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HACIA UNA CULTURA DE RESPONSABILIDAD

David Fischman

¿Qué es lo más importante para alcanzar el éxito en la vida: “una buena educación o tener
“contactos”?. Esa fue una de las preguntas que la revista América Economía se hizo en un estudio
sobre ejecutivos de negocios, realizado simultáneamente en Argentina, Brasil, Colombia, Chile,
México, Venezuela y Perú. Lo que más llamó la atención fue que el Perú es el único país donde
los ejecutivos consideran que las conexiones personales son significativamente más
importantes que su nivel de educación para lograr el éxito en la vida.

Estos resultados nos revelan una creencia muy arraigada en el Perú: el éxito no depende
de nosotros mismos, de nuestro esfuerzo o de nuestra perseverancia, sino mas bien de
terceras personas o circunstancias, de contactos, varas u oportunismos. Esta creencia
viene acompañada de una marcada actitud ante la vida: no hacernos responsables de
nosotros mismos, no afrontar los problemas, no tomar la iniciativa y culpar siempre a
terceros de nuestras desgracias. En otras palabras, lo que Steven Covey llamaría “actitud
reactiva”: la incapacidad de enfrentar nuestro destino con seguridad y determinación. La
gran pregunta es ¿por qué?.

Parte de la respuesta tiene que ver con nuestro pasado y educación. En el curso del largo
y difícil proceso que llevó a la formación del Perú como país, se pueden advertir ciertos
factores constantes desde el Incanato hasta nuestros días, que han contribuido a la
formación de una cultura reactiva. Estos factores se agrupan en torno a los conceptos de
centralismo, estatismo y autoridad.

La formación del Imperio Incaico, mediante el sometimiento de las culturas preincas, es la


culminación de un difícil y nada pacífico proceso de centralización, que se corona con el
establecimiento de una autoridad verticalmente impuesta.

A continuación, la colonización hispanoamericana muestra un marcado contraste con la


ocupación de América del Norte. Mientras la conquista española se iniciaba como una
empresa pública –en nombre, por encargo y autoridad de la corona-, los pioneros que
ocupaban el territorio norteamericano lo hacían en base a su propia iniciativa y sin el
respaldo de un Estado. El resultado: este último tipo de colonización dio origen a un
sistema basado en la iniciativa individual que reforzaba las actitudes y los valores de la
determinación, responsabilidad, perseverancia e independencia. En cambio, en
Iberoamérica, se construía un Estado basado en la realidad española de fines del
Medioevo, que introducía conceptos tales como cooperativismo, centralización,
autoritarismo y burocracia, como hacen notar Véliz y Prats.

Los conceptos propios de la tradición se heredan, prolongan y extienden al nacimiento de


las repúblicas independientes y el Perú no es ajeno a ello. De allí que sus reglas básicas y
su economía permanecieran basadas en el mercantilismo y en la hegemonía del Estado,
al decir de Wiarda. Sus organizaciones políticas, según Prats –y, añadiría yo, sus
organizaciones empresariales- fueron más jerárquicas y autoritarias que democráticas y
participativas. Este sistema político y económico reforzó los valores y actitudes de
dependencia y pasividad, y profundizó la creencia de que son terceras personas o
circunstancias las que definen las vidas de las personas.

Otro elemento que explica la formación de una cultura reactiva es nuestra educación, que
responde al molde tradicional concebido para la era industrial. De acuerdo a ese
concepto, lo que se requería era formar trabajadores obedientes, disciplinados, que se
desempeñaran bien en líneas de ensamblaje industrial, ejerciendo labores repetitivas, sin
necesidad de iniciativa, liderazgo o creatividad.

En la mayoría de escuelas del Perú se sigue usando el sistema tradicional de enseñanza,


donde el profesor posee y expone los conocimientos, mientras el alumno se limita a
escuchar y tomar notas. Este sistema solo genera valores y actitudes de pasividad,
acostumbrando al alumno a que le digan lo que tiene que hacer, sin crearse el hábito de
indagar por sus propios medios, destreza necesaria para la formación de iniciativa y de
independencia.

En honor a la verdad, el fenómeno de una cultura reactiva no es solo peruano; en mayor o


menor medida, se da en todo el mundo. La sociedad en que vivimos tiende a reforzar el
concepto de no hacernos responsables de nuestras vidas. En los versos de la música
latinoamericana es muy frecuente encontrar manifestaciones de esta cultura, como el
popular bolero que interpreta Luis Miguel: “Usted es la culpable/ de todas mis angustias/ y
todos mis quebrantos”. Puede que la búsqueda de culpables sea muy romántica y
convierta las canciones en éxitos, pero también trae como consecuencia el refuerzo de
una cultura reactiva.

Y, sin embargo, esta cultura está cambiando porque el mundo está cambiando. El Perú
hoy en día se enmarca en una economía globalizada, donde las empresas compiten
agresivamente con mucha calidad y donde la única ventaja comparativa válida que dura
en el tiempo es la capacidad de innovar rápidamente. Este nuevo entorno exige
organizaciones diseñadas para potenciar al máximo sus recursos humanos, trabajando
con equipos autodirigidos con poder, y explotando la creatividad e iniciativa de sus
miembros.

Ya no es posible que las organizaciones sean dirigidas por pocas personas que piensan y
toman las decisiones, y seguidas por mucha gente que se limita a hacer lo que se le
indica. Este nuevo entorno empresarial está logrando un nuevo cambio en la cultura
ejecutiva peruana, reforzando y premiando la responsabilidad, la iniciativa, la
determinación y la independencia.

La educación también está cambiando, con la modernización de la metodología de


enseñanza escolar. Un estudio desarrollado por la Universidad Peruana de Ciencias
Aplicadas revela que actualmente el 60% de colegios privados en Lima incorporan
técnicas de enseñanza creativa en el proceso de aprendizaje, aplicando técnicas que
fomentan el descubrimiento y dejando de lado las clases expositivas.

Víctor Frankle, autor del libro “El hombre en búsqueda de sentido”, señala que las
circunstancias externas constituyen apenas el 10% de nuestro desempeño en la vida, el
90% restante viene de nuestra capacidad interior para afrontar retos. Quizás los
peruanos, hace una década, teníamos los porcentajes invertidos. Pero esta realidad está
cambiando; estoy seguro de que si América Economía repitiera el estudio en tres años
más, los resultados serían drásticamente diferentes.

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