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Si el seguidor de Cristo no asume nuevos criterios de vida, nunca llegará a percibir la

verdad y el sentido de su encarnación. Con sus bienaventuranzas, Jesús no justifica las


situaciones de desorden creadas por el hombre sobre el hombre, sino anuncia que por mal
que esté, el Señor lo ve, lo ama y está dispuesto a renovarlo y elevarlo.

Nadie quiere ser pobre aunque todos lo hayamos sido alguna vez por una u otra razón y de
una u otra manera. Al contrario, si se nos preguntara, todos estamos dispuestos a ser lo
contrario: ricos. Esta es la razón por la que intentamos una y otra vez jugar a la lotería, "nos
matamos" en el trabajo o arriesgamos nuestra salud y familia, la rectitud de nuestra
profesión y también la confianza y amistad que otros nos brindan.

Los mensajes del cuarto Domingo del Tiempo Ordinario despejan nuestro largo letargo en la
fe con consecuencias fáciles de imaginar.

Sofonías define a quienes pertenecen al pueblo de Dios: no son ni los satisfechos, ni los
seguros, los hombres de institución o valía, sino los humildes que confían en el Señor, a
pesar de su pobreza. Sólo éstos saben vivir en actitud correcta de fe: esperar confiados y
buscar esperanzados (primera lectura).

El apóstol Pablo dice a los cristianos de Corinto que para serlo no se requieren títulos, ya
que Dios no se fija en la nobleza, el poder o la sabiduría que los hombres aprecian, sino en
la capacidad de ser sencillos a los ojos del Señor (segunda lectura).

A su vez, Jesús proclama que sólo alcanzan su bienaventuranza los que responden a su
realidad cristiana con actitudes internas y de corazón, pero comprometidas con la realidad
exterior, como son:

- la disponibilidad de los pobres y la tolerancia en los mansos;


-la dulzura en los sencillos y el ansia de cielo en los inquietos;
-la justicia de los constantes y la misericordia de los bondadosos;
-la recta intención de los buenos y la búsqueda de la paz en los no violentos;
-y la persecución de los que están dispuestos a morir por tales causas (evangelio).

Con frecuencia, tendemos a opinar que las palabras de Jesús es algo revolucionario y
acentuamos el papel de la primera ("Bienaventurados los pobres..."), desatendiendo la
riqueza de la última ("Bienaventurados ustedes cuando..."), resumen del compromiso de
quien quiere ser cristiano de carne y hueso y no de nombre y domingo.

El mensaje de hoy es para los bienaventurados: ser cristiano no concluye con la misa
dominical o la conducta del "más o menos", sino luego de aceptar el compromiso de Dios
que puede acarrearnos problemas con el mundo.

Al escuchar y meditar las bienaventuranzas de Jesús, todo cristiano es invitado a:

-medirse con ellas en la realidad diaria ("Dichosos ustedes cuando los insulten... o los
persigan... o los calumnien por mi causa"),
-y a esperar ver cumplida la segunda parte: "suyo es el reino de Dios", "poseerán la tierra",
"serán consolados", verán a Dios...".

Ciertamente, Jesús no bendecía la miseria del marginado, sino lo que se podía lograr al
verla: ayudar, aceptar los límites humanos e imitar su realidad de hombre pobre, pero
abierto a la voluntad de Dios y de camino a él entre otros
hermanos pobres.

Por eso, las bienaventuranzas proponen a todos retos actuales:

-¿Estamos dispuestos a ser menos ricos y menos consumistas, menos bárbaros y menos
abusivos... para que haya menos pobres, dolidos y perseguidos?

-¿En verdad deseamos aceptar y construir la bienaventuranza que Cristo promete a quien
sigue su nueva ley?
-Realmente queremos ser justos y pacificadores en nuestras casas?
-Acepta nuestra comunidad compartir no sólo su fe, sino también sus bienes, sus espacios,
su tiempo, su gente preparada... con nuestros pobres"?

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