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Su mujer trabajaba desde hacía poco. Yoifran Arístides nunca había querido que
ella estuviera fuera de casa. Hace un año que la situación económica no es buena
para ellos. Ella, que lo amaba más que a nadie, trató de convencerlo con su dulzura
característica: “Miles de mujeres salen a trabajar mi amor”. “Pero tú nunca tuviste
necesidad de traer dinero a casa. Tu único deber es ser la reina de nuestro hogar.
Eres mi Reina y Señora”, contestaba él, de tal manera que las mayúsculas
retumbaban en el aire.
Después del mediodía, Yoifran Arístides recogió la mesa, pero no tuvo ganas de
lavar los platos: “Después lo hago”. Su mujer comía en la oficina y él se encargaba
del almuerzo. No estaba acostumbrado a ello, pero trataba de acostumbrarse con
la posibilidad de disfrutar con sus hijos. Mientras él se dedicó a su profesión, casi
no los veía. Y ahora podía describir cada instante de la vida de sus hijos.
Se estremeció el día que se dio cuenta que no podía reconocer los pasos de cada
uno por la casa. Se juró nunca más volver a confundir la ropa de Yomber con la del
mayor, a pesar de la diferencia de edad. Todavía se avergüenza cuando recuerda
que a Yomber lo vistió con un mono deportivo marca “Adidas” que apenas le llegaba
al codo, y que Yoannelly estuvo dos días con zapatos, cuatro números más grandes.
Ese día quiso ver la novela cotidiana, que no le gustaba , pero lo entretenía. Prendió
la radio. Escuchó el bolero “Desencanto”, con la Billos Caracas Boys, en voz de
Felipe Pirela: “¡Qué desencanto más hondo/qué desencanto brutal!/ ¡Qué ganas de
echarse en el suelo, y ponerse a llorar!/ Cansado de ver la vida/que siempre se
burla/ y hace pedazos mi canto y mi fe/ La vida es tumba de ensueños/ con cruces
que, abiertas, preguntan / ¿pa' qué?”.
Se sirvió una cuba libre, porque sintió frío, a pesar del sol inclemente de la tarde
mariareña. El alcohol, al cual no estaba acostumbrado, le causó sofoco. Salió al
balcón. Desde el noveno piso, podía ver la calle sin inconvenientes.
Siempre había sufrido de vértigo. Por eso prefirió sentarse en los sillones de
mimbre, que a Yuleisy tanto le gustaban. Continuó saboreando el mítico Roncayolo
Córdova. Recordó que esa botella la trajo luego de la última gira de su equipo
guaireño, donde jugó por tantos años. ¿Cuánto tiempo había pasado? No lo
recordaba, tampoco quería hacerlo.
Quizo ser entrenador. Hizo el curso sin inconvenientes, pero conseguir trabajo era
una lucha más imposible que ganarle a los Tigres de Aragua. Sin embargo, una vez
lo llamó un viejo dirigente, quien en tiempos remotos, intentó llevarlo a Grandes
Ligas. La operación no se concretó por avatares del destino. El excapitán aceptó
inmediatamente la propuesta de managear en la liga colombiana. Luego de cuatro
partidos, Yoifran Arístides fue despedido. Nunca más tuvo chance, aunque se corría
la voz de su constante actualización, a través de discos blu-ray que sus compañeros
le mandaban de las Mayores.
Había juntado dinero con el beisbol. Su mujer era menos gastadora , y a él las
cosas le pintaban bien. Alguien le acercó un proyecto de inversión bachaquera. Un
socio inescrupuloso, llamado Wilfredo, lo dejó sólo con las deudas.
Buscó trabajo en cualquier otra actividad, pero la falta de oficio, experiencia y sus
más de 50 años, redujeron sus posibilidades. Pensó en reabrir el abastico de su
padre, fallecido cuando estaba siendo vapuleado por Tigres. Cuando estaba en eso,
la MUD abrió una franquicia estadounidense de supermercados en Mariara,
ejerciendo feroz monopolio en productos básicos de la canasta familiar. Otra
empresa frustrada en la vida del otrora aguerrido pitcher.
Creyó escuchar el aliento desde las gradas. Miles de fanáticos que le pedían otro
ponche. La música de la radio dejó de sonar. Escuchó a los aficionados con el
sonido que más quería: “ Yoifran Arístides compañero. El mejor pitcher del mundo
entero”. No era una ilusión óptica. Estaban allí. Al alcance de la mano. Miró hacia
abajo, y vio que su pantalón se había acortado. Ya no tenía zapatos de goma, sino
spikes de lanzador de beisbol. Su franela celeste clara se transformó en la camisa
de Tiburones de La Guaira, con los colores que siempre sintió pegados en su piel.
Yoifran Arístides se sintió pleno. Lleno de vida y pasión deportiva. Con el gusto a
triunfo que lo siguió por tantos años. Alzó los brazos saludando a los fanáticos. Miró
hacia abajo. El sol le quemaba los ojos. Igual que cuando se acercaba a las tribunas
para compartir triunfos y derrotas con la gente. Creyó ver banderas. En el tumulto
reconoció a Mónica “La Falconiana”, tamborera principal de la legendaria Samba
en el estadio. También estaba “La Catira”, bella solterona. Nunca se casó por miedo
a que un hombre le negara el gusto de ir a los estadios de pelota. También vio a su
padre, con la gorra de tiempos de la guerrilla de La Guaira. Y seguramente con las
medias sagradas de cuando debutó en el profesional.
De repente escuchó gritos. Los mismos que escuchó en series finales de
campeonato: “Vamos Yoifran Arístides. Lanza tu curvita envenenada para ponchar
a ese muerto. Aoooo. Aooooo”• Quiso correr del montículo hacia las gradas, pero
no encontró el alambrado. Aquella valla comercial capitalista, que no le dejaba
contacto directo con sus fanáticos, quienes clamaban su autógrafo. Al visualizarlo
en su imaginación, se trepó al igual que cuando Tiburones clasificó a semi-finales.
Subió con sus spikes marca “Nike” Vio a su padre, a Mónica, a La Catira, a María,
a Gilmer, a Elkinson, a Edicson y a José, vestidos con gorras, franelas y banderas
de Tiburones.
El frío del aire mientras caía, lo despertó del sueño. El impacto sobre el caliente
pavimento le hizo perder el conocimiento durante varias semanas. Fracturas
múltiples, cortes, moretones. “Lo peor pueden ser los golpes internos”, dijo el
médico cubano de Misión Barrio Adentro.
“Lo que pasa es que los ex peloteros no sabemos vivir apartados del diamante de
juego. Sin el guante, el bate y la caprichosa pelota de spalding. Sin el aliento de los
fanáticos. ¿Sabe doctor?, quienes nunca ganaron nada, seguramente sufren
menos. No saben lo que es ser reconocidos por la gente en la calle. Que te pidan
autógrafos. Que tus hijos muestren orgulloso las barajitas a sus compañeros de
colegio. Que su esposa no deba nada. Ni al bodeguero, ni a la tarjeta de crédito, ni
a la comadre, ni a nadie. Los que sabemos de eso, no somos nada sin un guante y
una pelota. El beisbol es nuestra razón existencial”, acotó “Alacrán”, otrora
antesalista de Tiburones, y compañero de Yoifran Arístides.
Dios debe ser fanático a la pelota, porque en tres meses, Yoifran Arístides despertó
de su sueño. Tiempos que a Yuleisy le parecieron eternos. No se separó de la cama
de su marido. Como si fuera la alambrada del estadio, donde sistemáticamente lo
alentaba en cada lanzamiento. Aceptó que su conyugue debía recibir ayuda
psicológica.
Ubicó los codos sobre sus rodillas, apoyó la cara sobre sus manos, y comenzó a
mirar y mirar. Hacia afuera y hacia adentro. Para recordar así, las hazañas sobre el
diamante de juego, del legendario Luis Aparicio, con su mirada altiva, pecho
erguido, gestos rebeldes, voz segura y permanente compromiso con la ética.
Siempre acompañando toda actitud que exige respeto con la dignidad de los
auténticos protagonistas del maravilloso mundo de la pelota criolla.
Tiene una influencia notable en su grupo, que le confiere seguridad y confianza. Sus
inigualables lances y habilidad natural para robar bases, decidieron
espectacularmente partidos importantes de todos los equipos donde jugó: “Me inicié
en el barrio, como cualquier chamo zuliano, jugando en la calle, en un sitio baldío
ubicado cerca de mi hogar. Jugaba a pura alpargata, porque no tenía para comprar
zapatos deportivos”.
En los primeros años de los ´40, Luisito integró los equipos infantiles de Valles
Fríos, ubicados en la parroquia de Santa Lucía, destacando rápidamente por la
calidad y elegancia para cubrir su posición favorita: el campocorto.
Con el paso del tiempo, el beisbol zuliano se mudó al Estadio Olímpico, donde el
quinceañero Aparicio, deslumbró a entrenadores y especialistas de todo el país, por
su gran capacidad de desplazamiento con la escuadra “La Deportiva”, siendo
llamado en 1953 a integrar la selección de Venezuela que jugaría el mundial en
Caracas. Allí, debió coger banca ante la presencia de prospectos con notables
cualidades en el shortstop.
Obligado a jugar en el jardín izquierdo, Aparicio con su buen juego, convenció a los
entendidos, que era un pelotero fuera de serie, llamado a trascender con su
habilidad, tiempos y espacios.
Completo como nadie, ganador siempre, dio todo por su escuadra, y exigió lo mejor
de sus compañeros. Fue un hombre sin soledades. Millonario en relaciones
humanistas, donde la caprichosa pelota de spalding se tornó en maravillosa excusa
para cultivar legendarias amistades. Su voz se escuchaba imperante sin
superposiciones, para pedir siempre la pelota, y dirigir a sus compañeros a la
victoria, sintiendo respeto y veneración por sus rivales.
Luis Ernesto Aparicio saborea su momento de gloria, con la fruición propia de los
que lucharon y sufrieron mucho para estar donde están.
Ya sé Pablo, que tú, que yo, que todos los amantes a la genuina esencia humanista
implícita en el beisbol, ambicionamos las alas libres del gorrión, el mágico billete
para un tren sin destino, la excitante incertidumbre de un camino largo sin final.
Sin embargo, hay otra rutina mi pana. Si quieres, llámala hábito. Si prefieres,
costumbre. Es aquella que entra a formar parte de tu vida, como los muebles de tu
habitación. Como aquella vieja y desvencijada pelota de spalding, que hace tanto
tiempo te acompaña en tus tertulias. Como ese tocadiscos tan antiguo, que a pesar
de sus ruidos, de su aspecto tan poco seductor, sin estereofonía de ningún tipo,
siempre tributa tu melodía preferida con la célebre Billos Caracas Boys, cantando:
“Magallanes será campeón”. Icónico long play de 33 rpm, compartido en tantas
noches de insomnio.
O como esa pretensión de biblioteca, sólo dedicada al beisbol, que una vez tuviste
la humorada de construirte con tus manos torpes, pero que, a pesar de todo, siguió
y sigue albergando tus viejos libros, ya un tanto deslomados. Como esas viejas
ediciones de “Magallanes, una travesía”, “Las Series Mundiales” o “Sandy Koufax y
yo”, de Giner García, Juan Vené y Humberto Acosta, respectivamente.
Pablo, estimado hermano. ¿Te das cuenta a qué clase de rutina me refiero? A la
que te somete, sí, pero no te asfixia, que no agobia. Que no irrita. Me refiero a ese
puñado de costumbres y hábitos, que concluyen por meterse dulcemente en tu vida.
Casi sin darte cuenta. Casi sin advertirlo.
¿Sabes por qué Pablito? Porque, aunque no lo mires, en la rutina de todos los días
adquieres conciencia. Tienes el hábito ya arraigado en ti. Que ahí en la pared que
da sobre la ventana, donde siempre estuvo. Donde tú lo ubicaste…..
¿Y sabes a qué conclusión llegué? A que este tipo de rutina, ligada al beisbol, es
paz espiritual, sosiego, tranquilidad, compañía. Y te digo más: llega a ser hasta
seguridad. Fíjate en lo siguiente. Yo llevaba más de 15 años comprándole la prensa
deportiva, a la misma vendedora de diarios. Y te digo Pablo, que hasta sin mirarla,
ya descontaba que era Doña Coromoto, ¿quién más?, ¿por qué otra persona? Los
“buenos días”, la entrega del dinero, los periódicos que siempre me apartaba. Todo
ese proceso, adquiría los ribetes de un hecho maquinal, previsto y cómplice.
Hasta ese día, en que, sin mirarla, como siempre, advertí que no estaba en el
quiosco. Y experimenté una especie de golpe, un tremendo desequilibrio. ¿Por
qué?, Porque Doña Coromoto, la vieja Coromoto, ya había entrado a formar parte
de mi vida, de mis mañanas. Como la callejuela que me lleva diariamente al
Terminal de Maracay, como el chiste cordial de Don Pepe, el gallego de los
cigarrillos. Como Doña Mónica, la vecina de siempre, quien de espaldas, mientras
cuida sus flores, me lanza el puntual e inefable comentario de todas las mañanas,
que alcanza la dimensión de saludo: “Buenos días. ¡Qué calorcito que hace, ¿no?!
Este solazo las tiene agarrada con mis maticas”.
Así que fíjate como Doña Coromoto, Don Pepe y Doña Mónica, se fueron nutriendo
de mi rutina, así como yo me nutro de la que ellos me dan.
Por eso te repito hermanazo. ¿Te digo a qué conclusión llegué? No, no es un chiste,
ni una pretensión de filosofía profunda, pero a mi juicio, uno de los fundamentos del
amor, es la rutina. Creo que el amor, se nutre de la rutina.
Cuesta decir adiós a los hábitos, a las costumbres que están arraigadas en tu vida.
Por eso, a ellos les costó pronunciar el adiós definitivo. Porque tuvieron que romper
con una dulce rutina y dejarla de frecuentar repentinamente. Aunque los fanáticos
pensemos que al agitar el pañuelo de la despedida, constituye una especie de
liberación, es justamente cuando comienza a encadenarse a esa pena de la
ausencia de los campos de juego.
Por eso, el marinero merodea los puertos. Por eso, los boxeadores recalan donde
alguna vez se calzaron los guantes, o soñaron con la ovación de los fanáticos. Por
eso, los beisbolistas quieren seguir jugando, y luchan más por quedarse, cuando
vislumbran la imperiosa necesidad de irse para siempre de los diamantes de juego.
Por eso, he visto a muchos antiguos actores, frecuentar los teatros y escenarios
donde albergaron las pasiones de su vida.
Hace algunos años, con motivo de una nota evocativa, asistí a un encuentro de
viejas glorias de Tigres de Aragua. Al rencontrarse, casi de inmediato, los ex
peloteros, acomodados en una bulliciosa mesa, comenzaron a llamarse por sus
icónicos apodos. Volvieron a aflorar las bromas, el relato de las jugadas y el picante
de algunas anécdotas. De a poco, habían regresado a sus más queridas rutinas.
Entonces, se alcanza la magia. Cuando todo parece volver a ser.
Apenas tenía 14 años, cuando Yubraska, quien ya tenía formas de mujer, luego de
mucho rogar, consiguió que su padre y sus dos hermanos, le ayudaran a cumplir su
gran sueño. Ella no era de ese tipo de chamitas caprichosas, que todo lo quieren. Y
aunque así fuera, no hubiera tenido éxito en su misión, porque sus padres no
transigían fácilmente ante deseos irracionales de sus hijos. Sólo insistía. Como la
mayoría de los chamos de hoy, y también debemos confesarlo, los de ayer, con la
marca de los jeans “Bebé” y las zapatillas “Adidas Sansón”, que se parecen pero no
son. Para lo demás, se adaptaba a las circunstancias sin protestar.
Su sueño no era material. Pero para acceder a él, hacía falta reunir el dinero
suficiente, para comprar unas entradas al beisbol. Ocurre que esta muchachita, lo
único que deseaba en la vida, era estar cerca del caballero que le quitaba el sueño.
Verlo. Quizás poder saludarlo. Esto era algo normal para su edad. Pero no era uno
de los compañeros de escuela, o alguien que conoció en un baile. Tampoco tenía
una edad afín a ella, sino el doble. Lo más llamativo de este señor, era su cuerpo
atlético, la ropa y el peinado a la moda y su aire de triunfador. Era sin duda, el
campocorto más importante del momento.
Aquella niña pensaba todo el día en él. Lo veía por todos los rincones, con su
frondoso pelo rubio y su cara de comercial “gerber”. Era su ídolo. La persona que
más admiraba. Por todas partes tenía fotos y afiches del icónico pelotero del
momento. En su habitación y en los cuadernos del colegio. Hasta compró un
portarretrato para colocarlo sobre su pupitre escolar.
Para ella, pensar en él y suspirar, eran una sola cosa. Este amor la convirtió en
compinche de sus hermanos, porque ella, quien jamás había cambiado los
programas de concursos televisivos, ahora no quería otra cosa que no fuera beisbol.
Todo lo que informara sobre “él”, cautivaba su atención.
Poco le importaba a ella, que este señor de caminar desenfadado, gruesas piernas
y poderosos brazos, fuera un recién casado muy feliz. Este amor irracional provocó
en su padre, reacciones más propias de los celos, que del puritanismo. A pesar del
respeto que le tenía, Yubraska no lo escuchaba. En cambio, su madre sonreía
cuando recordaba en silencio su ilusión de adolescente con los actores José
Bardina y Raúl Amundaray.
Gracias a unas utilidades decembrinas guardadas con recelo, ella iba a cumplir su
sueño. Su padre compró cinco plateas “palco terreno”, para llevar a toda la familia
al estadio de pelota. Jugaría el equipo del catire, cara de comercial “gerber”, contra
otro de poca convocatoria. Esto le permitiría a la niña, tener por cerca, a alguien
que conocía de memoria, aunque sólo por fotografías. Sus hermanos, fanáticos del
equipo del ídolo, querían ir a los bleachers, para poder despacharse a gusto en
insultos hacia el árbitro y equipo rival, sin la vigilancia de los mayores. Pero papá
dijo: “Todos juntos o nada”. Y los muchachos aceptaron.
Toda la familia gustaba del beisbol, pero ella era la invitada de honor. Había que
buscar su comodidad y seguridad. Cuando Yubraska se enteró que iban al partido,
no pudo concentrarse en más nada. Se lo contó a sus amiguitas del colegio. Olvidó
la prueba de biología avisada con una semana de antelación por el profesor
“Coyote”.
Era la primera vez que iría a un estadio, y lo más importante era que ahí estaría el
mediático shortstop . La niña soñaba despierta con la posibilidad que el rubio de
cara linda y fuertes brazos, podría verla. Y sobre todo sentir que no había nadie que
pudiera estar más cerca de su alma que ella.
Cuando llegó el gran día, el sol la ayudó a que pudiera lucir con orgullo la camisa
de la divisa local, con el número del ídolo en la espalda, y un prendedor con su foto.
También llevó una pequeña bandera, y estaba prolijamente peinada como si fuera
a esa cita que se tiene una sola vez en la vida.
Se sintió un poco afligida cuando se dio cuenta que no podría acercarse al autobús
que transportaba a su ídolo. Y mucho más al notar que su ubicación no estaba
demasiado cerca del campo de juego. Sin embargo, todo aquello se borró cuando
entre una nube de gritos ensordecedores, lo distinguió. No pudo oír los cánticos ni
el estruendo de los fuegos artificiales. Sólo escuchó los latidos de su corazón e
imaginó los del estelar campocorto.
Lo siguió con la mirada. Como es obvio, él no pudo notarlo. Todo lo que ella veía
por televisión cada fin de semana, se le puso delante. Aunque la distancia lo hacía
menos nítido que las pantallas de televisión.
Él se persignó después de pisar el terreno de juego. Trotó ágilmente hacia las
cercanías del montículo, y levantó los brazos para saludar. Ella no pudo darse
cuenta si los demás jugadores hicieron lo mismo, porque sólo veía a él, y sentía que
en el mundo no había nadie más que ellos dos. Aunque nada entendía de técnica
deportiva, igual pudo percatarse que esa tarde no fue feliz para “El Ídolo”
La miraron con descaro y le dijeron: “Ese es un jugador mediocre. Dile que se corte
el pelo para que se le aclaren las ideas y piense un poco menos con la pinta, que
con ello no se ganan partidos”.
Ella no los escuchó porque su atención continuó sobre “El Ídolo”. Hasta que tomó
conciencia de la realidad.
Al terminar el partido, sintió los silbidos. Apreció la imagen que reflejan los
derrotados. En ese momento, una furtiva lágrima corrió por su mejilla. Todavía no
sabe si fue por la derrota de su adorado equipo, o por darse cuenta que su ídolo, de
cabeza gacha y andar despacio, seguía siendo el rubio cara de comercial gerber.
Comprendió que él, era mucho más que una foto que adornaba su habitación. Era
un hombre que sufría. Se equivocaba y perdía al igual que ayer ganaba. Y eso le
dio miedo. 14 años no son muchos a la hora de ver la realidad.
A esa edad lo mejor es soñar. Su madre le tomó la mano y no le dijo nada. Ella se
mantuvo en silencio hasta la mañana siguiente, cuando al salir para el colegio, se
dio cuenta de que “El Ídolo” le sonreía desde la foto de la revista deportiva, pegada
en su libro de matemáticas.
Pero también sabía que ese amor puro e ideal que se siente a los 14 años, no se
derrumba así nomás. Que no hay realidad que lo venza. El amor de Yubraska, no
era ante un muchacho cualquiera. Sino ante alguien capaz de conmover multitudes
y capaz de sacar a su equipo campeón. Su amor estaba dirigido hacia un ídolo cara
de comercial gerber. Hacia alguien que solo puede verse en fotos o sueños, pero
que ni el tiempo ni la realidad permiten olvidar jamás.
Cara de niño y juego de hombre. Mando adulto y actitud ingenua. Llegó al beisbol
y fue ídolo. No había otra alternativa. Al graduarse de bachiller, David integró la
escuadra aficionada de “Vengas”, en la cual, sus engarces de feria, propiciaron su
transferencia a la novena CADAFE de clase AA, para participar en el campeonato
Nacional de 1967, donde destacó entre los mejores torpederos ofensivos y
defensivos del certamen amateur.
Recuerdo su postura, grito, visión de juego para atacar la pelota. Su peculiar forma
de fildear y su largo e interminable tiro hacia primera base. La velocidad mental y
física, para resolver desde atrás del diamante de juego los peculiares caprichos de
la blanca y pequeña esférica.
Así era Concepción, un jugador asombroso, capaz de recorrer gran porción del
terreno a la misma velocidad de la pelota, apoyado en sus piernas obedientes y
corazón generoso.
Con el paso del tiempo, David representa una imagen de conceptos éticos de vida,
como la fe repetida de quien espera confiado su triunfo.
Para que, entre picheos y batazos, te desinformes con placer, te alienes, te disocies
y sobre todo, que consumas a diario, pequeñas raciones de odio consumado contra
la Revolución Bolivariana, que te lleven a la postre, a avalar perversas intentonas
golpistas y macabros saboteos contra nuestra amada Patria.
Todo esto Pablo, es mucho más profundo de lo que piensas. Aunque te creas en
más damnificado, el más postergado de todos, eres el personaje más importante
del beisbol de las Mayores. Porque, como te lo demostré con tantos ejemplos, toda
la industria de Grandes Ligas y la pelota del Caribe, gira a tu alrededor.
Tú eres, a fin de cuentas, el epicentro de todo un movimiento multimillonario, de
toda una dinámica mercantilista, de toda una monstruosa maquinaria capitalista,
mediática, alienante y generadora de matrices de opinión.
En Grandes Ligas, nada se hace sin pensar en ti. Los boletos del metro, los
autobuses, teléfonos celulares, tarjetas de crédito con el logo de tu equipo, los
impuestos, la comida chatarra que ingieres en el estadio, las pancartas que
muestran la imagen de los millonarios Mike Trout, Bryan Harper o Manny “Orejitas”
Machado, o de nuestros compatriotas Miguel Cabrera, José Altuve o Ronald Acuña
Jr, la nueva joya de mercadeo deportivo, promocionando reconocidas marcas de
indumentarias deportivas que ni ellos usan, a cambio de suculentos y verdes
dólares.
No te rías Pablo. Es como te digo. ¿No viste en los estadios de beisbol, las ofertas
en cervezas, perros calientes, hamburguesas y cotufas?, ¿Y eso para quién es?
Para ti mi pana, para que te beneficies con sus precios.
Esto significa hermano, que mientras a diario cumples con tus obligaciones
laborales, mientras comes, duermes o paseas por icónicos centros comerciales, hay
mucha gente y una gigantesca industria capitalista que piensa en ti. Que no invierte
ni un solo dólar, que no toma ni la más minúscula determinación comercial, sin medir
antes, tu relación con todos los entornos posibles.
Cuesta entenderlo tal vez, pero con un recurso más gráfico, lo comprenderás mejor.
Pasas hoy, a golpe de mediodía por una vidriera, donde apreciaste diez maniquíes
luciendo nuevos modelos del uniforme que utiliza el beisbolista mediático Bryce
Harper de Filis de Filadelfia.
Mañana, pasas a las 11 am, y te encuentras con otra vidriera. Los mismos
maniquíes, que como por arte de magia, visten ahora jerséis, guantes y gorras de
Ronald Acuña Jr. ¿Cuál es el fenómeno?, ¿Serán los fantasmas? No Pablito, fueron
expertos en mercadeo, que permanecieron en vigilia trabajando para ti, mientras
dormías plácidamente en tu hogar.
Así son las cosas, mi apreciado fanático a la pelota. Aunque te cueste admitirlo,
eres la niña codiciada de la sociedad de consumo. No te ignoran. Nadie te ignora.
Todo lo que se fabrica es para ti. Todo lo que se vende es para ti. Todo lo que
mienten tristes personajes del periodismo deportivo, es para ti. Todo lo que se
escribe para prensa, radio, revistas o televisión, relacionado con el mágico mundo
del beisbol, está diseñado para ti.
Siempre así Pablo. Como los neones de la publicidad que te acribillan en zonas
aledañas a los centros comerciales de Maracay. Sólo falta aquel vendedor
“papeado”, que hace algunos años voceaba “la mercadería” marca Adidas Sansón,
que se parecen pero no son, en sórdidos umbrales de icónicos tarantines de la
avenida Bolívar de la Ciudad Jardín: “Pase, pase, Meta la mano, mata la mano, todo
a cien bolos”.
¡Pase, pase mi pana! Siempre hay algo para ti. Para que de una buena vez
adquieras conciencia de que no eres un postergado. Ni mucho menos un olvidado.
Que hay muchos empresarios capitalistas pensando y “preocupándose” por ti. Toda
la industria de Grandes Ligas te acompaña a diario, haya o no juego de pelota, como
se estila decir en la solemnidad de los discursos.
Hasta la demagogia es para ti. Esa demagogia capitalista “made in USA”, cada vez
más perfeccionada, diabólica, cruel, despiadada e insensible.
Hasta la voz almibarada del recordado mercader papeado, que te desliza al oído la
calidad de su última oferta, en esa vidriera, con la temática de Miguel Cabrera, que
te preparó especialmente para tu nuevo día. Mientras dormías plácidamente.
Me dispongo a contarles historias reales que me ha tocado vivir. Estoy seguro que
muchos lectores se sentirán identificados con ellas. Con la emoción y el orgullo que
significa ser venezolano en este mundo.
Andaba un día con aspecto de mochilero, luego de largas caminatas, dando vueltas
por Bruselas. Como a pesar de amar el beisbol, soy venezolano por donde se me
mire, no pude evitar entrar a comprar alguna de esas cosas inservibles que se traen
de recuerdo, para impresionar a los panitas del barrio. El vendedor me miró
asombrado. Estaba alarmado por mi apariencia. Y antes que continuara con su
soberbia actitud de portero de discoteca valenciana, lo saludé con mi mejor inglés
y máxima cortesía.
¿You are venezuelan? ¿The country of the best beisbol of the world?. Juro que en
ese momento, se me aflojaron las lágrimas. Ese hombre consideraba a nuestro
país, el mejor del universo en materia beisbolera. Tuve ganas de comprarle la
tienda, pero hubiera tenido que volverme nadando a Maracay. Mi estado físico no
daba para tanto.
Y con el mayor respeto al Rey David, a quien admiro de corazón, le respondi: “Él
es aragüeño, igual que yo. Y tú eres de aquí, ¿me podrías decir de algún gringo que
no se drogue? El fanático se puso morado de la vergüenza.
Se dio cuenta que su comentario no había sido feliz, y se disculpó en el acto. Luego
confesó que admiraba nuestro beisbol, y que la vida personal de los deportistas, no
deberían importarle. Envalentonado le dije: “Pregúntele a los estadounidenses si
han visto algún bateador mejor que Miguelito Cabrera. Él es maracayero como yo”.
Mientras sentía que la franela vinotinto se me aferraba a la piel.
Durante las vacaciones, tuve una experiencia mucho más linda. Conocí a un grupo
de japoneses. Al enterarse de mi nacionalidad, y mi ignorancia de su idioma,
intentaron hablar conmigo de alguna manera. Sabrá Dios qué me decían. Pero en
medio de palabras impronunciables, que ni siquiera recuerdo, escuché un nombre
que me sonó familiar: “Samurai Álex Cabrera”.
Un colega cubano me contó que durante una visita a Valencia, le regalaron una
gorra de Navegantes, que luce en su país en momentos importantes. Le han pedido
sacarse fotos para demostrar que fanáticos bucaneros hay en todas partes del
mundo.
Aquel domingo, como casi todos los domingos, un viejo fanático a la pelota criolla,
estaba sentado frente al televisor, en la sencilla salita de su casa, ubicada en el
barrio Buenos Aires en Barcelona, zona norte de Anzoátegui, acompañado de sus
cuatro nietos, más beisboleros que el abuelo. Tenían la mirada fija en la pantalla,
que mostraba lo mejor de la jornada deportiva.
De repente, el ambiente se llenó con la voz de Emilio “El Indio” Cueche, uno de los
grandes lanzadores en la historia del beisbol venezolano, quien propicia una cita
cómplice con los aficionados, renovando un encuentro furtivo, casi clandestino.
Aunque el escenario de amor sea siempre su barrio natal, de paredes
descascaradas, donde los grises se mezclan con el desgastado rosa de la pintura
añeja. Calles que alternan el cemento con la tierra agrietada por el sol y el calor.
Barrio de gente humilde, pero aferrada a la esperanza de un porvenir algo mejor.
Barrio que no conoce de aires acondicionados, piscinas o confort. Sólo sabe de
esfuerzos, privaciones, diario esfuerzo y pelota criolla. Barrio de canchas
desniveladas, donde para coger un rolincito, era necesario gambetear montes,
botellas rotas , latas y cauchos viejos. “El Indio” recuerda aquel aire de presente
pobre y mañana de ilusión.
En una humilde casita, erguida en la zona céntrica, nació este moreno robusto, pelo
malo, ojos azabache y gesto pícaro. La verdadera estrella del barrio. Emilio Cueche
es un tipo tranquilo, de hablar pausado, que piensa hasta en los pasos que va a dar.
De esos que uno siempre quiere como amigo, por no enojarse nunca.
Los Dioses eternos, quienes navegan por otras altitudes y diferentes meridianos,
confirman que “El Indio”, nunca se ha marchado del corazón del Pueblo.
Desde niño, concibió al beisbol, como su mejor amigo. Cómplice de sueños que
invitaban a la gloria deportiva. Instrumento para drenar terribles injusticias sociales
cometidas por el perverso capitalismo contra comunidades populares, cada vez que
debía engañar el estómago con suculentos mangos de una frondosa mata ubicada
en las adyacencias de un campito donde se formaban inolvidables caimaneras.
Mientras tanto, su madre echaba más agua a la sopa, fiel a la filosofía familiar:
“Donde papean cuatro chamos, papean seis”.
Nunca ocultó nada de cuanto sabía. Y con la sencillez propia de los grandes, regaló
todo a manos llenas, porque moldeado en la Universidad de la Vida, Cueche es un
hidalgo de nobleza, sencillez e ingenuidad. Pitcheó ayer, pero sus lanzamientos no
se apagarán jamás. Ni hoy ni nunca. Haciendo posible recrear inolvidables historias
populares, increíbles pero ciertas.
Emilio es el personaje ideal para todos los actos propios de la vida. Juez inexorable,
censor rígido. Fiel a los principios trazados para juzgar las actitudes humanas. Más
amante de la ética que de la estética, no admite pretextos ni subterfugios. Mucho
menos cae en rectificaciones frecuentes.
Fui, soy y seré fanático del legendario lanzador anzoatiguense. Nunca admitiría ser
un simple simpatizante. Esa cosa híbrida, lavada, sin vibración, sin nervio. Sin el
fuego sagrado del entusiasmo, angustia, goce y entrega total.
“El Indio” Cueche es una canción de amor presente y esperanza eterna, capaz de
convocar a hidalgos merodeadores de gloria permanente, que rodean y abrazan
esta escalada hacia el recuerdo. Enamorando a los fanáticos al crear un increíble
feeling de ida y vuelta, que no admite cuestionamientos, romances ciegos ni
reproches.
El viejo fanático a la pelota criolla, apagó el televisor y cobijó a sus nietos mientras
exclamaba: “Las noches de beisbol tienen sabor a romance, aroma a El Indio
Cueche”.
EL MARAVILLOSO MUNDO DE LOS FANÁTICOS BEISBOLEROS
Por eso, los fanáticos podrán cambiar de pareja, pero jamás de equipo. Lo atractivo
del beisbol, es que la gente se siente protagonista. Sobre todo quien acude a los
estadios. No es una adhesión similar al espectador de cine o teatro.
Hay un pensamiento general: Si viste o escuchaste un partido completo, así sea por
televisión o radio, tienes la sensación que algo mágico sucedió en tu vida. Los
fanáticos responden “ganamos” o “perdimos” en primera persona del plural. Se
produce un fortísimo sentimiento de identidad con la escuadra de tus amores, una
maravillosa continuidad o “pacto secreto” entre los jugadores y la gente. Llegan a
compartir una infinidad de códigos filosóficos existenciales, vivenciales y deportivos.
La identidad de los equipos se refuerza por las comunidades.
Llegó la hora de ponernos la gorra o franela de nuestro equipo favorito, porque los
umpiers emitieron el ansiado sonido de “play ball” en las Mayores.
Pero también cabe preguntarnos los significados del beisbol en la vida de los
fanáticos. ¿Una novela con sobrecarga de emociones entrañablemente fuertes?,
¿Un laberinto de pasiones incendiarias?, ¿Una historia atrapante con perfiles
heroicos?, ¿Un recorrido a la noche de las noches y a los senderos del placer?, ¿Un
relato de Ciencia Ficción, atado a mil aventuras con final abierto? Todo eso, y quizás
mucho más.
La memoria colectiva dirá que acaba de comenzar “con todos los hierros”, la
temporada de Grandes Ligas. Esa misma memoria colectiva, también dirá, que los
fanáticos unirán historias para completar una inolvidable obra maestra del deporte,
que puede ser novela, relato, cuento, anécdota, laberinto, juego, cielo o infierno,
mientras se regodean en el placer causado por la pelotica de spalding. Verdadero
placer de Dioses.
Mientras tanto, la camada de jugadores criollos, están más vivos y ansiosos que
nunca. Sedientos de glorias sin tiempo. Encendidas por el fuego de arriba y las
brasas de abajo. Porque es allí, en los diamantes de juego, donde germinan las
ilusiones que impactan de lleno en corazones trepidantes.
Llegó el mes de febrero, y para los fanáticos al maravilloso mundo del beisbol, este
no representa un mes más en los doce del calendario. Ni siquiera un mes común y
corriente. Arribamos al mes de la Serie del Caribe, donde se renuevan sueños,
pasiones y esperanzas. Mes de gloria para los venezolanos, cuando cada evento
donde participe el flamante campeón de la LVBP, la sentimos como el comienzo de
una nueva ilusión.
Sin discusión, la mayoría de los venezolanos, hemos, aunque sea una vez, sentido
con el corazón, la genuina esencia humanista y deportiva de la Serie del Caribe. Su
peculiar significado para nosotros. Es algo más que un simple evento deportivo
continental o una pasión de multitudes.
Creo, sin temor a equivocarme, que el beisbol somos nosotros: los fanáticos. Acaso
,¿Quién no se levantó de su asiento, gritando hasta enrojecer la garganta, el día
que Mitchell Paige conectó soberbio cuadrangular a México para guiar al
Magallanes a conquistar su segundo cetro caribeño?, ¿Quién no saltó de su cómodo
sillón, queriendo abrazar a Francisco Buttó o a Víctor Moreno, luego de anotarse
alguno de sus icónicos e inolvidables ponches, que catapultaron a Tigres de Aragua,
hacia el reconocimiento internacional?, ¿Quién no se siente ofendido cuando
nuestro himno es silbado?, ¿Quien no quiso consolar a los jugadores de
Cardenales, luego de ser sorpresivamente eliminados en la pasada Serie? Si hay
alguno. Por favor, que arroje la primera piedra.
Pero entre esa multitud de compatriotas, la mayoría no son hombres, sino que son
mujeres venezolanas, como el nombre de nuestra amada Patria. Porque aunque
esto le pese a muchos “machistas”, nuestro país tiene nombre de mujer, como la
mayoría de los que componen el planeta Tierra. Por estas razones, pretendo desde
hace algún tiempo, mostrar en estos escritos, que el beisbol, igual que la vida, se
compone y basa en un bello y delicado equilibrio, como es el representado por
hombres y mujeres.
Debemos tener en cuenta, que no habría beisbol sino hubiera una madre abnegada,
que lavara las franelas luego de un partido jugado en algún potrero o sitio baldío. Y
una esposa, capaz de preparar un suculento y apetitoso sancocho o mondongo,
para luego ir en familia al Estadio. En ese ir y venir, entre el lavarropas y la cocina,
cada mujer aprende a amar algo que quizás, nunca llegará a conocer en su
totalidad, las reglas que rigen la pelota.
Son pocas las mujeres que sentirán alguna vez la emoción de batear un jonrón, o
el dolor de poncharse con tres en base y dos outs en el noveno inning. Pero eso no
se torna en limitante, para compartir sus emociones con los seres amados y
queridos: padres, hijos, amigos. Afortunadamente, la Naturaleza quiso, que seamos
distintos pero no enemigos.
Ni siquiera una icónica telenovela, al estilo de “Por estas calles”, o una película de
Brad Pitt, provocará en las féminas tanta emoción.
Entonces, ¿Qué pensarán hacer los caballeros durante las finales de la LVBP, Serie
del Caribe o Clásico Mundial?, ¿Compartimos la pantalla junto con alegrías y
tristezas (ojalá que no existan),o continuamos con la crítica destructiva? Piénselo
bien. Acaso, ¿no le gustaría gritar un batazo de Miguel Cabrera, teniendo a su mujer
sentada en sus rodillas? Aproveche ahora, porque después puede ser difícil que ella
lo acompañe siquiera a un partido entre el personal de la empresa donde usted
labora.
El beisbol somos todos nosotros. Y por él, nos olvidamos de comer y dormir. Por
eso, aboguemos porque hombres y mujeres, simplemente podamos disfrutar, sin
importar alguna supuesta “ignorancia” sobre alguna técnica, reglamento, táctica o
nombre de jugadores. Ellas, con su supuesto amateurismo en estas lides, pueden
emocionarse en cada evento, tanto como nosotros. En igualdad de condiciones.
Ellas pensarán lo mismo de nosotros, cuando nos ponemos el delantal en la cocina,
y decimos: “Tranquila Mami. Hoy cocino yo”.
Todas aquellas pequeñas cosas, un día comienzan a fallar. De manera tan, tan
solapada, que uno tarda en descubrir como a partir de un ínfimo detalle, vamos de
cabeza a una hecatombe existencial. Por ejemplo, se quema el bombillo del
dormitorio. La lógica indica que no hay nada más fácil que cambiarlo. Si no fuera
porque el techo está a seis metros de altura, y la única escalera del hogar, está
absolutamente podrida. Eso me provoca una amarga reflexión: Si no fuera tan
enano, llegaría montándome en par de sillas”. Descubro la tristeza de pensar con
tanto rencor, sobre mi rica herencia genética.
Así que para cambiar el maldito bombillo, llamo a mi sobrino. Joven, fornido y
entusiasta jugador de rugby, capaz de perder toda su fiereza y valentía, al tener que
montarse en una escalera podrida.
Mientras espero, me machuco las rodillas mientras choco a oscuras con los
muebles, en busca de otro interruptor eléctrico. Finalmente, memorizo la marcha e
incremento mi poder en la oscuridad, y con un poco de suerte llego a la cocina y
logro encender una famélica velita, no sin antes tropezar y tirar al piso el televisor
plasma recién comprado con el aguinaldo decembrino.
En mi periplo también rompí el blu-ray, el equipo de sonido y la computadora.
Asimismo, pisé la patineta de mi sobrina, y caí con la vela encendida, directamente
al piso, golpeándome fuertemente la cabeza.
Entiendo que no todo está perdido en la vida, y convenzo a mi geva, que ella
también puede ayudarme, y prestarme las pilas de su walkman para poder escuchar
la final Tigres vs Magallanes. Tengo pensado divorciarme por motivos más nobles
que un maldito y detestable bombillito quemado y un partido de pelota.
Más tarde, nos quedamos sin luz en la sala. “Esta vez no me vencerá el infortunio”,
pensé. A los pocos minutos se reventó la lamparita de pie del comedor. Mientras
otro bombillito se apaga, siento cómo las tinieblas descienden sobre mi corazón. Y
me dan ganas de mudarme al ártico, donde según he leído, no anochece nunca.
Así se desata otra formidable historia conyugal, del más hollywoodense y épico
nivel. Llega el momento de amontonar trapos en el piso, para que el agua no corra
por el comedor y las habitaciones. Comienza el ajetreo en busca de los plomeros.
Tengo la sensación que una multitud de extraterrestres pasan por mi baño. Dan
costosos presupuestos y vaticinios, antes de desaparecer para siempre.
Recuerdo con particular rencor, a uno que llamaba cada 30 minutos, anunciando
que ya volvía con sus herramientas. Hicimos guardias hasta enloquecer. Jamás
apareció. A lo mejor ganó el Kino o se mudó al Polo Sur. La verdad, espero que lo
haya aplastado un vehículo.
Así de débil se pone el corazón, cuando cada noche al levantarme, me hundo hasta
el tobillo en un charco de agua en plena oscuridad. Mientras nuestras vidas se
tornan un triste estrujar de trapos empapados, ni los más sórdidos reproches cunden
entre mi geva y yo.
Al rato se descompuso el calentador de agua. La penuria de lo que aconteció de
aquí en adelante, prefiero dejarlo en lo más recóndito de la intimidad. ¿Es que acaso
a usted no le pasó nunca algo parecido?
Cada uno de nosotros debe emprender campaña para terminar con viejos slogans
capitalistas que identifican la felicidad con el consumo de determinados productos
o mercancías, entre ellas drogas y alcohol. Debemos trascender sensaciones de
culpabilidad, y remplazarlas por generosas cuotas de responsabilidad. La
responsabilidad de la acción no termina cuando alguien reconoce su problema de
adicción. Ese es el final de la historia. Tenemos que empezar a actuar cuanto antes.
Aunque, lamentablemente la lista es muy larga, vale la pena hacer un recorrido por
algunos casos trascendentes, en el deseo sincero que no se sumen nuevos casos.
En abril de 1980, siendo aún campeón del mundo, Antonio Cervantes “Kid
Pambelé”, fue detenido por posesión de estupefacientes. Portaba armas de fuego y
estaba en completo estado de ebriedad. Al poco tiempo fue declarado persona “no
grata”en centros nocturnos de Caracas y Maracay, ciudades donde desarrolló la
mayor parte de su trayectoria boxística: “Siempre es igual. Uno toma ron y más ron.
Entonces, como tienes la cartera full billete, te ofrecen comprar un cigarrillo de
marihuana. Tú lo pruebas. Te gusta y te vuelves marihuanero. Después te ofrecerán
cocaína en polvo, que cuesta diez veces más, pero te hace sentir en otro mundo,
más fuerte y poderoso. Pareces más hombre. A mí siempre me encantaron las
mujeres. Llegué a tener cinco para mí solo en una noche. Me sentía el dueño del
mundo. Después de la coca, viene todo: heroína, LSD y lo que venga”.
Durante su crisis más dura, Pambelé perdió la totalidad de su fortuna. Llegó a pesar
47 kilos ( contra 64 cuando boxeaba). Se caía en la calle. No se le entendía cuando
hablaba: “Al dejar el pugilismo, el presidente de Colombia, Belisario Betancur me
ofreció un cargo. Al enterarse que yo era drogadicto, me retiró la propuesta. Nadie
más se ocupó de mí. A ninguno le interesó de mi vida”.
Ganó medalla de oro en las Olimpíadas Barcelona ´92. Fue la semi-finalista más
joven de la historia del Roland Garros. En 1993, luego de ser eliminada en el Abierto
de Estados Unidos, Jennifer anunció su retiro momentáneo del circuito profesional,
para culminar sus estudios de secundaria.
Allí comenzó el caos. Las malas compañías la acercaron al macabro mundo de las
drogas. Se separó de su familia. Se mudó a un apartamento en Boca Ratón.
Comenzó a engordar copiosamente, y tuvo su primera aparición en las páginas
policiales, al robar un anillo de 15 dólares.
La hecatombe llegaría poco tiempo después, al ser detenida en un apartamento en
Miami. La ex-niña prodigio del tenis mundial, estaba tendida en la cama, con 800
gramos de marihuana en un bolso, junto a dos jóvenes totalmente drogados.
La pequeña fiesta había comenzado dos días antes. La pequeña Jennifer había
consumido un coctel explosivo de crack, calmantes, marihuana y alcohol.
A los 44 años de edad, y luego de frustrados intentos por volver a las canchas de
tenis, Jennifer Capriati intenta transformar sus tristes episodios con las drogas y el
alcohol, en simples malos recuerdos, que jamás volverán a su vida.
LA PICARDÍA CARIBE DE LUIS “CAMALEÓN” GARCÍA
Las empedradas calles de Carúpano, hacia mediados de los años 30 del siglo
pasado, fueron partícipes de los sueños beisboleros del pequeñín Luis García, quien
jugando chapitas y pelotica de goma, adquirió notable capacidad para adelantarse
a las jugadas, previendo el rebote de la esférica con el cordón de la vereda, o con
alguna piedrita atravesada, causante de acaloradas discusiones beisboleras.
Esta clase de jugadas, fomentó su fanatismo por la pelota caribe, llena de picardía
y simbología del gentilicio venezolano, que propiciaría algunos años después, el
nacimiento de “Camaleón”, apodo adquirido por el sucrense, gracias a su destreza
defendiendo la tercera base de Navegantes del Magallanes, equipo de sus amores,
donde debutó el 17 de noviembre de 1949, al sustituir en la esquina caliente, a la
estrella turca, Humberto “Pipita” Leal, para comenzar así, una gloriosa carrera
deportiva, y consolidándose en genuino ícono del beisbol nacional.
Iluminado por la magia reflejada por sus anhelos, se calzó el viejo guante, traído
desde Carúpano, y realizó tres notables atrapadas en la raya de cal de la esquina
caliente, para comenzar a escribir una hermosa página en la historia del beisbol
venezolano.
En la entrada siguiente, García tomó su primer turno al bate, nada más y nada
menos, que ante Alejandro “El Patón” Carrasquel, primer pelotero venezolano en
llegar a Grandes Ligas, quien intentó amedrentar el ímpetu del joven antesalista
carupanero, con un slider directo a la cabeza, que llevó a García al piso.
“¿Estás loco? No ves que vengo del monte y estoy debutando en la pelota
profesional’”? Increpó “Camaleón” al pitcher de los lupulosos, quien masticando su
consabida bola de tabaco, contestó: “Párate y batea. No seas miedoso, carajito”.
Palabras que estremecieron el amor propio del sucrense. Al siguiente lanzamiento,
le conectó soberbio cuadrangular por lo más lejano del center field, para de
inmediato meterse en el bolsillo a la fanaticada de Navegantes del Magallanes y a
su estratega Lázaro Salazar, quien le otorgó la titularidad absoluta en la tercera
almohadilla.
Las fama del carupanero, llegó a oídos de busca talentos de Grandes Ligas,
quienes en 1951, lo invitaron a probarse en varios equipos del sur de Estados
Unidos: “No me gustó en absoluto, el racismo que experimenté en el Norte. Donde
los peloteros negros y latinos, debíamos comer dentro del autobús, porque no nos
dejaban entrar a los restaurantes destinados a gente blanca. Lo mismo ocurría en
los campos de juego, donde había bebedores de agua sólo para negros y latinos.
Entonces, me pregunté: Si los gringos, cuando vienen a jugar pelota a Venezuela,
se les brindan hoteles de 5 estrellas, y se les da todo tipo de facilidades con el
idioma y la comida, entonces ¿por qué tengo que calarme estas humillaciones?,
que se queden con sus bojotes de dólares y Ligas Mayores, que yo me regreso a
mi Patria, a disfrutar del maravilloso mundo del beisbol”, acotó Luis Camaleón
García al programa La Voz del Fanático.
Los jugadores discutían con los puños crispados. Se advertían los salivazos del
insulto. Desde las tribunas partían las blasfemias, en un tumulto de gestos duros,
ojos desencajados y amenazas por doquier. La pelota que vuelve a jugarse. El
guantazo adrede que todo lo interrumpe arteramente. La tángana en ciernes.
Insultos, empujones, avalanchas. Policías. Umpier acusado. Beisbolistas que
abandonan el estadio.
Uno más amable, pretendió aclarar que la incentivación, en cierto modo, no hace
más que estimular para el triunfo. Otro le respondió que se trata de prostitución y
no incentivación.
La pelota de spalding no estaba. Allí no está nunca. Allí son las oficinas del beisbol
Donde se legislan las Grandes Ligas. Donde se sortean los fixtures de los
campeonatos. Donde también se sortean los árbitros. Donde funciona el tribunal de
penas. Allí la pelota nunca está. Además, si estuviera, no la dejarían jugar. No
podría jugar.
¿Y la pelota?, ¿Qué dirá la pelota? Las cosas que se hacen en tu nombre. Política,
poder, dinero, afición, negociado, cargos públicos, estatus social, gangsters, mafias,
la pelota de spalding…….
Oda la pelota de spalding: “Siempre estrás allí. Siempre esperando. Mansa, pura y
candorosa, como son los sueños de aquel chamito, que te descubrió juguete, en
la almohada azul de sus ternuras. Porque llegaste con ese destino de hada
generosa, para ponerle alas a la esperanza, de ese arisco gorrión de los baldíos.
Como un enamorado, ambicionó descubrirte en tus más ricos secretos. Siempre
estrás allí. Siempre esperando. Siempre olvidada. Cuando el bullicio de la fiesta
cesa. Cuando el eco de los gritos se silencia. Estarás allí. Esperando al chamo de
la historia, Tú que nunca supiste de triunfos y derrotas. Tú, que nunca supiste de
éxitos y fracasos. Tú que solo naciste para vivir jugando”.
Volvió la magia beisbolera de Jesús Méndez con Tigres de Aragua. Volvió la vida.
Volvieron a latir los corazones. Volvieron a ensancharse las sonrisas. Volvieron a
brotar de las gargantas roncas, los cantos casi olvidados de las horas felices de
los fanáticos. Volvieron a asomar de los ojos enrojecidos por la frustración deportiva,
las lágrimas de la alegría. Volvió el beisbol, la pelota caribe. Volvieron los tiempos
gloriosos de aquellos lejanos campeonatos.
Sale “El Chalao” del Estadio José Pérez Colmenares, cuando de pronto, por detrás
de la puerta del vestuario, aparecen los fervorosos fanáticos a la genuina esencia
de la pelota criolla. Aquellos de pantalones grises, azules y jeans raídos. Los del
alma en el puño y el pecho tajeado que ofrece el corazón. Con los colores tigreros
sobre la piel.
Mira, Mira los dos primeros rayos de luz, como tocan de color a las palomas que
parecen sombreros. Y ahora, abarcan al mar como una bandera. Buenos días.
Buenos días. He visto un soberbio amanecer beisbolero.
Y cuando anochezca, por la ribera de tu sabana vendrá “El Chalao” Méndez. Con
un toque y coros de “olés” para desvelar el corazón. Loco como un acróbata
demente, saltará sobre tu pecho y sentirás que enloqueció tu corazón. Viva el
beisbol.
ENSEÑANZAS QUE NOS DEJÓ LA SERIE DEL CARIBE 2019
Quien crea que con sólo convocar a buenos jugadores se arregla todo, se equivoca
rotundamente. Para aspirar a ganar nuevamente una Serie del Caribe, hay que
comenzar a ordenar la cosa desde arriba. Y solo entonces, no viviremos nunca más,
ese clima turbio y desorganizado que envuelve últimamente a nuestros
representantes al icónico torneo.
Llegué a la Serie del Caribe Panamá 2019, con las valijas llenas de fantasmas. Esos
duendes maléficos que surgieron cuando intereses golpistas emanados desde
Washington, decretaron que Barquisimeto no sería sede del evento, y equipos de
Grandes Ligas “sugirieron” a nuestros peloteros insignia, no participar de la justa,
fabricando al mejor estilo de Hollywood, un clima plagado de incertidumbre, dudas
y temores. Esos que nos pusieron más cerca del fracaso que de la consagración.
Y en el estadio Rod Carew, nos fuimos aferrando luego de las dos primeras victorias,
a las pequeñas luces que tenuemente se encendían para prolongar la agonía de la
esperanza.
Acaso sin darnos cuenta, nos fuimos haciendo trampa. O acaso, era el consuelo de
constatar como el presagio tan oscuro que demandaba la lógica deportiva, no se
cumplía con la inexorabilidad que se presumía.
Quiero dejar de lado las circunstancias y los atenuantes. Quiero olvidar la crítica
válida a los errores de manejo del pitcheo. Quiero desterrar la anécdota para buscar
los hechos importantes.
Y vayamos más allá del valor-jugador. Porque eso: ¿quién lo discute? Muy pocos.
Casi nadie. Si en Panamá, todavía se habla del talento demostrado por Juniel
Querecuto, Alexi Amarista, Alí Castillo o Wilfredo Boscán. No, eso al margen de
algunos fracasos, no está en discusión.
Por eso, mi balance no se puede definir en una sola palabra. Para el beisbol que
insinuaron Leñadores de Las Tunas y los sorprendentes campeones, Toros de
Herrera, estamos a mitad de camino. Esa es una conclusión definitiva, que sólo
podremos revertirla cuando comencemos a no desarmar nuestros equipos
campeones.
Finalizamos este artículo, con una reflexión del recientemente fallecido Frank
Robinson, legendaria figura de Grandes Ligas, cuarto jonronero histórico en las
Mayores con 586 estacazos, sólo detrás de Hank Aaron, Babe Ruth y Willie Mays:
“Prefiero la muerte, antes que perder la vida”.
SUMARIO BEISBOLERO INCONCLUSO
Pero faltaba lo principal. “El Capo” directivo. La figura mediática principal, capaz de
cautivar a los medios con su presencia. Claro que el hombre, ya estaba contactado,
pero costaba mucha plata. Además del compromiso que significaba transar el
arreglo con un tipo peligroso como “El Gato”, quien siempre estuvo para cualquier
cosa.
Y ganaron por robo. Como lo había prometido “El Gato”. La gente se había movido
bien desde la mañana, y como a eso del mediodía, ya los puntos de “El Antesalista”,
se fueron pal carrizo. Porque como dijo “El Gato”: todos estos maulas, aflojan al
ponerles un revólver en la frente. Así que esa misma noche, luego de una
abundante cena y tener canilla libre con el whisky, se puso sobre la mesa, el paquete
de los verdes dólares, y alguito más, porque los gastos se extendieron más de la
cuenta.
Convenía quedarse bien con los muchachos que están firmes en la lucha por
adueñarse de la Liga de Beisbol y sus negociados. Porque uno nunca sabe cómo
puede venir la mano. Pero yo le digo “presi”, hicieron muy mal en “zapearme” con
el otro bando. Porque la plata que me robé con el negocio que andan comentando,
la tengo que dividir, y usted lo sabe bien, porque así era el arreglo. Así que ahora
no vengan a apuntarme públicamente para sacarme del medio. Los que pretenden
candidatearse por su cuenta, y hacerle también la boleta a usted mi apreciado
“presi”.
Mire que tengo mucho tiempo en estas cosas, y no estoy para nuevos
contratiempos. Aquí me juego todo. Yo soy así, y estoy para cualquier lío, con tal
de apoderarnos del negocio.
¿Qué haces Gato, estás loco? Guarda esa fuca. Mira que arreglamos.
Solucionamos los problemas entre nosotros.
Mire señor comisario. Veníamos a verlo para retirar las denuncias contra ese señor
llamado Gato. Fue un malentendido. Pero ni siquiera existieron las armas, las
municiones, armamentos ni mucho menos eso de los disparos que comentan `por
ahí.
¿Intentona de sobornos mafiosos para adueñarse de la Liga? Por favor. ¿El Gato?,
El Antesalista? Como presidente de esta nueva junta democrática deportiva, que
rige desde ahora los destinos del beisbol profesional, me hago responsable de la
honorabilidad de todos mis compañeros, como de la mía propia. Y le reitero que el
señor Gato es un caracterizado y ferviente luchador por llevarle a todo el país, este
sano esparcimiento llamado beisbol, y su consecuente televisación privada por
cable.
Los invito a terminar la telenovela como quieran. Pero no se olviden de aclarar tanto
al comienzo como al final, eso que siempre se pone: “Cualquier semejanza con
personas o hechos de la vida real, es simple coincidencia”.
A mí, me gusta decir, que Peñalver fue uno de los tipos que más quiere la gente,
que más germinó en el cariño del pueblo. Al margen de la admiración que causó
su indiscutido talento, patentando su icónica curvita imbateable, y su inigualable
recta de humo.
El cumanés fue amigo, generoso, cordial, afectuoso. Limpio por dentro y hasta
candoroso, en esa maravillosa cualidad para el asombro que lo acompaña a diario.
Cuando lo conocí de lejos, allá por el despertar de los ’80, ya mostraba esa
expresión pura de chamo de barrio, proveniente desde adentro. Ese desamparo que
seguramente lo entregó casi indefenso frente a la vida. Esa pena que nació
justamente por sentir tanto la vida, por quererla tanto. Por vivirla tan intensa y
alegremente. Y así, fue creciendo, con el mismo candor en la cara, con la misma
generosa hospitalidad de todos sus gestos.
Tiempos de una Caracas romántica, cuando la cita con el café se estiraba en largas
madrugadas. Cuando el joven serpentinero se nutría por sus pasiones por el
beisbol, salsa, bolero, y tardes por Sabana Grande, emprendiendo curiosas charlas
en kioscos de periódicos, con músicos, cantores, y actores del teatro de calle.
Fue en ese tiempo, cuando en Los Chaguaramos, cerca del estadio Universitario,
apareció la estampa de Luis Peñalver, uno de los más indiscutibles triunfadores que
conocí en mi peregrinar como fanático a la pelota criolla.
Luis ascendió a la notoriedad con la calidad de sus pitcheos, Ganando en todos los
ambientes que frecuentó, Y ni que hablar de su avasallante personalidad. Con su
eterna vocación para sentirse siempre el primero. Esa dinámica, vigorosa ambición
permanente por ser notorio.
Ese eterno romance con la vida, a la que galanteó siempre con su sonrisa más
seductora. Así era el aguerrido cumanés. A cualquier hora del día y en cualquier
parte. Lo mismo, en la simple actitud de caminar por icónicas calles de
comunidades populares, que sobre el morrito de pitcheo.
¿Qué representa Peñalver para el beisbol? Nunca comprobé un jugador sentir más
el partido que a Luis. Ni al mismísimo Juan Marichal. Sin pretender aventurarme en
el paralelo, ni a ninguna de las grandes figuras de hoy en día, a quienes la
estridencia más perfeccionada de la promoción mediática, los eleva a la jerarquía
de ídolos. Y si esa palabra encierra algún significado elogioso, entonces Peñalver
alcanzó el privilegio de los ídolos en toda su genuina dimensión.
Luis, Jugaba para el equipo, y también para satisfacer su vanidad e intenso amor
propio. Por ello, todos los estadios que visitó por el Caribe, se llenaron con sus
sorprendentes lanzamientos en curva y sinker. Siempre dispuesto para la
inigualable hazaña.
Hasta aquí, esta historia marcha sin novedades. Pero el ánimo se vendrá al suelo,
como los icónicos hogares de los tres pobres lobitos tigreros, cuando les cuente,
que tenían contratado a un ingeniero magallanero llamado “Cerdito Feroz”, quien
era tan, pero tan malo, que cada vez que los lobitos construían una casita de paja,
les prendía fuego de inmediato. Si la hacían de barro, antes de secárseles, les
echaba un balde de agua fría. Y si la hacían de cemento, el muy ladino la
dinamitaba,
Tras cada fracaso, los pobres animalitos terminaban tirándose de los pelos, pero es
por todos sabido, que el lobo pierde el pelo pero no las mañas. Entonces, decidieron
construir un moderno edificio de 40 pisos, ultra reforzado con materiales de primera
calidad. Y si fracasaban esta vez, juraron abandonar la arquitectura para dedicarse
a trabajar como editores en algún periódico deportivo, y ganarse la vida como
analistas de beisbol.
¡Que va mi pana!, de ninguna manera. El muy ladino solo esperaba que el edificio
estuviera concluido, con todos los papeles en regla, otorgados por las autoridades
municipales, para tirarlo abajo. Así, haría más ruido y daño. Y capaz que captaría
la atención de los medios de comunicación, siempre pendientes de cualquier
desastre terrorista de esta índole.
Al cabo de pocos meses, por fin llegó el día de la inauguración. Todo el jet set
hollywoodense estuvo presente en el magno acto. Blancanieves y los cuatro
enanitos, ya que, los otros tres no asistieron, al no tener ropa que ponerse, Pluto,
El Pato Donald, El Teletubi Alexis, Dumbo, Batman, Robin, El Guasón, Batfink,
Karate, La Cenicienta y Olafo el Amargado. También dijeron presente al bonche, los
populares Peter Pan, Alicia acompañada de su famosa madrina protectora, Pinocho
el mentiroso y un cocodrilito famoso llamado Juancho.
Luego de cortar las tradicionales cintas, todos los presentes se dirigieron al icónico
salón de banquetes, decorado con temas beisboleros de actualidad, a disfrutar de
suculentos y deliciosos platillos gourmet, al son de la canción “Magallanes será
campeón”, interpretado por la Billos Caracas Boys.
En ese momento, Sylvester Stallone les comentó a los tres lobitos tigreros: “Parece
que el sistema de seguridad dio resultado, no tenemos ningún rastro del infame
cerdito feroz”.
-Te equivocas Rocky, el cerdito debe estar servido en algún platito del banquete,
acotó el lobito más pequeño.
Parecieran haber transcurrido apenas unos días desde su último partido, cuando el
pitcher Isaías Chávez, era comentario cotidiano en toda Venezuela. Y estoy
convencido que no exagero nada. Porque al encaramarse en la lomita, encarnaba
para los fanáticos al beisbol, al chamo que esperamos siempre. El que llega sin que
nadie disponga de alguna referencia suya.
Néstor Isaías, quien además tenía carita de ángel, como decía la prensa, era un
atrevido e irreverente, que mostraba sus pitcheos, retando permanentemente a
poderosos sluggers.
Luego, les escondía la pelota muy cerquita del home, donde duelen los
lanzamientos y no sobra el tiempo para pensar.
Justo allí, a la hora de la chiquita, “Látigo” inventaba y no había nada que hacer.
Nada que discutir. Era un pitcher distinto. Los bateadores quedaban paralizados.
Otros, se balanceaban nerviosamente y al perder el equilibrio, caían como muñecos
mientras el umpire gritaba: “Strike tres, estás ponchao”.
Y al otro día, cuando volví a la casa natal de “Látigo”, con suerte de no encontrarme
con el jubilado magallanero, tomando el fresco de la tarde, transpuse ese frente de
ladrillos sin argamasa ni revoques, que con solo tocarlos con la punta de los dedos,
se caía.
Pasé por una puerta sin puerta. Calando en su maravilloso mundo de recuerdos y
vivencias beisboleras. Y allí, se me apareció el chamo con su cara de ángel. Con
una picardía que le daba vuelta en los ojos. Que trascendía las calles turbias con
aroma a genuina filosofía de barrio. Hombre prematuro y gorrión rebelde. Se quedó
allí, mirándome con recelo. Examinándome con peculiar desconfianza, con una
timidez que no disimulaba cierto descaro. Luego de un rato, me autorizó como
periodista, a introducirme en su gloriosa historia.
Y así, fui ordenando datos, fechas y circunstancias, que confirman a Néstor Isaías
“Látigo” Chávez, entre los grandes ídolos populares de nuestro beisbol.
LOS RIEGOS DEL PROSPECTO GRANDELIGA
Cuando iba por fin confraternizando con icónicos temas de vallenato, bachata y
reggaetón que sonaban insistentemente por la radio, abandonamos la ruta, y nos
fuimos introduciendo de a poco, en un mundo distinto, donde improvisados
arquitectos del icónico barrio maracayero, jerarquizan la chapa y la madera como
materiales de construcción en casas más solitarias que solariegas, resignadas como
inmutables islotes en medio de charcas quietas, donde la maleza crece con rapidez
asombrosa.
Este Junior, quien seguramente algún día, les hará llegar el agua potable, a través
de sus relaciones con funcionarios y personajes importantes del ámbito nacional,
según decía aquella señora morena, con los dos chamos apretados a su cintura
con religiosa admiración. Porque: “¿Sabe usted señor, la plata que se nos va,
comprando el agua a esa gente de los camiones que bachaquean el vital producto
a comunidades populares?”.
El Junior marchaba a mi lado. Con las manos enfundadas en sus bolsillos del
pantalón. De a poco, me fue llegando la voz del brillante prospecto, como una
reflexión hecha consigo mismo, con un mensaje puro y humanista: “¿Sabes?, yo
fui muy feliz aquí. A pesar de la pobreza. Porque todo lo que ves, era mío,
¿comprendes? Pescaba en las lagunas, cazaba pájaros con una resortera, o
nadaba atorranteando y jugando todo el día, allá por los montes. Pero más que
nada, jugaba siempre al beisbol, como estos chamos de allá ¿vio?, Eran tiempos
cuando no tenía, patrones ni obligaciones ni compromisos”.
Cuando hizo u a pausa, lo miré de soslayo. Tenía la vista clavada en el piso, y una
sonrisa pura y conmovida. Hasta que reinició el monólogo con un tono más pueril:
“Por eso, siempre pienso que mis hermanitos, no tendrán una infancia tan feliz
como fue la mía. Porque por mi triunfo en el beisbol de Grandes Ligas, nos
mudamos al norte de la gran ciudad. Y allá no hay potreros para jugar a la pelota.
No te parecen tristes los chamos de los apartamentos? Por eso, mire, ya lo tengo
decidido, cuando tenga muchos, muchos dólares, voy a comprar un gran terreno
por aquí, en mi barrio, y edificaré la mejor casa. Con todas las comodidades. Hasta
con piscina para vivir con toda mi familia. Para que mis hermanitos, hijos y sobrinos,
sean felices como lo fui yo. Aunque entonces yo pensaba que no tenía nada. Era
dueño de todo lo que me rodeaba”.
El mismo cuento. Sin apostolados, sin conmover a nadie. Sin renunciar a nada. Sin
versos. Sería más loable que declare: “Salgo al campo de juego, para volverme
millonario, siempre con el guante debajo del brazo. Y si puedo, como Pelé, instalo
mi despacho en el “forty seven floor” de la Warner Brothers y si puedo, vendo
Junior Cola”.
Pero siempre hay que decir que sí. Nunca puedes decir que no. Además, siempre
responsabilizamos de forma impersonal a la sociedad de consumo. Como si no
fuese obra de los mimos seres humanos. Y dale con eso de que ay que hacer la
torta de suculentos dólares en busca del “American Way of Life”.
En este mundo capitalista, solo importan los éxitos que se pueden calibrar en su
dimensión monetaria. Hace años que los medios solo hablan de dólares, intereses,
reservas, balanzas de pago, financieras, de los contratos millonarios de Miguel
Cabrera, Omar Vizquel, José Altuve o Johan Santana. De los problemas
económicos de nuestra pelota profesional, de las posibilidades de suspensión de
la LVBP.
Plata, dólares, mosca, verdes, de eso escuchamos a diario los fanáticos del
Juniors en nuestro país, y los aspirantes a Juniors que germinan detrás de los
caprichos de la pelota. Lo mismo que escuchar de los chamos que aspiraron a la
guitarra de Eric Clapton, o las contorsiones de Elvis Presley.
Vámonos a las Grandes Ligas porque allí está la plata grande,. Allí está Beverly
Hills. Allí está la tierra de Frank Sinatra y Justin Biever. ¿Te crees que el Junior es
el gran protagonista de esta historia? No. Es nada más que una consecuencia.
Miguelito es un niño, y se prepara para jugar una caimanera con sus compañeritos
de clase. Antes, en el patio de su casa, ensaya una y otra vez, rebotando la pelotica
de goma contra la pared, imaginando realizar jugadas de antología en el
campocorto, al mejor estilo de “El Rey” David Concepción, levantándose adolorido
del piso, cuando sus piruetas no seducen los inesperados caprichos de la pelota
caribe.
Eran tiempos cuando solo era un niño deseoso por jugar pelota y divertirse un rato.
Miguel Cabrera es, sin discusión alguna, uno de los mejores peloteros de la historia
del beisbol. Demostrando con su juego, mucho de ese potrero, donde aprendió a
través de la pelota, códigos humanistas de vida, capaces de trascender tiempos y
espacios.
“De niño, jugaba sin ningún tipo de presiones. Me divertía jugar con mis panas.
Disfrutaba al máximo hacer lo que quería. Ahora que soy pelotero profesional, mi
exigencia es otra”.
De repente, como si la gloria popular sólo fuera destinada para los elegidos, se
refugió en la síntesis de su nombre, mezcla de diminutivo, cariño y protección.
Archivó el frío José Miguel Cabrera, de su documento de identidad, y desde su
aparición fulgurante en la temporada 2000- 2001, con sólo 17 años de edad, para
el pueblo tigrero se convirtió en “Miguelito”, el chamo de la Pedrera. Pícaro y
dicharachero en su vida personal. Talentoso e inigualable en los campos de beisbol.
Miguelito, representa el prototipo del jugador tigrero. Garra, fervor, entrega, lucha y
sacrificio. La gente lo aprecia como un jugador diferente, y lo trata como tal.
Vitoreándolo, amándolo y apoyando sus travesuras. Todo le llegó muy rápido. La
irrupción y el ascenso. Fama y estela propia. En los campeonatos de la era Buddy
Bailey, fue pieza fundamental para terminar con una triste sequía de 28 años sin
saborear las mieles del triunfo en Aragua.
No es sencillo ser la figura del partido, y al día siguiente, tener a todos los periodistas
deportivos del país, tocar el timbre de su casa. No es sencillo, enfrentar a multitudes
de fanáticos que lo aclaman como a un Dios pagano. Tampoco es sencillo, asimilar
elogios de legendarias glorias del beisbol, exaltadas al Salón de la Fama de
Coopeerstown, como Luis Aparicio o Cal Ripken Jr.
Siempre jugó con las ganas de llevarse al mundo por delante. Con la ferocidad
innata de la fiera a quien la que abren la jaula después de tres días de ayuno. Mago
le dicen, Mago lo llaman , Mago es. Sencillamente porque no perdona al momento
de decidir las partidas “chiquitas”, desatando de inmediato la locura contenida de
los fanáticos. En el acto, levanta el dedo índice de su mano derecha, y regala una
reverencia a las tribunas populares, Abre bien grande la boca, y deja algunas
lágrimas en el camino al dugout.
Rápido, astuto, de aquellos hombres que no aguardan que la vida les regale
oportunidades a domicilio, sino que pregunta: “¿dónde hay que ir?”, y va. Se nota
en el estadio, en su mirada viva y la sonrisa inquieta. Con las preguntas que formula
en cada partido “El Catirito”, para conocer los rincones del mundo beisbolero, que
descubre día tras día. Así obtuvo las respuestas claves sobre el engramado,
capaces de provocar insólito terremoto sentimental en la fanaticada mundial.
Vizquel abre su boca, irradiando una sonrisa que cubre su cara. Al hombre, lo deja
allí. Sus gestos son elocuentes. Mago le dicen, Mago lo llaman, y está bien, al
involucrarse en romance eterno con la maravillosa esencia de nuestro beisbol.
CAVILACIONES DE UN ÍDOLO BEISBOLERO PRECOZ
¿Qué se creen, que me voy a marear yo?, ¡por favor! Se creen que soy un bebé de
pecho, que ignoro que están esos agentes de Grandes Ligas, que se te acercan
buscando estafarte con misteriosos contratos, para ganar fama a costa tuya, y que
después, si la mano viene mal, te desconocen por completo y te dejan varado en
Estados Unidos.
¡No, qué va! Yo andaré bien mosca, sin perder de vista a los amigos de siempre:
“El Perrote”, “Cara de Malo”, “Orejitas”, Manolito, el Negro Fernández. Y pare usted
de contar. Que se queden tranquilos. Que los viejos también se despreocupen, que
yo no me voy a agrandar, a pesar de mi fama como ídolo naciente del beisbol
profesional y rutilante estrella de las Mayores.
“Viejaaaa”, empujó el grito hacia la cocina. ¿Qué pasa Luisito? Nada, vieja, nada.
¿Me hablaste? No vieja, rebotó su voz grave entre la sala y el comedor, mientras
se tapaba los ojos, asegurando la continuidad del vuelo, a sus sueños de rutilante
éxito deportivo.
Je, je, ni se imagina mi vieja. Le compraré una casita en la mejor zona de la ciudad.
¡Pero que se va a querer mudar del barrio!. Una casa grande con un jardín adelante
lleno de flores, y un techo de tejas rojas. La cara que va a poner la vecina de al
lado cuando lo sepa. Ya veo a mi Vieja, disfrutando de una pieza enorme para ella
sola. Para que pueda coser al lado de la ventana, que va a ser grande, sin cortinas,
para que entre el sol de la mañana en todo su esplendor.
¡Qué grande la vieja!. Y atrás, un espacioso terreno con una parrilla para que el
viejo pueda preparar aquellas inolvidables parrilladas, como sólo él sabe hacerlo.
Ya me chupo los dedos. ¿Te lo imaginas a los viejos?, la casita que yo les
compraré, y dirán a sus conocidos: “Miren la casita que nos compró nuestro querido
Luisito”.
Y si no, ¿sabes qué? Una moto Honda. Una de mil 500 cc con todos los chiches.
El que me la va a envidiar seguro, es “Cara de Malo”, que es un fanático por las
motos. Y claro, mi pana, ¿cómo no te la voy a prestar? Dale, maneja tú. Pero
siempre con cuidado.
¿Se creen que no la sé yo?, Si hay que entrenar duro. Las estrellas debemos dar el
ejemplo. Y sin jodas, porque la vida del jugador de beisbol es corta, y debemos
aprovecharla al máximo.
Gevas sí, pero si la cosa viene en serio, la negrita Patricia me llama mucho la
atención. ¡Que no te imaginas la sorpresa que te tengo!Te voy a llevar a recorrer el
mundo. Si claro, primero viajaremos por toda Venezuela. Tiene razón Orejitas, ¡Ahí
está! Tú te levantas a su hermana Judith, y nos vamos a recorrer el país. Los cuatro
en el Ferrari Negro Metalizado. Caracas, La Guaira, Margarita, Falcón, Anzoátegui,
Ciudad Bolívar, Los Andes. Al Viejo le voy a traer un tambor de Cata, para colgarlo
en el comedor.
¡Luisito, teléfono! ¿Quién es mamá? El Víctor. ¿Como me había olvidado de El
Víctor?, ya lo ves. No me puedo agrandar. No me puedo olvidar de los amigos.
¿Qué haces Víctor?, ¡Bien bueno!,
Sí, te paso a buscar después del entrenamiento. Oye mi pana, perdóname. No nada,
después te explico. Ya le dije a mi apoderado, al viejo, que de segunda base, yo no
juego, Cada uno en su puesto. Yo soy antesalista y basta. Bueno, bueno, nos
vemos a las 8:30 pm.
Levantó la revista “ El Mundo del Beisbol”, abierta como estaba en la página 35, y
releyó una vez más el recuadro letra por letra: Incluimos esta semana, en la lista
de promesas a Luis Pedrá, un chamo de 16 años del equipo Los Celis, que puede
tener mucho futuro en el maravilloso mundo del beisbol profesional. “A mí no me
joden”, se repitió para sus adentros, la precoz estrella del deporte mundial.
Recién entonces, Antonio inicia el recorrido por las bases. Todo en él, es suave,
cadencioso y natural, No hay una actitud forzada ni gestos altisonantes ante la
satisfacción de un doble o cuadrangular. Apenas, una sonrisa. Siempre con actitud
seria ante la adversidad. Así se veía el muchacho de Puerto Píritu, con actuaciones
memorables y actuaciones sensacionales en su carrera: “No me preocupo
demasiado cuando fallo, porque el beisbol permite corregirte y tener revancha al
día siguiente. Es un deporte donde se aprende más en las malas que en las
buenas”.
El quinto grado le fue suficiente para aprender a leer y escribir. Y el uniforme del
colegio, quedó lleno de bolitas de naftalina, que esperaban a Marcos, su hermano
menor. A los 12 años, empezó a escuchar el despertador de mañanas con horarios.
Autobuses llenos y obligaciones adultas. Por 50 bolos semanales, fue ayudante de
todo. Y a los 13 años de edad, comenzó a jugar pelota.
A veces, ocurre que las cosas más comunes permanecen ocultas. A veces, la flor
más hermosa está al costado del camino que nos conduce al árbol que buscamos.
Y no la vemos. ¿Hace cuantos años que conocemos a Armas? Más de 30.
¿Cuantas veces tomamos juntos un café, para hablar de beisbol y revivir las
hazañas de Antonio?, como mil. ¿Y cuantas veces nos detuvimos en él, como
coach de bateo de Leones del Caracas? muy pocas.
Porque está al lado del camino que nos lleva al árbol mediático que el capitalismo
nos impone. Antonio está a la vista de todos. Sin llamar la atención de nadie. Está
siempre allí. Donde se ubican los mágicos tesoros. Que por cercanos, muchas
veces, no descubrimos.
JOSÉ ALTUVE Y SU PÍCARO COLOQUIO DE AMOR CON EL BEISBOL
Al transitar por populosos barrios del municipio Mario Briceño Iragorry en Maracay,
y ver a los chamos jugar pícaras caimaneras con chapitas o peloticas de gomas
desde el mediodía hasta el anochecer, no puedo dejar de recordar la cara de José
Altuve, el popular “Súper Ratón” de Navegantes del Magallanes y Astros de
Houston.
Mis evocaciones, se remontan hacia finales de los ’90. Entonces, Altuve, quien
jugaba en el estadio Los Cachorros en El Limón, recién cumplía 18 años, en la cara,
en el candor de los sueños, en su pureza y hasta en los miedos. Hacía apenas
unas cuantas semanas, que la fama, seguramente montada en una escoba como
las brujas, golpeó la puerta de su humilde hogar.
La misma historia de casi siempre. Pobreza, varios hijos, la fama que la llama a la
puerta para seducir a algunos de ellos, la vida que cambia. Los primeros cobres.
Muchos más que siempre. Un automóvil reluciente que espera en la puerta.
Proyectos, sueños, futuro, La casa nueva, la vida nueva, la felicidad. El hijo célebre.
Los ecos de los grandes equipos del Magallanes, no tardaron en turbar su vida
apacible de barrio. Desde pequeño, el deporte apasionó al inquieto Súper Ratón,
quien devoraba icónicas páginas de periódicos deportivos, mientras soñaba con
algún día ser protagonista de sus mágicas historias. En paralelo, fue depurando su
técnica para coger rolincitos, y conectar soberbios batazos, a pesar de su corta
estatura.
Eran tiempos cuando en la pelota se conjugaba toda una manera de ser, andar,
vestirse y hablar.
Llegó al Magallanes por el 2000, cuando yo comenzaba a dar mis primeros pasos
en el mundo del periodismo deportivo. Recuerdo que José jugaba al dominó. Pero
no jugaba como lo puedo hacer yo, con la ´única razón de pasar el tiempo.
Altuve interpreta al dominó, con el mismo aire reflexivo que pone, cuando dialoga
en Grandes Ligas con la caprichosa pelota de spalding. Cuando establece con ella,
interminables y maravillosos coloquios, con esa pasión que nunca traiciona al
intelecto,
Todo es fino y escogido. La pelota es una genuina y fina señora. Una dama que
exige con todo derecho, a ser tratada como tal. Altuve, es fiel a su improstituíble
código de vida.
Nunca vi a un jugador más cerebral y respetuoso con sus compañeros. Nadie más
solidario, cuando el clima de juego, un tanto subido de tono, lo obliga a sentirse
además de jugador, hombre y líder del equipo. En sus momentos de gloria, prefiere
enseñar a jugar pelota a los chamos, y ser útil a la sociedad. Ahora, luego de ganar
el título MVP en las Mayores, cuando lo requiere la feroz maquinaria mediática
mundial, José Altuve prefiere el silencio.
TEODORO OBREGÓN: “EL PAYASO DEL CAMPOCORTO”
Teodoro nunca acudió al cumplido de la frase elaborada. No hizo nada por quedar
bien ante los medios, o la opinión de los demás. Ese abrazo con la modestia, entre
sus compañeros, es genuino. Por eso, los rebeldes sinceros como Obregón, no
pueden disimular su estado de ánimo. Ni siquiera se preocupan por ocultarlos.
Más bien, se dejan arrastrar por el primer estímulo que les llega. Así era Teodoro,
íntegro en la amistad, generoso en el gesto solidario. Tiernamente afectuoso con
sus atenciones a los fanáticos. También lo vi en circunstancias opuestas, cuando
anuncia el presagio de la borrasca que le nubla los ojos y le endurece los rasgos.
En la reacción tumultuosa del temperamento.
Avatares del destino, llevaron a Teodoro a buscar horizontes en las Grandes Ligas
con Rojos de Cincinnati, donde sufrió los embates de la perversa discriminación
racial: “En más de una oportunidad, tuve que colearme para comer con gente de
raza blanca. En cierta ocasión, viajando con Carlos Castillo, en mi primer viaje a
Estados Unidos, nos montamos en un autobús. Cuando ven mi ticket, me mandan
a sentar con un policía en la parte de atrás. Al ratico, Carlos me dice: Yo me siento
aquí, y tu allá, así vamos más cómodos. Yo le empiezo a dar vuelta a la cosa, y al
voltear, veo a puros negritos detrás mío. Y por donde estaba Castillo, todos eran
blanquitos. De inmediato comencé a llorar de rabia e impotencia. Y de inmediato,
pensé en regresarme a Venezuela. Cuando pido mi pasaje de vuelta, mis
compañeros latinos de Rojos, me dijeron: ¿Les vas a dar el gusto a estos gringos
racistas? Ponte a jugar beisbol y demuéstrales tu talento en el infield”.
Tenemos que insistir con el tema Pablo. No puedes evitarlo, porque el caso del
Junior, consolidado entre las estrellas del momento en las Mayores, forma parte del
país. En este gigantesco carrusel deportivo-mediático, de programas rating, como
dicen los dueños de las televisoras mercantilistas. El Junior es uno de los temas
centrales. Fíjate Pablo, como del fenómeno Junior, Manny “Orejitas” Machado y
Bryce Harper entre otros, van tres años ya. Que es mucho en función de la fama,
los dólares, de todo el ruido que fabricó en la prensa nacional.
¿Quién es el Junior para ti Pablo?, ¿Una víctima o un héroe?, ¿Tiene vida propia o
es consecuencia de la fama que los especialistas en marketing de Grandes Ligas le
crearon, de la fama que le dieron, de los dólares que cobra, de los ideólogos que
lo concibieron y vendieron, de los demagogos que lo utilizaron, de una sociedad que
devora acontecimientos, sucesos, trivialidades o payasadas con la voracidad de un
monstruo insatisfecho?
Sí, da rabia. Porque con esa actitud pitiyanqui capitalista que El Junior evidencia en
sus palabras a los medios de ESPN y Fox, defendiendo a ultranza a los jerarcas
multimillonarios que mueven el mundo de las Grandes Ligas, denuncia una notable
falta de sensibilidad popular.
De a poco, todos sus cielos y horizontes desaparecieron del mapa. Todo su baldío
sin fronteras, se había sepultado de cemento hostil, verdes dólares y compromisos
mercantilistas.
De a poco, advirtió que ya no era el pájaro del canto agreste, y que había
resignado su vuelo ante los barrotes de una cárcel dorada, donde había perdido
hasta la melodía. De a poco, casi sin darse cuenta, fue reparando que era otra
persona.
Pero nosotros, con los empresarios y los dueños de corporaciones mediáticas, les
vendimos tu alma ingenua. Y juntos, armamos este producto de compra-venta, del
que tú, ni te enteraste. ¿Pero no te das cuenta mi pana, que esta vida es una
guerra?
¿No sabías acaso, que en el beisbol de Grandes Ligas, está toda la mafia
capitalista? ¿Que está llena de estafadores, que apenas te ven un cacho de
condiciones pretenden exprimirte al máximo y convertirte en mercancía humana?
¿Ibas a seguir jugando en tu equipo de barrio, y a quedarte viviendo en la pobreza?
Eso es todo. Así vino la mano, y saliste favorecido. Tus quejas, puede caminar para
alguna telenovela sentimental de la historia, que escriben los pendejos por su
cuenta mientras algunos avispaos, quieren otra tajada de tus contratos publicitarios.
Pero, ¿no te diste cuenta que en determinado momento eras el personaje del país?
Al final firmaste por 20 millones de garrotes verdes. El chamo pobre, que con su
dedicación llegó a la cúspide de la fama.
Cuando el chamo interior del Junior pegó la piña, Pablo, el “otro”, ese otro Junior
mercantilista, se puso a reír a carcajadas como si no le doliera. Luego apareció el
apoderado de negocios, como le llaman ellos, y no sabes cómo reían todos.
Después, llegaron los dueños de equipos, directivos de Las Mayores y
representantes comerciales. Todos se desternillaban de la risa.
Tienes que ver como se reían todos. Entonces Pablo, fue cuando el chamo interior
del Junior, también se puso a reír. A morirse de la rIsa. Vamos Pablo, ríete.
Diviértete tú también. Vamos a reírnos a carcajadas igual que ellos. Hasta morirse
de la risa, mientras el carrusel beisbolero de Grandes Ligas, sponsors, millonarios
contratos y medios imperialistas de comunicación sigue girando.
GILBERTO MARCANO: “EL CARRICITO DE JUAN GRIEGO”
“Mamá, Mamá, al fin le pegué a la gaviota con la piedrita”. La voz rompe el silencio
en el barrio Salazar del pueblito “Las Salinas” de Juan Griego. Un carricito de ojos
color carbón, gesto pícaro y estatura de enano, se ríe a carcajadas junto a su
compinche, de flequillo recién cortado y grandes dientes blancos.
En alguna playa de Nueva Esparta, un ave huye despavorida, al ser impactada por
la puntería certera de una piedrita callejera. Entonces, el chamo de nuestra historia,
corre a refugiarse en el candor de su hogar. Lo espera una taza caliente de leche
y el sabor incomparable de un suculento frasco con vinagreta de sardinas. ¿Hace
falta algo más para ser feliz? No para Gilberto.
La vida, se presenta ante Marcano como un difícil laberinto de goces y heridas. Una
interminable búsqueda de luz al final del camino, que le haga sentir plenitud
existencial. Cúmulo de dolores a través de la senda del crecimiento interior, que le
permite encontrar el camino de la deseada felicidad.
Y el calor se mete por todas partes, con el viento por las rendijas, y sale con el
humo de las cocinas a carbón. Una escuela pública revolucionaria y una escuela
de curas que los trabajadores del Pueblo, no pueden pagar. A la pública van los
chamos del Pueblo. El hijo del oligarca, va a la pública revolucionaria, porque a su
padre le disgustan los curas. Porque los curas….
Todos los días, un lujoso automóvil lleva al chamo de 12 años al colegio público, y
lo busca a la salida de clases.
Una tarde, los niños de sexto grado, salen del colegio y se reúnen a la vuelta de la
esquina, para jugar una caimanera de beisbol. Una pelota, cuatro bultos haciendo
de bases. El hijo del oligarca juega bien, y los otros se asombran. Él juega con
spikes acolchados marca Nike. El resto, con zapatos comunes y zapatillas de goma.
Un día, Carlucho, le pregunta a Eliseo Oligarca, Si quiere jugar con ellos al equipo
escolar de beisbol. El mismo que su padre está formando para intervenir en el
campeonato estadal, que organiza el Consejo Comunal, para todos los carricitos
del pueblo. Ven que nos falta un bateador de poder.
Eliseo contesta que tiene que pedirle permiso al padre. Y se sube al automóvil que
lo espera. Eliseíto ya sabe cuál será su respuesta. Quién sabe el tipo de gente irá a
esa clase de eventos. Tú puedes jugar en casa, con los chamos del barrio. Y para
eso, te hice construir un campito de beisbol, en el fondo de la casa. Y además, ese
estadio comunal siempre está lleno de borrachos. ¿Y si el papá de Carlucho viene
a hablar contigo Papá? Claro, claro, pero tengo mucho trabajo. A las audiencias no.
Dile que no puedo.
Y ahora sí, el pequeño Eliseo, le dice al chofer que se vaya. Que él irá a casa
después, en autobús. Se ríen camino al Consejo Comunal. Se ríen, corren e
intercambian barajitas de legendarios peloteros de la LVBP.
El uniforme es amarillo, azul y rojo, como los colores de nuestra bandera nacional.
Hay mucha gente mirando el partido. Juegan bien. Juegan mal. El rival es duro, y la
gente grita. En el noveno inning, con dos outs en la pizarra, batea Eliseo una veloz
recta del pitcher rival, y conecta un inolvidable cuadrangular. Lentamente, da la
vuelta al cuadro, y decreta el 1-0 que da la victoria a su equipo. La gente lo vitorea.
Eliseíto, tú tienes que jugar en esta selección. El pequeño Eliseo mira para abajo.
Sabe que ésta, es la última vez que juega con ellos. El padre de Carlucho dice que
hablará con su padre para que lo deje. Eliseíto Oligarca se saca el uniforme y los
spikes, y se pone el uniforme escolar.
Vuelve en el autobús que una vez por hora pasa por la puerta de su casa. Un
autobús amarillo nuevecito, con números pintados en negro. Sube al último asiento.
Mira con nostalgia, sus barajitas de beisbol.
La madre de un compañero, le dice que lo andaban buscando en el Pueblo con el
automóvil que maneja su chofer. Le pregunta que hizo, y porqué lo buscan con tanta
insistencia.
Cuando llega a su lujoso hogar, anochece casi de inmediato. En el living hay gente,
invitados.
Una reunión con muchas personas y una comilona especial. Se salva de mayores
castigos, porque no hay tiempo de desatender a los invitados. Lo mandan a
encerrarse en su habitación. A la cama, y sin comer.
A través de sus lanzamientos endemoniados, Urbano Lugo Jr, estampa con sus
mejores letras, inolvidables cantos a la esencia humanista implícita en nuestra
pelota criolla. “El beisbol es para jugarlo, no para hablarlo”, parece decir con la
mirada, a cada reportaje que enfrenta. Pero a medida que rompe la barrera de su
timidez, y casi sin proponérselo, se abre, cuenta, recuerda, reflexiona , juzga y
hasta se entrega a los sueños. Deja atrás los tiempos que marcan las preguntas
convencionales.
“De niño, cuando estaba en Falcón, mi padre me vio lanzar y me dijo: Tú nunca
serás pelotero, porque tiras la pelota encogido. Y a partir de entonces, me gritaba:
“Cabuyita Jalá”, para corregir mis envíos. Con el pasar de los años, fui aprendiendo
los secretos del picheo, gracias a un señor ecuatoriano de apellido Parcay, quien
era mánager de la divisa “Los Bravos”, perteneciente a la fundación Criollitos de
Venezuela”.
Hoy es miércoles de beisbol. La gente grita y salta afuera del estadio. El cemento
se mueve. Adentro, olor a linimentos, masajes y vendas que giran. El utilero reparte
los uniformes. Las medias suben. Hay una minoría de peloteros que saben fijos en
el roster. Suele haber una mayoría que intenta gambetearle al banco de suplentes.
Ese es el momento. Jugar o mirar. La gran diferencia. Jugar y ser jugador de
beisbol, o mirar y no ser ni siquiera un espectador de tribuna. Aparece un técnico o
ayudante que elige las camisas. El cemento se mueve. La camisa vuela hacia un
rincón. Una mano se alza y la aprieta con fuerza contra su pecho, Alguien es un
poco más feliz.
“Yo nunca entré al vestuario seguro que iba a jugar sólo por mi apellido. Siempre
acaté las órdenes del cuerpo técnico.”
¿Por qué traje este recuerdo? Así es Urbano. Un personaje escapado de las
páginas de aventura. Una mezcla de Dartagnan y Robin Hood. La vocación del
héroe. Todo el talento para enfrentar la vida. No omite ningún detalle. Siempre con
la afectividad de frente, pletórica de amor propio.
“Siempre me gustó sacar la cara por los más débiles, cuando los más fuertes
abusaban de ellos. Y así seguía viviendo. La única vez que aflojé, fue cuando tomé
el avión para ir a Grandes Ligas. Me sentí tumbado. Dejaba muchos amigos, familia
y cosas queridas. Luego me fui acostumbrando y gané como jugador. También
como persona“.
Compadece a los “avispaos” y respeta a los seres humanos. Urbano siempre vivirá
con ese código, para ser el arquetipo de una manera de sentir y vivir el beisbol.
Pertenece a esa especie de jugadores, a quienes hay que aprender a verlos. Que
no se muestra. Quien prefiere refugiarse en el papel anónimo de los acompañantes,
al sentirse más cómodo en la segunda o tercera fila. Así, ocurre en los terrenos de
juego. Es necesario habituarse a valorar su enorme y decisiva importancia como
líder grupal. A Gonzalo, le costará meterse en la gente. Esa cansina manera de
caminar el infield. Su aparente lentitud de movimientos. Esa aparente ausencia de
lujos y adornos, son reflejos de la sobriedad en la cual vive.
Aunque no tiene la fuerza jonronera que impacta, ¿había alguien con mejor
contacto con el madero que él?, ¿Cuantos jugadores de hoy en día, corren las
bases mejor que Márquez? Ese tranco pausado para ir y volver. Esos pasos hacia
su derecha al cubrir la inicial. Otros dos hacia la izquierda, y el amague ante el
corredor, escondiendo la pelota para obligarlo a cometer alguna equivocación. Y
ponerlo out ante la mirada atónita de los fanáticos.
Sin gancho, grito ni mando, pero siempre con su dimensión de campeón. Siempre
Gonzalo. Con su bate mentiroso antes de enfrentar a lanzadores rivales. Ese bate
cobero y sus capacidades para buscar la anhelada curvita y disparar soberbio
imparable sobre la segunda almohadilla.
Su madurez para anticiparse a las jugadas, para atacar los rolincitos, para fabricarle
la trampa idónea al rival, para poner la temperatura al partido a bajo cero, reflejan
su notoria personalidad que lo convierten en genuina leyenda de nuestro beisbol.
LUIS SOJO: “EL SEÑOR DE LOS ANILLOS”
La calle principal José Vega, casa 1643, es el hogar de la familia Sojo, donde
madrugar al compás de temas como “Azuquita pal café” y “Me Liberé”, interpretados
por El Gran Combo de Puerto Rico, era cotidiano. Su papá Ambrosio, de profesión
taxista, dejaba diariamente a Luisito, su hijo menor, en la puerta de la escuela
Consuelo Tovar, antes de comenzar sus carreritas para redondear la papa, y
contribuir a obtener el ingreso familiar necesario.
Con el transcurrir del tiempo, el futuro “Señor de los Anillos”, integró su primer
equipo de beisbol infantil, llamado “Los Gatos”. Allí, su entrenador Renato Vílchez,
le enseñó la importancia de la disciplina en la caja de bateo, y los secretos para
jugar en el campocorto, posición donde el icónico capitán de Cardenales de Lara,
intentó copiar el estilo de David Concepción, su ídolo deportivo de la infancia,
convertido en fuente de inspiración para llegar a Grandes Ligas.
En esta etapa de su carrera deportiva, Sojo combinaba su pasión beisbolera con los
estudios, mientras aportaba dinero al hogar, realizando diferentes tipos de trabajos,
como cargar bolsas de mercado a vecinas que debían subir empinadas escaleras
cerreras, o lustrando carros en comunidades aledañas.
Hasta que un día, el coach Antonio “Loco” Torres, le consiguió un chance con
Leones del Caracas, escuadra dirigida por Pompeyo Davalillo, quien al enterarse de
los deseos del joven por jugar el shortstop, le respondió: “ Lo siento chamo, tenemos
muchos infielders”.
“Luego del entrenamiento llegué destrozado a mi hogar, ya que una gloria como
Pompeyo, me dijo que no tenía pinta de pelotero”, destacó Sojo durante una
entrevista concedida a Radio Deportes antes de convertirse en el sexto jugador de
la LVBP en conectar mil imparables.
“Aquellos días fueron bastante duros, ya que tuve que competir con más de cien
aspirantes para ingresar al club. Pasé mucha hambre”.
Entonces, el muchacho de Petare, apretó los puños, e hizo de tripas corazón, para
entregarse poor completo a la conquista de su sueño existencial. Así, apelando a
su inigualable mística de trabajo, alegría de juego, sólida personalidad y carácter
jovial, logró conquistar su anhelado sueño de convertirse en pelotero profesional, y
firmar por 3 mil bolívares con la divisa guara.
Luis Sojo, se convirtió en ícono del beisbol nacional, al poner en boga su lema en
la vida: “Debes estar preparado para jugar donde te pongan”.
LA PECULIAR HISTORIA DE UN BÍGAMO TIGRERO
Todavía recuerdo, con una lágrima de felicidad, cuando no hace mucho tiempo
atrás, decidimos junto a mi novia, vivir juntos en un soñado nidito de amor. Los
primeros días, transcurrieron cual inolvidable película de amor hollywoodense. Un
hermoso y maravilloso sueño. Hasta que un día, llegó ella. “La Otra”. Y todo se fue
al carajo. Así como lo leen.
Yo, de inocente, pensé que solo se trataría de una cuestión de días. Ya han pasado
tres largos años. Tiempo suficiente como para levantar un centro comercial
completo. Últimamente, está bastante aceptado socialmente, que un cincuentón
como yo, conviva con una jovencita de veinte-y tantos años. Ni mis padres, ni los
padres de mi novia, manifestaron su desagrado. Hasta nos aceptan como una
pareja constituida, aunque sin papeles.
Mis vecinos, además de mirar mal a cualquier persona menor de 60 años, observan
muy mal a una linda parejita pecadora, cuyo único pecado es convivir juntos sin
más vínculo que el amor eterno profesado. Y si con esto me gané que no me
saluden, ni me presten tacitas de azúcar o café, imagínense su reacción, cuando
las momias vivientes, se enteraron, que además de ser bullero, chavista, marxista,
maradoniano, tigrero hasta las ñangas y fanático del blues, vivo con dos soberbias
mujeres.
Pero Claro, si atiendo yo el aparato telefónico, debo explicarles uno a uno, que no
tengo ningún tipo de problemas. Que no soy celópata, ni el marido ni el amante. Si
desean levantársela, están en todo su derecho. No hace falta que corten la llamada
asustados. Como ya lo hicieron 25 veces en media hora. El coño e su madre. ¿Se
creen que tengo ganas de jugar a las 4 am?
Las llamadas telefónicas, no son nada en comparación con las visitas en persona
de los rudos y pintorescos “latin lovers, made in Mariara o el 23 de enero”. Ya que
mi cuñadita recibe a sus amistades en “mi casa”, como si fuera “su casa”. Entonces,
puede suceder que un día llegó del trabajo, y me encuentro con Wilfris “EL
Rastafari”, con los pies sobre la mesa del comedor, jugando mi novedoso juego de
beisbol de Miguelito Cabrera en mi computadora. A Joselito, “El Yeibi bachaquero”,
escuchando bachatas a todo volumen en mi equipito de sonido al que no le gusta
Romeo Santos ni el grupo Aventura.
Y yo, debo poner mi mejor cara de pendejo. Me sale fenomenal, debo reconocerlo.
Y debo saludarlo como si fuera un presidente. Mucho gusto, Claudio González
Luna, Periodista. ¿Te sirvo otro vasito de cocuy de penca, como los cuatro que ya
te serviste con anterioridad, o a este le pongo hielo? Claro, la culpa es mía cuando
le dije a mi cuñada: “Siéntete como en tu casa querida”. Pero era una frase hecha.
No para que se la tomara tan a pecho. La verdad sea dicha.
Toda esta situación, tiene su lado provechoso. Por ejemplo: mi mujer no cocina,
pero mi cuñada sí. Exquisito. Es grandiosa. Entonces, en mi carácter de hombre de
la casa, y anfitrión hogareño, puedo pedirles a cualquier horario que me preparen
una pastica a la bolognesa con queso parmesano, de esas que me gustan tanto.
En mi casa, mi novia no puede pedirme que yo, “El macho de la partida”, limpie el
baño de la gatica. O que vaya a hacer las compras al mercado, ni calarme a los
bachaqueros. Y fundamentalmente, me cago de la risa viendo las caras de envidia
que ponen los facistas maridos de las viejas que habitan mi edificio en La Soledad,
cuando me ven llegar de noche, volviendo del estadio José Pérez Colmenares, de
vacilarme un partido de Tigres, medio curdo y férreamente abrazado a estas dos
terribles bestias sex-simbol. Una más linda que la otra.
Como decía Oscar Wilde: “Lo malo no es ser viejo, sino haber sido joven”. Tal vez
por eso, a las momias que habitan el condominio, no les cae bien mi sana
convivencia con este monumental par de gevas. ¡Pa` que respeten y sean serios!
Mucha fuerza tuvieron siempre, los conceptos del nefasto Alexis, mejor conocido en
los bajos fondos del periodismo impreso carabobeño, como “El Teletubi Caraquista”.
En cierta oportunidad lo demostró al decir, durante sus tiempos como director de un
prestigioso medio público: “Ahora me voy”. Y todo el mundo vio como en efecto, su
figura se desvaneció como por arte de magia. Pero la demostración más cabal de
la fuerza de sus conceptos, fue cuando llegó a decir (para probar según él, el poder
mágico de sus palabras): “Estoy frito”.
Todos estos problemas, le llevaron a procurar que sus conceptos, nunca fueran tan
tajantes. Y es que las graves consecuencias de su incontinencia verbal, le obligaron
a una cuidadosa selección de las palabras que iba a pronunciar. Hasta que un día
se descuidó y gritó a plena voz, durante una reunión con un grupo de redactores y
editores: “Estoy remachado de cansado”. Y cuando quiso moverse, le fue
totalmente imposible.
Antes bien, deben procurar que sus conceptos sean débiles, flacuchentos, sin
desvaríos.Como mucho, permitir que los muchachos emitan una que otra
“opinioncita”, que no los comprometa mayormente. Y tienen la santa razón imperial
y golpista. Han visto, que tener conceptos con mucha fuerza, puede llevarlos a
convertirse en estatuas vivientes. Una genuina pesadez.
DÁMASO BLANCO: “EL BRUJO DE CURIEPE”
Y ocurre que la canalla mediática olvida que esos atributos de Dámaso son bien
criollos. Es verdad que el lugar de nacimiento influye en la formación de un
pelotero. En este caso, su habilidad, formas de anticiparse a las jugadas, capacidad
técnica para desempeñarse con solvencia en cualquier posición en el infield. Su
dualidad desconcertante de doble perfil. Los ricos matices para disparar sobre las
bases con suprema precisión y velocidad. Su infalibilidad al momento de tocar la
bola, son atributos “made in Venezuela”.
Sus fe de erratas, son mínimas. Patentando su forma de predecir las jugadas, con
sólo dar dos pasos hacia el corredor.
“Yo siempre jugué la pelota de manera aguerrida. Me da igual jugar contra los
Yanquis en Nueva York, que en una caimanera del INOS. No siento la diferencia.
No por enfrentarme con jugadores de gran cartel, voy a cambiar mi manera de
jugar. Ni los subestimo ni me agrando. Siempre soy genuino. Me convencí que
jugando con picardía, a los gringos se los puede superar en el terreno de juego”.
El fresco chamo que lleva por dentro, le permite trascender tiempos y espacios ,
siendo gloria de nuestro beisbol.
CHICO CARRASQUEL Y SU OCURRENTE PICARDÍA EN EL SHORTSTOP
Las agitadas calles de Sarría, en la populosa Caracas, fueron testigos silentes del
notable despliegue físico del pequeñín Alfonso Carrsquel, cuya espigada figura, se
desplazaba velozmente con su carga de periódicos en la cabeza, cuidando de no
romper sus alpargatas, para conseguir alguna lochita extra en pro de su alicaída
economía hogareña.
Mientras pregonaba las noticias deportivas, el travieso “Chico”, soñaba emular las
hazañas de Vidal López, el ídolo de su infancia, ignorando que en poco tiempo, se
convertiría en genuina leyenda de la pelota criolla. Carrasquel trasladó al terreno de
juego, su carácter aguerrido, extrovertido, divertido y caballeroso, para demostrar al
mundo, la importancia de no rendirse ante los avatares del sórdido destino.
“Mi gran orgullo consistía en llegar a casa con los cobres logrados gracias a mi
trabajo. Con ello, ayudaría a la manutención de mis hermanos. Me quemaba la idea
de sobresalir, destacar y ser alguien importante en el deporte, para demostrarme a
mí mismo, y a los demás, que no importa donde se nazca o viva, las comodidades
que se gozan o carecen. Lo importante en la vida, es fijarse un ideal, y tener la
disposición de ir tras él”.
Carrasquel concibió al beisbol, como via idónea para alcanzar sus ideales
humanistas de vida, dedicando varias horas al entrenamiento en campos de pelota
de San Bernardino. Allí, lucía orgulloso su peculiar uniforme, confeccionado por
sacos de harina Gold Medal.
“Mi legado a la juventud, fue demostrarle, que cualquier logro en la vida, es producto
de grandes luchas y sacrificios. Ningún triunfo en la pelota, se obtiene sin tenacidad
y decisión por encima de todo. Siendo lo más importante, fijarse una meta
existencial. Porque no se puede luchar sin saber por qué y para qué lo haces . Yo
me propuse ser grandeliga y lo alcancé. Igual que se lo propone un médico,
ingeniero o periodista. Una persona dispuesta a cualquier sacrificio para construir
una Patria ejemplar”, destacó el mítico beisbolista, quien inventó el estilo caribe de
fildear en el shortstop, logro que le permitió trascender tiempos y espacios en la
historia del deporte venezolano.
VITICO DAVALILLO Y SU PECULIAR ROMANCE CON EL HIT
Las grandes habilidades mostradas por Davalillo con el bate, y desde la lomita, lo
proyectaron como una de las grandes figuras emergentes del beisbol amateur
venezolano, motivando a su hermano Pompeyo, a presentarlo ante scouts de
Leones del Caracas, para firmarlo como pelotero profesional.
Una vez en la capital de la República, Pompeyo consiguió que la escuadra Seguro
Social, inscribiera en su roster al esmirriado jugador zurdo, comenzando así su
carrera beisbolera como pitcher. Mientras tanto, era observado de cerca por Oscar
“El Negro” Prieto, uno de los propietarios de Leones, quien al detallar su mecánica,
mientras calentaba en el bullpen, lo invitó de inmediato a practicar con la novena
melenuda.
El primer bateador al quien enfrentó Vitico, fue al mítico Camaleón García, a quien
sorpresivamente, dominó con inofensivo elevado hacia el jardín derecho. El próximo
rival, Aquiles Gómez, le conectó un laberíntico jonrón hacia el centerfield, diciéndole
al zuliano: “Mi pana, bienvenido a la LVBP”.
Su carrera deportiva, culminó en el mismo escenario que diez años antes lo vio
llegar casi tímidamente. El ambiente europeo se hallaba profundamente
conmocionado ante este deportista “desconocido y suramericano”, que tuvo la
osadía de destronar a sus legendarios ídolos.
Arrancó mostrando al mundo, ese ángel que llevaba dentro. Todos se rindieron
ante la evidencia demoledora de Fangio y su talento, quien en vísperas de su viaje
a Europa, declaró: “Voy a hacer lo que pueda. No pretendo ganar”. Pero gana y se
establece rápidamente en la élite de la F-1, al lograr una seguidilla impresionante
de victorias. Su figura adorna las portadas de los principales medios periodísticos
europeos. Su Maserati azul y amarillo, es sensación en cada carrera. Había nacido
una leyenda.
“En 1948 y 1949, ya había corrido con Ferrari. Pero mi sueño, era tripular un Alfa
Romeo. Ese coche era una barbaridad. Y repentinamente me llegó la oportunidad,
cuando en 1950, me llamaron los representantes de esa marca, y me ofrecieron
correr para ellos. Como me pusieron que yo mismo estipulara el dinero que quería
ganar, llegué un acuerdo en el que les firmaba en blanco, poniendo ellos las cifras”,
acota “El Chueco” en el audio-cassette “Momentos memorables del deporte
argentino, editado por revista “El Gráfico” en 1994.
Todo marchaba sobre rieles. Sin embargo, el riesgo, ese que todos los volantes
desprecian con alguna dosis de inconciencia, amenazaba constantemente. Hasta
que en julio de 1952, desemboca en un accidente que pudo tener consecuencias
fatales: “ No me equivoco si digo que en Monza, la muerte me esperaba al borde
del circuito. Venía de Irlanda, y tomé un vuelo desde Inglaterra hacia París, con
destino final en Roma. De esa manera, me quedaba tiempo para entrenar un poco
y dormir. Pero se desató una tormenta torrencial, y el avión no pudo salir de París.
Entonces, un amigo me prestó un auto, y me mandé a devorar carreteras. Manejé
toda la noche, hasta que pude Llegar a destino cuando faltaba sólo una hora para
la carrera. Como era de prever, salí de pista en la tercera vuelta. Me diuna soberana
“piña”. No hay nada que hacer. Cuando un piloto larga una carrera sin haber
dormido y descansado convenientemente. Está expuesto a cualquier cosa”.
Durante ese año 1952, la inactividad fue total. Reponerse le llevó casi 8 meses.
En su reaparición en 1953, consiguió una sola victoria, justamente en el escenario
donde su vida corrió peligro. Pero de todos modos ,salió sub campeón mundial.
“Fangio es el mejor piloto de la historia. No nos interesan las cifras. Debemos
contratarlo pagando el contrato más caro del mundo”, dijo Alfred Neubauer, director
del equipo Mercedes Benz. El directivo alemán solo tenía una ambición en su vida.
La de contar en sus filas con “El Chueco de Balcarce”.
A lo lejos, sus padres hacían fuerza para que dejara esa vertiginosa vida. Pero la
fiebre del acelerador está dentro suyo. Y Fangio siguió asombrando al repetir los
campeonatos en el 55, 56 y 57. Y ese año gana, el 4 de agosto en Nurburing, su
última carrera.
Con el paso del tiempo, y a mediados del 2019, con la magia futbolera de la Copa
América, todavía latente en nuestros corazones, vale preguntarnos: ¿Qué
representa el fenómeno socio- deportivo y cultural implícito en el Flamengo?
Sin discusión, es el club más popular de Brasil. El único que tiene hinchas en todo
su inmenso territorio. Desde un pueblito de Río Grande Do Sul, hasta otro como
Sergipe, distante a seis mil kilómetros de Río. Pero al margen de su gran
popularidad, es también inquebrantable respeto por un estilo de juego. De una
manera de sentir el fútbol. Eso que señalaba Gatti, jugar para divertir, para que la
pasión popular se convierta en alegría.
Debiera existiera una ley que obligara al Flamengo, a jugar semanalmente por todo
lo largo y ancho de Brasil, y ganar siempre. Cuando la escuadra rojinegra gana,
hay más amor en las calles. Más dulzura en los hogares. Los ánimos de calman, los
ciudadanos trabajan más y mejor. Los hijos reciben regalos. Hay besos en las
plazas y jardines, porque el alma está en paz.
Por idea de unos remeros que se reunían en el histórico, y aún existente “Café
Lamas”, ubicado en adyacencias del “Lago Do Machado”. El club socio deportivo
fue fundado el 15 de noviembre de 1895, y su denominación oficial: “Clube da
Regatas Do Flamengo”, fue porque la totalidad de playas cariocas, poseían un club
de remo. Y solamente la más frecuentada, donde hacía vida Flamengo, no tenía el
suyo.
Su primera sede, funcionó en la calle “Praya do Flamengo” número 22. Sus
primeros colores, fueron celeste y oro, con anchas franjas horizontales. Pero en
1898, al comprobar que esos colores desteñían con facilidad, fueron cambiados por
los actuales rojinegros, que tanto se popularizarían a nivel mundial.
“Flamengo es alegría del pueblo”, dicen en Brasil. Y entre las hipótesis que
sustentan su popularidad, destaca una que versa, cómo en sus primeros años, la
divisa entrenaba en una cancha pública, perteneciente al municipio de Río de
Janeiro, en el denominado Campo Do Russel, en las afueras de la ciudad.
Hasta allí, llegaban los jóvenes para ver a sus ídolos, pedirles autógrafos, charlar
con ellos, y acompañarlos en el regreso hasta la sede. La falta de cancha propia,
hizo que el club se mezclara con el Pueblo. Mientras que su tradicional rival,
Fluminense, practicaba en la aristocrática zona de “Laringeira”, donde tenían
acceso, solo algunos selectos y adinerados socios.
En los ´50, bajo dirección técnica del inolvidable Fleitas Solích, alias “El Hechicero”,
surge uno de los equipos más perfectos, y que alcanzaría mayor renombre en el
exterior. Sus concepciones técnicas, cambiarían el rumbo del balompié brasilero,
por aquel entonces en transición, luego de las derrotas en Mundiales del 50 y 54.
Se consiguió el segundo tricampeonato en los años 53, 54 y 55, con un equipo que
estaba en boca de toda la nación amazónica: Chamorro, Tomires y Pavao. Jair
Dequiña y Jordan. Joel, Moacir, Evaristo, Vavá y Zagallo. Este sería el ataque del
seleccionado canarinho, exceptuando a Evaristo, traspasado al Barcelona, para la
conquista de la primera copa del mundo canarinha, en Suecia 1958.
Sin ninguna duda, la mejor etapa del club, vino con Zico, quien apareció en sus
filas en 1974, consiguiendo cuatro campeonatos cariocas, cuatro Copas
Guanabara, un Campeonato Nacional, Una Copa del Mundo de Clubes y diversos
torneos internacionales en Europa.
Flamengo es pasión popular. Es el imán para que todos los “garotos” , quieran
ponerse el “manto sagrado”, como alguien, tal vez en algún lugar inubicable de la
extensa geografía carioca, bautizó su casaca rojinegra. Flamengo son las puertas
abiertas sin misterios. Es el fútbol como diversión. Ese que los argentinos olvidaron
un poco, y los venezolanos admiramos por televisión, el día que Zico le ganó a
Maradona.
VICENTE PAÚL RONDÓN: NUESTRO ETERNO CAMPEÓN
Rondón, fue un profesional ante todas las cosas. Esa es la imagen que tengo
grabada en mis retinas. El hombre quien sobre el ring, venció en casi todas sus
batallas. Y que al bajarse, difícilmente pudo superar esa gran guerra llamada vida.
Signado por un trágico destino, murió como vivió, a cielo abierto, en el barrio, a toda
velocidad. Apurado sin saber por qué.
Así era su filosofía de vida. Odiar al rival. Porque venía a quitarle, parte de su vida.
Rondón, apretaba los dientes antes de cada campanazo, y salía al centro del
cuadrilátero con la sola intención de terminar el combate lo más rápido posible. Y
no era para menos. En su infancia, en los barrios más bravos del estado Miranda,
aprendió de chamito, a pelear defendiendo lo suyo. Era guapo, obediente y callado.
Belicoso cuando hacía falta.
Se entregó con alma y vida, con tal de salir de la miseria. Hasta que cierto día, al
igual que un fósforo consumido tras violentos estallidos de luz, se apagó su fuego
interior.
Por dentro, el pugilista barloventeño siguió manejando sus viejos códigos de vida.
Amigo de sus amigos, y para los otros, nada de piedad.
No fue precisamente amado por la gente del boxeo. Peros sí respetado. Leonino y
altivo. Imponía su presencia como genuino campeón mundial. Si necesitaba algún
requerimiento especial de entrenamiento, volvía su mirada altiva y amenazante,
torva y desconfiada, que sus rivales no podían contener.
Sin embargo, Rondón nunca olvidó a su familia. La protegió como una bestia herida.
Vicente Paúl Rondón, novela de joven pobre, nacido en la miseria y el hambre,
alojado luego en lujosas habitaciones del Hotel Hilton o Tamanaco.
Otra vez los campeonatos de atletismo y sus icónicas competencias de Salto Triple,
convertida en la más venezolana de las pruebas , al recordar las legendarias
actuaciones de Yulimar Rojas en Río 2016, Londres 2017 y recientemente en el
Meeting Dusseldorf 2019, cuyo Estadio Olímpico cobijó los sueños de la simpática
muchacha, cuya carisma y sonrisa provocaron mágicos rayos de sol en la
medianoche alemana, llenos de esperanza en medio de esas cumbres teutonas, tan
altas y solitarias donde solo habita la impenetrable y silenciosa roca.
Otra vez afloran los sueños panamericanos, mundialistas y olímpicos, por caminos
sinuosos y difíciles. Yulimar sabe que las medallas mundiales y olímpicas se ganan
transitando senderos angostos, cubiertos de ripio, bordeando precipicios, escalando
cientos de kilómetros de titánica lucha, en largas e interminables jornadas de
entrenamiento que no saben de renuncias o desmayos.
Otra vez Yulimar alzó vuelo. Segura de alcanzar la gloria. Majestuoso monumento
atlético símbolo de amor, paz y amistad universal, situado orgulloso junto al corazón
de comunidades populares. Con el Meeting Dusseldorf 2019, arraigado con raíces
profundas en el alma del pueblo, gracias a los 14,46 metros saltados por Yulimar,
primera mujer que gana una medalla de oro mundial categoría adulto, en la historia
del atletismo venezolano: “Sé que vienen más competencias fundamentales para
mí. Seguiré esforzándome al máximo para darle otras alegrías a mi Venezuela
querida. Aún me quedan varios ciclos olímpicos y mundiales. Estoy ya enfocada en
los Juegos Panamericanos y Campeonatos Mundiales 2019, así como en los
Juegos Olímpicos de Tokio 2020, para dedicarle otra actuación memorable a mi
Patria. Quiero dar gracias al Comité Olímpico Venezolano, Ministerio del Deporte y
todas las personas que de una u otra forma son parte de esta medalla dorada.
Gracias al Gobierno Revolucionario por apoyarme en todo momento”.
El Bravo Pueblo se volcó masivamente a las calles, contagiando con fervor a los
indomables atletas criollos, premiando a todos por igual. La magia del salto triple,
se metió para siempre en el alma de los venezolanos.
Otra vez, centrada en ganar medallas doradas en Mundiales 2019 y Tokio 2020.
Con todo el sacrificio de la sonriente Yulimar. Aquella muchacha de músculos de
acero, piernas delgadas, fibrosas y un espíritu tan grande como las propias
montañas que custodian el Estadio Olímpico de Dusseldorf, a las que el temple del
acero criollo, volvieron a vencer, derrotándolas una y otra vez, en soberbia
demostración de coraje, corazón y amor patrio.
Toda la gloria final quedó para Yulimar Rojas, una verdadera gigante en tesón y
voluntad. Dueña de la corona de laureles que la erigió como flamante ganadora de
la medalla de oro.