Sei sulla pagina 1di 110

CUENTOS, HISTORIAS Y REFLEXIONES SOBRE

EL MARAVILLOSO MUNDO DEL BEISBOL VENEZOLANO

AUTOR: CLAUDIO GONZÁLEZ LUNA

LA VIDA FUERA DEL MONTÍCULO


Esa tarde hacía calor, y el cielo indicaba temporada de sequía. Yoifran Arístides se
había quedado solo. Los chamos se habían ido a estudiar. La niña Yoannelly de 7
añitos, cursaba el segundo grado de primaria, y era el orgullo de Yomber, su
hermanito de 9. Jairo, 10 años mayor, tenía clase de historia patria en la
Universidad Bolivariana, donde cursaba licenciatura en Comunicación Social.
Tampoco estaba Yuleisy, su esposa, con quien se casó luego de 5 años de
noviazgo.

Su mujer trabajaba desde hacía poco. Yoifran Arístides nunca había querido que
ella estuviera fuera de casa. Hace un año que la situación económica no es buena
para ellos. Ella, que lo amaba más que a nadie, trató de convencerlo con su dulzura
característica: “Miles de mujeres salen a trabajar mi amor”. “Pero tú nunca tuviste
necesidad de traer dinero a casa. Tu único deber es ser la reina de nuestro hogar.
Eres mi Reina y Señora”, contestaba él, de tal manera que las mayúsculas
retumbaban en el aire.

Después del mediodía, Yoifran Arístides recogió la mesa, pero no tuvo ganas de
lavar los platos: “Después lo hago”. Su mujer comía en la oficina y él se encargaba
del almuerzo. No estaba acostumbrado a ello, pero trataba de acostumbrarse con
la posibilidad de disfrutar con sus hijos. Mientras él se dedicó a su profesión, casi
no los veía. Y ahora podía describir cada instante de la vida de sus hijos.

Se estremeció el día que se dio cuenta que no podía reconocer los pasos de cada
uno por la casa. Se juró nunca más volver a confundir la ropa de Yomber con la del
mayor, a pesar de la diferencia de edad. Todavía se avergüenza cuando recuerda
que a Yomber lo vistió con un mono deportivo marca “Adidas” que apenas le llegaba
al codo, y que Yoannelly estuvo dos días con zapatos, cuatro números más grandes.

Ese día quiso ver la novela cotidiana, que no le gustaba , pero lo entretenía. Prendió
la radio. Escuchó el bolero “Desencanto”, con la Billos Caracas Boys, en voz de
Felipe Pirela: “¡Qué desencanto más hondo/qué desencanto brutal!/ ¡Qué ganas de
echarse en el suelo, y ponerse a llorar!/ Cansado de ver la vida/que siempre se
burla/ y hace pedazos mi canto y mi fe/ La vida es tumba de ensueños/ con cruces
que, abiertas, preguntan / ¿pa' qué?”.

Se sirvió una cuba libre, porque sintió frío, a pesar del sol inclemente de la tarde
mariareña. El alcohol, al cual no estaba acostumbrado, le causó sofoco. Salió al
balcón. Desde el noveno piso, podía ver la calle sin inconvenientes.

Siempre había sufrido de vértigo. Por eso prefirió sentarse en los sillones de
mimbre, que a Yuleisy tanto le gustaban. Continuó saboreando el mítico Roncayolo
Córdova. Recordó que esa botella la trajo luego de la última gira de su equipo
guaireño, donde jugó por tantos años. ¿Cuánto tiempo había pasado? No lo
recordaba, tampoco quería hacerlo.

Le parecía imposible no estar en el diamante de juego.

Varias mañanas se levantó sobresaltado, al pensar que llegaba tarde a un


entrenamiento, y que sus compañeros de Tiburones, ya no lo esperaban. Más de
un domingo, tomó la ruta que lo llevaba a la concentración deportiva, que ya no
debía ser.

Yoifran Arístides colgó su guante de pitcher, cuando comenzó a sentir peso en el


brazo, luego de ser vapuleado por Tigres de Aragua. Como muchos otros
beisbolistas, se dijo: “Dejo la pelota, antes que la pelota me deje a mí”. Y así fue.

Primero tenía ilusiones de disfrutar un poco más de la vida, y de su familia. Viajó a


seis países del Caribe y 20 estados de Venezuela, defendiendo los colores de
Tiburones de La Guaira, pero casi no conocía ninguno.

Las obligaciones de jugar en un equipo grande, no le daban vacaciones. Su esposa


fue una vez a Cúcuta, de recién casada, cuando Tiburones fue a disputar una copa.
Luego, la seguidilla de embarazos recluyeron a Yuleisy en su casa. A ella no le
pesaba no salir de Mariara. Pero él soñaba llevarla a los mismos hoteles lujosos
que alguna vez visitó con el equipo.

Yoifran Arístides no había sido un lanzador de aquellos que conmueven por su


talento. Pero su compañerismo, ascendencia en el dugout y capacidad de resolver
con maña, complicados momentos del juego, lo convirtieron en deportista admirable
y admirado. Fue reconocido por su coraje y lealtad. Varias veces los árbitros lo
galardonaron como “Caballero del Montículo”. Los aficionados rivales lo aplaudían
cuando subía al morrito. Cada mánager que llegó a Tiburones, lo nombraba capitán.
Ningún compañero le discutió ese derecho.

Siempre confió en sus condiciones. Por eso a temprana edad abandonó el


bachillerato, frustrando los sueños de su madre de entregarle un diploma
universitario. Su padre, no discutió su decisión, siempre y cuando lo ayudara en el
abastico familiar, cuando no tuviera que entrenar. Por eso, Yoifran Arístides se
encontró que aparte de lanzar duro a home, no sabía hacer otra cosa.

Quizo ser entrenador. Hizo el curso sin inconvenientes, pero conseguir trabajo era
una lucha más imposible que ganarle a los Tigres de Aragua. Sin embargo, una vez
lo llamó un viejo dirigente, quien en tiempos remotos, intentó llevarlo a Grandes
Ligas. La operación no se concretó por avatares del destino. El excapitán aceptó
inmediatamente la propuesta de managear en la liga colombiana. Luego de cuatro
partidos, Yoifran Arístides fue despedido. Nunca más tuvo chance, aunque se corría
la voz de su constante actualización, a través de discos blu-ray que sus compañeros
le mandaban de las Mayores.

Había juntado dinero con el beisbol. Su mujer era menos gastadora , y a él las
cosas le pintaban bien. Alguien le acercó un proyecto de inversión bachaquera. Un
socio inescrupuloso, llamado Wilfredo, lo dejó sólo con las deudas.

No supo poner en práctica los conceptos de contabilidad, que el profesor Dávila le


había enseñado en bachillerato, y descubrir tardíamente, que no puede haber más
egresos que ingresos a la caja. Con el negocio se esfumaron miles de bolívares
soberanos e infinitas ilusiones. Golpes inflacionarios causados por sus compinches
del bachaqueo, malas juntas y proyectos frustrados, le quitaron los reales ganados
sobre el montículo.

Buscó trabajo en cualquier otra actividad, pero la falta de oficio, experiencia y sus
más de 50 años, redujeron sus posibilidades. Pensó en reabrir el abastico de su
padre, fallecido cuando estaba siendo vapuleado por Tigres. Cuando estaba en eso,
la MUD abrió una franquicia estadounidense de supermercados en Mariara,
ejerciendo feroz monopolio en productos básicos de la canasta familiar. Otra
empresa frustrada en la vida del otrora aguerrido pitcher.

Luego de varios roncayolos encima, Yoifran Arístides sintió calor, y se quitó la


chaqueta negra. Al ponerse de pie, se encandiló con el brillo del asfalto donde se
reflejaba el sol. Le pareció un espejo, y vio los colores azul y rojo de Tiburones. Los
mismos que vistió en sus años más felices de vida.

Creyó escuchar el aliento desde las gradas. Miles de fanáticos que le pedían otro
ponche. La música de la radio dejó de sonar. Escuchó a los aficionados con el
sonido que más quería: “ Yoifran Arístides compañero. El mejor pitcher del mundo
entero”. No era una ilusión óptica. Estaban allí. Al alcance de la mano. Miró hacia
abajo, y vio que su pantalón se había acortado. Ya no tenía zapatos de goma, sino
spikes de lanzador de beisbol. Su franela celeste clara se transformó en la camisa
de Tiburones de La Guaira, con los colores que siempre sintió pegados en su piel.

Yoifran Arístides se sintió pleno. Lleno de vida y pasión deportiva. Con el gusto a
triunfo que lo siguió por tantos años. Alzó los brazos saludando a los fanáticos. Miró
hacia abajo. El sol le quemaba los ojos. Igual que cuando se acercaba a las tribunas
para compartir triunfos y derrotas con la gente. Creyó ver banderas. En el tumulto
reconoció a Mónica “La Falconiana”, tamborera principal de la legendaria Samba
en el estadio. También estaba “La Catira”, bella solterona. Nunca se casó por miedo
a que un hombre le negara el gusto de ir a los estadios de pelota. También vio a su
padre, con la gorra de tiempos de la guerrilla de La Guaira. Y seguramente con las
medias sagradas de cuando debutó en el profesional.
De repente escuchó gritos. Los mismos que escuchó en series finales de
campeonato: “Vamos Yoifran Arístides. Lanza tu curvita envenenada para ponchar
a ese muerto. Aoooo. Aooooo”• Quiso correr del montículo hacia las gradas, pero
no encontró el alambrado. Aquella valla comercial capitalista, que no le dejaba
contacto directo con sus fanáticos, quienes clamaban su autógrafo. Al visualizarlo
en su imaginación, se trepó al igual que cuando Tiburones clasificó a semi-finales.
Subió con sus spikes marca “Nike” Vio a su padre, a Mónica, a La Catira, a María,
a Gilmer, a Elkinson, a Edicson y a José, vestidos con gorras, franelas y banderas
de Tiburones.

El frío del aire mientras caía, lo despertó del sueño. El impacto sobre el caliente
pavimento le hizo perder el conocimiento durante varias semanas. Fracturas
múltiples, cortes, moretones. “Lo peor pueden ser los golpes internos”, dijo el
médico cubano de Misión Barrio Adentro.

“Lo que pasa es que los ex peloteros no sabemos vivir apartados del diamante de
juego. Sin el guante, el bate y la caprichosa pelota de spalding. Sin el aliento de los
fanáticos. ¿Sabe doctor?, quienes nunca ganaron nada, seguramente sufren
menos. No saben lo que es ser reconocidos por la gente en la calle. Que te pidan
autógrafos. Que tus hijos muestren orgulloso las barajitas a sus compañeros de
colegio. Que su esposa no deba nada. Ni al bodeguero, ni a la tarjeta de crédito, ni
a la comadre, ni a nadie. Los que sabemos de eso, no somos nada sin un guante y
una pelota. El beisbol es nuestra razón existencial”, acotó “Alacrán”, otrora
antesalista de Tiburones, y compañero de Yoifran Arístides.

El médico observó de reojo a su ídolo de juventud. Le llamó la atención no verlo


apretar la pelota con sus grandes manos, sin su camisa guaireña, ni su grado de
capitán. Suspiró, y rogó porque la máquina donde pendía la vida del lanzador, no
dejara de hacer “bip, bip, bip”.

Dios debe ser fanático a la pelota, porque en tres meses, Yoifran Arístides despertó
de su sueño. Tiempos que a Yuleisy le parecieron eternos. No se separó de la cama
de su marido. Como si fuera la alambrada del estadio, donde sistemáticamente lo
alentaba en cada lanzamiento. Aceptó que su conyugue debía recibir ayuda
psicológica.

Ya no le importaba lo que diría la gente. Sus hijos quisieron acompañar a ese


padre, quien preparaba unos perros calientes de campeonato, dibujaba con ellos, y
siempre estaba dispuesto de acompañarlos a jugar beisbol.

Los fanáticos no lo abandonaron: “¿Cómo sigue el ídolo. Dígale que lo necesitamos


como coach de pitcheo, para vengarnos de la derrota ante Tigres de Aragua”.
Yoifran Arístides terminó aceptando su problema. Luego de muchas batallas
interiores, comprendió que la vida debe trascender el diamante de juego. Hoy es un
ser humano tranquilo. Acepta que los fanáticos no lo recuerden como antes.

Similar situación viven muchos deportistas como Yoifran Arístides, quienes


súbitamente se encuentran deambulando por las calles. Sin saber qué hacer, al
colgar el guante y la pelota. ¿Dónde está la solución? Los fanáticos deseamos que
no haya más lanzadores que pretendan suicidarse desde un noveno piso.

LUIS APARICIO: “EL CAMPOCORTO ELÁSTICO”

Un viejo fanático al deporte, curtido por épicas batallas de tiempos pasados y


gloriosos, llegó temprano a su diaria cita con el beisbol. Entró por la puerta principal
del estadio, pasó por debajo de la tribuna, subió escalones harto conocidos, y se
sentó en el rincón de siempre.

Ubicó los codos sobre sus rodillas, apoyó la cara sobre sus manos, y comenzó a
mirar y mirar. Hacia afuera y hacia adentro. Para recordar así, las hazañas sobre el
diamante de juego, del legendario Luis Aparicio, con su mirada altiva, pecho
erguido, gestos rebeldes, voz segura y permanente compromiso con la ética.
Siempre acompañando toda actitud que exige respeto con la dignidad de los
auténticos protagonistas del maravilloso mundo de la pelota criolla.

La populosa y tradicional parroquia Santa Lucía, sector “El Empedrado” de


Maracaibo, vio nacer en 1934 a Luisito Aparicio, quien con sólo cinco añitos de
edad, reflejó su afición por el beisbol, contando como maestros de vida a su padre
Luis, y a su tío Ernesto, protagonistas de gloriosos episodios de la mítica pelota
marabina.
Jugador cerebral, un pelotero íntegro, líder auténtico. En los terrenos de juego,
siempre grita y regaña a sus compañeros, pero nadie se le enoja. Hace temblar a
los corredores con sus legendarios tiros combados hacia primera base.

Tiene una influencia notable en su grupo, que le confiere seguridad y confianza. Sus
inigualables lances y habilidad natural para robar bases, decidieron
espectacularmente partidos importantes de todos los equipos donde jugó: “Me inicié
en el barrio, como cualquier chamo zuliano, jugando en la calle, en un sitio baldío
ubicado cerca de mi hogar. Jugaba a pura alpargata, porque no tenía para comprar
zapatos deportivos”.

En los primeros años de los ´40, Luisito integró los equipos infantiles de Valles
Fríos, ubicados en la parroquia de Santa Lucía, destacando rápidamente por la
calidad y elegancia para cubrir su posición favorita: el campocorto.

Con el paso del tiempo, el beisbol zuliano se mudó al Estadio Olímpico, donde el
quinceañero Aparicio, deslumbró a entrenadores y especialistas de todo el país, por
su gran capacidad de desplazamiento con la escuadra “La Deportiva”, siendo
llamado en 1953 a integrar la selección de Venezuela que jugaría el mundial en
Caracas. Allí, debió coger banca ante la presencia de prospectos con notables
cualidades en el shortstop.

Obligado a jugar en el jardín izquierdo, Aparicio con su buen juego, convenció a los
entendidos, que era un pelotero fuera de serie, llamado a trascender con su
habilidad, tiempos y espacios.

Luis Aparicio realiza espectaculares jugadas a la defensiva y ofensiva, con total


facilidad e irreverencia, resolviéndolo todo con una sencillez increíble. Sin su traje
de pelotero profesional, el legendario campocorto, intenta arrancarle a su existencia,
todas las satisfacciones que pueda reclamarle un alma inquieta.

El entrenador Antonio Herrera, lo lleva a Carora, donde milita esporádicamente con


Cardenales, hasta que su padre lo solicita de vuelta en Maracaibo, para
protagonizar una ceremonia única en los anales beisboleros de nuestro país,
cuando el 18 de noviembre de 1953, Día de la Chinita, Luis Aparicio Ortega marcó
su retiro oficial de la pelota, dando paso a su hijo de 19 años de edad.

Los aficionados, acudieron masivamente al estadio, a presenciar el partido entre


Gavilanes y Pastora, encarnizados rivales en la Liga Zuliana, achacando la lluvia
del día anterior, a un milagro de la icónica virgen, dispuesta a bendecir el guante del
futuro integrante del Salón de la Fama en Cooperstown.

Es caudillo sin necesidad de apelar a actitudes dictatoriales. Gravita por el


convencimiento de los demás, subyugado por una personalidad de donde emanan
sus particulares condiciones de mando. Y por si fuera poco, tiene sentido del humor.
Anima al grupo, aglutinando caracteres diversos.

Un hombre que no se deprime ante las cachetadas de la vida, ejerciendo en cada


partido, su genuino derecho a dar la cara por un ideal justo. Se lo identifica por sus
míticos engarces y velocidad para correr y robar bases. También porque levanta la
bandera del beisbolista obrero. En conclusión fue un genuino fenómeno del beisbol,
siempre su nombre a flor de labios en las gradas populares.

José De La Trinidad “El Carrao” Bracho, estelar lanzador de Pastora, dio la


bienvenida a Luis Ernesto, propinándole soberbio ponche. Pero el talentoso chamo
se desquito al partido siguiente, cuando conectó su primer imparable ante los envíos
de Ralph Beart, comenzando a escribir su mítica leyenda, ganando de inmediato el
apodo de “El Elástico del Campocorto”.

Posteriormente, Aparicio pasa a Leones del Caracas, en la campaña 53-54, en la


Liga Central, pasando la temporada siguiente al Rapiños de la Liga Zuliana. Al
desaparecer la Liga Zuliana de Beisbol en 1963, Luisito pasó a integrar filas de
Tiburones de La Guaira.

Allí, se ganó la condición de ´ídolo al manejar códigos de vida. La lealtad fue su


escuela. Su rebeldía, la fuerza motriz que le permitió seguir disfrutando de sus
sueños. Ni que hablar de sus capacidades de ternura, que si hacía falta, era capaz
de regalar.

Maestro de jugadores, mánagers y personas. Simple como los sabios, Luisito


transmite sus conocimientos y mensajes al ser humano que juega beisbol,
concibiendo que no hay jugadores de pelota, sino hombres y mujeres que lo juegan.

El icónico deportista, shortstop por convicción propia, es un genuino cultor de la


pelota caribe, pícara y creativa, un elegido para sus equipos. Su arte tuvo la magia
de lo imprevisto, el brillo de lo insólito, la clase magistral, técnica más depurada, la
contundencia del triunfo obtenido, empleando elementos de la más pura ortodoxia
zuliana.

De rostro agradable y sonrisa abierta, su estampa era un conjunto armonioso que


movía a la admiración popular por la elegancia de sus desplazamientos. Por ese
modo tan fácil de jugar al beisbol, dando siempre la impresión del menor esfuerzo.

Maravilló al público con su oportunismo al momento de correr las bases. Cautivando


siempre con sus fenomenales engarces, mitad arte, mitad ciencia: “Siempre jugué
para divertirme”. Luis Aparicio es la versión definitiva en el beisbol venezolano,
cuando se pretende ejemplificar lo supremo.
Una imagen donde no solo sobresale su avasallante talento natural, sino también
su estampa de luchador por la vida. Fue un jugador de todo el diamante, que
agotaba psicológicamente a sus rivales, Habilidad, velocidad, picardía, panorama
de juego, son las características de su rico repertorio.

Completo como nadie, ganador siempre, dio todo por su escuadra, y exigió lo mejor
de sus compañeros. Fue un hombre sin soledades. Millonario en relaciones
humanistas, donde la caprichosa pelota de spalding se tornó en maravillosa excusa
para cultivar legendarias amistades. Su voz se escuchaba imperante sin
superposiciones, para pedir siempre la pelota, y dirigir a sus compañeros a la
victoria, sintiendo respeto y veneración por sus rivales.

Luis Ernesto Aparicio saborea su momento de gloria, con la fruición propia de los
que lucharon y sufrieron mucho para estar donde están.

El viejo fanático al deporte, curtido por épicas batallas de tiempos pasados y


gloriosos, abandona su entrañable estadio de beisbol, con una imborrable sonrisa
en su alma, luego de recordar a nuestro mítico “hall de la fama”, dotado de
combatividad sin par y espíritu solidario, ejemplo para nuestra juventud.

BEISBOL, AMOR Y RUTINAS DE LA VIDA

Noches pasadas, luego de disfrutar de una llamativa doble cartelera de Grandes


Ligas, me recosté en el espacioso sofá de la sala, cerré los ojos, y me puse a
filosofar sobre la vida y el beisbol. ¿Te has dado cuenta, mi querido fanático a la
pelota, entrañable Pablo Pueblo, de cuántas veces nos referimos a la rutina en
nuestra cotidianidad? Claro que, estamos hablando de esa que ahoga. De aquella
que asfixia. Y mucho más la del hombre o mujer de barrio, esa que enmohece sus
sueños en el tedio de la oficina, y que entre la redacción de un memorándum o el
anexar un débito a la cuenta de gastos generales de la empresa capitalista donde
trabaja, pretende robarle al cielo un poquito de su color azul, o el ensueño a una
nube, sitiada justo sobre el campo de juego.

Ya sé Pablo, que tú, que yo, que todos los amantes a la genuina esencia humanista
implícita en el beisbol, ambicionamos las alas libres del gorrión, el mágico billete
para un tren sin destino, la excitante incertidumbre de un camino largo sin final.

Sin embargo, hay otra rutina mi pana. Si quieres, llámala hábito. Si prefieres,
costumbre. Es aquella que entra a formar parte de tu vida, como los muebles de tu
habitación. Como aquella vieja y desvencijada pelota de spalding, que hace tanto
tiempo te acompaña en tus tertulias. Como ese tocadiscos tan antiguo, que a pesar
de sus ruidos, de su aspecto tan poco seductor, sin estereofonía de ningún tipo,
siempre tributa tu melodía preferida con la célebre Billos Caracas Boys, cantando:
“Magallanes será campeón”. Icónico long play de 33 rpm, compartido en tantas
noches de insomnio.

O como esa pretensión de biblioteca, sólo dedicada al beisbol, que una vez tuviste
la humorada de construirte con tus manos torpes, pero que, a pesar de todo, siguió
y sigue albergando tus viejos libros, ya un tanto deslomados. Como esas viejas
ediciones de “Magallanes, una travesía”, “Las Series Mundiales” o “Sandy Koufax y
yo”, de Giner García, Juan Vené y Humberto Acosta, respectivamente.

Pablo, estimado hermano. ¿Te das cuenta a qué clase de rutina me refiero? A la
que te somete, sí, pero no te asfixia, que no agobia. Que no irrita. Me refiero a ese
puñado de costumbres y hábitos, que concluyen por meterse dulcemente en tu vida.
Casi sin darte cuenta. Casi sin advertirlo.

¿Acaso no te ocurre, cuando alguien se atreve a cambiarte la disposición de tus


cosas, aún las más superfluas? Porque con sólo un cambio de lugar, con que sólo
no esté tu desgastada barajita firmada por Edgardo Alfonso sobre tu mesita de luz,
con que una mano atrevida te hubiese cambiado de pared, el querido afiche, ya
descolorido de Melvin Mora, ya estás experimentando una fractura existencial. Una
contrariedad en tu vida.

¿Sabes por qué Pablito? Porque, aunque no lo mires, en la rutina de todos los días
adquieres conciencia. Tienes el hábito ya arraigado en ti. Que ahí en la pared que
da sobre la ventana, donde siempre estuvo. Donde tú lo ubicaste…..
¿Y sabes a qué conclusión llegué? A que este tipo de rutina, ligada al beisbol, es
paz espiritual, sosiego, tranquilidad, compañía. Y te digo más: llega a ser hasta
seguridad. Fíjate en lo siguiente. Yo llevaba más de 15 años comprándole la prensa
deportiva, a la misma vendedora de diarios. Y te digo Pablo, que hasta sin mirarla,
ya descontaba que era Doña Coromoto, ¿quién más?, ¿por qué otra persona? Los
“buenos días”, la entrega del dinero, los periódicos que siempre me apartaba. Todo
ese proceso, adquiría los ribetes de un hecho maquinal, previsto y cómplice.

Hasta ese día, en que, sin mirarla, como siempre, advertí que no estaba en el
quiosco. Y experimenté una especie de golpe, un tremendo desequilibrio. ¿Por
qué?, Porque Doña Coromoto, la vieja Coromoto, ya había entrado a formar parte
de mi vida, de mis mañanas. Como la callejuela que me lleva diariamente al
Terminal de Maracay, como el chiste cordial de Don Pepe, el gallego de los
cigarrillos. Como Doña Mónica, la vecina de siempre, quien de espaldas, mientras
cuida sus flores, me lanza el puntual e inefable comentario de todas las mañanas,
que alcanza la dimensión de saludo: “Buenos días. ¡Qué calorcito que hace, ¿no?!
Este solazo las tiene agarrada con mis maticas”.

Así que fíjate como Doña Coromoto, Don Pepe y Doña Mónica, se fueron nutriendo
de mi rutina, así como yo me nutro de la que ellos me dan.

¡Qué contradictorio es el ser humano!, repudia, aborrece la rutina, y sin embargo


concluye por amarla. Es que, por lo general, pasa por su lado sin darse cuenta. Sin
reparar en ella. Como todo lo reiterado, repetido o previsto.

Por eso te repito hermanazo. ¿Te digo a qué conclusión llegué? No, no es un chiste,
ni una pretensión de filosofía profunda, pero a mi juicio, uno de los fundamentos del
amor, es la rutina. Creo que el amor, se nutre de la rutina.

La tía Dorotea siempre me lo recuerda, Pablo. Aquellos viejos marineros de Puerto


Cabello, quienes luego de muchos años de abandonar la cubierta de un barco o
remolcador, volvían todas las mañanas a la ribera del mar, atraídos por ese olor a
resina típico de los puertos. Sólo a fumarse un cigarrillo. Plácidamente sentados en
algún banco de alguna plaza cercana al mar.

Lo mismo comprobé con algunos ex¬ peloteros. Como me lo confesaron, hace


algún tiempo, Eduardo Zambrano, “El Cachi” Salazar, “El Rey” David Concepción y
Álvaro Espinoza.

Cuesta decir adiós a los hábitos, a las costumbres que están arraigadas en tu vida.
Por eso, a ellos les costó pronunciar el adiós definitivo. Porque tuvieron que romper
con una dulce rutina y dejarla de frecuentar repentinamente. Aunque los fanáticos
pensemos que al agitar el pañuelo de la despedida, constituye una especie de
liberación, es justamente cuando comienza a encadenarse a esa pena de la
ausencia de los campos de juego.

Por eso, el marinero merodea los puertos. Por eso, los boxeadores recalan donde
alguna vez se calzaron los guantes, o soñaron con la ovación de los fanáticos. Por
eso, los beisbolistas quieren seguir jugando, y luchan más por quedarse, cuando
vislumbran la imperiosa necesidad de irse para siempre de los diamantes de juego.
Por eso, he visto a muchos antiguos actores, frecuentar los teatros y escenarios
donde albergaron las pasiones de su vida.

Hace algunos años, con motivo de una nota evocativa, asistí a un encuentro de
viejas glorias de Tigres de Aragua. Al rencontrarse, casi de inmediato, los ex
peloteros, acomodados en una bulliciosa mesa, comenzaron a llamarse por sus
icónicos apodos. Volvieron a aflorar las bromas, el relato de las jugadas y el picante
de algunas anécdotas. De a poco, habían regresado a sus más queridas rutinas.
Entonces, se alcanza la magia. Cuando todo parece volver a ser.

Finalizamos la presente reflexión, con un pensamiento del inolvidable Kirby Puckett,


notable figura de Mellizos de Minnesota: “Jamás me ha gustado contestar cartas
que nadie me escribe”.
LOS SUEÑOS DE YUBRASKA

Apenas tenía 14 años, cuando Yubraska, quien ya tenía formas de mujer, luego de
mucho rogar, consiguió que su padre y sus dos hermanos, le ayudaran a cumplir su
gran sueño. Ella no era de ese tipo de chamitas caprichosas, que todo lo quieren. Y
aunque así fuera, no hubiera tenido éxito en su misión, porque sus padres no
transigían fácilmente ante deseos irracionales de sus hijos. Sólo insistía. Como la
mayoría de los chamos de hoy, y también debemos confesarlo, los de ayer, con la
marca de los jeans “Bebé” y las zapatillas “Adidas Sansón”, que se parecen pero no
son. Para lo demás, se adaptaba a las circunstancias sin protestar.

Su sueño no era material. Pero para acceder a él, hacía falta reunir el dinero
suficiente, para comprar unas entradas al beisbol. Ocurre que esta muchachita, lo
único que deseaba en la vida, era estar cerca del caballero que le quitaba el sueño.
Verlo. Quizás poder saludarlo. Esto era algo normal para su edad. Pero no era uno
de los compañeros de escuela, o alguien que conoció en un baile. Tampoco tenía
una edad afín a ella, sino el doble. Lo más llamativo de este señor, era su cuerpo
atlético, la ropa y el peinado a la moda y su aire de triunfador. Era sin duda, el
campocorto más importante del momento.

Aquella niña pensaba todo el día en él. Lo veía por todos los rincones, con su
frondoso pelo rubio y su cara de comercial “gerber”. Era su ídolo. La persona que
más admiraba. Por todas partes tenía fotos y afiches del icónico pelotero del
momento. En su habitación y en los cuadernos del colegio. Hasta compró un
portarretrato para colocarlo sobre su pupitre escolar.

Para ella, pensar en él y suspirar, eran una sola cosa. Este amor la convirtió en
compinche de sus hermanos, porque ella, quien jamás había cambiado los
programas de concursos televisivos, ahora no quería otra cosa que no fuera beisbol.
Todo lo que informara sobre “él”, cautivaba su atención.
Poco le importaba a ella, que este señor de caminar desenfadado, gruesas piernas
y poderosos brazos, fuera un recién casado muy feliz. Este amor irracional provocó
en su padre, reacciones más propias de los celos, que del puritanismo. A pesar del
respeto que le tenía, Yubraska no lo escuchaba. En cambio, su madre sonreía
cuando recordaba en silencio su ilusión de adolescente con los actores José
Bardina y Raúl Amundaray.

Gracias a unas utilidades decembrinas guardadas con recelo, ella iba a cumplir su
sueño. Su padre compró cinco plateas “palco terreno”, para llevar a toda la familia
al estadio de pelota. Jugaría el equipo del catire, cara de comercial “gerber”, contra
otro de poca convocatoria. Esto le permitiría a la niña, tener por cerca, a alguien
que conocía de memoria, aunque sólo por fotografías. Sus hermanos, fanáticos del
equipo del ídolo, querían ir a los bleachers, para poder despacharse a gusto en
insultos hacia el árbitro y equipo rival, sin la vigilancia de los mayores. Pero papá
dijo: “Todos juntos o nada”. Y los muchachos aceptaron.

Toda la familia gustaba del beisbol, pero ella era la invitada de honor. Había que
buscar su comodidad y seguridad. Cuando Yubraska se enteró que iban al partido,
no pudo concentrarse en más nada. Se lo contó a sus amiguitas del colegio. Olvidó
la prueba de biología avisada con una semana de antelación por el profesor
“Coyote”.

Era la primera vez que iría a un estadio, y lo más importante era que ahí estaría el
mediático shortstop . La niña soñaba despierta con la posibilidad que el rubio de
cara linda y fuertes brazos, podría verla. Y sobre todo sentir que no había nadie que
pudiera estar más cerca de su alma que ella.

Cuando llegó el gran día, el sol la ayudó a que pudiera lucir con orgullo la camisa
de la divisa local, con el número del ídolo en la espalda, y un prendedor con su foto.
También llevó una pequeña bandera, y estaba prolijamente peinada como si fuera
a esa cita que se tiene una sola vez en la vida.

Se sintió un poco afligida cuando se dio cuenta que no podría acercarse al autobús
que transportaba a su ídolo. Y mucho más al notar que su ubicación no estaba
demasiado cerca del campo de juego. Sin embargo, todo aquello se borró cuando
entre una nube de gritos ensordecedores, lo distinguió. No pudo oír los cánticos ni
el estruendo de los fuegos artificiales. Sólo escuchó los latidos de su corazón e
imaginó los del estelar campocorto.

Lo siguió con la mirada. Como es obvio, él no pudo notarlo. Todo lo que ella veía
por televisión cada fin de semana, se le puso delante. Aunque la distancia lo hacía
menos nítido que las pantallas de televisión.
Él se persignó después de pisar el terreno de juego. Trotó ágilmente hacia las
cercanías del montículo, y levantó los brazos para saludar. Ella no pudo darse
cuenta si los demás jugadores hicieron lo mismo, porque sólo veía a él, y sentía que
en el mundo no había nadie más que ellos dos. Aunque nada entendía de técnica
deportiva, igual pudo percatarse que esa tarde no fue feliz para “El Ídolo”

Esa jornada, el versátil pelotero cometió seis errores. Se equivocó mentalmente en


infinidad de jugadas, hasta caer en la intrascendencia absoluta. Por si fuera poco,
se ponchó en cuatro ocasiones, y su popular equipo, sufrió una derrota inolvidable
ante el colista de la tabla. Yeiferson, el menor de los hermanos de Yubraska, a pesar
de la mirada atenta de mamá, no pudo evitar emitir insultos, como si fueran
lanzallamas contra el equipo local, el visitante, el árbitro y sobre todo contra el rubio
campocorto, de cuerpo atlético y poderoso brazo de lanzar.

La miraron con descaro y le dijeron: “Ese es un jugador mediocre. Dile que se corte
el pelo para que se le aclaren las ideas y piense un poco menos con la pinta, que
con ello no se ganan partidos”.

Ella no los escuchó porque su atención continuó sobre “El Ídolo”. Hasta que tomó
conciencia de la realidad.

Sus ilusiones se fueron perdiendo con el correr de la tarde. Comprendió que no


podía tener cerca al romance de su novela, y que aquella salida familiar no era la
punta del paraíso. Sino sólo una tarde de beisbol.

Al terminar el partido, sintió los silbidos. Apreció la imagen que reflejan los
derrotados. En ese momento, una furtiva lágrima corrió por su mejilla. Todavía no
sabe si fue por la derrota de su adorado equipo, o por darse cuenta que su ídolo, de
cabeza gacha y andar despacio, seguía siendo el rubio cara de comercial gerber.

Comprendió que él, era mucho más que una foto que adornaba su habitación. Era
un hombre que sufría. Se equivocaba y perdía al igual que ayer ganaba. Y eso le
dio miedo. 14 años no son muchos a la hora de ver la realidad.

A esa edad lo mejor es soñar. Su madre le tomó la mano y no le dijo nada. Ella se
mantuvo en silencio hasta la mañana siguiente, cuando al salir para el colegio, se
dio cuenta de que “El Ídolo” le sonreía desde la foto de la revista deportiva, pegada
en su libro de matemáticas.

Entonces dijo a su madre: “¿Qué te parece si el domingo vamos al circo?. Vine un


mago alucinante.”. La madre le preguntó sabiamente: “¿Qué pasa. No quieres
volver al estadio?”. “No el domingo no. Otro día. Mami fíjate si en el diario aparece
una foto del campocorto, me la recortas para guardarla” contestó la triste Yubraska.
Su madre sonrió complaciente. Sabía que la tarde anterior sería inolvidable para su
niña, con formas de mujer. Por varias razones, pero sobre todo por una: Había
descubierto que el caballero de la foto en la pared, y de la portada de los cuadernos,
era un hombre como cualquier otro. Con sus virtudes y defectos. Con capacidad
para el triunfo y la derrota.

Pero también sabía que ese amor puro e ideal que se siente a los 14 años, no se
derrumba así nomás. Que no hay realidad que lo venza. El amor de Yubraska, no
era ante un muchacho cualquiera. Sino ante alguien capaz de conmover multitudes
y capaz de sacar a su equipo campeón. Su amor estaba dirigido hacia un ídolo cara
de comercial gerber. Hacia alguien que solo puede verse en fotos o sueños, pero
que ni el tiempo ni la realidad permiten olvidar jamás.

DAVID CONCEPCIÓN Y SUS MÁGICOS ENGARCES

Vivencias de una infancia feliz entre Ocumare de La Costa y Maracay, moldearon


el temple de David Concepción, concibiendo la pequeña y caprichosa pelota de
spalding, como una novedosa forma de proteger el estómago y espíritu familiar, al
pelear desde sórdidos campos del perverso capitalismo, una invisible guerra
cotidiana por el pan en la mesa, la ropa limpia, “el bolivita” furtivo en su bolsillo de
adolescente, que le permitiera tomar el autobús para llegar a tiempo, poder jugar
icónicas caimaneras de barrio y acudir al cine en los inolvidables “Lunes Populares”.

Otros tiempos, costumbres sub-urbanas, pasiones nobles. Ir al estadio, gritar el


afecto desatado y volver al hogar, se convirtieron en rutina del futuro “Rey del
Campocorto”. Espigado chamo de prodigiosas manos, cañón en el brazo y llamativo
alcance, que impresionó a entrenadores del equipo infantil “Juan Bimba”, donde
aprendió a coger sus primeros rolincitos, apoyado siempre por la voz cariñosa de
su inseparable hermana mayor, quien cursaba en Maracay, estudios de maestra.
Al llegar a la categoría Junior, el joven David Ismael, pasó a formar filas del “Aragua
Star”, combinando la práctica del beisbol, con el fútbol y el baloncesto en el Liceo
Agustín Codazzi, trabajando a la par, como mensajero en una entidad bancaria de
la Ciudad Jardín, para ayudar a sufragar los gastos del hogar.

A pesar de su cara de ángel, rasgos finos y lúcida palabra, Concepción maravilló a


los fanáticos por su notable agilidad. Y el asombro creció ante la capacidad de salir
elegantemente erguido, con la pelota en su poder. Siempre sutil y armonioso,
desplazándose con total facilidad hacia la izquierda o derecha.

Cara de niño y juego de hombre. Mando adulto y actitud ingenua. Llegó al beisbol
y fue ídolo. No había otra alternativa. Al graduarse de bachiller, David integró la
escuadra aficionada de “Vengas”, en la cual, sus engarces de feria, propiciaron su
transferencia a la novena CADAFE de clase AA, para participar en el campeonato
Nacional de 1967, donde destacó entre los mejores torpederos ofensivos y
defensivos del certamen amateur.

Al año siguiente, El Rey fue convocado a integrar la selección de Aragua, en la


cual, fue observado con lupa por entrenadores y dirigentes de Tigres, escuadra que
aguardaba comenzar su tercera temporada en la LVBP.

Wilfredo Calviño, scout de Rojos de Cincinatti, deslumbrado por las condiciones


innatas del flaco de Ocumare. No dudó un momento para firmarlo con los bengalíes,
mientras le ofrecía una oportunidad de probar suerte en la Gran Carpa.

Recuerdo su postura, grito, visión de juego para atacar la pelota. Su peculiar forma
de fildear y su largo e interminable tiro hacia primera base. La velocidad mental y
física, para resolver desde atrás del diamante de juego los peculiares caprichos de
la blanca y pequeña esférica.

Así era Concepción, un jugador asombroso, capaz de recorrer gran porción del
terreno a la misma velocidad de la pelota, apoyado en sus piernas obedientes y
corazón generoso.

Su estreno con Tigres de Aragua se produjo en la temporada 1967-1968, en la que


jugó 39 partidos, bateó para 203 de promedio con ocho carreras anotadas y sólo
cinco remolcadas. Cuenta el anecdotario popular, que en cierta ocasión, un
aficionado le gritó a Foción Serrano, mítico locutor radial de los bengalíes y fundador
de la divisa: “¿De dónde sacaste a ese flaco tan malo?”

La historia se encargó de desmentir al bullicioso fanático, cuando el famoso dorsal


número “13” demostró de inmediato estar predestinado al triunfo. Y que a pesar de
no contar con gran poder al bate, su excelsa defensa lo convertiría en jugador
inmortal en nuestra pelota.
El 6 de abril de 1970, Concepción se convirtió en el primer criollo de Tigres en llegar
a Grandes Ligas, al debutar con Rojos ante Expos de Montreal. A pesar de jugar y
ganar varias Series Mundiales, el espigado campocorto jamás dejó de jugar ni ser
líder de la popular divisa aragüeña, logrando tres títulos de campeón en sus 23 años
de carrera deportiva.

Con el paso del tiempo, David representa una imagen de conceptos éticos de vida,
como la fe repetida de quien espera confiado su triunfo.

HISTORIAS DE FANÁTICOS, MARKETING, PERIODISTAS MENTIROSOS Y UN


MERCADER PAPEADO EN LA AVENIDA BOLÍVAR DE MARACAY

Luego de analizar a conciencia y en detalle, cada movimiento emprendido por la


multimillonaria industria capitalista –mediática, generada por el suculento negocio
en que pretenden ser convertidas las Grandes Ligas, llegué a la conclusión de que
tú, mi querido fanático beisbolero, mi apreciado Pablo Pueblo, terminas siendo un
tipo importante, tal vez el más importante a mi juicio, de toda esta historia.
¿A quién va dirigida la publicidad de cualquier producto anunciado en repetidas
propagandas radiales y televisivas emitidas entre innings por los grandes emporios
mediáticos-mercantilistas de comunicación masiva? A ti Pablo. ¿Para quién
trabajan los imaginativos de las agencias de publicidad y marketing beisbolero?
Para ti.

¿Para quién descubren, investigan y producen notas plagadas de falsedades y


engaños sobre la realidad socio-política de nuestro país, un grupo de patéticos y
tarifados pseudo periodistas deportivos a través de multimillonarias cadenas
televisivas? Sólo para ti hermanazo.

Para que, entre picheos y batazos, te desinformes con placer, te alienes, te disocies
y sobre todo, que consumas a diario, pequeñas raciones de odio consumado contra
la Revolución Bolivariana, que te lleven a la postre, a avalar perversas intentonas
golpistas y macabros saboteos contra nuestra amada Patria.

¿Y para quién los humoristas colombianos y pitiyanquis residentes en Miami, hurgan


en su ingenio en busca de la tira genial o del chiste más chispeante y aberrante
contra el Presidente Obrero Nicolás Maduro, reelegido democráticamente por la
mayoría de los venezolanos y venezolanas, en unas elecciones libres, abiertas y
transparentes? Para ti Pablo. Todo con la excusa de alegrar tu vida y proporcionarte
la cuota de humor que necesitas para ser plenamente feliz.

¿Y por quién exprimen el cerebro los dramaturgos y guionistas de la televisión


capitalista, creando sus fábulas deformadoras de la historia venezolana? Siempre
por ti Pablo. Por tu pana Arístides o el tío Yeibi. “Siempre por ti, para ti y más cerca
de ti”, como versa el slogan de reconocidos medios.

¿Cuál es la finalidad de anunciar desde tempranas horas de la mañana, y a veces


desde un par de días antes, ciertos programas de televisión? Para que no te olvides
de verlos y escucharlos. ¿Por qué los comerciantes bachaqueros conceden
llamativos créditos? Para que tú te beneficies y puedas comprar, no sin antes
endeudarte hasta los teque-teques, en criminales cuotas , aquella anhelada camisa
o gorra de tu equipo o jugador favorito de la MLB, que nunca pudieras adquirir de
contado, porque el mismo comerciante usurero te inflará los precios a la enésima
potencia.

Todo esto Pablo, es mucho más profundo de lo que piensas. Aunque te creas en
más damnificado, el más postergado de todos, eres el personaje más importante
del beisbol de las Mayores. Porque, como te lo demostré con tantos ejemplos, toda
la industria de Grandes Ligas y la pelota del Caribe, gira a tu alrededor.
Tú eres, a fin de cuentas, el epicentro de todo un movimiento multimillonario, de
toda una dinámica mercantilista, de toda una monstruosa maquinaria capitalista,
mediática, alienante y generadora de matrices de opinión.

En Grandes Ligas, nada se hace sin pensar en ti. Los boletos del metro, los
autobuses, teléfonos celulares, tarjetas de crédito con el logo de tu equipo, los
impuestos, la comida chatarra que ingieres en el estadio, las pancartas que
muestran la imagen de los millonarios Mike Trout, Bryan Harper o Manny “Orejitas”
Machado, o de nuestros compatriotas Miguel Cabrera, José Altuve o Ronald Acuña
Jr, la nueva joya de mercadeo deportivo, promocionando reconocidas marcas de
indumentarias deportivas que ni ellos usan, a cambio de suculentos y verdes
dólares.

No te rías Pablo. Es como te digo. ¿No viste en los estadios de beisbol, las ofertas
en cervezas, perros calientes, hamburguesas y cotufas?, ¿Y eso para quién es?
Para ti mi pana, para que te beneficies con sus precios.

Esto significa hermano, que mientras a diario cumples con tus obligaciones
laborales, mientras comes, duermes o paseas por icónicos centros comerciales, hay
mucha gente y una gigantesca industria capitalista que piensa en ti. Que no invierte
ni un solo dólar, que no toma ni la más minúscula determinación comercial, sin medir
antes, tu relación con todos los entornos posibles.

Cuesta entenderlo tal vez, pero con un recurso más gráfico, lo comprenderás mejor.
Pasas hoy, a golpe de mediodía por una vidriera, donde apreciaste diez maniquíes
luciendo nuevos modelos del uniforme que utiliza el beisbolista mediático Bryce
Harper de Filis de Filadelfia.

Mañana, pasas a las 11 am, y te encuentras con otra vidriera. Los mismos
maniquíes, que como por arte de magia, visten ahora jerséis, guantes y gorras de
Ronald Acuña Jr. ¿Cuál es el fenómeno?, ¿Serán los fantasmas? No Pablito, fueron
expertos en mercadeo, que permanecieron en vigilia trabajando para ti, mientras
dormías plácidamente en tu hogar.

Así son las cosas, mi apreciado fanático a la pelota. Aunque te cueste admitirlo,
eres la niña codiciada de la sociedad de consumo. No te ignoran. Nadie te ignora.
Todo lo que se fabrica es para ti. Todo lo que se vende es para ti. Todo lo que
mienten tristes personajes del periodismo deportivo, es para ti. Todo lo que se
escribe para prensa, radio, revistas o televisión, relacionado con el mágico mundo
del beisbol, está diseñado para ti.

Siempre así Pablo. Como los neones de la publicidad que te acribillan en zonas
aledañas a los centros comerciales de Maracay. Sólo falta aquel vendedor
“papeado”, que hace algunos años voceaba “la mercadería” marca Adidas Sansón,
que se parecen pero no son, en sórdidos umbrales de icónicos tarantines de la
avenida Bolívar de la Ciudad Jardín: “Pase, pase, Meta la mano, mata la mano, todo
a cien bolos”.

¡Pase, pase mi pana! Siempre hay algo para ti. Para que de una buena vez
adquieras conciencia de que no eres un postergado. Ni mucho menos un olvidado.
Que hay muchos empresarios capitalistas pensando y “preocupándose” por ti. Toda
la industria de Grandes Ligas te acompaña a diario, haya o no juego de pelota, como
se estila decir en la solemnidad de los discursos.

Hasta la demagogia es para ti. Esa demagogia capitalista “made in USA”, cada vez
más perfeccionada, diabólica, cruel, despiadada e insensible.

Hasta la voz almibarada del recordado mercader papeado, que te desliza al oído la
calidad de su última oferta, en esa vidriera, con la temática de Miguel Cabrera, que
te preparó especialmente para tu nuevo día. Mientras dormías plácidamente.

¡Chau Pablo! Me compré todos los diarios, revistas y libros especializados en


beisbol de Grandes Ligas. También anoté todos los horarios de los noticieros
deportivos, programas especiales y partidos de pelota que transmitirán las cadenas
deportivas de la televisión por cable.

No me quiero perder las nuevas mentiras y sesgados comentarios de conocidos y


famosos periodistas mentirosos. Que prometen ser apasionantes y totalmente
alienantes.

Finalizamos la presente reflexión, con un pensamiento del polémico Billy Martin,


legendario estratega de los Mulos del Bronx: “No me gustaría la naturaleza si fuera
artificial”.
SORPRENDENTES VIAJES DE LA CAPRICHOSA PELOTA DE SPALDING

Me dispongo a contarles historias reales que me ha tocado vivir. Estoy seguro que
muchos lectores se sentirán identificados con ellas. Con la emoción y el orgullo que
significa ser venezolano en este mundo.

Afortunadamente he podido viajar bastante en la vida. Algunas veces por mero


placer. Turismo de aventura que le dicen. Otras han sido por cuestiones
profesionales o de estudio. Lo cierto es que mi pasaporte venezolano, al cual porto
con el mayor orgullo, tiene unos cuantos sellos, y que en este hermoso país que
tenemos, mis pies han recorrido varios estados.

Como no puedo abandonar jamás mi traje de periodista. Me rindo ante la tentación


de hablar con la gente, en todos los sitios donde voy. Así he podido comprobar que
Venezuela es un sitio desconocido para gran parte del resto del mundo. Es cierto
que en la “Gran” e “ilustrada” Europa, muchos sabihondos de calle, confunden
Caracas, con Bogotá, o Río de Janeiro.

También he tenido que dar explicaciones de cómo es posible que sea


latinoamericano, siendo de piel blanca. Cualquier compatriota que haya recorrido mi
suerte, sabe lo engorroso de dar explicaciones sobre la ubicación geográfica del
país, de las características de su gente, y que podemos ser instruidos y educados,
a pesar de no ser europeos, yanquis o canadienses.

Para mi satisfacción, hay algo que me ha ahorrado tiempo y palabras al tratar de


explicar mi origen: el beisbol. Miles de anécdotas podría contarles al respecto, pero
algunas pintan de cuerpo entero lo importante de Venezuela en esta materia.

Andaba un día con aspecto de mochilero, luego de largas caminatas, dando vueltas
por Bruselas. Como a pesar de amar el beisbol, soy venezolano por donde se me
mire, no pude evitar entrar a comprar alguna de esas cosas inservibles que se traen
de recuerdo, para impresionar a los panitas del barrio. El vendedor me miró
asombrado. Estaba alarmado por mi apariencia. Y antes que continuara con su
soberbia actitud de portero de discoteca valenciana, lo saludé con mi mejor inglés
y máxima cortesía.

El hombre bajó la guardia y me atendió como a un ser humano. Seguramente habrá


pensado. “¿Cómo hará este carajo para andar con esa pinta, ser educado, y tener
rial para pagar?. Su curiosidad pudo más: Are you spanish or italian? Imagínese mi
cara ante semejante barbaridad. Casi le grité: “I am from Venezuela”.

¿You are venezuelan? ¿The country of the best beisbol of the world?. Juro que en
ese momento, se me aflojaron las lágrimas. Ese hombre consideraba a nuestro
país, el mejor del universo en materia beisbolera. Tuve ganas de comprarle la
tienda, pero hubiera tenido que volverme nadando a Maracay. Mi estado físico no
daba para tanto.

En otra ocasión, me encontraba hablando en un teléfono público en Nueva York.


Quienes esperaban detrás de mí, pudieron escuchar la conversación. Una joven
reconoció mi acento “malandro”, y al terminar la llamada, me dijo sarcásticamente:
“Brother: ¿tu eres de la tierra del Inca Valero?, ¡Cuidado con las drogas!”. Yo le
respondí: “¿Te gusta el beisbol?, ¿Cuál es tu equipo favorito?”. “De los multi-
campeones Yanquis”, respondió. “Que bien”, le dije: ¿Era admirable David
Concepción, verdad?, Claro chico, ha sido el mejor de todos los tiempos.

Y con el mayor respeto al Rey David, a quien admiro de corazón, le respondi: “Él
es aragüeño, igual que yo. Y tú eres de aquí, ¿me podrías decir de algún gringo que
no se drogue? El fanático se puso morado de la vergüenza.

Se dio cuenta que su comentario no había sido feliz, y se disculpó en el acto. Luego
confesó que admiraba nuestro beisbol, y que la vida personal de los deportistas, no
deberían importarle. Envalentonado le dije: “Pregúntele a los estadounidenses si
han visto algún bateador mejor que Miguelito Cabrera. Él es maracayero como yo”.
Mientras sentía que la franela vinotinto se me aferraba a la piel.

Durante las vacaciones, tuve una experiencia mucho más linda. Conocí a un grupo
de japoneses. Al enterarse de mi nacionalidad, y mi ignorancia de su idioma,
intentaron hablar conmigo de alguna manera. Sabrá Dios qué me decían. Pero en
medio de palabras impronunciables, que ni siquiera recuerdo, escuché un nombre
que me sonó familiar: “Samurai Álex Cabrera”.

¿ Me habla usted de nuestro triple coronado con Tiburones de La Guaira? Traductor


mediante, el japonesito me seguía contando, las hazañas del slugger con Leones
de Seibú. Los otros hombres del grupo, pronunciaron nombres parecidos a Robert
Marcano y Álex Ramírez. Les guiñé el ojo de inmediato. Su sonrisa cómplice me
confirmó que el deporte tiene idioma internacional.

La lista de anécdotas de este tipo es larguísima. Los lectores pudieran colaborar


conmigo en incrementarla. Es que a todos nos emociona, el respeto por nuestro
verdadero deporte nacional.

Y si alguien no conoce la historia de Venezuela, el beisbol lleva su nombre a un


lugar de privilegio. Lo que verdaderamente me conmueve, es ver a la gente en
cualquier lugar del mundo con las gorras y franelas de nuestros equipos.

No voy a decirles de qué escuadra soy fanático, porque la historia no lo amerita.


Hace poco, visité una localidad africana, donde no encontraba compatriotas por
ningún sitio. De repente, en la puerta de un hotel vi a un chiquilín morenito, de no
más de 10 añitos de edad, vestido con la camisa del Magallanes.

Mágicamente comencé a escuchar en mi imaginación ese cantico inconfundible que


dice: “Leoooo, leooo, leooo, leooo”. Y cuando el chamo pasó a mi lado, lo entoné
en voz alta, y él me acompañó con su voz, mientras me mentaba la madre, con una
mágica sonrisa que le iluminaba el rostro.

Un colega cubano me contó que durante una visita a Valencia, le regalaron una
gorra de Navegantes, que luce en su país en momentos importantes. Le han pedido
sacarse fotos para demostrar que fanáticos bucaneros hay en todas partes del
mundo.

LA GENUINA IRREVERENCIA DE EMILIO “EL INDIO” CUECHE

Aquel domingo, como casi todos los domingos, un viejo fanático a la pelota criolla,
estaba sentado frente al televisor, en la sencilla salita de su casa, ubicada en el
barrio Buenos Aires en Barcelona, zona norte de Anzoátegui, acompañado de sus
cuatro nietos, más beisboleros que el abuelo. Tenían la mirada fija en la pantalla,
que mostraba lo mejor de la jornada deportiva.

De repente, el ambiente se llenó con la voz de Emilio “El Indio” Cueche, uno de los
grandes lanzadores en la historia del beisbol venezolano, quien propicia una cita
cómplice con los aficionados, renovando un encuentro furtivo, casi clandestino.
Aunque el escenario de amor sea siempre su barrio natal, de paredes
descascaradas, donde los grises se mezclan con el desgastado rosa de la pintura
añeja. Calles que alternan el cemento con la tierra agrietada por el sol y el calor.
Barrio de gente humilde, pero aferrada a la esperanza de un porvenir algo mejor.
Barrio que no conoce de aires acondicionados, piscinas o confort. Sólo sabe de
esfuerzos, privaciones, diario esfuerzo y pelota criolla. Barrio de canchas
desniveladas, donde para coger un rolincito, era necesario gambetear montes,
botellas rotas , latas y cauchos viejos. “El Indio” recuerda aquel aire de presente
pobre y mañana de ilusión.

En una humilde casita, erguida en la zona céntrica, nació este moreno robusto, pelo
malo, ojos azabache y gesto pícaro. La verdadera estrella del barrio. Emilio Cueche
es un tipo tranquilo, de hablar pausado, que piensa hasta en los pasos que va a dar.
De esos que uno siempre quiere como amigo, por no enojarse nunca.

El sol de la rigurosa mañana anzoatiguense, era como la hoja de un filoso cuchillo


que le penetraba los sesos, clavándolo en el piso polvoriento como fuego taladrante.
“El Indio” y su inseparable guante de beisbol, venían abriendo caminos como tanta
veces lo anticiparon. Lejos, en el horizonte, distante e irascible, una fina cortina de
polvo grisáceo que parecía querer alcanzarlo sin poder hacerlo.

Uno no quiere comparar tiempos ni personas. Simplemente quedo atrapado por


este genio que lo cuenta todo con la sencillez del chamo que lleva dentro, para
hacerse querer, entender, enternecer y asombrar. La picardía lo acompaña en
momentos de recreación, cuando no soslaya ningún tema. Emilio responde
siempre. Alguna vez piensa de más, porque no le gusta hablar por hablar. Es que
con su palabra reafirma su conducta.

Los Dioses eternos, quienes navegan por otras altitudes y diferentes meridianos,
confirman que “El Indio”, nunca se ha marchado del corazón del Pueblo.

Desde niño, concibió al beisbol, como su mejor amigo. Cómplice de sueños que
invitaban a la gloria deportiva. Instrumento para drenar terribles injusticias sociales
cometidas por el perverso capitalismo contra comunidades populares, cada vez que
debía engañar el estómago con suculentos mangos de una frondosa mata ubicada
en las adyacencias de un campito donde se formaban inolvidables caimaneras.

Mientras tanto, su madre echaba más agua a la sopa, fiel a la filosofía familiar:
“Donde papean cuatro chamos, papean seis”.

En sus años juveniles, Cueche se decantó por el pitcheo, adquiriendo notoriedad


por su potente recta, sorprendente curva y picardía caribe para combinar sus
lanzamientos y sacar de paso a los bateadores contrarios.

En la temporada 1950-1951, debutó con Cervecería Caracas en la pelota rentada


venezolana, obteniendo el premio Novato de Año con récord, de 5-2 y 3.28 de
efectividad. Cautivando con su agresividad monticular, el corazón de la fanaticada
lupulosa.

Avatares del destino, trasladaron su magia a República Dominicana, donde brilló


con Águilas del Cibao, siendo pieza fundamental para conquistar en 1952, su
primer gallardete, convirtiéndose en as de la rotación abridora, al registrar balance
de 9-9 y efectividad de 2.80.

El 2 de enero de 1955, desde la lomita del Estadio Universitario, Emilio Cueche,


jugador de Tigres de Santa Marta, permitió solo cuatro hits y colgó nueve arepas a
Leones del Caracas, para lograr su quinto blanqueo de la temporada, para imponer
legendario récord en la LVBP, que se mantuvo por 10 temporadas.

Durante el campeonato rotatorio de 1953-54, lanzando para Gavilanes, “El Indio”


se convirtió en ídolo nacional, al lanzar 18 juegos completos, con 208 episodios de
labor y 13 victorias.

Su registro vitalicio de 80 triunfos en 229 juegos, con 3.42 de efectividad, 406


boletos y 640 ponches en 1271.1 entradas de labor, le valieron para ingresar al
Salón de la Fama de nuestro beisbol en 2006.

Nunca ocultó nada de cuanto sabía. Y con la sencillez propia de los grandes, regaló
todo a manos llenas, porque moldeado en la Universidad de la Vida, Cueche es un
hidalgo de nobleza, sencillez e ingenuidad. Pitcheó ayer, pero sus lanzamientos no
se apagarán jamás. Ni hoy ni nunca. Haciendo posible recrear inolvidables historias
populares, increíbles pero ciertas.

Su leyenda humana y deportiva, protagoniza cientos de episodios beisboleros de


Latinoamérica y el mundo, haciendo fácil lo difícil, intuyendo siempre,
equivocándose muy poco.

Emilio es el personaje ideal para todos los actos propios de la vida. Juez inexorable,
censor rígido. Fiel a los principios trazados para juzgar las actitudes humanas. Más
amante de la ética que de la estética, no admite pretextos ni subterfugios. Mucho
menos cae en rectificaciones frecuentes.

Frontal, agresivo, cáustico, nunca acudió a un eufemismo elegante que reemplazara


la palabra indicada para proclamar la verdad.

Fui, soy y seré fanático del legendario lanzador anzoatiguense. Nunca admitiría ser
un simple simpatizante. Esa cosa híbrida, lavada, sin vibración, sin nervio. Sin el
fuego sagrado del entusiasmo, angustia, goce y entrega total.
“El Indio” Cueche es una canción de amor presente y esperanza eterna, capaz de
convocar a hidalgos merodeadores de gloria permanente, que rodean y abrazan
esta escalada hacia el recuerdo. Enamorando a los fanáticos al crear un increíble
feeling de ida y vuelta, que no admite cuestionamientos, romances ciegos ni
reproches.

El viejo fanático a la pelota criolla, apagó el televisor y cobijó a sus nietos mientras
exclamaba: “Las noches de beisbol tienen sabor a romance, aroma a El Indio
Cueche”.
EL MARAVILLOSO MUNDO DE LOS FANÁTICOS BEISBOLEROS

El inicio de una nueva temporada de Grandes Ligas, y la consabida expectativa que


la caprichosa pelota de spalding genera en Venezuela, Asia y El Caribe, confirma al
beisbol, como poderoso vehículo de identificación en nuestra sociedad, provocando
genuina pasión popular en niños, jóvenes y adultos. El amor hacia la pelota, “se
mama” desde chamo, en el proceso de socialización primaria, una etapa donde se
marca a fuego, todo lo que se aprende.

Por eso, los fanáticos podrán cambiar de pareja, pero jamás de equipo. Lo atractivo
del beisbol, es que la gente se siente protagonista. Sobre todo quien acude a los
estadios. No es una adhesión similar al espectador de cine o teatro.

Hay un pensamiento general: Si viste o escuchaste un partido completo, así sea por
televisión o radio, tienes la sensación que algo mágico sucedió en tu vida. Los
fanáticos responden “ganamos” o “perdimos” en primera persona del plural. Se
produce un fortísimo sentimiento de identidad con la escuadra de tus amores, una
maravillosa continuidad o “pacto secreto” entre los jugadores y la gente. Llegan a
compartir una infinidad de códigos filosóficos existenciales, vivenciales y deportivos.
La identidad de los equipos se refuerza por las comunidades.

El beisbol es una subcultura dentro de la sociedad, con reglas y normas puntuales.


A su vez, genera distintos tipos de grupos. Cada equipo tiene su propia sub-cultura,
con características determinadas. No es lo mismo una institución nacida en grandes
y populosas orbes, como Yanquis de Nueva York o Medias Rojas de Boston, que
una nacida en ciudades pequeñas como Orioles de Baltimore.

Las Grandes Ligas se tornan en una especie de comodín cotidiano. Cuando se


acaban los temas de conversación, surge como por acto de magia el tema del
beisbol. Muchas personas, hartas de su rutinario trabajo, con una gran cantidad de
problemas familiares a cuestas, se inclinan hacia el beisbol como eficaz válvula de
escape, siendo fácil “engancharse” en su magia. Y aún sabiendo poco de este lindo
deporte, nos atrevemos a opinar sobre tal o cual jugador o estrategia de juego.

No existe fanático en la faz de la Tierra, que no presuma de la grandeza de su


novena. Ni de su fuerza al bate o la calidad de sus lanzadores. El fanático beisbolero
cree que su equipo “es lo máximo”, porque también es así la pasión por sus colores.

Unos presumen de ser mayoría. Otros se conforman con el tamaño de su amor.


Entre estos y aquellos, se crea un hermoso mundo, transformado en soberbio
abanico de colores, logos, historias deportivas y sentimientos, capaces de acelerar
los latidos del corazón.

Llegó la hora de ponernos la gorra o franela de nuestro equipo favorito, porque los
umpiers emitieron el ansiado sonido de “play ball” en las Mayores.

Pero también cabe preguntarnos los significados del beisbol en la vida de los
fanáticos. ¿Una novela con sobrecarga de emociones entrañablemente fuertes?,
¿Un laberinto de pasiones incendiarias?, ¿Una historia atrapante con perfiles
heroicos?, ¿Un recorrido a la noche de las noches y a los senderos del placer?, ¿Un
relato de Ciencia Ficción, atado a mil aventuras con final abierto? Todo eso, y quizás
mucho más.

Porque el beisbol, reconocido mundialmente como impresionante fenómeno


cultural, permite la ilusión de cobijar nada menos que a la desmesura y la magia. Y
allí, en ese mundo de fantasías, realidades incontrastables y utopías genuinas,
hasta los sueños son posibles. Hasta lo inesperado se torna viable.

La memoria colectiva dirá que acaba de comenzar “con todos los hierros”, la
temporada de Grandes Ligas. Esa misma memoria colectiva, también dirá, que los
fanáticos unirán historias para completar una inolvidable obra maestra del deporte,
que puede ser novela, relato, cuento, anécdota, laberinto, juego, cielo o infierno,
mientras se regodean en el placer causado por la pelotica de spalding. Verdadero
placer de Dioses.

Y no hay derecho, a que ningún millonario dirigente capitalista, mafioso magnate


propietario de emporios mediáticos o triste comisionado de beisbol y su pandilla de
secuaces, pretenda tapar el cielo con las manos.

Mientras tanto, la camada de jugadores criollos, están más vivos y ansiosos que
nunca. Sedientos de glorias sin tiempo. Encendidas por el fuego de arriba y las
brasas de abajo. Porque es allí, en los diamantes de juego, donde germinan las
ilusiones que impactan de lleno en corazones trepidantes.

Allí, donde Ronald Acuña Jr trabajará incansablemente para convertirse en el


segundo pelotero venezolano de la historia, en impulsar más de cien carreras en
sus dos primeras campañas en las Mayores, y ratificar sus credenciales como
potencial 30-30. Allí donde Miguel “El Papa” Cabrera, erigido en ídolo máximo de
Detroit, buscará redondear otra temporada de antología, que lo catapulte
definitivamente al templo de los inmortales.

Allí donde el magallanero José Altuve se proclama incompetente para frenar el


escalofrío que seguramente recorre su epidermis, al constatar el apoyo
incondicional de los fanáticos de Astros, que lo vitorean a rabiar, luego de cada turno
al bate. Allí donde Pablo Sandoval, ahora redimido con Gigantes, festeja sin
rencores ni revanchas su nuevo rol de utility, sabiendo que tiene todo a su alcance
para triunfar nuevamente en la Gran Carpa.

Es verdad, el corazón esgrime razones que la razón no entiende. Y a los amantes


al beisbol, les sobra reconocerse como fanáticos. Así como suena. Sin artículo y
bien adjetivo. Una definición redonda como la pelota de spalding. Un sentimiento
sin doble lectura.

Finalizamos estas reflexiones, con un pensamiento del polémico y legendario Ty


Cobb: “Siempre hay más deleite en la esperanza, que en el disfrute”.

TODOS SOMOS VENEZUELA

Llegó el mes de febrero, y para los fanáticos al maravilloso mundo del beisbol, este
no representa un mes más en los doce del calendario. Ni siquiera un mes común y
corriente. Arribamos al mes de la Serie del Caribe, donde se renuevan sueños,
pasiones y esperanzas. Mes de gloria para los venezolanos, cuando cada evento
donde participe el flamante campeón de la LVBP, la sentimos como el comienzo de
una nueva ilusión.

Sin discusión, la mayoría de los venezolanos, hemos, aunque sea una vez, sentido
con el corazón, la genuina esencia humanista y deportiva de la Serie del Caribe. Su
peculiar significado para nosotros. Es algo más que un simple evento deportivo
continental o una pasión de multitudes.

Creo, sin temor a equivocarme, que el beisbol somos nosotros: los fanáticos. Acaso
,¿Quién no se levantó de su asiento, gritando hasta enrojecer la garganta, el día
que Mitchell Paige conectó soberbio cuadrangular a México para guiar al
Magallanes a conquistar su segundo cetro caribeño?, ¿Quién no saltó de su cómodo
sillón, queriendo abrazar a Francisco Buttó o a Víctor Moreno, luego de anotarse
alguno de sus icónicos e inolvidables ponches, que catapultaron a Tigres de Aragua,
hacia el reconocimiento internacional?, ¿Quién no se siente ofendido cuando
nuestro himno es silbado?, ¿Quien no quiso consolar a los jugadores de
Cardenales, luego de ser sorpresivamente eliminados en la pasada Serie? Si hay
alguno. Por favor, que arroje la primera piedra.
Pero entre esa multitud de compatriotas, la mayoría no son hombres, sino que son
mujeres venezolanas, como el nombre de nuestra amada Patria. Porque aunque
esto le pese a muchos “machistas”, nuestro país tiene nombre de mujer, como la
mayoría de los que componen el planeta Tierra. Por estas razones, pretendo desde
hace algún tiempo, mostrar en estos escritos, que el beisbol, igual que la vida, se
compone y basa en un bello y delicado equilibrio, como es el representado por
hombres y mujeres.

Debemos tener en cuenta, que no habría beisbol sino hubiera una madre abnegada,
que lavara las franelas luego de un partido jugado en algún potrero o sitio baldío. Y
una esposa, capaz de preparar un suculento y apetitoso sancocho o mondongo,
para luego ir en familia al Estadio. En ese ir y venir, entre el lavarropas y la cocina,
cada mujer aprende a amar algo que quizás, nunca llegará a conocer en su
totalidad, las reglas que rigen la pelota.

Son pocas las mujeres que sentirán alguna vez la emoción de batear un jonrón, o
el dolor de poncharse con tres en base y dos outs en el noveno inning. Pero eso no
se torna en limitante, para compartir sus emociones con los seres amados y
queridos: padres, hijos, amigos. Afortunadamente, la Naturaleza quiso, que seamos
distintos pero no enemigos.

Cada temporada de la LVBP, en tiempos de Serie del Caribe o cada evento


mundialista, es el único momento, demostrado estadísticamente, donde el 90% de
las mujeres venezolanas, le dedican aunque sea un momento de su tiempo al
maravilloso mundo del beisbol. Por lo cual, no sería extraño que cuando la novena
Vinotinto juegue contra China en Pekín, todas adelanten el horario de realizar sus
trabajos cotidianos.

De esta manera, millones de madres se convierten en cómplices de sus hijos, al


momento de decidir si mandarlos al colegio o quedarse en la comodidad del hogar,
a disfrutar de algún icónico partido de Venezuela. Ellas, aunque a veces crean que
sus maridos quieren en estos tiempos, más a la pelota de spalding que a sus
esposas, durante estos meses de beisbol, se convertirán como por acto de magia,
en unas fanáticas empedernidas.

Ni siquiera una icónica telenovela, al estilo de “Por estas calles”, o una película de
Brad Pitt, provocará en las féminas tanta emoción.

Seguramente algunos caballeros, quienes durante las series finales, no resistirán,


con cierta malicia, contar cuantas señoras que descubrieron que el jugador que
bateó más jonrones en el torneo, era un tal “Replay”. Los hombres deberíamos
tener en cuenta, que las mujeres imaginarían lo mismo de nosotros, al percatarse
que queremos dar vuelta a una panqueca o que pensamos que preparar un arroz
en su punto, es cosa sencilla.

Ese “macho men”, quien se burló tanto de su compañera, al momento de las


repeticiones televisivas, le hubiera hecho compartir aunque sea un poquito la magia
de este deporte que tanto le gusta, ella no habría pasado en público la pena de ser
tratada como “ignorante”.

Entonces, ¿Qué pensarán hacer los caballeros durante las finales de la LVBP, Serie
del Caribe o Clásico Mundial?, ¿Compartimos la pantalla junto con alegrías y
tristezas (ojalá que no existan),o continuamos con la crítica destructiva? Piénselo
bien. Acaso, ¿no le gustaría gritar un batazo de Miguel Cabrera, teniendo a su mujer
sentada en sus rodillas? Aproveche ahora, porque después puede ser difícil que ella
lo acompañe siquiera a un partido entre el personal de la empresa donde usted
labora.

Muéstrele a su mujer, a su hija, a su hermana o amigas, que el beisbol no es un


conjunto de delincuentes que se escudan en el deporte para cometer toda clase de
vicios relacionados con la ingesta de bebidas alcohólicas. Que el beisbol es
hermoso. Es una de las pocas cosas que provoca que nos paremos sin timidez y en
público, a cantar nuestro “Gloria al Bravo Pueblo” a viva voz. Que nos hacen
envolver en la bandera nacional, y emocionarnos hasta las lágrimas al ver nuestra
bandera flamear tan lejos de aquí.

El beisbol somos todos nosotros. Y por él, nos olvidamos de comer y dormir. Por
eso, aboguemos porque hombres y mujeres, simplemente podamos disfrutar, sin
importar alguna supuesta “ignorancia” sobre alguna técnica, reglamento, táctica o
nombre de jugadores. Ellas, con su supuesto amateurismo en estas lides, pueden
emocionarse en cada evento, tanto como nosotros. En igualdad de condiciones.
Ellas pensarán lo mismo de nosotros, cuando nos ponemos el delantal en la cocina,
y decimos: “Tranquila Mami. Hoy cocino yo”.

Hombres y mujeres vemos y sentimos la vida, y también la pelota, de manera


diferente. Porque gracias a Dios, somos diferentes. Sin embargo, igual que lo
venimos haciendo desde tiempos de Adán y Eva, podemos hacerlo juntos. Además,
no se olvide que en cada Serie del Caribe, está en juego el orgullo deportivo
nacional. Y no le extrañe escuchar a su mujer decir, y no refiriéndose a usted
precisamente: “Yo también te quiero Papi”. Porque, entre octubre y febrero, el
beisbol es de nosotros y de nosotras. Y como versa el icónico slogan publicitario:
“Todos somos Venezuela”.
PENURIAS EXISTENCIALES CAUSADAS POR UN MACABRO BOMBILLO EN
ÉPOCA DE FINALES BEISBOLERAS

Alguien debería tomarlos en serio. La física cuántica, filosofía china o el tarot


ucraniano. Hay fenómenos que merecen una explicación que aún nos falta. Por
ejemplo: ¿Por qué en una casa todo se descompone al mismo tiempo? Nadie
analiza los curiosos efectos que causan en los nervios de la familia? Lo digo de otro
modo: “Socorro, se me quemaron todos los bombillos de la habitación, se dañó el
ventilador, el televisor no enciende y me estoy ahogando, justo al momento de dar
inicio al séptimo partido de la final LVBP?”. Este tipo de dramas, aunque jamás
hayan sido tomados en serio por la literatura clásica, tienen un origen chejoviano, o
si ustedes quieren llamarlo en términos más modernos: minimalista.

Todas aquellas pequeñas cosas, un día comienzan a fallar. De manera tan, tan
solapada, que uno tarda en descubrir como a partir de un ínfimo detalle, vamos de
cabeza a una hecatombe existencial. Por ejemplo, se quema el bombillo del
dormitorio. La lógica indica que no hay nada más fácil que cambiarlo. Si no fuera
porque el techo está a seis metros de altura, y la única escalera del hogar, está
absolutamente podrida. Eso me provoca una amarga reflexión: Si no fuera tan
enano, llegaría montándome en par de sillas”. Descubro la tristeza de pensar con
tanto rencor, sobre mi rica herencia genética.

Mientras tanto, mi geva contempla el incidente con su mirada perdida, provocando


airadas reflexiones: “¿Es que acaso no piensas ayudarme?¿Dónde quedó la tan
mentada igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres? ¿Qué pasó con la
Revolución Sexual?”. Al observarla fijamente, su mirada se torna levemente bizca,
eludiendo mi discurso explicativo sobre la historia del verdadero inventor del
bombillo. No fue Thomas Alva Edison, sino el inglés Joseph Swan.

Al comprobar que no hay luz en la habitación, mi querida compañera de vida, opta


por colocarse los audífonos para escuchar a todo volumen un disco compacto con
los éxitos de Santana, mientras dice: “Papi, porfa apúrate a poner la luz”. La
ignominiosa situación me lanza a sumergirme en otro pensamiento crítico: “Quizá
nuestro matrimonio funciona tan bien, desde hace tantos años, porque ella escucha
a Santana, y no a mi”. Estoy a punto de preguntarle: “¿A quién amas más, al
legendario Carlitos, o a tu papirruqui machazo de siempre?”. Creo no poder soportar
la respuesta.

Así que para cambiar el maldito bombillo, llamo a mi sobrino. Joven, fornido y
entusiasta jugador de rugby, capaz de perder toda su fiereza y valentía, al tener que
montarse en una escalera podrida.

Mientras espero, me machuco las rodillas mientras choco a oscuras con los
muebles, en busca de otro interruptor eléctrico. Finalmente, memorizo la marcha e
incremento mi poder en la oscuridad, y con un poco de suerte llego a la cocina y
logro encender una famélica velita, no sin antes tropezar y tirar al piso el televisor
plasma recién comprado con el aguinaldo decembrino.
En mi periplo también rompí el blu-ray, el equipo de sonido y la computadora.
Asimismo, pisé la patineta de mi sobrina, y caí con la vela encendida, directamente
al piso, golpeándome fuertemente la cabeza.

Al llegar el técnico, determinó la urgente necesidad de cambiar la totalidad del


tendido eléctrico de mi otrora feliz hogar. Que lo llamemos en cuanto tengamos el
cable y los reales para pagarle su experta y costosa mano de obra.

Entiendo que no todo está perdido en la vida, y convenzo a mi geva, que ella
también puede ayudarme, y prestarme las pilas de su walkman para poder escuchar
la final Tigres vs Magallanes. Tengo pensado divorciarme por motivos más nobles
que un maldito y detestable bombillito quemado y un partido de pelota.

Más tarde, nos quedamos sin luz en la sala. “Esta vez no me vencerá el infortunio”,
pensé. A los pocos minutos se reventó la lamparita de pie del comedor. Mientras
otro bombillito se apaga, siento cómo las tinieblas descienden sobre mi corazón. Y
me dan ganas de mudarme al ártico, donde según he leído, no anochece nunca.

Por suerte no me he entregado todavía a la desesperación. Así, a la mañana


siguiente, cuando descubro que la poceta pierde agua, me concentro cual Kwai
Chang Caine, el mítico y solitario monje chino shaolin de la serie televisiva Kung Fu,
y apelando a toda mi fuerza interior, al mejor estilo del “Pequeño Saltamontes”,
pienso: “Ya pasará”.

Obviamente no pasa nada. Sólo se agrava el problema. Me tiro al piso. Descubro el


origen de la gotita, y coloco debajo un pequeño balde, quien nadie se acuerda de
cambiar.

Así se desata otra formidable historia conyugal, del más hollywoodense y épico
nivel. Llega el momento de amontonar trapos en el piso, para que el agua no corra
por el comedor y las habitaciones. Comienza el ajetreo en busca de los plomeros.
Tengo la sensación que una multitud de extraterrestres pasan por mi baño. Dan
costosos presupuestos y vaticinios, antes de desaparecer para siempre.

Recuerdo con particular rencor, a uno que llamaba cada 30 minutos, anunciando
que ya volvía con sus herramientas. Hicimos guardias hasta enloquecer. Jamás
apareció. A lo mejor ganó el Kino o se mudó al Polo Sur. La verdad, espero que lo
haya aplastado un vehículo.

Así de débil se pone el corazón, cuando cada noche al levantarme, me hundo hasta
el tobillo en un charco de agua en plena oscuridad. Mientras nuestras vidas se
tornan un triste estrujar de trapos empapados, ni los más sórdidos reproches cunden
entre mi geva y yo.
Al rato se descompuso el calentador de agua. La penuria de lo que aconteció de
aquí en adelante, prefiero dejarlo en lo más recóndito de la intimidad. ¿Es que acaso
a usted no le pasó nunca algo parecido?

HISTORIAS DE DROGAS Y ALCOHOL EN EL DEPORTE

Con el presente trabajo periodístico, pretendemos reactualizar el triste caso de


deportistas que eligieron el camino de las adicciones a drogas y alcohol, como vía
de escape a viejos fantasmas de su atormentado mundo interior.

Admirados, adorados y queridos por millones de fanáticos al deporte a través del


mundo, ni la fama ni el dinero los pudieron salvar de las tentaciones. Al contrario.
Algunos se recuperaron. Otros murieron en su compleja batalla contra su
enfermedad. Sin excepción, todos vivieron junto a sus familias, los momentos más
dramáticos de su existencia terrenal.

Especialistas en la materia, aseguran que alcoholismo y drogadicción, son


enfermedades psico-sociales, y no solamente un vicio o mala costumbre. Es un
complejo problema que requiere de verdadera red social de contención, que debe
comenzar en el seno familiar, continuando en instituciones sociales de
rehabilitación.

Cada uno de nosotros debe emprender campaña para terminar con viejos slogans
capitalistas que identifican la felicidad con el consumo de determinados productos
o mercancías, entre ellas drogas y alcohol. Debemos trascender sensaciones de
culpabilidad, y remplazarlas por generosas cuotas de responsabilidad. La
responsabilidad de la acción no termina cuando alguien reconoce su problema de
adicción. Ese es el final de la historia. Tenemos que empezar a actuar cuanto antes.

El inconsciente colectivo de algunos deportistas les hable repentinamente de


adicciones, sombras, motivaciones canalizadas fuera de los campos de juego.
Algunos, alcanzados por la fama mediática y abundantes millones de dólares,
creyeron encontrar en la cocaína, crack, opio, LSD o marihuana, el camino al éxtasis
supremo. Cayeron en la trampa mientras buscaban una vía de escape a su realidad
capitalista, cargada de exigencias y presiones.

Aunque, lamentablemente la lista es muy larga, vale la pena hacer un recorrido por
algunos casos trascendentes, en el deseo sincero que no se sumen nuevos casos.

EL LEGENDARIO KID PAMBELÉ


“Me convertí en alcohólico y drogadicto”, confesó públicamente el dos veces
campeón del mundo de los pesos welter entre 1972 y 1980, a grandes emporios del
periodismo deportivo estadounidense. “No tengo nada. Vendí todas mis casas,
empeñé todas mis joyas, mi mujer se fue a Caracas y no vino más. Todos los
problemas con drogas y alcohol fueron por las malas compañías que me rodearon”.

En abril de 1980, siendo aún campeón del mundo, Antonio Cervantes “Kid
Pambelé”, fue detenido por posesión de estupefacientes. Portaba armas de fuego y
estaba en completo estado de ebriedad. Al poco tiempo fue declarado persona “no
grata”en centros nocturnos de Caracas y Maracay, ciudades donde desarrolló la
mayor parte de su trayectoria boxística: “Siempre es igual. Uno toma ron y más ron.
Entonces, como tienes la cartera full billete, te ofrecen comprar un cigarrillo de
marihuana. Tú lo pruebas. Te gusta y te vuelves marihuanero. Después te ofrecerán
cocaína en polvo, que cuesta diez veces más, pero te hace sentir en otro mundo,
más fuerte y poderoso. Pareces más hombre. A mí siempre me encantaron las
mujeres. Llegué a tener cinco para mí solo en una noche. Me sentía el dueño del
mundo. Después de la coca, viene todo: heroína, LSD y lo que venga”.

Durante su crisis más dura, Pambelé perdió la totalidad de su fortuna. Llegó a pesar
47 kilos ( contra 64 cuando boxeaba). Se caía en la calle. No se le entendía cuando
hablaba: “Al dejar el pugilismo, el presidente de Colombia, Belisario Betancur me
ofreció un cargo. Al enterarse que yo era drogadicto, me retiró la propuesta. Nadie
más se ocupó de mí. A ninguno le interesó de mi vida”.

LA PRECOZ JENNIFER CAPRIATI

A mediados de los ´80, la tenista estadounidense asomaba como verdadera “niña


prodigio” del deporte. A los 13 años de edad, había firmado contratos publicitarios
por varios millones de dólares. Ahijada tenística de Chris Evert, llegó a su primera
final en el circuito profesional antes de cumplir los 14. Todo un caso de precocidad
deportiva. Exigencias y necesidad de marketing, por no defraudar las expectativas
creadas en torno a su figura, la derrumbaron psicológicamente.

Ganó medalla de oro en las Olimpíadas Barcelona ´92. Fue la semi-finalista más
joven de la historia del Roland Garros. En 1993, luego de ser eliminada en el Abierto
de Estados Unidos, Jennifer anunció su retiro momentáneo del circuito profesional,
para culminar sus estudios de secundaria.

Allí comenzó el caos. Las malas compañías la acercaron al macabro mundo de las
drogas. Se separó de su familia. Se mudó a un apartamento en Boca Ratón.
Comenzó a engordar copiosamente, y tuvo su primera aparición en las páginas
policiales, al robar un anillo de 15 dólares.
La hecatombe llegaría poco tiempo después, al ser detenida en un apartamento en
Miami. La ex-niña prodigio del tenis mundial, estaba tendida en la cama, con 800
gramos de marihuana en un bolso, junto a dos jóvenes totalmente drogados.

La pequeña fiesta había comenzado dos días antes. La pequeña Jennifer había
consumido un coctel explosivo de crack, calmantes, marihuana y alcohol.

De inmediato fue internada en un Centro de Rehabilitación: “Cuando me miré al


espejo, vi una imagen tan distorsionada y tan fea de mí, que pensé en suicidarme.
Estaba gorda, desaliñada y demacrada. Tenía un arito en la nariz, que desconozco
como llegó ahí. Toqué fondo. Debo reconocerlo. Estaba peleada con todo, con mi
tenis, mi vida, mis padres, mis entrenadores y amigos, y sobre todo, conmigo
misma. Es más. Los muchachos con los que me detuvieron, eran conocidos. No
amigos de verdad. ¿Por qué caí en la droga? Siempre quise ser la número uno. Y
si no ganaba, significaba que era una perdedora en todos los aspectos de la vida.
Mi espíritu estaba vagando por la más completa oscuridad. Aunque les digo algo.
Mi historia como deportista aún no ha terminado”.

A los 44 años de edad, y luego de frustrados intentos por volver a las canchas de
tenis, Jennifer Capriati intenta transformar sus tristes episodios con las drogas y el
alcohol, en simples malos recuerdos, que jamás volverán a su vida.
LA PICARDÍA CARIBE DE LUIS “CAMALEÓN” GARCÍA

Las empedradas calles de Carúpano, hacia mediados de los años 30 del siglo
pasado, fueron partícipes de los sueños beisboleros del pequeñín Luis García, quien
jugando chapitas y pelotica de goma, adquirió notable capacidad para adelantarse
a las jugadas, previendo el rebote de la esférica con el cordón de la vereda, o con
alguna piedrita atravesada, causante de acaloradas discusiones beisboleras.

Esta clase de jugadas, fomentó su fanatismo por la pelota caribe, llena de picardía
y simbología del gentilicio venezolano, que propiciaría algunos años después, el
nacimiento de “Camaleón”, apodo adquirido por el sucrense, gracias a su destreza
defendiendo la tercera base de Navegantes del Magallanes, equipo de sus amores,
donde debutó el 17 de noviembre de 1949, al sustituir en la esquina caliente, a la
estrella turca, Humberto “Pipita” Leal, para comenzar así, una gloriosa carrera
deportiva, y consolidándose en genuino ícono del beisbol nacional.

“Camaleón”, demuestra el carácter mágico y vivo de la pelota caribe criolla, sedienta


de gloria sin tiempo. Escondida por el fuego de arriba y las brasas de abajo. Porque
es allí en los campos de beisbol, donde germinan las ilusiones que impactan de
lleno en corazones trepidantes. Es allí, donde el deportista transforma el instrumento
de su icónico guante de beisbol, en herramienta de transformación social, capaz de
viajar hasta millones de pechos. Allí donde siente el Pueblo.

“Luego que el lanzador del Cervecería Caracas, Alejandro “Patón” Carrasquel,


lastimó a Pipita con una veloz curva, lanzada directamente a la cabeza, el mánager
mexicano, Lázaro Salazar, me dijo: “Vamos chamaco. ¿Para dónde voy? Le
contesté. La tercera base es tuya, pero échate un palo de brandy para que se te
vayan los nervios, respondió el estratega magallanero. Ante tal situación, le dije que
me lo sirviera “gruesesito”, porque estaba a punto de cumplir el sueño de mi vida”,
señaló Luis Camaleón” García en una entrevista televisiva.

García entendió, que el beisbol es un deporte apasionante, polémico, excitante,


generoso. Una novela cargada de emociones, entrañablemente fuertes. Un
laberinto de pasiones incendiarias, concebidas como la historia atrapante con
perfiles heroicos. Un recorrido a la noche de las noches y a los senderos del placer.
Un relato de Ciencia Ficción, a través de aventuras con final abierto. Esto le permite
la ilusión de cobijar magias y desmesuras. Y allí, en ese mundo de fantasías,
realidades incontrastables y utopías genuinas, comprender que los sueños
revolucionarios son posibles, donde hasta lo inesperado se torna viable.

Iluminado por la magia reflejada por sus anhelos, se calzó el viejo guante, traído
desde Carúpano, y realizó tres notables atrapadas en la raya de cal de la esquina
caliente, para comenzar a escribir una hermosa página en la historia del beisbol
venezolano.

Su brillante accionar, lo convirtió en pelotero insignia de la novena eléctrica,


estableciendo marcas que aún perduran en la pelota criolla.

En la entrada siguiente, García tomó su primer turno al bate, nada más y nada
menos, que ante Alejandro “El Patón” Carrasquel, primer pelotero venezolano en
llegar a Grandes Ligas, quien intentó amedrentar el ímpetu del joven antesalista
carupanero, con un slider directo a la cabeza, que llevó a García al piso.

“¿Estás loco? No ves que vengo del monte y estoy debutando en la pelota
profesional’”? Increpó “Camaleón” al pitcher de los lupulosos, quien masticando su
consabida bola de tabaco, contestó: “Párate y batea. No seas miedoso, carajito”.
Palabras que estremecieron el amor propio del sucrense. Al siguiente lanzamiento,
le conectó soberbio cuadrangular por lo más lejano del center field, para de
inmediato meterse en el bolsillo a la fanaticada de Navegantes del Magallanes y a
su estratega Lázaro Salazar, quien le otorgó la titularidad absoluta en la tercera
almohadilla.

Las fama del carupanero, llegó a oídos de busca talentos de Grandes Ligas,
quienes en 1951, lo invitaron a probarse en varios equipos del sur de Estados
Unidos: “No me gustó en absoluto, el racismo que experimenté en el Norte. Donde
los peloteros negros y latinos, debíamos comer dentro del autobús, porque no nos
dejaban entrar a los restaurantes destinados a gente blanca. Lo mismo ocurría en
los campos de juego, donde había bebedores de agua sólo para negros y latinos.
Entonces, me pregunté: Si los gringos, cuando vienen a jugar pelota a Venezuela,
se les brindan hoteles de 5 estrellas, y se les da todo tipo de facilidades con el
idioma y la comida, entonces ¿por qué tengo que calarme estas humillaciones?,
que se queden con sus bojotes de dólares y Ligas Mayores, que yo me regreso a
mi Patria, a disfrutar del maravilloso mundo del beisbol”, acotó Luis Camaleón
García al programa La Voz del Fanático.

El 25 de octubre de 1966, el hijo pródigo de Carúpano, dejó su huella en la LVBP,


al convertirse en el primer pelotero en alcanzar el millar de incogibles, al conectar
una recta alta del lanzador de Cardenales de Lara, Ken Sanders.

Su tarjeta de presentación incluye además, 533 carreras impulsadas, 63 jonrones,


183 dobles, 267 extra bases, 455 carreras anotadas y 965 partidos disputados.

Deseos de superación personal, arduo trabajo y `profundo amor patrio, fueron


principales aliados en la carrera del sucrense, cuyo lema al momento de saltar al
engramado: “ No te sientas superior a ningún beisbolista, pero tampoco inferior”, le
sirvió para trascender tiempos y espacios en el deporte, valiéndole ser considerado
por cronistas especializados, como el mejor tercera base en la historia de la LVBP,
grandioso bateador gracias a su habilidad para combinar poder y capacidad
hiteadora, convirtiéndose en realidad sus sueños infantiles, cuando jugaba chapitas
y pelotica de goma, en las empedradas calles de Carúpano.

HISTORIAS DE BEISBOL, GRANDES LIGAS, PERIODISMO Y UNA PELOTA DE


SPALDING

Los jugadores discutían con los puños crispados. Se advertían los salivazos del
insulto. Desde las tribunas partían las blasfemias, en un tumulto de gestos duros,
ojos desencajados y amenazas por doquier. La pelota que vuelve a jugarse. El
guantazo adrede que todo lo interrumpe arteramente. La tángana en ciernes.
Insultos, empujones, avalanchas. Policías. Umpier acusado. Beisbolistas que
abandonan el estadio.

Seccional de policía y oficinas del comisionado de Grandes Ligas. Juez.


Declaraciones. Umpiers demorados. Jugadores demorados. La pelota de spalding
olvidada en un rincón. Ya no juega. No la dejan jugar. No puede jugar.
En una sala solemne, rodeado de una larga mesa de esas que suelen llamar “de
directorio”, varios funcionarios visten con alguna elegancia. Al menos, con ropa de
fina procedencia. Se expresan con voces estridentes, con tono agresivo. Se
observan con miradas oblicuas, como espiándose.

Se acusan. Se insultan, refiriéndose a sigilosas reuniones celebradas a espaldas


de la ética, presionando los más elementales fundamentos de la lealtad que exige
la convivencia entre los seres humanos. Alguno sonríe con disimulo, con los ojos
cargados de picardía. Alguien citó la palabra “componenda”. Otro dijo que lo más
correcto sería decir: “arreglo”. Otro, más desenfadado, afirmó que todo estaba
podrido.

Uno más amable, pretendió aclarar que la incentivación, en cierto modo, no hace
más que estimular para el triunfo. Otro le respondió que se trata de prostitución y
no incentivación.

La pelota de spalding no estaba. Allí no está nunca. Allí son las oficinas del beisbol
Donde se legislan las Grandes Ligas. Donde se sortean los fixtures de los
campeonatos. Donde también se sortean los árbitros. Donde funciona el tribunal de
penas. Allí la pelota nunca está. Además, si estuviera, no la dejarían jugar. No
podría jugar.

Y los periodistas deportivos nos miramos desconfiados. Todos sabemos algo.


Todos tenemos la posta, la última noticia, la de adentro. Lo que nadie conoce. Lo
que no se puede publicar, porque si se sabe, caerían muchos peces gordos.
Delincuentes de cuello blanco y corbata.

¿Y la pelota?, ¿Qué dirá la pelota? Las cosas que se hacen en tu nombre. Política,
poder, dinero, afición, negociado, cargos públicos, estatus social, gangsters, mafias,
la pelota de spalding…….

Algún día, deberíamos a promover un sentido de desagravio a la pelota. Pero con


chamos. Con niños y niñas menores de 12 años, con mirada limpia. La pelota.
Hace unos días, en ocasión del Juego de Estrellas, alguien me pidió unos versos
inútiles que una vez escribí a la pelota de beisbol. ¿Te acuerdas? Haría falta
volverlos a publicar.

Oda la pelota de spalding: “Siempre estrás allí. Siempre esperando. Mansa, pura y
candorosa, como son los sueños de aquel chamito, que te descubrió juguete, en
la almohada azul de sus ternuras. Porque llegaste con ese destino de hada
generosa, para ponerle alas a la esperanza, de ese arisco gorrión de los baldíos.
Como un enamorado, ambicionó descubrirte en tus más ricos secretos. Siempre
estrás allí. Siempre esperando. Siempre olvidada. Cuando el bullicio de la fiesta
cesa. Cuando el eco de los gritos se silencia. Estarás allí. Esperando al chamo de
la historia, Tú que nunca supiste de triunfos y derrotas. Tú, que nunca supiste de
éxitos y fracasos. Tú que solo naciste para vivir jugando”.

Y cuando los jugadores discutían. Cuando el comisario, el juez y el árbitro iniciaron


el sumario, Cuando los hombres bien vestidos se insultaban o coincidían alrededor
de esas mesas largas de directorio, Un chamo en puntas de pies, se acercó a la
pelota de spalding. Se la puso debajo del brazo, y se marchó con una sonrisa. A
los pocos minutos, estaba jugando con ella en un sitio baldío. Y nadie se dio cuenta.
LA INCREÍBLE MAGIA DE JESÚS “EL CHALAO” MÉNDEZ

“Chalao”, no te vayas nunca. Quédate detenido en el grito. Que un solo golpe de


vista alcance para desatar tu magia en los campos de juego. Que se asome en tu
gesto y tus manos, el recuerdo de tu tarde imborrable. Para que alguna vez, vuelva
a murmurar luego de tu primera atrapada fenomenal de la tarde. Ven “Chalao”, no
te vayas. Sigue deleitándonos con tus acrobacias en primera base, quiebres de
piernas, cintura y bateo oportuno.

Volvió la magia beisbolera de Jesús Méndez con Tigres de Aragua. Volvió la vida.
Volvieron a latir los corazones. Volvieron a ensancharse las sonrisas. Volvieron a
brotar de las gargantas roncas, los cantos casi olvidados de las horas felices de
los fanáticos. Volvieron a asomar de los ojos enrojecidos por la frustración deportiva,
las lágrimas de la alegría. Volvió el beisbol, la pelota caribe. Volvieron los tiempos
gloriosos de aquellos lejanos campeonatos.

Sale “El Chalao” del Estadio José Pérez Colmenares, cuando de pronto, por detrás
de la puerta del vestuario, aparecen los fervorosos fanáticos a la genuina esencia
de la pelota criolla. Aquellos de pantalones grises, azules y jeans raídos. Los del
alma en el puño y el pecho tajeado que ofrece el corazón. Con los colores tigreros
sobre la piel.

Y saltan. Y gritan. Y me convierto en su cómplice. Y los fanáticos a la pelota bien


jugada y los fenomenales engarces de feria, se unen a su canto. Lloro porque lloran.
Río porque ríen. Vivo porque viven. Aquí está mi mano. Deme su abrazo. Este sol
nuevo que asoma por detrás. Ahí está “El Chalao”, lejos de las bombas de humo.

Mira, Mira los dos primeros rayos de luz, como tocan de color a las palomas que
parecen sombreros. Y ahora, abarcan al mar como una bandera. Buenos días.
Buenos días. He visto un soberbio amanecer beisbolero.

Y cuando anochezca, por la ribera de tu sabana vendrá “El Chalao” Méndez. Con
un toque y coros de “olés” para desvelar el corazón. Loco como un acróbata
demente, saltará sobre tu pecho y sentirás que enloqueció tu corazón. Viva el
beisbol.
ENSEÑANZAS QUE NOS DEJÓ LA SERIE DEL CARIBE 2019

Recién terminó el partido contra Leñadores de Las Tunas. Ahora, sólo la


computadora y yo. Es simple el análisis. Cardenales perdió porque, bueno,
porque……. Hace diez años que un equipo no logra trascender en la Serie del
Caribe porque, bueno, porque…..y la verdad es que no escribiría nada. Esta es la
hora en que una única e histórica verdad nos deprime. Ojo: “nos deprime” significa
algo de irritación y un poco de decepción por no haber llegado más lejos. Uno no
creía mucho, pero igual duele.

Porque está bien analizar, extraer conclusiones, buscar responsables, aunque en


estos momentos no tengamos ganas de escuchar conceptos, refrescar situaciones,
registrar la ineficacia del bullpen criollo o detallar la cantidad de corredores dejados
en base por la toletería crepuscular en partidos decisivos. Admitimos el fracaso de
los pájaros rojos en la Serie, como quien conoce el diagnóstico fatal sobre la vida
de la persona que más queremos.

Considerando como se ha manejado nuestro beisbol profesional en los últimos


años, priorizando siempre intereses comerciales capitalistas de las Grandes Ligas,
que desarman a los campeones de la LVBP, justo antes de comenzar el clásico
caribeño, creando dudas y problemas continuos, sería muy iluso pensar que algo
diferente ha debido suceder en el diamante de juego del estadio Rod Carew.

Quien crea que con sólo convocar a buenos jugadores se arregla todo, se equivoca
rotundamente. Para aspirar a ganar nuevamente una Serie del Caribe, hay que
comenzar a ordenar la cosa desde arriba. Y solo entonces, no viviremos nunca más,
ese clima turbio y desorganizado que envuelve últimamente a nuestros
representantes al icónico torneo.

Llegué a la Serie del Caribe Panamá 2019, con las valijas llenas de fantasmas. Esos
duendes maléficos que surgieron cuando intereses golpistas emanados desde
Washington, decretaron que Barquisimeto no sería sede del evento, y equipos de
Grandes Ligas “sugirieron” a nuestros peloteros insignia, no participar de la justa,
fabricando al mejor estilo de Hollywood, un clima plagado de incertidumbre, dudas
y temores. Esos que nos pusieron más cerca del fracaso que de la consagración.
Y en el estadio Rod Carew, nos fuimos aferrando luego de las dos primeras victorias,
a las pequeñas luces que tenuemente se encendían para prolongar la agonía de la
esperanza.

¡Qué pena las carreras que no anotamos contra Charros de Jalisco!

¡Qué pena los errores cometidos contra Leñadores de Las Tunas!

Acaso sin darnos cuenta, nos fuimos haciendo trampa. O acaso, era el consuelo de
constatar como el presagio tan oscuro que demandaba la lógica deportiva, no se
cumplía con la inexorabilidad que se presumía.

Quiero dejar de lado las circunstancias y los atenuantes. Quiero olvidar la crítica
válida a los errores de manejo del pitcheo. Quiero desterrar la anécdota para buscar
los hechos importantes.

Ahora, que el fragor de la competencia ha concluido, y que nuestras alegrías y


tristezas se han entibiado, tenemos la necesidad y la obligación de encontrar las
enseñanzas. Como se suele decir, recoger experiencias. Oh, la experiencia, esa
amiga inseparable de nosotros, los venezolanos.

Y vayamos más allá del valor-jugador. Porque eso: ¿quién lo discute? Muy pocos.
Casi nadie. Si en Panamá, todavía se habla del talento demostrado por Juniel
Querecuto, Alexi Amarista, Alí Castillo o Wilfredo Boscán. No, eso al margen de
algunos fracasos, no está en discusión.

Lo otro, aquello de engranar como equipo, como conjunto, eso sí.

Siempre se salió a resolver un partido. No hubo una filosofía determinada de juego.


Siempre lo inmediato, nunca lo permanente. De allí viene la confusión. Y también el
hecho periodístico de englobar superficialmente las cosas.

Por eso, mi balance no se puede definir en una sola palabra. Para el beisbol que
insinuaron Leñadores de Las Tunas y los sorprendentes campeones, Toros de
Herrera, estamos a mitad de camino. Esa es una conclusión definitiva, que sólo
podremos revertirla cuando comencemos a no desarmar nuestros equipos
campeones.

Finalizamos este artículo, con una reflexión del recientemente fallecido Frank
Robinson, legendaria figura de Grandes Ligas, cuarto jonronero histórico en las
Mayores con 586 estacazos, sólo detrás de Hank Aaron, Babe Ruth y Willie Mays:
“Prefiero la muerte, antes que perder la vida”.
SUMARIO BEISBOLERO INCONCLUSO

Apreciados lectores de esta prestigiosa publicación. A continuación les presento un


argumento para una telenovela, ahora que está de moda la “reprise” del ayer.

La primera escena comienza con mi pana, “El Tiburonero” Arístides, parado en


alguna icónica calle de Mariara, mientras disfruta de una popular cerveza bien
fría…….

Al candidato a presidente de una liga de beisbol profesional, ya lo tenían. Además,


se habían hecho todas las consultas, y las cúpulas mafiosas del deporte, estaban
conformes. Los ideólogos trabajaron bien. Gente mediática e influyente, con esa
rara mezcla de “high life” hollywoodense, Rambo y lumpen burgués. Como en
época del Paro Petrolero del 2002, cuando las órdenes de suspender el campeonato
de la LVBP, venían desde Washington y Pedro“El Breve” junto a algunos dueños
de equipos profesionales, pasaban la noche jugando a las cartas en lujosos casinos.

El candidato necesitaba apellido de señorito, título universitario en filosofía oriental


y un hablar pausado, convincente y fino. No importaba su total desconocimiento
sobre el beisbol. Uno de esos personajes que no imagino por qué se entreveran
en la política. Quizá porque la política está tan cerca de la popularidad deportiva,
como del tuteo tan afectuoso del elegido y sus secuaces.

También, habían apalabrado a un par de expertos en finanzas, capaces de arrimar


algún dólar al momento de respaldar los compromisos adquiridos y rimbombante
compra-venta de jugadores, superando a cualquier consorcio mercantilista criollo ,
en eso de poner la cara y los biyuyos en pro de satisfacer su insaciable vanidad y
ansias de poder.

Pero faltaba lo principal. “El Capo” directivo. La figura mediática principal, capaz de
cautivar a los medios con su presencia. Claro que el hombre, ya estaba contactado,
pero costaba mucha plata. Además del compromiso que significaba transar el
arreglo con un tipo peligroso como “El Gato”, quien siempre estuvo para cualquier
cosa.

“Vea Pajarito”, como le decía a quien venía a verlo. El negocio de adueñarnos de


la Liga de Beisbol no es fácil. Esto no se arregla así nomás. Necesitamos muchos
y verdes dólares. Imagínese a la gente que hay que mover para que no se nos
pinche la cosa. Debemos acudir con “El Antesalista”, que según me enteré, es el
candidato de la contra.

No se preocupe. Hace tiempo que lo conozco y sé que al momento de ir al frente,


arruga. Para eso es necesario que nuestros aliados, tengan los bolsillos y las
manos bien aceitadas, ¿comprende? Nada de pichirrear con la mosca en negocios
como este. Luego habrá tiempo para recuperarla. Por los momentos, debemos
superar el problema de estas elecciones imperiales para elegir al nuevo presidente
de la liga, para ver a qué grupo autoriza la MLB, para comandar los negocios. Delo
por hecho que usted, para mí, ya es el nuevo presidente.

Y ganaron por robo. Como lo había prometido “El Gato”. La gente se había movido
bien desde la mañana, y como a eso del mediodía, ya los puntos de “El Antesalista”,
se fueron pal carrizo. Porque como dijo “El Gato”: todos estos maulas, aflojan al
ponerles un revólver en la frente. Así que esa misma noche, luego de una
abundante cena y tener canilla libre con el whisky, se puso sobre la mesa, el paquete
de los verdes dólares, y alguito más, porque los gastos se extendieron más de la
cuenta.

Convenía quedarse bien con los muchachos que están firmes en la lucha por
adueñarse de la Liga de Beisbol y sus negociados. Porque uno nunca sabe cómo
puede venir la mano. Pero yo le digo “presi”, hicieron muy mal en “zapearme” con
el otro bando. Porque la plata que me robé con el negocio que andan comentando,
la tengo que dividir, y usted lo sabe bien, porque así era el arreglo. Así que ahora
no vengan a apuntarme públicamente para sacarme del medio. Los que pretenden
candidatearse por su cuenta, y hacerle también la boleta a usted mi apreciado
“presi”.
Mire que tengo mucho tiempo en estas cosas, y no estoy para nuevos
contratiempos. Aquí me juego todo. Yo soy así, y estoy para cualquier lío, con tal
de apoderarnos del negocio.

¿Qué haces Gato, estás loco? Guarda esa fuca. Mira que arreglamos.
Solucionamos los problemas entre nosotros.

Mire señor comisario. Veníamos a verlo para retirar las denuncias contra ese señor
llamado Gato. Fue un malentendido. Pero ni siquiera existieron las armas, las
municiones, armamentos ni mucho menos eso de los disparos que comentan `por
ahí.

No señor periodista, usted está muy mal informado, ¿o pretende contaminarnos


con un hecho policial? Por favor.

¿Intentona de sobornos mafiosos para adueñarse de la Liga? Por favor. ¿El Gato?,
El Antesalista? Como presidente de esta nueva junta democrática deportiva, que
rige desde ahora los destinos del beisbol profesional, me hago responsable de la
honorabilidad de todos mis compañeros, como de la mía propia. Y le reitero que el
señor Gato es un caracterizado y ferviente luchador por llevarle a todo el país, este
sano esparcimiento llamado beisbol, y su consecuente televisación privada por
cable.

Los invito a terminar la telenovela como quieran. Pero no se olviden de aclarar tanto
al comienzo como al final, eso que siempre se pone: “Cualquier semejanza con
personas o hechos de la vida real, es simple coincidencia”.

LUIS PEÑALVER: “EL MAGO DEL MONTÍCULO”

Hace ya un largo tiempo, que resolví expulsar de mi vocabulario, la palabra “ídolo”.


Prefiero remplazarla por “gran tipo”, o mejor aún “gran ser humano”, aunque esta
última palabra, suene un tanto solemne. Muchos aficionados suelen repetir que el
pitcher Luis Peñalver, fue uno de los grandes ídolos del beisbol venezolano, en
especial con Leones del Caracas.

A mí, me gusta decir, que Peñalver fue uno de los tipos que más quiere la gente,
que más germinó en el cariño del pueblo. Al margen de la admiración que causó
su indiscutido talento, patentando su icónica curvita imbateable, y su inigualable
recta de humo.

El cumanés fue amigo, generoso, cordial, afectuoso. Limpio por dentro y hasta
candoroso, en esa maravillosa cualidad para el asombro que lo acompaña a diario.

Cuando lo conocí de lejos, allá por el despertar de los ’80, ya mostraba esa
expresión pura de chamo de barrio, proveniente desde adentro. Ese desamparo que
seguramente lo entregó casi indefenso frente a la vida. Esa pena que nació
justamente por sentir tanto la vida, por quererla tanto. Por vivirla tan intensa y
alegremente. Y así, fue creciendo, con el mismo candor en la cara, con la misma
generosa hospitalidad de todos sus gestos.

Tiempos de una Caracas romántica, cuando la cita con el café se estiraba en largas
madrugadas. Cuando el joven serpentinero se nutría por sus pasiones por el
beisbol, salsa, bolero, y tardes por Sabana Grande, emprendiendo curiosas charlas
en kioscos de periódicos, con músicos, cantores, y actores del teatro de calle.

Tiempos de la pinta ganadora, de palidez nocturna junto a estrellas de la farándula.


De icónico personaje deportivo que descollaba en los torneos de beisbol, dándoles
a través de su labor monticular, notoriedad y fama.

Fue en ese tiempo, cuando en Los Chaguaramos, cerca del estadio Universitario,
apareció la estampa de Luis Peñalver, uno de los más indiscutibles triunfadores que
conocí en mi peregrinar como fanático a la pelota criolla.

Luis ascendió a la notoriedad con la calidad de sus pitcheos, Ganando en todos los
ambientes que frecuentó, Y ni que hablar de su avasallante personalidad. Con su
eterna vocación para sentirse siempre el primero. Esa dinámica, vigorosa ambición
permanente por ser notorio.

Ese eterno romance con la vida, a la que galanteó siempre con su sonrisa más
seductora. Así era el aguerrido cumanés. A cualquier hora del día y en cualquier
parte. Lo mismo, en la simple actitud de caminar por icónicas calles de
comunidades populares, que sobre el morrito de pitcheo.

¿Qué representa Peñalver para el beisbol? Nunca comprobé un jugador sentir más
el partido que a Luis. Ni al mismísimo Juan Marichal. Sin pretender aventurarme en
el paralelo, ni a ninguna de las grandes figuras de hoy en día, a quienes la
estridencia más perfeccionada de la promoción mediática, los eleva a la jerarquía
de ídolos. Y si esa palabra encierra algún significado elogioso, entonces Peñalver
alcanzó el privilegio de los ídolos en toda su genuina dimensión.
Luis, Jugaba para el equipo, y también para satisfacer su vanidad e intenso amor
propio. Por ello, todos los estadios que visitó por el Caribe, se llenaron con sus
sorprendentes lanzamientos en curva y sinker. Siempre dispuesto para la
inigualable hazaña.

Pitcheaba como vivía. Siempre dispuesto para la inigualable hazaña. Campeón,


nada más que campeón. Qué clase de jugador para ganar partidos decisivos. Su
pecho siempre inflado. Sus lanzamientos “enyoyados” que amenazaban nunca
llagar al home. Pelota que se queda dormida, aguardando el galanteo de
apesadumbrados bates que buscan en vano, resolver su misterio.

Y ese era el mensaje que la gente recibía de Luis Peñalver, instalado


definitivamente en el afecto popular, perteneciendo al selecto grupo de elegidos
que seguirán perpetuándose en la memoria de todo un Pueblo, que recoge su
herencia deportiva.

Hoy, en medio del estrepitoso bullicio mercantilista de la promoción mediática,


tanta fama vana, héroes de arcilla, de tanto “sensacional”, “maravilloso”,
“inigualable” o “indescriptible”. De tanta declaración cursi y juicios ligeros y
apasionados, es prudente recordar la magia de Luis Peñalver.
EL CERDITO FEROZ MAGALLANERO Y LOS TRES LOBITOS TIGREROS

Hasta aquí, esta historia marcha sin novedades. Pero el ánimo se vendrá al suelo,
como los icónicos hogares de los tres pobres lobitos tigreros, cuando les cuente,
que tenían contratado a un ingeniero magallanero llamado “Cerdito Feroz”, quien
era tan, pero tan malo, que cada vez que los lobitos construían una casita de paja,
les prendía fuego de inmediato. Si la hacían de barro, antes de secárseles, les
echaba un balde de agua fría. Y si la hacían de cemento, el muy ladino la
dinamitaba,

Tras cada fracaso, los pobres animalitos terminaban tirándose de los pelos, pero es
por todos sabido, que el lobo pierde el pelo pero no las mañas. Entonces, decidieron
construir un moderno edificio de 40 pisos, ultra reforzado con materiales de primera
calidad. Y si fracasaban esta vez, juraron abandonar la arquitectura para dedicarse
a trabajar como editores en algún periódico deportivo, y ganarse la vida como
analistas de beisbol.

Comenzó la esperada construcción del imponente inmueble, y en todas las


jornadas, venían los tres lobitos, a controlar si la edificación seguía en pie. Pasaban
los días, y la obra avanzaba sin contratiempos. ¿Será que el cerdito feroz
magallanero, se planteó finalmente dejar en paz a los tres lobitos tigreros?, ¿Se
habrá regenerado el muy ladino?

¡Que va mi pana!, de ninguna manera. El muy ladino solo esperaba que el edificio
estuviera concluido, con todos los papeles en regla, otorgados por las autoridades
municipales, para tirarlo abajo. Así, haría más ruido y daño. Y capaz que captaría
la atención de los medios de comunicación, siempre pendientes de cualquier
desastre terrorista de esta índole.

Al cabo de pocos meses, por fin llegó el día de la inauguración. Todo el jet set
hollywoodense estuvo presente en el magno acto. Blancanieves y los cuatro
enanitos, ya que, los otros tres no asistieron, al no tener ropa que ponerse, Pluto,
El Pato Donald, El Teletubi Alexis, Dumbo, Batman, Robin, El Guasón, Batfink,
Karate, La Cenicienta y Olafo el Amargado. También dijeron presente al bonche, los
populares Peter Pan, Alicia acompañada de su famosa madrina protectora, Pinocho
el mentiroso y un cocodrilito famoso llamado Juancho.

Luego de cortar las tradicionales cintas, todos los presentes se dirigieron al icónico
salón de banquetes, decorado con temas beisboleros de actualidad, a disfrutar de
suculentos y deliciosos platillos gourmet, al son de la canción “Magallanes será
campeón”, interpretado por la Billos Caracas Boys.
En ese momento, Sylvester Stallone les comentó a los tres lobitos tigreros: “Parece
que el sistema de seguridad dio resultado, no tenemos ningún rastro del infame
cerdito feroz”.

-Te equivocas Rocky, el cerdito debe estar servido en algún platito del banquete,
acotó el lobito más pequeño.

Y toda la concurrencia se lanzó de una sobre el pernil horneado, y los apetecibles


canapés.

LA INUSUAL PICARDÍA DE NÉSTOR ISAÍAS “LÁTIGO” CHÁVEZ

Hacia las 6pm, el fanático magallanero, tomaba el fresco de la tarde. Y con su


inconfundible estampa de jubilado de barrio, nos preguntó con tono de piadosa
reconversión religiosa, si no teníamos escrúpulos en fotografiar la icónica casa
donde nació “Látigo” Chávez. Con el frente de ladrillos apilados unos sobre otros,
sin argamasa ni revoque. Criticando al periodismo amarillista, que con tal de
publicar una noticia, no se detiene ante nada ni ante nadie.

La historia del chamo Néstor Isaías, nacido en la comunidad popular de Chacao,


estado Miranda, sirve de ilustrativo ejemplo de superación personal para nuestra
juventud. Y fue tanta la vergüenza que sentimos, que al final partimos en la misma
camionetica que nos trasladó hacia el barrio, sin hacer la nota ni sacar la foto del
hogar. Todo culpa del jubilado bucanero, admirador de “Látigo”, quien propició
que regresáramos a la redacción del diario sin la nota.

Parecieran haber transcurrido apenas unos días desde su último partido, cuando el
pitcher Isaías Chávez, era comentario cotidiano en toda Venezuela. Y estoy
convencido que no exagero nada. Porque al encaramarse en la lomita, encarnaba
para los fanáticos al beisbol, al chamo que esperamos siempre. El que llega sin que
nadie disponga de alguna referencia suya.

Alguien dijo, que el serpentinero descosía la bola en el beisbol aficionado con la


escuadra “Los Celis”, donde participó en categorías infantil, junior y juvenil. A los
15 años de edad, luego de ganar 17 partidos en fila, se consagró en los VI Juegos
Nacionales Juveniles Margarita 1963, ganando tres encuentros decisivos para
encumbrar al Distrito Federal como flamante campeón.

En la temporada 1962-1963, con solo 18 años, Isaías salta al profesional, con el


legendario Orientales, sentando bases para su firma con el Magallanes.
Cimentando desde el primer lanzamiento, la genuina idolatría popular, para
convertirse en uno De los peloteros más carismáticos y emblemáticos de la historia
del deporte nacional.
“Látigo” representaba baldío puro, con esa inusual picardía que le bailaba en los
ojos. Con sus centellantes rectas e icónicas curvitas, que causaban envidia a
cualquier exótica bailarina. Por eso, el pueblo magallanero gritaba: “Grande Látigo”.
Mientras los rivales se marchaban del estadio, convencidos que había nacido una
gran lanzador, distinto a los demás, dispuesto a marcar con su sello indeleble, el
alma de los fanáticos a la pelota criolla.

Néstor Isaías, quien además tenía carita de ángel, como decía la prensa, era un
atrevido e irreverente, que mostraba sus pitcheos, retando permanentemente a
poderosos sluggers.

Luego, les escondía la pelota muy cerquita del home, donde duelen los
lanzamientos y no sobra el tiempo para pensar.

Justo allí, a la hora de la chiquita, “Látigo” inventaba y no había nada que hacer.
Nada que discutir. Era un pitcher distinto. Los bateadores quedaban paralizados.
Otros, se balanceaban nerviosamente y al perder el equilibrio, caían como muñecos
mientras el umpire gritaba: “Strike tres, estás ponchao”.

Para causar delirio en las gradas, Néstor amasijaba la caprichosa pelota de


spalding como si fuera un chicle. Combinando envíos de ida y vuelta. Dominando a
placer a sus rivales.

Y al otro día, cuando volví a la casa natal de “Látigo”, con suerte de no encontrarme
con el jubilado magallanero, tomando el fresco de la tarde, transpuse ese frente de
ladrillos sin argamasa ni revoques, que con solo tocarlos con la punta de los dedos,
se caía.

Pasé por una puerta sin puerta. Calando en su maravilloso mundo de recuerdos y
vivencias beisboleras. Y allí, se me apareció el chamo con su cara de ángel. Con
una picardía que le daba vuelta en los ojos. Que trascendía las calles turbias con
aroma a genuina filosofía de barrio. Hombre prematuro y gorrión rebelde. Se quedó
allí, mirándome con recelo. Examinándome con peculiar desconfianza, con una
timidez que no disimulaba cierto descaro. Luego de un rato, me autorizó como
periodista, a introducirme en su gloriosa historia.

Y así, fui ordenando datos, fechas y circunstancias, que confirman a Néstor Isaías
“Látigo” Chávez, entre los grandes ídolos populares de nuestro beisbol.
LOS RIEGOS DEL PROSPECTO GRANDELIGA

Fue un poco después de haber firmado un lucrativo contrato millonario en verdes


dólares con un icónico equipo de Grandes Ligas. ¿Te acuerdas Pablo? Habíamos
llegado a las adyacencias del barrio San Vicente, a eso de las 4pm, de un día
entresemana de enero, a bordo de un automóvil súper-sport, más llamativo que
Diosa Canales surfeando en alguna playa de Miami.

El Junior, destacado prospecto de las Mayores, iba al volante. A su lado, su


entonces incipiente apoderado, Juan Mercado, quien compra y vende todo al
contado. Eran tiempos cuando la “Junior Producciones”, se encontraba como
incipiente proyecto capitalista. En el vehículo, también viajaba Cheo, el hermanito
menor del Junior.

Cuando iba por fin confraternizando con icónicos temas de vallenato, bachata y
reggaetón que sonaban insistentemente por la radio, abandonamos la ruta, y nos
fuimos introduciendo de a poco, en un mundo distinto, donde improvisados
arquitectos del icónico barrio maracayero, jerarquizan la chapa y la madera como
materiales de construcción en casas más solitarias que solariegas, resignadas como
inmutables islotes en medio de charcas quietas, donde la maleza crece con rapidez
asombrosa.

Descendimos frente a uno de esos hábitats, que no traicionaban la peculiar línea


arquitectónica, donde el Junior, albergó sus primeros y tímidos sueños deportivos.
Después, salimos a buscar los viejos rincones del barrio. Las callejuelas surcadas
por las huellas de los vehículos automotores, que serpenteando caprichosamente
avatares de los huecos, se perdían a lo lejos. La manada de perros con hambre,
acobijados por vecinas de antes, quienes satisfacían su curiosidad, saludando a
este Junior triunfador, que siempre fue de ellos.

Este Junior, quien seguramente algún día, les hará llegar el agua potable, a través
de sus relaciones con funcionarios y personajes importantes del ámbito nacional,
según decía aquella señora morena, con los dos chamos apretados a su cintura
con religiosa admiración. Porque: “¿Sabe usted señor, la plata que se nos va,
comprando el agua a esa gente de los camiones que bachaquean el vital producto
a comunidades populares?”.

Hasta que un bullicioso coro de gritos nos llevaron al campito de la caimanera


interminable, con las bases marcadas por piedras gigantescas. Los outs
imaginarios, el lanzamiento por pálpito y el robo de base destinado sólo a los
guapos de verdad. Tiempos de polémicos ponches calculados por intuición a la
estatura del bateador.

Allí, permanecimos unos largos minutos, rodeados de un bullicioso grupo de


chamos. Algunos de ellos, todavía vestidos con la ropa del colegio. Todos
vitoreaban al Junior, el ídolo del barrio.

¿Cuantos sueños no Pablo? El deporte tiene la particularidad de unir al pueblo. A


los chamos, pobres y ricos, mucho antes que la vida en el perverso capitalismo, les
establezca diferencias, y les obligue a comprender que no siempre son iguales.

Ha comenzado a caer la tarde, cuando emprendimos el regreso por las mismas y


enfangadas callejuelas, evadiendo las charcas inmóviles. Lentamente, el silencio
lo iba invadiendo todo.

A esa hora, donde la naturaleza parece replegarse misteriosamente, junto los


pájaros y las últimas luces del día, íbamos rumbo al automóvil, que brillaba como
un a gema en medio del paisaje gris.

El Junior marchaba a mi lado. Con las manos enfundadas en sus bolsillos del
pantalón. De a poco, me fue llegando la voz del brillante prospecto, como una
reflexión hecha consigo mismo, con un mensaje puro y humanista: “¿Sabes?, yo
fui muy feliz aquí. A pesar de la pobreza. Porque todo lo que ves, era mío,
¿comprendes? Pescaba en las lagunas, cazaba pájaros con una resortera, o
nadaba atorranteando y jugando todo el día, allá por los montes. Pero más que
nada, jugaba siempre al beisbol, como estos chamos de allá ¿vio?, Eran tiempos
cuando no tenía, patrones ni obligaciones ni compromisos”.

Cuando hizo u a pausa, lo miré de soslayo. Tenía la vista clavada en el piso, y una
sonrisa pura y conmovida. Hasta que reinició el monólogo con un tono más pueril:
“Por eso, siempre pienso que mis hermanitos, no tendrán una infancia tan feliz
como fue la mía. Porque por mi triunfo en el beisbol de Grandes Ligas, nos
mudamos al norte de la gran ciudad. Y allá no hay potreros para jugar a la pelota.
No te parecen tristes los chamos de los apartamentos? Por eso, mire, ya lo tengo
decidido, cuando tenga muchos, muchos dólares, voy a comprar un gran terreno
por aquí, en mi barrio, y edificaré la mejor casa. Con todas las comodidades. Hasta
con piscina para vivir con toda mi familia. Para que mis hermanitos, hijos y sobrinos,
sean felices como lo fui yo. Aunque entonces yo pensaba que no tenía nada. Era
dueño de todo lo que me rodeaba”.

El rugido del motor 8 cilindros, me arrancó de mis cavilaciones, mientras la manada


de perros cimarrones nos seguían con sus ladridos. Unos chamos, agitaban las
manos s a través de una pequeña verja. Volvimos a pasar frente a la escuela del
pueblo. Allí, donde el Junior decía: “Hasta mañana señorita”, a la misma maestra
que le dijo que había preferido seguir soltera para ocuparse de sus alumnos.

Ya sé Pablo, que fueron las palabras de un muchacho prospecto Grandes Ligas


de apenas 18 años. También se lo dije a la Tía María, que usa los mismos piadosos
argumentos que tú.

¿Pero te enteraste de las últimas declaraciones de este chico a la prensa yanqui?,


Luego de un partido manifestó que después que concluyera su primera campaña
en el Norte, entre sus proyectos sociales, priorizaba radicarse definitivamente en
Estadios Unidos, comprar uno de esos millonarios clubes que hay allá, como los
Marlins de Miami, y enseñarle a jugar beisbol a los chamos gringos. Así como los
hicieron con el fútbol figuras como Pelé , Beckenbauer, Neskens o Cruyff.

Habló de comprarse una mansión en Beverly Hills, en afueras de Hollywood.


Elogiando la gran capacidad de ese país llamado Estados Unidos. Lo mismo que
“El Negro” Pelé. Pablo.

¿Te acuerdas cuando Pelé me dijo lo mismo? No había abandonado al Santos


cuando ya decía “children” en vez de “garotos”. Y pretendía abocarse a enseñar a
los niños de Estados Unidos a jugar al fútbol para que sean felices.
Puras odas mediáticas. Odas para fomentar las lágrimas y excusarse, tras
supuestos proyectos sociales, que viajan a las Grandes Ligas, con el sólo propósito
de empacar millones de dólares.

El mismo cuento. Sin apostolados, sin conmover a nadie. Sin renunciar a nada. Sin
versos. Sería más loable que declare: “Salgo al campo de juego, para volverme
millonario, siempre con el guante debajo del brazo. Y si puedo, como Pelé, instalo
mi despacho en el “forty seven floor” de la Warner Brothers y si puedo, vendo
Junior Cola”.

Ya sé Pablo. No me lo vuelvas a repetir, porque esa frase es un estribillo. Ya sé


que la sociedad de consumo se traga todo como una ciénaga. Que los métodos de
seducción se perfeccionan y reducen al “compre.- compre” y al “venda- venda”.

Pero siempre hay que decir que sí. Nunca puedes decir que no. Además, siempre
responsabilizamos de forma impersonal a la sociedad de consumo. Como si no
fuese obra de los mimos seres humanos. Y dale con eso de que ay que hacer la
torta de suculentos dólares en busca del “American Way of Life”.

En este mundo capitalista, solo importan los éxitos que se pueden calibrar en su
dimensión monetaria. Hace años que los medios solo hablan de dólares, intereses,
reservas, balanzas de pago, financieras, de los contratos millonarios de Miguel
Cabrera, Omar Vizquel, José Altuve o Johan Santana. De los problemas
económicos de nuestra pelota profesional, de las posibilidades de suspensión de
la LVBP.

Plata, dólares, mosca, verdes, de eso escuchamos a diario los fanáticos del
Juniors en nuestro país, y los aspirantes a Juniors que germinan detrás de los
caprichos de la pelota. Lo mismo que escuchar de los chamos que aspiraron a la
guitarra de Eric Clapton, o las contorsiones de Elvis Presley.

Dinero, mosca, verdes dólares, contratos millonarios multianuales, ¿a quien


traemos?, ¿A los Rolling Stones? ¿Cómo, no lo sabías?, la “Junior Productions”
bancará dentro de poco un disco de alguna figura mediática del mercado disquero
venezolano.

Vámonos a las Grandes Ligas porque allí está la plata grande,. Allí está Beverly
Hills. Allí está la tierra de Frank Sinatra y Justin Biever. ¿Te crees que el Junior es
el gran protagonista de esta historia? No. Es nada más que una consecuencia.

En nuestro país, los medios de comunicación capitalistas e imperiales, no dejan


lugar a los sueños y las fantasías de los chamos. Tampoco creen en las cosas que
no figuren en las producciones de sus nutridas agendas.
¿Sabes por qué te conté esta historia Pablo?, porque tú mismo puedes medir el
nivel de cambio que se operó en el Junior, en apenas dos temporadas. Antes, una
casa en San Vicente. Ahora, una mansión en Beverly Hills, en las afueras de
Hollywood. ¿Será más residencial Beverly Hills, que la calle principal de San
Vicente?
MIGUEL CABRERA: “EL MUCHACHO DE LA PELÍCULA”

La potencia de sus batazos y la desfachatez mostrada en los terrenos de juego,


convirtieron al maracayero Miguel Cabrera, en ídolo popular de las tribunas, que
aman su beisbol atrevido e irreverente. El polvo de la tierra está en el aire. El sol se
asoma entre las nubes. Es una tarde como tantas otras, en el barrio La Pedrera de
la capital aragüeña.

Miguelito es un niño, y se prepara para jugar una caimanera con sus compañeritos
de clase. Antes, en el patio de su casa, ensaya una y otra vez, rebotando la pelotica
de goma contra la pared, imaginando realizar jugadas de antología en el
campocorto, al mejor estilo de “El Rey” David Concepción, levantándose adolorido
del piso, cuando sus piruetas no seducen los inesperados caprichos de la pelota
caribe.

“Cuando era un chamito, me la pasaba jugando chapitas y pelotica de goma o


papel. Trataba de divertirme cogiendo flaycitos o rolincitos, siempre inventándome
una de habilidoso. La alegría es parte esencial del maravilloso mundo del beisbol.
Por más fama que tengas, siempre debes tener al barrio presente en tu mente. Así
recordarás en todo momento, tu verdadera esencia humanista”, acota “El
Muchacho de la Película”, con los ojos perdidos en el horizonte, en busca de
mágicos recuerdos anecdóticos, cuando los sitios baldíos y las caimaneras de
barrio, formaban parte de su cotidianidad. Cuando todavía no era el slugger criollo,
ídolo y héroe nacional, triple coronado en Grandes Ligas e ícono de la dinastía
Tigres de Aragua.

Eran tiempos cuando solo era un niño deseoso por jugar pelota y divertirse un rato.
Miguel Cabrera es, sin discusión alguna, uno de los mejores peloteros de la historia
del beisbol. Demostrando con su juego, mucho de ese potrero, donde aprendió a
través de la pelota, códigos humanistas de vida, capaces de trascender tiempos y
espacios.

“De niño, jugaba sin ningún tipo de presiones. Me divertía jugar con mis panas.
Disfrutaba al máximo hacer lo que quería. Ahora que soy pelotero profesional, mi
exigencia es otra”.

De repente, como si la gloria popular sólo fuera destinada para los elegidos, se
refugió en la síntesis de su nombre, mezcla de diminutivo, cariño y protección.
Archivó el frío José Miguel Cabrera, de su documento de identidad, y desde su
aparición fulgurante en la temporada 2000- 2001, con sólo 17 años de edad, para
el pueblo tigrero se convirtió en “Miguelito”, el chamo de la Pedrera. Pícaro y
dicharachero en su vida personal. Talentoso e inigualable en los campos de beisbol.

De a poco, “El Marciano” se transformó en el pelotero predilecto de la fanaticada


bengalí, surgido de las entrañas de la divisa. Una soleada tarde de octubre del
2000, ante el serpentinero Phillip Gombry de Pastora de los Llanos, el cajón de
bateo del estadio José Pérez Colmenares, vio aparecer su cuerpo delgado y cara
miedosa. Solo bastó un pitcheo para disparar su primer trueno en la LVBP. A partir
de ese momento, se desató un romance eterno con la fanaticada aragüeña.

Miguelito, representa el prototipo del jugador tigrero. Garra, fervor, entrega, lucha y
sacrificio. La gente lo aprecia como un jugador diferente, y lo trata como tal.
Vitoreándolo, amándolo y apoyando sus travesuras. Todo le llegó muy rápido. La
irrupción y el ascenso. Fama y estela propia. En los campeonatos de la era Buddy
Bailey, fue pieza fundamental para terminar con una triste sequía de 28 años sin
saborear las mieles del triunfo en Aragua.

“Vi a Miguel entrenando al mediodía. Emparamado de sudor. Cuando le pregunté


qué hacía, me dijo: ¿Dónde jugaste el año pasado y cuánto bateaste?, le dije que
estuve en clase A y conecté para 310, y mirándome fijamente me respondió: Bueno,
yo estuve en Grandes Ligas y estoy aquí fajado trabajando más que nadie. ¿Qué
vas a hacer tú? “, acotó el pimientoso Alex Nuñez, su otrora compañero en Tigres,
admirador del sano espíritu guerrero del icónico slugger maracayero.

El secreto de Cabrera, ha sido ofrecer un producto noble, mostrando al mundo un


juego limpio, carente de mezquindades y pletórico en ambiciones. Así logró cautivar
el corazón de los fanáticos al beisbol.
OMAR VIZQUEL: “EL LEGENDARIO MAGO DEL CAMPOCORTO”

De repente, sin avisar ni preguntar, la fama golpeó a su puerta, y se le metió en la


vida, como un rayo. Con la fuerza incontenible de estos tiempos de exitismo
mediático. Con la prepotencia feroz de una época que pide a gritos, figuras y más
figuras. Con la necesidad imperiosa de descubrir en cada nuevo jugador, al sucesor
de su inimitable e irreverente genialidad sobre los diamantes de juego.

De repente, sin avisar ni preguntar, el jovencito Omar Vizquel, comenzó a mostrar


su inigualable potencial deportivo. A decirle al país, que el desafío de jugar con
Leones del Caracas, no lo atemorizaba en lo absoluto. Que si le pedían atrapadas
o batazos decisivos, también era capaz de responder.

Sin embargo, Omar Vizquel, el muchachito de esta película, que no es de ficción,


aunque lo parezca, asegura que nada en su vida ha cambiado ni cambiará. No
resulta fácil creerle, por más que sus palabras irradien una seguridad llamativa. Son
demasiadas emociones juntas para asimilarlas de un solo sorbo.

No es sencillo ser la figura del partido, y al día siguiente, tener a todos los periodistas
deportivos del país, tocar el timbre de su casa. No es sencillo, enfrentar a multitudes
de fanáticos que lo aclaman como a un Dios pagano. Tampoco es sencillo, asimilar
elogios de legendarias glorias del beisbol, exaltadas al Salón de la Fama de
Coopeerstown, como Luis Aparicio o Cal Ripken Jr.

El Mago, no quiso sumergirse en la vorágine periodística actual. De repente, sin


avisar ni preguntar, Vizquel comenzó a maravillarnos con su guante. Siempre hubo
la necesidad de buscar sucesores de éste o aquel genio. No fue el caso de Omar.
Era en serio, uno de los mejores shortstops, de la historia del beisbol mundial.
Mago le dicen, Mago le llaman, Mago es. Precisamente porque en cada jugada
deja constancia de su estirpe de campeón. En su primer turno al bate, el grito de la
multitud retumbó en la tarde. Faltaba demasiado para el final de la función, pero ese
llamado esperanzador, cantado desde lo más profundo del alma de la fanaticada
caraquista, que imploraba por él, con una fuerza inusualmente afectiva, en el
enfrentamiento contra Navegantes del Magallanes, quería decirle algo: “Mi pana,
hoy te vamos a necesitar”.

Siempre jugó con las ganas de llevarse al mundo por delante. Con la ferocidad
innata de la fiera a quien la que abren la jaula después de tres días de ayuno. Mago
le dicen, Mago lo llaman , Mago es. Sencillamente porque no perdona al momento
de decidir las partidas “chiquitas”, desatando de inmediato la locura contenida de
los fanáticos. En el acto, levanta el dedo índice de su mano derecha, y regala una
reverencia a las tribunas populares, Abre bien grande la boca, y deja algunas
lágrimas en el camino al dugout.

Omar Vizquel, Mago en el más alto sentido de la palabra, se instaló definitivamente


en el altar de los ídolos eternos del beisbol venezolano.

Rápido, astuto, de aquellos hombres que no aguardan que la vida les regale
oportunidades a domicilio, sino que pregunta: “¿dónde hay que ir?”, y va. Se nota
en el estadio, en su mirada viva y la sonrisa inquieta. Con las preguntas que formula
en cada partido “El Catirito”, para conocer los rincones del mundo beisbolero, que
descubre día tras día. Así obtuvo las respuestas claves sobre el engramado,
capaces de provocar insólito terremoto sentimental en la fanaticada mundial.

Cuando escuchamos a periodistas saber-métricos, hablar sobre la cobertura del


terreno, y el poderoso brazo del campocorto, movimientos sin pelota, capacidad de
liderazgo, simultáneamente evoco al Mago Omar Vizquel. Esa figurita delgada,
extremadamente flexible, con una sorprendente velocidad mental para presentir las
jugadas, y realizar engarces de antología para hacer latir más de prisa, a nuestro
corazón patrio.

Vizquel abre su boca, irradiando una sonrisa que cubre su cara. Al hombre, lo deja
allí. Sus gestos son elocuentes. Mago le dicen, Mago lo llaman, y está bien, al
involucrarse en romance eterno con la maravillosa esencia de nuestro beisbol.
CAVILACIONES DE UN ÍDOLO BEISBOLERO PRECOZ

“A mí no me joden”, dijo, y revoleó la revista, abierta como estaba. Calculando que


debía caer exactamente en medio de la mesita de la televisión, abajo, sobre el
diario “Meridiano” del pasado domingo. Corrió la taza hacia un costado, y ocupó el
lugar vacío con la cabeza, que cayó lentamente sobre el mantel, envuelta entre los
brazos. “Conmigo no”, bajó la voz, y la hundió con sus pensamientos.

¿Qué se creen, que me voy a marear yo?, ¡por favor! Se creen que soy un bebé de
pecho, que ignoro que están esos agentes de Grandes Ligas, que se te acercan
buscando estafarte con misteriosos contratos, para ganar fama a costa tuya, y que
después, si la mano viene mal, te desconocen por completo y te dejan varado en
Estados Unidos.

¡No, qué va! Yo andaré bien mosca, sin perder de vista a los amigos de siempre:
“El Perrote”, “Cara de Malo”, “Orejitas”, Manolito, el Negro Fernández. Y pare usted
de contar. Que se queden tranquilos. Que los viejos también se despreocupen, que
yo no me voy a agrandar, a pesar de mi fama como ídolo naciente del beisbol
profesional y rutilante estrella de las Mayores.

“Viejaaaa”, empujó el grito hacia la cocina. ¿Qué pasa Luisito? Nada, vieja, nada.
¿Me hablaste? No vieja, rebotó su voz grave entre la sala y el comedor, mientras
se tapaba los ojos, asegurando la continuidad del vuelo, a sus sueños de rutilante
éxito deportivo.

Je, je, ni se imagina mi vieja. Le compraré una casita en la mejor zona de la ciudad.
¡Pero que se va a querer mudar del barrio!. Una casa grande con un jardín adelante
lleno de flores, y un techo de tejas rojas. La cara que va a poner la vecina de al
lado cuando lo sepa. Ya veo a mi Vieja, disfrutando de una pieza enorme para ella
sola. Para que pueda coser al lado de la ventana, que va a ser grande, sin cortinas,
para que entre el sol de la mañana en todo su esplendor.

¡Qué grande la vieja!. Y atrás, un espacioso terreno con una parrilla para que el
viejo pueda preparar aquellas inolvidables parrilladas, como sólo él sabe hacerlo.
Ya me chupo los dedos. ¿Te lo imaginas a los viejos?, la casita que yo les
compraré, y dirán a sus conocidos: “Miren la casita que nos compró nuestro querido
Luisito”.

Son las 3.05 pm Luis. Sonó el despertador de la cocina. Debes ir a entrenar.


Tranquila Mamá. Entrenamos a las 4:30 pm, hay tiempo.

Amagó con levantarse, enfiló hacia el televisor, y comenzó otra de collage de


sueños beisboleros. Primero que nada, la casa para los viejos. Y después sí, para
mí me compraré un Ferrari Negro Metalizado. Con una franja roja en el techo. Los
rines cromados, cauchos anchos, un tremendo equipo de sonido de última
generación, televisión incorporada en el asiento de atrás, brummmm, palanca al
piso, un avión será mi Ferrari.

Y si no, ¿sabes qué? Una moto Honda. Una de mil 500 cc con todos los chiches.
El que me la va a envidiar seguro, es “Cara de Malo”, que es un fanático por las
motos. Y claro, mi pana, ¿cómo no te la voy a prestar? Dale, maneja tú. Pero
siempre con cuidado.

¿Se creen que no la sé yo?, Si hay que entrenar duro. Las estrellas debemos dar el
ejemplo. Y sin jodas, porque la vida del jugador de beisbol es corta, y debemos
aprovecharla al máximo.

Gevas sí, pero si la cosa viene en serio, la negrita Patricia me llama mucho la
atención. ¡Que no te imaginas la sorpresa que te tengo!Te voy a llevar a recorrer el
mundo. Si claro, primero viajaremos por toda Venezuela. Tiene razón Orejitas, ¡Ahí
está! Tú te levantas a su hermana Judith, y nos vamos a recorrer el país. Los cuatro
en el Ferrari Negro Metalizado. Caracas, La Guaira, Margarita, Falcón, Anzoátegui,
Ciudad Bolívar, Los Andes. Al Viejo le voy a traer un tambor de Cata, para colgarlo
en el comedor.
¡Luisito, teléfono! ¿Quién es mamá? El Víctor. ¿Como me había olvidado de El
Víctor?, ya lo ves. No me puedo agrandar. No me puedo olvidar de los amigos.
¿Qué haces Víctor?, ¡Bien bueno!,

Sí, te paso a buscar después del entrenamiento. Oye mi pana, perdóname. No nada,
después te explico. Ya le dije a mi apoderado, al viejo, que de segunda base, yo no
juego, Cada uno en su puesto. Yo soy antesalista y basta. Bueno, bueno, nos
vemos a las 8:30 pm.

En el camino, desde la cocina al comedor, recordó una palabra que no le salía:


Inmunizado. Eso quería decir, que tengo que estar inmunizado contra la gran fama.
Porque se vienen tiempos de grandes éxitos y campañas mediáticas por ESPN.
Tranquilos, que voy a seguir siendo el mismo a pesar de la fama.

Levantó la revista “ El Mundo del Beisbol”, abierta como estaba en la página 35, y
releyó una vez más el recuadro letra por letra: Incluimos esta semana, en la lista
de promesas a Luis Pedrá, un chamo de 16 años del equipo Los Celis, que puede
tener mucho futuro en el maravilloso mundo del beisbol profesional. “A mí no me
joden”, se repitió para sus adentros, la precoz estrella del deporte mundial.

ANTONIO ARMAS: “EL ORGULLO DE PUERTO PÍRITU”

Al momento de batear, Antonio baja la cabeza. Sus ojos negros se entrecierran,


buscando la concentración necesaria y el momento oportuno, para impactar la
pelota con su veloz swing. Y al girar, su cuerpo se enrosca alrededor de un eje
invisible, con una elasticidad felina.
Por un instante, Antonio Armas permanece en esa posición, mientras sigue con su
mirada, la trayectoria de la pequeña y caprichosa pelota de spalding, que se recorta
en el azul de cielo, para luego depositarse en lo más profundo de las gradas
populares. Es otro soberbio jonrón.

Recién entonces, Antonio inicia el recorrido por las bases. Todo en él, es suave,
cadencioso y natural, No hay una actitud forzada ni gestos altisonantes ante la
satisfacción de un doble o cuadrangular. Apenas, una sonrisa. Siempre con actitud
seria ante la adversidad. Así se veía el muchacho de Puerto Píritu, con actuaciones
memorables y actuaciones sensacionales en su carrera: “No me preocupo
demasiado cuando fallo, porque el beisbol permite corregirte y tener revancha al
día siguiente. Es un deporte donde se aprende más en las malas que en las
buenas”.

Criterioso, sereno, bien ubicado en la vida. Por su talento y jerarquía de beisbolista,


tiene el ángel que solo poseen los elegidos.

Desde sus 66 años, aún conserva su rubor adolescente, cuando se lo identifica


entre los grandes jugadores que dio la pelota venezolana. Precisamente, en la
década de los 80, Armas se perfiló como un gigante que supo compartir inolvidables
aventuras deportivas con le élite de aquellos años.

Se codeó con compañeros de la talla de Vitico Davalillo, César Tovar, Teodoro


Obregón y Nelson García entre otros: “La pelota representa mi gran pasión. Si
volviera a nacer, sería beisbolista nuevamente, En mi corazón, llevo grabadas, las
sabias palabras que me dijo mi padre en Puerto Píritu: “La humildad prevalece ante
todo. Acuérdate que los que se las tiran de guapos y sobraos, nunca llegan a
ninguna parte”. Al humilde lo quiere todo el mundo, y tarde o temprano surge en la
vida”

El quinto grado le fue suficiente para aprender a leer y escribir. Y el uniforme del
colegio, quedó lleno de bolitas de naftalina, que esperaban a Marcos, su hermano
menor. A los 12 años, empezó a escuchar el despertador de mañanas con horarios.
Autobuses llenos y obligaciones adultas. Por 50 bolos semanales, fue ayudante de
todo. Y a los 13 años de edad, comenzó a jugar pelota.

“En aquella época, no existían en Anzoátegui, escuelas de beisbol ni nada parecido.


Desde muchacho, comencé a jugar con personas adultas. Siempre me catalogué
como buen outfield y mal bateador. Así comencé a jugar de forma organizada, con
el Deportivo Pachaquito. Debido a mi poder al bate, me llamaron para la categoría
doble A, con Deportivo Píritu, equipo convocado para representar a Anzoátegui en
los juegos nacionales de 1970”.
Pienso, sería bueno alguna vez. Detenernos un poco para observar al vecino de
enfrente. Pero verlo bien. Estudiarlo, escucharlo. Podríamos descubrir algunas
cosas que ni sospechábamos. O acaso, encontraríamos en él, a una persona
distinta a la que creíamos que era.

A veces, ocurre que las cosas más comunes permanecen ocultas. A veces, la flor
más hermosa está al costado del camino que nos conduce al árbol que buscamos.
Y no la vemos. ¿Hace cuantos años que conocemos a Armas? Más de 30.
¿Cuantas veces tomamos juntos un café, para hablar de beisbol y revivir las
hazañas de Antonio?, como mil. ¿Y cuantas veces nos detuvimos en él, como
coach de bateo de Leones del Caracas? muy pocas.

Porque está al lado del camino que nos lleva al árbol mediático que el capitalismo
nos impone. Antonio está a la vista de todos. Sin llamar la atención de nadie. Está
siempre allí. Donde se ubican los mágicos tesoros. Que por cercanos, muchas
veces, no descubrimos.
JOSÉ ALTUVE Y SU PÍCARO COLOQUIO DE AMOR CON EL BEISBOL

Al transitar por populosos barrios del municipio Mario Briceño Iragorry en Maracay,
y ver a los chamos jugar pícaras caimaneras con chapitas o peloticas de gomas
desde el mediodía hasta el anochecer, no puedo dejar de recordar la cara de José
Altuve, el popular “Súper Ratón” de Navegantes del Magallanes y Astros de
Houston.

Mis evocaciones, se remontan hacia finales de los ’90. Entonces, Altuve, quien
jugaba en el estadio Los Cachorros en El Limón, recién cumplía 18 años, en la cara,
en el candor de los sueños, en su pureza y hasta en los miedos. Hacía apenas
unas cuantas semanas, que la fama, seguramente montada en una escoba como
las brujas, golpeó la puerta de su humilde hogar.

Me acuerdo, y vaya que me acuerdo, de aquella casa de Altuve en Maracay. Donde


llegué desorientado una mañana, acompañado de un fotógrafo del periódico donde
laboraba, en busca de hacerle una semblanza deportiva.

La misma historia de casi siempre. Pobreza, varios hijos, la fama que la llama a la
puerta para seducir a algunos de ellos, la vida que cambia. Los primeros cobres.
Muchos más que siempre. Un automóvil reluciente que espera en la puerta.
Proyectos, sueños, futuro, La casa nueva, la vida nueva, la felicidad. El hijo célebre.

Los ecos de los grandes equipos del Magallanes, no tardaron en turbar su vida
apacible de barrio. Desde pequeño, el deporte apasionó al inquieto Súper Ratón,
quien devoraba icónicas páginas de periódicos deportivos, mientras soñaba con
algún día ser protagonista de sus mágicas historias. En paralelo, fue depurando su
técnica para coger rolincitos, y conectar soberbios batazos, a pesar de su corta
estatura.

Hasta que un día se decide a emprender la hermosa aventura de enfrentarse al


Magallanes, para ejercer su sueños de convertirse en pelotero profesional. Yo lo
conocía del beisbol. ¿Quién no conocía a José, quien perdió hasta el apellido por
la misma ocurrencia popular?

También, lo conocía de la noche. De aquella noche aragüeña de finales de los ‘90,


cuando la calle Bolívar no dormía, bailando al son de viejos cassettes. Entonces,
merodeaba mis primeras escapadas al centro, al disfrutar del privilegio de la llave
hogareña, por consentimiento paterno.

Eran tiempos cuando en la pelota se conjugaba toda una manera de ser, andar,
vestirse y hablar.

El nombre de Altuve, estaba asociado al beisbol, a toda esa “melange” maracayera,


donde hasta quien andaba gambeteándole a la ley, tendría que ajustarse a un
código ético- deportivo que no admitía a personas que no se jugaran por sus
amigos, ni al que cambiaba de franela según como viviera la mano en la temporada
de la LVBP.

Llegó al Magallanes por el 2000, cuando yo comenzaba a dar mis primeros pasos
en el mundo del periodismo deportivo. Recuerdo que José jugaba al dominó. Pero
no jugaba como lo puedo hacer yo, con la ´única razón de pasar el tiempo.

Altuve interpreta al dominó, con el mismo aire reflexivo que pone, cuando dialoga
en Grandes Ligas con la caprichosa pelota de spalding. Cuando establece con ella,
interminables y maravillosos coloquios, con esa pasión que nunca traiciona al
intelecto,

Un temperamento y personalidad sólidamente vigorosos, y una mentalidad propia


e inquebrantable, que impide la más mínima concesión en los diamantes de juego.
Ni un regalo al adversario, ni una jugada vulgar. Nada que pudiese provocar algún
comentario que pusiera en duda, su condición de jugador magistral.

Todo es fino y escogido. La pelota es una genuina y fina señora. Una dama que
exige con todo derecho, a ser tratada como tal. Altuve, es fiel a su improstituíble
código de vida.

Nunca vi a un jugador más cerebral y respetuoso con sus compañeros. Nadie más
solidario, cuando el clima de juego, un tanto subido de tono, lo obliga a sentirse
además de jugador, hombre y líder del equipo. En sus momentos de gloria, prefiere
enseñar a jugar pelota a los chamos, y ser útil a la sociedad. Ahora, luego de ganar
el título MVP en las Mayores, cuando lo requiere la feroz maquinaria mediática
mundial, José Altuve prefiere el silencio.
TEODORO OBREGÓN: “EL PAYASO DEL CAMPOCORTO”

Su figura se agrandó en la historia. Entonces, apareció la imagen bonachona que


Teodoro Obregón siempre mostró a lo largo de su carrera deportiva. Esa estampa
con los brazos levantados, saludando al público con una genuina sonrisa de
muchacho bueno e ingenuo. Él es capaz, de acariciar con sus manos callosas,
ilusiones humanistas de vida, bordadas desde el campocorto, a través de su excelso
guante.

Con este artículo, pretendo rescatar al hombre, no al ídolo. Porque cuando le


cayeron encima todos los elogios posibles, algunos capaces de provocar vergüenza
ajena, Teodoro demostró estar inmunizado ante tantas glosas barrocas. Y con un
gesto humilde desde el terreno de juego, parecerá perdonar a los sesudos
especialistas beisboleros, con su perenne sonrisa.

“ Cuando comencé a jugar en el beisbol infantil, en el Deportivo América de la


parroquia San José en Caracas, tuve problemas con mi tía Petrica Salas,
subdirectora de la Escuela Experimental Venezuela. Me cargaba a monte porque
sacaba malas notas en el colegio. Entonces, me quemaba los uniformes, para que
no jugara pelota y me pusiera a estudiar”.

Teodoro nunca acudió al cumplido de la frase elaborada. No hizo nada por quedar
bien ante los medios, o la opinión de los demás. Ese abrazo con la modestia, entre
sus compañeros, es genuino. Por eso, los rebeldes sinceros como Obregón, no
pueden disimular su estado de ánimo. Ni siquiera se preocupan por ocultarlos.

Más bien, se dejan arrastrar por el primer estímulo que les llega. Así era Teodoro,
íntegro en la amistad, generoso en el gesto solidario. Tiernamente afectuoso con
sus atenciones a los fanáticos. También lo vi en circunstancias opuestas, cuando
anuncia el presagio de la borrasca que le nubla los ojos y le endurece los rasgos.
En la reacción tumultuosa del temperamento.

Ese es Teodoro. Apasionado en momentos de calma. Siempre expuesto a la tutela


de los sentimientos: “En mis tiempos de infantil, era un fenómeno. Lance un par de
juegos perfectos en mi debut como lanzador. Yo era el Johan Santana de la época,
pero derecho. Luego, cuando pasé al juvenil, defendí los colores del INOS, donde
“Dumbo” Fernández me puso a jugar shortstop para aprovechar mi bate”.

Avatares del destino, llevaron a Teodoro a buscar horizontes en las Grandes Ligas
con Rojos de Cincinnati, donde sufrió los embates de la perversa discriminación
racial: “En más de una oportunidad, tuve que colearme para comer con gente de
raza blanca. En cierta ocasión, viajando con Carlos Castillo, en mi primer viaje a
Estados Unidos, nos montamos en un autobús. Cuando ven mi ticket, me mandan
a sentar con un policía en la parte de atrás. Al ratico, Carlos me dice: Yo me siento
aquí, y tu allá, así vamos más cómodos. Yo le empiezo a dar vuelta a la cosa, y al
voltear, veo a puros negritos detrás mío. Y por donde estaba Castillo, todos eran
blanquitos. De inmediato comencé a llorar de rabia e impotencia. Y de inmediato,
pensé en regresarme a Venezuela. Cuando pido mi pasaje de vuelta, mis
compañeros latinos de Rojos, me dijeron: ¿Les vas a dar el gusto a estos gringos
racistas? Ponte a jugar beisbol y demuéstrales tu talento en el infield”.

A la hora del balance general, se agiganta su figura deslumbrante de ´ídolo


indiscutible y popular del deporte venezolano. Fue eslabón del legendario Valencia
Industriales desde el campocorto, con su figura señorial y dominante. Shorstop
como Aparicio y Carrasquel, quienes lo reconocen entre los peloteros de su estirpe:
“ Un día, decididos a brindarles una fiesta circense al público carabobeño, decidimos
con Gustavo Gil, exagerar nuestros lances y piruetas, para realizar jugadas
acrobáticas, ya que habíamos advertido que esa forma de jugar divertía a las
tribunas. Desde entonces, los fanáticos me bautizaron como: El Payaso del
Campocorto. Llevo a los Pericos tatuados en mi corazón”.
EL BEISBOLISTA FENÓMENO

Tenemos que insistir con el tema Pablo. No puedes evitarlo, porque el caso del
Junior, consolidado entre las estrellas del momento en las Mayores, forma parte del
país. En este gigantesco carrusel deportivo-mediático, de programas rating, como
dicen los dueños de las televisoras mercantilistas. El Junior es uno de los temas
centrales. Fíjate Pablo, como del fenómeno Junior, Manny “Orejitas” Machado y
Bryce Harper entre otros, van tres años ya. Que es mucho en función de la fama,
los dólares, de todo el ruido que fabricó en la prensa nacional.

¿Quién es el Junior para ti Pablo?, ¿Una víctima o un héroe?, ¿Tiene vida propia o
es consecuencia de la fama que los especialistas en marketing de Grandes Ligas le
crearon, de la fama que le dieron, de los dólares que cobra, de los ideólogos que
lo concibieron y vendieron, de los demagogos que lo utilizaron, de una sociedad que
devora acontecimientos, sucesos, trivialidades o payasadas con la voracidad de un
monstruo insatisfecho?

Sí, da rabia. Porque con esa actitud pitiyanqui capitalista que El Junior evidencia en
sus palabras a los medios de ESPN y Fox, defendiendo a ultranza a los jerarcas
multimillonarios que mueven el mundo de las Grandes Ligas, denuncia una notable
falta de sensibilidad popular.

Una desubicación total,pero al mismo tiempo, una demostración, del lindo


“pendejo” que fue hasta hace tres años. Antes de la era pro-Yanquis de Nueva
York, Medias Rojas, y todo el entramado de los equipos en las Mayores. Antes que
Chucho , su apoderado, se diera cuenta que era un experto en finanzas, en
promociones. Antes que le dieran todo, según dicen todos. Antes que los medios
se centren en mostrar sus inversiones, lujosas mansiones y automóviles, “gracias
al beisbol”. Antes del cansancio anímico, antes de la saturación. Antes del
desconcierto y la presión mediática. Antes. Mucho antes.

De a poco, le fueron maquillando el alma. Agrediendo el candor. Robándole el


asombro. Porque de a poco, a medida que se consolidaba como estrella, del
momento, comprobó que ya no le quedaba ni un atardecer de aquella lejana
comarca de tiempos de chamo. Ni siquiera el eco de aquellas bulliciosas
caimaneras, que solo concluían con la muerte del sol.

De a poco, todos sus cielos y horizontes desaparecieron del mapa. Todo su baldío
sin fronteras, se había sepultado de cemento hostil, verdes dólares y compromisos
mercantilistas.

De a poco, advirtió que ya no era el pájaro del canto agreste, y que había
resignado su vuelo ante los barrotes de una cárcel dorada, donde había perdido
hasta la melodía. De a poco, casi sin darse cuenta, fue reparando que era otra
persona.

Entonces, se buscó adentro de sí mismo, y comprobó aterrado, que “ese chamo”


que siempre había compartido sus tímidos sueños, que lo había acompañado en
sus desconsuelos, rabias y rebeldías, “ese”, que tantas veces lo bancó en sus
lágrimas de nostalgia, atravesadas en la garganta, “ese” que se mataba de risa
cuando el andaba con una carcajada bandolera. “Ese” que andaba siempre
esperándolo, siempre esperándolo al final de cada partido de pelota, era otro.

Un completo extraño, un desconocido, alguien a quien nunca había visto ni con


quien nunca había hablado. El nuevo ser interior, lo hacía con otro lenguaje, Tenía
una mirada más dura, una mueca desdeñosa en los labios. Una sonrisa dura,
burlona, el mentón duro y erguido. Fue cuando le escuché decirse desconcertado,
casi perplejo: “Pero mi pana, recuerda de donde saliste”.

Y en su bronca evidente, hasta apretó los puños, y pretendió golpearlo, destrozarle


la boca, para borrar esa sonrisa desdeñosa, esa sonrisa burlona e hija de puta. Su
ira, llevó a escupirle la cara. Su otro yo, siguió sonriendo con el mismo desdeñosos
cinismo burlón. ¿Qué?, ¿Me quieres pegar?, ¿me quieres acechar? Si eres alguien
en Grandes Ligas, es por mí. Si no, estarías allá en el barrio, cogiendo rolincitos y
jugando con el borde de la acera, mientras abrían el campo deportivo comunal. ¿Sin
mí, que hubiera pasado? Seguramente muy poco. Serías otro beisbolista más, que
se despinta por las diferentes ligas del mundo.

Pero nosotros, con los empresarios y los dueños de corporaciones mediáticas, les
vendimos tu alma ingenua. Y juntos, armamos este producto de compra-venta, del
que tú, ni te enteraste. ¿Pero no te das cuenta mi pana, que esta vida es una
guerra?

¿No sabías acaso, que en el beisbol de Grandes Ligas, está toda la mafia
capitalista? ¿Que está llena de estafadores, que apenas te ven un cacho de
condiciones pretenden exprimirte al máximo y convertirte en mercancía humana?
¿Ibas a seguir jugando en tu equipo de barrio, y a quedarte viviendo en la pobreza?

Eso es todo. Así vino la mano, y saliste favorecido. Tus quejas, puede caminar para
alguna telenovela sentimental de la historia, que escriben los pendejos por su
cuenta mientras algunos avispaos, quieren otra tajada de tus contratos publicitarios.
Pero, ¿no te diste cuenta que en determinado momento eras el personaje del país?
Al final firmaste por 20 millones de garrotes verdes. El chamo pobre, que con su
dedicación llegó a la cúspide de la fama.

Así nació la Junior Producciones, modelo mundial de marcas deportivas, el mejor


pagado, el jugador más caro, el más famoso. “El Junior”, no el chamo de barrio. Y
ahora, aunque quieras echarte atrás, no puedes. Son muchos los intereses que nos
atan con este mundo del negocio. Paralelamente con tus representantes,
resolvemos todo. ¿Que dijiste por ahí? ¿Hablaste de cansancio anímico? Je, je.
¿Que vas a renunciar al beisbol? Estás loco, completamente loco. Aunque por ahí,
¿quien te dice que no camine bien esa idea? Siempre estarán los que se
conmueven y los que te mentarán la madre. No creas, que en una de esas, tu
ocurrencia puede andar.

Cuando el chamo interior del Junior pegó la piña, Pablo, el “otro”, ese otro Junior
mercantilista, se puso a reír a carcajadas como si no le doliera. Luego apareció el
apoderado de negocios, como le llaman ellos, y no sabes cómo reían todos.
Después, llegaron los dueños de equipos, directivos de Las Mayores y
representantes comerciales. Todos se desternillaban de la risa.

Tienes que ver como se reían todos. Entonces Pablo, fue cuando el chamo interior
del Junior, también se puso a reír. A morirse de la rIsa. Vamos Pablo, ríete.
Diviértete tú también. Vamos a reírnos a carcajadas igual que ellos. Hasta morirse
de la risa, mientras el carrusel beisbolero de Grandes Ligas, sponsors, millonarios
contratos y medios imperialistas de comunicación sigue girando.
GILBERTO MARCANO: “EL CARRICITO DE JUAN GRIEGO”

En la torre de un castillo imaginario, el reloj señaló las 10:30 pm en punto. En el


mundo del beisbol, había dos outs en la parte baja de la novena entrada, cuando el
fornido lanzador Gilberto Marcano, acomodó con clase su galera. Se afirmó en su
bastón y se ubicó en el centro de su palacio monticular, para lanzar una fulgurante
recta de humo, que luego de burlar el bate rival, se coló despacito en la mascota
del receptor.

Al decretarse el ponche, Gilberto abandonó la reverencia y su elegancia de


movimientos. Saltó con su guante, pletórico de alegría, y con los puños apretados,
casi sin compostura, se fundió en un interminable abrazo con el manto magallanero.

“Mamá, Mamá, al fin le pegué a la gaviota con la piedrita”. La voz rompe el silencio
en el barrio Salazar del pueblito “Las Salinas” de Juan Griego. Un carricito de ojos
color carbón, gesto pícaro y estatura de enano, se ríe a carcajadas junto a su
compinche, de flequillo recién cortado y grandes dientes blancos.

En alguna playa de Nueva Esparta, un ave huye despavorida, al ser impactada por
la puntería certera de una piedrita callejera. Entonces, el chamo de nuestra historia,
corre a refugiarse en el candor de su hogar. Lo espera una taza caliente de leche
y el sabor incomparable de un suculento frasco con vinagreta de sardinas. ¿Hace
falta algo más para ser feliz? No para Gilberto.

El gris tiñe la ciudad. La televisión, regala imágenes de un emocionante partido de


pelota, mientras el guante de beisbol reposa en un rincón de la cocina. Luego, junto
a sus sueños e imaginación, el chamito fornido de ojos carbón, preparará la
improvisada cama en el sofá del comedor. En el mismo sitio donde Gilberto creía
ver enanos acechantes, cuando las luces se apagaban y quedaba solo en la
oscuridad. Sus ojos se cerraban despacito, y la mamá llegaba sigilosa a
acomodarle la cobija. Eran tiempos de pantalones gastados, sobre todo en los
bolsillos, donde las manos solo encontraban cobijo para sus piedritas.

Los tiempos han cambiado. Los ponches de Gilberto aparecen en la televisión, en


el Diario Meridiano y revistas deportivas. Hay una cosa que el tiempo es incapaz de
alterar, como los sueños de aquellos días, cuando atinó a la gaviota.
“Cuando chamito, no había en Juan Griego, escuelas de beisbol. Nos la pasábamos
echando caimaneras en espacios abiertos. Recuerdo que me sacaban de los
juegos, porque era malo. A los 12 años, me ponía a tirarle piedras a las aves
marinas, palominas, gallinas y chivos. Luego, comencé a colear burros. Eso
fortaleció mi brazo de tal manera, que un día cuando el equipo Indios de La Salina,
necesitó un lanzador, les dije: yo mismo soy. En un mismo día lancé tres blanqueos,
sorprendiendo a los scouts”.

La vida, se presenta ante Marcano como un difícil laberinto de goces y heridas. Una
interminable búsqueda de luz al final del camino, que le haga sentir plenitud
existencial. Cúmulo de dolores a través de la senda del crecimiento interior, que le
permite encontrar el camino de la deseada felicidad.

Mecánico, ejecutivo, taxista, albañil, pescador, obrero o lanzador. Es lo mismo.


Todos somos humanos. Débiles todos. Fuertes algunos. Y Gilberto Marcano
también. Porque aunque parezca mentira, los ídolos deportivos también son de
carne y hueso: “En los campeonatos nacionales, fui como refuerzo del Porlamar
BBC. Luego de ver los peñones que lanzaba a home, me llamó el “Chingo” Tovar,
para firmar con Magallanes. Yo me escondí, porque no quería salir de Margarita.
Luego de convencer a mi padre, viajé a Caracas para debutar con 19 años de edad,
ante Leones en el estadio Universitario. Ese día anduve magistral, aunque perdí el
juego 2-1. Lancé completo, y los fanáticos turcos me alzaron en hombros. Así
comencé mi etapa como pitcher profesional”

Siempre se consideró parte del equipo, no un jugador aparte. Esa es su condición


de vida. Siempre al servicio de esa idea, pone a disposición su serenidad, valentía,
reflejos y aguerrido estilo. El carricito de Juan Griego, surge como la más genuina
reencarnación de la genuina garra magallanera.
PARTIDAS DE BARRIO

12 años el chamo. 350 casas el pueblo. 13 casas en la urbanización privada,


adyacente al barrio popular, donde habita la oligarquía. Gente con mucho billete.
Barrio situado en las afueras de la ciudad, con techos verdes, jardines y cercos de
madera. Un solo autobús, que recorre un solo camino todo el día, y llega al barrio
una vez por hora. El calor que va y viene por la llanura, por la ruta que lleva al
pueblo. Por las calles asfaltadas de la urbanización oligarca. Y también por la tierra
y el barro del Pueblo, donde habitan las comunidades populares.

Y el calor se mete por todas partes, con el viento por las rendijas, y sale con el
humo de las cocinas a carbón. Una escuela pública revolucionaria y una escuela
de curas que los trabajadores del Pueblo, no pueden pagar. A la pública van los
chamos del Pueblo. El hijo del oligarca, va a la pública revolucionaria, porque a su
padre le disgustan los curas. Porque los curas….

Todos los días, un lujoso automóvil lleva al chamo de 12 años al colegio público, y
lo busca a la salida de clases.

Una tarde, los niños de sexto grado, salen del colegio y se reúnen a la vuelta de la
esquina, para jugar una caimanera de beisbol. Una pelota, cuatro bultos haciendo
de bases. El hijo del oligarca juega bien, y los otros se asombran. Él juega con
spikes acolchados marca Nike. El resto, con zapatos comunes y zapatillas de goma.
Un día, Carlucho, le pregunta a Eliseo Oligarca, Si quiere jugar con ellos al equipo
escolar de beisbol. El mismo que su padre está formando para intervenir en el
campeonato estadal, que organiza el Consejo Comunal, para todos los carricitos
del pueblo. Ven que nos falta un bateador de poder.
Eliseo contesta que tiene que pedirle permiso al padre. Y se sube al automóvil que
lo espera. Eliseíto ya sabe cuál será su respuesta. Quién sabe el tipo de gente irá a
esa clase de eventos. Tú puedes jugar en casa, con los chamos del barrio. Y para
eso, te hice construir un campito de beisbol, en el fondo de la casa. Y además, ese
estadio comunal siempre está lleno de borrachos. ¿Y si el papá de Carlucho viene
a hablar contigo Papá? Claro, claro, pero tengo mucho trabajo. A las audiencias no.
Dile que no puedo.

De camino al colegio, Carlucho le grita que el viernes comienza el campeonato.


Que venga. Que tiene que jugar. Eliseo se acuesta con la última negativa del padre
oligarca. Pero sigue firme con su nueva decisión. Debajo de la cama, el guante, la
pelota de spalding y los spikes.

Se despierta de madrugada , manotea con cariño el guante de primera base, y sigue


durmiendo. A las 7am, se levanta con el bulto escolar y la indumentaria beisbolera
adentro. Nadie lo ha visto.

Ya está junto al chofer en el automóvil. Ya va a jugar. Todavía faltan seis largas


horas de clase que no pasan, hasta que la Maestra dice: “Hasta el lunes”.

Y ahora sí, el pequeño Eliseo, le dice al chofer que se vaya. Que él irá a casa
después, en autobús. Se ríen camino al Consejo Comunal. Se ríen, corren e
intercambian barajitas de legendarios peloteros de la LVBP.

El uniforme es amarillo, azul y rojo, como los colores de nuestra bandera nacional.
Hay mucha gente mirando el partido. Juegan bien. Juegan mal. El rival es duro, y la
gente grita. En el noveno inning, con dos outs en la pizarra, batea Eliseo una veloz
recta del pitcher rival, y conecta un inolvidable cuadrangular. Lentamente, da la
vuelta al cuadro, y decreta el 1-0 que da la victoria a su equipo. La gente lo vitorea.

El padre de Carlucho, lo felicita y lo abraza. Y ya hablan del próximo partido, Y de


la selección de chamos que van a jugar contra una selección de chamos gringos.
En un estadio grande. Como preliminar de un partido de jugadores profesionales,
con gente en la tribuna.

Eliseíto, tú tienes que jugar en esta selección. El pequeño Eliseo mira para abajo.
Sabe que ésta, es la última vez que juega con ellos. El padre de Carlucho dice que
hablará con su padre para que lo deje. Eliseíto Oligarca se saca el uniforme y los
spikes, y se pone el uniforme escolar.

Vuelve en el autobús que una vez por hora pasa por la puerta de su casa. Un
autobús amarillo nuevecito, con números pintados en negro. Sube al último asiento.
Mira con nostalgia, sus barajitas de beisbol.
La madre de un compañero, le dice que lo andaban buscando en el Pueblo con el
automóvil que maneja su chofer. Le pregunta que hizo, y porqué lo buscan con tanta
insistencia.

Cuando llega a su lujoso hogar, anochece casi de inmediato. En el living hay gente,
invitados.

Una reunión con muchas personas y una comilona especial. Se salva de mayores
castigos, porque no hay tiempo de desatender a los invitados. Lo mandan a
encerrarse en su habitación. A la cama, y sin comer.

La mucama, sigilosamente y en secreto, le llevará después, un suculento plato de


comida, ricos canapés y un enorme plato con torta de chocolate y arequipe.
¿Cuándo será el próximo partido? A papá se le habrá pasado la arrechera, y
seguramente que me llevará al estadio. Me acercaré al alambrado, y saludaré a
mis compañeros. Ojalá les ganemos a los gringos.

¿No quedaron tequeñitos de queso?

URBANO LUGO JR: EL LEGENDARIO “CABUYITA JALÁ”

Urbano, ese de afuera. El tímido y silencioso lanzador falconiano, que alza el


volumen de la voz, sólo lo suficiente como para ser oído. Se transforma, cuando se
coloca la camisa de Leones del Caracas. Ya no es “El Mudo”, como bromeaban sus
amigos de infancia al denotar su carácter introvertido. Allá abajo, sobre el
montículo, el Junior tiene abiertas todas las vías de expresión. Dibuja verdaderas
obras de arte con su scores de ponches, al utilizar recta, curva, cambio y bola de
tenedor, como mágicos pinceles beisboleros, cargados de genuina pasión popular.

A través de sus lanzamientos endemoniados, Urbano Lugo Jr, estampa con sus
mejores letras, inolvidables cantos a la esencia humanista implícita en nuestra
pelota criolla. “El beisbol es para jugarlo, no para hablarlo”, parece decir con la
mirada, a cada reportaje que enfrenta. Pero a medida que rompe la barrera de su
timidez, y casi sin proponérselo, se abre, cuenta, recuerda, reflexiona , juzga y
hasta se entrega a los sueños. Deja atrás los tiempos que marcan las preguntas
convencionales.

“De niño, cuando estaba en Falcón, mi padre me vio lanzar y me dijo: Tú nunca
serás pelotero, porque tiras la pelota encogido. Y a partir de entonces, me gritaba:
“Cabuyita Jalá”, para corregir mis envíos. Con el pasar de los años, fui aprendiendo
los secretos del picheo, gracias a un señor ecuatoriano de apellido Parcay, quien
era mánager de la divisa “Los Bravos”, perteneciente a la fundación Criollitos de
Venezuela”.

Hoy es miércoles de beisbol. La gente grita y salta afuera del estadio. El cemento
se mueve. Adentro, olor a linimentos, masajes y vendas que giran. El utilero reparte
los uniformes. Las medias suben. Hay una minoría de peloteros que saben fijos en
el roster. Suele haber una mayoría que intenta gambetearle al banco de suplentes.
Ese es el momento. Jugar o mirar. La gran diferencia. Jugar y ser jugador de
beisbol, o mirar y no ser ni siquiera un espectador de tribuna. Aparece un técnico o
ayudante que elige las camisas. El cemento se mueve. La camisa vuela hacia un
rincón. Una mano se alza y la aprieta con fuerza contra su pecho, Alguien es un
poco más feliz.

“Yo nunca entré al vestuario seguro que iba a jugar sólo por mi apellido. Siempre
acaté las órdenes del cuerpo técnico.”

El 24 de enero de 1987, al atardecer, cuando el sol iniciaba su despedida y todo se


vestía de silencio, en las cercanías del estadio Universitario, Urbano Lugo Jr,
buscaba refugio luego del soberbio juego sin hits ni carreras ante Tiburones de la
Guaira que sirvió para coronar al Caracas. Lo busqué como un rastreador.

Dudé que Urbano me recibiera después de su legendaria hazaña. Al cabo, y


preguntando, fui descubriendo sus huellas. Ya se había aliviado de sus recaudos.
Mi compañero Córdova, seguía apretando el flash de su cámara, sin que Lugo
emitiera ninguna protesta. Ya se advertían algunas sombras sobre el terreno de
juego.

¿Por qué traje este recuerdo? Así es Urbano. Un personaje escapado de las
páginas de aventura. Una mezcla de Dartagnan y Robin Hood. La vocación del
héroe. Todo el talento para enfrentar la vida. No omite ningún detalle. Siempre con
la afectividad de frente, pletórica de amor propio.

Que orgullo. No podía admitir la humillación de una derrota o fracaso. Siempre el


mejor. Siempre el primero. El número uno. Esa vanidad del ser humano para
sentirse capaz de pelear en desventaja, o desafiar el peligro como una vocación
adquirida de aquella infancia tumultuosa de su barrio.

“Siempre me gustó sacar la cara por los más débiles, cuando los más fuertes
abusaban de ellos. Y así seguía viviendo. La única vez que aflojé, fue cuando tomé
el avión para ir a Grandes Ligas. Me sentí tumbado. Dejaba muchos amigos, familia
y cosas queridas. Luego me fui acostumbrando y gané como jugador. También
como persona“.

Compadece a los “avispaos” y respeta a los seres humanos. Urbano siempre vivirá
con ese código, para ser el arquetipo de una manera de sentir y vivir el beisbol.

GONZALO MÁRQUEZ: “EL TACITURNO CABALLERO DEL BEISBOL”


Al pisar los diamantes de juego, su enorme timidez se transforma en el grito
estridente de los entrenamientos. En el pelotero que se pone el antifaz para
proyectar una imagen que no es la real. El público lo respeta. Los beisbolistas lo
admiran al constatar su ascendencia sobre peloteros de categorías juveniles, en
busca del sabio consejo del legendario infielder de Leones del Caracas. Aunque no
tenga el gancho de ídolos estridentes, Gonzalo Márquez cautivó con su esfuerzo y
dedicación, el corazón de comunidades populares.

Nunca impresionó por la pinta, ni la frase aguda, ni declaraciones espectaculares.


A pesar de los trofeos y múltiples campeonatos obtenidos, mantendrá siempre, su
inconfundible bajo perfil. La cara del Taciturno Caballero del Beisbol, nunca estará
asociada con los grandes acontecimientos, aunque Gonzalo sea el gran
protagonista de la historia.

Pertenece a esa especie de jugadores, a quienes hay que aprender a verlos. Que
no se muestra. Quien prefiere refugiarse en el papel anónimo de los acompañantes,
al sentirse más cómodo en la segunda o tercera fila. Así, ocurre en los terrenos de
juego. Es necesario habituarse a valorar su enorme y decisiva importancia como
líder grupal. A Gonzalo, le costará meterse en la gente. Esa cansina manera de
caminar el infield. Su aparente lentitud de movimientos. Esa aparente ausencia de
lujos y adornos, son reflejos de la sobriedad en la cual vive.

De la misma manera como se viste o expresa, con el mosmo embarazo mostrado


en cialqueier circunstancia. Por Eso, lo fortaleció su amistad con Vitico Davalillo o
C´ñesar Tovar, panas de vida y complemento ideal para su tímida y reflexiva
personalidad. A Gonzalo, hay que aprender a mirarlo, porque no grita. Por que no
manda. Porque no se impone con gestos grandielocuentes, Porque no llega a
mirarlo. Porque es enemigo de la sorpresa hiostriñonicoca.

Aunque no tiene la fuerza jonronera que impacta, ¿había alguien con mejor
contacto con el madero que él?, ¿Cuantos jugadores de hoy en día, corren las
bases mejor que Márquez? Ese tranco pausado para ir y volver. Esos pasos hacia
su derecha al cubrir la inicial. Otros dos hacia la izquierda, y el amague ante el
corredor, escondiendo la pelota para obligarlo a cometer alguna equivocación. Y
ponerlo out ante la mirada atónita de los fanáticos.

Su ritmo, siempre pausado para organizar y liderar calladamente al equipo, ofensiva


y defensivamente. Gonzalo Márquez será siempre lo normal, lo simple, lo menos
complicado. Y lo que más motiva a escribir estas líneas de reconocimiento, es su
asombrosa capacidad para convertirse en caudillo de finales. De la partida chiquita.
El Taciturno Caballero del Beisbol, quien no posee el hallazgo de la frase
espectacular. Ese que rehúye a la frase ruidosa, quien huye al elogio estridente,
adquiere mayor dimensión en compromisos de mayor trascendencia.

Lo percibimos en 1970, cuando reforzó al Magallanes en la Serie del Caribe,


erigiéndose como jugador más valioso. Baluarte principal de La Nave, en su primer
título caribeño para Venezuela. Siempre Gonzalo, con su icónica presencia, con el
mismo medio tono. La misma media pinta.

Sin gancho, grito ni mando, pero siempre con su dimensión de campeón. Siempre
Gonzalo. Con su bate mentiroso antes de enfrentar a lanzadores rivales. Ese bate
cobero y sus capacidades para buscar la anhelada curvita y disparar soberbio
imparable sobre la segunda almohadilla.

Gonzalo Márquez cultivó en su carrera, la solidaridad espiritual y física necesaria


para convertirse en bujía del Caracas, difundiendo la importancia del trabajo
colectivo, a pesar que los medios de comunicación, “lo veían menos”.

Su madurez para anticiparse a las jugadas, para atacar los rolincitos, para fabricarle
la trampa idónea al rival, para poner la temperatura al partido a bajo cero, reflejan
su notoria personalidad que lo convierten en genuina leyenda de nuestro beisbol.
LUIS SOJO: “EL SEÑOR DE LOS ANILLOS”

El rítmico sonido salsero, convertido a través del tiempo, en elemento icónico de la


comunidad 24 de Julio en la populosa parroquia de Petare, enmarcó los sueños
deportivos de un gordito de seis años de edad, llamado Luis Sojo. Su hermano
Hernán, fue el encargado de llevarlo a los campos de beisbol, ubicados en las
afueras del sector, para que el chamo, aprendiera a coger sus primeros rolincitos y
“agarrar vista”, bateando chapitas de refresco. De a poco, Luisito fue despuntando
habilidades que lo convertirían a futuro, en integrante del Salón de la Fama de la
LVBP, demostrándole al mundo, que cualquier meta trazada en la vida, es posible
lograrla con trabajo, dedicación y fuerza de voluntad a toda prueba.

La calle principal José Vega, casa 1643, es el hogar de la familia Sojo, donde
madrugar al compás de temas como “Azuquita pal café” y “Me Liberé”, interpretados
por El Gran Combo de Puerto Rico, era cotidiano. Su papá Ambrosio, de profesión
taxista, dejaba diariamente a Luisito, su hijo menor, en la puerta de la escuela
Consuelo Tovar, antes de comenzar sus carreritas para redondear la papa, y
contribuir a obtener el ingreso familiar necesario.

Con el transcurrir del tiempo, el futuro “Señor de los Anillos”, integró su primer
equipo de beisbol infantil, llamado “Los Gatos”. Allí, su entrenador Renato Vílchez,
le enseñó la importancia de la disciplina en la caja de bateo, y los secretos para
jugar en el campocorto, posición donde el icónico capitán de Cardenales de Lara,
intentó copiar el estilo de David Concepción, su ídolo deportivo de la infancia,
convertido en fuente de inspiración para llegar a Grandes Ligas.

“Luisito destacaba entre sus compañeros de equipo, por su inteligencia y


personalidad, jugando bien en cualquier posición. Bateándole a cualquier lanzador
con absoluta facilidad” acotó el entrenador de “Los Gatos”, quien guió la trayectoria
de Sojo por las divisas “Mirandinos”, “Las Torres”, “Gran Mariscal” y “Águilas de
Petare”.

En esta etapa de su carrera deportiva, Sojo combinaba su pasión beisbolera con los
estudios, mientras aportaba dinero al hogar, realizando diferentes tipos de trabajos,
como cargar bolsas de mercado a vecinas que debían subir empinadas escaleras
cerreras, o lustrando carros en comunidades aledañas.

Al cumplir 18 años de edad, Luis Sojo decidió convertirse en pelotero profesional.


Entonces, debió sortear la negativa de su madre Cristina. Ella se opuso a la mera
idea que Luisito abandonara sus estudios.

Al dejar el Liceo, la desesperación se adueñó del muchacho de Petare. La ansiada


oportunidad de probarse con alguna divisa del beisbol profesional, no llegaba.

Hasta que un día, el coach Antonio “Loco” Torres, le consiguió un chance con
Leones del Caracas, escuadra dirigida por Pompeyo Davalillo, quien al enterarse de
los deseos del joven por jugar el shortstop, le respondió: “ Lo siento chamo, tenemos
muchos infielders”.

“Luego del entrenamiento llegué destrozado a mi hogar, ya que una gloria como
Pompeyo, me dijo que no tenía pinta de pelotero”, destacó Sojo durante una
entrevista concedida a Radio Deportes antes de convertirse en el sexto jugador de
la LVBP en conectar mil imparables.

A comienzos de 1985, el futuro “Señor de los Anillos”, consiguió, por medio de


Alfonso “Chico” Carrasquel, la oportunidad de probarse con Cardenales de Lara. Allí
debió sortear el problema de tener que obtener recursos económicos para su
subsistencia en Barquisimeto.

“Aquellos días fueron bastante duros, ya que tuve que competir con más de cien
aspirantes para ingresar al club. Pasé mucha hambre”.

Entonces, el muchacho de Petare, apretó los puños, e hizo de tripas corazón, para
entregarse poor completo a la conquista de su sueño existencial. Así, apelando a
su inigualable mística de trabajo, alegría de juego, sólida personalidad y carácter
jovial, logró conquistar su anhelado sueño de convertirse en pelotero profesional, y
firmar por 3 mil bolívares con la divisa guara.

Su debut fue el 24 de octubre de 1986, cuando el mánager Oswaldo Virgil lo llamó


como bateador emergente ante Tigres de Aragua. El pitcher Paul Sherry, fue
víctima de soberbio doblete del petareño, quien comenzó así, su legendaria carrera
deportiva en los terrenos de juego.

Luis Sojo, se convirtió en ícono del beisbol nacional, al poner en boga su lema en
la vida: “Debes estar preparado para jugar donde te pongan”.
LA PECULIAR HISTORIA DE UN BÍGAMO TIGRERO

Todavía recuerdo, con una lágrima de felicidad, cuando no hace mucho tiempo
atrás, decidimos junto a mi novia, vivir juntos en un soñado nidito de amor. Los
primeros días, transcurrieron cual inolvidable película de amor hollywoodense. Un
hermoso y maravilloso sueño. Hasta que un día, llegó ella. “La Otra”. Y todo se fue
al carajo. Así como lo leen.

Es hora de comentarles, que soy un furibundo fanático de Tigres de Aragua. Que


vivo con dos mujeres. Una especie de bígamo. Y digo “especie”, porque una de las
mujeres es mi mujer. La muchacha con quien yo decidí vivir. “La otra”, es mi cuñada.
Con ella, no decidí vivir.

Aprovechando que la casa donde vive la hermana de mi novia, es taba en etapa


de reparaciones, la voluptuosa señorita, tuvo la feliz idea de mudarse a la casa de
su hermana, sin tener en cuenta, que la casa de su hermana, es a efectos prácticos,
“mi casa”. Claro, uno se las tira de buen tipo. Soberano pendejo es lo que soy. Así
que, no tuve mayor inconveniente en recibir a una sexy huésped, hasta que su
hogar estuviera en condiciones de ser habitado.

Yo, de inocente, pensé que solo se trataría de una cuestión de días. Ya han pasado
tres largos años. Tiempo suficiente como para levantar un centro comercial
completo. Últimamente, está bastante aceptado socialmente, que un cincuentón
como yo, conviva con una jovencita de veinte-y tantos años. Ni mis padres, ni los
padres de mi novia, manifestaron su desagrado. Hasta nos aceptan como una
pareja constituida, aunque sin papeles.

Sucede que resido en la urbanización La Soledad, en Maracay. En un edificio que


parece una filial de algún geriátrico guarimbero anti-chavista, donde la señora más
joven, murió de vieja la semana pasada. Varias veces, creí cruzarme en el
ascensor, con la madre de Tutankamón. Pero no. Eran cosas mías. Son todos tan
viejos, retrógradas y fascistas, que durante las aburridas reuniones de condominio,
aprovechan para celebrar los velorios del mes.

Mis vecinos, además de mirar mal a cualquier persona menor de 60 años, observan
muy mal a una linda parejita pecadora, cuyo único pecado es convivir juntos sin
más vínculo que el amor eterno profesado. Y si con esto me gané que no me
saluden, ni me presten tacitas de azúcar o café, imagínense su reacción, cuando
las momias vivientes, se enteraron, que además de ser bullero, chavista, marxista,
maradoniano, tigrero hasta las ñangas y fanático del blues, vivo con dos soberbias
mujeres.

Pero pasemos a la descripción de las acciones que provocaron que mi úlcera se


abriera otra vez, como flor en primavera. Mi cuñadita es por naturaleza, a ver cómo
podría decirles. Una persona dada y extrovertida. En mi barrio natal, se la llamaba
de otra manera. Por tal razón, mi número telefónico, es ahora, más popular que el
de la hora oficial, “Pare ya de Sufrir” o el de Diosa Canales.

Gavilanes y buitres de toda calaña, llaman a cualquier hora de la madrugada, para


hablar con “La Chama”, de 31 años, 140 de tetas y 90 de caderas,.

Pero Claro, si atiendo yo el aparato telefónico, debo explicarles uno a uno, que no
tengo ningún tipo de problemas. Que no soy celópata, ni el marido ni el amante. Si
desean levantársela, están en todo su derecho. No hace falta que corten la llamada
asustados. Como ya lo hicieron 25 veces en media hora. El coño e su madre. ¿Se
creen que tengo ganas de jugar a las 4 am?

Las llamadas telefónicas, no son nada en comparación con las visitas en persona
de los rudos y pintorescos “latin lovers, made in Mariara o el 23 de enero”. Ya que
mi cuñadita recibe a sus amistades en “mi casa”, como si fuera “su casa”. Entonces,
puede suceder que un día llegó del trabajo, y me encuentro con Wilfris “EL
Rastafari”, con los pies sobre la mesa del comedor, jugando mi novedoso juego de
beisbol de Miguelito Cabrera en mi computadora. A Joselito, “El Yeibi bachaquero”,
escuchando bachatas a todo volumen en mi equipito de sonido al que no le gusta
Romeo Santos ni el grupo Aventura.
Y yo, debo poner mi mejor cara de pendejo. Me sale fenomenal, debo reconocerlo.
Y debo saludarlo como si fuera un presidente. Mucho gusto, Claudio González
Luna, Periodista. ¿Te sirvo otro vasito de cocuy de penca, como los cuatro que ya
te serviste con anterioridad, o a este le pongo hielo? Claro, la culpa es mía cuando
le dije a mi cuñada: “Siéntete como en tu casa querida”. Pero era una frase hecha.
No para que se la tomara tan a pecho. La verdad sea dicha.

Toda esta situación, tiene su lado provechoso. Por ejemplo: mi mujer no cocina,
pero mi cuñada sí. Exquisito. Es grandiosa. Entonces, en mi carácter de hombre de
la casa, y anfitrión hogareño, puedo pedirles a cualquier horario que me preparen
una pastica a la bolognesa con queso parmesano, de esas que me gustan tanto.

En mi casa, mi novia no puede pedirme que yo, “El macho de la partida”, limpie el
baño de la gatica. O que vaya a hacer las compras al mercado, ni calarme a los
bachaqueros. Y fundamentalmente, me cago de la risa viendo las caras de envidia
que ponen los facistas maridos de las viejas que habitan mi edificio en La Soledad,
cuando me ven llegar de noche, volviendo del estadio José Pérez Colmenares, de
vacilarme un partido de Tigres, medio curdo y férreamente abrazado a estas dos
terribles bestias sex-simbol. Una más linda que la otra.

Como decía Oscar Wilde: “Lo malo no es ser viejo, sino haber sido joven”. Tal vez
por eso, a las momias que habitan el condominio, no les cae bien mi sana
convivencia con este monumental par de gevas. ¡Pa` que respeten y sean serios!

ALEXIS“ELTELETUBI CARAQUISTA” Y SU NOVEDOSA FUERZA DE


CONCEPTOS

Mucha fuerza tuvieron siempre, los conceptos del nefasto Alexis, mejor conocido en
los bajos fondos del periodismo impreso carabobeño, como “El Teletubi Caraquista”.
En cierta oportunidad lo demostró al decir, durante sus tiempos como director de un
prestigioso medio público: “Ahora me voy”. Y todo el mundo vio como en efecto, su
figura se desvaneció como por arte de magia. Pero la demostración más cabal de
la fuerza de sus conceptos, fue cuando llegó a decir (para probar según él, el poder
mágico de sus palabras): “Estoy frito”.

Y seguidamente, sus fieles oligarcas e inútiles seguidores jalabolísticos, genuinos


compañeros en el vulgar asesinato de la fuente deportiva impresa y digital, sintieron
un fuerte olor a carne quemada. A grasa frita. A peculiar chicharrón chamuscado.
Fue cuando se pudo apreciar, como el nefasto Alexis, quedaba con impresionantes
quemaduras por todo el cuerpo.

En otra oportunidad, nuestro célebre y triste personaje, expresó: “Estoy rebalsando”.


Y no había terminado de pronunciar la frase, cuando fuertes chorros de agua,
comenzaron a brotarle por sus grasientos poros, indicando a los presentes, la
increíble veracidad de sus palabras.

Todos estos problemas, le llevaron a procurar que sus conceptos, nunca fueran tan
tajantes. Y es que las graves consecuencias de su incontinencia verbal, le obligaron
a una cuidadosa selección de las palabras que iba a pronunciar. Hasta que un día
se descuidó y gritó a plena voz, durante una reunión con un grupo de redactores y
editores: “Estoy remachado de cansado”. Y cuando quiso moverse, le fue
totalmente imposible.

Felizmente, el infiltrado Teletubi Caraquista, siempre supo sacar provecho de la


desgracia. Y como ya nadie lo podía despegar de donde estaba, que por otra parte
era el mismo centro de la Plaza Bolívar de Valencia, no tuvo inconveniente alguna
de ofrecer su remachada persona, como monumento principal de comunidades
oligarcas magallaneras.

Unos retoques hechos por un icónico cafetero, escultor de la ciudad, y la


colaboración de dos o tres entidades bancarias capitalistas, religiosas y culturales,
permitieron al fantoche Alexis, cumplir con cierta idoneidad, su ansiado papel de
monumento público. Se convirtió así, en el único monumento viviente del país.

Para ello, se le disimuló un mingitorio o poceta, disimulando su vital presencia, como


frondosa columna gótica. Teletubi comenzaba así, la filosofía de su procerato. Por
suerte, como cada día se vuelve más estreñido, no padece de diarrea estival. De no
ser así, afearía considerablemente la estética oligarca carabobeña.

Lo que ha pasado con el icónico Alexis, ha servido de ejemplo a entes capitalistas


y a los niños de las Unidades Educativas Privadas y religiosas, a quienes desde
entonces, se les enseña, que nunca deben pronunciar conceptos que emitan fuerza
alguna.

Antes bien, deben procurar que sus conceptos sean débiles, flacuchentos, sin
desvaríos.Como mucho, permitir que los muchachos emitan una que otra
“opinioncita”, que no los comprometa mayormente. Y tienen la santa razón imperial
y golpista. Han visto, que tener conceptos con mucha fuerza, puede llevarlos a
convertirse en estatuas vivientes. Una genuina pesadez.
DÁMASO BLANCO: “EL BRUJO DE CURIEPE”

No es extraño que ese fenómeno ocurriese. Si ahora, siguiendo con la prédica


alienante del beisbol de Grandes Ligas del siglo XXI, continúan segregando en su
integridad humana y racial a peloteros latinoamericanos, a expensas de macabros
intereses capitalistas del marketing imperial. A raíz de esta moneda gringa,
propiciada por el satánico capitalismo, ya estamos divididos.

Los defensores del pragmatismo imperial, y los tímidos y aún románticos


sostenedores del nuestros valores folclóricos y deportivos. Ya ni jugamos pensando
en “nosotros”, sino en “ellos”. Los arquetipos son “ellos”. “Nosotros”, los apenas
subdesarrollados, tenemos la “obligación” de emularlos para evolucionar. Por eso,
cuando un jugador venezolano como Dámaso Blanco es capaz de competir mano
a mano con cualquier integrante de Coopperstown cono Brooks Robinson o Mike
Schmidt, es lógico que rompa viejos paradigmas.

Al revisar viejos videos y cotejar soberbias jugadas en la esquina caliente, vemos


que Dámaso se asemeja a ellos. En la fuerza de su brazo y la manera de resolver
las jugadas chiquitas. En la agresividad para saltar y eludir corredores, mientras el
umpier grita “out”.

Y ocurre que la canalla mediática olvida que esos atributos de Dámaso son bien
criollos. Es verdad que el lugar de nacimiento influye en la formación de un
pelotero. En este caso, su habilidad, formas de anticiparse a las jugadas, capacidad
técnica para desempeñarse con solvencia en cualquier posición en el infield. Su
dualidad desconcertante de doble perfil. Los ricos matices para disparar sobre las
bases con suprema precisión y velocidad. Su infalibilidad al momento de tocar la
bola, son atributos “made in Venezuela”.

Al momento de jugar pelota, Dámaso recurre a sus sorprendentes e innatos


instintos, a los valores de la improvisación. El eterno icono magallanero, es la
consecuencia a de su eterna admiración hacia Alfonso “Chico” Carrasquel, Su ídolo
de siempre. En cada jugada, el notable antesalista marcaba su territorio.
Enguantando la caprichosa pelota de spalding hacia adelante. Ubicando
estratégicamente el cuerpo en el pique para visualizar a bateadores y corredores
al mismo tiempo.

¿Qué jugador es capaz de hacer esto en la actualidad? Nadie. Ni en desconcertante


y fructuoso recetario de George Brett, flamante integrante gringo del Salón de la
Fama, estaban plasmadas este tipo de jugadas.
Deben existir pocos terceras base, que defiendan la pelota como Dámaso,
mientras corre en diagonal hacia la primera base. Muchos menos han de ser,
aquellos beisbolistas dotados de disparo certero con menos recorrido de piernas
pero con gran precisión y justeza hacia las almohadillas.

Sus fe de erratas, son mínimas. Patentando su forma de predecir las jugadas, con
sólo dar dos pasos hacia el corredor.

“Yo siempre jugué la pelota de manera aguerrida. Me da igual jugar contra los
Yanquis en Nueva York, que en una caimanera del INOS. No siento la diferencia.
No por enfrentarme con jugadores de gran cartel, voy a cambiar mi manera de
jugar. Ni los subestimo ni me agrando. Siempre soy genuino. Me convencí que
jugando con picardía, a los gringos se los puede superar en el terreno de juego”.

Esa confesión, es el mejor retrato de Dámaso Blanco. Eterno confiado en sus


posibilidades. Siempre consciente de su responsabilidad familiar. “Antes de ser
famoso, prefiero ser útil” es su peculiar lema de vida.

“Siempre recordaré mi infancia cuando vivía en el sector Maca de Petare. Debía


buscar agua en la pila. Cargaba el agüita en guinda. En los extremos de un palo de
escoba, colgaba un par de latas de manteca. Es impresionante como saqué fuerza
de cargar agüita pa’ la casa, Al momento de jugar pelota, en cada lance y luego de
cada entrada, siempre tengo presente el orgullo de ser venezolano”.

El fresco chamo que lleva por dentro, le permite trascender tiempos y espacios ,
siendo gloria de nuestro beisbol.
CHICO CARRASQUEL Y SU OCURRENTE PICARDÍA EN EL SHORTSTOP

Las agitadas calles de Sarría, en la populosa Caracas, fueron testigos silentes del
notable despliegue físico del pequeñín Alfonso Carrsquel, cuya espigada figura, se
desplazaba velozmente con su carga de periódicos en la cabeza, cuidando de no
romper sus alpargatas, para conseguir alguna lochita extra en pro de su alicaída
economía hogareña.

Mientras pregonaba las noticias deportivas, el travieso “Chico”, soñaba emular las
hazañas de Vidal López, el ídolo de su infancia, ignorando que en poco tiempo, se
convertiría en genuina leyenda de la pelota criolla. Carrasquel trasladó al terreno de
juego, su carácter aguerrido, extrovertido, divertido y caballeroso, para demostrar al
mundo, la importancia de no rendirse ante los avatares del sórdido destino.

“Mi gran orgullo consistía en llegar a casa con los cobres logrados gracias a mi
trabajo. Con ello, ayudaría a la manutención de mis hermanos. Me quemaba la idea
de sobresalir, destacar y ser alguien importante en el deporte, para demostrarme a
mí mismo, y a los demás, que no importa donde se nazca o viva, las comodidades
que se gozan o carecen. Lo importante en la vida, es fijarse un ideal, y tener la
disposición de ir tras él”.

El sobrino del Patón, jugaba de lanzador, infielder y jardinero, destacándose por la


potencia de sus batazos y su desarrollo físico descomunal, causa de protestas de
equipos rivales, cuando jugaba en las ligas juveniles.

Carrasquel concibió al beisbol, como via idónea para alcanzar sus ideales
humanistas de vida, dedicando varias horas al entrenamiento en campos de pelota
de San Bernardino. Allí, lucía orgulloso su peculiar uniforme, confeccionado por
sacos de harina Gold Medal.

En aquellas icónicas caimaneras, Chico aprendió a agarrar vista, mientras bateaba


con un palo de escoba. Asimismo, el fildear rolincitos con su guantecito de lona, le
valió obtener una inigualable capacidad de predecir jugadas, que a la larga, lo
catapultaron al Cervecería Caracas, la escuadra de sus amores.
“Lo más grave de aquellos tiempos, es que los muchachos debíamos ir a jugar, a
escondidas de nuestro padres, porque era el criterio de la época, que el deporte era
para vagos. Para gente sin ocupación”, señala Chico en el libro “Carrasquel Ídolo
de siempre”, de Roberto Álvarez Bajarez.

Sus increíbles actuaciones con Boston de Sarría, le valieron conseguir empleo en


Cauchos General, donde ganaría 50 bolívares al mes, pudiendo integrar la novena
de la compañía, donde le pagarían: “Un marrón por jonrón, 25 bolos por triple y 10
por sencillo, lo cual emocionó a mi madre, quien exclamaba luego de cada batazo:
Mañana voy al mercado libre a comprar carnita”-

El 17 de enero de 1946, se produjo el esperado debut de Chico con Cervecería


Caracas,, con sólo 17 años de edad, en el inicio de la pelota profesional en nuestro
país. Ese día, Carrasquel enfrentó a la poderosa escuadra del Venezuela.

En dicho partido, disparó ante Bill Jefferson, el primer cuadrangular de la historia


del beisbol rentado nacional, otorgando el triunfo a Julio Bracho, y cautivando de
inmediato, el corazón de la fanaticada lupulosa, con su soberbia calidad defensiva
y ofensiva.

“Mi legado a la juventud, fue demostrarle, que cualquier logro en la vida, es producto
de grandes luchas y sacrificios. Ningún triunfo en la pelota, se obtiene sin tenacidad
y decisión por encima de todo. Siendo lo más importante, fijarse una meta
existencial. Porque no se puede luchar sin saber por qué y para qué lo haces . Yo
me propuse ser grandeliga y lo alcancé. Igual que se lo propone un médico,
ingeniero o periodista. Una persona dispuesta a cualquier sacrificio para construir
una Patria ejemplar”, destacó el mítico beisbolista, quien inventó el estilo caribe de
fildear en el shortstop, logro que le permitió trascender tiempos y espacios en la
historia del deporte venezolano.
VITICO DAVALILLO Y SU PECULIAR ROMANCE CON EL HIT

Al momento de hablar sobre grandes beisbolistas de nuestra historia, sin lugar a


dudas, el nombre de Víctor Davalillo, ocupa un sitial de honor. Tanto en la frías
estadísticas de viejos registros, como en al cariño que le profesan los fanáticos,
quienes no olvidan sus mil 505 imparables, conectados a los largo de su fructífera
carrera deportiva. Un récord absoluto, que el mismo Vitico, calificara de
inalcanzable en los actuales momentos, cuando contratos millonarios de Grandes
Ligas, atentan contra la participación de peloteros criollos en la LVBP.

Aunque suene extraño, Davalillo comenzó su actividad deportiva en atletismo. Allí,


destacó como prominente figura como corredor de 100 y 200 metros planos. Luego
de brillar con el equipo velocista del Zulia, su hermano Estanislao, le vio condiciones
para jugar beisbol, instándolo a jugar con el equipo Telegrafistas de Lagunillas en
1956.

De inmediato, Vitico destacó por su versatilidad y soberbias condiciones con el


madero, que le permitieron alzarse con el liderato de bateadores. A la par, conquistó
varios triunfos como lanzador, demostrando una calidad pocas veces vista en los
campos de pelota.

Las grandes habilidades mostradas por Davalillo con el bate, y desde la lomita, lo
proyectaron como una de las grandes figuras emergentes del beisbol amateur
venezolano, motivando a su hermano Pompeyo, a presentarlo ante scouts de
Leones del Caracas, para firmarlo como pelotero profesional.
Una vez en la capital de la República, Pompeyo consiguió que la escuadra Seguro
Social, inscribiera en su roster al esmirriado jugador zurdo, comenzando así su
carrera beisbolera como pitcher. Mientras tanto, era observado de cerca por Oscar
“El Negro” Prieto, uno de los propietarios de Leones, quien al detallar su mecánica,
mientras calentaba en el bullpen, lo invitó de inmediato a practicar con la novena
melenuda.

Un par de semanas después, Vitico, por instrucciones de Estanislao, rechazó la


oferta para jugar en la pelota profesional, emprendiendo un viaje a Cabimas, para
comenzar sus estudios en la Academia Técnica de la localidad. Al mes siguiente,
Prieto y Pompeyo se presentaron en casa de la familia Davalillo, y convencieron a
la madre de Vitico para estampar su rúbrica con Leones.

El 17 de octubre de 1957, la novena Oriente vencía 6-3 a Leones, hasta que en la


séptima entrada, el mánager caraquista, Alfonso “Chico” Carrasquel, se dio cuenta
que Davalillo había culminado sus labores de calentamiento en el bullpen,
invitándolo a relevar a José Velasquez.

El primer bateador al quien enfrentó Vitico, fue al mítico Camaleón García, a quien
sorpresivamente, dominó con inofensivo elevado hacia el jardín derecho. El próximo
rival, Aquiles Gómez, le conectó un laberíntico jonrón hacia el centerfield, diciéndole
al zuliano: “Mi pana, bienvenido a la LVBP”.

A partir de ese momento, Davalillo se tornó intraficable desde la lomita, maniatando


a los bateadores contrarios durante los próximos tres innings.

El 29 de octubre, el joven Vitico comenzó a labrar su leyenda como notable


bateador , al conectar frente al lanzador John Red Murff de Industriales de Valencia,
el primero de sus mágicos imparables.

En cierta ocasión, el aguerrido Pete Rose, compañero de Vitico en Leones del


Caracas, comentó: “Cuando vine a Venezuela, creía conocer todos los secretos del
bateo. Hasta que conocí a Víctor Davalillo, cuya peculiar forma de pararse en home
y levantar intuitivamente su pie izquierdo, intenté copiar durante mi larga trayectoria
en Grandes Ligas. Fue un genuino maestro para mí”.
LA ÑAPA DEPORTIVA

JUAN MANUEL FANGIO: LA LEYENDA QUE VENCIÓ AL TIEMPO

El 6 de julio de 1958, el piloto argentino de Fórmula 1, Juan Manuel Fangio culminó


en el cuarto lugar del Gran Premio de Francia. Bajó lenta y tranquilamente de su
Maserati y se anticipó a las preguntas de la prensa con un lacónico: “Esto se acabó.
Me retiro del automovilismo. No corro más”.

Su carrera deportiva, culminó en el mismo escenario que diez años antes lo vio
llegar casi tímidamente. El ambiente europeo se hallaba profundamente
conmocionado ante este deportista “desconocido y suramericano”, que tuvo la
osadía de destronar a sus legendarios ídolos.

Arrancó mostrando al mundo, ese ángel que llevaba dentro. Todos se rindieron
ante la evidencia demoledora de Fangio y su talento, quien en vísperas de su viaje
a Europa, declaró: “Voy a hacer lo que pueda. No pretendo ganar”. Pero gana y se
establece rápidamente en la élite de la F-1, al lograr una seguidilla impresionante
de victorias. Su figura adorna las portadas de los principales medios periodísticos
europeos. Su Maserati azul y amarillo, es sensación en cada carrera. Había nacido
una leyenda.

“En 1948 y 1949, ya había corrido con Ferrari. Pero mi sueño, era tripular un Alfa
Romeo. Ese coche era una barbaridad. Y repentinamente me llegó la oportunidad,
cuando en 1950, me llamaron los representantes de esa marca, y me ofrecieron
correr para ellos. Como me pusieron que yo mismo estipulara el dinero que quería
ganar, llegué un acuerdo en el que les firmaba en blanco, poniendo ellos las cifras”,
acota “El Chueco” en el audio-cassette “Momentos memorables del deporte
argentino, editado por revista “El Gráfico” en 1994.

Gana tres carreras, cumpliendo un brillante papel. Llega a la definición en Monza,


perdiendo el campeonato por solo tres puntos: “En el reparto, me toco la peor
máquina. Hice lo que pude. Marqué el récord de vuelta y luego el motor se fundió.
Perdí y me propuse ganar el título al año siguiente”.

El 28 de octubre de 1951, Suramérica se paraliza. Los fanáticos madrugaron para


escuchar las emisoras de radio, que transmitían en vivo, desde el circuito de
Barcelona. Y “El Chueco” tiene un recuerdo: “Ese día, hice una apuesta con Alberto
Ascari. Quién ganara la carrera, pagaba una fiesta. Y quien perdiera, elegía el lugar
y los invitados. El restaurante estaba en Galería del Uomo en Milán, y los invitados
llegaron a cien. Contraté una orquesta española para que tocara y cantara
flamenco. Fue la fiesta que con más gusto pagué en mi vida”. Juan Manuel Fangio
había conquistado su primer campeonato mundial.

Todo marchaba sobre rieles. Sin embargo, el riesgo, ese que todos los volantes
desprecian con alguna dosis de inconciencia, amenazaba constantemente. Hasta
que en julio de 1952, desemboca en un accidente que pudo tener consecuencias
fatales: “ No me equivoco si digo que en Monza, la muerte me esperaba al borde
del circuito. Venía de Irlanda, y tomé un vuelo desde Inglaterra hacia París, con
destino final en Roma. De esa manera, me quedaba tiempo para entrenar un poco
y dormir. Pero se desató una tormenta torrencial, y el avión no pudo salir de París.
Entonces, un amigo me prestó un auto, y me mandé a devorar carreteras. Manejé
toda la noche, hasta que pude Llegar a destino cuando faltaba sólo una hora para
la carrera. Como era de prever, salí de pista en la tercera vuelta. Me diuna soberana
“piña”. No hay nada que hacer. Cuando un piloto larga una carrera sin haber
dormido y descansado convenientemente. Está expuesto a cualquier cosa”.

Durante ese año 1952, la inactividad fue total. Reponerse le llevó casi 8 meses.
En su reaparición en 1953, consiguió una sola victoria, justamente en el escenario
donde su vida corrió peligro. Pero de todos modos ,salió sub campeón mundial.
“Fangio es el mejor piloto de la historia. No nos interesan las cifras. Debemos
contratarlo pagando el contrato más caro del mundo”, dijo Alfred Neubauer, director
del equipo Mercedes Benz. El directivo alemán solo tenía una ambición en su vida.
La de contar en sus filas con “El Chueco de Balcarce”.

Ya en la tercera competencia, Fangio está con la escudería germana. Debuta y


gana en el GP de Francia. Luego sigue arrasando y culmina campeón con 6
victorias. El 5 de octubre, cerca del lugar donde el destino le tendió una trampa dos
años antes, Fangio celebraba su segundo campeonato mundial de pilotos.

A lo lejos, sus padres hacían fuerza para que dejara esa vertiginosa vida. Pero la
fiebre del acelerador está dentro suyo. Y Fangio siguió asombrando al repetir los
campeonatos en el 55, 56 y 57. Y ese año gana, el 4 de agosto en Nurburing, su
última carrera.

“Entonces recordé que un día, vino el médico a mi casa en Balcarce, y encontró


muy nervioso a mi padre mientras escuchaba una carrera mía. Al verme me dijo: No
sea que por un capricho tuyo, vuelvas un día a la Argentina, y tu padre ya no esté.
Quería despedirme ganando en Reims, en el mismo circuito donde debuté. Pero
no puso ser”.

Corría el 6 de julio de 1948. Juan Manuel Fangio, conduciendo un Maserati ,


quedaba cuarto en el GP De Francia. Ese mismo día, entró en la leyenda del
deporte mundial.

FLAMENGO: LA ALEGRÍA DE BRASIL

Hacia mediados de 1981, se enfrentaron Flamengo y Boca Juniors en el legendario


estadio Maracaná de Río de Janeiro. El partido fue publicitado como el choque Zico-
Maradona, o Maradona-Zico, según el lugar donde fuera anunciado. El duelo fue
ganado por el equipo y el jugador brasilero. Los venezolanos lo vimos a través de
Venezolana de Televisión, con narración del legendario Turi Agüero , y comentarios
de Reyes Álamo y Pedro Zárraga.

Al terminar el encuentro, el arquero de Boca, Hugo Orlando Gatti, dijo públicamente:


“ Flamengo representa la auténtica alegría del fútbol. Así es como se debe jugar.
Los argentinos nos olvidamos de eso. Ya no sabemos divertirnos en una cancha”.

Con el paso del tiempo, y a mediados del 2019, con la magia futbolera de la Copa
América, todavía latente en nuestros corazones, vale preguntarnos: ¿Qué
representa el fenómeno socio- deportivo y cultural implícito en el Flamengo?

Sin discusión, es el club más popular de Brasil. El único que tiene hinchas en todo
su inmenso territorio. Desde un pueblito de Río Grande Do Sul, hasta otro como
Sergipe, distante a seis mil kilómetros de Río. Pero al margen de su gran
popularidad, es también inquebrantable respeto por un estilo de juego. De una
manera de sentir el fútbol. Eso que señalaba Gatti, jugar para divertir, para que la
pasión popular se convierta en alegría.

¿Qué es el Flamengo? A ver si le gusta esta definición. Flamengo no es únicamente


un club u organización deportiva. Representa una religión, una secta apasionada.
Con su Biblia y sus profetas mayores y menores. Flamengo es una devoción, eterna
conjunción de sentimientos. Por su equipo, muchos fanáticos dieron la vida,
destruyeron amistades, arruinaron hogares con homicidios y suicidios. “El
Flamenguismo” para ser más exactos, es una especie de cardiopatía futbolera.

Debiera existiera una ley que obligara al Flamengo, a jugar semanalmente por todo
lo largo y ancho de Brasil, y ganar siempre. Cuando la escuadra rojinegra gana,
hay más amor en las calles. Más dulzura en los hogares. Los ánimos de calman, los
ciudadanos trabajan más y mejor. Los hijos reciben regalos. Hay besos en las
plazas y jardines, porque el alma está en paz.

Flamengo no debe ni puede perder. Su derrota frustra, entristece, humilla y abate.


La salud pública de higiene nacional brasilera, exige que Flamengo venza por el
bien de todos. Por su bienestar nacional.

Así comenzó la historia:

Por idea de unos remeros que se reunían en el histórico, y aún existente “Café
Lamas”, ubicado en adyacencias del “Lago Do Machado”. El club socio deportivo
fue fundado el 15 de noviembre de 1895, y su denominación oficial: “Clube da
Regatas Do Flamengo”, fue porque la totalidad de playas cariocas, poseían un club
de remo. Y solamente la más frecuentada, donde hacía vida Flamengo, no tenía el
suyo.
Su primera sede, funcionó en la calle “Praya do Flamengo” número 22. Sus
primeros colores, fueron celeste y oro, con anchas franjas horizontales. Pero en
1898, al comprobar que esos colores desteñían con facilidad, fueron cambiados por
los actuales rojinegros, que tanto se popularizarían a nivel mundial.

El fútbol, recién se incorporaría al club en 1912, y se debió a una decisión surgida


en Fluminense, su eterno rival deportivo, cuando un grupo de jugadores del primer
“equipo tricolor”, no aceptó la separación de su compañero Alberto Borgerth. Y
solidariamente, se unieron al Flamengo. Nació de esa manera, una de las más
célebres rivalidades del fútbol mundial, el célebre “Fla-Flu”.

“Flamengo es alegría del pueblo”, dicen en Brasil. Y entre las hipótesis que
sustentan su popularidad, destaca una que versa, cómo en sus primeros años, la
divisa entrenaba en una cancha pública, perteneciente al municipio de Río de
Janeiro, en el denominado Campo Do Russel, en las afueras de la ciudad.

Hasta allí, llegaban los jóvenes para ver a sus ídolos, pedirles autógrafos, charlar
con ellos, y acompañarlos en el regreso hasta la sede. La falta de cancha propia,
hizo que el club se mezclara con el Pueblo. Mientras que su tradicional rival,
Fluminense, practicaba en la aristocrática zona de “Laringeira”, donde tenían
acceso, solo algunos selectos y adinerados socios.

En la década de 1920, crece la popularidad de la institución, y junto con ello, los


“Fla- Flu”, que abarrotan estadios. El inmenso prestigio que comienza a gozar el
club, se debe a la idolatría de sus hinchas, cuando en sus años ‘40, conquistó el
primer tricampeonato de su historia. Cuando tuvo participación decisiva el argentino
Agustín Valido.

Fue frente a Vasco Da Gama, en la cancha de Flamengo en “La Gavea”. Faltando


pocos minutos para finalizar el encuentro, Valido convirtió el gol de cabeza más
discutido en la historia del fútbol brasilero. Todos los hinchas de Vasco, así como
algunos “flaminguistas”, aseguran que Valido se apoyó en el zaguero Argemiro,
para marcar el gol del primer tricampeonato.

En los ´50, bajo dirección técnica del inolvidable Fleitas Solích, alias “El Hechicero”,
surge uno de los equipos más perfectos, y que alcanzaría mayor renombre en el
exterior. Sus concepciones técnicas, cambiarían el rumbo del balompié brasilero,
por aquel entonces en transición, luego de las derrotas en Mundiales del 50 y 54.

Se consiguió el segundo tricampeonato en los años 53, 54 y 55, con un equipo que
estaba en boca de toda la nación amazónica: Chamorro, Tomires y Pavao. Jair
Dequiña y Jordan. Joel, Moacir, Evaristo, Vavá y Zagallo. Este sería el ataque del
seleccionado canarinho, exceptuando a Evaristo, traspasado al Barcelona, para la
conquista de la primera copa del mundo canarinha, en Suecia 1958.

En el próximo decenio, Flamengo consiguió el campeonatos de 1963 en inolvidable


final contra Fluminense . Y en 1965 surgen valores indiscutidos como Carlinhos,
extraordinario mediocampista clásico, Ufarte, figura descollante en el Real Madrid,
Ademir, trágicamente asesinado, Machado Da Silva, Gerson y Paulo Henrique.
Figuras en la Copa Inglaterra ‘66.

Sin ninguna duda, la mejor etapa del club, vino con Zico, quien apareció en sus
filas en 1974, consiguiendo cuatro campeonatos cariocas, cuatro Copas
Guanabara, un Campeonato Nacional, Una Copa del Mundo de Clubes y diversos
torneos internacionales en Europa.

Flamengo es pasión popular. Es el imán para que todos los “garotos” , quieran
ponerse el “manto sagrado”, como alguien, tal vez en algún lugar inubicable de la
extensa geografía carioca, bautizó su casaca rojinegra. Flamengo son las puertas
abiertas sin misterios. Es el fútbol como diversión. Ese que los argentinos olvidaron
un poco, y los venezolanos admiramos por televisión, el día que Zico le ganó a
Maradona.
VICENTE PAÚL RONDÓN: NUESTRO ETERNO CAMPEÓN

Nada parece importar demasiado, cuando recordamos la vida y hazañas deportivas


de Vicente Paúl Rondón, cuyos avatares existenciales, son capaces de
conmovernos, más allá de todo rigor profesional que asomará en las próximas
líneas, con sus peleas, títulos, horas triunfales y dramáticas. Un deportista
convertido en bisagra histórica del pugilismo venezolano.

La sensación es única e intransferible. Con este artículo, intentaré rendir justo


homenaje al campeonísimo. A ese muchacho humilde que terminó siendo un
hombre duro, golpeado por la vida misma.

Rondón, fue un profesional ante todas las cosas. Esa es la imagen que tengo
grabada en mis retinas. El hombre quien sobre el ring, venció en casi todas sus
batallas. Y que al bajarse, difícilmente pudo superar esa gran guerra llamada vida.

Signado por un trágico destino, murió como vivió, a cielo abierto, en el barrio, a toda
velocidad. Apurado sin saber por qué.

Al dejar su Barlovento natal, en busca de un mejor porvenir para su familia, no faltó


quien le dijera: “Ha sido un gusto conocerte campeón”.

Encrucijadas del destino, llevaron a Rondón a emplearse como policía en Río


Chico, mientras realizaba 22 peleas en el boxeo amateur, propinando 19 nocauts,.
Su debut en el profesional, se produjo bajo tutela de Rafito Cedeño, el 28 de junio
de 1965, ante José Caraballo. Luego de 11 triunfos aplastantes, el pugilista
mirandino afrontó problemas judiciales al golpear en parroquia 23 de Enero, a un
ciudadano.

Luego de una serie de disputas contractuales, el gladiador criollo `pasó a integrar


la escuadra del promotor cubano, Tuto Zavala, para comenzar a hilvanar llamativa
cadena de 8 victorias consecutivas, que lo catapultaron en el ranking de la
Asociación Mundial de Boxeo.

En aquella época, Rondón acotaba luego de cada victoria: “Bendición a mamá y


que me traigan a Foster” en busca de un chance titular.

A la hora de hilvanar una historia, se mezclan recuerdos y sensaciones. El hombre


nacido en piso de tierra, se codeó con figuras renombradas de la farándula y política
nacional e internacional. Contrastando tiempos cuando arrastraba una pesada
carretilla cargada con láminas de zinc y cemento, para arreglar su humilde ranchito.

Confesaría a los años, que no podía manejar un automóvil, sin detallar


minuciosamente los Mercedes Benz que le pasaban al lado. El icónico boxeador,
de dudoso hablar y rústica pronunciación, fue tentado por el éxito. Amigotes prestos
a ser brindados. Mujeres de reputación dudosa.Trabajadoras de lujosos cabarets
caraqueños y periodistas deportivos de medios comerciales de comunicación, para
quienes la “bola de billete”, que cargaba encima el campeón, minimizaba sus
urgentes necesidades de ayuda verdadera. De una mano amiga capaz de
aconsejarlo sobre perversas alienaciones del capitalismo, y sus terribles
herramientas de mortal seducción.

El hombre, acostumbrado a ganar peleas sin necesidad de jurados, debió inclinar


la cabeza cuando escuchó decir: “La juventud, es una enfermedad que se cura con
el paso del tiempo”.

Contra todo pronóstico, demolió en el Nuevo Circo de Caracas, al estadounidense


Jimmy Dupree, con soberbias combinaciones de jabs y uppercuts, que todavía hoy,
al revivirlas en el icónico blanco y negro de viejas filmaciones caseras, estremece y
conmueve.

Así era su filosofía de vida. Odiar al rival. Porque venía a quitarle, parte de su vida.
Rondón, apretaba los dientes antes de cada campanazo, y salía al centro del
cuadrilátero con la sola intención de terminar el combate lo más rápido posible. Y
no era para menos. En su infancia, en los barrios más bravos del estado Miranda,
aprendió de chamito, a pelear defendiendo lo suyo. Era guapo, obediente y callado.
Belicoso cuando hacía falta.

Se entregó con alma y vida, con tal de salir de la miseria. Hasta que cierto día, al
igual que un fósforo consumido tras violentos estallidos de luz, se apagó su fuego
interior.

Luego de ganar el campeonato mundial de los Semi- pesados, el 27 de febrero de


1971 ante Dupree, Rondón comenzó a mostrar cambios en su cotidianidad. Más
formales que internos. Empezó a vestirse bien, Le agarro el gustico a ciertas marcas
lujosas como Ted Lapidus, Paco Rabanne, Christian Dior, Rolex, Ferrari o Aramís,
que tal vez no podía pronunciar muy bien, pero que plasmaron su mundo
existencial, mientras aprendía a catar el delicioso champán francés, acompañado
de llamativas vedettes de la época.

Por dentro, el pugilista barloventeño siguió manejando sus viejos códigos de vida.
Amigo de sus amigos, y para los otros, nada de piedad.

No fue precisamente amado por la gente del boxeo. Peros sí respetado. Leonino y
altivo. Imponía su presencia como genuino campeón mundial. Si necesitaba algún
requerimiento especial de entrenamiento, volvía su mirada altiva y amenazante,
torva y desconfiada, que sus rivales no podían contener.

Sin embargo, Rondón nunca olvidó a su familia. La protegió como una bestia herida.
Vicente Paúl Rondón, novela de joven pobre, nacido en la miseria y el hambre,
alojado luego en lujosas habitaciones del Hotel Hilton o Tamanaco.

La historia de un campeón que recorrió el mundo demoliendo a sus rivales. De vida


veloz. Tomando atajos. Bebiéndose todo de un sorbo. Con un final trágico que se
veía venir. Una lágrima breve quiere asomar por mis mejillas. Tal vez para
recordarme el momento preciso de rendir tributo a Vicente Paúl Rondón, el primer
campeón mundial afro-venezolano de boxeo.

YULIMAR ROJAS: GENUINA REINA UNIVERSAL DEL SALTO TRIPLE

Otra vez los campeonatos de atletismo y sus icónicas competencias de Salto Triple,
convertida en la más venezolana de las pruebas , al recordar las legendarias
actuaciones de Yulimar Rojas en Río 2016, Londres 2017 y recientemente en el
Meeting Dusseldorf 2019, cuyo Estadio Olímpico cobijó los sueños de la simpática
muchacha, cuya carisma y sonrisa provocaron mágicos rayos de sol en la
medianoche alemana, llenos de esperanza en medio de esas cumbres teutonas, tan
altas y solitarias donde solo habita la impenetrable y silenciosa roca.

Otra vez afloran los sueños panamericanos, mundialistas y olímpicos, por caminos
sinuosos y difíciles. Yulimar sabe que las medallas mundiales y olímpicas se ganan
transitando senderos angostos, cubiertos de ripio, bordeando precipicios, escalando
cientos de kilómetros de titánica lucha, en largas e interminables jornadas de
entrenamiento que no saben de renuncias o desmayos.
Otra vez Yulimar alzó vuelo. Segura de alcanzar la gloria. Majestuoso monumento
atlético símbolo de amor, paz y amistad universal, situado orgulloso junto al corazón
de comunidades populares. Con el Meeting Dusseldorf 2019, arraigado con raíces
profundas en el alma del pueblo, gracias a los 14,46 metros saltados por Yulimar,
primera mujer que gana una medalla de oro mundial categoría adulto, en la historia
del atletismo venezolano: “Sé que vienen más competencias fundamentales para
mí. Seguiré esforzándome al máximo para darle otras alegrías a mi Venezuela
querida. Aún me quedan varios ciclos olímpicos y mundiales. Estoy ya enfocada en
los Juegos Panamericanos y Campeonatos Mundiales 2019, así como en los
Juegos Olímpicos de Tokio 2020, para dedicarle otra actuación memorable a mi
Patria. Quiero dar gracias al Comité Olímpico Venezolano, Ministerio del Deporte y
todas las personas que de una u otra forma son parte de esta medalla dorada.
Gracias al Gobierno Revolucionario por apoyarme en todo momento”.

El Bravo Pueblo se volcó masivamente a las calles, contagiando con fervor a los
indomables atletas criollos, premiando a todos por igual. La magia del salto triple,
se metió para siempre en el alma de los venezolanos.

Otra vez, centrada en ganar medallas doradas en Mundiales 2019 y Tokio 2020.
Con todo el sacrificio de la sonriente Yulimar. Aquella muchacha de músculos de
acero, piernas delgadas, fibrosas y un espíritu tan grande como las propias
montañas que custodian el Estadio Olímpico de Dusseldorf, a las que el temple del
acero criollo, volvieron a vencer, derrotándolas una y otra vez, en soberbia
demostración de coraje, corazón y amor patrio.

Toda la gloria final quedó para Yulimar Rojas, una verdadera gigante en tesón y
voluntad. Dueña de la corona de laureles que la erigió como flamante ganadora de
la medalla de oro.

Como si la montaña amiga le estuviera esperando. Como si el salto triple, una


prueba llena de sorpresas que acarició con la miel del triunfo, luego de superar a
muchas protagonistas. Luego de interminables horas de entrenamiento, la ansiada
victoria abrió sus brazos a la criolla, consolidándola como la nueva Cóndor del
Atletismo Universal: “No puedo dejar de enviar un beso y un abrazo a toda mi
familia, que me acompañó en todo momento. Soñaba con esto desde que comencé
mi carrera deportiva. Esta medalla es para ti mami. Tú soñaste conmigo. Tú pasaste
trabajo a mi lado, para que yo pudiera conseguir mi sueño de vida. Juntas podemos
celebrar que tenemos una nueva medalla dorada”.

El rumor de la llovizna fría, se confundió apenas con las emocionadas palabras de


Yulimar Rojas. Les atenuó la fuerza levemente, pero no la emoción. La miré
detenidamente. Tenía sus ojos quietos mientras jugueteaba con una piedrita,
recordando otros tiempos en Anzoátegui. Costumbres de barrio humilde y
trabajador. Pasiones nobles. Ir al estadio a entrenar, gritar el afecto desatado, volver
a su hogar y prepararse para otra jornada de entrenamiento hacia Tokio 2020.

Así es Yulimar, saltando con su sonrisa cómplice, mostrándose complacida y


orgullosa. Pasa el tiempo mientras revive su confesión pública de amor grande y
profundo por la República Bolivariana de Venezuela y la Revolución Bonita.

Potrebbero piacerti anche