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UNA EPIFANÍA ANTEMORTEM

LA EVAPORACIÓN DEL DERECHO

GUSTAVO EDUARDO CASTAÑEDA CAMACHO

“…¿Cuál es la condición para que


el Derecho se presente,
para que sea observable?...”
(Rolando Tamayo y Salmorán)

De carácter indomable y ambicioso, tenía presente que la magnificencia de un


imperio no se lograba exclusivamente con un ejercito formidable, sino también con
un firme e impetuoso Derecho. De ahí que naciera su anhelo vehemente de
recopilar todo el Derecho, en una excelsa y monumental entidad, denominada
Corpus Iuris Civilis, que con gran osadía logró recolectar y conjuntar
armoniosamente, al integrar el Codex Verus, las Pandectas, las Institutas de Gayo
y las Novelas. Resulta incuestionable lo inconmensurable y trascendental de su
obra, que a la postre marcaría un hito en el pensamiento jurídico.
Aquella procelosa noche de noviembre del año 565 de nuestra era, se encontraba
en sus aposentos reales Flavius Petrus Sabbatius Iustinianus, mejor conocido en
la historia de la humanidad como Justiniano, emperador del Imperio Romano de
Oriente, rodeado de los mejores galenos de la época, sabía que pronto llegaría el
momento en el que transitaría por un proceso biológico normal e inevitable de la
vida, que es la perdida de las funciones vitales, ergo la muerte. El emperador en
sus últimos delirios, imploraba al cielo que le concediese un único deseo.
Vociferaba con gran suplicio ¡Ora pro nobis! Y entre sus múltiples desvaríos,
rogaba por saber qué era eso a lo que había consagrado su esfuerzo y trabajo de
toda la vida, decía: ¿Quod iustum est? (¿Qué es el Derecho?). No puedo fallecer
sin comprender que es. De pronto, un espíritu celeste se manifestó ante sus ojos,
y con un tono de voz dulce, le anunció: Emperador Justiniano, vengo a decirte las
buenas nuevas, antes de que partas conmigo a los campos elíseos. Sin duda,
eres un hombre favorecido que será recordado generación tras generación por
estudiosos del Derecho, gracias a tu faena jurídica. Debido a ello, se ha convenido
darte un obsequio no menor, un oráculo que te otorgará el conocimiento que con
desesperación ansias. Justiniano exaltado y agonizante no cabía de la dicha,
manifestando su júbilo, señaló que no le quedaba mucho tiempo, por lo que
deseaba conocer con urgencia el vaticinio sobre el Derecho.
El oráculo le respondió: Una historia, como la que estamos delineando, puede
partir de una discusión, entre tres personajes de diferentes pensamientos, a los
que llamaremos espíritus de los juicios naturalista, positivista y realista. Segundos
después de que los ánimos de Justiniano se habían calmado, aparecieron cada
uno de estos actores para dar su testimonio sobre lo que es el Derecho.
El espíritu del juicio naturalista entró para efectuar una sublime disertación: el
Derecho son reglas emanadas con base en fundamentos jurídicos de creación,
determinadas por una omnipotencia especifica y efectiva. Esas reglas se conciben
para una comunidad de destinatarios. Este sistema se sostiene por órganos que
se encargan de juzgar e imponer sanciones, dirigidos a atender de forma
razonable todos los problemas de la comunidad, teniendo siempre en cuenta que
lo más importante es el bien común de ella. Sin embargo, por encima de las
normas dictadas por los hombres hay un conjunto de principios morales
universalmente válidos e inmutables que establecen criterios de justicia y
derechos fundamentales ínsitos a la verdadera naturaleza humana.
El espíritu del juicio positivista, interrumpiendo el discurso abruptamente con una
serie de aplausos, manifestó: Has hecho uso de la voz suficientemente, dejemos
atrás ese vigoroso sermón y hablemos con formalidad sobre lo que es en verdad
el Derecho. Discutir de ello, significa enunciar un orden de la conducta humana,
que en otras palabras consiste en un sistema de normas constituidas con el
mismo fundamento de validez, es decir, una norma fundante de la cual deriva la
validez de todas las normas pertenecientes al orden. Una de las notas
características del Derecho es que éste reacciona y funciona con un acto coactivo,
circunstancias consideradas indeseables; un mal que debe recaer en contra de la
voluntad de quien lo padezca, y de ser necesario recurriendo a la fuerza física.
Asimismo, conviene señalar que esos actos coactivos se convierten en sanciones
que son ejercidas por el monopolio de la violencia del Estado. Y mi crítica más
implacable al espíritu del juicio naturalista es que el Derecho asume
invariablemente una actitud a-valorativa, objetiva o éticamente neutral, que acepta
como criterio para distinguir una regla jurídica de una no jurídica la derivación de
hechos verificables y no la mayor o menor correspondencia con cierto sistema de
valores, en pocas palabras al Derecho no le interesan esos supuestos principios
morales universales.
Por último, el espíritu del juicio realista, con un ánimo más abierto y sincero,
expresó: Ciertamente espíritus colegas, efectuar un concepto del Derecho, es uno
de los mayores problemas a los que nos podemos enfrentar. Creo que en esto nos
podemos poner de acuerdo todos. Tanto aquellos que se concentran en hablar de
un orden coactivo y neutral, como quienes refieren y apelan a un conjunto de
principios fundamentales de la naturaleza humana, tienen que fundamentar sus
ideas en una concepción de la esencia general del Derecho. Por lo que si
atendemos a una visión realista del Derecho, necesariamente debemos hacer
alusión a su vigencia. En este sentido un conjunto abstracto de ideas normativas
sirven como un esquema de interpretación para los fenómenos del Derecho en
acción, lo que a su vez significa que estas normas son efectivamente obedecidas,
y que lo son porque ellas son vividas como socialmente obligatorias.
El emperador Justiniano, con un sentimiento de frustración y a punto de colapsar,
le dijo al espíritu celeste: He dedicado toda mi vida a unificar y tratar de uniformar
el Derecho, pero ahora comprendo que éste es inasible y borroso como el humo, o
el vapor porque no se puede aprisionar, ni encasillar en una sola idea, debido a
que el Derecho está empeñado en fungir como idea a veces y como materialidad
expresiva de las prácticas sociales otras veces, con lo que termina disolviéndose
en una multivocidad inasequible de nociones. Como formularon los espíritus del
juicio naturalista, positivista y realista, hay diferentes conceptos de Derecho, y
todos son ciertos y validos dependiendo del crisol en el que se mire.
El espíritu celeste, le reveló finalmente a Justiniano una clave para comprender y
contener la evaporación del Derecho. Absoluta y brillantemente te has percatado
que el Derecho no es definible ostensiblemente, porque no es visible, así que para
permitir su observación, necesitas propiciar las condiciones que lo hagan
manifiesto, exactamente como ocurre con los cambios que sufre el agua por las
alteraciones de la temperatura y presión ambiental al transformarse en solido,
líquido o vapor.
En este sentido, la condición para que el Derecho se presente, es que lo hables,
ergo, si para que aparezca y se pueda capturar el Derecho, basta con
pronunciarlo, el Derecho es, esencialmente, un lenguaje; y si se habla es porque
existe. ¿Quien conoce un lenguaje? La persona que puede comprender e
interpretar los signos y fonemas que componen el lenguaje, en este caso el jurista,
quien se encarga de hacer una lectura del Derecho; sin embargo, hay que
subrayar que no cualquiera puede dominar este lenguaje, que posee ciertamente
un estilo encriptado, con significados herméticos y brumosos como el humo.
Esta vaguedad le permite al Derecho ser alcanzado y aprehendido sólo por unos
cuantos privilegiados, práctica totalmente ajena a los legos. No hay que olvidar
que el papel del Derecho es como las dos caras de una moneda: por un lado
puede ser un mecanismo de control social y por otro un medio de emancipación
para redimir a las sociedades.
Justiniano, con un murmullo pausado y una mueca dijo: ahora mi sendero es
luminoso, el Derecho es un lenguaje y el jurista su intérprete.
¿Lo entiendes Justiniano? –dijo el espíritu celeste- Justiniano sin pronunciar una
palabra, sonrió y se evaporó.

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