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espartanos haciendo uso de una novedosa estrategia, la formación escalonada, ambos ejércitos
volvieron a encontrarse. Era 362 a.C. y el resultado fue similar, aunque sus consecuencias fueron
mucho más graves. En esta ocasión Epaminondas empleó un pequeño truco para engañar a los
espartanos, ahora apoyados por los atenienses.
Un año después de su victoria en Leuctra,
Tebas había creado la Liga Arcadia
agrupando a varias de las ciudades-estado del
Peloponeso, precisamente a aquellas que
anteriormente habían sufrido durante tantos
años el dominio espartano. Además, como
capital de la Liga fundó una nueva ciudad,
Megalópolis, «fuertemente fortificada y
posicionada para servir de bastión contra
Esparta»», que los arcadios se apresuraron a
construir.
No solo eso, junto a sus nuevos aliados
Grecia en 362 a.C. / foto Wikimedia Commons Epaminondas realizó en los años siguientes
incursiones en territorio lacedemonio, saqueando Laconia y liberando Mesenia del yugo espartano.
Pero para 362 a.C. las ciudades de la Liga Arcadia discutían, ante el creciente poder de Tebas, si
continuar como aliados o no. Mantinea se pasó al bando de Esparta y Atenas cuando los arcadios se
apropiaron del santuario de Zeus en Olimpia, mientras que Tegea y Megalópolis se mantuvieron
fieles a Tebas.
A Esparta, Atenas y Mantinea se unió la ciudad de Elis (Élide), en cuyo territorio estaba Olimpia.
Para sofocar la rebelión Epaminondas se dirigió con su ejército hacia Mantinea, a donde los
atenienses habían enviado ya un contingente vía marítima para que fuera interceptado por tierra.
Pero en lugar de hacerlo por el camino más corto, Epaminondas decidió seguir la cadena
montañosa, al oeste de la ciudad de Tegea, como si no tuviera prisa por entrar en combate.
Lo cuenta Jenofonte en sus Helénicas:
«Pero una vez que los haya sacado, así preparados, vale la pena volver a notar lo que
hizo. En primer lugar, como era natural, los formó en línea de batalla. Y al hacer esto
pareció dejar claro que se estaba preparando para un enfrentamiento; pero cuando su
ejército se había formado como él deseaba, no avanzó por la ruta más corta hacia el
enemigo, sino que dirigió el camino hacia las montañas que se encuentran al oeste y
frente a Tegea, de modo que le dio al enemigo la impresión de que no entraría en
batalla en ese día.»
Viendo que los tebanos dejaban sus armas y no esperando ya combatir ese día, los espartanos y sus
aliados rompieron filas y se relajaron. Ya empezaban a retirarse del campo cuando Epaminondas
ordenó a los suyos recoger rápidamente las armas, formar en columna y dirigirse contra el enemigo,
con él mismo a la cabeza. Jenofonte da cuenta del desconcierto que invadió a los espartanos,
mientras trataban desesperadamente de volver a formar en línea de batalla.
«No fue hasta que se movió a lo largo de los sucesivos compañeros del ala donde
estaba destinado, y los puso en línea, fortaleciendo así la formación masiva de esta ala,
que dio la orden de tomar las armas y dirigió el avance; y sus tropas lo siguieron. Tan
pronto como el enemigo los vio acercarse inesperadamente, ninguno de ellos pudo
detenerse, pero algunos empezaron a correr a sus puestos, otros a ponerse en fila, otros
a amarrar caballos, y otros a ponerse el pectoral, mientras que todos eran como
hombres que estaban a punto de sufrir, más que de infligirles, un gran daño.»
Otra foto del lugar de la batalla a comienzos del siglo XX / foto Nicholson Museum en Flickr
Tebas desplazaba así de un plumazo y de manera definitiva tanto a Esparta como a Atenas, que ya
nunca se recuperarían del golpe, del liderazgo helénico. No obstante, fue por poco tiempo.
Numerosos hijos de nobles fueron enviados a Tebas como rehenes y garantes de la nueva paz. Entre
ellos estaba un joven Filipo, hijo del rey de Macedonia, que mostró un gran interés por aquellas
nuevas tácticas militares del fallecido Epaminondas durante su cautiverio.
Al final, con Esparta y Atenas fuera de juego, Tebas quedó tan debilitada tras la guerra que la gran
mayoría de historiadores coinciden en señalar que la consecuencia final de la batalla de Mantinea
no fue otra que el allanamiento del camino para la posterior conquista de Grecia por Alejandro
Magno.
La conclusión de Jenofonte fue que:
«Cuando todas estas cosas habían ocurrido, pasó lo contrario de lo que todos los
hombres creían que iba a pasar. Puesto que cuando todas las gentes de Grecia se
habían juntado y habían formado en líneas contrarias, no había nadie que no pensase
que si la batalla fuese a tener lugar, aquellos que se demostrasen victoriosos fuesen a
ser los nuevos líderes y los derrotados sus sometidos; pero la deidad ordenó que ambas
partes se llevasen un trofeo como si hubiesen salido victoriosos y ninguno trató de
estorbar a los otros, y que ambos devolvieron a los muertos bajo una tregua como si
fueran victoriosos, y ambos recibieron a sus muertos bajo una tregua como si fueran
derrotados, y mientras que ambas partes clamaban su victoria, ninguno demostró ser
mejor que el otro, ni obtuvo territorios, ciudades o dominios que antes de la batalla no
tuviese; e incluso hubo más confusión y desorden en Grecia después de la batalla que
antes.»
Jenofonte, Helénicas 7.5.26
1 Soldado de infantería del antiguo ejército griego, dotado de pelta(escudo ligero).
2 Soldado de infantería que tirando a un caballo enemigo por la cola, lo obligaba a encabritarse para que los peltastas
pudieran destriparlo.