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Había una vez un niño llamado Andrés que era bastante normal y alegre. Un día sus padres
se tuvieron que mudar de la ciudad donde vivían y Andrés tuvo que dejar atrás a todos sus
amigos. Y así fue como llegó a un colegio nuevo, donde no conocía a ningún otro niño.
La casa era más bonita que la anterior y la habitación mucho más amplia, con un enorme
armario que ocupaba toda una pared. Al niño no le molestaba su nueva vida, excepto por un
detalle: algo vivía en el interior de aquel armario.
Andrés se pasaba las noches en vela imaginando la forma del monstruo que se había
alojado en su habitación. Nunca lo había visto, pero se imaginaba que era enorme y
atemorizante. Hasta un día en que se llenó de valor e intentó tomarlo de sorpresa, y allí
estaba, una enorme bola peluda que no parecía peligrosa.
Una noche en la que su madre se levantó para ver si dormía tranquilamente, lo encontró
sentado frente al armario con todos sus juguetes en el suelo. La madre sorprendida se quedó
mirando fijamente el armario y Andrés temeroso esperó su reacción.
De repente la madre le dijo: -“¿No me vas a presentar a tu nuevo amigo?” Y a pesar de que
no veía nada dentro del armario, comenzó a hablar con el interior.
El niño le preguntó con extrañeza a su madre: -“¿No te molesta que viva en mi armario
mamá?” A lo que ella dulcemente le contestó: -“No mi vida, si vive ahí es por un buen
motivo. Seguro quiere estar cerca de ti y hacerte compañía”.
El niño miró a su madre con asombro, no imaginó que iba a ser tan comprensiva pero se
sintió feliz como hacía tiempo no se sentía. Con el paso del tiempo Andrés hizo nuevos
amigos en el colegio y un buen día el monstruo decidió marcharse. Andrés ya no lo
necesitaba a su lado, prefería compartirlo con otros niños, pero siempre tendría un lugar
especial en su corazón.