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4. El empresario.
Como hemos visto, debemos entender por empresario al titular de una empresa,
esto es, aquella persona que, de un modo profesional y en nombre propio, se
dedica a organizar los elementos materiales y personales necesarios para
producir bienes o servicios, o al menos para mediar en su colocación, con destino
al mercado. Sin embargo, antes de hablar de cada una de estas notas que
caracterizan al empresario, abordemos la cuestión de cómo insertar esta
doctrina, eje del nuevo Derecho Mercantil, en las normas decimonónicas de
nuestro viejo Código de Comercio que, querámoslo o no, sigue rigiendo la
disciplina fundamental de nuestra rama del derecho.
Podemos decir que la regla contenida en el último párrafo del artículo 2° es inútil
para delimitar el Derecho Mercantil, porque el concepto que expresa es en sí
mismo contradictorio, tal como se ha visto ya.
A esto debemos añadir que, por un lado, los elementos mediante los cuales el
artículo 1 del Código de Comercio describe al comerciante son tanto o más
apropiados para describir al empresario, a saber: capacidad legal; dedicación, es
decir ejercicio estable de una actividad; y habitualidad, es decir dedicación
profesional. Por otro lado, el único punto en el que coinciden todas las
actividades enumeradas o reguladas en el Código de Comercio y otras leyes
mercantiles es que en todos los casos se trata de algún tipo de actividad
empresarial. El comerciante, en realidad, no es sino un tipo de empresario.
Podemos resumir todo lo expuesto diciendo que, hoy en día, el sentido íntegro
del artículo 1 del Código de Comercio podría expresarse aproximadamente así:
Llegados a este punto, podemos volver sobre las notas características del
empresario, que son: actividad de organización, en primer lugar; actividad
profesional, y no sólo habitual, como dice el Código de Comercio; ejercicio en
nombre propio, y destino al mercado.
Clases de empresarios.
Según la personalidad del empresario, éste puede ser una persona natural (o
empresario físico) o una persona jurídica (o empresario institucional). Este criterio
de distinción está recogido, en otros términos, en el artículo 1° del Código de
Comercio. Preferimos esta terminología a la que distingue entre empresario
individual y empresario social o colectivo, porque ni todas las personas jurídicas
son de tipo asociativo (por ejemplo, no lo es la Empresa Individual de
Responsabilidad Limitada), ni todas las agrupaciones titulares de una empresa
son personas jurídicas (por ejemplo, las surgidas de un contrato de joint venture,
o las sociedades no inscritas). Vale la pena destacar que el sujeto de todas las
relaciones jurídicas que se originan con motivo de la actividad empresarial es el
empresario, sea individual o institucional, la persona natural o jurídica, y no la
“empresa”, como a veces impropiamente se dice.
Podemos, por fin, clasificar a los empresarios según el criterio del ramo o
actividad a la que se dedican preponderantemente, aunque con excepción de
algunos casos, esto no trae mayores consecuencias para su régimen jurídico. Los
casos más importantes se han visto al hablar de la noción de Derecho Mercantil y
sus excepciones.
5. Adquisición de la condición de empresario en general.
Conforme al sentido pleno del inciso 1 del artículo 1° del Código de Comercio,
podemos afirmar que la regla general para determinar si una persona es
empresario o no es analizar si cumple con las notas características del
empresario que hemos visto en el tema 4 anterior, a saber:
Insistamos una vez más en una idea ya expresada más arriba: la nota de
profesionalidad implica el ejercicio público de la actividad (también como una
consecuencia del destino al mercado de su resultado) y guardando en ella una
racionalidad económica, cuya expresión material es una contabildiad ordenada
(incluso si ese orden no es exactamente el mismo que establece la ley). Pero,
aunque sea lo normal en nuestra sociedad, ello no siempre significa que exista
ánimo de lucro, en el empresario. Particularmente, muchos empresarios
institucionales (casi todos los públicos y algunos privados), constituidos a veces
como personas jurídicas no mercantiles, no tienen como fin la multiplicación del
patrimonio para el reparto de utilidades, sino en todo caso la obtención de
ingresos propios para financiar actividades desinteresadas o de servicio a la
sociedad.
Así, pues, podremos calificar de empresario a toda persona, natural o jurídica,
con o sin ánimo de lucro, que reúna las cuatro notas características enunciadas.
De todos modos, el artículo 3° del Código de Comercio enuncia una presunción
de ejercicio del comercio (es decir, de la empresa), que nos permite considerar a
alguien como empresario sin mayor investigación, salvo prueba en contrario,
“desde que la persona que se proponga ejercerlo anunciare por circulares,
periódicos, carteles, rótulos expuestos al público, o de otro modo cualquiera, un
establecimiento que tenga por objeto alguna operación mercantil”.
Las causales de incapacidad, por lo tanto, son las mismas reguladas en el Código
Civil, al cual ha de entenderse que remite el Código de Comercio. El texto literal
de éste ha quedado superado, aunque no ha sido expresamente derogado, por
las nuevas disposiciones del Código Civil acerca de la capacidad de ejercicio en
general. La remisión de la que hablamos incluye las reglas del Código Ciivil
acerca de la adquisición anticipada de la capacidad (en caso de matrimonio y de
la obtención de título profesional por el menor de edad).
El artículo 13° del Código de Comercio, sin embargo, recoge como una
incapacidad especial para el ejercicio de la empresa la del “quebrado no
rehabilitado”, que no está contemplada en el Código Civil. Esta incapacidad sólo
ha de entenderse en sentido estricto, es decir, como incapacidad relativa de
ejercicio, sólo en los casos en los que el Juez haga uso de la facultad que le
confiere la Ley de Reestructuración Patrimonial de declarar al quebrado
ulteriormente incapaz por mala gestión o interdicto (que será la razón de su
incapacidad, y no ya el mero hecho de ser quebrado). En los demás casos se ha
de entender la “incapacidad” del quebrado como un caso de mera inhabilitación.
De lo dicho hasta ahora pareciera concluirse que un incapaz nunca puede ser
titular de una empresa, pero eso no es cierto. La verdad es que tratándose de un
incapaz, la adquisición o continuación de una empresa se sujeta a algunas
normas peculiares, pero no está totalmente excluida por la ley. Podemos
plantearnos hasta cuatro casos en los que un incapaz puede ejercer la empresa:
El Código Civil establece que, para ejercer cualquier trabajo fuera del hogar, la
persona casada deberá contar con la autorización expresa o tácita de su
cónyuge. Existiendo prohibición expresa, el ejercicio de cualquiera de esas
actividades, y por tanto de la empresa, significa la violación de una de las
obligaciones del estado matrimonial. En este curso no nos interesan las
consecuencias que este incumplimiento pueda tener en el plano de las relaciones
personales entre los cónyuges. Nos limitaremos tan sólo a los efectos
patrimoniales, y por tanto mercantiles, de que una persona casada decidiera
dedicarse a la empresa, según lo haga con o sin autorización. Concretamente, las
consecuencias se dan en cuanto a los bienes que deben responder por las
deudas contraídas en el ejercicio de la actividad. Para ello debemos tener en
cuenta que el matrimonio puede dar lugar a dos regímenes patrimoniales
distintos: el de separación de bienes y el de sociedad de gananciales, siendo éste
último el normal.
Nos queda entonces averiguar qué pasa cuando uno de los cónyuges se dedica a
la empresa a título personal, siendo el régimen patrimonial del matrimonio el de
sociedad de gananciales. Se pueden presentar dos supuestos:
Como hemos visto, el empresario puede ser persona natural o persona jurídica.
La personalidad jurídica es un instrumento legal y jurídico que permite el
tratamiento de ciertas organizaciones como sujetos de derecho, esto es, como si
fueran personas, titulares de derechos y de obligaciones, aunque no lo son por
naturaleza (sólo el ser humano y todo ser humano es persona por naturaleza).
Sin embargo, esto no quiere decir que la persona jurídica sea una mera ficción.
Tiene de hecho un sustrato real, que es la organización de personas que,
sirviéndose de un patrimonio destinado a ello, se unifican por un fin común. Esta
organización se hace persona en función de un reconocimiento público que
realiza la autoridad. En resumen, toda persona jurídica supone una organización
previa, pero no toda organización es necesariamente persona jurídica: requiere
un reconocimiento público. En el Perú, este reconocimiento se da siempre, para
las personas jurídicas de derecho privado, mediante la inscripción en el Registro
Público correspondiente (artículo 77 del Código Civil), trámite que precisamente
confiere la personalidad jurídica.
Nos interesa más el primer supuesto, en el que pese al uso que hace la ley de los
términos, no hay en sentido estricto persona jurídica, sea regular o irregular. Si
no hay personalidad jurídica, ¿quién es el titular de la empresa que se lleva a
cabo bajo forma de sociedad no inscrita?. La respuesta no puede ser otra que los
socios, que son titulares comunes (como copropietarios) de la empresa (y aquí sí
resulta bien usada la expresión). Por lo tanto, los socios de una sociedad no
inscrita responden con todos sus bienes en forma solidaria por las deudas
contraídas en el ejercicio de la empresa, puesto que son los únicos titulares de la
empresa, sin perjuicio de que similar responsabilidad corresponda a los
administradores por disposición de la ley. El primer caso es una consecuencia
ineludible de la atribución directa, sin mediar el velo de la personalidad jurídica,
de la empresa a sus titulares. El segundo caso es propiamente una
responsabilidad atribuida a título de sanción.
Noción y clases.
Los auxiliares del empresario suelen estar vinculados a éste por una relación de
subordinación o dependencia generalmente estable (la relación de trabajo) y
forman con él una comunidad de trabajo, cuyas consecuencias jurídicas son
materia principalmente del Derecho Laboral. Se consideran también auxiliares de
comercio a los apoderados voluntarios del empresario que no sean a su vez
empresarios independientes y a los que conforman los órganos de administración
de las sociedades mercantiles, aunque generalmente no estén vinculados al
empresario por una relación de dependencia. En estos casos, su relación con el
empresario es íntegramente objeto del derecho Mercantil, pero de ellos nos
ocuparemos con más detalle en otras partes de este curso.
El factor mercantil.
Dependientes de comercio.
En general, para que los auxiliares tengan algún apoderamiento singular del
empresario, éste debe dar cierta publicidad al hecho de haberles conferido
ciertas funciones (un mero cartel en el establecimiento que diga “Caja”, por
ejemplo, da a entender que quien allí atiende puede cobrar el dinero de las
ventas y otorgar recibo), de modo que los actos realizados por los auxiliares
dentro de la gestión encomendada obligan al principal.
LA ORGANIZACIÓN EMPRESARIAL
La sociedad en general
Nociones generales.
Noción y orígenes.
Por mucho tiempo los partidarios de uno y otro aspecto discutieron sobre cuál de
ellos era la forma más acertada de caracterizar la sociedad. Hoy se admite que
ambas cosas son ciertas. El contrato tiene particular importancia, en nuestro
sistema, en la etapa de formación, y da como resultado una institución. Por eso
analizaremos la sociedad como un contrato en su etapa de formación, y como
una institución después de nacida, aunque en realidad reúne ambos aspectos en
todo momento. Los mecanismos de ambos aspectos sociales pueden distinguirse:
la sociedad funciona como institución, pero hacia adentro, de modo que puede
disponer de sí misma, pero no de los socios; éstos sólo pueden quedar obligados
ante ella o ante los demás socios en la medida en que acepten contractualmente
esa obligación.
Así, pues, podríamos definir la sociedad como la institución organizada por dos o
más socios que acuerdan aportar bienes o servicios para participar en el ejercicio
de actividades empresariales.
Elementos esenciales.
Además de todos los elementos que tiene en común con los demás contratos, los
elementos esenciales que son específicos del contrato de sociedad son tres:
aportes de los socios, participación de ellos mismos en los resultados (utilidades
o pérdidas) y la llamada affectio societatis o ánimo de formar sociedad. Los dos
primeros de estos tres elementos son la especificación, para este contrato, del
elemento objeto, y el tercero es la especificación del elemento fin o causa. Para
que haya sociedad es necesario que se den conjuntamente los tres elementos
mencionados, de los que nos ocuparemos seguidamente con más detalle.
Pero antes de eso debemos señalar que la ley, aunque no impone ninguna forma
solemne al contrato (es decir, no la impone bajo sanción de nulidad), exige unas
formalidades que se deben cumplir para surtir los efectos de una sociedad
regular, y para poder dar origen a la persona jurídica que se dirige a crear: que
se otorgue por Escritura Pública y se inscriba en el Registro Mercantil.
Los bienes materia del aporte pueden ser de todo tipo: materiales e inmateriales,
muebles e inmuebles. La ley distingue especialmente dos casos: aportes
dinerarios y aportes en especie. En el primer caso, el objeto del aporte es el
dinero, que por ser él mismo el patrón de cambio y de valoración no requiere
ningún procedimiento especial de determinación de su valor. En cambio,
tratándose de otros bienes (aportes en especie), la ley exige que se incluya en la
escritura pública un informe de valorización en el que se describan los bienes o
derechos objeto del aporte, los criterios empleados para su valuación y el valor
que en consecuencia se les atribuye.
Cada socio está obligado frente a la sociedad por lo que se haya comprometido a
aportar al Capital. Contra el socio que no cumpla su compromiso oportunamente,
la sociedad puede pedir el cumplimiento forzoso o excluirlo de la sociedad.
Con los aportes de los socios se forma un fondo común, que al inscribirse la
sociedad y adquirir personalidad jurídica constituye el patrimonio social. Este
patrimonio, una vez inscrita la sociedad en el Registro, es independiente y
distinto del de los socios, porque pertenece a otra persona (la sociedad). El único
que entonces responde de las deudas de la sociedad es, en principio, la propia
sociedad, con todo su patrimonio. En algunas sociedades (las de responsabilidad
ilimitada) sólo si ese patrimonio no alcanza, se puede perseguir el patrimonio de
algunos o de todos los socios, pero ni aun en ese caso hay confusión de
patrimonios.
Sólo puede exceptuarse de la obligación de asumir las pérdidas a los socios que
únicamente aportan servicios (socios industriales, en las sociedades
personalistas). Con esta excepción, está prohibido y es completamente nulo el
llamado pacto leonino, que consiste en excluir completamente a alguno o a
algunos de los socios de las utilidades o exonerarlos totalmente de las pérdidas.
En este sentido se dice que el fin de lucro es esencial al contrato de sociedad: en
cuanto no se puede excluir a ningún socio de participar en el lucro efectivamente
obtenido. Sin embargo, dicho lucro no es esencial como fin de la propia sociedad,
que podría estar diseñada para funcionar sin ganancia, e incluso con pérdida, si
los socios o quienes la dirigen así lo deciden (por ejemplo, en servicio
instrumental de la empresa de otra sociedad), y siempre que no se caiga en los
niveles de pérdida que la ley sanciona por perjudicar a los acreedores.
La ley atribuye a las sociedades personalidad jurídica, y por tanto son ante ella
como los seres humanos: nacen, viven y mueren. Su vida, como la de los seres
humanos, tiene unos límites determinados. Nacen, adquieren personalidad
jurídica, cuando son inscritas en el Registro Mercantil, como ya hemos dicho en
repetidas oportunidades.
Sin embargo, así como el ser humano concebido pero que aún no ha nacido es
sujeto de derecho y goza de cierta protección, del mismo modo la sociedad que
todavía no se ha inscrito, pero que ya se ha gestado (ya existe como contrato),
es considerada en la ley como un cierto centro de imputaciones jurídicas. Ya
hemos dicho que, como consecuencia lógica de su naturaleza contractual, la
sociedad acordada pero no inscrita genera verdaderas obligaciones entre las
partes. Sin embargo, la consecuencia más importante (en el plano institucional)
de una sociedad no inscrita, es que la ley permite celebrar negocios jurídicos en
su nombre, que tendrán plena validez y eficacia, siempre que se cumplan ciertas
condiciones:
1) Que el acto se celebre en nombre de la sociedad en formación.
La sociedad, como los seres humanos, no sólo tiene un límite inicial de su vida,
sino también un punto final, en el que su personalidad se extingue. Entre ambos
momentos se extiende la vida de la sociedad, que es su duración. Sin embargo, a
diferencia de la vida de las personas naturales, cuya duración no puede ser fijada
de antemano, la duración de la vida de las personas jurídicas sí puede estar, y a
veces debe estar, establecida en el acto fundacional.
Esta duración puede establecerse como determinada (se fija el límite temporal de
la sociedad desde su inicio) o como indeterminada (no se fija la duración, aunque
de hecho terminará algún día, como todas las obras humanas). Deben fijar
duración determinada todas las sociedades colectivas y comanditarias (sólo las
anónimas y de responsabilidad limitada admiten duración indeterminada). La
duración de una sociedad puede ser determinada por tres mecanismos: por un
plazo fijo (número de años, de meses, etc.), por una fecha de término, por
referencia a su objeto social (cuando el objeto social es un negocio determinado,
de modo tal que, cumplido o agotado éste, termina también la vida de la
sociedad).
El tema de la duración de la sociedad nos lleva a hablar de su extinción, cuando
finalmente su vida se acaba. Baste decir que la extinción de la sociedad no
ocurre como la muerte sobreviene a veces a los hombres, sin previo aviso. Es un
final que se va preparando. Por eso se pueden distinguir en ella dos momentos:
la disolución, que inicia el proceso, y la extinción en el Registro, que lo termina y
es el final propiamente dicho de la sociedad. Entre la disolución y la extinción
media el periodo de liquidación.
Por la transformación una sociedad pasa a otro tipo societario (por ejemplo, de
ser sociedad anónima a ser sociedad colectiva, o viceversa), o incluso a otro tipo
de persona jurídica no societaria sin que cambie su personalidad. El sustrato
personal permanece en la transformación, como si una persona se cambiase de
vestido, o de nacionalidad. Sobre todo en los casos en que el cambio de tipo trae
consigo un cambio en el régimen de la responsabilidad de los socios (paso de
responsabilidad limitada a responsabilidad ilimitada y viceversa), es necesario
proteger los intereses tanto de los socios como de los acreedores, en cuanto
puedan ser afectados por el cambio:
La fusión es un proceso por el cual se unifican dos o más sociedades en una sola.
Hay dos formas de fusión:
Los procedimientos y los efectos de la escisión para los socios y para los
acreedores son muy semejantes a los de una fusión.
La reorganización simple es casi lo mismo que una escisión por segregación, pero
las acciones o participaciones de la sociedad destinataria del bloque o de los
bloques patrimoniales destinados permanecen en poder de la sociedad
reorganizada, en lugar de pasar a sus socios.
Si la sociedad va a ser considerada persona por la ley debe tener una voluntad.
En realidad, la única voluntad que podemos advertir es la del ser humano
concreto, la de la persona natural. Pero la legislación societaria considera que
ciertas expresiones de la voluntad de algunas personas naturales, cuando son
manifestadas en la forma determinada en la ley, pertenecen a la persona jurídica
como si fueran su propia peculiar voluntad, la voluntad social. Llamamos órganos
de la sociedad a las personas o grupos de personas cuyas voluntades son
atribuidas a la sociedad como voluntad social.
Nombre de la sociedad.
Como toda persona, la sociedad tiene un nombre. A diferencia del nombre de las
personas naturales, que tiene la doble función de identificar a la persona y,
siempre que sea posible, revelar su entroncamiento familiar, el nombre de las
sociedades sólo cumple habitualmente la función de identificación y, en ciertos
casos (en las sociedades colectivas y comanditarias) revelar una relación de
garantía.
Domicilio de la sociedad.
Las sociedades, como los ciudadanos, tienen un domicilio legal. Éste es el lugar
señalado con precisión en el Estatuto (si no se señala no se puede inscribir) en
donde la sociedad desarrolla alguna de sus actividades principales o donde
instala su administración. Si el domicilio señalado en el Estatuto no cumple con
esos requisitos, se puede tomar por domicilio, indistintamente, tanto el indicado
en el Estatuto como cualquiera de los lugares mencionados.
Las sociedades tienen amplia libertad para establecer otro tipo de dependencias
o domicilios secundarios, sin que se les exija el cumplimiento de ninguna
formalidad especial. Una agencia es prácticamente lo mismo que una sucursal,
pero no inscrita. Una oficina tiene un nivel de representación y de autonomía
menor, aunque sigue siendo considerada un establecimiento o domicilio
secundario de la sociedad.
Sociedades vinculadas.
Existen ciertas relaciones entre las sociedades que, aun sin entrar en el complejo
campo de los grupos de sociedades o de las concentraciones empresariales, son
importantes desde el punto de vista de nuestro estudio. Nos referimos a las
relaciones de participación de unas sociedades en otras, que podrían ser
consideradas, hasta cierto punto, como vínculos de naturaleza “familiar” entre
dos o más sociedades.
Las sociedades, como personas jurídicas que son, pueden a su vez participar
como socios en otras sociedades. Esto produce al menos dos posibles estructuras
de relaciones de participación: estructuras verticales, cuando, de dos sociedades,
una (llamada matriz) participa (con una participación de control, se entiende) en
la otra (llamada filial); y estructuras horizontales, cuando hablamos de la relación
entre dos o más sociedades que son filiales o subsidiarias de una sociedad matriz
o principal común. En ocasiones, la sociedad principal tiene por objeto social
específicamente el de participar como socio en otras sociedades, para participar
en sus ganancias, y hablamos entonces de sociedad holding.
Nacionalidad de la sociedad.
Los criterios que sirven para determinar la nacionalidad de las personas naturales
—el lugar de su nacimiento y la nacionalidad de sus padres— no son aplicables a
las sociedades. Pero aplicando analógicamente estos criterios se plantean las
siguientes posibilidades:
2) Que la sociedad se considere nacional del país del que son nacionales quienes
poseen una participación mayoritaria en el capital. Tiene varias desventajas: no
en todas las sociedades hay una mayoría de un país determinado (a veces ni
siquiera hay mayoría de ningún tipo); aunque la haya, en muchas ocasiones es
difícil y hasta imposible determinarla con precisión (por ejemplo, si en algún
momento de la cadena de participaciones existen acciones al portador); aunque
la haya y se pueda determinar, no necesariamente esa mayoría realmente
controla las decisiones de la sociedad según sus intereses; y en todos los casos
se trata de un vínculo más o menos variable, según el tipo de sociedad de que se
trate, ya que las mayorías pueden pasar de unos socios a otros con relativa
facilidad. Por todas estas razones, a partir de esta postura se desarrolló la
siguiente.
3) Que la sociedad se considere nacional del país del que son nacionales quienes
toman las decisiones más importantes en la sociedad (quienes la controlan).
Tiene la ventaja de que siempre hay alguien que ejerce el control de la sociedad
y que responde mejor a la función que se quiere dar a la atribución de
nacionalidad a las personas jurídicas: saber con qué interés nacional se identifica
el de la sociedad. Como desventajas se pueden señalar, aquí también, la
dificultad de determinarlo, y la extrema variabilidad del vínculo, ya que quienes
controlan las decisiones de la sociedad pueden cambiar aun más fácilmente que
quienes ostentan la participación mayoritaria en el capital.
4) En vista de la evidente relación entre los dos últimos criterios, muchos países
suelen utilizarlos conjuntamente, de modo que una sociedad se considera
nacional de un país si de él proceden quienes tienen la mayoría de las acciones
con derecho a voto o participaciones sociales o quienes tienen capacidad de
controlarla, eligiendo a la mayoría de los miembros de los órganos de
administración, de modo que podría haber sociedades con doble nacionalidad.
Este criterio mixto es el seguido por las normas comunitarias andinas que tienen
valor de leyes en el Perú, aunque no tienen carácter societario general.
Tipos societarios.
Sin embargo hay quienes dicen que las sociedades civiles sólo se distinguen de
las demás sociedades por el hecho de que la ley exige, como una característica
peculiar, que tengan un fin económico que se realice mediante el ejercicio
personal de una profesión, oficio, pericia o práctica por alguno, algunos o todos
los socios, y que en todo lo demás son tan mercantiles como las demás
sociedades. En realidad, se trata de sociedades verdaderamente excluidas del
régimen común de la empresa, aunque sólo parcialmente: en el ámbito de las
obligaciones, éstas y sus contratos se rigen por el Derecho Civil; en lo demás, es
decir, en lo que se refiere a su estatuto personal y a su régimen concursal, siguen
lo establecido para las demás sociedades.
Los tipos de sociedades mercantiles que regula la ley se distinguen entre sí,
fundamentalmente, por una mayor o menor importancia relativa de los
elementos capitalistas y personalistas, y por el mayor o menor alcance del
principio de limitación de la responsabilidad:
Nombre.
Órganos.
Administración confiada a:
Pluralidad.
S.A.
Denomi-nación social.
Limitadamente
Acciones.
Terceros.
2 ó más.
S.R.L.
Idem.
Idem.
Escritura Pública.
Junta y Gerencia.
De 2 a 20.
S. en C. por A.
Razón social.
Acciones.
Junta y Socios Adminis-tradores.
Socios colectivos.
S. en C.
Idem.
Idem.
Escritura Pública.
Idem.
Idem.
Idem.
S.C.
Idem.
Ilimitadamente.
Idem.
Junta y Socios.
2 ó más.
S.A.
Polo Capitalista.
S.C.
S. en C.
S. en C. por A.
S.R.L.
Polo Personalista.
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