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11 TIPOS
ARTE EN VENEZUELA
EN LOS AÑOS SETENTA
EL LIBRO MENOR
227
CARACAS/2002
© ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
Caracas 2002
Impreso en Venezuela por Editorial Torino.
Edición al cuidado del autor.
Nota de Presentación........................................................9
Epígrafes............................................................................ 11
Encuentros preliminares.................................................... 17
Cronología......................................................................... 121
Fuentes 139
Para Eugenio Espinoza,
y su palabra disidente.
El arte es sólo una actividad más, liga
da a la vida, a lo cotidiano; intenta diri
girse a los sentidos... Y la ceguera, sorde
ra o insensibilidad son atrofias que la li
teratura no puede remediar.
Roberto Obregón.
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Los años setenta son fascinantes por la capacidad de
generar ideas, debates, confrontaciones, riesgos, pasiones.
Nuevos museos, muchas galerías, numerosos salones y gran
des espacios en la prensa, son algunos de sus rasgos carac
terísticos. En ese contexto surgió una generación de creado
res que se abrió paso en medio de los dos grandes bloques
hegemónicos y segregacionistas, como eran el cinetismo y la
figuración comprometida.
14
cultural, de su espacio social específico y, además, se atreve
a ensayar su propio camino.
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ABREVIATURAS
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de la debacle del Salón Oficial, ese fue el primer evento de
importancia para la renovación de la plástica en Venezuela.
Allí surgen otros signos, otros creadores, a tiempo que se
definen otros circuitos.
Los catálogos publicados en este período consistían en
un muy modesto impreso en el que se registraban los nom
bres de los expositores y, quizás, un breve currículo. En oca
siones se agregaba la lista de obras y no siempre con la ficha
técnica precisa. Las reproducciones estaban descartadas. Así,
su valor documental es limitado. El catálogo de 1971, de
Estudio Actual, incluye una frase de cada concurrente, lo que
permite acercarnos al pensamiento de esta generación. Hay
curiosidad o expectativas por el arte de participación, senti
do del humor, prioridad por las tendencias figurativas y los
legados del surrealismo, entre sus ideas principales. Por su
parte, William Stone expresaba:
“No puedo estar con el robotismo, con la repetición de
formas que parecen hechas por máquinas, que sólo buscan
producir sensaciones visuales e ilusiones de movimiento. Lo
acepto como experiencia pero no como un fin al que hay que
consagrar la vida. Necesito palpar la presencia humana”.
Tal era una nítida declaración de principios de lo que
sería el arte en Venezuela en el transcurso de los años setenta:
lo sensual, las sensaciones y la participación de todos como
componentes definitivos de la obra.
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Todo lo cual era maravilloso pues revelaba la existencia
de talentos y los ímpetus artísticos de una nueva generación.
Entre los que se presentaban como pintores, aparecieron
Margot Romer, Beatriz Blanco, Emerio Darío Lunar, Sigfredo
Chacón, Pedro Tagliafico, Ana María Mazzei, José Antonio
Quintero y Eugenio Espinoza; mientras que en la sección de
escultura estaban María Zabala, Alexis Mujica, Zerep y Valerie
Brathwaite. Todos tendrán marcadas vocaciones. La raciona
lidad geométrica, la exaltación de la materia, la indagación
en la figura, en la cultura de masas, el interés por quebrar
normativas y la convivencia con pintores carentes de forma
ción académica, son los signos que enlazan al nuevo arte.
Luego, en octubre de 1972 se hizo en el mismo sitio el
Segundo Salón, pero sólo con pintores y escultores. Enton
ces se reunieron 113 pinturas de 60 autores y 18 esculturas de
11 autores. Al grupo antes citado ahora se incorporaban
William Stone, Rolando Dorrego, Milton Becerra, Gilberto
Bejarano, Lenin Ovalles, Julio Pacheco Rivas, Angel Peña,
José Campos Biscardi, José Páez del Nogal y Carlos Zerpa.
En la definición general de “pintura” se incluía obras de ex
perimentación y radicalización de los recursos plásticos.
El Tercer Salón tuvo por anfitrión al Hipódromo de Cara
cas, en septiembre de 1973, cuando se mostraron 27 escultu
ras de 13 autores, y 102 pinturas de 55 autores. Ahora se
jerarquizaba en primer término la escultura, disciplina en la
que destacaban Becerra, Bejarano y Zerep, como tributarios
del cinetismo; mientras que entre los pintores contaban nue
vos contingentes representados en Corina Briceño, Emiro
Lobo, Oswaldo Parra, Sonia Márquez, Angel Peña, Elsa Mo
rales y Ender Cepeda. De Maracaibo provenían no pocos
artistas, con acento figurativo y militante.
Así continuaron las citas, sea el Encuentro Nacional de
Jóvenes Artistas, en 1975 y en Maracay, a cuyas filas ingresa
ron Víctor Hugo Irazábal, Felipe Herrera, Diego Barboza,
Angel Vivas Arias, Miguel von Dangel y Salvador Martínez;
o, en 1977, en el Palacio de las Industrias de Caracas, el Salón
Nacional de Jóvenes Artistas, con la modalidad de jurados de
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admisión y calificación, en cuya sección de escultura sobre
salieron Pancho Quilici, Carlos Mendoza, Enrico Armas,
Marcos Salazar y Carlos Medina(1). Aunque es cierto que
tales convocatorias de jóvenes estimulaba el trabajo, desde
los marcos de la tradición de la pintura, un giro muy impor
tante sucederá a partir de 1973, cuando se establecieron
otros criterios para ejecutar un salón en el que no sólo la
pintura o arte bidimensional tuviese valor, sino que se per
mitían y se estimulaban otras investigaciones, otros sopor
tes y sentidos del arte.
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Julio Pacheco Rivas, Samuel Baroni, Víctor Hugo Irazábal y
Corina Briceño. A lo largo de la década del setenta, cada uno
tendría su propio proceso creador y entre ellos formarían gru
pos y realizarían exposiciones. Si bien por momentos hubie
se podido existir intenciones de arte político de parte de algu
nos de ellos, más bien privaron otras tesis, lejos de las ortodo
xias militantes, buscando bases en el arte que se hace en el
intercambio con el público, en la meditación desde la natura
leza, en la revisión de la propia historia -social o artística- del
país, en las abstracciones cromáticas y líricas y en los atracti
vos ejemplos de la pintura y del arte norteamericanos.
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sición “constituye más una posición vital que intelectual”.
De cierta manera se refería a la tradición de la pintura y a los
clavos de las galerías para colgar cuadros, lo cual no le inte
resaba; al cansancio de las palabras -alusión a una crítica
agotada y sin mérito- y, al intento experimental que por con
ciencia los agrupaba y cuya divisa sería la libertad de acción.
Luego cada artista escribiría unas frases en las que cier
tas ideas resultan comunes a todos: aproximarse al hombre,
volver a la naturaleza, intentar la cercanía afectiva a he
chos, objetos, seres y sensaciones. Para ello, y como procla
ma, asentaban:
se
solicita público...
sensato
sensitivo
sentimental
satírico
saturado
sagaz
suspicaz
situado
sincero
para exposición
sensaciones
perdidas del
hombre
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multitudinario, marcan dichos acontecimientos, los que con
cluyen en un evento que se hizo especialmente para Sao Pau
lo: Piel a Piel.
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bién la inmensa mole indiferente de los edificios y construc
ciones de las metrópolis. La superficie muda, intransigente,
incomunicante. El corredor por donde parece ir a ninguna
parte. O al centro, donde se reúnen y resumen todos los am
bientes. La epidermis gigantesca, con enormes pelos, cubrien
do el suelo como una nueva tierra arraigada en la conciencia,
con un insólito cielo, para respirar en la nueva heredad con
seguida en el intramundo de la piel y de la comunicación”.
Así pues, para la fecha en que han tenido lugar todos es
tos eventos, el espacio plástico en Venezuela experimentaba
renovación y era colectivo, sensual, táctil, en la formulación
de una nueva abstracción y con planteamientos en tres di
mensiones. Para entonces, y según los criterios del crítico
español Simón Marchan, ya teníamos conocimiento y prác
ticas precisos del “conceptual performance” o representación
conceptual; del performance entendido como arte de com
portamiento; del “body art” o artes del cuerpo; del
“happening” o acontecimientos; nuevas investigaciones en
torno a la naturaleza, la fotografía como lenguaje de arte y, en
fin, se apreciaba la instauración de otros procesos artísticos
cuyo eje era la comunicación. Así, los nuevos artistas eran
devotos del arte como idea. El objeto artístico experimenta
ba marcado y progresivo desplazamiento en los intereses de
los actuales creadores. “Importan, tal como podría decir
Marchán, más los procesos formativos, de constitución, que
la obra terminada y realizada”. Inmediatamente vendría la
burla de los mecanismos mercantiles de la obra de arte, la
cual ahora estará formada por simples documentos de
variadísima y modestísima índole, papeles, postales, fotoco
pias, pequeñas fotos, ediciones multígrafo, collages, dibu
jos, todo lo cual tendría marcado carácter no coleccionable,
sin pretensiones de obra de arte, por tanto fuera de mercado.
“El arte conceptual, escribió Marchán, enfatiza la elimina
ción del objeto artístico en sus modalidades tradicionales.
Pero, salvo en casos extremos de la vertiente lingüística, existe
menos una eliminación que un replanteamiento y crisis del
objeto tradicional. No obstante, de lo que se trata, por encima
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de un antiobjetualismo a ultranza e indiscriminado, es de
desplazar el énfasis sobre el objeto a favor de la concepción
y del proyecto, de la conducta perceptiva, imaginativa o
creativa del receptor”.
La fotocopia constituyó un soporte y un aliado importan
tísimo para estos artistas. Pema, Obregón o Espinoza intro
dujeron la fotocopia como obra en sus exposiciones. A veces,
la máquina misma, la fotocopiadora, estaba en la sala donde
ellos se presentaban y allí, al momento, sacaban fotocopias
diversas. En mi archivo conservo dos fotocopias de un mis
mo evento colectivo que tuvo lugar en 1978. En una vemos
a un hombre sentado en la playa y, al centro, en un recuadro,
y escrito por los cuatro costados, de manera que para leerlo hay
que ir volteando el papel, se lee: “‘Arte en Venezuela, inves
tigaciones r / ecientes’. Muestra que, por / así decirlo, giró en
torno a la fotocop / y al quehacer ‘artístico’. Fu / e realizada
en la Librería Cruz del Sur, i / naugurada el 24-9-78 y sus
partic / ipantes fueron: Claudio Pema, Diego Rísquez, H /
éctor Fuenmayor, Joe, Lary Berman, M / aria Zabala, Roberto
Obregón, Sigfredo Chacón y, e / n calidad de invitado, Mr.
Joan Michaels”. Al centro de ese texto hay la fotocopia de
una foto que representa el pecho de un hombre, con su cami
sa abierta, en detalle de la izquierda de su cuerpo, el corazón
y el hombro. En la otra fotocopia, ésta foto está ligeramente
rodada, de modo que cae sobre el texto, el cual está al lado de
un llavero. Recuerdo que Pema mismo hacía las fotocopias
ante el público, en medio de un discurso sobre el nuevo arte
y luego las obsequiaba entre los asistentes o las vendía por
dos bolívares. Una postal suya, debidamente firmada y sella
da con su emblema, sello de caucho, costaba un bolívar con
cincuenta céntimos.
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Ese arte se nutrió de lo que sucedía en otras latitudes. Ello
es normal en la dinámica artística, pero además ello sucedía
tanto por la disposición de apertura permanente de nuestra
mentalidad como país, como por el rápido cruce de la infor
mación tan característico de la era tecnológica, y la relevante
personalidad de Soto, quien efectivamente triunfaba en Pa
rís, ciudad donde estaba en apogeo la tendencia lumino-
cinética y su acento tecnológico, que tanta influencia ten
dría entre los jóvenes venezolanos y ante la cual, sin embar
go, grupos de ellos tomarían debidas distancias.
No debemos olvidar que en 1970 se creó en París el grupo
Support/Surface, centrados en el asunto de la pintura, la ma
teria y el color y, además, en la teoría e ideología de la obra;
en 1971 se hacían más precisas y con mayor influencia la
predica teórica de Art & Language, la desaparición de la obra,
de la cual sólo quedaban publicaciones, definiciones, con
ceptos y el sentido de una práctica no-esteticista; mientras
que en la Bienal de París se creaba una sala específica para el
Arte Conceptual; en la Documenta 5 de Kassel, en 1972, se
presentó la exposición temática Cuestionar la realidad'], en
1974, laTate Gallery de Londres mostró Yves Klein and Piero
Manzoni, dos creadores que signaron época; mientras que en
el Museo de Arte Moderno de Nueva York se presentaba una
gran exposición sobre el Video Art. Por otra parte, en 1977 se
inauguraba el Centro Pompidou, en París (donde Soto expu
so en 1979) y en 1978, la Galería de Arte Nacional de Was
hington, dos instituciones fundamentales de la museología
contemporánea, abiertas a los nuevos senderos del arte.
Si en los años sesenta hay un interés creciente por el
videoarte, el arte por computadora y el trabajo a campo abier
to, a modo de intervenir en la naturaleza, en los setenta se
insiste en la pintura y, en consecuencia, conviven ambas ex
presiones. Por un lado la experiencia tecnológica, concep
tual e infoarte y, del otro, una pintura de fuerte acento crítico.
Así se aprecia en América Latina cuando surgían nuevas ge
neraciones de artistas igualmente abiertas a lo que acontecía
en el mundo: en Argentina fue el período de maduración de
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creadores tales como Luis Felipe Noé y Marta Minujín, Ali
cia Penalba y Antonio Seguí -estos dos residenciados en Pa
rís- y, en 1971 y 1972, tuvo lugar la exposición Arte de Siste
mas, para exaltar el proceso de la obra, así como se apreciaba
insistencia en los lenguajes figurativos, la pintura y el dibu
jo, de conciencia política, en actitud similar a la experimen
tada en Uruguay. En Buenos Aires el conceptualismo contó
con Minujín y Lea Lubin como figuras principales. 1972 fue
muy significativo para la plástica colombiana puesto que fue
el momento en que el Museo de Arte Moderno de Bogotá
presentó Nombres Nuevos en el Arte de Colombia, en ampli
tud de concepciones y allí, entre los constructivistas y los
figurativos, surgían personalidades como Juan Camilo Uribe,
María de la Paz Jaramillo y Antonio Ugarte. Desde los deriva
dos del pop, tal como observa Marta Traba, la pintura colom
biana logrará imágenes que descifran una dimensión cultu
ral, buscando en la violencia un tema. Para mediados de la
década, en Colombia ya existía un circuito de museos, gale
rías y críticos, que fortalecían el quehacer de los artistas, y los
postulados conceptuales eran corrientes en el escenario co
lombiano. En México, varios creadores -Mathias Goeritz,
Helen Escobedo y Manuel Felguérez- inauguraron en 1979
una obra monumental, “Espacio Escultórico”, donde combi
naban un elemento geométrico repetido, con el terreno de
lava, estableciendo un círculo de más de cien metros de diá
metro. Si en estas naciones el arte se sobrepuso a los avatares
de la política local, ello no será el caso de Perú o Ecuador,
donde tal fue materia relegada. En cambio, en Brasil, los ar
tistas resistieron a los desastres de la dictadura y de un arte
contestatario se pasaría, a partir de 1972, a nuevas situacio
nes y aperturas: retomo a la figuración y al neoconcreto; al
ejercicio de taller, a la creación de ambientaciones y los gran
des happening. La exposición Cuerpo a tierra trasladaba el
arte a la calle y a los parques, en participaciones muy aprecia
das en la época. Desde 1972 las galerías brasileñas experi
mentaron un repunte de sus actividades de difusión y circu
lación de la obra.
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En 1975 se realizó en la Universidad de Texas un simpo
sio sobre el arte latinoamericano del presente, que reunió a
críticos, estudiosos y pintores, y dimensionó nuestras prácti
cas artísticas.
En Estados Unidos el ejercicio del arte salió del taller y se
estableció en los dominios de la naturaleza: las escalas, los
recursos, la concepción y la apreciación experimentaría cam
bios radicales. Ese arte en los espacios naturales y en integra
ción con la tierra, definió no solo la época sino todo el perío
do contemporáneo. Su influencia, de alguna manera, se hará
presente en el arte venezolano. Pero a más de ello, Nueva
York será no solo la ciudad de un buen número de artistas
latinos dedicados a la pintura, las ambientaciones y proyec
tos mural, con obras de méritos sino, además, la asumían como
el gran reto para la formulación y proyección de la obra, y
donde Soto expuso en 1974, en el Museo Guggenheim. Si
hasta la década del sesenta el arte latinoamericano era desco
nocido por el medio académico y de museos de Nueva York,
en los años siguientes cambia esa actitud de ignorancia. La
abstracción y el cinetismo, la pintura figurativa y los artistas
conceptuales aportan, en el transcurso de los setenta, obras
que llaman la atención y que permiten consideraciones de
rigor.
Finalmente, en Caracas, ante la intensa actividad desple
gada por el Museo de Bellas Artes, dirigido hasta 1975 por
Miguel Arroyo, quien renunció para evidenciar todavía más
su disgusto ante la decisión política de dividir su historia y
despojarlo de parte de su patrimonio, con motivo de la crea
ción de la Galería de Arte Nacional, cuando decayó un tanto
en su programación, la ciudad aún contaría con la oferta de
dos galeristas memorables: Clara Diament de Sujo y Raquel
Conkright Adler. Gego, Mary Brandt, Luisa Palacios y Luisa
Richter serían artistas integrales, animadoras del escenario
cultural caraqueño e incluso destacadas docentes, quienes
exhibían sus trabajos con frecuencia. Ya en los años setenta
el país supera el factor de perturbación que implicaba la gue
rrilla, la cual fue derrotada tanto en el terreno militar como
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político. La promoción oficial del cinetismo transmitiría la
idea de esa estética como concomitante del arte venezolano.
Sin embargo, una mirada crítica entorno a la sociedad pro
moverán los nuevos creadores, sean Miguel von Dangel,
Carlos Zerpa, Claudio Perna o Ender Cepeda. Asimismo, la
Sala Mendoza ofrecía, en su programación regular, otra alter
nativa artística ante aquella neoconstructiva y cinética que
entonces tanto se exaltaba. En 1975 tuvo lugar en el Museo
de Arte Contemporáneo de Caracas, una institución novedosa,
la muestra internacional de Arte de Video, que constituyó
una revelación. En 1977 expuso el artista alemán Jorge Stever,
residenciado en Caracas y, en 1978, se presentó la colectiva
Novísimos Colombianos, también en el MACC, donde los
planteamientos abstractos se evidenciaban de manera mayo-
ritaria entre los escultores así como los figurativos predomi
naban entre muchos pintores, significando el conjunto el
descubrimiento de una maravilla y cercanía de un arte que,
en lo general, desconocíamos. En el decir de Marta Traba, tal
era una exposición en la que no había “ni estetas ni neutra
les”, de allí el entusiasmo que generaba.
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OTRO TIEMPO DEL ARTE
1,1 Dos colectivas de méritos fueron las de Estudio Actual, con obras de
Soto, Elsa Gramcko, Jacobo Borges y Gabriel Morera y, la de la
Galería Conkright, con Gego, Alejandro Otero, Gerd Leufert, Car
los Cruz Diez y Domingo Alvarez.
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cultural, y los inicios de la década del setenta, con otras ex
pectativas políticas, luego de la “pacificicación” del país y
en la renovación del populismo; económicas, pues se estaba
en la antesala de una época de bonanza, planes faraónicos y
corruptelas en los manejos de los dineros del Estado y, cultu
rales, cuando surgieron varios museos y, en las artes plásti
cas, irrumpió otra generación, la cual aportaría nuevos retos,
sentimientos, percepciones y certezas en la aventura estética
del artista venezolano
A inicios de la década del setenta, la pintura en Venezue
la, estaba marcada, por una parte, por los figurativismos y
compromisos militantes influenciados tanto en los ejemplos
de la experiencia del Mural de La Habana de 1967, como en
la actitud del parisino Mayo 68. Pintura directamente
politizada, con combinación de técnicas propias de las artes
gráficas, entre sus obras resaltantes cuentan las escenas de
salones de sociedad o de salas de espera, y los retratos de
tenebrosos personajes, de Jacobo Borges de los años 1972-
74, y su serie de dibujos “Los Traidores”, “La Farsa” y “El
Che”, de 1971; y Régulo (Pérez), además de pintor, notable
dibujante y con obra de ensamblaje, como “El extraño señor
Colmenárez”, de 1975. De otra parte, se imponía el ejemplo
del cinetismo y tendencias afines, dada la autoría cimera de
Soto, pero también debido a la contribución de personalida
des tales como Alejandro Otero, Gego, Carlos Cruz Diez,
Mercedes Pardo, Nedo y Víctor Valera.
Aquellos Once Tipos eran egresados, las más de las ve
ces, de la Escuela de Artes Plásticas de Caracas, y habían
completado su formación en el exterior, sea Europa o Estados
Unidos o, al menos, ya habían realizado viajes de estudio.
Para abril de 1973, ellos ya estaban formalmente preparados
para ocupar posiciones en el escenario de la plástica nacio
nal. La oportunidad, como queda dicho, la brindó la directo
ra Lourdes Blanco, quien tuvo la iniciativa de mostrar traba
jos marcados por lo experimental, la apertura a los más
disímiles lenguajes plásticos o propuestas estéticas, a la ac
ción en vivo del creador, el soporte extra pictórico, la incor-
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poración del documento gráfico, escrito o la memoria como
certificación y obra, la fotografía como arte y su extensión en
la fotocopia y en las postales, renovados acercamientos en
torno a lo popular, la indagación por lo urbano, las artes figu
rativas, sensuales y la naturaleza, por parte de la nueva gene
ración. La ciudad y el hombre serían los grandes temas a
tratar. En fin, el compromiso político sería reemplazado por
la conciencia estética, por la libertad individual y el huma
nismo, mientras que a la homogeneidad de la formulación
constructivista y cierta artesanía repetitiva de los epígonos
del cinetisino, opondrían la libertad de la pintura, la búsque
da de otros soportes, el cuerpo mismo del creador como fac-
,tor plástico, verídicas investigaciones visuales -como tras
cendencia de la noción de lo pictórico, su plano, sus norma
tivas-, otras posibilidades del arte abstracto y nuevos nexos
con el público receptor, ahora activo participante de cuanto
suceda y en la complementación de las obras.
Ciertamente el arte en Venezuela ya había conocido los
happenings y las posturas dadaístas de El Techo de la Balle
na, a principios de la década de sesenta, en las obras legenda
rias de Carlos Contramaestre o Gabriel Morera; su fuerte acen
to de protesta política, principalmente por los escritores
Caupolicán Ovalles y Adriano González León, y los nuevos
sentidos de la materia y la valoración del objeto humilde y
del azar callejero, como en Elsa Gramcko. Pero ahora vendría
un período distinto: la escena viva del arte en la exaltación
de la acción individual, la apertura a todo recurso y en medio
de ello, el sostén de lo pictórico. Experimental o conceptual
serán definiciones de uso corriente, pero el crítico Roberto
Guevara propondrá, en un ensayo publicado en agosto de
1988, la noción de “nuevos medios”, cuando argumenta:
“Esta denominación incluye aquellas formas que utilizan sim
plemente el cuerpo, los atuendos y muy pocos elementos
escénicos para su actuación o performance, tanto como pro
posiciones ambientales, instalaciones, intervenciones en el
medio urbano o rural, utilización de cualquier recurso o ma
terial expresivo y de tecnologías más recientes como la elec-
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trónica y en general, todas las búsquedas e investigaciones
en alternativas de expresión”. Tal es, pues, un principio am
plio válido para el estudio de una buena parte del arte de los
años setenta. Por su característica, además, de efímero, ese
arte careció, en una primera etapa, de un debido registro do
cumental. El arqueo de fuentes es, entonces, más complicado
y fue en el encuentro personal con los artistas y en la revisión
de sus pocos papeles privados, como pudimos conocer as
pectos del proceso que nos propusimos investigar.
34
como por el más vulgar mercantilismo del “cuadro” enton
ces en boga, todo lo cual serían factores que trababan el
desarrollo de nuevas propuestas y el surgimiento de otros
investigadores de la plástica.
Luego, el Salón Oficial perdía su rango al estar recargado
de pintura francamente mediocre y al ser incapaz de recoger
aportes de actualidad del arte contemporáneo. Además, la
Escuela de Artes Plásticas de Caracas experimentaba un pe
ríodo de crisis ante la cual grupos de docentes ensayarían
otras vías que se concretaron en la fundación de nuevos ins
titutos educativos.
Estrictamente hablando la década del sesenta tuvo dos eta
pas muy diferenciadas entre sí: al principio fue sumamente
activa y con significativos debates ideológicos y estéticos,
dadas las contribuciones del informalismo, la nueva figura
ción, la pintura constructivista y el cinetismo, como corrientes
principales reconocidas, por lo demás, en el mismo Salón Ofi
cial, y de donde surgieron un puñado de personalidades y no
pocas obras calificadas. Después, hacia el final de esos años, se
aprecian los graves malestares que señala Guevara.
A inicios de la década del setenta, las nuevas intenciones
del arte no tenían canales de expresión. Además, los jóvenes
artistas cuestionaban la pintura como objeto placentero, de
corativo y mercantilista. El interés del arte tomaría,
en consecuencia, otros rumbos. Asimismo los jóvenes crea
dores establecerían un nítido deslinde ante los dogmas polí
ticos que se habían apoderado y subyugaban el arte, y pro
clamarían independencia de criterio tanto como otras formas
de relación con el público, con el espectáculo y los avatares
de lo social; y en la indagación en la percepciones, en la
naturaleza, el espacio urbano, al igual que en la tradición, las
nuevas ciencias, el oficio de pintor, las posibilidades de los
soportes, incluido el cuerpo mismo del artista, los multimedias
y el cosmos como totalidad y creación. Las distintas corrien
tes conceptuales, conocidas por algunos de nuestros artistas
en Londres, París o Nueva York, o por la difusión de libros
como los de Gillo Dorfles, Simón Marchán, Frank Popper o
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Umberto Eco, leídos con atención en Caracas, más los textos
de críticos argentinos como Damián Bayón, Jorge Glusberg,
Jorge Romero Brest o Marta Traba, quien tomaría domicilio
en Caracas, o por el trato directo con creadores como Jorge
Stever, quien se residenciaría en Caracas, establecerían bases
y criterios para otra práctica del arte. Para ello debían buscar
se lugares expositivos apropiados y directores inteligentes
que supieran del momento que se vivía y de la certeza de
alcanzar un nuevo público. Por ello, Roberto Guevara decía
en su artículo de abril de 1973:
“Los salones de jóvenes, las experiencias de ambientación
de la [Sala] Mendoza, todo ese vigoroso auge del espíritu de
exploración en las nuevas generaciones, son tal vez el hecho
cierto mas positivo de nuestra plástica actual. Y una vez mas
conviene aclarar la importancia de este advenimiento, frente
a tantas interpretaciones superficiales y motivadas por inte
reses poco plausibles: es el gran valor de indagar, de despren
derse del pánico que significa para todo creador entregarse
en una obra de descubrimiento y por entero. Los jóvenes
preguntan, no afirman dogmáticamente. Ensayan lenguajes,
prueban fuerzas, hacen pulmones. Lo importante es en qué
medida son capaces de explorar y acertar”.
Percatarse que existían grupos de jóvenes que inves
tigaban y ensayaban los lenguajes del arte actual, ya era un
paso. Correr el riesgo de mostrarlos de manera apropiada,
sería el siguiente.
Si bien se imponía la clausura del Salón Oficial para sim
bolizar la conclusión de una etapa, no es menos cierto que la
falta de un espacio para mostrar era una necesidad prioritaria
para los más jóvenes. Así, la respuesta a esa situación comen
zó a surgir desde galeristas entendidos y con vocación de
servicio como Clara Diament de Sujo o Lourdes Blanco, y de
algunos animadores culturales en la provincia venezolana.
La ruta del arte nuevo tuvo entonces su paso por Estudio
Actual, Galería Conkright, Librería Cruz del Sur, Galería Track
y la Sala Mendoza. Y de pronto, en ese empeño por hallar
coordenadas contemporáneas de la creación artística, se lo-
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graron realizar eventos que marcaron pauta. Roberto Guevara
lo señala en uno de sus libros:
“En 1972 y años siguientes surgen movimientos jóvenes
que plantean el problema de la naturaleza interior, el hombre
redescubierto por la alienación de sus sentidos, por sus caren
cias, por su conciencia de la vulnerabilidad de un dominio que
se creía eterno: los reinos naturales. Exposiciones como Sen
saciones perdidas del Hombre y Para contribuir a la confu
sión general por primera vez desconciertan al espectador con
una nueva forma de percibir la obra, que es una nueva forma de
percibir la realidad y aun las memorias de lo real. Se da paso a
una experiencia fundamental y poco conocida. Piel a Piel\
presentada en Sao Paulo en 1973 y de carácter colectivo repre
senta una proposición extrema: el conocimiento por la piel, el
tacto agigantado a la escala de una ambientación conceptual”.
Por las vías de esas experiencias estéticas, del ensayar
nuevos medios y esas ambientaciones que alcanzaron dimen
siones de sucesos, se echaron los fundamentos artísticos de
una nueva generación y, en consecuencia, de un nuevo tiem
po del arte en Venezuela. A comienzos de los años setenta se
conocieron sus protagonistas, quienes pronto emprendieron
los infinitos senderos de la creación en franca distancia, cuan
do no en notable ruptura, de lo que era la práctica convencio
nal de la pintura en Venezuela.
Un ejemplo de ello sería “El Autobús”, acción de William
Stone, Sigfredo Chacón e Ibrahín Nebreda en abril de 1971,
en el Ateneo de Caracas. “El Autobús” consistía en un verídi
co vehículo, de la ruta San Bernardino-Quinta Crespo, al
menos su carrocería y mobiliario interior, que era llevado a
otro contexto para provocar al público, para estimular una
respuesta. Los artistas trabajaban con objetos de desechos y
realizaban esculturas blandas con algodón, yeso y tela metá
lica; colocaban una radio a todo volumen e invitaban al pú
blico a subir al bus. Roberto Guevara meditó sobre dicha
acción en estos términos:
“Si consideramos que está por crearse una visión vasta de
nuestra realidad humana y cultural, debemos aceptar la nece-
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sidad urgente que tienen las nuevas generaciones de intentar
un pensamiento nuevo. Es el momento de abrir oportunida
des, de propiciar. Un buen comienzo sería el estudio de la
condición anónima de la masa humana del autobús, una bo
rrosa fauna cotidiana que vive, espera, se consume y se funde
con la realidad destartalada y ruidosa del vehículo. Para rea
lizar su obra, estos jóvenes artistas tuvieron que emplear toda
clase de astucias y manejos a fin de obtener un auténtico
autobús y crear dentro de él, y a su alrededor, el drama o la
alienación que es un mar amorfo y congestionado”.
La obra tomaba ahora inauditas escalas y el espectador
debía estar muy atento a su dinámica, a la invención de nue
vos códigos visuales, simbólicos y estéticos. Por tanto, su
participación debía ser lo suficientemente directa, diligente,
como para complementar el sentido de lo que proponía el
artista o hallar otra orientación.
Este tipo de arte, entre instalaciones y ambientaciones,
con otras escalas de la escultura y con sentido de lo transito
rio o efímero, tomaba por sorpresa al público y entendidos.
La prensa, ese eco de todo episodio social, no reflejaba estos
novedosos sucesos de arte que, en un primer momento eran
difíciles de entender y producían mucho desconcierto.
“El Autobús” (1971) reveló la personalidad de William
Stone y la certeza de renovación de la plástica venezolana.
Stone llegó a participar en los Salones Oficiales pero pronto
buscó en los fenómenos táctiles la posibilidad de rehacer las
gramáticas del arte. Después expondría individualmente en
1974. Su nombre aparecerá con regularidad tanto en las colec
tivas como en las citas más relevantes. Entre éstas, en los años
de 1972 y 1973, se realizaron algunos salones en los que, aun
cuando no hay mayor documentación y además sus obras no
tuvieron la suerte de ser conservadas, se aglutinó una genera
ción que se atrevía al riesgo de la experimentación -lenguaje,
medios: poética-, y la concepción de un futuro.
38
artistas que son capaces de formular novedosos y renovado
res planteamientos en nuestro devenir de arte.
Efectivamente, Claudio Perna ya había tenido la oportu
nidad de compartir con artistas de la significación de Luisa
Palacios o Elsa Gramcko, y había experimentado el ser re
chazado del Salón Oficial. Luego ensayó con la fotografía
-artística y documental- y experiencias a partir de ese medio
como fueron sus “Fotos dirigidas”, en las que él escogía la
escena o situación y el instante de disparar el obturador. La
diapositiva -su proyección sobre personas y la creación de
situaciones o ambientes con la misma-, la serigrafía, el cine
Super 8, el collage y la combinación de técnicas, la polaroid,
frottages, fotocopias, reciclajes de objetos e imágenes des
echadas, caracterizaron su trabajo a comienzos de la década.
El conocimiento de la geografía, la ciudad, la cartografía, la
foto-matón de sus amigos, el dibujo con otros artistas, la ico
nografía patria -él mismo envuelto en la bandera nacional-,
los performances, la labor editorial y su propia escritura, cons
tituyó el caudal principal de su obra en este período. Su nom
bre será sistemáticamente omitido de los diccionarios (Inciba
1973 y GAN 1985) de artes plásticas. Perna será asimismo un
animador generoso del escenario artístico nacional.
Lourdes Blanco fue quizás la primera en valorar a Perna
como artista integral, plural y abierto, cuando presentó su
exposición de 1975 en el MBA, donde mostró sus fotoco
pias: entonces existían poquísimos datos sobre su persona
y su hacer plástico, por lo que la tarea del crítico debía
partir desde el principio, es decir, desde el establecimiento
de las bases mínimas que permitieran la comprensión de
una producción abundante, contemporánea, sin orden y en
plenos procesos. Luego, Lourdes Blanco comprobaba que
se trataba de un creador de obra “extremadamente frenética
y dispersa”; mientras que de su personalidad acotaba que
“era un conversador incansable, con una manía pedagógi
ca”. En aquellos interminables parlamentos de Perna, cohe
rentes y cultos, residía una de sus cualidades de visionario
contemporáneo.
39
Roberto Obregón luego de una amplia participación en
salones y exposiciones, decidió tomar marcada distancia ante
los eventos de la pintura y la vida social que ésta conlleva,
para entonces concentrarse en la reflexión sobre la naturale
za, el agua, la flor, el paso de las horas y la muerte. Así, empie
za un trabajo intimista con apoyo de la fotografía y la acuare
la, el dibujo botánico y la indagación en la naturaleza y,
además, mantendrá una postura crítica frente a los figurones
del arte local para, en consecuencia, postular otros criterios y
otras prácticas del hecho creador. Pequeñas obras en papel, el
sentido de Diario, las posibilidades de la postal como arte, el
collage y las instrucciones y materiales para ensamblar, serán
característicos de su obra entre 1971 y 1975.
Eugenio Espinoza, quien apenas egresado de la Escuela
de Artes Plásticas, comenzó su actuación signando una
dcsacralización del acto creador: “Impenetrable” como ins
talación, agitación, arte de ambientación y, tiro de gracia,
como burla de Soto, en 1972, año, además, en que expuso
individualmente en el MBA. Su interés más sostenido será la
superficie irregular del hecho plástico. Una obra de ese año,
1972, sin título (Col. GAN), consiste en la lona blanca, con
trazado cuadriculado, espacios abiertos y sus marcos inter
nos en gruesa línea negra. La tela tiene una caída irregular. La
obra remarca el gesto mínimo, repetido, limpio. Se esboza un
plan, una racionalidad y la lona es superficie, imagen, paso a
lo otro que es a la vez desconocido y real, verídico e imagina
rio. Tela que es pintura en la negación de la misma. Seguida
mente, en 1973, lo haría en la prestigiosa galería Conkright,
Textiles, Cuadrículas, Tarjetas Postales, cuando ya el arte
del entorno, las escalas urbanas, el espacio, la materia, la
insistencia de un motivo -sea geométrico o de escritura gráfi
ca y conceptual-, guiaban su conducta como creador y, final
mente, cuando una tarjeta postal era la condensación de todo
el potencial de la obra.
Antonieta Sosa llegó a la posición radical de destruir una
obra suya. Fue en 1969, al término de su exposición en el
Ateneo de Caracas, donde ella actuaba en medio de sus obje-
40
tos escultóricos, de blancas, geométricas, mínimas y puras
formas, cuando tomó esa decisión para llamar la atención
ante la situación de dictadura militar que vivía Brasil, donde
se realizaría la Bienal de Sao Paulo.
Miguel von Dangel se internaría en la historia, lo figu
rativo y lo barroco, en la obra que es collage y está entre la
pintura y la escultura, en técnicas mixtas, para cuestionar
mitos y creencias, evidenciar desarraigos e incertidumbres
-tanto como creencias-, y trazar con “Retrato espiritual de un
tiempo” (1972), las posibilidades, visiones y angustias de su
época.
Varios integrantes de esta generación, Perna, Diego
Barboza, Julio Pacheco Rivas, Rolando Dorrego, José Anto
nio Quintero, Susy Iglicki y Oscar Machado, se reunieron a
principios de 1975 en la exposición La Naturaleza. 7 Res
puestas, en la que tras la premisa de “El desarrollo de la vida
es paralelo a la existencia de la Naturaleza”, se planteaban el
siguiente reto: “¿Conoce el artista hoy a la Naturaleza de
hoy? ¿Cómo responde el artista de hoy a la existencia de la
Naturaleza?”. Así, aquélla se considerará el espacio de la vida,
el lugar de la permanencia. La naturaleza será el sujeto por
excelencia de estos nuevos artistas.
Esos jóvenes estaban en un mismo estado y disposición
para el arte. Ellos eran, genéricamente, Once Tipos. Transcu
rrían los años setenta.
41
11 TIPOS SON 33 ARTISTAS
43
Ana Rosa Gallegos, 1979.
Mercedes Elena González, 1979.
Víctor Lucena, 1973.
Emerio Darío Lunar, 1975.
Sonia Márquez, 1975, 1976, 1977.
Rafael Martínez, 1973.
Ana María Mazzei, 1975, 1979, 1981.
Manuel Mérida, 1973, 1975, 1981.
Roberto Obregón, 1976, 1979.
Julio Pacheco Rivas, 1975, 1976, 1977.
Anita Pantin, 1976, 1979.
Freddy Pereira, 1979.
Mary Carmen Pérez, 1977.
Claudio Perna, 1973, 1975, 1976, 1977, 1979, 1981.
Adrián Pujol, 1977.
José Antonio Quintero, 1973, 1975, 1976, 1977, 1981.
Jorge Raventos, 1973.
William Stone, 1973, 1981.
Lilia Valbuena, 1981.
José Valdemar Romero, 1977.
Maria Zabala, 1973, 1976, 1977, 1981.
Wladimir Zabaleta, 1973.
Carlos Zerpa, 1981.
44
que en el decir de Roberto Guevara “fue una de las primeras
exploraciones colectivas en el aspecto conceptual de la comu
nicación artística”. De la misma manera que, la exposición
individual de Héctor Fuenmayor en 1979, llevaba por titulo
La Premisa es Dudar; con lo cual se definía el período.
Por radical que resultasen las posturas y obras de Once
Tipos, en su formulación convergían propensiones de la abs
tracción y la figuración de reciente datas, junto a los legados
del surrealismo y el dadaísmo, más los importantes aportes
de la época como eran el arte conceptual, el arte de correo, el
arte corporal, el happening, el arte pobre, el pop, las técnicas
mixtas, todo lo cual estimulaba nuevos intereses en la visión
y exploración, en primer lugar, de la naturaleza y el reino
animal y, seguidamente, en la noción del hombre. Esta fue
una etapa en la que se estimó la fotografía de autor y la obra
a partir de la base de la fotografía; la escritura como pensa
miento del artista y como dibujo, y el dibujo propiamente
dicho abierto a las estéticas renovadoras del período; la obra
en dimensión social y vivaz, y cuyo producto, por momen
tos, resultaba anónimo. Entre las nuevas técnicas sobresalen
el arte de la computadora, el video y el Super 8, tanto como el
impulso del ensamblaje, el reciclaje y el sentido del collage;
la valoración de soportes a partir de lo no tradicional y lo
humilde de los mismos, la dualidad escultura-pintura-
ambientación, la persistencia de lo urbano y, a pesar de todo
ello, la permanencia de la pintura, o de un sentido pictórico
del fraseo.
Once Tipos no era un grupo aunque evidenciaban afini
dades de credo y estética, además de la cercanía de la edad.
Su acción pública parecía de carácter grupal, pero en reali
dad cada quien conservaba su personalidad e individuali
dad. Así, sus exposiciones eran una suma de criterios, desde
la pintura de paisaje hasta el anti-objctualismo, pasando por
la escultura viviente, la ambientación, la palabra, la acumu
lación y la fotocopia como obra de arte.
Ese gran sentido de pluralidad creaba, a su vez, debates
internos pues algunos veían con preocupación la conviven-
45
cia con las tendencias más convencionales y heterogéneas
del arte. Por ese motivo se produce una disidencia en 1975,
cuando Eugenio Espinoza se niega a exponer, por lo cual el
número de asistentes quedó reducido a diez. En su taller,
Espinoza conserva cuatro collages de un conjunto de cinco,
en los que compone la imagen con la portada del catálogo de
1975, el número diez, la palabra “tipos” y el aviso de prensa,
para escribir las razones de su posición: la falta de
unificación del grupo e indefinición de los objetivos, le lle
van a apartarse, pues “no quiero ser partícipe de grupos inco
herentes, sin ninguna otra definición que la personal, creo
que lo personal debería estar al servicio de una función” y,
por último alegaba que “un grupo tal debería buscar los me
dios o la forma de romper con espacios permanentes”. Quizás
estas discusiones internas incidieron en la no realización de
algunas de las ediciones de Once Tipos. Lo cierto es que ante
la amplitud de criterio puesto en práctica, la directora Lourdes
Blanco debía hacer mayores esfuerzos para mantener la con
tinuidad del proyecto, cual era mostrar aspectos de la van
guardia artística en Venezuela, así como el arte de una época.
Parecería prevalecer la pintura y su acción como
exhuberancia, como riqueza del oficio y de los recursos, a
pesar de ciertas intenciones en otras direcciones, como sería
la austeridad del medio, del alfabeto plástico, de los nuevos
postulados de la obra. En este sentido tales serían, en distin
tas medidas, los intereses de creadores como Eugenio
Espinoza, Héctor Fuenmayor, María Zabala y Roberto
Obregón. Por ejemplo, Espinoza realizará un pequeño collage,
en ocasión de la edición de Once Tipos de 1976 (Col. Oberto),
en el que toma una muestra de colores y el recorte irregular
del aviso de prensa, colocados arriba y a la izquierda y abajo
y a la derecha respectivamente, para conceptualizar la exis
tencia de sus colegas de la siguiente manera, cuando escribe
a lápiz hacia el centro inferior izquierdo: “Obregón es el
marrón / Valerie es el 3 / Diego es el rojo (1) / Beatriz es el (2)
negro / yo soy el verde”. Cada artista es un color y cada color,
un espacio específico, una idea del mismo.
46
La década del setenta será un período de rápido y rico
intercambio de información. Ahora todos estamos enterados
de todo. En materia de arte, el quehacer de vanguardias y
personalidades de la plástica norteamericana y europea, así
como latinoamericanos, es de conocimiento inmediato por
parte de los artistas locales, quienes experimentan una am
plia gama de influencias, de las que se nutren y, en ocasiones,
logran enriquecer sus postulados.
Estos años se caracterizaron por una notable apertura no
solo en la concepción de la obra, sino incluso en el debate de
las ideas estéticas, en los intercambios que ello implica y en
la acción colectiva entre los autores y las audiencias. Todo lo
cual exigirá nuevas sensibilidades para comprender y gozar
el hecho artístico.
Entre las facetas del período, sobresalen la exploración
de la naturaleza -evidente en la pintura de José Antonio
Quintero, Roberto Obregón, Ana María Mazzei, Adrián Pujol,
Sonia Márquez y una primera etapa de Beatriz Blanco- y la
obra en esa escala -las intervenciones de Eugenio Espinoza
o Milton Becerra; el arte depurado y racional -como en el
caso de María Zabala o las esculturas de Víctor Lucena; lo
óptico y lo lúdico del cuadro-objeto de Rafael Martínez;
una pintura que parece figurativa y es geométrica o vice
versa, como la de Julio Pacheco Rivas, en alusión a la deso
lación del individuo; la mitología levitante de Emerio Darío
Lunar; el interés tanto por la escultura y sus posibilidades,
como por la fotografía; la desmaterialización, la multiplici
dad y transparencia de la obra; novedosas visiones de la
escultura -en acero o cartón- para replantear la idea de reali
dad; los happenings o eventos y los performances o actua
ciones, que se centraban en los no-objetualismos y, para
concluir, las llamadas ambientaciones. Ante el
expresionismo politizado, se oponía un arte de las ideas,
del evento, de lo efímero y siempre en lo que concierne a la
sociedad, al ciudadano y al hombre. Todo ello acompañado
de una sistemática reflexión teórica y crítica por parte de
los propios artistas -de lo que queda constancia en sus pa-
47
peles privados- y, en menor medida, por los estudiosos de
las artes, los llamados críticos (1).
Once Tipos se insertaron en esa variedad de categorías.
La gente en el parque o en la calle, tanto físicamente -el
individuo como tal- o su representación, el ser y la masa
como meditación y obra, caracterizan los planteamientos de
Diego Barboza y Beatriz Blanco. Pero Barboza, además, in
troduce grandes happenings, entre ellos su célebre “Caja de
Cachicamo”, que ejecutaba en lugares públicos. “El arte de
acción” encontraría exponentes en Claudio Pema, Roberto
Obregón, Ana María Mazzei y Héctor Fuenmayor, entre otros.
Milton Becerra realizaría obras en el mismo contexto de la
naturaleza en actitud que continuará Luis Villamizar y con
cluirá con las propuestas de Yeni y Nan. El cuerpo como arte
será postulado de Antonieta Sosa, Perna, Espinoza, Carlos
Zerpa, Pedro Terán y Yeni y Nan, autores de significativos
performances. Antonieta Sosa formula su obra en torno a un
sistema modular, de reducción estructural e intervención del
artista en medio de sus obras mínimas. Miguel von Dangel
introduce críticamente el tema de la historia y presenta en
samblajes, esculturas y ambientaciones de heterodoxa factu
ra. Eugenio Espinoza muestra el carácter objetual del cuadro
y su poco sentido ilusionista; indagaba el espacio físico y su
doble en lo imaginario y, además, desarrollaba los ejercicios
de la Bauhaus e irradiará su influencia de manera considera
ble. Espinoza y Perna se destacarán como ensayistas de te
mas de arte; mientras que Von Dangel escribirá sobre filosofía
y arte. La obra de María Zabala, que era una lectora sobresa-
48
líente, será el enlace entre vanguardia artística y tendencias
tecnológicas. Víctor Lucena invita a tocar la obra y a sentir la
reacción del material. William Stone cubría la pared con for
mas blandas y de color para establecer una relación de tacto
y sensualidad. Su obra pasaba de lo envolvente a la noción
de escultura y a los planos propios de la pintura. Y, en fin, en
general y como principio. Once Tipos reaccionarían a la lla
mada euforia tecnológica en sus modalidades cinéticas y
lumínicas, tanto como a la pintura figurativa utilizada como
panfleto político.
Pero además, una buena parte de la obra producida por
Once Tipos carecía de valor comercial, no era negociable y
sus productos estaban constituidos por elementos no consi
derados por el mercado de arte. Así sucedía con las “obras” de
Obregón, Von Dangel, Zerpa, Mérida, Becerra, Lucena o
Fuenmayor. Y esa posición ante el objeto será una de las
cualidades que destacará Gillo Dorfles del arte conceptual:
fustigar el hábito e irrisión del coleccionismo a ultranza, aca
parador y esnobista. Un arte, entonces, hecho para pensar y
disfrutar libre de la presión comercial. El arte como algo nor
mal, para la gente, sin el fetichismo de la mercancía.
En ese sentido el arte comenzaría a ser callejero y
multitudinario. Si bien El Techo de la Ballena ya lo había
intentado, a principios de los años sesenta, ahora se lograban
manifestaciones de arte y de celebración cultural, dirigidas
por Diego Barboza o por Carlos Zerpa.
Barboza había estudiado en Londres, donde coordinó
happenings desde 1969. En 1971 se encuentra de nuevo en
Venezuela y realiza “Ciempiés”, en el que las personas to
maban telas de colores y hacían una festiva cadena humana.
En el Salón Avellán de 1973 (año de elecciones presiden
ciales en Venezuela), Barboza pasaba un sutil mensaje polí
tico, cuando decía “Vota vaso y basura”, en alusión a los
políticos. En esos años presentó en plazas y parques su “Caja
de Cachicamo”, en la que la multitud se cubría bajo una
tela roja que simulaba la caparazón de ese animal, para ha
cer un interminable juego de círculo concéntrico. Así, será
49
organizador de animadas manifestaciones de bailes y dan
zas en la calle.
La escultora Beatriz Blanco también citaba la multitud
pero en figuras de fotografías o en láminas de acero que eran
llevadas a situaciones de incertidumbre, por ejemplo, al ser
colocadas sobre la pared para interrogarse sobre lo plano y el
volumen, o a la calle, a los pasos de peatones, donde se con
funden con la propia gente, y generan un intercambio de
interés tal que la artista se dedica a hacer un registro fílmico
para aportar, a la postre, nuevas apreciaciones sobre la obra.
La figura en positivo y a la vez en negativo, en silueta y
vacío, en sólido y transparente, serán las nociones que plan
teará la escultura de Beatriz Blanco. Ella misma señala que la
forma, el espacio, la luz y el movimiento están en una rela
ción constante y simultánea; mientras que el crítico Juan
Calzadilla refiere que en la fusión hombre/obra, la artista
“recrea un environnement donde el espectador se sumerge a
escala”.
Otro capítulo relevante del arte de esta época concierne
al artista en la naturaleza o la ciudad, el cual será ampliamen
te tratado por estos tipos.
En 1971 Eugenio Espinoza realizaba un laberinto cua
driculado con lonas en cuyo centro se hallaba su autorretrato.
Luego, con sus “Cuadrículas” salió al espacio mismo de la
naturaleza y así la dispuso en sitios precisos de la ciudad, a
fin de deslindar terreno y marcar otras intenciones del arte.
Esta era una obra efímera, tanto por cualidad como por defi
nición, cuyo testimonio sería posible debido al registro foto
gráfico. Seguidamente el artista hizo ese trabajo de cuadrículas
sobre fotos, planos y postales de lugares conocidos o históri
cos de la ciudad, cubriendo monumentos o parques, con lo
cual la obra podría tener su propia constitución.
Milton Becerra comenzó su trayectoria apropiándose de
los lugares citadinos en demolición, donde colocaba unas
cintas en algún sitio de las ruinas, sean la pared o el piso, y
luego documentaba esa acción por medio de la fotografía.
Así llamaba la atención sobre ese espacio en transformación.
50
apenas colocando unas líneas breves y simétricas sobre lo
que ya no existía.
Por otra parte, la pintura estuvo a cargo de José Antonio
Quintero, Ana María Mazzei y Adrián Pujol, principalmente.
Quintero tuvo primero influencia pop a la par que citaba maes
tros clásicos como decir Durero, notable en sus aguafuertes y
aguatintas de 1973, P/A (Col. GAN), tituladas “Imagen emer
gente”, “Imagen en el paisaje” e “Imagen y media”, en las que
incluso la transparencia hace que la figura y la naturaleza ocu
pen un solo lugar. De esa etapa quedaron el color y las armo
nías de composición, cuando comenzó a interesarse en el pai
saje y éste como escenografía y/o ventana. De modo que reno
varía la tradición paisajista de Caracas pero con otro sentido
del color, de la pincelada, de la luz y sumando mayores dimen
siones de los formatos. El se planteó una visión urbana de
Caracas, rica en textura de color. Luego vinieron sus bodego
nes, en exaltación del fruto y color de la tierra. En este período
expuso seis veces, lo que prueba la demanda que tuvo su obra,
siendo su individual de 1974 (2), un capítulo relevante de la
pintura figurativa de la nueva generación. Una obra clásica
suya es “Vista del Avila desde la Av. Sucre, hacia la Cota Mil”
(1977. Col. GAN), con el sensual sentido del espacio, la festiva
presencia de la autopista y los ricos contrastes en las gamas de
azules y verdes. En cambio, con “Colinas, Arboles y Amane
cer en los Valles de Aragua” (1980. Col. GAN), cuando Quinte
ro buscaba otros motivos, ensaya la naturaleza muerta en me
dio del paisaje y exaltaba la riqueza del campo aragüeño, en
una suerte de canto a la Zona Tórrida, llegaba, sin embargo, a
la culminación de su propuesta y concluía su interés como
pintor. Ana María Mazzei trabajaría las técnicas del grabado
sobre vidrio y espejo, con lo que su obra adquiría nuevas di-
(2) En 1979, Claudio Pema dibujó “Estudio del Pozo de Vidrio”, que es
el título de aquella exposición de Quintero, en la que vemos árboles
alrededor de un lago, obra que podría considerarse como un home
naje a Quintero, así como a Dorrego debido al tratamiento de las
nubes.
51
mensiones espaciales y, además, integraba la imagen del es
pectador. Luego tomaría el soporte de la madera para una
paisajística de las nubes, el vacío y lo que desconocemos por
estar guardado en una caja cerrada. Y éstas además, con textos
para remarcar el discurso. Sin embargo lo translúcido será una
de sus claves. “Paisaje. Homenaje aYunkers” (1976. Col. GAN),
es una poética del espacio, con la incorporación de la textura
misma de la madera, con el cielo como sujeto y los alambres de
púas como collage real y enigmático. Por cierto, por detrás,
esta obra muestra las huellas del taller. La madera fue soporte
para su trabajo de pintura a presión y para el estudio de figuras
a imprimir. Adrián Pujol se inició desde los linderos del paisaje
rural en la ciudad y los mismos en proceso de desaparición.
Pintaba sobre tablas, con témpera, y con extraño sujeto de
fachadas urbanas que contrastaban las diferencias sociales de
la ciudad. En algunas de estas obras plantea la idea de políptico
y retablo, pues la imagen tiene muchas partes e incluso deben
manipularse sus puertas para descubrir nuevas escenas. Sus
formatos, pronto, fueron heroicos. Asimismo, y en respuesta al
clima de cuestionamiento del objeto y la pintura, Pujol pinta
ría la idea emblemática de la nacionalidad: el barril de petró
leo. Del mismo hay, incluso, obra gráfica, que data de 1980.
Por otra parte, en litografías y cartonajes hará gráficas monu
mentales como son sus automóviles “Volteado”, de 1981, de
149 x 217 cm, y “Mercedes”, de 1981,192 x 282 cm. El dibujo
y la estampa persistirán como características de su obra.
Como pintor hallaremos igualmente a José Campos
Biscardi, cuyo componente narrativo es enorme. Se trata de
una obra de colorido suave en función de la gracia anecdótica,
apoyada en reiteraciones pop y cierto surrealismo elemental.
En 1974 obtuvo el Premio Michelena con su cuadro “El día
que inauguraron el Campeonato Mundial de Fútbol Ama
teur”, (Col. Ateneo de Valencia) el cual será, junto a “Auto-
anti-retrato”, 1975 (Col. MBA), sus cuadros más acabados.
La palabra, la escritura, la orientación en uno u otro sen
tido a partir del mensaje escrito, lo hallaremos en Mazzei,
Obregón, Von Dangel, Zerpa o Perna. En el año 1979 Miguel
52
von Dangel presentó su “Diario”, el cual era una franja de
papel de ciento cincuenta metros de largo, con textos, dibu
jos y collage. El mismo estaba pegado en la pared y sobre una
columna horizontal, hasta establecer una enorme línea es
tructural. Su lectura parecía interminable. Los dibujos de
Roberto Obregón se titulaban “Proyectos” y consistían en
collages y fotocopias, textos diversos -sean cartas, recortes
de periódicos o notas de su puño y letra- e igual variedad de
imágenes, fotos, grabados, diapositivas, dibujos o reproduc
ciones de prensa, con lo cual hacía composiciones en alusión
al agua como ciclo o al suicidio como drama y autodestruc-
ción. La degradación y lo que se pierde, lo seco e inanimado,
cuentan entre sus sujetos de estudio. Claudio Pema recurre a
la palabra impresa, sea en un mapa o en sus fotografías y la
integra al sentido general de su obra. Asimismo escribía de su
puño y letra y con sellos de caucho. También escribía en sus
fotocopias. Carlos Zerpa hará de un texto en caligrama, un
dibujo, con letras de imprenta en técnica de letraset, en dife
rentes tamaños, familias y alineación. Igualmente presentará
carpetas a modo de expediente de artista. En fin, Ana María
Mazzei se interesaba por el texto y su contenido no siempre
convergentes y las más de las veces reflexivo y provocador.
En 1979 mostraba dos obras, una compuesta por dos cajas,
una alta y otra baja y cuadrada; y otra con dos cajas y dos
bolsas. Todo era en cartón y papel con letras de molde impre
sas y dibujo hiperrealista aprovechando, incorporando, la
misma textura del cartón. Tales cajas eran esculturas. Varias
desaparecieron y la artista solo conserva dos, cuyas medidas
son de 136 x 70 x 18 cm, ambas.
Mazzei hizo algunas fotos de la edición de Once Tipos de
1979. Allí vemos el mural azul de Dorrego, pintura de franjas
azules en progresión; el “Diario” de Von Dangel, y aspectos
de las obras de Barboza, Espinoza y Mercedes Elena González.
Una de sus “Cajas”, la cuadrada pequeña, tenía esta inscrip
ción: “Contiene la memoria del país sin memoria”. Aquí la
crítica no está eximida de humor. En otro de los envoltorios
de Mazzei, de los que aun se conservan, se puede leer: “Con-
53
tiene signos y piezas para la reconstrucción de la palabra
libertad”, escrito en negro y al costado izquierdo y en rojo,
dice “frágil”. Esa caja está amarrada con cuerda que la cruza
con máxima tensión. Esa cuerda es un dibujo hiperrealista.
La segunda obra tiene a su alrededor, en igual cualidad del
dibujo, un alambre de púas. Su texto es el siguiente: “Instruc
ciones para el uso. Ensamble las piezas de cartón marrón
depositadas en el interior de esta caja hasta formar con ellas
el número N de cajas iguales a este modelo exterior. Llénelas
de igual número de piezas de cartón para la siguiente recons
trucción. Séllelas herméticamente”. Así la obra era un conti
nuo, un imaginario y un infinito. Mazzei se proponía trans
formar la realidad en base a los recursos de la poesía o el arte.
Por ello “el contenido puede ser real o irreal según la mirada
y participación del personaje que lo observe” -tal como se
lee entre los apuntes que guarda en su archivo.
Pero en lo que respecta a la escritura y la obra, debe
destacarse el dibujo por partes y como concepto de Héctor
Fuenmayor, cuando, por ejemplo, hacía “Dibujo a mano
suelta, lápiz y pastel” (1978), con grafito, pastel y fotoco
pia, en la que dibujaba una mano, un lápiz y un creyón de
pastel para definir el título y concentraba el dibujo en unos
trazos libres. En Fuenmayor también hay humor. Su “Mi
randa en la Carraca”, dieciocho dibujos en fotocopias frota
das y lápiz, hechos entre el 26 de julio y el 1 de agosto de
1977, es un análisis de la clásica y emblemática obra de
Arturo Michelena, el examen de la figura de Miranda o la
escena precisa en que se encuentra, el autorretrato del artis
ta, la modelo desnuda de la revista pornográfica, el espacio
informal y matérico, el valor de los elementos de composi
ción y la imagen borrosa en blanco o en
negro. Además, jugar con las letras del título para reinventar
el mismo y sus significados: “Miren la cara”, “Mirad la cara”,
“¿Caraca?”, “¡A A A A A A!”, “Mi cara”, “Mia cara”, “Mira
da en La Caraca” y “¡Miranda!”. La crítico Elsa Flores des
tacaba el carácter de esta investigación de Fuenmayor, ca
racterizado por la autorreflexividad de la obra y la tensión
54
entre los registros perceptivos, visual y lingüístico, que bien
le sitúan en el campo del Project Art.
Quizás el ejemplo más sostenido del aspecto verbal y
gramatical del arte venezolano lo represente Claudio Pema.
En efecto, en sus dibujos sobre papel de la colección GAN
hallamos de manera persistente la palabra, sea en repetidos
sellos de caucho, como en el retrato de su sobrino (1975),
creyón y lápiz, donde el artista imprime su nombre en la
misma valoración que el de sus amigos; “Venezuela primera
prioridad”, sin fecha, creyón, que es el retrato de un adoles
cente con el pecho descubierto y al fondo, en sucesivas lí
neas, la declinación del verbo ser; “Brujo del Estado Yaracuy”,
1978, creyón prismacolor, lápiz y madera, donde la escritura
forma y define el objeto de la pintura, la figura en sí y el
escenario donde se halla. Así, para dibujar el zapato o el som
brero, el cuello del personaje o sus dedos, traza finas líneas
de palabras que nombran y forman las partes del cuerpo o sus
prendas de vestir. Su camisa de cuadros es de colores. Y al
fondo hay alambres de púas que son líneas con esa palabra.
“Carta de Yoko Ono”, 1978, lápiz e hilo, es la clásica figura
de la modelo de semi-espalda e inclinada pero cuyo cuerpo
está hecho de textos que son discretas líneas. Estos escritos
son una serie de consideraciones y pensamientos sobre el
arte, y referencias a Max Ernst, Marcel Duchamp e Isamu
Noguchi. Con hilos de colores hace un extraño elemento
geométrico. En este caso, además, debe señalarse la cualidad
del papel blanco, en pliego de 100 x 70 cm (regular para
todos sus dibujos). En fin, “Percepción del espacio artístico”,
también de 1978, lápiz, muestra una figura acostada, con los
brazos extendidos, en la playa. Todo lo que define el paisaje
está dicho en palabras: nubes, mar, olas, tronco que lleva la
corriente y el joven bañista.
Claudio Perna manifestó capacidad organizativa y senti
do para la reflexión teórica. Igual actuaba en performance,
como dibujaba, hacía collage o encargaba una pintura a una
compañía de las que hacen paneles publicitarios. Pero ade
más fue un pionero de la fotografía como concepto y como
55
arte. Podía o no accionar él mismo la cámara, pero su interés
y autoría se centraba en la concepción de la imagen.
Perna realizó, desde 1972, no pocas películas, en Super 8,
así como mostró con regularidad sus videos. Para la época, el
cine experimental era parte de la actividad de estos artistas,
tal como se aprecia en los filmes de Eugenio Espinoza o
Carlos Zerpa, hasta proposiciones propias del séptimo arte
como las de Carlos Castillo y, muy especialmente, la obra de
Diego Rísquez(3). Estos dos últimos, además, hacen videos-
performances.
Roberto Obregón se consagró, desde 1972, a estudiar la
realidad del tiempo que pasa. El suyo será un ejercicio de
observación sin ánimo conservacionista. La flor y el día se
rán algunos de sus sujetos persistentes. La intención de su
obra, sea en fotografías o acuarelas, sería certificar lo efímero
de la existencia, el despojamiento y la constatación del ins
tante, para lo cual realizará secuencias y documentación del
hecho y su momento.
Víctor Lucena centrará su investigación en la experiencia
táctil y en la reacción mental del individuo; los contrastes
imprevisibles del objeto y en la certificación de una obra.
Con el mínimo recurso, entre lo físico e imaginario, crea
situaciones en las que el espectador es quien termina por
definir la obra. En los años setenta estuvo residenciado en
París y su primera exposición en Caracas fue en 1980, en el
Museo de Arte Contemporáneo.
Manuel Mérida trabajará, principalmente, con el com
portamiento de la materia, y la intangibilidad del objeto. Su
obra son cajas en movimiento infinito, sea manual o mecáni
co, que producen en cada instante permutación y obra defini
tiva siempre diferente. Una pieza suya, Col. GAN, de forma
circular, contiene todo tipo de elementos como decir ropas y
objetos, lo cual le da un sentido de humanidad en eterno
56
movimiento, caos, mezcla y color. Mérida también es un resi
dente parisino, a donde llegó luego de su experiencia en la
pintura en los años sesenta (ganó el Premio Michelena en
1966). Expuso individualmente en 1973 en la Sala Mendoza
y en 1976 en el MBA.
María Zabala, como otros compañeros suyos, hizo una
buena parte de su obra sobre papel, sean dibujos, gráficas,
fotografías o el impreso de la computadora. En esto último,
su trabajo en la computadora, fue el de un adelantado y el de
un solitario. De aquí, posiblemente, tomó el sentido serial,
programado, proyectado, que aplicaría a su pintura. En cam
bio, en Julio Pacheco Rivas hay la intención de programa y
estructura, pero sin salir de los linderos del cuadro, de la
pintura, y en la dualidad abstracción/figuración. “Donde el
tiempo espera indiferente a todo desenlace” (1978. Col. G AN),
muestra un espacio arquitectural vacío, hecho acentuado por
el color frío y la luz que entra por las ventanas situadas a la
izquierda. Este tríptico conlleva un sutil sentido del humor
dado el paso y enigma de un objeto color rojizo oscuro, de un
sitio a otro. Pacheco Rivas recibió premios en el Salón
Michelena del Ateneo de Valencia. En 1974 Marta Traba es
cribía sobre su obra y registraba su cualidad de constante y
obsesivo, lo cual será un distintivo persistente de su trabajo
como pintor. Los suyos son lugares interiores en los que hay
desolación, laberinto, angustia y vértigo.
La pintura de Rolando Dorrego evolucionó desde la cul
tura pop hasta alcanzar su propia expresión, cuyo mejor ejem
plo fue cuando aplicó nociones del diseño y esquemas de la
abstracción a su visión concisa del paisaje atmosférico. La
nube será su emblema. La estructura del cuadro se fundirá en
el dibujo del mismo y en la reducción del color. Elsa Flores
afirmaba que “toda la obra de Dorrego se resuelve en base a
oposiciones sutiles, a contrastes, a tensiones aquietadas [has
ta] provocar la emoción a través de lo racional”; mientras que
Roberto Guevara destacaba los aspectos conceptuales de su
trabajo, su síntesis gráfica, el trazo lineal y el hecho afortuna
do del encuentro entre lo real y lo fantástico. Su obra clásica
57
es “Estructura Diurna. Forma, Dibujo, Pintura, Color”
(1974. Col. GAN), de compendio, carácter envolvente y con
vocatoria de todos los medios pero en recurso comedido. El
fondo consiste en grandes espacios de color plano y puro,
azul arriba y ocre abajo, mientras que al medio y en los extre
mos, de manera no simétrica, hay breves zonas blancas y tonos
de verde. Al centro se impone un recuadro blanco en el cual
dibuja la estructura de una montaña, a lápiz directamente so
bre la tela. Dibujo fino y excelente que remarca el espíritu
discreto de la obra y la precisión del fraseo plástico empleado.
William Stone se manifestaba indistintamente como pin
tor, dibujante y escultor, característica por lo demás propia de
esta generación. Entonces realizaba formas orgánicas gran
des y envolventes, como raíces, de ricos colores, que tenían
incluso frutos extraños. Esos volúmenes a veces eran escul
turas blandas, de notable colorido. Con ello se proponía ocu
par el espacio para intrigarlo.
Héctor Fuenmayor tomó una de las posiciones más radi
cales del período, pues ante la pintura académica contempo
ránea y los muchos objetos cuestionadores de sus compañe
ros de generación, decidió pintar, pura y simplemente, las
paredes de amarillo. Esa fue su obra en 1973 y sujeto de su
exposición en la Sala Mendoza: paredes de amarillo sol en el
límite de la nada.
Carlos Zerpa realizaba performances en tomo a emblemas
y situaciones que conciernen a la nacionalidad, lo popular, el
gusto elemental, la evocación de la infancia y la acumulación
de objetos diversos y sencillos, con los que armaría sus céle
bres “Vitrinas”. Dos de ellas, de 1979, Col. GAN, muestran la
irreverencia, provocación, humor y simbología patria y popu
lar que le caracterizan: “La mano poderosa o esa mano qué”
contiene cartuchos de bala, monedas, fotos de colegiadas en
clases de hogar, velas, bandera de Venezuela, frascos con gra
mos, prótesis dental, imágenes de santos sin ojos y un par de
anteojos, todo alrededor de la Mano Divina. En cambio, en
“Chica tímida, virgen, informal, quiere conocer chico todo lo
contrario”, reúne monedas venezolanas y argentinas, tomillos,
58
frascos con insectos, imágenes de santos, granos de maíz, da
dos, anteojos, audífono, yesqueros, bandera de Venezuela, todo
lo cual tiene por centro a la Virgen de la Coromoto paseando
en bicicleta. Hay tres avisos de prensa de sujetos que solicitan
parejas, en estos términos, el de la izquierda, “Joven Viril.
Magníficamente equipado. Busco compartir todo lo que ten
go”; el de la derecha, “Soy romántico y soñador. Busco chica
con características similares. No importa edad. Fines serios”,
y, al centro, “Chica timidísima. Seria. Formal. Educada. Quie
re conocer chico todo lo contrario”. Con sus “Vitrinas” de
acumulaciones o collage mágico-religioso y popular, Zerpa,
en el decir de Elsa Flores, proponía una ideología crítica y
postulaba “una nueva belleza visual”.
Como parte de la amplitud de propósitos, vale subrayarse
que Once Tipos incluía la obra de Rafael Martínez, quien
actuaba en la proximidad de los códigos cinéticos y estimu
laba la intervención del espectador para producir un juego
retinal. Sus trabajos de 1973 tenían la denominación genéri
ca de “Virtuales”, los cuales serían elogiados por Alfredo
Boulton al señalar “un doble movimiento de formas”. Un
balance de su obra se expuso en 1977 en la GAN. Emerio
Darío Lunar era un artista de Maracaibo de los que han care
cido del estricto proceso académico y, sin embargo, resulta
autor de una obra calificada, singular. Lunar parte del género
popular y formula una pintura que podía situarse al lado de
las obras de la vanguardia. Su sujeto central es un intermina
ble interior arquitectónico en el que el tiempo detenido y un
eros intrigante, son protagonistas. En fin, Corina Briceño
apreciaba el mundo desde una ventana que da hacia una
montaña, la cual tiene formas de cuerpos femeninos con sus
exuberantes sexos. Se trataba, entonces, de la intimidad del
cuerpo y el paisaje, en cuya fusión se ponía a prueba el ejer
cicio de dibujante. Y con esta obra, expuesta en 1979, con la
que se evidencia delirio y metáforas de la figuración, pronto
se anunciaría el dibujo nuevo en Venezuela.
En 1982 la Sala Mendoza patrocinó una exposición de
Once Tipos en Pennsylvania, Estados Unidos, la cual tuvo el
59
nombre de Champagne Opening, y mostró obras de Stone,
Quintero, Romer, Dorrego, Von Dangel, Mazzei, Mérida,
Zerpa, Lilia Valbuena, Corina Briceño y María Zabala. Para
la ocasión se publicó un catálogo que reproduce una pieza
de cada artista.
En medio del trabajo experimental, el salón grupal y la
persistencia de una nueva conciencia como creadores, el
tiempo de Once Tipos fue definido por Calzadilla de la si
guiente manera: “no puede hablarse de un estilo o tendencia
específicos, pero una cuestión fue evidente: el ideal de una
integración lingüística más allá de las posiciones consagra
das de la abstracción racionalista y la figuración”.
Juan Acha afirma que “lo más ajustado a nuestra contem
poraneidad, es la diversidad”, la cual se caracteriza por “dis
tintas maneras de manejar la idea de arte, de revelar nuestra
realidad y de inventarla, de destruir las estéticas del pasado,
de reordenar los conceptos artísticos y de corregir y renovar
lo popular”. Creemos que este criterio es propicio para com
prender a Once Tipos y el arte en los años setenta.
60
MUCHOS TIPOS: EL ARTE DE UNA ÉPOCA
61
obras de Francisco Salazar y Asdrúbal Colmenárez. Ambos se
residenciaron en París, ciudad que también tomaron Víctor
Lucena y Rafael Martínez, cercanos a la experiencia cinética,
a principios de los setenta; el pintor Julio Pacheco Rivas se
estableció hacia 1977 y, de modo permanente lo hicieron
Manuel Mérida, Milton Becerra y Pancho Quilici.
Salazar se dedicará de manera obsesiva a una idea: las
nociones de luz interior, de positivo/negativo y de desplaza
miento virtual de los elementos geométricos, trabajando con
cartón corrugado y en blanco sobre blanco. Se trata de una
obra fina y propia de la terquedad creativa contemporánea.
Expuso en 1976 en la Galería Graphic CB2, orientada al arte
geométrico y cinético y, en 1979, en el Museo de Arte Con
temporáneo de Caracas. Algunas piezas suyas son en grandes
dimensiones, en circunferencias y con apertura interior, es
decir, a modo de ventana que acentúa el paso a lo otro, la
validez de uno y otro frontis, y el complemento virtual de un
elemento geométrico desde su sombra, desde su percepción
visual. Por su parte, Asdrúbal Colmenárez fue durante un tiem
po fiel al arte cinético y de participación: el espectador debía
complementar su obra, que siempre permanecía en la condi
ción de abierta, de modificable. Tales eran sus “Táctiles
Psicomagnéticos”, exhibidos en 1976 en el MBA, los cuales
eran composiciones constructivistas en las que una serie de
líneas en bandas magnéticas debían ser manipuladas por las
personas para producir un resultado transitorio, siempre va
riable, de lo que podría ser la obra. Sus recursos salían de lo
tradicional y la obra se debatía entre la cualidad de la pintu
ra, el carácter tridimensional y las posibilidades de
ambientación. La marca del tiempo, evidenciado a través de
las texturas, mantienen una pátina intemporal sobre sus obje
tos. Era un trabajo no comercial, y el artista volvió a utilizar
los materiales y sus soportes para componer nuevas piezas,
con lo cual una parte importante de su trabajo desapareció.
En 1978 realizó su serie “Psicograffitierra”, inspirado en las
paredes de la calle, las inscripciones anónimas y los grafitis.
La misma debía, a la vez, concretarse y ampliarse con la mano
62
del publico, ya que sobre una superficie metálica cubierta
con polvo imantado podía escribirse o garabatear. Así
Colmenárez indagaría cada vez más en procesos de la escri
tura visual, compartiendo con la gente lo efímero del hecho
artístico y las posibilidades de lo conceptual, estimulado en
la amistad de Frank Popper, teórico y crítico que se ocupará
de su obra, para dar un giro radical a su propuesta con su
“Alfabeto Polisensorial” (1971-1978), constituido por mol
des heterogéneos de letras, orientado a los sentidos y dirigi
do principalmente a los niños. Este se expuso en 1980 en la
GAN. Al final de la década, en 1979, inició su investigación
en tomo al “Espacio como problema”, en donde la constitu
ción del espacio se hacía a través de la fragmentación, la
inestabilidad y la transformación del mismo. El arte para
Colmenárez es un juego inteligente en el que el vacío se
designa y prueba por una sutil línea que enmarca el volumen.
Entre unos y otros, se halla la obra de Jorge Stever, de
origen alemán y quien vivió en México y Francia, y había
expuesto en la célebre Documenta 5, de 1972. Su indagación
giró en torno a la sugerencia del sujeto, lo cierto e intangible,
lo envuelto y lo puro, para avanzar en las posibilidades de la
luz y su incidencia en la inmaterialidad del objeto en el espa
cio, lo aparente, la mancha y la escritura que es grafía, línea,
materia y gravedad. Su pintura de los años setenta adquirió
formatos heroicos, como “Barrancas I” (Col. GAN. 1979), de
180 por 360 cm, que es la suma de su propuesta en este perío
do. Alejandro Otero admiraba la transparencia de su obra, en
especial sus “inusitados encuentros expresivos y los preca
rios medios que utiliza”, capaces de desbordar su espacio en
todas direcciones. Sus colores son oscuros, tierras, grises, en
abundante materia, con lo cual haría metáforas relativas al
final de los tiempos y al ocaso del hombre.
Los ejemplos de las obras parisinas de Francisco Salazar
o Asdrúbal Colmenárez llegaban de manera tardía a Caracas
(de hecho sus exposiciones de 1979 y 1980, respectivamen
te, suceden cuando ya las personalidades del relevo han for
mulado sus diversas obras), de modo que la posible influen-
63
cia de un arte geométrico o alguna modalidad del cinetismo
a partir de sus fraseos no se sentirá entre los jóvenes artistas
que crecían más bien con los estímulos de la tendencia con
ceptual de Once Tipos, distantes ante los lenguajes de Soto u
Otero (quienes, a su vez, tenían poca curiosidad por los que
haceres de estos jóvenes), y con un interés por la pintura -y
una geometría al margen, en el ejemplo de dos docentes,
Gego y Richter- y por las opciones de la figuración no
politizada.
Debe recordarse que en los años setenta, a la par de la
preferencia conceptual, estaba el abanico figurativo, que en
lo local contaba con los rectorados de Jacobo Borges, Régu
lo Pérez, Alirio Palacios y, quizás, Carlos González Bogen y
Alirio Rodríguez y, en el plano internacional, con toda la
oferta del pop y el realismo norteamericano, el arte contesta
tario y los figurativismos franceses, que en 1969 dedicaba
uno de los salones oficiales al tema social con el título de
“Sala Roja para Viet-Nam’’; las tendencias que se desprenden
de la Documenta 5 de Kasel, de 1972; el dibujo del mexicano
José Luis Cuevas, muy bien conocido en Caracas (su indivi
dual en el Museo de Arte Contemporáneo tuvo lugar en 1974)
y, en fin, de los mismísimos aires que venían de la pintura
colombiana, la cual mostraba personalidad tanto como ima
ginación, destreza y humanismo. Luego, al tomar la opción
del dibujo y la pintura (figurativos), los nuevos artistas vene
zolanos establecían otra actitud ante el cuestionamiento des
piadado del objeto artístico. Se volvería, entonces, al oficio
y a la invención iconográfica.
Ese dibujo tendrá en Margot Romer una excelente expo
nente. Ella fue próxima a Once Tipos, aun cuando nunca
participó de sus colectivas (se lo impedía su condición de
directora de la Sala Mendoza). Su apertura al mundo de la
creación estuvo estimulada primero por María Zabala y des
pués por Luisa Palacios. La obra en papel, sean dibujos o
estampas, distinguen a la artista. Luego estará la pintora. La
figuración de Romer conduce a los símbolos nacionales, al
humor, la ironía, lo dual, lo cotidiano, lo que parece ser y a la
64
palabra, sean letras como signos que se acumulan o frases
sobre la conducta del individuo. Recurre al color primario y
plano. Dibujaba piezas sanitarias humanizadas al extremo de
sugerir bocas o vulvas. Seguidamente se interesó en el sujeto
de la bandera nacional. Fue la primera mujer en ser premiada
en el Salón Michelena de Valencia, en 1977. Expuso en 1973,
1976 y 1982. Como directora de la Sala Mendoza presentó la
última exposición de Once Tipos, y se esforzó por difundir el
grabado y el dibujo contemporáneo en Venezuela.
Cuando llegaba a su final la serie de experiencias de Once
Tipos, marcados por lo experimental, una investigación radi
cal alrededor de lo no-objetual, los “artistas de lenguaje y
acción”, tal como definía María Elena Ramos, y ciertas prác
ticas de la pintura, aparece el ejercicio del dibujo como posi
bilidad de otras aventuras del arte. El dibujo como el punto
de deslinde entre Once Tipos y la vuelta a la pintura. Así
pues, el dibujo será la disciplina alboral de creadores tales
como Pancho Quilici o Jorge Pizzani y particularmente Er
nesto León, quien simbolizará la ruptura de un tiempo y el
surgimiento de otros intereses plásticos. Ellos harán del di
bujo el medio por excelencia, el eje de la obra: Quilici para
abrir lo interno -del ser y sus arquitecturas- en la vastedad de
la naturaleza, en juego doble y simultáneo y desde allí vol
ver la mirada al Renacimiento, al humanismo, a ciudades
fantásticas y a lo que la memoria se niega perder, tal como se
podría apreciar en “De las partes” (Col. GAN. 1982), tríptico
de 259 por 250 cm, acrílico, tinta y lápiz sobre papel, anun
cia una época de transmutaciones: cartas geográficas, pirá
mides, escrituras, dameros, reglas de colores, el ejemplo de
Rembrandt, sombras en el espacio como torbellino de lo ima
ginario y las nociones de adentro y afuera; Pizzani, a su vez,
interesado en trazar la violenta expresividad y encanto del
cuerpo humano, la individualidad antropomorfa de unas fi
guras que pronto se convertirían en natura e incluso el dibujo
como diario de su delirante existir. Así, “Instrucciones para
dirigir el rumbo de la nausea” (1981), en serie de varios pape
les, combina su texto intimista con el trazo expresionista, el
65
tributo a Rembrandt e igualmente las lecciones de Alirio Pala
cios y Luisa Richter. En fin, Ernesto León buscaría en lo coti
diano, en el rostro pasional del hombre y en la naturaleza mis
ma, el desenfreno de la existencia, la libertad total del creador
y el fino hacer del pintor. De su dibujo minucioso, casi fotográ
fico, pasó a una pintura de gesto e imagen violentos.
(Con la obra de Ernesto León, en 1982, se pasa a otro
capítulo del arte en Venezuela: atrás quedaban los años se
tenta, el ciclo No Objetual, la invitación al público para que
participase del proceso artístico y una etapa del dibujo mar
cada por el preciosismo, la figuración onírica, las últimas
posturas militantes y una naturaleza tórrida. A partir de 1982
los protagonistas de los setenta renovaron sus postulados).
Los nuevos dibujantes también surgieron en Maracaibo,
ciudad que parecía hallar los senderos de lo visual en los
dibujos minuciosos de Henry Bermúdez -tan admirados por
Clara Diament-, poblados de multitudes, sutilezas y elegante
humor, en tinta sobre papel y pronto en un barroquismo de
color para ver a Maracaibo, sus manifestaciones populares
más sentidas y una elaboración del dibujo tupido y cercano a
la caligrafía, en llenos totales, con cierto erotismo e inocen
cia; los malecones y otras escenas callejeras de Ender Cepeda,
de enérgico dibujo y obsesivo autorretrato, con amplio colo
rido y sentido de la transparencia y con un tino muy particu
lar para recrear nociones de lo popular. Su obra estará colma
da de detalles de una fauna sin par y de dualidades espacia
les. El arte zuliano tendrá otros exponentes en Angel Peña,
Femando Asián, Carmelo Niño, Juan Mendoza, Oswaldo Pa
rra o Edwin Villasmil, marcados por lo narrativo y a veces
por una figuración elemental. Carmelo Niño obtendrá reco
nocimientos en los salones y repetirá una cierta pintura fan
tástica latinoamericana.
El paisaje y el collage con elementos de la naturaleza
misma se presentan en la obra de Nadia Benatar, desde aque
llos urbanos hasta sus costas con una rica materia mixta como
alegorías a lo que expulsa el mar y a la sociedad contemporá
nea; y también en la de Alexis Gorodine. Este francés resi-
66
denciado en Caracas se inicia con un dibujo hiperrealista en
los que la naturaleza se transforma en amuletos y objetos
rituales para avanzar en el bosque o el árbol como despojo o
sitio para una arqueología contemporánea y la riqueza de la
obra en papel.
La obra figurativa y la experimentación con los recursos
y los soportes hallaremos en Víctor Hugo Irazábal, primero
sobre papel y a continuación sobre madera, mientras que la
figuración latinoamericana nutrió un primer tiempo de la
obra de Octavio Russo. La realidad hecha imagen, los con
trastes de las formas, lo gráfico, el collage, los materiales
como parte de la investigación y el dibujo como medio inde
pendiente, caracterizan la etapa de los años setenta de Irazábal,
su fauna y sus rostros. Cercano a Irazábal se encuentran los
planteamientos que entonces formulaban Samuel Baroni,
Russo, Felipe Herrera y un gran provocador: Salvador
Martínez.
Todo lo anterior gira en torno a la pintura y el dibujo
principalmente, pero en aquellas fechas ya se perfilaban un
grupo de notables escultores, digamos Gaudí Esté, Oscar
Machado, Carlos Mendoza, Carlos Medina, Enrico Annas,
Zerep, Fabiola Sequera y Rafael Barrios, quienes ya exponían
-participaban en salones como el Michelena de Valencia- y
pronto serían reconocidos por la calidad de sus respectivos
trabajos. Con ellos se vuelve al oficio del volumen
constructivista, orgánico y, en muy contados casos, figurativo.
67
Se comprueba en el arte del período, un creciente interés
por la palabra, sea oral o como parte de la imagen. Palabra
que lleva a la actuación del artista y su disposición a un
nuevo medio, el Super 8 y el video. Palabra efímera, grabada
o impresa (no en vano hay profusión de tirajes en multígrafo,
fotocopias o postales) que constituye la obra de arte en los
setenta.
Palabras y textos que nos remiten a la creación de Claudio
Pema, Miguel von Dangel, Carlos Zerpa, Ana María Mazzei,
Margot Romer, Diego Barboza, Roberto Obregón, Héctor
Fuenmayor y Eugenio Espinoza.
La renovación del arte en Venezuela en el decenio que
nos ocupa contó con los aportes de numerosos artistas, pro
cedentes de variadísimas disciplinas. En aquellas fechas sus
obras estaban en procesos de definiciones y luego, con el
pasar de muy poco tiempo, van aclarando posiciones y poé
ticas. Algunos de ellos no tendrán continuidad, siendo arras
trados en los torbellinos de la vida.
En los años setenta existió la vanguardia en el arte vene
zolano cuyos protagonistas eran muchos tipos.
68
DEBATE PÚBLICO DESDE LA PRENSA
69
lida presencia de una nueva generación en las artes plásti
cas. Quiero señalar tres que me parecen muy talentosos:
William Stone, mostrando una fuerza y una seguridad en
sus protuberancias surgidas de la misma tela; María Zabala,
quien con sus construcciones en madera pintada inicia un
buen camino de creación, y Wladimir Zabaleta, quien tam
bién exhibe una estructura en madera, basada en un bello
módulo repetido y pintado en blanco que lo cruzan franjas
horizontales en amarillo”. Queda así un mínimo esfuerzo
por ver y ensayar comprender unas proposiciones diferen
tes en la plástica venezolana.
Para la colectiva de 1975, la gacetilla de promoción anun
cia una “exposición que se propone mostrar al público y a la
crítica lo que, en un momento dado, están realizando algu
nos artistas; su única limitación en cuanto a participación es
espacio y el conocimiento que de sus trabajos tiene la Sala
Mendoza”, con lo cual podría entenderse, de manera discre
ta, la posición oficial del anfitrión sobre la selección de los
artistas.
Este año de 1975 se reunieron pinturas de Rolan
do Dorrego, Emerio Darío Lunar, Sonia Márquez, Julio
Pacheco Rivas y José Antonio Quintero; fotos polaroid de
Héctor Fuenmayor y Claudio Perna; esculturas de Valerie
Brathwaite; obras sobre papel de Manuel Mérida y Ana María
Mazzei. Los trabajos de todos estos artistas tenían,
naturalmente, un valor en el mercado de arte. Por la lista de
precios de la galería conocemos los montos respectivos de
las obras: las esculturas de Brathwaite, que eran en concreto
pintado, costaban 1.500 Bs. cada una; un acrílico sobre tela
de 1974 de Dorrego, valía 5.000 Bs; las fotos polaroid de
Fuenmayor se presentaban en conjuntos de cuatro, a 1.500
Bs, o en conjuntos de dos, a 650 Bs. Un acrílico sobre tela de
Lunar, fechado en 1970 valía 5.000 Bs, mientras que si era de
1974, su cifra era de 2.500 Bs. Una pintura de Sonia Márquez
costaba 3.500 Bs; los papeles arrugados de Mérida eran a
2.500 Bs, y la obra de Mazzei, de 1974, lápiz, serigrafía y
collage, se cotizaba a 1.200 Bs, y si era de 1975 y en madera.
70
serigrafía y pintura, a 5.000 Bs. Un acrílico sobre tela de
Julio Pacheco Rivas montaba a 4.000 Bs, mientras que los
óleos de Quintero salían a 4.500 Bs. Finalmente, las fotos
polaroid de Perna se estimaban a 650 Bs. cada una.
Según la gacetilla de prensa de 1976, la tercera edición
de Once Tipos se hacía con “creadores que no han sido acep
tados oficialmente”, es decir, que se mantenían al margen de
las políticas y relaciones oficiales de la cultura, por lo que “la
exposición tiene un claro propósito revelatorio y de informa
ción”. Otra noticia anuncia pintores jóvenes no representa
dos por las galerías comerciales, cuyos trabajos heterogéneos
abarcan paisajes, la ciudad, lo conceptual, la fotografía y la
escultura. La alusión a las “galerías comerciales” era una
manera de diferenciar a la Sala Mendoza del género, de sus
colegas, subrayando su condición institucional, de centro
cultural.
En 1976 el cronista Ras aun no comprendía el significa
do y valor de Once Tipos, y prueba de ello es su breve reseña:
“Dentro de esa actitud desconcertante que, periódicamente
muestra la Galería Mendoza con la complicidad silenciosa
de quienes opinamos sobre estos temas, se representan ahora
bajo este titulo -medio despectivo por cierto- algunos ‘artis
tas’ muchos de ellos en ‘reprise’, quienes exhiben lo que no
es exagerado calificar de ‘mamadera de gallo’. Sin entrar en
detalles -mejor véalo usted- o son pintores que no poseen el
menor oficio, o fotógrafos vulgares, o dibujantes de cuadritos
que rayan ingenuamente”. Los elementos de juicio resultan
insuficientes por cuanto responden a un esquema valorativo
caduco. De allí que considera que “son pintores que no po
seen el menor oficio”, cuando se estaba postulando otra cate
goría de “oficio”. Por otra parte, la opinión del cronista se
pretende como máxima autoridad ante la cual habría que
solicitar permiso para concretar el proyecto expositivo.
Los pintores convocados en 1976 fueron Julio Pacheco
Rivas, María Zavala, José Antonio Quintero, Anita Pantin,
Sonia Márquez y Beatriz Blanco; los fotógrafos eran Claudio
Perna y Roberto Obregón y, el “dibujante de cuadritos que
71
raya ingenuamente” era Eugenio Espinoza. También se exhi
bían dibujos de Diego Barboza.
Los valores monetarios de las obras, para 1976, eran los
siguientes: los dibujos de Diego Barboza se cotizaban a 1.500
Bs, cada uno; las pinturas de Beatriz Blanco, a 6.500 Bs, cada
una; las esculturas de Brathwaite entre 900 y 1.200 Bs, y la
copia sobre papel de las fotos de Perna, a 150 Bs, mientras
que sus polaroid aspiraban los 650 Bs. “Los suaves acordes
del silencio” de Pacheco Rivas, valía 8.000 Bs, y el tríptico
de Anita Pantin, en paneles de uno por dos metros, la respeta
ble cifra de 18.000 Bs. Los paisajes de Quintero estaban a
8.500 Bs, y por los acríbeos sobre tela de María Zabala, se
pedían entre cuatro y 5.000 Bs. Por último, las fotos de Ro
berto Obregón “Crónica de una flor”, estaban tasadas a 2.000
Bs, y sus “Rosas numeradas para disección”, a 800 Bs, mien
tras que el documento que consultamos deja en blanco el
renglón correspondiente a la obra sobre papel de Eugenio
Espinoza. Sin embargo, esto último pudimos conocerlo en el
propio taller del artista, donde guarda sus obras, y hallamos
que aun conservaban el recibo de la Sala Mendoza con su
debido valor: 400 Bs.
Marta Traba, interesada por el conjunto de artistas antes
citados, estudió los fraseos de la colectiva y escribió lo si
guiente: “Debo confesar que la exposición me desconcertó.
Por un lado anoté de inmediato (como dato positivo) ese
retorno frontal a las fuentes de lo visual que cada vez distin
gue más netamente a los nuevos respecto a sus precedentes
cinéticos. De los once participantes, diez son figurativos,
aceptanto la organicidad de las formas de Valerie Brathwaite
y el deseo de Barboza de vincularse a la realidad. Lo sorpren
dente no es eso, sino que re-sacralicen la realidad: que la
vean como un fetiche (las cordilleras de Anita Pantin) o como
espacio absoluto (los paisajes urbanos de María Zabala y
Julio Pacheco) o se petrifiquen en las viejas secuencias de
Muybridge, así sea con rosas y detalles (trabajos fotográficos
de Obregón y Perna). No es menos desconcertante el desenfa
do con que unos se apropian de la visión de los otros. Beatriz
72
Blanco pinta las escenas de espejos retrovisores que exploró
hace dos años Sonia Márquez, con su mismo tipo de pintura
seca y bruscamente amputada. María Zabala usa tranquila
mente las precisiones cromáticas, los perfiles y las gamas de
color que empleó Julio Pacheco para situar sus ‘papeles’, y
Roberto Obregón repite exactamente la presentación
secuencial de Perna. Quintero desemboca en [la obra de Ma
nuel] Cabré y ya le falta poco para que el hiperrealismo se
trague toda la imaginación fresca y decorativa que ilumina
ba ‘el pozo de vidrio’”.
Así, ante lo que calificaba de ligereza. Traba advertía que
esos artistas podrían sentir la tentación del “pecado mortal
del arte venezolano actual: la ambición de hacer algo efectis
ta e intrascendente”. Luego, en oposición a ello, destacaba los
trabajos de Brathwaite, Pacheco Rivas y Sonia Márquez quien,
en su apreciación, era “quien va más lejos y más seguro”.
Con Marta Traba se produce el análisis de un profesional,
de un crítico experimentado y de quien toma partida por
aspectos del arte que ve. Algunas apreciaciones suyas fueron
erradas, particularmente lo referido a la fotografía de Obregón,
los paisajes de Quintero o su exaltación de Márquez, pero lo
interesante es su capacidad para enfocar una tendencia con
ribetes de vanguardia, su distancia ante el código cinético,
sus preferencias figurativas y la cualidad de lo visual como
categoría de lo contemporáneo.
La colectiva de 1977 contó, además, con dos pequeñas
exposiciones individuales: dibujos de María Zabala en el
área de la Librería y, pinturas de Adrián Pujol en el Espacio
Anexo. El conjunto de Pujol eran los muros del barrio cara
queño de Monte Piedad y otros paisajes en técnica al temple
sobre tabla.
Roberto Montero Castro escribió un largo artículo titula
do “El seguro vuelo de pájaro de la juventud”, en tono
celebratorio. Esbozaba un marco referencial de la plástica en
Venezuela para sacar las siguientes conclusiones: “la esteri
lidad del arte geométrico, la limitación del Pop Art y lo pasa
jero de las modas internacionales”, como aspectos que de-
73
bían superar los jóvenes artistas. “Y por otra parte, sentencia
ba, la inutilidad de las imágenes para modificar una socie
dad”, o lo que es lo mismo: “el fracaso de la plástica de inten
ción política” -nítida declaración ideológica de condena al
arte politizado, que en el caso venezolano se refería a la pin
tura figurativa como banderín de la izquierda.
Según Montero Castro la selección de Once Tipos estaba
hecha con equilibrio y amplitud, lo que incidía en la calidad
de la exposición. El comentaba en detalle cada una de las
obras, destacando en primer lugar las pinturas de José Anto
nio Quintero, José Campos Biscardi y Julio Pacheco Rivas,
gamas de una nueva figuración, en ejercicio discreto de la
crítica, para continuar el análisis con otras modalidades de la
pintura, la escultura, las diapositivas de Becerra y las foto
grafías y performance de Perna.
Roberto Guevara también festejaba el futuro de estos ar
tistas y escribía: “es una muestra valiosa por su esencial men
saje de continuidad y trabajo, dos notas que hacen falta a la
plástica venezolana y cuya reiteración jamás será innecesa
ria. Fuerza de acción, que tiene por ahora dos aspectos resal
tantes: el asumir el relevo, y el afrontar problemas creadores
por cuenta propia. Es lo que hacen todos estos once artistas,
a la escala individual y grupal”.
Dada la amplitud de lenguajes, el crítico recurre a diver
sos criterios de acercamientos. Primero se detiene en los au
tores de obras definidas, como decir las perspectivas de ar
quitecturas extrañas de Julio Pacheco Rivas, la manera de
retomar el paisaje de José Antonio Quintero y, la investiga
ción constructiva en tomo a la pirámide escalonada de María
Zabala; después los que presentan variantes en su trabajo,
como por ejemplo la escultura de Valerie Brathwaite y sus
formas que son, a la vez, orgánicas y pétreas. Por otra parte,
las nuevas investigaciones como la de Milton Becerra, que
pasaba de la seguridad constructivista a la proyección de
franjas verticales en el escenario urbano. Seguidamente el
caso especial de Perna, y sus actuaciones “como poesía anár
quica de la imagen y del gesto vivo, y luego congelado en la
74
película fotográfica, de tal modo que al hacerse consciente
de todo el proceso, ya se invalidan los términos y fases usua
les del mismo, y quedamos como ante nuevas evidencias.
Perna es inquieto y busca inquietar, sacar de la conformidad
a la gente, legarles una nueva visión”.
Prosigue Roberto Guevara con la figuración de Mari Car
men Pérez, de irritantes personajes y todavía en proceso de
definición; Adrián Pujol en la búsqueda de nuevos realismos
a partir del motivo del muro, como memoria citadina y nueva
pintura, y José Valdemar Romero que “prefiere seguir a [la
pintura de Wifredo] Lam o quizás alguien más cercano, Ma
nuel Espinoza, en sus personajes fantásticos, mezcla de sim-
bologías y aves, de formas híbridas y colores contrastantes,
posiblemente con la intención de aludir a reminiscencias afro
americanas”. Por último, la pintura de Campos Biscardi, en
“nota marcadamente decorativa”, y Sonia Márquez y sus pai
sajes vistos a través de la deformación o el lente desenfocado
en pesquisa que podría aun tener posibilidades. Esa visión
panorámica señala variadas jerarquías de obras, incluso muy
jóvenes pintores que carecieron de proyecto personal, como
Valdemar Romero u otros que no concretaron categorías de
interés como serían los casos de Campos Biscardi o Sonia
Márquez.
La columna anónima de El Universal\ “Arte subrayado”,
que consistía en comentarios breves y en tono crítico sobre el
acontecer cultural capitalino, ¿sería su autor Montero Cas
tro? ¿acaso Sofía Imber?, refería: “nos gustaría que la selec
ción fuera más rigurosa y, sobre todo, que no se repitieran
tanto los mismos nombres”. Ese peculiar periodismo descali
ficaba sin ofrecer argumentos en profundidad. La potestad de
la selección era exclusividad del organizador, evidentemen
te fundamentado en artistas afines al proyecto y la oportuni
dad de participación a los jóvenes de vanguardia.
En 1977 Ras insistía en la misma observación suya de
años anteriores: “Esta ya tradicional exposición anual cuyo
nombre sigue pareciéndonos peyorativo, volvió a presentar
se en la Sala Mendoza, destacando las cosas de José Antonio
75
Quintero, Adrián Pujol, Campos Biscardi, Julio Pacheco,
María Zabala, Valerie Brathwaite, Mary Carmen Pérez y Sonia
Márquez”. Así, citaba a todos los pintores y evadía a los auto
res conceptuales -Becerra o Pema-, aunque se refería a sus
obras, esas cosas, con un término muy peyorativo. (El déci
mo primer artista, para completar el conjunto, era Valdemar).
Marta Traba se remitía críticamente a la política de espec
táculo del Estado, para oponer consideraciones precisas so
bre los jóvenes, sus procesos artísticos, el entusiasmo y la
confianza en los medios pictóricos y su distancia ante el
cinetismo. Para ello “basta ver la exposición Once Tipos”.
Todos sin excepción, incluidos los dos experimentales de la
edición de 1977, Pema y Becerra, efectúan una apropiación
de la realidad. Luego de analizar esos “dos ejemplos limites”
que eran las tiras de tela de Becerra instaladas como referen
cias en determinadas casas, así como las fotografías y piza
rrones de Pema, Marta Traba pasaba a “una expresa y clara
redefmición de las cosas modificada por una perspectiva crí
tica, en los artistas centrales de la exposición. Me refiero
especialmente a las obras de Sonia Márquez y José Antonio
Quintero”.
Sonia Márquez, recuerda Marta Traba, había “pasado de
un episodio -la carretera y la visión distorsionada del espejo
retrovisor y las curvas del vidrio delantero de un carro de
gran formato-, a una verdadera recomposición visual cargada
con una intensidad que depende, doblemente, de la energía
inventiva de las formas y de la elección de un color agrio,
radical en su ausencia de concesiones”. En cuanto a la pintu
ra de José Antonio Quintero, la crítico observaba “el placer
del paisaje más gozado que investigado, y por la voluntad de
imprimirle una dinámica rítmica y envolvente, que termina
siendo tan gratificadora como los arabescos concéntricos que
Van Gogh dibujaba alrededor de los cipreses. Pintura amplia
y lírica, recompone la realidad según un ojo mucho más con
ciliatorio que antagónico”. El paisaje conducía a la crítico a
la obra de Adrián Pujol, quien con grandes formatos en los
que buscaba “transferir la realidad a la pintura”, destacaba
76
“el tratamiento de los colores bajos, en especial de ocres fun
didos unos con otros hasta dar esa sensación táctil de
maceramiento del material cromático”. Aunque son breves
comentarios a cada expositor, tal los límites de un artículo de
prensa, se evidencia que la crítico hacía seguimiento a estos
artistas, de allí la precisión de sus observaciones. En el caso
de Adrián Pujol, se trataba de un paisajista que desde la pin
tura ante el motivo, en el sitio, innovaba el género del paisaje
e introducía la inquietante imagen de lo social. Opuesto a
ellos, se hallaba la investigación del espacio de María Zabala,
quien “perfecciona su decidida geometrización, que vuelve
sabiamente a la pirámide, y se aleja así del mundo onírico de
Julio Pacheco”. Valerie Brathwaite se concentraba en sus for
mas orgánicas simples, positivas y en expansión.
José Valdemar Romero y Mari Carmen Pérez quedaban en
un lugar de reserva: aquel “no puede pintar Lam inferiores al
original sin que su pintura se desvalorice automáticamente”
y la otra cargaba con la herencia en atadura de la pintura
figurativa local. Para terminar, Traba señalaba la obra de Ju
lio Pacheco Rivas, en la continuidad de su investigación ca
racterizada por “la limpieza de sus enunciados, tanto espa
ciales como cromáticos”, mientras que José Campos Biscardi
proseguía entre el placer inmediato de lo gracioso, la tenden
cia surrealista y ciertas “inseguridades que no debían tener
ya lugar”.
En 1977 el crítico Perán Erminy ensayaba cuestionar el
sentido del evento al preguntar la razón de esta nueva edi
ción de Once Tipos, pues “suponíamos que la exposición
debía ser destinada a ‘lanzar’ nuevos nombres” y para ello
razonaba lo siguiente: “imaginábamos que el salón de ‘Once
Tipos’ tendría la virtud de ir señalando y llamando la aten
ción sobre unos nombres de quienes podrían ser las figuras
de avanzada de la generación ‘de relevo’ en la plástica vene
zolana. Lamentablemente, parece ser que nos habíamos equi
vocado pues la exposición de ‘Once Tipos’ no reúne ninguna
de las características que erradamente le atribuíamos. Pero,
por otra parte, no sabíamos decir cuál es, realmente, el carác-
77
ter de esa exposición, porque no logramos entender qué es lo
que se propone y cuáles podrían ser sus objetivos. Sabemos,
ciertamente, que se trata de una muestra de algunos de los
artistas jóvenes que se cuentan entre los más valiosos de la
nueva generación; pero no sabemos si se trata de un grupo ya
establecido, pues no lo han dicho hasta ahora, o si se les ha
agrupado en razón de alguna afinidad artística que no hemos
podido advertir. En todo caso, si nos atenemos solamente a lo
que encontramos expuesto en esta muestra de ‘Once Tipos’,
no podemos adivinar cuál es el sentido de esta exposición, si
es que tiene alguno. Y menos aún podremos opinar sobre el
‘por qué’ está hecha la exposición y ‘para qué’; de lo cual
probablemente se derivaría el ‘cómo’ está organizada”.
Perán Erminy se lamentaba de la repetición de los partici
pantes, puesto que encontraba “los mismos once tipos del
año precedente, sustituyendo apenas uno o dos artistas de la
lista anterior”. Por último, se preguntaba si los organizado
res conocen otros jóvenes “cuyo nivel de calidad sea igual o
superior al de los escogidos?” -Puesto que “muy fácilmente
podrían escogerse no solamente otros once tipos distintos a
los favoritos de la Sala Mendoza, sino mucho más de once y
más de ciento once también”.
El ejercicio retórico del crítico Erminy parecería no que
rer ver lo que estaba en sala. Sus premisas son especulaciones
erradas y, en consecuencia, impiden acercarse a las obras, su
variedad expresiva, sus aportes plásticos y el signo de los
tiempos que implicaban. Erminy descalificaba al conjunto
de artistas porque no llenaba su expectativa como especta
dor o como crítico. Pero lo más insólito es que a la altura de
1977, confesara que “no sabíamos decir cuál es, realmente, el
carácter de esa exposición, porque no logramos entender qué
es lo que se propone y cuáles podrían ser sus objetivos”.
Quizás no había un proyecto predeterminado, un programa
estricto en torno a un grupo de artistas. Pero lo que sí era
palpable es que al momento de hacer la cuarta edición de
Once Tipos, en 1977, el arte en Venezuela era otro debido,
principalmente, a esta serie de arte abierto, experimental,
78
eminentemente visual, de nuevos signos pictóricos, gráficos
y lingüísticos y, de enorme capacidad de irradiación de ideas
contemporáneas del arte.
En 1979 volvía Perán Erminy a discutir sobre la selec
ción de los artistas, haciendo de esto una suerte de punto de
honor, e incluso sobre las orientaciones, contenidos e influen
cias que podía apreciarse en sus trabajos. Luego sostenía, en
relación a los invitados, que “lo del titulo de ‘Once Tipos’
nos parece haber perdido el sentido promocional y de estí
mulo que creemos tenía originariamente, para convertirse en
una especie de grupo de jóvenes ‘favoritos’ de la galería, a
juzgar por el hecho de que desde hace unos años se vienen
repitiendo anualmente los mismos nombres con mínimas
variantes, lo cual no se justifica si tomamos en cuenta que en
nuestro país existe cerca de un centenar de otros jóvenes
artistas tan valiosos, modernos, experimentadores y
vanguardistas como los once escogidos en esta ocasión y las
anteriores”. Lamentablemente, Erminy no cita ni uno de ese
centenar de artistas que sólo él conocía en exclusividad y
quienes no han tenido acceso a este programa expositivo.
Para 1979 tomaban parte Barboza, Dorrego, Perna, Mazzei,
Von Dangel, Obregón, Espinoza, Ana Rosa Gallegos, Merce
des Elena González, Anita Pantin y Freddy Pereira.
En segundo término, Erminy refiere que “si bien nos pa
rece muy positiva la voluntad de romper con las normas con
vencionales establecidas en la plástica venezolana, nos pre
ocupa la dirección en que se orientan mayoritariamente las
búsquedas emprendidas por estos jóvenes. La filiación que
tienen con ciertas experiencias norteamericanas precedentes
nos parece peligrosa. (...) No hay que olvidar que los movi
mientos y los ‘ismos’ de las vanguardias foráneas no son fe
nómenos nuestros, y que seguirlos equivale a tomar lo que en
ellos no es más que una moda. (...) Sí está muy bien el rechazo
al objeto artístico convencional y a las recetas que implica; y
sí es mejor aún la voluntad de ampliar la noción de arte o de
lo que puede ser considerado como arte, lo que creemos dis
cutible es que no se reaccione contra los contenidos ideoló-
79
gicos y opresivos de la estética imperante, sino que se vean
reafirmados globalmente en esta exposición de ‘Once Tipos’”.
Esta es la reacción más importante ante el abanico de
opciones que ofrecía Once Tipos. Es la sanción ideológica lo
que esgrime Erminy. Es la reprobación a un conjunto de artis
tas y al espacio anfitrión por cuanto han osado mirar el arte
contemporáneo estadounidense. Es una actitud política que
no acepta otras certezas diferentes a las propias. Para la fecha
y en oposición a Once Tipos, la pintura en Venezuela tenía la
influencia enfática y altisonante de la obra de Borges y Ré
gulo, como modelos de la izquierda cultural, en obras figura
tivas “comprometidas”. Esa convicción política negaba cual
quier otro pensamiento plástico. Allí la diferencia que intro
ducía Once Tipos y la contrariedad de Erminy.
Pero además, en el universo de estos artistas las conduc
tas políticas eran parte de su concepción del mundo. Basta
pensar en las obras de Miguel von Dangel, Claudio Pema o
Carlos Zerpa, para percatarnos de su conciencia política, de
sus posiciones críticas. Y todavía más: las obras de Obregón,
Espinoza, Barboza o Mazzei, evidencian una angustia ante
el destino humano. Ahora bien, ninguno de ellos cedía terre
no a la facilidad panfletaria.
El catálogo de 1979 trate una breve nota de Margot Romer
en la que declara: “Ante la presencia en Venezuela de situa
ciones convencionales donde la creatividad parece perderse
en aras del virtuosismo, es para mí, como directora actual de
la Sala Mendoza, un placer sin límites, el presentar ante la
opinión pública, la obra investigativa de 11 artistas jóvenes,
no escogidos al azar, sino por el contrario, producto de una
rigurosa selección”. De esa manera se asumía la responsabili
dad en la escogencia de los expositores y en la posición ante
el curso local del arte. Proseguía la directora afirmando que
“Estoy segura de que la frescura, la libertad y la pureza creativa
de estos jóvenes los coloca, no al frente de los premios, no al
frente del mercado de arte, no al frente del vedetismo dudoso,
sino al frente de un futuro que les pertenece”. Así trazaba el
perfil de nuestro escenario artístico, y en razón a ello exalta-
80
ba la “respuesta actual y universal” de estos artistas “ante los
temores de un laberinto que parecía no tener salida”. Aquí,
pues, la ruptura y posibilidad de un arte nuevo.
Roberto Guevara escribió dos artículos sobre este aconte
cimiento artístico. En su segunda columna entraba de lleno
en los pormenores del evento y detectaba las contradiccio
nes de la propuesta para afirmar que no era una buena expo
sición pues algunos de sus participantes “no encuadran con
la inconformidad y frescura” que aspiraba el organizador.
Concretamente se refería a los cuadros de Pantin, Gallegos,
González y Pereira; pero a pesar de ello indicaba: “lo que
resulta valioso es ver presentes ciertas disponibilidades de
talento y de rebeldía ante la placidez molesta que parece
regir estos últimos años de nuestro devenir artístico”.
Guevara prosigue su análisis desaprobando los aspectos
técnicos de las cuadrículas de vidrio de Espinoza; el mural
de Dorrego; tanto los materiales como los formatos y sentido
de la obra de Von Dangel, largo diario pegado a las paredes y,
los proyectos simultáneos y el tema de la muerte tal como
proponía Obregón.
Según el criterio de Guevara, la exposición se arreglaba
con la obra de Mazzei, puesto que “funciona, cumple el con
tenido trazado”. Se trataba de cajas en las que alternaba la
ficción y la realidad hasta articular “un juego conceptual que
se riega por todo el ámbito de la Sala Mendoza. Es como una
ironía poética y suprarrealista. Las cajas están centradas en sí
mismas y desafían todo carácter de maqueta o de objeto muer
to. Es como si pudieran engendrar sueños a conciencia. Sue
ños que se mofan de ser sueños y por ello no pueden dejar de
ser verdaderos”.
Finalmente, Roberto Guevara le dedicaba un párrafo a
Perna, así: “Claudio Perna es un caso particular. No ha inven
tado el happening ni es espectacular. Pero tiene un inmenso
sentido de la libertad para tender hilos entre todos nosotros y
su ‘viviente escultura’, Lluvia, un personaje de rotunda, pe
sada humanidad, que hace sorpresiva la vida y desconcierta
con su realidad. Un inconforme al estado puro”. Así, con las
81
I
83
firmes de nuestra tradición y de nuestra cultura, expresado
con nuevo ímpetu creador, con nuevos lenguajes y sobre
todo, con libertad”.
El premio, como queda dicho, fue concedido a Stone, lo
que motivó respuestas críticas por parte de sus compañeros.
Claudio Perna manifestó su molestia por la actitud de la di
rectora Romer y su desacuerdo por el artículo de Guevara:
“Hasta el presente nadie ha tratado de separar los procesos de
los Ídolos’ de la ‘Confusión General’. Los ídolos’ han sido
inflados, pero sus procedimientos los anula como tales (...)
Stone merece el premio pero Once Tipos no merece a Stone
(...) Ganara quien ganara, los Once Tipos ha muerto. Ha naci
do el evento ‘Bolsa de trabajo Eugenio Mendoza’” (1). Inme
diatamente, vino la opinión de Héctor Fuenmayor, quien cri
ticaba la actuación del jurado, la aventurada declaración de
la señora estadounidense y la columna de Guevara (del día
15 de septiembre), razones por las cuales anunciaba su retiro
de actos o exposiciones organizados por la Sala Mendoza.
Por último, la voz de Ana María Mazzei para reprochar a la
visitante fugaz: “Castleman es eminentemente una experta
en Gráficas y emisiones de libros, por lo que siempre me
pregunté, qué haría una experta en técnicas gráficas en una
exposición que no contaba con ninguna obra de su especia
lidad”, así como difería de Fuenmayor en su criterio sobre
Guevara.
Polémica, pues, que puso punto final al programa deno
minado Once Tipos, cuyo cierre sintetizó una caricatura de
Zapata en El Nacional con el siguiente fumeto: “Tipos: la
banda de los once / como que se desbandó”.
ll) Perna tuvo razón ya que en lo sucesivo la Sala Mendoza dio por
concluido el ciclo Once Tipos e inició el de la Bolsa de Trabajo, que
se conocería como Premio “Eugenio Mendoza”, de carácter bienal.
En 1982 se produjo cambio en la conducción de la Sala, resultando
Axel Stein escogido para esa responsabilidad. Además de Stone, a
continuación serían premiados Ernesto León, Carlos Mendoza y
Carlos Zerpa.
84
OBRAS DE UNA DÉCADA
(l) Los museos caraqueños no tienen mayores obras de los artistas que
estudiamos y del período de los años setenta. En el MBA hay cinco
dibujos de Valerie Brathwaite, tinta china sobre papel, de 1977; una
“Vitrina” de Zerpa; una fotocopia de Claudio Perna y un cibachrome
de Pedro Terán, ambos de 1974; mientras que en la GAN hay un
pequeño conjunto formado por serigrafías, dibujos, pinturas, cajas y
esculturas de Dorrego, Zerpa, Pujol, Stone, Fuenmayor, Mérida,
Romer, Lunar, Quintero, Mazzei, Brathwaite, Perna -donación del
artista- y Asdrúbal Colmenárez.
85
No conocemos ningún registro fotográfico profesional y
sistemático sobre las distintas ediciones de Once Tipos. En
las páginas de la prensa, ocasionalmente, como en El Nacio
nal del 20 de agosto de 1979, hallamos fotos de los artistas en
la sala y el público. La salvedad son unas fotos amateur de
Ana María Mazzei, de 1979, donde se aprecia el aconteci
miento del día de inauguración y aspectos de las obras de
Von Dangel, Dorrego, Barboza, Perna y Mazzei.
Para la cita de 1976, el catálogo reproduce a página ente
ra, y en blanco y negro, una obra de cada artista participante.
Así podemos ver una de las piezas en los largos conjun
tos de dibujos de Barboza o Espinoza. “Toda la célula pro
viene de otra célula” de Barboza, en creyón sobre papel, a
seis originales, puede recordar un dibujo que gira sobre sí
mismo o la imagen que arroja un microscopio; pero también
puede ser un motivo emblemático, unitario y repetitivo. En
todo caso, parecen dibujos tormentosos y caóticos, que va
len por sí, sin nexo alguno con otro hecho que el lápiz que
raya. La célula como dibujo tanto como vida y referencia
científica fue un sujeto que en artista trabajó desde 1971,
cuando se encontraba en Londres. Eugenio Espinoza, tam
bién con creyón pero sobre cartulina, establece un cuadrado
en el espacio que a su vez será cuadriculado. Con trazo enér
gico y sin salir de los límites de cada parcela, la línea, incli
nada, definirá el cubo en el cubo, la fragmentación del color,
la dinámica de la composición, la repetición del motivo, la
pureza y el recurso mínimo empleado y puesto en práctica.
“16 desagradables espacios amarillos”, “Primera prueba con
18 espacios negros”, “Espacios sin rellenar”, “Cuatro cua
drados negros”, o “Tres rellenos azules”, prueban el carácter
de secuencias, ejercicio y desarrollo de una idea. En su taller
se conservan algunas de estas obras.
Beatriz Blanco se dedicaba a la pintura y el título general
de su obra “Realidades Simultáneas”, indica ese interés suyo
por la dualidad de lo real, por los distintos planos de un
instante. Así, al mirar el paisaje urbano desde el espejo retro
visor de un automóvil en marcha, se incita la transitoriedad
86
de una situación, su desplazamiento, su visión rápida y frag
mentada a través de la intangibilidad de lo vacío y lo lleno.
Julio Pacheco Rivas indagaba en lo ficticio del espacio, su
profundidad y doble. Títulos como “Los suaves acordes del
silencio, o antes de que Sansón derrumbe el templo” agregan,
además, su sentido del humor, lo que es una constante en su
obra. La falta de gravedad de la arquitectura, el sentimiento de
irrealidad de la estructura, es lo único que habita los lugares,
los cuales tienen carácter de laberinto. Todo aquí es tensiones:
frío, liso, recto, liviano, ilusorio y desolado. Arquitectura y
sombra que encontraremos en la obra de María Zabala, sin
título, donde hay un rigor de la geometría en el espacio urba
no, una captación de situaciones y ritmos compositivos,
con mínimo de recursos y brevedad del motivo.
El paisaje será certeza en la montaña y nubes de Anita
Pantin, un tríptico que mostraba tiempos y enfoques diferen
tes; deformaciones de la percepción, como en aquellos lentes
que distorsionan el sujeto, en la mirada de Sonia Márquez y,
mayor realidad aún en la observación de Caracas propuesta
por José Antonio Quintero. Este artista registraba diversos
puntos del escenario caraqueño. Sus títulos no se prestan a
equivocación: “Vista desde el balcón norte, Piso 14, del Edf.
El Marimari, Residencias Bosque Sans Souci”, “Vista desde
mi casa en la parte alta de la Av. Sucre de Los Dos Caminos”
o “Vista desde la casa de mi hermana en la Av. Araure, Colinas
del Márquez”. Luego, desde ventanas y balcones, Quintero
ve el valle de Caracas y El Avila, con una paleta de riquísimo
color, texturas y luces.
Valerie Brathwaite era la escultora de este grupo de
expositores. Trabajaba la plata pulida o patinada. Sus formas
eran orgánicas o geológicas. Su titulo general era “Rocas de
mi playa privada”, en pequeñas dimensiones.
Roberto Obregón y Claudio Perna tomaban la fotogra
fía como medio para la reflexión estética y existencial.
Obregón realizaba “Crónica de una flor”, sucesión de vein
ticuatro fotografías a color en la que analiza y certifica el
transcurso del tiempo. El motivo es un vaso con una rosa y
87
su encuadre es prácticamente el mismo de una a otra ima
gen. Allí vemos la permanencia del agua y la esbeltez y
decadencia de la flor. Al título general el artista agregaba
una rigurosa nomenclatura, así, la N° 1 es de 1974 (Col.
Oberto), mientras que la N° 5 está fechada el 18 de octubre
de 1975, y la N° 8 es de 1976. Igualmente Obregón presen
taba sus contactos fotográficos como parte integral de su
pensamiento artístico, tal en caso de su “Primera crónica de
un paisaje”, que data del 1° de diciembre de 1975, y que es
una secuencia de luz, en el transcurso de las horas del día,
desde las 06.05 de la mañana hasta las 18.50 de la
tarde, sobre en valle y El Avila de fondo. Por último, están
sus series “6 Rosas numeradas para la disección”, sea a co
lor o en blanco y negro y ambos conjuntos de 1976, los
cuales, aun cuando podrían evocar la tarea de botánico-
explorador, refiere más bien la obstinación del creador con
temporáneo por establecer un espacio íntimo imaginario.
La fotografía es para Claudio Pema el registro sistemático
de la información urbana. En el sitio, Pema coloca su mano,
una fotocopia con la silueta en blanco en fondo negro, con lo
cual parece referir que se apropia de lo que los ojos -la cámara-
alcanzan a ver. En esta exposición Pema mostraba distintas
concepciones de su fotografía: “Fotoinformcs y alineamientos”,
de 1975 y 1976, en blanco y negro; “Contactos de color”, de
1975, negativos y, “Fotos Polaroid”, originales únicos, de
1976. Perna firmaba con un sello de caucho, su nombre en
letras de molde, y de su puño y letra ponía el título -a la
izquierda- y el año -a la derecha-. “Fotoinformes y
alineamientos” consta de trece fotos, de autopistas y aveni
das. Hay escenas de cotidianeidad y otras de inmensidad y
soledad, y todas signadas por lo atemporal. La tierra, pues, es
el lugar de interminables viajes a todas partes. La obra, según
propone Perna, es un proceso que complementará y
concluirá el espectador, el cual debe ser un participante críti
co. De alguna manera esta obra refiere una geografía que a la
vez es verídica y ficticia. Las fotos, tiradas a una sola copia,
en 8 x 10, revelan lo anodino de ciertos parajes o situaciones
88
urbanas. Y será sobre esa aspereza que se construye lo único,
lo poético.
Pero también la fotografía será para retratar a sus amigos
-y entre ellos los artistas Eugenio Espinoza, Quintero,
Mazzei, Pacheco Rivas, o escritores como Elisa Lerner-, sus
alumnos o, simplemente la gente. En este caso, son fotos
que Perna luego utilizará como repertorio de imágenes para
sus collages, o para la certificación de actos cotidianos o
familiares.
El catálogo que acompaña la exposición de 1979 es posi
blemente el documento más completo y precioso de Once
Tipos. Allí cada quien diseñó una página, de 21 x 21 cm, en
la que postula sus ideas y refiere su obra específica al salón.
Por su parte, Margot Romer, directora de la Sala, presenta “la
obra investigativa de 11 artistas jóvenes, no escogidos al
azar, sino por el contrario, producto de una rigurosa selec
ción”; quienes por “la frescura, la libertad y la pureza
creativa”, de sus respectivos quehaceres, se colocan ante los
retos de lo actual y lo universal, “ante los temores de un
laberinto que parecería no tener salida”.
Así, hallamos que Diego Barboza hace un collage con
dos fotos, un momento de su Poema de Acción titulado “30
Muchachas con Redes” (1970) y un retrato suyo; sellos de
cauchos, sea la figura del cachicamo, animal emblemático
para el artista, o frases tales como La Vida es el Arte, Arte
como Gente ó Buzón de Arte; un texto de su puño y letra, y
dibujos varios. La obra de Diego Barboza era “Expresiones
Alrededor de un Cilindro. La Creación está fuera del Marco”,
y él mismo explicaba:
“Expresiones Alrededor de un Cilindro es un ‘poema de
acción’, un ‘poema de comportamiento’, al que todos están
invitados a participar y realizar la acción y en comportamien
to poético. Desde 1970 he venido trabajando en estas Expre
siones donde en lugar del objeto para ser contemplado ofrez
co al visitante una variedad de elementos que al ser utiliza
dos el público crea la obra, es decir la obra existe en tanto se
crea. ‘Arte-Correo’, es una nueva proposición de arte en la
89
cual la obra es creada para ser enviada por correo. En esta
ocasión presento una selección de obras postales realizadas
por artistas que en el mundo realizamos Arte-Correo”.
Efectivamente, la obra de Diego Barboza de 1979 con
sistía en una acumulación de objetos, telas, juguetes, escul
turas blandas, cojines, colocados en un canal o cilindro. El
espectador era invitado por el propio artista a introducirse en
ese espacio para vestirse, manipular o disponer todos esos
objetos y cosas. Entretanto, Barboza hablaba de los sentidos
de la creación y del compartir la aventura del arte.
Ana María Mazzei define sus esculturas en cartón, su se
rie de cajas con textos y fino dibujo de acento hiperrealista,
en los siguientes términos: “Las cajas son el envoltorio de un
contenido ¿real - irreal? ¿invisible? ¿visible? A veces son el
pasaje constante entre lo material y lo inmaterial. Son tam
bién dibujo. Son estructuras. Son esculturas. Ambiente. Parti
cipación”. Luego planteaba una serie de meditaciones cuyos
ejes son la Imaginación y la Libertad en la concepción de la
obra.
Rolando Dorrego hacía el esquema de un dibujo para
llevar a escala, titulado “Todo depende del punto de fuga”.
Eugenio Espinoza mostraba una foto suya -retrato- con un
parcho en el ojo, pues su rostro, su cuerpo, era el objeto de su
obra. Claudio Perna tomaba una foto del álbum familiar, es
cena afectuosa, dominical y cotidiana, en la que él mismo
aparece de niño y agregaba esta leyenda: “II figlio
dell’immigrante”. Miguel von Dangel reproducía un frag
mento de su “Diario”. Anita Pantin escribía esta frase: “No
hay nada característico de mi. / No me estoy buscando a mi
misma. / Y reclamo mi derecho a contradecirme”, en el centro
de la página blanca. Roberto Obregón investigaba el tema
del suicidio en una hoja, escrita a máquina, con fotos recorta
das de prensa, que es Arte Postal-Arte Información-Arte Tánato.
La muerte violenta de artistas y referencias a sus encuestas y
trabajos en tomo al Laboratorio Tanatológico. “Proyecto para
una Iconografía sobre Autodestrucción”; “Dos Homicidios
Sintéticos” y, “Tánato-Galería-Postal”, eran sus obras.
90
La oportunidad en este salón fue para Mercedes Elena
González, una joven artista que trabajaba en sujeto de lo
vegetal, lo orgánico y un sentido del color tupido.
El catálogo de 1981 (que, por cierto, carece de fecha que
lo identifique debidamente), ofrece una hoja suelta por cada
artista, en la que está su curriculum, retrato, título y, ocasio
nalmente, una foto de su trabajo. Por los títulos se deduce la
obra que entonces trabajaban. Así, “Envoltorios y Caja de
Nubes”, de Mazzei, remite a sus Cajas y paisajes celestiales;
“Colinas, Valles y Montañas”, de Quintero, corresponde a
sus paisajes de Aragua; “Catálisis” de Manuel Mérida, caja
de madera, aluminio y plexiglás con gran variedad de mate
riales a su interior, de 388 x 258 x 30 cm, es una pieza cumbre
de este autor.
“¿Y qué hicistes de los besos que te di?”, es una vitrina de
270 x 200 x 15 cm, de Carlos Zerpa, en la que la gama de
elementos populares se enlazan con el erotismo; “Voilá René”,
pintura de Dorrego, es un tributo a Magritte; “Recinto Sagra
do” de Stone, era una suerte de descomunal raíz, en goma y
pintura acrílica, de 250 x 127 x 115 cm, válido como escultu
ra táctil; María Zabala presentaba trabajos con computadoras;
Lilia Valbuena hacía pintura en relieve con goma espuma y
gasa, con fuerte acento anecdótico; Corina Briceño sugería
un eros en el paisaje, una feminidad en la montaña. Pema
tenía tres obras: “De la serie: Partidos Políticos y personajes
de América Latina”, pintura de instrucción -o por encargo-,
de una gran tela que representa dirigentes políticos en un
mitin; “Proposición para una imagen infantil del Dr. José
Gregorio Hernández”, foto iluminada, de 1977 (Col. Zapata),
un niño primo comulgante en pose como del médico Siervo
de Dios y, “Del petroglifo al video color”, una instalación en
proceso. El artista se fotografiaba en la calle, en una foto
anónima, en compañía de sus amigos y estudiantes, soste
niendo un perro en sus manos.
Pero será Héctor Fuenmayor quien mejor aprovecha el
soporte del catálogo al imprimir en blanco sobre el papel
blanco, los conceptos, la intención gráfica y lingüística, de
91
“Blanco es sinónimo de objeto”, cuando asienta: “Blanco no
es blanco. / Blanco no es no-blanco. / Blanco no es blanco y
no-blanco. / Blanco no es ni blanco ni no-blanco. / Blanco es
sinónimo de objeto”. Proposición, idea y reflexión en tomo a
la pintura y su ser.
Entre los participantes de Once Tipos vale destacar a María
Zabala, quien fue uno de los personajes más persistentes de
la década del setenta. Desde 1972, cuando tomó parte en la
colectiva Ambiente, hasta 1981, cuando presentó “Opus 64”,
su obra se caracterizó por la investigación espacial y de me
dios, su interés por el arte cibernético y los sentidos de la
estructura modular que le permitirían ahondar en la noción
de línea, de geometría, de rotación y de secuencia. En una
serie de pinturas suyas (Col. Pema), trabajaba un ritmo míni
mo de color y sentido del vacío y a la vez de los inmensos
blancos como eje de la composición. En 1983 la artista de
claraba a Axel Stein que en su obra no habían asociaciones
axiomáticas, por tanto no recordaban nada. Esa carencia de
referencias inmediatas, esa vacuidad, era una parte principal
de su pensamiento en base a una geometría modular en el
lugar de lo desconocido. “No estoy definida, expresaba, como
artista minimal, ni cinética, ni concreta. Para mi estos traba
jos son exploratorios”. Búsqueda e inspección del espacio y
de las posibilidades del lenguaje plástico. Hizo, además, obra
con la computadora y fue la única en hacer ambientaciones y
esculturas virtuales con los tubos de neón.
Manuel Mérida observó principios del cinetismo tales
como el movimiento permanente y la participación del es
pectador, para formular su propia obra. El decía en 1972 que
“el propósito de mi trabajo es el de lograr la dinamización de
la materia por medio del desplazamiento constante”, lo cual
será la divisa de toda su acción creadora. Luego, al hacer
girar indefinidamente y desmaterializar la materia y el conte
nido, Mérida evidenciaba el comportamiento de aquella y la
esencia misma del fenómeno artístico.
Esos criterios de la desmaterialización y deconstrucción,
de la reacción mental ante el inesperado comportamiento de
92
los materiales con los que está hecha la obra, del complemen
to definitivo que constituye la cooperación del público, ca
racterizan una etapa de las esculturas de Víctor Lucena. Lo
táctil, lo sonoro, lo psicológico, la sorpresa y el humor más
fino, están envueltos en sus tubos y barras, cilindros y vi
drios, que son fríos y calientes, pesados y ligeros, gratos y
rústicos, contradicciones a partir de lo aparente y lo real como
esencia de lo complementario entre lo intelectual, lo emo
cional y lo físico. Así, y en el decir de Roberto Guevara, el
artista se dirigía a la mente del individuo y a los esquemas de
pensamiento, pues su propósito sería “sacudir la mente, ha
cerla más despierta para percibir nuevos vínculos con ese
todavía enigmático contexto que llamamos realidad”.
Para Diego Barboza el arte es una experiencia de vida y,
por tanto, de comunicación. En 1976 se desempeñó como
editor y director de “Buzón de Arte / Arte de Buzón”, un
pliego impreso con una sola tinta y por ambos lados, con
cartas y textos de artistas, dibujos, viñetas y fotos, manifesta
ciones todas de “arte no comercial”. Tal era lo que Barboza
denominaba una “Acción Postal” o Arte Correo.
Una parte de la obra de Barboza en este decenio, queda
documentada por impresos varios que el artista diseña, im
prime y distribuye. En los mismos combina la escritura de su
puño y letra con dibujos, collages, viñetas, estampas y sellos
de cauchos. No hay un lado ni un orden preestablecido: debe
leerse por aquí y por allá, arriba y abajo, pero no hay un lado
arriba y otro abajo. Están escritos en español e inglés. Entre
los sellos de cauchos que tanto utilizó, hay tres característi
cos y emblemáticos: “Impresos de Arte no comercial”, la fi
gura del cachicamo y su propio nombre. Tal conciencia tenía
Barboza sobre sus publicaciones que en una de ella de 1976,
escribe: “Amigo, lo que estás recibiendo es una obra de arte”,
y a un extremo asienta: “Certifico que esta copia es obra
original. Firmada y numerada”. El arte persistía entonces en
lo frágil, lo humilde, lo sencillo, los papeles multígrafos, cuyo
espíritu era alegre, festivo, reafirmativo de la vida, tal como
sucedía en sus obras-fiestas-juegos en los parques.
93
Incluso cuando Milton Becerra se mostraba como pintor,
pongamos por caso en “Haxaconometría”, ya se aprecia su
tendencia al volumen, a la estructura sólida, a lo que puede
ser cubierto de líneas (que en un futuro, en su obra, serán
cuerdas). Esta primera etapa de acento geométrico y cromáti
co, da paso a sus intervenciones en espacios urbanos aban
donados con lo que definirá nuevas dimensiones de la escul
tura en Venezuela. Especial interés tuvieron sus marcos de
líneas negras y sus telas sin pintar en los sitios abandonados
de la ciudad en los que no había relato alguno y ni siquiera
ideología. Simplemente era el lugar de una ruina, de una
demolición urbana exaltada a la condición de obra de arte
por la mínima intervención del artista. El proceso de ingresar
a la casa abandonada, escoger ciertos espacios (un urinario
en tributo a Duchamp), colocar su propia obra y observar la
reacción del peatón, queda debidamente fotografiado por
Becerra.
La pintura entonces se debatía, pongamos por caso, entre
las formas orgánicas de William Stone y los paisajes sin ilu
sión de Adrián Pujol, lo polisensorial pictórico de uno y los
polípticos del otro; los signos gráficos y conceptuales de
Eugenio Espinoza -sobre papel-, que refieren la autonomía
de la obra, y los dibujos figurativos de Mari Carmen Pérez,
que remiten a intenciones sociales y/o sentimentales de la
imagen.
Stone aborda en espacio de manera rotunda y con un ele
mento que recuerda la naturaleza, lo blando, lo acariciable y
lo manipulable, llena física y voluptuosamente, todo el lu
gar. Esas formas serán el motivo de sus dibujos (1976-1977),
en lápiz o a color sobre papel, en los que tenemos una vege
tación extraña y carnívora. Los fondos uniformes exaltan aun
más los cuerpos vegetales del primer plano, con sus tonos
sensuales y misteriosos.
Adrián Pujol muestra tanto el sujeto -muros- como el tra
tamiento -la cualidad de la pintura, en técnica de temple so
bre madera-, Y será la posesión del recurso, la esencia de lo
pictórico y la posibilidad de volver a inventar el tema en la
94
dicotomía de su no-representación y su sentido del realismo,
lo que le dará autoría a sus paisajes. Un periodista decía en
1977 que “en nuestro país Saudita, Pujol mira paredes viejas
y edificios ruinosos”, en alusión al marco político ampuloso
en el cual sucedía esta pintura de lo humilde. Desde media
dos de la década, Pujol estuvo activo pintando in situ, y su
primera individual referencial tuvo lugar en 1978.
El paisaje según Rolando Dorrego es un hecho concep
tual. En la colección de la GAN se encuentran tres serigrafías,
todas de 1974 y dos de ellas P/A, que bien ilustran su inten
ción: sin título, tiene sobre un fondo negro la estructura de la
nube-volumen en fina línea blanca, cuya sombra o base es
una franja verde. Con ese mínimo recurso el artista refiere la
cualidad del objeto que es la nube. En “Con el puro azul del
cielo”, apenas hay unos arabescos azul celeste a los bordes
de la composición y del papel, y el resto queda en la inmen
sidad del blanco. Aquí todo es luz e idea de la grandiosidad y
atmósfera. Por último, con este mismo título pero N° 2, ejem
plar 9 de 10, hace ligeros toques de azul cobalto a los cuatro
extremos, con lo que abre aun más la noción de desmesura
del cielo.
El arte constructivista, geométrico y cinético tuvo un fiel
exponente en Rafael Martínez, atípico, si se permite, en el
contexto de Once Tipos. Su obra debía manipularse para acen
tuar los efectos ópticos, tal como se aprecia en sus “Volúme
nes” o en sus “Cubos Virtuales” (1977), donde las mínimas
líneas de acero y los espacios de color del fondo, se someten
a un proceso de movimiento virtual y real, de
desmaterialización del cubo, de la línea y del color y de in
tranquilidad del espacio en la reinvención de la obra. Martínez
también hizo serigrafías para una mayor difusión de su pro
puesta. “Puntuación móvil” (1975), valora un punto blanco
sobre una superficie negra, lo cual crea una acción retinal;
mientras que en otra sin titulo (1977) -todas Col. GAN-, es
una progresión de color entre dos triángulos negros.
Mari Carmen Pérez ejercía la pintura, el dibujo y el collage
en credo figurativo. Ciertas referencias a la condición feme-
95
nina -y la misma en un espacio íntimo, del hogar, o en el
opuesto, es decir, la mujer-objeto-; al mundo de la infancia,
la noción de historieta, la obra militante y el discurso políti
co influenciado por Jacobo Borges, caracterizan su obra en el
período. Su collage es pictórico. Con Borges formó equipo
en “Imagen de Caracas” (1967); luego viajó a Alemania y
regresó a Venezuela en 1975. En los años 1977 y 1978 parti
cipó en numerosas exposiciones colectivas y realizó una in
dividual. En sus dibujos sobresalían los ritmos y contrastes
de texturas y planos, las gamas entre blancos, negros y grises;
las líneas y las grafías. Fue ilustradora del Papel Literario y
otras publicaciones.
Ana Rosa Gallegos, de origen español, hizo fotos de te
nor realista sobre Caracas y se presentaba como bailarina. El
caso de Gallegos recuerda que no todo fueron trayectorias
sostenidas ni, lo que sería más difícil, obras afortunadas.
Freddy Pereira es un pintor figurativo enmarcado en un refe
rente Caribe, que es como decir influenciado por Lam. Sus
sujetos combinaban el individuo, la flora y la fauna, en cierta
visión nocturna. Era una pintura narrativa con ciertos rasgos
surrealistas. Tampoco tuvo mayor continuidad Lilia Valbuena,
una escultora que trabajaba con soportes blandos como son
el algodón, la tela y la goma-espuma, con los cuales realiza
ba figuras en grandes escalas, solitarios o en conjuntos y
siempre en situaciones escenográficas. Esta obra pronto tomó
matiz anecdótico y decorativo por lo que agotó sus posibili
dades expresivas y artísticas.
Entre las obras del período están aquellas de difícil regis
tro como fueron los performances de Obregón, Zerpa o Perna
(acaso filmados por Carlos Castillo). La revisión de la prensa
puede revelar pistas tales como el pequeño aviso de Perna
publicado en julio de 1977: “Hoy en 11 Tipos arte con la /
Orquesta Una escul / tura sonora de / Claudio / Perna / con el
Grupo Chicless de / Antonio Molina / Sala Mendoza / de 11
am a 1 pm”; el cual se complementa con una foto anónima
intervenida, que el mismo Perna titula “Arte con la orquesta.
Una escultura sonora. 1977” (Col. GAN), en la que un grupo
96
de hombres posa con una vitrina al fondo, sus rostros han
sido borrados y el artista escribe: “Por último quedará el es
píritu y desaparecerán los apóstoles”.
Al volver a ver, en balance general, las obras de Von
Dangel, Perna, Quintero, Pujol, Obregón, Mazzei, Becerra,
Dorrego, Briceño y Stone, apreciamos, en medio de claras
diferencias, en interés por la naturaleza, la renovada aproxi
mación al estudio y certificación del medio ambiente.
Flora, natura, país, concebidos como aventura y sensualidad
humanas. Paisajes como variantes de mapas, escrituras, so
portes, memorias, territorios o realidades imaginarias. Esos
creadores podrán nutrirse en Reverón o en Gabriel Morera e
irradiar influencias o ejemplos en Luis Villamizar, Yeni y Nan,
Teresa Torras, Alberto Asprino o Pedro Terán. Esa mirada a la
naturaleza será uno de los grandes aportes temáticos de esta
generación a la comprensión del arte en Venezuela. Según
sus fraseos, el paisaje, las más de las veces, fue concepto y
nuevas percepciones. Como tal fue investigado por María
Elena Ramos en Arte y Naturaleza (compilación de artícu
los, publicado en 1987).
Tal tema será persistente en los creadores contemporá
neos. En 1975 y en torno a la idea según la cual “En el desa
rrollo del Arte, la Naturaleza ha sido uno de los centros de
atención primordiales de los artistas”, se reunieron Perna,
Dorrego, Barboza, Pacheco Rivas, Quintero, Oscar Machado
y Susy Iglicki, mientras que interés similar convocó, en 1981,
a Dorrego, Quintero, Fuenmayor, Stone, Mazzei, Alexis
Gorodine, Alfred Wenemoser, Barboza, Pancho Quilici, Mer
cedes Elena González, Antonieta Sosa, Obregón, Terán, Perna,
Pujol, María Zabala, Corina Briceño y Nadia Benatar, en nue
vas y plurales visiones del paisaje y del hombre; realidad
exterior, piel, tiempo, juegos y memorias.
En la década del setenta, los artistas impulsaron otras for
mas de ver y concebir lo real y lo imaginario; de tratar la
materia, de ocupar en espacio, de dirigirse a las personas.
Otros sentidos de la obra, de los medios y los soportes, se
pusieron en práctica, al igual que otras maneras de relacio-
97
narse con la tradición. Progresivamente, esas obras fueron
ocupando el escenario de la plástica en Venezuela hasta con
vertirse en equivalentes de nuestra contemporaneidad. Esta,
ya lo definía Roberto Guevara, podemos caracterizarla, por
ejemplo, como una “actitud diferente” del artista, no solo
hacia los materiales y los recursos de la ciencia, sino además
en “el desarrollo de la vivencia dentro de la obra de arte”.
98
TENDENCIAS AL FINAL DE LA DÉCADA
DE LOS SETENTA
99
Barboza, Antonieta Sosa, María Zabala, Héctor Fuenmayor,
Ana Maria Mazzei, Miguel von Dangel, Pedro Terán, Carlos
Zerpa y Angel Vivas Arias para concluir en Carlos Castillo,
Theowald d’Arago, Alfred Wenemoser, Yeni y Nan y Marco
Antonio Ettedgui, interesados en el arte del cuerpo y/o de los
procesos conceptuales.
En 1980, Diego Barboza celebró una muestra conme
morativa de los diez años de su Poesía de Acción, en los que
recordaba y exaltaba la comunicación colectiva en torno a
la obra, con humor, sorpresa y magia, en relaciones visua
les, táctiles y auditivas. Esa exposición marca el límite de
su experiencia en el espacio público y en una precisa expe
riencia de arte. En lo sucesivo, Barboza se dedicaría al di
bujo y a la pintura. Situación similar en Carlos Zerpa, quien,
como Barboza tuvo en la palabra, en el discurso, una de las
columnas de su trabajo y quien realizó una labor corporal y
de ambientación tanto en Caracas como en otras ciudades,
indagando en lo popular, mitologías, religiones y la curio
sidad del hombre y, a través de la acumulación de objetos,
con los que hacía sus “Vitrinas” y otras composiciones, se
acercó a planteamientos propios de la pintura. Tres piezas
refieren la culminación de una etapa de su proceso creador:
“Homenaje a la Lux y a la Casa Zerpa”, 1981 (Col. MACCSI),
Ese bolero es mío” (Col. MBA), y, “Mi mamá me mima y yo
en Capanaparo”, 1984 (Col. GAN). La primera es un enorme
collage, con toda suerte de estampas, barajas, escapularios,
postales, fotos que aluden a la patria, la religión, los artistas
de cine, los amigos, la familia, la publicidad y el propio
artista. Son cuatro pisos de imágenes y pequeños objetos,
equilibrados, reiterados, acumulados. La segunda tiene un
gran afiche de Cabré por fondo. Así, en el espacio de El
Avila transcurre su collage. La tercera vitrina es pictórica.
Consta de tres cuerpos. Abundan las armas blancas y la
pintura roja, infernal. Al centro, el retrato de la madre del
artista.
La performance y la insistencia sobre una idea, caracte
rizará el trayecto de Antonieta Sosa, quien reitera, desde
100
1978, ciertas ideas como son lo racional, lo mínimo, la
intervención espacial, la descomposición, la danza y la
noción de una escultura que es repetición modular y ra
cionalidad en la geometría pura y un lugar blanco e infini
to, que hacen de su silla-cubo-línea-espacio prolongación
de la artista. El sonio y la música, el diálogo, el apoyo en
compañía de bailarines, el largo silencio de la artista ante
el público y, en ocasiones, el video (de Carlos Castillo),
son sus recursos expresivos. De su obra debe recordarse “A
través de las sillas”, de 1978; “Conversación con Baño de
Agua Tibia”, en la GAN, en 1980 y, en distintas fases,
“Casa”, evento ritual con la participación de espectadores
y sus amigos, en 1981.
Héctor Fuenmayor volteaba, en 1971, los cuadros con
tra la pared y mostraba la forma del bastidor y el anverso de
la tela para significar una nueva situación en torno a los
mismos: la obra sería su idea no visible. Su pensamiento
estético se funda en la duda, en lo puro, en lo contradicto
rio. Luego de su exposición de 1979, en la que se internaba
en el proceso, semántica e intención de la obra, se apartó
del escenario artístico para reflexionar su condición de hom
bre y creador.
Pedro Terán fue autor de dos individuales memorables:
“Cuerpo de Exposición”, en el Ateneo, en 1975 y, “Blancas
Paredes”, en el MBA, en 1976, donde su figura era una escul
tura viviente, durante un lapso de dos semanas. Luego, por
sus gestiones, Fundarte aceptó el programa de arte no con
vencional que se realizó en 1980. Terán indagará la estética
del espacio y de la historia. Por otra parte, será un destacado
profesor de la Escuela de Artes Plásticas -igual que Antonieta
Sosa- y promotor de eventos de arte nuevo.
Eugenio Espinoza compartió experiencias de arte con
Pema y, aparte de proponer obras para la escala de la ciudad,
en proyectos realizados en postales, hizo intervenciones en
la naturaleza, empleó su propio cuerpo como obra o para es
tampar mensajes o consignas artísticas; hizo de la cuadrícula
eje y concepto de su plástica, abierta y en tránsito hacia el
101
volumen; y también actuaba al tomarse como imagen cierta
que imitaba su figura proyectada, hasta hacer coincidir y di
solver dos tiempos diferentes.
Ana María Mazzei se expresa como pintora y su tema
será la huella del hombre en la naturaleza, su escritura, su
memoria, sus sentimientos y transparencias. El soporte de su
pintura fue primero el vidrio y luego la madera. Así creaba
ambigüedad entre pintura, soporte y representación. La pala
bra, legible, será parte integral de su pintura. Lo tridimensional
estará siempre latente en su concepción plástica. Expuso in
dividualmente en 1974, “Secuencias”.
María Zabala abarcó varios campos expresivos como son
la pintura, el dibujo, la gráfica, la fotografía y el arte de com
putadora. Su obra giró entre el constructivismo y lo minimal,
lo racional y lo puro. Hizo de la línea el eje de su obra, sea
estructura, luz, elemento óptico, espacio de color o límite del
vacío. Desde 1972 incorporó el tubo de neón, con lo que su
noción de la línea adquirió otras dimensiones. En la edición
1981 de Once Tipos presentó un conjunto de obras tituladas
“Computer Print”, todas de 1973.
Miguel von Dangel se internó en el barroco, lo religioso,
la historia y la fauna americanas para desmitificar los procesos
de comprensión tanto del hombre como de la obra plástica.
Su quehacer siempre ha estado a medio camino entre la pintura,
la escultura y el ensamblaje, categorías redimensionadas por
su propia personalidad. Su “Retrato espiritual de un tiempo”,
de 1972, que representaba un perro crucificado, define la
intensidad de una obra y las pasiones que la misma desata.
Expuso en 1974 y 1977. Una parte importante de su obra es
sobre papel, en particular sus mapas de Venezuela, desde 1980,
en los que toma la cartografía nacional como soporte
interpretativo del país.
Angel Vivas Arias se desempeñaba como pintor pero, a
partir de 1978, inició sus “Intervenciones Gestuales”. Segui
damente, desde 1979, se consagró a sus “Libros”, que eran
ensamblajes que tenían como eje libros encontrados al azar.
Asimismo estarán sus “Objetos” en los que combinaba la pieza
102
y la escritura, el objeto artesanal e industrial, la asociación a
la acción del hombre y a la reinvención de algún sentido por
el artista quien, además, bien podía caminar por encima de la
obra o cargar con ella, para simbolizar el desplazamiento
permanente -no en vano trabajaba con maletas y baúles- y la
condición de nómada.
Desde 1974, Milton Becerra hizo algunas intervenciones
en sitios desolados de la ciudad, de las que solo quedó su
registro fotográfico: líneas de tela negra sobre muros o venta
nas semi caídas o en plena calle, para simplemente eviden
ciar un contraste. El objeto del arte devino entonces en el
concepto de una situación. Así, Becerra buscaba superar la
influencia geométrica y cinética que inicialmente registraba
su obra. Luego sería a partir de texturas y las cuerdas que la
envuelven, que el artista halló en la naturaleza el potencial y
las relaciones mágicas de su obra como escultor.
Ese primer grupo de artistas pronto encontró continuidad
en las acciones de otros jóvenes. Yeni y Nan trabajaban como
pareja y sus exposiciones incluían performances: “Nacimien
to”, 1979; “Presencias”, 1980 y “Acción Divisoria del Espa
cio”, en 1981, por citar sólo tres. Ellas incorporaban a sus
danzas y movimientos corporales, lo sonoro -sea la música o
sonidos varios según el caso-, la proyección de diapositivas
y el silencio. De sus acciones hacían amplio registro fotográ
fico (en lo cual también debe anotarse el crédito del fotógra
fo Carlos Germán Rojas). El agua fue el elemento de expre
sión, metamorfosis y símbolo característico de su propuesta.
Alfred Wenemoser realizará sus performances en 1981 y en
uno de ellos fue enterrado en el Parque Los Caobos. Las me
táforas de la muerte y las ideas de la identidad son sus sujetos
de acción. Marco Antonio Ettedgui era estudiante de la Es
cuela de Periodismo, actor y columnista de El Universal,
donde se ocupaba de estas manifestaciones artísticas con
especial dedicación. Desde 1979 se interesaba por el per
formance y los nuevos medios. Postulaba la tesis de “Arte e
Información para la Comunidad”, y hacía de su narcisismo
el eje de sus actividades en las que, paradójicamente, ha-
103
bían fuertes referencias políticas o, en todo caso, de crítica
a lo social y político de nuestro medio. También introdujo
el arte oral y en sus performances tenía mucha importancia
los contenidos de sus discursos. Ettedgui fue un factor de
convergencia para los artistas conceptuales y, al igual que
sus compañeros, estuvo en la Bienal de Medellin (Colom
bia) de 1981, año en que perdió la vida en un accidente de
teatro. María Elena Ramos recordará al joven artista “por su
gesto de transparencia”.
Dos ideas son concomitantes a las funciones de los artis
tas antes citados: el espectador y la comunicación. Al respec
to, María Elena Ramos dirá con precisión lo siguiente: ellos
tienen una “aguda conciencia del público participante -y por
lo tanto público estimulado, o tocado, o concientizado, o
sensibilizado- y tienen también una aguda conciencia de
‘concepto por encima de objeto’, o de ‘vida por sobre arte’.
Estimulación, participación, concepto, vida, son palabras (y
no sólo éstas, por cierto) que remiten a una salida de sí mis
mo. Transformación del arte y de la vida, transformación de
la conciencia y transformación del otro necesitan de la co
municación”.
Luego, la disposición de apertura, de imaginación, del
compartir la experiencia creativa, la transparencia entre lo
mental y lo físico y, en fin, saberse portadores de una nueva
circunstancia de arte caracteriza los perfiles y las obras de
estos autores y, en consecuencia, de uno de los matices del
arte de la época.
Si bien todos los artistas que citamos realizaron eventos
personales, al menos hay dos manifestaciones colectivas
que representarían la culminación de la propuesta: “Arte
Bípedo” en la GAN, en 1980 (“Arte Bípedo porque el único
arte que tiene dos pies es el propio artista”, según el decir de
Ettedgui, promotor del mismo) y, “Acciones frente a la Pla
za”, en la Gobernación del Distrito Federal, en 1981. Am
bos contaron con una asistencia masiva, repercusión como
noticia en la prensa y la crítica atenta de María Elena Ra-
104
mos y Elsa Flores(1). Y será ésta última, justamente, quien al
estudiar estas presentaciones específicas, que incorporaban
nuevos lenguajes plásticos y estéticos, la noción de obra
abierta y la exigencia de otras metodologías de análisis,
escribía: “A veces el museo proporcionará pasillos, nichos,
jardines, como escenarios consagrados en que la acción se
desplegará para modificar el entorno o autorreflexionarse,
inscribiéndose entonces como obra de arte efímera, fugaz,
imposible de retener junto a los monumentos del pasado,
salvo por sus registros. Otras veces la acción será metalen-
guaje que jugará sobre el código preexistente de las obras e
hilvanará un comentario fundamentalmente gestual sobre
las mismas”. Sobre la idea de autorreflexión, el profesor
Juan Acha amplía en los siguientes términos: “el arte se ha
tornado autorreflexivo, vale decir, que el discurso sobre el
arte ha devenido obra de arte”.
105
papel constituían los recursos comunes a Barboza, autor de
“Proyecto para la Caja del Cachicano”, 1974, y “Arte como
Gente y Gente como Arte”, 1975; los dibujos sin titulo de
Espinoza, de 1974; “Desarrollo en el tiempo: nacimiento, ma
durez y muerte de una rosa, y cómo simultáneamente se modi
fica la resistencia de sus formas en el espacio”, conjunto de
veinticuatro dibujos de Obregón, de 1975; “Mano, mano,
mano, mano”, 1974 y, “30 Corazones”, “MBA” y “Mongol
480”, todos de 1975, de Pema, debidamente sellados y firma
dos, en medianos formatos y con un espíritu de libertad que
estremecía todo el academicismo pictórico imperante (ade
más, Pema citaba, como propio, hitos culturales, plásticos,
iconográficos, como signo temprano de posmodernidad) y, fi
nalmente, “El valle pedregoso”, “Laderas y árboles” y “Lomas
verde oliva”, todos de 1975, de Quintero. El dibujo, pues,
como concepto. Esto trajo como consecuencia que el género
fuese revalorado, para lo cual harían importantes aportes artis
tas como Gego, Luisa Richter o Alirio Palacios, y el interés que
mostraban los más jóvenes, como decir Jorge Pizzani o Pancho
Quilici. En consecuencia, el dibujo figuraba con normalidad
en casi todas las exposiciones que para la fecha se efectuaban.
En el tránsito preciso entre las artes de concepto y el di
bujo, tenemos una parte significativa de la obra de Claudio
Perna. “Carta de Yoko Ono” y “Percepción del espacio artís
tico”, ambos de 1978, muestran un dibujo no gráfico tan
relevante como aquel sin papel (ni marco) de Gego, de 1976,
en alambres de acero inoxidable y canutillos. Al crear un
espacio y sus valores, profundidad y planos y los cuerpos
que lo habitan, con palabras, frases, conceptos y textos, la
escritura de Perna pasaba entonces a ser imagen: palabras y
palabrerías, expresiones y voces que inventan y evidencian
un lugar, cual es el del dibujo. La palabra, la frase, las ideas,
hacen un espacio verídico, para situar y certificar. Así, la pa
labra no solo es para imaginar, hablar o hacer conocimiento
sino, incluso, para ver.
Gego era escultora, grabadora, dibujante y profesora, cuya
obra de fundamento constructivista y minimalista, marchaba
106
a contracorriente del oficialismo cinético (No en vano Alfre
do Boulton se permitía ignorarla). En la época expone con
regularidad, 1970, 1971, 1972, 1973, 1975, 1977 y 1980. En
1981 la GAN consagra un espacio permanente a su “Reticu-
lárea”. En 1979 obtuvo el Premio Nacional de Artes Plásti
cas. Sus “Chorros”, “Flechas”, “Reticulárea”, “Troncos” y
“Redes”, son ejemplos de una obra conceptual, experimental
y abierta que ejercía influencia entre los jóvenes artistas. Aun
cuando la vanguardia parecía marchar con caminos antagó
nicos a su obra, era una referencia enorme.
Tanto la disciplina del dibujo como las artes gráficas y
sus fraseos figurativos tuvieron un atento impulsor en la crí
tico Marta Traba. Ella pensaba que el dibujo figurativo de
los años setenta representaba no solo la oposición a corrien
tes foráneas del arte -y más específicamente el cinetismo-
sino además una cualidad del arte latinoamericano. Así lo
escribía en su polémico libro Dos décadas vulnerables en las
artes plásticas latinoamericanas, 1950/1970\ que fue publi
cado en 1973, y que constituyó un texto para el debate de
ideas. “No se puede estimar la tarea del dibujo, decía, como
una manifestación de modestia o de limitación personal, sino
como el deseo manifiesto de volver a ver, revisar y comunicar
la visión del mundo a su alrededor”. Luego, el dibujo como
obra, “como recuperación de la memoria y recopilador de
datos”, pero no como realismo -y así lo advertía inmediata
mente Marta Traba. Dibujo concomitante a una violencia, un
desgarramiento de la imagen y fragmentaciones propias de
un continente y su historia. Entusiasmo por el dibujo y el
grabado que, en Venezuela, tuvo un excelente promotor en
Luisa Palacios y en la educación alternativa ante la crisis de
la Escuela de Artes Plásticas de Caracas, y que pronto se tra
duciría, tal como se apreciaba en Latinoamérica, en salones
anuales o bienales dedicados a la disciplina.
Ciertamente contribuyó a este creciente interés un pro
grama regular de la Sala Mendoza: las colectivas Dibujos &
Acuarelas, que se realizaron a lo largo de la década y que
mostraban toda una amplia gama de procesos y criterios en
107
tomo a la obra sobre papel, con los más diversos y calificados
autores(2).
108
noticia cultural, lo cual estimulaba la promoción de las ex
posiciones. Por su parte, Roberto Guevara proseguía su labor
crítica (su columna aparecía todos los martes en el diario El
Nacional) y entonces tomaba el caso de Stone para simboli
zar la evaluación de los lenguajes posibles, los procesos de
madurez, la capacidad para ensayar senderos personales, así:
“su trabajo minucioso, soterrado, como un tejido más orgáni
co que artificial, revela la inquietud por entrar en un domi
nio de precisiones y firmeza; pero esta aptitud se nutre del
deseo de avivar sus propias reservas expresivas, hacia la crea
ción de seres totalmente inventados y fantásticos con los cuales
señalar lo que él mismo considera un ‘crecimiento’ probable
mente sensual y afectivo, seguramente extraño y perturba
dor, efectivo por lo tanto y capaz de transmitimos lo que hoy
son sus proposiciones o inquietudes”. Incuestionablemente,
lo figurativo y lo irreal, los trastos de una memoria urbana y
lo orgánico, en base a una técnica mixta, lápiz o plumilla,
tinta china, acuarela y creyón, siempre sobre papel, confor
maban sujetos y recursos comunes a la mayoría. Así, en el
segundo salón fueron distinguidos Ernesto León, Víctor
Hugo Irazábal, Alirio Palacios e Iván Petrovszky, es decir,
distintas generaciones de artistas venezolanos, entre cua
renta y seis participantes (3). Tales salones marcarían una
nueva etapa del arte en Venezuela. Con las obras de Quilici
y León, en dos capítulos diferentes y personalísimos, se
plantea romper con el modelo de dibujo figurativo politi
zado y de alarde técnico que imperaba en dichos salones.
Quilici imagina un espacio renacentista en comunión con
la naturaleza perdida, mientras que León toma un objeto
simple, un paraguas por ejemplo, para redimensionar el hi-
perrealismo en un lugar fantástico.
109
El nuevo dibujo, observaba Juan Calzadilla, reaccio
naba contra el arte abstracto-constructivo, pero además se
considera como una categoría de valor, igual que cualquier
otra: “El término dibujo no tiene acepción despectiva frente
a la pintura y la escultura consideradas como géneros mayo
res”. Sin embargo, su destreza de oficio lo hacía preciosista y,
en ocasiones, postizo. Ese nuevo dibujo estuvo asociado con
las artes gráficas. De hecho, algunos maestros se desenvol
vían en ambas disciplinas, como Alirio Palacios o Luisa
Richter, y así se empeñaban Quilici, Benatar, Pujol, Gorodine,
Morawetz o Briceño.
En 1979, Calzadilla presentaba la exposición Manos de
Siempre. Signos de Hoy. Dibujo Actúa! en Venezuela, en la
GAN, donde se encuentran estas consideraciones en torno a
la obra de Felipe Herrera, Roberto Obregón, Héctor Fuenmayor,
Nadia Benatar, Corina Briceño, Emiro Lobo, Antonio Lazo,
Víctor Hugo Irazábal, Jorge Pizzani y Pancho Quilici, entre
otros. Era un “movimiento de dibujantes” de todo el país.
Así, para finales de los años setenta, el dibujo pasaba a ser
una prioridad en la ocupación de los artistas venezolanos. El
tiempo de experimentación, de la poética del cuerpo, de los
no-objetualismos, parecía llegar a la conclusión de su ciclo.
Entonces el dibujo se convertiría tanto en creación como en
furor de oficio, virtuosismos y anecdotismos. Ese dibujo des
plazó la atención sobre el arte conceptual. Además, en 1981
falleció Marco Antonio Ettedgui, lo cual incidió en el des
ánimo por las artes del corporales.
En este contexto, la cita de mayor importancia fue Inda
gación de la Imagen, 1970-1980, GAN, 1981, en torno a la
imagen figurativa, presentada por María Elena Ramos. En
tonces fueron convocados Claudio Perna, Diego Barboza,
Margot Romer, Julio Pacheco Rivas, William Stone, Roberto
Obregón, Ana María Mazzei, Antonio Lazo, Pancho Quilici,
Carlos Zerpa, Angel Vivas Arias, Pedro Terán, Héctor Fuen
mayor, Octavio Russo, Mari Carmen Pérez, Víctor Hugo Ira
zábal, Nadia Benatar, Ender Cepeda, Samuel Baroni, Cori
na Briceño, Felipe Herrera, Salvador Martínez, Jorge Pizzani,
110
Henri Bermudez, Fernando Asián, Theowaldo d’Arago e in
cluso Juan Calzadilla. Tal fue un balance de la década y de
un sentido del arte. Allí participan los artistas conceptuales
quienes aportan el tema de la naturaleza. El texto de Ramos
prueba que ya no existían manifiestos ni labor política por
parte de los artistas, incita a la comprensión de la historia
como presente, certifica “la baja calidad de la enseñanza pic
tórica” en Venezuela y la alternativa de los institutos de dise
ño y gráfica; la ampliación del referente cultural de los artis
tas; el auge del dibujo debido a su pequeño valor económico;
el dibujo en otras escalas, no solo físicas sino en la definición
del mismo, éste como parte de una obra y por tanto valía su
pregunta: “¿dónde termina, actualmente, un dibujo y empie
za cualquier otra disciplina?” y, en fin, el aporte del arte con
ceptual, por todo lo cual constituye una suerte de declara
ción generacional o, al menos, la memoria e ilusiones de un
tiempo y unas ideas en torno al arte.
111
EL ARTE EN VENEZUELA. CONCLUSIONES
113
Central hasta “4 Murales” en el nuevo Museo de Arte Con
temporáneo, en 1974, aparte de la monografía que le consa
gra Boulton, en 1973; mientras que Cruz Diez también ten
dría una “Fisicromía” en la nueva sede del Banco Central,
del arquitecto Tomás Sanabria, 1973, la ambientación de color
en el piso del aeropuerto internacional, en 1974, y el “Muro
de Color Aditivo” a lo largo de la orilla izquierda del río
Guaire, en 1975, todas ellas como obras emblemáticas, tras
las cuales aprovechaban el impulso artistas menores como
Mateo Manaure, para ubicar sus policromías decorativas a lo
largo de la ciudad. De allí la posición crítica de Marta Traba
al desmontar los mecanismos ideológicos y artísticos del
poder. De allí, igualmente, el mérito de su libro. Mirar en
Caracas. Eran los años demagógicos de “la gran Venezuela”
cuando el dinero de la renta petrolera corría alocadamente a
manos llenas sin mayores destinos de utilidad social. La pin
tura se había vuelto banal tanto como cierta crónica de arte;
y las vulgares imposiciones mercantiles (que incluso harían
sus negocios con el MBA), que todo lo invadía,
pretendían dictar las pautas de lo que se entendía por arte.
En ese marco histórico surgió una nueva generación de
artistas, quienes más allá de su integración a la rica tradición
local de pintura, y con espíritu muy abierto a lo universal y lo
experimental, practicaron su propia expresión plástica. Las
rupturas conceptuales sucedieron desde el mismo momento
en que tomaron otros caminos, sea a partir de la llamada abs
tracción americana, los senderos de lo figurativo o de las
posibilidades del arte conceptual, desde donde se ensayaban
las visiones personales que caracterizarán el período.
Lo mejor de esa generación participó en la experiencia
colectiva que fue Once Tipos. Pero debe tenerse en cuenta
que si ese evento abierto de arte que fue Once Tipos sucedió,
fue, en primerísimo lugar, debido a la tenacidad de quien
ocupaba la posición de directora de la Sala Mendoza, es de
cir, Lourdes Blanco. Solo una persona de su carácter, de su
cultura, con su visión de futuro y su fe en los jóvenes y sus
planteamientos de renovación, podía resistir la pacatería, la
114
ignorancia y la arrogancia de una sociedad que no entendía
lo que sucedía en materia de artes y, en consecuencia, se
incomodaba ante las obras de Claudio Perna, Eugenio
Espinoza, Roberto Obregón, Héctor Fuenmayor, María Zabala,
Miguel von Dangel, Manuel Mérida o Carlos Zerpa. Por tan
to, Lourdes Blanco era la vigilia del arte de vanguardia en
Venezuela en los años setenta.
115
Los nuevos artistas pronto tomaron la ruta de Valencia
para asistir a la confrontación más importante de la plástica
en Venezuela: el Salón Arturo Michelena. Así, en 1974, ha
llamos a Diego Barboza, representado con “Expresiones en
una calle de Londres: 1970 en la Vía Portobello Market’’ y
“30 Muchachas en Ronda. Expresiones en Picadilly Circus”;
Ana María Mazzei, “Secuencia”; Julio Pacheco Rivas, “¿Aca
so la noche nos está cubriendo?”; Carlos Zerpa, Angel Vivas
Arias, Emerio Darío Lunar, Corina Briceño, José Campos
Biscardi, Valerie Brathwaite y Mercedes Elena González, entre
otros; mientras que en 1975 serían admitidos Julio Pacheco
Rivas, Beatriz Blanco, María Zabala, Sonia Márquez,
Wladimir Zabaleta, Mercedes Elena González, asi como María
Eugenia Arria, Carlos Medina, Nadia Benatar o Adonai Du
que, quienes anunciaban una nueva promoción de artistas.
En el salón del Ateneo de Valencia fueron premiados Bea
triz Blanco en 1973, por su obra “Presencia y Encuentro de la
Imagen Consigo”; José Campos Biscardi en 1974, con el
Premio Michelena, por su pintura “El día que inauguraron el
Campeonato Mundial de Fútbol Amateur” y, Julio Pacheco
Rivas por “¿Acaso la noche nos está cubriendo?”; en 1975 el
máximo honor fue para Wladimir Zabaleta, mientras que en
1976 correspondió a Pacheco Rivas y en 1977 a Margot
Romer. Esta confrontación tenía interés porque medía proce
sos del arte en el país.
Por ello resulta válido que cuando el crítico argentino
Jorge Glusberg estudie nuestro arte en sus vertientes experi
mentales, sean ambientaciones o acontecimientos, en un li
bro sin fecha pero seguramente de principios de los años
ochenta, afirme: “El video-arte, las performances, son tan re
presentativas como el Cinetismo de la elaboración del arte
venezolano de hoy”. El arte entendido como un proceso plu
ral de la sociedad.
116
Así, en el Salón de Jóvenes de 1979, la periodista María
Josefa Pérez comprobaba que entre las obras participantes
había muy poco arte abstracto: “Se nota, al primer vistazo,
que la abstracción geométrica, el cinetismo, lo constructivo,
no son, por el momento, objetivos de los jóvenes creadores y
que dentro de lo figurativo hay una destacada inclinación
hacia el surrealismo, que en opinión de algunos artistas no es
tal en Venezuela, sino un paralelo al realismo mágico que
existe en la literatura latinoamericana”. Ese referente con la
literatura enlazaba con una pintura de carácter narrativo, a la
moda en la época. El surrealismo, entonces, como sinónimo
de cierta pintura anecdótica y como obstáculo a una genuina
obra de arte. Esa situación en tomo al tránsito y predominio
de tendencias figurativas se repite, se reafirmaría en el si
guiente Salón de Jóvenes, de 1981, cuando la periodista Mara
Comerlati refiere que entre los expositores se observan in
fluencias mayoritarias de Borges y Alirio Palacios, pero tam
bién de Ana María Mazzei o Pancho Quilici. Era aquél un
momento preciso de nuestra historia de arte en que los postu
lados abstractos y geométricos cedían “frente al avasallante
arrastre de la figuración” y, pronto, ante nuevas conductas en
el arte de las ideas, del cuerpo, del antiobjetualismo. Y en
este aspecto deberá destacarse la labor docente de Pedro Terán,
Antonieta Sosa y Carlos Zerpa, consecuentes con sus plan
teamientos, en cuyas personas la vanguardia adquiere el rol
de formadores de nuevos artistas.
117
actitud de rebeldía con respecto al arte tradicionalmente en
tendido, que consistía en presentar, no tanto obras, como in
formaciones, proyectos, diagramas, desarrollos en el tiempo,
operaciones sobre la naturaleza, en una palabra modos-de-
ser-en-el-mundo, más que resultados definitivos e inmuta
bles”. Así, Once Tipos fue encrucijada ante los lenguajes con
temporáneos del arte. Su acción implicó una renovación de
la pintura, el dibujo, la fotografía y la escultura; una apertura
al arte del cuerpo, de la calle, de lo efímero y los procesos
mentales de la creación plástica.
En cuanto a la pintura, observamos un hecho formal: la
eliminación de los marcos, de las cañuelas, debido a que la
obra comienza desde el canto o borde. Esta fue una práctica
común a casi todos los pintores, desde William Stone y
Rolando Dorrego, hasta Ana María Mazzei, Julio Pacheco
Rivas, Eugenio Espinoza y Adrián Pujol. Luego, la pintura
surgía desde los extremos y se dirigía a los límites infinitos
del soporte y la materia.
Si algo careció este fragmento de la vanguardia de arte en
Venezuela, entre 1971 y 1981, fue de reflexión crítica propia.
En términos generales, el artista venezolano no escribe, care
ce de ejercicio teórico, no deja constancia de sus interroga
ciones o certezas. En esa fecha, Alejandro Otero y Manuel
Quintana Castillo también sobresalieron como escritores. Pero
tales son dos casos excepcionales y sus intereses como
analistas de arte eran distantes de los conceptos que maneja
ban Once Tipos. Entre éstos habían quienes sostenían un
discurso verbal extraordinario, tales los casos de Pema o Von
Dangel y, en ocasiones, a la larga, se iría conociendo el lega
do de su palabra escrita.
El arte contemporáneo no solo es para ver sino también
para participar e incluso para integrarse (física o mentalmen
te a un hecho estético específico). Arte en base a labor soste
nida, gestos, actuaciones, palabras, pasiones; intervenciones
fuera del museo y en la naturaleza, y de cuya constancia
quedan obras -una pintura de Mazzei, una escultura de Bece
rra, los objetos escultóricos y mentales de Lucena, los pro-
118
yectos de Espinoza, dibujos de Romer o Pujol, o la vivencia
y la transformación continua de la materia tal como propone
Manuel Mérida-, pero también fotos, sean de autor, de regis
tro o de concepto, películas en Super 8, videos, objetos-es-
culturas, papeles, documentos diversos, tarjetas postales, fo
tocopias, carpetas y papelería privada -Perna u Obregón-. Todo
ello por igual conforma lo que ahora se entiende por obra de
arte. La cual también abarca la memoria.
La nueva obra de arte también se manifiesta desde lo más
frágil y consistente, desde lo más ‘insignificante’ y duradero
como fueron las tarjetas postales. En el afán de establecer la
comunicación con el otro, de viajar por el tiempo y de inven
tar otra noción de obra de arte, estos autores recurrieron a las
postales. Diego Barboza imprimió su “Caja de Cachicamo”
(1975) para concretar una obra y como tarjeta de navidad;
igualmente lo haría con “Expresiones de la calle” o con las
acciones que llevó a cabo en otros países, como fueron sus
“Redes” londinenses de 1970. Claudio Perna se muestra a sí
mismo (fotos de Abel Nairn) desde su retrato de artista, sus
actitudes ante las obras de la historia del arte venezolano,
digamos su pose ante el yeso de “La Tempestad”, 1914, de
Lorenzo González; sus propuestas tales como “Lluvia, una
escultura social” (1979) que, además, es un extraordinario
tributo a “Un bar aux Folies Bergere” (1882), de Eduard
Manet; o sus performances, sea “Brutalmente Asesinado. Es
cultura psicológica” (1976), donde está tirado en el piso y
los ángulos de la habitación y la atmósfera son angustiantes
o “Arte en Vidriera” (1976), donde es maniquí. Las postales
de Perna costaban Bs. 1.50. Roberto Obregón tomaba una
postal corriente, que reproduce un tigre y escribía en letras de
molde una dedicatoria al escritor Jorge Luis Borges, “My
best recent portrait” (1975). Pero mientras ellos imprimían
aspectos de sus obras en el formato postal, Eugenio Espinoza
hacía de éstas, una vez intervenidas, el vehículo de su propia
expresión. En 1972 Espinoza tomaba cuarenta postales de
tipo turístico, con la reproducción de monumentos o paisajes
venezolanos (e incluso algunos foráneos), y trazaba a escala
119
su lona cuadriculada, en dibujos a tinta china como proyec
tos de envoltorios o disposición espacial, con las cuales hizo,
formalmente, una exposición. Así, la lona que dibujaba po
día ser en forma plana, lineal, de estrella o batida por el vien
to; ocupar un lugar determinado sea en la ciudad, los parques
o el mar, tanto en Caracas como en el interior del país. Una
variante en el proyecto era el dibujo de la cuadrícula negra
sobre el monumento a María Lionza, del maestro Colina,
identificando y transformando así un clásico de la cultura
venezolana, tal como hizo con La India del Paraíso o con el
Arco de Carabobo.
Fue un decenio de acciones y de llevar el arte a otras
proporciones, nociones y escenarios: desde introducir un
autobús (Ateneo, 1971) en la mismísima sala de exposicio
nes, o convocar multitudes para que entren y hagan la obra,
“Caja del Cachicamo”; hasta llevar al arte fuera del recinto
del museo y de las categorías establecidas (Perna, Zerpa,
Espinoza), lo experimental, expansivo e inestable (Mérida),
el apoyo en la tecnología (Zabala), para concluir con la regia
pintura (Pujol, Mazzei, Espinoza, Pacheco). Si los
“Penetrables” de Soto son para una versión oficial el emble
ma plástico del período, el caballo herido, encabritado y ba
ñado en petróleo de Von Dangel es igualmente el símbolo de
aquellos días y la expresión de la contracultura. Aquellos
fueron unos años en que se llegó al extremo de cuestionar la
materialidad misma del arte, del cual solo quedó el cuerpo
del artista (Perna, Terán, Sosa, Zerpa, Ettedgui) como único
soporte y de allí, de ese interrogar incisivo, se buscó a través
del dibujo y el grabado, reconstruir la remembranza de la
existencia y las miradas, que es como decir el testimonio del
hombre y el cosmos.
120
CRONOLOGÍA
Once Tipos y el arte en Venezuela.
1973
121
Presencia o el encuentro de la imagen consigo misma, expo
sición de Beatriz Blanco.
Pinturas y Esculturas, exposición de Rolando Dorrego.
Amarillo Sol, exposición de Héctor Fuenmayor.
Mamita, tápame que tengo frío, exposición, acumulaciones y
performances de Víctor Hugo Irazábal, Octavio Russo, Sal
vador Martínez y el fotógrafo Jorge Valí.
Cuidado, acontecimiento de Diego Barboza.
Exposición de Milton Becerra.
Exposición de Gabriel Morera.
Exposición de Zapata.
Angelina Lemmo publica De cómo se des-moron-a la histo
ria.
Elba Damast se residencia en Nueva York.
Asdrúbal Colmenárez, Francisco Salazar, Rafael Martínez,
Pedro Terán, Diego Barboza, Víctor Lucena y Manuel Mérida
exponen en Londres.
Exposición del artista francés Arman.
Juan Liscano continúa editando la revista Zona Franca.
La serie de grabados Suite Vollardáz Picasso se exhibe en el
MBA.
Se realizan elecciones y Carlos Andrés Pérez es electo Presi
dente de la República con 2.130.743 votos, que representa
el 48 % del electorado.
Se funda el Museo de Arte Moderno “Jesús Soto”, en Ciudad
Bolívar. Alfredo Boulton publica la monografía Soto. Expo
sición del artista.
Roberto Guevara y Marta Traba se mantienen muy activos
como críticos de arte.
122
1974
123
Exposición de Diego Barboza. Además, presenta en el Par
que del Este el Acontecimiento “La Caja del Cachicamo” y,
en el Ateneo de Caracas, “Cachicamo Uno”.
Milton Becerra inicia sus intervenciones en el espacio urba
no, tanto en casas en ruinas en la urbanización Longaray, de
El Valle, así como las “Rocas Pintadas”, en Lomas de Prados
del Este.
María Zabala realiza su obra a través de la computadora.
Se inicia la construcción de la nueva sede del Ateneo de
Caracas, edificio de Gustado Legórburu.
Lucubraciones, exposición de Julio Pacheco Rivas, presen
tado por Marta Traba.
Documentación Falsa, Fotografías, Dibujos y Serigrafías, ex
posición de Eugenio Espinoza.
Se reglamenta la Zona Protectora del Area Metropolitana de
Caracas.
Forma-Color, exposición de Pedro Tagliafico.
Secuencias, exposición de Ana María Mazzei.
El Pozo de Vidrio, exposición de José Antonio Quintero.
Exposición de William Stone.
Serigrafías y Dibujos, exposición de Rolando Dorrego.
Hanni Ossott publica Espacios para decir lo mismo.
Claudio Perna hace “Frottages” con clisés de prensa y fotos
Polaroid. Asimismo realiza dibujos a partir de dibujos de
Héctor Fuenmayor.
Exposición de Corina Briceño.
Fallece el diseñador Larry June.
Se establece el Sistema Nacional de Bibliotecas y Sistemas
de Información.
124
Exposición de esculturas de Zitman.
Bárbara Brandli publica el libro de fotografías Los Hijos de
la Luna.
Exposición de Régulo.
Marta Traba publica Mirar en Carcas.
Exposición de Ramón Vásquez Brito.
Se establece el programa de becas Gran Mariscal de Ayacucho.
Sobre Kistsch, exposición de Diego Barboza, Beatriz Blanco,
Rolando Dorrego, John Lange, Perán Erminy, José Antonio
Quintero, María Zabala y Margot Romer.
Salvador Garmendia publica Memorias de Altagracia.
Exposición de treinta y nueve obras de Sam Francis en la
Sala Mendoza.
Soto expone en el Museo Guggenheim de Nueva York.
1975
125
Herrera, Beatriz Blanco, María Zabala, Hugo Newton, Angel
Peña, Miguel von Dangel, José Antonio Quintero, Sonia
Márquez, Salvador Martínez, Julio Pacheco Rivas, Angel Vi
vas Arias, Eugenio Espinoza, Ender Cepeda, Alexis Mujica,
Zerep, Henry Bermudez y Carlos Zerpa.
La Naturaleza, propuestas de Diego Barboza, Rolando
Dorrego, Susy Igliki, Oscar Machado, Julio Pacheco Rivas,
Claudio Perna y José Antonio Quintero, en la Galería Banap.
Dibujantes Jóvenes Venezolanos-. Diego Barboza, Eugenio
Espinoza, Sonia Márquez, Roberto Obregón, Jorge Pizzani,
Claudio Perna, Alirio Palacios, José Antonio Quintero y Dia
na Roche, en el Museo de Bellas Artes.
Miguel von Dangel inicia la creación de su escultura “Mo
numento”.
Alirio Palacios, que estuvo residenciado en Ginebra y
Cracovia, regresa al país.
Páginas Amarillas, exposición de Richard Smith en el
MACC.
Gráficas, exposición de Andy Warhol en la Sala Mendoza.
Películas, infiltraciones y exploraciones, películas y foto
grafías de Claudio Perna en Bogotá. En Caracas presenta
una exposición de fotos polaroid en la Galería Banap y
Autocopias, con xerox, en el Museo de Bellas Artes.
Hombres de Maíz, exposición de Angel Vivas Arias.
Esculturas y Serigrafías, exposición de Rolando Dorrego.
La Palabra Muestra, exposición de Héctor Fuenmayor.
Cuerpo, exposición de Pedro Terán.
Exposición de Valerie Brathwaite.
Dibujos, exposición de Mercedes Elena González.
Exposición de Mary Brandt.
126
Exposición de Jorge Stever.
Exposición de Soto en la Galería Arte Contacto.
Exposición de Gego en el Instituto de Diseño.
Exposición de Jacobo Borges.
Exposición retrospectiva de Alejandro Otero. El artista con
tinúa trabajando en sus esculturas para espacios públicos y
escribe con frecuencia en la prensa.
Bárbara Brandli publica Sistema Nervioso, fotografías.
Alfredo Boulton publica el libro Cruz Diez.
Angel Rama publica Salvador Garmendia y la narrativa
informalista.
El Nuevo Grupo estrena Vida con mamá, de Elisa Lemer.
Crónica de un subversivo latinoamericano, película de
Román Chalbaud.
Guillermo Sucre publica La máscara, la transparencia.
Festival de Video Arte en el Museo de Arte Contemporáneo
de Caracas. Charlotte Moorman realiza performance con
Claudio Perna.
Todo el Museo para Zapata, exposición de pinturas, escul
turas y ambientaciones de Zapata, más programas de con
ciertos, recitales y eventos culturales (Simón Díaz, Morelia
Muñoz, Aquiles Nazoa), en el Museo de Arte Contemporá
neo. Masiva asistencia de público.
1976
127
Se crea el Taller de Artistas Gráficos Asociados, TAGA,
dirigido por Luisa Palacios.
El dramaturgo José Ignacio Cabrujas presenta Acto Cultural.
Braulio Salazar, Premio Nacional de Artes Plásticas.
Julio Pacheco Rivas y Margot Romer, premios en el Salón
Michelena. Exposiciones de ambos artistas.
Gego realiza “Dibujos sin papel”, con líneas de acero inoxi
dable.
Trayectoria, exposición de Francisco Narváez.
Exposición de Luisa Richter en el MBA.
Exposición de Iván Petrovszky en el MBA.
Exposición de aguafuertes y litografías de Pierre Soulanges
en la Sala Mendoza.
Estudio Actual presenta individuales de Yunkers, Morales,
Lam y Botero.
Los Desterrados, exposición de fotografías de Luis Brito.
Harry Abend se residencia en Londres.
Diego Barboza edita y dirige “Buzón de Arte/Arte de Buzón”.
Se nacionaliza el petróleo. Se constituye la empresa Petró
leos de Venezuela.
Nuevo decreto sobre la Zona Protectora del Area Metropoli
tana de Caracas.
Luis Villamizar realiza experiencias de arte en la calle.
Se publican dos revistas de literatura, Falso Cuaderno, diri
gida por José Balza y, Hojas de Calicanto, de Antonia Pala
cios.
Rastros, exposición de José Antonio Quintero.
Los Lenguajes, exposición de Angel Vivas Arias.
128
Blancas Paredes, exposición de Pedro Terán.
Exposición de Pedro Tagliafico.
30 Dibujos dedicados a los Poetas, exposición de Jorge
Pizzani
Arte en Vidriera, performance, y Artistas y Deportistas, ex
posición de Claudio Perna en la Librería Cruz del Sur.
Módulos Programados, exposición de Milton Becerra.
Obras Ambientales, exposición de Manuel Mérida.
Novísimos colombianos en el MACC. Texto de Marta Traba.
Se publica la Revista Escena, dirigida por Pablo Antillano.
Exposición de grabados de Gabriela Morawetz.
Exposición de José V. Aponte Istúriz.
Táctiles Psicomagne'ticos, exposición de Asdrúbal Colme-
nárez.
Juan Calzadilla publica Trómpiz.
Una serie de castillos, fortines, ruinas e incluso el Camino
Real de los Españoles, ubicados en La Guaira, son declara
dos Monumentos Históricos Nacionales.
1977
129
Telas Rabiosas, exposición de Mary Brandt.
Primera exposición de litografías, serigrafías, grabados y di
bujos del Centro de Enseñanza Gráfica, Cegra, institución
dirigida por Luisa Palacios.
Dibujos, exposición de Mercedes Elena González.
Pinturas Clorofílicas, exposición de Angel Vivas Arias. Se
residencia en París.
Julio Pacheco Rivas viaja a París.
Eugenio Espinoza viaja a Nueva York.
Yeni y Nan viajan a Londres.
Talla Directa en Madera, exposición de Carlos Mendoza.
Viaja a Londres.
Festival de Diapositivas, animado por Claudio Perna, quien
además expone Trabajos Fotográficos.
Ida Gramcko recibe el Premio Nacional de Literatura, men
ción poesía.
Se crea el Instituto Autónomo Biblioteca Nacional.
El pez que fuma, película de Román Chalbaud.
Realidades Simultáneas, exposición de Beatriz Blanco.
Escorpiones de Venezuela, exposición de Miguel von
Dangel.
Pinturas, exposición de Adrián Pujol.
Exposición de dibujos de Gabriela Morawetz.
Exposición de Alexis Gorodine.
Exposición de María Zabala.
Exposición de José Sigala.
Se crea la Fototeca, sala y librería dedicadas a la fotografía.
El escritor José Balza publica D.
1 JO
Sergio Antillano y Hugo Figueroa Brett publican Artistas
del Zulia.
Luis Alberto Crespo publica Costumbre de sequía.
La autobiografía de Alejandro Otero es publicada por
Olivetti.
Hanni Ossott publica Gego. Exposición de la artista, Reticu-
larea. Hasta este año se mantiene activa como profesora.
Se crea la Universidad Nacional Experimental Francisco de
Miranda, con sede en Coro.
Exposición de Gerardo Aguilera Silva.
Exposición del artista mexicano José Luis Cuevas.
Exposición de Soto.
En Caracas existen cincuenta galerías o espacios expositivos.
Floreciente mercado “de arte”.
El poeta Rafael Cadenas publica Memorial.
Polémica entre Marta Traba y Juan Ñuño.
1978
131
Milton Becerra, que había trabajado en el Taller de Cruz
Diez, pasa a laborar con el Maestro Soto. “Vota Milton”,
acción en Longaray, El Valle, Caracas.
Angel Vivas Arias inicia sus Intervenciones Gestuales, en el
marco del arte corporal.
Isaac Charcón, El acompañante.
Antonia Palacios obtiene el Premio Nacional de Literatura,
mención poesía.
Maleconeros, exposición de Ender Cepeda.
Exposición de Jorge Stever.
Sobre lo Real, exposición de Víctor Hugo Irazábal.
Exposición de Alexis Gorodine.
Exposición de Paolo Gasparini.
Exposición de Francis Bacon en el MACC.
Luis Lizardo viaja a Londres.
Carlos Medina viaja a Carrara.
María Zabala viaja a Nueva York.
Oscar Pellegrino viaja a París.
Tras la iniciativa de Claudio Perna, varios artistas trabajan
en arte xerox.
El Agua como ciclo, exposición de Roberto Obregón.
Maderas, exposición de Ana María Mazzei.
Es electo Presidente de la República Luis Herrera Campins
con 2.487.318 votos, lo que representa el 46% del electorado.
El historiador Elias Pino Iturrieta publica Positivismo y
Gomecismo.
Exposición de fotografías de Cristian Belpaire.
132
Exposición de Alirio Palacios.
Exposición de mezzotintas y aguafuertes de Pancho Quilici y
Felipe Márquez.
Muere el escritor Guillermo Meneses.
Monólogos y Muros, exposición de Adrián Pujol.
Roberto Guevara publica Arte para una nueva escala.
El desempleo en el país afecta al 4% de la población.
Exposción de fotografía organizada por Sigala en el Museo
de Arte Contemporáneo.
Alfredo Boulton publica El arte de la cerámca aborigen de
Venezuela.
Ricardo Armas publica Venezuela, fotografías.
Carlos F. Duarte publica Pintura e Iconografía Popular
de Venezuela y Los Maestros Fundidores del Período Colo
nial en Venezuela.
1979
133
Exposición de David Smith y Robert Motherwell en el MACC.
Obras Maestras de Armando Reverán, exposición en el Mu
seo de Arte Contemporáneo. Alfredo Boulton publica la se
gunda edición de su ensayo sobre el artista. El Dr. Mayz
Lyon organiza una exposición y ciclo de conferencias en la
Galería La Pirámide.
Color, Piel, Presencia Meditada, exposición de Mercedes
Pardo, en la GAN.
Exposición de Pancho Quilici.
Exposición de Antonio Lazo.
Dibujos Musicales, exposición de Miguel von Dangel.
Avila, Rocas y Sueños, exposición de José Antonio Quintero.
Exposición de fotografías de Luis Brito.
Exposición de Alirio Palacios.
Exposición de dibujos y grabados de Corina Briceño.
Video Performance en la Sala A de la UCV, con Sonia Sanoja,
Diego Risquez, Carlos Zerpa, Luis Villamizar y la periodista
Margarita D’Amico, entusiasta promotora de esta modali
dad artística.
José Ignacio Cabrujas, El día que me quieras.
Elisa Lerner publica Yo amo a Columbo.
Se crea la parroquia Caricuao, en Caracas.
Ildemaro Torres publica Zapata.
“Nacimiento”, performances de Yeni y Nan.
La premisa es dudar, exposición de Héctor Fuenmayor.
“Yo soy la Patria” y “Señora Patria, sea usted bienvenida”,
performances de Carlos Zerpa.
Soto expone en el Centro Pompidou de París.
134
1980
135
Alfabeto Polisensorial, exposición de Asdrúbal Colmenárez
en la GAN.
Exposición de esculturas de Harry Abend.
Serie de performances de Marco Antonio Ettedgui, quien
además escribe en El Universal sobre las artes corporales y
conceptuales, el teatro y la televisión.
Veintiséis aereolíneas internacionales operan en el país.
Espacio Blanco, exposición de Francisco Salazar.
De ¡o racional en la emoción, exposición de Rolando
Dorrego.
Exposición de Noemí Márquez.
El historiador Germán Carrera Damas publica Una nación
llamada Venezuela.
Roberto Guevara presenta la exposición Grabado Antiguo,
Grabado Nuevo, Grabado de Siempre, con obras de Daumier,
Posada, Goya, Piranesi, Rembrandt, Picasso, Luisa Palacios,
Gego, Mercedes Pardo, Alejandro Otero, Víctor Valera, Alirio
Palacios, Ruth Bess, Ana María Mazzei, Adrián Pujol, Alexis
Gorodine y Pancho Quilici.
Exposición de Julio Pacheco Rivas.
Espejismos, exposición de Gabriel Morera.
Carpología y Lonografía, exposición de Adrián Pujol.
Exposición de Luisa Palacios.
Exposición de Carlos Herrera en la GAN.
1981
136
A propósito del Salón Nacional de Jóvenes Artistas, Alejan
dro Otero invita a debate.
14por sua corita e risco, artistas venezolanos en la Bienal
de Sao Paulo: José Campos Biscardi, Ender Cepeda, Rolando
Dorrego, Ana María Mazzei, Carmelo Niño, Julio Pacheco
Rivas, Angel Peña, José Antonio Quintero, Azalea Quiñones,
Margot Romer, William Stone, Lilia Valbuena, Vladimir
Zabaleta y Carlos Zerpa. Comisario, Roberto Guevara.
Bienal de Medellin. Artistas: Pedro Barreto, José Antonio
Dávila, Víctor Hugo Irazábal, Ana María Mazzei, Gabriel
Morera, Adrián Pujol, Edgar Sánchez, William Stone,
Vladimir Zabaleta, Carlos Zerpa y Rubén Núñez. Comisa
rio, María Elena Ramos.
Indagación de la imagen. Segunda Parte. Galería de Arte Na
cional. Texto del catálogo de María Elena Ramos.
Acciones frente a la Plaza. Performances de Diego Barboza,
Alfred Wenemoser, Carlos Zerpa, Antonieta Sosa, Pedro Terán,
Yeni y Nan y Marco Antonio Ettedgui.
Obras de Léger, Kienholz y Dubuffet ingresan a la colección
del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas.
Fallece el expresidente Rómulo Betancourt.
Mauro Mejías y Alexis Mujica, premios en el Salón
Michelena. La designación de Mejías, un pintor surrealista
de relativos méritos, crea una polémica en torno a la validez
de la decisión de un jurado en un momento dado.
La Naturaleza y la Huella del Hombre, exposición en la Sala
Mendoza.
Miguel von Dangel viaja a Europa.
Teresa Gabaldón se residencia en Nueva York.
Jorge Pizzani se residencia en París.
137
Dos obras de Alirio Palacios que se encontraban en el Museo
de Bellas Artes, son tiradas a la basura, a una quebrada colin
dante a la institución. La acción vandálica causa impacto en
la prensa.
Representaciones, Foto-grafías y Acupunturas, exposición
de Claudio Pema. Escribe en la prensa.
Opus 64, exposición de María Zabala.
Exposición de la obra gráfica de Adrian Pujol.
“Integraciones en Agua”, performance de Yeni y Nan.
Alfredo Boulton publica La Margarita, fotografías.
Se inaugura el Teatro “Teresa Carreño”.
Se conforman dos grupos literarios, Tráfico y Guaire. En Trá
fico convergen Armando Rojas Guardia, Yolanda Pantin, Mi
guel Márquez e Igor Barreto, mientras que en Guaire se en
cuentran Luis Enrique Pérez Oramas, Nelson Rivera, Javier
Lasarte, Rafael Arráiz Lucca y Alberto Barrera.
Marta Traba publica un libro sobre Zitman. Fotos de Ricar
do Armas.
Colinas, Arboles y Valles, exposición de José Antonio Quin
tero.
El maestro Francisco Narváez realiza grandes esculturas en
piedra para espacios públicos.
Cada cual con su Santo Propio, exposición de Carlos Zerpa.
Muere el poeta Femando Paz Castillo.
Muere el tallista Juan Alí Méndez.
Muere en un accidente de teatro Marco Antonio Ettedgui.
138
FUENTES
Bibliografía.
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140
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Tesis de grado
Catálogos de exposiciones
-Colectivas:
11 Tipos. Sala Mendoza, 1 de abril de 1973.
10 Tipos. Sala Mendoza, 18 de mayo de 1975.
11 Tipos. Sala Mendoza, 23 de mayo de 1976.
11 Tipos. Sala Mendoza, 10 de julio de 1977.
141
Sensaciones Perdidas del Hombre. Introducción: Lourdes
Blanco. Presentación: William Stone. Sala Mendoza, ju
lio de 1972.
Segundo Salón Nacional de Jóvenes Artistas. Casa de la
Cultura de Maracay, octubre de 1972.
3er. Salón Nacional de Jóvenes Artistas. Instituto Nacional
de Hipódromos, septiembre de 1973.
Salón Avellán, 1973, 1974 y 1975.
Piel a Piel. Presentación: Roberto Guevara. XII Bienal de
Sao Paulo, Brasil, octubre de 1973.
La Naturaleza. 7respuestas. Galería Banap, enero de 1975.
9 Dibujantes Jóvenes Venezolanos. MBA, diciembre de
1975.
Colección Permanente. GAN, enero de 1979.
Manos de siempre, signos de hoy. Dibujo actual en Venezue
la. Introducción de Juan Calzadilla. GAN, 1979.
/ Salón de Dibujo Nuevo en Venezuela. II Salón del Dibujo
Actual en Venezuela. Fundarte, sin fecha (1980).
Grabado Antiguo, Grabado Nuevo, Grabado de Siempre.
Coordinación de Roberto Guevara. Sala Cantv, octubre
de 1980.
Arte Bípedo. Reseña venezolana de Lenguajes de Acción.
Presentación de Marco Antonio Ettedgui. GAN, 1980.
Indagación de la Imagen, 1970-1980. “La figura en los años
setenta”, por María Elena Ramos. GAN, marzo de 1981.
Los Nuevos Dibujantes en Venezuela. Sala CANTV, 1982.
Cincoincidentes. Miguel von Dangel, Eugenio Espinoza,
Roberto Obregón, Felipe Márquez, Alfred Wenemoser.
Textos de Lourdes Blanco. Museo de Barquisimeto, ju
lio de 1984.
142
Uno, Wenemoser. Dos, Fuenmayor. Tres, Obregón. Cuatro,
Sosa. Curaduría y textos de Riña Carvajal. MBA, octu
bre de 1991.
-Individuales:
143
Re-presentaciones, fotografías y acupinturas. Claudio
Pema. Texto de Roberto Guevara. Sala Mendoza, 1981.
Carlos Zerpa. Ceremonia con Armas Blancas. Texto del ar
tista. Sala de Exposiciones de la Gobernación del Distri
to Federal, 1981.
Opus 64. Obras de María Zabala. Sala Mendoza, 1981.
María Zabala. Sín-tesis. Declaraciones de la artista a Axel
Stein. Sala Mendoza, 1983.
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Impresos diversos
144
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Postales
Documentos
145
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Arte Moderno de Nueva York”. El Universal, 8 de abril
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153
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