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Para Regina Carlysle, Helen Woodall, Bronwyn Green, Brynn Paulin y Julia

Rachel Barrett, quienes me han animado en diferentes puntos de mi vida. Me


habéis retado, puesto a prueba, amado, corregido, sostenido mi mano y
liberado de nuevo. No sé dónde estaría sin amigos como vosotros. Gracias.
Prólogo

EL hombre sostuvo la cara de Garth, una palma cálida y firme a cada lado.
Sus dedos tocaron los remolinos de encima de las orejas. Su pulgar acarició el
labio inferior de Garth. Las sombras escondían el rostro del hombre, hundiendo
las cuencas, la mandíbula, la garganta en la negrura, donde los niveles
estaban meramente iluminados en una oscuridad gris pizarra. Sin rasgos, sin
puntos de referencia faciales para distinguir al hombre de cualquiera de los
otros invitados.

Garth sabía lo que iba a pasar. Era imposible no saberlo, con la apreciación
con que lo sostenía y lo rígida que estaba la polla anónima que se apretaba
insistentemente contra él. Sabía que debía apartarse, y aún así rodear con los
dedos las trabillas vacías del cinturón del hombre se le hizo demasiado natural.

Era caliente, prohibido el reconocer y aceptar la invasión de su espacio por


parte del poder alto y delgado, el sentir el modo en que el hombre tenía
dificultades para recobrar el aliento y el rápido zumbido de su corazón cuando
sus pechos se encontraron.

Garth arrastró las manos hasta los costados del hombre, disfrutando de
las firmes crestas de la piel satinada a través del delgado algodón, las colinas y
valles del torso, y el gemido ahogado que su toque obtuvo de otro ser humano.
Había pasado tanto tiempo desde que había sido tocado. Era la única
racionalización que Garth podía atrapar, su explicación de por qué no se
apartaba.

Iba a ir al infierno, seguro.

El hombre no malgastó el tiempo, bajando la cabeza hasta que su cabello


rozó la frente de Garth. Eso debería haberle preparado, pero no existía
preparación para la complicada sensación de labios firmes y placer culpable al
ser saboreado en la oscuridad. Se siguió la corriente a si mismo pretendiendo
que no había buscado el beso, que no lo había alentado hasta que se le había
entregado guarecido por la noche. La verdad llamó a la puerta de su
consciencia, buscando al mentiroso.

Garth quería ese beso.

El hombre debió de sentir su duda inicial, porque se retiró, quizás para


permitirle algo de espacio. El aire más fresco de la noche tocando sus labios
húmedos y afiebrados demostró ser una perdida demasiado grande como para
que lo ignorase. Con un gemido gutural propio, volvió a acercar al hombre,
alzó el rostro hacía él, y consumó un momento irreversible de memoria táctil.

Un rostro familiar destelló detrás de los párpados de Garth cuando


imaginó a ese hombre y a éste, unidos en el que le estaba besando. Y esa fue
la verdad de su caída de la gracia. Si podía ser alguien, querría que fuese ese
hombre. Su imaginación espoleó su deseo y su deseo de actuar.

Deslizó las manos sobre el pecho del hombre, rodeó con ellas sus
hombros, trazó su garganta con dedos curiosos, y finalmente le sujetó más
cerca con firmeza todavía con las manos en cada lado de su rostro en un
abrazo urgente y reflejado.

—He querido hacer esto toda la noche,— susurró el hombre contra los
labios de Garth.

Las preguntas se tropezaron en su mente. No encontró la voz. Había


asumido que se le había confundido con alguien más. Pero ese hombre sugería
que sabía quién era Garth y que le había buscado fuera para el breve
encuentro.

El pavor se filtró por los bordes de la dicha. Saber quién era y besarle de
todos modos significaba que siempre habría alguien que sabría que había
cometido un desliz. Y aún así Garth no quería que el momento terminase, y no
habría otro como ése. Sabía a ciencia cierta que esa experiencia era singular,
porque no podía dejar que ocurriese de nuevo.

Labios cálidos se deslizaron sobre los suyos. Si iba a ser condenado,


entonces aprovecharía al máximo ese momento. La tentación diseminó sus
miedos en la noche. Garth abrió la boca, atreviéndose a tocar con la punta de
la lengua la del otro hombre. Su búsqueda encontró el borde duro de dientes,
y el hombre rió entre ellos. Garth se retiró, disgustado por intentar tomar
demasiado cuando el beso que se le había ofrecido daba alas a toda una vida
de fantasías que nunca había perseguido.

—No te atrevas a acobardarte conmigo ahora,— susurró el hombre con


brusquedad.

Sus dedos acunaron la nuca de Garth mientras le besaba con fervor. No


había escape del poderoso moldeamiento de sus labios o de la ofensiva de la
lengua del hombre mientras penetraba su boca con un objetivo seductor.

Las rodillas de Garth se aflojaron. Tratando de recuperar el equilibrio,


cambió su agarre para sujetar con firmeza los hombros del hombre. Su mundo
giraba. Ni siquiera el cerrar los ojos mantenía a raya la sensación de girar.
Deseaba. Oh Dios, deseaba.

El beso terminó, y su seductor en las sombras apretó la mejilla contra la


de Garth. —Quería llevarlo más lento. ¿Me perdonas?

Una risa histérica tartamudeó desde su pecho. ¿Perdón? ¿Cómo podía el


caído ofrecer el perdón a nadie? ¿Perdón? ¿Cómo podía Garth pedir el perdón
cuando no tenía la ilusión de desearlo? No había perdón sin arrepentimiento y
con un pavor enfermizo comprendió que él jamás se arrepentiría. El
arrepentimiento significaba avanzar, y ese desconocido, ataviado con la imagen
de otro hombre en la mente de Garth, le había capturado de forma efectiva
para el resto de los tiempos.

El Infierno le recibiría con los brazos abiertos.


Capítulo Uno

Tres años más tarde.

—¡PADRE RODERICK!— Susie Jennings saludó a mitad de camino de la


nave central.

Garth se ajustó el alzacuellos de plástico blanco que adornaba el cuello


negro, sonrió y asintió.

—Padre, tienes que unirte a la fiesta de la boda para la cena de ensayo,—


dijo Susie con entusiasmo.

Caminó rápidamente hacía él, su vestido de playa blanco agitándose con


un encanto femenino alrededor de sus rodillas y sus rizos castaños rebotando
contra la piel brillante. No había cambiado mucho en los doce años desde que
la había confirmado. Terry, su prometido, todavía la miraba con ojos de
adoración, y su sonrisa había permanecido soleada y dulce.

Ella y su hermano Eli habían sido los estudiantes favoritos de Garth.

—Deberías pasar esta noche con tu familia y amigos. Es importante


mantenerlos cerca y apreciar el hecho de que han venido todos juntos para ver
como te casas el amor de tu infancia.

—Tú eres familia. Te conozco desde siempre. Tienes que estar ahí.— Susie
hizo un mohín con gracia y parpadeó en su dirección con unos brillantes ojos
azules.

Garth rió entre dientes. —La última vez que esa mirada funcionó conmigo,
me convenciste para celebrar tu graduación de la universidad a seis horas de
aquí.

—¿Dime que funcionará de nuevo?— suplicó. —Si sólo te pido que me


hagas un favor cada tres años, ¿es eso mucho pedir?

—Terry tiene las manos llenas contigo, ¿no?— preguntó Garth, sabiendo ya
que iba a rendirse.
Ella se encogió de hombros, pero su sonrisa pícara le dijo que sabía
exactamente cuanta razón tenía.

El que se casara con su novio de la infancia le tocaba con una extraña


sensación de finalidad. Había recorrido el círculo completo con ella. Lo haría.
Iría porque ella se lo pedía y porque eso podría hacer descansar por fin las
oscuras fantasías de un amante desconocido con el que se había encontrado en
su graduación. Cerraba un capítulo que había sido abierto hacía tres años.

El punto final de su caída de la gracia. Le gustaban las cosas ordenadas.

EL PADRE GARTH RODERICK se veía tan asombroso como Eli Jennings


recordaba. EL cabello gris tocaba su sien de forma prematura, pero se veía tan
denso y suave como Eli sabía que era. Sus dedos ansiaban enterrarse en la
nuca del Padre Garth. Pero nunca se había atrevido a hacerlo a la luz del día.
Mirar dentro de esos claros ojos verdes le inundaba de miedo a Dios, producto
de sentarse durante muchas sesiones de estudio para la confirmación y de
asesoramiento con el estricto clérigo.

Siempre había respetado al Padre Grath, había querido complacerlo. Eso


había sido importante durante la difícil época de querer encajar de la juventud.
Fue al Padre Garth a quien acudió su madre cuando no consiguió que Eli
obedeciera. Y recordaba al joven cura que le había llevado a través de los
votos de la confirmación con la atención fascinada de Eli. Mirando atrás,
comprendía que había sido el desarrollo temprano del enamoramiento de un
joven.

Tener de nuevo su influencia años más tarde, cuando Eli había necesitado
orientación, sencillamente se sentía como una extensión de un modelo de rol
más sabio caminando con él por la edad adulta, llevándolo de la mano. No fue
hasta que finalmente dejó el instituto por la universidad que ese extraño vacío
de dejar el hogar había tomado por fin una identidad. Estaría dejando al Padre
Garth atrás. La perdida golpeó a Eli con más fuerza que el mudarse más allá
de las paredes del hogar familiar.

El Padre Garth continuó salpicando la mente de Eli durante los años


siguientes. En cada ocasión, Eli se convirtió más en un igual y menos en un
estudiante. Partidos de baloncesto uno contra uno en el aparcamiento de la
iglesia, uniéndose para ayudar a llenar cajas de zapatos para los militares en el
extranjero, el tiempo social entre las clases del domingo y los oficios religiosos;
todo engendraba familiaridad hacía una atracción más profunda por el hombre
de Dios.

Esa atracción se había convertido en un amor arrollador. Verle en la


graduación de Susie, solo a pesar de estar rodeado y apartado de los demás,
aunque incluido en la dicha, había quemado la presa de la emoción hasta que
Eli había actuado.

Deseaba al Padre Garth. Deseaba que se le permitiese ir más allá del puro
telón de su amistad y mirar al hombre como a un verdadero igual. Un amante.
Pero riesgos como ése tenían consecuencias. A menos que el Padre Garth
quisiera lo mismo, Eli jamás le pediría que sacrificase su llamada para estar
con él.

¿Acaso podía?

Observó como Susie usaba su encanto sobre el Padre Garth. Ella había
estado al tanto de los sentimientos de Eli hacía el hombre casi igual de pronto
que él. Pedirle que se asegurara de que el Padre Garth estuviese incluido en la
cena de ensayo había sido fácil. En ocasiones Eli pensaba que ella quería que
estuviesen juntos casi tanto como él lo hacía.

Sonrió ante el pensamiento. Su sonrisa se ensanchó cuando vio asentir al


Padre Garth.

«Entonces estará allí esta noche. Bien.»

La sonrisa fácil y rápida del Padre Garth precedió a la risa completa. El


estómago de Eli saltó cuando los severos hoyuelos siempre presentes en cada
mejilla se profundizaron con la alegría. Le dolió el pecho antes de que
comprendiese que había estado conteniendo el aliento.

—Creo que tres años es tomarlo con la calma suficiente,— murmuró Eli
para si.

—¿EN qué andas?— preguntó Garth, tomando un trago de agua del fino
cristal. Su boca se sentía reseca. Aunque trataba de mantener los ojos en los
novios, su atención se apartaba continuamente hacía el hombre a su lado.

—Llevo una nueva campaña publicitaria para Bruck,— respondió Eli.

—¿Bruck?— Garth llenaba el aire con una pequeña charla obligatoria. No


había razones para hacer preguntas personales como ¿Estás saliendo con
alguien? o ¿Te gustaría tomar un café conmigo alguna vez? Esas eran
preguntas que debían de estar fuera de los límites. Las respuestas no
cambiarían de forma fundamental lo que Garth podía hacer sobre eso, y
sabiéndolas... bueno, realmente no quería saber si Eli estaba saliendo
felizmente con alguien. Cuanto menos pensara en ello, menos culpable se
sentiría por desear que rompiesen. Mentalmente, evitó preguntarse por qué le
importaba.

Eli estiró el brazo y enseñó la gruesa muñeca dorada. Un vello oscuro


cubría parcialmente la porción que Garth podía ver bajo la manga
arremangada y debajo del gran reloj de acero inoxidable.

—Bruck Time Pieces. Lidero su campaña nacional.

—Felicidades.

—Gracias,— murmuró Eli, una ligera sonrisa estrechando a duras penas


sus labios carnosos.

Cayeron en un silencio incómodo. A Garth le parecía que ahí debían de


haber más palabras. Habían vivido mucho juntos. Eli había pasado de ser un
chico dulce a un adolescente agitado a un adulto socialmente consciente. Los
cambios en él eran sorprendentes.

Garth había pasado de un joven cura aterrorizado enseñando a un puñado


de niños mundanos e inteligentes a un hombre de confianza religiosa. Claro,
todavía enseñaba a niños mundanos e inteligentes, pero ahora lo hacía con
menos rigidez y mayor comprensión.

La edad le había enseñado eso. La edad que Eli todavía no tenía. No


durante otros diez años.

«No tengo nada que hacer pensando en Eli.»

Al principio había accedido a acudir a la cena para mostrar su apoyo a


Susie y a su familia, pero una parte de él había esperado tropezarse con el
hombre que le había besado hacía tres años hasta dejarle sin sentido.
Imaginaba que cualquiera de los amigos o familia que habían celebrado su
graduación en la universidad probablemente eran el mismo grupo de conocidos
que aparecerían para la boda. Aunque quizás no a la cena de ensayo.

Pero había estado esperando.

El hecho de que en sus recuerdos le hubiese puesto la cara de Eli a su


amante secreto no hacía nada para disuadir la atracción que sentía por el
hombre. Eli siempre había tenido un lugar especial en su corazón,
compartiendo una afinidad en pensamiento y humor.

Alto, de hombros anchos y bien formado, Eli era uno de los pocos hombres
que podía vestir un traje sin parecer que el traje le llevaba a él. La camisa de
vestir azul pálido seguía las líneas de su cuerpo, ajustándose estrechamente
todo el camino hasta la delgada cintura. Encajado en unos pantalones
igualmente a medida, Garth se había rendido ante la tentación de apreciar a Eli
de espaldas, el cual se veía aún más magnífico en la adaptación moderna y de
cintura baja de la ropa para hombres.

Sentía una profunda gratitud por la inspiración que había hecho que Eli se
quitase la chaqueta.

Los ojos de Garth vagaron sobre él de nuevo. Inevitablemente, se


desviaron y detuvieron en la uve de su camisa, donde Eli había desabrochado
los dos primeros botones. Era absolutamente demasiado y demasiado poco
para el bien de nadie. Allí, como en el brazo, el vello oscuro y delgado
salpicaba la obertura.

Tangencialmente, pensó que si, como en otros hombres, el vello estuviera


asomando fuera de la camisa, él no habría estado tan seducido por ese punto.
Pero la piel bronceada de Eli con una pequeña cobertura realzaba su
masculinidad más que ningún coche deportivo rojo o una descuidada cerveza
fría.

Eli era todo un hombre.

Garth arrancó la mirada para clavarla en la mesa de los regalos. Los


invitados habían estado pululando alrededor durante media hora o así. Alguien
golpeó el cristal con un tenedor e indicó a los invitados que tomaran asiento en
sus lugares asignados.

Garth lanzó una sonrisa estrecha a Eli. —Supongo que hablaré contigo
más tarde, Eli. Ha sido bueno ponerse al día.

«¿Qué ponerse al día? Apenas hemos dicho veinte palabras,» pensó Garth,
molesto.

La sonrisa de respuesta de Eli parecía tensa, cautelosa. —Mi hermana nos


ha puesto juntos.— Hizo un gesto hacía la mesa.

—Oh.
—Vamos, Padre Garth. Puedo ser una buena compañía.

Garth rió demasiado fuerte, demasiado fácil, pero la tensión se rompió y


se sintió como si le hubieran quitado un peso de los hombros. Hizo un
recorrido visual más por la habitación. Nadie le destacaba como el hombre al
que había besado hacía tres años. Siguió a Eli a la mesa, y se sentaron con
otros cuatro miembros de la familia.

Después de la plegaria y los brindis por una larga vida, buena salud y
niños abundantes, la conversación volvió a extinguirse.

—Entonces...

—¿Qué...— Eli rió entre dientes cuando hablaron los dos a la vez. —
Adelante,— le animó.

—Tú primero.

—¿Qué haces durante tu tiempo libre estos días?— preguntó Eli.

«Soñar despierto con un hombre y un beso que jamás debió ocurrir.» —


Oh, esto y aquello. Mayormente cosas que no se hacen durante las horas
normales. ¿Qué hay de ti?

—Algo bastante parecido,— confesó Eli.

—¿Vas a seguir los pasos de tu hermana?

—¿Matrimonio? Difícilmente. No estoy viendo a nadie ahora mismo.

—Oh. Eso es malo.— Garth esperó que no hubiese sonado demasiado


complacido. No debería estar complacido. Era un sacerdote, por amor de Dios.

—No realmente. Estoy siendo capaz de centrarme en mi carrera. Además,


para mi sólo hay una persona. Supongo que puedes decir que él es mi llamada,
— bromeó.

Garth no cogió la broma. —¿Estás llamado a amar a una chica en


particular? ¿Es como una revelación que sientes que se te ha dado?

Eli rió. Dejando el tenedor, se giró hacía Garth. —Se acabó. Tienes que
dejar de ser un sacerdote por la noche. Esta noche eres sólo Garth, ¿de
acuerdo?

—Soy un sacerdote.
Eli sacudió la cabeza. —No esta noche. No tienes permitido preguntarme si
la Virgen María me visitó con un mensaje sobre mi futura esposa. No puedes
preguntarme si me siento guiado a cualquier curso de acción. Ni siquiera voy a
dejar que te santigües.

Garth sonrió con vergüenza. —¿Lo estaba haciendo?

—Si, un poco. Tenías puesta la cara de cura... esa tan significativa que
dice estoy escuchando, hijo mio.

—Esta bien,— dijo Garth, riendo también. Se sentía genial. El por qué el
que se le diese permiso para relajarse en su papel le ayudaba a recuperar el
equilibrio, jamás lo sabría, pero se aferró a ello como a un salvavidas. —
Entonces te lo preguntaré como un tipo normal. ¿Estás saliendo con alguien en
serio?

—Eso está mejor.— El tono de Eli se suavizó, su sonrisa se caldeó. —La


respuesta es no.

—Pero tienes a alguien en quien estás interesado, a juzgar por tu


comentario anterior.— Pinchó la punta cortada de los espárragos y se lo llevó a
la boca. Decidió que si masticaba, se esperaría que le chirriaran los dientes.

Eli movió la cabeza, hundiéndola entre los hombros en un tipo de baile de


un lado a otro. Su sonrisa se volvió juguetona. —Si, lo tengo, pero no estoy
seguro de que el sentimiento sea mutuo. Tenemos nuestra historia.

—¿Estás tratando de convencerme a mi o a ti mismo de que eres


demasiado tímido como para pedirle salir?

—Es complicado,— evadió Eli.

—Todas las relaciones son complicadas. —Garth asintió hacía la mesa


principal donde Susie y Terry se sentaban. —Los recién casados hace que
parezca fácil, pero cada matrimonio requiere mucho trabajo para mantenerlo
fuerte y sano. Al igual que lo necesitará aquel que estás esperando tener con
esa persona a la que no te aproximas.

—Oh, me he acercado. Me he acercado a lo grande.

—¿Entonces por qué crees que no es recíproco?— preguntó Garth.

—Porque cuando le besé, estaba oscuro, y no lo he vuelto a hacer en tres


años,— dijo Eli con suavidad, encontrando los ojos de Garth con un destello
acalorado.
Los espárragos le arañaron mientras bajaban. Sus ojos se aguaron. Agarró
a duras penas la servilleta cuando se atragantó en un ataque de tos.

Uno de los invitados del otro lado de la mesa le sirvió algo de agua. Otro
le preguntó si estaba bien. Eli le frotó suavemente la espalda entre los
omóplatos, y eso fue lo que el cerebro de Garth pudo apresar.

«¿Era Eli? ¡Oh, Dios, perdóname!»

Garth se apartó de la mesa, volcando su silla mientras salía


precipitadamente de la habitación. Lo último que vio fue a Eli de pie y
mirándole, una servilleta de un rojo profundo en una mano y la preocupación
estropeando su hermoso rostro.

—PADRE, perdóname, porque he pecado. Han pasado cuatro semanas


desde mi última confesión,— murmuró la voz anónima desde el otro lado de la
rejilla del confesionario.

—Estoy escuchando, hijo mio.— Garth luchó contra la monotonía,


luchando para evitar que sus ojos se vidriaran mientras revivía el momento de
hacía tres años y de la otra noche bajo los destellos de la lujuria y la
consternación.

—He dicho algo que ha disgustado a alguien, pero tenía que decirlo.

—¿Lo dijiste con caridad cristiana?— preguntó Garth.

—No estoy seguro, Padre. Todo lo que sé es que estoy enamorado de ti, y
mantener el secreto sencillamente no es algo que pueda hacer.

Garth sintió impactar las palabras contra su pecho, robándole el aliento.


Su boca trabajó fútilmente cuando la identidad del confesante se volvió
absolutamente necesaria, aunque sospechaba que ya la sabía. Quería
preguntar si era Eli. Necesitaba saberlo. Aunque ya había sorteado confesiones
de adoración de otros antes, averiguar que era Eli... Lo anhelaba al igual que lo
temía. Tenía que ser él. La confesión susurrada hacía que fuese difícil estar
seguro, y si se equivocaba, oh que mal estaría revelar esa preciosa identidad.
—Soy un hombre de Dios, hijo mio.

—Lo sé, Garth. ¿Cómo podría no saberlo? Prácticamente me has criado


espiritualmente.— Suspiró. —Te dije que era complicado.
—No puedo tener esta conversación contigo.— Tragó con dificultad. Estaba
casi seguro de que era Eli quien le hablaba. Podía sólo mirar y lo sabría seguro,
pero el anonimato del confesionario se mofaba de él con normas y
regulaciones a las que tenía que atenerse, si no por la seguridad de su
condición, entonces por el bien de su siempre amada cordura.

Unos dedos pasaron por los agujeros abiertos, agarrando la rejilla. —Es
por eso por lo que no te lo dije antes. Sé lo que significaría para tu llamada. No
te pediré que lo dejes por mi, pero necesitabas saber lo que hay en mi
corazón.

Incapaz de resistir la tentación, Garth giró el rostro hacía la rejilla. Los


ojos suplicantes de Eli le llamaron a través del interior de la oscura cabina.
Garth no debería estar mirando. No importaba cuánto quisiera ver la verdad en
sus ojos, debía haber buscado refugio en las normas del clero.

—Tomé una oportunidad hace años. Te vi, y...

—¿Y pensaste que seducirías a un sacerdote? Eli, ¿en qué estabas


pensando?— El pánico, el enfado porque Eli pudiera leerlo tan correctamente
afilaron sus palabras.

—Estaba pensando que te veías especialmente hermoso. Estaba pensando


que como mínimo tendría un beso entre nosotros. Estaba pensando,— se
apresuró a decir, —en que cuando me devolviste el beso se sintió bastante
increíble. Me dejaste sin palabras, Garth.

—Padre Garth— corrigió con aspereza.

—Me devolviste el beso,— dijo Eli firmemente.

—Yo...

—Tú me devolviste el beso.

Garth suspiró con la trampa verbal. Esa trampa era toda suya. Eli
solamente la señalaba. Había sabido que ese momento volvería para
perseguirle. Claro, había perseguido sus sueños durante el tiempo entre
aquello y esto, pero ahora era realidad. No estaba disfrazado por la noche
oscura o el misterio. Se había entregado en su cubículo confesional con una
incontestabilidad pura. El hecho de que el desear a Eli tantísimo fuera una
nueva revelación, y una que retorcía su mente hacía la indecencia y lo
inapropiado, no se podía negar.

—Te devolví el beso,— susurró Garth, repitiendo las palabras sólo para
hacer que Eli dejara de decirlas. Cada repetición clavaba su conciencia en la
cruz con un odio hacía si mismo renovado. No se merecía llevar el traje de
Dios.

—Eso es,— estuvo Eli de acuerdo. Fue como si no hubiera esperado que
Garth lo admitiese.

Éste inclinó la cabeza, sintiéndose derrotado, necesitando apartar la vista


del rostro de la tentación. El beso de Eli le había robado la paz mental, su
sentido de que estaba bien con el mundo y con su llamada. Había lidiado
repetidamente con la culpabilidad en los pasados años, lanzándose a la
plegaria por ayuda. Se había hecho preguntas sobre su atracción absoluta
hacía los hombres y después había cogido esa atracción y había actuado según
ella en cuanto se presentó la primera oportunidad.

El que Eli volviese a la ciudad no había parecido algo malo cuando Garth
no sabía quién había sido ese misterioso amante en la oscuridad de esa noche.
No, Eli sólo había sido el hermano de Susie. El atractivo hermano de Susie, el
hermano inalcanzable que no tenía nada que ver con la llamada a servir de
Garth.

Pero el reconocimiento, que el Señor tenga piedad, era devastador para su


sentido del yo. Tembló, sudándole las manos, sabiendo que Eli le amaba, que
le deseaba. También podría haber pasado una navaja por su ropa negra,
porque sólo quedaba una única barrera entre ellos. Que irónico que el símbolo
de esa barrera, la rejilla del confesionario, les separase ahora físicamente.

¿Cómo permanecería alejado Garth? ¿Qué consuelo podía encontrar en el


clero cuando el clero le imposibilitaba el lanzarse a los brazos de Eli? Y eso sólo
llevaba a las preguntas evidentes que se hacía. ¿Qué pasaba con las
implicaciones éticas?

Eli mismo lo había dicho. Garth prácticamente había criado al hombre


espiritualmente. No era sólo el Padre Garth de nombre, sino que había estado
implicado en dirigirle por el camino de la rectitud. ¿Y para qué? ¿Para
arrastrarlo hasta el pecado cuando se había convertido en un hombre
honorable? Menudo sacerdote que había resultado ser.

¿Y si Garth actuara según su atracción? ¿Cómo de lejos iría? ¿Lo lanzaría


todo al viento por un encuentro breve? Quizás Eli sólo le deseara porque
estaba fuera de los límites. Incluso así, incluso si no estuviera fuera de los
limites, ¿qué esperaba conseguir Eli con su declaración de amor?

—¿Ahora qué?— susurró Garth, atrapado en el torbellino de desesperación


de sus pensamientos.
—¿Qué quieres decir?

—Me lo has dicho. He admitido que devolví el beso, incluso con


entusiasmo. ¿Ahora qué?— preguntó Garth. No relacionaba a Eli con el
chantaje, así que no creía que lo intentase. También había dicho que no pediría
a Garth que abandonase su llamada. ¿Qué quería? No se rendiría a la tentación
de la carne. Moralmente, éticamente, estaba mal. Se preparó para la respuesta
de Eli.

—No lo sé. Sólo confío en que necesitases oírlo. Estoy enamorado de ti.
No el enamoramiento incómodo que tenía a los diecinueve, sino amor. Quiero
hacerte feliz, y quiero estar cerca de ti.

—Lo que quieres, Eli, no es algo que tenga la libertad de conceder.— Se


apoyó en las palabras. Esas eran las cosas que se suponía que tenía que decir.
Esas eran las palabras que un hombre del clero mantenía como verdad
absoluta, incambiable, inquebrantable y con fundamentos firmes. Quizás
decirlas sería suficiente para que le diesen la fuerza que necesitaba para
continuar adelante, para no pensar esas cosas nunca más. Después de que Eli
se marchase.

Se mentía a si mismo. No había olvidado un sólo momento robado de esa


noche. ¿Cómo empezar siquiera a olvidar a esa otra persona, ese hombre que
quería sostenerle y ser sostenido a su vez, amarle de un modo que la iglesia
nunca podría? La humanidad de Garth lloraba por unos brazos humanos.

Se cubrió la cara con las manos. No podía explorar ese tipo de amor. El
ardor perdido.

«Es temporal,» se dijo a si mismo. «El amor terrenal es efímero. El amor


eterno es eterno. Esto también pasará. Esto también pasará. Esto también
pasará1.»

—Siempre puedes elegir,— le recordó Eli.

—Hice mi elección hace años.— Su voz se agrietó.

Trató de decirle a su consciencia que el que Eli le dijera que le amaba no


significaba que él amara a Eli. Pero Eli era especial. Garth siempre había visto
el hombre que llegaría a ser, incluso en su relativa juventud. Había estado
asustado de hacer nada más aparte de cuidarlo hasta la edad adulta,
sosteniendo esa frágil flor como si el movimiento equivocado pudiera romper a
Eli.

1 N. de T.: “Esto también pasará” [“This, too, shall pass”] es un dicho atribuido al Rey Salomón que le reconfortó y
ayudó a superar los obstáculos durante una rebelión.
Mirando atrás, admitió la verdad. Había sido tan cuidadoso no porque Eli
pudiera romperse, sino porque Eli le habría roto a él si Garth se hubiese
acercado demasiado, si fomentaba el amor que podía haber. Garth había
escogido su camino, y éste era uno de oración y celibato.

Dejó caer las manos, entrelazó los dedos. Mantuvo la cabeza gacha. Si
alzaba la vista, Eli vería la aflicción que sentía, el impulso humano de tomar lo
que le ofrecía en una fuerte discordia con el voto que le había hecho al creador
de todas las cosas.

—¿Sientes algo por mi?— preguntó Eli en voz baja.

«¡Si! Eres una parte de mi. Eres la parte de mi que perdí cuando te
alejaste. Eres el anfitrión de cada uno de los sueños. Despiertas mi mente y
aligeras mi soledad. ¡Si! Perturbas mi paz. Me haces cuestionar cada voto que
he tomado. Alteras el equilibrio de mi mundo sólo con estar en él.»

—Te quiero como cualquier sacerdote querría a uno de sus feligreses,—


respondió en su lugar.

—¿Besas a muchos de tus feligreses, Garth?

—Con un beso de paz y hermandad por el trabajado que hacemos en Su


nombre.

Eli golpeó la rejilla. —¡Deja de esconderte detrás de tu alzacuellos! El que


compartimos no fue un beso de paz. Te estás distanciando de la vida al
llamarlo fe.

Garth movió rápidamente la cabeza de lado a lado. —Mi fe,— dijo con
palabras cuidadosamente controladas, —lo es todo para mi. Forma una gran
parte del hombre al que dices amar. Nunca cuestiones mi fe. Está más allá de
ti.

Pensó que veía como los ojos de Eli se agrandaban por el pánico, pero los
bajó después de un momento. —Tienes razón. Lo siento.

Eli se marchó antes de que Garth pudiera encontrar una disculpa medio
sentida propia. Sus dedos se curvaron con fuerza sobre las palmas, marcando
la carne, y aún así apretó las uñas con forma de media luna más profundo.
Cualquier cosa para mantener a su mente alejada de correr detrás de Eli.
Capítulo Dos

EN UNOS minutos, la boda de Susie se terminaría, y con ella la razón de


Eli para rondar por la iglesia. También era justo. Había dicho su parte algunas
horas antes; Garth necesitaba espacio para procesarlo.

Subió con dificultad y reluctancia los escalones de entrada del último


ajetreo del día. Respiró profundamente, y después alzó la vista hacía el edificio
que había sido testigo de la conversación posiblemente más importante de su
vida adulta.

Se alzaba con ladrillos de un marrón rojizo, dominante, dogmático,


decepcionado. Las vidrieras de colores oscurecidas brillaban desde las
profundidades de la entrada, y la pesada puerta de madera parecía más un
puente levadizo cerrado que una bienvenida a las almas desesperadas.

El interior le recibió con la misma frialdad que el exterior. Allí las velas
encendidas y los santos que fruncían el ceño se cernían por encima de la
confusa atracción entre Eli y Garth. Sentimientos golpeados en las oscuras
sombras. La madera antigua del confesionario, como un corazón enterrado,
implacable, cortante, se burlaba de él entre más sombras y promesas místicas.

Solía encontrar consuelo entre esas paredes. Ahora las odiaba por
mantener a Garth alejado de él.

Sabía que había ido demasiado lejos. Nunca debía de haberle presionado.
Por supuesto que Garth se tomaba su fe en serio. ¡Vestía el maldito traje negro
y el alzacuellos! Un hombre no podía ponerse más simbólico sobre su
devoción.

También sabía que Garth no era tan sólido como pretendía. Como mínimo,
podía decir que el hombre había disfrutado su beso. El recuerdo de la
sensación de su polla rígida contra la propia había grabado a fuego esa
seguridad en su mente para toda la eternidad.

Garth podía negarlo, pero había estado excitado. No por cualquier, sino
por Eli. Podía hacerlo de nuevo. ¿Se atrevería? Lo último que quería era
avanzar con demasiada fuerza y no dejar a Garth otra opción que dar medía
vuelta y huir.
Estaban en una coyuntura delicada. Garth sabía como se sentía Eli. Eli no
tenía ninguna pista de como se sentía Garth. El movimiento equivocado
colocaría una laguna infranqueable entre ellos. ¿Había un movimiento
adecuado cuando el celibato y el sacerdocio estaban involucrados? Eso
esperaba. Su instinto le decía que no abandonase. Garth valía la espera.

—Menuda cara más larga,— dijo la señora Jennings. —¿Ya estás echando
de menos a tu hermana?

Eli levantó rápidamente la cabeza, arrancándose de sus pensamientos


para encontrar la preocupación de su madre escrita a simple vista en su rostro.

—Sólo pensaba,— la reconfortó.

—Ella es feliz, corazón. Toma consuelo con ello.

Eli la abrazó estrechamente, sin desear distraerla de los preparativos de


su hermana. Su madre se veía despampanante y aún así agotada, así que le
dejó pensar que sus palabras le habían consolado. No tenía ningún reparo con
que Terry y Susie se casaran. Era una de esas relaciones que siempre había
estado ahí. El matrimonio sólo demostraba la estabilidad natural del universo.

—Gracias, mamá. Sabes que te quiero, ¿verdad?

Ella sonrió, luminosa. —Lo sé,— cantó. La señora Jennings se alejó


apresurada, hablando por encima del hombro. —Te están esperando en la
sacristía. ¡No les hagas esperar! Quiero que la boda de tu hermana sea
perfecta.

—Contigo al timón, va a serlo,— contestó lo suficientemente alto como


para que le oyese.

Su risa hizo eco en la zona de la capilla y del nártex. La boda avanzaba sin
complicaciones. Sonrió ante el feliz sonido, después caminó por la nave central
hacía el pasillo de entrada de uno de los lados del altar.

—Si solamente mis relaciones fueran igual de fluidas,— murmuró para sí.

No alcanzó a ver a Garth mientras los hombres se enderezaban las


pajaritas y se quitaban pelusas de sus trajes con chaqueta. Tampoco lo vio
cuando el fotógrafo volvió para conseguir imágenes con sólo hombres de los
padrinos de la boda entre bastidores. No fue hasta que estuvieron alienados al
frente y la música para que se sentaran empezó que Garth hizo una aparición.

Se veía majestuoso y fresco, nada afectado por su interacción, como si el


traje de la iglesia lo hubiese abrigado con una ocultación negra. Eli trató de
conseguir su atención, sólo una mirada, pero sus esfuerzos fueron
infructíferos.

La marcha nupcial empezó, y todos los ojos se giraron hacía el pasillo.

El resto de la boda absorbió la atención de Eli. Se percató del cuidado


preciso que Garth le daba a la ceremonia, el momento en que sus hoyuelos se
profundizaron con la risa cuando Terry lió los votos y prometió honrarse a si
mismo, y la humedad brillante de sus profundos ojos verde bosque cuando
anunció al señor y a la señora Terry Phipps.

La feliz pareja corrió por el pasillo. Eli se movió para seguirlos. Una mano
pesada cayó sobre su brazo, y siguió con la mirada los dedos desde el brazo
hasta la expresión turbada de Garth. La sonrisa de Eli titubeó.

—¿Qué ocurre?— preguntó, temeroso de que algo fuera mal con Susie o
Terry.

—¿Puedes quedarte? Necesito... Necesito hablar contigo.

—La fiesta de la boda se supone que se hace juntos en la limusina.—


Buscó los ojos inquietos de Garth. Fuera lo que fuera lo que le preocupaba,
quería a Eli allí. Estaría allí. —Espera un segundo.

Atrapó a duras penas a otro padrino por la manga. —Dile a mi hermana


que tengo que quedarme atrás para ocuparme de algunas cosas. La veré en la
recepción y reclamaré mi baile, ¿de acuerdo?

El otro chico accedió. Eli miró alrededor buscando a Garth. Éste estaba de
pie en silencio en la puerta del pasillo, y se agachó para pasar una vez que
supo que Eli le había visto. Eli se alejó de la gente que dejaba la iglesia y le
siguió después de un par de minutos.

GARTH se pasó una mano acosada por la cabeza. Le temblaban los dedos
y se sentía los miembros extrañamente débiles. Nunca se había sentido así
antes al ver a Eli. Quizás era por saber cómo se sentía. Quizás era porque Eli
no podía haber pasado por alto el modo en que Garth le respondió.

Había pasado horas pensando en esa conversación en el confesionario. Le


acosaba, y fue sólo porque había llevado a cabo los votos del matrimonio
tantas veces en el pasado por lo que pudo decirlos ese día sin tropezar
demasiado.

Y aún así decirlos sólo le hacía sentir como si hubiera traicionado sus
propios votos. Quería a Eli fuera de su sistema. Quería que Eli disfrutase la
recepción y después se marchara. Si no estaba en la ciudad, entonces quizás
Garth podría apartar la posibilidad del amor humano de regreso al plano
inferior al que pertenecía.

Garth estaba casado. Con Dios. Nadie engañaba a Dios y salía impune.
¿No?

No tuvo tiempo para racionalizar. La puerta del vestíbulo se cerró con un


clic silencioso.

—¿Querías verme?— preguntó Eli con suavidad.

Garth se giró. Buscó el querido rostro de Eli, buscando al joven que solía
conocer con la esperanza de que le recordase la indecencia. Pero el joven
inquieto se había ido. En su lugar estaba de pie un adulto seguro y tentador
que le deseaba.

El aliento le abandonó con prisa. —Jesús, María y José. ¿Qué estoy


haciendo?

Eli ladeó la cabeza y dio varios pasos hacía él.

Garth alzó una mano para detener su progreso. —Quédate donde estás.

Eli se detuvo.

La culpabilidad lo asaltó. El alzacuellos se sentía demasiado apretado. La


ropa eclesiástica se sentía demasiado pesada, demasiado caliente. Se pasó el
dedo por el alzacuellos y lo sacó. De todos modos se tenía que cambiar para la
recepción. Al menos eso es lo que se dijo a sí mismo. Prefería pensar en ello
como prepararse para la fiesta en lugar de quitarse el manto de su llamada
para hablar con Eli.

Casi se sentía como si quitándose la vestimenta excusara a Dios de la


imagen, hiciera que él no pudiese oír. Casi.

—¿Por qué, Padre, te estás desnudándome para mi? Y yo aquí pensando


que no me deseabas.

—No digas eso. Sencillamente me estoy quitando las prendas de la iglesia


para facilitar un regreso más rápido a la fiesta de bodas mientras hablamos.

Eli frunció el ceño. —De acuerdo entonces. Dime qué tenías que decir.

Los dedos de Garth se pelearon torpemente con la hilera central de los


botones. Sus manos temblaban demasiado como para agarrarlos con firmeza
después de que los dos primeros hubieran sido desabrochados. Dejó caer las
manos, suspirando con molestia.

—No voy a ir a la recepción,— dijo Garth tras un minuto. No eran las


palabras que pretendía decir, pero habiéndolas dicho, eran las correctas.

—Acabas de decir que te estabas cambiando para ir. ¿Ahora ya no?

—Debemos mantener una distancia entre nosotros puestos que hay


algunos asuntos subyacentes.— Volvió a trabajar en el tercer botón. Tiró de él.
Éste se negó a deslizarse por el pequeño agujero.

Eli caminó hacía él y le apartó las manos. —De manera que me has
llamado a la sacristía... para mantener la distancia entre nosotros,— dijo.
Arqueó una ceja; sus labios se estremecieron en una sonrisa como si cada
gesto suyo se burlara de la falta de distancia que había causado el estar en la
misma habitación.

También liberó el botón fácilmente y empezó a trabajar en el siguiente.

Garth no tuvo el espíritu para detenerlo. Su cuerpo y su mente estaban en


guerra. Su mente le decía que admitiese que estaba equivocado y que le
pidiese a Eli que se marchara, y después no volver a verlo nunca. Su cuerpo
deseaba a Eli íntimamente cerca. Su alma todavía no había tomado ningún
bando.

Eli hizo un trabajo rápido con la túnica, hasta que estuvo lo bastante
suelta como para que Garth saliese de ella.

—Siempre pensé que te veías sexy con el traje,— murmuró Eli. Lanzó la
tela sobre la mesa.

—No hay futuro en esa línea de conversación, Eli.— Garth trató de


destacar el punto con sus ojos. Trató de explicar sin explicación que él no
podía desear a Eli de la manera en que Eli parecía desearle.

Algo cosquilleo en su pecho. Bajando la vista, observó aturdido como Eli


desabrochaba su camisa de vestir. Perdió la capacidad de hablar. Debía
detenerlo. Debía decir algo pronto. «Aquí deberían haber palabras, no
respiraciones pesadas y un silencio preñado de significado. Debería haber...
¡oh, Dios, sus manos son tan cálidas!»

La mano de Eli, plana sobre el pecho expuesto de Garth, se deslizó para


ahuecar su pectoral. El pezón de Garth se tensó contra su palma. Eli se movió
aún más cerca, desabrochando el resto de la camisa con una mano,
acariciando con la otra, y dejó descansar los labios contra la sien de Garth.

Éste cerró los ojos, inclinándose en la tierna caricia. A duras penas se


percató cuando Eli le quitó la camisa de los hombros y tiró para liberarle las
muñecas.

—Amo el modo en que te ves,— respiró Eli. Sus labios se movieron en su


sien.

Necesitando mantener el equilibrio, Garth se sujetó a sus hombros con un


agarre mortal. —Esto está realmente mal.

Se sentía perdido y encontrado al mismo tiempo. Los ojos cerrados,


respiró la esencia que era únicamente de Eli: pesada, masculina, ligeramente
especiada con toques de salvia y piel morena. Unos nudillos presionaron su
estómago cuando la mano de Eli se deslizó tras la cintura de los pantalones.
Éstos se aflojaron casi al instante. El raspado de una cremallera, pulgares
enganchándose en sus boxers y bajándolos con los pantalones, el aire más frío
en sus nalgas y en la parte de atrás de sus muslos, se sentía más parecido a
un sacrificio siendo preparado. Y aún así Garth se resistía a detenerlo.

—Quítame la camisa, Garth. Quiero sentir tus manos sobre mi.

Eli no le había tocado más que para el acto de desvestirle, su mano sobre
su pecho. Tampoco se había apartado para mirar. ¿Cómo era que ser
desnudado se sentía menos como una caída moral que el desnudar a otra
persona? Incluso mientras se lo preguntaba a si mismo, ya sabía la respuesta.
Era porque le comprometía. Porque no podía volver la vista hacía ese momento
y pretender que no era un participante dispuesto en el desfloramiento de sus
votos.

Seguramente Dios entendería. Seguramente Dios daba esos deseos para


actuar en consecuencia. Seguramente el hombre no estaba llamado a vivir solo
cuando fue creado para amar y ser amado.

Liberó los hombros de Eli, deslizando las manos bajo la chaqueta y


haciéndola caer de su cuerpo. El susurro suave de la tela al caer, tan
decadente y silencioso cuando Garth medio esperaba que sonasen las
campanas de la iglesia del horror, se convirtió en su permiso para hacer más.
Antes de que pudiese cambiar de idea, antes de que pudiese interpretar esas
sensaciones como algo más aparte de hermosas, liberó la camisa de Eli y la
dejó caer. Buscó a tientas el cinturón para aflojarlo, apoyando la frente en su
pecho cuando no pareció ser capaz de hacer que sus manos funcionaran.

—Soy un inútil,— se quejó.

—Estás nervioso.— Eli le cogió las manos en las suyas y apretó. —No
tienes por qué estarlo. No hay nada en mi parte excepto aceptación.

Le soltó para levantarle la barbilla hasta que Garth le miró a los ojos.

Eli se ocupó de quitarse los pantalones, sin que la dulce sonrisa


abandonara nunca su rostro. Sostuvo en alto un acordeón de condones. —Los
tenía en el bolsillo para mi nuevo cuñado. Estaba esperando avergonzarlo
durante el brindis, pero estoy bastante seguro de que podemos darle un mejor
uso.

Los ojos de Garth se ensancharon. «¡Condones! Querido Señor, ¿qué


estoy haciendo?»

—Ei,— susurró Eli, acariciando los labios de Garth con la punta del dedo.
—No tienes permitido ponerte frenético conmigo.

—No podemos dejar que esto pase,— dijo Garth con voz entrecortada.

—No nos está pasando nada. Nosotros vamos a hacer que pase porque
queremos. Te quiero, Garth, incluso si no estás listo o dispuesto a decirme lo
mismo.

—Hice votos,— gruñó Garth, frustrado. —Si hago esto, se terminó todo.

—Si hacemos esto, sabrás si se suponga que termine todo. No tienes que
amarme, ¿pero me deseas?

La risa de Garth fue crispada, seca. —Si.

Eli se inclinó, depositando un beso suave en sus labios. —Y yo te deseo.


Vamos a empezar por ahí, ¿de acuerdo?

—No es tan fácil.

—Si. Lo es.— Eli se retiró de él. —No voy a forzarte a hacer nada. No voy
a convencerte. No voy a culparte ni a amenazarte ni a suplicarte. O me deseas,
o no. De un modo u otro la decisión es tuya.
Garth sintió inmediatamente la pérdida. No quería tomar decisiones. Era
mucho más fácil apuntarse a quedar atrapado en el momento. —¿Por qué?

—Porque te quiero sin excusas.

—¿Entiendes lo mal que está que estemos juntos?— preguntó Garth. La


desesperación le inundó. Cerró la distancia entre ellos. —En tantos niveles,
esto está mal.

—Así que lo sigues diciendo. Estaba en tu clase de confirmación. Vamos a


contarlos juntos.— Eli apartó el cabello de la frente de Garth. —Eres un
sacerdote. Hay votos.— Levantó los dedos marcando los puntos mientras
avanzaba. —Eres un hombre deseando a un hombre. Eso hace dos. Estaba en
tu clase. Tres. Estaba bajo tu consejo. Cuatro.

—Todas excelentes razones para permanecer alejados.

Eli extendió el pulgar, sosteniendo en alto la mano con los cinco dedos
extendidos. —De algún modo piensas que me has influenciado para desearte
de modo impropio. Cinco.

—¿No lo he hecho?

Dejó caer la mano, cubriendo el corazón de Garth. —Todas son partes de


quién eres. En mi no ha habido más influencia excepto que he llegado a
conocer al hombre detrás del alzacuellos y me he enamorado de él, llegando a
respetarlo, y he salido a buscarlo. Desearía el mismo tipo de amor y compasión
para mi hermana con Terry. ¿Tú no?

—Por supuesto. Pero esto es diferente.

La sonrisa de Eli se volvió triste. —Cuando cambies de idea, llámame.


¿Prometido?

Garth no pudo responder. Eli recogió su ropa, le echó a Garth una ojeada,
su mirada prolongándose en su polla, la cual se sostenía resueltamente en el
aire por si misma. Se giró hacía el baño. —Me cambiaré allí... te daré algo de
privacidad.

—Eli,— le llamó Garth de forma inesperada.

Eli se detuvo, girando la cabeza hacía un lado para escuchar, pero no lo


suficiente para mirarle. El corazón de Garth tartamudeaba con deseo. Las
líneas largas y claras de la espalda de Eli suplicaban ser besadas. Dos hoyuelos
por encima de su culo redondeado le guiñaron cuando Eli cambió el peso de
pie, escuchando a que Garth continuase.

No había tenido oportunidad de mirar la polla de Eli, sabiendo que no


importaba como se viese, sería la de Eli y por lo tanto magnífica. La desearía,
corta, larga, gruesa, delgada, siempre y cuando estuviera dentro de él, en él,
bajo él. Muslos redondeados con firmeza y los músculos tensos de las
pantorrillas, bronceados y decorados con un fino vello negro, sólo hacía que su
boca se aguase más.

Deseaba a Eli. Muchísimo. «Sólo esta vez,» pensó.

Tembló por la necesidad una vez que su mente comunicó su permiso a su


cuerpo. Sin malgastar otro segundo, le rodeó con los brazos desde atrás. Besó
el borde de cada omóplato, rozó con la nariz su columna. Permitió que sus
manos vagaran por el torso largo y delgado de Eli, examinando a ciegas cada
parte que alcanzaba de su pecho y abdomen.

Eli cubrió las manos de Garth con las suyas, ligeramente más grandes
mientras tocaban juntos su cuerpo.

—Te quiero todo para mi,— susurró Garth.

—Me tienes. Siempre me has tenido.

Garth encontró los botones de los pezones. Amo el modo en que rodaban
en sus dedos. Tiró de ellos con fuerza, y Eli movió el culo contra su erección.
Ambos gimieron, y Garth volvió a frotar los tensos botones, tirando de ellos
ligeramente, rozándolos después con una uña; todas las cosas que se hacía a
si mismo en la privacidad de su cama. Todas las cosas que le gustaban a su
cuerpo.

Marcando la carne de Eli con las uñas, Garth deslizó ambas manos hacía
abajo. Fue más allá de su polla, ignorándola, para empujar entre sus piernas y
apretar suavemente la parte interior alta de sus muslos.

—Garth, me vas a matar así.

Garth meció las caderas en el canal entre las nalgas de Eli. Su respiración
se volvió caliente y húmeda contra la columna de éste. —No quiero desearte.
Sería más fácil si no lo hiciera.

—Ya has metido la pata al decir que me deseas.

Garth ahuecó la mano alrededor de las pelotas de Eli, levantándolas


mientras probaba debajo con la otra. Sabía lo delicioso que se sentía. Incitó un
dedo más allá, casi tocando el ano de Eli pero deteniéndose sólo muy cerca de
explorar el sensible agujero.

—Te deseo demasiado,— confesó Garth.

—Demasiado no existe.

Eli se giró y Garth le dejó, abandonando lo que sostenía por algo mucho
más suntuoso.

—Nunca va a haber un tiempo o lugar perfecto, no para este tipo de amor.


Nunca va a encajar con la definición de apropiado de todo el mundo.
Sencillamente es. ¿Puedes aceptar al menos hasta ahí?

Garth miró el rostro intensamente concentrado de Eli. Sus hermosos ojos


marrones buscaban los de Garth con toda su alma. Era demasiado como para
seguir resistiendo. Sencillamente no quería hacerlo más. Garth estaba cansado
de tratar de poner sus sentimientos en una categoría. Las palabras no siempre
explicaban el corazón, pero los actos lo hacían.

Enroscó los dedos en las caderas de Eli, atrayéndolo más cerca. Había
tomado demasiado tiempo el esperar por un amor así. No había más espera
que llevar a cabo. Ese momento era para ellos. Garth lo tomaría. Si más tarde
tenía consecuencias, lidiaría con ellas... más tarde. ¿Estaba tan mal aceptar el
amor de un hombre al que deseaba? ¿Un hombre al que amaba y al que no
debería?

Ya no le importaba.

Alzó el rostro y besó los labios asombrosamente suaves de Eli. Éste se


abrió con facilidad, dándole la bienvenida, y deshizo los últimos restos de la
persistente reserva de Garth. Tomó su señal y rodeó a Eli con los brazos,
sosteniéndole más apretado hasta que sus pollas se alienaron y Garth se
encontró jadeando de repente, el contacto hermosamente caliente.

Eli deslizó los dedos en su cabello, exactamente igual que en esa noche de
hacía tantos años. Lo sostuvo con ternura, sin demandas y sin insistir,
sencillamente dándole a Garth tiempo para ajustarse a las nuevas sensaciones.

Garth necesitaba esos momentos. Casi no podía soportar la perfección de


sus cuerpos apretados, caliente donde se tocaban, frío contra su espalda.
Músculos duros, carne flexible, dedos firmes, labios suaves, cabello
cosquilleante que le rozaba la frente, le capturaron como ninguna oración lo
había hecho nunca.
Eli sabía oscuro y dulce, nuevo y familiar, seguro y peligroso. Su nariz tocó
la mejilla afeitada hacía poco de Eli. Inhalar el ligero rastro mentolada de la
crema de afeitar sobre la piel limpia sólo hacía que su cuerpo doliese más.
Grabaría esas sensaciones en su mente para siempre, sacándolas de nuevo
cuando Eli se hubiese ido y Garth hubiese vuelto a las paredes severas de la
iglesia.

Las sacaría en las noches oscuras y reviviría el modo en que Eli se sentía
contra él, el modo en que su cuerpo hormigueaba ante cada toque accidental y
ante cada caricia deliberada.

Garth condujo las manos subiendo por la espalda de Eli. Las texturas
cambiaban del culo a la espalda, de la espalda al cuello. Curvó los dedos los
hombros de Eli e intercambió besos castos y con la boca abierta para un
intercambio más íntimo con las lenguas. Garth allanó los sabores, probó el
borde de los dientes de Eli. Éste siguió su ejemplo, dejando que Garth tomara
la iniciativa.

Se atrevió a abrir los ojos. Todo estaba borroso a esa distancia, pero
identificó la luna creciente de las negras pestañas de Eli descansando en su
mejilla. Los ojos cerrados, entregado al beso, su expresión era de un placer
adorador que casi dejó a Garth de rodillas. Las mejillas de Eli se hundían
ligeramente mientras su lengua se frotaba contra la de Garth.

La humedad se acumuló en sus ojos. ¿Había algo más perfecto que eso?
No pensaba que fuera posible.

—Eli, muéstrame qué hacer después,— susurró sobre sus labios.

Eli descansó la frente sobre la de Garth. —¿De verdad no lo sabes?

—Sólo la más vaga de las ideas.

—¿Lo que se siente bien?— preguntó Eli. —¿Qué quieres hacer?

—Más de esto,— dijo, besándole. —Pero no es suficiente.

Eli rió suavemente entre dientes. —No, no es suficiente ni de cerca.

Acarició la mejilla de Garth con un índice extendido, siguiendo la marca


del hoyuelo largo y severo. Garth siempre los había odiado, sintiendo que eran
señales de envejecimiento que siempre habían estado ahí. La mayoría de la
gente sólo tenía hoyuelos cuando sonreía. Los suyos siempre eran ligeramente
visibles. Eli hacía que se sintieran sexys.
Movió las caderas, jadeando cuando sus pollas se frotaron.

—Por el modo en que estabas tocándome, pensé que sabías lo que


querías,— bromeó Eli.

—Sé que me gusta cómo se siente en mi.

—Padre, ¿estás diciendo que te masturbas? ¿En la iglesia?— La mofa de


Eli no se podía tomar de otro modo que no fuera a la ligera.

—A menudo.— Garth encontró sus ojos. —Regularmente con el extraño


con rasgos oscuros.

Eli capturó su propio labio inferior con los dientes. Soltándolo de nuevo,
Garth no pudo evitar mirar fijamente a esa plenitud exuberante mientras se
llenaba de nuevo.

—Eres tan perfecto,— murmuró.

Una sonrisa pequeña y tímida fue su recompensa. —Siempre he pensado


eso sobre ti. No cambiaría nada en ti.— Eli le besó entonces, robándole el
aliento con su demanda apasionada.

Sus lenguas lucharon en duelo, y Eli tocó a Garth prácticamente en todas


partes excepto dónde él deseaba ser tocado, su polla. Aún así Garth se agarró
a él para salvar la vida, atrapado en el frenesí y sin saber qué hacer para
mitigar la tensión que crecía dentro de él.

Finalmente Garth se separó, su voz agrietada por la desesperación. —


Enséñame qué hacer.

—Dime qué quieres,— repitió Eli crípticamente.

—¿Qué quieres decir?— preguntó.

La frustración para entender qué hacer y cómo hacerlo se alzó como


dedos necesitados en su cerebro. Todo lo que sabía es que necesitaba ser
ahora. Su polla dolía, sus pelotas estaban empezando a palpitar. Deseaba tanto
a Eli, podía haber deseado acurrucarse bajo su piel y todavía no estaría lo
suficiente cerca.

—¿Quieres que entre en ti, o quieres estar dentro de mi?— preguntó Eli.

Era como si le hubiera leído la mente. —Dentro de ti. Por favor. Ahora.
Eli sacó un condón del envoltorio y lo deslizó en la polla de Garth. Éste
casi se corrió ante la sensación de su mano sobre él.

—Me correré demasiado pronto,— temió.

—Córrete cuando lo necesites. Habrán otras ocasiones.

—¿No te dolerá?

—Al principio siempre arde. Estos condones están lubricados. Dame


tiempo para ajustarme, y estaremos bien.

Garth serpenteó los dedos hasta detrás de las pelotas de Eli y empujó uno
dentro del apretado anillo. Eli jadeó tomando aire de forma brusca.

—Maldición, vas directo a por el bote de las galletas, ¿no?— Rió sin
respiración.

—¿Está mal?— Grath retiró el dedo.

—No. Nada está mal entre amantes.— Eli giró la cabeza alrededor,
buscando. —Sofá.

Cogió la mano de Grath y le arrastró hasta el trozo de mobiliario relleno


en exceso. Se tumbó de espaldas, poniendo a Garth mirándole sobre él. Eli
alzó una pierna para colocarla por encima del respaldo del sofá y extendió la
otra bien abierta.

El movimiento llevó a Garth con dureza entre las piernas de Eli, y por un
momento ambos se quedaron paralizados por el asombroso placer.

—No estoy seguro de que pueda durar,— dijo Garth a través de los dientes
apretados. Quería que fuera bien. Debería ser romántico, y deberían correrse
juntos. A esas alturas sabía que eso sería imposible. Deseaba a Eli demasiado.

—Relájate. Hay tiempo, y yo también tengo una polla, ¿recuerdas?

—¿Qué hago cuando esté dentro de ti?— Garth señaló de forma incómoda
la polla de Eli.

—Por ahora,— le tranquilizó Eli, —nada. Quiero un arma cargada para


cuando sea mi turno. Definiremos los detalles después del primer par de veces.

Garth no le dijo que no habría más que un primer par de veces. No se


sentía con ganas de discutir en ese punto. No tenía ganas de hacer nada
excepto adueñarse del cuerpo de Eli, la verdad sea dicha.

Tanteó la obertura con los dedos de nuevo, entrando y deslizándolos fuera.


«Se ve como un espacio incómodamente pequeño para encajar un pene.
Quizás necesite mantenerlo abierto.» Añadió otro dedo, sintiendo como los
músculos se tensaban alrededor de ellos.

Eli gimió. —¿Estás seguro de que no lo has hecho nunca antes?

Garth sonrió abiertamente. —¿Por qué? ¿Se siente bien.

—Dios, si.

Garth hizo una mueca. —¿Podemos no meterle a Él en esto?

—Lo siento.

Tentativamente, posicionó la cabeza su polla donde los dedos,


manteniendo a Eli tan abierto como podía.

Eli gimió, moviendo las caderas. —Deja de incitarme y métela.

—Sigue lloriqueándome y te haré recitar el rosario. Del revés.

Eli dejó escapar una risa. —Maldición, si eso no es caliente.

Garth empujó. Un calor delicioso rodeó la cabeza de su polla, pero se


mantuvo inmóvil, recordando la petición de Eli de que le diera tiempo de
ajustarse. Un sudor frío apareció en sus sienes. Apartó los dedos del agujero
de Eli. El inesperado resultado fue que los músculos se contrajeron con
espasmos a su alrededor, estando cerca de hacer que derramara su semilla.

Tragó varias veces, como si eso mantuviera a raya la necesidad torrencial


de hundirse, cuando la necesidad realmente insistente se arrastró desde su
coxis subiendo por su columna. Se extendió sobre sus omóplatos y cosquilleó a
la conciencia exacerbada a través de cada miembro de su cuerpo.

—¿Te has ajustado? ¿Puedo moverme?

—Si no lo haces, esperaré una disculpa papal.

Garth empujó hacía delante. Cada vello de su cuerpo se puso de gallina, y


el calor le sonrojó el cuello subiendo hasta las mejillas, reuniéndose en la parte
alta del cráneo en un sobrecogimiento cosquilleante. Selló los ojos en el
éxtasis, tratando de acoger cada sensación que le recorría.
Eli le agarró el trasero y le empujó hasta que las pelotas estuvieron contra
su culo.

Garth arqueó la espalda, disfrutando de cada temblor, cada prieta caricia


que recibía su polla en el cuerpo de Eli.

—Sostén la base del condón, así no lo perderás,— le dijo Eli con aspereza.

Garth lo hizo, alzándose hasta estar de rodillas con el culo de Eli sobre sus
muslos. Quería ver como sus cuerpos se unían. Quería ver el modo en que las
pelotas de Eli se sacudían y su pene se inclinaba cuando Garth volvía a
empujar dentro. Incapaz de frenarse, rodeó la polla de Eli con el puño.

Éste le agarró la muñeca y sacudió la cabeza. —Lo decía en serio, Garth.


Perderé mi carga si haces eso. Quiero guardar la primera vez para cuando me
estés rodeando.

Garth asintió. A duras penas se sentía lo suficiente coherente como para


formar una respuesta verbal. «Agarrar la polla, no. Empujar, ¡siiiii!»

Con ese pensamiento, Garth le soltó para agarrar en su lugar con firmeza
el trasero de Eli. Balanceó las caderas hacía atrás y embistió hacía delante. La
boca de Eli se abrió, sus ojos se cerraron, y el punto pulsante en su cuello
palpitó como loco. Se sintió poderoso y deseado. Repitió la acción y sonrió ante
el pequeño sonido que escapó de Eli.

Éste atrajo su trasero más fuerte. A Garth le gustó saber que Eli sentía
cada empuje y cada retirada en su cuerpo y con sus manos, que lo animaba y
lo tomaba. Embistió hacía delante, y de repente, un placer cegador le recorrió
la polla rápido como un rayo, vaciándose en el condón mientras estaba
enterrado hasta las pelotas.

Sus caderas se mecieron con los últimos chorros de semen mientras sus
ojos giraban tras los párpados cerrados, y gruñó a través de la agonía de un
orgasmo tan intenso, la cabeza flotando.

—Demasiado pronto,— gimió Grath cuando sus ojos volvieron a abrirse.

—Perfecto.— Eli atrajo a Garth tras de si, sosteniéndole. —¿Sabes cómo es


para mi saber que te excito tanto? ¿Tienes idea de cómo se siente saber que el
hombre del que he estado enamorado la mitad de vida acaba de encontrar el
cielo en mis brazos?

Garth sonrió, una pequeña risa avergonzada que resopló contra el pecho
de Eli. —Si hacerte el amor es siempre así de increíble, voy a necesitar un
preservativo doble.

Eli rodó con él, cambiando de posición y removiéndose hasta que ambos
estuvieron en el sofá encarando al otro. —Es tu primera vez. Estaba llamado a
ocurrir.

—¿Dónde están los condones?— preguntó Garth, lamiéndose los labios


con una excitación renovada.

—Creo que los dejé caer en el suelo cuando empezaste a provocarme.

Garth sostuvo la polla desnuda de Eli. —Los necesitamos. Ahora.


Capítulo Tres

ELI recogió los condones del suelo, manteniendo un ojo sobre Garth.
Ahora que Garth había saciado sus necesidades, Eli estaba un poco preocupado
de que empezase a arrepentirse. Pero eso no fue lo que vio cuando le miró. En
sus ojos vio aceptación y deseo.

Podría vivir un centenar de años y no olvidar jamás el modo en que Garth


le estaba mirando justo entonces. Volvió caminando lentamente, disfrutando el
modo en que la mirada de Garth viajaba sobre su cuerpo desnudo, la pesada
lujuria cuando se fijaba en la polla de Eli que se inclinaba a cada paso.

No quería perder el encuentro encapsulado que había creado en la


sacristía. Pero cuando la puerta se abriese de nuevo y Garth pasara por ella,
¿llevaría el traje de su oficio y pretendería que Eli y él no habían ocurrido
jamás?

Dios, eso le mataría.

—¿En qué estás pensando?— le preguntó Garth.

—En cuanto te amo.— Eli dijo las palabras, dolorosamente consciente de


que Garth nunca se las había dicho en respuesta.

—¿Entonces por qué te ves triste?

Eli estiró la mano hacía él, dobló la rodilla en el sofá al lado de la cadera
desnuda de Garth, y pasó la otra sobre él hasta el otro lado. —Sigo pensando
en qué pasará después. Es una puerta abierta a una habitación oscura sin
ninguna luz. No puedo prever cómo será para ti aunque sé cómo me gustaría
que fuera.

—¿Cómo quieres que sea?

Eli descendió, descansando el cuerpo a lo largo de toda la longitud del de


Garth, gustándole el modo en que parecían encajar. —No quiero pensar más
allá de la puerta ahora mismo. No quiero que eso interfiera en nuestro tiempo
juntos. Te he amado durante tanto tiempo. No voy a derrochar el momento con
expectativas.
—Aún así deberíamos hablar sobre ello,— dijo Garth.

Ya estaba acariciándole la espalda a Eli con las manos de arriba abajo. Eli
no quería hablar sobre el futuro a excepción del futuro inmediato, el cual le
daría acceso completo al culo de Garth.

—Lo haremos.— «Cuando sepas qué quieres de mi,» terminó Eli en


silencio.

Agachó la cabeza a un lado, capturando el lóbulo de la oreja de Garth


entre los labios y succionando. Garth jadeó, los dedos agarrando con firmeza la
cintura de Eli.

—Te gusta eso, ¿uh?— preguntó.

—Si,— siseó Garth.

—Vamos a averiguar qué más te gusta.

Sopló en la espiral de su oído. Recibía las pistas del lenguaje corporal de


Garth. Rozó con la nariz, succionó, provocó en su oreja hasta que los pezones
de Garth fueron piedrecitas endurecidas contra su pecho. Después se movió
hasta el cuello.

Allí tomó especial cuidado. El cuello era el lugar favorito de Eli, y quería
mostrarle a Garth todas las cosas que a él también le volvían loco. Garth olía
como velas quemadas y pizcas de incienso, con un susurro de loción para
después del afeitado en la piel todavía a esa hora del día.

Garth gimió, arqueando la espalda. —¡Me gusta eso, mucho!

—¿El qué? ¿Esto?— incitó, rozando con los dientes el tendón realzado del
cuello.

—Eso.

—A mi también me gusta. Y esto,— le dijo Eli, succionando el dulce punto


donde el cuello y el hombro se encontraban.

Garth echó la cabeza hacía el costado, emitiendo un sonido de


capitulación.

—Pero tiende a dejar una marca,— advirtió Eli.

Garth agarró el cabello de Eli y le apretó con firmeza de vuelta a ese


punto. —Llevo alzacuellos. No pares.

Eli rió entre dientes alrededor del lugar en el cuello al que atormentaba.
Le masajeó los hombros y la parte alta de los brazos mientras saboreaba el
cuello sensible de Garth. Dejó un rastro de besos hasta donde las clavículas se
unían. Deslizando los pulgares en sus axilas, provocó en las zonas de vello con
roces superficiales. Garth alzó los brazos por encima de la cabeza,
garantizándole un mejor acceso.

Eli se hundió más abajo, rozando con la nariz el vello que salpicaba el
pecho para tirar de un pezón. Allí rodeó la protuberancia con la lengua. Jamás
en sus sueños más salvajes habría creído que el Padre Garth estaría tumbado
desnudo y retorciéndose bajo él. Era un momento de fantasía, de ficción. Se
hubiera detenido para pellizcarse si no hubiera temido que el momento se
desvaneciese en otro sueño frustrante.

Cerrando los ojos, tomó la protuberancia entre los labios y tiró. Garth
gruñó; sus caderas se alzaron para chocar con el abdomen de Eli. Ya se estaba
endureciendo de nuevo. La anticipación hizo sonar los nervios de Eli. Tenía que
ir bien. Tenía un sólo tiro para mostrarle a Garth que valía la pena luchar por
ellos.

«No iba a pensar sobre ello. Eso es para más tarde.»

Arrastrando las uñas bajando por el torso de Garth, subiendo después


dedos balsámicos de regreso, continuó trabajando en el capullo con succiones
y mordiscos. Moviéndose al otro, lo rozó primero con la nariz, empujándolo, sin
tocar hasta ese momento. Sabía que éste estaba particularmente sensible y
necesitado. No estuvo decepcionado. Garth no pudo frenarse de empujar la
pelvis.

Los dedos de Garth mordieron tan fuerte el brazo del sofá que Eli pudo oír
como arañaban la tela.

Lamió y sopló el pezón virgen de Garth. Lo aserró cuidadosamente con los


dientes. Siguiendo tocándole, arrastró las manos hacía abajo de nuevo para
masajearle los muslos, entre ellos, el ligamento de la corva. Garth separó más
las piernas y Eli probó su agujero alternativamente con dedos tranquilizadores
que lo recorrían.

El ano de Garth tembló. A escondidas, Eli alzó la mano, se escupió en los


dedos y los aplicó al flexible anillo de músculos de Garth.

—Respira profundamente,— le dijo. Cuando Garth lo hizo, Eli continuó. —


Ahora suéltalo lentamente y relájate.
Con facilidad, deslizó un dedo dentro. Garth gruñó, todo su cuerpo
tensándose. Eli se detuvo.

—Sigue respirando. Al principio tienes que conseguir relajarte. Tu cuerpo


se ajusta,— le animó Eli.

Garth tomó otra profunda respiración y la soltó lentamente. Su agujero se


relajó. Eli movió el dedo atrás y adelante, acostumbrándole a la sensación.

—Se siente extraño,— dijo Garth.

Mientras resbalaba hacía dentro, Eli lo deslizó deliberadamente por encima


del duro nódulo del interior. Garth empujó contra su dedo, gimiendo.

—Ésa es tu próstata.

—Se siente... bien.

—Se sentirá mejor en un rato,— replicó Eli con una sonrisa entre dientes
en la voz.

Continuó trabajando la entrada, añadiendo un tercer dedo mientras se


sentaba, tomaba el envoltorio del condón entre los dientes y lo desgarraba con
cuidado. Con una mano, desenrolló la longitud lubricada sobre su polla. Garth
lo observó con atención.

—Esto no va a arder. Va a doler,— dijo Garth, la preocupación escrita en


su rostro.

Eli centró su atención en la próstata de Garth e incitó el sensible borde


mientras empujaba los dedos hacía dentro. Funcionó como un hechizo. El
cuerpo de Garth se apretó. Sus ojos se cerraron mientras cada gramo de
conciencia parecía centrarse en los embistes y las retiradas de los dedos
exploradores de Eli.

Sin complicaciones, Eli preparó su polla en la entrada. Después,


intercambiando los dedos por su polla, se deslizó dentro, tomándole en un
embiste rápido. Garth gruñó. Su rostro se contrajo. Eli se mantuvo inmóvil con
gran dificultad.

Inclinándose sobre él, depositó un beso tierno en la frente de Garth, en su


sien. —Respira, cariño. Respira profundamente y déjalo ir con lentitud,
¿recuerdas? Se volverá más fácil con el tiempo. Nunca han entrado en ti antes,
de manera que tu cuerpo tiene que ajustarse.
La respiración de Garth tartamudeó hasta volver a existir. Inhaló, exhaló,
gimió y cambió las caderas de posición. —Tan lleno.

—Eso es cierto. Estoy dentro,— le dijo Eli, su voz sonando ronca a sus
propios oídos. Resistió el impulso de montarlo. Dios, deseaba hacerlo, pero esa
era la primera vez de Garth, y no quería asustarle o herirlo por moverse
demasiado pronto.

Garth tembló con una risa. —No me he perdido el memorándum.

—Mírame.— Eli frotó el lado de sus narices juntas. —Quiero verte correrte
mientras te hago el amor.

Garth abrió los ojos. El verde profundo guardaba conflicto e incerteza. Eli
no necesitó ninguna explicación. El individuo era un virgen del clero, casado
con la iglesia, que permitía que su antiguo estudiante le tomara de un modo
ante el cual la iglesia fruncía el ceño ante el método, el genero y el voto. El
objeto de su caída de la gracia le estaba pidiendo no sólo que fuera consciente
de la caída, sino que permitiera que Eli fuera testigo al desnudo.

Hizo falta valor para que Garth accediera. Eli valoraba cada minuto, pero
el sacrificio hizo que el momento fuera incluso más precioso. No dejaría que
Garth se arrepintiese.

—Te amo. No voy a dejar de decirlo. Sé que tienes miedos, y estimo el


privilegio de estar contigo así, de manera que sólo voy a decir esto una vez. No
importa lo que ocurra entre nosotros después de hoy, necesitas saber que si
pudiera tenerte por el resto de mi vida, te tomaría en el espacio de un latido.
Si hoy es todo lo que tenemos, y decides...— Eli titubeó.

—Si decides que no puedes hacer esto de nuevo, lo entenderé.

Garth aplanó las manos en la espalda de Eli. —No puedo darte esa
respuesta ahora.

Eli asintió en silencio.

Tanteando, Garth acunó el culo de Eli. Le atrajo, copiando el movimiento


que Eli había usado en él momentos antes.

Una ternura agridulce llenó a Eli por el anhelo desgarrado que oyó en su
respuesta. Se estabilizó mentalmente, tomando valor del hecho de que Garth
lo arriesgara todo por esos pocos minutos juntos. Eso tenía que decir algo
respecto a sus sentimientos por Eli, incluso si no podía expresarlos en voz alta.
Eli se retiró lentamente. Observó con avidez como la expresión de Garth
pasaba de asombro a aturdimiento cuando volvió a empujar hasta el hogar. Un
pequeño sonido escapó de la parte posterior de la garganta de Garth. Eli lo
contó como una victoria. Habría más de esos antes de que hubieran acabado,
decidió.

La polla de Garth, dura de nuevo tan pronto, se frotaba de forma egoísta


contra el abdomen de Eli. Su rastro de lágrimas y su dura longitud sólo
excitaba más a éste. Tomando la díscola polla de Garth en una mano, le
masturbó al mismo ritmo que lo follaba sin cesar. Lento al principio, con el
pulgar pasando por encima de la punta humedecida, incrementó gradualmente
el ritmo, hasta que tan sólo sostenía la polla de Garth contra su abdomen,
dejando el retroceso y el aumento de sus embestidas hiciera la paja por él.

Garth gritó, las caderas sacudiéndose cuando perdió el control ante el


placer y folló la acogedora envoltura de la mano y el cuerpo. Chorros cálidos y
húmedos bautizaron el pecho de Eli en ráfagas exultantes. Eli echó la cabeza
hacía atrás, haciendo suya la imagen con él mientras se permitía relajarse,
tomando a Garth con abandono ahora que su amante se había corrido para él.

Unos pellizcos duros en sus pezones se abrieron paso en los sentidos de


Eli, haciéndole sisear de placer. Suplicó más a Garth ásperamente. Sus
pezones se retorcieron, rodaron, giraron. Sus pelotas se tensaron con fuerza,
momentos antes de que un hormigueo rodeara la base de su columna y pasara
zumbando hacía arriba en el momento del clímax.

—Voy a llenarte tan profundo,— bramó Eli, montando la ola, llenando el


condón mientras la sensación anulaba sus sentidos. Su cabeza flotó. Las
caderas de Eli se mecieron varias veces más, mientras se vaciaba en el pozo
caliente del cuerpo de Garth.

Jadeando, colapso sobre él. Garth le acarició el cabello, besándole la parte


alta de la oreja. —Jamás en mi vida olvidaré lo que me has dado,— murmuró.
—Eres hermoso y sorprendente. Gracias.

Eli no pudo obligarse a preguntar. La finalidad de esas palabras era


inequívoca.

Sonó un rápido golpe en la puerta. Bajo él, Garth se tensó y empujó con
urgencia el pecho de Eli. —Levántate,— susurró apresurado.

La puerta crujió al abrirse. —Padres, te necesitan...— El silencio descendió


sobre quién hablaba.

Eli no se giró. La vista desde la puerta debía de ser espectacular. Su


trasero todavía en alto, su polla todavía enterrada en el agujero relleno del
buen Padre. Ambos hombres desnudos, la habitación oliendo a semen. Si,
desde ese ángulo no debía de haber duda sobre lo que había ocurrido allí.

A juzgar por la expresión del rostro de Garth, él también lo sabía. Un rojo


apagado fluyó a sus mejillas, y una expresión de horror abyecto le ensanchó
los hermosos ojos esmeralda. El horror se convirtió en vergüenza.

Eli apartó la vista. Podía lidiar con muchas cosas, pero la vergüenza y el
rechazo del hombre al que amaba no era una de ellas.

—Discúlpeme, Padre.— En lugar de marcharse, el dueño de la voz entró


en la habitación y cerró la puerta tras él. —La fiesta de la boda ha llamado a la
iglesia pare preguntar por ti y por el hermano de la novia.

De reojo, Eli vio el reconocible uniforme negro de otro sacerdote. Se


sentó, vigilando de sostener el condón cuando su polla lacia se deslizó del
cuerpo de Garth. Éste se levantó apresuradamente hasta una posición sentada,
ahuecando las manos sobre su polla.

—Padre Merryl, si tan sólo me dieses un momento,— empezó Garth


deliberadamente.

—Padre Garth, parece que se te han dado momentos más que suficientes.
Esto necesitará ser tratado, como estoy seguro de que entiendes.

—Entiendo. También me gustaría mi privacidad.

«Que le jodan,» pensó Eli. Se levantó y caminó hasta la caja de pañuelos.


Oyó un sonido de sorpresa pero no se detuvo para ver si venía de Garth o del
Padre Merryl. Cogiendo varios pañuelos, se limpió a si mismo, enrolló el
condón usado y lo tiró a la basura. Después lanzó la caja al sofá para Garth.

Nadie habló.

Eli alzó la vista, apoyándose casualmente en la mesa. Encontró los ojos


del Padre Merryl y alzó una ceja con insolencia cuando éste le devolvió la
mirada con una expresión de franco disgusto. Eli sonrió.

—Eli, vístete, por favor,— le regañó Garth en voz baja.

Eli se dirigió de forma casual de regreso al lugar en el suelo donde estaba


tirada su ropa en un montón entremezclado. Manteniendo el contacto visual
con el Padre Merryl, se puso la ropa interior y puso la banda elástica en su sitio
con brusquedad.
—Oiré tu confesión una vez que estés completamente vestido, hijo mio,—
ofreció el Padre Merryl.

—No, gracias.

—Has sido parte voluntaria en una abominación en la casa del Señor, con
un siervo del Señor. Oiré tu confesión.

La mirada de Eli se movió rápidamente hasta Garth. Éste estaba de pie


estoicamente. Eli le lanzó su ropa al sofá, nada interesado en verle humillado
por el idiota presuntuoso que había invadido su acto de amor. —Con todo el
respeto, me confesaría si hubiese hecho algo malo. En todo en lo que he sido
parte está plasmado en Corintios uno catorce: el amor es, versa. Lo recuerda,
¿verdad, Padre? ¿El trozo sobre que el amor no se juzga, sino que es puro y
busca lo mejor para el otro?

—Los sodomitas no cumples los requisitos,— escupió el Padre Merryl.

—Oh, ¿no lo hacemos? ¿Entonces todo eso sobre que Dios ama a toda la
humanidad es una mentira? Bueno,— bufó Eli, —eso apesta.

—Eli,— dijo Garth, su tono afilado.

Eli frunció el ceño. —Garth, amo a mi Señor, y te amo a ti. No tengo un


conflicto, aunque tú definitivamente lo tienes con los votos que tomaste. Soy
una parte que hace que esto te sea incómodo, y lo siento. Tú,— dijo, girándose
hacía el Padre Merryl, —no estás en mi radar. No te debo ni una sola
explicación. Todo con lo que te dejaré es, si creemos que Dios es amor al igual
que justo, que Dios lo perdona todo, y eso es bíblico, y que el amor perdona
todas las cosas, ¿quién eres tú para decir que mi amor es imperdonable?

—¡Sal de aquí, blasfemo!— gritó el Padre Merryl, señalando con el dedo


hacía puerta.

Eli sonrió ampliamente, recogió su ropa, y salió de la sacristía en ropa


interior, silbando con los labios. Por dentro temblaba. Nunca antes había tenido
que defender su sexualidad. Sabía como se sentía la iglesia sobre la
homosexualidad, incluso si tenían más que su cuota de vergüenza pública.

Aún así, dejar a Garth para que lidiase con el Padre Merryl se sentía como
si lo hubiera servido en una fuente de odio. Y con todo tenía que hacerse. No
era su lucha. Era la de Garth. Sólo esperaba que la finalidad en las palabras de
Garth, antes de que apareciese el Padre Merryl, no fueran un presagio de la
dirección de su elección.
Capítulo Cuatro

GARTH se las arregló para ponerse los pantalones y estaba metiendo los
brazos en la camisa cuando Eli se marchó. Inmediatamente la habitación se
sintió fría sin él. Garth frunció el ceño mientras abrochaba los botones. Su
mente se arremolinaba con pensamientos, preguntas, enfado y decepción. No
había un blanco en el que pudiese clavarlo todo. Suponía que su respuesta
debería haber sido la cruz.

Se les había grabado en la cabeza como sacerdotes: sea lo que sea lo que
te importa, llévalo a la cruz.

—Me disgustas,— dijo el Padre Merryl con maldad.

Garth devolvió la mirada con frialdad. —Curioso, estaba pensando lo


mismo.

—Bien. ¿Entonces no veremos una repetición de esta actuación? Se me


exige que reporte el comportamiento inapropiado. La iglesia ha recibido
demasiados golpes en el ruedo público para ser afrontada con esta desgracia.

—De hecho, me estaba refiriendo a tu comportamiento.— Terminó de


abrocharse la camisa y empezó a mirar alrededor en la habitación para colocar
el alzacuellos blanco en su posición.

—Ofrecer la confesión es una bendición en el oficio,— dijo con desprecio.

—Al igual que no lo es acosar a la persona a la que deseas bendecir,— le


informó Garth.

—Eres el menos apropiado para hablar, Padre Garth. Te sugiero un retiro


humilde a la plegaria, lejos de la congregación durante los próximos días,
mientras hablo con el obispo.

Retirarse sería sensato, aunque no fuera por otra razón que para dar algo
de distancia a su añoranza insatisfecha hacía Eli. El modo en que se sentía
respecto a él tenía que ser producto de su acto de amor tanto como del afecto
que ya sentía.

Miró al Padre Merryl, le miró de verdad. ¿Era eso lo que quería ser?
¿Demasiado atrapado en su propia importancia e inclinaciones como para mirar
más allá del envoltorio humano y ver el alma? La iglesia católica proveía un
lugar excelente para un hombre, huyendo de la sociedad, para que se
escondiera.

Garth se tragó su orgullo. No le hacía ningún bien el ser atrapado durante


el acto. Asintió. —Pasaré desapercibido. Tengo cosas que resolver, de todos
modos.

Como en ese momento, que se había sido enfrentado al juicio de la misma


iglesia que se suponía que le protegía, que le reforzaba de la malicia del
mundo exterior y pecaminoso. ¿Quería ser como el Padre Merryl dentro de
veinte años?

Suponía que tenía opciones. Podía negar quién era, enterrarse en


interpretaciones humanizadas de las escrituras bíblicas y convertirse en una
copia en papel carbón. O podía admitir que era gay, aceptarlo, y renovar sus
votos a la iglesia porque su elección era servir al Señor. No había nada que
dijese que no podía tener los sentimientos que tenía y aún así ser un hombre
de fe. Uno no excluía lo otro.

—Presentaré tus disculpas en la fiesta de la boda.

Garth se encogió. Sabía que el Padre Merryl tenía razón. De acuerdo con
la iglesia, sus acciones requerían reflexión en silencio, oración, penitencia y
soledad. Ir a la fiesta, donde se hubiese encontrado con Eli y el resto de la
familia, era una muy mala idea. Después del increíble sexo (sexo por el que no
podía lamentarse por haber tenido) sabía que cuando mirase a Eli lo llevaría
escrito en la cara. Eso no sólo desmerecería la boda, sino que despertaría
preguntas.

—Gracias, Padre.— La garganta de Garth se cerró con las palabras. Sacó


sus llaves y su cartera del cajón de la mesa. —Si se me necesita, estaré
reflexionando en privado en el despacho de mi casa.

—Bien. Tómate una semana.— El Padre Merryl caminó hacía él y apoyó las
manos en el brazo de Garth. —Todos tenemos nuestras cruces que soportar,
Padre. No hay razón para que no puedas superar ésta. La mía fue mi
alcoholismo en mi juventud. Quedó fuera de control, y casi perdí mi posición
en otra iglesia. Tómate una semana libre. No respondas al teléfono ni abras la
puerta. Dirígeme todos tus mensajes. Te cubriré.

Garth asintió. Su alma se mostraba reacia, pero la iglesia tenía sus


métodos, y a sus ojos éste era el procedimiento correcto. Si quería mantener
su puesto, necesitaba jugar de forma prudente y hacer lo que se le decía. Más
tarde, una vez que se hubiese calmado lo suficiente como para ver las cosas
con objetividad, estaría en una posición mejor para evitar una decisión
precipitada.

—Esto es lo correcto a hacer,— dijo el Padre Merryl, como si estuviera


reafirmando sus pensamientos. Le apretó el brazo con suavidad. —Nuestro
padre celestial te ama y te dará la bienvenida cuando regreses en tu
arrepentimiento.

Garth no estaba seguro de que quisiera arrepentirse. Por el momento,


contuvo las palabras que acusaba al Padre Merryl de complejo de superioridad.
Cuanto antes dejase el vestíbulo, más seguro estaría de no decirlas.

Le dirigió una breve y estrecha sonrisa y se marchó. Quería ir a la fiesta


de la boda tanto para despedirse de Susie como para ver a Eli. Quería sentir
expandirse ese globo cálido en su pecho al saber que habían compartido algo
increíble, y en realidad quería hacerlo de nuevo.

Su humanidad le decía que se sacudiese los límites de la iglesia y lo


hiciera de todos modos. Su fe le advertía que fuera razonable. Parecía que esa
era la refriega constante para un hombre de Dios: siempre deseando permitir
que el orgullo tomará el asiento principal. El Padre Merryl llamaría a eso su
naturaleza pecaminosa, la que estaba llamada a ser renacida una vez que se
tomaba la vida del sacerdocio.

¿Pero cómo se comportaba un hombre como un ejemplo divino? ¿Era


siquiera natural esperarlo? ¿Y era un ejemplo divino el negar cómo le había
hecho Dios en primer lugar?

Le dolía la cabeza con la discusión circular.

«Una semana. Dale una semana,» se dijo a si mismo. «Tienes que darle a
tu llamada un esfuerzo honesto, o siempre te preguntarás si tu fidelidad está
con Dios o con Eli.»

—POR FAVOR, deje un mensaje al oír la señal,— pidió la voz automática.


El agudo chirrido sonó al otro lado.

—Garth, ha pasado alrededor de una semana. Coge el maldito teléfono y


deja de evitarme,— gruñó Eli. —Necesitamos hablar. No puedo pretender que
no ha pasado nada, y no te dejaré que lo hagas.— Colgó el teléfono y dejó
caer la cabeza en las manos.

El trabajo, algo que siempre había disfrutado haciendo antes, ahora se


sentía hueco. Podía haber sido porque el tener una fantasía en la que era el
amante de Garth le había dado un lustro prometedor en su mente. La realidad,
de cualquier modo, le dejaba lóbrego y sin esperanza.

Había sospechado que Garth no seguiría cuando había dicho que jamás
olvidaría lo que Eli le había dado. De modo que habría momentos sin más de lo
mismo para compararlo. Lo cual significaba que incluso antes de que el Padre
Merryl hubiera entrado en esa habitación, Garth estaba terminando su breve
relación.

Quizás Eli había sido utilizado y sencillamente era demasiado cabeza dura
como para comprenderlo. O quizás lo comprendía, y solamente se negaba a
creerlo.

La última palabra de Garth había sido decir el nombre de Eli en un


esfuerzo para que cuidase sus respuestas insolentes al Padre Merryl. No había
sido para decir un hasta la vista, declarar sus sentimientos desgarrados ni para
defender lo que habían compartido. Garth le había barrido sucintamente bajo
la alfombra junto con todas las protestas que podía haber dado por los juicios
del Padre Merryl.

Garth no pensaba que valiese la pena luchar por Eli. No, más aún. Garth
no pensaba que su relación fuese lo suficiente honorable como para estar
frente a la iglesia católica.

No era como si Eli quisiera que tirase su alzacuellos y se pusiera de pie en


el púlpito para contar a todo el mundo lo suyo. De hecho ni siquiera esperaba
que Garth dejase el sacerdocio.

¿Así que qué quería? ¿Qué esperaba Eli de él, si no eran esas cosas que
les permitirían estar juntos?

Pensó en ello, tratando de tragarse su orgullo herido durante el tiempo


suficiente como para ser honesto consigo mismo.

Suspiró.

Debía de ser un romántico. Un ridículo romántico de y-vivieron-felices-


para-siempre. Se pellizcó el puente de la nariz cuando la verdad cayó sobre
sus hombros. Había querido que Garth se le declarase, que empujara a un lado
cualquier obstáculo y le siguiera. Incluso si eso significaba cabrear a la iglesia y
al Dios que la iglesia servía.
Para ser justos, había puesto a Garth en una situación muy precaria.
Había seducido a un cura con la esperanza de alejarlo de la iglesia y atraerlo a
su cama. Tenía que haber un lugar especial en el infierno para Eli.

Probablemente lo que más dolía era que había luchado por Garth y había
perdido. ¿Cómo se suponía que olvidara y continuase adelante? ¿Cómo
sostienes momentáneamente a la persona a la que siempre has amado, la
pierdes y recoges los trozos de tu corazón cuando éste se destroza?

Había sido una situación imposible. Un sacerdote era un sacerdote porque


amaba a Dios sobre todas las cosas. Un sacerdote se casaba con su fe,
perdonando a todos en su piedad. Era parte de lo que amaba sobre Garth. A
diferencia de otros, se podía esperar que un sacerdote permaneciese
inquebrantable. Se podía confiar en él, podía erigirse como ejemplo, guiar a los
perdidos.

—Yo estoy definitivamente perdido,— dijo Eli al despacho vacío. —Contigo


y sin ti.

Se podía contar con que un sacerdote no volvería la espalda a su fe. Eli


maldeciría al sacerdocio si no significase maldecir al hombre al que amaba, el
cual lo representaba. Sospechaba que incluso si Garth hubiera estado en
intimidad con una mujer, todavía estaría afrontando el mismo dilema. A los
ojos del Padre Merryl, el ser un hombre había sido lo peor. Pero en realidad,
eso no importaba para nada. Abandonar el sacerdocio era abandonar el
sacerdocio.

¿Qué se suponía que hiciese ahora? ¿Esperar? ¿Estaría esperando en


vano?

Sencillamente no veía ningún otro resultado. Si la elección era esperar o


no esperar, siendo el que se le rompiera el corazón el único final previsible en
el estado actual de las cosas...

Dolía jodidamente demasiado como para considerarlo, lo cual era el


porque seguía recorriendo la misma discusión en su cabeza y cogiendo el
teléfono para llamar a Garth cada par de días.

Tenía que seguir intentándolo, tenía que seguir llamando en caso de que
ése fuera ese único momento de debilidad en que Garth contestase al teléfono,
porque las alternativas eran insoportables.

Ya había descubierto su corazón. No se había guardado nada. Había


amado con cada fibra de su ser.
Si eso no era suficientemente bueno... oh, Dios, si él no era lo suficiente
importante como para hablar con él, Eli no estaba seguro de que pudiera
soportar saber la verdad. Y aún así saberla podría liberarle. ¿No es eso lo que
reza el dicho? ¿”La verdad os hará libres”? La verdad se sentía como cualquier
cosa excepto liberadora. Más bien se sentía como si hubiera sido firmemente
enviado al infierno.

Volvió a extender la mano hacía el teléfono y marcó el número de casa de


Garth. Quizás había estado en el baño todas y cada una de las veces que lo
había intentado antes. Si, ni siquiera Eli se creía eso.

El pitido del mensaje sonó. Eli tragó a través de la sequedad de su


garganta. —Garth,— murmuró roncamente, sintiendo plenamente la inutilidad
de la llamada. —Sólo quiero... no, necesito que sepas que te amo.

GARTH escuchó como su anticuado contestador reproducía la llamada de


Eli en el altavoz. Estuvo a punto de contestar.

El Padre Merryl frunció el ceño. —Ese hombre necesita una confesión. Creo
que deberías convencerle para que acudiera a un sacerdote. Al suyo, a mi, a
alguno que escuchara sus pecados y le ofreciera absolución.

—Lo que está en su corazón queda entre él y su creador,— dijo Garth.

—Creía que entendiste que este comportamiento no puede continuar.

—He cumplido mi penitencia. He hablado con el obispo. Estoy en período


de prueba bajo supervisión. Me hago responsable de mi indiscreción. Soy su
sacerdote. Debería haber detenido el contacto en el minuto en que pasó a ser
inapropiado.— Garth dijo todas las cosas que sabía que el Padre Merryl
deseaba oír, cosas que él debería creer con todo su corazón. Cosas que decía
con una convicción vacía.

—Padre Garth, allí había dos hombres cometiendo una falta, no uno. No
puedes tomar los pecados de otro como propios.

El pánico guerreó en él. No quería dejar de pensar en Eli. La iglesia no


podía controlar de verdad sus pensamientos si él no les dejaba. —Jesús lo hizo.
Nosotros somos su ejemplo.

Garth saltó a la discusión, sabiendo que sus esfuerzos eran más para
distraer de la herida real en la que el Padre Merryl probablemente se cebaría.
Quería que dejase a Eli tranquilo. El único modo de hacerlo era apartar a Eli del
patíbulo. Desviar, redirigir, y todas esas otras tácticas evasivas.

También quería mantener sus recuerdos de Eli para si. Sin teñir por el
ridículo. Sólo habían tenido esa tarde, una hora como máximo, y un beso de
hacía años. Ese Padre Merryl había abierto la sala privada del afecto y la había
proclamado como un heraldo con un premio, la había traicionado. El amor
secreto expuesto, juzgado, desdeñado.

Garth no estaba seguro de cuánto abuso más podía aceptar. Había


esperado que las recriminaciones se desvanecieran. Aunque la congregación no
lo sabía, todos los demás que trabajaban en la iglesia tras los bastidores lo
sabían.

Cotilleos apoyados por la doctrina.

Era curioso como el principio bíblico podía ser tergiversado para que
encajase en el clero. No esa vez.

—Jesús no fornicó con sus apóstoles,— replicó el Padre Merryl.

—Y aún así la Biblia dice que sufrió todas las tentaciones. Eso incluiría la
homosexualidad.

—La tentación no significa que actuase.

—Por supuesto que no,— accedió Garth. —Pero tampoco tuvo relaciones
con mujeres. ¿Entonces es una tentación peor que la otra?

—¡Sabes que lo es!— rugió el Padre Merryl.

—Algunos dirían que el pecado es igual.

—No para la iglesia católica. La estructura a la que sirves.

—Entonces si el fornicar con una mujer es pecaminoso, ¿qué dice eso


sobre las relaciones naturales entre varón y hembra?— presionó Garth.

—Estás manipulando la Palabra. El matrimonio es un estado sagrado.

—Estoy de acuerdo. Es sagrado. La relación entre hombre y mujer es


preciosa y una tentación esquivada a través del matrimonio. Creo que es lo
mismo con los hombres.
—Esa no es la discusión, ¿no?— preguntó el Padre Merryl con un suspiro
cansado.

De manera que se había percatado de la redirección. —¿No lo es?—


contestó Garth, esperando forzar al otro hombre a recorrer un camino
alejándose de Eli.

—No. No por completo. El asunto es una relación sexual entre un hombre


y un sacerdote.

Ése era el asunto. No podía discutir en ese punto.

Podía discutir con el Padre Merryl hasta que el sol dejase de brillar, pero
siempre volverían al papel de Garth como sacerdote sucumbiendo al deseo del
corazón de un hombre, incluso si estaban alojados en el mismo cuerpo.

—Es mi corazón el que necesita humildad, Padre, no el de Eli.

—Ambos necesitáis ayuda.

—Yo no puedo ayudar a menos que mis motivos sean claros.

El Padre Merryl le puso la mano en el hombro. —Lo entiendo. Mis


oraciones están contigo. Sea lo que sea lo que necesites, estoy aquí para ti.

—Gracias, Padre.

Garth le vio salir. Después de que cerrase la puerta, miró al silencioso


teléfono. —Dame algo más de tiempo, Eli.

Pensó en la declaración de amor de Eli. La perspectiva de herirlo lo


suficiente como para hacer que su corazón se alejase le aterrorizaba. —Por
favor. Espérame,— añadió. Era egoísta, pero no le gustaba saber que los
sentimientos de Eli hacía él estaban fuera de sus manos. Cada día que
clasificaba sus pensamientos era otro día en que se arriesgaba a perder a Eli
para siempre.

—PERDÓNAME, Padre, porque he pecado. Han pasado tres semanas desde


mi última confesión.

Eli mantuvo la voz baja, tratando de esconder la ansiedad que sentía


sentándose todo lo inmóvil que podía. Había esperado que Garth compartiera
la idea de ellos juntos. Sabía que sería una probabilidad remota, pero también
esperaba que Garth sintiera, como él lo hacía, que tenían algo que valía la
pena perseguir.

—Cuéntame tu carga, hijo mio.

«Dios, suena tan bien. Tan normal.»

La piel de Eli se puso de gallina incluso cuando el susurro de Garth rozó su


piel a través de la rejilla divisora. Había pensando en esa voz. Sentía como si
hubiera llegado al hogar en el minuto en que olió el jabón limpio y el
detergente fuerte que llenaban la pequeña caja. Quizás estar en el mismo
espacio cerrado, respirando el mismo aire, le limpiase de sus pecados o de su
encaprichamiento con el hombre de Dios.

«Ni por asomo.»

En su lugar, estar así de cerca, oliendo su olor, oyendo su voz baja y


ronca, llevó a Eli hasta una excitación completa hacía el hombre que no podía
tener. Tragó el nudo que tenía en la garganta.

Aquello era jodidamente más duro de lo que se lo había imaginado.

—No puedo dejar de pensar en ti,— dijo finalmente.

La cabina de madera se avecinó oscura y elocuente con el silencio del otro


lado de la endeble rejilla. Eli se inclinó hacía delante, girando el rostro hacía la
restringida ventana. A duras penas podía entrever el perfil de Gart.

—¿Garth? No puedo dejar de pensar en ti. He estado enamorado de ti


durante demasiado tiempo como para dejar pasar las semanas sin averiguar
cómo te sientes respecto a mi.

—Yo... debería haberte llamado,— susurró Garth titubeante.

—Si, deberías haberlo hecho, o haber respondido al teléfono cuando te


llamé.

Oyó un profundo suspiro. Las sombras en el cubículo de Garth cambiaron


de posición, se fundieron, bailaron alejándose de la ventana.

—No soy un tipo obsesivo, pero sencillamente no puedes pretender que no


ha pasado nada entre nosotros. Dime que tenías curiosidad y tuviste una
aventura. Dime que amas a la iglesia más de lo que me amas a mi. Dime que
cada beso fue un error. Cualquier cosa. Sólo haz que termine o comience y
entonces yo pueda seguir adelante.

—Haces que suene sencillo.

—Lo es.

—No lo es,— dijo Garth con vehemencia. —Quizás en tu mundo donde te


levantas, vas a trabajar, pasas tiempo con amigos y regresas de nuevo a casa,
sea fácil rechazarlo. Pero aquí las consecuencias se magnifican.

—No pienses demasiado en ello.

—Tampoco puedo pensar poco en ello, Eli. Una declaración en cualquier


dirección cambia mi futuro de forma permanente.

—¿Crees que no cambia el mio?— Eli golpeó con la palma la rejilla por la
frustración.

—Me dijiste que no me pedirías que eligiera.

—No creí que fuese a hacerlo.

Garth presionó la mano en el lado contrario de la ventana dividida. El


metal frío y la piel cálida cosquillearon el final de los nervios sensibilizados de
Eli. Su respiración se atascó con la esperanza.

—¿Piensas en mi?— preguntó Garth, su voz cautelosa.

—Constantemente.

—Cuéntamelo,— susurró Garth.

El corazón de Eli galopó. Se lamió los labios. ¿Cuánto podía compartir?


Sonaba como si Garth quisiera oírlo todo, y Eli deseaba decirlo. Aún mejor,
deseaba mostrarlo.

—Hecho de menos el modo en que sabes.— Respiró profundamente y lo


dejó escapar con lentitud. Dejó caer la frente sobre la rejilla divisora entre sus
manos. —Es de locos. Pensé que si tan sólo podía besarte, estaría satisfecho.
Me convencí de ello, de manera que te encontré solo, en la oscuridad. Sin
saber si me corresponderías o me condenarías, te besé.

—Lo recuerdo,— dijo Garth. Su voz sonaba ronca, y eso animó a Eli a
continuar.
—No sabes lo que echas algo de menos hasta que se te niega. Decidí
darte espacio, que quizás te había atrapado lo suficiente poco preparado como
para que no hubieses sido capaz de reaccionar. Ésa fue mi excusa, y me aferré
a ella. Pensé que no sabías quién te había besado, de manera que no había
peligro. No había un peligro real de que se me descubriese. No había peligro
real de que me rechazases, así que me lo guardé para mi y te observé,
deseando estar contigo, pero respetando la distancia que tu llamada requería.

—He pensando en esa noche incontables veces a lo largo de los pasados


tres años,— confesó Garth.

—¿Lo has hecho?

—Si,— respondió aunque temeroso de dejar que la palabra casi suspirada


escapase de las paredes cercanas de su propio cubículo para viajar hasta el de
Eli.

—¿Me equivoqué al desearte?

—Sólo lo equivocado que esté yo al desearte a ti,— le dijo Garth.

Las palabras prendieron la esperanza, ardiendo brillante y caliente tras el


esternón de Eli. —No vine a la boda de Susie para seducirte. Te vi, y todas las
cosas que he estado sintiendo, los recuerdos de esa noche junto con cada
fantasía sobre ti que he tratado de no tener pero que no tenía la voluntad de
resistir, volvieron a fluir. Te vi y supe que tenía que decírtelo. Esta vez
encontraría la manera de decirte cómo me sentía. Que verte y desearte y no
ser capaz de decírtelo me desgarraba un poco cada vez que te veía.

Eli alzó la cabeza, buscando los confines del cubículo confesional de Garth.

—Algunas cosas es mejor que queden sin decir,— murmuró Eli. —Algunas
cosas son más seguras cuando quedan sin decir. Lo cual es por lo que he
esperado tanto tiempo como tenía para decirlas.

—Pero las dijiste, y al decirlas, lo cambiaste todo.— Garth apartó la mano.

Eli no pudo obligarse a hacer lo mismo. —¿Lo hice? Desde donde estoy
sentado, no ha cambiado nada. Todavía estás fuera de mi alcance.

—¿Desde donde estás sentado?— preguntó Garth incrédulo. —Estás


sentado en una cabina confesional en una iglesia. ¿No crees que lo que me has
dicho a mi, un representante célibe de la iglesia, es algo que lo hace cambiar?
Eli, tuvimos sexo en la sacristía. Querido Dios, no hay suficiente penitencia
para eso.
Eli volvió a sentarse hacía atrás. La vergüenza le cubría y estrangulaba el
deseo en su pecho. Todo había ido tan horriblemente mal. Desde un beso
robado hasta un momento íntimo arrancado del tiempo, se había permitido
creer que Garth y él tenían una oportunidad de amor real. Como si estuvieran
viviendo un cuento de fantasía en lugar de la vida real donde todo se
solucionaba. El amor lo conquista todo.

La vida real no funcionaba de ese modo. La vida real era el hombre de sus
sueños sentado en un confesionario, rodeado por madera de roble imponente y
enclaustrado por una rejilla de hierro negro. La vida real estaba tratando de
burlar unos pocos momentos de afecto de un Dios no visto que no tenía
designios románticos sobre Garth pero que le poseía de todos modos.

La vida real apestaba.

—¿Qué quieres que haga?— preguntó Eli.

—Hemos hecho suficiente, ¿no crees?

«No. Ni de cerca.» Pero no había sido eso lo que Eli estaba preguntando.
—Me marcharé si quieres que lo haga.

Garth suspiró. —Ése es el problema. No quiero que te marches

—Entonces me quedaré.

—Tampoco quiero que te quedes.

—Definitivamente ésta es una de esas situaciones donde no puedes


tenerlo todo,— dijo Eli, tratando de bromear, pero falló de pleno.

—Eli, creo que es más seguro decir que no sé lo qué quiero. Pero incluso
si lo supiera, no creo que haya un modo de evitar esto.— Garth se giró hacía la
rejilla, pasó los dedos de ambas manos por los espacios abiertos como si
pretendiera sacar la rejilla de la pared mientras miraba a través de ella a Eli.

Por alguna razón, Eli supo que no le iba a gustar lo que Garth tenía que
decir.

—No, eso no es verdad. Conozco el problema. Sé lo que quiero, Eli. Te


quiero a ti. Y también sé dónde están mis obligaciones, y tú no estás en ningún
lugar de esa imagen. No es cuestión de elegir obligaciones. Hay unas que son
importantes para mi, elecciones que hice para vivir según y aferrarme a ellas.
En ocasiones cometemos errores. Por mucho que te duela, tengo que incluir lo
que hicimos juntos en la parte de esos errores.
—¿Todo ello? ¿Fue todo un error?— preguntó Eli, sintiendo como su
corazón se fracturaba por el dolor. Había pensando que la herida creada por la
evitación de Garth había dolida. No había tenido ni idea de lo que era dolor
hasta que éste le rechazaba.

—No quiero herirte.— El susurro suplicante de Garth no le consoló en


absoluto. —¿Lo entiendes? Para mi, el hombre, no hay nada acerca de estar
contigo que lamente. Para el sacerdote, no hay nada sino arrepentimiento.
Estoy dividido por el hecho de que no se me permite estar dividido. Hice mi
decisión por la iglesia hace mucho tiempo. Ya no hay decisión que tomar.

—De manera que eliges la iglesia,— dijo Eli.

Lo entendía. Lo hacía. Sencillamente no quería decir que entendía la


posición de Garth. Como si guardarse esa admisión con toda la petulancia de
un amante frustrado le diera alguna medida de consuelo.

Los dedos de Garth se apretaron en el trabajo de hierro, doblando las


puntas y volviéndolas pálidas.

—La iglesia me eligió y acepté, mucho antes de que aparecieras en


escena. Eli, si hubiese sido de cualquier otro modo... si estuviera afrontando
esa decisión ahora por primera vez, tú o la iglesia, habrías sido tú.

Eso debería haberle reconfortado. No lo hizo. Dolía incluso más porque no


sólo estaban las circunstancias en su contra, sino que también lo estaba el
tiempo. Dios se reía entre dientes ante su hábil plan al ser más astuto que Eli.
Un juego de tira y afloja con Garth en el centro.

Asintió, tragándose el sabor ácido de la parte de atrás de su garganta. —


Dios siempre gana,— dijo en voz baja.

—Deberíamos hablar de esto en la sacristía.

—¿El mismo despacho donde sudamos y gruñimos y nos follamos el uno


al otro porque no nos podíamos quitar más las manos de encima? ¿Esa
habitación?— Sabía que estaba sonando severo, pero maldita sea, se sentía
severo.

—Éste no es el lugar. Hay una pared entre nosotros,— dijo Garth, tirando
de la rejilla.

—Tanto si estamos aquí o en otra habitación, siempre habrá una pared de


algún tipo entre nosotros, Garth. Además, lo que se dice en el confesionario se
queda en el confesionario. Creo que eso es más seguro para ambos.
—Necesito verte, saber que entiendes.

—Lo entiendo. Sencillamente no me gusta,— dijo Eli con aspereza. —


Estoy enamorado de ti. Siempre estaré enamorado de ti, y la maldita iglesia ya
te ha puesto un anillo de bodas en el dedo y te hizo beber la comunión
engañado. No hay nada más que pueda ser dicho aquí.

—No te marches así.

—¿Cómo querías que me fuera? ¿Querías que saliera de esta cabina


sonriendo y deseándote lo mejor? No lo haré. Que te jodan por pedírmelo.— La
voz de Eli debía haber sido lo suficiente fuerte para oírse, porque alguien
detrás de las puertas tosió.

El silencio cayó entre ellos. Eli trató de reunir su orgullo y calmar su furia.

—No volveré,— le dijo Eli finalmente. —No volveré a poner un pie en esta
iglesia. Si quieres verme, sabes dónde encontrarme. Si no quieres, entiendo el
por qué. Sólo no vengas a mi si la iglesia sigue entre nosotros. Creo que al
menos me merezco esa consideración.

—Te mereces mucho más de lo que yo puedo darte.

—Ésa es una tontería modesta, Padre Garth. Eres mejor que eso. Incluso
si la iglesia no lo sabe, yo si lo sé. Recuerda eso cuando te estés preguntado
por qué Dios no te susurra en la oreja mientras caes dormido.

Eli dejó el cubículo. Déjà vu. Había tenido que hacer eso en una ocasión
previa. Aunque había tenido poco ánimo de convencer a Garth de que estaban
hechos el uno para el otro la última vez, ahora sentía incluso menos
esperanza. Golpearse la cabeza contra la pared habría sido más favorable que
la zurra que había recibido su corazón.

—Dios lo maldiga,— murmuró mientras pasaba con violencia al lado de


una matrona sorprendida que esperaba a dos bancos de distancia.
Capítulo Cinco
CUANDO Garth le había dicho al Padre Merryl que necesitaba tomarse un
período sabático, éste había apoyado la idea. Había insistido en que el
descanso, la relajación y la reflexión eran precisamente lo apropiado, cargó a
Garth con libros de teoría bíblica y devocionarios, y le dijo que no volviera
hasta que estuviese preparado para recoger el alzacuellos.

La ironía de que tanto la iglesia como Eli no hubiesen querido ver su


rostro hasta que no se hubiese decidido no le había pasado por alto. ¿Por qué
no creería nadie que ya se había decidido? No estaba indeciso; había elegido la
iglesia. Y aún así la iglesia le había dicho que fuera a pensar y a rezar un poco
más. Lo más probable porque el Padre Merryl quería que Garth solidificara su
fe e hiciera penitencia por sus acciones con Eli.

Esas increíbles acciones que todavía le estremecían el vientre cuando


pensaba en ellas.

Pero Garth no quería tiempo para pensar y reflexionar. Estaba demasiado


cerca del borde, demasiado cerca al balancín de emociones que podía echarle
hacía un lado o hacía el otro. Un soplo de brisa indecisa podía voltear ese
tablero en la otra dirección, ¿y entonces qué? Entonces Garth se deslizaría
hacía Eli, y volvería a estar en la casilla uno.

No. Ahora mismo sabía que se suponía que estuviera con la iglesia. Allí
había sido feliz, sin conflictos, sin decisiones vitales mayores, sin la confusión
de hacer elecciones equivocadas. Hasta que Eli llegó y lo lanzó todo al caldero
y lo agitó.

Garth había recorrido ese camino de debate.

Había elegido a la iglesia.

De verdad, lo había hecho.

La iglesia. Hasta el final.

Día tras día.

Arrodillarse. Rezar. Ser devoto.

Sip.
Lo cual no explicaba nada acerca de por qué estaba mirando fijamente,
maleta en mano, la señal de la ciudad de Lakeview en la terminal de
autobuses, ni siquiera a ocho kilómetros de donde Eli vivía y trabajaba. Seis
semanas libres para reflexionar y superar a Eli, volver y renovarse, ¿y ahí
estaba? No recordaba haber tomado la decisión de ir, pero por supuesto lo
había hecho.

Suspiró con cansancio. «Iglesia,» se recordó a si mismo. Excepto que esa


vez era un poco diferente. Normalmente, Garth habría acudido al diocesano del
obispo y le habría pedido un lugar en el que quedarse en la ciudad. Éste le
habría dado el nombre de una iglesia local y una habitación. Pero el Padre
Merryl había recomendando, y su recomendación había sido aceptada por el
obispo, el poner a Garth “en las impresiones del mundo real y que llegue a una
nueva conciencia de Cristo en su vida”.

Lo cual significaba básicamente que no podía esconderse detrás de las


paredes de otra iglesia durante el término de su período sabático.

Lo cual significaba básicamente que tenía que lidiar con sus demonios en
un campo de juego equitativo.

Lo cual significaba básicamente que estaba jodido.

Levantó su maleta y caminó las cinco manzanas hasta el Motel 6 más


cercano, donde se quedaría durante las próximas semanas. Afortunadamente,
el Padre Merryl no había redirigido los fondos que se le habían dado para pagar
su período sabático. Eso habría sido desastroso.

Garth se registró y subió las escaleras hasta la segunda planta. Estaba


habiendo una discusión en el apartamento dos puertas más allá de la suya, y
se detuvo, considerando si debía llamar a la puerta y ver si se necesitaba su
ayuda. Se decidió en contra. Sin llevar un alzacuellos, sino un chándal de
poliéster pasado de moda y un polo tricotado de segunda mano de la pila de
donaciones, no se veía para nada como un hombre de la iglesia.

Primero, pretendía dormir. Segundo, visitaría la tienda Goodwill más


cercana por ropa nueva. Tercero... meditaría o algo.

Aún así no importaba cuánto lo negase, aplazar la reflexión personal


definitivamente sonaba como el camino a seguir. Especialmente cuando cada
par de segundos, el rostro de Eli, contraído por el azotador placer, llenaba su
mente.

Entró en la habitación de motel y echó el cerrojo a la puerta tras de si.


Dejando caer su maleta donde estaba, fue después a la cama y se dejó caer lo
primero de cara en el edredón. Su nariz se arrugó con el olor de humo rancio
de cigarrillos y polvo. El aire acondicionado zumbó y resopló, exhausto.
Cortinas pesadas y corridas bloqueaban la luz débil de un día nublado, y de
repente Garth no pudo mantener los ojos abiertos ni un segundo más.

DOCE horas más tarde intentó extender el brazo y encendió lámpara,


borracho. Después miró fijamente el teléfono, debatiendo si llamar a Eli. Oír su
voz relajante era tanto una idea genial como una pésima. Su mano colgó sobre
el auricular.

«No debo llamar.»

Sostuvo el brazo en el aire durante un par de minutos. Sus dedos ya se


sentían fríos y homigueantes de tenerlos extendidos.

«Sólo debería coger el teléfono y llamarlo. Podría saltarme el contestador.


O él podría no cogerlo. ¿Pero y si lo hace?»

Mariposas revolotearon en su estómago. Si contestaba, ¿qué le diría


Garth?

Nada, probablemente. Respiraría como algún tipo de idiota de instituto


gastando una broma telefónica, y entonces Eli colgaría, o peor, llamaría al
número que le apareciese en el identificador de llamadas y conseguiría el
motel, ¿y si el motel le decía que habitación había llamado? ¿Podían hacer eso?
Siempre parecían saber qué habitación había llamado pidiendo toallas. ¿Y si Eli
conducía hasta allí? Garth rodó los ojos ante su propio ataque de pánico.

—Deja de coger problemas prestados, Roderick,— dijo, llamándose por su


apellido.

Cogió el teléfono y lo subió con él a la cama. Apretando el botón para


hacer una llamada al exterior, terminó completando la secuencia con el número
de teléfono de su hermana pequeña.

—Hola, hermanita,— dijo cuando ella contestó.

Ella bufó al otro lado de la línea. —¿Y bien?

—¿Bien, qué?
—Oigámoslo,— le incitó ella.

Garth dejó escapar una risa quejosa entre dientes. —Perdóname,


hermana, porque he pecado. No he hablado contigo en,— se detuvo para
pensar, —cinco semanas.

Jenny rió. —Está bien. Estás perdonado. Haz diez “viva Jenny” y promete
llamarme la próxima semana.

—Te lo prometo,— dijo, riendo también.

—¿Cómo estás?

—Las cosas están algo liadas en este momento,— respondió.

—Me lo imaginé. Normalmente no me llamas durante largos períodos


cuando estás estresado por algo.

—Estoy en un retiro sabático.

—Eso son como vacaciones, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo tienes libre?—


preguntó ella.

—Seis semanas.

La línea de Jenny se quedó en silencio por unos momentos. —¿Qué ha


pasado?

—Has dado en el clavo. Quizás sólo he estado trabajando demasiado duro.

—Nadie se toma un período sabático de seis semanas cuando todo va


bien. Eso combinado con tu falta de comunicación y que me digas que las
cosas están liadas, no hace falta un Sherlock para averiguarlo.

—Oh, Jen. Desearía que pudiera tener esta conversación contigo en


persona.

—Tienes seis semanas. Ven y quédate conmigo y Lane.

—Lo haría, pero tengo que resolver algo primero. ¿En otra ocasión?

—Por supuesto.

—¿Y cómo están los niños?— preguntó.


—No me has llamado para preguntarme por los niños. Pero están bien. Si
hubieses llamado antes, me hubiera estirado por el teléfono para darte un
manotazo. Déjate de rodeos y dime qué está pasando.

—Lo siento por la hora.— Hizo una mueca cuando vio el reloj del motel
mostrando brillante que eran un poco pasadas las siete a.m. —Puedo llamar de
nuevo.

—No te atrevas. Has llamado. Hay un problema. Habla.

—Conocí a alguien,— anunció, echándolo con claridad.

—¿Con alguien, quieres decir alguien aparte de, bueno, Dios?

—Si.

—Hm. Puedo ver por qué podría ser un problema.

—Si.

—¿Cómo os conocisteis? ¿Fue en la iglesia? ¿Sabe ella que eres un


sacerdote?— Jenny disparó las preguntas en ráfaga.

—De hecho, nos conocimos hace años. Le enseñé en clase de


confirmación. También le atendí como consejero.

—¿El consejero de ella o el consejero de su clase?— preguntó Jenny.

Garth tragó el nudo seco de su garganta. —Uh, específicamente, fue como


el consejero de él.

—¿De quién?

—De él. El tipo al que conocí. Volví a conocer o lo que sea,— trató de
aclararlo.

—Entonces...— empezó ella.

—Si.

—Osea, conociste a un chico y ¿qué?

—Jesús, Jenny, no me preguntes eso.

—Tú lo has sacado, y en realidad, el tema necesita que se aclare.


Garth soltó la respiración en un soplido, apretando la palma contra la
frente. —Él estaba en la ciudad por la boda de su hermana, la cual yo oficié.
Hace algunos años, ocurrió esa cosa, y resultó que fue él quien lo hizo, y
ahora, de regreso a la ciudad, pensó que yo debería saberlo, porque está
enamorado de mi.

—Uh. Ahí falta muchísima información, dulzura.

—Me besó.

—¿En la boda?— graznó.

—No. Hace algunos años alguien me besó. Estaba oscuro. No supe quien
fue.

—¿Y fue ese tipo? ¿El que está enamorado de ti?— preguntó.

—Si. Estábamos en la recepción cuando me lo dijo, y después me dijo que


estaba enamorado de mi.

—Está bien, pero sabe que todavía eres un sacerdote, ¿verdad?

—Si, Jenny, lo sabe.

—Es algo así como malo por su parte el que haga avances contigo de ese
modo. ¿Lo pusiste en su lugar?

Garth pensó en todas las posiciones en las que habían estado. Sus
mejillas se calentaron. Todas esas posiciones que le gustaría probar de nuevo y
algunas más en las que había pensado desde entonces. Y también los
momentos tranquilos. Pensar en cosas simples como hacer una taza de café y
tener a Eli entrando en la cocina y rodeándole con los brazos, que le besara el
cuello y después se sentara para planear cómo pasarían su sábado.

Garth quería eso.

—Yo, uh, no lo hice.

—¿Qué quieres decir con que no lo pusiste en su sitio?— gritó Jenny al


teléfono. —Eres un sacerdote, por el amor de Dios.

—Si, consigo eso muchas veces.

—Si no le enderezaste, ¿qué pasó?


—Tuvimos sexo.

Hubo un alarido al otro lado. Garth sostuvo el teléfono lejos de la oreja,


haciendo una mueca.

—Fuimos atrapados por el Padre Merryl después de tener sexo en la


sacristía,— añadió Garth.

—Oh. Dios. ¡Mio! No tengo palabras. Ninguna. Nuh-uh. ¿Qué hiciste?

—Me vestí y le dije al tipo que se fuera mientras lo solucionaba con el


Padre Merryl y toda la situación.

—Hay ironía en que te atrapen desnudo en una habitación diseñada para


vestirse.— Se rió por lo bajo. —Por el hecho de que estás en período sabático
de seis semanas supongo que el solucionarse nunca llegó a pasar de verdad.

—Lo hizo. Elegí la iglesia,— insistió él.

—Si, claro. Por eso me estás al teléfono conmigo, diciéndome que has
tenido sexo con un hombre en la sacristía de tu iglesia. ¿Qué dijo el Padre
Merryl?

Su incredulidad se trasladó perfectamente a través de las líneas


telefónicas. Casi podía ver como sus ojos se estrechaban mientras le enviaba
chorros de incredulidad.

—En última instancia, que yo necesitaba aclarar mi papel en la iglesia,


rezar, tomarme algo de tiempo para calmarme, y volver con mi alzacuellos
firmemente en su lugar.

—¿Qué dijo el otro tipo? ¿Tu amante?

Amante. Garth nunca había pensando en Eli de ese modo. No


oficialmente. No en ninguna capacidad que se permitía para pensar en él. Pero
si, hacía que se emocionara ante el título. Amante. Eli era su amante, y Garth
de verdad, de verdad, de verdad quería que repitiera ese papel.

Lo cual era exactamente lo que no se suponía que estuviera pensando.

«Período sabático, día uno: fallido.»

—Su nombre es Eli. Se marchó como le pedí. Después volvió tras una
semana tratando de llamarme. No podía devolver sus llamadas. Estaba
tratando de huir de mi pecado.
—Eres un idiota. Lo siento, eso quizás me haga terminar en el Purgatorio
algo más de tiempo del que esperaba, pero es verdad. ¿Ese hombre te confesó
sus sentimientos hacía ti, durmió consensualmente contigo, y tú le diste la
espalda y nunca volviste a hablar con él? Si, eres un capullo sacerdotal.

—Pensé que habías dicho que él era un idiota.

—Eso fue antes de que me dijiste lo estúpido que fuiste con Eli. Ahora
estoy de su parte.

—Caramba, gracias.

—No es nada. Así que escupe. Vino a verte de nuevo. ¿Qué pasó
entonces?— presionó.

—Vino al confesionario. Me dijo que todavía me amaba.

—¿Incluso después de todo lo que hiciste? ¡Aw! Me gusta ese chico.


Contigo, estoy cabreada.

—Soy un sacerdote, Jenny. No puedo aceptar el amor de nadie. Ni


siquiera el amor persistente de alguien que has decidido que te guste.

—Está bien, lo que sea. Suenas vago, ¿así que entiendo que el momento
confesional no fue bien?

—Debería haberlo hecho, pero es una situación delicada. Tenía que decirle
que había elegido a la iglesia hacía años, de manera que no había nada por lo
que decidirme.

—Si, lo había. Le dijiste que te decidías por la iglesia y que él no contaba,


— tradujo ella.

—Algo así.

—¿Y ahora estás en un período sabático haciendo el qué?

—Tirado en la cama de un motel a unos ochos kilómetros de donde Eli


vive,— murmuró.

Jenny rió en voz alta. —Oh Dios mio.

—Deja de decir eso. Es una blasfemia.

—Oh. Dios. ¡Mio! ¡Tú también estás enamorado de él!— cacareó.


—No. No lo estoy.

—Si, si lo estás.

—No puedo estar enamorado de él. No está permitido por la iglesia


católica el que un sacerdote tenga una relación íntima.

—Eso díselo a esos encubiertos de Europa,— dijo con sarcasmo.

—No es divertido.

—Lo sé. Lo siento. Pero eso no cambia el hecho de que estás allí con Eli.
No aquí. Fuiste a verle porque la idea de ser libre de la iglesia y no verle ni
siquiera es una opción para ti. Y tengo que decirlo, hermano mayor, hacen falta
pelotas para lo que hizo. Para lo que tú estás haciendo hacen falta unas de
metal. Bien por ti.

—No he hecho nada.

—Todavía,— añadió ella con timidez.

Garth se sentó, cruzando las piernas. —Todavía,— accedió.

—¿Pero quieres?

—Si.

—¿Vas a hacerlo?— preguntó.

—No debería.

Jenny hizo un sonido evasivo al otro lado, seguido por un silencio cómodo.

—Me dijo que no le fuera a encontrar a menos que hubiera cambiado de


idea. Que ya le había herido lo suficiente.

—Lo hiciste. Fuiste algo así como un bastardo,— le sacó de quicio


amablemente.

—Gracias,— respondió con sequedad.

—¿Para qué están las hermanas pequeñas?

—No para animar, por lo que deduzco.

—No me llamaste para que te animara. Llamaste por una caja de


resonancia; para oír en voz alta todas las cosas que has estado pensando. Así
que, ¿te suenas para ti mismo tan gilipollas como me has sonado a mi?

Garth gimió, colocó la cara en su mano libre, apoyada por el codo sobre la
rodilla. —¿Tengo que responder a eso?

—Creo que acabas de hacerlo.

—Te quiero, mocosa.

Jenny dejó escapar una risita. —Yo también te quiero, tonto. ¿Has
encontrado tu respuesta?

—No.

—¿Estás seguro? Porque a mi me suena como si tu subconsciente te


hubiera traído hasta él por una razón. Lo que quiero saber es, ¿vas a hacer
algo al respecto?

—¿Y dejar la iglesia?

—¿Por qué no? No es como si no hubieras servido a la iglesia durante


años y años. Quizás tu plan vital ha cambiado. Quizás Eli fue llevado a tu vida
por una razón.

—Jenny, no es así. Un voto es un voto para siempre.

—¿Quién lo dice?

—La iglesia,— respondió Garth rápidamente.

—Ya veo. ¿Y la iglesia tiene más autoridad que Dios?

—¿Qué?

—Bueno, si Dios estuviera tratando de decirte que Él tiene un plan nuevo


para ti, uno de amor y compañerismo, uno que cumple más emocionalmente,
¿cómo lo haría? Y si Él decidiera que quiere algo nuevo para ti, ¿Tendría que
aclararlo con la iglesia católica?

Garth pensó en ello. Quería seguir su razonamiento, pero cada poro


culpable de su ser decía que un hombre era capaz de racionalizar cualquier
cosa que quisiera. ¿Era eso racionalizar, o era sabiduría?

—No lo sé. Creo que lo estoy forzando,— dijo, sin sonar nada seguro de si
mismo.

Desdobló las piernas, dejando que una cayera por el lado de la cama para
arrastrar el pie todavía calzado por la alfombra del motel. Había llegado a Eli
por debilidad, seguramente, y no por permiso divino.

—Garth, cariño, ¿por qué estás ahí?— preguntó ella con suavidad.

Se había estado haciendo a si mismo la misma pregunta. —No lo sé.

—Si. Lo sabes.

—¿Entonces dímelo? Porque todavía no me he dicho a mi mismo la razón.


— Su risa sonó seca, frágil, insincera. Se preguntó si ella también lo pensaba.

—Incluso una hermana pequeña sabe cuando su hermano mayor está


enamorado.

—No puede ser,— replicó rápidamente.

—Deja de ser un imbécil. Se te ha dado la capacidad de amar por el


mismo Dios al que has estado sirviendo. ¿No crees que deberías dejar de
cuestionar los regalos que te son hechos, las oportunidades que se te ofrecen,
y empezar a decir gracias al gran tipo del cielo?

—Nunca me di cuenta que fueras tan abierta con la vida conyugal del
mismo sexo.

—Nunca he estado en contra de ella per se. Sencillamente jamás ha


surgido.— Dejó escapar de repente. —Perdona el juego de palabras.

—¿Pero estás bien con esto?

El silencio llenó la línea durante varios segundos. —Estoy confusa. Toda


esta conversación ha sido sobre tu período sabático no solicitado. Ahora parece
como si tratara más sobre salir del armario con un giro raro de dejar la iglesia.

—Supongo que trata de todo eso,— contestó.

—Tienes muchas decisiones que tomar.

—Lo sé.— Y no estaba tan seguro de tomar las correctas. La que más le
presionaba era Eli. ¿Qué hacía con Eli? Ya estaba en su ciudad. Evidentemente,
el subconsciente de Garth pensaba que debía lidiar con eso primero. Tratar
primero con eso había atado su posición en la iglesia, su futuro, sus relaciones
y su sexualidad.

«Todo termina y empieza con Eli. Dios ayúdame.»

—Encenderé una vela por ti,— dijo Jenny, como si notara sus
pensamientos tumultuosos.

—Gracias.

Garth colgó el teléfono.

La evitación no parecía ya una buena idea. Sólo haría que los argumentos
circulares de su cabeza tomaran la curva e hicieran otra vuelta. Necesitaba
paz, y la paz sólo llegaría con la determinación.

«Admisión uno. Soy gay.»

Nunca había estado atraído sexualmente por las mujeres. Tampoco había
categorizado nunca sus inclinaciones puesto que había sabido pronto que se
dedicaría al sacerdocio. Claro, había encontrado a las mujeres hermosas,
atractivas, cómodas. De forma divergente, había encontrado a los hombres
estimulantes, desconcertantes, y había sido inexplicablemente atraído hacía
ellos.

Quizás era por eso por lo que una vida rodeado de ellos le había parecido
buena idea. Un grupo de hombres con un objetivo en común no sexual había
intensificado en cambio su consciencia de lo diferente que se sentía sobre los
hombres y las mujeres. Sensaciones que sabía que no eran la norma social
estándar.

Había sido capaz de pasarlo por alto, incluso cuando un feligrés o un


compañero sacerdote le llamaban la atención. Pero Eli. Eli había sido siempre
diferente.

El hosco hombre-niño en su adolescencia, luchando para darle sentido al


mundo y a su lugar en él, había sido demasiado paralelo al propio viaje de
Garth. Lo que Eli no sabía es que al hablar con él sobre sus problemas de
hecho había ayudado a Garth a solucionar los propios.

Había habido un momento o dos cuando Eli había regresado a la ciudad


en las vacaciones de la universidad, donde Garth le había visto sonreír con
cuidado. O la luz de los cielos brillaba sobre él en un picnic de fraternidad,
donde Garth había sido incapaz de apartar los ojos.

Y ese beso. Cuando el hombre le había besado hacía tres años en un


jardín oscuro, había permitido que su imaginación pretendiera que había sido
Eli.

Había rogado penitencia por esa carnalidad. Nunca había soñado que
fuese acertada.

Su estómago dio un pequeño salto.

«Soy gay,» pensó, sintiéndose un poco más cómodo con esa admisión.

Al no haber permitido nunca que las palabras se formasen en su mente,


juntarlas ahora en dos pequeñas sílabas parecía casi demasiado simple para
englobar todo lo que estaba sintiendo. Se lamió los labios, preparándose para
el siguiente paso.

—Soy gay,— dijo a la habitación silenciosa.

Su corazón latió erráticamente. El trueno no retumbó. La rayo no golpeó.


Los demonios no se materializaron de las paredes, riendo socarronamente,
para sorprenderle. Nadie llamó a su puerta ni le lanzó agua bendita.

Su risa velada de alivio se sintió tonta e infantil.

—Soy gay,— dijo de nuevo. —Soy un sacerdote gay, y estoy enamorado


de Eli Jennings.

Su risa murió.

—¿Y ahora que voy a hacer sobre eso?


Capítulo Seis
NO IMPORTABA por donde lo mirase Garth, y lo había mirado desde
diferentes perspectivas, la iglesia no podía tolerar a un sacerdote activo gay.
También se le hizo más y más evidente que, mientras que podía vivir sin ser
un sacerdote, no quería vivir sin Eli.

Él no había cambiado. Su fe todavía era lo que había sido. Todavía se


sentía devotamente unido a la iglesia y estaba agradecido por los años allí. Sin
ellos, nunca habría tenido el foro para encontrar a Eli y llegar a conocerle a
través de los malos y de los buenos tiempos. Nunca habría tenido una excusa
para seguir conociéndole cuando el encontrar razones religiosas para acercarse
a él se volvieron más escasas a lo largo de los años.

Nada decía que fuera a dejar de servir a la iglesia; como lego.

Había llegado a esa decisión esa mañana. Había llamado al Padre Merryl,
quien había tratado desesperadamente de disuadirle. Había llamado al obispo,
quien le había recriminado por su falta de fe. Y se había mordido la lengua
para no recordarle al obispo que sólo Dios conocía su corazón y mente. Había
hecho todo eso hacía horas.

Su conversación con Jenny había tenido más profundidad de lo que había


imaginado en ese momento. A lo largo de los últimos cuatro días de oración y
reflexión, había tratado de averiguar qué decirle a Eli cuando le viera.

«¿Me tomará todavía Eli?» Ésa era la pateadora.

Caminó por el aparcamiento, acercándose lo suficiente como para ver la


puerta de cristal delantera del edificio de oficinas de Eli, antes de girar sobre
los talones y volver sobre sus pasos. Después llegó al final del aparcamiento,
recuperó el valor, y volvió de nuevo.

Las puertas estaban a la vista. Esta vez, en lugar de girarse, dudó.

—Es un hazlo-o-muere, Garth. Has hecho las paces con la iglesia. Incluso
si Eli no te desea más...— Decir las palabras en voz alta le dolía, pero continuó
con el pensamiento. —Incluso si ya no te desea, has hecho lo correcto. Lo
único que podías haber hecho una vez que comprendiste que la iglesia ya no
corría paralela a tus propias creencias. Incluso has lidiado con el rechazo del
obispo. Esto debería ser más fácil.
No lo era.

No lo era por tanto.

Al principio había pensado en cubrir sus apuesta. En ver si Eli le deseaba,


ir después a la iglesia para o renunciar a su alzacuellos o pedir su clemencia.
Pero ése era el camino de los cobardes.

También sabía ya la respuesta. Su propia verdad era inevitable y no tenía


nada que ver con Eli. Bueno, no directamente. La presencia de Eli ciertamente
había hecho más trasparente el asunto, pero habría sido algo con lo que Garth
se habría afrontado de todos modos.

Garth deseaba una relación. Deseaba compromiso y amor y besos tiernos


y café matutino. Eli siempre había sido su ideal. Jamás había soñado con poder
tenerle. Pero cuando Garth se arrodillaba para rezar, esto normalmente
involucraba que pidiese una mente pura y un corazón en paz en lugar de una
naturaleza romántica.

Y siempre había involucrado a Eli. En ocasiones era para suplicar a Dios


que Eli le llamase. Otras veces era para pedirle a Dios que se llevara el anhelo
que sentía por el hombre.

Así que, si, había sabido que sus días en la iglesia estaban contados.
Sencillamente había evitado la realidad durante tanto tiempo como fue posible.
Su deseo por una relación íntima y su devoción hacía la iglesia estaban
destinadas a cruzarse. Y lo habían hecho. Y no lo lamentaba. Tampoco estaba
asustado de no esconderse más tras las paredes de la iglesia. En su lugar se
sentía liberado.

Un hombre devoto a los principios de la iglesia no debía sentirse liberado


al dejarla. Fue entonces cuando supo que su siguiente paso era encontrar a Eli.

Se dirigió a las puertas y las empujó para entrar al fresco edificio. Voces y
pasos rebotaban en la entrada de mármol y en el techo de dos pisos. A lo largo
de un lado del suelo había un mostrador de mármol con dos guardias de
seguridad tan lejos que hicieron falta varios segundos para alcanzarlos.

—Estoy aquí para ver a Eli Jennings,— dijo Garth, su voz sonando más
segura de lo que él se sentía.

El guarda apretó algunos botones de su teclado. —Quinta planta.

—Gracias.
ELI dejó caer el documento de su reunión de junta en la mesa de su
secretaria. —Samantha, ¿puedes asegurarte de que se le añade el acta a esto?
Quiero llevarlo a casa esta noche para una evaluación exhaustiva de los planes
de la campaña.

Samantha sonrió tímida. —Claro.

Eli entrecerró los ojos. —¿Qué?

—Hay alguien esperando en tu despacho. He movido tu cita con Graylle a


mañana, y me ocuparé de tus llamadas.

—Graylle va a salir de la ciudad mañana. ¿Quién está esperando? ¿El


presidente?— bromeó Eli.

—No, pero se lo dije a Graylee, y dijo que lo entendía. Se encontrará


contigo por una llamada de conferencia desde la limusina mañana a las ocho
a.m.

Eli miró aprensivo la puerta cerrada. —No me lo vas a decir, ¿no?

—No.

—Sabes que trabajas para mi, ¿verdad?

—Si.

—¿Y aún así no me vas a decir qué está pasando?— preguntó.

—¿Por qué arruinar la sorpresa?— Sonrió ampliamente, entrelazando los


dedos de un modo que le recordó a su hermana pequeña planeando algo.

Eli sonrió abiertamente. —Está bien, pero todavía necesito ese archivo
esta noche.

—Estoy bastante segura de que no lo necesitarás.

—Samantha.

—Estará listo, pero sólo estoy diciendo...


—Está bien. Lo que sea. Sólo asegúrate de que esté listo en dos horas a
partir de ahora cuando me vaya a casa.

—O haré que vayan a entregártelo, si te marchas más temprano.

—¿Por qué iría a...? No importa,— murmuró, viendo su sonrisa


incontrolable.

Con cautela, abrió la puerta, cuidadoso de no hacer ruido mientras se


deslizaba dentro. Esperaba atrapar a su visitante encarando la mesa, de
espaldas a la puerta, en una de las grandes sillas. En su lugar vio a un hombre
de pie ante el gran grupo de ventanas que dominaban el parque de debajo.

Sus manos estaban sobre unas caderas vestidas con tejanos, los pies
separados por la distancia de los hombros. Una camisa vaquera de un azul
desvaído había sido arremangada en las mangas y metida dentro de los Levi's.
Los tejanos le encajaban como un amante, y la mirada de Eli se tomó un
momento para apreciar la vista antes de moverse rápidamente al cabello
oscuro que rozaba el cuello de la camisa.

El hombre no le había oído entrar, tal y como pretendía. Miraba hacía


fuera y hacía abajo, sin levantar la cabeza siquiera lo suficiente como tener la
posibilidad de captar el reflejo vago de Eli estando de pie en la habitación. Eli
cerró la puerta igual de silenciosamente que al entrar.

O el hombre estaba perdido en sus pensamientos, o estaba sordo. Porque


por muy silenciosamente que Eli hubiera entrado, siempre había una estática
de fondo en el despacho cuando la puerta se abría. Observó al hombre un poco
más, notando algo familiar en él, pero sin situarlo; hasta que éste cambio el
peso de pie, llevándose unos dedos delgados al cabello para pasarlos por él.

—¿Garth?— medio susurró Eli, incrédulo.

Garth se giró, sus ojos buscando los de Eli. —Espero que esté bien que
esté aquí.

Eli asintió tontamente. Se acercó a él.

Garth le encontró en el centro de la habitación. Sus ojos escanearon el


rostro de Eli con ansiedad. —Te he echado de menos.

El corazón de Eli golpeó hacía arriba. ¿Estaba diciendo que le echaba de


menos y que había cambiado de idea, o que le había echado de menos y ahora
que le había visto, podía continuar con su vida?
«Dios, odio esta incerteza. Odio que siempre ganes.» Por supuesto ero lo
último.

Notó la bilis amarga ante el pensamiento de ver a Garth una vez más,
como para reafirmar lo de segunda categoría que era él para el tío grande. Era
como burlarse. Mira, mira lo que no puedes tener antes de que esté clausurado
de nuevo por el oficio.

El ceño de Garth siguió al de Eli. —Supongo que no está realmente así de


bien entonces,— dijo, malinterpretando su expresión. Su mirada se apartó,
reunió coraje tras ella, y volvió. —No importa. Bueno, lo hace, pero lo que
tengo que decir necesita ser dicho a pesar de cómo te sientas. Después puedes
decirme que me pierda.

Eli hizo un gesto hacía el conjunto de sofás de su despacho. Garth negó


con la cabeza.

—Hice algo,— empezó. —Puede haber parecido precipitado a la mayoría


de la gente, pero es algo que ha estado viniendo durante mucho tiempo.
Sencillamente no lo vi hasta que volviste a entrar en mi vida.

Eli se tensó. «Por favor no me culpes por amarte. Por favor no digas que
arruine tu vida, porque tú has mejorado la mía incluso si todo lo que consigo
es este dolor.»

—Me escondía detrás de la iglesia. Siempre lo he hecho. Mis años de


crecimiento no fueron ideales. Hubo abuso, alcohol, ese tipo de cosas. Desde
una edad temprana sabía que el único tiempo en el cual estaba realmente
seguro era cuando papá se reformaba y nos llevaba a la iglesia. Después de
eso se comportaría de forma decente durante una semana, y después
estallaría contra nosotros de nuevo. Mamá se marchó, y teníamos a papá.

»Lo que estoy tratando de decir es, desde una edad temprana, sabía que
lo único que nos mantenía cuerdos a Jenny y a mi eran esas semanas en las
cuales papá tenía una conciencia. Por ello, siempre vi sólo a la iglesia como el
destino en mi vida. Todos mis estudios, todos mis esfuerzos en la comunidad,
eran con la única meta de entrar en la iglesia y quedarme allí.

—Sabía lo de tu padre. Me lo dijiste una vez en el asesoramiento. Le


habría pateado el culo a ese bastardo si todavía estuviese vivo,— dijo Eli con
vehemencia.

Garth sonrió sin humor. —Apuesto a que lo harías.

—He perturbado tu lugar seguro,— concluyó Eli. —Lo lamento tanto.


Su garganta se contrajo cuando comprendió las capas de infierno que
había amontonado sobre la cabeza de Garth. Había sabido que su relación no
era simplemente un asunto blanco o negro. Había habido compromiso,
expectaciones sociales, fe... infierno, toda la pregunta de la eternidad estaba
en la olla con todo lo demás. Para un hombre que realmente creía en lo que la
iglesia decía, la decisión debía de haber sido tortuosa si Eli podía halagarse a si
mismo lo suficiente como para decir que había tenido una pretensión legítima
hacía Garth.

—No lo sientas. Nunca fue tu culpa.

—Por supuesto que lo fue, a menos que estés a punto de decirme que
habrías dormido con cualquiera,— se mofó Eli. «Por favor no le dejes decir que
podría haber sido cualquiera.»

La alarma alzó las cejas de Garth. —De ningún modo.— Dio un paso más
cerca. —Probablemente habría seguido mintiéndome a mi mismo durante
años. Habría sido fácil porque después de que te conociese, ningún otro
hombre habría hecho eso por mi.

—¿Habría hecho el qué por ti?

Garth rió nerviosamente. —Dame un segundo para llegar a eso. Tengo


esta otra parte que decirte primero.

—Bien, date prisa entonces,— gruñó Eli. —Porque si es lo que creo que
es, entonces quiero oírlo todo sobre tus sentimientos hacía mi. En detalle.

—Me daré prisa. Primero necesitas la base para lo que tengo que decirte.

Eli dobló los brazos ante el pecho. Le encantaba mirarle. Amaba la


variación del color en sus ojos verdes, desvaneciéndose entre esmeralda y
musgo. Amaba el modo en que los perpetuos hoyuelos profundamente
recortados en cada mejilla se movían cuando hablaba. Amaba el timbre
profundo de su voz con el pequeño atascamiento de respiración cuando Garth
se percató de la sonrisa depredadora que Eli le enviaba. Le gustaban las ligeras
arrugas en las esquinas de sus ojos y sus cejas tupidas pero recortadas.
Sencillamente era genial de mirar.

—Si no te apresuras, voy a besarte, y tendrás que esperar para decírmelo


más tarde,— gruñó.

Garth pareció flaquear, como si le diera una consideración real a la


amenaza. Después inhaló profundamente para continuar hablando. —He
sabido que era gay durante mucho tiempo. No es nada de lo que hablase o
confesase. Parece que soy bueno evitando cosas. Supe que estaba en peligro
de romper mis votos un día en que entraste a mi despacho para
asesoramiento. Antes de ese punto habías sido un niño en la clase en la que
enseñaba. Pero en la privacidad de mi despacho, pasaste a ser multifacético.

»Marqué un punto al ir de cabeza a ofrecerte mi guía para cada sesión.


Me volví realmente bueno, y creo que me engañé a mi mismo bastante bien
hasta que me besaste hace tres años.

—Pero no sabías que era yo.

—No, pero en mi cabeza, eras tú. El beso abrió una puerta que jamás me
había atrevido a probar. Sabía que estaba más atraído por los hombres que por
las mujeres, pero nunca había actuado en consecuencia. Ese beso me dio
permiso para imaginar el romance. Lo deseaba. Te deseaba. Deseaba que el
hombre fueras tú. Por eso es por lo que cuando me lo dijiste, en el ensayo de
la cena, huí.

—Eso no tiene sentido. ¿Por qué no me dijiste sencillamente que te


sentías igual?— preguntó Eli.

Había algo en esa cosa de la confesión, decidió Eli. Su polla ya estaba


dura, y su bajo vientre se arremolinaba con hormigueos calientes de
anticipación. Oír los pensamientos sucios de Garth sobre él definitivamente era
excitante.

«Quizás debería unirme al sacerdocio. Quizás Garth pueda meterse en


ese modelito sexy negro y podamos jugar a los roles... pon atención, Eli, el
hombre está hablando.»

—Por que un beso y una fantasía suelta se volvieron reales. Ya no era sólo
yo deseando que me desearas... era saber que lo hacías. Si me hacía dueño de
mi fantasía, diciéndote cómo me sentía, eso significaría cruzar la línea de la
imaginación al acto, y actuar se involucraba con mis votos.

—Actuamos,— le recordó Eli, oyendo la aspereza en su propia voz


mientras reimaginaba cómo habían actuado exactamente.

—Estaba llamado a ocurrir. Una vez que esa puerta estuvo abierta, una
vez que tú estuviste al otro lado, había perdido.

—Así que fue mi culpa.

—Fue mía por pensar que la iglesia podía mantenerme a salvo de mi


padre y a salvo de mi mismo. Fue mía por no admitirlo cuando reconocí que
era quien era, y que un día, rompería voluntariamente mis votos.

—¿El beso?

—El beso,— afirmó Garth. —Podría haber seguido adelante después de


aconsejar a un chico joven que me miraba con estrellas en los ojos. Pero el
hombre nunca fue ignorable.

—Sigue hablando,— murmuró Eli, envolviendo a Garth con los brazos. Lo


acercó a su pecho, besó su sien.

Los brazos de Garth rodearon su cintura. Presionó los labios suaves contra
el cuello de Eli, poniéndole la carne de gallina.

—He fantaseado con el tú adulto durante tantísimos años. El beso le dio


alas. Saber que me amabas, Señor en los cielos, sencillamente no podía decir
no. No quería hacerlo.

—¿Incluso aunque insististe en que habías elegido a la iglesia?— preguntó


Eli. Acarició la espalda de Garth, sintiendo la calidez de su cuerpo a través de
la delgada camisa vaquera.

—El último esfuerzo,— suspiró Garth. —Había dado mi palabra, y es lo


único que tengo para dar.

—No es verdad,— le provocó Eli. —Ofreces un culo encantador.

Sus palabras sobresaltaron una risa de Garth.

—¿Entonces no escogiste a la iglesia?— preguntó Eli, necesitando oír las


palabras.

—He dimitido de mi posición. Fui enviado a un período sabático, pero les


he llamado para decirles que no volveré.— Garth se echó un poco para atrás
para mirarle a los ojos. —Necesitaba arreglar eso primero. Estaba esperando
que no te hubiese perdido, pero que si lo había hecho, había decidido ser
honesto al menos en una cosa. Dejar la iglesia fue mi decisión. Era lo mejor
para mi.

—No estoy realmente deshecho acerca de eso,— dijo Eli. Una amplia
sonrisa se coló en su rostro.

—Te ves apabullado.

—Completamente. Estoy enormemente apabullado por ti,— admitió Eli. —


Tanto que la gente en la oficina ha estado andando de puntillas por aquí desde
que pensé que te había espantado.

—Espera. ¿Saben sobre mi?— Las mejillas de Garth se enrojecieron.

—Algo así. Saben que estoy apasionado por este tipo, Garth, desde hace
siglos. Stephanie, mi secretaria, sabía que ibas a la boda, y me animó para
que lo intentara.

—Eso explica mucho,— dijo Garth en voz baja.

—¿Cómo es eso?

—Hizo de todo excepto pedir comida para hacer que me quedase en tu


despacho hasta que llegases. Creo que temía que me fuera.

Eli rió. —Suena como algo que ella haría. ¿Te molesta que lo sepa?

—No, sólo que para mi es todo nuevo. ¿Podemos ser un poco más
discretos mientras me ajusto?

—Cualquier cosa que quieras,— accedió Eli. Se sentía aturdido, ansioso


por quitarle a Garth la ropa rápidamente y besar cada centímetro cuadrado,
hasta que no quedase ninguna duda en la mente de éste de que estaban
hechos el uno para el otro.

—Nunca lo he dicho oficialmente. ¿Vas a dejarme, o quieres seguir


asumiendo sencillamente que saber por qué estoy en tu despacho?— preguntó
Garth.

—Me he imaginado que el hecho de que estemos en los brazos del otro
aclaraba bastante bien cualquier duda.

—Aún necesitas oírlo.

«Si, lo necesito,» pensó Eli. Pero no tenía intención de presionarlo.

—Te quiero. Fue lo más duro de no decir cuando me dijiste que me


amabas. Estaba eufórico y aterrorizado y sorprendido. Siempre pensé que el
amor era algo que encontraban los demás. Nunca esperé que me encontrase a
mi. Nunca esperé que el hombre al que amaba me correspondiese.

—¿Entonces estás diciendo que me amas?— repitió Eli.

—Si, tonto. Te amo.


—¿Y estás diciendo que me eliges por encima de la iglesia?

—Sin dudar,— respondió Garth.

—¿Qué más estás diciendo?— preguntó, pidiendo más con el entusiasmo


de un niño en Navidad.

Garth dejó ir la cintura de Eli para acunar su rostro con las manos. Cálidas
y secas, eran estables, sin rastro de miedo. —Estoy diciendo que te deseo.
Estoy saltando y esperando que me cojas, porque Eli, eres el centro de todo lo
que me importa. Siempre estará la iglesia. Es parte de quién soy. Siempre
estaré involucrado hasta algún punto. Más allá de eso, por eso, en lugar de
eso, envuelto en eso, tú lo eres para mi. Te amo.

—Estaba asustado de no oír nunca esas palabras,— le dijo Eli.

Su pecho dolía por su amor hacía Garth. Estaba casi asustado de que si
parpadeaba, éste se desvanecería y no sería nada más que otro sueño cruel.
Atreviéndose, cerró los ojos y los abrió lentamente de nuevo. Garth sostuvo su
mirada tan estable como lo había estado. Sus ojos seguían igual de serios, su
sonrisa igual de tierna.

Garth le mantuvo quieto mientras se inclinaba hacía él, arrastrando los


labios sobre los de Eli en casi una caricia. Los labios de Eli se separaron cuando
ya no fue capaz de conseguir suficiente aire por la nariz para satisfacer las
necesidades de su cuerpo dolorido.

—Te amo tanto, Eli,— susurró Garth contra sus labios.

La humedad se coló por la esquina de sus ojos. No recordaba llorar. No


estaba seguro de que lo estuviese haciendo. Era más parecido a que sus
emociones sencillamente le sobrepasaban. No importaba con qué palabras
tratase de definir sus sentimientos, se sentían decepcionantemente faltas de
precisión.

—No dejes de amarme,— susurró en respuesta.

—Jamás.

Garth presionó los labios sobre los de Eli. Éste sintió la respiración
temblorosa aleteando tan necesitada como la propia. Abrió la boca, diciéndole
a Garth sin palabras que podía tomar más, y Garth entendió. Sus dedos se
deslizaron hacía atrás para mecer el cráneo de Eli, sosteniendo su cabeza
mientras éste sorbía de sus labios. Murmuraciones suaves, temblores guturales
inevitables, fueron los únicos sonidos que pudo hacer para decirle a Garth que
lo estaba haciendo todo bien.

Atrajo las caderas de Garth contra las suyas, empujando suavemente


contra él, diciéndole lo mucho que era deseado. Ese Garth estaba
congestionando de forma ecuánime la deteriorada motivación de
Eli de la adoración a la pura lujuria ardiente. Deseaba a Garth, allí, ahora, pero
asustarle con algo tan nuevo lo mantenía a raya.

No habría tenido que preocuparse.

Garth se meció en respuesta contra él, abriendo la boca en un repentino


jadeo de necesidad. El suave sonido le hizo cosas disparatadas al vientre de
Eli, volteándolo salvajemente y haciendo que su polla cantara por liberación.
Entonces Garth pasó las manos lentamente bajando por su pecho,
enganchando los dedos en la cintura de sus pantalones antes de separarse.

—Yo... no sé cómo pedírtelo,— empezó Garth.

—Lo que sea que quieras. Es tuyo.

—Incluso la mitad de tu reino,— bromeó biblícamente.

—Incluso todo mi ser,— respondió Eli más seriamente.

—¿Hazme el amor?— preguntó Garth.

Sus rodillas casi se doblaron ante la pregunta suavemente pronunciada.


Acarició el lado del rostro de Garth, trazando sus pómulos con la yema del
pulgar. —¿Aquí? ¿No quieres esperar hasta que puedas tumbarte en mi cama?

Garth sacudió la cabeza. —No quiero esperar. Siempre y cuando sea


contigo, el lugar es sólo un detalle menor.

Eli gimió, tirando de él para otro beso largo y abrasador. —¿Condones?—


jadeó cuando el beso se rompió en busca de aire.

Garth metió la mano en su bolsillo y recuperó un condón. Lo sostuvo en


alto. —El baño de la estación de autobuses. Lo compré hace cuatro días,
esperando tener la oportunidad de usarlo contigo y temiendo no tenerla.

Eli le cogió la mano y lo arrastró hasta el conjunto de sofás. Se giró igual


de rápido y desabrochó con prisas la camisa de éste, arrancando la tela de los
pantalones y desabrochando y bajando la cremallera de estos también de
plano.
Garth se encogió de hombros para quitarse la camisa mientras Eli
trabajaba. Cuando Eli le bajó los pantalones hasta el suelo, Garth salió fuera de
ellos y de la ropa anterior, enganchó un dedo en el calcetín y se lo quitó.
Repitió la acción con el otro pie, quedando de pie desnudo y glorioso delante
de Eli.

Éste tiró de su corbata mientras su mirada abrasaba a lo largo del cuerpo


de Garth, abarcando cada cable de músculo, cada respiración rápida, y
entreteniéndose en el delicioso alzamiento de la polla llena y gruesa. Dios, era
algo hermoso. Trabajó en sus propios botones hasta que Garth le apartó las
manos, tomando la tarea.

La polla de Garth, grande y venosa, estaba coronada por una cabeza


relativamente estrecha. El borde sobresalía con elegancia, pero la mayor parte
de su formidable tamaño estaba en su circunferencia. Recordaba eso por la
plenitud que había sentido cuando Garth había entrado en él la última vez. La
humedad goteaba en la punta, y la boca de Eli se hizo agua por saborearlo.

Pero Garth no estaba abandonando su tarea, ni siquiera cuando Eli le


rodeó la polla con el puño y le bombeó experimentalmente. Garth tembló con
un gemido, pero mantuvo su objetivo hasta que ambos hombres estuvieron
desnudos al lado del sofá.

Eli se sentó, tirando de Garth para que se sentara a horcajadas sobre él.
—Esta vez voy primero.

Garth asintió, más distraído por las cuentas de los pezones de Eli y el nido
de vello alrededor de la base de su polla.

Eli se deslizó un poco hacía abajo para darle mejor acceso. —Oh, si, eso
se siente genial.

Dejó caer la cabeza contra el sofá, los ojos cerrados mientras Garth
redescubría su cuerpo. No fue hasta que una boca caliente y húmeda se cerró
sobre su polla en una caída libre que congelaba el cerebro cuando comprendió
que Garth estaba descendiendo.

—¡Demonios no!— Eli le agarró de los hombros, peleándose para


levantarle antes de que eyaculara en cualquier otro sitios que no fuera el culo
de Garth.

—¿Lo estoy haciendo mal?

—No.— Una vez que tuvo a Garth de nuevo en su regazo, Eli se preocupó
por masajearle los muslos, el ligamento de la corva y el culo.
Garth se sostuvo en alto, sus caderas meciéndose con el ritmo del masaje
sobre su carne. —Se siente tan bien.

Eli miró como la polla del otro hombre se llenaba hasta arder, tan roja e
hinchada. Dios, deseaba eso en su boca. Pero antes había un culo que también
necesitaba ser atendido.

Se humedeció los dedos y metió uno en el agujero de Garth. Éste jadeó.


Sorprendentemente pronto, Garth estaba presionando contra su dedo. Eli le
trabajó con cuidado, tirando del estrecho anillo de músculos mientras metía y
sacaba el dedo. Después de añadir un segundo, frotó con fuerza sobre la
próstata, girando la muñeca mientras lo hacía.

Garth embistió las caderas de repente, su semen derramándose sobre el


pecho de Eli. La euforia chamuscó las venas de éste mientras miraba como la
polla de Garth bombeaba su carga sin ninguna otra provocación.

—Eso ha sido caliente,— gruñó Eli.

—Me excitas demasiado,— se quejó Garth.

—Sólo es nuevo para ti. No te preocupes,— dijo Eli, moviendo las cejas de
forma sugestiva. —Me aseguraré de que haya una amplia práctica de sexo para
hacer que follar sea algo habitual para nosotros.

Los ojos de Garth se vidriaron mientras presionaba el culo con fuerza


contra los dedos de Eli. Ése fue todo el permiso que necesitó. Eli le ayudó a
girarse, y a continuación guió sus caderas hacía abajo.

Sosteniéndose el pene con una mano y la cadera de Garth con la otra,


empaló su culo. Garth gimió cuando descendió, tensándose y relajándose
mientras lo hacía.

—Respira, pequeño,— le recordó Eli. —Sólo respira. Te tengo.

Bien enfundado dentro de Garth, Eli le alzó por las caderas, deslizándose
fuera casi por completo antes de sacudirse hacía arriba bruscamente para
atacar su agujero.

Garth gritó: —Otra vez.

Esta vez, Garth cogió el ritmo, alzándose lo suficiente con las rodillas para
dejar que Eli entrase en él con fuerza. Era torpe y a Eli le recordó su primera
vez. Ambos cuerpos no parecían poder moverse a la velocidad del deseo, pero
chocaban contra el otro de forma irregular en una necesidad ciega.
Volvía a tener dieciocho años, probando su polla, sólo que esta vez el otro
hombre que se unía a él era igual de inexperimentado y desesperado. Esta vez
el hombre era Garth. La pasión hizo presa en él. Sostuvo el cuerpo de Garth
prietamente contra él mientras se dejaba caer de rodillas en el suelo y le dobló
sobre la sólida mesa de madera para el café. Separándole más las rodillas, Eli
mantuvo sus nalgas abiertas, mirando como el apretado esfínter temblaba ante
cada retirada y empuje de la polla en su cuerpo.

Como el resto de Garth, su agujero era hermosamente receptivo,


hambriento por más.

Eli entró en él una y otra vez, follando su hermoso culo pálido y el


apretado agujero rosado, pensando en todas las veces que había visto a Garth
con la vestimenta completa de sacerdote y se preguntó si se atrevería a rezar
por algo así. Y allí estaba él, doblado y gimiendo de placer, pidiéndole a Eli que
le follara más fuerte, que hiciese que ardiese.

Los escalofríos bajaron por su columna. Sus caderas se agitaron más


fuerte, más rápido. El cuerpo de Garth emitía sonidos húmedos cuando sus
cuerpos chocaban. Las pelotas de Eli rebotaban, se balanceaban, añadiéndose
sólo a la joya creciente de éxtasis que subía de sus testículos a la base de su
columna y se apretaba como un torno en su pene.

Garth extendió la mano entre sus piernas y la ahuecó en las pelotas de


Eli.

Eli bramó cuando la calidez mimosa de la mano de Garth sobre él hizo que
el fuego destellara. El semen subió por su polla a la velocidad del rayo,
manando con una fuerza sorprendente en el condón, que a duras penas
sostuvo su premio. Se disparó en chorros, y lenta, lentamente, el bombeo se
detuvo hasta pequeños empujones incontrolados que le vaciaron.

—¿Estás bien?— preguntó Eli. La culpabilidad le anegó por la fuerza que


había usado con Garth. —Perdí un poco el control.

Garth se rió sin aliento. —Estoy genial. Mejor que genial. Estoy fantástico.

Eli dejó caer la frente húmeda de sudor entre los brillantes omóplatos de
Garth. —Me puse a pensar en ti con la vestimenta y lo perdí.

Salió con cuidado, asegurándose de mantener sujeto el condón.

Garth se giró. —Entonces supongo que es algo bueno el que dos de ellos
vengan en mi caja de objetos personales, ¿uh?
Epílogo
Nueve meses más tarde.

GARTH se estiró lánguidamente, su cuerpo desnudo acariciado por las


sábanas de algodón egipcio mientras el sol le bautizada a través de las cortinas
abiertas. Las mañanas de los sábados eran las mejores. Sacó el brazo
esperando encontrar la calidez de Eli, el vello del pecho y quizás un pezón
dentro del alcance de los dedos.

Empezaría por ahí, decidió, succionándolos y toqueteándolos con la lengua


hasta que Eli estuviera rogándole para que hiciera lo mismo a la cabeza de su
polla.

No había nada más sexy que ver a Eli fuera de control por su causa. Eli no
estaba ahí. Garth frunció el ceño, echando una ojeada a la almohada aplanada
por el sueño.

Algo agitó la ligera sábana sobre su cuerpo, y miró hacía abajo. Rió al ver
a Eli, cubierto por la sábana, subiendo por el colchón entre las piernas de
Garth. Éste las separó más, alzando la sábana para dar la bienvenida a su
amante con un beso casto. Casto hasta que tuviese la oportunidad de
encontrar un cepillo de dientes; después todas las opciones serían descartadas.

Pero Eli no recorrió todo el camino hasta arriba. Con una sonrisa
malintencionada, miró a Garth bajo las pesadas cejas. Sus ojos marrones
destellaron con diablura. Su lengua salió en un movimiento rápido y se arrastro
desde la base de su pene hasta la punta.

«Corrección. No había nada más sexy que mirar a Eli entregarse a hacer
que Garth estuviera fuera de control.»

—Buenos días,— murmuró Eli.

La lengua traviesa de Eli cosquilleó bajo uno de los lados de la cabeza de


su polla. Con otra sonrisa, Eli puso toda la punta en su boca y succionó con
fuerza hacía abajo. De forma espontánea las caderas de Garth se alzaron de la
cama. Soltó la sábana, tomando la cabeza de Eli entre sus manos en su lugar.

Gimió. —Definitivamente buenos.

Eli rió entre dientes. Ahora fuera de vista, Garth sólo podía suponer lo que
haría después. Una mano caliente recubrió su polla y empezó a bombear
lentamente. La boca de Eli le tomó más profundamente, tomándole con
lentitud. Era una tortura el modo en que Eli le aumentaba con tanto esmero,
tan emocionante, y todo lo que Garth podía hacer era tomarlo y esperar hasta
que él encontrase apropiado dejar que Garth se corriese.

Gimió. Sus caderas se alzaron y mecieron, tratando de seducir a Eli en la


velocidad e intensidad. Éste no picó el anzuelo.

—¿Me amas?— dijo Eli después de un momento.

—Si.

—¿Me deseas?

—Si.

—¿Te gusta vivir conmigo?

Garth empezó a asentir, comprendió que no podía verle, y luchó para


proveer una respuesta clara entre respiraciones jadeadas. —Amo vivir contigo.

—¿Te casarás conmigo?

—¿Q-qué?— preguntó Garth. —Eso no es legal.

Eli succionó su polla, bombeando el puño al mismo tiempo. Entonces


frenó, retirándose de repente. Garth gimió, hundiendo los dedos en el pelo de
Eli.

—Cásate conmigo, Garth. Olvida la ley. Promete ante Dios que siempre
seremos el uno del otro.

La risa sin aliento de Garth explotó desde sus pulmones. —Estás


coaccionándome,— le provocó.

—¿Entonces si no estuviera chupándotela, tu respuesta sería diferente?—


preguntó Eli.

—No, sería la misma cada vez que la hicieses.

Eli apartó la sábana, mirando fijamente a Garth con seriedad entre sus
piernas. —¿Cuál sería esa respuesta?

—Me casé contigo en mi corazón el día en que dejé la iglesia, Eli. La


respuesta ha sido si desde el mismísimo principio.

Eli sonrió, satisfecho, y a continuación bajó la cabeza para volver a


tomarlo en su boca. Metió un dedo en el apretado agujero de Garth.

—Dulce Jesús,— gritó Garth.

—Ahora estamos yendo a alguna parte. Sé que te estás acercando cuando


empiezas a proclamara a la deidad.

—Deja de hablar.

—Dejaré de hablar, y tú empezarás a celebrar los votos del matrimonio,


¿trato hecho?

—Trato hecho,— accedió.

Los labios de Eli se apretaron en la cabeza de su polla.

—¿Ahora?

—Si,— respondió Eli con la boca llena.

Garth se lamió los labios tratando de recordar las palabras mientras su


polla se tensaba por liberación y Eli lo provocaba hasta una fusión completa del
cerebro. —Aceptas... mierda...— se interrumpió en un extraño momento de
blasfemia cuando Eli hizo rodar sus pelotas. —Ante Dios nos declaramos
casados.— Gimió. —Lo que Dios ha unido...— Sus caderas se agitaron al
mismo ritmo que la contribución de Eli.

Eli le dio golpecitos en el ano cuando Garth tardó demasiado en continuar.

—Um, unido... ¿Qué sigue? Oh si, que no lo separe el hombre,— terminó.

—¿Me tomas?— preguntó Eli.

—Si,— siseó Garth. —Esto está tan al revés. Los votos están liados.

—Son perfectos,— Eli le masturbó con rapidez.

Garth se retorció.

—¿Tú me... me...? Oh, Dios, tómame,— le suplicó.

Eli sonrió. —Lo hago.


Con varios toques más, y sus labios rodeando la polla de Garth, Eli hizo
exactamente eso. Garth se sacudió febrilmente, follando la boca de Eli
mientras éste le mantenía quieto. El borde de su polla golpeó las crestas del
duro paladar hacía la bienvenida de la cálida en su suavidad parte de atrás de
la garganta de Eli. Éste empezó a zumbar la “Marcha Nupcial”.

Eso es todo lo que hizo falta. Garth sintió el revelador hormigueo de la


conclusión saltar en erupción desde sus pelotas. Se sacudió con chorros densos
y calientes profundamente en su boca. Eli lo tomó todo, tragando tan rápido
como podía.

Garth jadeó en busca de aire.

Eli se limpió y alzó el cuerpo. Sopló suavemente en la oreja de Garth. —


Nos declaro marido y marido.

Garth giró la cabeza, besando al hombre al que amaba, saboreándose a si


mismo en él. Si, había un cielo fuera de la iglesia. En los brazos de Eli.
La autora MIA WATTS tiene su hogar en los Grandes Rápidos, Michigan,
donde divide su tiempo entre un trabajo y espiar a la gente. Mia disfruta los
paseos largos en Como Park, las margatias, bailar en la nieve... (Borrar la
frase anterior, tiene sentido de anuncio personal)... El Señor Perfecto puede
presentarse en persona para una evaluación y prueba en profundidad. Todos
los demás serán remolcados.

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Créditos:

Traducción:
GothicSegu

Corrección:
GothicSegu

Portada y formato:
GothicSegu

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