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UNIDAD SEGUNDA
LA IDENTIDAD
SACERDOTAL
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Unidad segunda - tema primero - 2
UNIDAD SEGUNDA
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Unidad segunda - tema primero - 3
Introducción
"En los años después del Concilio Vaticano II uno de los problemas más atosigadores era el
de dar una respuesta exhaustiva a una pregunta que os inquieta ciertamente a vosotros, alumnos del
Seminario; y que puede surgir como un ángel de luz, o como un espectro nocturno en la conciencia
de vosotros, los sacerdotes" (Pablo VI al clero romano 1971). Prácticamente se trataba del problema
de la identidad sacerdotal que volvía muchas veces a los labios del Papa Montini con preguntas
insistentes: " ¿Quién es el sacerdote? ¿Existe de verdad en la religión cristiana el sacerdote? y ¿cuál
es la figura que, si existe el ministro del Evangelio, debe asumir?" (ib, 1972). "Nos entendemos -así se
expresaba en el último encuentro con el clero de Roma en 1978-la de corresponder a un voto que
emana de vuestra alma atormentada de personas especiales, agregadas al culto ya la profesión
religiosa, problema que se ha desmoronado como una piedra sobre la conciencia sacerdotal
contemporánea, oprimiéndola y aplastándola, en algunos hermanos, con una pregunta elemental y
por otra parte terrible: ¿Quién soy yo? , es decir la propia identidad (...) Este interrogante, por el
hecho mismo de su radicalidad, crea un tormento interior y es preludio a las respuestas más negras y
tristes". La inquietante pregunta ha empujado a los sacerdotes a pedir una respuesta "al registro
profano, o fuera de nuestra casa, al registro de la sociología especialmente; o a la psicología, o a la
confrontación con denominaciones cristianas, sacadas de las raíces católicas, o en fin en aquellas del
humanismo, que parece axiomático: el sacerdote es por encima de todo un hombre: un hombre
completo, como todos los otros" (lb 1972). Ha salido una bibliografía de artículos y libros que son una
clara documentación histórica de la incomodidad teológica y ascética de aquellos años. Del problema
se ha interesado el Magisterio. El Sínodo de los obispos de 1971 se vio obligado a examinar la crisis
en la que se debatía el sacerdocio. Por lo cual, W. Rubin, entonces Secretario general del Sínodo,
escribía: "Los resultados de aquel análisis y de aquel estudio han confluído en un documento que
constituye una especie de documento de identidad del sacerdocio, de su naturaleza, de sus
funciones, de sus relaciones. Cualquier estudio sobre el sacerdocio no puede ignorarlo. Constituye
como la pista de lanzamiento, el punto de partido para cualquier reflexión posterior" (en AA. VV:, II
prete per gli uomini di oggi, Roma 1975, p. 14). En 1978 el episcopado lombardo había reconocido su
existencia, pero -afirmaban los obispos lombardos-si no leemos mal los signos que se nos ofrecen de
más partes, las nieblas se están propagando, los apasionamientos dejan el lugar al examen
desencantado y penetrante, se tornan a valorar con inteligencia más comprensiva las nuevas
propuestas pastorales" (II ministero sacerdotale. Esortazione al clero. Leumann (TO) 1978).
Se trataba de definir el propio "documento de identidad". Todos conocen la importancia de
este documento en la vida social: perder el propio documento de identidad, significa muchas veces
encontrarse en el limite de la sospecha. Al contrario, determinar la identidad del individuo implica un
trabajo diligente y cuidadoso de la fuerza pública (G.M. GARRONE, Card., Le probleme de l'identite
sacerdotale, en Seminarium, 30 (1978) 3).
El Sínodo de obispos de 1971 escribía que: "Los presbíteros encuentran su identidad
viviendo plenamente la misión de la Iglesia y ejerciéndola de diversos modos en comunión con todo
el Pueblo de Dios, como pastores y ministros del Señor en el Espíritu, para
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TEMA PRIMERO
Definiciones tradicionales
del sacerdocio
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Una primera definición o perspectiva considera al sacerdote como hombre del culto, es decir,
hombre del altar, de la eucaristía y de la absolución, de los sacrificios y de los ritos. "Se trata de la así
llamada perspectiva del sacrificio" (A. FAVALE - G. GOZZELINO, n ministero presbiterale.
Fenomenologia e diagnosi di una crisi. Dottrina- spiritualitil, Leumann (TO) 1972. p. 53).
La perspectiva del sacrificio es la más verdadera y la más justa y tiene a su favor notables
ventajas. Es la concepción que ha dominado la escena de las predicaciones y de la enseñanza
teológica a partir de la Escolástica y después el Concilio de Trento, hasta nuestros días. Se conecta
con naturalidad a la noción de sacerdocio, como se saca de la historia de las religiones, que ve en el
sacerdote el hombre del sacrificio comunitario para la divinidad. Por otra parte, tiene a su favor una
solida base bíblica, sea del Antiguo Testamento, donde el sacerdocio levítico era ordenado
esencialmente, aunque no exclusivamente para el culto, sea en el Nuevo Testamento. La calidad
sacerdotal de Cristo es indicada a partir de su calidad de victima. La carta a los hebreos define
expresamente al sacerdocio con la función de sacrificio: Jesús, de hecho, es sacerdote porque se ha
ofrecido a Dios Padre.
S. Tomás dirá que "la obligación del sacerdote consiste especialmente (potissime) en la oferta
de l sacrificio" (S. Th. III, 22,4). En la tradición, S. Agustín une el sacerdocio al sacrificio: "porqué hay
sacrificio, hay sacerdote"; "si no hay sacrificio, no hay sacerdote" (Confesiones X, c. 43, n.69).
S. Tomás ha enseñado claramente que la eucaristía es el centro del culto (S. Th. 63,6), y que
sacrificar es propio del sacerdote (ib, 82,1). "Decir, por lo tanto, que el sacerdote es el hombre del
culto y del altar, significa concretar su esencia en el poder eucarístico y sobre lo que prepara a la
eucaristía, como es, especialmente, la absolución de los pecados. Ahora, que el sacrificio eucarístico
sea el ápice de la relación religiosa, es un dato incontestable. y que solamente el sacerdote puede
consagrar y absolver, es aún más evidente" (A. FAVALE- G. GOZZELINO, I.c.).
No podemos olvidar la posición del Concilio de Trento, el cual define que el sacerdocio del
Nuevo Testamento es el "poder de consagrar y de ofrecer el cuerpo y la verdadera sangre del Señor",
como también "de perdonar los pecados" (DS 1771). Posteriormente, se enuncia el principio que
"sacrificio y sacerdocio están unidos en virtud de una ordenación divina " (DS 1764).
G. Colombo sintetiza la doctrina del Concilio de Trento en estos puntos:
- 1 ° en la Iglesia católica hay un sacerdocio destinado esencialmente a la celebración del
sacrificio eucarístico;
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'Miserentessimus Redemptor', de 1928, cuando entra por vez primera en los documentos del
magisterio.
Una segunda dificultad viene de un hecho de naturaleza teológica. Porque el centro del
sacerdocio viene puesto en el sacrificio y tal poder sacrifical es idéntico en el presbítero y en el
obispo, así necesariamente hay una caída del espiscopado a nivel puramente honorífico y autoritario,
pero no sacramental. La posición de S. Tomás ha influído en la teología católica muchos siglos, hasta
el Vaticano II. Las ordenes menores al sacerdocio y el mismo subdiaconado venían considerados
grados de acercamiento al sacerdocio, y se hacen entrar dentro de la sacramentalidad.
Ya que toda la afirmación se basa en los poderes, el sacerdocio corre el peligro de
entenderse primariamente, no como un servicio, sino como una autoridad, en el sentido de
supremacía y de superioridad sobre los otros: esta es la única forma de sacerdocio verdadera y
auténtica, con perjuicio del sacerdocio común, reducido a una imagen desviada del ministerio.
En esta perspectiva, la distinción del sacerdote con el fiel, su importancia y su calificación
ministerial se entienden claramente, pero con perjuicio de otros aspectos de esencial importancia. La
óptica escolástica sobre el sacerdote, como hombre de culto, resulta demasiado restrictiva, y ahora
viene comúnmente completada de otros aspectos del ministerio sacerdotal, como el ministerio de la
palabra y el de la formación de la comunidad.
2. El sacerdote es mediador
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con Dios y, por lo tanto, el ámbito propio de la mediación sacerdotal, que es el religioso; desarrolla
más, el concepto de servicio sacerdotal que el del poder, resalta mejor, no solo el poder cultual, sino
también el de la palabra y de la formación, servicios que entran a formar parte de la acción mediadora
sacerdotal.
También esta perspectiva ofrece desventajas. Si el sacerdote es mediador entre Cristo y los
fieles, ¿a qué se reduce el sacerdocio común, que por definición es también una participación de todo
el poder de Cristo? ¿Cómo explicar la acción mediadora de toda la Iglesia y la del mismo Cristo? .
Pablo VI decía a los universitarios católicos: "vosotros estáis investidos de una función que se
ha convertido importantísima y también, en cierto sentido, indispensable: tender un puente. Este
ministerio, confiado a los laicos, no es, propiamente hablando, un ministerio calificado, pero sí una
actividad que se adapta a las circunstancias diversas, y que busca establecer contactos entre las
fuentes de la vida religiosa y la vida profana " (4 enero 1964).
La teología ha reconocido siempre la dificultad de la relación entre Cristo, único mediador y el
sacerdote mediador. El mismo S. Tomás, firmísimo defensor de la unicidad del mediador en el sentido
técnico de la palabra, admite que se pueda llamar, en cierto modo, mediadores a otros hombres, en
cuanto cooperan a la unión de los hombres con Dios bajo la forma de preparación y de ministerio (S.
Th. q. 26, a. 1). También el Concilio Vaticano II, que no dice jamás que el sacerdote es mediador entre
Dios y el hombre, pero reconoce que los sacerdotes "participan, según el grado de su ministerio, de la
función de Cristo, único Mediador (LG 28) y que "como en el sacerdocio de Cristo participan de
diversa manera tanto los ministros como el pueblo creyente (...), así también la única mediación del
Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la
única fuente" (LG 62).
"Hay una valida intercesión de nuestra parte, con vistas a la salvación de la humanidad,
intercesión que se funda en la mediación de Cristo. Más que alejar nuestra mediación, la única
mediación de Cristo la reclama para producir su efecto (...). Tal participación en la mediación del
Redentor no se puede entender en términos de superioridad o de 'privilegio'. Esta no puede consistir
sólo en un servicio, sino es la forma extrema del don de la propia vida" (J. GALOT, o. c.).
Ciertamente, el peligro de esta perspectiva "es la de dejar demasiado en la sombra a Cristo y
tiene el riesgo, por esto, de perjudicar el sacerdocio de Cristo y el sacerdocio de la Iglesia" (A.
FAVALE - G. GOZZELINO, I.c.). Por esto, la expresión debe ser usada con extrema precisión de
términos, de otra forma puede parecer incompleta y falsa.
Se trata de la perspectiva del ministerio de la palabra, que ha sido muy valorado por los
estudiosos. C. Dillenschneider, en su descripción de las funciones sacerdotales, acordaba el primer
puesto al ministerio de la palabra (Teología y espiritualidad del sacerdote). A. George verificaba en la
Iglesia primitiva "el servicio del culto y de la palabra".
¿ Cómo concebir la armonía de esta dualidad de funciones? . J. Lecuyer ha intentado
fundarla sobre la dualidad del episcopado y del presbiterado. Según él, la gracia propia del
episcopado está en la palabra: ser testigo oficial, mediador de la alianza, cabezas y doctores del
pueblo de Dios, son funciones que no se pueden cumplir, si no es mediante el ministerio de la
palabra. Era la gracia propia del episcopado concedida a los Apóstoles el día de Pentecostés. Antes,
existía la unción sacerdotal que se relacionaba con el misterio pascual y ahí se encuentra la gracia
propia del presbiterado, es decir, celebrar la eucaristía y perdonar los pecados, continuando de esta
forma el misterio de Pascua (El sacerdocio en el misterio de Cristo).
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K. Rahner define el sacerdocio, partiendo del munus docendi: "El sacerdote es aquel que por
encargo de la Iglesia, por lo tanto de forma oficial, anuncia a una comunidad, existente al menos
potencialmente, la palabra de Dios, por lo cual, se le confía en grado sumo de intensidad esta
palabra. En palabras simples, él es predicador del Evangelio por encargo y en nombre de la Iglesia"
(Concilium 5 (1965) n.3). De su parte, S. Dianich ve el ministerio como carisma de la palabra que
genera, de tal modo que de este carisma derivan las diversas funciones del sacerdote. El anuncio de
la palabra, formando la comunidad, está en el origen de la responsabilidad pastoral, y, por otra parte,
el ministerio sacramental de los ritos debe ser entendido según el sentido de la liturgia, de la
celebración o transposición de la Palabra " (n prete: a che serve ?).
También esta categoría tiene su base bíblica y representa notables ventajas. Jesús es el
evangelizador por excelencia (Mt. 4, 33). Los Apóstoles se reservan como tarea específica el
ministerio de la palabra (cfr. Hch 6, 4). S. Pablo expresamente dice: "El Señor me ha mandado, no a
bautizar, sino a predicar" (cfr. 1 Co 1, 17), y considera su tarea especifica "el ministerio de la palabra"
(cfr. Hch 20,24). La vida de la Iglesia primitiva aparece caracterizada por la escucha de la palabra del
apóstol, de la oración común y de la vida comunitaria (cfr. Hch 2,42; 6,1-4).
El Vaticano II recuerda explícitamente que los presbíteros tienen el deber de anunciar el
Evangelio de Dios (PO 4). Pablo VI ha vuelto diversas veces sobre el argumento. Para él, el
sacerdote es "el intérprete de la palabra de Dios", "el voceador del Evangelio de Cristo", "el transmisor
de la palabra de Cristo", "el maestro del pueblo fiel", "el pedagogo de la fe". Por su voluntad, el año
1974 se celebra el Sínodo de los obispos dedicado al examen del tema de la evangelización y el año
siguiente publicaba las propuestas con la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, en la cual
reafirmaba que "Ios objetivos del Vaticano II se resumen, en definitiva, en uno solo: hacer a la Iglesia
del siglo XX más acta todavía para anunciar el Evangelio a la humanidad de este siglo" (n. 2). Juan
Pablo II, en los discursos pronunciados en ocasión de los viajes apostólicos y en documentos
dirigidos a toda la Iglesia, pide con insistencia a los obispos ya los presbíteros el deber fundamental
de su misión: el de la evangelización.
Esta perspectiva pone bien en claro el 'munus docendi' del oficio sacerdotal y no devalúa
directamente los otros dos munera sacerdotales, del sacrificio y de la formación de la comunidad. De
hecho, sea el anuncio de la palabra o la formación de la comunidad, giran en torno a la eucaristía (PO
4.6). Pero no es capaz de superar las desventajas de la perspectiva de la mediación: "Esta no parte
directamente de la relación del sacerdote con Cristo, y, por lo tanto, hace pensar en una conciencia
propia del ministerio, distinta de la del sacerdocio de Cristo, O, como de hecho sucedió en la Reforma
protestante, en una reducción del sacerdocio al solo ministerio del anuncio de la palabra de Dios; y no
se sustrae al riesgo de perjudicar, dejando en sombra, la dimensión cristológica, sea el sacerdocio de
Cristo, sea el sacerdocio de la Iglesia" (A. FAVALE - G. GOZZELINO, 1.c.).
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servicio esencial, distinto de los otros servicios. Pero es un servicio entre otros servicios; es un servicio
para los otros servicios" (W. KASPER, I.c).
"Partir, por lo tanto, del carisma de gobierno de la comunidad, significa definir el ministerio
sacerdotal, no a partir de su función cultual, sacral y consagratoria, ni a partir de su poder ontológico,
sino a partir de su función social en la iglesia" (J. GALOT, I.c.).
El gobierno debe asegurar la unidad de la Iglesia, y ante todo, la unidad teológica. "Tal unidad
se actúa en concreto en la unidad de la confesión, en la unidad de la celebración eucarística, a la que
se refieren todos los otros sacramentos, y en la unidad, mediante el recíproco y común servi cio de la
caridad. De estas tres formas de actuación de la unidad eclesial, resulta que el oficio sacerdotal está
ordenado de forma particular al ministerio de la palabra, al ministerio de los sacramentos,
especialmente de la eucaristía, ya la recíproca y común diaconia" (W. KASPER, I.c.).
Con tal concepción, el ministerio es desacralizado y desmitologizado. Además, de este modo
"se hace más realizable humanamente el oficio sacerdotal. De hecho, si se reduce el elemento
específico del oficio a la facultad de poder pronunciar eficazmente determinadas palabras de
consagración, el oficio no representa una profesión que humanamente compromete, que entusiasma
a un joven " (W. KASPER, I.c.)
Kasper concluye su articulo con estas palabras: "Si se busca concebir nuevamente el
ministerio sacerdotal en base a la función de la dirección de la comunidad y al servicio de la unidad
de la Iglesia, al mismo tiempo se le puede dar otro puesto dentro de la sociedad moderna. De hecho,
la unidad de la Iglesia no se funda simplemente en sí misma; esa se concibe como signo y
sacramento de la unidad del mundo (LG 9; GS 42). Con esto el ministerio del sacerdote está en
conexión estrechísima con uno de los postulados más profundos y más generales de la humanidad
moderna" (I.c.).
Esta concepción se puede acercar mucho a la concepción bíblica de Cristo buen Pastor, que
guía las almas a la unidad del rebaño ya la vida eterna (cfr. Jn 10,1-8). Después, la Escritura designa
en general a los jefes de la primitiva comunidad cristiana con los nombres que indican servicio y
gobierno: obispos, presbíteros, diáconos, pastores, ecónomos. El Concilio Vaticano II, no solo habla
mucho del poder de gobierno de la jerarquía (LG 27; CD 16), sino que en el decreto sobre el
ministerio sacerdotal dice expresamente que los presbíteros participan de la autoridad de Cristo
Cabeza y tienen la tarea de guiar a todo el pueblo de Dios al Padre por medio del Hijo en el Espíritu
Santo (PO 6).
El peligro de esta concepción del ministerio sacerdotal está en el ries go "de reducirlo a
función de pura organización social de la comunidad, bien entendida en el sentido más amplio de la
palabra, o dejando en la sombra la dimensión cristológica del mismo ministerio" (A. FAVALE - G.
GOZZELINO, l.c.)
5. El sacerdote es pastor
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mejor el concepto y el término de pastor, Galot afirma que puede tener el sentido estricto de dirección
y de gobierno; pero también puede tener un sentido más amplio, como el de sintetizar toda la
actividad ministerial. El Concilio ha querido diseñar con este apelativo la misión del obispo y del
presbítero en su complejidad (LG 11,20). El mismo título del decreto sobre la función pastoral de los
obispos en la Iglesia es bastante significativo. " Decretum de pastorali episcoporum munere in
Ecclesia ", donde viene analizada toda la actividad ministerial de los obispos y no sÓlo el poder de
gobierno. Pero otras veces la consideración conciliar se limita al aspecto parcial del concepto de
pastor, reduciéndolo a una de las tres tareas del ministerio sacerdotal: así, LG 27 y PO 6.
Analizando el concepto de pastor, Pablo VI observaba en 1970: "El análisis de esto merece
una larga meditación. Resumamos. Está fuera de duda que la función pastoral comparta el ejercicio
de una autoridad. El pastor es cabeza, es guía; es maestro, podemos decir, si es verdadero lo que
dice Jesús, que su rebaño oye y sigue su voz de buen pastor. Una autoridad que es dada por el
rebaño; una prerrogativa, una responsabilidad, una iniciativa, que lo precede: "ante eas vadit", y que
no se hace conducir por él, como querría cierta concepción de la autoridad. Pero enseguida, una
segunda nota, coexistente con el de la autoridad, define el pastor, en el diseño constitucional
evangélico: es el del servicio".
Juan Pablo II, en su primera carta dirigida a los sacerdotes el jueves santo de 1979, insiste
mucho sobre esta línea y dice que con el carácter sacerdotal, el sacerdote "participa del carisma
pastoral, lo cual es señal de una peculiar relación de semejanza a Cristo, Buen Pastor" (n. 5). Pero el
mismo Pontífice aplica el concepto de buen pastor también a otras categorías del Pueblo de Dios:
"Cada cristiano -decía en la parroquia de S. Antonio de Padua el 6 de mayo 1979- está llamado a ser
él mismo un 'buen pastor' en el ambiente en el cual vive. Vosotros padres debéis ejercitar las
funciones de buen Pastor hacia vuestros hijos (...). Así también en la escuela, en el trabajo, en los
lugares de juego y en el tiempo libre, en los hospitales y donde se sufre, siempre cada uno busque
ser 'buen pastor'. Pero, sobre todo, seamos 'buenos pastores' en la sociedad las personas
consagradas a Dios, los religiosos, las monjas, y aquellos que pertenezcan a los Institutos seculares".
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El Tratado de " I sacri ordini ", de J. J. Olier, se expresaba así: "El gran designio de Dios en la
vocación de los sacerdotes, es de tener hombres que, libres de todo, se dediquen únicamente a su
culto y se ocupen continuamente de su religión (...). El mismo puesto que ocupan los ángeles en la
religión de Dios en el cielo, los eclesiásticos lo ocupan en la religión de Jesucristo en la tierra. Los
clérigos son los religiosos de Dios. Completamente animados de la caridad y penetrados del amor a
Jesús ya Dios, van a donde quieran, como fuegos ardientes, a llevar la luz y difundir el amor de Dios
a toda la tierra (..). El clérigo debe ser ciego ante el mundo, no considerando las bellezas y las
rarezas; debe ser sordo a las noticias, pisotear todos sus pompas, condenar todos sus artificios (...).
Debemos ser considerados como personas fuera del mundo, que viven en el cielo, que conversan
con los santos, que están olvidados, en un desdén, en un desprecio, una aversión total y en una
soberana condena de todo el siglo (...). Los eclesiás ticos deben expresar continuamente al mundo, al
ambiente, en medio del cual deben caminar como Dios mismo y como Jesucristo, haciendo aparecer
a través de su conducta, a todos aquellos que le vean, que hay una vida mejor que le atiende en el
cielo".
Es una perspectiva interior muy alta que parece tomar una "dimensión místico-ascética", de la
cual habla Pablo VI, en el mensaje a los sacerdotes de 1968 (n. 8), cuando se delinea la relación del
sacerdote con Dios mediante la oración y la contemplación, y que ayuda a resaltar un aspecto de la
espiritualidad sacerdotal, y no su identidad. Más que dar una definición del sacerdote, la presupone. y
aquí está su limitación.
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