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De la poligamia entre los judíos que

conoció Jesús
La presencia de la poligamia entre los judíos es una realidad que se palpa
con toda facilidad en el Antiguo Testamento, y los casos de personajes etero
testamentarios que la practican no son pocos.

El primer polígamo no tarda en aparecer en el Antiguo Testamento.


Es Lamec, tátara-tátara-tátara-nieto de Caín, de quien se nos dice, “tomó
para sí dos mujeres, la primera llamada Adá, y la segunda Silá” (Gn. 4, 19),
de las que para que los biempensantes no puedan sostener que vino la una
detrás de la otra, informa más adelante: “Dijo Lámec a sus mujeres […]”
(Gn. 4, 23)

De hecho, los dos hijos del Patriarca Isaac, Esaú y Jacob son
polígamos. Del primero, dice el Génesis:

“Cuando Esaú tenía cuarenta años, tomó por mujeres a Judit, hija
de Beerí el hitita, y a Basmat, hija de Elón el hitita, que fueron causa de
amargura para Isaac y Rebeca” (Gn. 26, 35)

Y más adelante:

“Acudiendo Esaú a Ismael, tomó por mujer, además de las que tenía,
a Majlat, hija de Ismael, el hijo de Abrahán, y hermana de Nebayot” (Gn.
28, 9).

De Jacob, dice el mismo libro:

“Sirvió, pues, Jacob por Raquel siete años, que se le antojaron como
unos cuantos días, de tanto que la amaba. Jacob dijo a Labán: «Dame mi
mujer, que se ha cumplido el plazo y quiero casarme con ella.» Labán juntó
a todos los del lugar y dio un banquete. Luego a la tarde tomó a su hija Lía
y la llevó a Jacob, y éste se unió a ella. Labán dio su esclava Zilpá como
esclava de su hija Lía. Se hizo de mañana, ¡y resultó que era Lía! Jacob dijo
a Labán: «¿Qué has hecho conmigo? ¿No te he servido por Raquel? ¿Pues
por qué me has hecho trampa?» Labán dijo: «No se usa en nuestro lugar
dar la menor antes que la mayor. Cumple esta semana y te daré también a
la otra por el servicio que me prestarás todavía otros siete años.» Así lo hizo
Jacob” (Gn. 29, 20-28).
Hablando por boca de su profeta Natán, le dice Dios a David estas
palabras bien esclarecedoras sobre el tema:

“Yo te he ungido rey de Israel y te he librado de las manos de Saúl.


Te he dado la casa de tu señor y he puesto en tu seno las mujeres de tu señor
[…] Haré que de tu propia casa se alce el mal contra ti. Tomaré tus mujeres
ante tus ojos y se las daré a otro que se acostará con tus mujeres a la luz de
este sol” (2Sam. 12, 711)

De su hijo Salomón se dice que “tuvo setecientas mujeres con rango


de princesas” (1Re. 11, 3), y por si ello fuera poco “trescientas
concubinas”. Salomón el semental.

De hecho, en el Antiguo Testamento no se encuentra una condena


taxativa sobre la práctica de la poligamia.

Pero la pregunta es: esta práctica que se nos aparece esporádicamente


en el Antiguo Testamento, ¿seguía produciéndose en los tiempos de Jesús,
es decir, durante los tiempos del Nuevo Testamento?

Muchos son los indicios de que, de manera igualmente esporádica,


pero la poligamia se seguía practicando mientras se escribe el Nuevo
Testamento.

De Herodes nos dice Flavio Josefo en las “Guerras Judeo-


romanas” que “el rey tuvo nueve mujeres” y aunque no aclara si algunas lo
fueron a la vez o vinieron todas la una detrás de la otra, lo que podía ser por
muerte o por repudio, más probable parece que al menos en algún caso, dos
o más hubieran compartido tan fogoso marido.

Más claro aún se nos presenta el propio testimonio de Jesús cuando


les relata a sus discípulos la siguiente parábola, llamada “Las diez vírgenes”:

“El Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su
lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran
necias, y cinco prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no
se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas
tomaron aceite en las alcuzas. Como el novio tardara, se adormilaron todas
y se durmieron. Mas a media noche se oyó un grito: ‘¡Ya está aquí el novio!
¡Salid a su encuentro!’ Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y
arreglaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: ‘Dadnos de
vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan’. Pero las prudentes
replicaron: ‘No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es
mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis’. Mientras iban a
comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al
banquete de boda, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras vírgenes
diciendo: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’ Pero él respondió: ‘En verdad os digo
que no os conozco’. Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora” (Lc.
25, 112).

Podrá alegarse que se trata sólo de una parábola, de un relato en


consecuencia. Pero lo cierto es que si algo se elogia de las parábolas
de Jesús no es sino lo apegadas que se hallan siempre al terreno, y lo bien
que reflejan la realidad cotidiana de su época. Entre otras cosas porque de no
ser la poligamia una realidad cotidiana en la época, los receptores de esta
parábola no la habrían entendido, de parecida manera a como hoy se nos hace
difícil comprender a nosotros que vivimos una sociedad monogámica, y
habrían freído a Jesús a peguntas de esas que tanto le molestaban cuando les
relataba sus parábolas.

La prueba definitiva, sin embargo, no nos la da ninguno de los


evangelistas, sino Pablo, cuando en su Primera Carta a Timoteo, exige
esta condición a los epíscopos:

“Es, pues, necesario que el epíscopo sea irreprensible, casado una


sola vez” (1 Tm. 3, 2-4)

Una condición que no exige menos a los diáconos:

“Los diáconos sean casados una sola vez y gobiernen bien a sus hijos
y su propia casa” (1 Tm. 3, 12)

Lejos todavía los tiempos del celibato sacerdotal, cuyas primeras


manifestaciones no se nos aparecen hasta principios del s. IV, Pablo parece
conformarse con que obispos y diáconos no estén casados varias veces, sino
sólo una. Algún biempensante aún puede acogerse a la teoría de que Pablo se
refiere a que no sea obispo o diácono nadie que se hubiera casado por
segunda vez después de haber enviudado, una interpretación que no es
excluible al cien por cien, pero que ciertamente, no se presenta como la más
probable, ni la más sencilla, ni la más lógica, en los textos que hemos leído.

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