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ARTICULO Nº 13

LA RAIZ DE TODO MAL


Durante el año Jubilar de la Misericordia, creo que se entendió mal lo que
significa la misericordia, y se ha malinterpretando al Papa Francisco. Él habla
de misericordia, pero también de conversión y arrepentimiento. ¡La gente no
junta esas dos cosas! Muchos creen que Dios es bueno y ya está: «¡Genial,
Dios me quiere, todo está bien!». Sin embargo, Jesús espera la respuesta de
nuestra conversión, espera que la gente se arrepienta de sus pecados y
cambie sus vidas, porque el pecado no nos trae la felicidad. Jesús, cuando
pronuncia la parábola del hijo pródigo, menciona que el hijo se arrepiente de
sus pecados y vuelve a casa de su padre. A la mujer adúltera le pide: «Vete y
no peques más»; y al paralítico de la piscina de Betesda le recomienda: «No
peques más, no sea que te ocurra algo peor». Jesús tiene una impresionante
misericordia y compasión hacia nosotros, pero espera que cada uno de
nosotros nos convirtamos y cambiemos de vida. Hay que insistir en el amor de
Dios, en la oferta de amistad y de salvación para todos, pero no debemos
ocultar las implicaciones de la misericordia: dejar que Dios sane nuestro
corazón, abandonar nuestros pecados, conformarnos a su imagen, prepararnos
para el Cielo.
Y esto es uno de los tantos males que ha infiltrado el secularismo dentro de la
Iglesia. La falta de conciencia respecto al pecado. De ahí que los
confesionarios muchas veces están vacíos.
El emérito Papa Benedicto XVI nos recuerda en su libro “Creación y Pecado” lo
siguiente; “Sobre el tema del pecado después del Sínodo de los Obispos
dedicado al tema de la familia, mientras deliberábamos en un pequeño grupo
acerca de los temas que podrían ser tratados en el próximo, recayó nuestra
atención en las palabras de Jesús con las que Marcos al comienzo de su
evangelio resume el mensaje de Aquél: «El tiempo se ha cumplido, y el reino
de Dios está cerca. Convertíos y creed en el Evangelio». Uno de los obispos,
reflexionando sobre ellas, dijo que tenía la impresión de que este resumen del
mensaje de Jesús, en realidad, hacía ya mucho tiempo que lo habíamos
dividido en dos partes. Hablamos mucho y a gusto de evangelización, de la
buena nueva, para hacer atrayente a los hombres el cristianismo. Pero casi
nadie -opinaba el obispo - se atreve ya a expresar el mensaje
profético:¡Convertíos!
El tema del pecado se ha convertido en uno de los temas silenciados de
nuestro tiempo. La predicación religiosa intenta, a ser posible, eludirlo. El cine y
el teatro utilizan la palabra irónicamente o como forma de entretenimiento. La
Sociología y la Psicología intentan desenmascararlo como ilusión o complejo.
El Derecho mismo intenta cada vez más arreglarse sin el concepto de culpa.
Prefiere servirse de la figura sociológica que incluye en la estadística los
conceptos de bien y mal y distingue, en lugar de ellos, entre el comportamiento
desviado y el normal. De donde se deduce que las proporciones estadísticas
también pueden invertirse: pues si lo que ahora es considerado desviado
puede alguna vez llegar a convertirse en norma, entonces quizá merezca la
pena esforzarse por hacer normal la desviación. Con esta vuelta a lo
cuantitativo se ha perdido, por lo tanto, toda noción de moralidad.
No es necesario hablar de pecado desde el principio cuando se presenta el
mensaje cristiano, pero en algún momento tendremos que hacerlo. Porque si
no fuera así, nos estaríamos creando una falsa imagen de Jesús. Y lo peor de
todo, estaríamos entorpeciendo la gran obra del Señor; liberarnos de las
ataduras y esclavitudes que anidan en lo profundo de nuestro ser y que son la
raíz de todo mal.
Un alumno me dijo una vez tras una charla mirando la realidad de nuestra
sociedad y el alejamiento tan grande de Dios: « Jesús hoy no diría eso,
seguramente cambiaría su posición ». Le respondí; “No creo, porque Jesús
nos dice que “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán jamás”.
Muchas veces, sin querer, “abaratamos” el Evangelio. Le vamos quitando sus
exigencias y con ello desvirtuamos totalmente el mensaje cristiano y debemos
ser claros; el pecado es una realidad interior presente en el corazón de todos
los hombres y mujeres de este mundo. Mientras que no nos convenzamos que
lo que está enfermo es el corazón humano y que tenemos la necesidad de
“renacer de nuevo”, dejando de lado el “viejo hombre” y dar paso al “nuevo
hombre”, el mundo no va a cambiar.
Diác. Víctor Hugo Méndez

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