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Unidad segunda - tema primero - 1

UNIDAD SEGUNDA

LA IDENTIDAD
SACERDOTAL

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Unidad segunda - tema primero - 2

UNIDAD SEGUNDA

ESQUEMA DE LA UNIDAD SEGUNDA

I. Tema primero: Definiciones tradicionales del sacerdocio


1. El sacerdote hombre del culto
2. El sacerdote mediador
3. El sacerdote anunciador de la palabra de Dios
4. El sacerdote hombre del gobierno de la comunidad
5. El sacerdote pastor
6. El sacerdote hombre consagrado

II. Tema segundo: Definición más completa


7. El sacerdote signo de Cristo cabeza
8. ¿Qué decir de la expresión "Sacerdos alter Christus"?
9. El sacerdote "pobre hombre de Dios"

III. Tema tercero: Complejidad de una definición del sacerdocio


1. El sacerdocio misterio y ministerio

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Introducción

"En los años después del Concilio Vaticano II uno de los problemas más atosigadores era el
de dar una respuesta exhaustiva a una pregunta que os inquieta ciertamente a vosotros, alumnos del
Seminario; y que puede surgir como un ángel de luz, o como un espectro nocturno en la conciencia
de vosotros, los sacerdotes" (Pablo VI al clero romano 1971). Prácticamente se trataba del problema
de la identidad sacerdotal que volvía muchas veces a los labios del Papa Montini con preguntas
insistentes: " ¿Quién es el sacerdote? ¿Existe de verdad en la religión cristiana el sacerdote? y ¿cuál
es la figura que, si existe el ministro del Evangelio, debe asumir?" (ib, 1972). "Nos entendemos -así se
expresaba en el último encuentro con el clero de Roma en 1978-la de corresponder a un voto que
emana de vuestra alma atormentada de personas especiales, agregadas al culto ya la profesión
religiosa, problema que se ha desmoronado como una piedra sobre la conciencia sacerdotal
contemporánea, oprimiéndola y aplastándola, en algunos hermanos, con una pregunta elemental y
por otra parte terrible: ¿Quién soy yo? , es decir la propia identidad (...) Este interrogante, por el
hecho mismo de su radicalidad, crea un tormento interior y es preludio a las respuestas más negras y
tristes". La inquietante pregunta ha empujado a los sacerdotes a pedir una respuesta "al registro
profano, o fuera de nuestra casa, al registro de la sociología especialmente; o a la psicología, o a la
confrontación con denominaciones cristianas, sacadas de las raíces católicas, o en fin en aquellas del
humanismo, que parece axiomático: el sacerdote es por encima de todo un hombre: un hombre
completo, como todos los otros" (lb 1972). Ha salido una bibliografía de artículos y libros que son una
clara documentación histórica de la incomodidad teológica y ascética de aquellos años. Del problema
se ha interesado el Magisterio. El Sínodo de los obispos de 1971 se vio obligado a examinar la crisis
en la que se debatía el sacerdocio. Por lo cual, W. Rubin, entonces Secretario general del Sínodo,
escribía: "Los resultados de aquel análisis y de aquel estudio han confluído en un documento que
constituye una especie de documento de identidad del sacerdocio, de su naturaleza, de sus
funciones, de sus relaciones. Cualquier estudio sobre el sacerdocio no puede ignorarlo. Constituye
como la pista de lanzamiento, el punto de partido para cualquier reflexión posterior" (en AA. VV:, II
prete per gli uomini di oggi, Roma 1975, p. 14). En 1978 el episcopado lombardo había reconocido su
existencia, pero -afirmaban los obispos lombardos-si no leemos mal los signos que se nos ofrecen de
más partes, las nieblas se están propagando, los apasionamientos dejan el lugar al examen
desencantado y penetrante, se tornan a valorar con inteligencia más comprensiva las nuevas
propuestas pastorales" (II ministero sacerdotale. Esortazione al clero. Leumann (TO) 1978).
Se trataba de definir el propio "documento de identidad". Todos conocen la importancia de
este documento en la vida social: perder el propio documento de identidad, significa muchas veces
encontrarse en el limite de la sospecha. Al contrario, determinar la identidad del individuo implica un
trabajo diligente y cuidadoso de la fuerza pública (G.M. GARRONE, Card., Le probleme de l'identite
sacerdotale, en Seminarium, 30 (1978) 3).
El Sínodo de obispos de 1971 escribía que: "Los presbíteros encuentran su identidad
viviendo plenamente la misión de la Iglesia y ejerciéndola de diversos modos en comunión con todo
el Pueblo de Dios, como pastores y ministros del Señor en el Espíritu, para

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completar con su obra el designio de la salvación en la historia" (Parte II, I,1).


Y "El Sínodo de 1990, redescubriendo toda la profundidad de la identidad sacerdotal a través
de tantas intervenciones (...) ha llegado a infundir la esperanza después de esas dolorosas perdidas
sacerdotales" (Pastores dabo vobis n. ll).
Queremos aquí recordar las varias definiciones que durante los siglos han sido usadas para
dar una respuesta a la pregunta que desde siempre la Iglesia se ha hecho: O sacerdos, qui es tu? De
las singulares definiciones, expondremos los aspectos positivos y los límites, para insistir mayormente
en aquellas que hoy parecen llamar más ]a atención, primordialmente a los estudiosos y al
magisterio.

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TEMA PRIMERO

Definiciones tradicionales
del sacerdocio

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ESQUEMA DEL TEMA PRIMERO

10. El sacerdote hombre del culto

11.El sacerdote mediador

12. El sacerdote anunciador de la palabra de Dios

13. El sacerdote hombre del gobierno de la comunidad

14. El sacerdote pastor

15. El sacerdote hombre consagrado

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Las numerosas definiciones de sacerdote pueden ser incluidas y valoradas en estas:

1. El sacerdote es hombre del culto

Una primera definición o perspectiva considera al sacerdote como hombre del culto, es decir,
hombre del altar, de la eucaristía y de la absolución, de los sacrificios y de los ritos. "Se trata de la así
llamada perspectiva del sacrificio" (A. FAVALE - G. GOZZELINO, n ministero presbiterale.
Fenomenologia e diagnosi di una crisi. Dottrina- spiritualitil, Leumann (TO) 1972. p. 53).
La perspectiva del sacrificio es la más verdadera y la más justa y tiene a su favor notables
ventajas. Es la concepción que ha dominado la escena de las predicaciones y de la enseñanza
teológica a partir de la Escolástica y después el Concilio de Trento, hasta nuestros días. Se conecta
con naturalidad a la noción de sacerdocio, como se saca de la historia de las religiones, que ve en el
sacerdote el hombre del sacrificio comunitario para la divinidad. Por otra parte, tiene a su favor una
solida base bíblica, sea del Antiguo Testamento, donde el sacerdocio levítico era ordenado
esencialmente, aunque no exclusivamente para el culto, sea en el Nuevo Testamento. La calidad
sacerdotal de Cristo es indicada a partir de su calidad de victima. La carta a los hebreos define
expresamente al sacerdocio con la función de sacrificio: Jesús, de hecho, es sacerdote porque se ha
ofrecido a Dios Padre.
S. Tomás dirá que "la obligación del sacerdote consiste especialmente (potissime) en la oferta
de l sacrificio" (S. Th. III, 22,4). En la tradición, S. Agustín une el sacerdocio al sacrificio: "porqué hay
sacrificio, hay sacerdote"; "si no hay sacrificio, no hay sacerdote" (Confesiones X, c. 43, n.69).
S. Tomás ha enseñado claramente que la eucaristía es el centro del culto (S. Th. 63,6), y que
sacrificar es propio del sacerdote (ib, 82,1). "Decir, por lo tanto, que el sacerdote es el hombre del
culto y del altar, significa concretar su esencia en el poder eucarístico y sobre lo que prepara a la
eucaristía, como es, especialmente, la absolución de los pecados. Ahora, que el sacrificio eucarístico
sea el ápice de la relación religiosa, es un dato incontestable. y que solamente el sacerdote puede
consagrar y absolver, es aún más evidente" (A. FAVALE- G. GOZZELINO, I.c.).
No podemos olvidar la posición del Concilio de Trento, el cual define que el sacerdocio del
Nuevo Testamento es el "poder de consagrar y de ofrecer el cuerpo y la verdadera sangre del Señor",
como también "de perdonar los pecados" (DS 1771). Posteriormente, se enuncia el principio que
"sacrificio y sacerdocio están unidos en virtud de una ordenación divina " (DS 1764).
G. Colombo sintetiza la doctrina del Concilio de Trento en estos puntos:
- 1 ° en la Iglesia católica hay un sacerdocio destinado esencialmente a la celebración del
sacrificio eucarístico;

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-1 2° este sacerdocio deriva de un sacramento e implica un carácter permanente;


-2 3° consiguientemente, hay en la Iglesia una jerarquía por la cual los laicos no tienen el
mismo poder espiritual de los sacerdotes y en lo cual los obispos son superiores a los presbíteros;
-3 4° la validez de las ordenaciones no está condicionada por el consenso de la comunidad"
(en AA. vv:, La spiritualita del presbitero oggi, Roma 1981, p. 47).
Aparece cierto que el Concilio de Trento se refiere "sólo a los puntos de la doctrina católica
tradicional, contestada por los protestantes, por lo cual el dogma proclamado representa más una
justificación aclaratoria del oficio ejercitado de hecho en la Iglesia que una reflexión teológica integral
del problema propuesto" (Carta de los obispos alemanes n. 30).
La posición del sacerdote aparece así sublimado en el marco del sacrificio de Cristo, del culto
y de los sacramentos.
Esta visión ha influido enormemente sobre la teología y sobre la espiritualidad del sacerdote
hasta nuestros tiempos. Pio XII en el discurso a los obispos el 2 de noviembre 1954 podía afirmar:
"Oficio propio y principal del sacerdote fue siempre y es aquel de sacrificar en modo tal, que donde
falte un verdadero y propio poder de sacrificar, no se puede hablar de un sacerdocio verdadero y
propio".
El mismo Pablo VI en el discurso al clero de 1966 declaraba que "el sacerdote, ante todo, ha
sido ordenado a la celebración del sacrificio eucarístico (...) y el ministerio de la palabra y el de la
acción pastoral deben de converger hacia aquel de la oración y de la acción sacramental, y deben de
ser inspiración y sostén". En el mensaje a los sacerdotes, en la clausura del Año de la fe, el 30 junio
1968, el mismo Pontífice ponía como primera dimensión del sacerdocio católico la dimensión sacra:
"El sacerdote es el hombre de Dios, es el ministro del Señor".
Juan Pablo II en la carta sobre el misterio y el culto de la eucaristía podía escribir: "El
sacerdocio ministerial o jerárquico, el sacerdocio de los obispos y de los presbíteros y, junto a ellos, el
ministerio de los diáconos (...), están en relación muy estrecha con la Eucaristía. Esta es la principal y
central razón de ser del sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la
institución de la Eucaristía y a la vez que ella (..). El sacerdote ejerce su misión principal y se
manifiesta en toda su plenitud, celebrando la Eucaristía" (Carta Dominicae Cenae n 2).
Pero a las muchas ventajas que tal definición o perspectiva comporta, ésta incluye notables
desventajas.
El sacerdote, de hecho, viene definido con la denominada teología de los poderes, para
algunas cosas que él solo tiene el poder de hacer y que lo pone, por lo tanto, en una posición de
superioridad ante el pueblo cristiano. "Según la enseñanza de S. Tomás, la ordenación es el rito que
confiere un poder espiritual que habilita a la dispensación activa de sacramentos y juntamente da una
preminencia en la Iglesia. El sacerdote, por lo tanto, se define por una cosa que solo él tiene el poder
de hacer y que lo hace superior a todos" (A. FAVALE - G. GOZZELINO, I.c.)
Una primera dificultad de tal concepción es que el poder de sacrificio, síntesis de todos los
poderes sacerdotales, pone en la sombra el poder regio y el profético: el poder regio viene sustraído
de hecho con la introducción de la distinción canónica del poder de orden del de jurisdicción, del
ámbito del sacramento, y es dado al sacerdote por vía extrasacramental.
La participación del sacerdote en la jerarquía, con el poder de jurisdicción obtenida del obispo
(es la jerarquía de la cual los laicos están excluidos) tiende a distanciar, más que acercar, los dos
"estados", el eclesial y el laico, instituyendo fatalmente al primero en posición de superioridad
respecto al segundo. Efectivamente, en la teología posttridentina prevalece netamente la temática del
sacerdocio ministerial, objetivamente en función de distinguir al sacerdote de los fieles; mientras que
el sacerdocio común esta ausente; será recuperado sólo en la época contemporáneo: de hecho es
con Pio XI, en la Encíclica

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'Miserentessimus Redemptor', de 1928, cuando entra por vez primera en los documentos del
magisterio.
Una segunda dificultad viene de un hecho de naturaleza teológica. Porque el centro del
sacerdocio viene puesto en el sacrificio y tal poder sacrifical es idéntico en el presbítero y en el
obispo, así necesariamente hay una caída del espiscopado a nivel puramente honorífico y autoritario,
pero no sacramental. La posición de S. Tomás ha influído en la teología católica muchos siglos, hasta
el Vaticano II. Las ordenes menores al sacerdocio y el mismo subdiaconado venían considerados
grados de acercamiento al sacerdocio, y se hacen entrar dentro de la sacramentalidad.
Ya que toda la afirmación se basa en los poderes, el sacerdocio corre el peligro de
entenderse primariamente, no como un servicio, sino como una autoridad, en el sentido de
supremacía y de superioridad sobre los otros: esta es la única forma de sacerdocio verdadera y
auténtica, con perjuicio del sacerdocio común, reducido a una imagen desviada del ministerio.
En esta perspectiva, la distinción del sacerdote con el fiel, su importancia y su calificación
ministerial se entienden claramente, pero con perjuicio de otros aspectos de esencial importancia. La
óptica escolástica sobre el sacerdote, como hombre de culto, resulta demasiado restrictiva, y ahora
viene comúnmente completada de otros aspectos del ministerio sacerdotal, como el ministerio de la
palabra y el de la formación de la comunidad.

2. El sacerdote es mediador

A la pregunta de si el sacerdote es un mediador, J. Galot observa: "Una reacción desfavorable


se ha manifestado respecto a la noción de una mediación del sacerdocio ministerial. Se ha dicho, por
ejemplo, que el sacerdote no es, en principio, un mediador, y que los ministros cristianos no han sido
jamás llamados sacerdotes en la Escritura, porque no recogen la función mediadora del antiguo
sacerdocio: esta función cae porque el pueblo entero hace por sí la ofrenda a Dios, sin tener que
pasar a través de la mediación del antiguo sacerdote (...). La mediación parece que implica una
situación superior o privilegiada del sacerdote (...). Se han elevado protestas contra del sacerdote
supercristiano" (Teologia del sacerdozio, Firenza, p. 148).
Sin embargo, se oye decir muchas veces que "el sacerdote es el mediador entre Dios y los
hombres", o "mediador entre Jesús y los hombres", o "mediador entre la Iglesia y el mundo". El
sacerdote aparece, por lo tanto, como colocado entre Dios y los hombres para su reconciliación,
mediante el ofrecimiento de los dones de los hombres a Dios y de aquellos de Dios a los hombres. El
fundamento bíblico de esta perspectiva mediadora es la definición ofrecida por la carta a los Hebreos
(5,1-4), donde al sacerdote se le ve escogido de entre los hombres, para ponerse en favor de los
hombres en lo que se refiere a Dios. El oficio sacerdotal está caracterizado por la obra mediadora
entre Dios y los hombres "para ofrecer los dones y sacrifi cios por los pecados".
Es una perspectiva que está avalada por los teólogos. S. Tomás afirmaba que "es propio del
oficio sacerdotal, ser mediador entre Dios y el pueblo" (S. Th., III, 26).
El Card. J L. Suenens explicaba bien la razón de la mediación sacerdotal, cuando escribía: "la
función del sacerdote es ser mediador entre el cielo y la tierra: es el puente -pontifex- que une las dos
orillas que se llaman. No es verdadero mediador si no consigue, personalmente, abrirse paso hasta
ellos, si permanece suspendido en el vacío, como un andamio de puente que no apoyase en tierra" (L
' Eglise en etat de mission, Paris 1955). y el mismo Juan Pablo II a los sacerdotes de Zaire recordaba
que "ser sacerdote significa ser mediador entre Dios y los hombres a través del mediador por
excelencia que es Cristo".
Tal perspectiva tiene notables ventajas: pone más clara la diferencia entre el sacerdote
mediador y el fiel que se deja llevar a Dios; acentúa mejor la relación del hombre

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con Dios y, por lo tanto, el ámbito propio de la mediación sacerdotal, que es el religioso; desarrolla
más, el concepto de servicio sacerdotal que el del poder, resalta mejor, no solo el poder cultual, sino
también el de la palabra y de la formación, servicios que entran a formar parte de la acción mediadora
sacerdotal.
También esta perspectiva ofrece desventajas. Si el sacerdote es mediador entre Cristo y los
fieles, ¿a qué se reduce el sacerdocio común, que por definición es también una participación de todo
el poder de Cristo? ¿Cómo explicar la acción mediadora de toda la Iglesia y la del mismo Cristo? .
Pablo VI decía a los universitarios católicos: "vosotros estáis investidos de una función que se
ha convertido importantísima y también, en cierto sentido, indispensable: tender un puente. Este
ministerio, confiado a los laicos, no es, propiamente hablando, un ministerio calificado, pero sí una
actividad que se adapta a las circunstancias diversas, y que busca establecer contactos entre las
fuentes de la vida religiosa y la vida profana " (4 enero 1964).
La teología ha reconocido siempre la dificultad de la relación entre Cristo, único mediador y el
sacerdote mediador. El mismo S. Tomás, firmísimo defensor de la unicidad del mediador en el sentido
técnico de la palabra, admite que se pueda llamar, en cierto modo, mediadores a otros hombres, en
cuanto cooperan a la unión de los hombres con Dios bajo la forma de preparación y de ministerio (S.
Th. q. 26, a. 1). También el Concilio Vaticano II, que no dice jamás que el sacerdote es mediador entre
Dios y el hombre, pero reconoce que los sacerdotes "participan, según el grado de su ministerio, de la
función de Cristo, único Mediador (LG 28) y que "como en el sacerdocio de Cristo participan de
diversa manera tanto los ministros como el pueblo creyente (...), así también la única mediación del
Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la
única fuente" (LG 62).
"Hay una valida intercesión de nuestra parte, con vistas a la salvación de la humanidad,
intercesión que se funda en la mediación de Cristo. Más que alejar nuestra mediación, la única
mediación de Cristo la reclama para producir su efecto (...). Tal participación en la mediación del
Redentor no se puede entender en términos de superioridad o de 'privilegio'. Esta no puede consistir
sólo en un servicio, sino es la forma extrema del don de la propia vida" (J. GALOT, o. c.).
Ciertamente, el peligro de esta perspectiva "es la de dejar demasiado en la sombra a Cristo y
tiene el riesgo, por esto, de perjudicar el sacerdocio de Cristo y el sacerdocio de la Iglesia" (A.
FAVALE - G. GOZZELINO, I.c.). Por esto, la expresión debe ser usada con extrema precisión de
términos, de otra forma puede parecer incompleta y falsa.

3. El sacerdote es anunciador de la palabra de Dios

Se trata de la perspectiva del ministerio de la palabra, que ha sido muy valorado por los
estudiosos. C. Dillenschneider, en su descripción de las funciones sacerdotales, acordaba el primer
puesto al ministerio de la palabra (Teología y espiritualidad del sacerdote). A. George verificaba en la
Iglesia primitiva "el servicio del culto y de la palabra".
¿ Cómo concebir la armonía de esta dualidad de funciones? . J. Lecuyer ha intentado
fundarla sobre la dualidad del episcopado y del presbiterado. Según él, la gracia propia del
episcopado está en la palabra: ser testigo oficial, mediador de la alianza, cabezas y doctores del
pueblo de Dios, son funciones que no se pueden cumplir, si no es mediante el ministerio de la
palabra. Era la gracia propia del episcopado concedida a los Apóstoles el día de Pentecostés. Antes,
existía la unción sacerdotal que se relacionaba con el misterio pascual y ahí se encuentra la gracia
propia del presbiterado, es decir, celebrar la eucaristía y perdonar los pecados, continuando de esta
forma el misterio de Pascua (El sacerdocio en el misterio de Cristo).

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K. Rahner define el sacerdocio, partiendo del munus docendi: "El sacerdote es aquel que por
encargo de la Iglesia, por lo tanto de forma oficial, anuncia a una comunidad, existente al menos
potencialmente, la palabra de Dios, por lo cual, se le confía en grado sumo de intensidad esta
palabra. En palabras simples, él es predicador del Evangelio por encargo y en nombre de la Iglesia"
(Concilium 5 (1965) n.3). De su parte, S. Dianich ve el ministerio como carisma de la palabra que
genera, de tal modo que de este carisma derivan las diversas funciones del sacerdote. El anuncio de
la palabra, formando la comunidad, está en el origen de la responsabilidad pastoral, y, por otra parte,
el ministerio sacramental de los ritos debe ser entendido según el sentido de la liturgia, de la
celebración o transposición de la Palabra " (n prete: a che serve ?).
También esta categoría tiene su base bíblica y representa notables ventajas. Jesús es el
evangelizador por excelencia (Mt. 4, 33). Los Apóstoles se reservan como tarea específica el
ministerio de la palabra (cfr. Hch 6, 4). S. Pablo expresamente dice: "El Señor me ha mandado, no a
bautizar, sino a predicar" (cfr. 1 Co 1, 17), y considera su tarea especifica "el ministerio de la palabra"
(cfr. Hch 20,24). La vida de la Iglesia primitiva aparece caracterizada por la escucha de la palabra del
apóstol, de la oración común y de la vida comunitaria (cfr. Hch 2,42; 6,1-4).
El Vaticano II recuerda explícitamente que los presbíteros tienen el deber de anunciar el
Evangelio de Dios (PO 4). Pablo VI ha vuelto diversas veces sobre el argumento. Para él, el
sacerdote es "el intérprete de la palabra de Dios", "el voceador del Evangelio de Cristo", "el transmisor
de la palabra de Cristo", "el maestro del pueblo fiel", "el pedagogo de la fe". Por su voluntad, el año
1974 se celebra el Sínodo de los obispos dedicado al examen del tema de la evangelización y el año
siguiente publicaba las propuestas con la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, en la cual
reafirmaba que "Ios objetivos del Vaticano II se resumen, en definitiva, en uno solo: hacer a la Iglesia
del siglo XX más acta todavía para anunciar el Evangelio a la humanidad de este siglo" (n. 2). Juan
Pablo II, en los discursos pronunciados en ocasión de los viajes apostólicos y en documentos
dirigidos a toda la Iglesia, pide con insistencia a los obispos ya los presbíteros el deber fundamental
de su misión: el de la evangelización.
Esta perspectiva pone bien en claro el 'munus docendi' del oficio sacerdotal y no devalúa
directamente los otros dos munera sacerdotales, del sacrificio y de la formación de la comunidad. De
hecho, sea el anuncio de la palabra o la formación de la comunidad, giran en torno a la eucaristía (PO
4.6). Pero no es capaz de superar las desventajas de la perspectiva de la mediación: "Esta no parte
directamente de la relación del sacerdote con Cristo, y, por lo tanto, hace pensar en una conciencia
propia del ministerio, distinta de la del sacerdocio de Cristo, O, como de hecho sucedió en la Reforma
protestante, en una reducción del sacerdocio al solo ministerio del anuncio de la palabra de Dios; y no
se sustrae al riesgo de perjudicar, dejando en sombra, la dimensión cristológica, sea el sacerdocio de
Cristo, sea el sacerdocio de la Iglesia" (A. FAVALE - G. GOZZELINO, 1.c.).

4. El sacerdote es hombre del gobierno de la comunidad

En esta visión, el sacerdote es definido en la perspectiva de la regencia y del gobierno de la


comunidad. Es una perspectiva expuesta especialmente por W. Kasper (Concilium, I.c.). Él parte de la
motivación eclesiológica de la existencia de diversos carismas en la vida de la Iglesia: cada cristiano
posee su carisma (cfr. 1 Co 7, 7); pero el carisma debe servir a la utilidad común (cfr. 1 Co 12, 7).
"Ninguno puede poseer todos los carismas y ninguno puede desear ser todo en la Iglesia; cada uno
debe escuchar al otro y de eso tiene necesidad como de correctivo y de complemento" (W. KASPER,
I.c). Esto vale para el carisma de gobierno (cfr. 1 Co 12, 8) y por lo tanto del oficio eclesiástico. "Nadie
puede reunir en sus manos todos los carismas; su función no es la de acumular, sino la de integrar
todos los carismas. Eso es función de la ordenada colaboración y de la unidad de todos los carismas;
sirve de forma particular a la unidad de la Iglesia. Les compete en la Iglesia un

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servicio esencial, distinto de los otros servicios. Pero es un servicio entre otros servicios; es un servicio
para los otros servicios" (W. KASPER, I.c).
"Partir, por lo tanto, del carisma de gobierno de la comunidad, significa definir el ministerio
sacerdotal, no a partir de su función cultual, sacral y consagratoria, ni a partir de su poder ontológico,
sino a partir de su función social en la iglesia" (J. GALOT, I.c.).
El gobierno debe asegurar la unidad de la Iglesia, y ante todo, la unidad teológica. "Tal unidad
se actúa en concreto en la unidad de la confesión, en la unidad de la celebración eucarística, a la que
se refieren todos los otros sacramentos, y en la unidad, mediante el recíproco y común servi cio de la
caridad. De estas tres formas de actuación de la unidad eclesial, resulta que el oficio sacerdotal está
ordenado de forma particular al ministerio de la palabra, al ministerio de los sacramentos,
especialmente de la eucaristía, ya la recíproca y común diaconia" (W. KASPER, I.c.).
Con tal concepción, el ministerio es desacralizado y desmitologizado. Además, de este modo
"se hace más realizable humanamente el oficio sacerdotal. De hecho, si se reduce el elemento
específico del oficio a la facultad de poder pronunciar eficazmente determinadas palabras de
consagración, el oficio no representa una profesión que humanamente compromete, que entusiasma
a un joven " (W. KASPER, I.c.)
Kasper concluye su articulo con estas palabras: "Si se busca concebir nuevamente el
ministerio sacerdotal en base a la función de la dirección de la comunidad y al servicio de la unidad
de la Iglesia, al mismo tiempo se le puede dar otro puesto dentro de la sociedad moderna. De hecho,
la unidad de la Iglesia no se funda simplemente en sí misma; esa se concibe como signo y
sacramento de la unidad del mundo (LG 9; GS 42). Con esto el ministerio del sacerdote está en
conexión estrechísima con uno de los postulados más profundos y más generales de la humanidad
moderna" (I.c.).
Esta concepción se puede acercar mucho a la concepción bíblica de Cristo buen Pastor, que
guía las almas a la unidad del rebaño ya la vida eterna (cfr. Jn 10,1-8). Después, la Escritura designa
en general a los jefes de la primitiva comunidad cristiana con los nombres que indican servicio y
gobierno: obispos, presbíteros, diáconos, pastores, ecónomos. El Concilio Vaticano II, no solo habla
mucho del poder de gobierno de la jerarquía (LG 27; CD 16), sino que en el decreto sobre el
ministerio sacerdotal dice expresamente que los presbíteros participan de la autoridad de Cristo
Cabeza y tienen la tarea de guiar a todo el pueblo de Dios al Padre por medio del Hijo en el Espíritu
Santo (PO 6).
El peligro de esta concepción del ministerio sacerdotal está en el ries go "de reducirlo a
función de pura organización social de la comunidad, bien entendida en el sentido más amplio de la
palabra, o dejando en la sombra la dimensión cristológica del mismo ministerio" (A. FAVALE - G.
GOZZELINO, l.c.)

5. El sacerdote es pastor

La definición del sacerdote como pastor es antigua en la vida de la Iglesia y se relaciona


directamente con la imagen de Cristo como buen Pastor (cfr. Jn 10,1-10). Algún Padre Conciliar
habría preferido exponer toda la actividad ministerial del presbítero bajo la visión del buen pastor, el
término bíblico que incluye otros dos aspectos de la evangelización y de la santificación. Así Mons. G.
Modrego y Casáus, arzobispo de Barcelona (España), notando la falta de claridad en la exposición
del documento en examen sobre los presbíteros: "la enseñanza y la santificación -decía el Mons.-
pertenecen al oficio pastoral".
El título ha sido valorado por algunos estudiosos del sacerdocio. J . Galot, por ejemplo,
justamente hace notar que la cualidad del Pastor es "aquella que, según el lenguaje de Jesús,
expresa mejor su sacerdocio" (n novo volto del prete, Asis 1971, p.104). "El pastor tiene como meta
distintiva el tener autoridad sobre el rebaño. En esta autoridad se encuentra precisamente el
elemento específico del sacerdocio ministerial" (J. GALOT, I.c.). Analizando

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Unidad segunda - tema primero - 13

mejor el concepto y el término de pastor, Galot afirma que puede tener el sentido estricto de dirección
y de gobierno; pero también puede tener un sentido más amplio, como el de sintetizar toda la
actividad ministerial. El Concilio ha querido diseñar con este apelativo la misión del obispo y del
presbítero en su complejidad (LG 11,20). El mismo título del decreto sobre la función pastoral de los
obispos en la Iglesia es bastante significativo. " Decretum de pastorali episcoporum munere in
Ecclesia ", donde viene analizada toda la actividad ministerial de los obispos y no sÓlo el poder de
gobierno. Pero otras veces la consideración conciliar se limita al aspecto parcial del concepto de
pastor, reduciéndolo a una de las tres tareas del ministerio sacerdotal: así, LG 27 y PO 6.
Analizando el concepto de pastor, Pablo VI observaba en 1970: "El análisis de esto merece
una larga meditación. Resumamos. Está fuera de duda que la función pastoral comparta el ejercicio
de una autoridad. El pastor es cabeza, es guía; es maestro, podemos decir, si es verdadero lo que
dice Jesús, que su rebaño oye y sigue su voz de buen pastor. Una autoridad que es dada por el
rebaño; una prerrogativa, una responsabilidad, una iniciativa, que lo precede: "ante eas vadit", y que
no se hace conducir por él, como querría cierta concepción de la autoridad. Pero enseguida, una
segunda nota, coexistente con el de la autoridad, define el pastor, en el diseño constitucional
evangélico: es el del servicio".
Juan Pablo II, en su primera carta dirigida a los sacerdotes el jueves santo de 1979, insiste
mucho sobre esta línea y dice que con el carácter sacerdotal, el sacerdote "participa del carisma
pastoral, lo cual es señal de una peculiar relación de semejanza a Cristo, Buen Pastor" (n. 5). Pero el
mismo Pontífice aplica el concepto de buen pastor también a otras categorías del Pueblo de Dios:
"Cada cristiano -decía en la parroquia de S. Antonio de Padua el 6 de mayo 1979- está llamado a ser
él mismo un 'buen pastor' en el ambiente en el cual vive. Vosotros padres debéis ejercitar las
funciones de buen Pastor hacia vuestros hijos (...). Así también en la escuela, en el trabajo, en los
lugares de juego y en el tiempo libre, en los hospitales y donde se sufre, siempre cada uno busque
ser 'buen pastor'. Pero, sobre todo, seamos 'buenos pastores' en la sociedad las personas
consagradas a Dios, los religiosos, las monjas, y aquellos que pertenezcan a los Institutos seculares".

6. El sacerdote es hombre consagrado

Es la perspectiva que define el sacerdote como el consagrado, el hombre de Dios, puesto


aparte, a fin de prolongar la misión de adoración y de redención propia del Verbo Encarnado. También
esta perspectiva tiene su base bíblica en la carta a los Hebreos: "Cada sacerdote está escogido entre
los hombres" (5, 1), es decir separado de ellos y segregado de la multitud. En el comentario de esta
frase el Card. E. Suhard podía escribir: "Escogido de entre los hombres: estas palabras significan
bien el origen humano del sacerdote. Pero muestran también que por esto se convierte en diferente a
ellos. La potencia de la palabra consecratoria hace al sacerdote augusto y venerable, separándolo de
la muchedumbre con una bendición. Ayer todavía estaba confundido con todo el pueblo: he aquí sin
darse cuenta convertido en pastor, doctor, propuesto a los ministerios. En su aspecto exterior nada ha
cambiado; pero por una fuerza invisible que le viene de la gracia, él lleva un alma divinamente
transformada " (II prete nella cittil. Lettera pastorale per la quaresima de 1949). En virtud del carácter
sacro, que lo señala para siempre, el sacerdote se vuelve hombre de Dios, cosa y propiedad suya, su
siervo y su bien exclusivo.
Tal perspectiva ha sido muy querida por la escuela beruliana del siglo XVII, que quería ver el
sacerdote como "el religioso de Dios", "el adorador del Padre" y juntamente el redentor del hombre.
Se trataba de aplicar, en aquel siglo, la reforma del clero, auspiciada por el Concilio de Trento, hasta
sus últimas consecuencias: "El clero estaba metido en preocupaciones seculares: presencia en la
corte, caza de beneficios y maniobras políticas de los obispos y del alto clero; lucha por la
subsistencia y asimilación total a las costumbres populares en el clero bajo" (R. SALAÜN - E.
MARCUS, Che cos'e un prete). En tal contexto era particularmente oída la instancia evangélica: "Ser
en el mundo, pero no del mundo" (Jn 17,16).

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I n s t i t u t o de e s p i r i t u a l i d a d a d i s t a n c i a Burgos
Unidad segunda - tema primero - 14

El Tratado de " I sacri ordini ", de J. J. Olier, se expresaba así: "El gran designio de Dios en la
vocación de los sacerdotes, es de tener hombres que, libres de todo, se dediquen únicamente a su
culto y se ocupen continuamente de su religión (...). El mismo puesto que ocupan los ángeles en la
religión de Dios en el cielo, los eclesiásticos lo ocupan en la religión de Jesucristo en la tierra. Los
clérigos son los religiosos de Dios. Completamente animados de la caridad y penetrados del amor a
Jesús ya Dios, van a donde quieran, como fuegos ardientes, a llevar la luz y difundir el amor de Dios
a toda la tierra (..). El clérigo debe ser ciego ante el mundo, no considerando las bellezas y las
rarezas; debe ser sordo a las noticias, pisotear todos sus pompas, condenar todos sus artificios (...).
Debemos ser considerados como personas fuera del mundo, que viven en el cielo, que conversan
con los santos, que están olvidados, en un desdén, en un desprecio, una aversión total y en una
soberana condena de todo el siglo (...). Los eclesiás ticos deben expresar continuamente al mundo, al
ambiente, en medio del cual deben caminar como Dios mismo y como Jesucristo, haciendo aparecer
a través de su conducta, a todos aquellos que le vean, que hay una vida mejor que le atiende en el
cielo".
Es una perspectiva interior muy alta que parece tomar una "dimensión místico-ascética", de la
cual habla Pablo VI, en el mensaje a los sacerdotes de 1968 (n. 8), cuando se delinea la relación del
sacerdote con Dios mediante la oración y la contemplación, y que ayuda a resaltar un aspecto de la
espiritualidad sacerdotal, y no su identidad. Más que dar una definición del sacerdote, la presupone. y
aquí está su limitación.

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I n s t i t u t o de e s p i r i t u a l i d a d a d i s t a n c i a Burgos

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