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Abraham F. Lowenthal
De Foreign Affairs En Español, Enero-Marzo 2007
Resumen: Desde la Segunda Guerra Mundial hasta los años setenta, la relación entre
Estados Unidos y América Latina se caracterizó por la arrogancia hegemónica del
primero. Aunque esto ha ido cambiando gradualmente, el tema principal de las
relaciones interamericanas sigue siendo la asimetría de poder entre Estados Unidos y
los demás países de continente.
Desde la Segunda Guerra Mundial hasta la década de 1970, la relación entre Estados
Unidos y América Latina estuvo definida por la "presunción hegemónica" de Estados
Unidos, a saber la idea de que Estados Unidos tiene el derecho de insistir en la
solidaridad -- por no decir la subordinación -- política, ideológica, diplomática y
económica de todo el Hemisferio Occidental. Estados Unidos utilizó el poderío
militar de la Infantería de Marina y de la 82ª División Aerotransportada; la
intervención clandestina de la Agencia Central de Inteligencia (CIA); asesoría y
tutoría de sus agregados militares; asistencia para el desarrollo y a veces imposición
por parte de la Agencia para el Desarrollo Internacional (AID); cuotas al azúcar,
preferencias arancelarias y otras formas de influencia económica; diplomacia
activista por parte del Departamento de Estado; financiación y asesoría a los partidos
políticos; defensoría pública e información por parte de la Agencia de Información de
Estados Unidos (USIA) -- lo que fuera necesario -- , para asegurarse de que en toda
América Latina y el Caribe gobernaran partidos y dirigentes afines a Estados Unidos.
CONTINUIDAD Y CAMBIO
Es difícil exagerar cuántos otros temas y relaciones compiten con América Latina por
la atención de los políticos estadounidenses de mayor nivel. No sólo las
circunstancias especiales de la difícil guerra en Irak, el dilema de Israel y los
espectros de un Irán y una Corea del Norte nucleares sobrepasan por mucho a
América Latina en los círculos políticos estadounidenses; siempre hay otros temas y
relaciones de mayor prioridad. América Latina como región rara vez es destacada en
la pantalla del radar de los políticos estadounidenses. Los llamados a los altos
funcionarios estadounidenses para que "presten más atención" a América Latina
están destinados al fracaso; la mejor esperanza es elevar la calidad de la atención
limitada que le pueden dedicar.
Segundo, en su trato con América Latina, Estados Unidos nunca fue un actor tan
coherente como a menudo se le dibuja en el Sur, pero el pluralismo estadounidense
se ha vuelto mucho más pronunciado en años recientes. Las políticas de Estados
Unidos que afectan a América Latina y el Caribe se definen menos por las relaciones
de poder internacionales y los retos externos que por los efectos recíprocos de las
influencias internas de diferentes regiones, sectores y grupos: el rust belt [zona con
más sindicatos en toda la nación] y el sun belt [zona de las nuevas áreas turísticas]; el
sector empresarial (contando aquí compañías farmacéuticas, fabricantes de
computadoras, gigantes energéticos, conglomerados de entretenimiento y muchos
otros) y el laboral; productores de azúcar, cítricos, cacahuates, arroz, soja, flores,
miel, tomates, uvas y otros cultivos; trabajadores agrícolas y consumidores;
organizaciones de la diáspora y grupos de interés antiinmigrantes; diferentes
comunidades basadas en religiones; fundaciones, grupos de expertos y los medios de
comunicación; organizaciones delictivas, entre ellas los cárteles de la droga, y la
policía; así como grupos formados para promover los derechos humanos, apoyar las
causas de las mujeres, proteger el ambiente y preservar la salud pública.
Asimismo, América Latina requiere ser tratada por cada una de sus partes. En su
conjunto, por supuesto, los países latinoamericanos y caribeños han sido muy
distintos entre sí. Desde hace mucho Argentina ha sido diferente de Haití, Perú
distinto de Panamá o República Dominicana de Chile, como lo es Suecia de Turquía,
o Australia de Indonesia.
Pero aunque casi todos los países latinoamericanos en los últimos 30 años
convergieron en abrazar elecciones democráticas, economías orientadas a los
mercados y al equilibrio macroeconómico, de hecho se han venido dando diferencias
fundamentales entre los países de la región. Estas diferencias son de especial
importancia en cinco dimensiones separadas pero relacionadas: 1) La naturaleza y el
grado de interdependencia económica y demográfica con Estados Unidos; 2) la
medida en que los países han comprometido sus economías en la competencia
internacional y los modos en que se relacionan, en consecuencia, con la economía
mundial; 3) la fuerza relativa de sus instituciones, tanto estatales como no
gubernamentales; 4) el predominio de las normas y prácticas democráticas, y 5) la
medida en que las distintas naciones enfrentan los desafíos en la integración de
grandes poblaciones indígenas. Incrementar la diferenciación en estas cinco
dimensiones fundamentales hace que el amplio concepto de "América Latina" sea a
menudo de dudosa utilidad, pues arroja tanta luz como sombra.
Hoy las relaciones interamericanas deben ser analizadas en el nivel de al menos siete
regiones separadas: Brasil; Chile; Argentina y los demás países del Mercosur; el Arco
Andino (que para muchos propósitos debe ser más parcializado); México; América
Central, y las islas del Caribe.
Las naciones del Mercosur -- Brasil la más grande por mucho -- representan juntas
45% de la población de América Latina y el Caribe (ALC), casi 60% del PIB de la
región, más de 40% (cifra que sigue creciendo) de la inversión estadounidense, pero
menos de 15% del comercio estadounidense con ALC, y considerablemente menos de
10% de la emigración de ALC a Estados Unidos.
Con todos sus problemas y desafíos, Brasil es un país que cada vez se desempeña
mejor. Ha abierto la mayor parte de su economía a la competencia internacional;
revolucionado su sector agrícola; desarrollado varias de sus industrias con mercados
continentales y hasta mundiales; lenta pero sólidamente ha fortalecido sus
instituciones estatales y no gubernamentales, y forjado un consenso centrista cada
vez más firme en los esquemas generales de las políticas macroeconómicas y sociales,
entre ellas la urgente necesidad de reducir las desigualdades y mitigar la pobreza, y
mejorar la educación en todos los niveles. Brasil desempeña un papel importante en
el comercio internacional, así como en las negociaciones en materia comercial,
ambiental, de salud pública y propiedad intelectual. Va a la cabeza en el activismo e
influencia del Sur global, al trabajar estrechamente con India y Sudáfrica en algunos
temas; y es probable que, con el tiempo, desempeñe un papel mayor en la
Organización de las Naciones Unidas y otros foros multilaterales. El perfil más alto
alcanzado por Brasil, tanto en el hemisferio como en el resto del mundo, exige un
respeto mayor de parte de Estados Unidos.
En este contexto, la reciente elección de 2006 de Alan García en Perú oscurece lo que
puede ser el resultado más importante de esa elección: que los votantes antisistema,
que en definitiva apoyaron a los ganadores de las tres elecciones peruanas previas,
constituyen hoy una oposición movilizada o al menos movilizable que podría
dificultar mucho la gobernabilidad de la administración García. Ecuador afronta un
desafío similar, con partidos e instituciones políticas extremadamente débiles y
movimientos indígenas cada vez más activos. Bolivia ha experimentado el triunfo de
la población antes excluida, principalmente indígena, bajo el gobierno de Evo
Morales, quien no parece seguro de cómo vincular sus impulsos populistas con las
realidades de los mercados energéticos y de otro tipo y se muestra ambivalente en
cuanto a atar su bandera al mástil Chávez-Castro o desarrollar más relaciones
cooperativas sobre una mejor base con sus vecinos inmediatos. Colombia sigue
luchando con corporaciones de estupefacientes profundamente afianzadas y
movimientos guerrilleros de mucho tiempo, cada uno con orígenes independientes
pero que emprenden una cooperación táctica que limita la soberanía eficaz del
gobierno nacional. Y Venezuela, bajo el carismático hombre fuerte Hugo Chávez, que
cuenta con el apoyo popular pero exhibe un estilo de gobierno cada vez más
autoritario, se concentra más en utilizar sus cuantiosos petrodólares para ampliar su
influencia internacional que en resolver sus propios desafíos de pobreza, desarrollo y
debilidad institucional.
México, América Central y el Caribe -- que para muchos propósitos constituyen tres
regiones separadas -- representan juntos sólo un tercio de la población total de ALC,
pero casi la mitad de la inversión estadounidense en toda la región, más de 70% del
comercio latinoamericano y 85% de la inmigración latinoamericana en Estados
Unidos. Las tres regiones están cada vez más integradas que nunca con Estados
Unidos en términos funcionales, como veremos más adelante.
Las diferencias entre las distintas subregiones separadas en cuanto a sus relaciones
con Estados Unidos son cada vez mayores conforme pasa el tiempo. La mayoría de
los países latinoamericanos y caribeños, en la región de la Cuenca del Caribe y en la
costa norte de América del Sur, que enviaron más de 40% de sus exportaciones a
Estados Unidos en 1980 hoy exportan un porcentaje aún mayor a Estados Unidos. La
mayoría de los países latinoamericanos que enviaron menos de 30% de sus
exportaciones a Estados Unidos en 1980 hoy envían un porcentaje menor de sus
exportaciones a este país.
LA AGENDA INTERMÉSTICA
Este dilema -- de que los planteamientos de política exterior más atractivos para los
públicos "domésticos" tienden a interferir con la necesaria cooperación internacional
-- no será fácil de abordar, y no se limita a Estados Unidos. Los impulsos para fincar
la responsabilidad de severos problemas al otro lado de la frontera, y de afirmar la
"soberanía" aun cuando es poco palpable y en realidad imposible en términos
prácticos, son recíprocos e interactivos. Es probable que esta problemática dinámica
se intensifique en los próximos años, precisamente en la más íntima de las relaciones
interamericanas, las de Estados Unidos y sus vecinos más cercanos. Ello exigirá
mayor madurez, sensibilidad y empatía por parte tanto de Estados Unidos como de
sus vecinos de lo que ha sido evidente hasta ahora para manejar sus relaciones en
forma constructiva y en el interés compartido de todos. La tan reñida elección de
2006 en México y su estrechísimo margen de victoria harán todo esto mucho más
difícil.
Hoy más que nunca, las relaciones Estados Unidos-América Latina son
sencillamente la suma de muchas relaciones bilaterales diferentes. Esto no se debe
principalmente a que las recientes administraciones estadounidenses hayan carecido
de visión o imaginación, aunque a la mayoría les sucedió, sino a que las bases
sustantivas para políticas estadounidenses, generales y significativas, hacia América
Latina y el Caribe están notablemente ausentes.
Así, el patrón de las relaciones interamericanas hoy es muy diferente del de las
décadas de 1960, 1970, 1980 y hasta del de principios de los noventa. Esto queda un
tanto oculto cuando las autoridades estadounidenses parecen sustituir "comunismo"
con "terrorismo" como un prisma de distorsión a través del cual lidiar con otros
temas, como los estupefacientes o la migración; cuando altos funcionarios
estadounidenses tratan de intimidar a dirigentes políticos de un país como
Nicaragua; o cuando miembros del Congreso o los medios de comunicación de
Estados Unidos hablan enigmáticamente de un eje "Castro-Chávez-Lula", o de un eje
"Castro-Chávez-Morales", de un "giro a la izquierda" en América Latina, o hasta de
una supuesta "amenaza china" al continente americano.
Tercero, Estados Unidos ya no puede acercarse a los países de la Cuenca del Caribe
con su postura histórica de compromiso intermitente, no haciendo caso de ellos la
mayor parte del tiempo pero interviniendo enérgicamente cuando piensa que sus
intereses de seguridad están amenazados. Hoy Estados Unidos necesariamente se
compromete con sus vecinos de la Cuenca del Caribe un año sí y un año no en una
variedad de temas que derivan de la creciente interdependencia que la migración
masiva ha causado y fortalecido. Existe una necesidad urgente de invertir mucho más
pensamiento creativo en el análisis de lo que significa e implica esta integración
funcional de México, América Central y el Caribe con Estados Unidos, y de qué
cambios se requerirán en las actitudes, políticas e instituciones a fin de manejar con
eficacia la resultante agenda interméstica. En los años venideros será vital otorgar un
rango de competencia regional, a saber la Cuenca del Caribe y quizá para todo el
subcontinente norteamericano, a muchos temas de seguridad, económicos,
demográficos, ambientales, de salud pública y de otro tipo.
Las propuestas y los proyectos para las relaciones interamericanas deben provenir
sobre todo de América del Sur, pues es muy improbable que hoy Washington
proyecte una visión o ejerza la conducción hemisférica en un mundo de espectros y
compromisos múltiples, intensos y distantes y de relaciones cada vez más
entrelazadas entre vecinos. Brasil, Chile y Argentina podrían trabajar juntos como
líderes en tal esfuerzo, construyendo sobre los verdaderos avances en la integración
funcional entre estos países que ha estado ocurriendo en los niveles de los negocios,
los mercados de trabajo, las redes profesionales y la infraestructura física, si no es
que en las instituciones formales. Estos países ya han experimentado con la
cooperación internacional en Haití, con algún éxito. Ya ha llegado la hora de que
Argentina, Brasil y Chile consideren crear estrategias de cooperación más amplias, en
temas que van de la integración regional de Cuba al proyecto bolivariano de
Venezuela, del comercio agrícola a la cooperación energética hemisférica y de la
reforma de la ONU a acuerdos y regímenes financieros y comerciales internacionales
para proteger la propiedad intelectual.
Estados Unidos será un interlocutor importante para los países de América Latina y
el Caribe mientras siga siendo la mayor economía del mundo, la más poderosa
potencia militar, el participante individual más influyente en las múltiples
instituciones internacionales, el nuevo hogar de tantos de sus emigrantes y la fuente
de abundante "poder blando". Los países de América Latina y el Caribe seguirán
siendo de interés para Estados Unidos mientras sigan siendo mercados relevantes,
arenas importantes para la inversión, fuentes de materias primas y de inmigrantes,
terrenos de prueba para formas democráticas de gobierno y de economías de
mercado, y participantes activos en la comunidad internacional.