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DIOS ESTÁ ÍNTIMAMENTE LIGADO A LA ORACIÓN

Cristo es nuestro Todo: en Él estamos completos. Él es la respuesta a cada necesidad, el perfecto


Salvador. No necesita de ningún ornato para ensalzar su belleza ni de ningún ensalzamiento
humano para resaltar su estabilidad o perfeccionar su fuerza. ¿Quién podrá refinar el oro ya
refinado, blanquear la nieve, perfumar una rosa o acentuar los colores de una puesta de sol? No
se trata de Cristo más filosofía, o de Cristo más dinero, civilización, diplomacia, ciencia u
organización. Es Cristo solamente. Él es quien trae salvación. Él es completamente
autosuficiente. Es el consuelo, la fortaleza, la sabiduría, la justicia y la santificación de todos
los hombres. CLAUDIO 1. CHILTON
Los hombres que pertenecen a Dios están obligados a orar. No tienen la obligación de hacerse
ricos, ni de tener éxito en los negocios, pues estas cosas son incidentales y ocasionales. Los éxitos
materiales son inmateriales para Dios. Tampoco los hombres son mejores o peores con o sin estas
cosas. Las mismas no son fuentes de reputación ni elementos de carácter ante las normas y
estimación celestiales. Pero orar, orar verdaderamente es la fuente de toda renovación, las bases
para una buena reputación y el elemento de carácter ante la estimación de Dios. Los hombres
están obligados a orar, pues la oración es lealtad a Dios. No orar es rechazar a Cristo y abandonar
los Cielos. Una vida de oración es la única vida que cuenta en los Cielos... y Dios está preocupado
en que los hombres oren, ya que éstos, así como todo el mundo, son grandemente beneficiados
por medio de la oración. De hecho, Dios lleva a cabo su mejor obra en favor del mundo en su
totalidad a través de la oración. Es más, las promesas de Dios están esperando para ser apropiadas
por los hombres y vivificadas por medio de la oración eficaz. Una promesa es como una semilla
sin sembrar: tiene el germen de la vida en su interior, pero el terreno de preparación de la oración
es necesario para poder hacer germinar y crecer esa semilla. Los propósitos de Dios se mueven a
lo largo de la senda trazada por la oración para sus gloriosos designios. El aliento de la oración en
el hombre procede de Dios. Para aquel que ora, la hora de la oración es sagrada, porque en ella
el alma se acerca a la búsqueda del Todo-. poderoso. En efecto, la oración mide el acercamiento
a Dios. Con lo cual, el que no ora no conoce a Dios, porque la morada de Dios está en lo secreto,
allí en la cámara íntima de la oración:
"El que habita al abrigo del Altísimo y mora bajo la sombra del Omnipotente, dice a Jehová:
Esperanza mía, y castillo mío" (Sal. 91:1 y 2). El que no tiene su intelecto fortalecido, clarificado
y elevado por medio de la oración no puede decir que ha estudiado verdaderamente la doctrina
de Dios. El Dios Todopoderoso nos ordena orar, espera en la oración para ordenar sus caminos, y
se deleita en ella. Esto es, para el Señor la oración es lo que era el incienso dentro del Templo
judío: todo lo impregna, envuelve y perfuma.
Las posibilidades de la oración cubren todos los propósitos de Dios a través de Cristo. Dios
condiciona todos los dones en todas las dispensaciones a su Hijo en oración. "Pídeme -dice Dios el
Padre a su Hijo, mientras iba hacia la meta de su plan salvador- '" y te daré por herencia las
naciones y, como posesión tuya, los confines de la Tierra" (Sal. 2:8).
La respuesta a la oración está asegurada no solamente por las promesas de Dios, sino también por
medio de nuestra relación con Él como nuestro Padre: "Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento
y, a puerta cerrada, ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo
recompensará en público" (Mt. 6:6).
Prestemos también atención a las preciosas palabras: "Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis
dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los Cielos dará cosas
buenas a los que le pidan?" (Mt. 7:11).
Dios nos alienta a orar no sólo por medio de la seguridad de la respuesta, sino además por la
generosidad de la promesa y la abundancia del Dador. ¡Qué promesa tan preciosa, que cubre todas
las cosas sin calificación, excepción o límite! El desafío de Dios para nosotros es: "Clama a mí, y
Yo te responderé y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces" (Jer, 33:3). Esto
incluye, como la respuesta a la oración de Salomón, aquello que fue pedido en forma específica;
pero a su vez abarca mucho más ... No obstante, para ello, el Dios Omnipotente desea que
pidamos sin mezquindad. Él declara que es "Poderoso para hacer todas las cosas mucho más
abundantemente de lo que pedimos o pensamos" (Ef. 3:20). Sí, Dios nos asombra dándonos "carta
blanca": "Preguntadme de las cosas por venir, mandadme acerca de mis hijos, y acerca de la obra
de mis manos" (Is. 45:11). En Romanos 8:32, el Espíritu nos dice claramente: "El que no eximió ni
a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas
las cosas?". En definitiva, Dios nos ha dado todas las cosas en oración por medio de su promesa
porque ya nos ha dado todo en su Hijo. ¡Asombroso don, su propio Hijo! ¡Los recursos de la oración
son tan ilimitados como lo es su propio Hijo bendito! No hay nada en el Cielo o en la Tierra, en
tiempo y eternidad, que el Hijo de Dios no pueda aseguramos. Por medio de la oración, Dios nos
da la vasta y rica herencia, la cual nos pertenece por virtud de su Hijo, y nos invita a "acercamos
confiadamente al trono de la gracia" (He. 4:16).
Aquello que es cierto en cuanto a las promesas de Dios es también verdadero en cuanto a sus
propósitos. Podríamos decir que Dios no obra sin la oración. Sus más elevados propósitos están
condicionados por la oración. Sus maravillosas promesas de Ezequiel 36 están sujetas a esta
calificación y condición: “Aún seré solicitado por la casa de Israel" (Ez. 36:37).
En el salmo 2 los propósitos de Dios para su Hijo entronado son decretados sobre la oración, como
está citado previamente. Aquel decreto, en el cual le promete por herencia las naciones, radica
en la oración para obtener su total cumplimiento: "Pídeme" (Sal. 2:8). Para que surjan resultados
gloriosos es necesario el poderoso decreto de Dios y la poderosa oración por parte del hombre.
Asimismo, en el salmo 72, tenemos una visión dentro de las poderosas fuerzas de la oración:
"Vivirá, y se le dará el oro de Saba, y se orará por él continuamente; todo el día se le bendecirá"
(Sal. 72:15).
En esta declaración los movimientos de Cristo son puestos en manos de la oración. y cuando Cristo,
con un corazón triste y comprensivo, miró los campos maduros de la humanidad y vio la gran
necesidad de obreros, pronunció las siguientes palabras: "Rogad, pues, al Señor de la mies que
envíe obreros a su mies" (Mt. 9:38).
También, en Efesios 3, Pablo recuerda a los creyentes los propósitos eternos de Dios y la manera
como Él estaba doblando sus rodillas para que esos propósitos pudieran llegar a un cumplimiento
y para que ellos mismos pudieran ser "llenados hasta toda la plenitud de Dios" (Ef. 3:19).
Del mismo modo, en el libro de Job vemos cómo Dios condicionó sus propósitos para los tres
amigos de Job según la oración de éste, y cómo tal propósito de Dios para con Job fueron llevados
a cabo por los mismos medios.Finalmente, en Apocalipsis 8, la relación y la necesidad de las
oraciones para el resultado de los planes y operaciones de Dios en cuanto a la salvación de los
hombres se presenta en un rico y expresivo símbolo, donde los ángeles tienen que ver con las
oraciones de los santos: los representantes de la Iglesia y de toda la creación ante el Trono de
Dios en los Cielos tenían, cada uno, "una cítara y copas de oro llenas de incienso, que son las
oraciones de los santos" (Ap. 5:8).
Sí, la oración da eficiencia y utilidad a las promesas. No obstante, hemos dicho anteriormente, y
volvemos a repetirlo, que la oración no está basada sola y simplemente sobre una promesa, sino
en una relación... El pecador penitente ora sobre una promesa, pero el hijo de Dios ora basándose
en su relación de hijo. A saber, el hijo pide y el Padre otorga. La relación existente es la de pedir
y responder, de dar y recibir. En otras palabras, el hijo depende del Padre, debe mirarle a Él,
pedirle a Él y recibir de Él. Sabemos cómo funciona esta relación con respecto a los padres
terrenales, y cómo en el mismo acto de pedir y recibir la relación paternal es asentada y
enriquecida. El padre halla satisfacción y placer en dar algo a un hijo obediente, y el hijo
encuentra su bienestar en el amor y las continuas dádivas del padre.
Del mismo modo, la voluntad y propósitos de Dios están sujetos a variaciones cuando intervienen
las poderosas fuerzas de la oración. Si el Señor Jesucristo hubiera orado para que Dios el Padre le
mandara las doce legiones de ángeles que destruyeran a sus enemigos, el plan de salvación hubiera
quedado frustrado o bloqueado. Así también, las oraciones y ayunos de los ninivitas cambiaron los
propósitos de Dios en destruir aquella ciudad malvada, incluso después de que Jonás profetizara
que "de ahí a cuarenta días, Nínive sería destruida" (Jon. 3:4).
El Dios Todopoderoso se preocupa por nuestras oraciones. Él es quien las ordena y las inspira. Más
aún, el Señor Jesucristo en los Cielos está orando siempre. La oración es su ley y su vida. Por su
parte, el Espíritu Santo nos enseña cómo orar. Él ora por nosotros "con gemidos indecibles" (Ro.
8:26). Todo esto nos muestra la tremenda preocupación e interés de Dios en la oración. La oración
forma el mismo centro de la voluntad de Dios concerniente a los hombres: "Estad siempre gozosos.
Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros, en
Cristo Jesús" (1 Ts. 5:16-18).
La oración es la estrella polar alrededor de la cual giran el gozo y la acción de gracias.
El Nombre de Dios es glorificado por medio de la oración y su Reino es establecido con un poder
y fuerza conquistadora. Es también por medio de la oración que rogamos al Padre que sea hecha
su voluntad y que Satanás sea derrotado. Es por eso que la oración interesa tanto a Dios como al
hombre, porque sus beneficios abarcan un área amplia e insospechada. y es que los recursos de
la oración son ilimitados...
Tomemos como ejemplo el registro de la actitud del Cielo contra Saulo de Tarso. Aquella actitud
fue cambiada cuando se anunciaron las siguientes palabras: "He aquí, él ora". Otro ejemplo lo
tenemos en Jonás, el cual fue devuelto vivo en tierra seca después de que hubiera orado
fervientemente: "Entonces oró Jonás a Jehová su Dios desde el vientre del pez, y dijo: Invoqué en
mi angustia a Jehová, y Él me oyó; desde el seno del Seol clamé, y oíste mi voz. Me echaste a lo
profundo, en medio de los mares, y me rodeó la corriente; todas tus ondas y tus olas pasaron
sobre mí. Entonces dije: Soy rechazado de delante de tus ojos; más todavía miraré hacia tu santo
templo. Las aguas merodearon hasta el alma, rodeóme el abismo; las algas se enredaron a mi
cabeza. Descendí a los cimientos de los montes; la tierra echó sus cerrojos sobre mí para siempre;
mas tú sacaste mi vida de la sepultura, oh Jehová, Dios mío. Cuando mi alma desfallecía en mí,
me acordé de Jehová, y mi oración llegó hasta ti en tu santo templo. Los que siguen vanidades
ilusorias abandonan su misericordia. Mas yo te ofreceré sacrificios con voz de alabanza, pagaré
lo que prometí. La salvación es de Jehová. y dio orden Jehová al pez, y vomitó a Jonás en tierra"
(Jon. 2:1-10).
La oración encierra en sí toda la fuerza y potencia de Dios. Puede obtener cualquier cosa de Dios,
pues eleva su voz en el Nombre de Cristo, y no hay nada demasiado bueno ni demasiado grande
para que Dios no pueda otorgar en ese Nombre. Los hijos de Dios que oran descansan en Él para
todas las cosas. La fe del hijo depositada en el Padre se hace evidente por medio de su petición.
Es la respuesta a las oraciones la que convence a los hombres no solamente de que hay un Dios,
sino de que es un Dios. Que se preocupa por los hombres y por los asuntos de este mundo. La
oración contestada es la credencial de nuestra relación como sus representantes aquí. Las
posibilidades de la oración se encuentran en las promesas ilimitadas, en la voluntad y el poder de
Dios para responder y suplir cualquier necesidad de sus hijos. Ningún ser está tan necesitado como
el hombre, y nadie como Dios es tan poderoso y amoroso como para llenar esta pobreza y
necesidad con su riqueza sin límite. La oración es también importantísima para la salvación de los
impíos, pues "Dios no quiere que ninguno perezca"
(2 P. 3:9). Él ha declarado esta verdad en la muerte de su Hijo, y todo lo que se haga en la Tierra
para que los hombres conozcan esa salvación tan grande le complace. La santa y sublime
inspiración de agradar a Dios debería movemos, pues, aún más para orar por todos los hombres.
Esta es la prueba de nuestra devoción y lealtad hacia la voluntad del Creador y Redentor. El Señor
Jesucristo es el Mediador entre Dios y el hombre. Este Hombre Divino murió por todos los hombres.
Su vida misma es una intercesión por todos los seres humanos. Tanto en la Tierra como en el
Cielo, el Señor Jesucristo intercedió y sigue intercediendo continuamente por los seres humanos.
Cuando estuvo en la Tierra vivió, oró y murió por la humanidad; su vida, su muerte y su exaltación
en los Cielos claman, sí, por la salvación de los hombres.

¿Habrá alguna tarea más elevada para el discípulo que ésta que consumó su Maestro? ¿Habrá algún
negocio o empleo más honorable, más divino, que el de dedicar tiempo para orar por todos los
hombres? No hay nada más glorioso que llevar ante su trono los pecados, ataduras y peligros que
rodean a la raza humana para que sea liberada de ellos y así todos pasen a la inmortalidad y a la
vida eterna.

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