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En otros tiempos, una Iglesia organizaba un suelo, es decir, una tierra constituida: en su
interior, se tenía la garantía social y cultural de habitar en el campo de la verdad … Cualquiera
que fuera su objeto, esta militancia que actuaba afuera no era más que la expansión
bienhechora de la verdad sostenida adentro. 305.
Los movimientos que representan una innovación práctica y teórica en materia política (no es
indiferente que nos vengan de América Latina) tienen la característica de articular una
recuperación del cristianismo a partir de una elección social primaria (por “la liberación”, por el
socialismo), en vez de suponer, como antaño, que un compromiso podía ser inducido de una
fe. El punto de partida es una toma de posición relativa al interrogante: ¿con quién solidarizarse
en la sociedad? De este modo, se trata para los cristianos de trabajar en causas que no son las
suyas, porque ya no tiene un suelo propio. [Se pasa de un hacer-la-caridad a un hacer-la-
justicia.] 307
Nada puede garantizar ya que una ética cristiana sea posible. 308.
Las estructuras ablandadas o estereotipadas, permiten cada vez menos el encuentro con el
otro que, ayer, tenía la forma fundamental de la obediencia. En esta función, la experiencia
amorosa y la sexualidad parecen reemplazar la obediencia. A menudo se convierten en el
descubrimiento de una alteridad perturbadora e inaccesible, vale decir, en el ejercicio de una
fe en el otro. 309
A través de una transformación recíproca, la liturgia se estetiza. Deja de ser cierta (pensable) y
eficaz (operatoria), pero puede ser bella, como una fiesta, como un canto, como un silencio,
como un efímero éxtasis de comunicación colectiva … “Sociedad del espectáculo”: una
necesidad de creer, exacerbada por el vacío de esta sociedad, se conjuga con la necesidad de
una pertenencia, cuyo contenido también se convirtió en un vacío. 309
Hoy se hace colectiva, como si todo el cuerpo de las iglesias, y no ya algunos individualmente
heridos por la experiencia mística, debiera vivir lo que el cristianismo siempre anunció:
Jesucristo ha muerto. Esta muerte no es tan sólo el objeto del mensaje que concierne a Jesús,
sino la experiencia de los mensajeros. Las iglesias, y no ya solamente el Jesús del que hablan,
parecen llamadas a esta muerte por la ley de la historia. Se trata de aceptar el ser débil,
abandonar las máscaras irrisorias e hipócritas de un poder eclesiástico que ha dejado de ser,
renunciar a la satisfacción y a la “tentación de hacer el bien”. 310
Ningún hombre es cristiano solo, por sí mismo, sino en referencia y enlazado con el otro, en la
apertura a una diferencia solicitada y aceptada con gratitud. Esta pasión del otro no es una
naturaleza primitiva que hay que recuperar, no se añade tampoco como una fuerza más, o una
vestimenta, a nuestras competencias y adquisiciones; es una fragilidad que despoja nuestras
solideces e introduce en nuestras fuerzas necesarias la debilidad de creer. 311