Sei sulla pagina 1di 460

ALFAGUARA LITERATURA DE ECUADOR

A n to lo g ía
de Po e s ía
S e l e c c i ó n de

Iván C a rv a ja l
Raúl Pacheco
EN ESTA ANTOLOGÍA
Jorge Enrique A d o u m
María Aveiga
Rubén Astudillo y Astudillo
Fernan do Balseca
David G. Bárrelo
Paco Bena vide s
Mario C a m p a ñ a
Jorge Carrera A n dr a de
Césa r Edua rdo Carrión
Ernesto Carrión
Iván Carvajal
Fernan do Cazón Vera
Cés ar Dávila A nd ra de
Go nza lo Escudero
Alfonso Espinosa
María Fer nanda Espinosa
Ulises Estrella
Alfredo G a n go te na
Euler Granda
Francisco Granizo
Efraín Jara Idrovo
Carlos Eduardo Jaramillo
David Ledesma Vá sq ue z
Edwin Madrid
Sonia Ma nza no
Jorge Martillo
Hugo Mayo
Luis Carlos Mussó
Alexis Naranjo
Fernando Nieto Cade na
Iván Oñate
Adalberto Ortiz
Ramiro Oviedo
Julio Pazos
Antonio Preciado
Javier Ponce
Paúl Puma
Vicente Robalino
Juan José Rodríguez
Bruno Sáenz
Hugo Solazar Tamariz
Roy Sigüenza
Me dar do Ángel Silva
Francisco Tobar García
Carlos Vallejo
Sara Vanegas
Humberto Vinueza
Miguel Ángel Zam br ano
Cristóbal Zapata
¿ p ¿ ) C* O £ -i ¿> o

• fü ' ¿¿> 0 /

H -

$
POESIA
POESÍA

Antología
del siglo
Iván C arvajal
R a ú l Pacheco
ALFAGU

© De esta edición:
2009, Santillana Ediciones Generales, S. L.
Torrelaguna, 60. 28043, Madrid
Teléfono 91 744 90 60
Telefax 91 744 92 24

ISBN : 978-84-204-2347-0
Depósito legal: M. 17.181-2009
Impreso en España - Printed in Spain

© Edición: Javier Vásconez y Yanko Molina

© Diseño de colección:
Jesús Acevedo

Esta colección se publica durante el Gobierno del Presidente Rafael Correa

Queda prohibida, salvo excepción prevista


en la ley, cualquier forma de reproducción,
distribución, comunicación pública y transformación
de esta obra sin contar con autorización de
los titulares de propiedad intelectual.
La infracción de los derechos mencionados
puede ser constitutiva de delito contra la propiedad
intelectual (arts. 2 7 0 y ss. C ó d ig o Penal).
índice

Prólogo 9
Medardo Angel Silva 35
Hugo Mayo 43
Miguel Ángel Zambrano 53
Jorge Carrera Andrade 63
Gonzalo Escudero 83
Alfredo Gangotena 103
Adalberto Ortiz 123
César Dávila Andrade 131
Hugo Salazar Tamariz 151
Francisco Granizo 163
Jorge Enrique Adoum 173
Efraín Jara Idrovo 185
Francisco Tobar García 197
Carlos Eduardo Jaramillo 203
David Ledesma Vásquez 219
Fernando Cazón Vera 227
Euler Granda 233
Rubén Astudillo y Astudillo 239
Ulises Estrella 247
Antonio Preciado 233
Humberto Vinueza 259
Julio Pazos 267
Bruno Sáenz 273
Fernando Nieto Cadena 281
Alexis Naranjo 289
Sonia Manzano 301
Iván Carvajal 309
Iván Oñate 321
Javier Ponce 327
Sara Vanegas 339
Ramiro Oviedo 345
Jorge Martillo 349
Roy Sigüenza 355
Fernando Balseca 363
Mario Campaña 367
Vicente Robalino 377
Edwin Madrid 381
María Fernanda Espinosa 387
Paco Benavides 393
María Aveiga 401
Cristóbal Zapata 405
Luis Carlos Mussó 411
Paúl Puma 417
Carlos Vallejo 421
Alfonso Espinosa 425
César Eduardo Cardón 431
David G. Barreto 435
Ernesto Cardón 439
Juan José Rodríguez 445
PRÓ LO GO

Iván Carvajal
r

'

~------------- -------- —

La poesía escrita por ecuatorianos es poco conocida
más allá de las fronteras del Ecuador. Poemas de ecuatorianos
apenas si han aparecido en las antologías hispanoamericanas,
y no figuran en las más recientes antologías de la poesía en es­
pañol. Los libros de poesía que se publican en el país, siempre
en ediciones muy limitadas, difícilmente circulan en el ex­
tranjero; los escasos ejemplares que pasan las fronteras lo hacen
en las valijas de los propios poetas o de aquellos amigos que
llegan a Quito, Guayaquil o Cuenca, invitados a algún en­
cuentro literario. Además, los débiles vínculos culturales in­
ternos han limitado el contacto y el reconocimiento mutuo
entre los propios poetas, y han terminado por enclaustrar a
los lectores en círculos restringidos, aunque gracias a las for­
mas de interrelación que han surgido en las últimas décadas,
en especial las comunicaciones basadas en tecnologías elec­
trónicas y el crecimiento de la industria editorial, estemos asis­
tiendo a un intercambio más activo entre los poetas
ecuatorianos, y entre ellos y los poetas hispanoamericanos con­
temporáneos. También los flujos migratorios promueven un
interés mayor en las expresiones de los grupos humanos que
se desplazan de un país a otro, de un continente a otro, y con­
siguientemente contribuyen a un reconocimiento de las cul­
turas desde las que llegan esos grupos. Sin embargo, y en
contraste con este desconocimiento de los poetas ecuatoria­
nos en España y en América hispana, sus obras evidencian una
permanente apertura para recibir la poesía de sus contempo­
ráneos y para dialogar con ellos. Esta antología se propone
contribuir a la visibilidad de los poetas ecuatorianos y su obra,
sabiendo además que esta visibilidad permitirá a los lectores
españoles e hispanoamericanos establecer los vínculos (y las
diferencias) con la poesía moderna escrita en nuestra lengua*
a lo largo del último siglo.

* La única excepción a este criterio fundamental, que los responsables de la antolo­


gía han creído necesario introducir, es la del poeta Alfredo Gangotena, dado que es­
cribió la mayor parte de su obra en francés. Aquí se publican las traducciones de tres
de sus textos poéticos.
12
Más allá de este propósito de divulgación, conviene
atender a una pregunta que surge ante un empeño de esta na­
turaleza: ¿Existe una poesía ecuatoriana? Esta pregunta indaga
sobre una posible tradición o sobre alguna forma de articula­
ción de una serie de textos poéticos, que legitimarían las tareas
involucradas en la composición de una antología: la selección
de autores y de poemas, la obligada exclusión de otros, la im­
posición de cierta jerarquía u orden de prevalencia. Octavio
Paz, en el ensayo «Poesía en movimiento» (1966) que intro­
duce la antología homónima preparada por él y los poetas Alí
Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis, se pre­
gunta si la expresión «poesía mexicana» significa «poesía escrita
por mexicanos» o «poesía que de alguna manera revela el espí­
ritu, la realidad o el carácter de México». Paz señala que es
siempre discutible la existencia de una poesía nacional (fran­
cesa, alemana o inglesa), mientras que no lo es la de los estilos,
que son internacionales (poesía barroca, romántica o simbo­
lista). Observa luego que la «poesía de los mexicanos es parte
de una tradición más vasta: la de la poesía de lengua castellana
escrita en Hispanoamérica en la época moderna», y añade que
esta tradición no es la misma que la española. Más aún, en la
tradición de la poesía hispanoamericana primaría cierto «estilo
polémico, en lucha constante con la tradición española y con­
sigo mismo». «No hay una poesía argentina, mexicana o vene­
zolana: hay una poesía hispanoamericana o, más exactamente,
una tradición y un estilo hispanoamericanos», concluye Paz, y
añade: «Las historias nacionales de nuestra literatura son tan
artificiales como nuestras fronteras políticas».
La problemática que plantea Paz es en realidad com­
pleja. El poeta mexicano se cuida de anotar que no niega «las
tradiciones nacionales ni el temperamento de los pueblos»,
pero estas tradiciones en estricto rigor no crean una poesía na­
cional. Aun suscribiendo la tesis de Paz, se podría argüir que si
bien no existe poesía nacional, la conformación de los estados
nacionales en Hispanoamérica, con las consiguientes fronteras
políticas entre ellos, y a pesar de su artificialidad, ha requerido
la formación de «culturas nacionales», y por tanto ha impuesto
determinadas condiciones que inciden en las distintas literatu­
13
ras vinculadas a esa marca simbólica de lo nacional en la cul­
tura. No nos referimos, desde luego, a la individualidad de la
obra poética o artística, y ni siquiera al presunto «tempera­
mento de los pueblos», sino al carácter institucional de la lite­
ratura, que se articula con el estado nacional. Cabe decir que
toda cultura nacional es en medida sustancial el resultado de
políticas de estado y de procesos sociales relacionados con la
formación de identidades políticas, que sustentan y posibilitan
la continuidad de los estados nacionales. Además, como con­
secuencia de la existencia de fronteras, la institución literaria
depende de la amplitud mayor o menor de los mercados edi­
toriales, del desarrollo temprano o tardío de los centros urba­
nos, de las políticas culturales, la educación y otros factores
sociales semejantes. Por tanto, se podría objetar a Paz que jus­
tamente sobre la tradición y el estilo hispanoamericanos incide
la existencia de las fronteras políticas, las cuales, más allá de su
artificialidad, han creado circuitos nacionales e internacionales
para la difusión de las obras literarias y artísticas, que reprodu­
cen la diferenciación política existente entre las naciones, y que
pueden originar invisibilidades o provocar cierta marginalidad
de determinadas literaturas. A la vez, esta marginalidad puede
estar ligada a la debilidad de algunos estados nacionales en el
contexto regional, o a la carencia de fuertes políticas estatales
que promuevan las obras de sus artistas e intelectuales en la re­
gión, que es lo que de alguna manera ha sucedido en Ecuador.
El poeta Cintio Vitier, desde una perspectiva diferente
a la paceana, ha dedicado un libro notable a la indagación de «lo
cubano» en la poesía de sus compatriotas. Quizá la situación
insular de Cuba se preste para destacar la peculiaridad de la re­
lación entre una geografía y un grupo humano a lo largo de la
historia, esto es, de un paisaje que podría vincularse a una to­
nalidad emotiva, y que sería observable en la serie de obras po­
éticas escritas por cubanos a lo largo de los siglos XIX y XX.
Quizás a esto sea a lo que se refiere Paz al reconocer la existen­
cia de un «temperamento de los pueblos». Aun así, si quisiéra­
mos seguir la perspectiva propuesta por Vitier para identificar la
«poesía ecuatoriana», nos hallaríamos ante un doble problema:
por una parte, la diversidad geográfica de Ecuador que, en su
14
pequeña extensión, cuenta con regiones, sistemas ecológicos y
modalidades de relación entre la naturaleza y lo humano que
son irreductibles a una unidad homogénea: el ecuador terrestre,
los Andes, el Pacífico, la Amazonia y las Galápagos constituyen
una unidad compleja. Por otra parte, existe una continuidad de
paisaje y el consiguiente parentesco de «temperamentos» con
los pueblos vecinos, que hablan la misma lengua (el castellano,
que es la lengua a la que se restringe nuestra indagación, aun­
que no sea la única que se habla en Ecuador, como tampoco en
Perú y Colombia), con semejanzas dialectales indudables. A ello
se suman la semejanza de los procesos de mestizaje en la región
andina, los rasgos comunes de las historias de Ecuador, Perú,
Bolivia, Colombia. Si resulta difícil establecer una identifica­
ción de lo ecuatoriano a partir de marcas lingüísticas o estilísti­
cas que permitirían correlacionar paisajes y tonalidades emotivas
o de otra naturaleza que se evidencien en los poemas, en cam­
bio es posible encontrar afinidades y contrastes que emparentan
y a la vez distinguen a poetas de determinadas regiones del país
(la costa, Guayaquil, en contraste con la serranía andina, Quito
o Cuenca; la especificidad de la poesía «negrista» en Esmeral­
das), así como se pueden percibir afinidades entre poetas ecua­
torianos y algunos poetas hispanoamericanos. La indudable
influencia que han tenido Vallejo y Neruda (en especial el Ne-
ruda de Canto general) en varios poetas ecuatorianos, casi todos
ellos de la sierra ecuatoriana, podría relacionarse con la im­
pronta de lo andino.
A la pregunta acerca de la condición nacional de la po­
esía se une otra, que es quizá el motivo central del ensayo de
Paz, la cual interroga acerca de la tradición. A Paz debemos al­
gunos lúcidos ensayos sobre la modernidad y la ruptura de la
tradición. Finalmente, nos dice el poeta mexicano, la tradición
de la modernidad (de la poesía y del arte modernos) no es la
continuidad sino la ruptura. De hecho, Poesía en movimiento es
una antología que pretende mostrar los sucesivos momentos
de ruptura en la poesía escrita por mexicanos desde los inicios
del siglo XX hasta la década de los sesenta. No es menos cierto
que las rupturas implican nuevas lecturas de los poemas del pa­
sado, y con ello producen un reordenamiento constante de las
15
obras poéticas dentro de la serie de obras a la que se podría de­
nominar, en sentido amplio, una tradición. Pero quizá más que
de tradición convenga hablar de legados. Una tradición im­
pone ciertos cánones, la continuidad de retóricas, modalida­
des estilísticas, motivos y aun de actitudes. Quien recibe un
legado, por el contrario, puede recogerlo o abandonarlo, puede
hacerse cargo parcial o totalmente de él, puede servirse de él
para transformarlo o para su propia metamorfosis. En realidad,
hasta donde se puede hablar de historia de la poesía (si es que
se puede hablar de tal historia), se trata de examinar la recep­
ción y apropiación de la poesía legada por los poetas del pa­
sado, que permanece y se actualiza, se modifica y resuena en la
poesía del presente. Esta antología, por tanto, atiende a esta
actualización de la poesía escrita por ecuatorianos, lo que im­
plica que su punto de partida real sea la poesía que se escribe
actualmente y, en conexión con ella, la vigencia o permanen­
cia de determinados poetas y poemas del pasado. Otro hilo
conductor implícito que ha permitido configurar la antología
es, desde luego, el diálogo de los poetas ecuatorianos con la po­
esía hispanoamericana, con la poesía española y con la poesía
moderna de Occidente.

Una antología de poesía puede configurarse o bien a


partir de la selección de poetas o bien a partir de la selección de
poemas. En el caso de esta antología se ha optado por la selec­
ción de poetas, procurando que la muestra escogida dé cuenta
de las innovaciones estilísticas o retóricas que propone el poeta
y, a la vez, de su recepción o conexión con la poesía que se es­
cribe en nuestros días. El inicio de la antología responde a esta
opción. Si bien hay actualmente un interés académico en la
obra de algunos poetas barrocos de la época colonial, como los
guayaquileños Jacinto de Evia (siglo XVII) y Juan Bautista Agui-
rre (siglo XVIIl), y si bien la figura de otro guayaquileño, el
poeta neoclásico José Joaquín de Olmedo, se torna inseparable
de la memoria histórica de la Independencia y la formación de
la República, no cabe duda de que nuestro modernismo, rela­
tivamente tardío, pues aparece en la segunda década del siglo
16
XX, es el verdadero comienzo de la poesía moderna en Ecuador.
Pero el modernismo ecuatoriano, si bien recogía los ecos de
Rubén Darío y Herrera y Reissig, y junto a ellos, de los sim­
bolistas franceses (sobre todo Verlaine y Samain), si bien pro­
clamaba un espíritu abierto, cosmopolita, no nos dejó un
legado poético lo suficientemente consistente que pudiese per­
manecer vivo a inicios del siglo XXI. La antología hubiese po­
dido comenzar con una selección de poemas modernistas, pero
esto habría supuesto la ruptura del criterio editorial a que nos
hemos referido. El que la antología se abra con Medardo Angel
Silva responde al hecho de que él fue el poeta postrero del mo­
dernismo ecuatoriano. En sus últimos poemas, no siempre lo­
grados desde el punto de vista compositivo, laten ya los
impulsos hacia una superación de la estética modernista; sin
embargo, la selección aquí incluida procura más bien que el
lector cuente con una breve referencia de la poesía modernista
a través de Silva, cuya retórica es puesta en cuestión por los pri­
meros poetas vanguardistas a inicios de la tercera década del
siglo pasado, en particular Hugo Mayo, pero que también es la
retórica de la que parten, para pronto abandonarla, Carrera
Andrade y Escudero.
La superación de la retórica, del lenguaje y los motivos
modernistas se da en Ecuador gracias a las influencias van­
guardistas que llegan desde distintos lugares. En Hugo Mayo,
nombre literario de Miguel Augusto Egas, se advierte la in­
fluencia de varios movimientos vanguardistas, en especial del
dadaísmo, el futurismo, el creacionismo y el ultraísmo, que re­
cibe a través de las revistas literarias de la época. Esto le permite
contraponer tempranamente sus poemas vanguardistas a los
del círculo modernista de Guayaquil, constituido en torno a
E l Telégrafo Literario, cuya figura emblemática es Silva. Hugo
Mayo fundó, con otros poetas guayaquileños, la primera re­
vista vanguardista ecuatoriana, Síngulus. De los tres, sólo él
continuó en la línea de las vanguardias. Por obra del azar, si se
atiende a la justificación del poeta que dice haber perdido el
original de su primer libro cuando lo entregó a la imprenta
(hacia 1922), E l zaguán de aluminio, que recoge lo esencial de
su poesía vanguardista, aparece apenas en 1982. Antes había
17
publicado E l regreso, un poemario con cierto sabor costum­
brista, y Poemas de Hugo Mayo. Los poemas vanguardistas, re­
cogidos luego en E l zaguán de alum inio, se publicaron en
revistas ecuatorianas e hispanoamericanas. Habría que destacar
en Mayo su ironía e incluso su humor, que perduran en un
libro escrito y publicado ya en su vejez, Chamarasca, en el que
se aproxima a la «antipoesía» del chileno Nicanor Parra.
Miguel Angel Zambrano fue durante décadas un poeta
oculto. Conocido como notable jurista, publicó tardíamente, en
1956, un libro que reveló a un poeta de intensas preocupaciones
existenciales, Diálogo de los seres profundos al que siguieron Bio­
grafía inconclusa (dedicado a la memoria de su amigo, el poeta
postmodernista Miguel Angel León) y Mensaje, poesía de hondo
fervor humanista y que coincide con las preocupaciones de otros
poetas, menores en edad, que en las décadas de los años cin­
cuenta y sesenta se inscriben en lo que podríamos denominar
poesía social (Dávila Andrade en algunos de sus poemas, Salazar
Tamariz, Adoum). Pero la poesía vanguardista de Zambrano,
que anticipa la intensidad existencial de Diálogo de los seres pro­
fundos, aparece postumamente, con la publicación de Obra po­
ética en 1983. Sólo entonces fue posible percibir que Zambrano
había escrito sus poemas a lo largo de décadas, quizás a partir de
los primeros años treinta, en silencio, recibiendo las influencias
vanguardistas europeas e hispanoamericanas, pero trasvasándo­
las a su profundo monólogo existencial.

A los nombres de tres poetas quiteños, nacidos en los al­


bores del siglo XX, Jorge Carrera Andrade, Gonzalo Escudero y
Alfredo Gangotena, habría que añadir el de César Dávila An­
drade para constituir el cuarteto de referencia obligada de la lí­
rica ecuatoriana. Carrera Andrade, Escudero y Gangotena
reciben, de distintas maneras pero a una edad temprana, la im­
pronta de la poesía francesa moderna. Carrera Andrade segura­
mente es el poeta ecuatoriano de mayores ambiciones
cosmopolitas. Influenciado en su juventud por los simbolistas
franceses, y sobre todo por Francis Jammes, Carrera Andrade
mantuvo a lo largo de su vida un fecundo diálogo con la poe-
18
sía francesa y con la poesía española de su tiempo (la generación
del 27). Hizo de la metáfora su principal recurso poético (desde
sus poemas de juventud, como puede verse en sus Microgra­
mas), y con ello expandió la conexión de los seres a través de la
analogía, hasta alcanzar la configuración de un universo de luces
y sombras, de incesantes metamorfosis, que encuentran su apo­
teosis en el libro Fam ilia de la noche. En algunos poemas de la
vejez, este universo poético de seres en continua metamorfosis
permite al poeta dar curso a una intensa reflexión existencial,
metapoética e incluso metafísica {E l alba llam a a la puerta, M is­
terios naturales, Vocación terrena). A la extensa poesía de Carrera
Andrade no se la puede ubicar, en ninguno de sus ciclos, den­
tro de una corriente o movimiento vanguardista; en lo funda­
mental, su poesía se ciñe a las formas clásicas de la versificación
castellana, pero la imaginación y las preocupaciones poéticas de
Carrera Andrade son por completo modernas, contemporáneas,
cosmopolitas, sin abandonar por ello su devoción a la transpa­
rencia de la luz ecuatorial, a la que dedica uno de sus poemas
mayores, «Las armas de la luz». Si en su juventud el poeta cantó
a la técnica y al progreso, los sucesos históricos de su tiempo, la
Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la bomba atómica,
provocaron en él la angustia por el destino de la humanidad,
que se expresa en Hombre planetario.
Gonzalo Escudero, por su parte, deja las formas mo-
dernistas y parnasianas que le llevan a ganar algún concurso li-
terario en su adolescencia, adopta el verso alejandrino en
algunos poemas escritos en la década de los años veinte («Tú» y
«Hombre de América», «Ases»), luego experimenta con el verso
libre, y permite que el poema sirva de curso a una imaginación
desbordada, con fuertes cargas oníricas y eróticas, que lo vin­
culan al surrealismo. Pero hacia 1940, el poeta da un inusitado
giro hacia las formas clásicas del verso castellano, en especial la
octava real, sin abandonar en lo esencial su imaginación erótica
y onírica. Con ello forja una poesía en la que se destaca la maes­
tría formal, que se manifiesta en sus libros Estatua de aire y M a­
teria del ángel\ y que sirve al poeta para desplegar una intensa
meditación sobre la existencia en Introducción a la muerte y Ré­
quiem por la luz.
19
Alfredo Gangotena va hacia otras fuentes de la poesía
francesa. Heredero de una familia terrateniente quiteña, viaja
muy joven con su familia a París para continuar sus estudios se­
cundarios y universitarios. Esto le permite un notable conoci­
miento del francés. Muy joven entra en contacto con Jean
Cocteau, Jules Supervielle, Max Jacob y Henri Michaux. Pu­
blica sus poemas en revistas literarias francesas y belgas cuando
apenas ha sobrepasado los veinte años de edad. Orogénie aparece
en Francia en 1928, cuando el poeta había retornado a Quito
acompañado de Michaux. En Quito, Gangotena publica en
francés Absence (1932). En revistas de Francia y Bélgica apare­
cen luego los poemas Cruautés y Jocaste y posteriormente N uit
(1938). Sin embargo, Gangotena (que permanece en Quito
desde su retomo de París en 1927, con dos breves intervalos,
uno en Valparaíso y otro en París) retorna a la escritura en su
lengua materna sólo hacia 1940 (Tempestadsecreta, Perenne luz).
La poesía de Gangotena, por este movimiento entre dos len­
guas, por la tensión que establece con la tradición cristiana ca­
tólica de la que procede, por la escisión y el desgarramiento
existencial que emana de esa tensión, representa la inquisición
del poeta moderno frente a una radical condición de exilio.
Gangotena, para expresar el sentido agonístico de su poesía, crea
un personal simbolismo al que añade una versificación abierta,
expansiva, que por momentos recuerda a los versículos bíblicos
de los profetas.
César Dávila Andrade, como varios poetas de su gene­
ración, asume el legado de los modernistas y postmodernistas,
especialmente la primera fase de la poesía de Carrera Andrade,
para luego recibir la influencia de César Vallejo y del Neruda
de «Alturas de Macchu Picchu», con lo cual arriba en Catedral
salvaje a una madurez poética en la que se combinan un telu­
rismo intenso y una expresión torrencial. En sus siguientes po­
emas, su honda inquietud existencial se expresa a menudo en
formas coloquiales que recuerdan a Vallejo. Dedicará su Bole­
tín y elegía de las mitas a la denuncia de la explotación y exter­
minio de los indios a lo largo de la historia colonial y
republicana del Ecuador. En este largo poema, Dávila Andrade
hará uso de los efectos emotivos que provoca la sucesión de
20
nombres indígenas de personas y lugares, en los que contrasta
términos quichuas y castellanos; recurrirá asimismo a arcaís­
mos, quichuismos y otras formas dialectales, en su intento de­
clarado de «dar diciendo» la pasión del pueblo indio y de
anunciar su resurrección. Luego, Dávila Andrade, que vive sus
últimos años en Venezuela, radicaliza su búsqueda de expre­
sión poética a través de una profunda meditación sobre la po­
esía contemporánea, a la que vincula su exploración en el
budismo zen y algunas corrientes esotéricas. El «hermetismo»
de su último ciclo poético, sobre todo de los poemas recogidos
en M ateria real, no ha de verse, sin embargo, como una expre­
sión de su interés por el esoterismo, sino como la apertura hacia
una experiencia poética radical, en que las posibilidades ex­
presivas del lenguaje son llevadas al límite.
La fuerte presencia de este cuarteto de poetas marcará
profundamente las búsquedas y hallazgos de los poetas ecuato­
rianos de las siguientes generaciones. De alguna manera, los po­
etas ecuatorianos han estado «obligados» en su proceso formativo
a mantener un diálogo, en ocasiones de explícito reconocimiento,
en otras, de implícita contraposición, con alguno o con varios de
ellos. A veces, la contraposición ha derivado en desconocimiento
de partes sustanciales de sus obras poéticas (en el caso, sobre todo,
de Carrera Andrade), en olvido y silenciamiento de su nombre y
su obra por décadas (sobre todo en el caso de Gangotena), o en
el expediente reductor de la obra poética al hermetismo (en el
caso de Dávila Andrade, de Gangotena, e incluso de Escudero).
Pero, la presencia de los cuatro poetas ha sido decisiva para los
poetas ecuatorianos posteriores. La conmemoración reciente de
los centenarios de Carrera Andrade, Escudero y Gangotena, y la
consiguiente reedición de sus obras poéticas, ha contribuido a su
revaloración y a una justa apreciación de su legado poético por
parte de los poetas más jóvenes.
Junto a ellos, como ya se ha señalado, habría que con­
siderar la influencia en la poesía ecuatoriana de otros poetas
hispanoamericanos, y en relación con algunos de los poetas de
la generación de Dávila Andrade y de la siguiente, sobre todo
de César Vallejo y Pablo Neruda. Desde luego, a más de los
dos, en distintos momentos han influenciado en los ecuatoria­
21
nos otros poetas hispanoamericanos importantes, Huidobro
desde luego, pero también Girondo, Paz, Molina, Parra... En
cierto sentido podría afirmarse que Vallejo y Neruda contri­
buyeron a contrarrestar la presencia dominante de Carrera An-
drade en la poesía ecuatoriana de las décadas de los años
cincuenta y sesenta del siglo pasado. A la sazón, Carrera An-
drade seguía publicando libros que contenían los mejores po­
emas de su madurez. ¿Cómo deslindarse de Carrera Andrade?
¿Y cómo deslindarse, luego, de Dávila Andrade?, eran los retos
que se planteaban los jóvenes poetas. De ahí su aproximación
a Vallejo o a Neruda. Si Vallejo aporta el ahondamiento en la
subjetividad del poeta, las preocupaciones existenciales y una
vinculación emocional con el mundo andino, Neruda (el de
Canto general sobre todo) contribuye a despertar la preocupa­
ción social, histórica, a generar mitos sobre el pasado que se
conecten con la utopía de la emancipación humana, a forjar
un telurismo que exprese la fuerza y aun la violencia del paisaje
andino. Como hemos dicho, estas líneas matrices de la in­
fluencia de los dos poetas ya se evidencian en Dávila Andrade.
La influencia nerudiana, en la vía señalada, es notoria
en Hugo Salazar Tamariz y en los primeros libros de Jorge En­
rique Adoum. En E l habitante amenazado y en Sinfonía de los
antepasados, Salazar Tamariz despliega su preocupación por la
historia y la condición social contemporánea uniendo la miti-
ficación del pasado indígena y del paisaje andino con la utopía
revolucionaria. Hay un relativo optimismo en la poesía de Sa­
lazar Tamariz, vinculado a las expectativas que los comunistas
de su generación tenían sobre el desarrollo de las revoluciones
china y cubana, que se matiza con las inquietudes que en la
época provocaban la Guerra Fría, las armas atómicas y nucle­
ares, la amenaza que se cernía sobre el futuro de la humanidad.
La versificación de la poesía de Salazar Tamariz, sin embargo,
no es estrictamente nerudiana; es una versificación que pro­
duce un ritmo sincopado, que le permite expresar tanto la an­
gustia con relación al destino colectivo como la ira frente a la
injusticia histórica.
Una buena parte de la poesía de Adoum, desde Ecua­
dor amargo hasta Eldorado y las ocupaciones nocturnas, la parte
22
cuarta y final de Los cuadernos de la Tierra, manifiesta la im­
pronta nerudiana. También en Adoum se combinan la cons­
trucción de un mito de origen histórico, esto es, un pasado
mítico anterior a la Conquista española, con la utopía emanci­
padora revolucionaria y con parecidas expectativas e inquietu­
des a las de su contemporáneo Salazar Tamariz. Adoum es desde
luego más expansivo que Salazar Tamariz, pero a la vez más pró­
ximo a Neruda, por su versificación y construcción metafórica,
por el ritmo que imprime al poema. Sin embargo, en Los cua­
dernos de la Tierra, cuya tercera parte, Dios trajo la sombra, ganó
el primer Premio Casa de las Américas en 1960, introduce ya
juegos intertextuales, novedosos en la poesía ecuatoriana de la
época, al intercalar en el poema fragmentos en prosa que toma
de crónicas, de Sahagún y el Inca Garcilaso de la Vega, de li­
bros historiográficos. Adoum, que vive fuera del país durante
un periodo prolongado (Pekín, París), hacia finales de la década
de los sesenta e inicios de la siguiente comienza a explorar otras
formas expresivas. En Prepoemas en postespañol y Curriculum
mortisy las dos partes integrantes de Informe personal de la situa­
ción, experimenta con expresiones del habla cotidiana, juegos
intertextuales y formas dialectales del castellano andino. Esta
experimentación alcanza su momento de unidad y equilibrio
con las características de su primera poesía en los poemas «El
amor desenterrado» y «Postales del trópico con mujeres».
La búsqueda que emprende Efraín Jara Idrovo es dife­
rente. Hasta su poema «Balada de la hija y las profundas evi­
dencias» (1963), su poesía muestra la influencia de Carrera
Andrade y aun de Escudero. Sin embargo, en la década de los
setenta el poeta cuencano encuentra una voz más autónoma,
gracias a la incorporación de recursos estilísticos que toma de
la lingüística y la música serial, el juego de repeticiones y va­
riaciones, de aliteraciones y anáforas, con las que construye al­
gunos poemas largos, Añoranza y acto de amor, E l almuerzo del
solitario, sollozo por pedro ja ra e in memoriam. En E l almuerzo
del solitario el poeta incorpora, además, un tono conversacio­
nal, auto-irónico, irreverente, que le sirve para explorar la cir­
cunstancia existencial del hombre moderno, sollozo por pedro
ja ra , su poema más apreciado por la crítica, juega con las com­
23
binaciones posibles que el texto deja en manos del lector. Pero,
además, esta elegía permite al poeta conectar el dolor por la
muerte de su hijo Pedro con la mitología personal que cons­
truye a partir de sus prolongadas estancias en las islas Galápa­
gos durante la década de los cincuenta. Si Salazar Tamariz y
Adoum construyeron una mitología histórica y colectiva re­
montándose a una utópica sociedad indígena comunitaria, Jara
Idrovo buscó un origen en la naturaleza agreste y desolada de
las Galápagos. Con ello, frente a la poesía social que dominaba
los escenarios literarios ecuatorianos a mediados del siglo pa­
sado, vinculada en cierto modo a la narrativa del realismo so­
cial que había prevalecido desde los tempranos años treinta,
Jara Idrovo afirmaba una expresión más individual, más inti-
mista y existencial. En este sentido, su trabajo poético guarda
algún paralelismo con la obra de Granizo.

Algunos poetas ecuatorianos han estado signados por la


angustia religiosa. La impronta de una formación en un am­
biente confesional católico, la imposición de una moral centrada
en el pecado y el castigo eterno, lleva a estos poetas a una tensión
que se expresa en un movimiento entre la rebelión, incluso la
blasfemia, y el clamor. Esta religiosidad agonística, que ya se ma­
nifiesta en la poesía de Gangotena, especialmente en sus prime­
ros poemas en francés, será el asunto central de la primera poesía
de Francisco Granizo, y de gran parte de la poesía de Francisco
Tobar, Fernando Cazón Vera y Rubén Astudillo y Astudillo.
Estos poetas rebeldes, siempre al borde de la herejía e incluso de
la apostasía, expresan de diferentes maneras su angustia religiosa.
Frente a una serenidad que se podría calificar de religiosa en un
sentido amplio (por la exaltación casi panteísta de la existencia
y del mundo) que caracteriza la última poesía de Carrera An-
drade y de Escudero, pero también frente a la evidencia del su­
frimiento y de la escisión como esencia de la existencia en el
último Dávila Andrade, los cuatro poetas nombrados ahondan
su búsqueda por vías diferentes. Granizo, en Nada más el verbo,
pareciera buscar alivio en San Juan de la Cruz, pero en vez de una
ascensión mística encuentra una desesperada y precaria manera
24
de sostener su diálogo con su Dios a través de la blasfemia. Luego
el poeta terminará en el agnosticismo, y concentrará su poesía en
un erotismo, en principio marcado también por la angustia exis-
tencial, pero que al final encuentra una cabal expresión del fer­
vor amatorio en sus Sonetos del amor total. En las liras de Muerte
y caza de la madre el poeta revela su maestría formal, la sutileza
de su verso, que continúa en sus Sonetos. A su vez, Francisco
Tobar en Canon perpetuo e Himnos a Sydia encuentra la expre­
sión de su angustia a través del himno, el clamor, el poema ex­
pansivo, la elocuencia, para luego adoptar, siempre en la vía del
poema expansivo y la elocuencia, recursos narrativos en La luz
labrada y Ebrio de eternidad.

Sin duda Carlos Eduardo Jaramillo es uno de los poe­


tas ecuatorianos más potentes, gracias a la precisión expresiva,
a la diversidad temática, pues topa una diversidad de motivos,
desde las inquisiciones existenciales o las consideraciones reli­
giosas, hasta los acontecimientos históricos y los hechos coti­
dianos más cercanos y familiares, y gracias también a la
jovialidad e ironía que permanecen a lo largo de sus libros. Ja­
ramillo enriquece el tono conversacional de su poesía a través
de una sutil aproximación a la música, en especial a los blues,
al jazz y al rock, con el uso del epigrama, del humor, de la au-
toironía. Desde E l hombre que quemó sus brújulas, su tercer
libro, que publica en 1966, hasta sus últimos libros, Blues de la
calle Loja y Canciones levemente sadomasoquistas, Jaramillo ha
construido una obra unitaria y sostenida, lo que es poco común
entre los poetas ecuatorianos.
Contrasta con la actitud jovial e irónica de Jaramillo la
terrible angustia de su contemporáneo David Ledesma, autor de
Gris. Su poesía desgarrada, de un erotismo intenso y desespe­
rado, trasluce la angustia del poeta que puso fin a su vida tem­
pranamente, en gesto anunciado. A propósito de Ledesma,
como también de Granizo, hay que señalar que la angustia
frente a la experiencia erótica deviene de la persecución y con­
dena que una sociedad conservadora impone al amor homose­
xual; pero mientras Ledesma no pudo soportar la desesperación,
25
Granizo logró hacer del poema el lugar de consagración de su
erotismo, en especial en sus Sonetos del amor total.
Fernando Cazón Vera ha publicado varios libros, entre
ellos La misa, Poemas comprometidos, E l libro de las paradojas,
Rompecabezas, en los que recoge una poesía que oscila entre las
preocupaciones religiosas, el compromiso social, las inquietu­
des existenciales. A semejanza de otros poetas de su generación,
Cazón Vera combina una tonalidad coloquial con la ironía.
Rubén Astudillo y Astudillo, que aborda sus preocupaciones
religiosas en Canción para lobos y La larga noche de los lobos, ex­
perimenta por su parte con formas expresivas que van de la im­
precación al fraccionamiento de los versos y las palabras.

Dentro de la poesía ecuatoriana, las voces de la «ne­


gritud» aparecen marginales. Dos esmeraldeños, de dos gene­
raciones distintas, Adalberto Ortiz y Antonio Preciado, son sin
duda los poetas que representan esta vertiente. Esmeraldas, en
la costa del Pacífico, y el Chota, un valle interandino, son his­
tóricamente los lugares donde se asentó la población afroecua-
toriana. Ortiz fue ante todo novelista; Juyungo es una de las
novelas fundamentales del realismo social ecuatoriano. Pero
también supo captar la sonoridad y la emotividad de la poesía
popular esmeraldeña en sus libros Tierra, son y tambor, Camino
y puerto de la angustia y E l vigilante insepulto. Estos tres libros,
publicados entre 1944 y 1954, van por un camino autónomo,
sin relación evidente con los libros más importantes de la
época, publicados por poetas serranos (Carrera Andrade, Es­
cudero, Dávila Andrade). Esta línea de la poesía de la negritud
será continuada más tarde por Antonio Preciado, autor de Jo l­
gorio, Tal como somos, De sol a sol y De boca en boca. Si gran
parte de la poesía contemporánea está hecha para que el lector
la descifre en la intimidad de su experiencia de lectura, la po­
esía negrista conserva en cambio la fuerza de la oralidad. Pre­
ciado ha sido reconocido, además, gracias a la capacidad
comunicativa que tienen sus recitales de poesía.
26
En la década de los años sesenta, con el fervor que des­
pierta la Revolución Cubana, aparecen algunos jóvenes poetas
que irrumpen animados por un deseo de cambiar la vida y las
formas sociales. En cierto modo, los ya nombrados Cazón Vera
y Preciado forman parte de esta irrupción. Pero en el caso de
Euler Granda y Ulises Estrella esta voluntad de cambiar el
mundo y la poesía es decisiva. Granda adopta no sólo un tono
coloquial, sino una actitud irreverente, cierto desparpajo que
podría vincularlo con la «antipoesía» de Nicanor Parra, para de­
rivar en un humor ácido y sarcástico. Estrella, por su parte, en
su libro de juventud E l ombligo del mundo retoma el legado del
surrealismo y de Oliverio Girondo. Estrella fue en la década de
los sesenta un incitador infatigable, fundó el grupo Tzántzico,
cuya actitud iconoclasta en la cultura ecuatoriana amplió los
horizontes de referencia de los escritores de la siguiente genera­
ción, y varias revistas literarias. A este grupo pertenecieron, entre
otros, los poetas Rafael Larrea, Raúl Arias y Humberto Vinueza,
y en los inicios del grupo, Euler Granda. Estrella, que ha pu­
blicado más de una decena de títulos de poesía, abandonó quizá
demasiado pronto esta vía de su primera poesía. El tzantzismo
encontró la fuerza de la irreverencia, pero también sus límites,
en Un gallinazo cantor bajo un sol de a perro de Vinueza y en
Poeta en bicicleta de Arias. Larrea, por su parte, expuso el lado
más amable y popular del tzantzismo en Levantapolvos\ la to­
nalidad de su primer libro continuará en sus libros posteriores,
hasta La casa de los siete patios. Vinueza, luego de la disolución
del grupo, buscará una simbiosis entre el humor y la irreveren­
cia de su primer libro, y la orientación hacia lo social y la revi­
sión de la historia nacional, en cierto modo tras las huellas de
Adoum. A esta búsqueda responden sus libros Poeta, tu palabra
y Alias lumbre de acertijo. Sin embargo, en Tiempos mayores y
Constelación del instinto, que recogen su poesía más reciente, se
observa un giro hacia una poesía más subjetiva.
Empalma con estas manifestaciones irreverentes del
tzantzismo, que fue un grupo afincado en Quito, el guayaqui-
leño Fernando Nieto Cadena, que comienza a publicar sus tex­
tos a fines de los sesenta. Irreverente, iconoclasta, descarnado,
«antipoeta» ante todo, Nieto Cadena escarba en los intersticios
27
de la ciudad, en el mundo del arrabal, de los suburbios, de lo
marginal. Su expresión no desdeña la violencia verbal, el sar­
casmo. Esta vía abierta por Nieto Cadena será continuada, aun­
que con distintos matices, por varios poetas, entre ellos, Jorge
Martillo, Fernando Balseca (al menos en su primer libro, Cu­
chillería delfanfarrón), Ramiro Oviedo y Edwin Madrid.
En cambio, Julio Pazos indaga con recursos narrativos
y descriptivos las pequeñas historias cotidianas, se ocupa de la
gente común, de los habitantes de las aldeas serranas, de sus
tareas diarias, pero también de la actividad artística, de acon­
tecimientos singulares y extraordinarios que se producen en la
vida cotidiana. Entre sus libros se destacan Levantamiento del
país con textos libres, Oficios, Personajes volando en un lienzo,
Holograma. Bruno Sáenz, autor de Escribe la inicial de tu nom­
bre en el umbral del sueño y De la boca que, abriéndose, manda
a l silencio que se ponga a un lado, entre otros libros, a la vez que
ha cultivado una línea de poesía religiosa, más bien apacible
en contraste con la de otros poetas ecuatorianos ya nombra­
dos, ha alcanzado en sus mejores poemas una expresión justa,
precisa, a la par que ha establecido un diálogo, emocional más
que intelectual, con la música y la pintura.
Alexis Naranjo publica su primer libro, Profanaciones,
relativamente tarde, en 1988. Pero luego ha publicado seis li­
bros más, entre ellos, E l oro de las ruinas, La piel del tiempo,
Sacra y Ámbar negro. Si en los primeros poemas de Naranjo se
percibe la influencia de Lezama Lima, que se combina con
cierta tendencia a la elocuencia y la narratividad, a partir de E l
oro de las ruinas el poeta se expresará en formas cada vez más
elípticas y simbólicas. Es indudable que la inmersión de Na­
ranjo en el budismo zen y sus búsquedas de equilibrio espiri­
tual han marcado de una manera decisiva su poesía, hasta
alcanzar una fuerza expresiva que se sustenta en imágenes con­
centradas, intensas, sugestivas. E l oro de las ruinas y Sacra son
además libros en que se advierte un cuidadoso trabajo de cons­
trucción del conjunto del poemario, al punto que se puede
decir que son dos poemas largos formados con fragmentos en
los cuales la referencia interna de los textos crea relaciones es­
peculares ricas en sugestiones.
28
Por el contrario, en el caso de Iván Oñate son los poemas
de juventud, plenos de liviandad y frescura a pesar de la angustia
adolescente, los que caracterizan al poeta. En casa del ahorcado, E l
ángel ajeno y Anatomía del vacío traslucen ese sentido vital, casi an­
gélico por el fervor adolescente, de su mejor poesía.
Javier Ponce, por su parte, recorre un camino que va de
sus largos poemas narrativos A espaldas de otros lenguajes y Los
códices de Lorenzo Trinidad hasta la poesía elegiaca, intensa­
mente lírica, de Texto en ruinas y Afuera es la noche. El primero
de estos libros trasluce el legado de Dávila Andrade y de
Adoum, tanto por la preocupación social e histórica, por la de­
nuncia de la servidumbre a que se había sometido a la pobla­
ción indígena, como por la inclusión de citas, en este caso, de
los libros de hacienda. Pero Ponce añade un sentido dramá­
tico, al introducir un protagonista poemático que es a la vez
testigo, escribiente, y que se mantiene en cierto sentido prisio­
nero entre la rebelión de los indios y la imposición del terrate­
niente. En Los Códices de Lorenzo Trinidad continúa esta
combinación de lo narrativo con lo dramático, el protagonista
es en este caso un pintor de los últimos años del periodo colo­
nial quiteño que, a la vera de los acontecimientos históricos, se
interroga por la actividad creativa, artística. El pintor Lorenzo
Trinidad y el escribiente-testigo de su libro anterior permiten
a Ponce indagar la condición del poeta en el mundo contem­
poráneo. Sin embargo, en sus dos últimos libros de poesía,
Texto en ruinas y Afuera es la noche, Ponce gira hacia una poe­
sía intimista, marcada por el duelo, por la ausencia de los seres
amados, mucho más rica en intensidad lírica. Con propuestas
y temáticas semejantes a las de los poetas Naranjo y Ponce, se
ha desplegado la escritura de Iván Carvajal.
Al grupo de poetas nacidos a mediados del siglo pa­
sado hay que añadir dos mujeres que, cada una por su lado,
han creado a lo largo de un trabajo sostenido por décadas dos
modos de expresión poética muy personales, Sonia Manzano y
Sara Vanegas. Manzano, quien ha publicado varios libros de
poesía, entre ellos Full de reinas, Patente de corza, La semana
que no tienejueves, E l ave que todo lo atropella y Caja musical con
bailarina incluida, posee sentido del humor (que no abunda

XI
29
entre los poetas ecuatorianos) y una capacidad indudable para
la poesía epigramática, con los que enfrenta los lugares comu­
nes de las ideologías patriarcales, al tiempo que ejerce una au-
toironía refrescante.
Sara Vanegas ha cultivado desde sus primeros libros,
Indicios y Poemar, hasta su libro más reciente, A l andar, el
poema breve, casi minimalista, de imágenes concentradas, en
el que prácticamente se ha suprimido el relato en beneficio de
la intensidad lírica, con lo que alcanza una singular hondura
expresiva. Si en la mayor parte de los poetas ecuatorianos se
evidencian influencias que provienen de poetas hispanoameri­
canos y franceses, en el caso de Vanegas se trasluce la influen­
cia de algunos poetas de lengua alemana.
La intensidad lírica de Roy Sigüenza, que ha publicado
Cabeza quemada, Tabla de mareas, La hierba del cielo y Ocú­
pate de la noche, surge de la fuerte carga erótica y la concreción
extrema de sus poemas. Si en el caso de David Ledesma la ho­
mosexualidad era una marca que había que llevar con angus­
tia, Sigüenza por el contrario hace del homoerotismo el asunto
fundamental de su poesía, por fin sin culpabilidad, y esto le
aproxima al último ciclo de la poesía de Granizo. La ausencia
de culpa permite que despliegue la exaltación del cuerpo, de la
sexualidad, en imágenes precisas y sugestivas.
Las preocupaciones religiosas apenas si son percepti­
bles en la poesía más reciente. Vicente Robalino quizá sea la
excepción. En sus breves poemas de Sobre la hierba el día y
Cuando el cuerpo se desprende del alba concentra una visión ago­
nística de la vida, a menudo sombría, en búsqueda de un ins­
tante de éxtasis.

Desde fines del siglo pasado, sin duda como conse­


cuencia de las profundas transformaciones de la vida cotidiana
que introducen los movimientos migratorios y las telecomuni­
caciones, el sentido cosmopolita que atraviesa la poesía de los
ecuatorianos, desde el modernismo y las vanguardias en adelante,
adquiere nuevos matices en los jóvenes poetas. No basta ya el re­
gistro del mundo que hace el poeta trashumante, como sucede
30
con Carrera Andrade, no basta ya el registro de situaciones que
acontecen al viajero, como sucede con otros poetas que han ano­
tado sus experiencias de viaje, sino que se torna esencial el hacerse
cargo de la situación de nomadismo, físico y espiritual, del ser
humano de nuestros días. Si el modernismo se caracterizó, tam­
bién en el caso de los poetas ecuatorianos, por la imaginación de
paisajes exóticos, de princesas y parques versallescos, algunos jó­
venes poetas crean hoy paisajes y personajes que en alguna ma­
nera se asemejan a los creados por los modernistas. Sin embargo,
el poeta contemporáneo es realmente un nómada que se des­
plaza y pierde por urbes que nada tienen que ver con las peque­
ñas ciudades ecuatorianas de hace un siglo (ninguna superaba
los cien mil habitantes); es un viajero permanente, que va de ciu­
dad en ciudad, de país en país, y, sobre todo, un nómada que re­
cibe formas culturales diversas, de distintas procedencias, a través
de libros, revistas, filmes, internet, discos compactos y un sinfín
de objetos de consumo cotidiano. De ahí que los lugares que
han inventado Mario Campaña, que vive en Barcelona, o Paco
Benavides, que vivió buena parte de su corta vida en Europa, o
que imaginan el poeta cuencano Cristóbal Zapata y los guaya-
quileños Luis Carlos Mussó y Ernesto Carrión, estén plenos de
resonancias de las fusiones culturales contemporáneas, de las fic­
ciones literarias o cinematográficas. Campaña se dio a conocer
con un libro pionero de esta corriente, Cuadernos de Godric, pu­
blicado en 1988, y en sus siguientes libros, D ías largos y Lugares,
ha continuado configurando su personal mundo poético. Bena­
vides introduce en sus poemas referentes diversos, frases en otras
lenguas y una veta irreverente que por momentos llega al sar­
casmo. Publicó tres libros de poesía, Historia natural delfuego,
Viento sur y Tierra adentro.
Las poetas María Aveiga, en Puerto Cayo, y María Fer­
nanda Espinosa, en Caymándotey Tatuaje de selva, han dado mues­
tra de su sensibilidad para captar el paisaje marino, la primera, y la
selva, con su abigarrada flora y su desconcertante fauna, la segunda,
e integrarlos a la subjetividad femenina. Espinosa incluso imbrica
las formas animales y vegetales con un intenso erotismo.
31
En los inicios del siglo X X I han surgido nuevas voces
poéticas, que exploran distintas vías expresivas. Al recoger al­
gunos poemas de Paúl Puma, Carlos Vallejo, Alfonso Espinosa,
David G. Barreto, César Eduardo Carrión, Ernesto Carrión y
Juan José Rodríguez, jóvenes autores cuyos libros iniciales han
sido valorados positivamente por la crítica, la antología quiere
presentar una muestra de esta diversidad. No son, desde luego,
los únicos poetas que han emergido en los últimos años. Cada
uno de ellos asume los legados de los poetas ecuatorianos pre­
cedentes y cada uno se acerca a la poesía contemporánea de
estos inicios de siglo desde sus personales propuestas.

Quito, octubre de 2008


32

CR ITER IO S D E ESTA A N TO LO G ÍA

Esta es una antología de la poesía escrita en castellano


por poetas ecuatorianos, y cubre un periodo de nueve décadas,
desde 1918 hasta 2008. Sin embargo, y como ya se anunció
en una nota del prólogo, hay una excepción, la de Alfredo Gan-
gotena, poeta que escribió gran parte de su obra en francés. En
su caso, se recogen dos poemas y un fragmento de Absence, tra­
ducidos al español por Gonzalo Escudero y Filoteo Samaniego.
En rigor, no hay poetas contemporáneos que escriban en las
lenguas indígenas que se hablan actualmente en el Ecuador,
salvo el poeta quichua Ariruma Kowii.
Se ha optado por la selección de cuarenta y nueve poe­
tas. En el caso de aquellos que han publicado una obra extensa,
que evidencie varios ciclos o periodos de creación, se ha procu­
rado que los poemas escogidos muestren estos distintos perio­
dos. Con algunos ha sido imposible mantener este criterio, por
lo que se ha optado por seleccionar o un poema largo, o unos
pocos poemas significativos en el conjunto de su obra. Se ha
tratado, por otra parte, de evitar en lo posible los fragmentos.
Pero en ocasiones ha sido necesario hacerlo, a fin de ilustrar un
momento importante en su producción.
No son muchos los poetas ecuatorianos que han es­
crito poemas en prosa y, de hecho, es difícil seleccionar una
muestra consistente de este género. De ahí que los antólogos
han tratado de evitarlos. Pero los lectores encontrarán un par
de excepciones a este criterio.
Los poetas se presentan en el orden cronológico de sus
fechas de nacimiento. Sin embargo, el inicio de la antología con
Medardo Ángel Silva por las razones explicadas en el prólogo,
es decir, en tanto es el último poeta modernista, ha obligado a
romper este criterio en esa única ocasión, pues Silva nació en
1898, después de Hugo Mayo y Miguel Ángel Zambrano.
La composición de toda antología, por obvios límites
de espacio y por la necesidad de destacar las nuevas expresio­
nes, obliga a dejar de lado, quizá de manera injusta, a poetas
33
que contribuyeron con su obra y en su momento a abrir nue­
vos rumbos o a consolidar determinadas tendencias. Este sería
el caso de algunos poetas contemporáneos o posteriores a Ca­
rrera Andrade, Escudero y Gangotena, como Jorge Reyes, Ig­
nacio Lasso, Augusto Sacoto Arias, José Alfredo Llerena y
Alejandro Carrión. Seguramente a los ojos de algún lector crí­
tico se habrá cometido otras injustas omisiones. Igualmente
sucede con los poemas seleccionados.
Por último, queremos señalar que los antólogos, al ini­
cio de su trabajo de lectura y selección, decidieron como crite­
rio metodológico prescindir por completo de cualquier
referencia a otras antologías. Hay, no obstante, tres que mere­
cen ser citadas aquí por su importancia: Poesía viva del Ecuador
(1990) de Jorge Enrique Adoum, Antología de la poesía ecuato­
riana (1993) de Hernán Rodríguez Castelo, y, de este mismo
crítico, Antología esencial - Ecuador siglo XX. La poesía (2004).
;

É
M E D A R D O Á N G E L SILV A

( 1898- 1919)
Medardo Ángel Silva. Guayaquil, 1898-1919. Uno de
los escritores más importantes del modernismo literario ecua­
toriano. Ejerció el periodismo y el magisterio. Publicó en poe­
sía E l árbol del bien y del m al (1918) y la novela breve M aría
Jesús en 1919. Postumamente apareció Poesías escogidas (París,
1926, selección y prólogo de Gonzalo Zaldumbide). Entre
1964 y 1966 la Casa de la Cultura Ecuatoriana, sección Gua­
yaquil, publicó sus Obras completas, que incluyen Trompetas de
oro y las crónicas y artículos periodísticos de las series E l Ecua­
dor intelectual y La máscara irónica. En el 2004 el Municipio de
Guayaquil editó una nueva recopilación de su obra poética,
periodística y de crítica literaria.
V O C ES E N LA SO M BRA

Al espíritu lírico de Abraham Valdelomar

Está en el bosque, sonrosada,


la luna de la madrugada.

El negro bosque rememora


lo que miró desde la aurora.

Se recuerda, temblando, una hoja


del Lobo y Caperuza Roja;
del áureo son del olifante
del Rey de barbas de diamante
habla la eufónica espesura,
donde un claro eco perdura;
cuenta el césped que fuera alfombra
al paso de una leve sombra
y al ligero trote lascivo
del dios de las patas de chivo...

De una polífona armonía


se puebla la selva sombría...

Mas, cuando dice una voz: «Ella,


la Diosa, el ídolo, ha pasado...»,
pensando en su blancor de estrella
el negro bosque se ha callado...
38

DIVAGACIO NES SEN TIM EN TA LES

Vida de la ciudad: el tedio cotidiano,


los dulces sueños muertos y el corazón partido;
vida exterior y hueca, vida falsa, océano
en que mi alma es igual a un esquife perdido,

No. Dadme el reino puro del Silencio exquisito,


la soledad de blancos pensamientos florida
y la torre interior abierta al Infinito,
mas allá del Dolor, del Tiempo y de la Vida,

donde mi corazón -urna de melodía-


vierta en un verso triste su lírico tesoro,
y duerma en tu regazo -¡oh, sacra Poesía!-,
frente al lirio, a la estrella, al tibio ocaso de oro.

ESTAMPA RO M ÁNTICA

IV

La Noche es un suspiro azul que tiembla


sobre el oscuro sueño de la Tierra.
El parque es un silencio perfumado... Aletea,
como un pajaro herido, torpe, la brisa negra.
Se corta la palabra de la fuente, reseca,
en la taza de piedra.
Se va a acabar la vida... Soñolientas,
las hojas cabecean.
Y cae sobre el alma la tristeza,
igual que sobre un muerto un puñado de tierra.
39

M A LECÓ N N O C T U R N O

Revive las medrosas leyendas coloniales


el malecón dormido, en estas noches brunas,
con su ría poblada de barcos fantasmales
que mueven sus siluetas con un vaivén de cunas.

Faroles cuyas flamas hacen extraños signos,


al derramar su luz tras cristales mugrientos,
en una procesión de cíclopes malignos
nos clavan, al pasar, sus mil ojos sangrientos.

Todo duerme... Y apenas si se oye, intermitente,


algún reloj que late acompasadamente
y el paso de los guardias por las calles desiertas.

Mas, de pronto, se elevan, como un millón de avispas,


en el aire nocturno, las deslumbrantes chispas
de un vapor que resbala sobre las ondas muertas.

ESTANCIAS

Detalle nocturno

Un gato, grave y frío, sobre el vecino alero,


en yo no se qué fina meditación se pierde,
contemplando la rosa de la luna de enero
con la viva esmeralda de su pupila verde.

Inclinada la testa como un Platón ideólogo,


inmóvil, en hipótesis magníficas se abstrae...
Y sólo turba el hondo silencio del monólogo
la canción olorosa que alguna brisa trae.
40

SE VA C O N A LG O M ÍO ...

Se va con algo mío la tarde que se aleja...


Mi dolor de vivir es un dolor de amar
y, al son de la garúa, en la antigua calleja,
me invade un infinito deseo de llorar.

¿Que son cosas de niño, me dices?... ¡Quién me diera


tener una perenne inconsciencia infantil,
ser del reino del día y de la primavera,
del ruiseñor que canta y del alba de abril!

¡Ah, ser pueril, ser puro, ser canoro, ser suave


-trino, perfume o canto, crepúsculo o aurora-,
como la flor que aroma la vida... y no lo sabe,
como el astro que alumbra las noches... y lo ignora!

D A N SE D ’A NITRA

A Juan Verdesoto

Va ligera, va pálida, va fina,


cual si una alada esencia poseyere.
Dios mío, esta adorable danzarina
se va a morir..., se va a morir..., se muere.

Tan aérea, tan leve, tan divina,


se ignora si danzar o volar quiere;
y se torna su cuerpo un ala fina,
cual si el soplo de Dios la sostuviere.

Sollozan perla a perla cristalina


las flautas en ambiguo miserere...
41
Las arpas lloran y la guzla trina...
¡Sostened a la leve danzarina,
porque se va a morir..., porque se muere!
;

. :: :: '
___ ___
H U G O M AYO

( 1895- 1988)
Hugo Mayo. Manta, 1895-Guayaquil, 1988. Seudó­
nimo de Miguel Augusto Egas. Estudió Derecho en la Univer­
sidad de Guayaquil. Desde 1918 sus poemas vanguardistas
aparecieron en revistas europeas e hispanoamericanas. En 1921
fundó la revista Síngulus, luego Proteo y Motocicleta (1924), pu­
blicaciones que mantuvieron una vital relación con los más im­
portantes escritores de la vanguardia literaria hispanoamericana.
Recién, en 1976, circula la compilación Poemas de Hugo Mayo,
que recoge gran parte de su obra dispersa. En 1982 aparece E l
zaguán de aluminio y en 1984 Chamarasca. En el 2005 la Casa
de la Cultura Ecuatoriana publica una nueva compilación de
su obra poética, reunida en la serie «Memoria de Vida».
O RA CIÓ N PO R LA M U ER TE
D E M ED A R D O Á N G EL SILVA

Ahora
el romboide de tu vida
en el lago de la muerte

Las paralelas de tu camino


fueron curvas cerradas

Tu único ángulo
se ahogó en el triángulo
de amor

Ya tu palabra rimada
en un cuadrado de poesía

Dormías circunferencia
azabache
en el poliedro del absurdo

Y tu pirámide
cayó en 21 pedazos
en 21 después para siempre

Sangre la tuya
en la copa de un octaedro
la roba Monseñor Satán

Baudelaire te espera
con un pentágono
de Fleurs du M al

Tus quevedos enfocan


desde un camón acutángulo
un 32 recortado
46
Ya mis siete Avemarias
en un rectángulo en cruz
para que te liberes del infierno

También
por las cotangentes
que te abandonaron
Por los cuerpos volumétricos
a tu memoria
Amén

N O C T U R N O C E LEST E

TRES
es­
tre­
llas

como broches de camisa

En el Océano de Aire
una Gran O baña medio cuerpo
dibujando un paréntesis
huérfano

Ancianos que han lanzado


sus
bar­
bas
al vacío

como jeroglíficos pretéritos

Desde los Laboratorios desconocidos


ruedan disolventes
dejando negra la placa
47

O D A GASEOSA

Saturno invita un SYM POSIUM


La telepatía de las calles
en una Films
por $. 0,20
en los café
de
penumbras
mientras la orquesta
en su biología
sueña
el X capítulo
del
GÉNESIS
Nubes eterómanas
danzando
como cuerpos
aerométricos
forman los planos
de ciudades
futuras
El baño de la Luna
azoga las calles asfaltadas
anunciando
EL HERM ES DE PRAXITELES
La mecánica
matriculada
con el N .° 33
en la Facultad de
CIRUJÍA DENTAL
amalgama la
THYM O PHENOL
Letras obsesionadas
en la fotografía submarina
viajan 7 horas 1/2
48
en las bujías
de los vapores
como estrellas mudas
LA N IK E
sobre los Bars de gelatina
Lluvia de sombreros
en una visión
de
abecedarios
en desorden

Los espejos
son una
mercuriografía
de geroglíficos
atléticos
solubles
al
tacto
Las estrellas rápidas
pasan como una cadencia
como los asientos de peluquería
mientras la esponja de la
noche
es un enorme farol chino
en la plaza del Universo
EL BATHYREOMETRO
ha nacido patentado en el
Ministerio de Marina
de Urano
durante las maniobras
tomando las válvulas
jugo pancreático
Los telescopios de Mercurio
descubren en New York
un nuevo faro
«WOOLWORTH G U ILD IN G »
49

ALBA

Observo
parcialmente
la cinematografía de la calle
Puntos centinelas
se cierran
nostálgicos de sueño
en tanto la alegría
pasa rompiendo los cristales
de una vida en
ALPHA
Va de prisa
el pan nuestro de cada día
con la sonatina atolondrada
despertadora de la burguesía
Arterías musculares
inician la circulación rezagada
Entre las grandes bocas
saludos y risas
del cordón humano
alegría embotellada
como una cojera pretérita
para mis brazos mudos
El río
cinta líquida
tiene una Danza de viviendas
ambulantes sin corazones.
50

AM O RO SA PALOM ERA

No hubo necesidad de un oftalmólogo.


Catarata es el agua que se lanza desde un precipicioy
dicen todos los textos de geografía,
por eso los familiares prefirieron llamar a un geógrafo
destacado,
para atender al paciente.
La señora, en verdad, era corta de vista,
pero divisaba, cuando quena, hasta la misma panacea.
Como llegó a ser amorosa palomera, nadie como ella
para observar el vuelo de las aves con su izquierdo
monóculo.
Usaba el telescopio para la telepatía
y en el teleobjetivo ponía siempre toda su rigidez.
Por herencia obtuvo los quevedos de su abuelo;
sin embargo, no los usó en sus fantasiosos viajes
que realizaba, de continuo, a París.
Mucho antes había sentido intensa morriña al
imprimir la Torre Eiffel.
Como su gozo era ver los rayos verticales
que proyectaba el tragaluz de su alcoba,
hizo del tranquil su única tramontana.
Esto fue causa inmediata para que su unigénito
estudiara arquitectura en Italia.
A veces le hacían gracia los orzuelos que portaba,
pero los boticarios la regalaban con modernos colirios.
Una mañana, con catalejos de lunetas ahumadas,
vio pasar el diminuto sepelio de su amigo; el señor de
la Ráfaga
Comprendió que su mal había llegado a una tonelada
de indisposiciones, y resolvió curarse de manera
definitiva.
Llamó a un matarife para que diera de puñaladas a
cada niña de sus ojos.
51

E ST O D E Q U E T O D O PU E D E V E N IR

A Nicanor Parra,
en su visita a Guayaquil

Todo puede venir mucho antes


de rascarnos los pies, una mañana
Así vino el zapato que dejó
en el pulgar un callo
La carcajada de un cura pornográfico,
desde un confesonario
El jugo de verdinas naranjas,
para un purgar de urgencia
Todo puede venir mucho antes
Y siempre, como las cosquillas
del agua en menopausia
Como el hernioso en su hermosura
Como la mirada de un pollo de tres libras,
expuesto ante las brasas
Comienza ya la vida a rajarse por sus nalgas
Pero, es cosa que me inquieta,
zurcir mis dos bolsillos
con una piel de iguana
Después, a limpiarnos el cabello,
pasándonos un peine,
si sentimos que nos pica
un piojo trasnochado
52

M ED IO D ÍA

El sol va pasando Las calles como paralelas


con nombre son testigos de las embajadas
olvidando los niños, de Pleamar y Bajamar.

Dentro de las vitrinas Carros con colonias


mundos soñados giran sobre su órbita,
por Copérnico.

Empleados que esperan en los ventiladores


el milagro prometido.
Telescopios
negros
cafés
azules
llevan
termofobia

Pasa la vida en busca de una congelación


azul.
Los transeúntes son
lluvia de Diana.
M IG U E L Á N G E L Z A M B R A N O

( 1897- 1969)
Miguel Ángel Zambrano. Riobamba, 1897-Quito,
1969. Estudió Derecho en la Universidad Central de Quito.
Jurista, periodista y catedrático universitario. Sus poemas apa­
recieron tardíamente en Diálogo de b s seres profundos (1956),
Biografía inconclusa (1961) y Mensaje (1968). En 1983, la Casa
de la Cultura Ecuatoriana publicó Obra poética, que recogía
los tres poemarios publicados más una serie de textos líricos
que permanecían inéditos.
LLAM ADO D E LA V O Z ESPECTRA L

Ven,
vayamos por esta senda náufraga
sin fin y sin contornos.
Nadie dará con el rumbo de nuestros pasos ahogados.
Hostias de harina oscura
nos borrarán la lengua y sellarán los labios.
De rumorosos rizos el silencio
nos llenará el oído. En la noche profunda
oiremos las pisadas de los hombres
que caminan al otro lado del mundo;
y sus voces clamando,
en el desierto pálido de estrellas,
nos regarán espinas en la sangre.
Nuestras pupilas ebrias de visiones
huyendo de sí mismas,
entre las redes del asombro
se quedarán estupefactas,
y al través de pálidos cristales,
en lívidos trasluces proyectados
veremos los espectros que desfilan
por el fondo de la caverna humana.
Y pasarán los nuestros:
silenciará de pronto el corazón apresurado;
un estupor de siglos nos alzará los párpados
y pesará en los hombros.
Por los huesos -frías cañas de vidrio­
la quintaesencia del llanto
nos subirá de raíz.
Y así, también nosotros
-esqueletos de luz congelada—
por las honduras de la sombra
iremos sin retorno.
56
Y nuestros pasos quedarán flotando,
resonantes,
en lo alto del silencio poblado de preguntas.

ESTA N O C H E

Esta noche,
en que los astros, casi ciegos,
tras un vidrio de lágrimas
me miran insistentes, siento
que una pequeña luz helada
resbala por mis huesos.

Esta noche,
que el aire se disuelve en una multitud
de diminutas ruedas rumorosas
que inundan los henchidos contornos del silencio,
oigo la luz que baja de los astros
y en una arcana música me envuelve.

Esta noche,
que fugan las palabras en ecos transportados
arriba de las voces prisioneras,
y crecen, confundiéndose,
los murmullos, las luces, los aromas,
y los árboles se alzan como manos
que saliesen del seno de la tierra
para buscar a Dios, ahora,
está naciendo un ángel sobre mi corazón.

Esta noche,
que el olor de la tierra me remonta al origen
y burbujas de tiempo
entre mis dedos se evaporan,
57
yo advierto mi camino,
oigo el rumor de los minutos
que ruedan en mi sangre,
y en lo alto de mis ojos veo
mi propia sombra deshaciéndose.

Ahora,
que un viento triste, como de espinas, pasa
-rozándome la piel- por las estrellas;
esta noche, que al ascender las cosas
se han quedado en la eternidad suspensas,
desde el fondo de alguna parte,
con ojos pensativos, alguien me está mirando.

Esta noche,
que en su red las estrellas
han detenido el río de las horas
y todo se difunde en una luz inmensa, helada
y unas manos lejanas, pero mías,
casi tocan la eternidad. Ahora,
detrás del horizonte
y de otros horizontes sucesivos,
entre brumas de pálidos reflejos,
alguien me está buscando.

Esta noche llena


de luciérnagas que escriben
jeroglíficos lilas,
de secretos víolines desvaídos
y cristalinos chorros en estupor inmóviles;
esta noche
en que una fría música me envuelve
diluyendo en mis párpados una cosa sin nombre,
desde el país helado sin formas, ni sonidos,
alguien me está llamando.
58

D E PARED A PARED,
VAN Y VUELVEN EN JA U LA D O S M IS PEES

¡Qué frío! Va a llover.


Este cielo de plomo da ganas de gritar.
¡Oh, qué peso!

De pared a pared van y vuelven


enjaulados mis pies.
Está lloviendo ya.
Se entumece la carne. La vida se amortigua.
La cárcel está estrecha y oprime como nunca.

Estirando los brazos


me detengo.
Estoy adentro de un bostezo inmenso
que se traga las horas, los deseos, los propósitos
y a mí mismo me engulle.

Me tenderé en la hamaca. Ya estoy. Fumo.


Mis pensamientos urden
quiméricas telarañas de humo.
Es una lluvia de gotas menudísimas.
Ojos blancuzcos, casi ciegos,
por los vidrios resbalan lacrimosos.
Caen en mis huesos
y continúan resbalando y desliéndose.

En la ventana descubro mi figura,


la de todos los días, curvada, pensativa.
El molde de mi cuerpo henchido de aire gris
en mallas invisibles.

Pero salir a la ventana ahora... ¿para qué?


En círculo cerrado los mismos cerros siempre.
59
Esas casuchas a punto
de rodar a las quebradas y sin caerse nunca.
Iguales nubes pardas, fofas,
destilando una lluvia igual a la de siempre.
Y yo, aquí, metido, comprimido en esta celda,
rodeado siempre de esos mismos tejados
que en trastorno se erizan puntiagudos
punzándome el alma y las pupilas.

PALABRAS Y PALABRAS

El silencio prensado en este cuarto


está cundido de abejorros zumbones
y chicharras chismosas.
Vuelan, revuelan, chocan, se despedazan
y de sus vientres rotos
salen palabras, sí, palabras.
El aire se llena de palabras.
Al vuelo agarro algunas,
pretendo eslabonarlas en hileras,
meterlas a su oficio,
ponerlas en concierto y disciplina.
Forcejeo y las doblo,
pero se esquivan resbalosas
o elásticas se escapan.
Vuelan y revuelan.
Las hay de todo tipo, tamaño y colorido.
Tan grandes como para llenar la boca.
Pequeñas como hormigas.
Rojas, azules, verdes, ásperas y amargas.
Leves, agudas, vaporosas.
Tantas. Tantas...

Adonde vamos palabras en el aire.


Palabras...
60
como astillas de vidrio rompiéndonos los ojos
y a la sal de la orilla diluyéndose.
Palabras...
que saltan en la lengua como insectos
y punzan los oídos y la mente.
Palabras-
pegadas a las manos, entrándose en la piel,
diluidas en la sangre, metidas en el tuétano,
royéndonos el hígado, pudriendo el corazón.
Tantas, tantas.

Y ahora, en esta noche,


por luz astral iluminadas
a todas veo en transparencia...
Tienen cascara de vidrio
y encierran algo que en sus adentros tiembla.
Ese es su espíritu. Lo tienen todas.
De repente las cascaras se trizan.
Las almas se evaporan.
No queda nada... ¡Nada!
Y así todas a una sola palabra se reducen.

TAN SÓ LO ES M ÍA LA RAÍZ AMARGA

Muy cerca de mis manos la noche se desnuda.


Sus pezones morados me llegan a los labios
y un fluido gris se difunde en mi cuerpo.
El corazón se entinta y los ojos se manchan.
Mis huesos se ennegrecen.
Contemplo mi esqueleto en radioscopia.
Un esqueleto negro. Está cabal
hasta los dientes, lo único blanco.

Mi existencia en pequeños vacíos se deshace


y se expande hasta más allá de los astros
4

61
persiguiendo la curva de la esfera infinita
siempre trascendente.

Se me fueron los ojos a otra parte.


Lejos, terriblemente lejos.
Contemplan absortos
cómo giran y giran los astros a millares
sin choque ni estallidos.
De repente, tirados por cuerdas invisibles
a sus casetas mis ojos regresaron
y aquí están esforzándose de nuevo
por ver las cosas, distinguirlas, delinearlas
en la oscuridad que se espesa poco a poco.

Este es mi cuarto, esos mis muebles.


Míos... ¿Por qué? Si están afuera.
Fugados de mis manos, salidos de mi angustia,
en mis deseos flotan.
Tan sólo es mía la raíz amarga,
la que destila adentro.
El rostro que ante mí asoma en el espejo
no es mío. Es de los otros. El que me ven.
Yo no me veo. No me conozco.
No soy yo. Nadie es yo. Los rostros todos lejos.
Y el agua dura siempre falsa.
Entre espejos y rostros el vacío.

Los muebles no son míos. Claro. Pero


estoy y están. Lo sé. Los adivino.
Ellos y yo estamos solos. Ellos también lo saben.
Sienten la soledad y sufren y se encogen.
Los muebles tienen unos ojos larvados
que miran y no ven.
Los ojos vegetales del armario
disecados adentro de las tablas
me conturban. Y casi me amedrentan.
62
No hay duda, éste es mi cuarto. Ha caído la noche.
Aquí estoy con un pájaro de azogue
que aletea en el pecho. Aquí,
con mis viejas pupilas golpeándose
entre estos cuatro muros ásperos, oblicuos,
que me oprimen el rostro y las pupilas.
JO R G E C A R R E R A A N D R A D E

( 1902- 1978)
Jorge Carrera Andrade. Quito, 1902-1978. Viajero in­
fatigable, representó a Ecuador como diplomático en España,
Francia, Inglaterra, Japón, Estados Unidos y varios países de
América Latina. Testigo privilegiado de las vanguardias euro­
peas e hispanoamericanas. Su obra poética más significativa se
reúne en E l estanque inefable (1922), La guirnalda del silencio
(1926), Rol de la manzana (1928), Boletines de mar y tierra
(1930), E l tiempo manual (1933), Biografía para uso de los p á­
jaros (1937), Microgramas (1940), País secreto (1940), Lugar de
origen (1943), Familia de la noche (1952), Hombre planetario
(1959), E l alba llama a la puerta (1966), Misterios naturales
(1972) y Vocación terrena (1972). En Poesía francesa contempo­
ránea (1951) recogió sus versiones de los más importantes poe­
tas en lengua francesa del siglo XX. Su amplia obra ensayística
incluye Rostros y climas (1948), La tierra siempre verde (1955),
Galería de místicos e insurgentes (1959), Interpretaciones hispa­
noamericanas (1967) y Reflexiones sobre la poesía hispanoameri­
cana (1987). En 1970 publicó su autobiografía E l volcán y el
colibrí. Desde 1975 se desempeñó como Director de la Biblio­
teca Nacional en Quito. En 1977 recibe el Premio Nacional
de Cultura Eugenio Espejo como reconocimiento a su notable
obra poética.
E L H O M BR E D E L EC U A D O R
BAJO LA T O R R E EIFFEL

Te vuelves vegetal a la orilla del tiempo.


Con tu copa de cielo redondo
y abierta por los túneles del tráfico,
eres la ceiba máxima del Globo.

Suben los ojos pintores


por tu escalera de tijera hasta el azul.
Alargas sobre una tropa de tejados
tu cuello de llama del Perú.

Arropada en los pliegues de los vientos,


con tu peineta de constelaciones,
te asomas al circo
de los horizontes.

Mástil de una aventura sobre el tiempo.

Orgullo de quinientos treinta codos.

Pértiga de la tienda que han alzado los hombres


en una esquina de la historia.
Con sus luces gaseosas
copia la vía láctea tu dibujo en la noche.

Primera letra de un Abecedario cósmico,


apuntada en la dirección del cielo,
esperanza parada en zancos,
glorificación del esqueleto.

Hierro para marcar el rebaño de nubes


o mudo centinela de la edad industrial.
La marea del cielo
mina en silencio tu pilar.
66

SO LED A D D E LAS CIU D A D ES

Sin conocer mi número.


Cercado de murallas y de límites.
Con una luna de forzado
y atada a mi tobillo una sombra perpetua.

Fronteras vivas se levantan


a un paso de mis pasos.

No hay norte ni sur, este ni oeste,


sólo existe la soledad multiplicada,
la soledad dividida para una cifra de hombres.
La carrera del tiempo en el circo del reloj,
el ombligo luminoso de los tranvías,
las campanas de hombros atléticos,
los muros que deletrean dos o tres palabras de color,
están hechos de una materia solitaria.

Imagen de la soledad:
el albañil que canta en un andamio,
fija balsa del cielo.
Imágenes de la soledad:
el viajero que se sumerge en un periódico,
el camarero que esconde un retrato en el pecho.

La ciudad tiene apariencia mineral.


La geometría urbana es menos bella
que la que aprendimos en la escuela.
Un triángulo, un huevo, un cubo de azúcar
nos iniciaron en la fiesta de las formas.

Sólo después fue la circunferencia:


la primera mujer y la primera luna.
67
l Dónde estuviste, soledad,
que no te conocí hasta los veinte años?
En los trenes, los espejos y las fotografías
siempre estás a mi lado.

Los campesinos se hallan menos solos


porque forman una misma cosa con la tierra.
Los árboles son hijos suyos,
los cambios de tiempo observan en su propia carne
y les sirve de ejemplo la santoral de los animalitos.

La soledad está nutrida de libros,


de paseos, de planos y pedazos de muchedumbre,
de ciudades y ciclos conquistados por la máquina,
de pliegos de espuma
desenrollándose hasta el límite del mar.
Todo se ha inventado,
mas no hay nada que pueda librarnos de la soledad.

Los naipes guardan el secreto de los desvanes.


Los sollozos están hechos para ser fumados en pipa.
Se ha tratado de enterrar la soledad en una guitarra.
Se sabe que anda por los pisos desalquilados,
que comercia con los trajes de los suicidas
y que enreda los mensajes en los hilos telegráficos.

INVENTARIO D E MIS Ú N ICO S BIENES

La nube donde palpita el vegetal futuro,


los pliegos en blanco que esparce el palomar,
el sol que cubre mi piel con sus hormigas de oro,
la ideografía de una calabaza pintada por los negros,
las fieras de los bosques del viento inexplorados,
las ostras con su lengua pegada al paladar,
el avión que deja caer sus hongos en el cielo,
68
los insectos como pequeñas guitarras volantes,
la mujer vista de pronto como un paisaje iluminado
por un relámpago,
la vida privada de la langosta verde,
la rana, el tambor y el cántaro del estómago,
el pueblecito maniatado con los cordeles flojos de la
lluvia,
las patrullas perdidas de los pájaros
-esos grumetes mancos que reman en el cielo-,
la polilla costurera que se fabrica un traje,
la ventana -m i propiedad mayor-,
los arbustos que se esponjan como gallinas,
el gozo prismático del aire,
el frío que entra en las habitaciones con su gabán
mojado,
la ola de mar que se hincha y enrosca como el capricho
de un vidriero,
y ese maíz innumerable de los astros
que los gallos del alba picotean
hasta el último grano.

M O V IM IEN TO S D E LA NATURALEZA

Las cortezas escuchan el rasguñar de las plantas y de


los insectos.
El viento rumia dulcemente entre los pastos.

Toma nota el estanque en su memoria


del parentesco que existe entre las más pequeñas nubes
y los gansos.

En sus bodegas de sombra guardan en desorden los


árboles
las boinas escolares de los hongos.
La noche escamotea el paisaje.
Un sideral labriego desparrama sus espigas de fósforo.

- -------------- ■— -.— r-

— — i_____ __ ___ u --------


69

EL VIAJE IN FIN IT O

Todos los seres viajan


de distinta manera hacia su Dios:
La raíz baja a pie por peldaños de agua.
Las hojas con suspiros aparejan la nube.
Los pájaros se sirven de sus alas
para alcanzar la zona de las eternas luces.

El lento mineral con invisibles pasos


recorre las etapas de un círculo infinito
que en el polvo comienza y termina en el astro
y al polvo otra vez vuelve
recordando al pasar, más bien soñando
sus vidas sucesivas y sus muertes.

El pez habla a su Dios en la burbuja


que es un trino en el agua,
grito de ángel caído, privado de sus plumas.
El hombre sólo tiene la palabra
para buscar la luz
o viajar al país sin ecos de la nada.

LAS FORM AS PASAJERAS

No es la campana, altísima corola


que el perfume del tiempo
destila gota a gota;
no es el ardiente insecto
que anuncia la presencia del verano
con su fugaz y azul relampagueo;
no es la rama que esconde con mano verde un nido,
monedero de pájaros,
70
fortuna atada que se cuenta en trinos;
ni es tu dádiva fría
oh noche que al final de un festín de agua
dejas sobre la hierba
tus lucientes migajas.

No es la arquitectural y esbelta espiga


que erige contra el viento,
apilando astros mínimos, dorada torrecilla.
No es la abeja pesada,
bala de oro y de miel
que el verano dispara.
Tampoco es la paloma
que divulga en su albura y su gemido
los secretos de amor de las alcobas,
ni el tembloroso enjambre de luceros
—rocío en la nocturna
telaraña del cielo-;
ni este árbol con su carga, mundo verde
su firmamento roto en fulgores o pájaros
y su tronco ante mí, rayo terrestre
devuelto hacia el azul, ramificado.
No es el nido: es la abeja.
No es la abeja; es el agua
siempre lista a partir
desatando sus lágrimas.
No es el agua: es la noche o el lucero,
los exilados pájaros
vencidos aborígenes del cielo,
o la espiga, el insecto o la campana;
pero no es nada de eso; es la gaviota
de plata y de ceniza, que pinta mi deseo
y que luego disuélvese en la sombra.
¡Fugaz amor y forma pasajera!
Miseria de las cosas, pronto usadas,
sin color enseguida
muertas ya, apenas vistas o evocadas.
71

D ICTA D O PO R E L AGUA

Aire de soledad, dios transparente


que en secreto edificas tu morada
¿en pilares de vidrio de qué flores?
¿sobre la galería iluminada
de qué río, qué fuente?
Tu santuario es la gruta de colores.
Lengua de resplandores
hablas, dios escondido,
al ojo y al oído.
Sólo en la planta, el agua, el polvo asomas
con tu vestido de alas de palomas
despertando el frescor y el movimiento.
En tu caballo azul van los aromas,
Soledad convertida en elemento.

II

Fortuna de cristal, cielo en monedas,


agua, con tu memoria de la altura,
por los bosques y prados
viajas con tus alforjas de frescura
que guardan por igual las arboledas
y las hierbas, las nubes y ganados.
Con tus pasos mojados
y tu piel de inocencia
señalas tu presencia
hecha toda de lágrimas iguales,
agua de soledades celestiales.
Tus peces son tus ángeles menores
que custodian tesoros eternales.
72

III

Doncel de soledad, oh lirio armado


por azules espadas defendido,
gran señor con tu vara de fragancia,
a los cuentos del aire das oído.
A tu fiesta de nieve convidado
el insecto aturdido de distancia
licor de ciclo escancia,
maestro de embriagueces
solitarias a veces.
Mayúscula inicial de la blancura:
De retazos de nube y agua pura
está urdido tu cándido atavío
donde esplenden, nacidos de la altura
huevecillos celestes de rocío.

IV

Sueñas, magnolia casta, en ser paloma


o nubecilla enana, suspendida
sobre las hojas, luna fragmentada.
Solitaria inocencia recogida
en un nimbo de aroma.
Santa de la blancura inmaculada.
Soledad congelada
hasta ser alabastro
tumbal, lámpara o astro.
Tu oronda frente que la luz ampara
es del candor del mundo la alquitara
donde esencia secreta extrae el cielo.
En nido de hojas que el verdor prepara,
esperas resignada el don del vuelo.
73

Flor de amor, flor de ángel, flor de abeja,


cuerpecillos medrosos, virginales
con pies de sombra, amortajados vivos,
ángeles en pañales.
El rostro de la dalia tras su reja,
los nardos que arden en su albura, altivos,
los jacintos cautivos
en su torre delgada
de aromas fabricada,
girasoles, del oro buscadores:
lenguas de soledad, todas las flores
niegan o asienten según habla el viento
y en la alquimia fugaz de los olores
preparan su fragante acabamiento.

VI

¡De murallas que viste el agua pura


y de cúpula de aves coronado
mundo de alas, prisión de transparencia
donde vivo encerrado!
Quiere entrar la verdura
por la ventana a pasos de paciencia,
y anuncias tu presencia
con tu cesta de frutas, lejanía.
Mas cumplo cada día,
Capitán del color, antiguo amigo
de la tierra, mi límpido castigo.
Soy a la vez cautivo y carcelero
de esta celda de cal que anda conmigo,
de la que, oh muerte, guardas el llavero.
74

H O M BR E PLANETARIO

Vivim os en el fo n d o d e un gra n O céano d e aire.


Los SABIOS GEOFÍSICOS

Salgo a la calle como cada día.


Fantasma entre las casas me pregunto
el color de la hora, el rostro incierto
del azul que me mira
hasta arder en su fuego más recóndito,
La ciudad me cautiva, red de piedra,
Las calles me persiguen,
se congregan en tomo
de las plazas de sol, grandes tambores
forrados con la piel
de cordero del cielo.
¿Soy ese hombre que mira desde el puente
los relumbres del río
vitrina de las nubes?
Fui Ulises, Parsifal,
Hamlet y Segismundo y muchos otros
antes de ser el personaje adusto
con un gabán de viento que atraviesa
el teatro de la calle.

II

Camino, mas no avanzo.


Mis pasos me conducen a la nada
por una calle, tumba de hojas secas
o sucesión de puertas condenadas.
¿Soy esa sombra sola
75
que aparece de pronto sobre el vidrio
de los escaparates?
¿O aquel hombre que pasa
y que entra siempre por la misma puerta?
Me reconozco en todos, pero nunca
me encuentro en donde estoy. No voy conmigo
sino muy pocas veces, a escondidas.
Me busco casi siempre sin hallarme
y mis monedas cuento a medianoche.
¿Malbaraté el caudal de mi existencia?
¿Dilapidé mi oro? Nada importa:
Se pasa sin pagar al fin del viaje
la invisible frontera.

IV

¿Soy sólo un rostro, un nombre


un mecanismo oscuro y misterioso
que responde a la planta y al lucero?
Yo sé que este armatoste de cal viva
con ropaje de polvo
que marca mi presencia entre los hombres
me acompaña de paso, ya que un día
irá a habitar vacío
de mí bajo la tierra.
¿Qué mueve al mecanismo transitorio?
Soy sólo un visitante
y creo ser el dueño de casa de mi cuerpo,
nocturna madriguera iluminada
por un fulgor eterno.

Eternidad, te busco en cada cosa;


en la piedra quemada por los siglos,
en el árbol que muere y que renace,
76
en el río que corre
sin volver atrás nunca,
Eternidad, te busco en el espacio,
en el cielo nocturno donde boga
el luminoso enjambre,
en el alba que vuelve
todos los días a la misma hora.
Eternidad, te busco en el minuto
disfrazado de pájaro
pero que es gota de agua
que cae y se renueva
sin extinguirse nunca.
Eternidad: tus signos me rodean
mas yo soy transitorio,
un simple pasajero del planeta.

VII

Amor es más que la sabiduría:


es la resurrección, vida segunda.
El ser que ama revive
o vive doblemente.
El amor es resumen de la tierra,
es luz, música, sueño
y fruta material
que gustamos con todos los sentidos.
¡Oh mujer que penetras en mis venas
como el cielo en los ríos!
Tu cuerpo es un país de leche y miel
que recorro sediento.
Me abrevo en tu semblante de agua fresca,
de arroyo primigenio
en mi jornada ardiente hacia el origen
del manantial perdido.
Minero del amor, cavo sin tregua
hasta hallar el filón del infinito.
77

D IO S D E ALEGRÍA

Dios de alegría:
Te entrevi
en pleno día.

La túnica de luz
se enredaba en el árbol
sin memoria de cruz.

Tu paso de cristal
bajaba la escalera
del manantial.

El cielo sonreía.
Iban flor y guijarro
en buena compañía.

Todo era lenguaje


divino.
Cada ala era un viaje

hacia el Dios de alegría


todo luz.
El mundo ardía.
78

LIBRO D E L D ESTIER R O

Te reconozco viento del exilio


saqueador de jardines
errante con tus látigos de polvo.
Me persiguen sin tregua tus silbidos
y borras mis pisadas de extranjero.

Te reconozco viento de la angustia


roedor de los árboles.
Propagas el desorden y el estruendo
me envuelves en tu inmenso torbellino
manto glacial que intenta ser mortaja.

Me muerdes fiera cósmica


seguida de tus perros implacables
oh furia del espacio
no cesas en tus coros enemigos
salteador emboscado en las esquinas
para impedirme el paso hacia el refugio.
Viento de angustia. Viento del exilio.

VII

El país del exilio no tiene árboles.


Es una inmensa soledad de arena.
Sólo extensión vacía donde crece
la zarza ardiente de los sacrificios.

El país del exilio no tiene agua.


Es una sed sin límites
sin esperanza de cercanas fuentes
o de un sorbo en el cuenco de una piedra.

]
79
El país del exilio no tiene aves
que encanten con su música al viajero.
Es desierto poblado por los buitres
que esperan el convite de la muerte.

Alza el viento sus torres deleznables.


Sus fantasmas de arena me persiguen
a través de la patria de la víbora
y de la zarza convertida en fuego.

XIX

Mutación, mutación, yo te venero.


Que la ostra respire.
Que corra la tortuga.
Que despierten las piedras.
El mundo entero cambie.

Árboles encarnados con sus venas azules


muestren su anatomía.
El mar se pueble de algas de colores.
El espacio descubra su secreto.
Que se funden colonias en la luna.
Todos los hombre vuelen.
Mutación, mutación, danos un día
que esté fuera del tiempo y del espacio.
80

ESTA CIO N ES D E ST O N Y B R O O K

A George Quasha

IV

La ardilla arde en el árbol.


El grito del pájaro ayuda a morir al día.
La ardilla busca su refugio perdido.
La tentación del fruto se interpone en la senda.
Poniente rojizo madriguera de ardillas.
En el pecho del hombre se oculta
una ardilla asustada.
La ardilla devora un corazón de cereza.
La cola felpada de la sombra pasa
sobre los objetos.
En el árbol estremecido
arde la ardilla
desciende un peldaño
baja otra vez
aviva su fuego
saltarín
limpia el polvo de las hojas
pone en fuga al pájaro que ayuda a morir al día.

IX

Walt Whitman ha venido a visitarme.


Miro las barbas de mi viejo amigo
con la gris telaraña de la lluvia.
Miro sus botas llenas de baño americano.
En dos sillas de junco
sentados a la mesa
gustamos condimentos de palabras.
81
En un rincón cualquiera
su mirada
hace brotar el tallo de un poema
bordón de caminante
o raíz de hortelano.
¿Dónde está tu universo? le pregunto.
¿Dónde el progreso eterno
la victoria
la paz sin amargura?
El agua de la lluvia resbala hasta sus párpados
lágrimas en sus barbas consteladas.
Sus hombros se doblegan
bajo un peso invisible.
El moho entra en el pan de las palabras.

Piedras
céspedes
árboles
invitan a las nubes
a un festín de claridad.
Nacen las velas en el mar: verano.
La ira de la espuma se convierte en remanso.
En la tierra el Santo Verdor condenado a la hoguera
entrega su alma al cielo.
Humo de eternidad
que nadie contempla.
De árbol a árbol
tienden lazos invisibles
los vuelos de los pájaros.
Ahora eterno ahora.

. ..aí— --- síjM ái^ a^ M üítíÁ i ¡íl¿--- rzrüzzzn


G O N Z A LO E SC U D E R O

( 1903- 1971)
Gonzalo Escudero. Quito, 1903- Bruselas, 1971. Es­
tudió Derecho en la Universidad Central de Quito. En 1931
viaja a París en los inicios de su carrera diplomática, que con­
tinúa en otros países americanos y europeos. Su obra poética
incluye Los poemas del arte (1919), Las parábolas olímpicas
(1922), Hélices de huracán y de sol (1933), Altanoche (1947),
Estatua de aire (1931), Materia del ángel (1953), Autorretrato
(1957), Introducción a la muerte (1960). Postumamente apa­
recieron Réquiem por la luz y Nocturno de Septiembre (1983).
En teatro publicó la obra vanguardista Paralelogramo (1935).
En 1968 aparece su alegato histórico-jurídico Justicia para el
Ecuador. Sus ensayos más significativos se recogieron en
Variaciones (1972). En 1963 la Casa de la Cultura Ecuatoriana
edita Poesía, que incluye sus poemarios publicados hasta la
fecha. En 1998 Ediciones Acuario reúne en Obra poética el
conjunto de su producción lírica.

Tú, sólo Tú, apenas Tú en los desvaneceres


últimos de la llama de este candil de barro.
Río de miel dorada para ahogarme. Tú eres
hecha para morderte de amor como un cigarro...
Tú, la pluma ligera y la brizna volátil
y el copo de sol ebrio en un pinar de asombro,
mientras una caricia húmeda, como un dátil,
se resbala en la piel de uva dulce de tu hombro.
Tú, la alondra azorada sin alas y sin nombre
que enciendes dos luciérnagas en tus pezones rubios.
Tú, la guirnalda trémula para mis brazos de hombre.
¡Tú, el arcoiris tenue después de mis diluvios!
Tú, la envoltura tibia de olor de mi fracaso,
la albahaca rendida en los dos muslos tersos.
¡Tú, el absyntio mortal en el ónix de un vaso,
si mordiendo tus senos tengo dos universos!
Tú, el salto de agua clara que no se oye y la chispa
vigilante que apenas es una estalactita
de estupor en mi cuerpo bárbaro que se crispa,
¡como la arquitecura de una tromba infinita!
Tú, el hemistiquio de una galera que me envuelve
con sus remos que son dos tobillos de nardo.
¡Y tu alma de gacela tímida se disuelve
dentro de mis radiantes vértebras de leopardo!
¡Tu carne de pantera flexible que me acecha!
¡Tu carne ocre de amante nubil y de serpiente!
¡Más eléctrica que una mordedura de flecha!
¡Más diáfana que un día de sol en un torrente!
¡Mas perfumada que el ámbar de un pebetero!
¡Más prohibida que un libro que no se ha escrito nunca!
¡Más trémula que el grito musical de un pandero!
¡Más borracha de amor que una columna trunca!
¡Tú, el suspiro que apenas es un aro que rueda!
¡Y Tú, el mordisco que es un cohete que salta!
86
¡Tú, la crucifixión de un mirto en la reseda!
¡Tú, la campana lírica de la torre más alta!
Tú, el álamo que tiende su índice a la burbuja
del cielo, como un niño que quisiera llorar.
Tú, el narcótico blando para la muerte bruja.
¡Tú, el pleamar de oro para mi último mar!

LA C IU D A D ANTARTICA

Lámparas de acetileno
suspendidas de un hilo de espanto,
que bamboleantes dicen
el no de las muchachas encinta,
cuyo vientre es un acordeón que aúlla.
Esqueletos patinadores
vendan sus órbitas con niebla
para no ver a sus amantes viejas.
Las brújulas señalan el ombligo de las mujeres.
Las torres tienen
su corazón de bronce enmohecido.
Campanarios que muerden
con sus dientes metálicos al viento
y beben a la noche, boj de cerveza negra,
y juegan a los dados con estrellas.
La Eternidad camina
en la ciudad antártica.
Los malandrines creen estar ciegos
y buscan para lazarillos
a los osos lunáticos de paletos de pieles.
Dandys empedernidos
usan monóculos de burbujas de agua
y prenden sus cigarros con bólidos.
Los relojes orinecidos marchan hacia atrás,
con sus doce garras para estrangular a los hombres
que les han dado marcha.
87
Los barcos persiguen icebergs como sexos
con sus anclas congeladas de miedo,
Crecen los alaridos
como muchachos de trece años.
En esta noche parten los trineos
a visitar a la muerte.
Y tenderán los arcoiris,
si los puentes de bruma se han hundido.
Van los perros,
con camisas de frac, al cielo.
Y la ciudad antartica
compra algodón para hacer nubes.
Las casas tienen
las vértebras dorsales de sus piedras
aplastadas por la voz siniestra
del Polo Sur que ladra.
Sus sombreros de teja,
por saludar a la noche,
dejan escapar a los espectros
que ahogan a los niños
y roban a las vírgenes los senos.
El sueño dispara un venablo
para cazar a un cometa titiritero,
cuya rúbrica es un alfabeto de colores.
Se oye la noche torrencial
como un circo de fieras.
Los bebedores guardan las madrugadas
en sus bolsillos, como navajas.
Sus narices son los tizones que inflaman
la dinamita del júbilo.
Las puertas se abren como párpados
para que el viento duerma en todos los lechos.
El hacha del espasmo decapita a los amantes
y hace saltar a las cabezas unísonas
en las alcobas blandas.
Y las cuatro paredes son un puño apretado
para las gargantas de los moribundos
de la muerte antártica.
88

TATUAJE

Este Escorial que llevo adentro.


Angustia mía
en piedra viva.
2.673 ventanas para estrangular a la sombra.
1.200 puertas: 1.200 bocas cuadranglares sin dientes.
16 patios sitibundos.
9 torres como 9 navajas.
Herrumbre de los metales negros
y de los muertos calcinados.
Y sol, más sol, siempre más sol.

¿Qué se hicieron mis gritos


al morder estos muros?
¿Qué mis luces perdidas?
-tatuajes de la noche verde
en la tiniebla que galopa-
Cohetes ebrios de mil años.
¿En dónde estoy que ya no estoy en mí mismo?
¿Qué enfiladura de oro centellea
en este pleamar de mi vientre?
Grilletes de luciérnagas se anudan en mis manos.
Soy un San Sebastián
con los venablos de los ecos.
Vértice y vórtice.
Columpio en el Maelstrom.
Arbol de resonancias universales
con ramas de alaridos.
¿Por qué los ríos no se levantan como penachos?
¿Por qué los muertos no caminan?
La única arquitectura de infinito es la tierra.
Cúpulas y ábsides de las cordilleras.
Columnares del viento.
Atrios de las estepas.
Y ventanales del océano.
89
Y el fin sin fin que está en nosotros,
astillas cósmicas de miedo,
insectos mínimos que apagamos los élitros,
alondras ciegas en silencio.

Este Escorial que llevo adentro


no es mío.
En la rada del tiempo
hay un bosque de mástiles de acero.
Alas, olas, hélices.
Funiculares de trombas,
Montañas rusas de arcoiris
para todos los éxodos.
Vamos con todos los muertos.

Es necesario no saber nada.


Cuando las alas de los murciélagos
revolotean sobre nosotros
-paraguas contra la lluvia de estrellas-.
Cuando las uñas de las manos
han crecido siete centímetros
-hojas para matar a los niños—.
Cuando las mujeres orinan como ranas,
mientras nosotros soñamos nuestros libros inmortales.
Atrás, atrás todo.

Aprendamos a dar coces


que todos los perfumes murieron
en las axilas vagabundas.
Venga el tonel del amontillado
para enterrarnos vivos.
Escorpiones en medio de una elipse de fuego.

Este Escorial que llevo adentro.


90

EVASIÓN

Todo es nada.
Atrás de mí hay un grito.
Después de mí hay un grito.
Geometría blanca de la angustia.
Astillas de cristal en mis ojos.
Hielo que es agua.
Agua que es luz.
Luz que es eternidad.
Ya no soy nada, pero soy más aún,
ascua lineal sobre la piel del mundo.
Deltas de mi rugido en el silencio.
Atrás de mí quedan las lianas muertas.
Después de mí nacerán lianas vivas,
Hay un río de argento bajo mis pies.
Habrá después un río de miel.
Todo es nada.
Después de tu cuerpo sólo el viento es cuerpo.
Al fin, estos cuchillos te han mordido como mis dientes.
Nevera de tu vientre que termina
donde la noche en triángulo comienza.
¿Por qué los árboles andan?
¿A quién mirarán tus senos esta noche?
Atrás, atrás todo.
Hay que fumar distancias
hasta que el gemido sea un cono en el cielo.
¿Voy? ¿Vuelvo?
¿A dónde? ¿De dónde?
De ninguna a ninguna parte.
Hay que alargar las sombras,
como se estiran las figuras en los espejos cóncavos.
Toda velocidad es astigmática como el Greco.
Nuestro sino es el punto en movimiento,
ballesta, pájaro y aguja.
Hay que coser los puntos cardinales.
91
¿Quién ha dicho que el norte es norte?
No hay más septentrión que el que perdimos.
Disonar es sonar mejor,
¡Abajo las estrellas!
Hagamos la revolución cósmica
con la infantería de las cigarras
y la artillería de las luciérnagas.
¿A quién mirarán tus senos?
Era tu piel la piel del aire.
Y el aire es mío a bocanadas.
Tú eras una magnolia
con los dos muslos de guitarra.
Serás ahora un poco de neblina delgada.
Hay que ametrallar panoramas.
Ni el cielo es tierra.
Ni la tierra es cielo.
Hay que tragar distancias
como navajas.
Hay que ser la navaja misma.
La aflicción no tiene sentido en la llama.
Arder es entregar resina al universo
que nos dio 2 hidrógenos y 1 oxígeno,
fósforo y calcio en la madera eterna,
centella de magnesio en el instinto
para la combustión nuestra.
Es devolver el agua en bruma.
Era apenas un sollozo con vestidura de cereza.
Aroma que se palpa con los dedos.
Desnuda desde siempre como el topacio.
Eras y no eras.
Eco inasido por la parábola de otro eco.
Buscada, encontrada y perdida.
Buscada: nube color de fruta.
Encontrada: fruta color de nube.
Perdida: ni nube, ni fruta.
Atrás de mí quedan las lianas muertas.
Después de mí nacerán lianas vivas.
Yo soy la liana sobre el abismo.
92
No hay tiempo atrás, ni tiempo después.
Yo soy un electrón que tiene sed.
Arquitectura mínima de un apetito máximo.
Algebra de la gloria en el fracaso.
Hay que ser hálito en el hálito
y línea recta como la trayectoria
de una herida con hacha.
Ser más arriba es ser.
Hagamos pirámides de estampido.
La ignipotencia es prender fuego al fuego,
Ya viene el salto que trashuma a la tierra en el cielo.
Para cerrar los ojos como los nenes
que vieron serpentear y ascender a la chispa
en el rabo de los cohetes acróbatas.
Para abrir los ojos como los electrocutados,
choferes de la muerte que no anda.
Para gemir como chirría la entraña
de un tanque de guerra que se detiene súbitamente
ante los alfileres mínimos de un insecto.
Atrás de mí hay un grito.
Después de mí hay un grito,
Yo soy el grito sobre el abismo.
93

CU A D ERN O D E NUEVA YO RK E N LLAMAS

Yo traía una sed sin tiempo


de ascuas geométricas en movimiento.
Todo mar es horizontal
como las mujeres que aman,
como las hélices de los autogiros nómadas.
Como la muerte larga.
Archipiélago de sonido
en un bosque de barcos.
Naipe de radas entre los dedos marineros.
Manos arriba de las grúas
ante las luces artilleras.
¿Quién dijo que en Nueva York hay estrellas?
Esta es mi cordillera.
Riscos de rascacielos.
Cóndores ciegos de los trimotores.
Sismo de boas soterráneas.
Lava de los convoyes aéreos,
Ventisqueros de las estaciones humeantes.
Nevada de las muchachas blancas y bárbaras
que escriben con los lápices de escarcha de sus ojos
números como lágrimas.
Y así fueron los deltas de fósforo
en la orilla de estaño.
Así los muelles, piedra ajusticiada.
Así las burbujas de los ascensores de vidrio
subieron en los tubos de azogue de las casas.
Para que todos los hombres muerdan hierro
y los dientes enfloren la sonrisa de azufre
en esta archigalera
con remos lisos de piernas ocres de mujeres.
Hombres de ónice,
de cobre
y de topacio,
pero al fin todos, carbón combustible
94
en esta angustia cuadrilátera,
hocico de la usina magna,
caldera de un billón de ventanas
y diez, millones de ahorcados que andan.
Orquesta de la noche verde
con los violones de los puentes ingrávidos
y los acordeones de los túneles,
Manhattan hembra
entre los brazos líquidos de dos ríos grumetes
y el ombligo púrpura de Broadway.
Pero no más.
Algún día la noche será día.
Los mástiles serán bayonetas
y resina, la sangre negra.
Les crecerá pico de halcón a los aviones.
La cordillera de los rascacielos
echará coces cósmicas.
No se colgarán fardos.
Se colgarán hombres desde las bocas de las grúas,
Y la luz dará a luz a Nueva York en llamas.
95

C O N TR A PU N TO

Ah cómo y cuándo en el acaso puro


se juntaron el pájaro y la ola.

Ola de pluma, el pájaro maduro,


y pájaro de espuma, la ola sola.

Rota su voz, quedó el arpegio oscuro


en el registro de la caracola.

De mar como de cielo, contrapunto,


ola trizada y pájaro difunto,

Orilla de eco y litoral de aroma,


pájaro y ola en el azar deshechos.

Pero la niña al vendaval asoma


de nuez y aurora, sus frugales pechos.

Ya la atavían, brasa de paloma,


delfines con oceánicos heléchos.

Y se desnuda en cántico y en cobre,


pájaro y ola de la mar salobre.

A soledades juntas advinieron


el ángel y el vestiglo descendidos.
96

A la niña de nardo se ciñeron


las algas de sus ecos balbucidos.

Sus plumajes de niebla se rompieron


con celajes de pluma confundidos.

Cítara de perfume en el lamento,


quedó la niña sola con el viento.

La sirena de sal y hielo arcano


está posada en flor de sus amares.

Que no la lleve el soplo del vilano


hasta la altura de sus hontanares.

Que no quiebre la espiga de su mano


la gárgola borracha de los mares.

Enmudecida el arpa del sollozo,


quedó la niña sola con el gozo.

Ah niña, nao virgen, estibada


con el gozo del ángel y su bruma.

Mitad calandria en música imantada,


pájaro en vilo tu babor de pluma.

Ola de noche y miel, acompasada,


tu otra mitad en estribor de espuma.

La prora anclada en médano cenceño,


quedó la niña sola con el sueño,
97

Ya colina de almendra en el reposo,


ya guitarra de olor en el olvido.

Que ya se hiela en su aire temeroso


la clepsidra de tiempo consumido,

Y se rindió al vestiglo vaporoso


su tallo de ola y pajaro aterido.

Ah muerte, capitana de cantares,


desnuda entró la niña en tus lagares.

La niña entró en tu cántico desnuda,


nácar en su destello de inocencia.

Aderezada como torre aguda


la arquitectura de su transparencia.

Desde entonces la perla se demuda


y empalidece toda refulgencia.

Abrevada la luz de su corola,


quedó la niña con su sombra, sola.

Todo volvió al enjambre de su cielo


y se rehizo en geometría pura.

El pájaro en presagio de su vuelo.


La ola en su colmena de frescura.
98

El ángel en su máscara de hielo.


El vestiglo letal en su pavura.

Sólo la niña se tomó en la niebla,


plumaje, espuma, cántico y tiniebla.

Sosegada en la sirte la doncella,


qué rosa mineral de encantamiento.

Qué ruina taciturna de centella,


el derruido estambre de su aliento.

Remotos funerales de la estrella


los rememore con su lengua el viento.

Todo en la sirte blanda se deshizo,


ah sirena de sal sin paraíso.

10

¿Qué resta de su fábula baldía?


¿Qué de su pesantez de luna llena?

¿Qué de su dulcedumbre de sandía?


¿Qué de su liviandad de cantilena?

Verde almiranta de la espuma fría


en la longevidad de la alta arena.

Difunta sin memoria, a tu socaire


suene transido tu laúd del aire.
99

N O C T U R N O D E SEPTIEM BRE

Las verdes ascuas de las hojas


se trocaron en lenguas de mil voces
del árbol sollozante
que tañía en arpegios de cobre y oro
el arpa de la lluvia
y sacudía en el aire su cabellera de pájaros.

Yo tenía esta noche escrita en mi cuaderno de notas,


con asteriscos de estrellas
y sílabas de viento que me nombraban
en la vigésima octava noche
de mi natividad en septiembre,
en mi septiembre en que vine
para el almirantazgo de las centellas,
sin saber cómo vine desde la desgarrada tiniebla,
mitad arcángel y mitad vestiglo,
famélico de las manzanas de las auroras
y la celeste fruta de las doncellas,
devorador de mi propia sombra
para inventar al Dios de mis soledades
en este abismo que ha viajado conmigo
hasta las postreras vendimias de la sangre,
aguadanadas todas las viñas maduras
de los sueños en los silencios.

Ah mi larga noche desde el remoto septiembre,


edificada en transparencias,
en arcos góticos del agua
para catedrales de espuma
con los vitrales de los júbilos,
vigésima octava noche
de un mes luminoso en el tiempo
en que vine desasido de la galaxia fragante
para permanecer en mí mismo
y devorar a mi propia sombra.
100

Ah mí larga noche de la tangencia


con la piel y el perfume,
con el olvido que enciende memorias
tripuladas por caricias,
con todas las florestas vivas
dentro de la esmeralda,
con el trizado sollozo de la alegría
que doblega jacintos en el deleite.

Ah mi larga noche
para el descendimiento
al pleamar de un vientre en el estío,
a un enjambre de mozas
que hacen brotar su desnudez como florecen los cerezos,
a la comarca del Orfeo insonoro
donde la vaporosa Eurídice
ha perecido entre espadas de nieve,
mientras yo devoro a mi propia sombra.

Qué médanos de arena yo he vencido


con estas huestes imperecederas
de mi tacto que ha buscado a la sirena difunta
en la orilla de niebla
donde todo empieza y nunca termina
a la manera del silencio que desemboca en la muerte
cada vez más silencio
y cada vez más muerte,
con las alondras que enmudecieron
y todas sus flautas añiles de los cielos
mientras yo devoro a mi propia sombra.

Ah mi larga noche
donde cada paso
es una pequeña eternidad para la grande
y la insaciada que me viene
en un oleaje de resonancias
desde un tiempo absorto que se mide en el sueño
donde moran las estrellas y los élitros
101
para una capitanía de luz en los mundos
que se improvisan y se deshacen
a la manera de siderales burbujas
mientras yo devoro a mi propia sombra.

Este espacio mío y ajeno, el íntegro,


del que alguien dijo que el centro estaba en todas partes
y la circunferencia en ninguna,
no inventó en vano la magnolia
con la sangre de la moza
y la compungida piel del alabastro
para que la brasa invente su geometría
y la tierna pesantez de su fragancia
a que pueda plañiría
la quejumbre de la guitarra,
mientras yo devoro a mi propia sombra.

Esta vigésima octava noche


de mi natividad en septiembre,
noveno mes de cabala para el numero infinito,
era natividad y muerte, al mismo tiempo,
a la par júbilo y elegía
juntos y conjuntos en la misma raíz junta
que esculpió los tallos y tejió los follajes
para disparar las ballestas de las calandrias.
Y así era yo como lo soy hasta el límite
sin límite del presagio,
mientras yo devoro a mi propia sombra.
1* i 1

'

11

... — ' i
A LFRED O G A N G O TEN A

( 1904- 1944 )
Alfredo Gangotena. Quito, 1904-1944. Su obra poé­
tica está escrita en español y francés. En 1920 viaja a París para
continuar sus estudios; obtiene el título de Ingeniero de Minas
en la Ecole Polytechnique. En su estadía en la capital francesa,
entre 1924 y 1929, entabla relación con Jean Cocteau, Jules
Supervielle, Max Jacob y Henri Michaux. Sus primeros poemas
se publican en importantes revistas francesas, como Revue de
lAmerique Latine, Intentions y Philosophies. En 1928 aparece
en París su primer poemario, Orogénie. De regreso al Ecuador,
en 1932 publica Absence en edición de autor. Sus poemas Jo-
caste (1934) y Cruautés (1933) aparecen en revistas de París y
Bruselas. En 1938 se edita en Bruselas N uit, su último poe­
mario escrito en francés; a partir de ese año, sólo escribirá en
español. En Quito, 1940, aparece en edición de autor Tempes­
tad secreta, al que seguirá Perenne Luz, publicado en 1944 en la
revista mexicana Cuadernos Americanos. En 1956, la Casa de la
Cultura Ecuatoriana reúne una parte significativa de su obra
poética en Poesía, con traducciones al español de Gonzalo Es­
cudero y Filoteo Samaniego, prólogos de Jules Supervielle y
Juan David García Bacca. Entre 1991 y 1992 Claude Couffon
compila y edita sus poemas franceses. En 2005 la Corporación
Cultural Orogenia publica Crueldades, versiones al español de
Cruautés y Jocastey traducidas por Cristina Burneo y Verónica
Mosquera.
A RCO IRIS

A Max Jacob

El arco iris se extiende


En el abanico del loro.
Suave música de espejos:
El ángel revolotea en la onda sonora.

Una mano divina exprime la nube:


La piel blanca y cristalina
De Eva, en el soto de espinas,
Que chupa el tallo de las hierbas.

Mejor que el hemisferio de Magdeburgo,


Con la mirada humilde de los recuerdos,
Contra los golpes de los asesinos,
Fresca dama, protegeré vuestros senos.

Traducción d el francés de Filoteo Sam aniego

EL H O M BRE D E TRU JILLO

A Paúl A. Bar

Te visito y te imploro en el sueño, mi esposa ignorada.


Yo me consumo y me abraso en las soledades tórridas y en la
avidez de mi amor.
Oh mujer, vengo a mitigar y aplacar mi angustia en la
querencia de tu inocente claridad.

¡Salud, mar vegetal!


Mar jadeante que suspiras y te derrumbas en las trombas
106
argénteas de la aurora.
No obstante que murmuran en la espuma de su lino
Las velas desplegadas de las carabelas,
Escucho, astros en el éter, vuestro mensaje labial y lejano.
¡Aclarad, astros del silencio,
La paz de las tumbas y la existencia de las flores!
Religiosamente entre las brisas y las aguas,
vuestro eco se irradia al fondo de las simas.
Para vosotros, astros omnipresentes de la desesperanza,
El ardiente lirio de seda se nutre con la sangre de mi pasión,

Y religiosamente, hacia vosotros se levanta y tiembla en la tarde.

¡No!
Ni esta mural y plural presencia de mis padres,
Ni los candados y las severas fórmulas de la tiniebla y del
cemento,
Me impedirán, mil ataduras, ausentarme,
¡Orinecidas rejas!
Ausentarme en las delicias y el movimiento de mi espíritu.

¡Oh velas! La llama del aire os persigue sin tregua.


El tormentoso estremecimiento del paisaje se permuta
En selva de seda
Y en cálida resonancia de la abeja semidormida.
Despertaos, flores, todavía más bellas que el cielo puro:
Ahí renace el alba lustral y salina,
El alba de los pájaros.
¡Que el ácido y la herrumbre de nuestras armas
Canten al unísono en el azúcar plácido de las aguas!
Más tarde,
Más tarde, bajo el ocre clamor de otros cielos,
Todas las vasijas y los odres secos,
¡Apuraremos el edénico licor de nuestras lágrimas!

La sien sonora de mi pensamiento,


La oreja en la tempestad y los clarines de la arena.
107
El árbol sitibundo que se nutre en los muros de este mundo
desolado.
Flexibles y largos en las brisas cristalinas de su follaje,
Tiemblan mis dedos
Como la savia y como el año.

Avizora, hermano, el mantel áspero de este cielo;


Palpa y escucha las balsámicas vibraciones de la aurora que se
adelanta,
Oh taciturno,
Y que desaparezca este harapo sumergido en la onda y las
brumas de un suspiro,
Oh taciturno,
Como las piedras bajo el peso del futuro.

¡Yo profiero este grito tan alto,


Pitanza de las águilas!
Setenta veces me enfango y me revuelvo
En los lagares de las landas y los pantanos.
¡Piedad, piedad! Antaño amaba el lince las semillas de
terciopelo y extraía su sombra con cuidado
De los plutónicos haberes de la noche.
Pero si yerra y se alarga,
Si ambula famélico paciendo en los soterrados follajes del invierno,
Nadie sabe escucharlo
Sino la estepa en la inmensa e inmemorial espera de su
planicie helada.
Piedad, oh piedad, que nos pudrimos en la vitrina de las
estaciones.
Después del gran viento líquido del firmamento,
Después de esta fontana de eternidad,
Se arrastran y deterioran las blancas miradas del sitibundo.

Crueldad del cielo en mi pupila. ¡Crueldad


Del alma en la grande e implacable violencia que me destruye
para siempre!
¡Oh cruz!
Astro de geometría, mi palabra,
108
Insignia destellante,
Cruz oblicua de estos mundos nuevos,
¡Mis miembros se levantan hasta la cima de mis vientos
cardinales!
Oh virtud de una hierba estimulante que nos procura la
resistencia para el viaje.
Cohortes
Bajo mi soplo,
¿Hacia la querencia ilusoria de qué morada descendéis?
Sobre la aorta pesa
Su leche nocturna,
Nuestras pupilas se dilatan en el silencio de su niebla.
¡Espera, tropa descarriada, espera, levadura del olvido,
Que la luna absorba los mostos y los residuos de tu vida!

¡Oh púrpura eclosión del vacío, oh tierras de América,


El edificio se derrumba bajo la sombra de mi fe!
Purificad lo que hay de permutable en mí,
Hermanos, amigos, iluminad las sabanas y los corredores,
Hermanos, para que yo conozca mejor el volumen de la
muerte.

Traducción d el francés d e Gonzalo Escudero


109

A U SEN CIA

A la q u e fu e todo am or, em briagadora y cortejada,


L U C R E C IA B O R G IA , m i ancestro bienam ado.

Para vosotros, mis com pañeros de exilio:


H en ri M ichaux,
A n d ré d e Pardiac de M onlezun,
A ram D . M ouradian.

Tierra, Tierra tres veces maldita, esta vez te contemplo animada


de todo el odio de que serán capaces un día mis ojos.
Desde cuando se me ha hablado gazmoñamente de mi infortunio.
Desde esa hora, la más pesada y triste de todas las horas de
mi sangre.

Desde cuando, Tierra, con tus árboles y guijarros, Tierra


maldita, con tus piedras y la lluvia y la noche carnales
que bañan largamente tus valles desiertos,
Desde esta súbita herida de abismo en mi cerebro,
Heme aquí. Tierra intratable, heme aquí de regreso de los sueños,

¡Oh Tierra, yo me anuncio a ti!


Y mi palabra vindicativa y cargada de la savia de la adormidera,
te macula y te dice:
¡Yo te aborrezco solemnemente!
El resto de mi vida sorda y secreta, lo consagraré a cultivar
metódicamente el rencor y el desprecio hacía todo lo
viviente en ti.
Yo permanezco en medio de tus sombras,
Condenado a sufrir la demencia y el naufragio de la memoria
de mis ojos, aprisionados por el estremecimiento, de
tal manera aprisionados que el huracán, al escucharlos,
envidiaría su resonancia y su desolación.
110
Pero ya es tiempo de dirigirme a vosotros, hombres envejecidos
en el polvo y en los caminos.
Considerad mi azotamiento: este abandono.
Considerad, os ruego, mi soledad y mi pena.
Creedme, las flores del día y de la noche
Se abisman de verme y de circundarme,
Las flores, en su cordura, se abisman de las mil sílabas
abstrusas que surcan mi desesperanza.

¡Mundo inútil!
Y mi ciencia inhumana no está en medida de otorgar
El nepente a las desazones que resisto.
Un solo minuto de tregua y olvido, que me permita al fin huir
de la Tierra inhumana y estéril,
Tierra prometida a mis ancestros,
Tierra de oro y de luz,
¡Donde los ojos no encienden sino el fuego continuo y
solitario de las rocas!
Hombres felices de otras partes, ¡cómo añoro la frescura de
vuestras sombras!
No sabréis nunca a qué distancia os encontráis de esta comarca
de infierno y de esta sombría y desigual arcilla.
¡Yo te abomino, Naturaleza!
Tierra torva, ¿qué tengo que hacer con tus reinos?
Piensa más bien en el árbol nutrido de ceniza cuya savia es
desesperanza.
¡La aconita, el trigo y tantos granos anhelan tu socorro, Naturaleza!
Tantos granos y la adulta hierba y también la paja bravia,
quemada por las tempestades, la paja y la hierba
siniestra en los vientos.
¡Olvídame, Naturaleza!
Soy apenas un fantasma en tu silencio.
¿Qué razón tendrías de iniciarte en los secretos de mi espíritu?
¡Necesariamente, un fantasma de vieja raza!
¿O más bien la forma lograda de un corazón que se atribula?

¡Pero no! Ahora recuerdo


Que he venido hacia ti de lejos como un cadáver,
A tu descubrimiento. Tierra torva.
111

XI

Señor, me ha retornado la locura.


Los Andes, desde el fondo de las edades y las selvas,
Los Andes exhalan un febril y pestilente vapor, poblado de
insectos.
Aquí la humedad: un escorpión, una tarántula y la ortiga color
de sangre.
Me ha retornado la locura.
¡Oh mi Dios! Soy la presa de los perros y de los lobos.
El colibrí que horada el éter de las noches,
Me habla de mi santa madre que sufre por nosotros muy lejos
atrás de los océanos.
¿Por qué me vienen este rumor de lámparas y este soplido
negro?
¿Quién golpea iracundo a mi puerta?
¿Sois vos, engalanado de plumas y de palmas,
Señor Inca Tupac-Yupanqui?
¿Qué tenéis de urgente que revelarnos?
Me hacéis más bien, con vuestra envoltura de sombras, el efecto
de acosarme,
De acosarme y de manteneros al oriente,
Siempre al terrible oriente de mi conciencia.
Pero si es necesario, porque ésta es mi morada, entrad en ella.
Por lo demás, ¿sabréis defenderme y vengarme?
Creedme que habría sido amargo morir tranquilamente en esta
marea de imprecaciones,
Tranquilo y resignado entre estas bocas desbordantes de saliva,
Que se exasperan, escupen y me reprochan la soledad del cielo
y el tardío color de mis miradas,

Espero, iluminado de amor, un mensaje y un signo.


¿Y vienes tú a interrumpirme y balbucir tu abstruso lenguaje,
Señor Inca, profiriéndolo a la manera de una cosa tejida de
sonidos?
¡Y lo haces vanamente cuando mis sienes reclamaban la
limpidez de las brisas!
112
Anda a interrogar a los leones si el sendero estuvo libre para tu
paso.
¿Acaso estaba sembrado de zarza maldita y de áspera piedra?
Tu aventura ha de servir un día de pausa y de enseñanza.

¡Aléjate, aléjate!
Oh mi Dios, un horrible y desatado azote fulmina a este recinto.
Permanezco entonces al acecho de la tarde.
Pero, Señor, no me conviene la vida de la arena.
Y me vuelvo ausente y corto de espíritu como los salvajes,
Privado de toda facultad de pensamiento y de memoria,
El tórrido calor me sorprende a la altura de los ojos.
¡Oh mi Dios, soy la presa de los perros y de los lobos!
Señor, me ha retornado la locura.
Estoy entregado, amigos, a las potencias del olvido y de la
muerte.

Y a vos, Señora,
Os seguiré con mi ceguera hasta el fondo de vuestro extraño
destino.
Señora, otra comarca del tiempo nos solicita.
Se expresan en un idioma de delación las bestias de los
montes y de las aguas.
Sin embargo, hablad que os escucho con las grandes pupilas
abiertas.
Hablad que la tormenta me ha inmovilizado en las piedras
invasoras del fondo movedizo de la noche!
¡Hablad, hablad! Que me he acurrucado lejos en mis miradas,
todo entero como la saliva en la boca de un enfermo.

Ved, mis amigos, que está hinchado mi párpado con la sangre


de vuestra vida.
Pero puede ser más cuerdo olvidar su faz en una morada de
limo.
Por lo demás, mi corazón entregado a las admoniciones de una
mujer, me hará ver otra vez la fijeza del cielo.

Estoy presto y en adelante urdo una esperanza.


El olvido total de alguien me ha poseído.
113
Solamente este frío de tumba en mi espíritu.
Solamente la locura.
Y el terrible oriente de mi conciencia que sopla con todos sus
vientos.

Traducción d el francés de Gonzalo Escudero

XVII

Y yo seré la ardiente espina


Cuyo nacimiento buscadle en las arenas del desierto.
Iré por consiguiente sangre adentro y de soslayo, como van las
tempestades,
Y en mi ansiedad viajaré también en ondas graves
Hacia aquel país lejano de toda mente, país de Khana.
Cuando al paso, senda abajo, te hallaré en voces de un suspiro,
toda en escombros, ciudad de Balk.
¡Oh selva transparente, oh selva, tus vientos primordiales han
amanecido en mi recinto!
Mil rumores de tus sienes prevalecen en mi espíritu, que me
amortiguan el semblante como holanes de rocío en
torno de tantas frondas agostadas.
Adelanta, alma mía, adelanta nemorosa en cielo bien profundo,
Ya verás suscitarse, en pos de ti, variadas, numerosas alacenas,
colaciones y proventas.
Y más ventajas en tu sangre,
Y tus cristales primorosos en los ríos elocuentes del espíritu.

Al acecho anduve en tus tormentas


¡Oh príncipe de innumerables plantas y llanuras!
Seis largos siglos han fermentado ya este licor de abejorros y
tarántulas.
¡Salud! por fin me encuentro entre altas nubes y torrentes, al
alcance de tu séquito.
Escucha, ¡oh príncipe!, mi lenguaje de impaciencia y sumisión:
«Mis corceles van, como llamas sin recato, del viento al coral
de sus latidos.
114
«Profesores, ya no vivo de vuestra ciencia cenagosa y de
ignominia:
«Velad en campo ausente;
«Vuestro estilo me enajena, y mis palabras me las dictan esta
sangre alborotada y más temblores.
«Y tú, versificador inmundo, considera en mis pupilas esta
terrible luz de inteligencia.
«Miradme todos con asombro: en verdad, hasta entonces, no
habréis visto soledad y faz más puras»
¡Magnates y caciques de la Tierra, embajadores, empolvados
sobrestantes, cuánto apestan vuestras venas!
Ya me tenéis en duelo y en congoja, harto de vuestra absoluta
podredumbre.
Y en mis ojos rompen su alarma tres ciclones.
Para vosotros, digo: el cubil, los andrajos y como rótulo, un
laberinto.

Ardientes manos de mi pesadumbre,


Haced, ¡oh manos!, que vuestros poros viertan la tanta sangre
que os ahoga.
¡Alto ahí!, salamandras y reptiles salivantes, dadme soledades de
rencor,
Y el sortilegio de la espuma, y la escrófula con que habré de
alterar este mundo ensimismado.
Mis arterias, en la noche de mi cuerpo, se acrecientan de agonías.
«¡Que se aparten de mi albo movimiento! vociferan los caudales,
«Que se aparten los guijarros, las arenas: mis aguas vienen, mis
aguas van, con la vigilancia y la transparencia del espíritu!»
¡Apártate, escolopendra! Ya pronto volaré en vuelos de mis ansias.
Llamaradas y torrentes, a la vez, me buscan gimiendo en mi
propia angustia.
Y mi corazón olvidará toda memoria triste de su sangre en este
cuerpo de venturas,
¡Oh cuerpo femenino, en cuya luz se extasían las tormentas,
los ciclones!
¡Adiós! Mis labios vibran en las cenizas de otros vientos.
¡Verdad, verdad!, ya nuevamente se declara en mis cristales
La presencia de este ser tan secreto y transparente como el
néctar de las flores.
115
Aquí, en voces de mi adviento, al amparo de una lámpara
perdida en su esplendor de azufre,
Aquí, en mi destierro, escuchando el vuelo de las breñas en alas
del torrente y el velamen caudaloso del espíritu,
Te imploro y me estremezco, ¡oh bella del espíritu!
Y cuando el recreo de mis penas, tus pupilas me acarician.
Bajo este cielo atravesado de clamores, de venas lentas de rocío,
Ten por cierto, ¡oh dulce mía!, más allá de todo ambiente, te
escucha mi ansiedad;
En la eternidad de mis cenizas se verán las glorias de tu sangre,
¡La dulzura de tu empeño!

TEM PESTAD SECRETA

Para ti, profundam ente.


Para D avid García Bacca,
esta «desvergüenza».

Las razones de la vista: aparecen consiguientes las llanuras, el


cárcavo de las selvas.
Encendidas aves, romped de vuelo mis cristales;
Las consabidas alas de este mirar,
La luz naciente que en soledades llevo a los más altos ayes,
Juntadlas de vez segura ya en su común medida, en su cénit
secreto.

Me devora, del espíritu, la absoluta permanencia de estos polos.


Te escucho, como el ámbito a sí mismo de los cielos,
Allá en cuantas las miradas, en el golpe a ciegas de mi paso.
Sangre desnuda que vertiré en tu flanco:
De ella mi sudor de angustia, de cesación y noche.
Con el ceño adusto al trasluz de las sienes,
Toda inquieta en cima de voces,
De pronto me acusas a deudas, a más rehenes.
116
¿Habrá espacio de cabida
Junto al labio gota a gota de tus senos?
¡Mente, de flores tan vacía!
Afuera el grito, los deleites;
A darte encuentro, las brisas relucientes.
Me mantuve afuera, en suelo de leones:
Deseando el cumplimiento de tu sexo,
De cuanto jugo a altas horas de este cuerpo seminal,
De cuanto crece en la pendiente.
Ya no miro. Me golpea la sangre de los ojos.
En trances tales de denuedo como el párpado de los héroes,
Ya no asiento el calcañar.
¡Oh vientre, oh boca en la frontera!
Pecho absoluto de mis ansias,
Me vacías, pecho mío, de substancia y tiempo en derredor.
Y reparos, valladares y provincias
A cuanto supe desear.

¡Abridme! llevo el ala fatigada


De arrecios tantos, de espumas y de celos.
Estoy de pena y resonancias,
Más aún: de gala y esponsales.

Os diré ayes como un latido de aguas.


Abridme las urnas, al conjuro de estas lágrimas.
¡Oh vehemencias! mis venas agolpadas en su cúmulo.
¡Oh huésped mía de delicias!
De monte en valle, de noche en claro, de tienda en tienda,
Cabe el temblor seminal de las rodillas,
Como el ámbar del estío en la cepa de la vid,
¡Te acrecientas de presencia, -penetrante y temblorosa de
substancias seculares!

Su contorno en mis sabores: ¿me estuvo acaso, me está vedado?


Van mis órdenes: a su merced, la hacienda.
¡Y jugos tales en mi cuerpo, de aquella prenda oculta tan deseada!
Crecida noche, en su caudal de luna, ¡oh gargantas de blancura!
¡Ay! decidme cuánta savia de mi lecho.
117
Más adentro la pupila, las moradas, cuánto lo escondido.
De vivas flores, en la cumbre, abierta al calor de mis entrañas,
Ya podrá Ella entonces desnuda luego palpitar.

¡De riberas adelante! ¿Dónde están los montes, las otras


potestades?
En tela de su dicha, ¿dónde cabe más algo desear?

Ni seda otra, ni tal soporte.


Me conoces, me presentas en campos desatados.
¡Oh primicias de este único menester!
Mi frente airada, Amor, los ayes, ¡oh cuenca eterna de salivas!
De moradas me regalan.
Y tu vientre abierto en mi pesadumbre de caricias.
El labio sumo mío cae de los siglos, a tu boca concebida,
¡A la herida declarada de tus senos!

III

Soledad de luces, soledad de alientos.


¡Oh lágrimas me dais voces
De su presencia en solar de mis adentros
Más remoto!

Arrobado en tales ansias,


Ora a vuelta de desmayos,
Ora en tela de lamentos,
Pasaré la noche en prenda
De soledad,
con el alma ahíta, a tientas,
Con el alma enjuta en sienes de sudores y tormentas.

Voy clamando en graves ayes el deseo de mi boca.


En todo tu cuerpo te grité mis quejas
Porque a fuer de tus enojos ni siquiera supísteme escuchar.
Y no es de pan, ni es de vino el menester;
Ni sed, ni ganas de aquesta colación.
118
En el jugo, fuente y gota de tus senos:
¡Oh prueba sin consejos!
del ansia viva!
¡Sequedales!

¡Cuánto padecer! ¡Cuánta cosa he roto,


Y cuántos golpes en busca del alivio!
Manos mías en el huerto,
Derramad las flores llenas,
Derramadlas
Y dad sustento
a esta sien que palpita en mi costado.
La pasión que me desangra:
Un tal querer enclavado en las entrañas.
Y los muslos entornados, derramando de ellos su cabal fortuna.

Desde el otero
acudo al llano de tantas bajas tierras escondidas.
Mas, ¿dónde están los senos que apetecen mis sentidos?
¿Dónde el pecho de mi boca?
En sus altas horas,
y en el gozo, en la cima de estambres deleites
Vino el Huésped.
Abrió cuentas,
Y a vuelta de sorpresas no pudo menos que gritar,
A todo ámbito,
la voz de su desmayo,
Que gritar:
¡desolación, desolación!

Este cavilar nocturno.


Esta llaga atroz de su presencia,
abierta en todo el rostro.
¡Soledad de luces, soledad de alientos!
Ni siquiera en sombra sus miradas me cubren ya.

Alimañas en mi senda.
¡Cuántos cuervos en la noche!
119
Atado al peso de lo oscuro, al clamor de mis entrañas,
Pronto dormiré mis sueños, bajo el sediento párpado de este
insomnio.
¡Oh moradas de cal viva!
Allá vuelo en desatino,
Con toda la mirada en trances de soslayo, arriba de estos
grandes vuelos corporales.

Vino el Huésped.
Y desnudo me encontró:
Los oídos sin respuesta,
Tan reseco el albihar.
Desnudo de hambre, de venas y de espíritu.
Vino el Huésped, en sazón
De esperanzas y clamores,
Y único en las praderas de su huella, no pudo menos que se
exclamar,
-Los ojos encendidos en la prenda de sus ayes-,
A su vez que se exclamar:
¡desolación, desolación!

PEREN N E LU Z

La noche tan de cerca, y tan desnudo golpe a expensas de mi


corazón.
¡Dolorosa mano mía no aciertas a caer,
suspensa en aquel tras­
luz de movimiento,
de tu imprescindible exclamación!

Ya los mares del Oeste como el pecho se dilatan;


Tanto el vuelo de mis sienes, y el velamen de esta lámpara que
levanto a firmamentos, al paso de aguas, a más decir
por la anchura de mis párpados.
120
¡Oh metal tan fresco
Bajo el calor de la epidermis!
¡Oh clara huella de su tránsito
En el campo deseado,
en las congruentes potestades de tu sexo!
De clamores y destellos me consuma,
Habiendo de sosegar su desnudez.
De sosegarla en la noche de la especie,
En brañas del oasis,
Con mi aliento cuanto en vilo de miradas.

Todo aquello que te arrima en resplandores,


Que tu condición aplaca de mi ensangrentada consistencia,
Todo aquello no se ajusta de palenques y de fronteras familiares.
Soledad cumplida,
¡Oh silencio, me retraes
—como una implacable roca de
durezas en el alma!

¡Menguada luz de escaso asilo!


Labios míos, dadme altura en el trance de estas ansias.
Mas al borde de riberas semejantes
Cuántas aves de este mundo se incorporan,
Como el rostro implícito en el fulgor de la visión,
Que atraviesan de soslayo la magnitud de las esferas.
Por cuanto asumo de mi cuartel de sangre,
La baja tierra de brisas se ilumina.
Mi cuerpo en tanto a vista se desprende de cenizas,
Gimiendo en hontanares de espeso llanto.

Premisas todas de la muerte.


Un ay seguido de tinieblas, de esta gota pertinaz del pensamiento.
¡Oh mi sueño entrante en humedad de flores!
El espíritu denodado
Se arranca de sus perennes paredes lastimosas.
Abultados cortinajes, como otras tantas cabelleras de lo oscuro:
Y la más ardua noche
De presión continua.
121
Entidad fortuita
Que no habré de hallar sino a merced de escombros,
En el fragor de la ruptura,
Cuando este golpe de mi total caída
Apura entradas en la nada.

¡Oh lamento de tu voz en mi espesura!


Y esta latente réplica, de néctares y de estambres, al placer que
me convida.
¡Oh Tiempo me defines de presencia y de universo!
Hoy cuan bien, ¡oh luz!, aciertas entre tejidos y asperezas a
descontarme espacios,
A circundarme de vecindades el corazón.

Vida sin perjuicios cuando de Ella al tanto de sus senos


concatenando habré de recibir.
Me sostengo en vilo, sin huella entonces, a mayor premura de
memorias,
En mi boca de ayes.
Mi labio amén de vez repercute golpeando lo indecible.

Esta acendrada concentración del alma,


¿En qué cúmulo no obstante de la esfera que me oculta?
Hoy mi sentencia, a toda prueba.
De un paso mío al consiguiente, ¿qué distancia de orbes se
resuelve?
Tu propia luz endurecida,
Como aquella, a expensas de la nada, claridad conjunta de los
universos astros.

Todo vuelo se desprende de tus ansias;


Tanto así mi faz en los recónditos espejos que la nombran.
La reverberación así del sexo
En la extensión de su cabida,
Como el clamor de los metales
Bajo el lampo de tus cruentas auroras boreales.

Ni vectores, ni herramientas de otra fuerza.


Gota a gota la fría lámpara
122
Sobre mi sien persiste.
¡Tus miradas desgreñadas!, ya sus íntimos cristales de violencia
me golpean
A merced de tu estatura.
Vertientes todas de mi lecho.
El deseado cuerpo a su poder de luz se entrega,
A sus mejores aguas.
Tal es mi consumo,
De transparencias tuyas y señales en el retiro incalculable de
los astros.

Allá en demora, Amada mía,


Por cuentas y sabores de tu amor que concertar.
Y los terrestres años se deciden, en trances de mi prenda,
Hacia el extremo vértice de profundidad apetecido.

/
A D A L B E R T O O R T IZ

( 1914- 2003)
Adalberto Ortiz. Esmeraldas, 1914-Guayaquil, 2003.
Estudió Pedagogía. Diplomático y profesor universitario. En
poesía, es autor de Tierra, son y tambor (1944), Camino y puerto
de la angustia (1945), E l vigilante insepulto (1954) y La niebla
encendida (1983). En narrativa publicó Juyungo: historia de un
negro, una isla y otros negros (1943), E l espejo y la ventana
(1967), La envoltura del sueño (1982), los relatos de La mala es­
palda (1952) y La enfundada (1971). En 1995 recibió el Pre­
mio Nacional de Cultura Eugenio Espejo por su contribución
literaria a la cultura afroecuatoriana.
BREVE H ISTO R IA N U ESTR A

Éramos millares.
Éramos millares,
los que oíamos la ch de la chicharra
en la yunga de Dios.
Éramos millares
los que leíamos en los ríos
la j de los cocodrilos
y escribíamos en los árboles
la S de todas las serpientes.

Cuando la cacería se cuajó en nuestras muñecas,


rastreamos el paso de Colón
y los blancos arroparon nuestro torso
con un cuero de cebra.
porque la pestilencia no hacía caso a las cadenas

Nuestras manos engrilladas


henchidas de Dios,
se elevaban a Dios,
clamaban a Dios.
Cuando la huella creció en la playa
nos subimos con los ojos a los árboles gigantes
para tragarnos el paisaje de América.

La tierra nueva
no era de todos.
Perdidos en catacumbas metálicas
charlábamos con las congas nigérrimas
para saber que no se nos quita el cuero de cebra
ni en los cañaverales ni en los cauchales
ni en los algodonales.

Y nuestras manos encallecidas


dudaban de Dios
Estrujaban a Dios.
126

Ya no somos millares,
somos millones.
Millones con una brocha y un machete,
que soñamos bajo todas las palmeras
que somos hombres,
hombres, sí, libres.

Eramos millares...
somos millones...

C O N T R IB U C IÓ N

África, África, África


tierra grande, verde y sol
en largas filas de mástiles
esclavos negros mandó.
Qué trágica fue la brújula
que nuestra ruta guió.
Qué amargos fueron los dátiles
que nuestra boca encontró.
Siempre han partido los látigos
nuestra espalda de cascol
y con nuestras manos ágiles
tocamos guasá y bongó.
Sacuden sus sones bárbaros
a los blancos, los de hoy,
invade la sangre cálida
de la raza de color,
porque el alma, la del África
que encadenada llegó,
a esta tierra de América
canela y candela dio.
127

LA T U N D A PARA E L N EG R IT O

Pórtate bien, mi morito.


pa que yo te dé café.
Porque si viene la tunda,
la tunda te va a cogé.

No te escondas, mi negrito,
que ya te voy a buscá,
y sí la tunda te encuentra,
la tunda te va a entundá.

Pa duro te toy criando,


y no pa flojo ¿sabé?
Y si te agarra la tunda,
la tunda te va a mordé.

Cuando llegués a sé hombre


vos tenés que trabajá.
Porque si viene la tunda,
la tunda te va a llevá.

No quiero que seas un bruto,


sino que sepás leé.
Que si te coge la tunda,
la tunda te va a comé.

Y no te dejés de naide,
respetáme sólo a mí.
Porque ya viene la tunda,
la tunda ya va a vení.

Echáte pronto en tu magua,


que no te voy a pegá.
¡Huy! ¡Que ya llega la tunda!
¡La tunda ya va a llegá!
128

JO LG O R IO

Está vomitando el bombo


su enorme bom.
Cununo que cununea:
taca, taca tom.
taca, taca, tom.
Arrulla la guacharaca:
chaca, chaca, guasá.
Risa de un palitroque:
taraca, taracatá
Va la marimba a soná:
tucu, tucu, tunn
tucu, tucu, tunn.

Canta un negro renegro,


venido del Telembí:
Zambambé, zambambú,
cachimba, cacherimbá.
Negrito caracumbé,
saca cuchillo, matá mujé.
Upapé, jajejá,
aé, aú.
Seguí cantando nomá,
que el negro no baila tango,
el negro tan sólo baila
carioca, marimba y rumba;
batuque, marimba y bomba.

Mamapunga, sudor,
tabaco y luz de candil;
patas de negro que suenan
sobre el pambil.
Los senos, la rabadilla
y el vientre bajo
que se emborracha con el olor.
129
Qué zamba pa tené bemba,
métele una zancadilla.
Zúmbale el mango,
zúmbale el mango.
Gira cabeza pamba,
brilla machete yambo,
que corta cambo,
que corta cambo.
Patas negras del mundo
que sólo bailan:
batuque, marimba y rumba.
Bembas de negros que cantan
candombe, marimba y conga.

SIN FO N ÍA BÁRBARA

Se escucha un retumbante trepidar


sobre el gran tambor del mundo:
¡Bómbom - búmbum!
¡Bómbom - búmbum!
¡Bómbom - búmbum!

Trajeron los mandingas candombe y calabó,


rugieron los tantanes en tierras de Colón:
la conga, la bamba, la rumba, la bomba
y sus fuerzas telúricas en sombra.
Aé - airó
aé - airó.
Ecos salvajes de africana tempestad.
Condensación de un gran espíritu bantú.
Aé - ajujú
aé - ajujú.
Y el bombo, rebombo, retumba.
Engendros horrorosos de tótem y tabú.
¡Oh, dioses primitivos de madera y de marfil!
130
¡Máscaras de brujos de impulso vegetal
ofician los rituales con hálito viril
y hay lúbricas faenas la noche de San Juan!
Macumba, macumbero, macumba.
Macumba, macumbero, macumba.
Por las copas rijosas de las palmas,
bajo el polvo tranquilo de la estrella,
se clava la liturgia de Oxalá.
Y el bombo, rebombo, retumba.

Danza guerrera vino,


danza guerrera va.
Kombumá - candombe - kombumá.
Kombumá - candombe - kombumá.
Uá. uá.
Danza guererra llegó,
danza guerrera que fue,
danza guerrera quedó.
Y la lanza que se hunde
y la rabia que se funde,
en nosotros está,
en nosotros irá.
Y el bombo, rebombo, retumba.

No amarrados como árboles,


sólo sueltos como pájaros.
En nuestras muñecas nunca más.
Antes que hierro,
primero muertos.
Canto guerrero que fue,
canto guerrero quedó.
Kombumá, candombe, kombumá.
Uá - uá - uá.
Y el bombo, rebombo, retumba.
C É S A R D Á V ILA A N D R A D E

( 1918- 1967)
César Dávila Andrade. Cuenca, 1918-Mérida (Vene­
zuela), 1967. En 1941 se traslada a Quito y luego a Guayaquil,
ciudades donde sobrevive dedicándose a diversos empleos. En
1949 viaja a Venezuela y reside en Caracas y Mérida, ejerce el
periodismo y colabora en revistas culturales. En poesía publicó,
entre otros, Oda a l Arquitecto. Canción a Teresita (1946), Espa­
cio me has vencido (1946), Catedral Salvaje (1951), Arco de ins­
tantes (1959), Boletín y elegía de las mitas (1960), En un lugar no
identificado (1962), Conexiones de tierra (1964). Postumamente
se publicó M ateria real (1970). En relato: Abandonados en la
tierra (1952), Trece relatos (1955) y Cabeza de gallo (1966). En
1984 el Banco Central del Ecuador y la Universidad Católica,
sede Cuenca, publicaron sus Obras completas. En 1993 la Bi­
blioteca Ayacucho, de Caracas, editó la antología Poesía, N a­
rrativa, Ensayo. Sus ensayos se encuentran dispersos en diversas
revistas y periódicos culturales del Ecuador y Venezuela.
ESPACIO, M E HAS V EN C ID O

Espacio, me has vencido. Ya sufro tu distancia.


Tu cercanía pesa sobre mi corazón.
Me abres el vago cofre de los astros perdidos
y hallo en ellos el nombre de todo lo que amé.
Espacio, me has vencido. Tus torrentes oscuros
brillan al ser abiertos por la profundidad,
y mientras se desfloran tus capas ilusorias
conozco que estás hecho de futuro sin fin.
Amo tu infinita soledad simultánea,
tu presencia invisible que huye su propio límite,
tu memoria en esferas de gaseosa constancia,
tu vacío colmado por la ausencia de Dios.

Ahora voy hacia ti, sin mi cadáver.


Llevo mi origen de profunda altura
bajo el que, extraño, padeció mi cuerpo.
Dejo en el fondo de los bellos días
mis sienes con sus rosas de delirio,
mi lengua de escorpiones sumergidos,
mis ojos hechos para ver la nada.

Dejo la puerta en que vivió mi ausencia,


mi voz perdida en un abril de estrellas
y una hoja de amor, sobre mi mesa.

Espacio, me has vencido. Muero en tu eterna vida.


En ti mato mi alma para vivir en todos.
Olvidaré la prisa en tu veloz firmeza
y el olvido, en tu abismo que unifica las cosas.

Adiós claras estatuas de blancos ojos tristes.


Navios en que el cielo, su alto azul infinito
volcaba dulcemente como sobre azucenas.
Adiós canción antigua en la aldea de junio,
1

________________________ 134_______________________________

tardes en las que todos, con los ojos cerrados


viajaban silenciosos hacia un país de incienso.
Adiós, Luis Van Beethoven, pecho despedazado
por las anclas de fuego de la música eterna.
Muchachas, las mis amigas. Muchachas extranjeras.
Dulces niñas de Francia. Tiernas mujeres de ámbar.
Os dejo. La distancia me entreabre sus cristales.
Desde el fondo dé mi alma me llama una carreta
que baja hasta la sombra de mi memoria en calma.
Allí quedará ella con sus frutos extraños
para que un niño ciego pueda encontrar mis pasos...

Espacio, me has vencido. Muero en tu inmensa vida.


En ti muere mi canto, para que en todos cante,
Espacio, me has vencido...

CATEDRAL SALVAJE
(fragmento)

¡Y vi toda la tierra de Tomebamba, florecida!


¡Sibambe, con sus hoces de azufre, cortando antorchas en la altura!
Las rocas del Carihuayrazo, recamadas de sílice e imanes.
¡El Cotopaxi, ardiendo en el ascua de su ebúrnea lascivia!
¡Hasta la mar dormida en la profundidad,
después de tanta audacia estéril y voluble!

¡Todo ardía bajo los despedazados cálices del sol!


¡Las infinitas grietas corrían como trenzas oscuras
sobre los bloques poderosos en que respira cada siglo el Cielo!

¿Qué profundos centauros pacen sobre tu corteza embrujada?


¿Qué dromedario, ardiendo, come tu polen
y lame tus piedras claveteadas de rocío pálido y amargo?
135
¡Aquí suena en la noche un pedazo de costilla contra el aire!
¡Alguien pretende huir de su semilla como de un chorro
enloquecido!
¡Atemos las potencias a sus cavidades:
mire la bestia su escultura de fuego sin morir!

¡Te llamas soledad! Señorío de piedra, abandonado!


¡Te llamas bosta de animal, quemada contra su mismo corazón!

¡Territorio de cumbres enhebradas al cénit,


por ti está ya árido el pecho de los ángeles!
¡Pero tú roncas, concentrando el oro que hace llorar a los locos
y pone a bailar la puntiaguda ropa del demente!

¡Tierra de murallas y de abismos,


cruzas sobre tus llaves de guayacán y azúcar,
como avispa engordada con sangre, tambaleando!
¡Ceniza de rocío desesperado, vuelve a la catarata!

Abajo veo una delgada vicuña mordisquear tus hojas frías.


Veo al loro gárrulo maldecir su lengua seca como la nuez.
¡Oigo a millares de ratas hambrientas,
royendo tus estribos de almidón en la noche!

La uña del comején tiene la fosa en que se hospeda la basílica;


pero no suena porque trabaja al son de las palabras.

Inmensa eres!
¡Entre madejas de trigos y cabuyos te retuerces, dormida!
¡Y te entregas mil veces como una ría ociosa
sobre mantos de piedra devorados por el cielo!

¿Qué animal es ése, de ojos de mujer, que mira los nevados


como un aposento de espejos o una piedra de placer?

Mastica con lenta gracia y yace entre volcanes.


¡Tiene vagina de muchacha y cohabita con los pastores solitarios
de las cumbres, en coito poderoso
136
de escultura funeraria!
¡Aquí el viento destruye las actividades de la podredumbre
y las huellas deliciosas se convierten en cicatrices pálidas!

¡Entre el humo del cataclismo los ríos son despeñados a la aurora!


¡Los hombres pierden sus casas entre olas de candela!
¡En sus cabellos revolotean el granizo y los relámpagos!

Los truenos saltan sobre una inmensa pata de candelabro.


¡Nada resiste al gran viento y el mismo vacío se emborracha
con la piel arrancada a los espacios!

¡Nada puede entrar en su corriente sin convertirse en música


o en crujido de muelas que blasfeman!
¡En su lecho de espanto renace el cielo a cada esquirla suelta!
¡Allí yace el cóndor con su médula partida
y derramada por la tempestad!
¡Amauta valeroso, toda verdadera canción es un naufragio!
¡Aquí no cantará nunca el pajarillo matinal!

¡Los dioses ebrios tambalean y el viento les abre


sus brillantísimas mandíbulas de Genios
hasta arrancarles saliva de frenesí!

¡Tremendo Imaginífico, rasga este firmamento sucio de nudos


y hélices!
¡Mi vehemencia me despuebla de toda igualdad!

¡En la solemnidad de la alta noche,


los Arquetipos lloran por sus pequeños títeres!
¡Todo es hueco tardío
en esta velocidad que apaga su futuro al besarlo!

¡La tempestad reúne los más altos pensamientos de desesperación


sobre la tierra escupida por sus hijos pródigos y crueles!
¡Esta es la comarca soñada por los malhechores blancos!

¡Mi corazón presintió sus navios, como cáscaras


roídas por los vagabundos del Océano!
137
¡Pájaros de las grandes aguas, sobre maderos perdidos,
flotando a la deriva de la sabiduría,
sobre cruces y cortezas vinieron!
¡Por el mar que se nutre de hojas transparentes
y profundos pastos atados a las heces del abismo!

¡En medio del maizal, temblé al oírlos reír en la lejanía del aire!
¡Venían fibrosos de sed y de lujuria!
¡Tenían dentera de hambre,
mandíbula para las hazañas,
testículos de machos cabríos para penetrar selvas vírgenes
y cambiar los ojos de las mujeres en gemas agonizantes!

¡Como cáncer del viento crece la tierra de los ápices


y cuelga entre cristales el zapato del venado!

¡En esta altura solo se conservan los diagramas del caos,


en soñolientos reinos, sin calor ni sonido!
¡Aquí todo vuelve al corpúsculo o al trueno!
¡Dios mismo es solo una repercusión, cada vez más distante,
en la fuga de los círculos!
¡Su mansión chorrea en el ojo que ha cesado de arder
y que empujan las moscas quereseras!

¡Oh, arriba, en las rojas mesetas desolladas por el viento,


las termitas suspenden su bolsa de miel negra!

¡En medio del furor del cataclismo, sigue inmóvil el Día!


¡Las cabelleras de las diosas yacen como arroyos de ungüentos
entre el humo sellado de las formas!

¡Un hombre habitó esta roca durante siglos


y fue alimentado por la aurora de las espigas
y las fuentes de semillas descubiertas por los loros!

¡Hoy duerme ante la boca de un horno abandonado


y escarba en la guitarra bilingüe del mendigo!
138

¡Esta es la cuarta comarca de la Tierra!


¡Acá no acude ya jamás el tiempo!
¡Un mendigo asciende por su arpa a los relámpagos universales!
¡Y la humildad disuelve como un veneno el paraíso!

¡Pero si la escalera rutilante mata su piedra en música,


la tierra del abismo matutino
amaestra la mortal joyería de la araña cabelluda!

¡Abajo ladra el fuego en su brasero de mil piernas!


¡Las hormigas empalidecen la carcajada del tigre
con la cruel armonía de un minuto de miel!

¡Millares de ojos acechan entre el tenaz parpadeo de la


pimienta,
al hombre que come mujer
y al animal que cabalga sobre su hembra
y come fuego en mesa encabritada!

¡Oh cópula sin pausa, la bestia sucesiva entra y sale de ti,


pudriendo la gran noche salobre como una vianda,
en continuo horario de carne pisoteada
por carne aguda que se baña
en el hueco de la chorreante llamarada!

¡Y tú, maizal de la altura, en verde arcangelería,


cabeceas bajo un falo tramutado en plumaje!
¡Dulce entre todas las gramíneas,
mujer y muchacho a un tiempo en la infinita vivienda
de ídolos vestidos por la aptitud eterna!

¡De esta tierra se exhala eternamente


el fantasma de la resurrección! ¡Sepulcro de mil cúspides!
¡Cada coima es un obelisco hacia la muerte!
¡Cada crepúsculo, un paulatino funeral!
¡Grandes barcos de nieve cabecean colmados de cadáveres
139
y frutos con semillas resurrectas
que agonizan empapadas en miel!

¡Homo salvaje de todas las especies!


¡El sacerdote antiguo come carnes saladas por el viento
y en su ara de leña te ofrece los sensuales holocaustos!

¡He aquí las mujeres adornadas con escorpiones de jade,


el pico purpúreo del tucán, las pinzas del cangrejo moro,
el pene tortuoso del erizo, la hiel violeta de los onocrótalos,
el ojo de la bestia biffonte, el huevo de pieles de la gran cebolla!
Las parvas ataviadas con cañas velludas, las ristras de peces
llorosos.
Los anzuelos, las ocarinas, las hondas cargadas con piedra
de torrente; las caracolas de cuerno, cocidas en brebajes.
¡Los jóvenes con el vientre abierto como un chorro de mirtos!

¡Sobre la piedra ardiente, trasmútalos, Horno Salvaje,


en tu infinita borrachera seca, que mata y glorifica!

¡Catedral de la altura, rezada por millares de insectos y de


cóndores!
¡Cataclismo incesante, sin sonido ni escombros!
¡Todo arde en ti con fuegos ulteriores,
dispuestos más allá de las bullentes formas combustibles!
¡Un trueno de infinita lentitud devora tus llanuras!

Los lacrimales de Tierra arden sobre la nieve.


En negras herrerías cantan los dioses ebrios.
¡Las recuas caen al abismo como hojarasca ensangrentada!
¡Los puentes son talados como peines
por las furiosas cabelleras!

¡Este jergón de piedra, nieve y lodo,


pisotean las muías y los dioses!
¡Cantamos ebrios, alrededor del ataúd de un niño
140
electrizado por la aurora!
¡Retumba el cubo óctuple de la tiniebla eterna!
¡Devoran los caníbales mariposas preñadas de sangre!
¡Los trenes de naranjas mueren ahogados en arena!
¡Los sismos desentierran nidos de calaveras extasiadas!

La oscuridad revienta como una odre de visceras e imanes.


Los tálamos descienden a los liqúenes inmemoriales.
¡Las mujeres se convierten en laberintos ansiosos de semilla,
desde los muslos que sacuden su tortuosa compuerta
hasta la piel borracha de los pómulos!

¡El trueno arrea al hombre hacia las grutas de las dantas.


Las dulces bestias convidan sus lechos a los extraviados!

¡Esta es la comarca de las tumbas esféricas


hechas por los oscuros alfareros del Sol!
¡Dentro, en cuclillas, los cadáveres de los incas,
frente a un puñado de maíz, esperan el retorno de sus almas,
coronadas de plumas y rociadas de especies!

Los blancos fémures de las mujeres


duermen entreverados con los fémures rojos de los reyes.
¡Larga boda sin calor ni semilla,
asegura en la tierra mortal un lecho sepultado!

¡Yo que jugué a la Juventud del Hombre,


alzo esta noche mi cadáver hacia los dioses!
¡Y mientras cae el rocío sobre el mundo,
atravieso la hoguera de la resurrección!
141

H O SPITA L

Siempre hacia las dos de la mañana,


llega la Muerte al Hospital.
En la puerta levanta su osamenta derecha, saludando,
y me sonríe su más sincero yeso.
Algo tiene del Sur del Mundo en la mirada,
y algo que es
como una cosa en la que todos se hallan
mudos, rezando por los sótanos.
Tiene algo de maíz blanquísimo de miedo;
y algo de pestañeo de tijeras.
Su nariz luce siempre la gracia
de la pequeña violeta mojada.

Siéntase a la cabecera de mi muerte


y me besa con su alma desdentada.
Luego, como es costumbre suya, monologa.

«Ah, esta noche no tengo a quien amar,


no tengo a quien matar».
«Si algún agonizante me pidiera ayuda,
le mataría con toda mi ternura».
«Pobres muertos, van llorando tras sus enterradores.
Vuelven, de noche, a sus cadáveres
y los hallan cerrados».

«Entran en las alcobas de los novios


y presencian, temblando, los combates nupciales».
«Tienen castrado ya su corazón de calcio».

Y todas las mañanas, a las tres del alba,


deja la Muerte el Hospital.

Duermo.
Me sueño el pulmón izquierdo,
como una cometa de unas vacaciones
142
que murieron de brisa natural.
Luego me sueño ambos pulmones,
como a dos ángeles arrodillados
frente a frente,
a los lados del Sagrario:
Le adoran a El y se ríen de Mí.

Ahora las Hermanas pasan ya con sus cisnes divididos


sobre las cabezas;
con los pechos sellados y secretos,
tras sus corazas de almidón y lienzo.

El día es largo como el éter.


La tarde se prolonga como un fémur.
Por esto los muertos dejan la comida
para el día siguiente,
y sus platos se enroscan como perros
que han perdido el hambre para siempre.

¡Qué bella es la salud


un día antes de la muerte!

Y otra vez, a las dos de la mañana,


entra la Buena.
Me besa con su boca de dos teclas
y me dice que esta noche no tiene a quién amar,
que no tiene a quién matar,
Luego se pone de hueso nuevamente,
y se aleja llorando por los muertos.

PO ESÍA Q UEM AD A

Entre las obras puras, nada que hacer. Tampoco


entre las Animas o las Ruinas.
143
El Poema debe ser extraviado totalmente
en el centro del juego, como
la convulsión de una cacería
en el fondo de una viscera.
Y reír de sí mismo
con el costillar del ventisquero.

Sólo lejos de ti, en el milagro


de no encerrar cordero en el pan de cada día.
Y nada que se asemeje
al punzante abalorio de los cítricos.

Me tentaré lejos de Dios, mano a mano,


a mí mismo,
con la sinceridad hambrienta del perro
que duerme temblando
sobre el pan enterrado por su madre.

¡Y te quemaré en mí, Poesía!


En ladrillos de venas de amor, te escribiré
empapándote profundamente.
¡Luego
vendrá el sol y te extraerá con los colmillos!

EN Q U É LUGAR

Quiero que me digas; de cualquier


modo debes decirme,
indicarme. Seguiré tu dedo, o
la piedra que lances
haciendo llamear, en ángulo, tu codo.

Allá, detrás de los hornos de quemar cal,


o más allá aún,
tras las zanjas en donde
144
se acumulan las coronas alquímicas de Urano
y el aire chilla como jengibre,
debe de estar Aquello.

Tienes que indicarme el lugar


antes de que este día se coagule.

Aquello debe tener el eco


envuelto en sí mismo,
como una piedra dentro de un durazno.

Tienes que indicarme. Tú,


que reposas más allá de la Fe
y de la Matemática.

¿Podré seguirlo en el ruido que pasa


y se detiene
súbitamente
en la oreja de papel?

¿Está, acaso, en ese sitio de tinieblas,


bajo las camas,
en donde se reúnen
todos los zapatos de este mundo?

VALLEJO PREPARA SU M U ER TE

Preparando tu pómulo, la estera de yeso, el ataúd


amado y lateral como un perro; y
preparando en piedra, lentamente, la aridez
necesaria a la ternura, el óxido en que el indio apoya el cristo;
preparando tus uñas, verticales con relación al tigre
y obtusas con relación al pan; venías,
sin saberlo, preparando la muerte de los sabios
cadáveres del alma y de los días de andinos cáñamos.
145
Feroz manipostería de los pobres!

Cada mañana, el salto de la cama a la llovizna


de pelo de lobo en la solapa
y en la mejilla con pimienta de honra y orín de crucifijo;
cada mañana, a cerrar la mano, aldabando
el pulgar al Pulgarcito y a otros niños de cañuto, tristes;
cada mañana a recibir
la tumba que, rebotando, cae desde los Andes a la polvareda.

El nacimiento de la Muerte es duro, es lento; tienes


que preparar con el Forense
el vermes pulmonar, estirarlo en la quena,
para que hile tu sangre hasta ser música!

A preparar la Muerte en el ovoide mismo en que fuimos,


de súbito, reventados a pura catapulta
de padre en nuestra madre; desde allí mismo,
a preparar el huevo subterráneo de la Muerte.

Y, después, todo el tiempo que nos sobra de célula


y de lóbulo rascado mentalmente,

Este edificar cuesta la vida de agua y la de albúmina metafísica


en la que Dios es un polluelo crudo de diamante,
y es la espina de su Madre, mujer de albañil y de geómetra!
Pero, cuesta también todo el cuerpo de Cristo, su hijo
pobre, crecido de viruta a carpintero!

Desde el Zapato macho en que anda el solo,


el pensativo de su cada día,
como una cruz que salta en una pata,
y golpea catorce veces siete, la casa enjabonada
de Pilatos; desde ese pie que estira la madera
para agarrar el gólgota por su asa
de escudilla agujereada y calavera; así,
en sólo un pie y en una esquina
a preparar tu viernes cada día,
y tu gusano, anillo por anillo!
146

Habiendo atravesado todo tu organismo de ayuno


y tu sepulcro tantas veces visto
sentado entre amigos; habiendo atravesado así,
sales cada mañana solo, de ti mismo,
a convencerte a fuerza de cortezas,
de que la Tierra es un gran pan
quemado en cada puerta, un horno frío
cerrado en su Domingo de Ceniza!
Así, en París de setecientos panes, tu Viernes ázimo
te robó hasta el hostia, el panecillo último,
desayuno tristísimo del alma
que no ha comido nunca con el cuerpo,
como se debe,
entre una Madre y su Hijo!

Y, bien:
Abajo, es siempre viernes, cuando partes; arriba,
es siempre víspera infinita
y el dios terrible de los infelices
se lava a cuatro manos las espumas,
los infusorios hijos, la Burbuja
y el hoyo funeral que la explica!
147

PO EM A

Si ahora vuelve, niégale. Preséntale a su mar.


Así, vestido ya de algún espejo, se alejará.
Hay que madurar. Oscurécete.
Si golpea, escúchale. Tiene una forma
cuando queda fuera.

La lluvia le ciñe un paisaje demoledor


y sus hierros pueden dar pan
a la muía en que pasa.

Pequeño Joven: aún no puedes


crearlo como Huésped.
Oye cómo persuaden las viejas herrerías.

Los dedos salvajes


y los salvajes meses de Marzo
son todo viento sobre su cabellera
nutrida ya de polos.

Toda resurrección te hará más solitario.


Mas, si en verdad quieres morir,
disminuir ante los pórticos,
comunicarte,
entonces ábrele.
Se llama Necesidad.
Y anda vestido de arma,
de caballo sin sueño,
de Poema.
148

PER SO N A

Persona, por favor, de calcio, de líneas


de betún y buril, persona. Los hombros así,
bajo los hombros, como si colgaran para la carga
o lá sombra.
Persona toda tú. En nombre del Padre. Persona.
Más cal sobre más piedra. Personalmente.
Y en lo íntimo, detenciones y límites.
Es de derecho y de plexo. Persona.
Derecho personal en polvillo. Iris del hombre.
Persona, ya te tocan. Vuelves. Te asombras
de estar en el mismo sitio, entre personas.
Ha reventado el albedrío y desangras.
Es tu persona de sílice contra la de pómez.
Persona, tú, y sobre ti la Persona Infinita
que te ama, pisándote las huellas.
Persona, no te olvides,
sal de ti ahora mismo.

PR O FESIÓ N D E FE

No hay angustia mayor que la de luchar envuelto


en la tela que rodea
la pequeña casa del poeta durante la tormenta.
Además,
están ahí las moscas,
veloces en su ociosidad,
buscando la sabor adulterina
y dale y dale vueltas
frente a las aberturas del rostro más entregado
a su verdadera cualidad.
El forcejeo con la tela obstructiva
149
se repliega en las cuevas comunicantes del corazón
o dentro de la glándula de veneno del entrecejo
cuyos tabiques son
verticales al Fuego
y horizontales al Éter.
Y la Poesía, el dolor más antiguo de la Tierra,
bebe en los huecos del costado de San Sebastián
el sol vasomotor
abierto por las flechas.
Pero la voluntad del poema
embiste
aquí
y
allá
la Tela
y elige, a oscuras aún, los objetos sonoros,
las riñas de alas,
los abalorios que pululan en la boca del cántaro.
Pero la teta se encoje y ninguna práctica
es capaz de renovar
la agonía creadora del delfín.
El pez sólo puede salvarse en el relámpago.
H U G O S A L A Z A R T A M A R IZ

( 1923- 1999)
Hugo Salazar Tamariz. Cuenca, 1923-Guayaquil, 1999.
Profesor universitario, dramaturgo. Es autor de los poemarios
Transparencia en el trébol (1948), M i parcela de magia (1949),
E l habitante amenazado (1933), Poemas desnudos (1958),
Sinfonía de los antepasados (1960), Apuntes delforastero (1963),
Tres poemas (1968) y Por así decirlo (1977). En novela: Otra
historia del mismo lobo (1964), Algo es algo (1985), Diálogo de
una gente intransigente (1988). En teatro: La llaga (1963), La
falsa muerte de un ciclista, Toque de queda, Por un plato de arroz
(1969), En los tiempos de la Colonia (1979).
SIN FO N ÍA D E LO S A N TEPA SA D O S

Solos
y de puntillas al borde del asombro
estamos,
en el centro mágico de los nombres,
castigados de ciclos,
de guerras
y de polvo,
como un fruto que enciende su piel en la tiniebla.
Avidos vigilantes que,
sin embargo,
somos
tan sólo como el viento sobre la buena tierra:
pasajera cosecha de canciones
y ausencia,
eterno niño convertido en fechas.

Rojo licor que corre como un venado,


somos,
y alzamos la palabra frente al viento sin muros,
renunciando la forma del ángel en los hombros
y clavando con furia los dientes en el duro
alimento del tiempo repleto de presagios.
Alguien dijo,
alargando su voz tibia
y desnuda:
-Som os sombra labrada por anónimas sombras-,
y es verdad!
Oh,
las sombras que a los padres preocupan
en la noche,
moviéndolos como a hojas...
154
Y ellos
y nosotros,
vasijas nunca llenas,
hambre de compañera,
de justicia
y cereal,
desbordamos el vino,
los proyectos,
la pena,
la dura sal de entonces,
el hervor de la espera,
los cien frutos cortados para la diaria cena,
la mínima semilla que justifica al surco
mientras llueven los días en los cuerpos oscuros.
Hacía ellos volvemos la cabeza,
muy solos,
como los campesinos que retornan cargando
su brazada de trigo
y de abandono!

Desde los bisabuelos ignorados al margen,


hortelanos de flores,
de barbas
y de olvidos
en la huerta abonada de crepúsculo
y sangre,
conocemos el polvo que amasa en sus artesas
todo cuanto se extiende de la nube a la hormiga,
del silencio a los vítores,
de la novia a la madre,
desde el seno a la frase,
de la bruma a la vida,
de la mano infantil a la cometa.
155
Oh,
ellos
y nosotros,
rumorosos
e inquietos.
agua golpeada contra musgosas piedras blancas,
encontramos vocales en el siseo lento
de las leves sandalias de un campo de cebada.
Tenían tal cantidad de impenetrable bosque
en sus espíritu que,
de lejos,
su carne
era el árbol añoso que se convierte en odre;
simulaban paisajes en la séptima luna,
flameando con un viento de maíz
y leyenda,
desnudos
y totales como un día de lluvia,
con un sabor a duendes en su chicha morena
y en su nostalgia sin explicaciones.

ingrimos como dioses,


velaban recogidos
al pie de las nociones de la rueda
y la rosa;
como hogueras,
herían el vientre femenino,
hurgando en el futuro su repetida forma.
Oh,
profundas abuelas surcadas de deseos;
lejano
y tibio nido al fondo de una selva
Oh,
profusas abuelas de llanto insomne,
cómo
os veo arrodilladas recontando los trojes:
156
y las limpias gavillas del día
y de la noche,
o bajando a las vegas con rumor de terrones
desprendidos por unos pies de cobre.

Oh,
surco de los progenitores en el fondo
de la apretada tierra que huele
y siente
bajo las estaciones;
en el brocal del pozo
esperamos el cubo de agua amarga
y breve;
un agua tan completa como el cielo en verano,
tan llena como la confesión de los amantes...
Oh,
tierna agua fluida,
líquido solitario,
última instancia de la terrestre sangre...

Oh,
vosotros,
los puros ausentes inclinados
sudando en los sembríos como horas de invierno,
dejando en las praderas vuestros antiguos pasos
descalzos,
que corrían por los cerrados sueños.
No sabría nombraros,
pero desde mi canto
sale la llamarada
y crepita
y se vuelca
sobre mis mil hermanos:
157
molineros del llanto,
picapedreros que hallan en su alma la cantera
necesitados con las manos llenas...!

Os quiero ver alzando las ya doradas parvas


y las faldas repletas de hijos venideros,
desde la simple línea clara de las ventanas
que aún existen al fondo de los caminos viejos.
Oh,
vosotros,
que estabais allí,
precisamente,
prolongando la rama,
la ribera,
la voz,
encaramados sobre las semillas candentes,
dándonos un destino de alfareros...

Hay que poner el aire ala entrada del límite


y gritar que ya en todo está a punto la flor,
oh,
longevos guerreros,
pescadores humildes!
Cómo es posible,
entonces,
que vuestra luenga tierra
batida de sudores,
de hijos,
de jornadas,
esté en otras manos.
Y la fiera corteza
titila como un astro entre las noches largas,
alzando su marea de protesta.
158
Oh,
vosotros,
sentados sobre la vieja piedra
grande
junto al quicio sin puerta
y sin esperas,
vigilando el granero múltiple de las hembras,
repasando lecciones de saliva
y de estrellas:,
qué amor en los perfiles del cerro
y de los hijos,
cuando se abate herida de sueño la pupila,
cabe el hogar,
sobre el oscuro
y arduo piso
donde ningún pariente extraña su comida
ni piensa en la partida que está cerca.

Cómo escucho ese eco de vuestra audaz carrera


insatisfecha
y pálida,
fatigando los sexos,
parecida al rugir de imponderables fieras
Nada pudo detener su avance.
Y cayeron
vencidos de estaciones terrestres,
de costumbres,
los amados hermanos que domaron el fuego;
no cayeron vencidos de conquistas ni guerras
pues sus raíces eran tan hondas como el tiempo
que es un árbol;
árbol lleno de nidos
y días,
días de pies livianos que llegan
y que pisan
un inmenso lagar lleno de polen!
159
Nos habláis desde estancias de apetito insaciable
bajo la geografía,
ahora dormidos padres,
con el profundo tono del hombre tras los besos.
Os veo en todos cuantos del amor participan:
mis vecinos,
que cuidan su trágica candela
al fondo de sus casas en perenne desvelo,
rodeados de angustias,
de dudas,
de cadenas,
pero con ambas manos en la vida.

Oh,
repletos de ausencia,
tensos arcos que ahora
hienden,
lejos,
la espesa soledad de sus selvas;
aquí,
oscuros parientes desviaran la aorta
mágica de la ciencia
y amenazan la siembra
con fatídicos ángeles de hidrógeno
y cobalto,
soplando en la mañana de las mieces la entera
longitud de la muerte,
del espanto
y del caos.
Oh,
manes de los chasquis,
fallecidos eternos;
pueden batir sus alas en los cielos de infierno
pero no ha de secarse ni la luz ni la fuente,
porque en todos los puntos cardinales del hombre
cuidamos la redonda vida de la ternura,
vigilando sus amplios horizontes.
160
Pasáis,
todos los días,
por frente a mi ventana,
deseados cuerpos duros,
amados rostros simples,
perforando la adusta soledad que no acaba.
Cóm o me duele,
entonces,
el tránsito seguro,
irremisible hundirse hasta el cuello del alma,
repletos de burbujas,
de tacto,
de capullos,
atónitos de ser irrepetibles!

Quiero que estéis conmigo cuando mi parca cena


finalice,
cuando el sol en los hondos platos
del día rebose
cuando esté al filo de la
espada,
impagable,
cumplidos ya los plazos
y embriagado del jugo dionisíaco
y fértil
que exprimió vuestro abrazo mientras tendía,
duro,
a lo largo del viento,
su postrer epidermis.
Quiero que estéis conmigo cuando sea la hora
de alzar el mantel blanco puesto para la cena,
y cuando se interrumpa mi abecedario alegre
y se nublen las manos al buscarme.
161
Y,
con todos vosotros estaré,
la alborada
en que despierte el hombre liberado
y hermoso,
dueño
y señor del júbilo,
la canción
y la raza,
después de haber limpiado de sus ojos el polvo.
En mi mano,
la eterna mano que ha construido
desde una oscura cueva hasta una sinfonía,
habrá un cartel ardiendo,
una bandera,
un lirio,
y en la apretada marcha de los pasos sin réplica
oirán todos los muertos,
desde todos los siglos,
cómo canta la verdadera vida!
F R A N C I S C O G R A N IZ O

( 1925- 2009)
Francisco Granizo. Quito (1925-2009). Ejerció el pe­
riodismo, la crítica literaria, la diplomacia y la cátedra univer­
sitaria. En poesía publicó Por el breve polvo (1951), Diecinueve
poemas (1954), La piedra (1958), N ada más el verbo (1969),
M uerte y caza de la madre (1990). En ensayo, De la poesía
(1972, varios autores). Su novela, La piscina, se publicó en el
2001. En el 2005 la Casa de la Cultura Ecuatoriana publicó,
dentro de la serie «Poesía Junta», una selección de su obra lírica
que además incluye E l sonido de tus pasos y Fedro: drama en seis
escenas de un acto.
M é t e m e , D io s , en la c ela d a c e ld a .

Insaciable, celoso,
muerde la entraña. Dios,
bebe, mi pozo
olvidado y profundo, te estremezca
la vasta sed de gozo.

Recluyeme, Señor,
cuida el postigo,
suelta el lebrel furioso de tu amor
y quédate conmigo.

M o r d ié n d o t e ,

sacudiéndote
como el hueso que el perro extrae del muladar,
de la vida así te arranco, Dios.
Eres inmundo,
medras en la náusea y el hedor de la náusea
o purísimo,
bueno,
absorto
a náusea caes, sempiterno
¿Eres la llaga o el gusano que la devora eres?
¿qué más da?
si en el tiempo decaeciente eres,
sólo eres
¡oh asqueroso!
dentro o fuera de mí,
el mismo, vil y amado
¿contra ti peco o tú me pecas, Dios?

En asfaltos caído
abro los ojos a tu luz
¿son estas sombras el vaho de tu verbo?
166

Eran ingenuos los dedos míos


y mi mano era todo el amor,
todo el amor corriendo
como un ángel sobre la dulce piel.

Ciegos, los ojos míos eran


¡suave tiniebla, claro tacto feliz!

De alta tierra de viento, caído


¿soy tu sombra por vagar a tu luz?

Fui gozoso.
Mordí la alegría como un pan,
y desnudo, me amaban.

Porque me has dado, divina, esta carne,


este hábito brutal,
yo, herido,
pudriéndome en tu baba feroz
¿he de amarte?

Porque, melosa, la viva cal del sexo,


la queja de tu vientre
suelta -sacra perfidia-
estos fetos atroces,
hombres -dices, se dicen-
¿he de amarles?
Porque de harapos viste mi mugre la llaga de tu beso
¿tu mano lúbrica ha de rasgarlos,
violador?

¡Ay, tú me pecas!
y eres sucio
buen Dios que así nos haces
de carne y sueño
¿para yacer?
inacabable
167
hueso
falo
hambre mía
te arranco.

¡Oh desnudo lejos de ti,


sin ojos,
devuélveme a la niebla del ángel,
a la noche animal,
Déjame el alma,
larva quieta,
en el mar!

Mas, oh asqueroso, te amo.

Detente amado.
Fija
los grandes vagos ojos vacíos
en esta atada, pávida, agria pequeñez,
Por una sola vez,
por sólo el hoyo del segundo,
cierra
la enorme boca balbuciente de cosmos
y de la floja fauce limpia
la bella baba eterna y estelar.
Mira y calla y detén el bamboleante paso,
y con nosotros,
tus hijos,
queda
padre,
inmenso bobo,
amado,
amante Dios.

Tus ojos, ciego bruto, y nada más.


Tu silencio, verbo, y nada más.
De ti ya no queremos más.
168

SO N E T O S D E L A M O R TO TA L

C orazón...
Robusto con la gracia
d e u n jo v en cam pesino
q u e atraviesa d e un salto e l río.
F e d e r i c o G a r c ía L o r c a

EN V ÍO II

Aquí, de amor y entrega,


tu peso, el peso mío,
y el corazón de certidumbre y tierra,
pájaro por los aires del oído.

Aquí, muda, la cera


de los años baldíos
¡ay, qué sudor y tela
al viento de tus trigos!

Una sal de frambuesa


en la imposible dimensión del frío,
y tu dulzura terca
de mar y signos,
ahogándome la pena
de cada cosa que no fue contigo
¡Amor, pájaro, tierra,
hoja, cadalso! ¡y mío!

Llegado, amado, júbilo y abrojo,


ángel veloz del miedo y del asfalto,
tu pie, reconocido sobresalto,
sobre la arena breve de mi antojo.
169

Qué cadena de tiempo, qué cerrojo


de vejez a la puerta y a tu asalto
desvanecido muro y por el alto
vuelo mi corazón y tu sonrojo.

Tarda fruta gozosa anochecía


y al pájaro del beso acongojaba
en una rama de sabiduría.

Suave flecha falaz, huida aljaba,


cómo se desaló mi cacería,
ángel feroz, pero tu pie pasaba.

De suave suelo dulce certidumbre


si a su yacer y fallecer excita,
dura abeja la voz se precipita
por cantiles de flor y podredumbre.

Giro de pez, de pétalo y herrumbre,


ahogada forma de su luna, cuita
de interminable sal, cómo la habita
casto vuelo de piedra y pesadumbre.

Y de escama a caída miel, isleño


tronco en el eco de las algas mudo
y de la sabia fruta el cataclismo.

Por silencios y sogas de su sueño


atada alondra del placer desnudo
para el reclamo ciego del abismo.
170

Trepa tu suave muro mi alarido


en el espanto de la noche densa
¡no, qué palabra te diré que venza
la cera despiadada de tu oído!

Qué palabra de flecha y de gemido


hiriéndote la sangre, forma tensa
de miedo y desamor, alta vergüenza...
¡cuan indecible el corazón caído!

Duro, como de piedra, está el sollozo,


como de puño, duro, y no golpea
la tristísima celda de tu gozo.

Y así va a ser, así, que no te vea


amor desesperado y perezoso...
y pues de ser así, ¡que nada sea!

E L SO N ID O D E T U S PASOS

S u en a , n o , n o la v o z , t ú , t u p is a d a

por el aire más puro, y es arena


la sombra de tu pie, y es la cadena
para mi planta, piedra desalada

al borde del espanto... Nada, nada


suene, apenas tu huella y la condena
divina de seguirla mía, ajena,
en distancias y tiempos retomada.

Suenan tus pasos, gozo presentido


en algas de cristales, caracola;
yo enmudecido en mi palabra sola
171

y el nombre de tu cuerpo resumido,


duro viento de amor, pisada y ola
en las ávidas sirtes del oído.

¿H a s d esper ta d o ?

Cuando dormías en las cuevas saciadas,


cuando en los ecos tus sueños tropezaron
y los intensos brazos
amarrados
por tan exiguos trapos
ateridos canarios retenían,
file una risa
la risa
sola risa,
mordedura y venablo.

Descendemos
cogidos de las manos
al breve basurero del canto.
Recurrimos a todos los desvíos,
huellas y atajos,
hurtándonos de acuciantes almizcles,
solos tu olor y el mío
al final de los hediondos días,
nacidos, desnacidos
del tiempo de los sueños a este tiempo del sueño
acudimos.

No, no llegaste,
estabas.
En la fruta terrible de mi tarde,
alta flor, tu mañana.
Alta de trino y término,
refería ansia e intento,
a las pulpas ahítas.
172

Qué suelo y nube


se resuelven en ala.
La tarde acude
a pintar la mañana.
Qué tarde y fruta,
flor y mañana
han desatado un ángel
y una campana.
Flor de mis ecos
y fruta de tus alas,
en el tiempo sin tiempo
atadas.
JO R G E E N R IQ U E A D O U M

( 1926)

WBBÍ
Jorge Enrique Adoum. Ambato, 1926. Estudió Derecho
y Filosofía. Fue editor de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. En
París trabajó para la U N ESC O en programa culturales, fue redactor
de E l Correo de la Unesco y trabajó como lector de literatura para
Gallimard. En 1949 publicó su primer libro de poesía, Ecuador
amargo, al que seguirían la serie de Los cuadernos de la Tierra (4v.,
1952-1961, Premio Casa de las Américas, Cuba, 1960), Informe
personal sobre la situación (1973), No son todos los que están...
(1979), E l amor desenterrado y otros poemas (1993). En 1976 pu­
blica su novela Entre M arxy una mujer desnuda (Premio Xavier Vi-
llaurrutia, México, 1976) y en 1995, Ciudad sin ángel (finalista
del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, 1997). En
teatro publica E l sol bajo laspatas de los caballos (1970). En ensayo:
Poesía del siglo XX (1957), La gran literatura del30 (1984), Sin am­
bages. Textosy contextos (1989), Ecuador: señas particulares (1997),
Mirando a todaspartes (1999) y De cercay de memoria -lecturas, au­
tores, lugares- (2003). En 1989 se le concedió el Premio Nacional
de Cultura Eugenio Espejo al conjunto de su obra.
LO S O R ÍG E N E S

Soledad, aquí nos recibió la noche,


aquí tu amor de yodo, tu corpórea
violencia, como una paz de azufre.

Qué difícil, amor, tu territorio:


era la ceñuda geografía, la dentadura
lenta del océano mordiendo el hueso
de la orilla, y el jaguar
como un relámpago del suelo.

Entre las hojas del fluvial otoño


está mi vieja lágrima mezclada
como un rocío familiar a su simétrica
dulzura; tras la almohada del ceibo
está el fantasma, el difunto
con su lágrima seca que gotea
a las raíces.
El lagarto fue una larga
y arrugada luna en media muerte,
y buscaba mis cáscaras, mi pobre
condecoración de estrella cruda,
mi máscara de polvo y de sabana.

Adonde vaya, tu boca me asesina,


donde toco territorio, el odio
de tu cal me está esperando, oh
rencor de lo árido y de este mediodía
que gobierna las olas. Mas la vida
violeta está en el alba, en el agua
que el cuenco recogió y me mezquina.
Pero sufro de ti, sufro
de vaho y cordillera, como
176
de un túnel que de pronto me llamase
y castigándome siempre me rodease
como una sal sin albedrío o tiempo.

Yo no tuve destino sino esfuerzo,


sino la mordedura azul con que la ortiga
defendió su país abandonado, y los vestíbulos
del carbón sin nadie. No tuve
sueño para olvidar el día ni esponsales
que dieran fósforo a la espera: fue dura
soledad y sobresalto: me asedió hasta morir
el ventisquero y la garra fue escribiendo
sus húmedos renglones en mi espalda.
Siempre había una montaña deteniéndome,
siempre empujándome lo hostil a que me fuera;
¡hasta el agua era viril, agua de piedra,
como si una catedral se derramara!
Y sólo tengo lo que no he perdido:
la volcánica furia en las raíces, este
espejo quebrado por el trueno, todo
lo que de ti se alzaba a combatirme.

No era el enemigo ni la malaventura. No fue


la flecha que acecha tras el árbol
ni el hombre que mira tras la flecha:
antes de la emboscada, era la vacilante
tierra que se llevó el torrente, era
la voluntad estéril que me azotó las manos
para que olvidaran su memoria de labranza;
fue en la estación inoportuna, el muro
de piedra pómez respirando en su caries,
el granizo que traía su incesante
lágrima de azote, el sol
con su disturbio sin misericordia.
Y amé tu odio, la furiosa presencia
de tus liqúenes, la hostil cordialidad
de la cabuya; amé tu invierno errante, tu
buitre matemático sobre mi propia
177
bestia, tu rostro de madera
y cuero. Cien veces me narraba
el caracol su suave viaje pegado
al paladar, cien veces besé la rama
y la diadema del joven capulí, y todavía
la grieta me era necesaria como un sexo
vengativo, aún rompía el duelo firme
en la antracita, aún me hallaron
los temblores destruyendo túmulos, aún
amaba
el suelo sordo, el suelo áspero,
el suelo que caía sobre el ser
como una maldición en pozo abierto.

G O O D -BY E LO LA

indiamente estoico estoy co­


mo desterrado descielado también
acostumbrándome a este mal malo
de la tos de la memoria
mismamante sin por qué
yéndome
como quien no quiere la cosa

SUNDAY BLO O D Y SUNDAY

vallejo sabe que también es bocón el sepulcro del domingo


lagartamente tragón de lo que entonces es nosotros
el resto de monigote zarandeado entre semana
el sueño con que nos postergamos o nos disminuimos
esta desactividad de postvivo acostumbrado
a los quién sabe los cómo los qué pena
178

el mundo es desde hace años un domingo de tarde


la estación de donde cada vez regresas a lo que eres
los aeropuertos donde se menos acaban los que quedan
donde dios está en todas partes puro eco
de ese bisílabo que me duele adentrísimo

(domingamente bocabajo bajo qué boca


te le estarás muriendo a alguien despacito)

menos mal que desde el lunes se piensa en otra cosa

EPITAFIO D E L EXTR A N JER O VIVO

con hambre y hembra este hombre


surreal su realidad
desretratado en su pasaporte
descontento en este descontexto
trabajando y trasubiendo
para desagonizarse de puro malamado
queriendo incluso desencruelecerse
pararse a reparar y repararse
pero no le da tiempo
esta república sepulturería pública
y sigue remuriendo en un círculo virtuoso
de su larga desmuerte enduelecido

P O N T SA IN T-M ICH EL

los jóvenes han invadido la tierra por parejas


un pescado abrazado a otro pescado
y en todos los rincones del desierto
179
el doble animal el montón único
ciegos que se reconocen oliéndose la oreja
o sordos que se oyen con la lengua

en esta fría devoración quién de los dos es ella


quién pondrá entre los dos una guitarra
quién envidioso los separará con una espada
o les dará colérico noticias de la guerra

6, RU E C LA U D E M ATRAT

A través de la pared resucita el vecino,


oigo sus pasos, el bostezo con que se reconoce,
el chorro con que se comprueba, la insolente
relojería doméstica. No se quién es, cómo
se llama ni para qué despierta tan temprano
y alevoso.
Hoy no ha sonado todavía
y temo que llegue tarde a su deshora
y se quede sin nada, y tengo ganas de llamar
a su puerta, recordarle que existe, que no puede
dejarme sin indicios de su paradero.
En cuanto
a los demás, no hace ruido su vida, no sé
contra quién frota su miércoles la sirvienta
ni a dónde lleva el perro las mañanas
a su jubilado tirado por la oreja.
Qué
sé yo de cuantos me rodean, por ejemplo
de mí, sino lo que me tolero, lo que me toco,
lo poco que me veo y que me digo,
yo mi vecino, mi sirviente, mi perro.
180

E L A M O R D E SE N T ER R A D O
(fragmento)

...porque en el paleolítico debo haber sido muy niño todavía,


preguntón, curioso y lleno de presagios del ser tercero que
forman dos personas mayores
cuando se encierran con llave o con la noche
y la tierra hubiera esperado diez mil años hasta que yo crezca y
comprenda
para mostrarme ahora a la intemperie esto:
la primera pareja como dos palabras juntas
con un breve vacío donde estuvo un día el guión varonil
(hembra la conjunción copulativa),
anudados hasta hoy, amor fosilizado, estatua viva encajonada,
mientras nosotros, voyeurs del siglo xx, viejos a cualquier edad,
con nuestro muerto amor a cuestas,
removiendo tablones, telas de nylon, piedras que las sostienen,
y acostándonos junto a ellos para atisbar la inmodesta y
duradera amarra
que no acaba jamás en estallido,
nos hundimos el corazón para que no se avergüence
frente a ese amor que existe todavía
en estos esqueletos de anteayer en los que yace
igual que la ternura que cayó de la caricia al hueso.

Como si corriera hacia atrás, cayendo y tropezando, o también


hacia abajo,
en busca del primer gesto con que empezó la interminable
sucesión de cuerpos que arracima el delirio
y me encontrara con esta lección de barroca arquitectura ósea
que echó a perder la historia
o, psicoanalista de la tierra, indagando en qué capa, a qué
profundidad del tiempo
vinieron a incrustarse estas conchas llenas de arena
como la oreja de una bañista acostada en la playa.
181
Quizás la mar (ya sólo olor distante de mujer la mar),
ahora penetrada por una lengua de arenoso territorio,
alargaba entonces sus brazos para tocar esta axila de ceniza
(hace siglos tal vez bajo estas dunas de espinas y petróleo
hubo una tierra verde donde llovió como iba a llover en el
Antiguo Testamento
y no volvió a llover jamás vaciado para siempre el cielo)
y aquí se lavaba la mujer apegada al varón antes del gozo y
después del sueño.

Y como hubo un tiempo en que no había palabras


vendrá un tiempo en que no habrá palabras;
nos quedarán sólo letras de mano, fonemas de saliva
y una lenta sintaxis para ordenar los miembros
que los demás asuntos desordenan,
por ejemplo la libertad de estar por las piernas a otro encadenado
o retener entre las piernas al que podría liberarse para ir a rodar
boca abajo en el sueño.
Pero ¿era ya la poesía?
¿Con que palabras -separadas del objeto que designan-
encajaba la lengua del varón en sus tres quiebras
cuando la madurez del beso le condujo a otras entradas que
ignoró su inocencia?
Y en ese viaje irrenunciable, cuando se desliza o cae al
bajovientre
a saludar al día,
o a preguntarle boca a boca a la otra boca como a una virgen
¿te dolió mucho? ¿te moriste?
¿pudo el haberle dicho «acostada te quiero/ horizonte te quiero/
de pie me parece que te irías?».
¿Con qué palabras («sentí tu corazón/ único hijo/
latir abajo en el velludo territorio»)
acompañaba la mujer temerosa y sabia, con lágrimas de sonido,
el gesto final a que llegó su estatuaria
tras haber ensayado todas las acomodaciones:
los muslos ya amansados, abriéndose para dejar entrar al hombre
182
-bibulbo en la bivalva vulva-,
sin agua entre la quilla de los vientres
o sin aire entre vientre y grupa,
o para arponeada de semen dejar salir al hijo,
como si cóncava y litúrgica se abandonara a la ola,
desdoncellada por el mar que entonces
levantaba su voz de patriarca no aplacado?

¿Con palabras de qué lengua -sirvienta despertada antes del


alba-
soñaban monosílabos?
¿Y cómo se decía, si se decía, lengua en esa lengua
para significarse que ambos están atados por la lengua?
¿En que soñaban el varón al lado de su barca junto al remero
revolcada
y en qué la mujer junto al remo del varón adormecida?
¿Sueña él acaso cuando la lame y la ama?

(Polvo de un lenguaje que vino a dejar aquí sus restos,


ceremonia ritual de la lengua en el subterráneo sonoro de la
nada,
silencio que sacrilego rompo con esta palabrería.)
183

PO STA LES D E L T R Ó P IC O C O N M U JER ES

A briendo tranquilam ente las p iern a s d el ahorcado


Com o se abren las persianas a l alba
Y a n n is R it s o s

...e s o fu e hace tiem po


y, adem ás, la m oza ha m uerto.
T .S . E l io t

II

Ha sacado a la calle la habitación: el baúl sin entrañas


y la cama de hospital ya hecha para cuando decida
terminar de morirse, asimismo, sin pareja.
De rodillas, ocupación, ritual, friega en el piso,
con un agua de lejía en que ha disuelto llanto,
no sé si con placer, prisa, rencor o rabia
-com o cuando se cava una sepultura-, las manchas
(se dirían de sangre) que dejan las cosas que se rompen
al caer, el amor por ejemplo, u otros proyectos.

Cuando se asea la única habitación el domingo


al mediodía, es porque se piensa vivir el domingo
de tarde e incluso prolongarse hasta mañana.
O sea que no todo está perdido: pueden llegar visitas,
tendrá ella que sentarse a la puerta y esperarlas
a contarse cada una cómo le fue en la vida.

Pero recuerdo a Karen que a otra edad y en otro clima


se lavó el pelo, regó las plantas, dio de comer al gato
y tiró la basura antes de matarse. Por eso temo
que una mujer que limpia el suelo de rodillas
vuelva a poner en su sitio los muebles, los rencores,
antes de acostarse a morir el domingo de noche.
184
IV

El vendrá esta noche, clandestino. ¿Y no es


conspiración con uno mismo lo que intenta
cada amante contra el otro? ¿No es conspiración,
a su edad, la de ella, entre sábanas y sombras?

La he visto verse desnuda, y por partes, que es más triste,


estudiarse aplicadamente el cuerpo zebrado por el sol tras las
persianas,
comprobarse todavía apta para las ocupaciones de la noche
si tan sólo pudiera quitarse las manchas de los golpes,
el paso de los partos y los otros errores
y hacer que él no le sienta al tacto la tristeza
que la afea como un tajo que tuviera en el vientre.

Y después, ¿todo igual a otras veces, el mismo


vendaval de otro varón en la misma cama,
presagios de un futuro que la vez pasada
le duró sólo hasta cuando terminó de desvestirse,
el recuerdo de una caricia bajo la almohada
con que lleva la cuenta de los años sola,
escritura de preso en las paredes?

Duele recomenzar una conversación después de haber


perdido el habla.
Duele resucitar en el espejo y admitirse.
Duele ir tirando de nuevo ios botones de la blusa
para reconocer el camino de regreso de la cama.
E F R A ÍN JA R A ID R O V O

( 1926)
Efraín Jara Idrovo. Cuenca, 1926. Estudios de Dere­
cho, Literatura y Filosofía en la Universidad de Cuenca. Ejer­
ció la cátedra universitaria. Presidente de la Casa de la Cultura
Ecuatoriana, Núcleo del Azuay, y director de la revista de letras
E l Guacamayo y la Serpiente. En 1954 viaja a las Islas Galápa­
gos donde reside, con intervalos, hasta 1958. Publica sus pri­
meros libros de poesía Tránsito en la ceniza en 1947 y Rastro de
la ausencia en 1948. En 1963 publica el poema Balada de la
hija y las profundas evidencias. En 1973 aparece Dos poemas
(«Acto y añoranza de amor» y «El almuerzo del solitario») y en
1978 sollozo porpedro jara. Luego publica In memoriam (1980),
Alguien dispone de su muerte (1988) y Los rostros de Bros (1997).
En 1999 se edita en Quito la reunión de su poesía en E l mundo
de las evidencias: obra poética, 1945-1998. Ese mismo año
recibe el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo por su
trayectoria en las letras nacionales.

a is . •■na g saT/a.a a r-T -, ¿san lz e &s s - - * * * * -íran m esm o raB í


E L A LM U ER ZO D E L SO LITA RIO

maniatado en el torrente de la duración


así te quise ver
viejo y roñoso amigo efraín
piedra confundida
entre el estruendo de piedras de la desesperación

tanta presunción de follajes ya envilecidos


por la dorada lepra del otoño
tanto tremor
temblor
fragor
tantos remolinos de frustraciones y sueños
tanto ir y venir de la conciencia al mundo
y al fin quedarse extraviado
en el dédalo de espejos de las palabras
¿hay algo tras que roer el hueso del tiempo
bajo el silencio de las estrellas?
y si esto es todo
como en verdad es todo
¡salud deslumbramiento enceguecedor del instante!
¡salud rastro del meteoro!
¡salud rostro curtido por los rigores del relámpago!
no de hojas arrebatadas por la tempestad
sino de fría y obstinada pasión de usurero
por los metales preciosos
están hechos el destino y la poesía
5rojodelfrenesí
12negrodelasoledad
asdebrillosdelsexo
dadoscargadosdelamuerte
hay el azar
y no hay el azar
porque es menester haber peregrinado muchos años
por las arenas del esplendor
188
para que nuestros pasos se anticipen a lo imprevisible
como el impulso del gavilán al ímpetu del viento
ah desdichado y conmovedor animal
orinado por la necesidad y la costumbre
abandonado a la erranza de témpano de la indolencia
al otro lado del otro lado del tiempo
repitiéndote
repitiéndote
y repitiéndote
como un mecanismo estropeado
como un implacable afanarse de hormigas
la fatalidad que te sorprende siempre dormido
la palma colmada de rosas del amor
que ya no reconoces
la subterránea corriente de truenos de la especie
el hocico húmedo
torpemente certero
y feroz de los apetitos
la piedra reverberante y sin peso del hambre
el estómago como cuero de res templado entre estacas
¡el almuerzo
señores
el aaalmmmuuueeerrrzzzoooo!

siniestramente hermoso es
e indómito
quien puso a blanquear sus huesos
bajo el deslumbramiento de cuchillos de la intemperie
quien por nada tener
todo lo acepta reconocido
todo lo pone a incandescer junto a su corazón
y todo lo exalta
y desborda
pero al peso dorado de fruto de la plenitud
sólo llegamos por la renuncia
como a la cantera de rayos de la pureza
por lo augusto de la desnudez
189
olor a trapos fermentados por la rutina
¡nunca más!
trampa de los deberes conyugales
¡ya no más!
pantano de los honores y genuflexiones
¡jamás!
aniversarios melancólicamente ruidosos
sábados devorados por la infección de las visitas
llaveros engordados hasta la obesidad
y uno cada vez más próspero
y desamparado
más compre un congelador
y lleve gratis una batidora
sombríamente cada vez menos futuro y más pasado
los honorables padres de la patria
padres
podres
pudrepatrias
asumen el poder en nombre de la democracia
la historia se limpia con el infeliz de nixon
¡si estas vacaciones pudiera ir al mar!
ah poderosa hedentina a eyaculación
de las playas en la madrugada
ah delirante vocabulario de azucenas de la espuma
el jueves toca cena donde los fernández
no te olvides de tomar la píldora anticonceptiva

en el aire radiante de la soledad


adquieren los pensamientos la nitidez de las espadas
o de las osamentas de los caballos en el desierto
soledad luminosa
soledad establecida como pepa en el fruto
soledad en la que todo lo que cruza por el corazón
se consume en llamarada
como en el aliento de topacios del estío
no aceptamos la trayectoria de flecha de la duración
para lamentarnos
sino para maravillarnos
190
empapado por la lluvia de la purificación
llega el canto del pájaro
asoma entre las rajaduras de la sal
el sollozante temblor de ala de cigarra de los retoños
hubo que arriesgarse descalzo sobre las brasas
para ganar la vida
para que el tiempo decline su cólera
en los ramajes de la sangre
y las palabras centelleen como un bosque de lámparas

olor vociferante de la cebolla


olor chirriante de la cebolla
(con los ojos bañados en llanto
¡canta
solitario
canta!
la cebolla
se va a la olla
tralalá
tralalá)
olor bravio de axila exasperada
olor petulante y ofensivo de excitación animal
planeta de agujas y dientes de la pimienta
limaduras áureas del comino
dulce aspereza de vello puberal del orégano
hay en el tomate la insolencia de las verrugas
iracundos dientes de roedor del ajo
lágrimas de silenciosa resignación del aceite
deleite
aceite
afeite del apetito
como si se tronchara un árbol de trinos
crepita la dorada galaxia del sofrito
zumbido de abejas
trueno de berilos
crujir de cardos secos en las sienes del fuego
¡aromas y sonidos de la vida!
cada sensación nos instala en una nueva ola
191
cada ráfaga de olor niega la muerte
cada latido es un encuentro y una despedida
presente implacable
presente y ausente
presente ya ausente
la pisada de meteoro del presente
por su propia condición de instantaneidad
sólo es eco
o nostalgia
en realidad nada es
nada está
todo se hace y deshace
¿cuándo luimos señalados por el dedo de la impaciencia?
¿cuándo nosotros
los fugaces
con el alma chorreando confusión y oscuridad
nos decidimos por la intrépida ocupación
de pulidores de diamantes?
ah remolino de formas
desencadenado por un alfarero demente
ah peldaños resbaladizos
y pérfidos del desvarío
pero el alarido desesperado de la perduración
pero la gran voluntad de espejo de las imágenes
el deslumbrante imperio de soles de la belleza
no se es
se llega a ser el solitario
la obstinación de la lente que concentra la luz
la polea que gira delirante sobre sí misma
el astro suspendido
a pura fulguración en el vacío
en la penumbra de enredaderas
del vientre de la madre
fuimos macerados por la soledad
y la incertidumbre
y desde entonces
siempre blandiendo la espada contra la dispersión
siempre modelándonos como una ánfora preciosa
192
siempre vigilando nuestra pequeña radón de adversidad
el olor a animal sudado de la perseverancia
¡ah infancia
floresta nunca hollada
por la pata de elefante del tiempo!
sólo entonces
en el entoncesinentonces
en el sueño de cordero entre las flores de la inocencia
inocencia
indolencia
sin dolencia
de la conciencia
la pura ingravidez del ser
la frase nunca acabada del mar
el ala que se desplaza sin agitar el aire
el ojo que se contempla sin devorar el mundo

loor a la médula de los huesos de la vaca


a las túnicas de jade de la col
a los oscuros sabañones de las papas
bienvenidos puerros vermiformes
suculento amargor de los nabos
tiernas estalactitas de las zanahorias
¡sopa de verduras del desolado!
pegaso cálido que lo transporta
a la torre más alta del arrobamiento
pague a tiempo sus impuestos con un 10% de descuento
francisco franco agoniza durante 34 días
-¡parece que los gusanos se han declarado en huelga!-
el equipo de fútbol local puntea el campeonato
hay que crear una sobretasa sobre el agua potable
para dotar de preservativos a los arcángeles
¡a la mierda!
caprinos
caprunos
cabrones
todavía mi yo es mi yo
polen aventado en las florestas
193
rastro desasosegante del cometa
garra desaprensiva del milano
estruendo de astros en la garganta del volcán
piedra que anima la corola de círculos del agua
todavía mi yo es mi yo
y no ceniza estéril esparcida
en el asfalto de la tercera persona del plural

bullelaguaenlaolla
bulladetallosdeagua
esta hambre
estambre de fuego del hambre
enjambre de mariposas del hambre
lunares de leopardo de la grasa flotan sobre la sopa
es la hora de las ramitas de apio
la hora de los rizos del perejil
de compruébese la sal y rectifiqúese
-los solitarios son tremendamente apegados
a la ortodoxia inútil de las recetas­
en realidad no se es
se llega a ser el solitario
la bandera ensimismada en su tempestad de palomas
la majestad arisca del velamen del albatros
el harpa caída en el ojo de estupor del huracán
porque alguien ha de alimentarse de espinas
para labrar las pestañas de la rosa
alguien ha de aceptar los terrores de la aniquilación
para que el instante no se desvanezca
como en el regazo de las tinieblas
la espada lamida por el relámpago
o el salto del pez entre el tumulto de las olas

y ahora la inmaculada escarcha del arroz


el orden febricitante
de la cámara de larvas del termitero
los dientecillos de leche del arroz
su nitidez de lágrimas de perdiz
la nieve sobre la que se enardece como un sol
194
el huevo frito
el prodigio de la carne en la sartén
asediada por las constelaciones del aceite

lili el animal
gremial
social
oficial
el ciudadano tranquilo
en la impersonalidad de sus pantuflas
pero detrás de estas facciones
de indio melancólico y cortés
se escuchaba el bramido de la grieta del sismo
el silbo del viento en el pajonal
el vaho ardiente de cobra de los instintos
¿es la abundancia de lo que no nos pertenece
la causa de nuestra aflicción?
¿o tal vez nuestra ineptitud para mirar
la rutilante orfebrería del cielo nocturno
sin que nos agobien las interrogaciones?
¡olvida todo esto!
acepta simplemente que estamos aquí
que es cosa de privilegio
y ventura
dar testimonio de la duración que no somos
sentando perdidamente ebrios de amor
a lo efímero sobre nuestras rodillas

cacerolas
colillas
platos sucios
corredores colmados de desesperanza
en los días tormentosos del solitario
los botones le abandonan sin despedirse
(con los ojos enrojecidos por el insomnio
¡canta
solitario
canta!
195
los botones
son mis únicos
doblones
tralalá
tralalá)
las alverjas germinan
de tanto guardar un poco para el día siguiente
fermentan los limones
y los recuerdos
ya para qué tender la cama
¿cómo es posible la existencia de dios
si el hombre está hecho para morir?
calzoncillos y libros en el suelo
uno se vuelve dos
y habla hasta por la bragueta
uno se vuelve lascivo
cínico
tierno
hostilmente autobiográfico
el dolor es la arrogancia de la conciencia
¿cuál cojudo?
¿cuál polvo en las sillas?
¿cuál rencor de ojo de pulpo del perecimiento?

el almuerzo está servido


sabes que no te envidian la camisa
sino la alegría
no te envidian la comida
sino el hambre
no abominan tu pobreza
sino tu desesperación
el gran júbilo de tu desesperación
cuando sangre y mundo contienden
en los declives profundos de tu corazón
o braceas hacia la vigilia
con un ramo de palabras abrasadas por el frenesí
solherido
solitario
solidario
196
pon un concierto de bach en el tocacintas
y sentado a la mesa ensalza tus dones frugales
esta hermosa y brutal incoherencia de la vida.
F R A N C IS C O T O B A R G A R C ÍA

( 192 8 )
Francisco Tobar García. Quito, 1928. Estudios uni­
versitarios en Quito y Madrid. Profesor universitario, diplo­
mático y autor dramático. En 1954 funda en Quito el Teatro
Independiente, que existe hasta 1970. Su obra poética incluye
Amargo (1951), Segismundo y Z alatiel (1951), Sm ara (1954),
Naufragio (1961), Canon perpetuo (1967), Ebrio de eternidad
(1991) y La luz labrada (1996). Su obra de teatro más impor­
tante es En los ojos vacíos de la gente.
H IM N O S A SYDIA

He llegado a la cima
Desde donde el camino comienza a ser más fácil
no porque al término haya alguien quien me espere,
sino porque, cansado de buscar,
prefiero la llanura que en la mar desemboca.
Estoy saciado:
no he comido manjares, ni he bebido
en abundancia.
Es simplemente la resignación,
el temor de pedir y de no encontrar respuesta,
hallar al fin herida, la propia voz en el silencio.
De aquí veo las huertas
en las que, sin empeño, trabajan los ancianos
recogiendo al acaso
los frutos que las aves desprendieron,
verdes aún,
o los que el viento hizo rodar junto a la acequia.
Por lo menos, debajo de los árboles
hay un poco de sombra...
Sentado aquí, en la altura, veo rodar mis sueños,
Aunque la tentación de regresar es tan grande
que he cerrado los ojos!
Inútil es saber que nadie pudo volver a la penumbra,
Al claustro donde un tiempo
escuchamos el canto de febriles abejas!

Es que, a pesar de todo,


y de saber que el largo camino de regreso ya no es nada,
sino un rumor que absorberá la noche,
todavía me empeño en descifrar el lenguaje de un niño
que iluminó la cueva materna con extraños dibujos
de cacerías en el Alba.
200

Mañana un sol más tibio irá adelante...


descenderé sin prisa la ladera del páramo,
porque nada me impulsa
y, más bien, el misterio de la mar en lejuras,
el no saber a ciencia cierta
qué eternidad ha de sobrecogerme,
hará que baje silenciosamente, • 1, i, 1
que me detenga un rato a mirar un insecto
o que envidie la muerte de un animal salvaje.
í * r*, . . ?' . . • ‘. * 1. .i i *. ' . - :. n

II

Cuando ha dejado de llover, los álamos


adquieren un verdor casi increíble. Sobre la tierra húmeda,
más negra aún, se ha tendido la sombra ya translúcida
del sol y, en el camino,
tú eres un increíble
milagro que no cesa, abierto ante mis ojos
como un sueño que brota y se detiene en los párpados mojados
y transformado en realidad, conserva
todavía esa breve, sutil, casi inaudita
transparencia que tienen los objetos más puros
cuando una mano solamente los levanta.
Oh que inmensa alegría
verte llegar
después de tantos días de lluvia!
No has pronunciado una palabra; escuchas,
escuchas con pasión nuestros pasos debajo de las ramas
y ni siquiera se te ocurre pensar en ti misma...
Eres un agua que se da en humilde entrega,
la oración compartida antes que el viento
en su ulular presagie mi agonía,
porque muere el amor como mueren las aves en septiembre...
Apenas deje de volar la tarde murmurante
y cien alas respondan la invocación lejana de los árboles
te llevaré hasta mi alma.
201
Mas, nada acucia nuestros labios; son tan grandes y plenas
las palabras de amor dichas sin prisa
en el mundo imposible de la noche!
Oh Dios mío, qué bellas son las manos de las mujeres
cuando al simple contacto
pueden decir
toda la vida en ellas retenida y la esperanza!
No permitas que un pie errante profane la espuma,
que una mano deshoje las alas de la rosa;
hoy es un día consagrado a las aves que nunca regresan
que traspasan el cielo!
Qué puras son las manos de las mujeres cuando pueden
ocultar ese llanto y ese estremecimiento
de las tardes que cruzan
como nubes de zinc, mientras palomas ciegas
revuelan tristemente y acaban en el cieno..

Por qué he venido a buscarte en lo más lóbrego del bosque?


Acaso eres el gamo que se esconde al sonar las trompetas de la
cruel cacería?
Tú eres la Luz, la Vida, la verdadera vida que se opone
a las caricias falsas de quien persigue al hombre
y al fin rehuye el íntimo abrazo donde un instante asoma la
eternidad!

Pero también te he perseguido en otros sitios innombrables


y he llorado de vergüenza, porque estabas desnudo,
Aunque yo haya perdido esa triste vergüenza de la carne.
Te he buscado en la senda anochecida, en los cuerpos yacentes
délas mártires que hacen ofrenda de sus lágrimas a los dioses de
arcilla,
en la pagoda iluminada por los bonzos flameantes y en circo,
mientras giraban las cometas y el Gran Oso imponía espanto
en la salvaje muchedumbre.
A veces, en el lecho, después de haber saciado mi boca con
inmundas promesas
202
y atado tu silencio a mi silencio, como un perro a la cola de
otro perro,
creyendo que te odiaba, he llegado hacia ti...
y aun en ese instante supremo te he negado!
Para mí no han existido la casa más oscura ni el burdel
suspendido en las breñas como un encantamiento;
donde los hombres temen aventurarse,
he llegado y he visto, a través de los toscos vitrales de Chagall,
en la vacía oscuridad tu Cabeza sangrante
y he escuchado los golpes del martillo! Y tus manos seguían
intactas como extrañas mariposas!

Pero jamás he andado como ahora tan cerca de la muerte,


en la ciudad que envuelve como una soga el río lentamente,
complaciéndome en lerdos pensamientos de lujuria y destrucción.
Puedo decirte ahora: que ya conozco todas tus iglesias,
donde otra oscuridad, diferente de todas, parecida a la ausencia,
es apenas un Eco de tu Voz que resuena en el desierto...

He vagado en las calles sin alma, dentro del imposible,


alejándome en círculos de mí mismo, a sabiendas,
con esta culpa que me roe, los filísimos dientes en el pulso,
y he estado en mitad de la tierra
cuando los grandes vientos
se llevan nuestras súplicas,
se llevan de la tierra vacía, que gira inútilmente
mientras los ebrios cantan cogidos de la mano!
Amanecí desnudo como Tú, colgando de mi sombra
y vi a mis pies
animales inmundos que hociqueaban entre los desperdicios!

Señor te amé desesperadamente


con las uñas,
con los pies y las manos, a pesar del infierno,
con esta fuerza ajena de todos los sentidos!
Te he gritado, te he oído, te he palpado y hundido mis manos
en tus llagas:
te he mascado como un caballo al freno
203
y, sin embargo,
no seguiré tu huella
y me rebelaré contra mis padres y las leyes brutales y ordinarias
hasta que un día tomes mi cuerpo entre tus brazos
y des término al día y en la noche descanse
como un perro sin amo a la orilla del Templo!
: ^¿meszzs&'j&p:- 7 :..-'
CA R LO S ED U A R D O JA R A M U IjO

( 1932)
Carlos Eduardo Jaramillo. Loja, 1932. Estudió Dere­
cho en la Universidad de Guayaquil. Abogado, profesor uni­
versitario y magistrado judicial. Reside en la ciudad de
Guayaquil. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía Es­
critos sobre la arena (1959), La trampa (1964), M aneras de vivir
y de morir (1965), E l hombre que quemó sus brújulas (1966), La
noche y los vencidos (1967), Las desvelaciones de Jacob (1970),
Una vez la felicidad (1972), Viaje a l planeta Eurídice (1973),
Perseo ante el espejo (1974), La edad delfuego (1977), Tralfa-
madore (1977), Blues de la calle Loja (1991) y Canciones leve­
mente sadomasoquistas (2000). En el 2007 recibió el Premio
Nacional de Cultura Eugenio Espejo en reconocimiento a su
trayectoria poética.
E L H O M B R E Q U E Q U EM Ó SU S BRÚ JU LA S

Hubiera querido que fuese su porvenir


un aire no respirado
poder limpiarse la memoria
de baratijas amadas
(pero el amor estaba tan
bruscamente
atravesado de compromiso).
Hubiera querido que se inundara su cerebro
de la música sólo, no de la letra
de las ideas
que los conceptos no fueran una cáscara
de resbalar
sino una pulpa de comer.
Hubiera querido que sus dedos no fuesen tan
promiscuos
su urbanidad tan equivocada.
Hubiera querido dirigir su corazón por un camino
pero el corazón le tiraba para otro
que su corazón fuese su libro de consulta
pero el libro se le extraviaba.
Hubiera querido acudir al sano consejo del raciocinio
sin encontrar que era sobornable
saludar el aire de las muchachas
la alegre cola de los perros
sin que perros y aire se le enfurruñaran.
Hubiera querido estar desnudo
y lo acompañaban los recuerdos
hubiera querido estar en compañía
y cada cual tiraba para su molino.

Este hombre estaba solo.


Y buscaba un amigo
(pero Jesús había muerto. De Dios
poco se sabía).
208

Fue a las iglesias


y sólo halló el espeso incienso de la culpa
fue a todos los lugares donde el hombre se agrupa
y no halló un solo rostro, sino máscaras
de circunstancia.
Entonces quemó todas sus brújulas.
Y se quedó en la vida.
i * f ¿i , i j

Hasta ahora está allí.

LA LU Z AM ARGA

P orque no espero volver otra vez


P orque no espero
P orque yo sé q u e e l tiem po es sólo tiem po
Y e l lugar siem pre y nada más q u e el lugar
Y lo real es real sólo p o r un m om ento.
N o perm itas q u e nos engañem os con nuestras falsedades
Enséñanos a interesam os y desinteresam os
Enséñanos a estar quietos.
T. S. E l i o t , M i é r c o l e s d e C e n iz a

Empalado en palabras, reincidiendo


en el mito de la dilucidación por la palabra
en la sed de la permanencia intemporal
(el alma pájaro invisible desencadenado por la muerte)
en la ilusión de un razonante estar
olvidando que la conciencia es indivisible y que con su
finitud
estar o ser importa una higa y lo mismo dará
la transfiguración, la transmigración
el paso por el aro de la mutabilidad
los estados cinéticos.
Sin mi humana conciencia personal
209
sin mi pomposo guante para retar a Dios
sin mi dolor de muela
sin mi cansancio y las mujeres que lo comparten
en el reiterado rito de la copulación tan sin la gracia,
el hábito reemplazando al instinto
sin mi casco de espacio
y yo llenando el hueco y trasladándolo
¿por qué la constante de la necedad
del dolor en la mano que amputaron
y querer agarrar con esa mano
cosas que aún no existen?
La trampa mágica de pensar en Dios
la trampa de la salvación cuyo fatuo resplandor
nos entretiene por tan largo tiempo.

Nos damos cuenta que dentro de la luz como en la


oscuridad
nuestro brillo será un guiño de sol en el reverberante
mar
una sombra fugaz en la penumbra.
Y sin embargo hay un secreto impulso
que nos lleva a querer significar
a pesar algo, un poco más, mucho más.
La huella sí, con su falso tufo de inmortalidad
no para sugerir nuestro ropaje
definitivamente escamoteado por el lienzo o la estatua
sino el golpe, la impronta espiritual
que el dedo puesto en la carne viva de una idea o un
bello sentimiento
sienta aún nuestro fuego en el resucitado rescoldo de
las palabras
o en la instantaneidad de la acción
repuesta bajo la arcada de un recuerdo más largo que
una vida.
Por eso el tiempo que se nos va nos duele
210
como al desarmado ojo del cazador el soberbio antílope
que a grandes saltos despaciosos se pierde en la llanura.
Porque no es el olor a león y barro de la muerte lo que
nos asusta
sino la falta de gracia conque nos movemos en la velocidad
el eco de algodón de nuestro paso
la carencia
la retorcida nostalgia de sentirnos frustrados antes que
los deseos
la mirada de buey conque arrebañadamente
bajamos, tropezando, al abrevadero de la sombra.

SE M U EV E H ER M O SA

Se mueve hermosa en la inseguridad


como un indeciso colibrí
como un fino animal aún oloroso
a lluvia y flores
perdido en el laberinco de mosaico y vidrio
de las oficinas.
Estos son los instantes de la gracia
ésta la gloria de la transitoriedad
el irrepetible fulgor de las cosas que tienen
una primera vez
aunque sea de llanto
el regalo del tiempo embellecido por la muerte.

EU R ÍD IC E

Sobre todo porque no quería que se perdiera


de la cabeza de Eurídice
el recuerdo
211
de mi primero y largo amor,
y además porque la otra
mitad de mi ternura debía tenerla ella,
a los infiernos
donde me dijeron
había bajado
fui a buscarla:
por boites
por hospitales
por fumaderos grises
por prostíbulos,
hasta que di con ella en un lugar
lleno de brazos que la disputaban,
porque ella bailaba mejor que ninguna
a pesar de sus hondas ojeras.

Supe que sólo podía llevármela dormida


después de mucho beber y tocarle jazz
porque eso decía recordarle a Orfeo
un músico a quien parece quiso mucho
en cambio cuyo rostro había olvidado.
Mas, traté de salir violentamente
de aquellos como muertos bulliciosos
que se aterraban cuando yo decía «mañana»;
y entonces me empujaron
me cerraron las puertas,
y de la mano de ella un dedo quedó atrapado
que yo recogí con amor.

Y aunque golpeé
y pateé
ya nunca más me abrieron.

Este hueso que pende en mi llavero


es el pulgar de Eurídice.
Al otro día la encontraron muerta
por vez segunda.
212

PER SEO A N T E E L ESPEJO

Porque el Héroe fue dotado del espejo de la Verdad


no podía caer en el engaño de la hermosura de la Gorgona
la radiante explosión de su cabellera fulgurante
la galaxia de sus ojos transformándose en estrellas
la cambiante eternidad del cosmos en sus ojos
cargados con el poder de la petrificación y la muerte
el ardoroso amor alimentado por el instante sólo
del deseo
hasta la eyaculación y la sombra.
Pero el Héroe podía ver en el espejo la nefanda metáfora
las silbantes serpientes, el ácido fuego, el desollante amor
y saltar la apariencia.

QLa salva, en realidad, el que no la conoce?)


Fue así por una vez.
En la excepción estaba, en el caso, el ejemplo.
Y rodó la cabeza y el peligro. Y liberó el encantamiento.
El Héroe tenía bajo la rodilla
la hermosa cabeza cercenada -en los ojos la solitaria
inocuidad de la sombra cósmica-
y el espejo vacío. En el espejo el rostro demudado
del vencedor ante su extraña gloria. Y el chirriante
sonido de la eternidad.

Gorgona, amada muerta mía.


¿Vale la muerte contra la belleza
de una sola de las sierpes finísimas de tus cabellos
y tus ojos galácticos donde hervía la vida
tras el sumo ritual del éxtasis?-
¿Quién nos dará el espejo para recuperar nuestra
alma
confundida
bajo vil apariencia?
¿O el espejo no existe. Y es nuestra mente la
213
deformadora
bajo inventados bebedizos y cábalas; los ojos,
inocentes?

ER R A N D O A N T E LO S O JO S D E LAS
M U JER ES PÁJARO

Porque ya no soy mas una flecha en el aire


vibrando ante los ojos de las mujeres pájaro
y porque de algún modo erré el blanco
(la juventud pasó
la juventud pasó)
y porque no hay una segunda oportunidad
la vida no se recobra
tengo que conformarme con las mujeres flor
zumbando aún como una viciosa abeja
que se guarda las mieles para sí
tengo que ver la vida
correr desde la orilla
temeroso de los ojos de las mujeres pájaro
o de los hombres águila
que a veces se posan en mi como sobre un intruso
con un desdibujado interés.
Ah ¿cuándo
entró en mi corazón el temor a ser rechazado
a saber que no encajo?
¿Tan breve era mi tiempo, tan avara
la estación de mi plenitud?
¿O es que no puedo vivir
fuera de la matriz cada vez más cerrada
de mis viejos afectos?
214

PRIM AVERA E N N A N T E R R E

Cuando el reinado de las bellas fiases fue sobre Nanterre


y las proclamas en los muros eran lema y poema
cuando los tulipanes del pensamiento explotaron
antes que los bastones de la policía
abrieran las rosas del cráneo,
fue verdaderamente bueno para el corazón del hombre
que los jóvenes dijeran su protesta
como potros azules
que las muchachas alzaran en la multitud
sus altas piernas blancas como mástiles
sus cabelleras negras como banderas
Fue verdaderamente importante
hermoso
apedrear
gritar
embadurnar paredes
enarbolar carteles en lugar de fusiles
Fue verdaderamente grande
es todavía
una embriaguez que dura
y que debe durar porque los sobrios
se vuelven tontos
mansos
cobardes
porque sin exaltación
fuerza y poesía
el viejo árbol del mundo se va a venir abajo
sin que pueda servir para otra cosa
que para alimentar nuestras hogueras.

A bril 17y 69
215

A D IÓ S N ARA NJA M ECÁ N ICA

La revolución del cordero sexi /profetas


beatniks teníais razón/
conjugó fábulas moods tiempo histórico
dio y encontró la onda en la que el Hijo del Hombre
‘anduvo
o su espíritu de nuevo está
las misas Godspel Jesucristo Super-star
o cualquier otra
con percusión sonido electrónico
folk -esto es importante
sobre este rock levantaré mi iglesia—
y sobre todo no perder la fe
no caer en el pecado
/tampoco era válida toda la profecía
Ginsberg podrido/
marihuana sí heroína no
la personalísima comunión de los hongos
el ácido o el peyotl
la polarización del sexo
la no violencia
se va haciendo con las costumbres nuevas La Escritura
Adiós a los viejos sabios: Jesús niño
vuelve a poner en Jaque a los doctores
de la ley
adiós Clockwork Orange ultraviolencia
la libertad no tendrá más esa cola atávica
adiós águilas buitres adiós héroes guerreros
las generaciones bélicas pasarán al basurero de la historia.

Marzo 24, 72
216

EN A M O R A M IEN TO D E L Á N G E L

Cuando sus ojos la descubrieron


brillaron de tal modo
que temió que ocurriera una catástrofe
Que encandilara a los conductores de los
• automóviles
Que todos se fijaran en él y le temieran
Que ella sintiera de golpe su jubilosa animalidad
y no estuviera en celo
Salió casi en carrera
con los ojos llameando
husmeó ella en el aire el olor del ángel huidizo
buscó las señas del que debía amar
en la móvil muralla impenetrable
y volvió una vez más
desconsolada
a la soledad de su belleza
que espantaba al ángel.

EL Á N G EL

Cuando ella va por su séptimo café y su segunda de


Marlboro
inmovilizada en cama por agudos pensamientos como
una inválida
y él tarda y seguro debe estar con otra
de pronto es como si el techo del mundo se le viniera
encima
la muerte flama entonces a la puerta vestida de
Vendedora de Fungicidas
se hace después Mariposa del Profundo Sueño y
desaparece al fondo del frasco de sedantes
217
pero María Bethania pesca al vuelo su papel de Ángel
de la Guarda
y hace su consabido discurso ininteligible
el despertador toca a rebato por la hora de la papilla
el Ángel desciende y es la nena que chupa la cuchara y
da patadas y se encoge y retuerce como un gusano
y todo vuelve a ser trivial y hermoso y tan ocupado
que ya no deja tiempo para los complicados arabescos
de la desdicha.

E N C U E N T R O S CER CA N O S D E L T E R C ER TIPO

Esto recuerdo: tu cuerpo descendiendo


de pie al fondo de la piscina
ondeante el largo pelo
y las pequeñas burbujas velándote los ojos
de alga marina
yo debajo del agua contemplándote
como un Tritón
ardiendo
y el enlazarte el talle bajo el agua
y subir tú primero rozándome la quilla de tus
pechos
tus muslos
el delicado animal de tus pies
eso fue todo
y allí quedó la imperceptible y persistente huella
del estremecimiento y de la plenitud
de aquel encuentro
Te amé muchacha entonces
y de seguro antes y después de ese bautizo en aguas de la dicha
no importa que un domingo cualquiera
nos encontremos en el parque o en el hall de algún
cine/función de vermouth a las 10 a.m./
cada quien con un pequeño hijo fregando por ahí
218
al pairo de nuestros cónyuges terrestres
bondadosos como plantas de maceta
y nos saludemos con una brevísima sonrisa
y una ráfaga de pasado nos entre como arena en los ojos
y después qué distancia
qué asombrada distancia cuando nuestros ojos
se cruzan de nuevo.

E L C A ST O R

Com o un castor
construyo mi vida
fuertes obras de ingeniería
y la creciente llega
sorda
y lo destruye codo
mis optimistas duros dientes
de castor
se cansan
terminan mordiendo
una casa circular
imposible
No es culpa del agua
ni del castor
ni de la palizada
pero ocurre
ocurre siempre
Después todos celebran
los diques
las galerías
las obligadas formas de sobrevivir
del invencible
D A V ID L E D E S M A V Á Z Q U E Z

( 1934- 1961)
David Ledesma Vásquez. Guayaquil, 1934-1961. Fue
actor radiofónico y de teatro. Sus libros de poesía son Cristal
(1933), Club 7(1954, de autoría colectiva), Gris (1958), Los días
sucios (1960). Postumamente apareció Cuaderno de Orfeo (1962).
M ELA N CO LY RH A PSO D Y

Hablo de la nostalgia que camina


como perro callado, en derredor,
con su pelambre espesa de recuerdos.
Y el rabo entre las patas. Desolado.

Lily era una niña mitad ángel;


la otra mitad, caricia.
Pegada de su nombre con resina
de viajes. De olvidados charcos de agua.
Detrás de su mirada chapoteaban
pececillos inquietos. Y garuaba
sobre su corazón una ternura
siempre a punco de brisa. De esfumarse.
Ella me amaba. Pude amarla.

Hablo de los antiguos barrios. De las casas


donde viví hace tiempo. De las tablas
del piso que crujían con un dolor de viejas solitarias.
Hablo de los hoteles. De las calles
donde gastamos suelas y semanas.
Hablo de Lily con saliva amarga
y mi lengua la toca al pronunciarla.
Son las 4 a. m. de un día largo y plomo.
Y llueve en la ventana. Y en los ojos.

A R Q U ITEC TU R A D E LA SO M BRA

Tiernamente abrazada de mis piernas,


paralela al silencio de la noche,
a todas horas -leve tallo mío—
en hilo de distancias naufragando.
222
Ceñida del calzado terrenal
como una lengua dulce que lamiera
los pasos que en el suelo martirizo.
Débil raíz humana que me impides,
esta noche tan llena de milagro,
diluirme en el muro o transitar
sobre el camino inquietante, frágil,
que desdibuja el viento en la ventana.

E ST U D IO PARA N A R C ISO

El agua de violeta entre tus manos.


Y la tarde... Y sus piras infinitas
quemando de amaranto tus cabellos.
Tranquilo tú, desnudo de ti mismo,
para admirar el fondo de tu estanque:
tu adormecida sed y tu cintura
de nácar -si se quiere- o de durazno.
Tu sexo de naranjo sin estío.
Y luz de ti manando, rebullendo.
Tu sangre ebria de sol. Y tu mirada
de áspid, de triángulo sin sombra.
Tu pulso. Tu estatura de verano.
Y el mar en verdes cópulas de espuma.

Debería hacerte dique si eres río.


Debería hacerte red inconmovible
para el perfil etéreo de tu aliento.
Debería no quebrarte el alba pura,
pero tu voz se torna mi silencio...
Y muero en ti. Y mueren mis gaviotas
Y el mar -desde tus labios imposibles-
me nombra en ti, me asedia con sus rosas,
con cítaras y abismos y misterios.
Y caigo vencido. Y tú vencido,
223
sin lámparas, sin diques, sin barreras.
Y pierden paz mi alma y mi sendero.
Y Dios, de bruces ante ti, se rinde.

E L ESPEJO

Estuve aquí.
Me ahogaron contra el muro.
Alguien dijo mi nombre en esa puerta
agitando un pañuelo sin color.
Y yo que estaba ciego me tragué
el grito a chorros verdes de silencio.

Conozco ya tu voz.
Yo estuve aquí.
Desde hace años que muero y resucito.
Nadie me ve morir.
No me conocen
quienes creen que soy yo el que pregunto:
-¿Por dónde pasa el bus?...
-¿M e presta un fósforo?...
Ceñido al sexo.
A su materia oscura.
Comprando la cadera atormentada.
El labio.
El alarido.
El mordisco.
Gimiendo por la sal de la entrepierna.
Yo estoy allí,
Yo soy David.
¡Estoy gritando!
Soy yo que vuelvo.
La escalera oprime
angustiada de amor mis dos zapatos.

¡Oh, amarradme, amarradme -¡oh, sí!-, amarradme!


224
Los huesos ya no bastan.
Nada basta.
Ni la boca,
N i el ojo.
Nada basta.
Necesito más cuerdas.
¡Amarradme
porque estoy rodando hacia el vacío!

Yo soy.
Yo estoy gritando.
Parado aquí.
Están sordos. No me asisten.
Y muero cuerpo adentro sin decirlo.
Aullando, sí.
Mordiendo.
Combatiendo.

E L PO ZO

Hundido.
Sumergido hasta los sesos
entre las aguas negras de las horas.
Pido un reloj para mirar la muerte.
Y una mano sangrante me señala
la cabeza imposible del ahorcado.

¡Pedir
-o h ,sí-
pedir un Dios!
Un dios gastado.
Injusto.
Negligente.
Que raja el cráneo del idiota.
Y mueve
225
las ventanas torcidas de los tuertos.

Hundido.
Simplemente.
El sol es alto.
Hay que taparlo.
Ya no quiero luz.
No la rendija enorme porque filtra
Tanta luz desterrada de otro sitio.

Sumergido.
Sin ángeles calientes.
Sin empujones tuyos,
-D ios castrado-
Para mejor sentir mi propia muerte
Caminando hasta el fondo de los días.

PARÁBOLA

Pensad en una cosa grata;


por ejemplo
la sonrisa apacible de un muchacho.

Pensad en un crepúsculo
o en la tibieza del hogar.
En fin,
pensad en todo
cuanto exprese armonía, ternura y paz.

Él amaba las arduas cosas simples


de cada día: el árbol
con su fruto colgado de la espalda,
la mano amiga y la palabra absorta
que a cada sombra busca un nuevo nombre.
226
Ha muerto de alegría. Esto es cierto
porque también se muere de alegría,
de perfección y de pureza... Es cierro.
Y esto que digo apenas lo comprenden
los minúsculos seres de la hierba
y los hombres que tienen los ojos puros.
FER N A N D O CA ZÓ N VERA

( 1935)
Fernando Cazón Vera. Guayaquil, 1935. Profesor uni­
versitario y periodista. Editor de varios medios de comunicación
guayaquileños. Ha publicado los libros de poesía Las canciones
salvadas (1957), E l enviado (1958), La misa (1967), La guitarra
rota (1967), E l extraño (1968), Poemas comprometidos (1972), El
libro de las paradojas (1976), E l hijo pródigo (1977), Este pequeño
mundo (1996), La pájara pinta (1984), Rompecabezas (1987),
La sombra degollada (2006). En el 1973 obtuvo el Premio «Con­
rado Blanco» en España. En el 2005 se editó en Quito, en la co­
lección «Poesía Junta» de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, una
muestra antológica de su trabajo poético.
APACIBLE M ISTER IO

Qué pensará de mí la humilde bestia


que come hierba y que espanta moscas con el rabo.
Qué pensará de mí, digo, si me viera llorando
cuando a su lado cruzo bajo un cielo sereno.
Ella que tiene tiempo para pensar, ella que pasa
tranquila y silenciosa por los verdes potreros.
Tal vez no le enseñaron todavía a ser triste
y es buena porque nada tiene que hacer por ella.
Pero ha de pensar algo si me viera llorando,
tal vez de otra manera, imaginando otras cosas
sin asombro ni lástima.
Pobre de mí que lloro, feliz de ella que pasa
tras su misma mirada comiendo hierba verde
y espantando tranquila las moscas con el rabo.

M U ERTE

Final, al fin, que viene y nos separa.


Cucharada de tierra que nos toca.
Polvo que queda de la inmensa roca.
Oscuridad, nos vemos cara a cara.

Vigilante secreto que nos para.


Sombra que parte de su imagen loca,
Pared que me divides y me evocas
Aquella soledad mucho más cara.

¿A quién le dejo el vino no bebido?


¿A quién le dejo el sueño que no ha sido?
¿A quién le dejo el pan que no he ganado?
230
Mi última voluntad no tiene dueño.
QA quien, a quién, a quién le dejo el sueño?)
Yo que me voy tras este viento helado.

D E LO S SE N T E N C IA D O S

Otros recorrerán estas estrellas.


No seremos nosotros.
Cenarán sin saber que serán traicionados.
El buen vino, el buen pan, la buena mesa. Gracias.
Podrán oler la lluvia sobre la tierra oscura.
Mirar la lejanía como una cosa propia.
Otros serán los dueños del alba.
Sabrán cerrar los ojos y olvidar la fatiga.
Embarcarse hacia el mar y adivinar los puertos.
Destruir la sagrada razón de los creyentes.
No seremos nosotros,
Que nos vamos ahora, definitivamente
A enterrar la memoria y a recibir la tierra,
Toda la tierra enorme sobre el desnudo cuerpo.

Otros vendrán después.


Aprenderán la historia,
Preguntarán por los nombres que borraron de un grito.
No seremos nosotros

A quienes van llamando con una extraña prisa.

Nos lanzan bendiciones al final de la aurora.

Y nos dicen adiós para empezar el día.

Otros despertarán y abrirán sus ventanas,


Leerán su porvenir como una cosa cierta.

No seremos nosotros.
231

E SE A M O R TA M BIÉN LLAM ADO M U ER TE

entraron en mi sangre sus raíces


penetraron la carne
absorbieron el tiempo con una sed profunda
aún oigo ese crecer de la otra vida

en el fondo
me voy quedando a solas
con lo poco muy poco que aún me vaya dejando
no sé cuánto me quede todavía por darle

mi última gota habrá de desbordarla

TRAVESÍA

Escribo en mi cuaderno de bitácora


que otra vez no cantaron las sirenas,
que nadie nos sedujo
y que sólo era el viento
repitiendo sus viejas letanías,
sus furias inocentes,
mientras al palo mayor amarrábamos
el cuerpo del delito.

LA ANTIPASIÓ N

Le fueron desclavando la tristeza


poquito a poco, como quien no quiere,
la mano, el esternón, la herida abierta
I

232
y asi lo fueron descrucificando
para entregarle una alegría extraña
libre de llagas, filos, oquedades;

sin martillazos lentos y sonoros


lo fueron esta vez martirizando
con otra imagen y otra semejanza

y lo fueron lanzando en el vacío


donde no juegan las resurrecciones
ni los viejos pecados transferibles;

lo llenaron de falsas inocencias


hasta dejarlo sin un solo fuego

porque lo hicieron piedra de otra piedra


y carne de otra carne.

. ~ jz * i __
EU LER GRANDA

( 1935)
Euler Granda. Riobamba, 1935. Estudió Medicina en
la Universidad Central de Quito. Profesor universitario y mé­
dico siquiatra. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía
E l rostro de los días (1961), Voz desbordada (1963), Etcétera, et­
cétera (1965), E l lado flaco (1968), E l cuerpo y los sucesos (1971),
La inútilmanía y otros nudos (1973), Un perro tocando la lira
(1977), Anotaciones del acabóse (1988). Recibió el Premio Na­
cional de Poesía Jorge Carrera Andrade, del Municipio de
Quito, en 1988.
PÁGINA D E AREN A

Yo
que tengo la manía de echar lodo
en la blanca pechera de los sueños
y en el poste más alto de la tarde
ahorco a los luceros.
Yo
que a la luna dije, cara a cara:
sobre los hombros de la noche
no eres más que una lepra.
Yo
gusano
carcomedor del día y los recuerdos,
al virar una página de tierra
me encontré con tu fuego, frente a frente,
y en el renglón primero de mi sangre
estampé tus pupilas de límpida canela.
Yo
que no soy pescador
he visto en la atarraya de tu pelo
estremecerse el sol en refulgentes peces
y tocarme en el fondo
las anclas de tus cejas.
Yo vi sentarse a descansar la brisa
al pie de la palmera de tu cuerpo
y arrodillarse el mar
cuando pasabas las tardes por el muelle.
Para qué más rodeos,
me voy y llevo en la maleta
tus caracolas tenues,
la sonrosada espuma de tus manos
y tu océano sembrado de veleros.
Dejo
en tu playa mojada por el viento
estos resecos versos
goteando lágrimas de arena.
236

M ARTES EC H A D O A PIQ U E

Antes de cepillarme las encías


cada mañana traspongo los linderos
que separan la vida de la muerte.
Cada mañana soy culpable
de lo malo que ocurre en este mundo.
De equívoco en equívoco me enredo
en los hilos pringosos de la araña;
especialmente el martes
me cargan non sanctos pensamientos
y duelo más
y peso más que de costumbre.
El martes no quisiera despertarme;
me emperró en continuar
indefinidamente desconexo,
no tener filiación,
ser nada más objeto,
en esas circunstancias
aunque me juego entero
nunca salgo con vida.
El martes pincho en hueso,
mío propio,
por cierto
y me ensaño en un diálogo de sordos
con mi sombra.

Por eso ya no escribo poesía,


ya para chiste estuvo bueno.

Yo refunfuño el martes,
yo tengo alergia de mí mismo,
yo el espinazo me duele
de tanto soportarme y soportarles,
yo me callo los bichos y alimañas
contra ustedes,
por el respeto que los bichos y alimañas
se merecen.
237

M O M E N T O M O RI

Nos morimos de golpe,


morimos por pedazos
morimos por instantes.
Primero es el cordón umbilical,
luego el diente de leche
la amígdala, el uñero
por células, por órganos
imperceptiblemente vamos feneciendo.
De afección consuntiva
se muere la inocencia;
cada mañana en el lavabo
se tronchan fulminados los cabellos
y entre gravámenes y fechas
nos llega el exterminio.
La piel, a fuego lento,
comienza a derrengarse.
Al principio
es una millonésima de parte,
luego la décima,
la tercera,
después es invasiva, incontenible
hasta que se nos hace zombi el cuerpo.
Vamos así arañando
los días con los dientes.
Luego viene el golpe final,
cae en cama el amor
y nunca vuelve a levantarse.
238

LA ESPERA

Porque alcanzas a ver


aquello que no veo
porque puedes oír
y a mí me fallan los oídos,
porque recién descubres las palabras
en cambio para mí desde hace siglos
ya está dicho todo;
porque bebes la vida
y yo desvivo
y haces resucitar todo lo que mató
y vuelves a repetir lo irrepetible;
porque conversas con el viento
y yo me callo
y en donde veo negro
tú hueles los colores
y palpas pétalos
en donde toco agujas;
porque comienzas
en donde yo termino
y me das vida artificial,
porque vuelves a unir el vaso roto
y prolongas los plazos
y dejas para mañana
lo que pudo haber sido hoy,
la nada está esperando
en la puerta del horno
donde se quema el pan.
R U B É N A S T U D IL L O

( 1938- 2003)
Rubén Astudillo. El Valle, Azuay, 1938-Cuenca, 2003.
Estudios de Derecho en la Universidad de Cuenca. Ejerció el
periodismo, la docencia y laboró en el servicio diplomático
ecuatoriano. Entre sus poemarios constan Del crepúsculo (1937),
Trébol sonámbulo (1959), Desterrados (1960), Canción para lobos
(1966), E l pozo y los paraísos (1969), Las elegías de la carne
(1971), La larga noche de los lobos (1972), Celebración de los ins­
tantes (1987-1989), E l crepúsculo de los lobos (1994).
R EBA N O 25

a nosotros no nos
tocó sino alineamos.

Todos nos
tuvie­
ron listo
a la llegada.

a noso­
tros
no
nos
tocó
sino alinearnos.

ponernos
a
aprender
las
formas
de vivir
al borde del peligro,

' y ni eso:

barcos que nunca han de encontrar


el norte,
viajeros asombrados:

Acostumbrarnos sólo. A-
costumbrarnos.

No estuvo
ni
242
bien, ni
mal, el que así fuera.

A quién culpar... por qué?

las cosas
son o
están, se hacen
o, se realizan
al margen
de Nosotros.

Para estar «rescatados»


en medio
de este coágulo de ser­
pientes enfermas. Para
ser
estos árboles
con
la
raíz herida, y, si nos
preguntaran: nos
daba
igual morir, no,
haber sido, existir... como
potros
estarnos, en los prados
cerrados
de este cielo
que cierne
agua ne­
gra en las yerbas.

Nosotros
no
hicimos este mundo
sobre él, nada Tenemos.
Ninguna Oferta Somos.
Ni en pro, ni en contra.
243
compromisos ha­
cia él, nos fueron dados.

Mientras vivan estos peces


nocturnos, viviremos, sin
embargo.

A-y estrella de llanto.


A-y noche repartida.
A-y vida que no fuiste:
mientras estés aquí,
Nosotros
estaremos, Despreciada.

SALM O Y RECU PERA CIÓ N D EL RESPLA N D O R

Ante la certidumbre de su final


las
débiles violetas de oro del otoño
han dado paso a
una multiforme, indetenible
sombra blanca.

El paisaje de ayer ya no es sino


el recuerdo del
glorioso
incendio de la savia
vertical. Y sus formas.

De la verde, ondulante música


del tiempo en estado de celo que
esgrimían los árboles, ahora
se descuelga un aire
surrealista.
244
La nieve que ahora cae como una suave,
tímida lluvia de plateados
escombros estelares, mañana recobrará de
nuevo su antiguo resplandor
purificante. Su sinfónico
fuego engendrador. Su lámpara boreal, y
sus guerreros.

Orgullosa de su victoria, mientras


tanto, jinete a pelo sobre su
propia seguridad, galopa ya
sobre las espantadas líneas
del crepúsculo y alza, otra
vez la incandescente, inderrotable
memoria de las sangres. Y del
origen.

D E F U N C IÓ N Y M EM O RIA D E L PAISAJE

Para Andrés y Nuris Chong

Como una eternidad lista a zarpar


bajo la luna de la media
tarde; como un incendio
verde en extinción, la interminable
llanura interminable de
Mongolia vibra como
una despedida sin final.

El galope de los caballos arde


como un concierto de
tambores en retirada mientras
detrás de las primeras
olas de ocre del crepúsculo
la noche del invierno alista
245
sus pendones para el reemplazo
del tiempo transcurrido; y sus
criaturas.
Un sol que es el recuerdo del resplandor
glorioso de
la víspera se esfuma entre unas
nubes de solitaria evanescencia.

El corazón del tiempo se apresta para


el cambio de su terrestre vestidura
y un aire de
resonancia funeral cubre las desnudas
siluetas del verano.

De pronto un resplandor de ascuas donde


el rojo compite
con el negro, borra los
límites del cielo y la
llanura. La soledad
cobra una nueva dimensión y se
desata como una inmensa
hoguera de nostalgias.

Grano de polvo desterrado bajo esta


inmemorial costumbre del
cambio de las hojas del tiempo, mi
corazón humano, demasiado humano
todavía, se estremece ante
la terrible belleza de
estos instantes y se refugia en
los recuerdos del otro lado
del
planeta como una forma de reinventarse
para poder
vivir a plenitud la apocalíptica
visión de este paisaje.

Desde lejos el viento llega como un


presagio, y pasa.
U L IS E S E S T R E L L A

( 1 939)
!

Ulises Estrella. Quito, 1939. Estudios de Filosofía en


la Universidad Central de Quito. Fundador del movimiento
cultural tzántzico. Director de la Cinemateca Nacional del
Ecuador. Sus libros de poesía son Clamor (1962), Ombligo del
mundo (1966), Convulsionario (1974), Aguja que rompe el
tiempo (1980), Fuera de juego (1983), Interiores (1986), Furti­
vos poemas, furtivos (1998), Cuando el sol se mira de frente
(1989), Peatón de Quito (1992), Poemas del centenario (1995),
M irar de frente a l sol (1997). En testimonio ha publicado Me­
moria incandescente (2003). Ha realizado también cine y video.
Recibió el Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade,
del Municipio de Quito, en 1983.
\
M e m u er o d e f r ío y a c u e st o d e sn u d o

acometo y bato los brazos


desciendo sin parar las cuestas hasta llegar al hogar
donde contengo mis ganas
y aprieto los ojos hasta confundir las imágenes del día
y malo malo malo el juego perdido sobre la tierra
demasiado húmeda
la separación del olor a lluvia sin sentimiento de lluvia,
como tirando un papel desde las nubes y recogiéndole
al filo del mar
como admirando un cabello que se ondula y pierde su peso,
pertúrbame más y encierra mi cabeza en una caja
las espadas de palo improvisadas
cruzándose al filo de los rostros
barriga pegada al hueso,
mastiquemos cartelones
los diarios anuncian suculencias
y además se me infecta la mente con solicitudes:
pueden quedarse así un rato más
ya vienen los técnicos en fotograbado
que sacan magníficos x rayos
sobre vuestra desintegración
y arman folios papelones
hasta cubrir todas las panzas
escudando el vestíbulo de las voces confusas
y los corajes masticados con premura
sobre un libro acerca del cosmos original
de los gastronautas del cabo cañaveral
vagabundos por la calle como almas en pena
los vecinos se quedaron sin ver la ciudad capital
por un paro de transportes
los indios se quedaron sin agua para sus chozas
por bajar a pedir un pan a los señores honorables
los maestros de escuela no van al ministerio
porque no tienen camisa honesta
los alumnos descalzos ni el pintor de brocha gorda
jamás entrarán al reino de la compañía de jesús
ah qué bien el perejil en la sopa y nadando trozos de pan
250
mientras el frío azota fuera y el tío hace su mueca
característica
la tarde estuvo más triste
y el sol hacía manchas al despedirse
después de practicar el montaje a los sauces,
los cultores del espíritu mojando sus dedos
con aceitosa baba
abrieron cuantos libros sagrados fueron necesarios
punta de flecha sus dedos iniciaron la defunción
exósmosis del pulcro idealismo
antes del espectáculo las amas de casa
se justificaron entre sí ante sus hijas y criadas
que pataleaban o tendían camas meadas
de tal o cual marido específico,
lánguida sed lánguido mesurado tormento
los metales brillan al rojo
se afeitan las armas
chasquean las lenguas
arremete arremolina muchacho
un turbante en la garganta
un corcho para que no pase el aire
olor de polilla
oficio sin cesar sin sol
agachando la cabeza
el ruido no afecta mi humilde resistencia
la falta de sueldo no me abate caballeros
pienso con la mano en la frente
que a lo mejor haya o no haya otro mundo
así ha sido
así ha sido queriendo untar con un solo dedo
de un nuevo color espirales y rostros
apoyando el codo y dejando balancear el brazo
para escaparnos por la misma
así ha sido
espiral de callejuelas y pasadizos sin salida
patios secarropas olor sin calcio
piedras que ascendíamos una a una
hasta formar la montaña
de donde mirar curiosos
251
detrás de la cerca
el cielo vecino nube vecina cruz sin significado
soledad de montaña
los brazos queriendo abrazar el lejano rumor
la lenta vida en la ciudad
el hueco flístero en el cielo
la hondura para que nos despeñemos
y siempre el viento limpiando la piel
obligando a sonreír
arriba cerca del uno
madurando como fruto
listo a terminar su ciclo vital,
algo es el pasado
como un museo corvo de lanzas
muere mi ciudad con mi reino,
el ceremonial del ruido no se celebra adentro sino fuera
en el agudo crujir de los vocablos que enturbian el aire
como goznes de un aparato de mil piezas que no se
conocen
que no quieren saberse entre sí aunque se arman
aunque se adosan gelatinosamente a las paredes
con oído atento
con el ceño fruncido mirando por encima de todo
echemos a rodar los silos y humeantes armazones
deteniendo el tránsito y asustando peatones
temor de esquina a esquina
la camarera contempla adormecida su futura
complicación
en efecto gente en la plaza
pero el padre posee y luego ahorca a la madre
el despedazamiento empieza
el buen burgués cierra las cortinas
con la uña descascarando las noticias
volviendo atrás
despejando con un tic el moretón
que en la cabeza no deja aguante,
atracaremos a la plenotomía elemental
no del paje sino del pajarón
no del peón sino del pajarraco
252
que ni siquiera le vemos trepando árboles,
comiendo frutos
engullendo almas ajenas
embarcándose entre vírgenes y gallinas
curas atragantosos o hermanos pellizcarodillas,
detenido mirón
de la aguja que colgando suelta
se interpone al tú de hoy
del ti de tu estómago
de cara vuelta
bizco encerrón a la madre pía original,
rábico collage
al secreteo entre el mirando militar
y el miliciar por fuera del pozo
cerca al desemboque ruidoso
en las calles rejuvenecido imaginero
sin santos de llanto propio,
sin amor ni temor al prójimo
encerrados mirándonos adentro unos a otros
abriéndonos al sol
sin buscar ni querer más padres,
si fuera la piedra la comunicativa
el zig-zag el pensamiento y el precipicio la sangre
la comunidad de impulsos
los ardores
el tiempo como multiplicándose
llenando las cabezas de los fortalecidos
musitando que la tierra luz solar
el humo como el huracán y la selva
se hicieron para construir sin filosofía el mundo del
hombre
con las yemas de los dedos
encalleciendo para el labrantío
la mano a trenzar la mano
y vengamos todos a amar como se sabe
bañados de aire puro.
A N T O N IO P R E C IA D O

( 194 1 )
Antonio Preciado. Esmeraldas, 1941. Estudios de Po­
lítica y Economía. Profesor universitario y rector de la Univer­
sidad Vargas Torres de Esmeraldas. Ministro de Cultura en el
2007. Es autor de los poemarios Jolgorio (1961), M ás acá de bs
muertos (1966), Tal como somos (1969), De sol a sol (1979), De
ahora en adelante (1993), Jututo (1996), De boca en boca
(2003). En el 2006 la Casa de la Cultura Ecuatoriana de Quito
editó su Antobgía personal.
MATÁBARA D E L H O M B R E B U EN O

¡Atabe!
¡Atabe!
¡Ururé!
¡Matábara!

Tengo una hoguera de estrellas,


de las estrellas más altas,
y un lugar en plena luna
para que arda.

La claridad crece y crece


con fuerza de cien mañanas.

Cátala catán balé,


catán balé caté cátala.

Tengo aquí una antigua vena,


innumerables pisadas,
un gran latido redondo,
cien volcanes
y una lágrima,
malabón caramba aché,
un tropel de viejas ansias,
un ay que ruge por dentro,
un pan,
una gota de agua
y cientos de ojos que miran
con una misma mirada.

¡Ah!
Los ángeles se han perdido
de las vías más andadas.
Cátala catán bale,
catán balé caté cátala.
256

¡Aquí tengo, para un grito,


polvo de trece gargantas!

Un hueso de cada muerto,


el largo de tu pisada,
y aquí yo te resucito
las vidas que te hacen falta.

¡Cátala catún balé,


catún balé caté cátala!

MATÁBARA D E L H O M B R E M ALO

Siete cielos sobre el cielo,


cielo negro,
noche mala,
y nueve profundos cuervos
sobre la nube más alta.

Cátala catún balé,


catún balé caté cátala.

Tengo una hoguera que sube,


son siete lenguas de llama,
malabón caramba aché,
cien ojos de gente mala,
un vaso de sangre azul,
veinte lenguas putrefactas,
un corazón,
lodo y pus
de las más bajas entrañas.

Nueve alfileres de hueso,


veneno de tres arañas,
257
y ahora sí que ya te mueres,
fantasma de la oscurana.

¡Cátala catún balé,


catún balé caté cátala!

CESARIA ÉVORA

Con el recuerdo de Wilson Hallo

Es tórrido
el terruño interior
en que esta mujer trina sus lunas llenas,
en que empina palmeras
y de pronto voltea
y las convierte en dulces puntitos suspensivos,
en granitos de arena;
en que, tan a su modo,
pone en el aire vuelos de colibríes que suenan
se almibaran,
florecen
y se le precipitan en cascadas;
es cálido,
casi casi visible el Cabo Verde
que le vive la voz,
el archipiélago
que vibra a pleno sol en su garganta.

EL BO RO RÓ S D E FÉLIX CH APO TÍN

Basta ya, Chapotín,


me tienes confundido.
Con empecinamiento,
258
me has venido metiendo en este embrollo
de dudas infinitas,
salpicándome adrede
tu revulú envolvente,
pegajoso,
nostálgico
y dulzón,
que suena a convincente convicción,
audible,
sempiterna,
consabida;
repentizando, colosal,
malévolo,
tu lerelere insólito,
enrevesado y embelesador
(llamarada erudita
en rastros de ancestrales certidumbres
y en súbitas nociones de la inmortalidad),
sonándome tú mismo al desconcierto
que entraña una cercana lejanía.
De modo intransigente,
has venido jodiéndome la vida,
tocando para mí
todos tus elocuentes argumentos,
tus chorrontadas de razones íntimas;
en síntesis,
has venido soplándome al oído
que Dios, en toda su infalibilidad,
alguna vez
parece
que se perdió la pista
y equivocó su vieja vocación,
porque en la más remota eternidad,
mucho antes de ser Dios,
era un iluminado trompetista.
H U M B E R T O V IN U E Z A

( 1942)
Humberto Vinueza. Guayaquil, 1942. Estudios de In­
geniería Agronómica. Profesor universitario. Participó en el
movimiento cultural tzántzico de los años sesenta. Ha publi­
cado en poesía Un gallinazo cantor bajo un sol de a perro (1970),
Poeta, tu palabra (1988), Alias lumbre de acertijo (1990; finalista
del Premio Casa de las Américas, Cuba, 1990), Tiempos mayo­
res (2004) y Constelación del instinto (2006). Premio Nacional
de Poesía Jorge Carrera Andrade, del Municipio de Quito, en
el 2006.
ALIAS LU M BR E D E A C E R T IJO *
(fragmento)

¿con qué viejos dólmenes


se sostiene el nuevo firmamento?
pero ¿por qué el cadalso al amanecer
se construye ensamblando los aperos del yugo
con la nervadura de los símbolos libérrimos?

¿cuál será nuestra bastilla?

acusado de soliviantar
reo estoy por ateo
sedición rebelión subversión
conspiración insurrección

masón

estatura mediana
sombra sinóptica
y en el lado izquierdo del rostro

un hoyo bien visible

condenado por levantisco


igualado
maligno pasquinero
retorcido de espíritu y de sangres

lemúrido antisocial
resentido social

* Poem a in spirado en la figura de E ugenio E spejo (Q u ito , 1747


1795). Precursor m estizo de la independencia am ericana, adem ás de mé
dico, escritor y periodista.
262

(cuántos adjetivos criba el absoluto


poder sobre el sustantivo único)
despojado de las virtudes de la elocuencia
propenso a la sátira
y al arte de esconderme
entre metonimias y metáforas
(mis seudónimos por ejemplo
los personajes que soy y que he creado)
filósofo en ciernes
mastico migajas de europas
que me arrojan desde el estropicio
sus piltrafas

pleonasmos fuera de circulación

la historia oficial enfardelada


en finas telas encajes y brocados
y desde bajeles blandiendo banderas
piratas en los puertos
con la trama afónica
de nuestras tibias y calaveras
fastos de incarios devueltos en pestes
tedio y asfixia metódica y metafísica
y náusea teórica y práctica
sensiblería épica y lírica
y filosofemas y escolástica
y mayéuticas de desecho
bemoles de gestas cantadas
por caballerangos en la oreja de sus víctimas
andrajo - sarro - polución - orín - lavaza
descuartizamiento horca cadalso
degüello
cabrestantes legales y rapiñas jurisprudentes
pingües negocios de negreros
sin ciar arrastrando por la marocéano

baldones de crucifixión y cadena


263

ni cielo ni purgatorio
en la entelequia del saqueo
el mercado
es el único infierno que conozco
toda conquista nos devuelve al génesis de los génesis
al ápex último
al cariz ciliar del genocidio

C IU D A D EN V ELO , EN V ILO

La alegoría Helena
por legítima autoridad ha sido rescatada
como epílogo feliz.
Si las hazañas se repiten así,
con idéntico ídem,
no es que el fin de la historia
hubiera llegado, sólo es el resquicio
entre el presente épico
y dramático y la morosa obsolescencia.

El caballo de madera
contiene verdades imantadas,
unanimidad que habita en el misterio
de un carnaval convenido,
otras letra y música,
numen para cantar la gesta,
pese a que más tarde el mito,
el modo de la época y la superchería
se agoten a causa del abuso en el uso
o en el desuso, o por haberse extraviado
la contraseña de su origen.
264
Cuando la candidez ensimismada
en la inaprensión o liviandad políticas
ignore el peligro organizado sobre ruedas,
y desde la entraña verídica
- a la vez inverosímil- el poder
de fuente auténtica a sí mismo se recree
con anticipación, temeridad y argucia,
irrumpirá nuevamente el astuto Ulises
para rescatar del cautiverio
a la entelequia Helena.

XI

¿Fue sombra chinesca


proyectada sobre el bello sueño de un soñador,
quien al despertar constata que él, mismamente,
mientras soñaba fue la causa de un desastre?

¿Acaso la voz que desafiaba:


me desclavaré de la cruz
para romper el espejo?

¿La idea de una praxis,


o (mejor) el utilitarismo de una idea,
obsesionada en existir
a sabiendas de ser imposible?

Arrebato es, de tercera persona,


futuro puro
¿no da risa?
265

E L IM P O D E R D E A D RIA N O

Un filósofo le pidió permiso para suicidarse.


El César Adriano se lo concedió,
e inmediatamente, para imitar el ejemplo
del suicida, el mismo Adriano solicitó la cicuta
que nadie quiso complacerle.

Ordenó a su médico que le diese muerte


y éste, para no desobedecerlo
se sacrificó en su presencia.

Rogó a un soldado que le procurase una espada


o algo tan mortífero como un puñal
mas, parafraseando un verso de Virgilio le dijo:
«¿César, es tan difícil vivir?»,
y despavorido huyó por los barrancos.

Desde entonces Adriano se dejó morir.


Falleció a causa de inapetencia de poder,
des-edad,
inanición terrena y celeste,
crónica abulia despersonalizada.

Su epitafio debería expresar la verdad desnuda:


He aquí un hombre
cuyo rasgo fue no considerarse necesario
menos aun imprescindible.
Tuvo poder para decidir sobre la muerte
de quienquiera, y no sobre la suya.
266

D e c ir e s d e po eta s. D e c ir .

Dicen que el horizonte baldío


apenas centellea atrapado
entre el hollín y la luz. Ha devenido vaho
mitad presencia entelequia a medias
y que repitiendo lo ya dicho estos son malos días
para cualquier cosa y la lírica.

No hay en el cielo otros atabales y zampoñas


sino los que asisten al estruendo celeste.

Hablar de lo que se venera


es insinuar a la persona de uno
sin interferencia ante el naufragio sin fósil de camello
sin sol quemando la prehistoria del porvenir
sin conceptual ventisca
sin agua que se refresque en su propio recuerdo,
Sin noche de poeta apoyada en luna tierna.

Son muchos poetas que dicen lo mismo.


¿Cuál será un buen tiempo para esto
lo otro
aquello?
JU L I O P A Z O S

( 194 4 )
Julio Pazos. Baños de Agua Santa, Tungurahua, 1944.
Estudió Literatura en la Universidad Católica de Quito. Pro­
fesor universitario y gestor cultural. Ha publicado en poesía
Ocupaciones del buscador (1971), Entre las sombras las ilum ina­
ciones (1977), La ciudad de las visiones (1979), Levantamiento
delpaís con textos libres (Premio de Poesía Casa de las Américas,
Cuba, 1982), Oficios (1984), Contienda entre la vida y la
muerte o personajes volando en un lienzo (1985), Mujeres (1988),
Constancias (1993), Holograma (1996), D ías de pesares y delirios
(2000), Documentos discretos (2003), La peonza (2006). Pre­
mio Nacional de Literatura Aurelio Espinosa Pólit en 1979 y
Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade, del Muni­
cipio de Quito, en 1989.
D ECESO D E LA ELEFANTA KYU
EN LA CIU D AD D E AMBATO

Presentar esta simulación con la misma brillantez que muestra la


begonia en el jardín,
con el fulgor que fluye de una pierna sosegada entre rocas y
burbujas,
con el nimbo de alba de tul que usan para el funeral del niño.

No es historia.
No lo es porque en ella el personaje y los hechos se distancian tanto
que mueren más o se convierten en auténticas sombras.

Se trata de asumir ángulos y facetas de una materia sin bordes


para una materia sin bordes,
para, una vez desprendida del pensamiento,
organizaría en otra fuente de creencias y sortilegios.

Escribir, escribir con el afan de captar solo aquello que pudiera


evocar esa realidad
con su asombro,
con su indómita existencia.
Mas ocurre que la escritura se disuelve
y que solo en breves pasajes, en
inusitados encuentros, se reproduce, se simula,
la misma experiencia, el mismo candor de la luz.
Duele esta situación y sin embargo se repite, se reinicia
por ser irremediable;
si el mensaje se configura de este modo
algo tendrá del sabor de la aflicción, de la trabazón del fracaso.

Escribir, escribir en el aire para que se iluminen las siluetas,


se posesionan de las pupilas,
se convierten en sueños,
tal vez en ilusión y hasta en ritual
que haga respirar con fragor,
270
haga temblar los dedos con la misma intensidad decreciente de las
cuerdas abandonadas
por el cansancio del ejecutante.
Kyu muere.

Todo indica que los vecinos repetirán la degollación del


monumento,
del rey, del líder,
del albatros que imita, según Baudelaire, la condición del poeta.

Suelen, pasada la euforia del terror o de la gloria,


arrastrar el despojo y entregarlo a otras especies,
al tractor sepulturero;
en fin, suelen escarnecer, zaherir, asquear los residuos.

En el basurero que Chachoan, camino a Pñlaro,


aves y perros se disputan las mortecinas.
En el lugar para Kyu, la elefanta que fallece a los sesenta años.
El despojo lanzado al basurero sonará con el estruendo del
derrumbamiento del glaciar,
con el seco chasquido de los huesos, al reverso de los aplausos.

Todo está previsto, dibujado en el pensamiento,


con la estructura que los habitantes han percibido desde tiernas
edades.
El pensamiento advierte y evita cualquier circunstancia enojosa,
por esto los habitantes se lavan las manos y sacan el cuerpo;
mas, no es posible aparrar la imagen de Kyu,
la colosal elefanta que se instaló en el paisaje,
en la línea del Tungurahua y del Chimborazo,
montes que sostienen el cielo y la memoria.

Aunque todos suponen que los ayudantes saben qué hacer con el
incómodo cadáver.
Pero qué hacer con la imagen de ese cuerpo gris,
derrumbado en la viruta,
tocado por los reflejos de las amarillas lámparas,
inmóvil en la leche del alba
271
y abandonado ahora en este feroz resplandor.

Se guarda la imagen con otras de la misma tonalidad,


confiada al fermento del olvido
y reservada para el ejercicio de los estertores.

Kyu no irá al basurero. Han resuelto mantenerla.


Movidos por imprecisa fuerza ha decidido persistir
y rebotar en el objeto Kyu.
En sus sueños el paquidermo abrirá la invención
añadido a nevados con armaduras y deidades.
No son los primeros en cambiar de hábitos.
No son los primeros en apartarse de la tiranía del camino
para entregarse a otras dispersiones.
Ellos no inventaron museos ni monumentos;
basta pensar en Palas criselefantina, en el Prado, en el cuerpo de
Teresa de Avila
repartida en mil convenios...
Constituidos además de la obsesión inca
de modelar pétreos poliedros oscuros trozos añorados por Quilla.

Para la tarea de naturalización de Kyu, que es así como denomina


el procedimiento,
los delegados contrataron seis matarifes y siete recicladores.
Tres días tardaron en el descarnado.
Sometieron la piel durante un mes a una mezcla de agua,
detergente y diez kilogramos de polifosfato.
Luego la curtieron con agua, sal, ácido fórmico y cromo.
Engrasaron la piel con quince quintales de cebo de pescado.
Labor de simulación también del crecimiento.
Por eso otra vez minerales y jugos se combinan, aunque en sentido
opuesto,
el de impedir germinaciones y nervios.
Otra cosa fue al comienzo: el imperio del aire colectivo en los
pulmones.
Mariposas que se posaban en las anchas orejas.
Trayectoria conjunta en torno al sol.
Dormitar a la luz de Júpiter en los altos nadires de septiembre.
272

Mas ahora Kyu sirve para el trabajo de rehacer,


de convertir lo fugaz en un resto duradero.
Solo con este autohacer los intermediarios se autofirman.
Tal es el origen de los jardines, de las estrellas de cine, de los ritos,
de la maniobra lírica tenaz y alucinada,
porque el oficiante habla solo
mientras acompasa vocablos con díscolos movimientos de manos.
En este afán de conversación hasta se adviene la ola del amor
que Joyce liberó en las líneas de Música de Cámara
o si fuera posible comparar la índole emotiva del esfuerzo
sería con la intensidad de la solicitud
que oye gemir en los versos de Yourcenar intitulados Las caridades
de Alcipo.

Entre tanto, un arquitecto diseñó el esqueleto,


un soldador unió las piezas
y un taxidermista rellenó el artefacto con el hilo de cuatro mil sacos
de yute.

Ahora sí
la imagen de Kyu se inserta con disimulo en el registro de
importantes pasiones
que los observadores atribuyen al brillo de su fuego interior.
Ignoran que están hechos de pormenores: hálitos de malva,
pestilencias de moluscos o campanas atribuladas de silencio.

De cualquier modo, a pesar del orgullo, Kyu figura entre las


palabras que medran de la intuición.
Kyu se sitúa en la escala de los colores sin nombre.

Los habitantes, concluida la gestión monumental, vuelven a sus


habituales ocupaciones,
a sus recintos colmados de objetos preferidos,
a sus pensamientos encontrados al azar, pero mil veces repetidos
y muchas veces examinados con cautelosas claves y procelosos
informes.
273

D A N Z A N T E VA GABU ND O

Y en tanto el vacío gana territorio


y se cuela entre las esdrújulas
y las desuella,

crece una vasta rosa de luz,


viene una lítica pupila de sombra.

El vacío se quiebra en el vértice de la memoria y sus imágenes.

Despliego los arandeles en el ámbito.

Presente otra vez el día y sus cosas,


unos ecos que retornan después de agitar el desconocido sitio
de la multitud.

Giro en el eje de la pierna izquierda.

Aquí se inauguran recintos


aptos para faenar simulacros de nuevos países.

Unos ecos que retornan a su madre, la campana.

Mi cetro forrado con lana de vicuña


dibuja en el aire los sépalos del poema.

En el vacío prospera un surtidor de palabras,


líquido que humedece el amor y los pies
de quien pasa, sonríe y se aleja
con la sombra de uno detenida en las retinas.

Se baila en los lares y más allá del océano,


en las plazas de las metrópolis,
en patios ceñidos con melindrosas violetas,
se baila antes y después, muy cerca del borde,
en los lindes, en donde ya no es posible
[
B R U N O SÁ EN Z

( 1 944)
Bruno Sáenz. Quito, 1944. Estudió Derecho y Litera­
tura en Quito y Toulouse. Profesor universitario, dramaturgo y
gestor cultural. Ha publicado en poesía E l aprendiz y la palabra
(1984), La palabra se mira en el espejo (1997), De la boca que,
abriéndose... (1999), ¡Oh, palabra, otra vez pronunciada! (2001),
Vestigiosy atenuadas voces (2002), Escribe la inicial de tu nombre
en el umbral del sueño (2003), La máscara desnuda los trazos de
mi cara (2007). También ha escrito teatro: Comedia del cuerpo
(1992), Biografía ejemplar del Doctor Fausto (2004), Dormición
de Eurídice (2006). Recibió el Premio Nacional de Poesía Jorge
Carrera Andrade, del Municipio de Quito, en el 2004.
E N A JE N A C IÓ N D E LA C IU D A D

Toda esta niebla quieta,


esta lluvia menuda aunque tenaz e hiriente,
este trozo de hielo en tu puño cerrado que nunca se
derrite...

La ciudad está aquí, en el aire, en tus huesos.


Caminas a su lado sin tocar las paredes
húmedas como pasta de arcilla o de madera.

¿Cuántos -n o eres el único- se alejan en silencio


de las calles, las sombras, los jardines, los muros,
de la crueldad del agua, de su oficio paciente, su telar
sin fatiga,

como actores que arrojan sus líneas y la máscara


para admirar de lejos la vacuidad de un gesto,
las mohosas maquetas, la palabra extraviada?

A G O N ÍA D E LA CASA

Ciudad sin alma, sin voz inteligible, sin peso, sin cimientos,
piel muerta de serpiente.
Se han cerrado las alas de fuego de los aires.
Ceden los cielos. Caen.
Por las calles se esparce un rastro de ceniza.
No hay cima, no hay abismo. No existen las distancias.
La cal se desmorona en el vientre materno, en la boca sin
habla de las antiguas tumbas.

Todo se ha vuelto estrecho, mezquino, desabrido:


el límite, el espacio,
278
la vista que los crea, la que abre y cierra puertas, los pasos que
los miden.
Las vías desembocan en lodosos esteros, en llanuras estériles.
Nadie guarda la casa. Nadie, el tesoro oculto. No hay gracia
ni pecado en los rincones.
Las paredes son bajas, de estucos desconchados. Ciegos, los
corredores.
Menguados, los mensajes sobre losas y muros. (¿Alguien
escribe en ellos?
¿Quién los lee?)

R E C O L E C C IÓ N N O C T U R N A

Solo el ojo vacío (fuga el halcón del sueño, cierra el garfio


sangriento),
solo el rastro de un ala en la ciega cortina de tiniebla y ceniza,
solo la astilla impura y el deambular sin tino del noctámbulo.
La forma gris del hombre extraviado de noche se envuelve en
la pelliza,
en los flecos del manto del que cuelga la luna.
Sin abrir una puerta, abandona la casa con el oído atento
(¿quién gime? ¿quién exulta? ¿nace o expira el orbe?),
con las manos alzadas hasta clavar las uñas ansiosas en el cielo,
con la mirada fija en esa uva de luz arrancada al viñedo, al
racimo de fuego.
¿Sabe de los demonios que moran en los campos segados de
los astros?
¿De los seres amargos que alimentan su nada con las migajas
fúnebres,
su amor con los despojos y el olor de los lechos recién
abandonados?
Deambula por los pisos. Quizás nunca se ha ido.
Reconoce las piezas: el desván, una alcoba...
Un niño duerme. Flota. Está en otro lugar. Aquí. En ninguna
parte.
279
La mano que lo cubre no alisa las frazadas. Cumple el rito en
el aire.
Vestida con la ausencia, viaja sin movimiento la mujer por la
sombra.
Esta hondura colmada de voces que callaron,
de dispersos aromas, de andares mitigados
-tal vez nunca asentaron aquí unos pies la huella-,
es única, se suelta de estas cuatro paredes,
de la mano del padre, del beso de la amada, del callejón sin
nombre.
El insomne, a la caza de un vocablo elusivo,
prosigue la aventura. Da un paso vacilante.

A L FR ESC O

¿Fue primero la espléndida silueta del bisonte? ¿Fue primero


la piedra coloreada con gracia o el animal salvaje, libre,
sin ataduras?
¿Me ofrece la gloriosa efigie de la bestia la fiel reminiscencia
del matiz y el volumen, del temor y la fuga,
de la ira de la presa doblemente acosada por la sed de la lanza
y la pupila alerta?
(Lacero con la vista la fiereza del toro.)
¿Se yergue el jabalí sobre las cuatro patas porque he atrapado
su alma con una línea tenue de carbón y unas manchas
luminosas de arcilla?

Mi inteligencia roba la limpieza del aire.


Abro un ojo. Se enreda la palma de mi mano en el bosque de
calcio de la testuz del ciervo.
Descubro muy despacio el iris del segundo. Se inicia el
universo parecido a una sílaba, igual al balbuceo
mineral de la fuente.
Construyo la infinita pampa de los astados, el paisaje sin
límites en la pared de roca.
280
La peña se convierte en materia maleable. Una giba de arcilla
tiene el volumen justo de una cabeza, un torso, un
lomo encabritado.

La figura del bruto aguarda, te contempla. Su espera es


ligereza; su quietud extremada, el pavor de una sombra.
Presiente el aguzado extremo de la pica, el filo de una lasca de
obsidiana o de sílice.
(Una aguja de hueso o el pincel de la pluma van a herir para
siempre el pecho todavía húmedo de la res...)
Quiero dar a los cuerpos sangre, piel, inocencia. Aparto de mi
espíritu el perfil de la muerte.
Distribuyo las tintas, rectifico el dibujo, suavizo los contrastes.
Brota de mis falanges una pelambre espesa. Comienza
a palpitar el belfo del equino...
Soplo sobre la caza. Le insuflo la existencia.

Cuando bajo los párpados, la cueva vuelve a ser la vasija vacía,


la ciénaga anterior a todo nacimiento.
(No ha empezado a formarse el rebaño gozoso en las ávidas
niñas del cazador de auroras.)
F E R N A N D O N IE T O

( 194 7 )
Fernando Nieto Cadena. Guayaquil, 1947. Estudió Li­
teratura en la Universidad Católica de Quito. Reside en México
desde 1978. En poesía ha publicado Tanteos de ciego a l medio­
día (1971), A la muerte a la muerte a la muerte (\973)yDe bue­
nas a prim eras (1976), Somos asunto de muchísimas personas
(1985), Los des(en)tierros del caminante (1988; Premio Nacio­
nal de Poesía Jorge Carrera Andrade, 1989) y De última hora
(2003). En 1979 sus textos poéticos se incluyeron en Mucha­
chos desnudos bajo el arco iris de fuego, muestra de poetas «in-
frarrealistas» realizada por Roberto Bolaño. En Ciudad del
Carmen, Campeche, ejerce la docencia universitaria y la coor­
dinación de talleres literarios.
D E BU EN A S A PRIM ERAS

20

Estas palabras no tienen ninguna heroicidad


a lo mejor los héroes se masturban y ya se sabe
nuestro país no reúne condiciones aptas para un proceso
Es mejor buscar la sencillez de un día cualquiera
establecer la correlación de fuerzas al derramarse la leche
cuando hierve
no es por darme lija
pero la cotidianidad compra naranjas a mejores precios
escoge mejor la carne
prepara cuali/cuanti/tativa/mente deliciosos tallarines
Alguna vez pide ir a manglaralto o a posorja
prefiere ir al estadio
Es preferible este prosaísmo al escapismo de la luz divina del
ojo tercero
Mientras preparo material de lectura/clase
o escribo emotivos/objetivos/concretos/trascendentes /poemas
prestados a la vida
la vida
me chiflea desde un colectivo me invita a seguirla donde los
negritos
normalmente digo que sí
hoy me da por gustar de las cosas no preservativas de la especie
por encontrar en los diarios algún rasgo una chispa un aire
popular para decir presente
me da por encerrar no exteriorizar mi despiste cultivado
Ella insiste vuelve a chiflearme me grita desde el colectivo
no jodas digo y no entiende
se cree con derecho a interrumpir mi gestación teorética de
pendejadas
Empiezo a sospechar que ella está creisi o tiene más cojones
que cualquiera
284
Por lo demás ella
la vida
tiene la culpa si el rigor científico no aparece en estas líneas

LO S D E S(E N )T IE R R O S D E L C A M IN A N TE

a FayadJamts

¿Debo empezar por las palabras rotas


por esos innombrables asuntos de la muerte?
¿debo desconsolar los tiempos
los presuntos pronombres de la tierra?
¿y mi impaciencia?
¿y este amargor abierto?
En realidad tengo buenos motivos
nuevos respiros
buenos arreglos para el porvenir
Ya no voy a la rotundidad de una cerveza en cabaret de pueblo
ya no me escondo tras un meneo puteril
ya no le tengo qué decir a mi excelente ex buen humor de ayer
Visto así
¿qué importancia tiene descubrir aderezos en los recovecos
estilísticos de un soneto
qué valor puede tener sentar las bases contra una anciana
hidropesía en la mitad del mundo?
son simples interrogantes en la mejor tradición retórica de mis
abuelos
de quienes nunca supe su forma de abrocharse los chalecos
de empinarse un trago antes de la merienda
nunca los vi jugar con esa su vieja irremediable niñez
se fueron mucho antes
volvieron a su muerte tras haberse ido muriendo cada día
ni siquiera tuve fotos para reconocerlos
Regreso a mis palabras rotas
285

Nunca pude conmigo


hice ejercicios de tiempos y distancias
luché contra la soledad
el egoísmo
la prudencia
la introversión
no pude con los ritos vecinales de los buenos días
los pase usted
los pero qué lindo niño
Lo pienso mucho
trato de recordar si alguna vez no fui cómplice
si alguna vez salí de mí
si me dejé llevar por algo más que una resaca
el pundonor de no amanecerme sin un vaso de cerveza
la voluntad de bailar los últimos destierros de la noche
eso nomás
y esta indecente precocidad de transitar con la misma
duda el mismo espectro

Hoy que establecí mi horario de domésticas rutinas


mi vulnerable sed
hoy que me da lo mismo el cambio de variedad en los burlesques
los cantos sireneros
¿de dónde esta costumbre de no acostumbrarme a la
costumbre de morir?
¿de las palabras serias?
¿de esas frases irrepetiblemente rotundas y graves que he
perdido la pista
que no las sé encontrar
que no sé dónde ponerlas en caso necesario?
¿dónde ubicarlas con estos hallazgos luctuosos
con estas podridas furias homicidas?
¿qué hago con los libros y sus verdades subrayadas?
¿qué contestar?
¿qué escribir con tanta playa ebria?
¿qué decirle al mar si me ahogó su luz?
¿cómo salir de esta triste cantina que es el alma?
¿cómo quedarme con esta insania aún sin disipar?
286

Es igual
la misma historia contada por las mismas voces
como si todo esto fuese solo un cambio de lluvia veraniega

Quizá mañana me restituya el optimismo sus buenas intenciones

EX ILIO S
(fragmento)

Un paquete de basura navega por el estero.


Trato de responder a esa pregunta de hace mil años
trato de responder cuál ha sido mi día más triste y caigo en el
replagio de
repetir lo ya dicho
mi día más triste no ha llegado todavía
sé que pronto llegará
sé que pronto estas palabras ya no tendrán ningún sentido
Una mujer lloró leyendo estos versos
me dijo cómo puede alguien vivir con esta soledad tan grande
no pude contestarle no le pude decir que desde hace mucho
esto no es vida ni muerte ni nada
no le pude decir que esta soledad tan grande es todo lo único
que he tenido
Esta noche al decirte adiós sé que empecé a despedirme de la
isla.
Busco alguna salida un camino que me permita descaminar
todo
lo desandado ya no quiero jugar con palabras de otros
desalientos
ya no las palabras este ardid espectral de sombras y misterios
Pero a una resolución le sucede una negación. En el umbral de
los grandes cambios hay un
instante en que volvemos a negarlo todo y vemos las cosas de
manera invertida: el
287
dinamismo del pasado se niega en nombre de una estabilidad
presente que se supone (y
suponemos) eterna, el amor se convierte en rabia y el
optimismo pasa a ser la nueva forza totalizadora:
debo pensarlo bien debo contestar si va en serio lo de mi
regreso
debo preparar mis cosas qué dejaré qué llevaré dejo un fracaso
infinito
una frustración monumental
¿de qué ha servido todo?
¿para qué este desperdicio de tanta vida inútil gastada entre
libros y poemas?
Ahora entiendo mejor aquello de la vana existencia
Camus fue un capo
el único problema filosófico serio es responder si la vida merece
la pena
Regreso
Empiezo a escribir que después de todo morir enredado en tu
pelo
sería etc. etc.
Si el pasado no es asumido como proceso sino como un mero
archivo al que creemos
poder utilizar según nuestras conveniencias, volveremos, tarde
o temprano, al mismo punto
de partida: el que nos hace suponer o presumir de que somos
muy objetivos:
debo decir que estoy recuperando después de muchos años
un pasado que pretendí olvidar para enfrentar el presente
sin lastimaduras patrioteras
puedo hacerlo ahora que supongo haber asimilado el dolor de
la patria
tras un ejercicio de presunta objetividad sepultadora de la
subjetividad
que el terruño desparrama
esto del dolor se siente en los ríñones hígados testículos
estómagos
no importa que sea de la patria grande o chica el despelote es
el mismo pienso haber
asimilado ya ese dolor pienso
288

me instalo en la lectura de estos años vividos al margen de ese


amargo dolor de patria
de esa histeria en trance de naufragio alguien dice que nunca
me fui
que permanecí entre ellos tal vez sea cierto
encontré una isla donde pude sobrevivir con la precaria
memoria puesta en el presente
hice planes para mañana porque nunca tuve más futuro para
asombrarme de estar vivo
una mujer me acompaña en medio de sobresaltos y
desencuentros
le digo que escribo para ella y no me cree encuentra indicios
que no le corresponden no se
percata del disfraz del extremo cuidado
que debo poner para el despiste a ratos
uno - y o - pienso que los poetas románticos no se
complicaban tanto la escritura
a ratos mejor vuelvo a mi negativa de regresar por unos meses
a esa ciudad que sólo existe en mis recuerdos
ni siquiera la edición de unos libros me entusiasma
aún no estoy preparado aún no es hora aún debo resolver
ciertos ajustes conmigo mismo entre tanto
A L E X IS N A R A N JO

( 194 7 )
Alexis Naranjo. Quito, 1947. Estudios de Lingüística
en España y Francia. Se ha desempeñado como profesor uni­
versitario y traductor, y ha ejercido la crítica de arte y litera­
tura. También es dibujante y pintor. Sus libros de poesía
incluyen Profanaciones (1988), Ontogonías (1990, en diálogo
con la pintora Carole Lindberg), E l oro de las ruinas (1994) e
Interregnum (1996). En 1998 publica La piel del tiempo (Pre­
mio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade, Municipio de
Quito). En el 2005 publicó Sacra con el que obtuvo el Premio
del I Festival Internacional de Poesía «Festival de la Lira»
(Cuenca, Ecuador, 2006). Su más reciente libro de poemas,
Ámbar negro, se publicó en el 2007. En el 2002 editó y tradujo
la obra del poeta inglés Henry Klein.
H IERO FA N ÍA

Incendia las palabras más comunes


y su resonar ajeno
ante las puertas de la ciudad amada
como si tu cuerpo, forjándose un alma
tras los despojos hundidos,
levantara con un gesto de piedra
las máscaras del hombre
lapidado por su fe.

Incendia los silencios más comunes


y su cascada fría a la hora del entierro
contemplando su pulso tumultuoso
y su loca sed de vida eterna,
como si tus nervios calcinados,
buscando algún apoyo, cayeran ya
en su danza de ceniza oculta,
de lapidada blasfemia.

PO N TO EU X IN O

a Jo s é L ez a m a L im a

Una mano iluminada por su reverso obscuro.


Una mano de filigrana sonriente que asciende por la sombra,
ciñe su cintura y la transforma en halo de luciérnaga.
Una mano generosa, sin la moneda de Bloy que vuelva
por su agujero contra las monedas de Angelus Silesius.
Una mano acariciando al ibis de jade, al jilguero del manajú
y al ruiseñor de tapioca cuando despliegan el azahar de sus trinos.
La mano que abre puertas selladas,
rompe espejos coriáceos y libera la yema del ser
292
franqueando las estalactitas de la noche,
recamándose de azafrán, bañándose en la baba del yac sagrado,
suspendiéndose en el vuelo del tití peruano.
La mano de la resurrección del júbilo que escribe en contradanza
los códices de la epifanía.
La mano del viaje anchuroso por la cuenca del Eufrates
con el velamen de papiro y la testa cuneiforme.
La mano memoriosa trasvasando esencias de alquimista.

Tu mano de mandrágora descubriendo bajo el musgo


los secretos ojos de las ágatas,
las legendarias campanas de Bagdad.
Tu mano de altísimas marejadas de Uno Urano circulando
por la savia de viejos cocoteros cubanos.
Tu mano que juega ajedrez oponiendo laberintos al perplejo
minotauro.
Tu mano que trama la majestad de la imagen con los alfileres
de la mantis religiosa.
Tu mano de resinas, de vulva de guanábana,
de ocre antorcha con rosetones de malvavisco,
con dedos de astrakán y líneas de ópalo.
Tu mano que nutre el árbol de las continuidades
en los labios de la esfinge madre.
Tu mano que
zarpa eternidades.

LA SU STA N CIA D IC H O SA

Así, sin toparle a esa roca


entráñate en su pulpa fragante; con los filamentos
del sueño de un molusco anuda la tenue red
que atrapará el asombro de esa roca, esa fundamental
roca que viene girando
para engendrar tu pulso. Y así la luz
que lloverá sobre tus manos, su dichoso flujo
293
será el don de esa roca que gira inamovible.
Pues bien puedes ser su estallido de quietud
en la mañana que te envuelve. Y también el ámbito
creado por el resplandor del que se nutre esa roca,
la gran roca nutricia. Y puedes ser
su levitación, su límpida sombra navegante
y el profundo río que esculpió su rostro
y el memorioso granito
en que te entrañes para siempre.

SACRA

S e c c ió n I

azarosa, inevitablemente
rememoras esto y aquello, vicisitudes, afanes
designios ocultos o visibles
mientras el año avanza hacia su fin

en el cielo de los horóscopos no advertiste


las oscuras desdichas
ni los días que sobrevinieron
como zarpazos de tigre
ni los fulgores de un encuentro inesperado

sólo el deseo
y la más ardua duplicidad
te trajeron su presencia
ella conjurando los presagios y tú
dividido, agotado, feliz
jugando con el sacro fuego del bardo
abrasado por el procaz juego del bardo
294

más de ti, que despiertas en mi sueño


más de tu sonrojo
que es sazón de fruto prohibido
más de tu albur, que es mi recompensa

albacea del vacío


no tengo alma sino sombra
no tengo sombra sino silencio
no tengo silencio sino ansia
ansia que tu ardor enciende
silencio que en tu jadeo canta
sombra que tu desnudez ilumina
cuerpo que en tu cuerpo se vacía

11

sacra de impudicias
me redimen tus gozos de la aridez del día
urdiendo los instantes
en que estoy peligrosamente vivo
indócil, en vilo sobre tu ardor
empapado y herido
herido y restañado
con la juventud feroz de tu risa

17

venías de tan lejos


venías sin sombra o quizá la mía
inexorable te llamaba

venías abriéndote paso


295
con otra fuerza, otra sabiduría, otra belleza
pero quizá mi sombra
era el desafío, el señuelo del ardor

y qué irremediable designio


te hizo llegar tan cerca, aun más cerca
acá donde mis sombras queman
en su gélido ritual

18

me perderá quien me juzgue


me alcanzará con su circo en brasas
me abrumará
con el ladrido unánime de sus perros

mas qué asombro haber repetido


hasta el hartazgo
las injurias de la verdad
las calamidades de la luz

sobre ruinas y tinieblas


la fogosa adúltera y los versos
me salvarán quizá
de muchedumbres y mascaradas
pero sólo quedará en mi paladar
la sal untuosa de los sexos

¿y qué callaré cuando la añoranza


me colme con sus frutos?

¿y sobre qué bruma brillarán


mis candentes naderías
mis febriles yermos?
296

19

mas si ya nunca habrá discordia


te escucharé con el sutil oído del infante
mientras sinuosos violines rasguen la neblina
y te traigan como una sentencia del Tao
y te loen pendrándote
en la apertura sin fin de la vigilia

mas si ya nunca habrá discordia


este hálito
esta voluntad partirán al viento
como pétalos sangrantes

y en medio tú
suave alquimista
diseminándote
sobre la tempestuosa faz terrenal

S e c c ió n II

con qué falaz pasión


saciaste los deliquios y partiste
de razones en premuras
de premuras en excusas
de excusas en silencios

para ti
el envés de los espejos

para ti
la flor glacial
297

indolente
sinuosa en tu desidia
sepulta esta querella
pero respírame
jadéame
prohija esta máscara, tu espejo

¿dices que tu silencio es transparente?

y ¿qué quemante opacidad


es entonces tu respuesta?

S e c c ió n III

trasegada tu sombra
exhausto y vencido
hundo mis manos
en greda perversa

mas la misma helada intemperie


me vuelca
anudado
demudado
yerto
en los ojos de otros ojos
de otros ojos
donde yaces arrebujada
lamia
vida mía
298

H E B D O M A D A R IO

L unes

Ni miras ni escuchas lo que oyes y ves.


La prisa desgasta tus impulsos
el tráfago te tiñe el rostro
la impaciencia te encadena al revés
y con el centro de gravedad fuera de tu cuerpo
remontas por el caótico cauce del asfalto.

Brillantes colores acerados


pasan raudos por tu mirada (ni oyes ni ves)
mientras a los lados de la vía
mercachifles, saltimbanquis y tullidos
rompen la línea recta de tus citas y tus cifras.

En la radio (¿ni oyes ni ves?) sones


de romance evocan placitas recoletas
el parloteo de las fuentes
el discurrir de las nubes
el declamar de jacarandás en flor.

De pronto, el tráfico se detiene.


De pronto, se te abre el nudo en el plexo:
has despejado por fin la fórmula del negocio
mientras, a izquierda y derecha, niños andrajosos
hacen piruetas a la caza de tus monedas.

Y ahora avanzas, altos y llamativos los rótulos


que pautan la ruta del progreso
en tanto pájaros cibernéticos (¿oyes, ves?)
relampaguean por el católico, el mestizo
el soberano cielo ajeno de los Andes.
299

M iérco les

Paciente erosión
mientras esperas un documento
entre corredores, teléfonos, secretarias y guardias.

Afuera
¿brilla el sol?
¿sopla el viento por las calles?
¿levitan torres, cúpulas y campanas?

El funcionario
te mira inexpresivo, levanta los hombros
frunce el ceño.

Brutal erosión
de ese lado del tiempo.

II

A la entrada del malí


terroso, aindiado, solemne
el guardián con su revólver
te observa
te mide
te escruta
y con un marcial resoplido
te alienta apasar.
S O N IA M A N Z A N O

( 1 947)
Sonia Manzano. Guayaquil, 1947. Estudió Literatura
en la Universidad de Guayaquil. Pianista profesional. Profe­
sora universitaria y gestora cultural. Ha publicado en poesía,
entre otros libros, Casi siempre las tardes (1974), La semana que
no tienejueves (1978), E l ave que todo lo atropella (1980), Caja
musical con bailarina incluida (1984), Carcoma con form a de
paloma (1986), Full de reinas (1991), Patente de corza (1997)
y Ultimo regreso a Edén (2006). En novela: Y no abras la ven­
tana todavía (Primer Premio II Bienal de Novela Ecuatoriana,
1993), Que se quede el infinito sin estrellas (2001) y Eses fatales
(2003). En cuento: Flujo escarlata (1999, Premio Nacional Jo ­
aquín Gallegos Lara, Municipio de Quito). En el 2008 la Casa
de la Cultura Ecuatoriana publicó una antología de su pro­
ducción lírica en la serie «Poesía Junta».
PO EM A M O R D ID O HASTA LA M ITAD

No soy ninguna voz de la inocencia


y de cuando en vez
también hago malabares con mis hojas de parra,
pero de la parra al hecho
hay un largo trecho en el que nada he dicho.

Por hoy no bajaré del paraíso,


por hoy mondo la pulpa de una suave modorra
y dormito pensando en la manzana
que se atora en el cuello
de un lejano pecado.

LA GÁRGO LA Q U E O TEA LAS BAHÍAS

Yo amo a los barcos


pero desde lejos:
en tierra firme soy una mujer que los contempla
como si le resbalaran
desde el astillero sin clavos de la boca
hasta el océano crocante de sus nervios.

En tierra firme
soy la gárgola que otea las bahías
goteando polvo desde su corazón de piedra.

Sólo yo sollozaré
cuando Teseo vuelva
con las velas equivocadas;
sólo yo sabré quiénes se alejan
enfermos de añoranza por Itaca
dejando que se ensarten en las aguas
las lágrimas inútiles de Troya.
304

O B JE T O T R A SN O C H A D O R
N O ID E N T IFIC A D O

Debo dormir:
para evitar la guerra
tuve que halar
a una hilera de barcos en conflicto,
para que pueda cumplirse el éxodo
de mi parte de apatrida
tuve que dividir el mar
y suspender las aguas.

Debo dormir:
alguien bebió de más
en la marea baja de mi cráneo
y de una sien a otra sien
me cruzan trapecistas
que dan dobles y triples saltos mortales
antes de caer
en un comatoso mar vacío.

Debo dormir:
dentro de mí se está reventando un bulbo
y cuando salga la luna
me habré convertido en un peludo y peligroso
tulipán negro.

PRO FESIÓ N EQ U IV O CA D A

Tuve todas las condiciones para convertirme


en un pulido mascarón de proa:
cara ligeramente inclinada,
pies húmedos y salinos
305
y cabellos flotantes que siempre señalaban
la dirección equivocada del viento.

Hubiera podido ser un excelente mascarón de proa


con sus respectivas alas ortopédicas
y con su guirnalda de nenúfares
sobre la azul y alborotada coronilla.

Tranquilamente podría haber empleado media jornada


en teclear documentos que aborrezco
y media jornada
abrazada al cuello de los barcos
(el tiempo restante lo hubiera pasado
en posición fetal y chupándome un dedo).

Si no me hubiera puesto a cronometrar


cada milésima de segundo
en este invertido corazón de arena,
yo hubiera podido ser un excelente mascarón de proa.

SE HA PERD ID O
T O D O RASTRO D E LO S FLAUTISTAS

Una rata
encerró alos flautistas en la montaña.

Apelando aun cántico irresistible


succionó hasta su vientre hinchado
atodo aquel que hacía una música
contraría ala marcialmence establecida.

Después se cerró la cremallera,


se acomodó las pistolas de la cincha
y apostó asus francotiradores
en las orejas paradas de las casas vecinas.
306
Flautista que salía,
flautista que hacía una pirueta
y rebotaba
en el charco vidrioso de la música.

Flautista que salía,


volvía a entrar
a través de otra pirueta.

Los flautistas no pueden salir por el momento


pero envejecen
soplando en el fémur de sus muertos
la música que mueve a las montañas.

P o r l a s im p l e f r ic c ió n d e la s pa labra s

se llega al éxtasis.
En ésta, mi primera relación con el texto,
textualmente me revuelco en el lenguaje.

Entreabro los labios para decir «esta boca es mía»,


pero no sé si soy yo la que por esta boca está hablando.

No importa que nadie me recuerde en este último día


tan parecido al siguiente.

Algo que no es la rosa de otros días


fluye entre los muslos,
desangra para siempre entre los labios
la rosa que no vuelve.
307

VASO G R IEG O

No encuentro ningún fin que justifique los medios


vasos de mi absoluta euforia.

Ser feliz demanda sus esfuerzos


y la tristeza más triste es la que no se percibe.

Alguien elige su elegía


en dulces versos yámbicos
y señala la colina en la que no hará
escala obligatoria
el pájaro parapléjico.

Pájaro migratorio, detente en Lesbos:


no importa que sea extemporáneo
llorar por el suicidio de Safo.
•'«¡san. ;& ñ a¡*' rr
IV Á N C A R V A JA L

( 194 8 )
Iván Carvajal, San Gabriel, Carchi, 1948. Estudios de
Filosofía. Catedrático universitario. Ha publicado en poesía
Poemas de un m al tiempo para la lírica (1980), D el avatar
(1981), Los amantes de Sumpa (1983), Parajes (1984, Premio
Nacional de Literatura Aurelio Espinosa Pólit 1983), En los la­
bios / la celada (1996), Inventando a Lennon (1997), Ópera
(1997), La ofrenda del cerezo (2000), La casa delfuror (2004) y
la antología Tentativa y zozobra (Madrid, 2001). En el 2003
publicó los ensayos de A la zaga del anim al imposible. Lecturas
de la poesía ecuatoriana del siglo XX. Fundó y dirigió la revista de
ensayo y poesía País Secreto.
EN LA C E

Leche de cuarzo, leche de ébano, la que amamanta al


rebaño de la tribu perdida, esa tribu que sestea tras las empali­
zadas y, ante el presagio, exhibe sus ídolos.

Agazapado entre la maleza, en las proximidades del río,


el viejo chamán sopla tabaco y aguardiente alcanforado sobre
los cuerpos.

Bajo la luz lunar...

Una furia de levíticos demonios levanta estalactitas


trenzadas para detener esa manada perseguida y maldita.

Un pueblo que huye con sus dioses y trepa la montaña.

No, mi canto no podrá salvarlos del desastre. Si acaso,


quedará en unos labios jóvenes y débiles.

Ya mis ojos se han puesto a rotar sobre otros ojos, en


torno a esos soles. O son ellos, lejanos, lejanos, los que están gi­
rando.

En mi cráneo.

Precoces leones saltan sobre la presa. El horizonte es


devorado y allí, en el núcleo incandescente, las cosas se alejan
de la mano, escapan de la mente.

¡Oh! Son el crimen, la poesía, irguiéndose en su enlace.

¿Por cuál orilla leve, por cuál dintel umbrío transita el


mensajero hasta esa garganta de la víctima? ¡Apréstate a la sor­
presa, el cantar es tu oficio! Cuando menos lo pienses, cuando
no lo esperes, el rayo fulminante atravesará tu médula.
312
Pero ahora, en la placidez del himno, el furor adoles­
cente raspa por simiente, por agallas. Dispara. Dispersa ese
polvo dorado, dentro de los jardines, pese a los muros, pese a
la guardia.

PU ERTO

Naufragamos.

Mercancías apiladas en las tiendas hasta el techo.


De los ganchos cuelgan las reses. Y allá vamos
por un pedazo de lomo, por un kilo de visceras.
Aspiro el olor del humo, cargado con la sangre chamuscada.
Rociamos con soporíferos vinos el bocado. ¡El holocausto!
Salomón o Francisco descansan con la nuca apoyada
sobre el testuz de la bestia decapitada. Mi cuerpo,
territorio ganado palmo a palmo entre retazos...

Madame baja las gradas haciendo gala de su traje y coloro te.


Madame cuida su rostro, no mira directo hacia el asfalto,
recoge su manga y sopesa en su mano enguantada el mango.
Mi dama en el umbral: esa coqueta esfinge,
regordeta y recortada contra el fondo
de un anuncio: una marca de jabones.
Saludable...

Naufragamos,
en un bazar cualquiera.

Pero no te tragues el cuento, camarada,


yo no vengo en esa nave de casco negro
desde las islas prohibidas,
no voy para ítaca, ni a hacer las Américas.
Mi puerto de embarque está al cruzar la esquina.
Sin embargo, el plebeyo
313
intuye en mis ojos abiertos mi ceguera,
advierte que me pierdo,
anticipa mi acechanza.
¡Ah, me traicionan las pupilas,
me descubren con el fuego! ¡Su seducción!
¡Ah, esos destellos del sol febril y fanático
restallantes en el perfil de la navaja!

Y mientras mondo la fruta,


la mujer se desvanece,
el cargador arrastra
la pierna de una res
(seguro: naufragamos),
y me oyen cuando silbo.

CACERÍA

En el sueño atrapo,
solo en el sueño.
Me disfrazo y
me tiendo entre las zarzas.

Mis ojos ya gozan la avaricia


de contenerte, arrancarte
del juego.

¿Pero quién pone al cabo


el cepo y la celada?
Manso posa el venado
dándose en don
a tu aleve flecha.

Tú corres con tus huestes


314
y pasas sin volverte.
Ríes a mis espaldas.
¿De mí? ¿De ese venado?
¿Del sueño de que escapas?

II

Miraré mi rostro en las aguas dormidas.


Junto al cuerno de luna, ese cacharro.
Al fondo, rastros de sangre.
La sombra, a mis espaldas,
una burla. Bajos los arbustos
se enmascara. Ridículo, beberé.
No el vino sino luz helada.

III

El verso es arco que se tensa


sin flecha que partir pudiera
hacia tu pensamiento oculto,
hacia tu voluntad tan lerda
para mí.

Acaso
no exista el verso que te acose,
que te circunde y cerque
y te conmueva al fin,

pero tal vez exista


el verso o el gramo de silencio
que te pudiese herir.

Y si parodio plegarias y epitafios


es por buscarlo entre los restos
y el enojoso reto que me lanzas
sin pronunciar siquiera una palabra.
315

LA O FR E N D A D E L CER EZO

Simulacro de la escarcha
en el día soleado,
mapa de un cielo de estrellas
albas y enanas, o un firmamento
que apenas se sostiene
de las cuerdas mecidas
por un rumor de niños que se alejan.
Las flores del cerezo
copan el cuadro de la ventana.

II

Esta ventana se abre al jardín.


Detrás de sus cristales,
la luz y el cerezo.
En este instante
la ventana existe
para que la luz

Ilumine el despliegue
de las flores blancas,
su suave balanceo.

III

El mundo podría seguir rotando sobre su eje


aun si no estuviese este cerezo en marzo
sobre la acera de una calle en Washington.
Tal vez ninguna necesidad tenga la Tierra
de su color, de su perfume o de su peso.
Ninguna necesidad de él tienen los imperios.
316
Seguirían su curso los negocios.
El asesino no detendría el disparo
ni la víctima se volvería a mirarlo
antes de caer. Que aquí florezca
se debe a la intriga diplomática:
Un obsequio del imperio japonés
a Norteamérica.

IV

Ninguna necesidad tiene el cerezo


que venga de tan lejos y me detenga
a contemplarlo en su milagro.
Nada es necesario para el árbol
salvo la luz, la noche, el agua,
los fermentos, la brisa del Potomac
y el vuelo de las moscas.
La rotación incesante de la Tierra.

Para ser, el árbol no necesita que


me detenga a contemplarlo.
No mora el cerezo real en mi palabra.
Mi palabra es tarda, sólo evoca
un cerezo que florecía en Washington
y aquél otro en el jardín de Arga
junto al Mediterráneo. Existen
una avenida que va al Potomac
y una ventana que da al jardín
para guardarlos, y en mi memoria
avenidas de diáfanos cristales
por donde llego al árbol que contemplo.
317

VI

El poema es movimiento interno.


Memoria, imagen. Luego, vacío.
Imaginación y palabra inventan otro cerezo,
la sombra del cerezo contemplado
en otro lugar una mañana.
¿La sombra?... ¡La luz! La luz
espléndida en la flor del cerezo.

VII

Contemplo el cerezo en su milagro.


Florece. Y aunque me embriaga su aroma,
no estaré aquí para probar sus frutos.
Mi vida depende del cerezo apenas
mientras dure este instante. Un blanco manto
que cae y se mece, un fresco olor,
mi júbilo. Me iré en unos minutos.
Mi vida no depende del cerezo.
Y sin embargo irá el fantasma
del árbol conmigo para siempre.

VIII

El universo continuaría en expansión


sin el cerezo. Seguirían la historia
y las catástrofes. El ascensor descendería
con su carga y en el puente
esa pareja de amantes se abrazaría igual.
Y sin embargo el esplendor del día
se hundiría en mi mente
sin el cerezo en flor.
Sin el fantasma de ese cerezo en flor.
318

IX

Siembro un cerezo en Chigchirián.


Tal vez un día alguno de estos petirrojos
parezca un sol del tamaño de un puño,
la mancha de un corazón sobre el manto
blanco del cerezo. Tal vez estaré
sentado en una silla del jardín
esperando el milagro. Otro cerezo
distinto de aquellos que contemplé
plantados en una avenida que va al Potomac
y en un jardín que da al Mediterráneo.
Otro cerezo: Hoy mi mano abre
su nido en el suelo. Y espero la lluvia
con unción.

¡Una ventana para este cerezo


y una avenida para llegarse a él!
Tampoco se detendría la vida
si no plantase hoy este cerezo,
si un día no llegase a florecer.
Mi política en este pequeño reino
-el huerto en Chigchirián-
apenas consiste en abrir un hoyo
para sembrar el árbol.
Mi diplomacia: la paciente espera.
Que la Tierra gire y con ella el Sol
en torno a su tallo. Que las ramas
sean sacudidas por la lluvia y el viento.
Que florezca y revoloteen las moscas
polinizándolo. Por lo demás,
la historia y las catástrofes
seguirían su curso sin el poeta,
sin el jardín, sin el cerezo.
319

AZOGUE

Secreto espejo
la noche

el rostro se expande
y desdibuja

tenue lindero entre el asombro


y los rizos de espuma parda
que la mano despeja
te buscas en el vaivén
de la luz y la sombra
y por un instante
parece el firmamento descender
y compactarse
en ese torbellino que hunde
astros en la retina
y detrás del tímpano
la vibración del tiempo

por un instante apenas


-lo justo-
esa juntura
de la noche
y el hálito
que viene
de la soñada imagen celeste
hacia tus labios.
320

ALDEBARÁN

Brinca el toro
y en su apremio
usurpa espacio
a la llanura

salta a su mancha
pero vuelve
desde la arena
hacia tu asombro

la noche encubre
la calavera
en sus ojos el brillo
de la joya y la yesca

en la vigilia
un chorro helado
se descarga en tu nuca
y centellea

el toro se contrae
y apacible reposa
en la ribera
-d e pronto cae-

pétalo iridiscente
hechizo sideral
un rastro suspendido
entre las nubes

tú recoges la estrella
bajo los párpados
por las lindes del bosque
que tu sueño remonta.
IV Á N O Ñ A T E

( 1948)
Iván Oñate. Ambato, 1948. Estudios de Literatura y
Semiótica en Quito, Buenos Aires y Barcelona. Ejerce la cáte­
dra de Semiótica y Literatura Hispanoamericana en la Univer­
sidad Central del Ecuador. Ha publicado en poesía En casa del
ahorcado (1977), E l ángel ajeno (1983), Anatomía del vacío
(1988), E l fulgor de los desollados (1992), La nada sagrada
(1998) y E lpaís de las tinieblas (2008). En cuento, E l hacha en­
terrada (1987) y La canción de mi compañero de celda (1993).
E L Ú LTIM O SU E Ñ O

La vi dirigirse hacia otra noche


y supe,
por esa manera de sonreír,
de esconder las manos
en el abrigo, que otra vez
camino del infierno iba.

Quise correr,

pero cómo
atado a una cama y sólo
vi que no volteó más
su rostro mojado,
y que por toda luz
llevaba una moneda de bronce
entre la niebla.

FINAL

Y
En medio de la desolada vida
yo no sé, si vi
o imaginé

Haciéndome adiós
desde la tiniebla

Un ángel perfecto
como este instante último de mi vida

Un ángel ajeno.
324

A N G ELU S E ST

Ángel que deambulas


por los sueños sin fronteras, detén
un instante tu camino
y escúchanos a los que caímos en esta tierra

olvidados
hasta de los pobres sueños cotidianos. Sueños
que se fríen un domingo tarde
entre bostezos y buñuelos. Párate un momento,
gira tu rostro y anímate,

cae
de nuevo en esta cama
como cuando creía en Dios
y lo esperaba con zapatos nuevos, con el corazón
limpio, agitado
como banderín patrio en una fiesta cívica.
Todavía creo,
pero los zapatos están rotos y el corazón
en alguna lavandería
con el comprobante perdido entre cuentas de luz,
recibos de algún amor y temibles demandas del pasado
o del futuro
que da lo mismo,
porque todo se convierte
en una inmunda pelota de papel molido, cuando
me pongo un pantalón recién lavado y pretendo
hacerle frente a la vida, o
a mi propio rostro
que de pronto me sorprende
reflejado en una vidriera. Entonces,

acariciándome el cuello
con el filo de un cuchillo
325
quisiera borrarme del todo
o solamente de la mala noche, con una buena
afeitada.

LO S H U E SO S D E VALLEJO

Ya no veré París

porque el tren en que arribe


estará cansado,
cargado de vacas, de banano chorreando moscas,
de borregos para el matadero, de jóvenes
que consultan su destino en libros prestados y
en estrellas ajenas,

de travestis
que se depilan al apuro y con dos monedas
de espuma,
de ilusiones, de ojos como los míos
estará cargado, y
limpiándome la cara con un trapo
me iré con los brequeros filipinos, con
los jóvenes esclavos
venidos de la Arabia
a beber un litro de vino en alguna cantina,
en alguna mesa taciturna
donde apoyaré mis codos y dormiré,

dormiré

hasta dar con los huesos de Vallejo,


con la dirección
de alguien
que resultó ser un terreno baldío, o con los ojos
de la portera
326
que despertándome
me lanzará fuera, afuera de la pensión
y me encontraré en una plaza
rodeado
de desconcertados muchachos, que como yo,
nada saben
de los que vinieron
o no vinieron, de los que se quedaron en el mar o
en una cantina
dándole vueltas a París,

como en este sueño.

i
JA V IE R P O N C E

( 1948)
Javier Ponce Cevallos. Quito, 1948. Estudios univer­
sitarios en Quito y París. Desde 1966 ejerce el periodismo y la
investigación social. En 1982 apareció su primer libro de poe­
sía A espaldas de otros lenguajes, al que siguieron Escrito Lejos
(1984) y Los Códices de Lorenzo Trinidad (1985). En 1999 apa­
rece Texto en ruinas y Afuera es la noche en el 2000. En novela
ha publicado E l insomnio de Nazario Mieles (1990), Es tan di­
fícil morir (1995) y Resígnate a perder (1998). En el 2000 reci­
bió del Municipio de Quito el Premio José Mejía Lequerica
por su ensayo Y la madrugada los sorprendió en el poder.
LO S C Ó D IC E S D E LO R E N Z O T R IN ID A D
(fragmento)

El lienzo abre sus grietas más profundas.


Espátulas en su ceguera han callado.
Blancos de plomo
merodean con sus coros
de muerte
los frescos
que nos acosaban por toda la ermita con ajenas
escri­
turas sagradas.
Hoy quedan impúdicos restos
en los altozanos del claustro
y la orfandad de un ojo
la tortura de algún vientre ingrimo
son la única relación
la memoria única
de tu obituario.

Imagineros, con vidriado de albayalde, juntan a-


ceite
de lino
polvos de cántaro
azogue
migajones de pan
mezclan sus miedos con escombro de argamasa
y echan cal sobre sus propios restos.

Como cenizas
cristales de alumbre vueltos cenizas
se desparraman
y de los muros se desprenden espesas costras de
un*
lenguaje.
330
Com o cenizas
cristales de alumbre vueltos cenizas
de ti, de quien nadie guarda ya memoria
queda sólo una premonición de voces
un confuso relato.
Contradanzas con figurantes
y cafres
envueltos en cascabeles gordos asordan tu me­
moria.
Atambores, dulzainas, incensarios
quemando en sus braceros
lascas de olor sahumerio
atestan el patio de la ermita y desde sus rescaños
cercenados miembros suyos
entre blancos de plo­
mo
merodean con sus coros de muerte.

De ti queda
el gemido de la fuente.
Una estela sin memoria.
Un osario profundo.

Sin entender de dónde son o-


riundas sus visiones
imagineros mezclan sus miedos
celan una corte de demonios para sus huesos.

El lienzo es blanco.
Es blanco el muro.

Cercan el patio
arcos de medio punto y son blancos.
No existen tus cuerpos.
La ciudad no existe.
Sólo largos azotes de cuero que a la noche
que en los gritos
y roncas voces del sueño
331
reviven empastes tuyos.
Angeles y Luzbeles que redoblan sobre la muerte
sus ri­
ñas
entre las soledades callosas de la recoleta.
Canónigos que atiran sus largas colas de epistola­
rios.
O patas de pericotes que van y vienen
de un armonio
al otro.

Seco el aire
el hueso seco
sobreviviendo a la humedad y al viento
un acijado azul, un cárdeno, un lacre
el ocre y una sombra
parda
restan de todos tus tonos.
Y a tus frescos y aguadas
a tus noticias remotas
al calofrío de flamas que en el candil tiemblan
por temor a caer bajo los zarpazos de las raposas
voces asedian.
Remotas presencias hablan
ríen entre dientes susurran trabando las pala­
bras.
Hacen burla de ti
abominan tus imágenes
332

LA A U SE N C IA Q U E H A S D E JA D O E SC R IT A

No sé quien sobrevivirá esta noche. Temo la penumbra.


La ciudad y su modo de agonizar
calcinada por la noche. La calle inventa
un pasado cercano. Una sombra ajena.
Gentes que llevan sobre los hombros y sobre los ojos
el peso de sus voces. El eco de los horrores
que nunca confesaron.

Los escombros de sus panes desmigajan los bolsillos.

En el lentor de la tifus
abren sus bocas últimas para expulsar el tiempo.

No se quién va a morir aún y emprendo una escritura


donde me acechan todas las lecturas que me sobrevivieron.
Se apagan las ventanas del burdel que vigilé
hasta que el deseo las consumiera.
La tiniebla se desnuda y se aleja.

Tras las puertas de la cantina clausuran esta ceremonia las escobas.

No sé lo que me ocurrirá en el pasado cuando ocurra.


Cuando descienda la noche y no quede del paisaje
sino cenizas de un cuerpo consumido.
Cuando en el fondo de la niebla un travesti
ensaye la incertidumbre de su sombra.

Las voces que se descuelgan por la memoria ahuyento.


Que no me reconozca nadie.
333
Que nadie sepa dónde estoy. Qué extravío. Qué sed de huesos
y de sangre, qué estropajo de vidas y de cuartos
arrastro conmigo hasta el deseo.
noche me sobrevendrá de todos modos,
noche, mientras escribo torpe, lento, fatigado.

Las cortinas en los cuartos de los lupanares


sellan las ceremonias de los coitos ciegos. Allí, sobre esteras
aprendí y olvide los actos, los abismos.
Los actos más atroces que recuerdo.
Me detengo. Por qué me detengo si dura apenas unos segundos
la muerte.
Mientras caigo, el pasado
con estúpida insistencia repite la plegaria
que ha de condenarnos.

Como la tempestad, la escritura se anuncia.


El verbo repite cuanto anduvo, cuanto dijo y se detiene
en cada errata.
Tú te recoges. Te ocultas.
En el cálido frío de las criptas
buscas la compañía de los difuntos.
Afuera se desata la escritura.
Te recoges en tu espanto para que allí alguien te ame.
Alguien te desnude y te quiebre.

En el café a contraluz
ocurre tu relato y yo no alcanzo a tocar tus sueños
con mis labios torpes. En el cafe a contraluz
la pupila es un claro de bosque. Las palabras
son cuerpos luminosos que se desprenden y caen.
334
No sé qué ocurrirá conmigo.
En la noche repta a tientas el miedo. De ti queda
un azoro que se cuela por mis ojos.
De la escritura recogemos el bagazo.

Qué pasado guarda todavía vida. Nada ocurre.


Tiento la oscura ausencia que has dejado escrita.
Tropiezo hasta caer al fondo frío del lenguaje.

PO EM A Q U E N O E N C O N T R Ó SU T ÍT U L O

Duermo. Mañana temprano saldremos,


golpearemos las puertas de las casas y en los abismos
preguntaremos por su imagen tierna.
Tal vez lo vieron volar
o habita en un pajar el día
mientras la noche te visita en sueños.
Duerme abrazada
al vacío de tu cuerpo, murmúralo, despiértalo,
cántalo, pero no lo busques. No le gusta que pregunten
tanto por él,
porque no está.
Es un simple rumor todo su ser.
335

PARÍS, 5 R U E A B E L

Para Ramiro Rivas,


vecino de buhardilla

Si tú quieres, aguardaremos que la eternidad nos llegue,


Que callen los violines sus murciélagos vuelos.
Y que cocinemos juntos un plato de cecinas,
Aún nos resta
el silencio que sigue a toda discusión.
El cúmulo de todas las palabras arrojadas al patio
y las que guardamos también, para más tarde o para nunca.

Si tú quieres quedémonos en
el parpadeo que fuga en su derrota,
de esta lámpara de petromax que demora hasta nunca
nuestro regreso. Aún nos queda
lo que ocurre afuera de nosotros.

Agobiado por el miedo, me arrastro hacia el pasillo.


El frío es cruel (¿recuerdas ese frío de enero que consumimos
en el vino y la lluvia que trepa por los zapatos con su lengua
húmeda?)

En la claraboya se carbonizó el paisaje.

Escucho infinidad de pies en el pasillo


pies que no alcanzo a reconocer con esta lámpara.
Pies que no tienen
alguien conocido que les nombre.
Pies que en su espanto tientan
la piel nocturna de los entablados

Acostado sobre el lecho, miro hacia la puerta


y te aguardo, Ramiro, fijos los ojos en el cieloraso.
Son por lo menos siglos que aguardo
venga alguien a prenderme, a traicionarme
336
a clavarme una daga de metal en el costado.
Que alguien eche suertes sobre mi piel, con la moneda
y las noticias de tu muerte. Sin embargo
nadie sabe quien soy
ni desde cuando alguien desviste mi sombra cada día
y no encuentra de mí más que un fardo
tomado por las bubas. Un escoriado hígado.
Un poder perdido, un tricornio, una espada,
un calzoncillo.
Nadie, en verdad, para jugarse
sobre mi nombre una postrer partida
de perinola y desaparecer maldiciendo el frío.

Si quieres, aguardemos que la eternidad nos llegue.


Que tu muerte llegue. Que nos llegue el escombrado
maullido de unos gatos. Entre tanto
empujo mis gritos indecisos. La lámpara se asfixia.
Boca a boca le doy respiración. Espanto los insectos
que velan su luz apenas azotada por abismos.
Afuera nadie. Aún no somos, Ramiro. Vacíos
tú y yo, deambulamos la calle ya vacía.
No reconozco el ruido invisible de mis pasos. Me acuesto
simplemente. Pongo en escena solitarios
simulacros de conversaciones.

Afuera se desmorona un corredor de pies poblado


y repica el agua en el fondo de un lavadero de manos
evoca a un sapo abierto el vientre.

Nadie apunta las medidas de mi cabeza ni levanta


memorial de mis narices y mis ojos, ni asfixia el fondo
de mis espectrales pájaros.
Nadie sangra
este dolor que acaba de nacer.

Que nace a diario. Este desolado viento y su eterno modo


de deshojarnos cada otoño.
337
Si quieres, aguardemos que la eternidad nos llegue.
Que alguien en la erosión de vozarrones y de pestes
se apiade de la jerga de nuestros huesos.
Que alguien recoja, junte papeles regados en el piso
relate muerte y despojo tuyos.
Desde el pub que instalaron en el sótano, sube hasta nosotros
un larguísimo son de trompetas de Pharoah Sanders.
Escala las ventanas, vence la soledad del patio.
Pharoah desapareció un día del cuarto,
o fue tal vez en el cuarto de Ramiro que ocurrió su muerte
y la muerte de Ramiro y de nosotros.

Nadie esa tarde


cocinó un bistec con ensalada. Nadie destapó aquel vino
espeso que tu partías con un cuchillo.
El cuarto tal como lo dejamos hace siglos.
Como el vuelo de una mosca, el tufo
de un cuerpo que allí habrá dormido.
Quien sabe. Son
cilicios que caen
sobre la espalda del lenguaje lo que escucho.
¿Eres tú, Ramiro? ¿Soy yo amarrado a los zapatos?
Afuera las gentes se precipitan al vientre de un subterráneo.
A mí me sobran las monedas que se atascaron
en la cabina telefónica.

AFUERA ES LA N O C H E

U no

Vuelvo para nombrarme y mis nombres fugan


a lo largo de un corredor de pájaros.
Fugan
los dioses.
Qué difícil este retorno
338
La creciente sombra del lenguaje
que se tiende sobre la memoria.
La pesadumbre acechando los pasos en la isla.
Este difícil retorno, amor,
a mis desolados pasos.

La noche esparce en Áulide nuestras voces


que fueron voces algún remoto día.
La noche
clama y calla
vacía como un cuenco que desaguamos la víspera.

Mis huesos: madera


para la quilla de una nave
encallada en la comisura de la roca.

Es difícil este retorno


de las palabras. ¿Existieron alguna vez?
¿Estuvieron entre las piedras?
Estuvieron. Sí. Dejaron sus huellas.
En los muros de Áulide
un túmulo de piedras y de huellas
para tu cuerpo ausente.
Para tus islas ausentes.

Restos que junto penosamente


mientras se asfixia una memoria lejana.
SA R A V A N E G A S

( 1950)
Sara Vanegas Coveña. Cuenca, 1950. Estudios de Len­
guaje, Literatura y Filología Germánica en Cuenca, Madrid y
Munich. Profesora universitaria e investigadora de la Univer­
sidad del Azuay. Es autora de 90 poemas (1981), Luciérnaga y
otros textos (1982), Entrelineas (1987), Indicios (1988), Poemar
(1994), M ás allá del agua (1998), A l andar (2004), La flor de
arena (2004). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Jorge C a­
rrera Andrade, Municipio de Quito, en los años 2000 y 2004.
Directora-fundadora de la revista de poesía M arginalia.
GRIETA S

una grieta repentina tras tu cabeza


como si la pared se prolongara hacia el jardín
y el jardín se ocultase bajo el agua
como si el agua aún inundara el antiguo paraíso
como si doquier algas ojos y escamas
y tú
sentada frente a mí
mirándome

grietas la sombra entre los árboles


tú levantas la mirada: hay soles tras las olas
laberinto de cúpulas y pirámides
ciudades magníficas
enceguecidos por la luz tus ojos ruedan
tras el metal acuoso de sus muros

la tarde es una bandera lenta entre los pinos

me llaman desde el fondo de los vientos


susurro lento/casi gemido
hipnotizada corro tras las voces
y la tarde se vuelve agua/se vuelve arena
hasta desembocar en castillos de sal
ciudades de fuego
en esos ojos que me olvidaron
hace ya tantas eras
342

rebosa la estancia con sus voces


-óxido y agua-
espuelas de luz rompen el aire
y resucitan historias
allá en el verde/al pie
de la pirámide

voces amarillas
rumor que crece bajo mis pies como una trampa
de agua
rostros infantiles rostros sofocados
sahara azul
-sus rosas, flores de arena y espuma-
cielo coronado de albatros y gaviotas
mi sombra reflejada contra la dura sílice

vientos antiguos te soplan a la cara


voces que palpitan en tu costado
anidan en tus cabellos
y tú apenas si las escuchas/es tan fuerte
el ruido equivocado de las calles

tu paso se vuelve lento


miras su color desvaído tomarse en formas olvidadas
en su propio aire
y el temor te hace volver los ojos
343
dedos de fuego sobre tu cabellera oscura
algo te arrastra de los ojos
y no preguntas/avanzas
con pasos de sombra
al nacimiento oculto de la arena
entre horizontes de hueso y agua

rumor de sangre derramada


todo es tan equívoco/dudas
hay soles frente a ti desvanecidos
y ojos que juegan a inventarte una vez más
vacilante te miras las manos:
un cántaro de barro
las sombras se inclinan/tú avanzas

al fondo: una luz te ciega desde la roca

danzas inmemoriales/fuegos y máscaras


resucitan viejos muros/que serán destruidos
por otras voces
te acercas vacilante: el cántaro en las manos
el ara
nace un aullido en tu garganta oscura
un círculo de soledad se cierra sobre tus pies
hueles la sangre que manará del pecho
la sangre de la ofrenda

avanzas
344

SO M O S

La luna abierta
como un calendario

agotado

el rictus de la noche
espejos diseminados

nuestra imagen

cuando los pájaros se fueron


quedaron huecos oscuros

en el viento

el puerto se ha lanzado tras la barca


en un día sin sol

y sin retorno
R A M IR O O V IE D O

( 195 2 )
Ramiro Oviedo. Chambo, Chimborazo, 1952. Estu­
dios de Literatura en la Universidad Central de Quito. Reside
en Francia desde 1987. Ejerce la docencia en la Universidad
del Litoral, en Boulogne Sur Mer. Entre sus libros de poesía
constan Serpencicleta (1987), Esquitofrenia (2000), Los poemas
del Coronel (2003; Premio Claude Sernet, Salón del Libro de
Rodez 2004) y Boca a boca (2008).
E L M IN IST E R IO D E L O JO 3

Los simples de espíritu, de narices inmunes al olor del olivo, sobran.


Jamás podrán oler ni un pelo del viento.
A lo mucho podrán adquirir una copia de un paisaje made in USA
O la naturaleza muerta más grande del mundo, inundada de
moscas señoriales.

Los girasoles existen.


Imposible enclaustrarlos en el fondo de un sótano.
Imposible atornillar los picos de los pájaros.

El tilo
La menta
Un árbol de cedrón
Una alba medio húmeda existen porque sí
Aunque los simples de espíritu piensen que no

A la tierra le gusta aspirar el perfume que pasa.

Hasta las vacas mojadas por la lluvia de noviembre


Nos dejan en sus huellas un olor de niño recién nacido.

LE SAGE-PAYS

La naturaleza es un paisaje al revés.


El revés de las formas, las esencias, sonrisas perfumadas
con cosméticos.
Un paisaje en peligro de extinción, como el lenguaje.

Ahí está y hay de todo


Hasta un ramo de ortigas para los ojos ásperos
348
Los buitres tienen su reunión mensual.
Comienzo a habituarme al desenlace.

El poeta, como el paisaje


Ya no tiene nada que perder.

D IG A N O A L PO Z O D E C R U C E S IN ÉD IT A S

En tomo nuestro y en Estambul, esqueletos de cuadros en espera.


El peroné luminoso de Picasso, mezclado al equipaje ordinario
de residuos
De un cementerio destripado, arrastrado por una lluvia de uñas
largas.

A pesar de la exuberancia del Mato Grosso, ninguna alevosía


Solamente esqueletos de cuadros
En los Andes, las clavículas peladas de Guayasamín
En cada metro de Viena un dedito de Mozart
En cada pastizal de América Latina la guitarra de Víctor Jara
En el desierto de Sonora cráneos perforados en el parietal
Y esqueletos de cuadros esperando.

Por los prados de Toscana, cráneos nadando entre el fango y la


lluvia
Por los vergeles y viñedos de España, esqueletos de cuadros y
rótulas de cal. afiches del PP y CeDés de Sabina
Corazones colgados en los postes de Quito
Por los jardines de Versalles, por cada fuente, por cada parcela
de tierra labrada
Por cada árbol
Meracarpios húmedos y esqueletos de cuadros esperando
Junto a las ortigas hirvientes que invaden las cabañas en ruina.

Un mundo de cruces el mundo.


JO R G E M A R T IL L O

( 1 957)
Jorge Martillo. Guayaquil, 1957. Estudios de Litera­
tura en la Universidad Católica de Guayaquil. Ejerce el perio­
dismo y la crónica cultural en diversos medios guayaquileños.
En poesía ha publicado Aviso a los navegantes (1987), Frag-
mentarium (1991; Premio Nacional de Literatura Aurelio Es­
pinosa Pólit, 1991), Confesionarium (1996), Vida postuma
(1997) y Últimos versos de un poeta decadente (2004). En 1991
publicó el libro de crónicas Viajando por pueblos costeños.
térra incógnita

atravieso descalzo terrenos baldíos


qué encontrar esta noche de pestilencia y podredumbre
muros cayendo y antiguas fortificaciones invadidas por el
monte
a lo lejos una canción: fuga de voces
pedruscos hiriendo la piel / el dolor asciende clavando sus uñas
nada diré / únicamente caminar hasta encontrar el puerto perdido
donde el mar es añil y el cielo como lava de volcanes
dónde la nave / he allí mi pregunta y el escudriñar una manera
de saberme extraviado
extraño como un forastero que yerra por piedras y arena
bebed / bebed suplica el ebrio con las manos crispadas en la copa
es una tentación: callo y empiezo a destejer sueños
a recuperar fantasmas asaltando los aposentos de mi castillo
franqueando la fosa / el laberinto de sus escaleras / apartando
al divino félido
y llegan a susurrarme historias de espejos mudos y amoríos
eternos
oh sus palabras son soplos fríos / y al pintar el alba se marchan
vuelvo a transcurrir en más fantasías: río de aguas infinitas
y converso con amigos asesinados en días grises
me anuncian puñaladas / seremos vecinos digo y ríen felices
otro sueño me colma como un espacio en el cual el tiempo está
vencido
encuentro flores en él / fuego y locura: extravío de olas y risas
capaces de matar
oh necesidad de embriagarme / olvidar la difusa luz
descubriendo mi rostro ensangrentado
a los amigos muertos / a los fantasmas afiliándome a su cofradía
la locura y sus falsas erradicaciones pudriendo mis huesos
sed de olvido / de encontrar la nave que sé escondida en la
neblina del mar
oigo su ulular / el respirar agitado de sus velas / oh cómo
soltar esas amarras
352
cuándo podré partir / las olas serán tibias como el sexo de una
amante
bebed / bebed: otra vez el grito / la tentación que intenta vencer
callo y mientras el licor viaja por mi cuerpo / pienso en la nave
anclando en el puerto perdido

el sur

perdida la brújula se marchita la rosa de los vientos


si no hay sextante no existe rumbo que valga
el sol o la abulia secan a veces las aguas
y solamente queda ir al sur

el puerto es una piel de elefante


un colmillo de marfil
un cementerio extraviado en la memoria
faroles que amantes y ebrios redujeron a la ceniza
pasos: la nada me viaja como una hoja de coca
apacigua la desesperación y el cansancio

Adiós a la furia del mar


estos senderos son desiertos construyendo oasis
el viento un eco que sepultó navegantes
me perdí del mar, mas no de la arena
ni de la amenaza de la espada

habrá que recordar: al sur los esteros


fango minado por el retroceso del cangrejo
raíces que se extienden como peste
mascarón de proa carcomido
los viajes se agotan
el sol se duerme en el pelaje de las nubes

al sur intestinos de caña


ácidos acudiendo permanentemente a su perforación
353
imposible es la inmensidad del mar
el dolor no reside en su oleaje

consejos al navegante

el mar trae el eco / el hondo cantar de dioses y sirenas


huya / sella con cera tus oídos / amarra tu cuerpo al palo mayor
no acudes a su llamado / observa la furia del viento acometer
las velas
un chillido de voces es ese largo eco
ese romper de olas es tu nombre escrito en espumosas estelas
sé sordo / necio el ulular venido del fondo
unas amenazas esas nubes que tornan ceniciento al sol
pero mayor la belleza del pez de cabellos adornados de caracoles
brilla su piel sin importar la ceguera del astro
oh aquieta el deseo / olvida la lujuria digna de ti navegante
y cantera tan bella como el sonar de miles de doblones de oro
verá sus senos mansos para el beso/ cierra los ojos
nubla el cielo de mirada que tormentas azotarán el firmamento
haz un nudo de tu ansia y que el viento conduzca la nave
que el dulce canto desaparezca en la caída del oleaje
que la sal pudra ese amor / que esa piel de diamantes
brille en otra mirada
y que el buen mar te conduzca a la isla / tu morada
y que añisco se convierta la espera
y que el amor que te aguarda sea una rosa de piedra
354

R ÍO KAPAWI

Ahora vamos agua arriba


Kapawi es un río estrecho
Y también el pez dentado que lo habita
Navegamos sobre quillas
Equilibrando los cuerpos para no caer

Ahora vamos agua arriba


He despertado a la selva de estos días
Después de soñar con una muchacha que desconozco
Navego feliz porque el amor es posible en mis sueños

Ahora vamos agua arriba


Vemos saltar un delfín rosado
El shamán, el shamán, grita el guía
Los achuar creen
Que cuando un shamán muere
Se convierte en delfín

Ahora vamos agua arriba


Esta mañana escuché al pecepesé
Los nativos dicen que estos pájaros
Cuando cantan
Lloran porque son el corazón de los muertos
R O Y S IG Ü E N Z A

( 1 958)
Roy Sigüenza. Portovelo, 1958. Estudió Letras en la
Universidad Católica de Quito. Ha ejercido el periodismo en
su ciudad natal. Gestor cultural. Ha publicado en poesía Ca­
beza quemada (1990), Tabla de mareas (1998), Ocúpate de la
noche (2000), La hierba del cielo (2002) y Cuerpo ciego (2006).
En el 2006 la Casa de la Cultura Ecuatoriana del Azuay editó
su poesía reunida en Abrazadero y otros lugares.
TR O PEC ER ÍA D E L A M BU LA N TE

Amor armado
la mano claudica
en el ciclo de fuego.
hay flores para el día,
si supieras que este
desvarío
tiene un sentido
que lo oculta el cuerpo
envuelto en las noches
no preguntarías el nombre
no preguntarías por las alas
(estaré contigo eso lo sé
alzando este manojo de agua
sobre pieles muertas
gritando en un monte
de escafandras)
entre empalizadas
de campos comidos
por las madrugadas despiertas
de camas robadas empieza
a crecerle el cabello
a los hombres agónicos
entre panes de angustia entre
puentes de ceniza entre
cabezas rotas en las murallas
que el sueño levanta
destruye
358

II

No hay razón en este largo


penar
la ridiculez de una lágrima
-com o mujer encinta cortando
violetas en un establo-
el amontonamiento de carros
rodados todo
va despacio a los limpios
campos del miedo
donde los jardineros
tienen las bocas lóbregas

suena el mar

estira sus piernas en la arena


sueña el mar
respira una música seca
clava carpintero clava
los ataúdes del hombre
que ambula por los blancos caminos del día
tropezando

C O N T IN U U M

La palabra es esta adoración:


este cuerpo que se va haciendo
con una urgencia detenida
(nada calma al labio que besa:
la llama que se incendia
y persigue en la ceniza
el mismo cuerpo incesante)
359
Tanta fatiga en la búsqueda del cuerpo:
se esconde entre capas y capas de aire respirado

El Excavador piensa que su búsqueda es el fuego:


«La belleza pace en el agua de la noche
como una manta-raya de azúcar»
«Las manos hollan una ventana difícil,
un ojo que se pudre en el sueño»

¿Cuántas veces el mar está ahí


vacío de nosotros que vamos a beberlo
abandonada toda iniciativa de murientes?

Vive su agua: un cuerpo parejo para su boca lisa

Un día ya no despertaremos con palabras


(en las bocas se asentará la arenisca de la baja-mar)
el sexo desvirtuará toda permanencia
como una cortina corrida entre el cuerpo y su escapatoria

Cuántas veces el mar está ahí


solopiedracomiéndose
solo piedra

ES EL FUEGO
el que se propala en el sueño
como grito de caballo

el amante hiere el bosque de la noche.


360

B u sc a ba la n o c h e su a n im a l

la tierna incertidumbre
de saber lo que se quiere:
una cosa tangible y a la mano
por la que podrías quemar
el venar silencioso
de tu cuerpo buscaba
el animal una noche
una piedra

LO S VIAJERO S

Leíamos en las estrías de la langosta


largas alusiones al paisaje:
lomas, como en las acuarelas japonesas
de la dinastía Qui, le decía señalándolas.
Eran ascensiones por donde venían
los rayos de sol a poner transparencias
-alas de agua seca, hojas del Arbol de Invierno-,
A lo lejos el gavilán hundía el pico
en el viento espeso que traía la tarde
cuando ya nuestros pies iniciaban el vuelo.

AL D IO S

y tú querías que escriba historias de vidas apuradas


donde la furia habría sembrado algunas semillas de sangre
historias -decías- que pudran las miradas y pongan
temblor en las lenguas

tú que huías con tu venar dorado como con un cesto de


culebras de un cielo demasiado mezquino
361
para tu deseo -eso decías-
mírame con tus ojos de animal terrible y canta
cántame las canciones del Don

VISTA D E LA C IU D A D V EN ÉREA

hotelitos donde mueren los amantes después del sexo


jardines con pastos y forrajes para alimentar los animales del
miedo
puertas como trampas para que las abra cualquier fugitivo de
la sed
-un muelle tendido a lo largo de una playa de sangre-
esta ciudad tiene un objeto moral en la cabeza
como un enorme huevo de piojo

en sus calzadas puse mis pies y me he perdido

PO RTO VELO

oh la alegría del desasimiento


cuando nada parece tener propósito

sólo el nado de los patos picoteando


el agua del río en busca de peces

y las matas de rosa del jardín de mi madre


moviéndose al viento

amable suelo donde la mente


puede distraerse de la idea de la muerte

de ti tomo el impulso: danos tu propósito


que vamos sin ida ni regreso y no lo sabemos.
F E R N A N D O B A LSEC A

( 1959)
Fernando Balseca. Guayaquil, 1959. Estudios de Lite­
ratura en la Universidad de Guayaquil, y en Atlanta y Nueva
York. Profesor en la Universidad Andina Simón Bolívar, sede
Quito. Ha publicado los poemarios Cuchillería del fanfarrón
(1981), De nuevo sol abajo y frío (1992) y A medio decir (2003).
En crítica literaria ha publicado ensayos sobre Jorge Enrique
Adoum, Jorge Carrera Andrade y Medardo Angel Silva.
N O T E LLE V É E L SE R E N O
P O R Q U E LLO V ÍA A CÁ N TA R O S

Justo antes de telefonear a la Viviana preciosa


la planta carnívora de mi jardín
quiso con las savias más ardientes de su tallo que la besara y le
cantara en alemán.
Así ella crecería rubia y sana como Judy Hill paseándose en
Hamburgo.
Yo imaginé el ridículo delante de los amigos.
Entonces me mostré más duro que un pedazo de pan de los de
la casa de la abuela
y le grité a la planta que no moleste a rienda suelta.
Por poco me aplasta la maldita enfurecida:
Se empinó inmensa como los campeones sudamericanos de básquet
sentí algo alrededor del cuello y no podía respirar.
Allí pedí un sos a las polillas y a los castores:
me negaron la ayuda por falta de su tiempo.
Aparte de resentirme con los animales de por vida
me apretó la planta los ojos con flores y frutos venenosos.
Así me mantuvo la planta durante varios días.
Entonces los bomberos rompieron puertas y ventanas y gritaron.
Notifiquen La Posible Asfixia De Uno De Los Lagarteros.
Y como a fin de cuentas la vegetala aún me amaba
ella me soltó para asesinar fácilmente al jefe de los bomberos.
Cuando lo elevó como le pegan a un socialista asediado en
media noche
ya fue tarde para que nos dejara en paz a todos.
Ahí mismo fue que me di a la fuga: fuga del paralítico.
Lo primero que hice —desde un teléfono público donde casi
me rompe el vidrio una gorda como boa bien alimentada—
fue cantarle a la Viviana preciosa muchas disculpas:
La Próxima Vez No Fallaré En Tu Cumpleaños:
Desde Ya: Escoge Las Canciones.
366

E n EL HARÉN EN QUE HABITO h a y u n a e sclav a q u e altiv a se m e


p o n e d e ro d illas y m e d e ja entrar.
En el harén que controlo con diligencia una esclava se despoja
de sí porque yo se lo ordeno.
En el harén que imagino anda una esclava que me aturde con
sus pechos cada vez que entro en el sueño.
En el harén que he comprado se pasea una esclava que me cura
los rasguños inferidos por otras mujeres.
En el harén que gobierno una esclava descalabra mis edictos y
resoluciones con la magnitud de sus caderas.
En el harén que he formado protesta una esclava cuya
desobediencia justifica que pida para ella el castigo capital.
En el harén que planeo habrá siempre una esclava sabia en
hierbas que me llevarán de viaje por el desierto sin sentir sed.
En el harén en que estoy deambula una esclava que masajea
mis muslos después de ofrendarme lo mejor de su lengua.
En el harén de mi propiedad no hay lugar para el reposo
porque la vacación ha sido declarada premisa de toda
temporada.
En el harén que diseño ha llegado la más hermosa hembra que
no sabe qué hacer con la dorada paradoja del
matrimonio.
En el harén que vigilo una esclava me quita el poco aire que me
queda al formularme inquisiciones altaneras.
En el harén que me pertenece una esclava incitante se abrillanta
los muslos como una hembra de caza.
En el harén que he creado una esclava al fin se rinde después
de mi insistencia por enseñarle lo que nunca imaginó.
En el harén en que vivo hay sólo una mujer a la que me entrego
como si yo fuera su esclavo.
M A R IO C A M P A Ñ A

(1959)
Mario Campaña. Guayaquil, 1959. Estudios de Dere­
cho, Literatura, Filosofía y Filología en Guayaquil y Barcelona,
España. Reside en Barcelona desde 1992. En poesía ha publi­
cado Cuadernos de Godric (1988), Días largos (1996), Aires de
Ellicot City (2006) y Lugares (2006). Es autor de las antologías
Poesía modernista ecuatoriana (1990), Visión de lo real en la
poesía hispanoamericana (2001) y Casa de luciérnagas. Antolo­
gía de poetas hispanoamericanas de hoy (2006). Ha traducido
Para una tumba de Anatole de Stéphane Mallarmé (2005). En
ensayo biográfico ha escrito Francisco de Quevedo, el hechizo del
mundo (2001) y Baudelaire. Juego sin triunfos (2006). Dirige
desde 1996 la revista de cultura latinoamericana Guaraguao.
Ha coordinado talleres literarios y colabora en diversas revistas
y periódicos de España y Latinoamérica.
C U A D ER N O S D E G O D R IC

Yo, llamado Godric,


recogedor de amuletos y presagios en la arena,
mercader olvidado por antiguas caravanas y crecientes playas

No podré morir si no retornan los caminos,


si no renacen mis amigos y mis años.

Yo, que no llegué a Bizancio en tiempos de viajeros,


que pude ser templario, funcionario real, navegante próspero
sin cota he quedado, sin yelmo, armadura y lanza.

Yo, cubierto por la arena y la misera memoria,


me pregunto hoy si la devota embriaguez de mis últimos días

me permitirá el regreso,
vencidos los alcázares,
cumplida la voz del nigromante.

Claras resuenan las voces sobre los atrios


Ecos de bandos y pregoneros
confundidos con el rumor de la muchedumbre
atraviesan las plazas
Las histéricas denuncian maleficios de brujas
Aprendices de sibila interrogan el vientre cifrado de las aves

El consejero intuye conjuros


o travesura de laboriosos alquimistas
El astrónomo lo atribuye a la iracundia de los astros
Pero yo sé que el mal llegó entre bultos
370
de peregrinos y mercaderes;
vi cuando invadía gigantescos bodegones
y se esparcía voraz por los rincones del poblado.

Desde entonces sueño con demonios,


con ángeles oscuros
disputándose mi sombra.

Sobre caminos viejos


rastrojos y altos sotos
Hacia atrás lo dejado me descubre sus contornos
Las aves olvidan el mar empujadas por la arena
La clepsidra no sabe qué tiempos recorremos
o qué tiempos nos recorren
En las caravanas de predicadores y mercaderes
descubro la mirada ansiosa de los untadores del mal
Los veo repartiendo opúsculos,
ofreciendo imágenes purpúreas,
atravesando desiertos, montañas, mares
Los veo crecer, diezmar y multiplicar templos
reinos
Yo vengo de los días que precedieron a la muerte de los muertos
He escuchado el rezago de sus últimos estertores
Apestadas desde dentro las ciudades
no sirve la cuaresma que han impuesto
El mal se propaga sin límite ni reposo.

¿Por qué la espera?


¿Por qué la erranza ha tenido que ser
única precaución segura?
371

D ÍA S LA R G O S

Para Francescy Montse

El recuerdo de Guillem de Torroella, trovador,


traza la senda. En la cima la iglesia
y el palacio del señor. El campanario entre las torres
En la fosa polvo de muralla, musgo y crisantemo,
Cada casa en su lugar, desde hace siglos,
ahora piedras esmaltadas como en Hollywood
En los lechos joyas y cántaros de porcelana
áouvenirs en el abrevadero de los bueyes
Silencio bajo los arcos y en los muros
donde mueren sucios callejones.

II

El viento de la tarde alisa el ánimo


La colina de los íberos descubre girasoles en el valle,
donde antes hubo un lago y después pantano
latas de cerveza en la ladera. Huellas en la hierba,
entre las ruinas: «pequeño el templo»,
«urnas para los ritos funerarios»,
«el hoyo que servía como despensa»
Susurro gris de encinas
Rastro del sueño y las ofrendas

III

Yates, fuentes, bares resoplan atestados


Al final las fotos con los buenos amigos y sus hijas
Verde el césped. Maduras las olivas
El pájaro carpintero ya no está
y ahora los olmos mueren.
372

A IRES D E E L L IC O T C IT Y

II

Cada uno muere en su batalla


Y todos en la única, arando
Terreno equivocado, adverso pero propio
Al fin:

Pues en el agua
Muere el pez no en el aire
De una cuerda de aire cuelga a veces un sol pobre
Todo pájaro por su lengua muere
Canta y su lengua lo envenena
La mosca brilla también en su revuelo
Platea ocultando su verdor oscurecido.

Viento. Furia apaciguada, resonando apenas


Una paciente marimba marca
Con parsimonia pasos leves.
Inútil el minúsculo llamado de la antena del caracol
De los astros y sus misteriosas melodías.
Inútil el diluvio de acero líquido, el resplandor que cae
Verticalmente.

Esta tierra se revuelve, como perro que muerde su


alma, de tristeza castigada.
Pálpito apenas encendido de la niña
Que dibuja corazones, saltando y agachándose
Con su tiza magna:
Una melodía naciendo en el murmullo
El instante abierto insta a otra ventura
Vuelve a sonar allí en la plaza. No se apaga.
373

LU G A RES

Para Nuria Amat

C u a n d o v uelv as

después de errar por días y noches


bajo astros silenciosos
y yacer
en lechos desconocidos
imaginando
el siniestro paisaje de la eternidad
y añores todavía
una fugaz revelación, una flor extraña

venal y débil
hallarás tu huella
apagada por la fuerza y el volumen de las cosas.

Ay de tu cuerpo y de tu espíritu
ahora de una materia desconocida
misteriosamente más grande o más fuerte que tu,

E m bo sca d a po r v o c es , la m a le z a , c o r r e s , m a d re

Por ventosos callejones, pisando la blanca hierva


Que crece en los pasillos
De salas de urgencias impolutas
Pero con la invisible mancha del dolor
Donde la gente llora perseguida
Y sus bocas arrojan la rosa al fuego
Y su oído oye llanto amigo.

En un instante esperas, con tu humilde majestad:


Hay gente que te viene a visitar desde tan lejos
374
A disfrutar de tu mesa siempre servida para todos
Para el peregrino que atraviesa la calzada
Para el que vaga buscando en el camino otro camino
Amados cuerpos de antes, que celebraban la amistad
Com o un día de fiesta.

Corres, pero nada disipa las palabras


Que acechan al que camina a solas
El que recorre su vida como un funámbulo
Sobre el filo de una pared vacía.

Nadie viene a tu mesa. Nadie asoma su rostro


En esta fiesta de despedida, cuando abres al fin
De par en par la puerta y ves
Un violento abismo repentino, un fondo cada vez
Más crudo: hervor de voces que te esperan
Justo cuando encuentras
Que allí abajo hay un sitio para ti.

Detente, Madre. Voltea la cara y mírame


Una vez más. Vuelve. Escucha: Es cierto.
No existen las fiestas que antes conocimos.
A esas fiestas hoy nadie acude.

Pero Ahora Escúchame Otra Vez: Esas voces


Que te siguen, esas palabras sucias
No han sido dichas para ti: son para el pez
Que ha bajado a la tierra, por su vida equivocada.

Ahora vuelve a escucharme: yo voy contigo


A contemplar esos seres que descansan debajo del árbol rojo
De una rojez translúcida, inflamada por el sol
En las mañanas de un sol que nunca conociste.
375

D ijim o s :
Nos veremos en el museo d'Orsay. en invierno
O en el parque Guell, un día de otoño.
Pero ahora te imagino en la montaña
Mirando la tierra desde lo alto.

Al cabo en el metro no me siento


Com o Odiseo o Eneas bajando al hades
Ni cristiano en tenebrosas catacumbas
Pobladas hoy por músicos solitarios y grafitos.

En el museo queda el mármol, piedras.


Olvido y fin de mutilados dioses.

Afuera dos organilleros cantan historias tristes,

He comprendido el sentido de la palabra eternidad


Hoy es igual que ayer y mañana será como hoy
Los sentimientos, no los tiempos, vuelven.
V IC E N T E R O B A L IN O

( 1960 )
Vicente Robalino. ¡barra, 1960. Estudió Derecho y Li­
teratura en las Universidades Central y Católica, de Quito, y en
la Universidad Nacional Autónoma de México. Catedrático
universitario. Ha publicado en poesía Póngase de una vez en de-
sacuerdo (1990), Sobre la hierba el día (2001), Cuando el cuerpo
se desprende del alba (2006) y La invención del cielo (2008).
C U A N D O E L C U E R P O SE D E SP R E N D E D E L ALBA
(fragmentos)

D esd e q u é p á ja r o S e ñ o r

miras la mañana.

Desde qué mar


tu palabra desata desesperanza.

Desde qué ángel


ordenas al tiempo precipitarse.

L os ÁRBOLES
sin un pájaro que los alcance.

El horizonte
en la inmensidad de la noche.

Quién resucita ese instante.

R e sid u o s d e lu z
en la noche ilegible.

Vegetación donde sólo anida


la muerte o el sueño.

C u a n d o e l c u e r p o se d e s p r e n d e d e l a lba
el instante abandona su insigne caparazón
y aprende a descifrar la nitidez del cielo.
380

L a s p ie d r a s d e l a n o c h e

se hunden en el silencio.

La soledad asciende
como un insecto sonámbulo.

El cielo decapita a sus ángeles.

L a n o c h e r e s p ir a s il e n c io

bajo desmesurados árboles.

Las aves se hunden oscuras


en la oquedad del paisaje.

El cielo deja caer a sus ángeles


sobre una plaza desolada.

S e ALARGA
entre páginas y páginas
aún sedientas de destino.

No alcanza a cruzar
la brusca desmesura.
E D W IN M A D R ID

( 1961 )
Edwin Madrid. Quito, 1961. Estudios de Economía
en la Universidad Central de Quito. Ha sido coordinador de
talleres literarios. Es autor, entre otros, de los poemarios Oh
Muerte de pequeños senos de oro (1987), Celebriedad (1990), Ca­
ballos e iguanas (1993), Puertas abiertas (2000) y Mordiendo el
frío (2004, IV Premio Casa de América de Poesía Americana).
O H M U ER T E D E PEQ U EÑ O S SE N O S D E O RO

haré un pacto con el diablo


o con cualquiera que posea
las llaves de la muerte
para entrar y vivir en ella
como si fuese oráculo de la existencia
irrumpir en sus calles sordas
con paso firme
sin el temor de estar siniestramente vivo
observar las casas hechas de hueso
con pequeños techos de zafiro
visitar los parques
habitados por árboles de coral
en los que anidan murciélagos de alas verdes
y cuando en alguna plaza adoquinada de amatistas
te halle realizando mítines
contra el alto costo de la muerte
dirigiendo una marcha enorme de esqueletos
o construyendo la organización
en los sectores populares de aqiev
me voy a unir a tu lucha
convencido de que los labios se juntan
al pronunciar la palabra paz
porque así como estoy
me siento un testigo añejo
de esta epidemia que nos convierte en cadáveres
y sin embargo nos negamos a combatirla
de la manera que vos la enfrentaste
tal vez por miedo a los ataúdes
o simplemente dejamos pasar a la muerte
repicando su redoblante
como cuando al detestable se le abre las puertas
para que vaya con su música a otro lado
oh muerte de pequeños senos de oro
si así no va a ser mi partida
384
socorre por lo menos a mis poemas
y con este lenguaje eunuco
practica los ritos fúnebres del durazno
y de la fruta que tiene antigua dinastía roja
igual que las huellas de la tortura
en el cuerpo del capturado
¿cerraré este pacto?
¿entregaré mi propia vida?
por demostrar que el puñado de corceles
que se han juntado para restituir
nuestro ejemplo más combativo del pasado
no son soñadores de lunas de queso
ni bichos con ojos de medusa
sólo entonces creeré
que tu joven esqueleto de bronce
podrá descansar como el hombre
que se ha sentado a la orilla del río
y ha metido sus pies en el agua.

PERRO Q U E AÚLLA

he descubierto los caminos


y colores de la muerte
he estado con viracocha
en las fiestas del inti-raymi
cuando cinco encantadoras doncellas
entregaban sus vidas honrosamente
al dios
he bebido ayahuasca
con los indios del oriente
y participado en la caza del caimán
entiendo que la vida
es extraordinariamente esto
por lo que guardé el tiempo y el espacio
385
en una cajita de pandora
y me convertí en un fantasma
que vive en las queseras del medio N .° 4-44
llega por las noches
a hurgar el refrigerador
a la hora de las brujas
entra en tu habitación
atravesando las paredes
hace que en el estéreo
suene la música de j. jaramillo
y te llama como la caja ronca
despiertas con la sonrisa por el suelo
le dices que no crees en los fantasmas
porque has leído
todo lo escrito acerca del vudú
entonces te habla
desde las cuatro esquinas del dormitorio
y vos intentas hacerle callar
diciéndole «borracho sin remedio»
pero cuando lo abrazas
para llevarle a dormir
desaparece de tus brazos
angustiada
comprendes que es una pesadilla
porque la luna está en cuarto menguante
y oqpo es un perro que aúlla
sales
a abrirle la puerta de calle
pero
te ha dejado para siempre.
M A R ÍA F E R N A N D A E SP IN O S A

( 196 4 )
María Fernanda Espinosa. Salamanca, España, 1964.
Estudios de Lingüística y Geografía, con especialización en Es­
tudios Amazónicos y Derechos Indígenas. Profesora universi­
taria y diplomática. Ha publicado en poesía Caymándote
(1990), Tatuaje de selva (1992) y Loba Triste (2000). Premio
Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade, Municipio de
Quito, en 1990.
LA M ISM A V O Z R O N C A

Esmegal
Seneraldas
de puente y río
palmas plantas como lenguas
menta botella de verde todo
hombres-ojos-ámbar
mujeres-caderas-viento
velas en las sombras
mueven la memoria.
Estupiñán y Senghor
son el rito
el espacio
los cuerpos
el olor de un perfume llamado gongo
en cuellos brillantes
de tanta marimba y balafón
con los dedos de chonta
y la misma voz ronca
de todos los siglos.

PIRÚ

En el Pirú
faltan palabras
para nombrar ciertas cosas

La gente dice
del pecho su atrás
para nombrar espalda
o dicen
del agua su duro
en lugar de hielo
390

En el Pirú de mi corazón
faltan palabras
para decir te quiero
del será su ayer.

TATUAJE D E SELVA

Dibujo que me dejas


de tus huellas hilvanadas
rastro de oruga
que tambalea en trapecio
mientras me aflojas la cintura
sin tiempo
me sueltas el cabello sin tregua
babosa que repta
Te beso sin boca
con cuerpo
y dejas de estar
la magia te hace
boa matacaballo
y por la noche
araña que palidece
y te clava un dardo de savia
en la nuca.

II

Cuando seas
tatuaje de fuego
en mi hombro
pez con boca simétrica
y escamas de espejo
391
te soñaré
como sueña el brujo
sus ritos floripondios
en la niebla húmeda
y el aire empedrado de amatistas azules

será sueñomagia
vapor de heno fresco
y te harás estatua de cal y hierro
porque tú y yo estamos hechos
de polvo astral y pupilas de cedro.

III

Todo el alcanfor del bosque


en tus axilas mojadas
para que seas trampolín
cometa con cola de luces
y verte devorado en reflejos
por todos los polígonos del cuerpo
ver que tus playas
se hagan monte y bromelia
reloj de arena tic-tac
y tus piernas
enorme hamaca de miel
balanceo de hoja
de palmera
se queden en cada anillo de nube
en cada salto de tigre.

XI

Entrar a oscuras
puro tacto
en tu caracol
y enroscarme
perfectamente asidos
392
para oír el eco
de tus mareas de tiempo
declives de luna
o nivel de agua pegajosa
en todas tus vueltas circulares
el caracol tuyo
es espiral de viento
que se pega a mi oído
me trae el mar
con todos los filtros y las algas
haciéndole círculo
dejándome envuelta
ese caracol tuyo
lo inventa un cuerpo a mi cuerpo
me tiene despierta
en tu trapecio
abanico y tiempo.

XLI

Las mariposas
van a morir en la humedad
han cortado la madera de su propio bosque
salobre
ni la sábila ni el guanlo les harán respirar
tampoco las aureolas eléctricas
o las codornices
dormirán en dormidera
sobre algodón de ceibo
y volverán a ser orugas
herederas de imágenes y constelaciones
inventoras de colores con ojos de lince

cuánto polen derramado


cuánto aleteo inútil.
P A C O B E N A V ID E S

( 1964- 2003)
Paco Benavides. San Gabriel, Carchi, 1964-Berna,
Suiza, 2003. Estudió Sociología en la Universidad Central de
Quito. Sus libros de poesía son H istoria natural del fuego
(1990), Viento Sur (1993) y Tierra adentro (1997). Se man­
tiene inédito su poemario La voz de mi amo.
T IER R A A D E N T R O

XV

Fastuosa esta visión del cielo


si no fuese por tantos swings
existencialistas Halbstarke beats
hippies folkies rockers discos reggaes
heavies skins mods punks
autonomen Hip-hops Gothics
skraters yuppies italo-powers
snowboardes technos que siempre
andan estropeándolo todo. De esta
«oíd bitch gone in the teeth»
de una «botched civilization». De
esta vieja puta sin dientes
de una mierda de civilización.
El futuro no pasa dijo
el condenado en un yaraví.

«A walk on the wild side»


un paseo por el lado salvaje se llama
la exposición señor dijo la guía
perdone pero hemos tenido que
fabricar nosotros mismos la parafernalia.
¿sabe? no hay presupuesto para ir comprando
por ahí sabe Dios cuántas porquerías
sobre todo las últimas muy refinadas
que de veras son carísimas un lujo un
gran negocio realmente eso es señor.
396

La etnografía me dijo Lionas la etnografía aquí


se ve con los que no se bañan
con los que no han llegado a la Reforma.

«un poco aburrido hermano


te cuento que estoy pasando
ya sabes que por aquí todo
respeto hasta los perros te respetan
pero como te digo hermano
un poco aburrido es también
ni autos de fe ni
toros de pueblo
ni muertos ni contusos en las marchas
ni mendigos de supurantes heridas
ni negros apaleados
ni indios enterrados vivos
ni chapas sacándote la putamadre
pero como te dije también hermano
respeto ni tan siquiera los perros te ladran
es increíble y hasta las peladas
todas alajitas blanquicas si vieras hermano
te paran zona y te pones a pensar en serio
en serio hermano te pones a pensar si
de verdad allá andabas como medio muerto
en la casa de tu casta».

Ni tan siquiera tus patricios fueron poderosos


como para infundir en la plebe
el sentido de las proporciones.
397

Decidle «que ha traicionado


la confianza pública» y no obstante
fue elegido por Peleles.

De los patricios es la patria, patricida,


así le dijeron y le cortaron la cabeza.

Belleza belleza y el derecho civil a la metamorfosis.


Belleza es cambio. De ritmo. En la mirada. En los
pensamientos. Ve y acompáñala es cruel.

Hija de la razón te saludan Ciencia


en nombre de la disección eficaz
de esta maraña de nervios
y lo creo
tu hermana irrevocable Poesía
está más vieja y más nueva que nunca
a veces de tu brazo y otras por una cabeza
cuándo digo yo veremos vuestro abrazo
que desbocará los rebaños
que guillotinará los príncipes.
398

10

Rima en verso profundo como


los antiguos nada más que hoy
con palabras huecas.

11

Despilfarras -Pericles me decía-


tu tiempo comprueba otra vez
que a ellos les encanta
comer junto a sus puerquitos.
Anda y ve río Grande el Mosquito
el Garrapata o el río Burro
con sus orillas aristotélicas.
Esos pueblos apestan semántica
más necesaria que fondos fiduciarios.

12

Oh progreso qué puedes tú ofrecer


en este siglo de coimeros
y locutores a destajo.

13

Antonio me dijo «bueno digamos que en tu país


vamos, quiero decir allá,
vuestros Plazas, Arosemenas y Corderos
fueron vuestros Medici pero, vamos claro
sin los logros de los Medici, en el caso
que éstos hayan logrado algo.
399

14

«Contra el -d ijo el Capitán- populacho


esconde los cañones e instruye Cicerones»

15

Desfalcar desbullar desbarajustar


charros charanga chacota cieno
cicatero espurio estrafalario
desgañitarse forajidos y demás
chungas del siglo de Pericles.

16

El populacho el populacho. ¿Qué


hacemos con el populacho? Manda
los blindados contra el populacho
y que se «jodan esos desgraciados». No
no dijo alguien por ahí. Son suficientes
algunos sicarios de la lengua.

17

«En vuestros países se padece más


vamos quiero decir hay ausencia de sentido
más que de fondos fiduciarios.» En nuestros
países —dijo uno que estaba por ahí- el único
pero escuche el único problema
posible es la cesura entre los adjetivos.
400

18

La Era era decisiva para la elección de la rima.

19

Quiebra maqui de guagua pajarito gli-gli.

20

Bufos —dijo la Sibila-.

21

«Pero si ustedes no mencionan


al menos el nombre de veinte plantitas
y 20 avecillas de sus provincias
ésto - y se refería al aula- no
sirve para un buen diablo»

22

Y ahora se fueron a las trincheras


y por doscientos años nunca hicieron algo
contra la recurrencia de las mareas.

23

Bufos -repitió la Sibila-.


M A R ÍA A V E IG A

( 1 964)
María Aveiga. Latacunga, 1964. Estudios de Antropolo­
gía en la Universidad Católica de Quito. Ha residido en Zimbawe,
Madagascar y Honduras. Es autora de los poemarios Bajo qué
carne nos madura (1990), Oc (1993) y Puerto Cayo (2000).
LU CIÉRN A G A S

alguien me inventó
en el adagio oscuro de un abrazo

la habitación donde encontré mi sombra


aún conserva luciérnagas marinas

no recuerdo su rostro
lo he buscado en hoteles
ciudades crepitantes
cual faros promisorios de tormentas

su huella desaparece...

ebria señalo algún puerto


mas
un pájaro de patas azules
avanza solitario
por el jardín de los muertos

vuelo y cenizas
zozobran en mi sombra
urdiendo un destello de su rostro
404

M ADAGASCAR

En la ensenada los convocados ordenan piadosas bestias


hacia la tumba. Caen sin reclamo al sordo alan de las hachas. Por
las hojas de los árboles y los desnudos cuerpos se coagula el sol
presente en la honra. El cortejo carga el cuerpo por el sendero.
Avida tierra y moscas cantoras sorben la descubierta sangre. Tibia
y generosa ofrenda. Depositan el cuerpo en lecho amurallado.
Clavan junto a la sepultura secreta vida tallada en perfumados
maderos. Los convocados destajan bestias yacentes. Reparten
carne trepidante. Arrancan los cuernos a los machos, guardianes
del muro y el viaje. Efímera miel protegida hace tiempo.

Después de la honra, sombras...

Oración y tinieblas consumen las cenizas de un pez


sobre los fogones de las chozas. Inaugurados en la bruma es­
peran el cardumen. No se atreverán a arriesgarse al mar. El Dios
azaroso aguarda bajo el aleteo de los pájaros, en el barco arran­
cado de las aguas y su lenta derrota en la playa. Reventará el ho­
rizonte contra el cielo. Ahogará la tierra y los grillos rojos en las
axilas de las mujeres. No se amamantará con sangre de los bue­
yes desnucados en la tumba del nacido y su muerte fasta.

Hermanadas en el misterio las sombras...

Desatado bramido que anticipa las mareas habita el


barco encallado, la ensenada, mi sombra. Anhelo abrazador
con ciudades espléndidas, vainilla negra, lirios en el ansia y oro
congelado en la roca. Este Dios convirtió los sueños en oque­
dad de espejos. Nos abatió con extraña fiebre. Empujó la nave.
La deriva. Su lengua lame invisible miel en los aljibes de este
buey herrumbroso. La ofrenda.

¡Qué inequívoco viaje subyuga a las sombras!


C R IS T Ó B A L ZA PA TA

( 1 968 )
Cristóbal Zapata. Cuenca, 1968. Estudios de Litera­
tura en la Universidad de Cuenca. Crítico de arte y gestor cul­
tural. Ha publicado los libros de poesía Corona de cuerpos
(1992), Teperderá la carne (1999), B aja noche (2000), No hay
naves para Lesbos (2004). En el 2007 su libro de relatos eróti­
cos E l pan y la carne obtuvo del Premio Joaquín Gallegos Lara
del Municipio de Quito.
«LA M AN DRAGO RA»

Para Mercedes Mafia

Com o en Región
el dominio mítico del invencible Numa
los fogonazos de los rifles
pautan el tiempo dilatado de La Ciénaga.
Aquí, la cetrería es un arte pueril.
Bruma, sudor y sangre
impregnan los cuerpos del tedio y del estío.

Ningún higrómetro puede mensurar


la humedad de estas pieles,
ningún pluviómetro la lasitud
de las lluvias tropicales.

Sonámbulo, el deseo cruza las camas


como si se desperezara de su siesta perpetua.
Salaz, la sangre llama en secreto a la sangre
y qué es la sangre sino el zarpazo del verano,
la marca vengadora del vino
o la caligrafía indeleble del ocaso.

Mientras los atabales percuten


la noche del carnaval andino
en la finca «La Mandrágora»
la sensualidad se distiende incesantemente
para abrazar el vacío
como si chocara con los intangibles biombos
que teje el aire.
Y en las copas
tintinea el hielo
i como cencerros que anunciaran el desastre.
408
Es tiempo de sabuesos,
en el eco ronco de sus ladridos
Luciano atisba el más allá.
Pero no es de niños descifrar enigmas
dictamina la Muerte punitiva y aviesa.

Después de la estación y la fiesta


sólo quedará la pileta tapizada de hojarasca,
una res que se pudre en el fango,
el azogue turbio de los espejos
y las sábanas replegadas como mortajas.

N O HAY NAVES PARA LESBO S

Por distintos cam inos y otros puertos


debes ir; p o r a q u í no pasarás:
barcos más leves te serán abiertos.
D ante

En Nueva York, hacia mil novecientos ochenta y tantos


es muy delgada la línea roja,
la sangre del deseo corre
por arterias de cristal.

Hubieran hecho mejor, Gia


quedándote en tu casa en Filadelfia
pero el deseo -aquello que nos obstinamos
en llamar destino- escoge por nosotros,

Vas a conocer la desesperación del amor


la impaciencia del amor,
Pronto, entre los fogonazos de las pasarelas
-tan poco perdurables, tan poco memorables-
comprenderás que ningún ferry lleva a Citerea
que no hay naves para Lesbos,
que todas van a las islas del tedio americano.
409

Cuando descubrimos
que sólo nos incumben
los ángeles o los demonios
hay muy poco que elegir
y el sexo no importa.

El alma de una mujer


es todo lo que persigues
por las desnudas calles de Manhattan.
Si no la encuentras, si se va
te pierdes en los pasadizos recónditos de la ciudad
buscando los salvoconductos
cada vez más caros y letales.
Todo sirve para pasar el trance,
el ancho río de la desazón.

Así, con la inocencia y la resignación


de un ángel que cae del firmamento
cruzaste la delgada línea roja.
Nunca te enteraste de las estadísticas,
apenas reparaste que ya eran incontables
los apestados y los muertos,
innumerables las urnas cinerarias
que coronaban las consolas de las casas.

Porque estabas embarcada


en esa burbuja que el corazón
imagina como un Absoluto,
esa ampolla de jabón que insuflamos
con la ilusión de verla flotar
y ascender etérea y grácil
sin acordarnos que ya mismo, ya mismo
reventará en el Vacío.
Por lo demás
empezaban los malos años para el Absoluto.

Tu cuerpo se fue llenando de huecos negros


como estrellas muertas,
410
el Hudson desembocaba en el Hades
y los cancerberos
—más espectrales que en la Antigüedad-
llevaban esterilizadas escafandras blancas.
No la mujer que esperaste:
Perséfone vino a prender tu mano.

Y la belleza, tu legendaria belleza de un día


Gia Marie Carangi
apenas te sirvió para cubrir algo más
que las elementales necesidades de la especie:
una suite en Lexington Avenue,
los fuegos instantáneos de tus combustiones,
una portada de Vogue
que envejece en arcanas hemerotecas,
y donde tus ojos, mentolados y tiernos
aún brillan con sospecha.
L U IS C A R L O S M U S S Ó

( 197 0 )
Luis Carlos Mussó. Guayaquil, 1970. Estudió Letras y
Comunicación en su ciudad natal. Ha publicado E l libro del so­
siego (1997), Y el sol no es nombrado (2000), Propagación de la
noche (2000), Tinieblas de esplendor (2006), Evohéy M inim al
histeria (2008). Ha obtenido en cuatro ocasiones Premios Na­
cionales de Poesía. En el 2007 la Casa de la Cultura Ecuato­
riana publicó su antología personal Las form as del circulo.
C IU D A D M ALD ITA

UNO

¿Debo nombrarte, ciudad del cataclismo? ¿Debo ha­


cerlo ahora que los rebaños de la noche pacen bruñidos sar­
mientos, anticipándose a la vendimia?

En las cisternas un hálito de astromelias atrae a los ga­


llinazos que vuelan en la comarca; y los cadalsos se levantan en
tomo a las abadías.

¿Debo nombrarte, ciudad, cuando susurras la ausen­


cia fecunda del signo? ¿Debo, donde los altares evocan las gue­
rras dudosas?

C IN C O

Negaré que la memoria se ha trenzado con el hilo de


mi voz? ¿Que desde los cerros, destruida y arrasada, parecías
pradera sembrada con sal después del combate?

¿Negaré que las bestias se solazaban con nuestro escar­


nio y que nos torturaron en pos de descubrir nuestros lengua­
jes, para arrancarnos el último de nuestros sigilos?

¿Negaré la verdad de los fuegos de artificio? ¿Qué el


encierro resignado es un puente a la revelación? ¿Qué la clari­
dad germinó tras una llovizna de oscuridad?

SEIS

¿Dónde hallarte si solamente el verso te alberga? ¿Si los


quinqués y las hogueras de la madrugada no lograron que nacieras?
414
Interrogo a los celadores por tu nombre, pero las islas
se desvanecen tras una cortina de murciélagos.

Desnudo, confundido, naufrago en la novedosa pe­


numbra que desciende de mí mismo, y desemboca en un golfo
cerrado por el azul de la pajarería. Pero no llegan las palabras:
desearía nombrarte para que continuaras derrotándome; dese­
aría nombrarte, y que no te desvanecieras.

NUEVE

Unánime sombra de unánimes algarrobos. Y mi vien­


tre, agradecido por la floración en el árbol de fruta de pan.

Pero sigo aguardando, como en la víspera enlutada de


mis extremos: aunque jamás lo hemos de ver, sé que en tus an­
típodas hay un risco que espera por ambos. Que espera a que
termine la diáspora. Que espera a que regresemos a nos/otros
mismos.

ONCE

La agonía proviene del canto de los manglares. Y aun­


que hayan cesado los malos augurios, sé que no debo nom­
brarte, ciudad.

Cada lectura de tu piel abre mis ojos para que te reco­


nozca evocando una vieja sabiduría que nunca supe retener
conmigo. Pero que para sentirla cercana, basta con que re­
cuerde que no debo nombrarte.

Q U IN C E

Y se abre la pleamar: ya hay una voz para la ría; para las


terribles edades desnudas. Tu nombre se sumerge bajo ondas y
415
lechuguinos mientras, asomados sobre el negro golfo, vemos
surcar a la pródiga muerte entre antorchas de agua.

Los barrios desolados le brindan homenaje con los can­


tos que el lenguaje nos ha negado.

La pleamar se abre a la usanza de un sol nocturno y


siega por igual pantanos y sabanas. La sombra del silencio me
aleja de cálidos bancos de arena; de ajetreados astilleros. La lec­
tura de sus piras me acerca a una nueva ciudad. Pero descubro
que eres la misma ciudad.
PA Ú L PU M A

( 197 2 )
Paúl Puma. Quito, 1972. Estudios de Comunicación
en la Universidad Central de Quito. Ha publicado en poesía
Los versos animales (1997) y Felipe Guarnan Poma de Ayala
(2002; Premio Nacional de Literatura Aurelio Espinosa Pólit).
En teatro ha escrito y dirigido E l Pato Donald tiene sida o cómo
elegir los instrumentos de la desesperación (1996) y Mickey Mouse
agogó (2001).
FELIPE GU AM Á N PO M A D E AYALA

Wuamán:

El p reta wantinsuyu,
la frecuencia del manjar de los colibríes a miles de metros sobre
el nivel del mar, en el límite del páramo, donde las flores tie­
nen pelos y alas, donde el rojo es blanco y el blanco es negro
como la achupalla, el alimento preferido del oso de anteojos,
cerca de los musgos adheridos a los troncos de los árboles
donde pervivirá la exquisitez diminuta de nuestra ánima de
paja, néctar de imán para insectos.

Dulce ovular de los terrenos fértiles de la literatura.

Poeta altísimo.

Vienes a mí
a refrescarme la boca con tu sangre y comerte mi corazón en
este universo equivalente
donde no puedo existir sin ti, donde no puedes existir sin mí.

Ya demasiado tiempo y espacio en una p.

Guamán:

Restauración del espíritu de mi cuerpo,


el alma de las hojas de la genealogía de mi pueblo,
poema dibujado
en las ramificaciones perdidas de la conciencia de los muertos
enterrados con sus huesos pésimos,
atados a sus mujeres,
a sus hijos y a sus adornos,
huyendo de los hechiceros de los sueños,
420
desde el subsuelo de la tierra hacia el cielo,
mientras el Inga habla con los huacas.

Todas las piedras y demomos que abolimos


porque eran nuestras más feroces equivocaciones,
las más bellas y más detestables para Viracocha.

Gato de montaña,
pedazo de costilla de una de las letras de Dios:

aquí,
con demasiado aún,
te busco en el azur de este inmueble de la muerte,
en los trozos de tela enceguecida por la pobreza
de mis vecinos de la mita actual,
en los hilos,
en las pelusas que lloran todavía el holocausto de nuestro
Imperio e interpretan nuestra lástima,
en expedientes elevados que repiten el nudo en el hilo,
el pigmento en el color,; el dibujo en la letra,
en fracciones de lienzos separados,
solos,
corroídos por nuestra miseria,
en huesos despedazados y luego juntados por partecitas
y vueltos a despedazar y otra vez juntados por partecitas:

Edad de indios sin Dios.


Edad de gritos sin Dios

Edad de la Ira.
C A R L O S V A L L E JO

( 1 973)
Carlos Vallejo. Quito, 1973. Estudios de Comunica­
ción en la Universidad Central de Quito. Ha publicado los
poemarios En mi cuerpo no soy libre (2003), Fragmento de mar
(2004) y La orilla transparente (2007; Premio Nacional de Li­
teratura Aurelio Espinosa Pólit). Finalista de la Bienal de
Cuento Ecuatoriano «Pablo Palacio», ediciones 2002 y 2003.
V IE N E U N C U ERPO

Viene un cuerpo y se interpone el aire:


aire entre el aire, máscara del vacío,
vacío tenso, aire que observa.

Viene un cuerpo: plumas, dardos, uñas, minutos,


centímetros, ahí, brotando de la muerte,
como un intruso o una pregunta,
hacia la tierra sin límites de la carne,
a su piel prometida: fruto, brasa, ola, espejo;
ya lo esperan su sombra,
un puñado de arena, una estrella,
un mapa escondido entre las manos...

Viene un cuerpo y se interpone el viento.

Al otro lado de los signos la vida permanece aún vacía,


espera arrodillada
en los bordes del encuentro con su pan y su geometría,
con su sueño extendido y su regazo en blanco, la vida
oye, divisa, ve, presiente:

sin embargo, nada, viento.

Qué amor le legará su forma, qué cántaro, de qué agua,


qué puerta, dónde el relámpago del mundo,
qué llave, o roce invocará su sombra e
izará el fuego donde despierte la rosa,
qué pregunta suscitará el alba.

Viene un cuerpo y se interpone la luz,

luz de sueño, donde no alcanzan los párpados


a tentar un boceto, un minúsculo instante de infinito:
no siglos, el agua de los siglos, ese mar,
424
solo luz estéril, allá, lejos del cuerpo,
faro desierto entre las islas.

Viene un cuerpo y lo interrumpe el miedo.

Qué perfume de qué mármol permanece


al reverso de la muerte cuando los lugares familiares
se remitían al júbilo de una lámpara,
qué dolor antiguo, de dónde el viejo cuerpo se hizo niño...
Habrá que abrir las ventanas del mundo
para que el deseo cante otra vez a sus muertos,
habrá que volver a empezar, antes de los labios,
hasta alcanzar la señal primera, el motor
del verbo, esas novísimas aguas, y profanar
el lecho donde tiembla un cuerpo: centro de la tormenta.

Viene un cuerpo a ciegas,

como un rumor tras los umbrales, como el azar,


como el instante en que se rompe la piedra
en el sueño del agua:
se acerca
gravemente enfermo de un dolor cristalino,
se adivina su humilde huella,
tan contigua,
ya habrá cómo besarlo:
llegarán multitudes de hombres,
llegará el amigo, el hijo, el compañero del hombre
a observar su silencio, a mirar sus días;

se ha hecho una grieta en el aire,


viene un cuerpo,
se presiente un latido, y no es en vano,
ha dado su primer paso,
escuchen:
A L F O N S O E S P IN O S A

( 197 4 )
Alfonso Espinosa Andrade. Quito, 1974. Estudios de
Literatura y Comunicación en la Universidad Católica de
Quito. Periodista cultural. En poesía ha publicado Cascabel con
que me matas (1995), Fragile (1997), Breves anotaciones (1998),
Partes del desierto (2002) y La vida angosta (2007).
¿Q U IÉ N APRIETA LO S H IL O S D E LA TRA M A D E L RELO J
sobre la urdimbre de la frágil alma?

el tejedor peina las hebras


sobre la carne tensa el presente
el futuro
sobre los nudos pasados

de niños escondernos era un juego


esperar que otro nos encontrara

luego correr juntos


hacia el hogar

el miedo entonces
la urgencia en el cauce de ese estrecho

entre piedra papel y tijera


golpe
manto
arista

de la risa rescatados
la fuerza fresca
recién lavada
la yerba limpia

pero una flama nos recorrió hacia adentro


dejamos piedra
papel
y tijera
olvidados en la huida
428

M A N EC ILLA S D E L R ELO J
la luna rota
las horas del abismo

en el centro de algún prisma


el olvido con su peso concentrado

el ovillo del sentido recogido


sobre el fondo de un azogue
donde el rostro no aparece

solamente esta hambre que nos pesa

N O H U B O G R IT O S
ni acaso miedo
¿dónde estaban nuestras voces?

dónde comienza este nombrarlo todo


hacer de todo un nombre
hacer un Padre sin rostro cierto
pero ¡ay! no sin nombre

nos quedamos en el lecho de la piedra

el eco de los pasos


resonando entre los yermos de la frente

después vino el silencio


el dibujo de algún círculo en el centro de la cueva

con los muertos pisoteados


con sus huesos y los restos de su sangre

fuego y ronda
429
¿quién juega ahora?
¿quién vuela cometas o mata lombrices?

¿piedra papel o tijera?

ELLA APARECIÓ PO R U N R E SQ U IC IO
con la frente coronada de cocuyos
con las manos incendiadas de una ira más antigua

la reina de los niños de la cueva alza la voz


no averigua razones
ni pregunta los nombres

alza la voz desde su fría palidez


y gime
aguda lámina de viento
hasta que todo lo que la oye mengua
y se silencia

regresa hacia su cuna hecha de mármoles en bruto


de granito

rasga el único vestido que le resta a su fantasma

gota a gota hacia el fondo de la sima

pétalo eras pétalo


y rojo tras azul eras verde o fuego
pétalo tras pétalo renace
C É S A R E D U A R D O C A R R IÓ N

( 1976)
César Eduardo Carrión. Quito, 1976. Estudios de Li­
teratura, Comunicación y Filología Hispánica en Quito y Ma­
drid. Profesor en la Universidad Católica de Quito y crítico
literario. Ha publicado los poemarios Revés de luz (2006) y Pi­
rografías (2008). En crítica literaria ha publicado La diminuta
flecha envenenada. La poesía hermética de César Dávila Andrade
(2007) y Habitada ausencia. Historia y poética en la poesía de J a ­
vier Ponce (2008).
CA RA CO LES SO BR E LA PLAYA

Hunden su lengua en el cieno costero.


Son carne de mi carne y de la carne
que nunca podrán aprehender estas manos.
Dibujan laberintos y espirales.
El trazo minucioso disimula la rudeza de sus artes.
Pero ignoran que el azar convoca siempre
casi todos los secretos esenciales.
Ignoran que sus hebras de saliva son telares submarinos.
Ignoran que el silencio de sus lenguas
reconstruye la violencia de las formas, infinitas
cicatrices y esperpentos. Estas flores abisales
ignoran que los pétalos quebrados, sobre el agua,
son cadáveres perfectos de la espuma.

PIROGRAFÍAS

24

Se cierne el insomnio como una tormenta


de cal y ceniza
sobre párpados sembrados de estos sueños,
Pesadilla
de silencio, como el agua, incontenible:
Flor de lluvia,
promete la semilla de la nube más cargada.

Un relámpago desata la contienda.


La memoria
empieza a perderse en los ecos del trueno.
Si al menos
fueran lágrimas mis pobres balbuceos,
434
con estas palabras podría decir:
Escampa.
(La fortuna)

36

La imagen proyectada por las llamas sobre el fondo de la cueva


sería en realidad el fuego mismo y quemaría nuestros huesos.

La pira que arde y resguarda de bestias nocturnas sería en verdad


sacrificio de reses y puercos saínos.

La ceguera de tanto lenguaje arrojado a la hoguera sería aceptable


y el temor de salir del refugio sería otro engaño de nuestros
sentidos.

Y nosotros nunca habríamos creado las palabras


que nos curan de los miedos que Platón nos heredó.

Por eso prefiero más sangres,


más sombras,
más dudas.
(Casi un credo)

40

He traído buenas nuevas y dolores ancestrales a este círculo de fuego


como un nuevo profeta de viejas promesas y vicios perennes.
Ahora entiendo mejor el secreto que oculta este mito:

Ni escorpiones ni alacranes se suicidan


si están presos en las llamas del silencio.
El veneno se decanta lentamente de las hojas.
Se desliza por las manos del cautivo.
Y la tinta reseca, impregnada en los poros,
es diamante que arranca

de la piel
el vacío.
D A V ID G . B A R R E T O

( 1976)
David G. Barreto. Quito, 1976. Estudios de Literatura
y Filosofía en The Catholic University o f America, Washing­
ton, D .C. En el 2006 publicó en Quito su poemario La frágil
resistencia. Mantiene inédito el libro Diálogo de los gentiles.
LA FR Á G IL R E SIST E N C IA

18

Habitaciones, museos de hambre, o un pasado impre­


ciso en vagos rostros que hasta ayer gemían nombres, inaudi­
bles imposibles, desde aquellos labios lejanos y ciegos

Hoy no son más que zozobra, la celada de San Fran­


cisco al panóptico, donde en los huesos se pudre interminable
la memoria en proyectiles

En una pira ennegrecida de noticias la grafía abre ca­


minos del ayer; los testigos van muriendo y en ellos la intención
de voz, y en ellos el simulacro del sentido

Advierte la mirada: la casa del ser ha sido saqueada.


Los monstruos desaparecen, ya las habitaciones son alucinados
navios al olvido

En medio del asalto hacen los niños de las Siete Cru­


ces desembarco

Son los monstruos que olvidamos en un detrás, donde


nos es prohibido ir, donde nos es prohibido ser

(En el grito subsiste aquello que nos negaron)

Ahora que el tiempo pasa damos noticia de ellos, pero


ya es tarde

Acaso alguno recuerde lo que fuimos siempre, lo que


siendo fuimos, lo que ya no es, lo que está a punto de no ser,
y que aún así continúa anegando en llanto, naufragando, hoy
438

28

Ser mirado en una ilusión, carnada especular, para al


final desgajarse en mascaradas, mosaicos, luciérnagas en fuga en
un punto cualquiera del universo

Día de los muertos

33

Al fijo mástil va atado el marinero, escuchando la treta


siniestra de las voces, la confusa alegría del movimiento, la me­
lódica urdimbre del mar hasta la nada

¿A dónde volver tras el engaño, a quién tras el naufragio?

Nada más allá del canto, salvo el canto

Nada más allá del horizonte, salvo el horizonte

La silenciosa belleza del navio es sombra, apariencia te­


jida en aquellas caricias que da la palabra cuando se pierde en
la distancia
E R N E S T O C A R R IÓ N

( 197 7 )
Ernesto Carrión. Guayaquil, 1977. Estudios de C o­
municación y Literatura en su ciudad natal. Ha publicado los
poemarios E l libro de la desobediencia (2001), Cam i Vale (2002;
Premio Nacional de Literatura César Dávila Andrade, 2002),
La muerte de Caín (2007), que incluye los dos libros anterio­
res más Labor del extraviado y La Bestia Vencida. Con Demonia
Factory (2007) obtuvo el VI Premio Latinoamericano de Poe­
sía «Ciudad de Medellín», Colombia.
R EIV IN D IC A C IÓ N D E A D Á N

Hay un palacio incendiado por la desnudez tardía del recuerdo.

Donde una multitud de risas y de días repean como serpientes,


sobre esta piel caída por los años.

Aquí ya se han cerrado mis ojos, para que el simulacro de una luz,
(herida como hembra) siga moviéndose en las aguas como un
anzuelo.

Para que venga dios o el adiós, entre nosotros, a distinguir


la tentación de la esperanza.
Pero tú, que sabes vano es pedir la vida eterna si no somos
reyes,
¿podras santificar tu piel cuando desfallezca la última hoja que
rayó el invierno?

Cuando el aire, todo enrarecido, diga dónde comienza ese


enemigo reposo.

Cuando ya no trote el sudor sobre sus hombros como una


cabellera.

Como sus palabras convertidas en harapos por la noche casta.

Como mi cuerpo, solamente héroe por donde tus manos


estuvieron.
442

BIZ A N C IO

Y no es tan malo el sol después de todo, cambiando de lugar


su gran martillo.
Ebrio un mes eras otro sin tocar la tierra. También yo me
distraigo.
(El ébano legible de toda herrería del hombre calcina nuestras
playas.)

Y por la noche, cuando el rocío hace castillos de los árboles


pacientes,
y el silencio alza su puerto en cada gesto,
cede la carne desatada por las grandes migraciones de las aves.
Por el agua verde donde enjambres de astros, con sus máscaras
de oro,
recitan lo sagrado para el ojo tierno.

Cuántos navios ya han cruzado por aquí para encontrar


Bizancio.
Cuántos maderos sin sentido, florando sobre el mar algún
destino roro.

También yo distraído, visible por detrás de los peñascos, aún


respiro.
Amarrando las barcas de mis ojos.

Entre el que soy y el que he perdido, sólo media el cansancio


de mi boca.
443

LA U T R E C E N M O N T M A R T R E (imitación de la vida)

no habrá entre nosotros punto medio. No habrá intervalo,


equilibrio o medición del sujeto por ninguna parte. Mira qué
pálidos cotomos trazan tus pezones en mi barba, con un sabor
parecido al de la grosella, que sólo en ciertas mujeres (nubiles
y coronadas por el miedo) existe para extirpar la hombría.

mira la copa digna de vencerme, y las peras de la luna que no


conocerán los olmos.

la cordura que los otros piden. La calma y contrapeso, igual en


la bebida, el ejercicio, la labor o el odio, (igual en el amor, que
miente y miente, porque no adora su asfixia en los excesos).

ríete, baronesa; y muévete conmigo al compás de la sangre hir­


viendo en las crescas de los gallos.

ríete, que sólo los extremos son reales. Que el bien o el mal, la
castidad o la impudicia, serán siempre amuletos de la piel des­
hecha....

ríete y recuerda, baronesa, que rodo lo que en cuerdas balan­


cea, sólo puede ser hipocresía.

deudas que lamentan lo que somos, calladas como están.


444

D E SC O N ST R U C C IÓ N D E PESSO A

Tras las m áscaras m áscaras m e acechan.


A lv a r o d e C a m p o s , e l a r c o d e l t r i u n f o

El comienzo es siempre una simiente que mejora el crimen y


el silencio.

O sobre el pecho, esta escalera de mundos que no llegan a


ninguna puerca,
a ninguna cerradura. Que demoran mi temor de no morir
ajeno, por no decir que el tiempo me visita.

Vivir consigo mismo es tan difícil,


cuando lo único cierto es un tambor de pieles que los otros
rompen para levantar sus voces.
La majestad del hueso, que asienta su cardumen, sobre el
podrido eje de una tierra fría.

¿Pero sabrá el otro, que enarbola su canto desde las entrañas,


que yo también existo?
¿que también yo canto?

Aunque la realidad no puede ser el otro,


porque sé que tampoco soy yo mismo: un espejo astillado bajo
la luz caliente.

Y la poesía, obra pura que derrota mi lugar en esre sitio.


H ER M O SO M O N ST R U O . Reflejo fiel del ser humano que
no construye ni destruye nada.

Acaso tú, la más segura de las máscaras que tuve,


la más desvergonzada; no terminarás siendo otra cuando
alguien pase tus páginas sin entenderte.

Cuando alguien piense este canto, para todos.


JU A N J O S É R O D R ÍG U E Z

( 1 979)
Juan José Rodríguez. Ambato, 1979. Estudios de Lite­
ratura, Comunicación y Traducción en Quito y Madrid. Ha
publicado los poemarios Intención de sombra (2001), Grabados
sobre una columna derribada (2004) y Los rastros (2006). En el
2008 obtiene el III Premio Internacional de Poesía Joven «La
Garúa», de Barcelona, por su libro Viaje a la mansedumbre.
Mantiene inédito el libro Una cosa natural. 29 poetas nortea­
mericanos, sus versiones al español de poesía norteamericana
contemporánea.
H A BITA C IÓ N ABIERTA

A César Dávila Andrade

Mi palabra es mi sombra.

Por eso,
penetro el silencio;
borde de voz, sin raíz y sin nombre.

Allí, empuño la luz,


instrumento único para tocar lo ausente.

Palpo mi centro
-piedra negra-
y se abre como un fruto
que sangra, eco tras eco,
sobre un cauce de olvido.

(¿Oyes el líquido murmullo,


palabra y sombra,
que cruza esta página,
que cesa de bogar y descansa,
ya pozo, en tu centro?)

Afuera,
la luz vuelve a su sitio:
el cuerpo, el árbol, el silencio.

(Escucha.
Un haz de luz resuena dentro.
Apaga la sombra. Calla el mundo.)
448

D ETA LLE IN T E R IO R

Henri Matisse

Abro a lento paso la cáscara del fruto:


despojos en el mantel sin tiempo.

Los setos exteriores derriban la ventana:


se enlazan, savia neutra, a la mano secreta.

El jugo de la luz, derramado en la mesa,


desintegra los límites.

D A N ZA E N E L B O SQ U E

West Hampton, Long Island, 2004

El hacha corta el árbol,


pero no las hojas.
Las hojas son los ojos
que miran el morir.

II

Árbol de oscuridad
pintado en una tela.
Árbol de oscuridad
que tiembla.
449

III

Un árbol escarlata.
Una aurora más negra,
sus ramajes alumbran.

IV

Entre los árboles, un árbol.


Pósate, pájaro, que soy el día.

FANTASÍA D E LO S M U C H A C H O S IRREALISTAS

Como la rueca que hila el cordón de las horas,


las imágenes cumplen tareas invisibles.

Así, la orquídea ardiente


sobre las manos de la niña despierta.
Así, el eclipse lunar
que mancha tu ventana para siempre.
Así, el fragmento de hielo
coronando la última estrella fugitiva.

Sólo que yo no diferencio, tan inútil,


una imagen cualquiera del viento que atraviesa
el trigal amarillo y el bosque sin la luna.

Una imagen escrita es lo único real:


en el aire dibuja sus caminos de fuerza.
La fábula es visible si la tientas.
450

H O M A G G ES

III. M il e s D a v is in a S il e n t W ay

Sobre el vuelo del mirlo fuga el mundo,


el silencio advertido
en la música, en el suave fraseo.
Si abres la ventana se oirán mutuamente
el gorjeo del mundo y un paisaje de jazz
como si todo fuera
el rostro del dolor.

LU G A R ES D E L R ÍO IM A G IN A D O

No debe precisar sus orillas,


sino difuminarlas.

Al dibujarse un río, debiera ser portátil


porque solo la mente conserva su sonido
al chocar en las rocas:
espuma como baba de plata,
como reposo lleno de mirlos.

No debe fijar sino diseminar,


pero no el sentido sino los colibríes,
las murallas y, desde luego, el río.
Este libro
se terminó de imprimir
en los Talleres Gráficos
de Anzos, S. L.,
Fuenlabrada, Madrid (España)
en el mes de mayo de 2009
Alfaguara es un sello editorial del Grupo Santillana
www.alfaguara.com

Argentina Honduras
A v . L e a n d ro N . A lc m , 7 2 0 C o lo n ia T c p c y a c C o n t ig u a a B a n c o C u s c a t la n
C 1001 A A P B u e n o s A ir e s B o u lc v a r d J u a n P a b lo , f r e n t e a l T e m p l o
T c l . (5 4 114) 119 5 0 0 0
A d v e n tis ta 7 ° D ía , C a s a 1626
F a x (5 4 1 1 4 )9 1 2 7 4 4 0
T c g u c ig a lp a

T c l. (5 0 4 ) 2 3 9 9 8 8 4
Bolivia
A v d a . A rc e , 2 3 3 3
México
La Paz
A v d a . U n iv e r s id a d , 7 6 7
T c l . (5 9 1 2 )4 4 11 2 2
C o lo n ia d e l V a lle
F a x (5 9 1 2 )4 4 22 08
0 3 1 0 0 M é x ic o D .F .

Chile T c l . (5 2 5 ) 5 5 4 2 0 7 5 3 0

D r . A n íb a l A riz tía , 1 4 4 4 F a x (5 2 5 ) 5 5 6 0 1 10 6 7

P r o v id e n c ia

S a n tia g o d e C h i l e Panamá
T c l. (5 6 2 ) 3 8 4 3 0 0 0 V ía T r a n s ís m ic a , U r b . In d u s t r ia l O r illa c ,

F a x (5 6 2 ) 3 8 4 3 0 6 0 C a l l e s e g u n d a , lo c a l # 9

C iu d a d d e P a n a m á .
Colombia T c l. (5 0 7 ) 26 1 29 95
C a lle 8 0 ,1 0 -2 3

B o g o tá
Paraguay
T c l . (5 7 1 )6 3 5 12 0 0
A v d a . V e n e z u e la , 2 7 6 ,
F a x (5 7 1 )2 3 6 9 3 8 2
e n tre M a ris c a l L ó p e z y E s p a ñ a

A s u n c ió n
Costa Rica
T e l./ f a x (5 9 5 2 1 ) 2 1 3 2 9 4 y 2 1 4 9 8 3
La U ru c a

D e l E d if ic io d e A v ia c ió n C i v i l 2 0 0 m al O e s te

S a n Jo s é d e C o s t a R ic a
Perú
T c l. (5 0 6 ) 2 2 2 0 4 2 4 2 y 2 5 2 0 0 5 0 5 A v d a . P rim a v e ra 2 1 6 0

F a x (5 0 6 )2 2 20 13 2 0 S u rc o

L im a 3 3

Ecuador T c l . (5 1 1 )3 1 3 4 0 0 0

A v d a . E lo y A lf a r o , 3 3 -3 4 7 0 y A v d a . 6 d e F a x (5 1 1) 31340 01

D ic ie m b re

Q u ito Puerto Rico


T c l . (5 9 3 2 ) 2 4 4 6 6 5 6 y 2 4 4 21 5 4 A v d a . R o o s c v c lt, 1 5 0 6
F a x (5 9 3 2 ) 2 4 4 8 7 91
G u a yn a b o 0 0 9 6 8

P u e r to R ic o
El Salvador T c l . (1 7 8 7 ) 781 98 00
S ie m e n s , 51
F a x (1 7 8 7 ) 782 6 1 4 9
Z o n a In d u s t r ia l S a n ta E le n a

A n t ig u o C u s c a t la n - L a L ib e r t a d

T c l. (5 0 3 ) 2 5 0 5 8 9 y 2 2 8 9 8 9 2 0
República Dominicana
J u a n S á n c h e z R a m íre z , 9
F a x (5 0 3 ) 2 2 7 8 6 0 6 6
G a zcu c

España S a n to D o m in g o R .D .

T o rr e la g u n a , 6 0 T c l. (1 8 0 9 ) 6 8 2 13 8 2 y 22 1 0 8 7 0

2 8 0 4 3 M a d r id F a x (1 8 0 9 ) 6 8 9 10 2 2

T c l . (3 4 9 1 ) 7 4 4 9 0 6 0

F a x (3 4 9 1 ) 7 4 4 9 2 2 4 Uruguay
C o n s tit u c ió n . 1 8 8 9
Estados Unidos 1 1 8 0 0 M o n te v id e o
2 0 2 3 N .W . 8 4 th A v e n u e T e l. (5 9 8 2 ) 4 0 2 7 3 4 2 y 4 0 2 7 2 71
D o r a l, E L . 3 3 1 2 2
F a x (5 9 8 2 )4 0 1 51 8 6
T e l . (1 3 0 5 ) 591 9 5 2 2 y 591 22 32

F a x (1 3 0 5 ) 591 74 7 3
Venezuela
A v d a . R ó m u lo G a lle g o s
Guatemala
E d if ic io Z u lia , 1 0 - S e c to r M o n t e C r is t o
7 # A v d a . 1 1 -1 1
B o lc it a N o r t e
Zona 9
C a ra c a s
G u a te m a la C . A .

T e l. (5 0 2 ) 2 4 2 9 4 3 0 0 T e l. (5 8 2 1 2 ) 2 3 5 3 0 3 3

Fax (5 0 2 ) 2 4 2 9 4 3 4 3 F a x (5 8 2 1 2 ) 2 3 9 1 0 51
I
EN ESTA COLECCIÓN
N o ve la
Carlos Arcos C a b r e r a
V ie n to s de a g o sto
Eliécer C á r d e n a s
Po lvo y c e niza
Iván É g ü e z
LITERATURA DE ECUADOR

Pá ja ra la m e m o ria
R o c ío M a d r i ñ á n
Sara y el d ra g ó n
San tiago Páez
C ró n ic a s del breve re ino
F r a n c i s c o P r o a ñ o Arandi
Del o tro lado de las co sa s
A b d ó n Ubidia
Sue ño de lo bo s
L eon ard o V alencia
El d e ste rra d o
Javier V á sc o n e z
La so m b ra del a p o sta d o r
J o r g e V elasco M ackenzie
El Rincón de los Justo s

A n to lo g ía de poesía

A n to lo g ía de cue nto
I S B N : 9 7 8 -8 4 -2 0 4 -2 3 4 7 -0

A n t o lo g ía
de PO e s í a
Una antología de poesía puede configurarse o bien a partir de
la selección de poetas o bien a partir de la selección de poemas.
En este caso se ha optado por la selección de poetas,
procurando que la muestra escogida dé cuenta de las
innovaciones estilísticas o retóricas que propone el poeta y,
a la vez, de su recepción o conexión con la poesía que se
escribe en nuestros días.
Así pues, hemos tratado de exam inar la recepción y
apropiación de la poesía legada por los poetas del pasado,
que permanece y se actualiza, se modifica y resuena en la
poesía del presente. Esta antología, por lo tanto, atiende a esta
actualización de la poesía escrita por ecuatorianos, lo que
implica que su punto de partida real sea la poesía que se escribe
actualmente y, en conexión con ella, la vigencia o permanencia
de determ inados poetas y poemas del pasado. Otro hilo
conductor implícito que ha permitido configurar la antología es,
desde luego, el diálogo de los poetas ecuatorianos con la poesía
hispanoamericana, con la poesía española y con la poesía
moderna de Occidente. Esta es una antología escrita en
castellano por poetas ecuatorianos, y cubre un periodo de nueve
décadas, desde 1918 hasta 2008.

Potrebbero piacerti anche