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“PARA el que no sabe a qué puerto se dirige, no hay ningún viento favorable.

” Estas palabras, atribuidas a un filósofo


romano del siglo primero, señalan una verdad innegable: para que la vida tenga sentido, es necesario ponerse metas.

REFERENCIA 1

LA MOTIVACIÓN APROPIADA ES FUNDAMENTAL

Se pueden fijar metas en prácticamente cualquier campo de la vida, y el mundo está lleno de personas que lo hacen.
No obstante, los objetivos teocráticos difieren de las ambiciones mundanas. Las metas de mucha gente obedecen ante
todo a la obsesión por adquirir riquezas y al deseo insaciable de alcanzar buena posición y poder. Cometeríamos un gran
error si nuestro objetivo fuera conseguir poder y prominencia. Las metas que dan gloria a Jehová Dios están
directamente relacionadas con la adoración que le rendimos y con los intereses del Reino (Mateo 6:33). Este tipo de
metas nacen del amor a Dios y al prójimo, y su objetivo es la devoción piadosa (Mateo 22:37-39; 1 Timoteo 4:7).

Cuando vayamos en pos de metas espirituales, ya se trate de gozar de mayores privilegios de servicio o de progresar
personalmente en sentido espiritual, debemos asegurarnos de que nuestra motivación sea pura.

Quizás nosotros también suframos reveses en nuestra lucha por alcanzar metas espirituales. Pero en vez de darnos por
vencidos, repasemos lo que ya hemos logrado, evaluemos de nuevo nuestra meta y hagamos los cambios necesarios.
Cuando surjan obstáculos, es imprescindible que nos esforcemos por vencerlos con determinación y persistencia.
El sabio rey Salomón nos asegura: “Haz rodar sobre Jehová mismo tus obras, y tus planes serán firmemente
establecidos” (Proverbios 16:3).

REFERENCIA 2

¿Le aportará el dinero un sentido de seguridad? Liz, de Canadá, recuerda: “Era joven y creía que el dinero libraba a uno
de las inquietudes”. Se enamoró de un hombre que disfrutaba de seguridad económica, y no tardaron en contraer
matrimonio. ¿Se sintió segura? “Cuando me casé —sigue diciendo—, tenía una hermosa casa y dos automóviles, y
nuestra situación nos permitía disfrutar de casi todo en lo que respecta a posesiones, viajes y diversión. Sin embargo,
aunque parezca increíble, el dinero me seguía preocupando.” Liz nos explica la razón: “Tenía mucho que perder. Parece
que cuanto más posees, menos seguro te sientes. El dinero no me libró del temor ni de la ansiedad”.

Si usted cree que no tiene lo suficiente en sentido económico para sentirse seguro, pregúntese cuál es el verdadero
problema. ¿Es realmente que le falta dinero, o que no lo administra bien? Al reflexionar sobre su pasado, Liz señala:
“Ahora comprendo que los problemas de mi familia cuando era niña se debían a la mala administración. Comprábamos
a crédito, así que siempre teníamos deudas, y esto nos causaba ansiedad”.

No obstante, Liz y su esposo se sienten mucho más seguros ahora a pesar de tener menos dinero. Cuando aprendieron
la verdad de la Palabra de Dios, dejaron de concentrarse en las tentadoras ofertas para obtener dinero y empezaron a
prestar atención a palabras de sabiduría divina como estas: “En cuanto al que me escucha, él residirá en seguridad y
estará libre del disturbio que se debe al pavor de la calamidad” (Proverbios 1:33). Desearon que su vida tuviera más
sentido que el que aporta una abultada cuenta bancaria. Ahora son misioneros en un país distante, y enseñan a ricos y
pobres por igual que Jehová Dios pronto convertirá toda la Tierra en un lugar verdaderamente seguro. La profunda
satisfacción y estabilidad que su labor les produce es el resultado de unos objetivos y valores más elevados, no de sus
ingresos económicos.

Recuerde esta verdad fundamental: ser rico para con Dios es mucho mejor que acumular riquezas materiales.
De principio a fin, las Sagradas Escrituras ponen el acento, no en tener muchas posesiones, sino en conseguir una buena
posición ante Dios y conservarla persistiendo con fe en cumplir la voluntad divina. Cristo Jesús nos animó a ser ‘ricos
para con Dios’ y a acumular ‘tesoros en los cielos’ (Lucas 12:21, 33).
REFERENCIA 3

¿Cuánto valoramos el amor de Dios? ¿Opinamos como David, que escribió: “Porque tu bondad amorosa es mejor que la
vida, mis propios labios te encomiarán. Así te bendeciré durante el transcurso de mi vida; en tu nombre levantaré las
palmas de mis manos”? (Salmo 63:3, 4.) ¿Ofrece la vida en este mundo algo mejor que disfrutar del amor de Dios y de su
noble amistad?

Algunos cristianos se han enfrentado a la disyuntiva de renunciar a Jehová o arrostrar la muerte, como muchos de los
testigos de Jehová internados en los campos de concentración nazis de la segunda guerra mundial. Nuestros hermanos,
con muy pocas excepciones, optaron por permanecer en el amor de Dios, dispuestos a morir. Quienes continúan leales
en su amor pueden confiar en que recibirán de Dios un futuro eterno, porvenir que el mundo es incapaz de asegurarnos.

Aunque es imposible vivir para siempre sin Jehová, tratemos de imaginar cómo sería una existencia sumamente larga sin
nuestro Creador. Sería vacía, carente de auténtico sentido. Él ha encargado a su pueblo una labor que nos llena de
satisfacción en estos últimos días; de ahí que confiemos en que cuando Jehová, el Gran Dios de Propósito, nos otorgue
vida eterna, habrá infinidad de actividades por realizar y cosas por aprender que serán útiles y fascinantes.

REFERENCIA 4

Los sabios consejos de la Biblia no tienen comparación. Las normas morales por las que aboga son insuperables. Sus
recomendaciones son siempre provechosas, y han resistido la prueba del tiempo. Algunos consejos bíblicos sensatos son
trabajar duro, ser honrado, usar el dinero sabiamente y no ser perezoso (Proverbios 6:6-8; 20:23; 31:16).

Siguiendo esa misma línea, Jesús recomendó: “Dejen de acumular para sí tesoros sobre la tierra, donde la polilla y el
moho consumen, y donde ladrones entran por fuerza y hurtan. Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde
ni polilla ni moho consumen, y donde ladrones no entran por fuerza y hurtan” (Mateo 6:19, 20).

Ese oportuno consejo es tan válido hoy en día como lo fue hace dos mil años. En vez de vernos entrampados por el afán
de conseguir riquezas, tenemos la posibilidad de beneficiarnos de seguir un modo de vida superior. La clave está en
acumular tesoros espirituales, que llevan a una vida de verdadera felicidad y satisfacción. ¿Cómo lograrlo? Leyendo la
Palabra de Dios, la Biblia, y poniendo en práctica sus enseñanzas.

El apóstol Pablo escribió: “Los que están resueltos a ser ricos caen en tentación y en un lazo y en muchos deseos
insensatos y perjudiciales, que precipitan a los hombres en destrucción y ruina. Porque el amor al dinero es raíz de toda
suerte de cosas perjudiciales, y, procurando realizar este amor, algunos han sido descarriados de la fe y se han
acribillado con muchos dolores” (1 Timoteo 6:9, 10).

La persona materialista pretende conseguir más dinero, posición y poder. Con mucha frecuencia recurre a medios
tortuosos y fraudulentos para lograr dicho objetivo. La búsqueda de riquezas le roba tiempo, fuerzas y aptitudes, e
incluso el sueño (Eclesiastés 5:12). No hay duda de que el afán de tener más supone un obstáculo para el progreso
espiritual. El hombre más grande de todos los tiempos, Jesucristo, señaló claramente cuál era el mejor camino: “Felices
son los que tienen conciencia de su necesidad espiritual” (Mateo 5:3). Sabía que las riquezas espirituales producen
recompensas permanentes y son mucho más importantes que las ganancias materiales pasajeras (Lucas 12:13-31).

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