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De aquí que digamos que no podemos formamos idea de él; porque siendo
las ideas de suyo inertes y pasivas (párrafo XXV), no pueden por vía de
imagen o semejanza representar a un ser dotado de actividad.
Es tal la naturaleza del espíritu o eso que actúa, que no puede ser percibido
por sí mismo, sino solamente por los efectos que produce. Si alguien lo duda, que
reflexione y vea si puede formarse la idea de un ser activo o si tiene idea de
las dos principales potencias, designadas por las palabras entendimiento y
voluntad, distintas entre sí y distintas igualmente de una tercera idea, es decir,
la de sustancia o ser en general, dotada de la propiedad característica de
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servir de apoyo a las mencionadas facultades, y que llamamos alma o espíritu.
Esto es lo que muchos afirman, o sea, que tenemos idea de alma, de in
teligencia y de voluntad. Pero, a lo que alcanza mi comprensión, estas
palabras voluntad,26 alma, espíritu no representan ideas diferentes, o, hablando
con más exactitud, no representan ninguna idea, sino algo que es muy
diferente de las ideas, y que siendo activo y operante por esencia, no puede
venir representado por ninguna idea.
Hay que reconocer, sin embargo, que sí tenemos alguna noción de alma, de
espíritu y de las operaciones de la mente, como el querer, amar, odiar, puesto
que entendemos el significado de estas palabras.
XXIX. Las ideas producidas por la sensación1 difieren de las producidas por la
reflexión o la memoria.
Por muy grande que sea el dominio que tenga sobre mis propios pen
samientos, observo que las ideas actualmente percibidas por los sentidos no
tienen igual dependencia con respecto a nuestra voluntad. Si en un día claro
abrimos los ojos, no está en nuestro poder el ver o no ver, ni tampoco el
determinar los objetos particulares que han de presentársenos delante. Y
análogamente en cuanto a los demás sentidos: las ideas en ellos impresas no
son criaturas de mi voluntad. Por consiguiente: tiene que haber otra voluntad o
espíritu que las produzca.
Pues bien, esas reglas fijas o métodos establecidos de los que depende nuestra mente
y que despiertan las ideas de nuestros sentidos, se llaman leyes de la naturaleza: las
aprendemos por la experiencia, que nos da a conocer que tales o cuales van
seguidas por tales o cuales otras, en el curso ordinario de las cosas.
Nos da, en efecto, una como previsión que nos habilita para regular nuestras
acciones en provecho propio. Sin ese conocimiento quedaríamos
perpetuamente indecisos; jamás podríamos saber cómo procurarnos el más
ligero bienestar ni cómo apartar el más leve dolor de los sentidos.
Si sabemos que el alimento nutre, que el sueño repara, que el fuego calienta,
que el sembrar en tiempo oportuno es medio indispensable para recoger la
cosecha, y en general que para conseguir determinados fines hay ciertos
medios conducentes a ellos, si sabemos todo esto, lo debemos no al
descubrimiento de una relación necesaria entre nuestras ideas, sino únicamente a la
observación de las leyes que la naturaleza tiene establecidas.
XXXII. Y, sin embargo, este trabajo uniforme y constante que de modo tan
evidente despliega la bondad y sabiduría de aquel supremo Espíritu cuya
voluntad determina las leyes de la naturaleza, lejos de llevar nuestros
pensamientos hacia Él, más bien los extravía en pos de las causas segundas. Pues,
al ver que ciertas percepciones o ideas de los sentidos van invariablemente
seguidas de otras, y que esta constante sucesión en nada se debe a nuestra propia
acción, inmediatamente atribuimos potencialidad activa a las mismas ideas, y
tomamos a unas como causa de las otras, lo que es el mayor absurdo, del todo
incomprensible.
Así, por ejemplo, observamos que cuando la vista percibe cierta figura
luminosa y redonda, percibimos por el tacto la sensación o idea de calor, y de
ahí sacamos que la causa del calor es aquel cuerpo redondo que llamamos
Sol.
Se dice que las ideas de los sentidos tienen mayor contenido de realidad por
ser más 1) enérgicas, 2) ordenadas y 3) coherentes que las que produce la mente;
pero esto no significa que puedan tener existencia extramental. Son también
4) menos dependientes del espíritu, o sustancia pensante que las percibe, y en la
cual son provocadas por la voluntad de otro espíritu más poderoso; pero no
por eso dejan de ser ideas; ya que ninguna idea enérgica o débil puede existir si
no es en una mente que la perciba.
Lo primero, pues, que se objetará es que los principios enunciados barren del
escenario del mundo todo lo que es real y sustancial en la naturaleza, y en vez de
ello se coloca un informe montón de ideas quiméricas. O sea, que todo lo que
existe es algo puramente nocional, porque, según hemos dicho, sólo está en la
mente. Así, pues: ¿qué vienen a ser el Sol, la Luna y las estrellas? ¿Qué hemos
de pensar de las casas, de las montañas y ríos, de los árboles, de las piedras, y