 13 de abril una fecha limpia de
derramamiento de sangre : no por el primer acierto dé una Repú-
blica, sino por la última generosidad de una Monarquía.
JOSÉ M.-'' PEMAN
Carlos V y el Virrey Toledo (1)

Hónrase en este número ACCIÓN ESPAÍÍOLA can ta colaiboración


del eminente historiador argentino D, Roberto Levillier, esfor-
zado paladín de la España del siglo XVI, de cuyas magnas y gene-
rosas empresas se glorian por igual los americamos y los españoles
patriotas por descender todos de quienes las realizaron.
Empeño inútil seria tratar de presentar a nuestros lectores al
señor Levillier, por ser sobradamente conocido y haberle dedicado
un articulo en esta revista en mayo de 1932 nuestro ilustre cola-
borador y catedrático de la Universidad Central Sr. Yanguas
Messía.

E L primer hecho de armas a que asistió Toledo fué como


el hábito que recibió: religioso-militar. En 1535 iniciaba el
Emperador sus preparativos contra Bar bar roja a los efectos
de expulsarlos de Túnez. Dejó de gobernadora en España a la Em-
peratriz, y en mayo salió de Barcelona, tocó en Mahón, costeó la
isla de Menorca y llegó eíl 10 de junio a Cagliari, en Cerdeña. Esta-
ban allí reunidos 7.000 lansquenetes alemanes de Elerstein, com-
batientes españoles bajo el mando del Marqués del Gasto y varias
naves enviadas por el Papa, con Andrea Doria. Formaban, con los
12.000 suyos, un conjunto de 34.000.
Con 300 velas enderezó hacia Cartago, donde desembarcó 33.000
hombres. Informa un memorial de la época que acompañaban al
Emperador el Conde de Oropesa y sus tres hijos. Esto lo confirma

(1) De Don Francisco de Toledo, supremo organizador del Perú. (En


prensa.) Calpe, Madrid.
CARLOS V Y EL VIRRKY TOLEDO 429

Don Francisco en carta dirigida al Cardenal de Sigüenza en no-


viembre de 1569, antes de ir al Perú, y aparece nuevamente en el
pleito postumo, en constancias dadas por oficiales de justicia, acer-
ca de los servicios que prestara.
El puerto de la G<ileta fué tomado en 14 de julio. Barbarroja
hizo frente a las tropas cristianas en el camino entre la Goleta y
Túnez y fué vencido, entrando Inego el Emperador en la ciudad,
donde puso en libertad 20.000 cautivos blancos. No insistió en su
campaña, que fué así de pocos frutos, y mientras se celebraba en
Itallia su triunfo, los turcos huidos, rehechos, le quemaban puer-
tos en las Baleares y habían dt obligarle seis años más tarde, en
Argel, a otra lucha efímera e ineficaz (1).
El clero de Ñapóles recibió a Carlos V con alegría, como lo
hizo el Papa en abril del año siguiente, habiendo ya estallado la
guerra entre el Emperador y Francisco I, por haber éste violado
el acuerdo de Cambrai y entrado en Saboya. Roma se vistió de
gala e hizo pasar al César por vía triunfal bajo los arcos de Cons-
tantino, Tito y Septimio Severo. Mucho esperaba el Papa Pau-
lo III de la futura acción de Carlos V sobre Constantinopla y
contra Solimán ; pero la negativa de Francia, por razones políti-
cas, y la de Venecia, por motivos comerciales, a esa proposición,
impidió la unión de la Cristiandad contra los turcos y mantuvo
por mucho tiempo en Europa la intranquilidad a causa de sus
progresos. De ahí que no escatimara el Papa sacrificio alguno.
Para facilitar el paso del sucesor de los Césares hasta el Va-
ticano y allanar el camino, según cuenta Rabelais, entonces en
Roma, se derribaron más de doscientas casas. Al llegar el Em-
perador a la plaza de San Pedro, rindió homenaje al Papa y
ambos entraron en la Basílica, donde asistieron a un Te Deum.
Fué después alojado en los apartamentos de Alejandro VI y de
Inocencio VIII.
Transcurrida la Semana Santa, dio el Emperador en público
una nota que sorprendió vivamente al Papa, a los representantes

(1) Barbarroja había perdido más de cien barcos ; pero Solimán dio
a 6U almirante nuevos elementos de combate y éste intensificó el esfuer-
zo naval turco. Véase Freeman (E. A.) : The Ottoinan power in Europe,
Londres, 1877, y La Jonquiere (A.) : Histoire de l'Empire Ottoman dcpids
les origines jusqu'a nos jours, París, 1914.
430 ACCIÓN BSPAÑOLA

de Francia y a la opinión europea en general. Sandoval (1), coin-


cidente en su crónica con una carta del Embajador Peregrino,
que asistió al acto, cuenta que se presentó en la Sala dei Para-
menti y sin aviso previo de sus intenciones, pronunció un dis-
curso en castellano ante el Papa, los Cardenales y los Embaja-
dores, que remató con una proposición desconcertante. Era una
requisitoria contra Francisco I. Recordó en ella las fases de sus
relaciones con su adversario : la guerra de Milán, Pavía, el Tra-
tado de Madrid, su violación y la Paz de Cambrai, que el Rey
tampoco había respetado, intentando además excitar a los pro-
testantes alemanes contra su autoridad. No obstante la política
prudente y conciliatoria que él observó, había entrado Francis-
co I en Italia, tomado Saboj'a, que era un feudo imperial, y exi-
gido la devolución de Milán. Terminó Carlos V proclamando que
estaba preparado para la paz; pero que si su enemigo prefería
la guerra, aceptaría encontrarse con él en combate singular, de-
biendo ser el precio de la victoria, por su parte, Borgoña, y por
la de Francisco I, Milán. Este discurso de Carlos V, de acuerdo
con testimonios de cronistas presentes, como Della Porta y un
escritor italiano anónimo, causó viva sensación. Escribe Pastor (2)
que «el Emperador había hablado una hora y media con tanta
dignidad y sagacidad, con tan notable retentiva y un arreglo tan
ordenado del tema, que todos los presentes quedaron muy ad-
mirados» .
I/a contestación de Francisco I, recibida después de la partida
de Carlos, rechazaba rotundamente las proposiciones imperiales y
rehusaba evacuar Saboya. La guerra era fatal, y fué harto esté-
ril. Informa Vandenesse que las tropas de Carlos V, al invadir
la Provenza, seguían este o:den : oAndrea Doria, Príncipe de
Melfe, general de mar por S. M. iría con sus galeras y naves lle-
vando municiones y víveres y artillería gruesa, lo más cerca po-
sible de tierra, para utilizarlas en su caso, y que Don Pedro de
la Cueva, Capitán general de artillería, iría con é l ; el señor Don
Fernando de Gonzaga, Príncipe de Molpeta, hermano del Duque

(1) Sandoval (Fr. Prudencio de) : Historia, vida y hechos del Em-
perador Carlos V, Pamplona, 1614.
(2) Pastor (Dr. Lud-^ing) : The History of the Popes, vol. XI, Lon-
don, 1928.
CARLOS V Y BL VIRREY TOLEDO 431

de Mantua, Virrey de Sicilia, general de la caballería ligera, con


sus soldados, iría a lo largo de la costa ; una jornada después le
sieguiría el Conde de Benavente, Capitán de los Gentileshombres
de la Casa, y con ellos cien arqueros ; otra jornada después iría el
Duque de Alba, Capitán de los soldados del reino de Ñapóles. Des-
pués seguiría el Señor de Isselstayn, Capitán de las tropas de los
Países Bajos ; después ocho mil caballos para la artillería ; S. M.,
sus Príncipes, los de su Cámara y boca y oficiales de su casa.
Antonio de Leyva, el Marqués del Gasto con sus peatones, peo-
nes y caballos y las gentes de los Príncipes, irían todos con S. M.
por otro camino y entre las montañas. En este orden partieron.
Los nombres de algunos Príncipes y número de soldados que
S. M. tenía en Savigliano para dicha empresa eran : los Duques
Guillermo de Baviera, Felipe, Palatino; de Brunswick, de Sa-
boya y de Alba; Marqués de Brandemburgo, de Saluccio ; Prín-
cipe de Molpeta, Melfi, Asculi, Salerno, Bisignano, Squilache,
Estellano, Sulmona ; Don Francisco de Asti, hermano del Duque
de Ferrara ; Conde de Benavente, Marqués de Aguilar y otros mu-
chos Condes y Señores. 25.(XK) peones alemanes, mandados por
su Capitán Antonio de Leyva ; 10.000 peones españoles, 15.000 ita-
lianos, mandados por el Marqués del Gasto ; 101 piezas de artille-
ría, dobles cañones, cañones y medios cañones y piezas de cam-
paña ; 3.000 caballo-ligeros a las órdenes de Femando Gonzaga ;
1.200 flamencos, 1.200 lanzas de Ñapóles mandadas por el Duque
de Alba, lanzas venidas de Alemania ; 700 caballos de las gentes
de estos Príncipes y 1.100 caballos de los de la casa de S. M., et-
cétera, etc.»
La invasión fracasó sin que se llegase a concertar una sola ba-
talla. Murieron de una epidemia buenos capitanes, entre otros Don
Antonio de Leyva. Se trabaron escaramuzas en Picardía que a
nada llevaron, sino a extenuar a los combatientes. El Empera-
dor salió para España el 15 de noviembre, a los efectos de pedir
a las Cortes nuevos recursos. En esta campaña estuvo Toledo,
pues escribe : «serví a la Magestad del Emperador en Sicilia, Ña-
póles y Roma, hasta que pasó a la primera guerra de Francia y
en todo d discurso de ella, hasta que murió el Señor Antonio (de
Leyva) y Su Magestad se volvió a embarcar para estos Reinos...»
Siguió Paulo III disuadiendo a Francisco I de conservar su
alianza con los turcos, esforzándose por atraerlo a la Liga for-
432 ACCIÓN ESPAÑOLA

mada con el Emperador y Venecia. Logró tan sólo que bajara


a Niza, donde los dos viejos adversarios rehusaron avistarse. Sin
embargo, Carlos V aceptó la proposición Papal de negociar una
tregua, y acudió a Villafranca por mar. Francisco I llegó a Villa-
nueva, a pocas millas de Niza. Después de algunos días de in-
sistencia del Pontífice fué aceptado por ambos un armisticio de
diez años. La Reina Leonor tuvo sobre los dos Monarcas mejor
influencia que Paulo III, pues gracias a ella se realizó entre su
esposo y su hermano, en ese mismo año de 1538, la famosa, por
inesperada, entrevista de Aguas Muertas (1). Los autores están
concordes en que nada trascendió de ella ; sólo se sabe" por cartas
de Carlos V que Francisco I prometió a3rudarle contra los pro-
testantes de Alemania —lo que no hizo—, y juró desinteresarse
de la campaña contra los turcos, con quienes conservó no obstante
las mejores relaciones (2).
El Emperador regresó a Barcelona y poco después surgió la re-
vuelta de Gante, por razón de tasas e impuestos. Siendo buenas
entonces sus relaciones con Francisco I, resolvió cruzar por Fran-
cia en vez de hacer el viaje por mar. Agradó al Rey la confianza
y recibió y trató a su antiguo enemigo con caballeresca deferencia.
Llegó a Gante el Emperador con 5.000 soldados y Señores de los
Países Bajos, sobreviniendo sucesos que le obligaron a correr de
un país a otro, sin concluir nunca lo iniciado. Luchaba contra los
Príncipes alemanes para detener en sus Estados el progreso deil
luteranismo, y de pronto lo abandonaba todo para bajar a Flandes,
acudir a las puertas de Viena, hasta Túnez o Argel contra los tur-

(1) Pendagha (Angelo) : Paolo III, Pontífice ; Cario V Imperatore e


Francesco I Re di Francia in Nizza per trattare la pace del 1538, Ferra-
ra, 1870. Weiss (Ch.) : Papeles de Estado del Cardenal Granvela, Pa-
rís, 1847.
(2) En esa época acababa Barbarroja de saquear la costa de Apulia
y las islas del Archipiélago, como Syra, Paros, Naxos, etc., etc. Fué lue-
go en busca de las flotas de Carlos V, de Portugal, de Genova, de Vene-
cia y de los Estados Pontificios, mandadas por Andrea Doria, y venció
a éste en la batalla de Prevesa, capturándole siete barcos. Véase Kantemir
(Dimitri) : The History of the growth and decay of the Ottoman Empire,
traducido del latín por N. Tindal, Londres, 1734-1735. Lybyer (A. H.) :
The government of the Ottoman Empire in the time of Suleiman the Mag-
nificent, Cambridge (Mass), 1913. Downey (Fairfax) : Solimán le Magni-
fiqíie, París, 1980.
CARLOS T «r 81, VIRRSY TOLEDO 433

•eos, atacar al Rey de Francia o pretender doblegar la voluntad in-


<k>blegable de Paulo III.
Aun cuando la tarea superase las fuerzas de un hombre, negá-
base a encomendar a otros su prosecución por una suerte de en-
greimiento que le movía a considerarse el único capaz de pen-
sar, organizar y ejecutarlo todo. La variedad de los intereses en
juego justificaba aparentemente su versatilidad ; pero perdía al
dispersarse en el espacio el arraigo que le hubiese convenido acu-
mular en un punto hasta vencer.
Después de sofocada la revuelta en Gante, sometiendo el Con-
•«ejo Municipail al ¡xxler real, salió el Emperador para Ratisbo-
na, donde había convocado una Dieta con la esperanza de conciliar
ípuntos de doctrina entre representantes del Papa y delegados de
"los protestantes alemanes. En esos debates intervenía, cuando
•su hermano Femando le rogó enviara socorros urgentes para de-
fender a Hungría contra los turcos. Terminada la discusión de
los dogmas, y sólo entonces, resolvieron los Electores y Prínci-
pes alemanes concederle un socorro de 80.000 florines; pero ya
-era tarde. Aprovechándose los turcos del apasionamiento de los
subditos de Carlos V por las controversias religiosas, se ha-
bían apoderado de Buda. El Emperador no intentó perseguir al
•Sultán que iba de regreso para Constantinopla. Era demasiado
fácil, y como lo refiere Sandoval (1), prefirió atravesar Italia has-
ta Genova para con un golpe de audacia que maravillara al mundo
y espantara a los turcos, triunfar en Argel. Era época de violen-
tas tormentas, y aun cuando intentara el Papa disuadirle de su
•«nipresa, rogándole fuera a ayudar con sus fuerzas a Fernan-
do, en vez de dividirlas en puntos apartados, no fué atendido. Su
victoria de Túnez le daba fe en su estrella. Desde Italia envió
embajadores a Francisco I pidiéndole mantener el armisticio y
proponiéndole que los Países Bajos fuesen la dote de su hija en
«u casamiento con el Duque de Orleáns, en vez de Milán. De
esto da cuenta Pastor (2) y debió ser una reiteración de conciertos
ya formulados, pues escribía Toledo al Cardenal de Sigüenza, re-
cordando esas épocas: «Torné a pasar con él [Carlos V] cuan-
do Su Magestad pasó a Francia por tierra, serví todos aquellos

(1) Sandoval (Fr. P. de) : Op. cit.


(2) Pastor (Dr. Ludwig) : Op. cit.
*34 ACCIÓN ESPAÑOLA

años en la guerra de Francia hasta que Su Magestad tomó apunta-


miento con el Rey de dar aquellos Estados de Flandes o de Mi-
lán al Duque de Urbiens [Orleáns] que a dar cuenta de este apun-
tamiento al Príncipe, Rey nuestro Señor que ahora es, me mandó,
venir a estos reinos por la posta, volviendo asimismo por la posta.
a Flandes.»
Toledo refiere haber estado en la batalla de Argel, tan im-
provisada como desastrosa. Traía Carlos V 6.000 alemanes, ade-
más de .16.000 soldados españoles e italianos. Cuentan d'Her-
bays (1) y Vandenesse, que después de desembarcar hicieron lo
posible por mantener su campo ; pero lluvias torrenciales transfor-
maron el sitio en inmenso lodazal, inutilizando las municiones y
abastecimientos. A la vista de los soldados se perdieron en la
mar diez galeras grandes y más de cien transportes. El Emperador
hubo de desistir y retirarse antes de haber transcurrido dos sema-
nas del desembarco.

* * *

Anunciábase un gran acontecimiento de carácter religioso y


éste, conjuntamente con la sujeción de los Príncipes protestan-
tes de Alemania, habían de absorber definitivamente al Empe-
rador ihasta su abdicación. El Papa, viendo el fracaso de la Dieta
de Ratisbona, preparaba un Concilio destinado a sentar puntos de
doctrina y a alcanzar la reintegración de los protestantes a la re-
ligión católica apostólica romana por medio de avenimientos. El
Concilio de Trento fortaleció doctrinas, puntualizó obligaciones, re-
formó el clero y dio directivas ; pero provocó graves disidencias de
orden político entre Paulo III, Francisco I y Carlos V y no pudo cu-
brir el cisma que abierto estaba y abierto quedó.
Vuelto a España, convocó el Emperador en 1542 las Cortes en
Valladolid, en busca de nuevos recursos para proseguir guerra»
contra los turcos y contra Francia. Suplicáronle los procuradores
de Burgos y de Toledo que no se ausentase tanto de España, y
él prometió que sólo lo haría en casos de urgente necesidad, tras

(1) D'Herbays : Description des voyages jaicts et victoires de Char-


les Quint, Academia de la Historia, Madrid.
CARLOS V V KL VIRREY TOLEDO 435

lo cual... partió para Alemania en mayo de 1543 y no regresó ¡has-


ta 1556!
En el año 1540, al enterarse Carlos V de las guerras civiles
del Perú, había dado comisión al Licenciado Vaca de Castro para ir
en calidad de juez de comisión y revisar la distribución de enco-
miendas. Pero después de saber de la ejecución de Almagro, le
añadió título de Gobernador, para que en el caso de fallecer Piza-
rro también, estando él en el Perú, tomase en sus manos el go-
bierno conjunto de las jurisdicciones de la Nueva Castilla y Nue-
va Toledo, concedidas a ambos conquistadores a modo de gigantes-
cos feudos. Esa cédula del 9 de septiembre de 1540 fué, como dice
Montesinos, profética ; pues poco después de llegar Vaca de Cas-
tro al Perú, y asesinado el Marqués por conspiradores encabezados
por Diego de Almagro el mozo, castigó al sedicioso en el campo de
Chupas e hízose luego cargo del poder. Desaparecieron las pri-
mitivas denominaciones de Nueva Castilla y Nueva Toledo. Por
primera vez existió la entidad política PERÚ, bajo el mando de
un solo gobernante, y por primera vez estuvo la tierra conquistada
por Pizarro y Almagro bajo la exclusiva dependencia de la Co-
rona.
El año de 1542 fué en Europa de conflagración general. Mien-
tras los Príncipes protestantes y el Papa cumplían sus promesas
enviando soldados al Rey Femando para luchar contra los tur-
cos, y mientras Francisco I, que hacía descansar su equilibrio en
su amistad con Solimán, declaraba la guerra al Emperador y en-
viaba a su hijo el Delfín sobre el Rosellón, Carlos V, que gestio-
naba en la oportunidad una alianza con Enrique VIII de Ingla-
terra, quedaba sin inmutarse en Valladdid presidiendo una junta
de teólogos. Allí presentó }• leyó Las Casas su apocalíptica Destruc-
ción de las Indias que había de falsear por más de tres siglos la
historia de la conquista de América (1), y allí se redactaron, bajo
la sugestión de los cuadros trágicos e imaginarios que su exalta-
ción enfermiza evocara, las Nuevas Leyes que habían de revolver
las Indias. Contenían disposiciones políticas buenas, y nuevas me-
didas absurdas tocante al régimen de la encomienda. Por las pri-
meras creaba el Virreinato del Perú y una Audiencia en Lima ;

(1) LevilHer (Roberto) : Las Casas. Conférence á la Sorbonne, Revue


de la Société d'Histoire Moderne, París, 1932.
436 ACCIÓN ESPAÑOLA

por las segundas reglamentaba las relaciones entre la Corona, los


encomenderos y los indígenas. Tomadas estas últimas a la ligera,
sobre datos falsos y desconocimiento del ambiente, fueron suspen-
didas en México, no se aplicaron en Nueva Granada y provocaron
en el Perú da rebeldía sangrienta de Gonzalo Pizarro y un estado de
anarquía que duró más de diez años.
Proseguía la guerra contra los turcos en Hungría. Joaquín,
Elector de Brandemburgo, que tenía el comando, se condujo de un
modo incomprensible. Eran 55.000 hombres entre húngaros, aus-
tríacos, bohemios y soldados papales, de cuj'o poder era sensato
descontar eficacia. Sin embargo, mientras las fuerzas de Paulo III
asaltaban Ofen, Brandemburgo se retiraba sin combatir. Carlos V,
como de costumbre, no insistió en la campaña (1). Había pasado
de Italia a Alemania viniendo de Barcelona en 1548 y alistó su
ejército para invadir Francia por el Norte. Sitió con 30.000 infantes
y 4 a 5.000 de a caballo la villa de Duren, perteneciente al Duque
de eleves. Informa la Relación Anónima (2), que la plaza fué to-
mada, así como dos otras ciudades de Gueldres, algunos días más
tarde. En ambas operaciones estuvo Toledo : «serví después en las
guerras de Gueldres y de Dura (Duren) hasta que aquello se ganó».
El Emperador no descuidaba la defensa de Italia, y estando en
Bruselas envió a Toledo a esa provincia para asistir a Cosme de
Médicis, al Príncipe Doria, a Don Juan de Luna y al Marqués dell
Gasto. Allí estuvo el futuro Virrey en 1544, como lo atestiguan car-
tas de Carlos V y del Duque de Florencia a él, y cartas de él (in-
cluidas en Anexos) al Emperador. No era de trascendencia su mi-
sión ; pero debió cumplirla a satisfacción del Monarca cuando éste,
poco pródigo en elogios, le escribió haber entendido «el cuidado y
diligencia que habéis puesto en lo que era menester», añadiendo:
«os agradescemos muaho el oficio que por vuestra parte habéis he-
cho y la voluntad con que en todo os habéis empleado que ha sido
y es conforme a la que Nos os tenemos y tememos siempre para ha-
ceros merced».
El ataque en el Norte y en el Sur fué simultáneo. Mientras el
Marqués del Gasto preparaba el socorro de Monaco, desembar-

(1) Vambery (A.) : The story of Hungary, London, 1886.


(2) Voyages de 1'Em.pereur Charles Quint. Manuscrito anónimo, Bi-
blioteca Nacional, Madrid.
CARLOS V Y EL VIRREY TOLEDO 437

caban en Calais 5.000 españoles, y Catlos, acompañado de tropas


del Duque de Sajonia, entraba en Metz. Puso después sitio a Saint-
Dizier, donde el Príncipe de Orange fué herido y muerto. Atrave-
só Chalons y siguió a Epernay hasta llegar a Soissons. A poca dis-
tancia de esta ciudad se firmó la Paz dit Crespy. Por ella quedaba
concertado el enlace del Duque de Orleáns con la Infanta María,
hija del Emperador. Dlevaría en dote los Países Bajos y Flandes.
Hacíase presente la alternativa de que si se casara con la hija de
Fernando, ella aportaría en dote Milán. El Emperador renunciaba
a sus pretensiones sobre Borgoña; el Rey de Francia daba a su
hijo los ducados de Orleáns, Borbón, Chatellerault y Angulema,
abandonaba Piamonte y Saboya y renunciaba a Flandes y al Ar-
tois. Ambas partes se comprometían a combatir contra los turcos
y a sostener la fe católica. La muerte del Duque de Orleáns, acaeci-
da el 8 de septiembre de 1545, anuló el tratado de Crespy y dejó
todo en statu-quo, quitando nuevamente a Carlos V el fruto de
sus victorias.
Sin embargo, quedaba la paz asentada por algún tiempo. Y al
concertar Femando un armisticio con los turcos, en noviembre
de 1545, terminó Carlos V el año con la posibilidad a la vista de
consagrarse por entero a la cuestión religiosa que le apasiona-
ba : un arreglo con los protestantes alemanes de la Liga de Schmal-
kalda sobre un credo aceptable, a tratarse en la Dieta de Ratisbona.
Ofrecíansele tres medios de acción : obligarlos a reintegrar la
Iglesia Católica, buscar una fórmula intermedia que les diera sa-
tisfacción y pudiera ser aceptada dignamente por él, si el Papa
se negara a ello, o bien dejarles entregados al luteranísmo. El
Emperador comenzó por la guerra. Inútil fué. Los principios de
Lutero habían penetrado hasta el alma de Alemania, de Sui-
za, de Inglaterra y de los países escandinavos, y la presión de la
fuerza exacerbó los sentimientosi de rebeldía de los protestantes
sin alterar su fe ni disminuir su voluntad de gozar de libertad
de conciencia (1).
Poco después supo el Emperador del alzamiento y rebeldía de
Gonzalo Pizarro contra Blasco Náñez Vela. Juzgó, por las in-
formaciones recibidas, imprudente y poco política la conducta de
su Virrey y resolvió mandar un pacificador con plenos poderes,

(1) Pastor (Dr. Ludwig) : Op. cit.


438 ACCIÓN ESPAÑOLA

al cual quedaría sometida su autoridad. Más adelante, temien-


do que las dos cabezas llegasen a chocar, escribió desde Venloo
una carta a Blasco Núñez Vela ordenándole que regresara dejan-
do a la Gasea el gobierno exclusivo del Virreinato.
Esos años se caracterizan por despiadadas luchas religiosas.
En Francia eran perseguidos los protestantes; en Inglaterra, Es-
cocia e Irlanda, los católicos. La insubordinación de los prínci-
pes luteranos obligó a Carlos V a hacerles frente. Disponía de
60.000 hombres de infantería y 14.<X)0 de a caballo. Rechazó en
Jngolstadt los ataques del Duque de Sajonia y del Landgrave de
Hesse. Acampó luego sobre Neuburg, viniendo los habitantes a
rendirse ; luego tomó Dillingen, Donauóeth y Lavingen. Los con-
federados se retiraron al norte de Ulm; el Emperador entró en
Rotemburgo. Recibió luego en Heilbron los representantes del
Duque de Wittemberg que venían a pedir misericordia y poco
después abrió sus puertas la ciudad de Frankfort. No les impuso
más pena a los vencidos que pagar los gastos de guerra (1).
Ganó contra el Duque de Sajonia la batalla de Mühlberg, to-
mó a Meisen, hizo prisioneros al Elector Juan Federico, a los
Duques de Brandemburgo y de Brunswick y al Landgrave de Hesse
3' firmó la paz obtenida por sus triunfos en Wittemberg. En ese
año fausto de 1547 pasaron a mejor vida Enrique VIII y Fran-
cisco I.

* * *

La tentativa de conciliación de Augsburgo fué el acontecimien-


to capital de la vida de Carlos V hasta 1551, pues en cuatro años
no salió de Alemania y Flandes. Era todo su afán construir un esta-
tuto rdigioso provisional. Sastrow, Menzel y Wolf han tratado de
manera superior este tema en sus historias de la Reforma, así como
Pallavicini en su estudio del Concilio de Trento. Deseaban los Prín-
cipes protestantes «que se reuniera un concilio cristiano, sea en
Trento u otra parte en Alemania, para remover doctrinas erró-
neas y abusos, a las decisiones del cual se sometería Paulo III.
Presentaban otras exigencias igualmente incompatibles con la so^

(1) Maurenbrecher (W.) : Carlos V y los protestantes alemanes, 1545-


1565. Dusseldorf, 1885.
CARLOS V Y BI. VIRREY TOLBDO 439

beranía del Jefe de la Iglesia, En junio de 1548 quedó sancionada


-en la Dieta la tDeclaración de Su Magostad Imperial y Romana
sobre la observación de la religión dentro del Santo Imperio, hasta
la decisión de un Concilio general». Los teólogos del Concilio de
Trento, que concurrían entoncesi en Boloña, encontraron en ella
faltas de fundamento. El mismo Catlos V reconoció más tarde
la absoluta inutilidad de sus esfuerzos. La reunión de dicho Conci-
lio, al propio tiempo en que se celebraba la Dieta de Augsbur-
_go, le contrarió vivamente, y subió a tal punto su enojo, que ame-
nazó secularizar las iglesias y los conventos de sus Estados, obli-
gándoles a entregar la mitad de sus bienes muebles en oro y plata,
y la mitad de las rentas destinadas al fondo para edificación (1).
Duró este conflicto hasta la muerte de Paulo III, en 1549.
Las ciudades alemanas parecían sometidas; pero los protes-
tantes seguían en sus creencias sin que las guerras ni las vic-
torias del Emperador, ni la Dieta de Augsburgo, ni el Interim
ejercieran sobre sus sentimientos la menor influencia.
Los intentos de Carlos V para alcanzar una conciliación reli-
giosa que restableciera la unidad de fe en Europa sufrieron un
fracaso dramático, ocasionado por la resistencia alemana y la in-
terpretación hostil a sus empeños por parte de los católicos tra-
dicionalistas, sumisos a la autoridad absoluta de la Iglesia. Fué
a la vez repudiado por príncipes protestantes y por el Vaticano.
Sospechaban los cardenales de su ortodoxia católica y atribuían
sus actos a manejos para quebrar el poder Papal y sujetarlo al suyo,
€n lo político. Repugnaban los príncipes a sus gestiones concilia-
doras, imputándolas al propósito de circunvenirles jwr compromi-
sos y negarles luego el disfrute de libertad religiosa y política. Y
tan violentos llegaron a ser su temor y su odio, que mientras se
reunían con los católicos en el Concilio de Trento, en 1551-1552,
• con aparentes deseos de alcanzar un acuerdo, Mauricio de Sajo-
rna, y otros Príncipes coaligados con él, revelaban a las claras,
al asociarse a Enrique II de Francia para deshacerse de Carlos V,
que su Interim era una inaguantable imposición. No pretendían
«manciparse de los Habsburgos; pero estaban resueltos a luchar

(1) Pallavicini (Sí.) : Istoria del Concilio di Trento, Roma, 1664


Leva (G. de) : Storia documentata di Cario V in correlazione aU'Italia,
Bolonia, 1863-1895.
440 ACCIÓN ESPAÑOLA

a muerte y a sacrificar una parte del territorio nacional para a l -


canzar la libertad de cxilto. Así, de las gestiones abiertas entre ellos-
y Enrique II, quedó concertado en el tratado secreto de Chambord^
de 15 de enero de 1552, dar al Rey las ciudades de Metz, Toul y
Verdún en cambio de su apoyo militar.
La Liga triunfó. El Emperador, atacado en Innsbruck, hubo-
de salir precipitadamente hacia Flandes, caminando toda una no-
che con Fernando, su hermano, alumbrados por antorchas de pa-
ja. Tal lo refiere Sandoval, añadiendo: «Su Magestad salióse de
Innsbruck y retiróse, que en rigor es huir, y fué de tal manera, que
aun no hubo lugar de recoger la recámara y ropa del Emperador,,
que salió a media noche ; y aun dicen que salía él por una puerta
y la gente de Mauricio [de Sajonia] con su hermano Augusto en-
traban por otra; tan apretada estuvo la cosa.i
Los Príncipes, reunidos en Worms, y la Cámara Imperial de
Espira celebraron con él una Dieta en Passau, y otra vez se bus-
có un arreglo entre ambas religiones. Lo único eficaz fué la anu-
lación del Interim de Augsburgo y la libertad de los Príncipes
apresados en Mühlberg. Era el puente hacia el triunfo absoluto. En
efecto, una vez firmada la paz en Augsburgo, quedaba acordada
la libertad de culto a los Príncipes y a sus Estados (1).
Tal era el giro trágico que había ido tomando desde varios años-.
el destino del Emperador. Esa lucha fué su vía-crucis y presin-
tió sin duda en ella un anuncio de la Providencia. Difícil le era,
cruelmente vencido en d terreno religioso, ser a la vez Rey de la
católica España y de la Alemania luterana. Y sufría de gota. Re-
solvió dimitir de sus grandezas y las distribuyó, en un acto so-
lemne en Bruselas, entre su hermano y su hijo en enero de 1556.
España, los Países Bajos, Sicilia y Ñápeles, los dominios de
Ultramar, pasaron a Felipe. A Fernando reservó la soberanía,
de Alemania y la corona imperial (2). Quiso además dejar en
paz a sus heredero®, y para ello firmó con Francia la desastros».

(1) Maurenbrecher (W.) : Op. cit.


(2) Lanz (Dr. Karl) : Correspondenz des Kaisers Karl V, Leipzig,
1844-1846, y sobre detalles de la abdicación, Gachard : Analectes Histori-
ques, Belgique, 1880, y Mignet (M.) : Charles Quint, son ahdication, softe^
sifouf et sa mort au Monastire de Ynste, París, 1864.
CARLOS V Y BL VIRREY TOLEDO 441

tregua de Vaucelles, por la que recibía Enrique II las tres ciudades


de Metz, Toul, Verdún, y guardaba sus conquistas en PiamontCy
en pago de su apoyo a los protestantes. No era muj' pesada esa
pérdida para el Imperio, si se consideraba que ella representaba
el precio de la libertad de conciencia de Alemania. Tuvo, no
obstante, en el porvenir de ambos países, una influencia conside-
rable que aún no parece haber agotado sus efectos.

* * *

La noticia de la abdicación de Carlos V llegó a Lima en 1557,,


conjuntamente con sus órdenes de que en adelante se obedeciese
a su hijo Felipe II. Gobernaba e)l Marqués de Cañete, que había
sucedido a Don Antonio de Mendoza, mandado por el Empera-
dor desde México de Virrey al Perú, después de haberse retirado
el Pacificador La Gasea con un aparente triunfo, en 1550. Orga-
nizó dicho representante real, el 25 de julio, una solemne cere-
monia de toma de posesión.
En esa fecha, dice Montesinos (1), «salió el Virrey y Audien
cía Real, los Oficiales de la Real Hacienda y el Cabildo y Regi-
miento ; iba el Virrey en un caballo blanco; los Regidores con
ropas rozagantes de raso carmesí y gorras de terciopelo del mis-
mo color, a caballo; Nicolás de Ribera el Viejo, como Alférez
de la ciudad, llevaba su pendón de damasco amarillo, que por una
parte tiene las armas del Imperio y Castilla y por otra las de
la ciudad ; iba el Arzobispo con el Virrey, las dignidades de la
iglesia con la Audiencia y los Canónigos con el Cabildo eclesiásti-
co y la clerecía interpolada con los caballeros de la ciudad. Todos
los eclesiásticos ibají con sus lobas y manteos largos de raso ne-
gro y a muía, y los caballeros y vecinos del reino a caballo con
ricos vestidos. Hizo alto todo este acompañamiento en la plaza, sin
haber hedho más que juntádose en ella, como a las ocho de la ma-
ñana. Estaba delante del Virrey Diego de Barahona, su caballe-
rizo, a caballo con un estoque desnudo en la mano sobre el hombra
derecho y dos reyes de armas a los lados con sus mazas de plata
al hombro, vestidos de damasco carmesí. Tocóse mucha música v

(1) Montesiooe (Fernando) : Rnales del Perú, publicado por Víctor


M. Houitoa, Madrid, 1906.
442 ACCIÓNKSPAÑOLA

trompetas, ministriles, atabales y el clarín del Virrey, y habiéndo-


se disparado la artillería gruesa, dio el Virrey, en presencia de todo
el concurso, la carta del Emperador al secretario Pedro de Avenda-
ño, y le mandó la leyese públicamente, y habiéndola leído, el mis-
mo Virrey dio la del Príncipe, y le mandó que la leyese ; acaba-
das de leer, toma el Virrey en la mano derecha un Pendón Real de
damasco carmesí; de una parte tenía dibujada la imagen de San-
tiago, y de la otra la de Nuestra Señora, y habiéndolo puesto en
un portadave, hizo accidentar un poco de tiempo su caballo, di-
ciendo y apellidando : «Castilla, Castilla, Pirú, Pirú, por el Rey
Don Felipe, nuestro Señor.» Consecutivamente el Arzobispo, Oido-
res, dignidades y Cabildo y canónigos, y los reyes de armas y todo
el concurso apellidaban lo mismo.
»A este tiempo, el Virrey y el Arzobispo tomaron de una fuen-
te de oro cantidad de moneda que se había mandado nuevamente
hacer para este efecto ; eran unos reales grandes de plata ; tenían
por una parte las armas de Castilla, en el anverso las imágenes del
Príncipe Don Felipe, Rey de España, y de la Serenísima María,
Reina de Inglaterra y de España, su mujer, con estas letras de
una parte : Philip et Maria. D. G. R. ang. F . R. nea. per. His-
pan., y en el reverso estas letras : Philipus Hispan. Rex. Y esta
fué la primera moneda que se labró en el Pirú. Tomaron, pues,
della el Virrey y Arzobispo, y a puñados derramaron y arrojaron
por la plaza ; luego el Virrey entregó este pendón que tenía al Ca-
pitán Pedro de Córdoba, y con él, y Nicolás Ribera con el de la
ciudad, fueron por las calles apellidando lo mismo que el Virrey
había dicho, siguiéndoles el acompañamiento y a la postre el Vi-
rrey y Arzobispo con grandes copias de música. Volvieron des-
pués a la catedral ; los que llevaban los pendones, los arrimaron
a un lado del altar mayor; hízose luego procesión alrededor de la
iglesia ; iba el Arzobispo de pontifical con toda autoridad y la
clerecía y religiosos de Santo Domingo, San Francisco, San Agus-
tín y Nuestra Señora de la Merced. Dijo misa el Arzobispo y acaba-
da, Don Pedro de Córdoba metió el pendón en Palacio y Nicolás
de Ribera el de la Ciudad en Cabildo, ptrotestando los de él que \o
que habían hecho había sido en virtud del mandato del Emperador
y de la renuncia que había hecho de los reinos de España en su hi-
jo. Luego el Virrey avisó a todas las ciudades y villas del reinOj y
CARLOS V y EL VIRREY TOLEDO- 443

con la misma ceremonia del Pendón Real tomaron posesión por


el Rey destos Reinos.»

* * *

No pensó ya Carlos V sino en descansar y eligió España a


modo de retiro. Embarcó en Flesinga en septiembre de 1556, lle-
gó a Laredo, pasó por Burgos y Valladolid, siguió por Medina
del Campo y entró el 12 de noviembre en el castillo de Jarandilla,
que pertenecía a los Condes de Oropesa. Allí quedó hasta el 3 de
febrero de 1557, mientras se preparaba su alojamiento en Yuste (1).
E l hermano de Don Francisco de Toledo y él no vivieron con el
Emperador en Jarandilla, pues quiso, por delicadeza, que le dejasen
solo para no imponerles los gastos de su Casa. Informa de ello el
Mayordomo Martín Gaztelú en carta a Juan Vázquez, de 18 de
noviembre de 1556 : «El Conde y su hermano Don Francisco se
fueron ayer a Oropesa, porque parece que así se les dio a entender
por mandado de su Magestad, con fin de quitarlos de costa y no
desasosegarlos...»
No obstante, así el Conde de Oropesa como Don Francisco de
Toledo le acompañaron en sus últimos años. E l Virrey escribía en
1569 : «Después que la Magestad del Emperador dejó los Reynos
y se retiró, le servimos mi hermano y yo en su tierra y en su
casa, donde estuvo, todo lo que nos fué posible...»
La estancia de cerca de veinte meses de Carlos V en Yuste ha
sido descrita en sus detalles más nimios (2). Desde las cartas de su
camarero Van Male, hasta las pláticas que tuviera con Francisco de
Borja y las visitas que le hiciera su hijo natural Juan de Austria,
entonces niño de doce años, todo ha sido recogido y es del dominio

(1) Navagiero : II viaggio fatto in Spagna, Vinegia, 1563. Véase tam-


bién : Sandoval: Op. cíí.—Foronda : Op. cJí.—Stirling (W.) : The clois-
Ur Ufe of the Emperor Charles the Fifth. London, 1852.—Stirling, al refe-
rirse a D. Francisco de Toledo, escribe equivocado que éste ya había sido
virrey <lel Perú, siendo así qnie fué nombrado diez años después de la
muerte de Carlos V en 21 de septiembre de 1558.
(2) vStirling : Op. cít.—Miguet: Op. cií.—Sigüenza : Historia de la
Orden de San Jerónimo, Madrid, 1595.—Gachard (R.) : Retraite et mori
de Charles Quint av Monastére de Yuste, Bruxelles. 1854.
*44 ACCIÓNBSPAÑOLA

público (1). Gachard halló una relación de las personas que forma-
ban parte de la casa antes de que se deshiciera en Bruselas, en-
junio de 1556, y en ella figura Don Francisco de Toledo como
Gentilhombre de boca. Encontrábase el futuro Virrey combatien-
do desde 1554 en Siena, de donde desalojó a las tropas francesas
al mando de Monluc. Rindiéronse el 17 de abril de 1555, firmando-
Toledo la capitulación en hombre del Emperador, con el Duque de
Florencia (2).
La vida en Yuste transcurrió fría y lúgubre como un crepúscu-
lo nublado... No perdió el Emperador contacto con los negocios
mundiales, y en todo lo grave solía consultarle su hijo Felipe.
Pero sus cuidados verdaderos eran su salud y su alma, y sus asi-
duos asistentes el cirujano y el confesor. En el curso de 1558 decli-
nó visiblemente ; el verano exacerbó sus dolores. En septiembre
perdió el Doctor Mathisio toda esperanza de prolongar su exis-
tencia y el paso a mejor vida fué muy seguido. El 20 de ese mes
recibió la extrema unción de manos de Fray Juan de la Regla, es-
tando presente el Arzobispo de Toledo. Contaba entonces cincuenta^
y ocho años, seis meses y veinticinco días. «También vinieron, re-
fiere Stirling, el Conde de Oropesa y su hermano Don Francisco,,
aun cuando estaban ellos apenas convalecientes de su enfermedad.»
Y ese día murió el César a las dos. Encontrábanse en el cuarto,,
fuera de los nombrados, el Prior, los capellanes, Fray Pedro de
Sotomayor, Quijada, Gaztelú, Don Luis de Avila y Don Juan;
de Austria.

* * *

Carlos V fué el único soberano de su tiempo que supeditase-


los intereses políticos de sus Estados y los suyos propios a dog-
mas morales. No se encuentran en su vida pública ni en la pri-
vada actos pérfidos, cálculos mezquinos o abusos de fuerza. Su
ortodoxia le imponía normas, y fueron irreductibles, tan irreduc-
tibles en sus cruzadas de Sur a Norte y de Oeste a Este, como-

(1) Rivadeneira (Padre P.) : Vida del Padre Francisco de Borja. Ma-
drid, 1592.—^Van Male : Lettres sur la vie interieure de Charles V, publi--
cadas por el Barón de Reiffenberg, Bnixelles, 1868.
02) Courteault (Paul) : Blaise de Monluc, París, 1909.
CARLOS V Y EL VIRRBY TOLEDO 445

los sentimientos intensos que mantuvieran el protestantismo en


Suiza, en Alemania, en Suecia, en Dinamarca, en Noruega, en
Inglaterra y lo hicieran asomar a sus propias barbas, en Sevilla.
Luchas de principios, y no de avaricia imperialista, fueron las de
Carlos V, y como él predominaba en su tiempo, se encontraron
los demás pueblos arrastrados en la gravitación de sus inquietu-
des religiosas. Ofreció así el Occidente europeo durante cerca de
cuarenta años el espectáculo de una intrincada y desesperante pug-
na de ideales,
Pero tal magnanimidad y hombría de bien no libran al César
de errores imputables a su carácter. Por éstos malogró lastimo-
samente sus victorias, así para la Cristiandad como para sus reinos
de Italia, Flandes y Alemania. Triunfó contra Francia, contra el
Papa, contra el turco, contra los protestantes, tras largo y duro
bregar, y, sin embargo, al morir en 1558 eran esas potencias más
fuertes que cuando las atacara y derrotara en campañas sucesivas.
Indeciso entre los dictados de su generosidad y el interés de su
política, abúlico a veces, no perseguía, vacilando en imponer su
ley a los vencidos. Jamás salió de sus labios un Vae victis] En-
gañado en los tratados o después, renovaba sus ataques ; pero tam-
poco arreciaba en ellos, de manera que los enemigos dispersos
aprovechaban de su debilidad para volver a la carga. ¡ Fué su labor
titánica un perpetuo hilvanar deshilvanado y rehilvanado, para
deshilvanarse otra vez!
Voluntarioso, exigía que todo doblegara bajo su mando y to-
rnaba iniciativas sin temer la intensidad probable de las reac-
ciones. No supo conservar alianzas ni dirigirlas. Descansando la
política mundial en el eje de su formidable poder, escapaba no
obstante de sus manos el hilo de ella. Precipitóse a romper lan-
ías en favor de la Cristiandad contra el turco, y al hacerse cam-
peón visible, se aisló. Bien enteradas de sus propósitos, los contra-
riaron sistemáticamente Francia, Inglaterra y Venecia, mantenien-
do una expectativa cordial con Solimán, para reservarlo de aliado
en caso de peligro propio. Así pudo dominar al Turco en el Medi-
terráneo y derribar en el Este europeo 'las puertas del Imperio.
Los intereses de Carlos V en Italia eran capitales y se en-
frentaban a las ambiciones de Francia, que dependían en gran
manera de la buena voluntad del Papa. Sin embargo, por con-
trariedades nimias o faltas de atención, irritábase y le querella-
446 ACCIÓN ESPAÑOLA

ba con tropas o con embajadores, proyectando al Pontífice en los


brazos d&\ francés. En la época de Paulo IV fué tal su agresividad
por haberse trasladado el Concilio de Trento a Bolonia, que se
habló en el Vaticano de excomulgarlo y desposeerle de su coro-
na de Emperador.
Atacaba al propio tiempo en Alemania a los protestantes, y
aun cuando demostrara en las discusiones en las Dietas un gran
espíritu de conciliación, no pudo evitar que lo político se mez-
clara a lo religioso, que los Príncipes se aliaran al Rey de Fran-
cia entregando tierra para defender su culto, y que para debilitar
su posición en Italia rehusaran los Papas secundarle en sus cam-
pañas anti-luteranas, como a él le parecía natural que lo hicieran.
En estas luchas, aprovechaba Enrique VIH de la disidencia
de los católicos entre sí para fortalecer el cisma nacido de su ca-
pricho y poner a precio alianzas que no cumplía. A veces incli-
nábase hacia Francisco I, otras en favor de Carlos V, buscando
siempre debilitar o detener al más fuerte, por su acción o su
inercia. Analizando la conducta del Emperador con sus enemi-
gos, se advierte que fué más noble que hábil, más moral que po-
lítica.
España fué en el orden de sus preocupaciones : la mujer bue-
na que se deja en casa y a la que se acude caída la noche. Volvía
desde Italia, Francia y Alemania para pedir nuevos recursos y
recibir de sus manos «el quinto» de oro de México y de la plata de
Potosí, que gastaba fuera. Reintegró la patria de sus abuelos y
de su hijo después de trece años de ausencia, a calentar sus huesos
de gotoso, retorcidos por las neblinas del Norte. Fué más Em-
perador que Rey, y en tal sentido poca gratitud le debe España.
Cierto es que firmaba leyes; pero en lo que afecta a las realida-
des diarias de la nación y a las gobernaciones de América, es al
Consejo de Estado y al Consejo de Indias a quienes deben atribuir-
se en lo esencial las medidas dictadas para su buen gobierno. Por
1547 tomó Felipe II, cumplidos sus veinte años, influyente parti-
cipación en los negocios públicos y alivió la tarea de su padre.
Carlos V pospuso a menudo, como su abuela Isabel la Cató-
lica, con quien ofrece algunas analogías morales, los intereses de
su Imperio a los dictados de su conciencia. Era tan incapaz de
oprimir que aceptó con fervor, por ser afines con sus tendencias,
las utópicas proposiciones que en diversas oportunidades le sugi-
CARIX>S V Y EL VIRREY TOtEDO 4*7

rió Las Casas, y por haber dudado él mismo de su justo título


a las Indias, quizá las hubiese devuelto a los indígenas si repa-
ros de sus consejeros no le hubiesen disuadido de ello.
De su tiempo son las grandes conquistas que en México y en
el Perú, en Guatemala, en la tierra de chibchas, caribes y arau-
canos, como en las provincias del Río de la Plata y del Tucumán,
dieron fama a la osadía española y justificaron el Plus Ultra de
su blasón imperial.
En la portentosa obra colonizadora destinada a trasladar la
civilización europea y la religión cristiana al Nuevo Mundo, no
impuso el Emperador rígidamente su ley ni aisló las razas de
bronce de todo contacto blanco, destruyéndolas luego al modo del
sajón intolerante, que fué cercando y expulsando al piel roja, acc^-
rralándolo en las cuevas de las Montañas Rocosas hasta extermi-
narle casi por completo. Aceptó conservar las modalidades america-
nas difundidas entre los naturales por sus tradiciones, su clima y
sus costumbres, dejando adaptar las doctrinas de sus legistas y
las reformas aconsejadas desde Indias por sus Virreyes y oidores,
a las necesidades del nuevo organismo social formado, no sin san-
gre y vicisitudes, en la convivencia íntima de los subditos de su
Imperio con los vencidos.
Fué contrariada a menudo su nobleza de propósitos por abusos
de subalternos lejanos ; pero no obstante los obstáculos sufridos, se
pusieron las bases de una magna fábrica de pueblos, robusta en
estructura y vitalidad, original, por ser sin precedente en el tiem-
po, progresista en su rápida evolución, e infinitamente más bene-
ficiosa para la humanidad que para la misma España.
Esto en cuanto a la obra que cumplió y dejó cumplir. En cuanto-
ai ihombre, acercando las figuras de los soberanos a través de la
ética de sus actos, destácase Carlos V como el más caballeresco y
respetable de su tiempo.

* * *

Con la breve visión que antecede de la actividad y del carácter


del Emperador no hemos pretendido evocar la época volcánica de
creaciones, renacimientos, guerras de equilibrio y defensas de opi-
niones religiosas en que tocara vivir a Toledo; apenas trazar el mo-
'448 ACCIÓNBSPAfiOLA

vidísimo panorama desarrollado ante los ojos del futuro Virrey en-
tre sus quince y cuarenta años de edad.
No fué actor de primera magnitud. Segundón en su familia,
también lo fué en las misiones que desempeñó. Prefería Carlos V
hombres de canas, y abdicó en momentos en que pudo destacar a
Toledo en embajadas trascendentes. Cuanto aprendiera esite sagaz
obsen'ador en la intimidad de la vida privada del hombre y en los
actos'de la vida pública del César, lo descubrirá el lector en d se-
ñorío algo soberbio del Virrey, en la elevación de sus pensamientos,
«n la limpieza de su conducta.
RoECRTo LEVILLIER
De la vida a la m u e r t e

IV
CONCEPTO DEL ESTADO COLOIDE

L A hipótesis químico-física de la vejez y el desarrollo de la


muerte natural, que en artículos sucesivos tratamos de ex-
poner, se fundan en procesos evolutivos que hemos llegado
a observar en los sistemas coloidales, y que relacionamos con fe-
nómenos vitales correspondientes a la vida vegetativa, por ser los
coloides componentes esenciales de los plasmas vivos, en los que
pueden residenciarse algunos de aquellos fenómenos.
Como preliminar obligado, debemos exponer las ideas preci-
sas para establecer el concepto del estado coloide de la materia,
para desarrollar así más fácilmente las referidas hipótesis.
Cuando en una masa de agua se sumerge un cristal de sal
común se disgrega, y a través del líquido se difunde la sal, en
partículas tan pequeñas, que parcialmente alcanzan el tamaño del
ion, que es un fragmento molecular con carga eléctrica, y el resto
de la masa de sal queda fraccionado en partículas, cada una de
las cuales es una molécula. Si en lugar de sal común se sumerge
en el agua un poco de azúcar, también se dispersa en el líquido,
hasta formar, más rápidamente si se agita, un sistema aparente-
mente homogéneo, en el cual el azúcar se encuentra disgregado
en partículas, que son moléculas unitarias. En los dos casos, el
sistema formado por el agua y el cuerpo que se disgregó hasta
aparente homogeneidad, se dice una disolución verdadera o sim-
plemente disolución; pero debemos considerarlo como un sistema
450 ACCIÓNESPAÑCLA

disperso, en el que el agua es un medio de dispersión, y la sal o


el azúcar son cuerpea dispersos, en tan pequeñas partículas, que
el sistema es, frente a nuestros medios de observación, homogéneo,
porque ni con a3ruda del microscopio ni del ultramicroscopio logra-
mos definir su evidente heterogeneidad. A los cuerpos dispersos
en estos sistemas se les ha denominado, con muy poco acierto,
cristaloides, y de ellos se dice, aunque este carácter tiene poco va-
lor diferencial, que atraviesan las membranas permeables.
Si se repite la experiencia, dispersando en el agua un poco
de gelatina o de clara de huevo, se obtiene también un sistema
disperso de apariencia homogénea ; pero si con una gota de este
líquido hacemos una preparación para observarla al ultramicros-
copio, el sistema se resuelve, mostrando su heterogeneidad, y so-
bre el fondo negro del camjx) ultramicroscópico destacan, como
puntos brillantes, las partículas en que se dispersó la gelatina o
la albúmina de huevo, agitadas con un movimiento que se deno-
mina browniano y que es, según k s ideas actuaüles, efecto de la
energía cinética del medio de dispersión, que produce una agita-
ción' constante en sus moléculas, que, a su vez, impulsan y co-
munican a las pequeñas partículas dispersas un desordenado mo-
vimiento, cujTO nombre recuerda a Brow, botánico inglés que fué
el primero que lo observó.
Este tipo de sistemas dispersos fué denominado por Selmi
(1844) fmlsa disolución o disolurciones aparentes, y unos años des-
pués, Graham (1861) les denominó coloides, porque al difundirse
la cola (albuminoide colágeno) en el agua, forma un sistema de
este tipo.
Se dice que los sistemas coloidales no atraviesan por difusión
membranas permeables ni ultrafiltros, pero este carácter sólo
tiene un valor relativo, porque en las citadas membranas varía
el diámetro de sus poros aparentes o canalículos y además las
partículas dispersas tienen diferente tamaño entre límites bastan-
te amplios.
Nágeli, que tuvo una idea muy dará sobre la naturaleza de los
coloides, denominó micela a la partícula dispersa en estos siste-
mas y la consideró formada por un agregado molecular anisótropo.
Esta palabra se conserva representando una nueva individualidad
física muy compleja en su constitución, pero con caracteres de-
finidos.
DB LA VIDA A LA MUERTE 451

Y, por Último, si suponemos que se sumerge en el agua un


poco de buró, como el que utilizan los escultores, y por agitación
lo disgregamos, obtendremos un líquido turbio, que es también
un sistema disperso denominado suspensión, en el que el cuerpo
que se dispersó lo hizo en partículas de tamaño suficiente para
impresionar nuestra retina, por lo cual resulta un sistema aparen-
temente heterogéneo.
Con los ejemplos citados se llega a la consecuencia de que
dos cuerpos de igual o de distinto estado físico, siempre que entre
ellos no exista acción química manifiesta, puestos en contacto,
forman un sistema disperso de estabilidad variable, según las cir-
cunstancias.
Para agrupar de un modo racional los variadísimos casos de
sistemas dispersos ideó Oswald una sistemática, en la que toma
como base de clasificación el tamaño de la partícula del cuerpo
que se dispersó (fase dispersa). En esta sistemática quedó defini-
do el coloide como sistema, en el cual el diámetro de la partícula
dispersa se encuentra comprendido entre 0,1 y 0,001 de milésdma
de milímetro (de miera). Un ejemplo de estos sistemas nos ofrece
la dispersión citada de la gelatina o de la ovoalbúmina en el agua.
El medio de dispersión para formar sistemas coloidales es el
agua, o el alcohol, o la glicerina, etc., o él aire u otros gases, o el
vidrio u otros sólidos, y en cada caso, según la nomenclatura adop-
tada, se nombran estos sistemas, tomando raíz del medio de dis-
persión y terminándola en sol: se dice hidrosol, glicerinosol, aero-
sol, etc., y cuando la fase dispersa por variadísimas circunstan-
cias sie separa de su medio de dispersión, el cuerpo separado que
generalmente se deposita, forma un gel, que en algunos casos, como
en el de la sal o en el del azúcar, tiene estructura cristalina y en
otros es materia amorfa.
Dentro de la sistemática de Oswald quedan definidos los co^
loides por el tamaño de la partícula dispersa, es decir, por un
concepto fundamentalmente mecánico; actualmente este concep-
to no es suficiente, pero hay que reconocer que las ideas de Os-
wald estableciendo los sistemas dispersos con tan amplia gene-
ralidad, han orientado importantes trabajos, de los que se de-
duce, como consecuencia de gran importancia teórica, la conti-
nuidad de estos sistemas. Para los sistemas de más elevado gra-
do de dispersión, o sea para los que contienen las más pequeñas
452 ACCIÓN ESPAÑOLA

partículas (disoluciones verdaderas), estableció Van t'Hoff y


otros investigadores su analogía con los gases, demostrando que
las leyes que definen el estado gaseoso se cumplen sin restric-
ción alguna en estos sistemas, de tal modo, que se admite para
la fase dispersa una constitución idéntica a la de los gases. Los
trabajos de Svedberg y de Biltz generalizan estas mismas con-
secuencias a los sistemas coloidales, y por último, Perrín, al de-
mostrar experimentalmente la hipótesis de Einstein sobre la cau-
sa del movimiento browniano, llegó a la consecuencia de que las
leyes de los gases se cumplen en los líquidos turbios, por lo cual
una suspensión o emulsión de gruesos granulos puede conside-
rarse como una atmósfera en miniatura.
En nuestros trabajos sobre coagulación hemos encontrado fenó-
menos por los cuales esta continuidad se pone de manifiesto, pero
sólo vamos a citar uno de ellos, que demuestra la influencia de
la radiación en algunos sistemas dispersos. La mezcla reciente
de etanol de 97° y de solución acuosa decimolar de dicromato po-
tásico, si se observa al ultramicroscopio aparece como un medio
ópticamente vacío, o sea, que se observa un campo ultramicros-
cópico completamente oscuro; pasados algunos segundos, las ra-
diaciones del foco de iluminación actúan sobre la mezcla que se
observa y aparece uniformemente en el campo ultramicroscópico
una luminiscencia irresoluble, que muy pronto se resuelve en
pequeñas granulos (micelas), agitados por rápido movimiento
browniano, que destaca muy bien sobre el fondo oscuro del ultra-
microscopio. Poco a poco estas partículas aumentan visiblemente
de tamaño, su movimiento se atenúa, llegan a unirse unas con
otras, el movimiento cesa y, aglomeradas, forman un gel, porque
se separa la fase dispersa del medio de dispersión. Así hemos po-
dido observar que para precipitarse de su disolución verdadera las
moléculas de la sal de que partimos, después de reaccionar con el
alcohol por un proceso fotocatalítico, recorren, sin solución de
continuidad, toda la extensa gama de grado de dispersión o de ta-
maño de partícula, que va desde el fragmento molecular con carga
eléctrica, que se denomina ion, hasta la aglomeración micelar que
forma el precipitado insoluble en el líquido hidroalcohólico.
Este interesante fenómeno, cuya interpretación química es algo
compleja, se realiza lentamente por la acción de la luz difusa; el
gel que se obtiene, al cabo de diez o doce horas, con mucha lenti-
DB CA VIDA A LA JttTKRTE 453

tud, es cristalino, mientras que el obtenido anteriormente con fuer-


te iluminación, en unos cinco minutos, tiene una estructura de
aglomeración micelar sin forma cristalina, es decir, que la posi-
bilidad de la formación de cristales no depende exclusivamente de
la composición química de^l cuerpo que se separa de su medio de
dispersión, sino también de las condiciones y de la velocidad con
que esta separación se realiza.
Frecuentemente, pero con error manifiesto, se consideran como
coloides a los cuerpos que, cuando se dispersan, forman sistemas
coloidales, y cristaloides, los que al disolverse dan lugar a disper-
siones moleculares o iónicas. Un mismo cuerpo, si se dispersa en
medios diferentes puede formar sistemas de diferente grado de dis-
persión ; así el oleato sódico (jabón), se dispersa en el agua en forma
coloidal y en el alcohol formando una disolución verdadera; la
sal común se dispersa en el agua dando lugar a una disolución
verdadera, y si se lo hace en benceno, forma un sistema coloidal.
De los casos citados y de otros análogos se deduce que el carácter
coloide de una sustancia no es ciuilidad intrínseca, sino propiedad
relativa, que se manifiesta en presencia de un medio de disper-
sión determinado. Paterno y Weirmam consideran como propie-
dad general de la materia el poder adoptar el estado coloide cuan-
do en condiciones adecuadas se dispersa en un medio, sea el que
fuere su estado físico.
Hasta aquí sólo nos hemos referido para situar las caracterís-
ticas del estado coloide al concepto mecánóco que lo define por el
tamaño de las partículas o fragmentos materiales en que se disgre-
ga por el hecho de su dispersión, pero este concepto es insuficien-
te, porque conduce inevitablemente a la idea de que cuando por ejem-
plo, el metal platino, por pulverización eléctrica se dispersa en
el agua en forma coloidal, son pequeños trozos de platino metáli-
co puro lo que constituye la fase dispersa del sistema, y esto sólo
ha podido admitirse mientras no se conocía la composición quími-
ca de las micelas dispersas en los electrosoles metálicos.
En 1920 publicamos nuestros trabajos sobre la constitución
química de las mácelas de platino coloidal; por nuestra documen-
tación bibliográfica podemos afirmar que llegamos a establecer la
composición química de estas mioelas demostrada por métodos
analíticos o por su formación sintética, antes que se hubiera pu-
454 ACCIÓN ESPAÑOLA

blicado trabajo alguno que llegara a esta consecuencia (1). Y así


podemos afirmar que las mácelas dispersas en los electrosoles de
platino scm partículas formadas por un núcleo macizo de platino
metálico con estructura cristalina, envuelto por un oxídulo del
mismo metal, cuya riqueza en oxígeno varía con una porción de
circunstancias y que posee una cierta cantidad de oxígeno activo,
de constitución análoga al ozono. Estas partículas poseen carga
eléctrica negativa porque fijaron electrones, y como consecuencia,
retienen iones del medio de dispersión formándose así una doble
capa que envuelve a la partícula y que varía de concentración ióni-
ca y riqueza en oxígeno, lo que determina variaciones de intensi-
dad en algunas propiedades del coloide.
Generalizamos estos estudiios para conocer la composición de
otros sistemas análogos, con la satisfacción de ver confirmadas
nuestras ideas en trabajos publicados después con relación a los
coloides de oro por el Profesor Thiessen y otros.
Los sistemas coloidales por los que comenzamos estos estudios
son evidentemente los más sencillos, porque el medio de dispersión
es agua bidestilada y el cuerpo disperso se obtuvo por pulveriza-
ción eléctrica de un metal noble y puro. Cuando se trata de coloi-
des obtenidos por reducción o por doble descomposición en presen-
cia de iones de composición muy distinta, la fase dispersa de grado
coloidal es más compleja, pero precisa conocer lo posible de su
constitución química para poder interpretar sus propiedades más
importantes.
Para abordar el estudio de los interesantes fenómenos bioquí-
micos que se realizan en los no interrumpidos procesos de trans-
formación de la materia viviente es indispensable conocer el po-
der catalítico de los coloides que en estas transformaciones inter-
vienen. La actividad de los coloides como catalizadores hemos de-
mostrado con abundante documentación experimental (2) que no
reside en las propiedades características del estado coloidal, que

(1) De Gregorio Rocasolano: «Constitución de la inicela de los elec-


trc56oles de platino». Rev. Real Academia Ciencias, tomo XVIII. Ma-
drid, 1920. Colloid Chemistry-Alexander, t. I, pág. 678. New York, 1926.
(2) De Gregorio Rocasolano: «Sobre el poder catalítico de los cata-
lizadores coloidales». Tomo II del libro en honor de Ramón y Cajal.
Madrid, 1922. («Variations du pouvoir catalytique dans les electropla-
tinosols». C. R. de l'Acad. des Sciences. París, 4 julio 1921.)
RE LA VIDA A I.A MüBRTE 455

se relacionan con sus caracteres físicos, sino que son consecuencia


de su constitución química (1), y cuando los sistemas coloidales
actúan como catalizadores, se modifica la constitución química de
la micela, lo que demuestra (2) la necesidad de estudiar dentro
de la Química el fenómeno catalítico y de conocer la constitución
química del catalizador.
Es necesario, pues, orientar el estudio de los coloides deter-
minando como sea posible la naturaleza del complejo químico que
constituye la micela; dificulta mucho estos trabajos el hecho in-
dudable de que lo que más importa conocer sobre la composi-
ción de las micelas ilo son compuestos químicos definidos que los
conocidos métodos de análisis químico ponen en evidencia, sino
complejos de absorción formados con arreglo a leyes cuantitati-
vas todavía desconocidas y unidos sus componentes por fuerzas de
tan pequeña intensidad que por un leve impulso el complejo se
disgrega. Este carácter, que asegura la continuidad del fenómeno
bioquímico, dificulta el estudio químico del complejo coloidal que
forma la materia viviente.
Los coloides tipo de los organismos vivos corresponden a las
materias albuminoides, y sus moléculas son de tal magnitud, que
una variación de su grado de dispersáón puede ir acompañada de
un fraccionamiento molecular que representa una descomposición
química ; estas micelas albuminoideas son ihidrófilas, es decir, re-
tienen agua que toman del medio de dispersión en gran cantidad
hasta el 90 por 100 de su masa total, como los leucocitos y los
amiboides.
Conceptuamos la micela albuminoidea como una combinación
por absorción de las moléculas proteínicas con el agua en cantidad
variable con la temperatura y en función de las tensiones de vapor
del agua medio de dispersión y del agfua absorbida, pues en cuan-
to estas dos tensiones se equilibran la absorción cesa. Este sis-
tema, albúmina más agua absorbida, posee carga eléctrica y re-

(1) De Gregorio Rocasolano: «La descomposición catalítíca^. etcé-


tera. An. de la Soc. Esp. de Física y Química, noviembre 1930.
(2) De Gregorio Rocasolano: «Dónde reside el poder catalítico de
los electrosoles de platino». Rev. R. Acad. de Ciencias, tomo XVlII.
Madrid, 1920.
*56 ACCIÓN ESPAÑOLA

tiene iones que determinan una actividad química puesta de ma-


nifiesto en los fenómenos vitales.

SEPARACIÓN DE LA FASE DISPERSA

En los sistemas dispersos se forma la fase dispersa o por dis-


tgregación, fraccionándose la materia en partículas cada vez más
pequeñas, si es posible, hasta el tamaño de la molécula o del ion,
que es límite de divisibilidad física, o por condensación, partien-
do de iones o de mdléculas que se nutren, aumentando de tamaño
hasta formar micelas y después gruesos granulos. En el concepto
químico, las partículas más estables son las formadas por molé-
culas unitarias o por iones, cuya estabilidad química garantiza la
constancia de su composición, y por consecuencia, de sus propie-
dades. Pero cuando la partícula aumenta de tamaño, y esto se
realiza siempre sin solución de continuidad, las moléculas del cuer-
po disperso forman complejos de absorción con las moléculas del
medio de dispersión y con los iones en presencia complejos, que
por su propia complejidad, son poco estables, se aglomeran unos
con otros y la fase dispersa tiende a separarse de su medio de dis-
persión ; cuando esta separación se realiza, el sistema ha coagu-
lado.
La abundante bibliografía que sobre este fenómeno de la coa-
gulación puede recogerse no llega a constituir un cuerpo de doc-
trina donde la interpretación del fenómeno alcance el grado de
generalidad necesario y las ideas fundamentales se exponen con
poca claridad. Por nuestra parte, del estudio del fenómeno de-
ducimos que coagular un sistema disperso es separar por proce-
dimientos que no sean mecánicos la fase dispersa de su medio de
dispersión (1). Según estas ideas, la cristalización es un caso par-
ticular de la coagulación en el que la fase dispersa se separa for-
mando cristales ; el sistema así coagulado puede ser una sal metá-
lica dispersa en forma de disolución verdadera o un albuminoide
disperso en forma coloidal. La realidad es que si se parte de una
disolución verdadera para cristalizar las moléculas e iones disper-
sos, se aglomeran formando partículas anisótropas de grado co-

(1) De Gregorio Rocasolano: «Estudio general de la coagulación».


Trab. del Lab. de Inv. Biog., vol. I. Zaragoza, 1921.
DK LA VIDA A LA MüBRTB 457

loidal que constituyen los núcleos cristalinos alrededor de los cua-


les se forma d cristal. En la mayoría de los casos se separa la
fase dispersa, formando geles de estructura generalmente recu-
lar sin que la masa en conjunto presente formas cristalinas.
Las coagulaciones de los sistemas coloidales son unas veces
parciales, otras totales, pero interesa diferenciar. Smolucliowski
ha ideado una teoría para deducir el proceso de coagulación en los
coloides por aglomeraciones micelares, sin tener en cuenta que
pueden formarse estas aglomeraciones y no ser suficiente para
coagular el sistema. Tal es el caso de los tidrosoles de oro que
son rojos cuando sus partículas son primarias, que si se aglomeran
forman partículas secundarias (pollonas) y el color del sistema
cambia, se hace violeta y por mayor número de partículas prima-
rias aglomeradas, azul, pero el sistema no coagula y continúa sien-
do un hidrosol de oro, hasta que por una causa que rompa el equi-
librio , la fase dispersa se separa.
El estudio de la coagulación de los sistemas coloidales nos lle-
vó a la consecuencia de que la observación ultramicroscópica del
movimiento browniano define el tránsito de sol a gel, es decir, de
coloide a coágulo (1). Este concepto facilita mucho el estudio cuan-
titativo del fenómeno y lo hemos aplicado en nuestras observacio-
nes sobre los procesos de coagulación de los coloides que forman
la materia viva.
La materia en estado coloidal coagula espontánamente, es de-
cir, que sin causa alguna externa al sistema se realiza la separa-
ción de la fase dispersa tanto más fácilmente cuanto más com-
pleja es la constitución de las partículas. A esto se debe la tenden-
cia de las partículas dispersas a disminuir progresivamente su
grado de dispersión aumentando su tamaño, y también a perder su
individualidad física uniéndose unas con otras para formar los A'
coágulos. i
Otras veces la coagulación de los coloides se realiza porque so-
bre el sistema actúan causas que modifican su estabilidad ; consi-
deramos tantos modos de coagulación como causas la producen y
así estudiamos coagulación (2) : a), por la acción del calor ; b), por

(1) De Gregorio Rocasolano : «Ultratnikroskopie und Koagulation».


Kolloid-Zeitschift, tomo XXXIV, pág. 8(5.
(2) De Gregorio Rocasolano: «Tratado de bioquímica», págs. 137
a 161. Zaragoza, 1928.
458 ACCIÓN ESPAÑOLA

variación de medio de dispersión ; c), por acciones iónicas ; d), por


acciones mutuas entre coloides ; e), por campos eléctricos ; f), por
cuerpos radioactivos; g), por radiación.
No interesa para el objeto de estos artículos hacer referencia
a las condiciones en que por las causas dichas las coagulaciones se
realizan, ni el estudio de la estructura de los coágulos que en al-
gunos aspectos (1) tiene mucho interés ; en cambio, el estudio de
las coagulaciones producidas por causas endógenas, las que pue-
den decirse coagulaciones espontáneas, consecuencia de la tenden-
cia manifiesta de los coloides a coagular, son para nuestro objeto
muy interesantes. El tránsito de sol a gel se realiza por un pro-
ceso evolutivo más o menos rápido, cuyo estudio exige como do-
cumentación experimental previa conocer la evolución de los sis-
temas coloidales desde el momento de su formación hasta su coa-
gulación. Y esto se irá exiponiendo en artículos sucesivos.
Pero no terminamos éste sin hacer referencia al concepto de
coloide protector o estabilizador. El fenómeno de ¡la coagulación
se retarda o se evita agregando al sistema disperso un coloide, que
por producir este efecto, protege al sistema de l&s acciones coagu-
lantes. Muchos coloides orgánicos tienen este carácter, tales son
los de algunas albúminas, los de goma arábiga, gelatina, etc., y
su poder protector o estabilizador se mide en cierto modo por lo
que se denominla según Zsigmondy su número de oro.
Los coloides estabilizados son susceptibles en algunos casos
de formar sistemas reversibles; algunos coloides metálicos esta-
bilizados se pueden desecar a 60°-70°, y el residuo obtenido se dis-
persa de nuevo, cuando conviene, en su medio de dispersión ; así
pueden obtenerse sistemas coloidales en cierto modo valorados
(colargoles, protargoles, coloides de Paal, etc.).
Los disipersoides orgánicos protectores o estabilizadores son
hidrófilos eu alto grado, constituyendo verdaderos emulsoides que
envuelven las partículas dispersas en el sistema que estabilizan
en una capa delgadísima de su propia materia que impide el con-
tacto de las partículas y aumenta su carga eléctrica.
ANTONIO DE GREGORIO ROCASOLANO

(1) De Gregorio Rocasolano: «Sobre la estructura de coágulos».


Treballs de la Soc. de Biol. Barcelona, 1918.
R a i m u n d o Lulio, promotor
de la Cruzada

os devotos mallorquines, ante el sepulcro de Raimundo Lu-


L lio —de Ramón JjluW, como le llaman en su isla natal y
como él se llamaba en realidad y gozaba de nombrarse a sí
mismo—, acaban de encender una lámpara, que se nutrirá de óleo
perenne. Aquella gotita de luz casi náufraga dorará la frialdad
del alabastro que unas manos morosas y amorosas del Quinien-
tos labraron prolija y dulcemente como si fuera un marfil; y sim-
bolizará la supervivencia y la presencia de aquel gran espíritu
entre los hombres. No queráis apagar el espíritu, nos clama la
gran voz de San Pablo : Spiritum nolite exstinguere! Apagadiza
y débil la lengua de luz preconizará en las tinieblas que el espí-
ritu es inextinguible. Asimismo las inextinguibles estrellas bri-
llan en el cielo con una llama tan medrosa que parece que
el viento las va a apagar; y lo que hace es despabilar lasi sagra-
das ascuas eternas.
El contacto con el sepulcro de Raimundo Lulio es un contacto
que conforta. Hugo Foseólo, el frío y serenísimo cantor de I Se-
polcri tan reciamente traducido por Menéndez y Pelayo, dice esta
bella sentencia:
A egregie cose il forte animo accerídono
l'ume dei forti...
A egregios hechos incitan el fuerte ánimo las urnas de los fuer-
tes. El sepulcro de Raimundo Lulio es de estos sepulcros esti-
460 ACCIÓNBSPAÑOLA

mulantes. Son más ardientes que los tálamos y más llenos de vida
que las cunas. Bl había dicho en un versículo misterioso del Ami-
go y del Amado : Si vosotros, amadores, queréis agua, venid a
•mis ojos que son manantial de lágrimas ; y si queréis fuego, ve-
nid a mi corazón y encended en él vuestras linternas.
Yo, muchas veces, en mis visitas periódicas a la isla, patria
común, he acudido a reavivar en el corazón ígneo de Raimundo
Lulio, mi lámpara feble. Es un rincón exquisito aqud en que el
gran apóstol duerme su sueño férreo. En el trasaltar de la igle-
sia de San Francisco de Asís, lleno de púrpura tenebrosa, los an-
tiguos jurados de Mallorca, colocaron el monumento alabastrino
para que en él reposaran sus huesos incansables. Buen sitio, para
soñar y para meditar. Cuando os habéis avezado a la sombra,
veis cómo aquella sola soledad se va poblando de sombras augus-
tas. Son los príncipes y las princesas de la Casa de Aragón que
ingresaron en la Orden Franciscana que hacen corte de honor al
que fué paje de D. Jaime el Conquistador y senescal del Rey don
Jaime II. Bajo las suaves miradas de violeta húmeda de las prin-
cesas que en vez de cetros blanden lirios, y de los príncipes que
en vez de espadas blanden instrumentos penitenciales, es una cosa
muy dulce beber olvido lento y sorbos de eternidad. Cuando afue-
ra rugen los odios lentos, es bueno empapar el alma en d espíritu
de Raimundo Lulio que fué un espíritu de paz.
Fué un espíritu de paz, y cuando en la persona del Papa Blan-
querna Raimundo Lulio se figuró a sí mismo y las generosas
utopías que él llevaría al papado y al sumo poder de las llaves,
encargó a uno de los cardenales de su corte el oficio de pacificar y
púsole el nombre de Et in térra pax hojninibus. Y este magnífico
cardenal luliano, fiel a su nombre y a su oficio, puso paz en las
agrias disputas entre un cristiano y un judío; puso paz entre
aquellos dos reyes nobles y poderosos que se habían trabado en
batalla, consiguiendo de ellos que apagasen las mortíferas ren-
cillas y uniesen las espadas hostiles en una expedición libertado-
ra del Santo Sepulcro y que el uno fuese contra los sarracenos
de Levante y el otro contra los sarracenos del Poniente y que una
vez que los hubiesen sojuzgado, caminaran de consuno contra los
sarracenos del Mediodía. Y este mismo cardenal de paz no desde-
ñó ponerla entre los dos ropavejeros que reñían por envidia que
el uno tenía de las ganancias del otro. Asimismo el cardenal de
RAIMUNDO LULIO. PROMOTOR DE LA CRUZADA 461

paz la puso entre un arzobispo y un rey que litigaban sobre los


términos de la ciudad a donde se extendía la jurisdicción respec-
tiva ; pacificó al marido celoso que tenía mujer joven; pacificó
la contienda de los entendimientos y la contienda de las espadas
y la contienda de los corazones con la dulzura y con el espíritu de
Aquél que con el bálsamo de su sangre pacificó todas las cosas y
reconcilió el cielo y la tierra.
No faltó quien dijera que Raimundo Lulio es un glorioso fra-
casado. Raimundo Lulio no fué ciertamente varón de obras con-
sumadas. Raimundo Lulio fué varón de deseos. Pero ya es algo
ser varón de deseos. In magnis vohuise sat est.
Los deseos de Raimundo Lulio le invadieron el pecho, con la
voracidad de un fuego; y el fuego es infatigable, como decía el
viejo Homero, uniendo indisolublemente estos dos conceptos.
Cuando el pecador, cuando el hombre viejo cayó en ruinas ; entre
las ruinas del hombre viejo, regadas por la lluvia ardiente de la
contrición, brotaron tres deseos. Y cuarenta años después de in-
cansables trabajos de apostolado, en el declive de su ancianidad,
al anuncio de que en Viena del Delfinado, el año 1311, se iba a re-
unir Concilio ecuménico, determinó medir con sus cansados pasos
de octogenario la distancia que le separaba de la ciudad conci-
liar, para impetrar de la Igflesia congregada tres cosas.
Dichosa vida aquella vida que está tan fuertemente orientada.
De un extremo al otro extremo de la vida mortal de Raimundo
Lulio se percibe la erectil vibración de aquellos tres deseos. Eran
tres clavos ardientes clavados en su flanco. Era un aguijón trian-
gular que espoleaba su carne y la mantenía inquieta y aulladora,
votada toda a la fiebre del apostolado. En Raimundo Lulio el após-
tol Jo es todo. El apóstol elimina al forjador de sistemas filosóficos
y al soñador de magníficas utopías. Era el apóstol quien predi-
caba en Túnez, y se sentaba en los bancos de la Sorbona ; era el
apóstol quien amolaba las ásperas obras rimadas y quien en el claro
de luna del vergel del Amigo y del Amado deliraba de amor como
un ruiseñor secreto y sin sueño. Era el apóstol quien subía reite-
radamente las gradas del trono pontificio y entraba en el palacio
de Felipe el Hermoso; y ponía libros en las nobles manos ensor-
tijadas de doña Juana de Navarra y de doña Blanca de Aragón ; y
dialogaba de igual a igual con el emperador Rodolfo de Habsburgo
y tomaba la palabra en las asambleas comunales de Genova y
462 ACCIÓNESPAÑOLA

de Pisa; y se levantaba para hablar en los capítulos generales de


los Predicadores y de los Menores y asistía y no ciertamente como
espectador mudo, al concilio convocado por Clemente V en la ciu-
dad que bebe en el Ródano delfines; y meditaba la cristianización
de la Tartaria inmensa y remota y la evangelización de los sarra-
cenos y la conversión de todo el mundo según esta fórmula sublime
hallada por él : derramamiento de evangdio, de lágrimas y de san-
gre propia.
Ojalá el fuego de Raimundo Lulio encienda otro fuego y el
ardor cordial de sus deseos encienda otros deseos. ¡ Bien haya el
áspero escalar de las cumbres! ¡ Bien haya la huida de los horizon-
tes inasequibles, si esta huida aguija más las ansias de caminar!
1 Bien haya la nubecita roja, flotante en la lejanía! Aquella nube-
cita roja, roja de sangre, la única que acaso alcanzó Raimundo
y a cuya persecución consagró su magnánima vida.

II

Y este hombre de paz meditó armas; las aírme pietose que el


Tasso había de cantar. Su obsesión era el Santo Sepulcro que
para vilipendio de los cristianos, los sarracenos detentaban. Cuan-
do en el primer ímpetu de su conversión, en posesión de una alma
acérrima y de una carne dócil, tomó el báculo de caminante y
peregrinó por la mayor parte del mundo conocido, llevó el pere-
grino pie a la Tierra Santa de Ultramar, como él siempre decía,
y visitó los Santos Lugares jerosolimitanos. La impresión que
le causó la soledad del Santo Sepulcro y la abominación de la
desolación entronizada en él, fué indeleble y profunda, y arreo,
en muchos pasajes de sus libros la consigna. aYo muchas veces
estuve en Roma postrado de hinojos ante el altar de San Pedro;
y lo vi muy adornado e iluminado y al Señor Papa pontificando
con sus Cardenales, alabando y bendiciendo a Nuestro Señor Je-
sucristo, con himnos y con cánticos; pero hay otro altar, que es
el ejemplar y prototipo de todos los otros altares de la tierra; y
cuando lo vi, sólo ardían en él dos lámparas, una de las cuales
estaba quebrada. Y hay una Ciudad, la más excelente de todas
las ciudades, a los ojos de Dios, y esta Ciudad está despoblada
RAIMUNDO LULIO, PROMOTOR DB LA CRUZADA 463

por manera que no más de cincuenta ¡hombres morarán en ella;


sabandijas sí que las hay muchas en sus ciegas y húmedas ca-
vernas». No se podía consolar Raimundo Luido de ver, llena de
pueblo, la ciudad de Roma ; y desierta y morada de sierpes la
Ciudad de Dios. No se podía consolar al ver que delante del
Santo Sepulcro, sólo dos lámparas ardían y una de ellas estaba
rota; sólo dos lámparas nutrían sendas Uamitas tenues, como
el feble brillo de dos estrellas tristes. Y por contraste evocaba las
gloriosas solemnidades de Roma, las grandes lumbraradas de
lámparas y de cirios que remedaban sidéreos resplandores, mien-
tras celebraba el Sumo Pontífice, rodeado de una corona viva de
cardenales y de obispos, rubíes y amatistas de la apocalíptica igle-
sia del Cordero. Acaso, en los ojos de este peregrino, polvoriento
y tostado, hubieran podido sorprenderse oblicuas miradas de es-
pía. Sí. Miraba por qué lado podría introducirse victoriosamente,
en el flanco de la Ciudad Santa, la espada de los príncipes cris-
tianos para devolverla piadosamemte transverberada como una
víctima, sobre los altares de Jesucristo.
Y en el más lindo ramillete de la enorme floresta luliana, in-
titulado Arhol de filosofía d>0 amor, Raimundo Lulio presenta al
protagonista, al Amigo, debatiéndose en una tan larga agonía
que el alma no acaba nunca de desasirse de la cárcel y de los
hierros del cuerpo. Dama Sabiduría que le asiste dice que sola
una mala impresión libertará al Amigo de la fiebre de amor y
le entregará en los brazos de su Amado. Los donceles de amor
lleváronle por tierras en donde había pobres que morían de ham-
bre ; por tierras en donde las mujeres se afeitaban y se ataviaban
para ser deseadas de lujuria ; lleváronle por cortes y palacios, mo-
radas de falsía y de venalidades; lleváronle por tierras de ido-
latría ; lleváronle a Roma, descuidada de la salvación del mun-
do ; lleváronle a tierras de guerras, promovidas por vanagloria
y por orgullo. Esto agravó su enfermedad, hizo suspirar su pe-
cho, pero no soltó el lazo mortal. Entonces Dama Sabiduría or-
dena que lleven al Amigo a Jenisalén y que le muestren la Tie-
rra Santa toda, y el templo de David y el de Salomón y el lugar
en donde Jesucristo nació y murió; que de esta manera y a tal
vista, el Amigo moriría de amor y de pena. Cuando el Amigo
vio la Tierra Santa y d Templo de David y de Salomón y los
Lugares en que Nuestro Señor Jesucristo tomó pasión y muerte ;
464 ACCIÓNESPAf}OI,A

multiplicóse tanto su amor apenado, los suspiros se multiplica-


ron tanto en su peaho, y las lágrimas tanto en sus ojos, que ya
el Amigo doliente no lo pudo sostener más. La fuerza del amor
le hizo gritar : ¡ Oh santidad! ¡ Oh amor! ¡ Oh amar! Y en
este gran grito desgarrado salió envuelta su alma.
Oportuna e inoportunamente como los apóstoles insistió Rai-
mundo I/uKo en la necesidad de recobrar el Santo Sepulcro. Para
inculcar esta idea se vale de eficaces y expresivos apólogos. Una
mujer tenía en cautiverio a su marido a quien mucho amaba. Para
reunir el dinero copioso que se requería para el rescate, vendió
todos sus bienes y los de su marido ; y como quiera que esta suma
no alcanzase aún la cifra de la redención, ella con cuatro hijos
pequeños, empezó a mendigar por las plazas. Mendigaba aquella
mujer y lloraba y contaba a un gran concurso de gente la cauti-
vidad de su marido y sus padecimientos en la cárcel. Todos los
circunstantes concibieron una piedad muy grande de aquella mu-
jer y diéronle dineros y diéronle palabras de conorte. Un canó-
nigo tocado asimismo de piedad, señalando a la mujer con el
dedo, comenzó a decir : Plañe esta mujer por su marido y padece
por los tormentos que él sufre en la mazmorra. Empobreció a sus
hijos y con ellos anda pordioseando. Todo cuanto puede hace esta
mujer para recobrar a su marido. ¿ Yquién es que haga otro tanto
para honrar a su Creador, Recreador, Bienhechor y Señor de todo
cuanto es? Este Señor es más amable que el marido de esta mu-
jer^ En cautividad está el lugar en donde fué concebido y nació
y fué crucificado. Sarracenos lo tienen en su poder. ¿Quién de
vosotros me a3rudará a llorar el desconocimiento de las gentes que
no hacen todo cuanto piueden por honrar y desagraviar a su Se-
ñor? Lloró el canónigo porque las gentes de la plaza volvieron
a pensar en sus dineros para contarlos y a hablar de sus mercan-
cías para venderías. Y su sermón fué estéril y fueron sus lágri-
mas baldías.
A medida que avanza Raimundo Lulio en el camino de la
vida, sus propósitos de cruzada se hacen más apremiantes y sus
gritos más imperiosos. En las Coplas que dedicó al Concilio, Rai-
mundo Lulio llega casi hasta el frenesí. Increpa a los cardenales,
apostrofa a los príncipes, hostiga a los obispos, aguija a los re-
ligiosos, estimula a los caballeros para que emprendan y coad-
yuven todos a Ja obra de la redención de la ciudad cautiva: En
RAIMUNDO tVtlO, PROMOTOK DB tA CRUZADA 465

Trersos agresivos y aguzados como hierros, y en una cx>mbinaci6n


métrica ágil estimula a los caballeros para que vayan a recobrar
el Sepulcro, recordándoles cuáles son los oficios del caballero
cristiano. A título de curiosidad reproduzco una de estas estrofas
en su férreo catalán arcaico:

Al cavaller tany cavalcar,


escut e sella, e brocar
espasa e llanfa e colps dar;
e tany-li atresst amar
Per conquerir
lo Sepulcre, per Deis servir
pecats delir.

Vertida al fraterno romance de Castilla, quiere decir esta vieja


copla catalana : tAl caiballero atañe el cabalgar ; y el escudo y la
«illa ; y arremeter con espada y lanza y dar fieros golpes ; y atá-
ñele otrosí amar, para conquerir el Sepulcro, para servir a Dios
y borrar pecados».
Una de las tres cosas que Raimundo Lulio quería impetrar
de la Iglesia reunida en concilio universal, la segunda en orden
de preferencia, era ésta : Que el Señor Papa y los reverendos
Cardenales de todas las órdenes militares hicieran una orden
sola y que ésta se trasladara a Ultramar guerreando hasta que'
todai la Tierra Santa estuviese recobrada y en poder de los cris-
tianos. De incontrastable eficacia creía Raimundo que sería el
acercamiento y la fusión de las dos Ordenes militares, del Tem-
ple y del Hospital, que eran en expresión dd inflamable San
Bernardo, alma balsámica que se derretía en mieles, los Fuer-
tes de Israel, muy diestros en las batallas, que rodeaban el le-
cho del verdadero Salomón, con la espada vigilante sobre el
muslo. Quería Raimundo que se uniesen las dos espadas y que
el caudillo de las dos órdenes fundidas, fuese é. rey del Santo
Sepulcro.
Y a punto estuvo Raimundo con sólo su fervor y su personal
prestigio, de suscitar un movimiento bélico, camino del Santo
Sepulcro. Corría el año 1306 y hallábase en Pisa por aquel en-
tonces el ubicuo Raimundo Lulio quien en su pecho senil toda-
vía encontraba aliento para concitar contra los sarracenos las
"trompetas de Sión. Propuso en el consejo del Común de Pisa que
*** ACCIÓN ESPAÑOLA

sería bien que algunos ciudadanos de aquella belicosa y cristia-


nísima ciudad se armaran caballeros para conquistar la Tierra
Santa. Rindiéndose a encarecidas súplicas suyas, el común de
Pisa escribió all Santo Padre y a los Cardenales, sobre aquel ne-
gocio. No se detuvo Ramón en Pisa, sino que se fué a Genova
en donde tenía amigos de mucha valía y consiguió que Genova
a su vez se interesase en la Cruzada y escribiera al Papa para que
asimismo se interesara por ella. De la mano del Sumo Pontífice-
debía partir el rayo. Muchas personas devotas le hicieron muy
largos ofrecimientos. Genova sola le ofreció más de treinta mil
florines. Con alas en los paes por las ofertas generosas fuese
Raimundo a la ciudad de Avignon en donde se hallaba el Pon-
tífice, para llevar el negocio a buena conclusión. Pero, pronto
vio Raimundo que nada conseguiría ; y descorazonado y alicaído
cayó en un enervante pesimismo, del cual reaccionó con instan-
tánea energía. De las venas frías del sílice, él sabía sacudir la
simiente de la llama. Y como el ave Fénix sabía renacer de sus
propias cenizas.

ni
Pero ¿qué nuevo género de cruzada podía imaginar Raimun-
do Lulio, que no ignoraba los tenaces e implacables fracasos que
habían acompañado siempre a los generosos propósitos? Ya en
una obra de su juventud, el Libro de Contemplación, exhalaba
esta amarga queja : «Muchos caballeros veo que van a la Santa
Tierra de Ultramar y se afanan por conquistarla a fuerza de
armas. Y cuando se llega a la postre todos allí se agotan sin con-
seguir el fin por que se tomaron tantos trabajos y afanes. Por-
esto paréceme, Señor, que la conquista de aquella santa tierra
no se ha de llevar a término sino por aquella manera misma
con que la conquistasteis Vos y vuestros Apóstoles, que la con-
quistasteis con amor y con oraciones y con derramamiento de
lágrimas y sangre. Como sea que el Santo Sepulcro y la Tierra
Santa de Ultramar parece que debe conquistarse más por efica-
cia de predicación que por fuerza de armas, vayan avante, Se-
ñor, los santos caballeros religiosos y marchen a predicar la
-rerdad de vuestra pasión a los infieles y viertan por amor vues-
RAIMUNDO i U U O . PROMOTOR DB LA CRUZADA 467

tro toda el agua de sus ojos y la sangre toda de sus cuerpos, así
como Vos hicisteis por amor de ellos. Tanto caballero y tanto
príncipe noble han ido ya a la Tierra de Ultramar para conquis-
tarla, que si a Vos os hubiera contentado la manera, parece
cosa cierta que la hubieran quitado a los sarracenos que la po-
seen para vuestra confusión y sonrojo. Por ende, según esto que
vemos. Señor, dase a entender a los santos religiosos que Vos
les estáis esperando cada día ; hagan ellos por amor vuestro aque-
llo mismo que Vos hicisteis por amor suyo, y piueden estar cier-
tos y seguros que si ellos se entregan al martirio por amor vues-
tro, Vos les oiréis y asistiréis en todo aquello que querrán cum-
plir en este mundo para dilatar vuestra honra.»
Puesto que las expediciones exclusivamente militares no ren-
dían la esperada eficacia y no restituían a la Iglesia el sagrado
botín, Raimundo comenzó a escogitar expediciones mixtas en
que la rigidez del hierro estaría templada por la dulce persuasión
y los sudores apostólicos prepararían los caminos del Señor y
la siembra de lágrimas daría una copiosa mies de gozo.
En aquel tiempo y con una viehemencia y saña que nosotros
desconocemos luchaban los dos espíritus; el espíritu de aquellos
cristianos que según la expresión evangélica ignoraban de qué
espíritu eran y pedían asolamiento y celeste fuego vengativo ;
y aquel otro espíritu de paz y de mansedumbre que Cristo trajo
a la tierra. Cuenta Raimundo en su libro Super Psalmum Qui-
cunque vult que después que Blanquierna (Blanquema es aquel
personaje proteico en quien Raimundo albergó su personalidad
riquísima y multiforme) hubo con eficaces razones convertido a
un tártaro, lo envió al Papa para que de sus manos recibiera el
bautismo y le pidiera misión y encargo de ir a predicar a los
suyos. Así lo hace el tártaro; se dirige a la Curia Romana y
llega en el momento en que el Papa con gran pompa y solemni-
dad celebra los divinos oficios ; aguarda a que terminen, y luego
abriéndose paso por entre los que rodeaban al Papa, se le acerca y
con gran humildad le pide el bautismo. Le expone el estado lasti-
moso en que se encuentran los suyos, los tártaros, que viven
sin Ley y tienen graves prejuicios contra la Rdigión Católica
porque no la conocen ; y le pide misión para irles a predicar y
cartas para su ney, para el Gran Kan. El Pontífice accede be-
nignamente a las súplicas del converso, y éste con las cartas y
^8 ACCIÓNBSPAÑOLA

bendición que recibiera del Papa marcha gozoso a su tierra, la


misteriosa y remota Tartaria, a predicar a aquellas gentes fero-
ces el evangelio del Ungido. Y añade Raimundo que así que se
hubo separado el tártaro, entre dos clérigos del cortejo papal se
originó una acre disputa.
Dijo cierto clérigo de los que allí estaban : «Ojalá hubiera
muchos de estos nuncios o enviados del Papa que fueran por
todo el mundo; porque por su predicación y demostraciones que
dieran de la verdad, muchos, dejando sus errores se convertirían
a la fe católica, tomando así gran incremento la Santa Iglesia.»
Al oír esto objetó otro de los clérigos presentes : «Harto me-
jor sería que el Papa constituyera un gran Príncipe, para ir a
debelar y luohar contra las naciones de los infieles, con d man-
dato expreso de que ni un momento cejara en la'destrucción de
los infieles, mientras quedare alguno que se opusiera a la Fe ca-
tólica» . Y de este modo seguían disputando entre sí estos dos clé-
rigos, insistiendo d primero en que sería mejor extender la Fe
católica por argumentos y razones y con la efusión de sangre
de los que tales razones dieran, alcanzando así la palma del mar-
tirio a imitación de Nuestro Señor Jesucristo y de los Santos
Apóstoles y mártires, que no luchando espada en mano; y en-
caneciendo el otro que lo mejor sería que continuamente hubie-
ra señalado y designado algún rey que con un gran ejército de
cristianos devastara y destruyera a los infieles; pues, al saberse
este intento entre las naciones infides, al momento se convirti-
rían y obedecerían a la Iglesia Católica. Se llevó entonces esta
cuestión a presencia d d Papa : cuál de estos dos modos sería
más útil a la Iglesia y más agradable a Dios. Y añade Raimun-
do por su cuenta: «Cuya solución aguardamos y esperamos en
honor de Aquel que reina Trino y Uno, Omnipotente y Sumo
Dios».
No resuelve el Papa aquella ardua consulta. Pero Raimun-
do la tiene ya resuelta por sí, decididamente. Se decide por el
apostolado persuasivo, y si ha de haber sangre, tiene que ser la
de los apóstdes. El anhela que se haga paz entre cristianos y sa-
rracenos ; porque aquel estado de permanente beligerancia ar-
mada, consecuencia de la beligerancia espiritual, estorba la obra
de evangdización. El preconiza lo que ahora llamamos la pad-
ficación de los espíritus que desarmará ios brazos :
RAIMUNDO tVUO. PROMOTOR DB I,A CRUZADA 469

eLos cristianos y sarracenos se hallan en lucha intelectual


por lo mismo que profesan contraria fe y creencia; y esta lu-
cha intelectual es causa de la otra lucha corporal y de armas,
en la que muchos son heridos, son hechos prisioneros y mueren
y son destruidos; y por esta destrucción son devastados muchos
principados, malbaratadas muchas riquezas e impedidos muchos
bienes que se harían, si no existiese esta guerra feroz.
Por lo que, el que quiera poner paz entre los cristianos y sa-
rracenos y quiera que cesen los grandes males que se originan de
la mutua guerra que se hacen, es menester que se pacifiquen y
que se mitigue su bélico ardimiento, a fin de que los unos pue-
dan vivir en paz entne los otros ; y de la paz corporal, de los
cuerpos, pasar a la paz intelectual, de los entendimientos; y
cuando se habrá puesto término a la guerra intelectual, entonces
reinará paz y concordia entre los mismos, por lo mismo que ten-
drán una misma fe y creencia, que les será ocasión de la paz cor-
poral.
Mas, por cuanto los cristianos viven en lucha corporal con
los sarracenos, por esto no se atreven a disputar con ellos acerca
de la fe ; y si los cristianos vivieran en paz con los sarracenos
y pudieran disputar con ellos acerca de la fe, sin reñir corporal-
fflente, pudiera ser que los dirigieran e iluminaran por el ca-
mino de la verdad, mediante la gracia del Espíritu Santo y por
medio de las verdaderas razones sacadas de la perfección de tus
dignidades, oh Señor!»
Y en una magnífica efusión ante Dios Padre, escribe Rai-
mundo esite generoso soliloquio; que recuerda Jos encendidos
derramamientos del corazón de San Agustín :
«Cuando Tú enviaste a tu Hijo a tomar carne humana. El,
sus Apóstoles y Discípulos vivieron siempre en paz con los ju-
díos y fariseos y con todos los demás hombres, porque jamás cau-
tivaron, ni forzaron ni mataron a ninguno de los hombres que
en T i no creían y a ellos les perseguían ; y así, tu Hijo y sms!
Apóstoles y Discípulos quisieron la paz corporal a fin de que a
aquellos que en contra de álos iban por el camino del error, les
condujeran a tener paz intelectual en la Gloria.
Por lo que, así como Tú, Señor, y tus Apóstoles y Discípu-
los tuvisteis paz corporal en cuanto que no luohasteis corporal-
mente, ni siquiera con aquellos que os hacían guerra ; así sería
•*"0 A C C I Ó N B S P A Ñ O L A

también muy conveniente que los cristianos recordaran el modo


que Tú y los Apóstoles tuvisteis y fueran a tener paz corporal
con los sarracenos, a fin de poderte predicar y glorificar en me-
dio de ellos a Ti que mortificando la naturaleza sensual y cor-
poral, trajiste a la tierra la paz intelectual de las almas.
Mas por cuanto el fervor y devoción que en el tiempo pasa-
do animó a los Apóstoles y a los Santos, no existe en nosotros y
en todo el mundo se han enfriado el amor y la devoción, por esto
los cristianos insisten más en la guerra corporal, por medio de
armas, que en la lucha intelectual, por medio de razones; y por
temor a la guerra corporal no quieren ir a buscar la paz intelec-
tual del modo que Tú y los Apóstoles la fuisteis a buscar por me-
dio de la efusión de lágrimas, suspiros y hasta de la misma san-
gre, padeciendo muerte angustiosa, para alabarte y glorificarte
a T i que eres nuestro Señor Dios.»
Raimundo Lulio desearía que mediase un pacífico comercio
de ideas entre las dos religiones antagónicas. «Si vos, Santo Pa-
dre —dice dirigiéndose al Papa al final del libro De los Cinco Sa-
bios—, si los señores Cardenales suplicarais a los reyes de los
sarracenos que os enviaran sabios a quienes vosotros mostraseis
lo que nosotros creemos de Dios y al tenerlos les ilustraseis su
mente, y entendiesen ellos nuestnas razones, tal vez se converti-
rían o al menos dudarían en su fe ; porque piensan ellos que
creemos una cosa diferente de la que creemos acerca de la Tri-
nidad y Encamación; y al volver a sus tierras, dirían lo que
hubieran oído y entendido de nosotros, y podría suceder que los
que tal oyesen, asintieran a nuestras razones o al menos duda-
ran de su fe ; y este modo de proceder con ellos podría ser muy
útil.»
De esta cruzada intelectual deben encargarse los clérigos.
«Dios ha dado la fe a los hombres —dice un ermitaño en el
libro Félix de les Maravillas— por lo mismo que no pueden en-
tender lo que creen ; y esta fe k entregó Dios a la custodia del
Papa, de los Cardenales, Prelados y clérigos a fin de que la
guarden y defiendan de la descreencia en que se hallan los ju-
díos, sarracenos, .herejes e infieles los cuales luchan continua-
mente para destruir la fie romana. Los cristianos legos vienen
obligados a mantener y defender la fe a fuerza de armas; y los
RAIMUNDO LULIO. PROMOTOR DB I,A CRUZADA 471

santos clérigos la deben defender a fuerza de razones, de Escri-


turas, de oraciones y de vida santa.»
La idea de una cruzada paralela, de razones y de hierro, de
predicadores y de guerreros se abre camino en la mente de Rai-
mundo :
«(Ay, Señor Dios! Y cuándo será aquel día en que pasarán
a Ultramar valerosos combatientes, amadores vuestros y deseo-
sos de extender vuestras alabanzas, los cuales con 'armas cor-
porales y espirituales, harán honor a la fe y destruirán el error
por el cual la fe se halla tan afrentada en este mundo.»
Y en otro lugiar, en d Libro de Caballería, se perfila y pre-
cisa más este fecundo dualismo :
«El oficio del caballero consiste en mantener y defender la
santa fe católica... De donde que, así como nuestro Señor Dios
eligió a los clérigos para mantener la fe por medio de las Escri-
turas y de pruebas necesarias... así también eligió a los caballe-
ros para que por fuerza de armas venzan y sojuzguen a los in-
fieles.»
Ya en el ocaso de su vida, eleva Raimundo Lulio solemne-
mente una petición perentoria al Sumo Pontífice. Al final del
Libro de los Cinco Sabios va bajo el título de Petitio Raimundi.
En ella habla de los tesoros de que dispone la Iglesia y de que
se puede servir para extender la fe y convertir a los infieles ; uno,
espiritual, que consiste en la doctrina. Escrituras y sabiduría de
que Cristo la hizo depositaría. ; el otro tesoro es corporal y con-
siste en el poderío material y riquezas de que dispone la Iglesia.
«El tesoro corporal está en que Vos, Padre Santo, y vosotros.
Señores Cardenales, destinéis una décima parte de los bienes y
rentas de la Iglesia para la conquista de la Tierra Santa de Ul-
tramar y de las tierras de los demás infieles por la fuerza de
las armas», no para herir, matar o forzar de algún modo a los
infieles a que abracen la fe católica, sino para conquistar y do-
minar sus tierras en cuanto esta ocupación facilite la difusión
de la doctrina de Cristo. Entonces y sólo entonces es lícito el
uso de las armas corporales, en cuanto puedan servir para hacer
llegar hasta los infieles la doctrina de Cristo con las razones de
los misioneros que la propagan.
«Por lo que de rodillas, con toda la humildad y reverencia
l>osible, al Santísimo Padre, el Sumo Pontífice Bonifacio, Vica-
472 ACCIÓM BSFAÜOLA

rio de Cristo y a los señores Cardenales, suplico que abracen


este camino (de convertir enseñando y convenciendo por medio^
de razones) puesto que entre todos los caminos para convertir a
los infieles y recuperar la Tierra Santa es el menos costoso, el
más fácil y breve, más amigable y más conforme a la caridad,,
y tanto más eficaz cuanto que las armas espirituales son más
fuertes que las corporales; pues las armas espirituales no can-
san ni molestan a los que las llevan, no se embotan con los gol-
pes, no se cubren de herrumbre con la humedad, ni se disuel-
ven ni se dilatan con el calor, sino que cuanto más se usa de
ellas, tanto más se aguzan y se multiplican y los que las mane-
jan se tallan más ágiles, fuertes y audaces al fin que al princi-
pio ; además de otras muchas ventajas que omito para que no
parezca que derogo en algo los poderes seculares; aunque ellos
ya pueden y deben saber que las armas de los clérigos son más
nobles y fuertes que las suyas.» Esto dice Raimundo, en su obra.
Apostrophe de ArticuKs.

TV

Tienen sus hados los pequeños libros. El librito minúsculo»


que en d año 1665 salía, vestido de rugoso pergamino de la ofi-
cina de Rafael Moya, Palmae Baleañwn, con un castigador pro-
logo latino de los Colegiales de Nuestra Señora de la Sapiencia,,
ha tenido en estos últimos tiempos el privilegio de atraer la
atención de lulistas de todo el mundo. El año 1912, el Dr. Adam
Gottron publicó en Berlín un ensayo Ramón Lulls Kreuzzugsi-
deen basado todo él sobre el Libellus de Fine cuya importancia
aumenta de día en día; y aún no corresponde ciertamente a la
importancia que tenía en la intención del Doctor Iluminado.
Quiere él que sea el resumen y fin de todos sus otros libros y la
protesta ante el Dios Padre y su Hijo justísimo y ante el Espí-
ritu Santo que escudriña los repliegues y los secretos íntimos
del corazón humano, y ante la Bienaventurada Virgen María y
ante toda la Corte celestial, de que él ya no puede hacer más de
lo que ha heoho. de que se encuentra sin ayuda y solo; pero que
ahora y por última vez, finaliter, se dirige al Papa y a los prín-
cipes cristianos y les envía un pequeño libro en donde se halla
RAIMUNDO LÜLIO. PROMOTOR DB I ^ CRUZADA 473^

compendiosamente ila materia de todo» los otros libros suyos.


Con este librito y con la gracia de Jesucristo podrían reducir el
universo mundo a buen estado y congregarlo en la unidad de
la santa fe romana. Si quisieren hacerlo, enhorabuena. Pero sí
no quisieren, él se declara irresponsable de la desidia ajena. Y
añade estas palabras perentorias: En la jornada del tremendo
día yo me exculparé ante el eterno Juez y diré señalando con el
dedo a los desidiosos : Señor y justo Juez : Estos son en persona,»,
personaliter, a quienes dije de palabra, y por escrito les demos-
tré la manera por la cual hubieran podido, si querido hubieran,
convertir a los infieles y reducirlos a la unidad de la santa fe
católica, recobrando vuestro santo y precioso Sepulcro con la
ciudad de Jenisalén y toda la Tierra Santa. El veredicto y sen-
tencia que va a dar el Juez, yo lo ignoro; pero sí sé que la Om-
nipotencia divina no puede ser coaccionada ni puede ser engaña-
da la divina Sabiduría y sé que la justicia de Dios es insoborna-
ble. Y pone término a esta conminación y emplazamiento, con
aquellas palabras evangélicas: Quien tuviere oídos para oír, que
oiga.
Con esta osadía apostólica comienza d libro. En aquellas pa-
labras del evangelista San Lucas que los apóstoles, el día antes
de comenzar la Pasión, dijeron a Jesucristo: He aquí dos espa-
das y Jesucristo respondió: Ya bastan, Raimundo Lulio ve un
símbolo. Cree que son suficientes dos espadas para conquistar
todo d mundo; es a saber, la espada de las dulces palabras per-
suasivas y la espada del (hierro riguroso; la espada espiritual
contra los infieles; la espada temporal contra los tiranizadores
del Santo Sepulcro. Y aún a esta rígida espada temporal queríala
templada en las aguas mansas de la persuasión.
No fué ciertamente nuestro Raimundo Lulio quien trató pri-
mero de la recuperación de la Tierra Santa, mediante la terrible
espada corporal. De un lustro al menos le había precedido un
fraile menor copiosamente documentado por su prolija estancia
€n tierras, levantinas. Me refiero a Fray Fidencio de Padua,
quien ihabía con este objeto presentado un libro de petición al
Papa Nicolao III. Pero Raimundo Lulio no se limita a repetir
lo que dijo Fray Fidencio si es que lo conocía, sino que enfoca
el tema con una mirada muy personal y señala nuevas rutas de
invasión.
^74 ACCIÓNBSPAÑOLA

Para forjar la es<pada primera contra los infieles creía ser su-
ficiente la fundación de cuatro monasterios, donde se aprendie-
ran las cuatro lenguas de los infieles, la arábica, la judaica, la
cismátita y la tartárica. Estos monasterios debían construirse
orillas del mar (¡ la obsesión de Miramar, cómo no le dejaba 1) y
en tierras de cristianos. El mismo conocía por personal experien-
cia los escarnios y la ineficacia de la predicación que padecían
aquellos religiosos que movidos de devoción íbanse a tierras de
infieles, para convertirlos e ignoraban su idioma. Una vez sabi-
do este idioma, argumentos para convencerles de la falsedad, en-
contraríanlos en sus libros a barrisco. Contra el milagro del Al-
corán, él había hecho el milagro de Los Cien Nombres de Dios.
Razones contra la pervicacia judaica hallaríanlas en muchos li-
bros suyos y especialmente en el Libro del Entendimiento, Li-
bro de la Voluntad, Libro de la Memoria, Libro de Significación
y también en el Árbol de Ciencia. Con estos argumentos sería
vencida su pertinacia, si el secreto de su impenitencia no fuese
la avaricia, temerosa de la pobreza, si restituían sus usuras y
malos logros. Contra los cismáticos era bueno y decisivo el Li-
bro de los Cinco Satbios. Y contra los tártaros, que no tenían ley,
el Libro del Gentil. Esta era la espada espiritual.
Con la segunda parte que trata de la espada corporal comien-
za lo más interesante y bello del libro. Para los ángeles del Pa-
raíso, para los santos de la corte celestial y para todos los lati-
nos creyentes era cosa deseable la recuperación de la Tierra San-
ta que detentaban los infieles con vituperio y baldón de los cris-
tianos. Para ello era menester que el Papa y el Colegio de los Car-
denales creasen una orden militar o refundiesen en una sola las
que ya existían y que eligiesen un caudillo para esta orden. Si
fuera posible, se le había de dar el reino de Israel. Convenía que
este caudillo fuese de sangre real, tanto por la magnificencia y
el honor que con tal título y misión se le otorgaba, sino también
para que todas las órdenes militares de buen grado admitieran
su caudillaje. ¿Quén había de ser este rey? Para Raimundo Lu-
lio no había dudas. Este rey había de ser Jaime II de Aragón,
a quien loa tan largamente en sus obras y a quien llama humilde
rey de alta corona. El día 4 de septiembre del año 1308, Cristiano
Espínula escribía desde Genova al rey Jaime II comunicándole
ique Raimundo Lulio se iba a la corte del Papa para suscitar la
RAnfUNDO LUI-IO, PROMOTOR DS I.A CRUZADA 475

cruzada y con el fin de conseguir —dice Espínula—, «que vues-


tra Serenidad sea en este negocio capitán, señor y cadidillot.
Lo que de momento más urgía en la mente de Raimundo Lu-
lio, era lo que ahora llamaríamos unidad de acción y de mando,
es a saber, la fusión en una sola espada de todas las espadas de
las órdenes militares del Temple, del Hospital, de los Caballe-
ros Teutónicos, de Calatrava y de cualesquiera otras órdenes mi-
litares, en donde quiera establecidas y obligar a todos sus miem-
bros en esta orden única de milicia. La cruz de esta orden habría
de ser de color rojo para significar que la primera cruz típica fué
teñida con la sangre de Jesucristo y además porque el color rojo
acucia el coraje y enciende la sangre y la mueve a audacias.
Puesto que Jesucristo que fué el primer cruzado a cuyo ejemplar
todos los otros debían ajustarse, llevó su cruz en ios hombros;
la orden de milicia debería llevar su distintivo marcado en la
espalda diestra. Dos palmos de largo ha de tener la cruz de la
orden, porque en Jesucristo, en la pasión, había dos naturale-
zas. Esta cruz, en tal lugar, en tal figura y en tal color, obten-
drá la victoria en la guerra, por razón de su semejanza con la
primera típica cruz ; y ella había de contentar a los Templarios.
Eclipse hubo en el cielo y tinieblas en la tierra en la hora
de la pasión, y como sea que las tinieblas traen consigo negru-
ra ; aquella cruz típica roja de sangre bermejeó sobre la oscuri-
dad del eclipse ; por ende, la roja cruz de la orden militar debía
destacarse sobre un paño negro. Este color negro de la túnica
será del agrado de los miembros de la orden del Hospital. Los
nuevos cruzados deberían nutrir grande e inculta barba, como
conviene a los que llevan gran duelo y tristeza. Así demostra-
tán su tristeza y su duelo hasta que la Tierra Santa, la Viuda de
las naciones, sea hecha libre. Jesucristo yantaba en humilde me-
sa, accesible a sus apóstoles. Accesible sea a todos la mesa del
caudillo de la nueva cruzada, aunque él deba presidir la mesa,
atendido su alto honor.
¡ Oh, cuan hermosas son de ver tus tiendas, oh Israel I i Cómo
los valles nemorosos, cómo los huertos de regadío cabe las claras
corrientes! ¡ Cómo ondearían gloriosos al viento de Palestina, los
pendones del Afinado, señalados con la señal de un hombre muer-
to crucificado! ¡ Cómo se hincharían de auras santas las épicas
banderas de la Cruz! ¡ Cómo sería numerosa ia nueva y ardida
*76 ACCIÓN aSPAiJOtA

milicia que años atrás soñó Raimundo cuando escribía en el li-


bro Del Amigo y del Amado]
Grandes huestes y campañas grandes se congregaron de gen-
tes expertas en amor y llevan señal de amor con la figura y la,
cifra de su Amudo. Y no quieren qtie en su compañia\ vaya hombre
alguno exento de amor, no sea que su Amado reciba por ello vi-
lipendio.
De esta manera Raimundo Lulio iba enriqueciendo de símbo-
los espirituales y suavizando tcxía aspereza y acercando toda di-
vergencia entre los miembros de la milicia futura. Y aún añade
que en los ratos de ocio forzado que comporta la más activa de
las campañas, los guerreros de la orden podrían solazarse y nu-
trirse de heroísmo y de belleza leyendo en los campamentos sus
propias obras Doctrina Pueril, BlanqueriM, Félix de las Mara-
villas del mundo, Árbol de filosofía de amor, Libro del Gentil y
los Tres Sabios, etc. Allí encontrarían doctrina y solaz y espejo
de buenas costumbres. Es extraño que no ponga entre las lectu-
ras el Libro del orden de Caballería tan lleno de gravedad y tan
a propósito para deleitar los ocios de un miembro de aquella or-
den nueva de caballería espiritual.
¿ Cuál era el lugar más indicado para la invasión de Siria y la
conquista deil Santo Tesoro? Raimundo indica cinco caminos y
expone los inconvenientes y ventajas de cada uno. El primer ca-
mino fuera pasar por tierra del emperador de Constantinopla y
por las tierras de Turquía; luego atravesar la Armenia y atacar
la Siria. Pero este camino es muy difícil y demasiado largo y
exige copioso ejército y gastos demasiados, y por todo ello no es
recomendable.
El segundo camino fuera ir a una isla que él llama Raicet,,
próxima a Alejandría. Raicet es la Rossetta actual, situada en
el delta del Nilo y por esto Raimundo la llama isla. Con naves:
y con soldados esta isla podría ser tomada con relativa facilidad
y conservada como base militar; pero este camino es harto largo
y llevaría consigo dispendios cuantiosos e inmovilizaría sobra-
dos defensores; y por ahora tampoco es muy recomendable. El
tercer camino sería ir a Chipre y Armenia; pero estas tierras nO'
son muy saludables. Lo sé, añade, porque yo estuve allá ; y ade-
más la ruta es larga sobradamente y requiere una flota asaz gran-
de y un ejército terrestre, numeroso en demasía. El cuarto ca-
RAIMUNDO LULIO, PROMOTOR DE LA CRUZADA 477

mino es el de Túnez; pero no es loable este camino porque aque-


llas partidas están muy pobladas y demandan demasiados ejérci-
tos y demasiados caballos. Todo ello se puso de manifiesto cuando,
en su cruzada, siguió este camino San Luis, rey de Francia. El
quinto camino es España, es a saber, añade, Andalucía, en donde
hay. las caudadas de Almería, Málaga y Granada. Con esca.so
ejército, dice, tí\ rey podría iniciar la conquista tomando ora un
campamento, ora una plaza, ora un burgo, ora una villa. Esta
tierra sería fácil de conquistar. Conquistada Andalucía, el rey con
el ejército aumentado progresivamente podría dar un salto más
hacia Berbería y tomar Ceuta, separada no más que por siete
millas de mar. Sucesivamente iría el ejército cruzado conquis-
tando y consolidando las conquistas y entonces, en campo raso,
podrían presentar batalla a los sarracenos, liberar la Tierra San-
ta y sojuzgar Egipto.
Los cristianos tienen sobre los sarracenos, dice Raimundo, la
superioridad del armamento y de la cabalgadura. Los caballos
van guarnicionados y los caballeros van protegidos de yelmo y
coraza y armados de lanza. Los cristianos, además, les son supe-
riores en ballestería ; los sarracenos luchan con arco y los cris-
tianos con ballesta; y la ballesta es siempre vencedora del arco.
Los sarracenos no pueden tener ballestas, pues la madera de que
se construyen sólo se cría en tierra de cristianos. Si la infante-
ría cristiana anduviese armada con ballestas de dos pies jamás
podría ser vencida ni por los peones ni por los jinetes sarracenos,
siempre que con cualquier suerte de escudo protegiera su pecho
el peón cristiano, pues los sarracenos no se saben proteger y ofre-
cen el pecho desnudo a la violenta mordacidad del dardo. Allende
de esto, los cristianos tienen a los almogávares que van armados
y son agilísimos e incansables; y de estos los hay en gran co-
pia en Cataluña, Aragón y Castilla. Y aún los cristianos poseen
los ingenios bélicos de que los sarracenos carecen y no pueden
tenerlos, pues les falta la madera para construirlos. Los cris-
tianos son tenaces en el asedio de las plazas, porque son más ri-
cos y pueden proporcionarse todos cuantos elementos han menes-
ter. Incluso, es cristiano el mar, que es la mejor vía de avitua-
llamiento.
Para la consumación feliz de esta gesta santa convendría que su
caudillo dispusiese de una flota y de un almirante cuya misión
••78 ACCIÓN ESPAÑOLA

sería devastar todas las costas sarracenas de rebaños y de cerea-


les. Sería preciso asimismo que el almirante dispusiera de una
gran embarcación con cuatro tarridas con el fin de apoderarse
con un eficaz golpe de mano, de una isla llamada Rodas, que
tiene un hermoso puerto y de otra isla que se apellida Malta. Una
nave cristiana armada en corso debe apoderarse de todo cuanto
vaya destinado a los sarracenos. Ningún cristiano so pena de ex-
comunión y confiscación de bienes, sea osado de ir a comprar
mercaderías de ninguna clase a Alejandría o a Siria. Que esta
nave sea inviolable y quien osare tocarla, sea anatema. Los sa-
rracenos de Egipto y de Babilonia no son guerreros, sino que a
los falsos cristianos que se los venden, compran unos esclavos tár-
taros o turcos conocidos con el apodo de malucos y les obligan a
luchar sólo en batallas defensivas. Esta nave corsaria debería atajar
y cortar el mercado de aromas que el Egipto exporta a las tie-
rras de los cristianos e impedir que los molucos llegaran a Ba-
bilonia. De esta manera, el imperio del Sultán agonizaría en la
pobreza. Los mercaderes cristianos, catalanes o genoveses, se
acostumbrarían a ir a comprar aromas y especias a Baldac y a
la India, fuera de las tierras del Sultán. Ni Egipto ni Babilonia
podrían resistir un tal bloqueo y en seis años podría ser consu-
mada la epopeya piadosa de la liberación de Jerusalén.
A retaguardia de la hueste de los cruzados deberían ir pre-
dicadores, con el doble espíritu de Elias y de los Apóstoles, que
deberían predicar sobre virtudes y vicios, según el luliano Arte
de Predicación y sobre maneras de guerrear según su Arte Ge-
neral. Estos clérigos habrían de cantar misa y oir confesiones y
rezar Jas horas canónicas. No habían de faltar juristas, que ad-
ministrasen derecho, según el tratado De Jure que Raimundo ha-
bía escrito; ni médicos ni cirujanos que curaran a los enfermos
y a los heridos por hierro, según el Arte de Medicina que él ha-
bía compuesto ; ni intérpretes conocedores de la lengua arábica y
de sus propios libros Alchindi y TeUph. A los prisioneros de-
bería obligárseles a leer libros que les instruyesen en la fe ca-
tólica ; y luego con alegre cara y cargados de dones, el rey de-
bería darles libertad a fin de que restituidos a sus hogares se
constituyeran en predicadores de la doctrina de Jesucristo. Y en
último término en esta orden habrían de profesar mecánicos dice
Raimundo, herreros, carpinteros, albañiles, sastres para coser
RAIMUNDO ÍVUO, PIKMIOTOR D 8 lA CJIÜZAPA 479

vestidos y tiendas y velas, talabarteros que trabajasen en toda obra


de cuero, correos y mensajeros, reposteros y pastores. Así en
torno del ejército de Israel, armado para la conquista de la Ciu-
dad Santa, zumbaría estotro enjambre oficioso del trabajo y de
la paz. Veri profecto Israelitae procedunt ad bella pacifici.
El libro De Fine termina con este colofón :
tEste libro está en guarda del Espíritu Santo y las cosas que
él contiene, sean por el mismo Espíritu llevadas a cumplimiento.
Quienquiera que atentare contra lo que en este libro se ordena,
considere el gran mal que liará y el gran bien que impedirá en
el mundo ; y tenga temor del Espíritu Santo,.. Terminó Rai-
mundo este Libro de Fine en Montpeller, en loor y honor ddl
Espíritu Santo en el mes de abril del año mil trescientos cinco de
la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo.»
Este Libro de Fine llegó a manos del papa Clemente V. Se
lo puso reverentemente en las manos el rey de Aragón, quien,
en Montpeller, oíreció su persona, sus tierras, su ejército, su
tesoro para hacer guerra a los sarracenos, siempre que pluguiere
al señor Papa y a los señores Cardenales. Y" esto lo sé cierto,
dice, porque yo asistí a la entrega.
j Ah Jerusalén! Si Raimundo Lulio no fué el primero en se-
ñalar esta gesta a la gloria de las armas cristianas, no había de
ser el último. No muchos años después, un patricio de Venecia,
Marino Sanuto, presentaba otro libro petitorio al rey de Fran-
cia, incitándole a la cruzada. Y con el fin de aguzar en su pecho
la santa codicia, acompañaba eil libro con un mapa en donde el
mundo era figurado esféricamente como un anillo, cuya gema era
Jerusalén; como la órbita de un ojo ¡humano, y Jerusalén era su
pupila.

LORENZO RIBER
El Estado nuevo

XIX
LA J U S T I C I A

R OBESPiERRE dijo en la Convención : «Pongamos al universo


al corriente de nuestros secretos políticos. ¿Cuál es nues-
tro objeto? El reinado de la justicia eterna, cuyas \cyt&
se han escrito, no en mármoles ni en piedras, sino en el corazón
de todos los hombres, y hasta en el del esclavo que las olvida y
en el del tirano que las niega. Queremos sustituir en Francia la
moral al egoísmo, la probidad al honor, los deberes al bien pa-
recer, la razón a las preocupaciones; es decir, todas las virtudes
y maravillas de la República a todos los vicios y mentiras de la
Monarquía. Sólo el Gobierno democrático y republicano puede
realizar estos prodigios... No sólo es la virtud el lema de la demo-
cracia, sino que no puede existir más que en esta clase de go-
biemoí (1). Como si fuera su codicilo, en su último discurso re-
produjo su pensamiento cardinal bajo estas palabras : «Las re-
voluciones que hasta ahora transformaron la faz de los imperios,
sólo tuvieron por objeto un cambio de dinastía o la transmisión
del poder de una a muchas manos. La Revolución francesa es la
primera que se ha fundado en la teoría de los derechos de la
humanidad y en los principios de la justicia» ("2). Y tan arraigada
estaba en las almas de aquellos violadores de la alta virtud la
presunción de que iban a implantar su reino en este mundo, que

(1) Lamartine : Historia de los Girondinos, lib. LIV-XX.


(2) Lamartine : Historia de los Girondinos, lib. LX-VIL
BL ESTATXi NUEVO 481

el artículo 25 de la Declaración de derechos, formulada por la


Convención, consagra el de resistencia a la opresión en los si-
guientes términos: oLa resistencia a la opresión es la consecuen-
cia de los demás derechos del hombre y del ciudadano; se oprime
al cuerpo social cuando uno sollo de sus miembros es oprimido.»
Así vino la Revolución : blasonando de enarbolar, por vez prime-
ra en el mundo, la bandera de la Virtud y de la Justicia, y ne-
gando a los demás hasta la posibilidad de hacerla suya.
Poco duraron las ambiciosas ilusiones. La Revolución no sólo
no trajo consigo la justicia, sino que siendo con ella incompatible,
desencadenó la arbitrariedad. De mil testimonios que lo acreditan
—dejando a un lado los lamentos que a diario escuchamos— apor-
to tres, por su origen nacional. Azcárate escribió acerca del par-
ticular lo que sigue : «Verdaderamente, forma singular contraste
en ciertos países la impotencia del poder judicial con la omnipo-
tencia del poder ejecutivo. Y, sin embargo, el carácter augusto y
sagrado de la función confiada a los Tribunales de Justicia y las
trascendentales consecuencias de su desempeño, según que sea bue-
no o malo, saltan de tal modo a la vista, que en todos los tiempos
el legislador ha procurado mostrar a los pueblos lo® servicios que
debieran esperar de los juzgadores y a éstos la responsabilidad
inmensa que echaban sobre sus hombros. Y es que si la ley es
garantía del derecho, los Tribunales son la garantía de la ley, por
donde de poco sirve que ésta sea justa si aquéllos no la aplican
con rectitud... Ahora bien, el modo de entender y practicar el ré-
gi'men parlamentario (es decir, el nacido de la Revolución, según
hemos visto) ha conducido a desnaturalizar la función judicial y
a desconocer la índole y naturaleza del poder encargado de des-
empeñarla ; porque al paso que en teoría se ha pregonado y re-
petido la necesidad de que éste sea independiente, garantía de
todo derecho lesionado y completamente libre en su propia es-
fera de acción, en la práctica resulta sometido a los otros poderes,
en especial al ejecutivo, limitada arbitrariamente su competencia
y coartada su libertad de acción, todo con daño, no sólo de la
justicia, sino también del mismo sistema representativo... Viene
luego el abuso a extremar sus inconvenientes y vienen ciertas
extralimitaciones manifiestamente ilegales, por virtud de las que
no parece sino que el tener razón es lo de menos para alcanzar
justicia de los Tribunales y lo más el contar con íoi recomenda-
482 ACCIÓN ESPAÑOLA

ción del caciquillo para el juez de paz, del cacique para el de pri-
mera instancia, del diputado o senador para el magistrado de la
Audiencia, o de un ex ministro de Justicia, que puede volver a
serlo, para el magistrado del Tribunal Supremo» (1).
Deil Conde de Romanones son estos durísimos conceptos : «... es
más difícil encontrar juez justo que varón perfecto; y tan habi-
tuados estamos ya a esto, que lo consideramos como una enferme-
dad incurable, habiendo perdido por completo toda confianza en
los Tribunales de Justicia, y, más aún que en las clases ilustra-
das, en el pueblo es tan general este escepticismo, que, exage-
rando lo que en la práctica pasa, creen que no hay mal negocio
que se pierda ni criminal que no se salve con dinero y valimien-
tos... Porque el mal está tan hondo y sobre todo ^5 consecuencia
tan necesaria de los Gobiernos parlamentarios, que su remedio
no puede buscarse en soluciones parciales... Esta intervención
grande del poder ejecutivo sobre el judicial, y que siempre exis-
tirá en los Gobiernos de gabinete, responde a la necesidad que tie-
nen éstos... de obtener y sostener esas mayorías ficticias y facti-
cias, condición esencial de su existencia. Para obtener este resul-
tado, para obtener partidarios y votos dispone el Gabinete de dos
únicos y poderosos recursos : los favores de la Administración y
los favores de la justicia ; hasta tal punto, que, como dice Guic-
ciardini, EN LOS GOBIERNOS MODERNOS LA JUSTICIA TIENE DOS
BALANZAS : UNA PARA LOS AMIGOS Y OTRA PARA LOS ENEMIGOS (2).
Y cerca de cuarenta años después de escritas estas tremendas pa-
labras y abarcando casi medio siglo de la vida política española,
decía : «En nuestra Patria, las luchas apasionadas de los parti-
dos, la especial composición de éstos, las circunstancias todas de
nuestra vida política y social, han hecho que este mal (el ejer-
cicio de la influencia gubernamental sobre la Magistratura en
favor de los litigantes) se mostrara en el periodo que examina-
mos (1879-1923) sumamente agravado, sin que baistara a conte-
nerlo el esfuerzo de algunos Gobiernos y de no pocos ministros^ (3).
En el soilemne acto de apertura de los Tribunales correspon-

(1) Gumersindo de Azcárate ; El Régimen parlamentario en la prác-


tica, cap. VII.
(2) Alvaro de Figueroa : El régimen parlamentario, cap. VII.
(3) Conde de Romanones : Las responsabilidades del antiguo régimen.
EL ESTADO NUEVO 483

diente al año de 1922, el señor Ministro de Justicia, estudiando


la situación del organismo judicial, dijo lo siguiente : «Hubo un
tiempo en que merced al amparo de poderosas influencias para
ser nombrado primero y destinado después, era frecuente que
quienes con un litigio pendiente pretendían aquistarse la buena
voluntad de los juzgadores, se desalasen preguntando : a¿ De quién
es Fulano?» Bl reconocimiento del mal no podía ser más explí-
cito y doloroso. Quizás por ello el Ministro que pronunció esas
palabras intentó enervarlas con reservas acerca del estado del es-
píritu público en el momento en que eran pronunciadas ; pero
aun aceptando que el estrago hubiese tenido algunas atenuacio-
nes —supuesto negado por el señor conde de Romanones. en su
texto transcrito anteriormente—, siempre quedaría vivo el testi-
monio de que el régimen parlamentario había producido efectos
tan desastrosos en la administración de justicia, que los liti-
gantes llegaron a esperarla, no de los Tribunales con arreglo a
derecho estricto, sino a través del azar de que los juzgadores oca-
sionalmente coincidiesen con ella mediante el personaje político
de quienes dependieran.
Las promesas altisonantes, las jactanciosas ponderaciones, las
condenaciones implacables de Robespierre, quedaron reducidas a
la postre, ante la realidad insobornable, al hecho ridiculamente
malvado de que los litigantes en «el reinado de la justicia eter-
na», hubieran de preguntarse al acudir a los pretorios: «¿De
quién es Fulano?» Si la Revolución no suscitase nuestro aborre-
cimiento por sus crímenes, merecería una carcajada por su atre-
vida ignorancia. Miles de años antes de que manchase al mundo,
habían resonado en él estas magnas palabras : «Oídlos y juzgad
lo que es justo; ya sea él ciudadano, ya extranjero. Ninguna dis-
tinción habrá de personas; del mismo modo oiréis al pequeño
que al grande; ni tendréis acepción de persona alguna, porque
el juicio es de Dios» (1). «Sin inclinarse a alguna de las partes.
No serás aceptador de personas ni de dádivas; porque las dádi-
vas ciegan los ojos de los sabios y trastornan las palabras de los
justos» (2).
Y precisamente, la obra de exhumación del pasado acaba de

(1) Deuteronomio, cap. I, vers. 16 y 17.


(2) Deuteronomio, cap. XVI, vers. 19.
*84 ACCIÓN ESPAÑOLA

devolvernos frente a las vacuas declamaciones de la tribuna revo-


lucionaria, las serenas y densas actuaciones de la Monarquía en
la materia. He aquí —entre otras muchas— cuatro admirables
sentencias que ponen de resalto los sentimientos de justicia de
los Reyes de Francia —el pueblo en que Robespierre tuvo la
audacia de presentarse como primer justiciero— marcando clara-
mente su persistencia y continuidad en ellos. «Sé leal y recto con
tus subditos —dijo San Luis—, sin inclinarte ni a la derecha ni
a la izquierda, y antes aí contrario, sostén la querella del pobre
hasta que la verdad resplandezca.» «Ivos Reyes han sido estable-
cidos —declaró Enrique IV— para hacer justicia y no para tomar
parte en las pasiones de los particulares.» «Habiéndome anuncia-
do mi primo el Duque de Luxemburgo —aconsejó Luis XHI—
que va a proseguir el proceso en que desea obtener sentencia de
mi Parlamento de Provenza, he querido escribiros para rogaros
que se tenga firmeza, a fin de que la justicia sea observada en
esta ocasión tan exactamente como acostumbráis rendiría a todos
los otros subditos nuestros.» «El favor —proclamaba Luis XIV—
es directamente opuesto a la justicia, que es la principal virtud
del príncipe.» (1).
¿Y qué decir de la Monarquía española?.,. El mundo civili-
zado ha tenido que postrarse, de buen o mal grado, ante sus ad-
mirables principios de gobierno en materia judicial. Por ella supo
desde la Edad Media que «doñeas faciendo derecho el rey, deve
aver nomne de rey ; et faciendo torto pierde nomne de rej'» (2), mag-
nifico enunciado de la resistencia a la opresión; que «otrosí di-
xeron los sabios que el emperador es vicario de Dios en el im-
perio para fazer justicia en lo temporal» (3) ; que «Vicarios de
Dios son los Reyes cada uno en su reyno, puestos sobre las gen-
tes para mantenerlas en justicia y en verdad» (4) ; y que «maguer
diga la Escriptura que el orne justo cae en yerro, siete vezes en
el día (lo que no tuvo en cuenta, para juzgar de las instituciones,
la fatuidad revolucionaria) porque él non puede obrar todavía lo
que deve por la flaqueza de la natura que es en él, con todo esso

(1) Gabriel Boissy : El arte de gobernar según los Reyes de Francia.


(2) Fuero Juzgo, título I, ley 2.»
(3) Partida 2.», título I, ley 1.»
(4) Partida 2.», título I, ley 5.»
EL ESTADO NüEVO *85

en la su voluntad siempre deve ser aparejado en fazer bien o en


cumplir los mandamientos de la justicia» (1). {Cuan diferente
es todo esto de la proclamación de la justicia «republicana! hecha
solemnemente por la segunda República española!
¿Que esas máximas fueron más de una vez olvidadas? ¿Que
aun los mismos Príncipes que magníficamente las formularon lle-
garon a quebrantarlas? E s posible. Pero su infracción no era con-
secuencia necesaria del régimen político que encarnaban, sino obra
de la debilidad de la humana naturaleza. Y la Revolución pre-
suntuosa, que no supo corregir, sino que agravó su tendencia al
mal, añadió la catisa que fatalmente había de expulsar a la jus-
ticia de su sede para entronizar en ella la iniquidad. Lo han re-
conocido explícitamente Azcárate y el Conde de Romanones. Na-
die se atreve a negarlo hoy ; y cuantos leen las ampulosas frases
de Robespierre, sienten subírseles a la frente el sonrojo, asomar
a los labios la risa, o estallar en sus pechos la indignación. Si
en el régimen parlamentario —fórmula política de la Democra-
cia— no cabe (íobiemo sin la confianza del Parlamento, por ne-
cesidad, como lo reconoce el Conde de Romanones, ha de aspirar
aquél a mantener afectos a los Diputados, lo que presupone anuen-
cia en los electores. ¿ Qué medio más eficaz para ello que los fa-
vores de la Administracién de que dispone, y los de la Justicia
de que por la coacción moral sobre sus hombres puede disponer?
Y el texto de Guicciardini que el Conde de Romanones transcri-
be —ese texto horrible de las dos balanzas de la Justicia en los
regímenes revolucionariosi— revela que el mal es universal; es
decir, producto de un principio y no meramente de una circuns-
tancia local o nacional. Para raerlo, ninguna solución parcial
—como el Conde reconoce— sería suficiente. Si, según sus pala-
bras, es consecuencia necesaria de los Gobierno^ parlamentóos;
SI, según las de Azcárate, más imprecisas, pero que dejan ver el
fondo del pensamiento, lo engendró e'l modo de entender y prac-
ticar el régimen parlamentario, no hay eficaz remedio sino en
la extirpación de la causa. El Estado nuevo, que no podría vivir
sin justicia, tiene un motivo más para abominar de toda organi-
zación pareja —de cerca o de lejos— al régimen político, olvidado

(1) Partida 3.», título I, ley 1.»


486 A C C I Ó N K S P A Ñ O L A

de que sin ella —según el Libro Sagrado de los Proverbios— «los


pueblos son miserables».

I» * *

La gravedad del mal ha suscitado —en la agitación del so-


bresalto producido— un falso remedio que lo haría todavía más
agudo. Bajo el pretexto de velar por la independencia de la fun-
ción judicial, se ha pretendido en definitiva sacarla del Estado,
haciendo de su órgano un super-poder. Y si ya se probó que no
hay más que un poder político —el nacional—, menos aún que
aceptar el supuesto de uno judicial, cabría el asentimiento a un
super-poder de ese orden. Insistamos en lo que se dijo en mo-
mento oportuno. Lo judicial es función nacional, autárquica ; y
la nota de soberanía que en el Estado le compete no puede re-
cibirla sino del órgano en que la soberanía está localizada. La
función judicial, en definitiva, es independiente de la legislativa
y de la ejecutiva ; pero no lo es del Estado mismo. O en otras
palabras : la independencia de la función judicial y de su órgano
propio, es independencia en su órbita, en la trazada por la ley
de acuerdo con la naturaleza de una y de otro.
Y con ello se ha limpiado el camino de los obstáculos que la
Revolución en él había acumulado, haciendo imposible la conti-
nuación del proceso mental en esta materia. ¿ Cómo ha de cons-
tituirse el órgano de la función judiciail ? Azcárate vio con clari-
dad que «ni desaparecerá la idea de dependencia que naturalmen-
te se despierta respecto de aquél de quien se recibe el nombra-
miento, ni es dado que la ley llegue a cerrar todas las puertas
que el favor tratará siempre de tener abiertas» ; y por ello, a su
juicio, «el único remedio al mal consiste en conferir al Tribunal
Supremo o a su Presidente todas las facultades que en esta ma-
teria competen al Ministerio de Justicia». Y condensa su pensa-
miento en esta frase : «Mientras no haya en el Parlamento, al
lado del banco azul, un banco rojo, en que se sienten el Presi-
dente y d Fiscal del Tribunal Supremo, el poder judicial no será
independiente» (1).

(1) Oumereitido de Azcárate : El Régimen parlamentario en la prác-


tica, cap. VII.
EL ESTADO NUEVO 487

Si la enfermedad fué bien diagnosticada, el remedio es inope-


rante. ¿ Quién conferirá al Tribunal Supremo o a su Presidente
las facultades que en el orden judicial se atribuyen ordinariamen-
te al Ministerio de Justicia ? ¿ El órgano ejecutivo ? ¿ Las Cortes ?
Pero para atribuir alguna cosa es preciso tener autoridad para
ello, con lo que ¡la superioridad de las funciones ejecutiva o le-
gislativa quedaría consagrada; y, por lo tanto, la dependencia
de la judicial —cuya desaparición se buscaba— a alguna de las
otras dos. ¿Acaso se partiría del supuesto de que el órgano ju-
dicial se constituye por localización directa, mediante un hecho
trascendental de las funciones judiciales, como ocurre con la so-
beranía? Pero aun aceptándolo provisionalmente, faltaríale al ór-
gano judicial, si no la función de este nombre, la nota de la so-
beranía que tan sólo cabrá derivar de aquel en que se halla loca-
lizada. No hay otra solución que la ya apuntada al tratarse de
la constitución del órgano ejecutivo. Ya entonces se dijo con ca-
rácter general, que representada la soberanía de la Nación en
el Rey, no había el menor reparo que oponer a que la represen-
tación, absolutamente necesaria en todo órgano del Estado, se
derivase a aquellos con que la soberanía ejerce sus funciones —y,
por lo tanto, al judicial— del propio órgano de la soberanía.
La vieja Filosofía política española había sorprendido con in-
tuición maravillosa todos estos internos enlaces de los diversos
órganos del Poder público. El Fuero Viejo de Castilla estimaba
la Justicia como cosa natural al señorío del Rey «que no la deve
dar a ningund omme ni la partir de si, ca pertenesce a él por razón
del señorío natural (1). Y no se quería decir con estas palabras
que personalmente había de administrarla, sino que —como cons-
ta en el Ordenamiento de Alcalá— «el Rey ha por la mayoría e
Sennorío Real, que es por comprir la justicia si los Sennores me-
nores la menguasen» (2). Por ello, venía regulada la institución
de los «judgadores», que «los antiguos non tovieron por bien que
fuessen puestos, quanto en lo temporal, por mano de otro, si
non de aquellos que aquí diremos. Assí como Emperadores o
Reyes que han poder de poner aquellos que son llamados ordi-

(1) Fuero Viejo, ky 1.», título I, libro I.


(2) Ley 2.», título XXVII.
488 ACCIÓN ESPAÑOtA

narios» (1). Y para que jamás esta designación supusiese «depen-


dencia dentro de la órbita de la función», se proclamaba que «los
ple3^os que vinieren ante ellos (los jueces) que los libren bien e
lealmente, lo mas ayna e mejor que supieren ; e por las leyes d^
este libro e non por otras. B que por amor nin por desamor, nin
por miedo nin por don, que les den nin les prometan dar, que
non se desvíen de la verdad nin del Derecho» (2). Y, jKsr último,
para que nunca se entendiese que los nombramientos de los jue-
ces habían de tener como fundamento el mero arbitrio del Rey,
se condicionaban a que tayan voluntad de quererla (la justicia)
e de amarla de corazón parando mientes en los bienes e proes
que en ella yazen ; que la sepan fazer como conviene e los hechos
la demandaren, los unos con piedad e los otros con reziedumbre ;
e que hagan esfuerzo e poder para cumplirla contra los que la
quieran toUer o embargar» (3).
El órgano judicial, en definitiva, deriva las notas de repre-
sentación y de soberanía —como el ejecutivo— del que lo es de
la última. Pero ha de reunir además de ellas otras específicas,
sin las cuales la colacióij de las primeras sería totalmente inefi-
caz. Sus miembros han de conocer las leyes; luego han de acre-
ditar la posesión de esa ciencia. Han de amar la justicia de co-
razón, «parando mientes en los bienes e proes que en ella yazen» ;
luego su espíritu debe educarse en el culto a la misma. Han de
tener fortaleza para cumplirla ; luego la institución debe prestár-
sela para evitar que naufraguen en la debilidad. O en otras pa-
labras ; si los jueces derivan sus notas de representación y de
soberanía en las decisiones del Rey —por lo que invocando su
nombre han de dictarlas—, deben antes ser letrados, honestos e
independientes de toda sugestión que no sea la impersonal de la
ley. Todo un mundo de ccmienciones orgánicas se vislumbra a
través de esas palabras; pero ninguna de ellas rompe el enlace
del órgano judicial con el de lá soberanía, para que en todo mo-
mento sea aquél nacional mediante una representación del mismo
derivada. No siendo posible en este trabajo sino ponerlo de mani-
fiesto, cabe, no obstante, decir que cuantas den como resultado

(1) Partida 3.», título IV, ley 2.»


(2) Partida 8.», título IV, k y 6.»
(3) Partida 8.», preámbulo.
KL KSTADO NT7BVO 489

en los magistrados ciencia (oposiciones y experiencia debidamen-


te combinadas), dignidad (Consejos Judiciales, inspecciones y Tri-
bunales de honor) e independencia (holgada posición económica,
procedimientos para 'los ascensos y traslados ajenos a todo perso-
nal albedrío), deben ser instituidas en el Estado nuevo, que en-
contrándose ya libre del mal invencible del parlamentarismo, reúne
las condiciones necesarias para plantearlas eficazmente. Como reúne
la que pudiera ser sustento de su existencia. Si la función judi-
cial consiste en la emisión del juicio que merecen los actos hu-
manos en relación con la ley, la dificultad de formarlo claro y
exacto puede nacer de la ley misma. Se necesitan, pues, leyes cla-
ras. Y en general, en los Estados parlamentarios no lo son, ni las
substantivas ni las adjetivas. Y ello, por dos notorias razones.
Nada sale perfecto de las manos del hombre, y su obra exige
una continuada creación. Sólo la experiencia, al ponernos enfren-
te de la mala fe o del ingenio sutil, va señalando las reformas
indispensables en lo legislado. Pero ello exige que el órgano legisla-
tivo legisle ; y ya se vio que en el régimen parlamentario, cosa
tan natural, es imposible.
En España —vaya de ejemplo—, por la última de las dispo-
siciones adicionales del Código civil, está prevista su reforma en
períodos de a diez años, y a pesar de haber corrido ya ctuitro dece-
nios desde su publicación, ni siquiera se ha registrado un conato
de dar cumplimiento a disposición legal de tan honda trascen-
dencia.
Y nada hay que decir de las leyes adjetivas, no sujetas im-
perativamente a periódica reforma, ni de la jurisprudencia, que
debiendo ser con le5res claras y cuerpos legales bien trazados,
manantial de luz, con preceptos oscuros y deficientemente orde-
nados, contribuye a hacer mayor la confusión y más profunda la
oscuridad.

* 41 Hi

Habiéndose dicho reiteradamente que la función de juzgar es


el ejercicio de una facultad autárquica, no puede extrañar que
en el Estado nuevo —^rector de una nación orgánicamente consti-
tuida— haya jurisdicciones diversas en lo judicial, según que la
materia competa a la Nación o a los elementos nacionales. Ni que
490 ACCIÓNKSPAÑOLA.

junto a ellas, pero aparte de ellas, existan las de otra sociedad :


la Iglesia Católica, La llamada unidad de fuero, es en sí misma
un absurdo, ya que no afecta a los miembros de una categoría
social substantiva, sino a todos los ciudadanos por razón de su
igualdad especifica. Y tanto ha pesado la contradicción, que no
hay más que hacer un leve esfuerzo de memoria para que la asal-
te el sinnúmero de jurisdicciones especiales creadas por la Revo-
lución para amparar con privilegio, desde los Diputados a Cortes
hasta los obreros. Porque ha pasado ya a condición de falso tó-
pico, la diferencia entre privilegio y prerrogativa. Si ésta afecta
a la función y se otorga a la persona en consideración a la mis-
ma, el denominado privilegio (ky privada), no conoció otro origen.
Aparte de que los obreros no ejercen —como tales— funciones pú-
blicas, y para ellos —en razón de las circunstancias concurren-
tes— se han creado peculiares jurisdicciones.
La Revolución, que en España introdujo la concepción exótica
de la unidad de fuero por el artículo 248 de la Constitución de
1812, se contradijo —por lo menos parcialmente— al llevarla a la
práctica por su Decreto-ley de 6 de diciembre de 1868. Recono-
ció, en efecto, al dictarlo, que las jurisdicciones eclesiástica y mi-
litar tenían propios fundamentos para subsistir, cualesquiera que
fuesen las órbitas que para una y otra luego fijase. De la prime-
ra dijo que «no podía ser menoscabada ni restringida», y que «la
Iglesia, fiel depositaría de ella, continuará ejerciéndola tal y como
la recibió de manos de su Fundador y la han regulado los cáno-
nes de su ejercicio», y de la segunda, que sólo será competente
para conocer de ios delitos meramente militares, y de los comu-
nes y faltas que se expresan cuando sean cometidos por indivi-
duos del Ejército y de la Marina que se hallen en activo servicio».
Por mucho que sea el esfuerzo con que se busca justificar la
contradicción, su existencia es clara. Más o menos mutilados, los
fueros especiales son reconocidos, por necesidad de la naturaleza
misma. Y es que si existen derechos y deberes que afecten en
general a todos los hombres, los hay que sólo en determinadas
agrupaciones o categorías de ellos se advierten, y que aun los
primeros —o sea, los comunes— pueden mostrarse cualificados
por circunstancias trascendentales que al presentarse reclamen
para su debida estimación, disposición adecuada en la institución
judicial. El hecho de que la Revolución no haya podido sustraer-
EL ESTADO NUEVO 491

se a esa verdad, al reconocer primero los fueros antes indicados,


y al multiplicarlos más tarde prodigiosamente por imposiciones
sucesivas del régimen electivo, hace innecesarios mayores esclare-
cimientos y justifica que se formule la conclusión acerca de la
materia. La especialidad de los fueros judiciales, tiene como fun-
damentos la naturaleza misma de la sociedad civil, circunstan-
cias trascendentales bajo las cuales se presente el derecho co-
mún, o la existencia de una sociedad perfecta diferente de aqué-
lla, formada por miembros de la misma. Los cuales, por otra
parte, al autorizar su diversidad, la limitan jurídicamente, con-
denando cuantos en ellos no están fundados.
Y entre estos reprobables —pues fuero es en definitiva— se
halla el Jurado en materia criminal. Aparte de que no hay razón
alguna fundamental para que unos delitos sean encomendados al
Jurado y otros a los Tribunales de Derecho, ya que los últimos,
en su función normal, examinan también el hecho de aquellos
que les son atribuidos y no hay en los reos distinción personal, ui
sustancial en la materia delictiva, el Jurado no es en su orden
más que una institución usurpadora, como se demostró que lo
eran los Parlamentos liberales. Pártese para constituirlo, de que
la multitud se identifica con la Nación y de que los designados por
aquélla son legítimos representantes de ésta. La ficción monstruo-
sa por la cual la docena de indoctos, no pocas veces venales, que
componen el Jurado representa a la Nación, se halla en el fondo
de las declamaciones revolucionarias en pro de sus actuaciones.
Cuantas razones se adujeran para poner de manifiesto el fraude
que se cometía al equiparar la multitud con el ser nacional, tie-
nen aquí aplicación —mayor si cabe—, pues los Jurados no son
siquiera designados por elección. Y de rechazo, las anteriormente
expuestas acerca del carácter representativo del Cuerpo Judicial,
al derivar el propio del órgano de la soberanía, conducen a la con-
clusión de que solamente pueden decir lícitamente que juzgan a
nombre de la Nación los Tribunales que invocan el del Rey.
Y así, a la Justicia de las dos balanzas, propia de la Revolu-
ción, el Estado nuevo opondrá la de la única, la «del peso justo
que es su voluntad (la del Señor)» (1).
VÍCTOR PRADERA

(1) Proverbios, cap. XI, vers. 1.»


494 ACCIÓN ESPAÑOLA

de Nuestra Señora de Aránzazu. Sintiendo una profunda vocación


misional, pidió y obtuvo ser admitido en el Colegio de Misioneros
de Priego, de Cuenca, que se inauguró el 14 de julio de 1859,
previo un acuerdo de la Santa Sede con el Gobierno español. Un
Gobierno sectario había, en efecto, decretado la exclaustración, y
al dar satisfacción a sentimientos de una demagogia entonces de
moda, al halagar los sentimientos de una masa ya envenenada,
olvidó que existían en Tierra Santa y Marruecos, unos centros
de influencia espiritual española que mantenían allí la fe, la ^.'n-
gua, la cultura y el prestigio de una raza y la continuidad de
una historia; fué necesario reparar urgentemente el daño y abrir
el colegio de Priego para que siguiera atendiendo a la formación
de los misioneros que habían de proseguir aquella obra.
El 4 de octubre de 1859 celebró la primera misa. El 10 de fe-
brero de 1861 la Sagrada Congregación de Propaganda Pide lo
nombró Misionero Apostólico; el 19 de enero de 1862 llegaba a
Marruecos. En 1877 era nombrado Prefecto de la Misión, por la
Congregación de Padres Franciscanos y Superior Mayor regitlar
de los religiosos de la Misión por el Ministro general de la Or-
den. El Gobierno español no quiso reconocer el nombramiento por
no haberle sido hecha la propuesta por la Santa Sede; los trámi-
tes para lograr ese reconocimiento duraron dos años. Durante
ellos, el P. Lerchundi estuvo desterrado de Marruecos; primero
en Granada, después en Santiago, de Galicia, en cuyo colegio
de la Orden desempeñó la lectoría de árabe y el Rectorado. En
diciembre de 1879 volvió a Marruecos, donde ya permaneció has-
ta su muerte (1896).

* * *

Durante toda ia vida ejemplar del P. Lerchundi, se manifies-


ta constantemente su preocupación por la formación espiritual.
Cumplía con rigor sus deberes religiosos, nunca creía haber he-
cho lo suficiente en el servicio de Dios. Esta obsesión del virtuoso
misionero y su conocimiento del país y del probllema, le hicie-
ron pensar que, en primer término, había que preparar adecua-
damente al misionero. Y como el Colegio de Santiago, de Galicia,
resultaba ya en aquella fecha insuficiente, puso todo su empeño
en crear el Colegio de Misiones de Chipiona (Cádiz). Su tena-
Kh PADRK LERCHUNDI 495

cidad, su prodigiosa actividad, vencieron las dificultades, y el 3


de septiembre de 1882,, se inauguraba el Colegio de Regla.
Estimó que el conocimiento perfecto de la lengua árabe era
indispensable a los misioneros; que la posesión del idioma indí-
gena había de contribuir extraordinariamente al éxito de la mi-
sión. El mismo fué un gran arabista. Formó en la disciplina a
los franciscanos de los Hospicios o Casas de Marruecos. Quiso
contribuir también a la preparación de los funcionarios españoles
que iban a desempeñar cargos en el Imperio; más aún, de los es-
pañoles que tuvieran allí intereses y contacto con el país.
Cuando desde Tánger fué destinado al Hospicio de Tetuán,
se dedicó de lleno al estudio del árabe. A medida que fué avan-
zando en su conocimiento se afirmaba más en la estimación de
su importancia; pretendió ampfliar sus estudios, adquirir otros
nuevos, practicar él árabe literal, orientarse en la impresión de
las obras árabes, y se le ocurrió solicitar auxilio del Estado para
marchar en misión a Argelia.
Desconocía en aquella fecha todas las dificultades de la pesa-
da máquina burocrática española; se le dijo que concretara su
petición. Cuando lo hizo y fijó su cuantía en i 6.000 reales !, el
Estado le contestó que no había consignado en presupuesto nada
para esas atenciones. No es la primera vez que hemos comenta-
do incomprensión semejante; en otra ocasión, puestos a introdu-
cir economías en el presupuesto, éstas alcanzaran a la fabulosa
partida de poco más de veinte mil reales destinadas a la Comisión
encargada de reunir los materiales para la historia de nuestra
acción africana. Todo esto parecía a aquella burocracia, en gran
parte inútil y entorpecedora, argucias para tirar algún pelliz:o
al presupuesto; para ella, el preparar hombres a la altura de la
empresa que, sin posiblle aplazamiento, iba a plantearse a Espa-
ña, el conocimiento de la historia, que pudo y debió ser impor-
tantísimo para aprender en los errores y en los reveses a apartar-
se de sus causas, para dar continuidad a nuestra acción africana,
carecía de valor.
Por fin, en 1872 consiguió imprimir la primera edición de sus
aP.udimentos de árabe vulgar que se habla en el Imperio de Ma-
rruecos», obra ya terminada desde 1870, retrasada por dificul-
tades para la impresión y publicación.
En Granada trabajó con D. Francisco L. Simonet, oriental is-
496 ACCIÓNBSPAÑOLA

ta y Catedrático de árabe de la Universidad granadina, publican-


do en colaboración la tCrestomatías, o colección de escogidos frag-
mentos históricos, geográficos y literarios de España bajo los
musulmanes, con el propósito de facilitar la enseñanza del idioma
y dar una idea de la literatura árabe en relación con la historia de
la nacionalidad ibérica.
Tuvo a su cargo, como dijimos, la Lectoría de Árabe del Co-
legio de Misioneros de Santiago, de Galicia, y en 1886 <*staVeci6
en Tetuán una Academia de Árabe, idea que había perseguido, com-
prendiendo su utilidad, desde hacía bastantes años. E n esta Aca-
demia debían adquirir no sólo los conocimientos de árabe vulgar,
sino también los de árabe literario.
Continuó sus trabajos hasta ver terminado el «Vocabulario es-
pañol arábigo del dialecto de Marruecos, con gran número ele
voces usadas en Oriente y en Argelia». Solicitó en diferentes oca-
siones recursos para publicarlo, tanto de la Obra Pía como del
Ministerio de Estado, sin lograrlos. En este caso, esta incomprfn-
sión fué, sin duda, beneficiosa; el P. Lerchundi, influido por
las dificultades que encontraba y apreciando perfectamente el in-
terés que para la acción cultural española en Marruecos tendría
una imprenta hispano-árabe, creó en Tánger, con la ayuda del
Marqués de Comillas, la de la Misión Franciscana (1888). En ella
publicó, en 1892, el o Vocabulario».
Aún creyó insuficiente su magnífico esfuerzo (Gramática, Cres-
tomatía, Vocabulario), y quiso completarlo con una gramática de
árabe literal; la muerte le sorprendió en el empeño, cuando ya
llevaba publicados algunos pliegos.
El P. Lerchundi, que continuaba una gloriosa tradición fran-
ciscana, Fray Francisco Cañés, Fray Pedro Martín del Rosario ..,
y que había alcanzado un relieve destacado en ese solo aspecto
de arabista, no pretendió solamente formar en el idioma árabe a
los religiosos misioneros de la Orden, quiso, además, como he-
mos dicho, que de esa Academia salieran los jóvenes de lengua,
los intérpretes que habían de prestar servicios en los Consula-
dos de Marruecos. La preparación de idiomas comprendía el ára-
be vulgar, el dásico y el francés; de este proyecto habló a Moret
en 1887.
Surge aquí la consideración, que tantas veces hemos expues-
to, del gran provecho que hubiera sacado una politica despierta
EL PADRE I-ERCHUNDI 497

y comprensiva de esta Misión franciscana de Marruecos, para


haber constituido una tMisión Científica», elemento primordial
e indispensable de toda obra colonial seria, y que, a estas altu-
ras, aún no hemos logrado con los caracteres de coordinacióu y
de unidad que le son necesarios; tenemos en todos los órdenes es-
tudios muy estimables, pero nos faltó oportunamente, y aún nos
falta, el estudio geográfico, histórico, etnográfico, sociológico, eco-
nómico, folklórico... que, acusando las características de un pue-
blo, facilitan por su conocimiento la obra de civilización y de fra-
ternidad que respecto a él hemos de realizar.
Estas casas-misión, distribuidas por todo el Imperio de Ma-
rruecos, esos archivos magníficos de la Misión franciscana, el co-
nocimiento deí idioma árabe por parte de los misioneros, el res-
peto y la confianza que habían sabido inspirar al indígena, la exis-
tencia de valores destacados, de investigadores entusiastas, garan-
tizaban el éxito. Sin embargo, pudieron publicarse estudios ex-
tranjeros sobre Marruecos, en tanto esperan la impulsión ofic/all
tantos y tan interesantes trabajos como podrían sacarse de r.stos
archivos.

* * *

Bases de la acción española en Marruecos eran para el P. Ler-


chundi la ejemplaridad del misionero, su conocimiento del idio-
ma, su capacitación y la escuela. Para él, la escuela constituía
justamente el arma más eficaz de la penetración.
«Intimamente convencido de que la enseñanza ha de ser el
tundamento esencial de la regeneración de este país, sin cuyo me-
dio es imposible se desarraiguen preocupaciones funestas que le
impiden seguir la verdad, fuente de la verdadera civilización ele
los pueblos; inspirándome en la caridad cristiana y deseoso de
cumplir los importantes fines de estas Misiones Católico-españolas,
desde un principio he tomado con empeño elevar a la altura que
corresponde nuestras escuelas, donde a la par que se dé a los jó-
venes españoles una sólida instrucción que en lo por venir les de-
pare una buena posición, tengan también los indígenas un esta-
'blecimiento donde poder instruirse y salir del marasmo pernicioso
en que yacen sepultados.» Tal fué su pensam.iento.
Es curioso escuchar, y aun leer, que los franciscanos en Ma-
498 ACCIÓN KSPAÑOIvA

truecos carecen de tradición pedagógica. Con tan extraña afirma-


ción, han querido justificarse otras orientaciones que no son, sifir
duda, las más convenientes para nuestro interés en Marruecos.
Repásese la historia de las misiones franciscanas de Marruecos y
se verá que al lado de cada casa y como su principal elementa-
do acción hubo siempre una escuela. El misionero sólo que ejer-
cía su acción especial en las mazmorras, llevaba a los cautivos no^
s6Jo los consuelos de la religión cristiana, sino también los de la
instrucción, alimento de su espíritu. A los franciscanos se debe,
principalmenti? la difusión considerable que ha tenido siempre
el idioma español en Marruecos.
Además, han sabido dar un ejemplo magnífico de tolersncia,
educando e instruyendo un importante número de alumnos moros
y hebreos, sin qup la religión haya sido obstáculo en nipgún raso.
Hoy es frecuente caer, en cuestión de enseñanza, en un error-
gravísimo. Atendiendo a la existencia y solidez de los conocimien-
tos, a los métodos pedagógicos, se suele olvidar que la instruc-
ción no es una cosa fría; precisa, por él contrario, un alma que
sólo puede transmitirla el maestro que, a más de esos conocimien-
tos, sienta su magisterio como un apostolado; se olvida que es
necesaria una sólida formación espiritual del profesor, una con-
ciencia perfecta; dp la obra que ha de realizar. Y es curioso ob-
servar que esta necesidad no pasa desapercibida para los propios
marroquíes, siendo ejemplar en este aspecto las palabras de Agus-
tín Bemard : «El Mariscal Lyautey ha contado, que cuando quiso
crear en Marruecos un Colegio franco-musulmán, el Sultán, que-
manifestaba al principio alguna inquietud, se tranquilizó cuando
supo que la dirección estaría confiada a un cristiano practicante.
De ese modo, decía, estoy seguro de que la jé de nuestros niños
será salvaguardada.*
Esto que se refiere a la enseñanza puede aplicarse en Marrue-
cos de un modo general, y los que conocen al indígena, los que
convivieron intensamente con él, conocen perfectamente la ver-
dad ; visto superficialmente parece una paradoja de que les ins-
pira mayor confianza en sus relaciones el funcionario del país
protector que practica la religión cristiana. Tienen, sin duda, un
convencimiento, intuición si se quiere, de que el hombre que sien-
te y practica una religión ha de poseer unas virtudes y una mo-
ral que permiten depositar en él una mayor confianza.
EL PADRE LERCHUNDI 499

Así, pues, si los franciscanos vienen realizando desde siglos


esa labor de enseñanza, si han logrado por su conducta y por áu
tolerancia la confianza y el respeto de los indígenas, parece indu-
dable que, mejorando cuanto sea preciso el útil, los resultados ha-
brían de ser magníficos. Puede estimarse que las misiones, en el
orden de la enseñanza, hayan quedado retrasadas en muchos aspec-
tos ; tal estimación sería justa, pero si se analiza el apoyo econó-
mico irrisorio que el Estado ha venido prestándoles y se compara
con el gasto que produciría un establlecimiento oficial de enseñan-
za que tuviese que abarcar igual número de alumnos y la misma
cantidad y variedad de material, se llegaría a la conclusión, justa
también, de que mejor atendidos podrían multiplicarse el número
de profesores, podría seleccionarse y perfecionarse conveniente-
mente ese profesorado.
Se ve mucho más fácil y de resultados más seguros mejorar !o
que ha demostrado ser bueno, que crear una institución nueva
que no puede ya llenar aquella patriótica finalidad que cumplie-
ron los franciscanos durante muchos años en Marruecos (ser las
primeras escuelas y las mejores) *, hoy un Instituto españoil en
Tánger encuentra ya Liceos extranjeros, con los que por razón
de nuestra misma política la competencia es difícil, apart.^ del
enorme gasto de instalación y de entretenimiento y, sobre todo,
de responder solamente a las necesidades de una parte mínima de
1* colonia española.
Y cuando se piensa en ello, se observa claramente la acertada
visión que tenía de pste problema el P. Lerchundi; su aspiración
era el colegio de segunda enseñanza con validez académica para
sus estudios ; ya desde 1886 atendía a ellos la Misión en el Cole-
gio de San Buenaventura, y la Escuela de Artes y Oficios. Quien
conozca la constitución de la colonia española en Tánger aprecia-
ra el aaerto de esta concepción; una educación t instrucción pri-
maria sólida, una formación moral y religiosa cuidada como base;
aespués, los estudios de segunda enseñanza (con el compllemento
de estudios de comercio, magisterio e idiomas), para los menos;
la Escuela de Artes y Oficios para la gran masa de la colonia es-
pañola, compuesta pn su mayor parte por trabajadores, mano de
obra estimadísima por laboriosa y sobria, y cuyo complemento
sería una preparación técnica adecuada. Con ello, los trabajado-
500 ACCIÓN ESPAÑOLA

res españoles en Marruecos mejorarían extraordinariamente su si-


tuación.
El proyecto completo del P. Lerchundi comprendía: el Cole-
gio de segunda enseñanza, la Escuela de Artes y Oficios, las cla-
ses de árabe (vulgar y clásico) y unas nociones de Arte Milñar.
Todo ello independientemente de la Escuela de Medicina, de que
Juego hablaremos. Se hace un poco extraña la inclusión de estos
conocimientos castrenses en el plan general (estas clases corrían
a cargo de los agregados militares a la Embajada) y no se
puede, sin más datos, formar juicio sobre un propósito que
hoy sería fácil de explicar, ya en el aspecto de la preeducación
militar, bien en el de la instrucción (papel análogo -HI dt- las
Escuelas Militares), ya para la preparación militar de hijos de
notables indígenas (semejantes a la Escuela Militar que en Dar
el Baída, Mequinez, tienen establecida los franceses).
No escapó al P. Lerchundi la gran necesidad de atender a la
educación e instrucción de las niñas, aspecto completamente des-
atendido en Marruecos hasta entonces, y a tal fin gestionó y
logró que pasaran a Marruecos las Madres Terciarias francisca-
nas (1883). El año pasado se celebró con toda solemnidad en
Tánger el cincuentenario dgl establecimiento de esa enseñanza,
que ha cumplido en Marruecos una ailta misión. Esa obra adquie-
re todo su relieve cuando se piensa en la falta de elementos y en
las dificultades de todo orden de la vida marroquí en la época en
que fueron fundadas.
También comprendió que la obra de la enseñanza precisaba
para su sostenimiento y desarrollo de recursos económicos, y sa-
biendo, por dolorosa experiencia, que por causas diferentes no
podría lograrlos en cuantía ni oportunidad, del Estado ni de la
Obra Pía, procuró obtenerlos independientemente, y a tal fin creó
en Madrid (1888) la «Asociación de Señoras de María Inmacu-
lada», que tuvo como misión principal procurar esos recursos;
al mismo tiempo envió a España religiosos misioneros francisca-
nos que recorrieron las distintas regiones estimulando el senti-
miento patriótico y religioso por d conocimiento de una obra de
tanto interés para España y clave, como hemos dicho, de su ac-
ción marroquí.
Ya en vida del P. Lerchundi, sufrió su obra de enseñanza los
primeros ataques, que no habían de cesar hasta el día. Esgritcien-
EL PADRE LERCIiUNDl 501

do el arma de la secularización de la enseñanza, se combatía a la


Misión, sin comprender que el propósito no podría realizaiflo na-
die como los franciscanos, que podría mejorarse tal vez en algu-
nos aspectos, pero que no podía improvisarse, ni menos sustituir-
se, el prestigio tradicional adquirido ante el indígena por el cjer-
c:(io de todas las virtudes. Más tarde ha podido apreciarse el
valor que tenía en el Norte de África el «prestigio europeo» ; cuan-
do éste sufrió crisis, los problemas se agudizaron y dificultaron
extraordinariamente, y ese prestigio no se adquiere en un día ni
por una disposición oficial; es el resultado de muchos factores
morales guiados por un magnífico sentimiento religioso. Es, des-
graciadamente, muy frecuente entre nosotros no medir los eff.ctos
de la pasión, con ló que las más de las veces, pensando servir a
España, infligimos grave daño al prestigio de sus instituciones
El P. Lerchundi comprendió perfectamente el peligro, y para
guardarse de él excitó repetidas veces el celo de ios misioneros en
la enseñanza, a la que debían dedicar grande y primordial aten-
ción. Claro está, y ya lo dijimos antes, que esto no era suticiente,
se precisaba mayor número de profesores, dar a algunos la prepa-
ración oficial adecuada, especializar a otros, aumentar y mejorar
el material de enseñanza, pero todo ello, entonces como ahora,
era superior a la fuerza de las Misiones y hubiera exigido el apo-
yo de unos Gobiernos conscientes de la trascendencia de la obra
y del útil espiritual magnífico de que disponíamos en Marruecos.
Si las ideas del P. Lerchundi sobre enseñanza hubieran podi-
do desarrollarse totalmente, \ cuántos beneficios hubiera obtenido
España y qué distintas hubiesen sido, tal vez, las características
de su acción eu Marruecos!

* * «

Apreció también con toda claridad el ilustre misionero la gran


importancia que estaba reservada a la acción de la Medicina como
elemento de civilización y de creación de lazos espirituales. Por
ello ayudó tan eficazmente al Dr. Ovilo en la creación de la «Es-
cuela de Medicina», de Tánger, que comenzó el año 18fl6 y fun-
cionó unos años aneja al Hospital español. Se trataba de propor-
cionar, sobre todo, conocimientos prácticos a los alumnos, que
fueron especialmente españoles y marroquíes.
502 ACCIÓN ESPAÑOLA

Tanto el Sultán de Marruecas, como la prensa extranjera, si-


guieron con interés la experiencia, que no tuvo, desgraciadamen-
te, el éxito que merecía. Muchos años después, se ha comprendi-
do toda Ja trascendencia de la acción civilizadora del médico;
cuarenta años más tarde del intento del P. Lerchundi, se creaban
en España estudios para practicantes indígenas; una vez más se
aprecia el retraso sufrido en nuestra nación por no haberse pres-
íadc la debida atención y apoyo a los proyectos del P. T^erchundi.

• * •

Es de observar la coincidencia entre la mayor parte de los pro-


yectos del P. Lerohundi y las aspiraciones del africanismo de su
¿poca. Este, la única conciencia de nuestros intereses africanos
que había en España, luchaba, entre la general indiferencia, para
llevar a los Gobiernos a una acción fecunda ; poco Icp^aba de
ellos y, en cambio, se dio el caso de que el P. Lerchundi fuera con
su personal esfuerzo realizando algunas de esas aspiraciones. Así
sucedió, por ejemplo, con la creación de la imprenta hispano-árabe ;
apreciaban los africanistas la importancia de comunicaise espiri-
tualmente con la minoría letrada del Imperio marroquí, de prepa-
rar así una obra que era de fraternidad y de amor. Pero un perió-
dico, una revista, una hoja en árabe, suponía un esfuerzo impor-
tante en material, en personal capacitado... ; el P. Lerchundi lo
realizó (1) ; el útil no fué luego aprovechado por los Gobiernos.
Lo mismo sucedía con la acción sanitaria y con el plan de es-
tablecimiento de muevas Misiones. Se apreciaba con claridad que
la casa-misión era el antecedente obligado del Consulado; creado
éste, pasaba a ser su natural complemento. El P. Lerchundi, que
había ya preparado a los misioneros, como hemos dicho : forma-
ción religiosa y misional, idioma, enseñanza..., se preocupaba de
multiplicar los puntos de contacto. Tan pronto se estableció una
factoría comercial en Río de Oro, propuso llevar a aquél territorio

(1) Conviene insistir siempre en la necesidad de situar los heoVos


en su época; hoy una imprenta hispano-árabe en Marruecos, aun siendo
importante, no presenta en su realización insuperables dificultades ; en
aquella época, sí. Por eso merece destacarse la obra del P. Lerchundi,
como los esfuerzos que ya entonces habían realizado empresas particu-
lares como la Estrella de Occidente, de Granada, y el Eco de Ceuta.
EL PADRB l^BRCHUNDI 50J

una Casa-Misión ; siguió en Marruecos la acertada orientación del


P. Sabater, restaurador de las Misiones (1860) ; se ocupó de me-
jorar la casa de Larache (1888) ; creó la Misión de Safí (1889) ;
restableció la de Mazagán (1889), que se había tenido que cerrar
tres años antes; mejoró la Misión de Casablanca (1891) ; consi-
guió, luego de muchos esfuerzos, fundar la de Rabat, 5- estudia-
ba con todo interés el establecimiento de la de Fez.
Intervino también en el proyecto de una creación de una pro-
vincia franciscana que había de comprender las Misiones de Ma-
rruecos y los Colegios Misionales de Santiago y d-; Chipiona. Man-
tuvo asimismo correspondencia con Moret, respecto al propósito
de éste de situar en Ceuta el Colegio de Misiones.

• * «

El aspecto más interesante de la obra del P. Lerchundi, ha-


bía de ser el que se refiere a la acción propiamente misional. Las
líneas generales de esta acción se desprenden de sus mismas obras ;
hay, además, escritos que permiten estimarla con toda exactitud.
En 10 de mayo de 1893 y con ocasión de un i^úmero extraordi-
nario de El Eco Mauritano, exponía así los medios que debían
emplearse para que la verdadera civilización penetrase en Marrue-
cos : oi.° Que todos los europeos, así las autoridades como los
subditos, vivamos perfectamente unidos con los vínculos, de una
amistad verdadera. 2." Que todos hagamos guerra sin cuartel a la
inmoralidad en cualquier punto o bajo cualquier aspecto que se
presente. 3." Que ninguno de nosotros haga reclamaciones in-
justas al Gobierno del Sultán ni a sus autoridades. 4.° Que
todos seamos enérgicos en las reclamaciones pistas que se
hacen al mismo Gobierno marroquí, sin cejar ni ceder en
la demanda hasta obtener la justicia que se pide, ayudándo-
nos mutuamente si fuera necesario. 6." Que hagamos las obras de
candad que podamos a todos, sin atender si es moro o judío, ami-
go o enemigo. 6.° Que enseñemos siempre de palabra y por escri-
to doctrinas sanas y morales; pero absteniéndonos, por las cir-
cunstancias especiales de este país, de herir a alguno eu sus creen-
cias religiosas, pues la experiencia enseña que esto produce re-
sultados fatales.»
Y más tarde, 1895, decía en carta al ministro de Estado, Du-
504 A C C I Ó N E S P A Ñ O L A

que de Tetuán (1) : tNo siendo esta Prefactura Apostólica una


institución civil, y no teniendo compromisos políticos de ningún
género, es evidente que debe tener completa libertad de acción y
usted será el primero en reconocerlo, y, por lo tamto, debemos
mostramos deferentes y obsequiosos con todos ios que aquí ven-
gan, y así lo hemos hecho siempre aun con personas que profe-
san ideas avanzadas. Nosotros a nadie preguntamos por sus ideas
políticas, a todos recibimos con urbanidad, a todos obsequiamos-
cuanto nos es posible y por eso somos apreciados de todos.»
Acción de ejemplaridad, exaltacióm del prestigio europeo, por
una conducta digna y justa, tolerancia, tales fueron las caracte-
rísticas de la acción misional respecto al indígena, dd P. Ler-
chundi.
Por lo que respecta a las colonias cristianas, se preocupó en
todo momento de facilitarles el cumplimiento de sus deberes re-
ligiosos. En 1880 pidió a la Obra Pía la construcción de una Igle-
sia adecuada en Tánger, fundándose en el aumento de la pobla-
ción «y en la situación especial de Tánger, residencia d d Cuer-
po dipJomático y por la existencia de católicos de todas las na-
ciones que se extrañarían de la nación que protege a las Misio-
nes». Se inauguró el 2 de octubre de 1881.
Teniendo en cuenta el número de familias cristianas que ya
residían o pasaban largas temporadas en el monte y con el fin de
que sus necesidades religiosas estuvieran atendidas, fundó la Ca-
pilla de San Juan del Monte. Allí donde había un cristiaro, desea-
ba el P. Lerohundi de que, en lo posible, hubiera también un mi-
sionero.
Sobre la población indígena, sobre las colonias europeas na
católicas y sobre la zona más descuidada de la propia sociedad ca-
tólica, actuaba el ilustre misionero por la ejemplaridad de una
obra amplia bien dirigida que llevaba su acción sobre los pobres
y los desvalidos, de los que fué siempre gran protector, y sin que
en ese a-specto de la humanidad que sufre hiciera distinción al-
guna de razas, religiones, etc. Manifestaciones de esa alta acción
social cristiana fueron : el Hospital español, la Barriada de Casas
baratas, las Cocinas económicas y la visita domiciliaria. Había

(1) Con ocasión del paso por Tánger con dirección a Fez del preten-
diente D. Jaime de Borbón.
El, PADBB LERCHUNDl 505-

fundado ya un Hospital provisional ; quiso el Estado ampliarlo, y


para ese fin, la Misión Católica, dando pruebas de su patriotis-
mo, cedió una parte del terreno que había adquirido para el pro-
yecto conocido de la Escuela de Artes y Oficios y Colegio de Se-
gunda enseñanza. El Hospital se inauguró el 25 de noviembre
de 1888 ; el servicio de asistencia se emcomendó a las Hermanas
Terciarias franciscanas.
Este Hospital español, en el que funcionó después la Escuela
de Medicina y al que, en épocas posteriores se agregaron impor-
tantes organizaciones : Gota de Leche, etc., ha prestado a las co-
lonias de Tánger durante muchos años los más destacados y úti-
les servicios, sosteniendo muy alto el prestigio español En la
actualidad el esfuerzo de otras colonias europeas y ei no hater
seguido nuestros Gobiernos una marcha progresiva a tono con el
significado que tuvo su creación en 1888, obliga a los servicios
técnicos a luchar en condiciones a veces desventajosas.
El proyecto de la Barriada de Casas baratas iba, en la idea
del P. Lerchumdj, ligado con el de la Escuela de Artes y Oficios
y Colegio de Segunda enseñanza ; en realidad era el complemen-
to, teniendo en cuenta las características de la mayor parte de la
Colonia española. Consiguió su propósito, luego de vencer nu-
merosas dificultades, y para que su obra fuera completa no le fal-
tó siquiera la manifestación de la ingratitud y la pasión humana ;
hubo uma gran pobreza mental para estimar toda alteza de este
propósito, se le juzgó con la misma mezquindad de los que no
sabían comprender ni agradecer. Ignoraban qut almas como las
del P, Lerchundi, tan bien templadas en la religión, se sienten
felices haciendo el bien y aceptan ese dolor de la incomprensión
como el complemento obligado de toda obra humana.
En 1895 creó la Cocina económica, institución que ha presta-
do a Tánger desde su fundación grandísimos servicios, especial-
mente en épocas de miseria y que atiende a todos los que a ella
acuden sin distinción alguna. Esta obra fué completada 'por el
P. Lerchundi creando la Asociación de Damas de Caridad, que
llevaba anejo el Ropero y la visita domiciliaria.
Y no se limitaba solamente a lo dicho con ser mucho, ni a las
limosnas que no eran menos; cristianos, moros, ¡hebreos, acudían
a él con dolores a veces más punzantes que los dolores materia- ,
les; en el P. Lerchundi encontraban en todo momento el padre^
506 ACCIÓN ESPAÑOLA

que los recibía amoroso, que los escuchaba con cariño, que les
bacía más leve su carga ayudándoles a soportarla con sus con-
sejos y sus cristianas reflexiones.

« • •

Aunque la base de toda acción futura de España en Marrue-


cos era, para él P. Lerchundi, su prestigio moral, su ascendiente
logrado por una acción ejemplar no dejaba de apreciar la necesi-
dad de ir fomentamdo a la sombra y amparo de ese prestigio, le-
gítimos intereses materiales. En ese aspecto puede decirse que no
hay un solo interés de carácter nacional creado en esa ^poca en
el que no interviniera más o menos directamente.
La mayoría de los políticos españoles (Moret especialmente)
apreciaron toda la importancia que respecto a nuestra acción en
Marruecos tenía la personalidad del P. Lerchundi: conocimiento,
prestigio, ecuanimidad, y le consultaban sobre todo proyecto de
interés. Así intervino en la creación de un servicio regular de va-
pores entre Tánger y España, en la cuestión del muelle de Tán-
ger, en la de la Cámara de Comercio, etc.

* * *

E! P. Lerchundi fué un valiosísimo y destacado elemento de


la acción española en Marruecos, y con su consejo y su asistencia
prestó a España servicios eminentes. Acompañó a Diosdado en su
embajada a la corte del Sultán (1882) por expresa y reiterada pe-
tición de nuestro Embajador, que apreciaba justamente todo el
valor de sus informes y de sus observaciones. La amistad del
P. Lerchundi con el Sultán Muley el Hassan, amistad que el
Sultán tenía en gran estima y de la que se mostraba orgulloso,
favoreció en mucho la acción de las Misiones, tanto por lo que
respecta a su establecimiento como por lo que se refiere al respe-
to de los indígenas.
En 1882 acompañó a Madrid como intérprete al Embajador
marroquí Brischa; asimismo en 1885 a Sidi Abd es Sadek besn
Mohamed. En 1887 volvió a acompañar a Diasdado en su viaje a
Rabat, y con ocasión de esta Embajada y en sus conversaciones
con el Sultán, quedó convenido que Muley el Hassan enviaría.
BL PADRE LBRCHUNDI 507

como así lo hizo, una embajada a Roma para felicitar a S. S. el


Papa León XIII con ocasión de su jubileo sacerdotal. La impre-
sión que causó en el extranjero esta determinación del Sultán de
Marruecos fué grande, apreciándose justamente toda su impor-
tancia y el éxito político que para España significaba. En nues-
tro país no se supo estimar debidamente, y juzgándolo con ruin-
dad aín hubo quien protestara de ello invocandc un laicismo que
ya entonces empezaba a estar pasado de moda en los países del
que nosotros lo habíamos importado.
Mantuvo el P. Lerchundi relaciones con políticos y persona-
lidades españolas y de un modo especial con Moret, que supo
apreciar lo que significaba en Marruecos el P. Lerchundi, y que
teniendo una visión dará de la necesidad de actuar en Marruecos
y poniendo al servicio de ella una constancia poco frecuente en
nuestros políticos, quiso tener en todo momento como consejero
al ilustre franciscano. La Misión Católica española de Tánger,
con una delicadeza extrema, no ha creído aún llegado el momen-
to de publicar la interesantísima correspondencia cruzada entre
Moret y el P. Lerchundi ; algún día aparecerá y entonces podrá
apreciarse que se trata de un epistolario notable que toca todos los
aspectos de la acción española en Marruecos.
Como ya apuntamos, el P. Lerchundi significaba en su épo-
ca la oposición diametral a las directivas, escasas y vacilantes, de
nuestra política mari'oquí. Todos veían acercarse el momento d«
la descomposición de Marruecos, de la que cada día se apreciaba
un síntoma nuevo. La política española se aferraba a la idea del
statu-quo como si por no hacer nosotros los hechos fueran a de-
tenerse, idea muy a tono porque era simplista y negativa con esa
política; el P. Lerchundi apreciaba con claridad que el statu-quo
«ra una tapadera bajo la cual las naciones interesadas, Francia,
Inglaterra, Alemania, Italia... continuaban actuando en su pro-
pio beneficio y con la inacción de España, la que mayores y más
legítimos derechos e intereses tenía en Marruecos.
No quería el P. Lerchundi que el statu-quo se rompiera por
España, pero sí que una acción sostenida e inteligente en el or-
den de la enseñanza, de la justicia y del amor humano, del des-
arrollo de todos los intereses nacionales, nos diera, cuando llega-
se el momento, el prestigio y los argumentos que precisaríamos
para que no fuesen sacrificados en beneficio de los demás. Por
508 ACCIÓN ESPAÑOLA

eso no vaciló en defender en todo momento y con toda energía el


prestigio y la influencia de España.
No pudo lograrlo; de una parte nuestra política, ocupada en
atender a lo del día a pesar del carácter de mayor continuidad y
estabilidad que daba el turno pacífico de los partidos, de otra la
falta de preparación, con las excepciones que por lo singulares
honran a los exceptuados, de nuestros políticos, la acción de la
burocracia que mata el alma de los problemas reduciéndolos a
absurdas aplicaciones de reglamentos y antecedentes, los celos que
despertaban sus conocimientos y su preparación entre diplomá-
ticos e intérpretes oficiales, la carencia total de una opinión es-
pañola, el sectarismo rural de una parte de nuestra colonia en
Marruecos..., todo contribuyó a que la obra del P. Lerchundi no
diese los frutos que en otro país se hubieran recogido map'níficos.
Tuvimos en Marruecos el hombre, nos hubiera bastado .seguirlo
para ganar totalmente la batalla diplomática que allí tenía plan-
teada Europa.
* **

Tales son los rasgos más salientes de la personalidad y la


obra del P. Lerchumdi. Cada uno de ellos podría ser objeto de un
estudio muy ampio, ya hecho, desde algún punto de vista por el
estudioso e infatigable P. López, de la Misión de Tánger ; nos-
otros hemos pretendido solamente bosquejar el pensamiento y la
acción de quien por su amor a Dios, al prójimo y a España, por
su cultura, su firmeza, sus dotes de organizador y su visión cer-
tera y diáfana del problema africano, honró en su época el sayal
franciscano ennoblecido en el campo de la política y de la acción
por el glorioso Cardenal Cisneros y en el Misional por tantos
mártires como dieron su sangre y sus vidas en Marruecos para
que fructificasen en él las virtudes cristianas.
Murió d P. José M." Lerchundi el 8 de marzo de "íSOfi luego
de una vida consagrada totalmente al apostolado religioso y pa-
triótico y como si por prodigio divino pudiera mantenerse ©n la
acción continuada una naturaleza débil que estuvo siempre ataca-
da por la enfermedad. Se dio el caso singular de que al morir con-
sideraron y sintieron su pérdida como propia cristianos musul-
manes y hebreos. Tales fueron los frutos de una vida cristianísi-
ma de toleramcia y de amor.
El. PADRE LERCHtTNDI 509

Que no se olvide su ejemplo ; que se recuerde siempre que el


sentimiento religioso del protector no es obstáculo para su acción
eficaz, justa, tolerante y amorosa respecto al indígena ; que se
tengan presentes las directrices trazadas por el P. Lerchundi, mu-
chas de ellas de actualidad tan viva hoy como en su tiempo ; que
no se olviden los servicios eminentes prestados por los francis-
canos a España durante ocho siglos, y sobre todo, que la Misión
es la solera de la acción española en Marruecos. Cambiarán los
funcionarios, los rectores de nuestra política, pero la Misión que-
dará como d tesoro más puro de nuestra tradición en Marruecos,
como la exaltación de las virtudes del protector ante el protegido.
Continuar esa tradición y no restarle una sola de sus prerrogati-
vas o de sus prestigios, será en todo momento hacer en Marrue-
cos obra puramente españoila.
TOMÁS GARCÍA PIQUERAS
E l A r t e y el Estado

IV
LA «NUEVA ARQUITECTURA» O LA REVOLUCIÓN FRACAS-^DA

Cuando parecía que el mundo estaba conquistado por «l'esprit


nouveau» de la «nueva arquitectura» :
Cuando parecía que la tierra se iba a convertir en un mar sur-
cado de casas náuticas y racionalistas :
Cuando la humanidad parecía resignada a aceptar para vivir
una arquitectura de tuberculosos, unas mioradas-sanatorios, unas
salas de clínica dental y unos dormitorios-quirófanos:
Cuando la ley rígida del funcionalismo racional iba a cumplir-
se sobre el globo arquitectónico.
Y el hombre a quedarse en cueros sobre terrazas innumerables^
Y las cristalerías oblongas —aéreamente suspendidas entre
cemento y acero— comenzaban a confundir al hombre con el paisa-
je, y a transformarlo en pez de pecera, o en viajero transiberia-
no que considera la vida como un puro tránsito cósmico, sin dis-
tinción de patrias ni tradiciones :
Cuando esta «nueva arquitectura» estructurada por alemanes,
rusos, holandeses, franceses y suizos de la postguerra revoilucio-
naria —por el espíritu judaico, socialista y pedagógico de 1917—,
parecía pronto a su total eclosión, ¡ hétenos que en Alemania, el gran,
nido de los Gropius, van der Mié, de los Stuttgart y los Dessau,
queda clausurado! Y el Gobierno de Hitler proclama esa arqui-
tectura antinacional, antitradicional y bolchevique.
i Y hétenos que en Rusia, la gran revolucionaria del arte y
EL AKTK Y El. ESTADO 511

de la construcción, desechan como burguesa esta arquitectura, úl-


timamente, para el Palacio de los Soviets, adoptando un proyecta
de tipo babilónico, como para el rey Asurbanipal!

* * >i>

Es decir, que la Europa nórdica, protestante, y la Rusia mar-


xista, inventoras y propulsoras de esa «arquitectura funcional»,
«de masas sociales» y de «materialismo vital», dan por fracasado
el experimento, volviendo a sus formas arquitectónicas más acre-
ditadas o genuinas : en Germania, el estilo romántico, colosal,
salchichoso y nervudo. Y en Rusia, el estilo asiático, barroco y
vegetalino.
* « *

Por contra, en el mundo románico, donde hasta ahora el estilo


funcional y cúbico había quedado relegado a los vestigios de casas
campesinas o de pequeñas ciudades Htorálicas, empieza a cobrar
prestancia. Italia y España es ahora cuando acrecientan su entu-
siasmo por la arquitectura desnuda, masiva y proporcional.

* • *

¿ Qué lío es éste de la «nueva arquitectura» ? A mí me preocu-


pa hondamente.
La Arquitectura es el arte indicilar de nuestra época.
En rigor, la Arquitectura ha sido siempre el índice estilístico
de todas las épocas. Se habla de un orden clásico, pensando en el
Partenón. De un alma gótica, en las catedrales. De un Renaci-
tniento, en las cúpulas de Brabante. En un rococó o en un barroco,
recordando a Churriguera,
El habitáculo del hombre es como la prolongación misma del
hombre. Hasta el nómada (el hombre sin casa) hay que imaginarlo-
siempre bajo una tienda de tela, morada de lona, velamen empu-
jado por el viento trashumante. El hombre es siempre : el hom-
bre y su casa. La historia del hombre es un poco la historia de
sus estilos arquitectónicos.

* * *
512 ACCIÓN ESPAÑOLA

¿ Cuál era el último estilo arquitectónico predecesor de este


nuevo, funcional, racionalista?
Era un estilo prolongación última del barroco, del estilo ro-
mántico, del estilo nuduralista y psicologista. Era ese modern'style
que los surrealistas a lo Dali quieren reivindicar ahora, siguiendo
instintivas instrucciones del comunismo ruso, como protesta con-
tra un arte, como el fuv.cional, que corre el peligro de romanizar-
se, de fascistizarse.

* * *

(Paréntesis)
El catalán surrealista Sailvador Dali es el campeón del modern
style como ideal de arte, en oposición al arte funcional y raciona-
lista. Para Dali la Suma Belleza deberá ser comestible. Adora las
puerta\s en forma de hígado, las columnas de confitería arquitec-
tónica. Adora las ondulaciones de mar petrificado de las fachadas
del Paseo de Gracia, en Barcelona. Y las estatuas ornamentales
en éxtcisis eróticos y cursiUsimos. Y las neurosis ceramistas del
Parque Gücll, en su tierra. A primera vista, podría sorprender
que un artista joven, avanzado y de gran talento plástico como
Dali, haya caído en esa glorificación de lo que se tenía por más
cursi, repugnante, burgués y mediocre : el estilo catalán o mo-
dern style fin de siglo. Y, sin embargo, no hay contradicción.
Es un fenómeno en arte —paralelo al politi'CO— que obedece a
lina misma causa : el regionalismo.
El regionalismo es (uruj> consecuencia de la metafísica románti-
ca, naituralista y subversiva, utilizada lioy por la Rusia comunis-
ta y por la Francia liberal, para impedir toda posible unificación
en principios clásicos, cristianos, católicistas e imperiales.
Asi como los «revolucionarios sindicalistas^ de la Esquerra de
Maciá partieron de un hipócrita e insincero postulado intemacio-
nalista y humanitario para terminar en una Generalitat localista
y regional, así Dali partió del principio vanguardista, abstracto
y deshumano para terminar en las bellezas de la Barceloneta.
Aribau, Rusiñol, Guimerá y todos los artistas folkóricos y re-
gionales de Cataluña, han quedado bien pobres ante la glorifica-
•ción del alma del Señor Esteve, ramphna, tripuda, práctica y
BL AJOS Y BI. BSXAJ20 513

tierna, comercial y orfeónica, alcanzada por Salvador Dali, el úni-


co hortera con genio que ha dado el a<rte joven catalán. Y a quigti
admiro hoy más que nunca. Precisamente por reconocerle un mag-
nífico enemigo. Ese arte que proclama Dali me parece respetable
cofi iwna sola condición : la de no pretender que traspase el Paseo
de Gracia\. Es decir, la gracia que les hace a los señores de ese
paseo. Su erección, en norma universal, es como ese prurito de
los esquerristas de basar la confederación deis pables iberics en
el uso de la llingua catalana.

El modern style era el tipo «Casino de San Sebastián», «Banco


de España en Madrid», «Casas de Gaudi en Barcelona». Una ar-
quitectura con exteriores y fachadas donde se habían depositado
—como en las Enciclopedias a lo Larousse, a lo Espasa— todos
los vestigios del pasado. En un detritus infatigable. Una arqui-
tectura con interiores «psicológicos», «intimistas» donde guarecer
bien las lágrimas pasionales de escenas de sofá, los eructos de co-
midas complicadas, los malos olores de una ausencia de baño, los
bacilos de toda epidemia y la carie de unos dientes sin cepillo.
Deliciosa arquitectura.
Por eso iha tenido que ser violenta —y hasta revolucionaria—
la reacción contra esa pútrida delicia.

* * *

La nueva arquitectmra —ífuncionail e higienista— ti<vo un


primer origen excelente, piadoso y noble. Procedió de dos impul-
sos netamente científicos : el biológico y el técnico.
Ya a fines de siglo se había abierto paso —desde los laborato-
rios de biología— el concepto microbiano y bacilar. Con su tera-
péutica consiguiente : aire, sol. Las ciudades comenzaban a hacer-
se imposibles para la vida. El maquinismo en auge (carbón, ga-
solina) ponía irrespirables las angostas ciudades, estrechas e in-
servibles para un tráfico cada vez más febril y creciente.
Por otra parte, el ingeniero, el técnico, al construir máquinas
y rodajes para estas máquinas, había descubierto una serie nueva
514 ACCIÓN BSPAÑOtA

de materiailes y modos constructivos. El hierro, el acero, el ní-


quel, esl cristal, el cemento armado.
Cuando, en 1903, en vista de esta industrialización de la vida
que se avecinaba, dos arquitectos como Tony Garnier y Ángel
Peret, presentaron unos proyectos de nueva arquitectura, no se
hizo sino ensayar la práctica de esos dos imperativos originarios :
la lucha contra el bacilo (bidlogía) y la liicha contra un material
anti-industrial (ingeniería).
La Gran Guerra desarrolló enormemente la validez de esos dos
conceptos motores. El laboratorio químico se perfeccionó maravi-
llosamente, con sus sucedáneos las clínicas operatorias y los sa-
natorios de convalecencia. Y la técnica ingenieril y maquinísti-
ca llegó a creaciones insospechadas. El avión, el tractor, el sub-
marino, el automóvil, el trasatlántico, el cañón, el puente metá-
lico, las estaciones radiotelegráficas, los puestos de semáforos,
las locomotoras, adquirieron de pronto algo más que una utilidad
inmediata : un prestigio de belleza, una irradiación ejemplar, que
no tardó en trascender a la poesía y a la plástica nueva. Al arte.
El hombre —después de la guerra— creyó que se avecinaba
la Edad de Oro en que había soñado románticamente tantos si-
glos. La paz iba a reinar sobre la tierra. Todo iba ya a sociali-
zarse, en una vida común, rápida, idílica, aséptica. Se iba a salir
de la ciudad tentacular, en una vuelta a la naturaleza madre.
Y a huir de conceptos místicos y enrarecidos, turbadores de la
paz natural y comunal : como eran las ideas de Dios, de Patria,
de Familia. No habría ya distancias, ni fronteras, ni razas infe-
riores, ni explotadores ni explotados. Se viviría en casas senci-
llas y puras como celdas de una comunidad internacional, toman-
do por modelos las viejas casas primigenias del litoral africa-
no, griego, siciliano y andaluz. Cubos de cal. Ayudados del hor-
migón y del hierro —pura armazón orgánica—, se proyectó la
cosa transportable, como un buque sobre la tierra. Como un pa-
lafito : apoyada sobre pilotes, sobre zancos de cemento que dieran
la sensación del caminar, del trasladarse sobre eíl globo, a gozar-
lo. Y con hermosas terrazas para desnudarse y fundirse a la na-
turaleza, desnudos, en un místico desnudismo integral, materia-
lista y panteístico.

* * *
KL ARTB X BI, ESIAJX) 515

Fué ese el segundo origen —el insano y maldito— de la anue-


va arquitectura».
El espíritu originario —de ciencia y piedad humana— se ha-
bía evaporado para dejar paso a un espíritu turbio, voraz, revo-
lucionario y herético que desde tiempo acechaba en la sombra
para caer sobre esa presa : el espíritu errabundo y oriental de
Israel. El espíritu judaico.
Fué el mismo espíritu que desencadenó la revolución rusa para
dar satisfacción i>olítica a los mismos postulados, a las mismas
querencias que perseguía en el arte y en la vida : racionalidad,
igualdad, internacionalidad.
Y en la Alemania socialista —^prehitlerista— y en la Rusia
trotskyana, y en la Holanda de Amsterdam —^judaizante y socia-
lista—, surgió ese credo de una arquitectura parai masas proleta-
rias, una arquitectura uniforme y sin fronteras. Racional y ló-
gica, como la moral del judío Espinosa. Y ese espíritu judío se
complacía en reiterar la forma bíblica, palestínica del cubo de
cal y de la terraza solar, adulando con ello la vieja sed de sol
y de aire puro de los climas nórdicos ; y su ancestral tendencia
selvática y panteísta al desnudismo y al culto de las fuerzas
naturales. Y ese espíritu judaico se complacía en acentuar el sen-
tido nómada, errátil y despojado de !a nueva arquitectura. De ahí
esa obsesión por las caisas-buques. Por los lechos-literas, las al-
cobas-camarotes, las ventanas-escafandradas. De ahí el culto ex-
cesivo de la nueva arquitectura por los valores materialistas de
la vida : confort y confort, hasta el paroxismo. Adoración solar.
Deshumanización y geometría. El espíritu humano y creador ie
los primeros orígenes de esta arquitectura, se transformó en el
espíritu característico del revülucionarismo judaico : lo nómada
y lo materialista.
•Pero ese espíritu judaico, oriental y revolucionario, espíritu
iyi7 de la rmeva arquitectura, fué descubierto un día, combatido
y desarmado. Hoy...
* * *

Los nórdicos descubrieron un día —oh, qué gran descubri-


iniento— la única ley fundamental de arquitectura: la climá-
tica. Descubrieron que tanta terraza y tanto sülarismo y tanta
516 ACCIÓN ESPAÑOLA

desnudez interior eran espantosas y desafiantes para un clima


de lluvia, de nieve, de goticismo y de selvas con abetos. En la
Alemania de Hitler descubrieron que mientras combatían en la
calle al judío, al católico, al hombre moreno y soleado, en casa,
vivían «lia casa de ese hombre».
Y, como es natural, le suprimieron también la casa.
Con un sentido racional, muy diferente al racionalismo cs-
pinosiano de tal arquitectura. Cada raza tiene su clima, y, por
tanto, su guarida contra ese clima. Su casa específica. La raza
aria no podía tener el mismo habitáculo que la semita. Y llamó
«hebrea» a esa arquitectura.
Lo mismo les ocurrió a los Soviets de Stalin, caída la venda
judaica de los ojos. Desilusionados de conquistar el mundo eu
«revolución permanente», volvieron ios ojos a los viejos tiempos
orientales, retrógrados, asiáticos y zaristas. Volvieron los ojos
a su querida arquitectura de bazar y de serrallo. Por eso el nue-
vo Palacio de los Soviets no será de «nueva arquitectura», por
considerarla como un último producto, occidental, capitalista, bur-
gués y judio.

Y así se encuentra hoy esta pobre «nueva arquitectura», des-


tinada por los revolucionarios de 1917 a la conquista integral del
mundo. Y, al fin, desechada por el occidente nórdico (anglo-ger-
mánico) y por el oriente, ruso, bolchevique.
Sin más salvación que la de todo pecador : purgar sus pecados
con una peregrinación a Roma, en busca de una absolución total.
E s decir : sin más vía de salud que el «retorno a sus orígenes ma-
triculares» , eu una vuelta de fi.lialidad pródiga. Una vuelta a aque-
llas matrices —(humildes y eternas— del litoral antiguo; a aque-
llos cubos de cal, populares, seculares, de donde un día la sacaron
unos aventureros, con el señuelo de correr el mundo montada
sobre cristal y metales preciosos.
El reciente descubrimiento de «Roma» por Le Corbusier —el
gran apóstol «funcionalista»— significa uno de los síntomas in-
dudables y hermosos de la salvación que espera a la «nueva ar-
quitectura» tras el fracaso de su revolución bolchevique y mundial.
El, ARTE V EL ESTADO 517

V
E L OEXPEDIENTE» L E CORBUSIER

La «nueva arquitectura» ha seguido la ruta parabólica de la


«nueva política» en el mundo.
Nacido el socialismo en los típicos medios intelectuales de Oc-
cidente, se creyó que al desembocar ese producto, por intermedio
del judío Marx, en el Oriente, se iba a plegar el Oriente —y el
mundo—a los postulados de los utopistas europeos. Rusia cogió
el socialismo y lo plasmó con su genio comunista, absoluto, asiá-
tico, riéndose de aquella «intelligihentsia» francesa, inglesa o alema-
na, inventora de los idílicos proyectos sociales. Mofándose de ella.
Escupiéndola el peor insulto del comunista : burguesa.
Le Corbusier debió hacerse tantas ilusiones como Picasso en
la «revolución social» a través del arte. | Pobres Picasso y Le Cor-
busier ! Yo vi a Le Corbusier por vez primera en una de esas vi-
sitas suyas de propaganda hechas, no entre las masas sociales y
populares, que pretendía conquistar, sino —buen europeo— en
círculos de minorías selectas, pedantes y esnóbicas, círculos mor-
bosamente sedientos de ideas nuevas, de hechos rmevos, de perora-
ciones nuevas, de querer estrenar el mundo todas las tardes en una
hora de conferencia.
Le Corbusier dejó en su paso por España —como en otros
pueblos europeos— un ideal filocomunista, redentor de la vida in-
quilina y del urbanismo burgués. Dejó tras sí una escuela de imi-
tadores y de entusiastas.
Lo que más me gustó de Le Corbusier —ya desde entonces—
no fueran tanto sus proyectos como el ardor y el ímpetu que ponía
en sus geométricos sueños. Ya la gente le decía que era más un
lírico que un arquitecto. Un romántico de la geometría. (En ello
iba a estar su salvación, como veremos.) Pasó el tiempo. Yo, que
habla sido uno de los más conmovidos por la propaganda de aque-
lla nueva arquitectura, y que fui uno de los primeros escritores
españoles en proclamarla y difundirla por mi patria, me vino una
cierta angustia repulsiva por tal estilo. Y, en consecuencia, y de re-
flejo, por su gran apóstol : Le Corbusier. Encontraba a esa ar-
518 ACCIÓN BSPAÑOLA

quitectura, más que protestadora, protestante. Sentía en ella una


frigidez incontrarrestable con tanta retórica del sol y del aire
como postulaba.
Y es que yo había llegado ya lealmente, sinceramente, a la
conclusión definitiva que constituye el secreto de toda arquitec-
tura : el genio climático.
La «nueiva arquitectura» —aérea, encristalada y palafítica, sin
muros, sin macizos, toda ella paisaje, sol y comunión naturalis-
ta— me pareció una aberración para la vida española genuina.
El hombre de España jamás buscó, ni podría buscar, el sol
y la luz en su arquitectura. Eso fué cosa de holandeses, de ingle-
ses, de baltas. La impresión que me dejaran Londres, Amsterdam :
la de ciudades con gafas. Todo en ellas : miradores, cristalerías,
espejos reflejantes. Ciudades miopes, ansiosas de claridad y de pre-
cisión. De sdl, de aire, de contornos.
El español (como el romano, el árabe y el griego) lo único que
había buscado en serio durante su vida arquitectónica fué la
sombra. Frescor y umbría.
Muros densos, mengua de ventanas exteriores y patios. Airea-
ción interna. Intimidad luminosa.
El patio había sido para nuestra arquitectura como el hogar
para la arquitectura nórdica. El corazón de la vida cotidiana. Su
medula.
El español no había sentido —ni siente, ni sentirá— el paisaje.
Eso del paisaje fué una invención panteísta del humanismo que
tuvo escasas repercusiones en nuestra genuina cultura. El «senti-
miento de la naturaleza» en nuestra literatura y en nuestra pin-
tura ha sido sólo un tema de profesores liberales para torturar
a alumnos y a clásicos. ¿ Cómo en la estepa castellana o aragonesa
iba uno a sentarse en un sillón mfetálico frente a la reverberación
cegadora de kilómetros de ardor ? ¡ Sin árboles, sin agua deliciosa-
mente enriada y ennberada, sin verdura enjugadora de la luz y
de la calígine polvorienta I
Es cierto que las terrazas —una de las claves en la nueva
arquitectura— existían en nuestra arquitectura románica y afro-
mediterránea. Pero nuestras terrazas eran para utilizarlas en el
atardecido y en la pJena noche. Yo nunca olvidaré el secreto de
Tetuán, aflorando los atardeceres —y en las madrugadas del Ra-
EL ARTE Y EL ESTADO 519

madán— aquellas figuras ocultas durante el día solar. ¡ Espec-


táculo marino, abisal, de ver abrirse flores humanas en las rocas
calizas de las casas, y trémulas animálculas en caracoles de yeso,
bajo el océano azul de una noohe estrellada tetuaní!
i Mortandad de nuestras ciudades blancas, grises, en las horas
meridianas! Ciudades siderales, lunares. Sin tránsito, sin humo,
sin gritos, sin seres, sin máquinas.
Pronto vi que Le Corbusier y su arquitectura eran \xn error
de laboratorio, de taller técnico, de cerebros maquinísticos, fáus-
ticos ; una falsa universalidad, un arte restringido. Una confusión
que confundía la estandarticidad con la catolicidad de un arte.
Era el romanticismo eterno del hombre nórdico, que había que-
rido universalizar el mundo, tomando las formas externas de la
cultura del Sur y maquinizarlas. En efecto: W. Gropius, el crea-
dor de Dessau, se había inspirado en las casas de pescadores de
Capri.
El famoso Mies van der Rohe hizo sus planos germánicos so-
bre las moradas pomipeyanas. Otro se fijó en las arquitectonías su-
danesas. Otro, en las viviendas tangerinas o malagueñas. Picasso,
en las casas aragonesas de Horta.
¡ Oh tiempo de la preguerra y de la inmediata postguerra!
Final confusísimo de toda una era de confusionismo.
Mientras los arquitectos nórdicos bajaban a los climas sola-
res, importando la cal y la terraza a sus climas abéticos, de nieWa
y nieve, nuestros arquitectos indígenas tomaban estos dos caminos,
a cual más bufos: o se iban a la Kónigsplatz de Monaco, o a la
Brandeburgtor de Berlín, para importarnos edificios plúmbeos de
piedra asalohichada, o bien se iban, los más jóvenes, a Stuttgart, a
Dessau, a reingresarnos la cal y la sal de Andalucía con un «Made
in Germany» oliente a cerveza, a sosería y a brutalidad. ¡ Qué des-
castamiento y ridiculeces recíprocas!
Afortunadamente, las cosas no van a seguir así. Y la arqui-
tectura va a dejar pronto su papel de arte snob y de laboratorio
para conquistar un papel mucho más fundamentado, tradicional y
serio: el de su primacía artística, humana, social.
Le Corbusier —por fin— ha encontrado su camino de contri-
ción y de recreación. Frente a su quimera de revolución social y
de maquinismo integral, ha encontrado, según sus propias palabras,
aune verité sociale : Romie».
520 ACCIÓNBSPAÑOLA

Y lo mismo que Roma —matriz universa— va plasmando de


nuevo la política del mundo, así ha comenzado a plasmar el arte
de este mundo universo, que tiene su símbcvlo en la más viril, cons-
tructiva, imperial, de todas las artes : la arquitectura.
Le Corbusier ha encontrado la majestad de Roma. De la ar-
quitectura de los pueblos. Del Estado.

* * *

Hace muy poco he encontrado de nuevo a Le Corbusier. Bajo


el cielo de Italia. Ni la primera ni esta vez quise hablarle. Me sa-
tisfice con observarle, con escucharle. Ahora, con una diferencia :
la admiración me la encontraba teñida de algo fraterno, de una alta
ternura, como de una indecible camaradería y ritmo en la misma
marciha. Veía en él —gran talento famoso— ingresar en la misma
ruta ideal por donde yo marchaba ya —^sin fama y sin honores—
hace años.
Su perfil seco, preciso, engafado, gris y elegante me pareció
menos suizo, menos maquinístico, menos fanático de la geome-
tría. Sencillamente : más humano.
Creo, además, que ésa era, precisamente, su propia preocu-
pación : la rehumanización de la Arquitectura. Arrebatar a la
máquina y a la ciudad tentacular y a la masa colectiva su presa
del hombre. Sabido es que Le Corbusier fué el inventor o propul-
sor de aquella ecuación célebre en la «nueva arquitectura» : casa-
nüiquina para vivir.
Partido, como los otros arquitectos nuevos, de los hallazgos
maquinísticos e ingenieriles (electricidad, acero, hormigón, cris-
tal) y de terapéuticas biológicas de laboratorio (lucha antitubercu-
losa, aire, sol), fué el lírico en arquitectura de la vuelta a la\ natu-
raleza a través de la máquina : de la casa.
Hoy, sus dos grandes inquietudes, las inquietudes que el genio
de Roma parece haberle desvelado, son casi las contrarias : salvar
al hombre de la máquina; dominar la naturaleza humanamente. En-
contrar la fórmula entre la masa y el individuo. Entre lo colec-
tivo y lo personal. He ahí su teoremla nuevo y trascendente :
¿ Qu' est ce que la ville ?
¿Et d'abord qu'est ce que l'homme}
Bt ARTB Y Sh BSTADO 521

Cest un potentiel illi-mité d'énergie place entre deux fatalités


contradictoires et hostiles : l'individuel et le collectif.
C'est entre ees deux destins que se trouve le point juste, le point
d'equilibre.
No otra ha sido y es la fórmula fascista para lo social y po-
lítico.
Le Corbusier ha llegado en Arquitectura al «punto justo», al
«punto de equilibrio» entre las dos fatalidades contradictorias y
hostiles, entre lo individual y lo colectivo que había —en el Es-
tado— llegado Mussolini. Genio de Roma. Punto medio, equili-
brio entre la fatalidad hostil del genio de Occidente (lo indivi-
dual) y entre la hostil fatalidad del genio de Oriente (lo colecti-
vo). Genio de Roma. ¡Nueva catolicidad arquitectónica!
Roma es el más elevado potencial en el cielo de una fatalidad.
Roma ha conquistado una verdad social.
Es comprensible que en el mundo arquitectónico y artístico de
París, de Moscú, de Norteamérica y de otros sitios se rumoree el
que Le Corbusier se ha hecího fascista. Ante fórmulas así, y ante
sü amistad con gentes francesas como Lagardelle el sindicalista,
amigo de Mussolini, es natural que Ginebra y Moscú sospechen
haber perdido un naipe de fortuna, un pleno artístico, un gran
talento mundial. No creo que a Le Corbusier le interese llamarse
o no fascista, pertenecer o no a una política determinada, Lo que
le interesa es la revelación de esa nueva fórmula encontrada para
su arquitectura y su urbanismo : esa nueva ecuación mágica entre
lo individual y lo colectivo.
Con lo cual se cumpliría una vez más el destino de Roma en
sus florecimientos históricos : que son siempre las provincias ro-
manas, d mundo románico, quien abastece a Roma de sus me-/'
jores artistas, salvadores, exaltadores. Una vez más se vería pa¿
tente que Roma no es Italia, ni Francia, ni España, sino almas.
romanas de esos países las que sienten el ímpetu de la filialidad, -
el misterio de un genio matriz.
i Qué es Roma para Le Corbusier ?
Roma, la fuerza consciente.
Roma, palabra redolida, plena, entera, central, eminente.
Roma, geometría sitnple, pero esencial.
Roma, hacer surgir un potencial.
522 ACCIÓN BSPAÑOI.A

Roma, encaminarse por una vía noble.


Roma, centro de mando.
El Pan^tenón (puro arte de Occidente) había hecho de mí —dice
Le Corbusier— un revolucionario.
Frente a las ciudades rascaciélicas y monstruosas y maquina-
ticas de Norteamérica, o los conglomerados románticos de las villas
medievales y las urbes caprichosas y modernistas del pasado siglo,
lia villa romana se le aparece como una villa de orden, clasificación,
jerarquía, dignidad. Villas como máquinas : productos de acción.
Roma ha conquistado una verdad social.

No será de extrañar el que pronunciamientos como éste de IvC


Corbusier conmuevan los destinos de la arquitectura por venir, las
almas jóvenes de los arquitectos en gestación.
He pasado esta tarde sobre el Palatino, en m^dio a\ los oleandros
rosas y blancos, en medio a los cipreses y bajo un cielo magnífico.
La historia emana de todo ; se apodera del corazón ; arrebata\ el
espíritu. Pero ¿ constituirá un fieso para el espíritu y para el co-
razón ? O bien, ¿ será la historia un trampolín maravilloso del im-
pulso, del salto hacia adelante!
Yo no concibo la historia más que en esta forma última, ha his'
toria nos enseña que cada época ha creado obras peculiares a ella,
y, anteriormente, otras obra\s que las precedieron.
Hoy es útil el que técnicos perseverantes, modestos, pero con-
vencidos (entre los cuales estoy yo), puedan venir a afirmar y a de-
cidir a aquellos cuya misión es regidora que nuevos tiempos han lle-
gado y que medios técnicos prodigiosos están pronto aptos, y que
todas las soluciones pueden ser afrontadas y alcanzadas, que los
proyectos están hechos, que la prueba está controlada numérica-
mente.
Las raices de la nueva civilidad que adviene son tan profundas
que una arquitectura y un urbaniisnw esplendentes, magrdficos,
llenos de grandeza y dulzura para el corazón humano, puede es-
cudarse bajo el signo milagroso de la decisión, del gesto qu& sólo
la Autoridad pu^de crear. La Autoridad ; estai fuerza paterna.
Roma está hoy, ante el pleno tumulto universal, en el puesto
BI« ARTE Y ni, ESTADO 523

de una autoridad adquirida y conquistada, una autoridad en grado


de proclamaír su verbo ante la paz del mundo.

Sólo sobre el Palatino, bajo el cielo de Roma, entre la severi-


dad del ciprés, la gracia del oleandro y el palpito de la historia,
podían surgir estas palabras ; este programa ; esta ruta nueva.
Roma : Salto de lo sido hacia el futuro. Progreso, afincándose
en la tradición : fatalidad, genialidad, en la historia.
Le jascisme —ha dicho un ilustre escritor francés, actual y
joven— est un retour aux sources et un magnifique retour sur soi-
méme.
El hnperio —^ha dicho ese mismo crítico, Waldemar George—
es una síntesis del Norte y del Mediodía\; de los tiempos modernos
y de la antigüedad.
Y el arte esencial al Imperio fué siempre la arquitectura.
Las legiones comportaban sus ingenieros, geómetras, arqui-
tectos y militares que fundaban las ciudades. La urbe romana ja-
más padeció de error —dice Le Corbusier.
¿No era el César el constructor de Puentes : Pontifexf Estruc-
turar, edificar, ordenar, son los verbos del Estado. Verbos arqui-
tectónicos. Toda resurrección de lo «estatal» en la historia signi-
fica un resucitamiento de «lo arquitectónico». Primacía del Esta-
do ; primacía de la Arquitectura.
Arquitectura : arte de Estado, función de Estado, esencia del
Estado.
Ha llegado la hora de una nueva arquitectura, de un estilo
constructor. Porque la hora de un Estado nuevo —^genio de Roma,
jerárquico, ordenador— ha llegado al mundo.
Que las otras artes —como falanges funcionales^— se discipli-
nen y preparen para ocupar su rango de combate y ordenamiento.
La Arquitectura tiene el puesto de mando. El Estado. Roma,

ERNESTO GIMÉNEZ CABALLERO


'¡Continuará.)
El espíritu en la Historia
UIZÁ no 'haya en Madrid escultura más admirable que la
Q del «Ángel caído», del Retiro, ni monumento público más
bello. Se alza en el paraje más atractivo de la Corte, en
uno de los pocos que justifican a Olaretie, cuando decía que Ma-
drid es «la ciudad de las elegancias refinadas». Al extremo del
paseo de coches, donde termina la altura que la ciudad recibe de
la última estribación del Guadarrama, que hizo de Madrid una
fortaleza, y en el punto preciso donde el Parque se ensancha
como para abrir paso a los grandes espacios manchegos y donde
las perspectivas infinitas se agrandan todavía, sobre la verdura de
los árboles, por la lumánosddad y transparencia del aire, que se
hace aún más claro y más brillante a los reflejos del asfalto bajo
el sol.
Ahí está, en el lugar más elegante y hermoso de Madrid, el
monumento al Diablo, representado en el momento de caer de los
cielos, él ala hincada en tierra, el cuei*po doblado hacia atrás,
una serpiente enroscada en las piernas, la mirada todavía reta-
dora en medio del castigo, y la belleza angélica en cada uno de
los rasgos. En derredor juegan los niños, ruedan las bicicletas,
florecen los rosales, muestran sus barbas los bustos burgueses de
Tolosa Latour y Miguel Moya. El monumento es obra de don Ri-
cardo Bellver, que la esculpió en Roma, donde estaba pensionado,
y fué premiado con Medalla de primera clase en Ha Exposición
de 1878.
Para ser sincero, diré que no creo que nuestros padres se pro-
pusieran deliberadamente honrar al EHablo en los primeros años
de la Restauración. Aunque desde el Ángel caído puede verse el
EL ESPÍRITU EN LA HISTORIA 525

Sagrado Corazón del Cerro de los Angeles, no creo se, alzara con
ninguna intención el monumento del Retiro. Se hizo el monu-
mento porque la escultura parecía bella, y no cabe duda de que
lo es. No se pensó en el simbolismo inevitable de la obra. Se
olvidó que la caída de Satán no es un suceso que; haya ocurrido
una vez en la historia, y que su signifioación está no sólo en el
pasado, sino en el presente y en el porveínir. Cada vez que se le
frustra al diablo un gran designio, cae Satán por los cielos, aun-
que ello no suela poder verse sino con los ojos de los ángeles.
En el Evangelio de San Lucas se cuenta que Nuestro Señor
envió de ciudad etn ciudad a setenta y dos discípulos. Al regresar
estos apóstoles lo hicigron llenos de gozo y diciendo: o Señor, aun
los demonios se nos sujetan en tu nombre» ; a lo que contestó
Jesús: «Videbat Satanam sicut fulgor dei coelo cadentem» (Veía
a Satanás como un relámpago que caía del Cielo) (Luc, X, 17 y
18). ¿ Qué contratiempo padeció el Príncipe de las tinieblas en
los tiempos de la Restauración para que sei volviera a caer del
Cielo ?
Líbreme Dios de la tentación de sugerir que nuestros padres
celebraron en (A Ángel caído el símbolo de su querido liberalis-
mo. Muchos de aquellos liberales se tenían por católicos excden-
tes y eran relativamente pocos los qua se daban cuenta de que
los grandes liberales o libertarios o libertinos extranjeros habían
celebrado en Satanás al gran rebelde, sólo por ser rebelde, pero
excusándole por haber arrancado a los cielos, a la fuerza bruta
omnipotente, las lucgs del saber, y así, cuando Shelley canta al
«Prometeo desencadenado», no vacila en asemejarlo a Satanás,
aunque decida la comparación en favor de Prometeo, por carecer
de la ambición, envidia y ansia de desquite que afean, a su jui-
cio, al Satanás de Milton.
De otra parte, en aquellos años primeros de la Restauración
no podían leer nuestros padres en la «Filosofía de la Sociedad»,
de Othmar Spann (traducción de la «Revista de Occidente», pá-
gina 198), que las más elevadas figuras de la revolución del pen-
samiento son consideradas como demonios por uno de los más
excelentes pensadores de nuestra generación y en palabras como
ístas:
tNuestna época está bien surtida de genios mediante el cine,
526 ACCIÓN ESPAÑOLA

las varietés, la opereta, el materialismo, naturalismo, atonalis-


mo, cubismo, impresionismo, expresionismo, dadaísmo, los periódi-
cos, los mercachifles de la ciencia, la demagogia. Estos genios si-
miescos forman un frente de batalla difícil de vencer para el ge-
nio verdadero. Porque no sólo forman en sus filas los pornógra-
fos, estafadores, demagogos de tres al cuarto, sino también de-
monios de gran estilo, como Locke, líunie, Voltaire, Rousseau,
Marx, Darwin, Buchner, Moleschott, los poetas de la «joven Ale-
mania» y los poetas de la de hoy, que los siguen. Todo el qiie
malbarata su potencia, se convierte en genio simiesco y maligno,
ya sea en un plano superior o ínfimo.»
Lo que tal vez verían nuestros padres en el Ángel caído era
el símboflo de la revolución vencida, pero que, vencida y todo,
seguía amenazándonos, ein tanto que la vida social resucitaba y
proseguía la historia nacional. Quizá Menéndez y Pelayo, desde
las soledades de su biblioteca, veía otro símbolo : el del antiguo
espíritu español, que planeó por los cielos mientras continuó fiel
a sí mismo, pero que fué arrojado a la tierra por la Providencia,
en castigo de su defección, cuando, en vez de continuar su pro-
pio ser, se hizo plagiario de espíritus extraños.
¡ Quién sabe! Acaso la interpretación del Ángel caído era más
literal y más justa: la de un espíritu qne cae y fracasa porque
quiere hacer las cosas a sii modo, sin atenerse a las circunstan-
cias y condiciones del tiempo y del espacio. La Restauración es-
taba muy segura de realizar únicamente lo que podía lograrse
en nuestro país y en aquel tiempo. En el Manifiesto de Sandhurst,
obra de Cánovas, había dicho D. Alfonso X I I : oSea la que quie-
ra mi suerte, ni dejaré de ser buen español ni, como todos mis
antepasados, buen católico, ni, como hombre del siglo, verdadera-
mente liberal».
Para ganarse el apoyo del tiempo, de la tradición, la Monar-
quía sería reconocida por las Cortes, pero preexistente; para con-
quistar la simpatía del espacio, del mundo liberal de entonces,
las Cortes compartirían la soberanía con el Rey. Don Jacinto Ma-
ría Ruiz convencía a la Infanta Isabel y a su hermano D. Al-
fonso de que no llegaría éste a sentarse en el Trono de sus ma-
yores «sino cuando fuese llamado por los grandes partidos libe-
rales de nuestro país». Y los mismos generales de la revolución
EL ESPÍRITU EN LA HISTORIA 527

no se hicieron alfonsinos sino por persuadirse de que D. Car-


los «no puede ser ya vencido por la república».
Es posible que todos estos razonamientos fueran falsos, por-
que se fundaban en la creencia de que el liberalismo era inevi-
table, porque lo imponía el mundo entero, cosa que acaso fuese
incierta. Es posible que fueran exactos y que el mundo de en-
tonces lo impusiera, en efecto, aunque ya entonces empezara a
tener las décadas contadas. Hay épocas que levantan catedrales;
otras no construyen sino tenderetes de feria. Aquí no he de dis-
cutir la solidez de los principios liberales. Pero en lo que tenían
razón nuestros padres es en afirmar la neceisidad de que el es-
píritu, si ha de actuar en la historia, se ajuste a las condiciones
tempo-espaciales, a la situación de hecho que la pasada historia
le depara. Sólo otra circunstancia ha da anteceder a esta adap-
tación : la fe de nuestra alma en el espíritu. Pero la fe no basta;
hacen falta las obras, y no hay obras fecundas si no se ajustan
a las necesidades del Ahora y el Aquí.
Mi opinión sobre el simbolismo del Ángel caído es la que atribu-
yo a Menéndez y Pelayo. Hubo un tiemp.) en que los españoles es-
tábamos unidos en la fe. Fueron los tiempos de nuestra gran-
deza. Aquello pasó. Su paso fué una gran caída. Y ya desde la
tierra, debatiéndose en la confusión de las opiniones contrapues-
tas, nuestros padres volvían los ojos, por la pluma de Menéndez
y Pelayo, a los tiempos mejores de fe unánime.

# iif *

Fué en una comida de escritores donde recordé recientemente


que Cervantes, el crítico Cervantes, encomiaba a centenares de
poetas contemporáneos suyos : a ciento veinticinco en el «Viaje al
Parnaso»; a otros cien en el «Canto de Caliope», de «La Gala-
tea», de los cuales sólo los más ilustres vuelven a estar citados
en el «Parnaso». Había otros tantos prosistas dignos de loa; títros
tantos escritores notables, de mística y ascética; otros tantos pin-
tores, escultores y arquitettos; otros tantos juristas, dignos de
recuerdo; tantos exploradores, marinos y geógrafos, tantos mili-
tares y estadistas. En punto a ciencias naturales, en los «Traba-
jos de la cátedra de la Historia crítica de la Medicina», dei doc-
528 ACCIÓN ESPAÑOLA

tor García del Real, se llama al siglo XVI «el del esplendor ana-
tómico». El propio Dr. García del Real, hombí? de izquierdas,
dice quq aen ese sigÜo la cultura española no titene más rival en
el mundo que la italiana».
Hace tres siglos no había en España ni presupuesto de Ins-
trucción pública, ni periódicos que sostuvieran un plantel de co-
laboradores, ni era posible a los escritorqs, con excepción de Lope
y algún otro, ganarse la vida con la pluma. España tenía la mi-
tad de población que ahora y su riqueza no pasaba de una peque-
ña parte de la actual. Era grande, sin embargo, en el reino defl
espíritu. Ahora no lo e s ; ¿ por qué no lo es ? También reciente-
mente se ha tratado de atribuir este descenso a causas telúricas,
por cuya influencia nos interesa ahora más el «foot-ball» que no
el espíritu. Al decirlo nos olvidamos de que la educación física
de un hidalgo del siglo XVI era harto más severa que ahora y
mucho más complicado y difícil el manejo de las armas que el
del balón. De otra parte, ¿ por qué hemos de atribuir el cambio a
razones desconocidas y misteriosas, cuando actúa ante nosotros
la causa suficiente que nos explica el cambio ?
Los españoles de hace tres siglos creían, en general (los edu-
cados creían unánimes), en el espíritu. Creían en el espíritu como
principio y como fin, como alfa y como omega. Los «intelectua-
les» de ahora, en general, no creen en el espíritu sino como me-
dio, como instrumento que surge de la vida y no se propone sino
servirla. El espíritu como principio y como fin, como razón de
ser, es el espíritu libre, cuya libertad, al menos, estamos pro-
curando y debemos procurar, cuando no para nosotros, para nues-
tros hijos. El espíritu, como herramienta, es esclavo. Mientras
trabaja para darnos meramente pan o fama, es que no hemos
con:^guido libertarlo, es que somos esclavos. La creencia en el
espíritu como finalidad tiende todo el tiempo a libertarle, para
que pueda actuar como causa verdadera de la historia, en su ca-
pacidad creadora y conservadora. Quien sienta esa creencia como
fe viva, limitará sus necesidades materiales, actuará de Mecenas
para libertar los talentos que conozca, ordenará la vida al objeto
de que su propio espíritu y el de los demás se sobrepongan a
las necesidades materiales y a las pasiones de la carne, y actúen
en el mundo.
EL ESPÍRITU EN LA HISTORIA 529

El que no crea en el espíritu sino como cuchara para llenar la


andorga, es que no ci^ee de verdad en el espíritu, sino en la an-
dorga. En cuanto salga de la Universidad y se coloque en un des»
tino estable, cerrará los libros para siempre. Y no es que¡ los ta-
lentos sean ahora escasos. No es cuestión de talento. Recientemen-
te hemos visto enmudecer a ingenios preclaros sólo porque han
disfrutado de grandes empleos, en los que han podido ahorrar
considerables sumas. Y si se trata de genios y no meramente
de ingenios, recordednos que nuestro siglo XIX empieza espiri-
tuaJmente con Líarra y acaba en Ganivet. «Con el tiempo llega
uno a convencerse de que está de más en el mundo», escribía
Ganivet en su «Epistolarios. Se fundaba en que no veía otros
fines del hombre que la generación y la conservación: sp le ha-
bía olvidado nada menos que el cuidado y aprovechamiento de
su alma inmortal. ¿Y qué podrá hacer un hombre persuadido
de que está de sobra, sino matarse como Ganivet y como Larra ?
Ni Ganivet ni Larra se hubieran suicidado de haber creído en
el espíritu.
¿ Y en otros pueblos ? En otros pueblos se ha conservado la
fe en el Espíritu o, cuando menos, en el espíritu, con letra mi-
núscula. Loisy, después de abandonar su religión católica y cuan-
do proclama su fe en «la Francia inmortal», está afirmando su
f«l en el espíritu, siquiera sea en un espíritu mutilado de su uni-
versalidad. Lo mismo el judío que profesa la creencia de que su
raza es el Mesías, con derecho a dominar a las demás y a enga-
ñarlas, explotarlas y corromperlas. También la suya es fe en el
espíritu, aunque sea un espíritu maligno. También el luteranismo
es fe en el Espíritu, siquiera de un modo subjetivista y arbitra-
rio. Kant es la conciencia de la conciencia y su influencia sobre la
Universidad es evidente en todas las naciones. Hegel es el filó-
sofo del espíritu objetivo. Inglaterra se salvó del enciclopedismo
continental del siglo XVIII gracias a la influencia de los Wes-
ley y Whitefield.
Nucístra religión católica implica una doctrina del espíritu
y del Espíritu, con mayúscula, que es la única satisfactoria, lo
mismo para la razón y para el sentimiento que para la experien-
cia de nuestra vida y la comprensión de la Historia universal.
Pero nosotros tuvimos saempre, junto a nuestros creyentes, los
9
530 ACCIÓN ESPAÑOtA

descreídos; junto a los místicos, los picaros; junto a Don Qui-


jote, Sancho Panza, y cuando en el siglo XVIII se apoderaron
del Gobierno los escépticos, la religión se fué replegando poco
a poco, hasta que las gqntes no buscaron en los templos sino jel
camino dg los cielos, pero no ya los métodos de la vida valiosa
y fecunda, y la Cruz ha llegado a no sigínificiar prácticamente
para muchos más que la llave del ultramundo, no el ejemplo, el
grande y único ejemplo perfecto que tenemos de la obligación
en que nos encontramos de libertar el alma, para que pueda hacer
historia, al mismo tiempo que en el culto de la Cruz hallamos
la levadura o posibilidad de esta liberación. Pues esa fe en la
posible libertad del espíritu es tal vez lo que más se ha perdido.
¿ Cómo hacer que cada uno de nosotros se persuada de que
lleva en el alma una fuerza divina que tenemos que libertar para
que pueda cumplir con su destino? Este destino o vocación puede
ser de mil clases. «También sirven los que estáticos te esperan»,
cantó Milton, al quedarse ciego, en un verso lapidario y por la-
pidario intraductible: («They also serve who only stand and
wait»). Pero hay que tener fe. ¿ Cómo ? Teniéndola. Pero, ¿ cómo ?
Buscándola hasta hallarla. Para los perezosos sólo hay perdón,
si acaso, en la otra vida, porque los valores que pudimos crear
y no creamos no dejan en nuestra alma sino un hueco, que
nos recuerda todo el tiempo la vanidad de nuestra vida. «Soy el
espíritu que siempre niega», dice Meñstófeles al presentarse a
Fausto. Pero lo que niega el diablo, sobre todo, es el valor positi-
vo dal espíritu. No le importa que el talento sirva para ganarse
la vida. Lo que le interesa es que no sirva para nada más. Y no
se ha de negar que lo logra a menudo.

* # *

Estas afirmaciones de que el espíritu debe ser libre para que


pueda actuar en la historia como verdadera causa de que nues-
tra misión en la vida consiste en libertarlo y de que no es li-
bre, sino esclavo, en tanto que lo empleamos en procuramos pan
o fama, han hecho pensar, a un colega muy querido, que se hace
con ellas el elogio de la bohemia o de la «arloteria», como se dice
en el país vasco, y para mostrar que no es así, he de decir que
EL ESPÍRITU EN LA HISTORIA 531

si la fe en el espíritu, como finalidad suprema, me parece la


condición primera de su actuación soberana, tanto en nosotros
como en el mundo, es también evidente que la condición segunda
de &u acción efectiva en la historia es su adecuación, lo más per-
fecta posible, a las circunstancias de lugar y de tiempo, que es
todo lo contrario de la boheimia y de la oarloteria».
La situación en que nos encontramos en un momento dado es
ya fatal, inevitable, aunque sea obra nuestra. Podemos actuar
sobre ella y modificarla; lo que no podemos es prescindir de
ella como si no existiera, al menos si queremos que nuestra ac-
ción sea fecunda. El espíritu es libre para reíalizar o no su des-
tino, pero no puede realizar más destino que el suyo. Me es a
mí posible poner o no toda mi alma en mis artículos. Ha ha-
bido períodos da mi vida en que no lo he hecho. ¡ Que Dios me los
perdone! Lo que nunca me ha sido posible es influir considera-
blemente en los destinos de Alemania o en el adelanto de las
ciencias físicas.
De otra parte, esta faena de escribir artículos no es uno de
esos menesteres automáticos de los que el aJma tiene que ausen-
tarse. Puedo poner en mis escritos toda mi dlma, y si puedo ha-
cerlo, debo hacerlo. Ya sé que pudiera salir del paso a menos
precio. He oído decir que hay escritoreis que son avaros dp su
espíritu cuando escriben para los periódicos, porque se reservan
para lo que estampan en los libros. Si los hay, no les censuro.
Lo que digo es que hay que darse por entero en alguna obra que
se haga, no por el pan ni por la fama, sino por sí misma, aun-
que ello no excluye que nos valga, por añadidura, el pan y d
nombre.
Pero la bohemia voluntaria no me parece bien. Dios me per-
done si peco de severo, pero me parece que hurta el alma a exi-
gencias de la vida, que son también legítimas. Hay en España
ejemplos magníficos y desesperantes. Conocí en Vigo a un capi-
tán de Infantería, que sabía lo que era un acorazado inglés me-
jor que su oficialidad. Lo sé porque, acompañándole, visité el
«Majestic», en 1896, y los ingleses estaban asombrados de que
hubiera un español que conociera mejor que ellos los aTmamentos
y máquina del barco. A los pocos años publicaba un diario de
lyondres la carta de otro español, que no había presenciado nunca
532 ACCIÓN BSPAÑOLA

un partido de tfoot-ball» y podía decidir, con inigualada compe-


tencia, acerca de un fallo dudoso que los deportistas ingleses ve-
nían discutiendo apasionadamente hacía meses. Al poco tiempo
recibí noticia de que uno de los hombres que más sabían de las
emigraciones del pescado gra también un espaficA de tierra aden-
tro, que no pensaba utilizar su saber para nada.
¿Cuántos talentos no se habrán malogrado por agitarse fue-
ra de la órbita de su posible eficacia ? Al mostrar la nelcesidad de
que el espíritu se adapte a las circunstancias de lugar y de tiem-
po, no digo que deba seguir la línea de maínor resistencia, por-
que lo normal es que el espíritu no se imponga sobre nosotros
sino por alguna sacudida violenta, revolucionaria o reaccionaria,
como quiera llamársele, pero siempre a contrapelo del natural
impulso, que desearía se contentase con servir a la vida y a sus
instintos como un ministro dócil. No se contraría ese impulso,
por punto general, sin un morir para sí mismo y un nacer para
algo sulpgrior, que no suelen operarse sin dolores. Y cuando se
trata de que el espíritu reine en las sociedades, no se acierta a
lograr el ideal sino a fuerza de mártires.
Pero aun entonces mismo se nos enseña la necesidad de adap-
tamos a las circunstancias. La Encamación nos brinda el ejem-
plo más alto en la historia dell mundo. Es posible que Dios omni-
potente hubiera podido hacer que se efectuara en el Polo Norte
o en el Congo, lejos de los caminos de la historia. Peffo la efec-
tuó en Jerusalén y cuando el pueblo elegido se encontraba bajo
la influencia espiritual del helenismo y la temporal de Roma, sus
legiones y sus leyes. El helenismo había preparado las inteli-
gencias y los corazones para la aceptación de una verdad y de
una moralidad universales. Roma había creado un Imperio con
todo el orbe conocido. Hasta entonces no se habían producido las
necesarias condiciones para que una religión determinada pudie-
ra ser la religión del mundo.
El P. Leoncio de Grandmaison, en su maravilloso Jesús Cris-
to, reconoce que tanto los cultos iniciáticos de Dionysos, Isis,
Demetrio, Cibeles y Mitra, como las aras al Dios desconocido,
que tanto abimdaban en los tiempos del advenimiento de Nues-
tro Señor, expresaban la necesidad que sus contemporáneos sen-
tían dp sustituir los politeísmos, ya gastados, por una religión
KIv ESPÍRITU BN LA HISTORU 533

que redimiera a los hombres de sus pecados y de su tristeza. No


caba duda de que los tiempos habían llegado; los tiempos propi-
cios para un cambio total, que renovara a los hombres, como en
el himno de Santo Tomás:
Nova sint omnia :
cordes, voces et opera.

(Sean nuevas todas das cosas: los corazones, las voces y las
obras.)
Otro jesuíta, el ecuatoriano Espinosa Polit, en su no menos
maravilloso Virgilio, el poeta y su misión providencial, nos
muestra que al vate de quien Dante se despedía llamándole «dol-
cissimo padre», le correspondió la misión providencial de ablan-
dar los duros corazones de los hijos de la loba, con «la profun-
didad y eficacia regeneradora de sus convicciones religiosas, su
concepto providencialista de la historia, su clara penetración de
la misión de Roma en el mundo, la magnífica independencia y
ardoroso celo de su ideal pacifista, la alteza y fecundidad de su
enseñanza moral, sus inexplicables vislumbres de aspiraciones e
ideas que parecen incompatibles con el paganismo, y, más aún, su
acomodación plena a la concepción cristiana de la vida, que pro-
longa hasta nosotros la estela de su paso».
Nuestro Señor no necesitó esperar a que la enseñanza del
cantor de la «Eneida» se hiciera obligatoria en las escuelas del
Imperio romano, y si aguardó a que Jos profetas de Israel y los
filósofos de la Hélade, y los soldados de Roma y los versos de
Virgilio le prepararan el camino, debió de ser porque quiso en-
señarnos que, después de la fe en sí mismo, las dos condiciones
necesarias para la eficacia del espíritu en la historia son la es-
pera del momento y circunstancias propicias, y luego su aprove-
chamiento absoluto y total, sólo que entonces hay que echar toda
la carne al asador, porque «Ninguno que pone su mano en el
arado y mira atrás, es apto para gl reino de Dios» (Luc. IX, 62).

He de insistir en este tema. Ningún incrédulo desapasiona-do


podrá negar, si sabe historia, que el lugar central lo ocupa Je-
334 ACCIÓN ESPAÑOLA

sucristo. Grandes fueron Alejandro y César, y Carlos V y Na-


poleón, pero el ombligo de la historia es Jesucristo, y su prolon-
gación es la IgJesia de Roma, y a la derecha de Roma, cuando
se mira el sol del mediodía, está la España de Santiago. En lo
central de este centro del mundo encontramos la fe absoluta, si
se me perdona la palabra fe, en la propia Divinidad : «Antes que
Abraham fuese, yo soy» (Juan, VIII, 38) ; «Mi padre está en
mí y yo en mi padre» (Juan, X, 38) ; «Soy el camino, la verdad
y la vida ; nadie viene al Padre, sino por mí» (Juan, XIV, 6). Son
palabras tan enormes, que si no fueran la Revelación serían los
delirios de un loco, cosa incompatible con el perfecto equilibrio
de su ser, o las mentiras de un impostor, presunción contradi-
cha por la absoluta santidad de su vida.
Lo que nos sorprende inmediatamente es que todas las cir-
cunstancias de lugar y de tiempo parecían juntarse para hacer
posible en aquel punto y en aquel momento la obra de la Reden-
ción. Palestina había estado, durante tres siglos, bajo la influen-
cia helenizante de los Ptolomeos y llevaba un siglo de domina-
ción romana. En el Evangelio de San Juan se cuenta que el «Inri»
se escribió en tres idiomas: latín, griego y hebreo. Los politeís-
mos griego y romano estaban moribundos y sin otros creyentes
que los campesinos. El monoteísmo judío, por el contrario, más
fuerte que nunca y sin que lo debiÜitara la menor sombra de es-
cepticismo. Y los judíos, de otra parte, se hallaban dispersos por
el mundo. La misma Diáspora, que ahora pone en susmanos fla
banca y el comercio internacionales, unida a su fuerte religiosi-
dad, les permitía ser entonces apóstolas insustituibles dg la Re-
dención. Parece como si estuvieran desparramados por el mundo
para poder anunciar la buena nueva a todas las naciones.
Igualmente pasmosa es la preparación de Nuestro Señor para
su obra. I.^s nueve décimas partes de su vida transcurren en el
silencio del estudio. Sabemos que era el primero de los doctores
de la Ley por Ha sabiduría de sus respuestas a cuantas preguntas
se le hicieron. Sabemos también que no se trataba meramente
de la ciencia infusa que a su naturaleza divina corresponde, sino
de ciencia adquirida por los medios humanos, ya que, no se nos
dice de su infancia sino que cuando se pierde se le encuentra en
el Templo, interrogando a los doctores, y el silencio que guar-
EL, ESPÍRITU EN LA HISTORIA 535

dan los Evangelios sobrg los primeros treinta años de su vida


permite pensar que se pasaron también en el recogimiento del
estudio y de !la preparación para la acción histórica.
Es no menos curioso el hecho de que la instrucción humana
de Nuestro Señor fuera exclusivamente histórica, porque el An-
tiguo Testamento no es sino la completa historia de Israel, pero
no sólo de los hechos, porque entonces no sería historia comple-
ta, smo también de las ideas y de los sentimientos que agitan a
los hombres y que dan a los hechos su significación. Es gran ma-
ravilla que la mayor innovación de la historia se realizara por
quien se hubiera educado exclusivamente en las enseñanzas de
da historia, y decía : «No penséis que he venido a abrogar la Ley
y los Profetas; no he venido a abrogarlos, sino a darlos cumpli-
miento» (Mat., V, 17). Pero así ocurrirá después, siempre. Cada
vez que se produce una gran innovación en la historia del mun-
do, es porque se encuentra en el pasado un bien precioso, que
es necesario restaurar o poner a cubierto de peligro. Así, el Re-
nacimiento quiere restaurar la Antigüedad, y el Sacro Imperio
Romano de nación alemana el Imperio de Roma, el Imperio ruso
el de Bizancio, y el nuevo Japón vuelve al antiguo. En cambio,
cuando la innovación se intenta en nombre de principios no ensa-
yados y de un desconocido porvenir, dd que se supong sin funda-
mento que ha de mejorar el pasado, lo único que se logra es el des-
orden y la ruina.
Además de la preparación de los treinta años de silencio, la
obra redentora implica el callado sacrificio de muchas vidas igual-
mente silenciosas, que a ella se dedican y que en ella encuentran
su gloria y su premio. Ahí están la Virgen y San José, San Joa-
quín y Santa Ana. Cuando estuve en Gandía visitando el Pala-
cio de los Borjas, de donde habían salido los Papas Calixto y Ale-
jandro, César y Lucrecia y San Francisco, el tercer general de
los jesuítas, me llamó la atención el padre que me guiaba acerca
de los grandes talentos y virtudes extraordinarias de otras damas
de la misma familia y de la misma época, cuyos nombres no pasa-
ron a la publicidad, aunque influyeron decisivamente en la for-
mación y en la vida dg las personalidades conocidas. Y es que la
historia se va formando obscuramente en las aguas soterradas del
espíritu. En cada nombre ilustre tenemos que honrar el sacrificio
536 ACCIÓN BSPAS01.A

de los padres, de los hermanos, de los amigos y hasta de los pue-


blos que fueron la tierra, la semilla, el tallo y las hojas de sus
flores. Cada hombre que dice algo importante en público es porque
habla por todos los que callan.
Todavía nos da Nuestro Señor dos lecciones valiosas acerca del
modo de influir el espíritu en la historia. Una consiste en la ejem-
plaridad de la vida y de la muerte, sólo que ésta es tan obvia que
me contentaré con indicarla. Otra consiste en el legado del Espí-
ritu. El que Jesucristo nos dejó y cuya guía debemos impetrar
hasta el fin de los tiempos es el Espíritu Santo. Sólo que todos
los grandes sucesos históricos dejan tras sí un espíritu. Los predi-
cadores americanos estuvieron glosando el testamento de Isabel
la Católica durante dos siglos y medio de constante abogacía por los
indios. Federico II creó la disciplina externa e interna de los
funcionarios de Prusia. El espíritu de Washington ha alejado a
los Estados Unidos de la Liga de Naciones, etc.
Lo fundamental fué la lección de fí-. Verdad que Nuestro Se-
ñor estaba cierto de su identidad con el Padre, en tanto que nues-
tra fé no podrá alcanzar el mismo grado de certidumbre, mien-
tras pensemos por imágenes y sombras y conceptos. Y con todo,
Nuestro Señor vino al mundo a confirmarnos en la fe que es base
de nuestra fe cristiana, la fe de que tenemos un espíritu que parti-
cipa de los caracteres del Espíritu divino y es capaz de ejercer fun-
ciones creadoras y tiene libertad, y es el eje del mundo, porque
la historia es obra suya ; esta fe tiene por prueba toda la cultura y
la civilización y la transformación de la faz de la tierra por la
mano del hombre y el testimonio de nuestra propia conciencia.
Verdad que hay quien le niega fundamento. Perfectamente, pero,
¿ sería fé si no pudiera haber quien la negara ?

* * *

Fué Goethe quien dijo que todas las épocas creadoras de la his-
toria habían sido épocas de fe, mientras que las edades disolven-
tes y destructoras se habían distinguido por su escepticismo. Fué
un pensamiento al que dio muchas vueltas en sus obras, por ejem-
plo, cuando dijo que la religión cristiana tiene por misión aliviar
de sus penas y levantar de sus caídas al género humano, lo que la
EL ESPÍRITU EN LA HISTORIA 537

coloca por encima de toda clase de filosofías, o cuando afirmó que


en la poesía o en el arte alos hombres no son productivos sino
en la medida que son religiosos».
Y, con todo, antes de tomar al pie de la letra la afirmación de
Goethe convendría meditar un momento en lo que significaba cuan-
do hablaba de épocas de fe, porque es evidente que hay también
épocas destructivas, a las que no se puede negar la fe, o por lo
menos cierta clase de fe. Goethe había vivido los años de la Re-
volución francesa y conocía sus orígenes, porque había leído a los
enciclopedistas, a Voltaire y a Rousseau, aunque sin admirarles,
jucho sea en su honor. No podría negarse a las masas revolucio-
narias cierta fe, lo que no impide que su acción en la historia haya
sido puramente destructora.
Tampoco podrá negarse fe a los revolucionarios rusos. Han
hecho caer un gran Imperio. Han sido causa de que murieran mu-
chos millones de hombres, unos porque fueron ejecutados a sus
manos, y otros, porque murieron de hambre, a consecuencia de las
medidas que implantaron. Tampoco hemos de negar cierta fe a
esos mineros asturianos, que entraron en las calles de Oviedo re-
gándolas con bombas de dinamita, que lanzaban a diestro y sinies-
tro, animándose los unos a los otros, al grito de : «¡ Hala, ca-
maradas!»
Sólo que si se analiza esta fe de los revolucionarios nos encon-
traremos con que no es propiamente fe, sino pura negación del
espíritu, que es lo genérico y lo básico de toda fe religiosa. En el
fondo del marxismo no hay sino esta negación del espíritu. Lo
que se niega en la interpretación económica de la historia no es
precisamente la existencia del espíritu, sino la creencia, que nos-
otros profesamos, de que el espíritu es la verdadera causa de los
cambios históricos. En palabras de Marx : «No es la conciencia de
la ihumanidad la que determina su existencia, sino que, por el
contrario, es la existencia social la que determina su conciencia».
Para d marxismo, el espíritu humano está determinado por las
condiciones de la producción económica y de la lucha de clases.
Para nosotros no es el espíritu efecto, sino causa.
Pero es que la fe en el espíritu implica una supeditación de los
instintos y apetitos materiales a las •exigencias del espíritu mismo.
De a¡hí que sientan el ansia de negar la existencia del espíritu o
538 A C C I Ó N E S P A Ñ O L A

la validez de sus mandatos cuantos aspiran a vivir sin trabas la


vida de sus instintos, de sus apetitos o de sus ambiciones. Les
parece que al suprimir el espíritu se libertarían de un tirano, y
ya que no pueden suprimirlo niegan su existencia. De aquí surge
esta fe negativa de los revolucionarios.
No es propiamente fe, sino puramente un deseo de que no tu-
viéramos un alma espiritual, tanto más frenético y furioso cuan-
to que no está en sus manos, ni en las de nadie, poder realizarlo.
Ahora es cuando cobra el pensamiento de Goethe lo que tiene
de verdadero. De lo que se trata, cuando habla del valor de la fe,
es de la fe en el espíritu. Este es el elemento común y básico de
todas las religiones positivas. La íe religiosa es esencialmente la
fe en el espíritu. Y no cabe duda de que cuando esta fe es más fir-
me, los pueblos realizan sus máximas proezas. Los musulmanes
dicen que fué Alah quien les hizo grandes en otro tiempo, y es
Alah quien actualmente los tiene reducidos a papeles secundarios
de la historia. Lo que piensan con ello es que ellos mismos, los
musulmanes, estaban en sus tiempos de grandeza llenos de espí-
ritu divino. Y la verdad es que en los tiempos de su epopeya los
musulmanes se sentían animados de una fe religiosa pujante, y
lo que había de verdadero y de poderoso en esta fe es lo que con-
tenía de fe en el espíritu.
No ha de pensarse, sin embargo, que vale más profesar una fe
grande en una religión falsa que una fe tibia en la verdadera re-
ligión. Este es asunto que requiriría larga elaboración antes de
fundamentar una opinión acerca de él. Lo que sí decimos es que
en todas las religiones hay elementos de verdad, que las hacen via-
bles, en determinadas circunstancias, y que lo que suden tener
de común estos elementos de verdad es la fe en el espíritu, y según
sea de ardorosa o de tibia esta fe, así los pueblos son capaces o in-
capaces de grandes hazañas.
Alguna otra vez he hablado del caso del Japón. Yo no creo que
el objeto de su fe valga gran cosa, cuando se compara con el de
los países de Occidente y, sobre todo, con los católicos. El japonés
profesa el culto de los muertos y cree, por ejemplo, que su padre
está vivo y contempla sus actos. El japonés educado practica más
o menos el culto de la espada y la moral heroica del «bushido».
El japonés cree que el Emperador es padre de su pueblo y consi-
EL ESPÍRITU EN LA HISTORIA 539

dera inmortal su dinastía, que ya tiene dos mil quinientos años de


existencia. También profesa la creencia en la unidad de los ca-
minos del cielo y de la tierra, que es creer en que la naturaleza
está animada de un espíritu análogo al del hombre.
Todo lo que hay de verdad en estas creencias lo profesamos los
católicos, solo que más completamente. Si nosotros rezamos por
los nuestros, es porque los creemos vivos. La moral que de la Cru^
se deriva es también heroica, sólo que más heroica que la del
«bushido». Nuestra doctrina afirma el origen divino del poder. Y
también nosotros creemos en que la naturaleza está animada por
el espíritu inmanente de Dios, solo que creemos además en la
trascendencia de su Persona. Y la ventaja de nuestra fe sobre
la japonesa es que la nuestra sabe contestar a las preguntas de los
curiosos, en tanto que los japoneses no podrían satisfacer la curio-
sidad de los espíritus inquietos que les interrogasen sobre los
fundamentos de su fe.
Pero aunque los japoneses no creen sino en verdades parciales
y poco trabajadas por el pensamiento, en cambio creen en ellas con
toda su alma. Algún día empezarán a dudar de ellas y entonces
tendrán que buscar sus fundamentos en las verdades elaboradas
por nuestros doctores y santificadas y selladas por nuestros már-
tires, pero no cabe duda de que mientras crean con toda su alma
en lo que hay de verdad en su religión y sigan siendo capaces de
morir generosamente por atestiguarla, vivirá su país en esa. época
creadora que Goethe prometió a todos los pueblos de gran fe.

ilf * *

Para mostrar lo que puede hacer por nosotros el cultivo del es-
píritu y el culto del espíritu no hay sino pensar un momento en
lo que es nuestra alma espiritual y en lo que su libertad implica,
es decir, en la capacidad de sobreponerse a nuestras pasiones, a
nuestra pereza, a nuestra comodidad material, de ordenar y di-
rigir nuestra vida, de dedicarla al trabajo o al estudio, de realizar
con nosotros mismos el superior ideal que hayamos concebido.
Bpicteto decía que nos indignaríamos con el que colocara nuestro
cuerpo a merced de los empujones y puntapiés de los transeúntes ;
«¿No hemos de avergonzarnos de abandonar nuestra alma a la
merced de cualquier accidente que la turbe y conturbe?».
540 ACCIÓN BSPASQIVA

La pobreza no es obstáculo infranqueable para el cultivo del


espíritu. Spinoza vivió de pulir lentes ; Epicteto era esclavo ; ver-
dad que uno y otro recibieron una educación que les permitió des-
arrollar sus facultades. Nuestrosi santos cristianos hicieron lo que
ni Epicteto ni Spinoza. Hasta en la posición más ínfima suele ser
posible dedicar algún momento a nuestro desarrollo espiritual. De
otra parte, hay que reconocer que a muchos hombres no se les
ha dado la ocasión de intentarlo, ni sabrían cómo empezar, con lo
que digo que la cuestión social no está resuelta, solo que para re-
solverla es necesario que los que puedan no descuiden su espíritu.
También decía Epicteto que si fuéramos una estatua de Fidias,
una Atenea, un Zeus, tendríamos tanto cuidado de nosotros como
respeto sentiríamos por el artista. Pero somos más que eso, y el
artista que nos moldeó es más grande que Fidias. Y añade Epic-
teto : «Si Dios nos hubiera confiado un huérfano, no lo descui-
daríamos. Pues te ha dado a ti mismo y te ha dicho : «No tengo
nadie de más responsabilidad a quien confiarle ; consérvale como
fué hecho por la naturaleza, reverente, fiel, elevado, sereno, li-
bre de pasiones y de perturbacioness. Pero no lo haces». Aquí
dice demasiado el gran estoico. El hombre de su tiempo no era ya
como había salido de las manos de Dios, sino caído en el pecado,
aunque tampoco el pecado ha suprimido al espíritu que anima su
vida.
Excesiva es también la confianza que cifra Marco Aurelio en
aquel precepto suyo : «Recógete en ti mismo. El principio racio-
nal que nos rige tiene la naturaleza de contentarse consigo mismo
cuando hace lo que es justo y así asegura la tranquilidad». A ve-
ces ese principio racional se nos escapa por arriba y más nos con-
tentamos con la injusticia que nos favorece que con la justicia.
Tampoco podemos fiamos de la norma que Cleanthes nos brinda
en un verso de su hiomo: «Alabemos debidamente y para siem-
pre la Ley Universal», porque a veces se nos aparece la Ley Uni-
versal, así cuando nos muestra que el pez grande se come al chi-
co, como necesitada de complicadas interpretaciones antes de ser-
nos aplicable.
Al celebrarse en Londres, 1906, el Congreso de Educación Mo-
ral, quiso el filósofo francés Alfredo Fouillée hacer que el estoicis-
mo lo inspirara y se atrevió a sugerir el pensamiento de que la edu-
EL ESPÍRITU EN LA HISTORU 541

cación moral debía fundarse : oPrimero, en el altísimo valor de la


naturaleza humana ; y segundo, en el altísimo valor de la sociedad
humana». Fracasó aquel Congreso por falta de un ideal social y
humano definido, porque, como dijo Sadler, que fué el educador
que prologó los dos volúmenes en que se publicaron los trabajos
de aquella inquisición : «Ninguna autoridad central o local se atre-
vería, en las actuales circunstancias, a tratar de fijarlo en una co-
munidad como la nuestra». El Congreso dejó la impresión de que
unos dicen que esto es bueno y otros que aquello. En otras pala-
bras, el Congreso fracasó porque muchos de los congregados odia-
ban los dogmas y sin los dogmas no hay manera de contestar a
las preguntas de los educandos, cuando desean conocer la razón
de abstenerse de obrar como desean o de hacer acaso lo que no les
gusta. Sólo los educadores católicos pudieron presentar al Congre-
so una unidad de doctrina y de conducta y proclamar, como el
jesuíta Maher, que : «Las partes doctrinales daban el motivo o la
justificación de los preceptos morales.»
Estoy seguro de que la inmensa mayoría de aquellos congresis-
tas coincidía en su simpatía por la moral católica, sólo que algu-
nos franceses temían que el estoicismo condujera la escuela laica
al Cristianismo y otros congresistas consideraban el estoicismo in-
suficiente, como lo es en efecto, para sacar a un Ganivet de su
desesperación y librarlo del suicidio. Pero como Virgilio prepara
la sensibilidad romana para la aceptación del Cristianismo, así
los estoicos le abrieron el camino de la razón y de la voluntad con
su filosofía y su moral. Con cambiar una sola palabra, la de Zeus,
es verdad totalmente esto que dice Marco Aurelio : «Vive con los
dioses. Zeus ha dado a cada hombre, como guardián y guía, una
parte de sí mismo : el entendimiento y la razón». Y nada absolu-
tamente hay que enmendar en la sentencia de Séneca : «La razón
no es otra cosa que una parte del espíritu divino sumergida en el
cuerpo humano».
A todos se nos da esa parte del espíritu divino. Todos pode-
mos cultivarla. E s lo más precioso que tenemos ; en realidad, lo
único precioso, porque da su valor a todo lo demás. «A todos llama
y a nadie excluye», solía decir Santa Teresa. Y es verdad que el
cultivo general del espíritu necesita de la guía del Espíritu Santo,
si ha de ponerse a cubierto de extravíos posibles y aun probables,
542 ACCIÓN ESPAÑOLA

lo que implica todo el Cristianismo y sus carismas y la dirección


segura de la Iglesia. De que este cultivo nos dará cien semillas por
cada una que nosotros pongamos nos garantizan las experiencias
de los místicos. Una carmelita francesa, Isabel del Sagrado Co-
razón, nos lo decía en verso :
Le Seigneur m'a donné le centuple promis.
J'ai demandé l'épine, il m'a tendu les roses
me pla^ant, des ce monde, au seuil du Paradis.

(El Señor me ha dado cien veces lo prometido : Yo pedí las es-


pinas, El me tendió las rosas colocándome, desde este mundo, en
el umbral del Paraíso). Y todavía hace otra promesa cuyo cumpli-
miento se efectúa a lo largo de la historia, porque, como ha es-
crito Mr. Chistopher Dawson, hoy el más eminente de los pensa-
dores católicos ingleses : «El hombre es, por así decirlo, un Dios
en la tierra, puesto que su función es reducir el caos ininteligi-
ble del mundo de los fenómenos a la razón y al orden».

RAMIRO DE MAEZTU
LAS IDEAS y LOS HECHOS

Actualidad española

C INCO meses nada más desde que ocurrió la revolución que


llenó de pavor a los españoles, y ya reverdecen los brotes,
porque los gérmenes quedaron bien arraigados. Se dominó
la revolución, pero no habían transcurrido cuatro semanas, cuan-
do ya se advertía cómo estaban dispuestos a la generosidad y a la
benevolencia quienes tenían la misión de estrangularla y la de di-
sipar para siempre de la mente de los españoles aquella pesadi-
lla que les torturaba desde hacía más de veinte años.
; Es posible creer que a los cinco meses vuelva a ser una rea-
lidad el peligro rojo, y que con un impudor que llega aJ cinismo
nuestros hombres de izquierda puedan hacer la defensa de los
sicarios que consternaron a España con sus ferocidades? Por mu-
cho que nos cueste el creerlo así es.
Y tan es así, que lo insensato resulta no reconocerlo o con-
templar lo que está ocurriendo con indiferencia.
Los titulados jefes de los partidos izquierdistas que goberna-
ton durante el bienio, o los que sin gobernar, como Martínez Ba-
rtio, obedecen a fuerzas que les comprometen y obligan con los
hombres trágicos, repiten la maniobra de 1930 y de 1931. No
suponen nada, o casi nada. Es cierto y ellos lo saben. Por sí so-
los jamás podrán aspirar al Poder. Por eso, hoy como ayer, in-
sisten en su flirteo con la revolución, porque de ella esperan todo
ya que a la postre son y serán sus servidores.
Los unos se limitan a decir que lo único que pretenden es
544 A C C I Ó N E S P A S O L A

rescatar la República para devolvernos a los años felicísimos del


despotismo azañista; pregonan otros que lo que desean es impo-
ner la pacificación de los espíritus, persuadidos de que sólo hay
unos espíritus irritados y belicosos, que son los de quienes soli-
citan que se cumpla justicia, y con una amnistía España volve-
ría a disfrutar la placidez de un lago ; dicen los terceros que es
necesario mantener intangible la Constitución y no desvirtuar ni
una sola de las conquistas logradas, porque lo contrario signifi-
caría colocar a las izquierdas fuera de la ley, como si de verdad
hubieran sentido nunca el escrúpulo de acatarla.
Pero todo esto, propagado en las circunstancias presentes, fa-
vorece a quienes no pueden operar, a los socialistas, y les man-
tiene a punto el caldo de cultivo en el que a su hora sembrarán
el virus.
El fermento revolucionario actúa y a ; en público, con los ac-
tos que han comenzado a celebrar las izquierdas ; y en secreto,
por medio de la propaganda clandestina que se introduce solapa-
damente por las fronteras, o que tiene sus focos en la misma na-
ción, sin que hasta ahora, por inverosímil que parezca, hayan
podido ser suprimidos.
Es cierto que el Gobierno y el Parlamento se ocupan de ar-
ticular leyes —de Prensa, de Arrendamientos, Municipal—, pero
toda la vida pública se resiente de ese fondo trágico que proyec-
ta el resplandor rojo y la humareda de octubre. ¿ Por qué negar-
lo? Mientras se discuten los proyectos de ley y se planea labor
de gobierno, unas ligaduras invisibles traban y embarazan los
movimientos. Hay unas sentencias que cumplir, y un sordo ru-
mor de marea, en noche de temporal, cuando sopla sobre el mar
el viento áspero e iracundo de la galerna.
Que todo esto pueda ser a los cinco meses del estallido mar-
xista nos permitiría medir, si lo examináramos atentamente, las
proporciones que ha alcanzado el cáncer revolucionario. ¿Cómo
ha arraigado y cómo ha ido ganando las diversas zonas del orga-
nismo social? El mito de la revolución sigue ejerciendo su fas-
cinación sobre la masa. Cautiva como un espejismo. lyos cerebros,
ya sin defensa, sienten el hechizo magnético de esa aventura en
que todo puede ser. Hora dionisíaca con remedio para todas las
dolencias sociales^ No faltan quienes, con apariencia de doctos, se
/tCTtrALin\D ESPASOLA 545

asocian a esta ilusión, porque hay muchos que pertenecen al vul-


go aunque vayan vestidos con clámide.
Y el cuadro no sería compileto si no añadiéramos a los otros,
a .'os pusilánimes y a los contentadizos, a dos que creen que las
cosas tienen que ser así y a los que suponen que todavía podría-
mos estar peor, y en fin, a los que, a sabiendas de lo que se está fra-
guando, de lo que se prepara contra España y contra la civiliza-
ción cristiana, parecen ajenos a esta cuestión de vida o muerte
y se descargan de preocupación y de responsabilidad, para de-
jar que se resuelva p>or un proceso biológico lo que es asunto que
•exige la participación de todos los que tengan en algo la supervi-
vencia de España.

* * *

El día 9 se celebró en Oviedo el Consejo de guerra para juzgar


a Teodomiro Menéndez, presunto jefe del movimiento revolucio-
nario. El procesado no asistió a la vista. Al final fué llevado en
una camilla En sus declaraciones, a las que se dio lectura, negó que
hubiera tomado parte en el movimiento revoilucionario, ni que
hubiera pertenecido a ningún comité. Todo lo que sabe de la re-
volución son vagas referencias oídas de amigos o conocidos oca-
sionales. A juicio de Teodomiro, el jefe de la revolución era Gon-
zález Peña.
Las declaraciones de los testigos fueron casi todas desfavora-
bles para el procesado. El diputado intervino activamente en la
preparación del movimiento, y una vez que éste hubo estallado,
se puso al frente, y los sublevados le reconocieron y acataron como
a jefe. Teodomiro Menéndez formaba parte del Tribunal que jua-
gaba a los prisioneros, con un tal Tino y otro llamado Fanjul ;
después presidió el Tribunal popular que funcionaba en el cuar-
telillo.
Iva prueba de que el procesado intervino en la suerte de los
prisioneros existe en un documento que obra en el folio 29 del
rollo. En dicho documento se dice : «Yo, como jefe de los prisio-
neros, de acuerdo con los demás camaradas a mis órdenes, conce-
do la libertad a... (aquí unos cuantos nombres)». Además hay
una nota que dice : «En presencia de los camaradas» y, a conti-
nuación, la firma de Teodomiro.
lU
5*6 ACCIÓN ESPAÑOLA

La sentencia fué conforme con la petición fiscal, que solicita-


ba para el procesado la pena de muerte y cien millones de pesetas
de indemnización.
Ocho días después se celebró, también en Oviedo, el Consejo
de guerra contra el diputado González Peña, acusado de ser el
jefe de la revolución asturiana.
De la lectura del apuntamiento y de las declaraciones de los
testigos, incluso de la jMropia d d procesado, salió perfilada la fi-
gura de éste con rasgos acabados. González Peña es el brazo eje-
cutor ; se mantiene inquebrantable hasta el final, cosa que no
ocurre con Teodomiro Menéndez, que, conforme el movimiento se
agudiza, se le advierte cómo va debilitándose su fervor del pri-
mer día, y quiere hacer compatibles sus deberes de revoluciona-
rio a lo Marat, con sus compromisos a las amistades contraí<las
en su cargo de diputado y de representante de harinas. Teodomircr
es el revolucionario teatral, de la misma manera que González
Pteña es un producto de la revolución rusa.
Peña era el general en jefe de las fuerzas revolucionarias. Im-
puso su autoridad de la única manera que se puede imponer un
monstruo en un caos: por el terror. Inspira actos de violencia;
cuando se trata de cometer desmanes, todo lo que se haga le pa-
rece poco. Ordenaba que fueran torturados los guardias prisione-
ros y él mismo intervenía para agudizar los martirios. Era el me-
teoro de la revolución ; organizaba la resistencia en Oviedo; se
iba al monte a reclutar la leva de soldados rojos, y arengaba a.
los sediciosos de Mieras en los trenes que llamaban de la muerte.
Sus órdenes se cumplían siempre bajo amenaza de fusilamiento^-
para el que desobedeciera.
Lleva a todas partes el espíritu de exterminio; es el anima-
dor, como suele decirse, de la hecatombe asturiana ; ninguna atro-
cidad, por espeluznante que parezca, le sobrecoge. Dirige el asal-
to a los Bancos, las explosiones, los asedios.
Ya hacia el final, cuando la revolución siente su derrota, un
guardia rojo le informa :
—Nos están matando mucha gente. ¿ Qué hacemos ?
Y Peña, sin inmutarse, decreta :
—Sea. lo que quiera; no hay más remedio que quemar Oviedo.
Las acusaciones de los testigos son terminantes. Todas le com-
ACTUALIDAD ESPAÑOLA 547

prometen. Peña intervino en la preparación del movimiento, en


el alijo de armas, en los repartos del dinero robado, en la organi-
zación de las columnas ; el fiscal concreta más, y le acusa de ha-
ber preparado las primeras columnas que se movilizaron con el
encargo de asaltar los cuarteles de la Guardia civil, y de haber
dirigido el ataque desde Naranco, y los que se realizaron contra
la fábrica de armas y el cuartel de Pelayo.
También el Tribunal en este proceso se mostró conforme con
la petición fiscal, y González Peña fué condenado a pena de
muerte y al pago de una indemnización de doscientos millones
de pesetas.
* * *

En el capítulo de liquidaciones de la revolución le ha llegado


el turno al proceso por el alijo de armas, que durante más de seis
meses ha absorbido la atención del juez Sr. Alarcón, quien ha
ido amontonando piezas de convicción hasta formar una montaña
de legajos de la que se proponen sacar luz los diputados intere-
sados en que se esclarezcan las responsabilidades que se deriven
de este asunto.
El día 20 de febrero, la C. E. D. A. depositó en la mesa de
la Cámara el acta de acusación contra los Sres. Azañíi y Casares
Quiroga y suscribieron el documento los agrarios v los indepen-
dientes. En cambio, los radicales se han abstenido. Por otra par-
te, las minorías tradicionalista y monárquica intervendrán tam-
bién para esclarecer este asunto, de suyo tan tenebroso, y, al efec-
to, tienen redactadas cuatro actas de acusación más amplias, para
las que en el primer momento no pudieron reunir el número de
firmas necesarias.
Las Cortes, al decir del Sr. Gil Robles, han quedado de hecho
y de derecho convertidas en fiscal, y pueden y deben tener cono-
cimiento de todo }o que afecta al asunto que se discute.
En la proposición respecto al alijo de armas se dice que del
detenido estudio de las actuaciones judiciales seguidas por el jue?;
especial, Sr. Alarcón, se deduce que algunos de los gobernantes
que han regido la política española desde el advenimiento de la
República, más afecto® a su propio criterio político y social que
celosos en la defensa del interés nacional, no han vacilado en com-
548 ACCIÓN ESPAÑOLA

prometer y sacrificar este i'iltimo a determinadas aspiraciones,


tanto más censurables por tener su desarrollo y su término en un
país extranjero y amigo, que, lógicamente, pudo denunciar el abu-
so y repeler la agresión sufrida, llevando a nuestra Patria a situa-
ciones gravísimas en el orden político exterior y al desprestigio
más justificado en el ambiente constituido por las naciones que
sienten elementales respetos hacia la dignidad y el albedrío de
las demás, eu cuanto a la elección y sostenimiento de sus normas
internas de gobierno se refiere.
La realidad de tales desafueros aparece perfectamente señala-
da mediante indicios vehementes y racionales que se contienen en
el testimonio de actuaciones que el juez Sr. Alarcón ha enviado a
las Cortes, y que, a juicio de los firmantes, imponen una actitud
y una conducta.
La acusación contra Azaña se refiere a la época en que éste
desempeñó e] Ministerio de la Guerra y la Presidencia del Con-
sejo de l\Iinistros, y se concreta así : «Primero, a raíz de la im-
plantación de la República, favoreciendo a los revolucionarios por-
tugueses que en su país intentaban derrocar el sistema de gobier-
no establecido, facilitándoles armas, municiones y elementos de
guerra que verosímilmente fueron utilizados con tal fin, produ-
ciendo graves daños y numerosas víctimas ; logrando, con su in-
fluencia decisiva como Ministro del ramo, que los organillos en-
cargados de la fabricación de armas y municiones en España con-
certaran y cumplieran contratos de compraventa de tales produc-
tos, evidentemente destinados a la revolución portuguesa ; per-
mitiéndose sostener, alimentar y vestir a los revolucionarios- de
dioho país que habían emigrado al nuestro después del fracaso
de s«s propósitos, invirtiendo en tales dispendios y con largueza,
que el propio Sr. Azaña califica de amunificencia», los fondos
consignados en el presupuesto del Estado para atenciones reser-
vadas del Ministerio de la Guerra».
Se apunta la culpabilidad del Sr. Azaña de la siguiente ma-
oera:
a) Intervención del Sr. Azaña en el concierto y cumplimiea-
to del contrato de venta de armas j municiones celebrado entre
el Consorcio de Industrias militares y D. Horacio Eohevarrieta
en los meses de octubre de 1932 y enero de 1933, en circunstan-
ACTUALIDAD ESPAÑOLA 549

cias y condiciones que autorizan la racional creencia de que aqué-


llas estaban destinadas a los revolucionarios portugueses, con fi-
nalidades de agresión al Estado de la nación vecina.
b) Intervención del mismo Sr. Azaña en la extracción del
aeródromo de los Alcázares, durante los meses de mayo y junio
de 1931, de importantes partidas de bombas y explosivos que se
depositaron en la finca oPosada del Abad» (provincia de Huel-
va), propiedad de D. Fernando García de Leaniz, con destino a
los revolucionarios portugueses.
c) Auxilios prestados a un considerable número de militares
portugueses que en su país se habían rebelado contra el Estado
en el mes de agosto de 1931, todos los cuales obtuvieron por dis-
posición del Sr. Azaña, durante más de un año, y mensualmente,
cantidades de dinero que procedían, indudablemente, de los fon-
dos destinados a atenciones secretas del Ministerio de la Guerra.
TvOS precedentes apartados, cada uno de los cuales se refiere
a hechos distintos, con características delictivas definidas, reúnen
en su derredor datos y elementos de juicio que conducen a la apre-
ciación de indicios racionales de criminalidad, suficientes para de-
cretar el procesamiento de acuerdo con lo que dispone imperativa-
mente el art. 384 de la ley de Enjuiciamiento criminal. Y ello
obliga a las Cortes, que no deberán ni pueden soslayar el cum-
plimiento de ineludibles deberes, a remitir las actuaciones testi-
moniadas por el juez Sr. Alarcón a la jurisdicción, competencia
y conocimiento del Tribunal de Garantías constitucionales.
Los delitos que indiciariamente se aprecian por los diputados
que suscriben son de manifiesta gravedad y de precisa califi-
cación.
Los apartados a) y b), que quedan expuestos, se refieren a
hechos con encuadramiento perfecto en los arts. 134 y 135 del
Código penal vigente, cuyos textos son transcripción literal de
los 147 y 149 del Código de 1870, quizás aplicables por razones
de retroactividad del primero.
El hecho o los hechos enunciados en el apartado c) se encuen-
tran claramente comprendidos en la sanción que establece el ar-
tículo 401 o el 402 del Código penal para el delito de malversación
y, por tanto, improcedente, admitir que un Ministro de la Gue-
rra o de otro cualquier departamento pudiera disponer libremente
550 ACCIÓN ESPAÑOLA

de fondos destinados a atenciones del Ministerio para finalidades


exclusivamente fundadas en razones de carácter individual y ex-
trañas a los intereses y necesidades para cuya atención fueron
concedidas por las Cortes. Rechazado tal absurdo, surge inevita-
blemente la figura de delito que queda indicada.
Del mismo estudio se deducen indicios racionales de culpabi-
lidad «contra el ex Ministro de la Gobernación, D. Santiago Ca-
sares Quiroga, por sai intervención en el desembarco de armas
transportadas por el vapor «Rolanseck», efectuado en el muelle
de Bilbao hacia el mes de octubre de 1932, con acreditado destino
a los revolucionarios portugueses, y conducidas hasta Madrid con
intervención de agentes de Vigilancia designados al efecto por
el entonces gobernador general de las Vascongadas y Navarra,
Sr. Calviiío».
Tales hechos, constitutivos de un delito comprendido en los
arts. 184 y 136 del Código penal, son atribuíbles al ex Ministro
Sr. Casares Quiroga, en un grado de participación que, de mo-
mento, no afecta a la procedencia de la acusación que contra el
mismo deben ejercitar las Cortes.
Cualquiera que sea la intensidad de intervención en el hecho
que haya podido tener el inculpado referido, es evidente que le al-
canza una responsabilidad que, por ahora, debe producir su proce-
samiento en virtud de la resolución del Tribunal de Garantías
Constitucionales y previo el acuerdo de las Cortes de someter el
asunto a su jurisdicción y conocimiento.
Los hechos y consideraciones expuestos respecto a la culpa-
bilidad indiciaría de los Sres. Azaña y Casares Quiroga, no ex-
cluyen la posibilidad de que aquélla haya de ser extendida, qui-
zás, a otras dos personalidades que desempeñaron carteras en el
Gobierno provisional de la República y en el que fué presidido
por D. Manuel Azaña.
El proceso por d alijo de armas es el proceso de todo un sis-
tema. Con lo esclarecido hasta ahora, basta para hacer la demos-
tración. No creemos que aun sometido el asunto al fuero de estas
Cortes, se obtenga la apetecida claridad y aparezcan las culpabi-
lidades en sus contornos perfectos. El porqué, sería inútil que
nos aventurásemos a explicárnoslo. Pero tampoco hacen falta ma-
yores divulgaciones, ni comentarios que lo ilustren, cuando es
cosa demasiado sabida.
ACTUALIDAD ESPAÑOLA 551

Sólo uos parece conveniente llamar la atención sobre esa. falta


de sinceridad democrática que acusa la participación de los jefes
de la democracia española en un plan de violencias, y cómo sin
escrúpulos han facilitado un contrabando de armas para promover
en un país vecino un movimiento sedicioso, sin que les detenga
en su intento ni la prudencia elemtental que debe ser la primera
de las virtudes en todo hombre que sienta la responsabilidad de
gobierno.
I Quién puede dudar después de sabida su intervención para
favorecer un negocio revolucionario en Portugal, que no se habrán
afanado con redoblado interés en urdir y preparar el negocio re-
voludonario español que les apretaba tan de cerca y en el que se
comprometía su propio destino?
Aun persuadidos de que a los acusados no les han de faltar
asistencias y tutelas que velen por su inocencia, sin embargo, en
el desarrollo de ese proceso por el alijo de armas, han de apare-
cer tantas y tan punzantes pruebas, que milagro será que algunos
no salgan de ellas con sus vestiduras desgarradas.

m * «

Por dos veces han pretendido las minorías monárquicas que


el Parlamento adoptara el acuerdo de declarar incompatibles la
masonería y el Ejército. Sirvió la primera vez para el intento una
proposición del Sr. Cano López, a quien hubo de replicar, en
ausencia del Jefe del Gobierno, Sr. Lerroux, di Ministro de la
Gobernación, Sr. Vaquero, que, ni aun con el auxilio de un hom-
bre de tan excepcionales facultades parlamentarias como el señor
Gil Robles, pudo salir del paso sino a fuerza de traspiés y de fa-
tigosos apuros, resolviéndose, con un no ha lugar a deliberar,
el conflicto que se les venía encima a caracterizados políticos,
cuyas concomitancias con la masonería son bien conocidas.
Reprodujo el día 27 Renovación Española la proposición, y
-el Ministro de Estado fué esta vez el encargado de responder, y
recordó que en julio se publicó un decreto prohibiendo a todos
los individuos del Ejército formar parte de ninguna Asociación
-política o social.
La proposición que se debatía tenía especial miga, por moti-
552 ACCIÓN ESPAÑOLA

vos que no entra en nuestros cálcuilos el decir ahora, ya que su-


ponemos que sería pretensión inútil. Pero en la respuesta del.
Ministro se huía intencionadamente de recalar en la prohibición
masónica, con el pretexto de que ya había sido tratado este par-
ticular al negarles a los militares permiso para figurar en nin-
guna Asociación. Cosa inexacta, y por serlo, se solicitaba prohi-
bición expresa y específica, ya que la masonería, que es una so-
ciedad secreta, ni se acoge a las normas de las demás Asociacio-
nes, ni se cree, por lo tanto, comprendida en cuanto se dispone
o legisla para las otras sociedades.
Si para nada concreto sirvió el debate, tuvo, sin embargo,
importancia el que pudiera llevarse al Parlamento un tema que,
hasta ahora, parecía inabordable y que siempre va envuelto en te-'
nebrosidades y nieblas espesas. Es seguro, afirma D. Ramiro de
Maeztu, que en el porvenir próximo hemos de discutir los espa-
ñoles la masonería tanto, por lo menos, como la están controver-
tiendo los franceses, porque la masonería es la organización mun-
dial de lia revolución. Masones fueron Mirabeau, Marat, Petion,
Danton, Brissot, Robespierre y Gregoire ; es decir, todos los no-
tables de la Revolución francesa. Todos los hombres de la Enci-
clopedia eran también masones : Montesquieu, D'Alembert, Di-
derot, La Mettrie, Helvetius, La Oholotais, Vol taire ; todos los
hombres que expulsaron a la Compañía de Jesús de los pueblos
de Europa : Choiseul, Pombal, Aranda, Du Tillot, Kauniz y von
Swieten...
Con respecto a la participación de la masonería en asuntos que
nos atañen, bien de cerca se ha hecho y aún se hará, merced a
meritísimas y pacientes investigaciones, mucha luz sobre cómo^
han actuado las fuerzas secretas para realizar su objetivo de des-
componer a España.
Por eso, sin miedo a equivocarnos, podemos y debemos decir :
La masonería: he ahí el enemigo.

• * *

El Sr. Martínez de Vdasco inició, con una conferencia en la-


Asociación de Agricultores de España, una campaña política, que
luego la prosiguió en diversas ciudades de Andalucía. A nos-
ACTUALIDAD ESPAÑOLA 553

otros nos parecen los discursos del Sr. Martínez de Velasco hue-
ros y sin sustancia. Discursos coneervados en naftalina y que que-
daron sin pronunciar en los albores de su afición política, a prin-
cipios de siglo. Por otro lado, el Sr. Martínez de Velasco es siem-
pre el hombre de las suavidades y de las componendas. Untuoso,
condescendiente, partidario de tonos dulces y melifluos.
Sin embargo, en sus últimos discursos, el jefe del partido agra-
rio ha atisbado el Poder : el Poder está más cerca de sus manos
de lo que muchos podían suponer, y por eso no pone en duda «que
por azares de la fortuna esté muy cercana la hora en que tenga
que cargar con la responsabilidad del mando. Si llega mi hora
de gobernar —^añadió—, en defensa de los intereses de la Patria,
incluso suspenderé los partidos que no sólo cuentan en sus pro-
gramas con principios demagógicos, sino que alardean a voz en
grito de sus intenciones revolucionarias y de sus hechos de idén-
tico tipo. Si no se tiene conciencia de esto, consintiendo revolu-
ciones sin desarticularlas luego implacablemente, no se ha hecho
nada. Que dejen paso a otros que tengan más arraigadas esas
convicciones. Hay que cumplir con el deber, cueste lo que cues-
te». Pero fué más terminante en Granada, y dijo: «Pronto go-
bernaremos».
El Sr. Gil Robles, en un discurso pronunciado en Gijón, se
expresó así : «Nosotros seguimos firmes y somos el eje de la po-
lítica. Estamos más cerca del Poder de lo que muchos creen. Nues-
tra representación en el Gobierno es garantía de la competencia
de lio que anhelamos. Yo os afirmo que ahora hacemos un ensayo
lleno de generosidad y sacrificios. Somos los más y tenemos la
representación menor ; somos el partido de mayor masa y diri-
gen quienes tienen menos masa. Queremos, repito, hacer un en-
sayo sin prisas. Cuando veamos que ningún otro partido ni nin-
gún otro hombre realice el programa que España precisa, enton-
ces ocuparemos el Poder, y si no se nos dan sus riendas, iremos al
pueblo a decirle si quiere ir con la política extremista a la ruina
o salvarse con nosotros».
Casi a la vez Martínez Barrio se dirigía a sus correligionarios
para decirles, con semblante ccmpungido, que, sin él quererlo,
se le venía a las manos «el abruanador lote del Poder». Presiente
ya las acideces del encargo y los sinsabores que le aguardan, pero*
554 ACCIÓN BSPAÑOLA

sabe que su marcha hacia la jefatura del Gobierno es algo irre-


mediable, como si obedeciera a un impulso al que no puede sus-
traerse ni puede eludir.
¿ De dónde les viene esta seguridad a los tres hombres que he-
mos mencionado? El hecho es que los tres se creen eJegidos para
dar la respuesta definitiva a esa incógnita que hoy se retuerce en
el horizonte político y que ^pronto se ofrecerá a la consideración
de los españoles con caracteres apremiantes.

JOAQUÍN A R R A R Á S
Actualidad internacional
Al margen de Ginebra.

C ONVERSACIONE.S, Conferencias, negociaciones... ; y todo para


«tratar de que se limiten los armamentos y para examinar
los medios de organizar la paz». Tremenda tarea a la que
no acertaron a dar fin los «augures de Ginebra», y que han to-
mado sobre sí, un poco al margen del gran cuadro espectacular de
la S. D. N., no los pueblos, sino los hombres que, acaso de modo
levemente gratuito, ostentan su representación.
Hay una tendencia clara y fuerte a trocar en diálogo las con-
versaciones múltiples. Sólo que como, por lo general, los interlo-
cutores no se deciden a romper el nexo que los une a Ginebra, los
acuerdos se complican en cuanto se trata de encajarlos en el marco
de un convenio general.
No es fácil —hay que reconocerlo— armonizar los criterios
particulares que pueden nacer de una fórmula tan vaga como ésta
—francesa de naturaleza— que ahora acaba de ser repetida, una
vez más, por el Sr. Plandin :
«Cada nación, grande o pequeña, tiene el derecho y el deber
de organizar por sí misma su propia seguridad, y creo que uno
de los objetivos principales, mañana como ayer, será, para todas
las naciones interesadas, definir con precisión las garantías de
seguridad y las garantías de ejecución de un convenio de limita-
ción de los armamentos.»
Se trataba ahora, principalmente, de buscar una garantía con-
tra un peligro de bombardeo aéreo, que viene inquietando lo mis-
mo a franceses que a ingleses. En Londres, Pierre-Etienne Flandin
556 ACCIÓN ESPAÑOLA

ha hecho notar que una flota aérea de bombardeo, que puede obrar
en un plazo de tiempo extremadamente breve, difícilmente dará
tiempo para que los trámites —trámites netamente ginebrinos—
previstos puedan conducir a nada tranquilizador para quien sea
víctima de la agresión. Pero claro es que una cosa es el deseo y
otra la realización. Hubiera valido de poco que Inglaterra y Fran-
cia llegaran a un acuerdo. Por otra parte, era preciso conservarse
dentro de las apariencias del Tratado de Lócame. Por eso ha
sido preciso invitar a una conversación previa a Alemania, a Bél-
gica y a Italia. Se trata de que, «en un caso especial y en condicio-
nes deteminadas, se pueda recurrir a un procedimiento más rápido
y más decisivo, destinado —al menos esta es la intención del Go-
bierno británico y del Gobierno francés— a desempeñar, no ya el
papel de una sanción, sino más bien el de un medio preventivo».
Es algo así como si se tratara de dotar a las medidas defensivas de
Locarno de un automatismo que no se adivina bien en qué ha de
consistir.
No se adivina bien ; y cuando se trata de penetrar en las se-
gundas intenciones, las suspicacias, bien explicables, ponen los re-
celos nacionales en carne viva. Rosenberg, inspirador de la polí-
tica exterior del partido nacional-socialista, insinuaba inmediata-
mente, en el Voelkische Beobachter, que de lo que se trataba ver-
daderamente no era de buscar una colaboración con Alemania,.
sino más bien de estrangular al tercer Reich ; suspicacia explica-
ble, pero evidentemente exagerada.
A dar esta sensación tendería, sin duda, el pTopósito de Sir
John Simón de acudir a Berlín para conferenciar con Hitler. De
todos modos Alemania, cuando se le comunican las líneas gene-
rales de las conversaciones franco-inglesas, contesta aprovechan-
do la ocasión para insistir, una vez más, en sus puntos de vista
respecto a la igualdad de armamentos.
Pero prueba de cómo es difícil limitar el ámbito de las nego-
ciaciones de esta naturaleza es que, apenas se ha hablado del viaje
de Sin John Simón a Berlín, el Gobierno de los soviets se ha pre-
ocupado de hacer saber la satisfacción con que vería que el viaje
del Ministro inglés se extendiera hasta Varsovia y Moscú, y ella
no podría dejar de relacionarse con la ampliación de la esfera de
influencia de la Rusia soviética en Europa, debida a los contactos^
ACTUAIJDAD INTRRNACIONAL 557

que ha sabido establecer Litvinof con los países balcánicos y aun


con algunos centroeuropeos.
Esto —había que preverlo— no encuentra en todas partes un
ambiente demasiado favorable. El Evening News —uno de los
diarios de Rothermere— se apresuró a publicar un artículo com-
batiendo la participación de la Ru3Ía soviética en un sistema de
pactos de mutuo auxilio. «La Gran Bretaña —decía—, en cues-
tión de pactos de seguridad, no debe extender el área de sus acuer-
dos más allá de Francia, Alemania e Italia. Y aun es cosa de pre-
guntarse si no sería del caso que Inglaterra exigiera que Francia
no concertase tampoco por su cuenta pacto alguno con Rusia.»
Evidentemente por eso, cuando el Ministro de Negocios Ex-
tranjeros anunció a la Cámara de los Comunes su proyecto de via-
je, se limitó a decir que realizaría una visita a Berlín, añadiendo
que otras posibles negociaciones estaban aún en estudio.
De todas suertes, si se decidiese a alargar hasta Moscú su sa-
lida, las conversaciones que allí se tuvieran no dejarían de ser em-
barazosas, porque ya están pidiendo muchas voces en Londres que
las conversaciones que allí pudieran tenerse se condicionen con una
previa discusión a propósito de las deudas rusas a subditos bri-
tánicos.
Todo ello explica la escasa simpatía que, con buen juicio, sien-
te Alemania hacia esos pactos múltiples y su inclinación a los pac-
tos bilaterales.
Con todo, tampoco éstos dejan de tener sus complicaciones. La
muestra la daba un razonamiento hipotético que se formulaba, en
los últimos días de febrero La Neue Freie Presse. Si se llegase
—razonaba— a realizar un convenio aéreo en la forma propuesta,
y al mismo tiempo un pacto de mutuo auxilio franco-ruso en el
qufe Polonia y Alemania no participasen, en el caso de un ataque
de Alemania a Rusia se produciría, ajustándose a los tratados, una
situación tan extraña como ésta de que Francia había de acudir
en auxilio de RHsia atacando a Alemania, al mismo tiempo que ésta,
fundándose en el pacto aéreo, podría reclamar el auxilio de Ingla-
terra contra Francia.
A estas tremendas complicaciones —y no son las más graves—
ha conducido el pacifismo burocrático de Ginebra.
553 ACCIÓNBSPAÑOLA

En tanto que se recibe una visita.

Había que dar cuenta, claro es, a Berlín del resultado de las
conversaciones de Londres. Y Berlín tenía que contestar. Había
que esperar también que no lo hiciera demasiado explícitamente.
Y hubo, en efecto, en la respuesta un no se sabe qué de evasivo.
Alemania prometía proceder a an examen detallado del conjunto
de cuestiones referentes a la política europea que se tocaban en la
declaración de Londres. Pero no hablaba nada de volver a Gine-
bra, ni de limitación de armamentos, ni de pacto ; pero decía, sí,
que sería para ella muy satisfactorio que, «como consecuencia de
las deliberaciones franco-británicas, el Gobierno inglés, en su do-
ble ca!lidad de participante en las conversaciones de Londres y de
garante de los acuerdos de Locarno, accediese a entablar con el
Gobierno alemán un cambio de impresiones.
Con este motivo, los franceses no han dejado de recordar las
finasseries de Stressemann.
En todo caso, hay una evidente preocupación de no comprome-
ter una palabra. Y por parte de los franceses, recelos que si son
un día de Datidet —que prevé el desequilibrio europeo por el acto
de fuerza de un pustch realizado por los alemanes contra Viena—,
otro se dejan traslucir en un periódico, con más fama de sesudo,
quizá, de la merecida —Le Temps—, que habla de unos prepara-
tivos de guerra aérea que alcanzan a la organización de un ejér-
cito de tierra de 500.000 hombres, de una parte, y de otra la pre-
paración de un ejército aéreo, para cuya evaluación pudiera to-
marse como unidad el hecho de que, según la información alu-
dida, los talleres Junkers estuvieran produciendo cada día catorce
monstruosos aparatos, en tanto que se preparan por todas partes
campos de aviación y se enmascaran todos los elementos auxiliares
de las instalaciones.
Pero si no todas las alarmas francesas parecen estar justifica-
das, no sería tampoco sensato desoír sistemáticamente todas las
indicaciones que brotan como al dictado de sus inquietudes. Algún
comentarista francés relacionaba con estos proyectos y con aque-
llas negociaciones una larga conversación mantenida por el Kron-
prinz con el Canciller. Desde luego la anodina referencia oficiosa
obligada no era como para satisfacer demasiado las curiosidades.
\CTÜALID\D INTERNACIONAL SSQ'

Pero acaso no sea demasiado aventurado suponer que si en la con-


versación se habló de la situación internacional, no dejaría tampo-
co de tratarse —y nos inclinaríamos a pensar que ésta podía ser la
razón decisiva de una inteligencia— de la situación que se plantea
al partido nacional-socialista, en el que nunca acaba de borrarse
definitivamente la línea, demasiado fuerte, con que se perfila -.n
él un ala izquierda. Cabalmente ahora, la suspensión hasta nueva
orden del semanario Reichswart, que dirige el conde de Revent-
low —segundo de Strasser, uno de los ejecutados el 30 de junio—,
ha puesto de nuevo de relieve el hecho.
Como Reichswart era, además, el órgano del movimiento neo-
pagano germánico, quizá pudiera interpretarse este gesto como
un acercamiento al Vaticano.
Pero acaso sean éstas, por desdicha para Alemania, hipótesis
demasiado aventuradas.

Camisas negras en África. El


ejército del nuevo régimen.

Es esta una nueva prueba para la Sociedad de Naciones ; quizá


una nueva prueba de su ineficacia. Ahora, unos disparos hechos
en Afdub dejan oír su eco en Ginebra ; previamente, los disparos
habían hecho cinco muertos y seis heridos ; y los heridos y los
muertos eran italianos.
El gesto de Italia ha sido rápido. La Agencia Stefani publica-
ba el siguiente comunicado el día 12 de febrero : «Como medida
de precaución han sido movilizadas, entre el 5 y el 11 del corrien-
te, dos divisiones: la Peiloritana y la Gabinana. Se han efectuado
ordenadamente todas las operaciones del llamamiento del contin-
gente de la quinta de 1911.»
El gesto es enérgico, pero no desproporcionado. Hacía muy
poco que la revista militar La Forze Ármate había publicado una
información sobre el ejército etíope bastante significativa. Según
ella, el 30 por 100 de la población puede ponerse sobre las armas,
lo que daría un total de unos dos millones de soldados. Acaso no
pudieran estar armados más de unos 500.000 ; acaso su armamento
uo fuera todo él moderno; pero tienen algunos fusiles ametralla-
doras, tienen 180 cañones, tienen 250 ametralladoras, cinco o seis
560 ACCIÓN ESPAÑOLA

carros de asalto y hasta una docena de aviones. Y todo ello, con


ser poco, es suficiente para poder producir un serio contratiempo
a un ejército colonial.
Ha hecho bien Italia en prevenirse ; tanto más cuanto que aca-
so el heoho de movilizar estas unidades cause el mismo beneficioso
efecto que aquella otra movilización realizada cuando asesinaron
a Dollfuss.
Pero el Gobierno de Abdis-Abeba no parecía darse cuenta de
la gravedad de las circunstancias. Sus notas diplomáticas adopta-
ban un tono muy poco conciliador, a pesar de las intenciones pa-
cíficas que la prensa francesa se complacía en atribuir al Empera-
dor Hailé Selasié. Verdad que en el reconocimiento de ellas quizá
se envolvía una inclinación no del todo desinteresada por la causia
de Italia.
El embarque de las tropas —tres batallones de camisas negras
van con ellas— lo ha saludado el entusiasmo bélico de toda Italia.
Ante el Gran Consejo Fascista, el general Peluzzi ha anunciado
que más de 70.000 camisas negras de todas las provincias de Ita-
lia estaban solicitando ser destinados al África Oriental.
Estaríamos a punto de dar algún crédito a la suspicacia con
que acogía las noticias de este entusiasmo la prensa alemana si
no tuviéramos el testimonio inequívoco —gráfico y aun sonoro—
de estas magníficas manifestaciones de espíritu patriótico.
Se iniciaba la última semana de febrero con una tendencia d
mejorar la situación que no se ha confirmado enteramente. Mien-
tras siguen embarcando tropas para África, mientras parte el
general Graziani con su Estado Mayor y asume el mando de la
división Peloritana el diavolo ñero —el teniente general Pavone—,
la inquietud en Europa es grande. Se ha temido la movilización
sobre la frontera italo-austriaca para prevenir d peligro de una
invasión nazi en Austria, al revuelo de estas actividades bélicas
de Italia ; y ello es, ya se comprende, motivo suficiente de intran-
quilidad. Pero el eco de este ruido de armas no queda guardado
en el ámbito de Europa. En el Japón inquietan los posibles propó-
sitos del Duce. No hay que olvidar que el Japón tiene en Abisi-
nia no pocos intereses políticos y económicos.
El mes se cierra sobre esta gran inquietud, que no contribuye
a disminuir la declaración hecha por el Consejo Supremo de De-
fensa sobre los recursos nacionales con que Italia cuenta en caso
ACTUALIDAD INTBRNACIONAL 561

de guerra y la creación de una azona industrial» en Bolzano, cuyas


finalidades de orden castrense no se ocultan a nadie, ni el Duce
tiene demasiado interés en ocultar.

No es de extrañar, dadas estas preocupaciones, que esté en


todas las imaginaciones italianas el problema militar y en todos
los labios el mismo tema. Y nos interesa subrayar aquí el grado
de compenetración a que han llegado el ejército y la nación, de la
que es evidente indicio la estrecha relación entre los medios uni-
versitarios y los medios castrenses.
No hace mucho, el Bolletino Militare publicaba el ascenso a
subtenientes de complemento de todas las armas de unos 700 as-
pirantes a oficiales de la milicia universitaria.
Parecía que en el duodécimo aniversario de la fundación de
la milicia se quería hacer notar la perfecta comunicabilidad entre
las diversas fuerzas armadas, y cómo la milicia es capaz de pre-
parar en sus filas centenares de jóvenes que, una vez perfectamen-
te adiestrados, pueden hacerse pasar a las filas del ejército a pres-
tar servicios como oficiales.
«En esta juventud universitaria —decía un comentarista— es
donde se encuentra representada verdaderamente la novísima figu-
ra del ciudadano soldado concebida por el Duce. A través de la or-
denación de los recursos de aspirantes a oficiales de la milicia uni-
versitaria, estos muchachos pasan, alternativamente, de las filas de
la milicia a las del ejército y de aquéllas a éstas despniés, como
aspirantes a oficiales, y más tarde como oficiales ; la milicia los
instruye y hace de ellos oficiales y como tales pasan a prestar ser-
vicio al ejército ; del ejército, ya perfeccionada su instrucción en
el mando de las pequeñas unidades, vuelven, con la experiencia
del mando ya adquirido, a las filas de la milicia, que los emplea
para encuadrar los batallones, las unidades corrientes, los desta-
camentos de fascios juveniles o los de vanguardistas, o de baliUcís...
•Científicamente, políticamente, culturalmente, deportivamen-
te, física y militarmente preparados, estos muchachos son bien
dignos de entrar a formar parte del glorioso ejército de Vittorio
Véneto, llevándole la aportación fresca y entusiasta de las nuevas
generaciones jóvenes, de los camisas negras educados y salidos
II
562 A C C I Ó N K S P A S O I , A

de la escuela mussoliniana del libro e moschetto, cuyo entusiasmo


llevan unido a la ponderada, severa y completa preparación moral,
cultural y política.»
Política. Que no es poco interesante cuando se quiere formar
un ejército para un régimen nuevo. A principios de este mismo
mes de febrero se publicaban unas instrucciones para el reduta-
miento de los oficiales del ejército. De las academias militares y
de la clase de suboficiales han de proceder los nuevos oficiales del
ejército de Italia ; pero todos ellos, y este es el punto que interesa
hacer notar aquí, han de ihaber pertenecido al partido nacional
fascista.
Medida que guarda no pocas enseñanzas.

Los regímenes políticos y los «intelectuales».

El 17 fué reelegido para la Presidencia de la República el ge-


neral Carmona. No por esperada la noticia es menos interesante.
La gran propaganda que se había hecho en favor de la reelección
y el espíritu del país, tan en evidencia, aseguraban el éxito. Y es
que el movimiento nacional portugués ha ganado para sí a la masa.
Está ganando también a las minorías. La jornada del 17 nos
decía lo primero. A poco, el banquete de los intelectuales nos ha-
blaba de lo segundo. Unos días antes el mismo Salazar, en la dis-
tribución de los pretmos literarios, en el Secretariado de la Pro-
paganda Nacional, les había dicho unas palabras precisas que 'os
situaba frente a su deber : «Están en juego —decía— los funda-
mentos mismos de la civilización moral que informa nuestros des-
tinos. La lucha trabada es a vida o a muerte. El que en ella :io
ocupa su pmesto sólo puede llamársele de una de estas dos mane-
ras : traidor o desertor.»
Como para rechazar tales dictados, al banquete que había de
reunirlos en el Palacio de las Exposiciones del parque de Eduar-
do VII no faltaron ni el número ni la calidad. Catedráticos, es-
critores, periodistas, escultores, músicos, pintores acudieron a aquel
concejo de la inteligencia. Unas palabras del Diario da Manha
queremos recoger aquí, por exactas. aSi no acudieran —decía— a
cumplir con su deber de patriotas practicarían la peor de las trai-
ciones, la del espíritu que reniega del patrimonio moral de los si-
glos, herencia de los mayores, sangre y tradiciones, nombre e his-
ACTUALIDAD INTERNACIONAL 563

toria, religión y cultura ; Patria, en una palabra, hos intelectuales


son los maestros y los guías del pueblo dentro de cada nación. Por
eso deben ser los primeros y los mejores. Han de medir sus respon-
sabilidades por el bien o el mal que hacen en el ejercicio de su fun-
ción social de educadores, de conductores espirituales de pueblos.
Por no hacerlo se dice de muchos que son verdaderos malhechoi'es
intelectuales. Para marcar una posición clara y decidida contra
éstos tuvo lugar el banquete.»
Era un acto de afirmación, de diferenciación. Antonio Ferro lo
definió claramente : «Iva batalla, señores míos, que nosotros no
declaramos, pero que aceptamos, ya no se traba en las calles ni
en los cuarteles, sino en el campo de las ideas. La inteligencia,
o lo que ellos llaman la inteligencia, es el último reducto de nues-
tros enemigos. Si tenemos la conciencia de nuestras responsabili-
dades hemos de comenzar por formar nuestro frente único, a se-
mejanza del que ellos formaron, y acabaremos, tengo la certeza
de ello, por desalojarlos para siempre de su reducto.»
El problema no se plantea exactamente en la misma forma
para nosotros. En España la inteligencia está siendo rápidamente
ganada para una causa que todavía no tiene la fuerza. Probable-
mente él triunfo definitivo será aquí más fácil para nosotros, por-
que las inteligencias se ganan más fácilmente con la razón en el
rigor de la oposición que con la misma razón desde el Poder.
No faltaban entre los intelectuales, digámosilo de pasada, vol-
viendo al banquete de Lisboa, Rolao Preto, nuestro excelente
colaborador; ni, con Rolao Preto, la representación del naciona-
lismo integralista portugués. Conviene registrarlo.
Y no es posible dejar de ver, en aquel acto de fraternidad, un
augurio feliz. Un régimen que sabe el valor de los intelectuales
es un régimen que ha de vivir. Lo que se necesita es no tomar
para perfil de la intelectualidad un trazo de caricatura. La Repú-
blica española cayó en esto que pudiéramos decir primarizacióa
de la intelectualidad. Portugal —quizá porque le queda ya poco
de República— sabe mejor ver lo que hace, y por estar en camino
de ganarlo está en el camino de su afirmación definitiva.

De vuelta de una experiencia.


oDía del Ejército Rojo». Toda la Prensa se ha ocupado de él.
Parecía justificarlo el tono retador de las voces que se escucharon.
564 ACCIÓNBSPAÑOLA

El Comisario de la Defensa Nacional, Vorochilof, dijo en su aren-


ga a las tropas: oSi llegara un caso de lucha, los pueblos que
forman la Unión Soviética pueden estar seguros de que el Ejército
Rojo está en las mejores condiciones para conseguir la victoria
y aplastar a cualquier enemigo.» De Tukhadievski es la afirma-
ción de que los soviets «están mejor organizados que los capita-
listas» ; y del diario Pravda, el decir que «nuestro ejército de mi-
llones de hombres, situado en las fronteras, está preparado para
caer sobre el enemigo como un alud si allguien quisiera alterar
nuestra tranquilidad. En defensa de la patria, nuestro magnífico
ejército atacará al enemigo y barrerá sus tropas».
A creer sus afirmaciones, el ejército, que en pie de paz, según
el general Tukhachevski, cuenta con 940.000 hombres, alcanzaría
en pie de guerra —^y este es dato del jefe de la Organización de
la Defensa Nacional, Ossoaviachim— los 13 millones de soldados.
Quizá todo ello es un poco exagerado ; pero es rigurosamente cier-
to que Moscú se prepara para la guerra. Radek justifica el aumen-
to de sus efectivos militares diciendo : «Cuanto más gritan los im-
perialistas contra nuestros armamentos, tanto más claro ven nues-
tras masas nacionales que se prepara un ataque contra nosotros y
que el Ejército Rojo tiene que hacerse más fuerte.»
La atención que se dedica a la flota aérea es muy significativa.
Hace muy poco el Boersenzeitung decía que Rusia, que en 1932
disponía sólo de 1.700 aviones, cuenta actualmente con una flota
aérea de 4.300 aparatos. Cinco mil daba en su informe el aviador
francés Codos. De cualquier modo, no es aventurado decir que
acaso sea Rusia hoy la potencia aérea más fuerte. Hasta dónde
podrá llegar esta loca carrera de los armamentos no es fácil pre-
veerlo. El presupuesto de Guerra para 1935 importa 1.500 millo-
nes más que el de 1934. E s una progresión que ningún régimen es
capaz de soportar.

* * *

El 28 de enero se abrió en el Kremlin el V H Congreso Sovié-


tico, que, aunque prescrito por la Constitución cuando menos bie-
nal, no se reunía desde marzo de 1931. La solemnidad de la aper-
tura se vio turbada por un pequeño incidente diplomático. Los en-
cargados de Negocios de Alemania y Polonia creyeron inoportuno
ACTUALIDAD INTBKNACIONAL 565

escuchar en pie la Internacional, disintiendo en esto de sus cole-


gas del Cuerpo diplomático, que creyeron justo darle la calidad de
himno nacional ruso. Es una graciosa anomalía, en realidad, que
quien en su país tiene como himno revolucionario el canto de la
Internacional, tenga que escucharia en pie, como muestra de res-
peto, en Moscú. Aunque lo realmente anómalo es que puedan es-
tar en Moscú enviados diplomáticos de países no revolucionarios.
La principal función que debía desempeñar esta reunión del
Congreso soviético parece que no debía ser otra que la de enarde-
cer al pueblo ingenuo y mal informado. Las exageradas informa-
ciones de los delegados, en cuanto a la potencia industrial, econó-
mica y militar de la Unión, trasluce bastante bien el propósito.
Lo que ya no se advierte tan claramente es la razón que puede
haber impulsado a aquellas gentes para intentar salir de las for-
mas antidemocráticas. Molotof formuló la proposición, que fué
aprobada, de que en lo sucesivo se realizasen las elecciones direc-
tas, secretas y en un pie de igualdad. Hasta ahora los obreros te-
nían cierto privilegio. Cada 25.000 de ellos degían un diputado,
en tanto que los campesinos sólo tenían uno por cada 50.000. Esta
diferencia va a desaparecer ahora. Es una rectificación más.
Una rectificación que hay que añadir a las que tímidamente
van introduciéndose, por ejemplo, en el régimen de la propiedad.
No hace mucho se ha concedido a los campesinos colectivizados el
derecho a poseer individualmente algún ganado —una vaca, dos
terneras, una cerda, diez ovejas, veinte colmenas, y gallinas y
conejos en un número ilimitado—. Estamos ya un poco lejos de
los primitivos rigores comunistas. Otro día dijimos ya de los ho-
nores que vienen a diferenciar las categorías sociales. Ahora se
repite la noticia —la repite la Neue Freie Presse— de la creación
de toda una escala de títulos honoríficos : «Héroe de la Unión So-
viética», «Héroe del trabajo»...
Uno se pregunta si valía la pena de haber hecho esta «intere-
sante experiencia», como llamaban algunos intelectuales a la bár-
bara tragedia rusa. Porque la interesante experiencia, que aún
tiene que hacer no pocas víctimas —nos enteramos ahora de que
el año pasado perecieron de hambre 140.000 alemanes de los que
padecen la esclavitud rusa—, va, por el camino de las rectificacio-
nes, a volver, más tarde o más temprano, a su punto de partida.
566 ACCIÓNESPAÑOLA

Un plebiscito.

«La neutralidad de Suiza interesa a toda Europa». Fué esta


una fórmula del Congreso de Viena. Pero la neutralidad de Suiza
interesa más que a nadie a los suizos mismos. Así lo han enten-
dido éstos, a los que venía inquietando el recuerdo de aquellos
malos días de 1914, de que se libraron un poco por azar de las
circunstancias. Se ba hablado mucho del sistema militar suizo, y
muchas veces se ha intentado ponerlo por modelo. Sistema de
mihcias, más bien. Un sistema que permite que el servicio militar
de los reclutas se reduzca a sesenta y dos días para los de ciertos
cuerpos; a noventa y dos para los menos afortunados. Se ha di-
cho muchas veces que esto bastaba para transformar cada suizo
en un soldado. Ahora son los mismos suizos los que dicen que no.
La adopción de armas modernas, la guerra de gases prevista, ha-
cen pensar seriamente a Suiza que sus fronteras no estarían de-
masiado seguras con estos «excelentes soldados» de tres meses.
La idea ha ido labrando todas las inteligencias y todas las volun-
tades, y hasta el partido socialista —por temor al fascismo ita-
liano y al fascismo alemán, segúa se ha creído en el caso de decir
para justificarse— se ha inclinado a una solución que robusteciera
la potencia militar d d país.
La propaganda ha tenido— no podía menos de tenerla— una
parte considerable en la formación de este estado de espíritu. A
explicar la necesidad de la reforma —del aumento de tiempo de
servicio, de la transformación de las milicias en ejército propia-
mente dicho— ha bajado a la plaza pública hasta el mismo Presi-
dente de la Confederación suiza, señor Rod Minger.
Y la voluntad del pueblo suizo se manifestó plebiscitariamente
el 24 de febrero. Setenta y cinco mil votos de mayoría (502.748
contra 427.830) aprobaron el proyecto.
No puede sorprender que, una vez, el sufragio universal res-
ponda a las conveniencias de la nación. Aún el mes pasado escri-
bía en estas mismas páginas D. Carlos Ruiz del Castillo: «El
plebiscito se diseña en el área de las terminaciones esenciales, o
sea de aquellos principios generales y sencillísimos de organiza-
ción que pueden ser materia del asentimiento de la masa.»
De esta naturaleza parecía ser el tema que se sometía a la vo-
ACTUAlvIDAD INTERNACIONAL 567

tación del día 24. Parecía natural que se hubiera producido la iden-
tidad del pueblo suizo con su deseo de ser, de sobrevivir. Este
sentido tenía la voluntad de defenderse, la voluntad que triunfó
Pero fijémonos en que triunfó por una reducida mayoría ; y ello
nos hace pensar que ni aun para las cosas más claras y más esen-
ciales puede tenerse demasiada confianza en la tornadiza y mal
informada voluntad de la multitud.
JORGE V I G O N
Actividad intelectual

POLÍTICA Y FILOSOFÍA

Con y contra la democracia.

I
ANTOLOGÍA DE «LO ORDINARIO»

E N la herencia literaria del año treinta y cuatro algo repre-


senta este tomo VIII de El Espectador, en que D. José
Ortega y Gasset recoge, como de costumbre, ensayos de
varia lección. Unos pensamientos sobre África Menor, un boce-
to de la mujer y de Don Juan, un trabajo sobre el traje popular,
otro sobre el arte de Proust, algunas consideracione-s acerca de
los egipcios, y, por último, breves divagaciones y sentencias so-
bre temas predilectos : cultura y civilización, minorías y masas,
con diagnósticos sobre nuestro tiempo y con una defensa del li-
beralismo.
El tema de las minorías y de las masas aparece frecuente-
mente en los escritos de Ortega y Gasset. E s una especie de mo-
tivo que se repite en su obra con la reiteración de lo que es grato
y sirve de soporte a otras construcciones. Con un pleonasmo que
trata en vano de justificar había llamado «democracia morbosa»
a la invasión por lo plebeyo de todas las zonas de la vida ac-
tual. La Españai invertebrada es la explicación de la anormalidad
perpetua de un pueblo por el mando ininterrumpido de la plebe.
La rebelión de las masas es una lección de sociología en la que
ACTIVIDAD INTELECTUAL 569

se trata de poner de manifiesto cómo en la época que nos ha to-


cado vivir el peligro de la civilización está en el imperio de «lo
ordinario» que aquéllas representan al dar la pauta de la vida
social. Estos mismos pensamientos se hallan desenvueltos en al-
gunas páginas del «Revés de almanaque» y en «Socialización
del hombre».
Nadie ha criticado tan duramente el imperio de las masas y
el eclipse de todo lo selecto, minoritario y exquisito como D. José
Ortega y Gasset. Sólo algunas páginas de Spengler, a que luego
haremos referencia, pueden compararse en acerbidad, virulencia
y desprecio con las que nuestro escritor ha dedicado al tema.
Cuando Ortega y Gasset se pone a hablar de masas todo su dlim-
pismo rebosa indignación y todo su espíritu aristocrático se yer-
gue, revuelto y acibarado, como quien tiene que habérselas con
algo que le inspira un asco y una repulsa de incalculable violencia.
Si quisiéramos expresar en síntesis lo que piensa Ortega y
Gasset sobre masas y minorías lo haríamos así. El plebeyismo ha
triunfado en el mundo entero y en España se ha convertido en
un verdadero tirano. Las minorías han desertado ya desde el si-
glo XTX, porque se han puesto a halagar a la plebe. Ahora bien :
todo esto pertenece al mundo social, pero en modo alguno al mun-
do político. La democracia no supone ía rebelión de las masas y
su imperio de hecho en la vida actual. Al contrario, la democra-
cia es una cosa excelente, aunque tan sólo como norma de dere-
cho político. En el instante en que se quiere hacer trascender lo
que la democracia tiene de multitudinario a otros órdenes de
cosas, como el arte o la ciencia, ocurre la tragedia de que todo lo
más bajo, indiferenciado y despreciable triunfa y se impone so-
bre lo más selecto, aristocrático y eximio. Esta distinción entre
lo social y lo político es indispensable para exponer el pensamien-
to de Ortega y Gasset. En cuanto gobierno del pueblo por d pue-
blo, es decir, etimológicamente, la democracia le parece óptima.
En cuanto invasión de la plebe en el reino del espíritu, le pare-
ce abominable.

«La democracia como democracia, es decir, estricta y exclu-


sivamente como norma de Derecho político, parece una COSOÍ óp-
tima. Pero la democracia exasperada y fuera de sí, la democrn-
cia en religión o en arte, Ici derruKracia en el pensamiento y en
570 ACCIÓN BSPANOLA

el gesto, la democracia en el corazón y en la costumbre, es el más


peligroso morbo que puede padecer una sociedad.-»
aComo la democracia es una pura forma iuridicaí, incapaz de
proporcionarnos orientación alguna para todas aquellas funciones
vitales que no son Derecho público, es decir, para ca\si toda nues-
tra vida, al hacer de ella principio integral de la existencia se
engendran las mayores extravagancias. Por lo pronto, la¡ contra-
dicción del sentimiento mismo que motivó la democracia. Nace
ésta como noble deseo de salvar a la plebe de su baja condición.
Pues bien, el demócrata ha acabado por simpatizar con la plebe,
precisamente en cuanto plebe, con sus costumbres, con sus mane-
ras, con su giro intelectual. En el orden de los hábitos, pucdn de-
cir que mi vida ha coincidido con el proceso de conquista de las
clases superiores ¡por los modales chulescos. Lo cual indica que
no ha elegido uno la mejor época parat nacer. Porque antes de en-
tregarse los círculos selectos a los ademanes y léxico del Azapiés,
claro es que han adoptado más profundas y graves características
de U¡i plebe.9

* * *

aLa época en que la democracia era un sentimiento saludable


y de impulso ascendente pasó. Lo que hoy se llama democracia
es una degeneración de los corazones,
A Nietzsche debemos el descubrimiento del mecanismo que
funcional en la conciencia pública degenerada: le llamó tressen-
timens». Cuando un hombre se siente a sí mismo inferior por
carecer de ciertas calidades —inteligencia o valor o elegancia—,
procura indirectamente afirmarse ante su propia vista negando
Un excelencia de esas cualidades. Como ha indicado finamente un
glosador de Nietzsche, no se tratai del caso de la zorra y las uvas.
La zorra sigue estimando como lo mejor la madurez en el fruto,
y se contenta con negar esa estimable condición a lais uvas dema-
siado altas. El tresentidoTt va más allá: odia la madurez y pre-
fiere lo agraz. Es la total inversión de los valores : lo superior,
precisamente por serlo, padece una tcapitis diminutiot, y en su
lugar triunfa lo inferior.
El hombre del pueblo sítele, o solía, tener una sana capaci-
dad admirativa. Cuando veía pasar una duquesa en su carroza se
ACTIVIDAD INTELECTUAL 571

extasiaba, y le era grato cavar la ti£rra\ de un planeta donde se


ven, por veces, tan lindos espectáculos transeiintes. Admira y
goza el lujo, la prestancia, la belleza, como admiramos los oros
y los rubíes con que solemniza su ocaso el Sol moribundo. ¿ Quién
es capaz de envidio/r el áureo lujo del atardecer} El hcnnbre del
pueblo no se despreciaba a sí mismo : se sabía\ distinto y menor
que la clase noble ; pero no mordía su pecho el venenoso uresen-
timienton. En los comienzos de la Revolución francesa, una car-
bonera decía a una marquesa : tSeñorai, ahora las cosas van a an-
dar al revés : yo iré en silla de manos y la señora llevará el car-
bón». Un abogddete «resentido» de los que hostigaban ai pueblo
hacta la revolución hubiera corregido : aNo, ciudadana : ahora
vamos a ser todos carboneros.» (1).

En análogo sentido se expresa Spengler, pero éste dándose


cuenta, con mayor perspicacia, de la enorme trascendencia po-
lítica que tiene el triunfo de «lo ordinario», o mejor, atribuyen-
do tal triunfo en todos los órdenes de la vida a la entronización
de los principios liberales y democráticos en el orden político.

nEl honor era una fuerza que penetraba la vida entera de las
generaciones. El honor personal era sólo el sentimiento de la res-
ponsabilidad incondicional del individuo en cuanto al honor de
clase, ai honor profesional y al honor naciomal. El individuo con-
vivía la vida de la comunidad, y la existencia de los demás era
también la suya. Lo que él hacía im/pUcaba la responsabilidad de
todos, y por entonces un hombre no moría tatn sólo espiritualmen-
te cuando su sentimiento del honor o el de los suyos era mortal-
mente herido por su culpa o la ajena. Todo lo que se llama de-
ber, la premisa de todo derecho auténtico, la sustancia básica de
toda costumbre distinguida, procede del honor. La gleba tiene
su honor, como toda oficio, como el comerciante y el oficial, el
funcionario y las viejas estirpes principescas. Quien no lo tiene,
quien no da valor ninguno al decoro ante sí mismo como ante sus
semejantes, es ordinario. Esta es la antitesis de la distinción en

(J) Democracia morbosa, págs. 227 y 229 de las Obras.


572 A C C I Ó N E S P A Ñ O L A

el sentido de toda\ sociedad auténtica, y no la pobreza, la falta de


dinero, como lo juzga la envidia de los hombres de hoy, después
que se ha perdido todo instinto de la vida distinguida y de la
sensibilidad distinguida y se han hecho igualmente plebeyas las
maneras públicas de todas las telases* y todos los <ipartidosj>.
Pero tal es la premisa de la existencia social: aquello que por
sus capacidades y su fuerza interior se eleva a estratos superiores,
tiene qus ser educado y ennoblecido por el rigor de la forma y la
incondiciotialidad de las costumbres para representar y transmi-
tir en adelante por sí mismo, en sus hijos y nietos, dicha forma.
Una sociedad viva se renueva incesantemente con sangre precio-
sa que afluye a ella de abajo y de fuera, ha fuerza interior de la
forma viva es probada por su capacidad de acoger, afinar e igno'
lar, sin perder en seguridad. Pero en cuanto esta formo de la
vida\ deja de ser evidente, en cuanto presta siquiera oídos a la
crítica sobre su necesidad, está acabada.it

* * *

«Lo que se quiere es la liberación de todos los vínculos de la


cultura, de toda especie de moral y de forma, de todos los hmnbres
cuya actitud en la vida se siente, con sorda furiüi, superior. La
pobreza soportada orgullosamente y en silencio, el cumplimiento
callado del deber, la abnegación al servicio de una misión o una
convicción, la grandeza en la aceptación de un destino, la fideli-
dad, el honor, la responsabilidad y el rendimiento..., todo esto
es un reproche constante para los (^humillados y ofendidos».
aPues, repitámoslo, la antítesis de distinguido no es pobre,
sino aordinariot. El bajo pensar y sentir del mundo actual se
sirve de la masai desarraigada, insegura ya en todos sus instin-
tos, de las grandes ciudades, para alcanzar sus fines y placeres
propios de destrucción y venganza.»

* * ü;

«Nace así el nihilismo, el odio del proletario contra toda cla-


se de forma superior, contra la cultura como conjunto de las
mismas y contra la sociedad como su sustrato y su resnlfado his-
tórico. Que alguien tenga forma, que la domine, que se sienta
ACTIVIDAD INTELECTUAL 573

bien en ella, mientras qu^ el hombre ordinario la siente como una


atadura ; que el tacto, el gusto y el sentido de la tradición sean
cosos que forman parte del patrimonio hereditario de las cultu-
ras superiores y que presuponen una educación; que haya círcu-
los en los que el sentimiento del deber y la abnegación no sean
ridiculos, sino motivos de distinción, les llena de un sordo furor,
que en épocas anteriores se agazapaba en un rincón y espuma-
jeaba alU a la manera de Thersites, pero que hoy se extiende am-
plia y generalmente, como concepción del universo, sobre todos
los pueblos blancos. Pues la época misma se ha tornado aordina-
ria», y la mayoría de los hombres no saben hasta qué punto ellos
mismos lo soii. La ordinariez de todos los parlamentos, la incli-
nación general a participar en negocios poco limpios, cuando pro-
meten dinero sin tratbajo ; el jazz y los bailes negroides como ex-
presión psíquica de todos los círculos ; el maquillaje de prostitu-
tas adoptado por todas las mujeres ; la manía de los lite-^atos de
ridiculizar en novelas y obras teatrales, con el aplauso general,
las severas opiniones de la sociedad distinguida, y el mal gusto,
extendido hasta la alta nobleza y hasta las viejas familias sobe--
ranas, de emanciparse de toda coerción social y de toda vieja cos-
tumbre, demuestran que la plebe ha llegado ai ser la que da el
tono.9

* * *

Prolongfuemos aún esta antología y veamos hasta dónde llega


Spengler en su abominación de lo plebeyo.

mPero mientras arriba sonríen de la forma distingurda y de


las viejas costumbres, porque no las llevan ya dentro como impe-
rativos y sin sospechar que se trata de ser o no ser, desencadenan
abajo el odio que quiere aniquilamiento y la envidia de todo lo que
no es a todos accesible, de todo lo que sobresale y ha de ser hutt-
dido. No sólo la tradición y la costumbre, sino toda clase de cul-
tura afinada, la belleza, lat gracia, el gusto en el vestir, la segu-
ridad en la forma de trato, el lenguaje selecto, la actitud retenida,
que delata educación y autodisciplinai, exasperan a la sensibilidad
ordinaria. Un rostro de facciones distinguidas, un pie esbelto que
pisa con ligereza y elegancia, contradicen toda democracia. El
574 ACCIÓN ESPAÑOLA

otium cum dignitate en lugar del espectáculo de los cotnhctes de


boxeo y las carreras de los seis días, la afición perita y documen-
tada a las artes nobles y a la poesía añeja, hasta el recreo en un
cuidado huerto, con bellas flores y frutas raras, excita al incendio
y a la destrucción. La\ cultura, en su superioridad, es el enemigo.
Porque sus creaciones no son a todos comprensibles, porque no
todos pueden asimilárselas, porque no están ahí «para todosv,
tienen que ser destruidas.^

* * *

«Y esta es la tendencia del nihilismo : no se piensa en edu-


car a la tnasüt llevándola a la altura de la cultura auténtica ; ello
es labor ardua y penosa, para la cual faltan quizá ciertas premi-
sas. Por el contrario : el edificio de la sociedad debe ser arrasado
hasta e! nivel de la plebe. Debe regir la igualdad general : todo
debe ser igualmente ordinario.
La superioridad, el gusto, las buenas maneras y todaí clase
de categoría interior, son un delito. Las ideas éticas, religiosas
y nacionales, el matrimonio para tener hijos, la familia y la so-
beranía del Estado, son cosas pasadas de moda y reaccionarias.*

* * <¥

vHay que decirlo ya\ abiertamente, aunque sea un bofetón para


la ordinariez : poseer no es un vicio, sino un talento del cual soii
capaces los menos.
Lo importante no es cuánto se tiene, sino qué se tiene y cómo.
La mera cantidad como fin en si es cosa «ordinariat.

Hi * <(:

... Eí pensamiento bajo y corto del hombre vulgaír, poderoso


de pronto, rige el mundo.

Hi ))> Xc

Los grandes individuos son los que hacen la historia. Lo que


aparece «en masat no puede ser más que su objeto. (1).

(1) Años decisivos, págs. 83, 86, 87, 88, 89, 145 y 150.
ACTIVIDAD INTBLECTUAI, 575

II
PARÁBOLA PLATÓNICA DEL HOMBRE EGREGIO

El ensayo Socialización del hombre es una defensa del libe-


ralismo. D. José Ortega y Gasset figura entre los pocos secuaces
fervorosos que le quedan al liberalismo.
En Italia Croce nutre también la falange de sus devotos. Su
Historia de Europa en el siglo XIX es algo más que un relato :
es una apología de ola religión de la libertad», como él la llama.
Croce escribe con un celo tan fervoroso y con un ardor tan en-
cendido, que su libro viene a ser el breviario postumo de la apo-
logética liberal para uso de catecúmenos.
Pero fuera de él apenas hay intento alguno digno de mención
que trate de vindicar las excelencias de^l liberalismo, como no
sean los de Ortega y Gasset. No es del caso entrar ahora a exa-
minar su conocida distinción entre liberalismo y democracia. Bas-
te saber que en La rebelión de las masas y en algunos ensayos
del último tomo de El Espectador se hace la apología de aquél sis-
tema político.
La distinción entre democracia y formas sociales plebeyas se
mantiene en ambos libros exactamente igual que en las palabras
transcritas. Por una parte, trueno y protesta : la masa invadién-
dolo todo, arrasándolo todo : algo intolerable. ¡ Ah! Pero esto na-
da tiene que ver con lo político.
No penséis que la democracia habrá tenido su tanto de culpa
en esta victoria de lo vulgar sobre lo selecto, porque se os contes-
tará que, lejos de ello, la democracia es una pura fórmula jurídi-
co-política ajena en absoluto a tal fenómeno social. Prueba de
ello : .a Ortega le parece deplorable el triunfo de lo plebeyo, el
triunfo de las masas; empero esto no quita para que siga enca-
reciendo la bondad de la democracia. Luego a la democracia —for-
ma política— no la hace responsable del imperio de las masas,
q;ue afecta sólo a la sociedad y a las formas de vida.
Hemos visto ya la crítica de «lo ordinario». Todo lo que tie-
ne olor de multitud es repelente.
Por el contrario, a las minorías están encomendadas las más
excelsas misiones. Cuanto el mundo ha produddo de exquisito
576 A C C I Ó N E S P A Ñ O L A

lo debe a las minorías: lo exquisito es necesariamente minorita-


rio. «Las minorías son individuos o grupos de individuos espe-
cialmente cualificados. La masa es el conjunto de personas no
especialmente cualificadas», leemos en La rebelión de las masas.

nUna Nación es una masa humana organizada, estructurada


por una minoría de individuos selectos.-»

•El hecho primario social es la organización en dirigidos y


directores de un montón humano. Esto supone en unos cierta\ ca-
pacidad para dirigir; en otros cierta facilidad íntima para dejar-
se dirigir. En suma: donde no hay una minoría que actúa sobre
urun masa colectiva, y una masa que sabe aceptar el influjo de
una minoría, no hay sociedad, o se está muy cerca de que no la
haya.t

Ü! :)> Hi

nNi habrá ruta posible para salir de tal situación, porque ne-
gándose la masa a lo que es su biológica misió-n, esto es, a se-
gún a los mejores, no aceptará ni escuclmrá las opiniones de és-
tos, y sólo triunfarán en el ambiente colectivo las ojñniones de
la masa, siempre inconexas, desacertadas y pueriles.»
«Lfli cuestión está resuelta desde el primer día de la historia
humana : una sociedad sin aristocracia, sin minoría egregia, no
es una sociedad.»

• íi¡ ¡i*

«Pero una Nación no puede ser sólo apuehlo» ; necesita una


minoría egregia, como un cuerpo vivo no es sólo músculo, sino,
además, ganglio nervioso y centro cerebral» (1).

(1) España invertebrada, págs. 715-16-18-21 y 35 de las Obras.


ACTIVIDAD INTELECTUAL 577

En uno de sus últimos libros aún repite, para que quede in-
•equívoca, esta tesis de la constitución esencialmente aristocrática
•de la sociedad.
a...Yo no he dicho nunca que la sociedad humada deba ser
atrisfncrática, sino mtt-cho más que eso. He dicho, y sigo creyendo,
cada día con más enérgica convicción, que la socied^ humana
es aristocrática siempre, quiera o no, por su esencia misma, hasta
el punto de que es sociedad en la medida en que sea nristocr&tica,
y deja de serlo en la medida en que se desaristocraticen (1).
Pues bien ; estas minorías han traicionado la misión que les
compete. Durante el siglo XIX, en lugar de dirigir a las masas,
que «no se dirigen, sino que gravitan a donde las lleva su peso
bruto», se pusieron a halagarlas. La primera generación decimo-
nónica cree que la democracia «es la obligación que el hombre
tiene de conquistar y ejercer los derechos inalienables del hom-
bre». La segunda generación habló a las multitudes de sus dere-
chos ; no de sus obligaciones. La tercera va más allá y las hace
creer que tienen todos los derechos y ninguna obligación (2).
Esta fuudamentación intrínsecamente aristocrática de la socie-
dad y esta implacable crítica de lo plebeyo parece que debían re-
matar en alguna construcción política que tuviese virtud para po-
ner concierto en tal desorden. Pero ya hemos visto cómo Ortega
y Gasset pone a buen recaudo a la democracia y la sacude el tan-
to de culpa que pudiéramos imputarla en el hecho amargo de la
rebelión y el triunfo de las masas. Cuando sienta, verbigracia,
que la sociedad es sociedad en la medida en que es aristocrática,
y deja de serlo en la medida en que se desaristocratiza, tiene
buen cuidado de nadar con lo social y guardar la ropa de lo po-
lítico en esta salvedad que hace a continuación para que ningún
demócrata se alarme'. «Bien entendido que hablo de la Sociedad
y no del Estado».
Nos encontramos, pues, ante un paisaje social desolado y sórdi-
do. Se nos pinta un inmundo suburbio, un barrio infecto poblado
de canes famélicos que imponen su ley al transeúnte. Pero luego
se nos asegura que en esa abominable fisonomía no tiene arte ni

(1) La rebelión ie las masas, pág. 1.071.


.(2) lU espectador, yin, pág. 137.
12
578 ACCIÓN ESPAÑOLA

parte cierto artificio de otro orden que pone a los canes en liber-
tad y los reviste de gran copia de atributos.
Y, sin embargo, ¡vaya si lo tiene! ¿Cómo concebir que una?
forma política, y, por consiguiente, un instrumento de poder, nada
signifique en los movimientos del cuerpo social vivo sobre el cual
opera, se ejercita y actúa? ¿Cómo explicar una sociedad en la que
el Estado es tan ajeno a sus modales como pudiéramos nosotros
serlo a los de los habitantes de Marte ? Se le dice a las minorías :
«Ustedes deben dar la pauta». Y luego se hace un aparte para:
decirle a las masas : «Pero ustedes no se alarmen ; de ustedes es
el Poder». Nada meuos que el Poder. Entonces las minorías pue-
den responder: «¿ E s que el Poder sirve para otra cosa que parar
dar la pauta ? ¿ O es que la norma, la facultad soberana no afecta
al hombre que vive en sociedad y, por consiguiente, no influye
en sus buenos o malos modos sociales?».
E n la democracia, los selectos, cuando llegan a la cima, se en-
cuentran con que todo lo deben a los vulgares: están a merced
de ellos, y serán depuestos tan pronto como lastimen con algo
egregio, sobresaliente, picudo, el pensamiento romo, de aristas
matadas, de los depositarios del Poder.
S í ; las formas políticas afectan a lo social, porque lo polí-
tico se yergue siempre sobre ello. La democracia política engen-
dra necesariamente «democracia morbosa», modales chabacanos y
arrogancias chulescas. Ortega y Gasset mismo, en un instante
feliz, escribe esta frase que no bastan a desvirtuar todas sus sal-
vedades sobre las excelencias de la democracia:
tConviene que vayamos preparando la revoliición contra el ple-
heyismo, el más insufrible de los tiranos. TENEMOS QUE AGRADE-
C E R EL ADVIENTO DE TAN ENOJOSA MONARQUÍA AI^ TRIUNFO DE LA
DEMOCRACIA. A L AMPARO DE ESTA NOBLE IDEA SE HA DESLIZADO EN
LA CONCIENCIA PTJBLICA LA PERVERSA AFIRMACIÓN DE TODO LO BAJO-
y RUIN» (1).
Al revés: «LA UNIDAD ES UN APARATO FORMIDABLE, QUE POR
s í MISMO, Y AUN SIENDO MUY DÉBIL QUIEN LO MANEJA,. HACE PO»
« I B L E S LAS GRANDES EMPRESAS» (2).
Las formas políticas afectan, pues, a los modos sociales. Lo-

(1) El espectador, II, pág. 226 de ObraS.


(2) España invertebrada, pág. 784.
ACTIVIDAD INTELECTUAL 579

político pone en marcha con una u otra dirección las fuerzas la-
tentes del vivo y tumultuoso complejo social. Ortega lo dice :
triunfo de la democracia, entronización de lo plebeyo. Unidad :
posibilidad de grandes empresas.
Alguna vez he pensado si no serían aplicables a D. José Orte-
ga y Gasset, víctima de la democracia, estas palabras platónicas
que Kelsen trae a cuento de la selección de los dirigentes :
«El ideal de la democracia envuelve la ausencia de dirigentes.
De las entrañas de su espíritu provienen las palabras que Platón
pone en boca de Sócrates en su Estado, al preguntarle cómo se
trataría a un hombre de cualidades excelsas, a un genio en un
Estado ideal: "Le veneraríamos como a un ser divino, maravillo-
so y digno de ser amado ; pero, después de haberle advertido qu«
en nuestro Estado no existía ni podía existir un hombre así, uji-
giéndde con óleo y adornándole con una corona de flores, le acom-
pañaríamos a la frontera".» (1).
Porque también a Ortega y Gasset, después de venerarle como
a un ser maravilloso y digno de ser amado, la democracia, conse-
cuente y cruel, le ba ungido con óleo, le ha dado una corona de
flores y le ha puesto, moralmente, en la frontera.

LETRAS

EL TRICENTENARIO DE LOPE

P. Alcocer: El sentido cristiano en Lope.


El curso de conferencias que ACCIÓN ESPASOLA ha organizado
para conmemorar el tercer centenario de la muerte de Lope de
Vega se inauguró con una conferencia del P. Rafael Alcocer acer-
ca de «El sentido cristiano en Lope». No se trae a este lugar, por-
que el contenido de la bella dis«rtación del docto benedictino ha
de ver la luz en otra sección de esta revista.
Eugenio Montes, que presentó al P. Alcover, dijo en síntesis
aJgo así como esto.
En realidad, socráticamente, nadie sabe nada de Lope de Ve-

(1) Kelsen : Esencia y valor de la democracia, pág. 111.


580 ACCIÓNBSPAÑOLA

ga, porque ni siquiera se han podido determinar con exactitud las


provincias del mundo lopesco. La vida de Lope es simbólica : sus
zozobras y anhelos coinciden, en lo externo y en lo íntimo, en lo
aparente y lo esencial, con las zozobras y anhelos del epos hispá-
nico. Hijo de un bordador de ornamentos eclesiásticos, en su
obra poética repite, en cierto modo, la artesanía de su linaje. Por-
que él también bordó los más bellos temas populares sobre el fon-
do unánime de aquella España de la Contrarreforma, que era como
la casulla litúrgica de Europa.
Merece ser glosada la frase de Goethe : «Shakespeare es la
viña y Calderón el vino». Lope es la viña enracimada, abundante
y fecunda, que se hace vino de sacramento en Calderón, en quien
el proceso de universalidad española, la tragedia cristiana, mana
sangre de hermosura y sacrificio por la herida de las derrotas po-
líticas. Como TvOpe en la gran jornada de la Invencible, debemos
hoy imperar a los españoles con aquellas palabras en que se ci-
fra nuestro destino histórico : «Id a abrasar y a esclarecer el mun-
do, españoles».

Glosa y lectura de «La Dorotea».

Eduardo Marquina, que, como se sabe, ha escrito una comedia


en verso inspirada en La Dorotea, leyó —magníficamente— al-
gunos pasajes de su obra en ACCIÓN ESPAÑOLX, como contribu-
ción al homenaje que ésta tributa a Lope de Vega en su tricen-
tenario.
Sáinz Rodríguez hizo un profundo estudio de la labor dramá-
tica y lírica de nuestro poeta.
Para hacer el estudio de un poeta —dice Sáinz Rodríguez—
hay que hacer fatalmente el examen de las ideas morales de su
época ; porque la poesía, o no es nada, o si tiene una trascenden-
cia histórica, es como la flor de una civilización o de una cultura ;
es una planta en la que si la poesía es la flor, el arbusto es el
cuerpo social.
Ante todo, Marquina es conocido de las gentes como autor dra-
mático ; pero sus cualidades más excelsas consisten en que él ha
Ido al teatro siendo gran poeta lírico, de tal forma, que cuando se
haga la historia de la lírica, su libro Vendimión ocupará un lu-
ACTIVIDAD INTELECTUAL 581

gar preeminente en la escuela modernista. Marquina está dentro


del movimiento lírico que se produce en España y que se llama
en la historia de la literatura el modernismo, que es lo que sim-
boliza Rubén Darío. Marquina siente la inquietud civil de su
tiempo, que fué la característica de todo el movimiento del 98, y la
evolución del poeta se inicia en su obra Baladas españolas, que va
hacia los temas históricos nacionales. El es quien ha creado el
teatro poético en España, que se nutre de todas las innovaciones
que trajo el movimiento modernista, y que es tan distinto de las
formas del teatro clásico español.
Por último, en La Dorotea, el gran poeta ha vertido las galas
del verso contemporáneo. Marquina, en fin, es un extraordinario
recitador ; uno de los grandes recitadores que hemos tenido en Es-
paña.,
Antes que La Dorotea d poeta leyó las siguientes páginas.

* * *

Vamos a entrar, por medio de una ficción escénica, en el her-


vor tumultuoso de aquella primera juventud de Lope de Vega en
que el amor de una mujer le forma el corazón. Quiere Lope que
sólo sea el amor ; y si acaso, bravezas de ella, veleidades de un
humor, alegre de fondo y cambiante, sin demasiada consistencia
de carácter ; humor que entretiene y no pesa ; pero le prende al
galán los ojos y la curiosidad del alma como los cambiantes de
una llama, para llevarle el corazón de acá para allá, sin fatiga, con
la ingrávida gracia de un aire. A estas únicas armas del amor y el
humor se rinde y entrega, sin reservas, mozo imberbe como era
entonces Lope Félix de Vega, clavándose él mismo en los dulcísi-
mos filos de la espada enemiga, cuando más vanamente pretende
resistirla, impetuoso y viril.
Suceden cinco años de un amor que, ya mutuamente otorgado,
de sí mismo se nutre. Reñido a veces, en las breves batallas fre-
néticas, sube de panto, se alquitara y encrespa. Después de las
paces, como remansado, sosiega y descansa, para el trance inmi-
nente de nuevos asaltos, de acometidas más hondas. Dorotea le
aventaja en años. Para él, doMe hechizo. Frisaba en los diecisiete
cuando la conoció ya mujer, y como cuenta ella misma, le rom-
pió el bozo en los labios, besándole.
582 ACCIÓN ESPAÑOLA

Cinco años de estancamiento de aquellas dos vidas, en puro


juego de amor, no es cosa corriente. Con sus necesidades de oal
día» la vida poníales cerco. Ella pobre ; él sin oficio, ni amparo
de padres y, aunque hidalgo, desnudo de bienes. A la reja se atie-
nen y al vivir de sí mismos, en penumbra que ellos han de poblar
y embellecer, prueba de amor la más dura ; porque la pone en
trance de no disiparse ni tomar de prestado su pasto a otras leñas
para resplandecer, sino allí, a sus solas, ovillarse en círculo, de
ella a él, de él a ella ; hecho, a la vez, contemplación y objeto,
mirada que mira y espectáculo que lo llena, incentivo y nutrición,
deseo y término propio.
No hay dineros con que echarse al mundo, a los paseos y di-
versiones, en públicos lugares ni en casas de amigos ; esclusas
donde el amor, conteniéndose, parece como que se reconforta y re-
templa. Tampoco hay dineros para galas, vestidos y joyas : em-
belecos, acaso livianos, pero, a la vida del amor, preciosos; la
embellecen el objeto y como que se lo renuevan y multiplican,
dándole en uno, mil distintos ídolos, mudándole aspectos, cam-
biándolo, trampas del incentivo, reclamo y liga con que atrapar,
por la sorpresa del deseo, el temblor del deleite, que es ave huidi-
za. Se venden muebles. Se empeñan joyas ; ella acude a todo. Has-
ta de trajes se priva. Queda con uno y sin manto. Sin afeites, la
tez desgraciada. De noche, preocupaciones y rumiar de la miseria
que amaga. Al gilán, socaliñas dulces de sonrisas y besos. La
hebra de amor de la madeja ovülada, más sutil cada vez, periclita.
Sospéchalo Dorotea y se resiste a la evidencia. El galán quiere y
se deja querer; no da lugar para mucho más que eso, a un mozo
en amores, su gula mordaz...

En esta coyuntura tomó Lope —ya viejo— el hilo de los su-


cesos para contamos en su libro inmortal que tituló La Dorotea,
acción en prosa, el dramático fin de aquellos amores.
Libro inmortal. Yo casi diría .su Libro. Ese, central, huerto de
soliloquios, al que aluden y como que se refieren a lo largo de
sus obras en rápidos gestos, para quien sabe advertirlos, los poetas
mayores. Ese, que apellidaba Maragall «la oda infinita» que no
escribiría jamás. Ese que algunos, Cervantes entre ellos, intentó
ACTIVIDAD INTBLECTUAL 583

en su Persiles y había escrito en el Quijote ; la segunda parte del


Fausto de Goethe ; el Libro de la Vidm, de Santa Teresa. Más que
obra de artificio y deleite viene a ser la cabal expresión de sí mis-
mo ; «memorialí con que sin saberlo mientras lo escriben, los poe-
tas responderán a Dios de su vida ; ellos y el mundo, en una gran
ATOz : oSu alma» como, con todo aviso de lo que hacía, despierta,
eficaz y atinadísima siempre en llamar a las cosas por su nombre.
Jo apellidaba Santa Teresa.
Lope de Vega, con menos quehaceres, distracciones y empe-
ños, habría escrito en La Dorotea este libro suyo central; qui-
mera de tantos ; su «memorial para Dios» ; su alma en letras.
Como está, lo detalla y expresa en inventario bastante completo
de sus facetas múltiples ; pero inventario crudo, real como él qui-
so, ajustado, sin fundir; faltóle el poder de ascensión que lo
«xailte y componga en resumen final, forma de él y su mundo : esa
«gran voz», a que aludía hace poco.
Como quiera que sea, en todas sus otras obras encontramos a
Lope para admirarlo, sentirlo y consentirle o dejarnos llevar de
su genio. Para conocerlo y compadecerlo, porque allí está su alma,
en La Dorotea hay que ir a buscarlo.

No he ido yo a tanto. Proponíame sólo tomar de este libro los


datos para urdir otra vez y poner de bulto y echar a andar sobre
las tablas del teatro, la historia de sus amores, sobre todo el dra-
mático desenlace, que entre otras muchísimas cosas entrañables y
personales, allí nos relata. Ganóme el sentido aquel trasunto de
toda el alma de Lope que del libro rezuma. Quedó transido mi
corazón de compasión y dolor. Resultó de esto el acto tercero de
mi obra que leeremos completo. No es largo.
Y ahora, un simple guión, para orientarnos y daros una idea
de conjunto con que unir y ensamblar los diferentes fragmentos
que también vais a oir del acto primero y segundo.
A daros esta lectura he sido invitado. Dejadme agradecer este
honor. Para mí lo es grandísimo. Gracias a esta lectura, sin pre-
tensiones de conferenciante ; poeta y lector nada más, simple ju-
;^lar, puedo sumarme a este ciclo de conferencias con que ACCIÓN
584 ACCIÓN ESPAÑOLA

ESPAÑOLA conmemora el tercer centenario de la muerte de Ivope..


Ojalá sepa corresponder a vuestra gentil atención escuchándome^
con un poco de poesía y de arte que no defraude del todo vuestra
amable curiosidad. Y ojalá sea, en el intento siquiera, digno de
Lope de Vega, mi esfuerzo devoto.
La historia de amor, a cuyo juego pretendo que casi asistáis, la
tomo entera, en mis dos actos primeros, del libro de Lope. Ve-
réis qué acento de humana verdad. Ningún artificio literario en
la trama, que Lope me presta. Vida toda ella. Únicos ingredientes
y elementos, las malas artes que pone en juego el egoísmo com-
prensible de unas pocas personas interesadas en separar a los
dos enamorados, y el proceso material de la vida que tiende a di-
ferenciar individuos, deshaciendo amdgamas, tomando a cada uno
aparte para enconarlo y remacharlo en sí mismo, suelto de afec-
tos, hasta mondarlo, endurecerlo, hueso afinado, y echarlo a la
hoya.
Sólo el espíritu militante inmortal, nunca el amor de la carne ,
contraría este proceso. El espíritu vence egoísmos, consagra li-
gámenes, unge comunidades ; une, por el servicio y caridad, indi-
viduo con individuo para obras más altas que la vida ; suj>era lo
humano, avalorándolo ; y, en el trance final, saca a volar, íntegra
para Dios, de la jaula de huesos, la paloma del alma.
Vengamos al cuento. Responsables directos de su amorosa ca-
tástrofe, para emplear las mismas palabras de Lope en el Prólogo
que con nombre supuesto pone a su obra, fueron : «T^a codicia y
trazas de una tercera ; la hipocresía de una madre interesable ; la
pretensión de un rico ; la fuerza del oro». Ni una palabra de repro-
che a la dama. Hay que tenerlo en cuenta porque Lope dio por
acabada y publicó su Dorotea en 1632, tres años antes de morir :
cincuenta después de haber roto con ella. Ni entonces había olvi-
dado ; ni el resentimiento de la ruptura le dejaba acusar ; se per-
dona siempre, cuando una vez se ha querido de veras.

* * *

Dejamos a Dorotea (que se llamó en la vida real Elena Osoria


y fué actriz famosa) y a su amante, en el que I/Ope se disimulat
a sí mismo con el nombre de Fernando, después de cinco afios de
ACTIVIDAD INTEI.ECTUAL 585-

amores, en trance de casi miseria, muy ricos de afanes ; pobres,


a no poder más, de recursos y bienes.
Madre y amigas entrometidas aconsejan a Dorotea que abra los
ojos de una vez y dé vaya a un galán que tanto le exige y tan poco
le vale. «Sin ir más lejos, de uno sabe, un indiano ya hombre, un
Don Bela rico y pudiente, esta vieja lagartona de la Gerarda, que
compadecida de la hija... Vean vuestras mercedes qué sensible se
le ha colgado de la oreja a Teodora, la madre, y no la suelta...»

JOSÉ-LUIS VÁZQUEZ DODERO

LAS CONFERENCIAS DEL CONDE DE KEYSERLING

Los temas sobre que ha disertado Keyserling son harto su-


gestivos, pero el modo de plantearlos y las consecuencias han
brotado de tres o cuatro tópicos que han servido al conferenciante
para forjar casi todos sus libros.
El mundo que brotó de la Revolución francesa comienza a ex-
tinguirse, y el mundo que nace es fruto de una antítesis entre
universalismo y nacionalismo, aunque sería más exacto hablar de
generalismo, ya que el universalismo fué exclusivamente medie-
val. Las juventudes de este mundo que nace se parecen mucho
entre sí, mas todas ellas se hallan desvinculadas del pasado sobre
que se deslizó su tradición. Parece que esta afirmación pugna con
los hechos que acaecen en Europa, porque no es un secreto que
todos los movimientos políticos dirigidos o inspirados por jóve-
nes, buscan en el pasado la auténtica raíz de su ser.
Según Keyserling, se advierte también una rebelión de las
fuerzas naturales que, por ser opuestas a lo espiritual, reciben
el nombre de telúricas, de la tierra ; pero como el espíritu no es
para Keyserling una fuerza, se halla inerme ante esta rebelión
y no tiene más poder que la comprensión : comprendiendo la Na-
turaleza es como se llega a dominarla. El hombre chofer, que es
el tipo humano emergente de esta situación por que atraviesa el
mundo, es un espléndido ejemplo de la absorción del hombre por'
lo telúrico. Cuando se lucha con la Naturaleza, la comprensión
es la que da siempre la victoria ; pero cuando el enemigo se halla
incrustado en la vida de otros hombres, ¿ no ocurre pensar que ]s-
586 ACCIÓNBSi'AÑÜIvA

comprensión es un medio harto pasivo ? ¿ No es imprescindible la


espada cuando se impone la defensa de una fe ?
Las fuerzas telúricas se han reprimido durante mil quinientos
años, y claro que esta represión comienza, para Keyserling, en
la época en que advino el Cristianismo como forma de vida esta-
tal, pero es innegable que también el estoicismo se propuso esta
represión, y lo consiguió en parte, si bien es cierto que sólo en
núcleos humanos harto exiguos, cuya más egregia personalidad
es, sin duda, Marco Aurelio ; pero, por otra parte, el Cristianismo
no pretendió nunca reprimir las fuerzas telúricas : únicamente
intentó encauzarlas, y esto lo ha logrado, en varia medida, en cada
época. Es un poco aventurado atribuir al Cristianismo actitudes
tan simples porque dentro de la más rigurosa ortodoxia se han
mantenido las posiciones más diversas, y como no es este lugar
adecuado para exponerlas, vea, quien sienta curiosidad por estas
cosas, el magnífico libro de Heinz Heimsoeth, Los seis grandes
temas de la -metafísica de Occidente.
Donde se logra el equilibrio entre lo telúrico y lo espiritual
es en Grecia. Pronto, empero, se rompe nuevamente este equili-
brio, que adquiere plenitud insólita en la época caballeresca, en
que el hombre acata las leyes de la tierra y al propio tiem.po las
somete a las leyes del espíritu.
Keyseíling compara la obra del espíritu con la obra del per-
fecto artista que conoce las leyes de la materia sobre que ha de
laborar y, en cierto modo, se somete a ellas. Es curioso el proce-
so que se abre cuando el hombre pierde la conciencia de lo telú-
rico, porque la consecuencia inexorable es la anulación de la con-
ciencia de lo demoníaco, y sólo de esta suerte se llega a la con-
cepción de un progreso infinito en que se explica todo a partir
de una supuesta bondad ingénita del hombre. Nada muestra por
modo tan contundente la esencia del hombre como el grado de li-
beración de lo telúrico en que es capaz de vivir, de manera que
a Keyserling no le parece monstruoso suponer que el hombre des-
cienda del mono; pero, en cambio, afirma que no hay transición
posible entre el hombre vulgar y el santo.
Desde la Revolución francesa se advierte un innegable desper-
tar de lo tdúrico, y en la Rusia de hoy se odia todo lo espiritual y
hasta lo emocional, y éste es, poco más o menos, el carácter predo-
minante en la juventud contemporánea, con su odio implacable a
ACTIVIDAD INTBI,ECTUAL 587

ias normas que han regido tíl mundo hasta nuestros días y &u
decidido acatamiento a las fuerzas de la tierra. Hoy se exaltan
el valor y la fe sobre todas las cosas. Nos sale al paso esta pre-
gunta : ¿ en qué se cree ? ; porque sería absurdo hacer de la fe
un valor espirituail sin preguntar por su contenido. Lo que hace
de la fe un valor de tipo espiritual es su contenido, es decir, aque-
llo en que se cree ; sabido es que se pueden creer las cosas más
antagónicas, y claro que la fe puede llegar a ser en algunos mo-
mentos un antivalor, como aconteció en Rusia durante el im-
perio de Lenin. Y es justamente esta carencia de contenido la que
inyecta en los cuerpos de la juventud contemporánea ese primi-
tivismo, esa ingenuidad que recuerda por contraste la inocencia
paradisíaca, porque en el paraíso no se tenía la conciencia del
mal; por el contrario, la juventud de hoy carece de la conciencia
del bien, y es un hecho incontrovertible que ambas actitudes irro-
gan el' mismo sentimiento vital.
En España se ha conservado el equilibrio entre lo telúrico y
lo espiritual, y por esto puede mantenerse al margen de la era
volcánica que agita al mundo, porque lo que ha acontecido aquí
no es más que un juego superficial. El mundo que nace no brota
de una concepción más, sino de la entraña misma de lo humano,
y España, precisamente por esto, puede dar al mundo nuevos
valores eternos. Claro que si España lograra descubrir su ser au-
téntico, los valores nuevos que podría dar al mundo no serían
más que los que siempre ha vivido, porque parece un poco para-
dójico calificar de nuevo lo eterno; también podría decirse que
España puede y debe mostrar al mundo los viejos va;lores que
han prestado sentido a su historia. Y por eso ha soportado las
transformaciones que trajo consigo la Revolución francesa sin
que su entraña haya sido alterada, y esto explica lo efímero de
las institucionesi que no lograron hincar su raíz en los estratos
más hondos de su historia.

* * *

Los romanos fueron quienes mejor comprendieron la diferen-


cia entre la vida pública y la privada, que se hallan representa-
das por el forum y el atrium,, la plaza y el hogar, pero al propio
•tiempo, el altar ; estas dos formas de vida son necesarias, aunque
58S A C C I Ó N B S P A Ñ O L A

distintas. Ahora bien, k vida pública, la vida colectiva carece


de alma, y en ella todo es objetivo. El juez y el militar prescin-
den de toda peculiaridad personal ; por el contrario, lo que se re-
fiere a la vida privada, es subjetivo; pero lo más íntimo es al
propio tiempo lo más universal.
Hay pueblos en que, por ser eminentemente políticos, se com-
prende muy bien la esencia espiritual del imiverso, como Ingla-
terra, mientras que en otros, no tan políticos, como los latinos,
predomina un orden de tipo emocional, y por eso la mujer domina
en ellos, hasta en la vida intelectual.
En Norteamérica predomina un tipo específico de mujer, que
Keyserling llama «tía». Estas mujeres han perdido el sentido de
la discreción, porque es sabido que la mujer, cuando no ama, es
más dura que el hombre ; Norteamérica carece de vida íntima,
pero también de vida pública ; es, por tanto, un país colectivista
en que se pierde la intimidad y se vive con la mirada fija en la
masa. La Revolución francesa, a pesar de sus doctrinas igualita-
rias, no logró abolir la distinción de clases ; sólo consiguió cam-
biar el gobierno del clero y la nobleza por el de los notables.
El militarismo que se advierte en algunos países y que se ma-
nifestará pronto en todos, es el único medio de disciplinar las
masas que hoy se hallan en flagrante rebelión, porque no es un
secreto para nadie que la colectividad también tiene sus derechos.
El nacionalismo es un medio espléndido para combatir la pro-
gresiva colectivización en que se va perdiendo el hombre, y el
fracaso de la Sociedad de Naciones y el fracaso del socialismo bro-
tan de una misma creencia, a saber, tanto el órgano ginebrino
como la histórica Internacional suponen que es posible coaccio-
nar a los pueblos desde fuera.
El colectivismo presupone la negación más radical del espíri-
tu y pretende equiparar al hombre y al insecto; de suerte que
el hombre mecanizado no piensa, prefiere que piensen otros hom-
bres por él, y en este orden de cosas se prefieren las capacidades
de cada uno a su auténtico ser, es decir, se prefiere lo que el
hombre puede hacer a lo que vale. El hombre chófer vive inmerso
en su técnica, la utiliza, se sirve de ella, pero no tiene conciencia
de que su vida plantea exigencias que no pueden cumplirse con
la mera utilización de la técnica. Y en armonía con esta actitud
ACTIVIDAD mjELECTUAL 589

vital se define la. inteligencia como facultad de adaptación, es de-


cir, que si no se descubre otra cosa, el hombre no se distinguirá
cualitalivamente del animal, y lo zoológico se diferenciará de lo
humano sólo cuantitativamente. Según esto, Edison, por ej'^.mplo,
sólo se diferenciará de un mono por su mayor inteligencia; aña-
diendo inteligencia a un antropoide se llegaría a Edison. Esta
concepción, que se halla hoy harto difundida, ha sido aniquilada,
de modo contundente, por el pensamiento de Max Scheler, de que
es expresión su libro El puesto del hombre en el cosmos.
Pregunta Keyserling : ¿ qué es el colectivismo en el amor ?,
y responde: la prostitución; ¿y en la ciencia?, y contesta: la
vulgarización, Por último, ¿qué es el colectivismo en religión?,
y responde : la superstición. El colectivismo es bueno para los
animales, pero imposible para los hombres, y es curioso obser-
var que en Norteamérica, que es el país colectivista por antono-
masia, hay menos vitalidad que en Andalucía ; en cambio, hay
más movimiento, pero esto es cosa distinta.
La gran tarea de Europa es reespiritualizar la vida que el co-
lectivismo ha dejado sin alma, porque la vida humana es esen-
cialmente vida espiritual, y el espíritu exige que el hombre se
entregue a él como el arte exige la incondicional entrega del ar-
tista. Y por eso el estadista, para hacer una obra de arte del Es-
lado necesita tener en cuenta todos los estratos de la vida hu-
mana, y esta concepción del Estado como obra de arte fué olvi-
dada en España durante los últimos siglos, según Keyserling, y
en esto se halla la raíz de nuestra decadencia. España no com-
prendió la necesidad de espiritualizar las obras de la naturaleza
que impone la vida del Estado.
Se puede vivir sin Estado, pero no es posible vivir sin algo
superior a los mismos intereses del Estado: la jerarquía espiri-
tual. Hace falta valor, desinterés, sacrificio. La restauración de
la intimidad que libra al hombre de la mecanización colectivista
tiene el mismo sentido para Keyserling que estas palabras toma-
das de Santa Teresita del Niño Jesús ; «Amar toda su vida, amar,
morir toda su muerte».
Se pregunta Keyserling por qué hay en nuestros días tan po-
cos hombres felices, y contesta que sólo es plenamente feliz el
mártir que sabe sonreir ante la muerte, porque la felicidad sólo
590 ACCIÓN ESPAÑOLA

es posible cuando el hombre se emfincipa de las cosas; de mane-


ra que sólo son hombres egregios los que tuvieron que vencer en
su vida muchas dificultades exteriores : el espíritu se manifiesta
y afirma en la victoria.
España ha sido grande porque a la intimidad añadió la com-
prensión en sus siglos de oro, y esa manera peculiar de vivir la
intimidad la ha librado de la revolución mundial que ha transfor-
mado Ha entraña de otros pueblos. Keyserling termina diciendo
que a'fiD tenemos mucho tiempo para librarnos de la insectifica-
oión que invade el mundo, pero que es preciso instaurar la vida
íntima y espiritualizar la vida exterior.

E. AGUADO
Política y Economía

Una coníeiencia importante: £1 ptoblema económico financieto, visttr


poi el señot Gil Robles.

L \ conferencia pronunciada por el Sr. Gil Robles en el Círcu-


lo de la Unión Mercantil tuvo indudable relieve ipor la per-
sonalidad del orador, ya que siempre revisten importancia;
las palabras del jefe de la minoría parlamentaria más numerosa,
sobre todo cuando, como aconteció en este caso, fueron abordados
en ella temas palpitantes de orden económico. Esta razón noS'
mueve al presente comentario, que juzgamos ineludible.
El Sr. Gil Robles quiso situarse en un plano empírico, huyen-
do de quimeras y generalidades, para ofrecer al país soluciones
concretas y, además, inmediatas. tNo quiero olvidar —dijo— los
pnoblemas concretos para atender a las soluciones ideales, que 50-
lamente en la lejanía se podrán realizar.* Y entrando en materia
económica, analizó varios temas : Economías, dinero barato, im-
puesto sobre la renta, lucha contra el paro. Discurramos breve-
mente sobre ellos.
Las fórmulas esbozadas por el orador no son nuevas, cierta-
mente. Tampoco es fácil la originalidad, porque en esta materia
no se requieren iniciativas, sino realizaciones, ya que todo está
dicho o insinuado. Concretamente, en este caso, el Sr. Gil Robles
ha tomado como fuente de inspiración, casi in integrum, el rap-
port que el Consejo Ordenador de la F/Conomía Nacional elevó
al Gobierno Samper acerca d« la nivelación presupuestaria. El
manantial es autorizado y de buen cufio. Pero no todo es acertada*
592 ACCIÓN ESPAÑOLA

en el programa económico de iiro rápido que elaboró aquel orga-


nismo y que el Sr. CA\ Robles prohija aliora sustancialmente.
El «leader» de la Ceda dijo : aEn el pacano vovienibre tuve el ho-
nor personal de levaorlar en el Parlamento bandera de las econo-
mías, Porque entendía que cabe en nuestro presupuesto, inmedia-
tamente, una disminución de 200 millones de pesetas-a. Aireó la
bandera ; eso es cierto. No lo es que la levantase. Más exacta-
mente podría vanagloriarse de ello el que suscribe, ya que en su
primera intervención parlamentaria —18 de mayo—, al propio
tiempo que analizaba con escalpelo la gestión financiera de la Re-
pública, exponía tcdo un plan sistemático de economías, encami-
nadas a nivelar el presupuesto. Y como coronamiento de dioho
plan, abogaba por los plenos poderes. Entonces, la fórmula logró
leve éxito. Unos por doctrinarismo, otros por estrategia, todos
se desentendieron de ella. Pero aliora resulta que el Sr. Gil Ro-
bles piensa lo mismo que yo. «.Porque yo no creo —dice—, yo no
fio en el Parlamento para ninguna obra que signifique una poda
del <presupucsto.í> De ahí que en noviembre el Sr. Gil Robles pi-
diera la constitución de una Comisión de Economías, investida de
amplias facultades.
Pero tampoco esta segunda iniciativa ha logrado grandes ren-
dimientos, según saben ya nuestros lectores. El Sr. Gil Robles
lamenta la lentitud en el ritmo. Y empuja al Gobierno a llevar
adelante esas economías, «.con una tensión que yo pido que sea dic-
tatoriah. Y aún agregó : «Lo digo con intensa experiencia parla-
tnentcria. Jamás, jamás un Parlamento elegido narmalmente será
capaz de realizar unas economías, porque se agitan demasiados in-
tereses en torno de nosotros, porque los políticos más honrados y
los partidos más serios no pueden resistir la oleada de recomendar-
dones, del favoritismo que nos ahoga, que destruye todas nuestras
energias y pitcde dcsinñr toda la economía del paísi>. Esta confe-
sión nos parece preciosa. Aún la complementa el orador en otro
párrafo, al exclamar que «el Parlamento no tiene ni la formación
técnica, ni el tieinpo, ni el interés necesario para atender a los pro-
blemas ecovómicos.n Son éstas muy graves palabras, que justifici
rían conclusión más radical que la propuesta por el orador.
En todo caso, éste afirma la inmediata posibilidad de introdu-
cir economías por 20O millones de pesetas. Hubiéramos deseado
un esbozo del inodiis operandi, o más exactamente, de los créditos
POLÍTICA Y ECONOMÍA 593

en que fueran viables las bajas correspondientes. El «leader» de ]&


Ceda no entró en detalles. Limitóse a señalar, rápidamente, cier-
tas asimetrías en las consignaciones de material y algunas anoma-
lías en la estructuración de determinados ministerios. Como índi-
ce, poca cosa para la formación de juicio pleno. Nosotros somos
hoy un tanto escépticos. A medida que pasan los meses y se con-
solidan derechos indebidamente otorgados y se agrava la situación
económica del país, vemos más difícil una deflación presupuesta-
ría considerable. La que repwesentaría la baja de 200 millones de
pesetas en el primer ano, acaso no fuera ya tan hacedera como
en 19Q4.

* * «

El Sr. Gil Robles abogó por el abaratamiento del dinero. En


esto coincidimos completamente, según consta a los lectores de.
ACCIÓN ESPAÑOLA. El abaratamiento del dinero es requisito in-
dispensable para la normalización de la vida económica nacional.;
Pero, entendámonos, no es una panacea. Ni manejado con entera
exclusión de otros factores políticos y económicosj surtirá grand'^s
efectos. Para que los produzca en entidad apreciable, es menest?r
una política económica de mucho mayor alcance.
El comercio y la industria operan hoy crediticiamente con ti-
pos de interés muy caros : el 9 por 100, como promedio. Este las-
tre imposibilita una explotación normal en época de crisis. El fe-
nómeno se da en España, pero también fuera de España. Ahora
bien, no se vea su única raíz en el tipo oficial de descuento. El
dinero bancario puede costar mucho más de lo que corresponde-
ría si guardase exacta correlación con el descuento oficial. De he-
cho, esto es lo que sucede en Francia, en Bélgica, aun en Suiza y,
por supuesto, en todos los países que atraviesen difícil etapa eco-
nómica. ¿Por qué? Porque el costo del dinero depende, sí, en pri-
mer término, del tipo oficial de descuento, pero también del am-
biente de confianza o marasmo en que se viva. Y como los países
citados se hallan en difícil situación, por motivos políticos o eco-
nómicos, la banca privada, forzada a mantener fuertes encajes en
previsión de sorpresas aciagas, adopta criterios de excesiva previ-
sión, ya rehuyendo las transacciones crediticias, ya encareciéndo-
las por sistema. De aquí que no pueda establecerse un paraMis-
13
594 ACCIÓNBSPAÑOLA

mo absoluto entre el descuento oficial y el descuento directo pri-


vado.
De todas suertes, el Banco de España debe proseguir la políti-
ca de abaratamiento que inició el año último. Siempre caracterizó
a nuestro primer establecimiento bancario la tendencia a la inmo-
vilidad en este ramo de sus actividades. Aunque no es justo impu-
tar ese fenómeno a motivos de sordidez. Porque la estabilidad se
practicó lo mismo con tipos altos que con tipos bajos de interés.
lY la estabilidad tiene sus ventajas ; no sólo inconvenientes, como
algunos imaginan.
De esa política depende, en gran parte, la posibilidad de una
conversión de Deudas. Esta medida figura entre las que yo so-
metí al Parlamento en mayo de 1934. El Sr. Gil Robles la patro-
cina también y cree que con ella se podría conseguir un ahorro
presupuestario de 100 millones de pesetas. Quizá sí, pero con di-
ficultades. En todo caso, ello exigiría un apaciguamiento total
del país. Mientras se viva bajo la zozobra de revueltas y contien-
das civiles, no se estará en condiciones de convertir grandes ma-
sas de Deuda. Reconozcamos la existencia de un hecho sumamen-
te propicio, a saber ; la alta estimación de nuestra Deuda pú-
blica en Bolsa. Todas sus series y clases han escalado elevadas
cotizaciones, en contradicción palmaria con la depresión persisten-
te de los valores industriales. El hecho es de todo punto paradó-
jico y, por ello, difícil de explicar. El ahorro piensa que la in-
versión estatal es la más segura y por eso la busca con preferen-
cia a las inversiones privadas. ¿En qué funda ese juicio compa-
rativo? Aquí radica el misterio. Porque no hace medio año fué
nuestra patria teatro de un movimiento subversivo, que, si hu-
biese triunfado, habría anulado la Deuda pública, y, desgraciada-
mente, el peligro de que entonces nos libramos aletea aún sobre
nuestras cabezas. La tlevolución ruge amenazadora, ha dicho días
atrás el Sr. Lerroux.
El proceso de las cotizaciones de valores públicos obedece a
distintos "cánones en otros países. La psicología nacional actúa en
cada uno de manera peculiar. En Inglaterra, las etapas de crisis
económica se manifiestan, como en España, con la alta valoración
de las Deudas estatales. En Francia sucede todo lo contrario. F n
fines de enero, el Consolidado inglés 3 1/2 por 100 se llegó a coti-
zar a 109, mientras que la Renta francesa 4 1/2 por 100 no pasa-
POLÍTICA Y ECONOMÍA 595

ba de 82 o de 83. ¿ Por qué ? El ahorro inglés, cuando los nego-


cios privados van mal, se refugia en la Deuda, y cuando van
bien, huye de ésta y va a los negocios privados. De aquí que, en
épocas de apogeo económico, la Deuda inglesa tienda más bien
a la baja. En Francia, por el contrario, en épocas de crisis, el
ahorro se refugia medrosamente en la media de lana clásica, y
por eso sufren la depresión del mismo modo los valores piúblicos
y los privados.
La disminución de rendimiento efectivo de la Deuda pública
española, a causa de la mejora de sus cotizaciones, prepara bien
el terreno para su conversión. Si además se reduce el descuento
y se asegura la tranquilidad en el país, aquélla podrá tener rea-
lidad. Pero no se olvide que la economía que con ella se otorga-
se está ya neutrailizada, casi enteramente, por el aumento en los
gastos de Deuda que han producido las estériles emisiones de Deu-
da pública posteriores a 1930. Hay, pues, partida activa a la vis-
ta, pero sufrimos ya el peso de partidas pasivas que la neutrali-
zan. No en balde se han emitido en tres años 1.718 millones de
pesetas.
Pero dijo algo sobre este tema el Sr. Gil Robles, que tiene
áifícil explicación. El Sr. Gil Robles centró erróneamente el pro-
blema del abaratamiento del dinero en torno al Banco de Espa-
ña. Más exactamente, a los intereses privados del Banco, o sea,
a los dividendos de sus accionistas. «¿ Qi*« con esto se resienten
determinados intereses} —se preguntaba—• Pues que •'¡e resieri'
tan. ¿ Que el Banco de emisión tendrá que repartir menos divi-
dendosJ Qxé le vamos a hacer.T> (Gran ovación.) Y aún agregó
el orador estas palabras, en verdad alarmantes : v.No podemos ol-
vidar que la revolución operada\ en España ha llegado en lo eco-
nómico, con desigualdades, a los bolsillos de los ciudadanos. Han
sido las clases productoras las que han sufrido principalmente las
cargas de la poUtica\ social y la disminución del crédito. Y hay
un sector económico que mantiene su vida próspera, siendo nece-
sario que las cargas se repartan entre todos, porque todos son eS'
pañoles y tienen los mismos derechos...». (La ovación impide oír
el final del párrafo.)
Este unilateral enfoque nos parece harto injusto, amén de pe-
ligroso. E s injusto, en efecto, presentar al Banco como una enti-
dad mercantilizada —con mercantilización proterva—, que supe-
596 ACCIÓN BSPAÑOtA

dita la política nacional de crédito a sus intereses específicos. Ello


es, además, impolítico, viniendo la censura de un hombre que,
quiéralo o no, personifica intereses y masas de tipo conservador.
Bastante juego dan en su obra demoledora de las instituciones
vitales las organizaciones extremistas, para brindarla coopera-
ciernes por la derecha. Frente a ella se impone frenar y conten-
der ; nunca asociar piquetas y empujones.
Por otro lado, el volumen cuantitativo de ese interés —divi-
dendos del Banco de España— es tan exiguo en el seno del mo-
vimiento económico nacional, que sólo con notoria hipérbole cabe
convertirlo en pivote de aquella poilítica de crédito. A cuya hipér-
bole se une la imipropiedad en estos momentos, porque a partir
de la reforma Prieto, la palanca del descuento ha dejado de ser
un instrumento principalmente bancario, para convertirse en ins-
trumento casi exclusivamente gubernamental. Es el Ministro de
Hacienda, en efecto, quien ahora lo usa y gradúa casi a su libre
arbitrio. Nunca, pues, sería admisible una imputación como la in-
sinuada en contra del Banco de España.
El cual tampoco constituye una fortaleza inexpugnable del gran
capitalismo. Sobre este particular he escrito algo en el diario ABC,
y me parece conveniente reproducir aquí los principales párrafos
de ese artículo:

tEn 31 de diciembre de 1984, las inscripciones de acciones del


Banco de España se clasificaban así: domiciliadas en Madrid,
162.270 acciones a favor de 5.198 titulares ; y domiciliadas en su-
cursales, 191.730, a favor de 10.690. Ahora bien, 48.216 acciones
figuran inscriptas a nombre de 852 fundaciones benéficas, docen-
tes o similares. Deduciéndolas, nos quedan 305.784 acciones y
15.086 accionistas.
Si la distribución de esos títulos obedeciese a un criterio de
igualitarismo integral, corresponderían 20 a cada accionista. No
es así, naturalmente. Hay 1.919 accionistas con una acción por
capital; 1.651, con dos; 1.391, con tres; 900, con cuatro; 950,
con cinco ; 3.007, con seis a diez ; 1.533, con once a quince ; 1.057,
con dieciséis a veinte. Este primer grupo supone unas 80.000 ac-
ciones para 12.408 titulares. Algo más del veinticinco por ciento
del capital social, y cuatro quintos del total de accionistas.
Son 622 los accionistas que tienen de 21 a 25 títulos; 425, de
POIJTICA Y ÍCONOMÍA 597

26 a 30; 292, de 31 a 35 ; 229, de 36 a 40; 139, de 41 a 46;


328, de 46 a 50; 291, de 51 a 60; 196, de 61 a 70, y 126, de
71 a 80. Este segundo grupo comprende, aproximadamente, un cen-
tenar de miles de títulos, o sea, un tercio del totaü. En conclu-
sión, cerca del 60 por 100 del capital social de nuestro Banco emi-
sor se halla en manos de accionistas modestos (con menos de 20
títulos) y medios (con más de 20 y menos de 80). De los cuales
cabe afirmar que, si por otras razones no lo fueren, no son gran-
des capitalistas en razón a su carácter de tales accionistas. Cier-
to que podría ser mayor la difusión de estas acciones. Lo será
más cada vez. Hay que andar todavía bastante camino. Pero se
andará.
Podemos tomar como modelo el Banco de Francia. En 1929
eran 9.616 los accionistas poseedores de sólo una acción. Ese nú-
mero se elevaba en 1933 a 17.916. Actualmente, ©1 65 por 100 del
capital del Banco emisor francés se haUa en poder de los accio-
nistas que sólo poseen uno o dos títulos por cabeza. El hecho tie-
ne gran relieve, máxime si se observa su considerable generaliza-
ción en la vida económica. En el Credit Foncier, 14.800 acciones
se hallan repartidas entre otros tantos accionistas. ¿Significación
del fenómeno? Que la economía se democratiza. Asistimos —^lia
dicho Daladier— aa la lenta constitución de la democracia del
pequeño ahorro». Es cierto; asistimos a un proceso completamen-
te antimarxista.
Porque Marx predijo dos cosas : una, la concentración progre-
siva de capitales e instrumentos de producción hasta que llega-
sen a pertenecer todos a una sola persona, cuya expropiación rea-
lizaría el Estado colectivista con toda facilidad; otra, la proleta-
rización, también progresiva, del hombre. Ni lo uno ni lo otro.
Los capitales se difunden y dividen, incluso los territoriales. El
hombre pugna por desproletarizarse. El autobús pirata es un ejem-
plo : vence al ferrocarril poderoso. La gran empresa, gigante y
plutócrata, perece ante la pequeña empresa individual privada,
a veces insignificante. Combate desigual: la pulga con el elefan-
te, y perece el elefante...
No vemos el motivo para tildar de privilegiado el capital de
nuestro Banco emisor. Sin embargo, en cierta reciente y comenta-
da peroración, se ha insinuado algo por el estilo. Cosa grave y de-
licada, que nos invita al comentario. Si la seguridad equivale al
598 ACCIÓN ESPAÑOLA

privilegio, sólo la hay hasta cierto punto. Ciertas conmociones vis-


cerales no respetan nada. Y de consiguiente, si España se enfren-
tase con alguna, ni esas acciones, ni otras, ni ninguna clase de
valores mobiliarios quedaría en pie. Ahora bien, indudablemente,
el Banco emisor es en todos los países signo luminoso del crédito
público, que se codea con la misma Deuda estatal. Por algo será.
En compensación, en cambio, las acciones del Banco emisor sue-
len producir rendimientos muy leves. Las del Banco de Erancia
se cotizan alrededor de 12.000 francos, y su último dividendo lí-
quido apenas llega a 220 francos, o sea el uno y medio por cien-
to escasamente. Las del Banco de España, al camibio actual, pro-
ducen menos del cinco por ciento.
Si no existe privilegio desde el punto de vista de la producti-
vidad, menos aún lo hay desde el tributario. Los Bancos de emi-
sión soportan siempre presiones tributarias excepcionales. Aun-
que carezcan de aspecto fiscal, lo que no empece. En la Memoria
del de España correspondiente a 1934, se evalúa la participación
que el Estado ha tomado en los beneficios sociales, no sólo por
razón propiamente fiscal, sino a título de copartícipe de sobera-
nía, en un 57,73 por 100. ¡ Ya es buen porcentaje, a fe!»

El Sr. Gil Robles fulminó severos dardos contra la incompe-


tencia del Parlamento en materia económica. Pero no por eso lo
repudia, ni mucho menos. aHago constar —dice— que ni por mi
experiencia parlamentaria, ni por mis antecedentes, soy partida-
rio de la desaparición del Parlamento. Conozco la multitiid de sus
defectos, pero no por eso incurro en loi locura de pretender derri-
bar el Parlamento. Es muy fácil minar los cim-ientos de las ins-
tituciones y es difícil después llenar con eficacia la misión que des-
empeñan.*
Sin emibargo, como el Parlamento no sirve de representación
a los productores, el Sr. Gil Robles propone la organización de
un Consejo de Economía nacional, integrado por representaciones
de todos los sectores económicos del país, los propietarios y los
obreros. ¿Qué misión llenaría ese organismo? Según palabras tex-
tuales, ésta : *Dictaminar todas las leyes económicas». ¿ Eficacia
de esa función ? tLograr una unidad de criterio, difícil sobremane-
ra en los Gobiernos de coalición impuestos por hs circunstancias,
en los que cada Ministerio tiende a hacerse un compartimento es-
POLÍTICA Y ECONOMÍA 599

iancoy se evitarían las faltas de Cimwmdad que siguen a las cti-


sis políticasíi. ¿Qué tramites seguirían las leyes así dictamina-
das} tPasarían al Parlainento para su aprobación sumaria, en hío-
qp.e, porque los Parlamentos no tienen competencia económica...•»
En fin, más adelante, ese Consejo de Economía podría convertirse
ten un órgano colegislador, en la segunda Cámara que España
necesitat.
Hemos tomado en detalle esta parte del discurso, para que el
lector pueda fijar exactamente el pensamiento que lo informa. A
la vista del mismo, yo confieso mi desilusión escéptica. No creo,
en efecto, ni en la viabilidad ni en la eficacia de esa mixtura. Sen-
tado que el Patflamento es incompetente en materia económica —i y
qué son, sino problemas económicos, los que de modo palpitante
promueve la vida contemporánea!—, es inútil, creo yo, todo el
esfuerzo que se emplee en retocarle. El mal es más hondo y re-
quiere también receta más radicail. Pero analicemos la propuesta.
Ya existe el Consejo de Economía. No es órgano cosoberano.
Es meramente un cuerpo consultivo, con facultades asesoras. Dic-
taminará las leyes económicas del Estado... Dictaminar no es re-
dactar. Primer yerro. ¿Quién las redacta en su fase de larva o
proyecto? El Gíobierno, sin duda. Esa es su misión. Pero Gobier-
nos heterogéneos y circunstanciales no son instrumento apto. Tie-
ne sobrada razón el Sr. Gil Robles. Y es lo triste que, seg6n pa-
rece, de ese tipo de Gobierno no es posible salir en la hora de
ahora. Pero sigamos: existe el proyecto; existe el dictamen. En-
tonces, la ley irá a su aprobación sumaria y en bloque por el Par-
lamento. ¿Cómo se hace o puede hacer eso? Yo, francamente, no
lo entiendo. O el Parlamento es soberano o no lo es. Si no lo es,
nos situamos fuera de la tesis institucional en que nos movemos,
y especialmente se mueve el «leader» de la Ceda. Desechado el su-
puesto, nos queda el otro : el Parlamento es soberano. ¡ Ah!, pues
entonces no hay modo de regatearle su prerrogaviva legislativa. E s
tudiará, enmendará y discutirá a sui antojo el proyecto. Y lo apro-
bará o no, según le plazca. Un mero dictamen de un simple cuer-
po consultivo carece de fuerza de obligar sobre un Parlamento so-
berano.
Sujiongamos, sin embargo, que ese Consejo es ya Cámara co-
legisladora. Entonces, su función revestirá rango soberano, esto
es, creador, j Ah!, pero entonces, ni es posible evitar la concu-
600 ACCIÓN ESPAÑOLA

rrencia legislativa de la Cámara de sufragio inorgánico, ni, sobre


todo, impedir una doble discusión, con los inconvenientes anejos a
la duplicación de dictámenes, enmiendas, votaciones, etc. Si se
trata de lograr ritmo acelerado —uno de los mayores daños del
régimen parlamentario es su forzosa lentitud— se caerá en el ex-
tremo opuesto; ritmo archilento por dualidad de elaboraciones.
Si se persigue la competencia, ¿cómo armonizarla con la coman-
dita soberana de los incompetentes?
Adviértese una tendencia muy extendida a polarizar los males
políticos de la República en su Cámara única, «máxima locura de
la Constitución», según palabras del Sr. Alcalá-Zamora, para el
cual «la Cámara única, el régimen parlamentario y el Presidente
amovible constituyen un conjunto verdaderamente explosivo, con
el que parece incomprensible cómo han podido resistir cuatro años
España y la República», Que la Cámara única sea peligrosa, no
lo negamos. Fácilmente degenera en Convención y propende al
extremismo. Pero la Cámara doble, si atenúa parte de estos de-
fectos, agrava los otros anteriormente aludidos de tipo funcio-
nal, nada desdeñables, a fe.
Sin duda por eso el principio bicameral atraviesa una profun-
da crisis en todas partes. La evolución experimentada por la Cá-
mara de los L^res resulta sintomática a este particular. La vieja
institución, aristocrática y tradicional, sólo conserva ya el recuer-
do de un rango protocolario y solemne, pero desprovisto de atri-
buciones sustanciales y efectivas, sobre todo en lo económico, que
es donde el Sr. Gil Robles querría insuflar especial autoridad a
la nueva Cámara. Por lo que respecta a Francia, en la mente de
todos están las campañas que allí vienen haciéndose al Senado :
desde la izquierda, pidiendo, Hsa y llanamente, su supresión ; y
desde la derecha —^Tardieu—, pidiendo que se le mutile su atri-
bución más importante de tipo .político, a saber: el derecho de
informar previamente a la disolución del Parlamento, para que
pueda acordarla el Jefe d d Estado. En fin, en Portugal se nos
ofrece una experiencia de segunda Cámara, tan reciente como ina-
ne. Oliveira Salazar ha confesado su disgusto ante la actuación de
la Asamblea Nacional, que viene a ser el sucedáneo de la Cámara
baja, y anuncia una profunda reforma en sus estatutos fundamen-
tales. En todo caso, pues, d principio de la doble Cámara parece
en decadencia. Y allí donde se aplica, es reconociendo a la popular
POLÍTICA, Y ECONOMÍA 601

preeminencias y preferencias clarísimas en los problemas de orden


económico. O sea, lo contrario de esta fórmula que analizamos.
Sea o no cosoberana, el mai no tendrá remedio con una segun-
da Cámara. Es más Hondo. «V cuando un Pueblo sufre tan hondo
•mal —decía D. Joaquín Costa—, no se puede esperar que lo corri-
ja o remedie la gracia divina, sino que... debe ayudársele con la
coacción exterior, conforme nos enseñó Jesús, verdadero cirujano
de hierro aquel dia\, armándose, indignado, de látigo y expulsan-
do, a viva fuerza, del templo, a los mercaderes y logreros...9.

ik m m

El rapport del Consejo Ordenador de Economía había recomen-


dado una política enérgica de lucha contra el paro forzoso. En
cierto modo, se contradecían sus conclusiones, pues en los presu-
puestos parciales (Obras hidráulicas y Ferrocarriles), patrocinaba
una reducción de 98 millones de pesetas, íntegramente destinados
hasta ahora a obras reproductivas. Y por otro lado, proclamando
la necesidad de absorber importante mano de obra, intentaba ar-
bitrar un medio sustitutivo. ¿Cuál? La movilización de cien mi-
llones de pesetas sobre el fondo o contravalor del oro que el Banco
de España aplica a la intervención de cambios. Aclaremos la fór-
mula :
El Centro de Contratación de Moneda necesitó una masa de
maniobra. Para arbitraría, el Banco de España abrió un crédito
en el de Francia. Este, exigiendo garantía material y moral a
la vez, nos obligó a situar en sus cajas el oro físico indispensa-
ble a tales efectos de cobertura. El crédito en francos —^por un
montante aproximado de 1.150 millones de francos— se ha ido
utilizando por el Centro de Contratación para facilitar divisas a
los españoles que las demandan. Simultáneamente, daro es, ese
Centro ha creado una posición activa en pesetas, que suponemos
bloqueadas en alguna cuenta especial del Banco emisor. Según
nuestras noticias, ese crédito está a punto de agotarse y el Cen-
tro de Contratación en situación francamente deudora. Quizá as-
cienden a 500 ó WO millones de pesetas los saldos en divisas re-
clamados y no servidos a los importadores españoles.
En el oro físico remesado al Banco de Francia, hay una parte
—53 millones de pesetas— que pertenece al Estado. Este no ha
602 ACCIÓNSSPASOI,A

dispuesto de su contravalor. Ello es notorio. Y el Consejo Orde-


nador de Economía propone que disponga ahora para mitigar el
paro. Pero ese contravalor, jurídicamente, se halla afecto a una
obligación principal: el débito en francos, y quizá a otra comple-
mentaria : las pérdidas de la intervención, no inferiores en la
hora actual a 120 millones de pesetas. Desde un punto de vista
jurídico puro, no cabe disponer de esa suma. No se diga que ya
responde del débito el oro enviado a Francia. Porque ese oro es
una garantía prendaria que lógicamente querrán repatriar Ban-
co y Gobierno. De otra suerte, sería absurdo que subsistiese el
crédito en pie. Porque pagamos por él intereses innecesarios, si
se ha tomado la resolución de renunciar a ese oro. Sólo se pue-
de justificar esa elevada cuenta de intereses por el propósito de
rescatar el oro cuando sea posible. Pero si esto ha de suceder, la
contrapartida de pesetas tendrá que jugar para el reembolso del
débito. De aquí que no deba ser tocada prematuramente.
Estas razones son de tipo estrictamente jurídico. No les da-
mos más importancia de la que intrínsecamente poseen, que en
estos problemas no es siempre decisiva, porque juegan otros fac-
tores de orden político o financiero. Pero es que si nos traslada-
mos al ámbito financiero, ocurre preguntar : ¿ Para qué la com-
binación, para qué la enrevesada fórmula si todo el problema es-
triba en arbitrar cien millones de pesetas? Tratárase de suma
más ingente y aceptaríamos de buen grado la (habilidosa panacea.
Pero cien millones de pesetas, en un presupuesto de 4.600, re-
presentan poca cosa. No merece la pena, francamente.
En este sentido, pues, discrepamos de la tesis expuesta por
el Sr. Gil Robles, que, sin añadir nuevas razones, hace suyo
el rapport del Consejo Ordenador de Economía. Pero, en cambio,
coincidimos en cuanto al modus aperandi de la inversión. El se-
ñor Gil Robles pide lo que nosotros hemos pedido ya en varios ar-
tículos y discursos : que la ayuda del Estado se infiltre en la
Economía privada en forma de subvenciones y otros estímulos
a la iniciativa social. Así procede, en efecto. No cabe suprimir
completamente el gasto directo del Estado. Todas las obras de
interés público, que no ofrecen inmediato rendimiento, necesi-
tan el concurso del capital oficial. Sin él no se emprenderían ja-
más. Pero las demás obras de tipo semipéblico o francamente pri-
vado, pueden y deben ser estimuladas por el Estado en fases de
POLÍTICA y ECONOMÍA 603

fuerte depresión, como la que vivimos. Con subvenciones a los


Municipios para la traída de aguas, la construcción de alcanta-
rillados y obras de solubridad, etc. ; con garantía parcial de interés
para los grandes planes de ensanche o saneamiento urbano y,
por ende, al servicio de la industria de la construcción en sus múl-
tiples sectores, etc. He ahí un claro horizonte de lucha contra el
paro, en que cien millones de pesetas representarán trescientos o cua-
trocientos de inversión. Pero no se hagan filigranas para encontrar
esa suma. Que la suministre el presupuesto y se obtenga como
cualquiera otra precisa para gastos de tipo ordinario o extraor-
dinario.

« * »:

El Sr. Gil Robles preconizó un régimen de autoridad. He


aquí la raíz del problema. Todo lo que se haga sin afirmar pre-
viamente ese principio, es perder el tiempo. Necesitamos autori-
dad. Y podemos pedirla con más derecho que nadie los que vi-
vimos al margen del régimen y sin concomitancias con sus ins-
tituciones. Venga, pues, pronto y en buena hora. De lo contra-
rio, jjara nada servirán estas disquisiciones.
Pero conste que en materia financiera la autoridad sigue au-
sente de su alcázar. Concluye febrero. Ni un proyecto de refor-
ma tributaria está informado. No existen dictámenes presupues-
tarios. No se ha hablado todavía del modo de articular la prórro-
ga precisa para el segundo trimestre. Vivimos en pleno dolce jar
niente. La Comisión de Economías no da señales de vida tam-
poco. El déficit crece. La inacción ministerial resulta una pesadi-
lla. ¡Autoridad, autoridad! Bdla palabra. Pero ausente de la
vida española, como todo lo bello, desde hace un lustro ya...

JOSÉ CALVO SOTELO


Lecturas
Los tintelectualesv y la Iglesia, por Rafael García y García de
Castro, Canónigo Lectoral de Granada, Académico c. de
Ciencias Históricas de Toledo, etc. 366 páginas. Ediciones
FAX. Madrid, 1934.

Cálido y luminoso, y muy oportuno, nos ha venido este libro


del Lectoral de Granada, Rafae^l G. García de Castro.

>l> DI !l<

Los «intelectuales» y la Iglesia.


Los tintelectuailes», así, entrecomillado.
Dice Ortega y Gasset, en su Vieja y Nueva Política, que la
palabra ainteUctuales» es un apelativo pernioioso. Y añade en £ í
Espectador : «La palabra más desprestigiadla de cuantas suenan
en la Península es la palabra intelectuales».
Así y todo, la palabreja no ha dejado de correr entre nosotros
como apellido nobiliario de una estirpe de hombres privilegiados.
Ha sido como su sangre azul. Un poco antes del 98 escribía Una-
muno, en La vida es su^ño : «Los únicos que nos preocupamos
de esta regeneración de España somos los intelectuales y pocos
«más». Y Ramiro de Maeztu, en los días un poco alocados de su
juventud : «España será lo que seamos los intelectuales».
Y he aquí que los intelectuales, los que se han atribuido a sí
mismos este apellido y se han erigido con esta olímpica suficien-
cia, han sido, dice García de Castro, dos escritores de ideas o de
tendencias marcadamente izquierdistas*.
ACCIÓN BSPAÑOLA 605

Ha sido, pues, el intekctualismo, en España, como una exclu-


siva del izquierdismo, un tono de incredulidad, una bandera de
lucha contra la Iglesia.
Pero ¿cuál ha sido la obra científica de estos intelectuales?
¿Qué armas han esgrimido contra la Iglesia? ¿Qué sistemas
doctrinales, qué nuevas filosofías, qué aportaciones culturales nos
han traído?
Para responder a estas preguntas ha escrito su libro García
de Castro. Conocemos al autor y conocemos su magnífica forma-
ción cultural. Mella y Menéndez Pelayo han sido sus grandes
maestros. Si no lo supiéramos, lo hubiéramos adivinado al leer el
libro. Porque hay en él no poco de las grandes lumbraradas de
Mella. Y no poco del dominio soberano, de la plenitud, que rebo-
sa aún del estilo rotundo de aquel gran Maestro de España y ^íe
todos los españoles, del que dijo Arturo Farinelli que tía voce
sua era como la voce de un populo intewi...
El libro del Lectonal granadino puede, en verdad, considerar-
se como una continuación de los Heterodoxos Españoles. García
de Castro, a imitación del Maestro, va llamando a juicio, uno
en pos de otro, a un cortejo de «intelectuales» representativos. Y
pasan por delante de su tribunal Sanz del Río, Canalejas, Pi y
Margall, Giner de los Ríos, Salmerón, Castelar, Valera, Galdós,
Núñez de Arce, Costa, Azcárate, Ganivet, Unamuno, Ortega y
Gasset, Femando de los Ríos, Américo Castro, Marañen, Sala-
verría, Azorín, Pío Baroja, Jiménez de Asúa, D'Ors, Ramiro de
Maeztu...
García de Castro escruta en sus obras y se adentra en el la-
berinto de su pensamiento. Y hace su juicio, serenamente. Con
nobleza y con amor. Pero con amor, ante todo, a la verdad.

* * *

¿Queréis saber cuál es el resultado de este juicio? Hace algún


tiempo un cultísimo sacerdote español, residente en la Argentina,
Zacarías Vízcarra —autor y padre verdadero de la palabra y del
concepto «Hispanidad»— escribió un folleto, que provocó un enor-
me vuelo en Sudamérica. Se titulaba este folleto: Desinflando
globos. La prestancia del autor ennoblece la vulgaridad de la fra-
se. Algo parecido es lo que hace en su libro García de Castro.
606 ACCIÓN ESPAÑOLA

El clava su piluma en los pedestales y ¡ cuántos diosecillos se


derrumban!
Dos grandes lecciones, especialmente, se aprenden en este li-
bro. Y no parece sino que el autor ha querido simbolizarlas en el
centro y el coronamiento de su obra. El centro es Unamuno. El
coronamiento, Ramiro de Maeztu.
Unamuno aparece como encarnación de la primera grande
enseñanza que se desprende del libro. Conste que García de Cas-
tro ni desconoce ni calla los valores del Rector de Salamanca. La
semblanza que él traza de este intelectual inverosímil, es acaso
la más recia y vigorosa de todo el libro. Y la semblanza es la
de el gran perplejo —como le llamó Pemán— que, cuando se co-
loca frente a la ortodoxia pierde el rumbo y se debate en la impo-
tencia y el vacío.
Como todos nuestros «intelectuales». Entre todos ellos no han
logrado engendrar una dificultad seria contra la Iglesia, contra
la divinidad de Jesucristo, contra la institución del Primado Ro-
mano.
En Alemania, por ejemplo, ha sido necesario un BardenhcMcr
pilara neutralizar la poderosa erudición patrística del racionalista
Adolfo Hamack. Aquí, entre nosotros, para refutar las impugna-
ciones de nuestros intelectuales, no ha sido necesario nada.

« « «

El libro termina con un nombre, que es, también, una lec-


ción magnífica : Ramiro de Maeztu. Con este final, el libro queda,
como los navios, con la proa enfilada al horizonte abierto. Como
las torres de las catedrales: disparada la flecha hacia el infinito
cielo. Maeztu es el intelectual noble y sincero, apasionado de la
verdad y del bien. Vagó un tiempo a la vena del camino por don-
de viene la luz, pero su misma pasión por la verdad y por el bien
le puso cara hacia Oriente y le orientó. Y hoy nutre su pensa-
miento — y le engrandece— con la medula de la Iglesia Católi-
ca y con la medula de la España Católica —universal— que es la
Hispanidad. Es el ejemplo que habrán de seguir nuestros intelec-
tuales, si quieren redimirse de su esterilidad y de su pobreza. La
vuelta a la Iglesia. Que será, a la vez —como lo ha sido eu Maez-
ACCIÓN KSPAfiOLA 607

tu— el retomo al espíritu españolista, poderoso para espautar de


España —es frase suya— «a los demonios extranjeros, que actuai-
mente poseen a sus intelectuales^.
A. DE CASTRO ALBARRAN

España, educadora de pueblos, por Blanca de los Ríos.

España, educadora de pueblos es un vibrante y eruditísimo


discurso en que la ilustre investigadora pone sus profundos co-
nocimientos históricos, su vasto saber de cosas hispánicas al ser-
vicio de la tesis enunciada en el título ; esa tesis que tiene en
este momento tan poderosa resonancia en la polémica sobre Es-
paña. Aunque es una pieza de exaltación y ditirambo, no por
eso la apología pierde fuerza, ni se descuida la argumentación
para buscar el efecto lírico y oratorio.
Basta el siguiente juicio sobre la colonización española para
echar de ver la madurez doctrinal de D." Blanca:
«Por eso nuestra colonización en América difiere esencialísi-
mamente de todas las demás colonizaciones : porque no fué obra
de conquistadores, de colonos, ni de explotadores, aunque con-
quistadores, colonos y explotadores necesariamente cooperasen a
ella ; porque fué obra de amor y de fe ; porque España no con-
quistaba exclusivamente i>ara el lucro, conquistaba para Dios ;
por eso no vio en el indio un estorbo a su expansión geográfica
ni a su mercantilismo; vio en él a un hermano menor, y amo-
rosamente se constituyó en su madre educadora, y compartió con
él el pan y el vino de su fe cristiana, de su gran cultura, de su
habla empapada en espíritu, y por eso, en vez de acaparadora de
tierras y exterminadora de gentes, fué maestra y madre de una
raza, maternidad augusta de que ninguna otra nación de la tierra
puede gloriarse.»
J. L. V.

Sócrates, por Teófilo Ortega.

Ha publicado Teófilo Ortega un nuevo libro. E s ya copiosa


la labor literaria del escritor palentino. Sus veintiocho años cuen-
tan con una docena de volúmenes. E s un escritor facundioso, abun-
dante, prolifico. Parece que se impusiera a sí mismo la obliga-
608 ACCIÓN ESPAÑOLA

ción de producir intensamente, sin paradas, vacaciones ni descan-


sos. Y ello sin estar acuciado por la necesidad económica y sin
ser un «forzado de la pluma*. Exento de obligación externa al-
guna, trabaja Teófilo Ortega como obedeciendo a una íntima con-
signa de disciplina, quizá a una necesidad fisiológica, acaso a una
fataüidad temperamental.
El último libro de Teófilo Ortega es una colección de ensa-
yos, uno a la cabeza de mayor paginación —«Sócrates»—, que da
nombre al volumen «Ensayos», que enfocan temas serios y gra-
ves, aun cuando no lleguen a iluminarlos. Trabajos de distinta
valía, estima y aprecio, al estar escritos algunos con reposo, y
otros con ligfereza y como para salir deJ paso, no de un compro-
miso, sino de una idea que nos domina.
El mismo ensayo que sirve para rotular el libro recién apa-
recido deH joven escritor castellano, no es la glosa esperada sobre
Sócrates, que debe nacer dg la meseta de Castilla. Ni el pensa-
miento, ni la vida, ni la muerte, ni el ambiente socráticos se re-
flejan vividos en las páginas teófiloorteguianas. Adolece este li-
bro de prisa', api^esuramiento y ligereza. Lo anotamos al hacer
otra nota crítica sobre la anterior publicación de este autor. Lo
dijimos con sentimiento. Deseando percibir en él la enmienda y
cambio de proceder. Qute tomara a sus fervores primerizo.^ de es-
!ci(itor. A poner densidad espiritual en sus páginas. A trazarlas
con unción, riqueza y sustancialidad idiomática. En «Sócrates»
no lo ha conseguido. Hay que aguardar a que Teófillo Ortega
salga de una crisis de decadencia por que suelen pasar tantos es-
critores.
F . V.

Lo que vi en Rusia, por Eloy Montero. Madrid, 1935.

El título que el autor ha dado a su obra no responde, ciertaf


mente, ai contenido de la misma, ya que, lejosi de ser una serie de
estampas escritas con las impresiones recibidas durante una breve
estancia en el inmenso país en que reinaron los Zares, es un com-
pleto estudio, documentado con amplias citas de los pricipales li-
bros que sobre la Rusia soviética se han escrito, estudio que el
autor refuerza y comprueba con su visita personal. Mejor le cua-
ACCIÓN BSPAÑOtA 600

draría a la obra del ilustre catedrático de nuestra Universidad Cen-


tral titularse Lo que sé de Rusia que Lo que vi en Rusia, título
éste que da tan sólo una idea fragmentaria del contenido de las
410 páginas que abarca la obra.
Podemos afirmar, sin riesgo a ser desmentidos, que el libro de
D. Bloy Montero, que nos ocupa, es el más completo que sobre la
Rusia actual se lia escrito en lengua castellana. Estudia el espíri-
tu antirreligioso del bolchevismo, la guerra contra Dios, la catás-
trofe moral que supone su política sexual y familiar, las condicio-
nes de la vida del obrero, el Plan quinquenal, el concepto bolche-
vique de la libertad y en lo que ha vaiiido a convertirse la tan de-
cantada libertad de prensa y el régimen democrático...
En resumen, en los treinta capítulos en que está dividida la
obra encontrará el lector analizada con claridad, brevedad y gran
documentación, las principales cuestiones que puedan interesarle
respecto a la vida en la U. R. S. S. y a su organización social y
política, todo ello a la luz de una certera crítica en la que sólo
extraña el horror excesivo con que el Dr. Montero alude en diver-
sas ocasiones a la Rusia zarista.
E. V. L.

Colección Diplomática del Real Convento de Santo Domingo de


Caleruéga, con facsímiles de los documentos, por el P. Fray
Eduardo Martínez, O. P. (^-'ergara, 1931.)

Grande es el servicio que a los estudios ihistóricos ha prestado


el P. Eduardo Martínez, al dar a la estampa la riquísima colec-
ción de documentos pontificios, reales y particulares que guarda-
ban los archivos del convento de Caleruéga. Este convento, erigi-
do en el lugar en que vio la luz el excelso fundador de la Orden
de Predicadores, Santo Domingo de Guzmán, fué, durante largos
siglos, favorecido por toda suerte de privilegios reales y papales,
teniendo, por tanto, excepcional importancia para la historia de
aquellos tiempos y para la de la Orden de Santo Domingo las
colecciones de bulas y cédulas y toda suerte de documentos que,
los PP. Dominicos han sabido conservar, a través de las edades,
hasta nuestros días.
El P. Martínez ha puesto en cabeza de la colección una Intro-
ducción, en la que hace breves y certeras consideraciones sobre el
14
610 ACCIÓN fiSPAfiOLA

método observado en la transcripción de documentos, las diversas


clases de señoríos e impuestos existentes en la Edad media, la fa-
milia y vida de Santo Domingo y las relaciones que los reyes de
Castilla mantuvieron con la Orden, por el Santo de Caleruega
fundada. Esta Introducción, hecha con gran competencia, sirve
para orientar al lector y permitirle conceder a la colección de los
documentos la importancia que realmente tiene.
La colección de documentos reales comienza con uno de San
Fernando, fecha 7 de febrero de 1229, y concluye con dos de Car-
los IV. Es lástima que la forzosa brevedad de esta nota bibliográ-
fica impida analizar varios de estos documentos, alguno de tanto
interés como el suscripto el 13 de diciembre de'1611 por D. Fer-
nando el Católico, en los que con tanta claridad se evidencia, ade-
más de la religiosidad de su espíritu, el grado en que nuestros
reyes estimaban los merecimientos que la Orden de Santo Domin-
go había contraído.
Igualmente ofrece un gran interés el Bularía, en el que cons-
tan las órdenes e indulgencias que los Papas daban a diversos con-
ventos de Dominicos de uno y otro sexo, y muy especialmente al
de Caleruega, y la riquísima colección de documentos privados,
fuente copiosa para posteriores investigaciones jurídicas, históri-
cas y filológicas.
La edición está lujosamente hecha, contiene cerca de sesenta
facsímiles y consigue poner al alcance de todos los eruditos una
serie de valiosos documentos, que hasta ahora, y en el curso de
siete siglos, han sido religiosamente conservados por religiosos y
religiosas de la Orden dominicana.
E. V. L.

El Nuevo Diantre, por Antonio Espina. (Espasa-Calpe. Madrid,


1934. 199 páginas.)

El Nuevo Diantre es el título del libro y el título de uno de los


artículos del libro. Cuando el autor ha escogido precisamente este
rótulo para dar el nombre a su obra, se ve que quiere destacar las
páginas que le llevan como más suyo. Estas páginas son tres pá-
ginas, repartidas en cuatro párrafos que navegan, holgadamente,
en las anchas estepas nevadas de unos blancos paradisíacos.
Pero aún le quedan a Espina unas líneas hábiles para dar a
ACCIÓNRSPASOI,A 611

entender que el nuevo Diantre, el verdadero Diantre del siglo XX


es el espíritu crítico. Y creo que también el espíritu lascivo.
Si así es, no está mal unlversalizado el título, porque realmen-
te este doble demonio, la crítica y la lascivia, es no pocas veces el
inspirador de Antonio Espina en este libro.
En literatura muéstrase él —y creo que de ello se ufana— muy
avanzado vanguardista. Y tiene bastante de lo bueno del van-
guardismo. El corcel de su estilo, limpio y brioso, salta sin tra-
bas y sin freno. Ágil, corre y se para. Espumajea de hervor de
juventud.
Y tiene no poco de lo malo. Niebla. Imprecisión. Malaba-
rismo.
No hay duda que, aun en algunas de estas danzas y contra-
danzas, muestra ingenio Antonio Espina. También, si se pone
a filósofo, logra reflexiones acertadas : cuando se pone en serio y
se olvida un poco de su vanguardismo.
Pero son muchas veces las que no se olvida.
Y es lo peor que son también no pocas las que no quiere ocul-
tar cierta voluptuosidad morbosa que, con frecuencia, rezuma.
Ni un trasnochado intekctualismo izquierdista.
Por cierto que lo que a mi más me maravilla en estos intelec-
tuales es la osada —casi iba a poner otro adjetivo—^benditez con
que hacen las más rotundas afirmaciones sin molestarse en adu-
cir una prueba. Así, Antonio Espina, no tiene inconveniente en
afirmar, bajo su palabra de honor: «£i catolicismo, desmontado,
pieza a pieza, por la Ciencia, la Geología, la Física, la Biología,
etcétera ; excluido de la mecánica política de todos los Estados,
perdura tenaz con sus líricas e ineficaces velas hincliadas, en al-
gunas bahías tradicionales del arte» (pág. 139). No hubiera estado
de sobra que Espina hubiera señalado, concretamente, qué pie-
zas del Catolicismo ha desmontado la ciencia. En la página 143
añade: «Precisamente el angustioso problema que se plantea al
catolicismo es ese: conciliar el dogma con la ciencia.* Me parece
que alude, particularmente, como a un ejemplo, al dogma de que
antes ha hablado : aUna idea de carbonero es la de que —por ejem-
plo— el mundo fué hecho en seis días. Y esta\ idea, en nuestros
tiempos, no parece muy justo que tenga aceptación en un ambiente
de geólogos*. ¿Por dónde ha averiguado Antonio Espina que se»
612 ACCIÓN ESPAÑOLA

un dogma católico el que el mundo fué creado en seis días de vein-


ticuatro ¡horas? ¿Sabe él lo que significa la palabra hebrea jom,
usada por el Génesis?
Pero, en fin, no es aihora nuestro oficio refutar ni aun señalar
una por una las enormidades históricas y doctrinales que al re-
ferirse a la Iglesia, al catolicismo, siembra Espina, a boleo, por
varias páginas de su libro. El artículo Catolicismo) no hay por
dónde cogerlo. Lamentamos, sinceramente, no poder decir otra
cosa.
A. DE CASTRO
(1)
Obras recibidas en la redacción

Febronios (Leo) : La cultura como ser viviente. Espasa-Calpe. Madrid,


1934. 282 páginas, 6 pesetas.
Vasconcelos (José) : De Robinsón a Odiseo. Pedagogía instructiva. Edi-
torial M. Aguilar. Madrid, 1935. 263 páginas, 5 pesetas.
Gimeno (Octavio) : Retazos. Tip. Moderna, Valencia. 141 páginas.
Legislación Social Agraria. Góngora. Madrid, 1935.
Menéndez Reigada, O. P. M. Ignacio G. : De dirección espiritual. Edi-
torial Pides. Salamanca, 1934.
Hidalgo (Diego) : ¿Por qué fui lanzado del Ministerio de la Guerra}
Diez meses de actuación ministerial. Eepasa-Calpe. Madrid, 1984.
191 páginas, 4 pesetas.
Silva G. (N. de la) : El Fénix de los Ingenios : Lope de Vega Carpió.
Poesías varias. Fragmentos de novelas. Argumentos y trozos de al-
gunas de sus obras dramáticas seleccionadas. Edición conmemorativa
del tercer centenario de la muerte del fecundo poeta y escritor. Dal-
mau Caries, Pía, S. A., Gerona. Madrid, 1935. 165 páginas.
Manzanares (Alejandro) : Estampas literarias. Un libro de lectura es-
colar. Dalmau Caries, Pía, S. A. Gerona, 1936. 188 páginas.
Plá Cargol (Joaquín) : Tercer libro : narraciones, poesías, sugerencias.
Dalmau Caries, Plá, S. A., Gerona. Madrid, 1935. 210 páginas.
Plá Cargol (Joaquín) : Biología. Dalmau Caries, Plá, S. A., Gerona.
Madrid, 1984. 265 páginas.
César Juarros (Dr.) : Ramón y Cajal: Vida y milagros de un sabio.
Ediciones Nuestra Raza. Madrid, 1935. 190 páginas.
Pérez (Dionisio) : Isaac Peral: La tragedia del submarino Peral. Edicio-
nes Nuestra Raza. Madrid, 1935. 190 páginas.
Legislación Hipotecaria. Góngora. Madrid, 1935. 779 páginas.
Madariaga (Salvador) :i4narqMÍa o Jerarquía: Ideario para la Constitu-
ción de la Tercera República Española, M. Aguilar, Editor. Ma-
drid, 1935.

(1) Bn esta sección se dará cuenta de todas las obras que se nos nnútan,
a reserva de dedicar artículo* de critica a aquellas que se consideren oportunas.
614 ACCIÓN ESPAÑOLA

Junco (l!\.lfonso) : Carranza y los orígenes de su rebelión. Ediciones Bo-


tas. Méjico, 1935. 215 páginas.
Junco (Alfonso) : Cosas que arden. Ediciones de El Libro Nuevo. Mé-
jico, 1934. 350 páginas.
Briceño (Olga) : Bolívar, criollo. Con prólogo de Dionisio Pérez. Edicio-
nes Nuestra Raza. Madrid, 1934. 250 páginas.
Briceño (Olga) : Bolívar, libertador. Con prólogo de Cristóbal de Castro.
Ediciones Nuestra Raza. Madrid, 1934. 343 páginas.
Briceño (Olga) : Bolívar, americano. Con prólogo de Felipe Sassone. Edi-
ciones Nuestra Raza. Madrid, 1934. 384 páginas.
índice del tomo X I I
Pátinas.

AQUADO (Emiliano): «Las conferencias de Keyserling» 585


AREILZA (José María de): «Tres de enero de 1873: Un golpe de Estado con-
tra el Parlamento» 1
ARRARAS (Joaquín): «Actualidad española» 543
ARTERO (José): El Espiritismo y sus relaciones con la Masonería, por el
Dr. José María Serra de Martínez 189
BERTRAN (Fernando): «Actualidad española» 111 y 299
CALVO SOTELO (José): «Política y Economía» 123, 317 y 591
CASTRO ALBARRAN (Aniceto de): Dejastitia, por F. de Vitoria; edic. del
P. V. Beltrán de Heredia 179
— — La lectura silenciosa, por Gladys Lowe 187
— — Santa Teresa de Jesús, por Juan Domínguez Berrueta 387
— — Santo Tomás de Aquino, por Q. K. Chertestón 394
— — Los «intelectules» y la Iglesia, por Rafael O. y O. de Castro 604
— — El nuevo Diantre, por Antonio Espina 610
CORONEL URTECHO üosé): «El retorno de la tradición hispana» J412
CUADRA (Pablo Antonio): tEl retorno de la tradición hispana» |401
QARCIA FIOL'ERAS (Tomás): «El Padre Lerchundi» 492
GIMÉNEZ CABALLERO (Ernesto): «El Arte y el Estado», I, II 246 y 510
GREGORIO ROCASOLANO (Antonio de): «De la vida a la muerte» II, III,
IV 81, 214 y 449
JERROLD (Douglas): «Acción Católica en Inglaterra y en Europa 27
LEVILLIER (Roberto): «Carlos V y el Virrey Toledo» 428
MAEZTU (Ramiro de): «La lucha por el espíritu» 9
— — «El espíritu en la Historia» 524
MARAÑÓN (Jesús): Comentarios a la *Isabelle Ih, de Pierre de Luz 370
M. GARCÍA-NUEVA (Alberto): Historia eclesiástica del Scisma del Reino
de Inglaterra, por el P. Pedro de Rivadeneyra 166
PALACIOS (Leopoldo-Eulogio): «Cristianismo y tradición 201
PEIRO (Francisco): «La Acción Católica», por Paul Dabin 393
PEMÁN (José María): «Cartas a un escéptico en materia de formas de go-
bierno», V, VI 233 y 417
616 ACCIÓN ESPAÑOLA
Páginas.

PEMARTIN (José): «Cultura y Nacionalismo», VI y último 70


— (Julián): «En el umbral de la Poesía 222
PRADERA (Víctor): «El Estado Nuevo», XVII, XVIII, XIX 57, 263 y 480
RiBER (Lorenzo): «El españolismo de Aurelio Prudencio» 32
— — «Raimundo Lulio, promotor de la Cruzada» 459
Ruiz DEL CASTILLO (Carlos): «Plebiscito y Corporatismo» 193
SuÑER (Enrique): «Estudio clíiico social sobre la mentira» 276
VALDÉS (Francisco): El mundo visto a los ochenta años, por Ramón y
Cajal 183
— — Místicos españoles, por Luis Santullano 397
— — El hermano Juan, por Miguel de Unamuno., 399
— — Srfcrato, por Teófilo Ortega 607
VAzQUfZ-DODERO (Josél-uis): «Actividad intelectual 136
— — Poemas Mcaroáfü/Tnses, por Pablo Antonio Cuadra 182
— - Ahuevo resíamenío, por el P. Carmelo Ballester 186
— — Al través de Almas y libros, por el P. Félix García, Agustino 190*
— — «Actividad intelectual» 330
— — Vitrina pintoresca, por Pío Baroja 390
— — «Actividad intelectual» 568
VEQAS LATAPIE (Eugenio): Historia del Derecho español, por Salvador
Minguijón 181
— — Vagabundo bajo la luna, por Ramón de Rato 396
— — Primo de Rivera, por César González Ruano 398j
— — Lo que vi en Rusia, por Eloy Niontevo 608
— — Colección Diplomática del Real Convento de Sonto Domingo de
Caleruega, por el P. Eduardo Martíníz O. P 609
ViQÓN (Jorge): «Actualidad Internacional» 148, 350 y 555
— —• M///c/a, d/scurso y re^f/a m/í/7ar, por Martín de Eguiluz 363
WILSON (Me. Nair): «Monarquía contra Plutocracia» 89 y 286
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