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¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

Mitos e historia de nuestro lenguaje


© Darío Rojas
© Uqbar Editores, 2015
www.uqbareditores.cl
Teléfono (56) 2 2224 7239
Santiago de Chile
Materia: español de América - historia de la lengua española - español de Chile - lingüística
isbn: 978-956-9171-57-4
Diseño de portada: Catalina Cheviakoff

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Í n dice

¿Hablamos mal los chilenos? 9

El lenguaje no cambia «por algo», sino «para algo» 13

Capítulo 1
La historia del español antes de su llegada a
América 19

Capítulo 2
La lengua española en América 47

Capítulo 3
El español en Chile 87

Los chilenos no hablamos mal por hablar


como chilenos 123

Referencias y obras citadas 125


¿Hablamos mal los chilenos?

¿Hablamos mal los chilenos?

Este pretende ser un libro breve y sencillo sobre la historia


de la lengua española, que se concentra especialmente en sus
capítulos americano y chileno. Sería lo que se denomina un
libro de divulgación sobre un contenido académico, pero su
finalidad no es meramente dar a conocer la historia de este
idioma, sino poner la historia de la lengua en relación con una
pregunta muy común en el medio cultural de este país, que
salió a la palestra sobre todo con motivo de la celebración del
Bicentenario: «¿cómo hablamos los chilenos?», la que usual-
mente va acompañada de la respuesta «mal». En este senti-
do, mi aproximación podría servir para responder, más bien,
la pregunta de por qué los chilenos hablamos de la manera
en que lo hacemos. En síntesis, pretendo ofrecer elementos de
juicio, provenientes de la historia de la lengua española, para
contribuir a abordar de manera crítica el lugar común de que
en Chile se habla muy mal la lengua española (lugar común
que, adelanto, me parece un prejuicio y no lo comparto).
Sobre la historia de la lengua española, en general, se han
escrito manuales y obras de referencia usadas por generaciones
de estudiantes de lengua y literatura, tales como la «Historia de
la lengua española» de Rafael Lapesa, publicado por primera vez
en 1942, o el clásico «Manual de gramática histórica española»
de Ramón Menéndez Pidal, cuya primera versión es de 1904. En

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¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

décadas recientes han seguido apareciendo obras de referencia


generales, de las cuales la última, según nuestro conocimiento,
es la «Historia mínima de la lengua española» de Luis Fernando
Lara de 2013. Para la historia del español de América, tenemos
una serie de monografías dedicadas a áreas geopolíticas especí-
ficas, u otras de alcance más general como los tratados de Juan
Antonio Frago «Historia del español de América» (1999) y «El
español de América en la Independencia» (2010), entre otros.
Para la historia de la lengua española en Chile, aunque
existe un número importante de estudios sólidos, el único in-
tento de sistematización de los hallazgos es el brevísimo libro
de Nelson Cartagena «Apuntes para la historia del español en
Chile». Sin embargo, todos estos estudios, incluido el de Carta-
gena, están destinados a un lector especializado. El presente li-
bro, en cambio, está dirigido a un público no (necesariamente)
especializado en lengua y literatura.
Dicho lo anterior, el lector debe quedar advertido de que
me he ocupado sobre todo en reunir información conseguida
con esfuerzo por otros estudiosos; muy poco de lo puesto en
estas páginas se origina en mi propia reflexión e investigacio-
nes. Por esta razón, sin querer caer en un estilo demasiado
académico, a menudo indico los autores y textos que me han
servido de fuentes, y al final he añadido una lista de referencias
bibliográficas que, además, espero sirva al lector curioso como
herramienta para ampliar sus conocimientos sobre esta mate-
ria. En general, las obras de Lapesa, Menéndez Pidal, Lara y
Frago me han servido como fuentes de donde he tomado mu-
cha información, aunque no siempre los cite. También me he
servido de algunos manuales dirigidos a público especializado,
tales como la «Historia de la lengua española» coordinada por
Rafael Cano en 2004.

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¿Hablamos mal los chilenos?

Dije que estas páginas no necesariamente están dirigidas a


un público especializado en lengua y literatura españolas, pero
creo que también será una lectura útil para estudiantes que se
inician en estas áreas en el nivel universitario. De hecho, gran
parte de él surgió de las clases de Historia de la Lengua Espa-
ñola que he impartido en el Departamento de Lingüística de
la Universidad de Chile desde hace ya algún tiempo, así como
de los cursos que he dictado ocasionalmente en otras universi-
dades de Santiago. Las clases y discusiones con los estudiantes
de la Universidad de Chile, Universidad Alberto Hurtado y
Universidad de los Andes me sirvieron para hallar una manera
de explicar la historia lingüística y para identificar temas inte-
resantes o novedosos, así que les agradezco a todos ellos por
su (a veces inadvertida) colaboración.
Finalmente, debo reconocer que casi todo lo que sé de
historia de la lengua española me lo enseñó Alfredo Matus
Olivier, mi maestro en lingüística y en la vida académica, pro-
fesor durante muchos años de la cátedra de Historia de la Len-
gua Española en la Universidad de Chile. A él debo mucho
de lo que me permitió escribir este libro, que le dedico con
inmensa gratitud.

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El lenguaje no cambia «por algo», sino «para algo»

El lenguaje no cambia «por algo»,


sino «para algo»

Hoy se acepta entre los especialistas que el cambio es connatu-


ral a la manera de ser de las lenguas; lo extraño, de hecho, sería
que las lenguas no cambiasen. Respecto de esto, Eugenio Coseriu
(1958) planteó además que no necesariamente tenemos que de-
vanarnos los sesos buscando causas para explicar el cambio lin-
güístico (¿por qué cambia el lenguaje?), puesto que el lenguaje no
es un fenómeno natural que vaya fatalmente hacia alguna parte
de manera irreversible, sino que es un instrumento cultural, per-
teneciente al ser humano, que sirve para algo, y que, por lo tanto,
es esencialmente de carácter finalista: el lenguaje no cambia «por
algo», sino «para algo». Esto no debe entenderse en el sentido de
que los hablantes promuevan cambios de modo consciente, sino
en el de que, más bien, el cambio emerge de manera espontánea a
partir de las actividades comunicativas concretas de los hablantes:

La lengua cambia justamente porque ‘no está hecha’ sino


que ‘se hace’ continuamente por la actividad lingüística.
[…] El hablar es actividad creadora, libre y finalista, y es
siempre nuevo, en cuanto se determina por una finalidad
expresiva individual, actual e inédita. (Coseriu 1958: 39)

También hay que tener en cuenta que lo anterior tiene


estrecha relación con la variabilidad y dinamismo que son

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¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

características intrínsecas del lenguaje: lo normal, lo habitual,


es que existan distintas maneras de expresar una idea o de
pronunciar un sonido, de acuerdo con distintos grupos socia-
les, distintas situaciones comunicativas o distintos momen-
tos históricos. Para nosotros esto es importante porque no es
concebible hacer historia de la lengua sin tener en cuenta la
variación en el lenguaje de una época determinada. No hay
lenguas homogéneas, uniformes ni puras y esto debe ser tenido
en cuenta por el interesado en la historia lingüística.
Por otra parte, lo dicho nos debe hacer reconsiderar la
opinión, habitual entre «defensores del lenguaje», de que el
cambio lingüístico equivale a corrupción, degeneración o de-
caimiento. La variante chilena de la lengua española no es una
versión «degenerada» del habla de hace décadas o siglos, ni
es una «corrupción» del habla de España. Tampoco la len-
gua española es una versión corrupta del latín: sí es cierto que
proviene de esta última lengua (como veremos más adelante),
tiene con ella una relación de continuidad histórica, pero no es
verdad que las variantes de pronunciación más antiguas sean
«mejores» que las nuevas. No tiene sentido, tampoco, afirmar
que el habla chilena es una degeneración del español porque
«se come las eses». Dicha pronunciación es una variante, una
forma de hablar distinta, que no es ni mejor ni peor que otras
y que no puede tomarse seriamente como indicio de ningu-
na característica sicológica o moral de quienes pronuncian así
(pereza, relajo excesivo, falta de respeto, falta de cultura, etc.).
Hacia el final de este libro, volveremos a tocar este tema, espe-
cíficamente en relación con el español de Chile.
Como ya dije, el recorrido histórico que haremos en este
libro debe ser puesto en relación con el tema de «cómo ha-
blamos los chilenos». Quiero responder a esto superando lo

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El lenguaje no cambia «por algo», sino «para algo»

meramente descriptivo: «los chilenos hablamos así y asá, pro-


nunciamos de esta manera, usamos estas palabras y estas cons-
trucciones gramaticales». Más bien, aspiro a proyectar sentido
histórico sobre el problema. Pretendo estimular una reflexión,
desde la historia de la lengua española en Chile, sobre por qué
es tan habitual la pregunta «¿Cómo hablamos los chilenos?»,
es decir, por qué es un tema para la sociedad chilena.
En cuanto a esto último, pienso que corresponde a lo que
el mexicano Luis Fernando Lara (en su trabajo de 2009) des-
cribe como una «conciencia perversa del desvío», en la que
«la denuncia de los barbarismos es al mismo tiempo su gozo
como elemento diferenciador». Lara se refiere a los dicciona-
rios de provincialismos americanos del siglo XIX, pero cobra
mucho sentido también en el contexto chileno actual. Pare-
ciera que los chilenos escenificamos el aspecto idiomático de
nuestra identidad cultural a través de esta pregunta, la cual
tiene una respuesta casi automática: «los chilenos hablamos
muy mal», y al parecer eso, precisamente, es lo que sentimos
como propio. Sin embargo, a pesar de que consideramos que
hablamos mal, hemos vivido siglos hablando más o menos pa-
recido, mostrando poco ánimo de cambiar para ajustarnos al
modelo de buen hablar que públicamente defendemos. En el
fondo, entonces, parece que, a pesar de que encontramos que
hablamos mal, nos gusta cómo hablamos, porque es parte de
nuestra identidad.
Para abordar críticamente la idea de que los chilenos ha-
blamos «mal», creo que es necesario primero contar con un
conocimiento histórico básico de la constitución de nuestra
manera de hablar la lengua española, a lo cual espero contri-
buir con este libro. Con conocimiento de la historia, es posible
sopesar las razones que habitualmente se dan para explicar

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¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

el supuesto pésimo uso que en Chile se hace de la lengua es-


pañola: que los jóvenes han corrompido el lenguaje, que los
«flaites» degeneran la lengua española y dificultan la comu-
nicación, etc. En realidad, no se trata de «corrupción» ni de
nada atribuible a las generaciones jóvenes, como podrá verse
en este libro. Por ejemplo, el voseo (el uso de vos como forma
de tratamiento y de formas verbales como cantái, tenís, etc.) a
veces es interpretado por sus propios usuarios como una «de-
formación de los verbos», con lo cual muchas veces se quiere
decir que cantái sería una deformación de cantas. El historia-
dor de la lengua española puede fácilmente rebatir lo anterior,
pues cantái y cantas tienen orígenes distintos, no proceden uno
del otro, y han llegado a ocupar sus funciones comunicativas
por una serie de circunstancias socioculturales desplegadas a
lo largo de la historia americana y chilena. Podríamos incluso
abusar del fetichismo historicista y decir que el voseo tiene
«estirpe» histórica y que por eso es legítimo, pero no es esa mi
intención. También desde la historia es muy fácil refutar una
idea ridícula como la de que los chilenos aspiramos las eses
porque somos descuidados o flojos, lo cual es evidentemente
una esencialización sin sustento: ¿podría alguien seriamente
hoy defender que una pronunciación es reflejo directo de una
característica sicológica o moral, y, aún más, que dicha carac-
terística se presenta de modo homogéneo en un país completo?
En la última parte del capítulo final, mostraré la faceta
metalingüística de este problema: los discursos sobre la lengua
sostenidos durante la época de la Independencia por persona-
jes socialmente influyentes contribuyeron a reforzar la idea de
que en Chile se habla muy mal la lengua española. Sin embar-
go, dichos personajes dijeron lo que dijeron porque eran hijos
de su época: sus ideologías lingüísticas son congruentes con

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El lenguaje no cambia «por algo», sino «para algo»

sus afiliaciones políticas, sus ideales y los valores que creían


necesario defender. El problema está en que estas ideas se
transmitieron naturalizadas, obviando su materialidad e histo-
ricidad, su dependencia de intereses específicos. Estos ideales
y valores no necesariamente son los mismos que una sociedad
moderna y que presume de estar en vías de desarrollo, como
la chilena, sostiene o debería sostener. Entonces, en definitiva,
la pregunta que corresponde hacernos hoy, ya entrado el siglo
XXI, es: ¿hablamos realmente mal los chilenos? ¿Es cierto este
lugar común?
Frente a la pregunta de cómo hablamos los chilenos, en
definitiva, mi respuesta sería que los chilenos hablamos distin-
to (no solo de España, sino también de casi todo el resto del
mundo hispanohablante), pero no mal, y que no hay ninguna
razón de peso para considerar nuestra especificidad dialectal
peor o mejor que las demás. Como ya hemos dicho, se trata
simplemente de nuestra circunstancia histórico-lingüística.

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La historia del español antes de su llegada a América

Ca pítulo 1

La historia del español antes


de su llegada a América

Por qué los chilenos hablamos como lo hacemos tiene ciertas


causas históricas que conviene revisar. El primer gran momen-
to de esta historia corresponde al que va desde los más remo-
tos orígenes hasta el fin de la Edad Media y parte de los años
siguientes. En particular, veremos, de manera muy sucinta, que
la lengua española es una continuación del latín hablado que
los romanos llevaron a Hispania a fines del siglo III a. C., y que
en un comienzo no fue más que una variedad dialectal confi-
nada a una pequeña franja de territorio del norte de España: el
dialecto castellano, que terminó imponiéndose por el prestigio
político y social de sus hablantes. Así, el dialecto castellano se
convirtió en la base de lo que más tarde se llamaría español, y
este idioma amplió su alcance geográfico y social hasta conver-
tirse en la lengua de un poderoso imperio.

Los orígenes latinos e indoeuropeos del español

El español, junto con el francés, el italiano, el rumano, el por-


tugués, el sardo, el dálmata (hoy extinto), el provenzal, el cata-
lán y el retorromance (o ladino), provienen del latín hablado a
lo largo de las amplias zonas conquistadas por Roma en las fe-
chas cercanas al inicio de la era cristiana. Como descendientes

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¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

del latín, constituyen la familia románica o romance. El latín,


a su vez, forma parte del grupo lingüístico itálico (junto con
el osco, el umbro, el falisco, etc.), el cual finalmente forma
parte de la gran familia lingüística indoeuropea (llamada tam-
bién, antiguamente, indoaria o indogermánica), de la cual for-
man parte el inglés, el alemán, el ruso, el polaco, el griego, el
sánscrito, el persa y varias otras.
Muchas de estas lenguas han estado por largo tiempo en
contacto entre sí, sea por vecindad geográfica o por coloniza-
ciones y exploraciones. Así, a modo de ejemplo, en español
podemos encontrar préstamos de lenguas románicas como el
portugués (cachupín, mermelada), el catalán (aguaitar, pincel),
el provenzal (alojar, estampida), el francés (chalet, croissant),
el italiano (canjear, fragata) y el rumano (hospodar); palabras
de origen celta, como brío o tranca; préstamos de lenguas ger-
mánicas, como el gótico (guardián, sacar), el neerlandés (di-
que, escaparate), el alemán (brindis, kuchen), el danés (narval),
el sueco (alca, varenga), el noruego (fiordo, troll) y el islandés
(géiser), además de los numerosos anglicismos del español (en
Chile, palabras tan cotidianas como guaipe, del inglés wiper).
También tenemos vocabulario de origen baltoeslavo, como el
polaco mazurca o, del ruso, zar y balalaika; entre los présta-
mos helénicos, los griegos zampoña y púrpura; entre las pa-
labras indoiranias, bazar y chador, del persa, ario, esvástica y
yoga, del sánscrito, y parchís (nuestro ludo) y yogui, del indio.
Y así podría enumerarse una larguísima lista.
La lengua de los indoeuropeos es, en términos estrictos,
una ficción. Más bien, es una reconstrucción: no disponemos
de textos escritos en esa lengua, de manera que solo podemos
hacer suposiciones fundadas (comparando las características
de sus descendientes) acerca de cómo se pronunciaba, cómo

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La historia del español antes de su llegada a América

era su gramática y cuál era su vocabulario. Aun más: ni si-


quiera podemos estar seguros de que se trataba de una única
lengua. Muy probablemente se trataba de múltiples dialectos
emparentados entre sí, hablados por una multitud de grupos
humanos que emigraron hasta la actual Europa desde las es-
tepas del sur de Rusia, en varias oleadas, entre el 4.500 y el
2.500 a. C., aproximadamente.
La reconstrucción de cómo pudo haber sido el indoeuro-
peo se hace comparando las formas que conservan sus descen-
dientes y luego deduciendo cómo debió haber sido la forma
original. Así, por ejemplo, podemos preguntarnos por cómo se
expresa el concepto ‘padre’ en distintas lenguas de la familia
romance: padre en italiano, padre en español, père en francés,
pai en portugués, pare en catalán, etc. El segundo paso con-
siste en identificar las regularidades de sonidos. Por ejemplo,
todos estos cognados empiezan con una p, por lo que pode-
mos pensar que la forma original tenía también una p. En fin:
si aplicamos este método, llegamos a una forma reconstruida
patre, que habría sido la común en el llamado latín vulgar,
del cual provienen el español, portugués, italiano, francés, etc.
Por suerte, podemos corroborar esta reconstrucción gracias al
testimonio del latín clásico, del cual disponemos muchos do-
cumentos escritos. Si queremos ir más atrás aún en el tiempo,
podemos tomar el pater latino-clásico, el patēr del griego clási-
co, el piter sánscrito, el fadar gótico y el athir del antiguo irlan-
dés, entre otros, y reconstruir la forma indoeuropea *pətēr, la
cual pongo precedida de un asterisco porque es una forma hi-
potética, de la cual no disponemos testimonio escrito alguno1.

  Tomo el ejemplo del libro de David Crystal de 1987.


1

21
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

La naturaleza sumamente especulativa de esta reconstruc-


ción no impidió que el alemán August Schleicher, uno de los
principales estudiosos de esta lengua en el siglo XIX, se propu-
siera traducir al indoeuropeo la siguiente fábula:

Una oveja esquilada vio a unos Avis, jasmin varna na a-st,


caballos, dadarka akvams
uno de los cuales tiraba de un tam, vagham garum
carro pesado, vaghantam
otro llevaba una gran carga tam, bharam magham
y otro transportaba a un hombre. tam, manum aku bharantam.
La oveja le dijo a los caballos: Avis akvabhjams a vavakat:
se me aflige el corazón kard aghnutai mai
al ver cómo trata el hombre a vidanti manum akvams
los caballos agantam.
[…] […]

Al final de la primera línea del texto puede reconocer-


se la palabra akvams ‘caballos’, que deriva de la raíz indoeu-
ropea *EKWO-, de idéntico significado (véase el diccionario
de Roberts y Pastor, de 1996). De esta raíz proviene el la-
tín equus, que fue reemplazado más tarde en Hispania por
el préstamo celta cauallus, pero que sobrevive en las formas
cultas equino, ecuestre o equitación. El femenino de equus:
equa, sin embargo, se transformó en su pronunciación hasta
dar con la forma que conocemos hoy en español: yegua. Por
otra parte, la misma raíz *EKWO-, con otros cambios de pro-
nunciación, originó el griego hippos ‘caballo’, de donde pro-
viene nuestra hípica y, curiosamente, hipopótamo: para los
griegos este animal era un caballo (hippos) de río (potamos).
Dejamos a la inteligencia del lector descubrir las demás raíces
y parentescos que trasluce el breve texto de Schleicher. Hoy en

22
La historia del español antes de su llegada a América

día, sin embargo, nadie cree que pueda reconstruirse un texto


coherente en indoeuropeo2.

La península ibérica antes de los romanos

El escenario geográfico en que se desarrolla la historia medie-


val del español es la península ibérica, hoy ocupada por los
estados de Portugal y España. En la península ibérica, antes de
la llegada de los romanos (quienes la llamaron Hispania), exis-
tían tanto pueblos indoeuropeos como de otras procedencias,
que habían llegado en oleadas sucesivas desde hace alrededor
de un millón de años, provenientes de África y de la zona me-
diterránea. Los romanos, al llegar a esta zona, no encontraron
un territorio vacío, sino diversas culturas que llevaban mucho
tiempo en ese lugar y que ya habían experimentado diversas
invasiones, migraciones y otros procesos.
Los fenómenos de contacto cultural, como el que se dio
en los dos últimos siglos del primer milenio antes de Cristo
entre los romanos y los habitantes de la península ibérica, sue-
len llevar aparejados fenómenos de contacto lingüístico. En
estos, lo común es que se originen influencias estructurales, fo-
néticas, gramaticales o léxicas, entre las lenguas de los grupos
que se encuentran. Generalmente, los pueblos conquistados

2
  El aire de antigüedad que se asocia a esta lengua ha llegado hasta la cul-
tura popular, y así el androide David, en la película Prometheus de Ridley
Scott (2012), practica indoeuropeo con la fábula de Schleicher, suponiendo
que, en la búsqueda de los creadores alienígenas del hombre, una lengua
terrestre antiquísima, como el indoeuropeo, podrá servir para comunicarse
con ellos. En una escena cercana al final, de hecho, el androide se dirige a
un alienígena a través de dicha lengua

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¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

tienen que aprender la lengua de los conquistadores, debido a


la necesidad de comunicación y al prestigio asociado al grupo
dominante. En este periodo de bilingüismo (pues los domina-
dos no olvidan de inmediato su propia modalidad lingüística),
algunas características de las lenguas habladas por los nativos
de la península fueron transformando el latín hablado en His-
pania, contribuyendo a darle una fisonomía particular respec-
to a otras modalidades de latín hablado a lo largo del Imperio
romano, aunque no fueron el único factor de diferenciación.
Es decir, las lenguas peninsulares prerromanas actuaron como
lenguas de sustrato respecto del latín. Al hablar de sustrato
usamos una metáfora de origen geológico: una capa geológica
que se encuentra debajo de otra e influencia sus características
es un sustrato. Al hablar de idiomas, se entiende que la lengua
de sustrato está «debajo» de otra por su subordinación social:
el grupo que la habla es políticamente dominado. El pueblo
que aprende la lengua de sus conquistadores la habla con ca-
racterísticas propias de su lengua materna. Piénsese, por ejem-
plo, cuando un hablante de español está aprendiendo inglés:
cuando aprende a decir two, en un comienzo probablemente
pronuncie la t como lo hace en español, y no como se hace en
inglés. Pues bien, en este ejemplo, hay un efecto de sustrato del
español en el inglés. Veremos más ejemplos cuando lleguemos
a la extensión del español por territorio americano y su con-
tacto con lenguas indígenas de este continente.
Volviendo a la situación prerromana, entre los pueblos y
las lenguas con que entró en contacto el latín en Hispania se
encuentran los celtas, específicamente los celtíberos, de origen
indoeuropeo, que nos legaron palabras como conejo o ála-
mo; los iberos, de origen no indoeuropeo y asentados en la
costa mediterránea, de quienes el latín tomó palabras como

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La historia del español antes de su llegada a América

barranco o páramo; y los tartesios, del sur de la península, de


cuya lengua casi nada se traspasó al latín.
Por último, en el norte de la península, en estrecha cerca-
nía con cántabros y astures, vivían los vascos, pueblo de origen
aún discutido, hablantes de la única lengua hispánica prerro-
mana que sobrevive hasta la actualidad (también conocida
como euskera). A diferencia de los demás pueblos prerroma-
nos, su influencia en la lengua española no se restringe al léxico.
Entre sus influencias se cuentan algunos rasgos característicos
del romance castellano, como la aspiración y posterior pérdi-
da de f- inicial latina (farīna >harina, ferīre>herir), la pérdida
de la distinción entre /b/ y /v/, préstamos léxicos como ascua,
pizarra, becerro, aquelarre, bizarro, y topónimos compuestos
principalmente con los elementos etxe ‘casa’, gorri ‘rojo’ y berri
‘nuevo’ (como Echeverri, que sería algo así como ‘casa nueva’).
En suma, en la época prerromana, la península ibérica era
un mosaico de culturas y lenguas de orígenes diversos. La ma-
yoría de estas lenguas, sobre todo el celta, el ibero y el vasco,
tuvieron importancia para la historia del español, en cuanto
actuaron como elementos de sustrato lingüístico respecto del
latín de los colonizadores romanos que llegaron a Hispania,
aportando, en distinto grado, rasgos fonéticos, morfológicos
y léxicos que contribuyeron a perfilar la individualidad de las
lenguas románicas hispánicas.

Los romanos y la implantación del latín

Los romanos, originalmente confinados a una pequeña zona


de la península itálica, llegaron a dominar la mayor parte de
lo que hoy es Europa, así como parte del norte de África y del

25
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

Asia colindante con el mar Mediterráneo. De este modo, la


cultura latina se extendió por un vasto territorio que recibió el
nombre de Romania.
En la mayor parte de la Romania, la lengua latina despla-
zó a las lenguas habladas por los nativos, aunque estas últimas
dejaron huellas al actuar como lenguas de sustrato. En el caso
de la conquista de Grecia, no sucedió lo mismo, debido a la su-
perioridad cultural que reconocían los romanos en la cultura
helénica, la que trataban de imitar en varios aspectos. Al seguir
hablándose el griego en una parte del dominio romano, la len-
gua latina tomó muchos préstamos de dicha lengua, que fueron
luego traspasados al español, en ámbitos como el de la cocina
(oliua, óleum ‘óleo’, asparagus ‘espárrago’, ficatum ‘hígado’),
la música (lyra ‘lira’, chorda ‘cuerda’, musica), la ingeniería
(catapulta, ballista ‘ballesta’), la educación (schola ‘escuela’,
abacus, papyrus ‘papel’, bibliotheca), la medicina (rheuma, pa-
ralysis, dosis) y el cuerpo humano (gamba ‘pierna’, entre los
chilenos ‘pie’, stomachus ‘estómago’, mustaceus ‘mostacho’).
En un principio, el latín no se impuso en todos estos te-
rritorios debido a una política lingüística. Es decir, la adminis-
tración romana no tomaba medidas oficiales para promover
el uso del latín y desmedrar el de las lenguas de los pueblos
que subyugaba. El latín se terminó imponiendo más bien por
el prestigio y los beneficios sociales que estaban asociados a su
manejo. Una frase del Brutus de Cicerón3 refleja muy bien esta
condición: «Non enim tam praeclarum est scire latine quam
turpe nescire», es decir, «No es tan beneficioso saber latín como
perjudicial no saberlo». La implantación del latín supuso un

  Citada por Nicholas Ostler en su libro de 2007.


3

26
La historia del español antes de su llegada a América

acelerado proceso de mortandad lingüística o desaparición de


lenguas: entre el 100 a. C. y el 400 d. C. la cantidad de lenguas
habladas en territorio romano pasó de aproximadamente 60 a
12. En Europa, se redujo de 30 a solo cinco: latín, galo, galés,
vasco y albanés.
La península ibérica fue uno de los primeros dominios
conquistados fuera de Italia, y su ocupación fue el resultado
de un conflicto político-militar (las Guerras Púnicas) con uno
de los pueblos que ocupaban parte de la península, los cartagi-
nenses. Los romanos comenzaron su dominio de Hispania en
el 218 a.  C. La conquista, no obstante, no fue instantánea ni
homogénea. En las últimas décadas del siglo I a. C. aún había
confrontaciones entre romanos y nativos del norte de Hispa-
nia (cántabros y astures). La completa latinización, cultural y
lingüística, todavía no estaba consumada a la llegada de los
germanos, en el siglo V d. C.
Entre los dominios conquistados por Roma, Hispania era
muy importante, tanto por la riqueza de su territorio como por
su importancia cultural y social concomitante al factor econó-
mico: muchos miembros de las clases altas de Roma se insta-
laban en la península ibérica, trayendo consigo sus escuelas e
instituciones similares relativas al saber científico y técnico.
En la latinización lingüística de Hispania, Francisco Bel-
trán Lloris (en su trabajo de 2005) distingue un proceso gradual
de sustitución idiomática. Entre los siglos III y I a.  C., la nota
característica era la diversidad lingüística. Hispania se caracte-
rizaba por una variedad lingüística y cultural mayor que la que
había, por ejemplo, en las Galias o la costa norteafricana. La
presencia romana no era muy importante aún; de hecho, en las
ciudades el latín convivía con otras lenguas (púnico, griego).
El conocimiento del latín, sin embargo, se difundió durante los

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¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

siglos II y I a.  C., pues era además el idioma de la administra-


ción y el ejército, de manera que tenía prestigio social incluso
entre los indígenas. Por otro lado, los mercaderes itálicos de los
puertos controlaban el comercio de larga distancia, por lo cual
el latín fue usado como lengua vehicular. Pero la lengua roma-
na seguía confinada a las ciudades. A partir del siglo I a.  C. la
situación empieza a cambiar. La pacificación de Hispania, la
explotación minera en Cartagena y agrícola en el Guadalquivir
y el Ebro, las convulsiones políticas en Roma y la presencia de
grandes concentraciones de soldados, hicieron que la pobla-
ción civil latinohablante aumentara en forma notable.
Tras los gobiernos de César y de Augusto, Hispania es
definitivamente pacificada y se asientan miles de romanos en
las colonias. Además, se asienta la cultura romana imperial, de
mayor afán homogeneizante. El vehículo lingüístico de estas
transformaciones fue el latín, que ahora era idioma materno
de miles de romanos civiles, miles de soldados en el norte y de
los cientos de miles de indígenas convertidos en ciudadanos,
y que jugó un papel importante en el reforzamiento de la ad-
ministración, la instrucción escolar y el florecimiento literario.
Los primeros años del milenio, por otra parte, contemplan el
decaimiento del uso de las lenguas nativas (al menos por es-
crito), sobre todo en la zona sur y costa mediterránea, donde
cuesta documentarlas después del siglo I. En el centro, norte
y noroeste, en cambio, hay testimonios de la pervivencia de
las lenguas nativas hasta el II o III, aunque en una situación
diglósica con el latín (es decir, con funciones y ámbitos de uso
diferentes según el prestigio social de cada lengua). En suma,
ya a fines del siglo II el latín era la lengua hispánica indiscuti-
da, como lengua materna en el sur y el oriente, y como lengua
culta en el resto del territorio.

28
La historia del español antes de su llegada a América

El proceso de latinización de la península se vio interrum-


pido por la llegada de los germanos, hacia el siglo V d.  C. Sin
embargo, el período de dominio romano, debido a su exten-
sión temporal (alrededor de siete siglos) y a su profundidad
(en la mayor parte del territorio), dejó una honda huella en
Hispania. El aspecto lingüístico de su influencia, que es el que
nos interesa en esta ocasión, es de la mayor importancia: la
lengua española es continuadora directa del latín hablado en
Hispania, con ciertas particularidades debidas tanto a la in-
fluencia de lenguas de sustrato (ibérico, celta, etc.) como a las
diferencias que presentaba el propio latín (origen geográfico y
condición social de los colonos, fluidez de comunicación con
la metrópoli, fecha de la colonización).
Debe tenerse muy en cuenta, en todo caso, que el latín del
cual es continuador el español es el latín hablado o latín vul-
gar (también llamado protorromance) sometido a constante
evolución e innovaciones, en fin, una lengua viva, y no el latín
literario o latín clásico, codificado en gramáticas y utilizado
solo como una lengua literaria o entre sujetos muy cultos.
El latín clásico y el latín vulgar4 tenían algunas diferen-
cias importantes. En cuanto a la pronunciación, a modo de

4
 Entre nuestras fuentes de conocimiento del latín vulgar (inscripciones,
obras literarias, las «tablas execratorias»), ocupa un lugar muy importante
el llamado «Appendix Probi», una lista de correcciones lingüísticas añadi-
das al «Instituta Artium» del gramático romano Marco Valerio Probo. Al
señalar una serie de formas consideradas «incorrectas» en latín, el autor del
«Appendix» revela cómo hablaba realmente la gente en dominios romanos.
La dinámica expositiva de este texto es muy similar a la del «¡Usted no lo
diga!» (nada nuevo bajo el sol, entonces; veremos más adelante cómo este
recurso fue usado también en el Chile del siglo XIX). En una larga lista,
se mencionaba primero la forma correcta y luego la forma incorrecta, es
decir, la usual. Por ejemplo: «auris non oricla». Oricla viene de auricula,

29
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

ejemplo, las consonantes /p/, /t/ y /k/ del latín clásico se pro-
nunciaban entre vocales como /b/, /d/ y /g/, respectivamente,
en latín vulgar (así, de apotheka, palabra que el latín tomó del
griego y que tiene esas tres consonantes entre vocales, llega-
mos al español bodega). Las /b/, /d/ y /g/ del latín clásico, por
su parte, se perdían entre vocales (de este modo se llega del
legalem latino al leal español). La /k/, cuando iba seguida de
vocal /e/ o /i/, se pronunció en latín vulgar, aproximadamente,
como el sonido moderno de la ch; así, una palabra como cen-
tum, en latín clásico pronunciada /kéntum/, en latín vulgar se
pronunciaba como hoy pronunciaríamos chentum. Por último,
la /m/ y la /t/ en posición final se perdía en la pronunciación del
latín vulgar (rosam > rosa; videt > vide), así como sucedía con
la /s/ final en las zonas correspondientes a la Romania oriental
(italiano y rumano).
También hay características gramaticales que diferencian
al latín clásico del latín vulgar. Este último mostraba una ten-
dencia analítica (o perifrástica), es decir, dicho de forma muy
simple, tendía a la expresión de una serie de conceptos usando
más de una palabra, frente a la tendencia sintética del latín
clásico, es decir, tendencia a expresar en una sola palabra la
misma serie de conceptos. Compárese por ejemplo, la expre-
sión de la idea ‘de la rosa’ (‘rosa’ + pertenencia u origen), en
latín vulgar de illa rosa y en latín clásico rosae. Otros ejemplos
se dan en casos como el de los comparativos: ‘más grande’,
en latín vulgar magis grande o plus grande, en latín clásico

la forma común en el latín vulgar, como vimos antes. También se señala:


«nunquam non nunqua». Nunqua, con pérdida de la m final (y también
de la u) es lo que da nuestro moderno nunca. Y así pueden nombrarse
múltiples ejemplos.

30
La historia del español antes de su llegada a América

grandior; en el caso del tiempo futuro de los verbos, en latín


vulgar cantare habeo o cantare volo5, en latín clásico cantabo.
Para finalizar, el latín vulgar también presenta diferencias
léxicas respecto del latín clásico. Mientras en latín clásico se
decía equus, frater y os, en latín vulgar se decía cauallu ‘caba-
llo’, germanu ‘hermano’ y rostru ‘rostro’. Otra faceta de la di-
ferenciación léxica es que el latín vulgar muestra una marcada
preferencia por formas de mayor carga expresiva y afectiva,
como el abundante uso de diminutivos (aurĭcula, diminutivo
de auris, literalmente ‘orejita’ y luego ‘oreja’) y de usos meta-
fóricos de intención festiva (uso de testa, ‘vasija, olla’, para
designar a la cabeza, en lugar del latín clásico caput).
Se puede comprobar fácilmente que el español proviene
del latín vulgar y no del latín clásico porque comparte muchos
rasgos con el primero. Por ejemplo, el español muestra sono-
rizaciones de consonantes entre vocales (latu>lado), no tiene
casos en el sustantivo, y usa la palabra rostro, al igual que el
latín vulgar.

La caída del Imperio y la llegada de los visigodos

Los pueblos germánicos llegaron a ocupar, en la época de ex-


pansión del Imperio romano, una gran zona al noreste de la
Romania. Como vecinos inmediatos, tuvieron contacto mili-
tar, político y cultural desde los primeros siglos de expansión
del Imperio, de manera que muchos líderes germanos se ro-
manizaron, en distinto grado, subordinándose y poniéndose

  Literalmente, ‘tengo que cantar’ y ‘quiero cantar’.


5

31
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

al servicio de Roma. Con la crisis del Imperio romano, los


germanos tuvieron y aprovecharon la oportunidad para ex-
pandirse. Los ostrogodos, los visigodos y los gépidos fueron
algunos de los pueblos que ocuparon la antigua Romania.
En cuanto a la historia de la lengua española, los germa-
nos no dejaron importantes huellas en su sistema, a excepción
de numerosos préstamos en el léxico. Los visigodos, que fue-
ron quienes tuvieron mayor presencia en Hispania, eran un
pueblo bastante romanizado, familiarizado con la cultura y
lengua latina. Su lengua nativa fue desplazada por el latín. Por
otra parte, eran una élite minoritaria en un contexto en que la
mayoría era latinohablante. Su importancia, más bien, radica
en el hecho de que contribuyeron a darle a la península ibérica
una conciencia de unidad, de la cual carecía hasta entonces.
En cuanto a la pronunciación, ningún rasgo del español
puede atribuirse a influencia de los germanos de esa época. En
el plano morfosintáctico, tan solo pueden mencionarse como
probables el sufijo –engo­ (gótico –ing), que se encuentra en
palabras como abolengo, realengo, etc., y los sufijos –iz, –ez
(de probable origen ligur, pero propagado y consolidado por
la marca de genitivo del gótico –rici) usado en apellidos (como
Rodríguez). En el léxico, no obstante, el aporte germánico es
un poco más notorio. En numerosos ámbitos, especialmente
en lo relativo a la guerra, pero también en lo referente a herra-
mientas y objetos cotidianos, varios germanismos léxicos en-
traron al latín vulgar desde los primeros contactos de la lengua
de Roma con las germánicas.
Sin embargo, una cantidad importante de germanismos
léxicos no fueron tomados directamente por los hablantes de
latín hispánico, sino que constituyen parte del latín vulgar ge-
neral. Estas palabras de origen germánico se encuentran en

32
La historia del español antes de su llegada a América

prácticamente todos los romances (italiano bianco, francés


blanc, español blanco, portugués branco, etc.). En algunas oca-
siones, los germanismos llegan al latín o al romance hispánico
a través del contacto con otras variedades románicas, como
es el caso de los germanismos tomados del francés durante
la Edad Media (barón o dardo), o los debidos a la presencia
visigoda en Tolosa, actual Francia (buñuelo o estaca). Estos
germanismos son «préstamos indirectos». Son «préstamos di-
rectos», en cambio, los que ingresan directamente al latín o
al romance hablado en Hispania (brote, de la lengua de los
visigodos, o ascua, de la de los suevos), y su cuantía es mucho
menor que la de los indirectos.

La invasión musulmana

El dominio visigodo en Hispania fue interrumpido por la lle-


gada de los musulmanes a la península ibérica, en el año 711
d.  C. El dominio musulmán se consolidó pronto en toda la
mitad sur de la península, forzando a los habitantes de los
reinos visigóticos a huir hacia los territorios montañosos del
norte. La capital de los musulmanes en Hispania (que ellos lla-
maron Al-Ándalus) fue Córdoba, sede del califato. El dominio
musulmán fue retrocediendo paulatinamente ante el avance de
los reinos cristianos del norte6 iniciado ya con paso firme en el
siglo X, hasta que, a finales del XIII, solo quedó en pie el reino

6
  Podría decirse que el primer gran paso de la Reconquista fue dado en el
triunfo de Covadonga (722 d. C.), que permitió la independencia del reino
de Asturias. Después de continuos avances y retrocesos, el impulso final de
la Reconquista fue el triunfo de las Navas de Tolosa (1212).

33
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

de Granada, en el extremo sur, que cayó finalmente en 1492,


año en que los Reyes Católicos decretaron la expulsión de los
moros (y los judíos) de sus dominios.
Los musulmanes fueron particularmente tolerantes en
lo cultural y en lo lingüístico con los hispanorromanos que
permanecieron en las tierras de su dominio. No forzaron a
los hispanorromanos a abandonar la religión cristiana ni su
lengua materna, aunque estos, inmersos en un mundo árabe,
de todas maneras adoptaron algunas costumbres musulmanas.
Estos hispanorromanos del sur que vivieron en territorio mu-
sulmán son los llamados mozárabes, hablantes de una varie-
dad lingüística del mismo nombre posteriormente diluida en el
avance del dialecto castellano a través de la península ibérica7.
Con la llegada de los musulmanes, los centros políticos y
culturales de los hispanorromanos fueron desplazados hacia
el norte, desde Toledo o Córdoba hacia lugares como Burgos
o Pamplona. De esta manera, las lenguas hispanorrománicas
que sobreviven hasta la actualidad se gestaron en su totalidad
en el norte de la península ibérica, con todas las consecuencias
que esto implica en cuanto a su evolución y a la consolidación
de determinados rasgos lingüísticos.
En Al-Ándalus, tanto los hispanorromanos como los mu-
sulmanes que compartían territorio se vieron en la necesidad

7
  La lengua mozárabe se conoce principalmente a través de las jarchas con-
tenidas en las muwashajas árabes. El mozárabe, en su conjunto, ha sido ca-
racterizado como una variedad lingüística arcaizante, es decir, que muestra
tendencias conservadoras respecto de la evolución de otros dialectos hispá-
nicos, como el castellano. En cuanto a su desaparición, además del avance
del dialecto de Castilla, debe considerarse que, en el habla familiar (que era
su principal hábitat), el mozárabe se vio desplazado paulatinamente por el
árabe vulgar andalusí.

34
La historia del español antes de su llegada a América

de conocer en alguna medida la lengua del otro grupo, lo que


provocó una situación de bilingüismo, que finalmente condujo
a interferencias entre ambas lenguas. La influencia del árabe
en el español, que se dio gracias al dialecto de los mozárabes
(los hablantes de romance que permanecieron en Al-Ándalus
y no se fueron al norte), se manifestó principalmente en el
componente del sistema lingüístico más permeable al contacto
cultural: el léxico. El español cuenta con alrededor de cuatro
mil vocablos de origen árabe. De entre las lenguas romances,
las hispanorrománicas (español, catalán, portugués) destacan,
precisamente, por la importancia cuantitativa de los arabis-
mos en su vocabulario.
En general, puede apreciarse que los arabismos del espa-
ñol se concentran en ciertos ámbitos técnicos en que los mu-
sulmanes superaban con creces a los europeos. Así sucede con
la agricultura (acequia, aljibe, alcachofa, espinaca, alfalfa, al-
godón, berenjena, azúcar), las ciencias (algoritmo, guarismo,
cifra, álgebra, alquimia, azufre, cenit), ciertas profesiones (al-
bañil, alfarero, alguacil, alcalde, almojarife), el comercio (aran-
cel, tarifa, aduana, alquiler, almacén) o la vida militar (alférez,
atalaya, azote, alfange, zaga).También, por supuesto, hay pa-
labras que aluden a la vida doméstica (alcoba, taza, jarra, cán-
taro, ajuar, alfombra, alfiler, arrope, jarabe, marfil), adjetivos
valorativos (mezquino, zalamero, baladí) e interjecciones y
fórmulas (ojalá, fulano y mengano). Dentro de la fraseología,
se cuentan si Dios quiere, Dios mediante, que Dios guarde,
que Dios te ampare, las que traducen frases comunes del árabe
(donde a Dios correspondía Allah, claro). Otro ejemplo cu-
rioso es el de los calcos semánticos: como en árabe walad sig-
nificaba tanto ‘niño’ como ‘hijo del rey’, la palabra española
infante, que significaba en un comienzo solo ‘niño’, hizo una

35
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

copia (un calco) de la polisemia de la palabra árabe, de modo


que infante pasó a significar también ‘hijo del rey’.
En los otros niveles de la lengua española, la influencia del
árabe es escasa. En la pronunciación, no se le atribuye ningún
fenómeno. En lo gramatical, la existencia del sufijo formador
de adjetivos y gentilicios –í se atribuye a influjo de esta lengua
(marroquí ‘de Marruecos’, iraquí ‘de Irak’, sefardí ‘de Sefarad
[nombre hebreo de España]’, etc.). También tiene origen árabe
la preposición hasta.

La Reconquista y los dialectos hispanorromances

La llegada de los musulmanes a la península ibérica motivó


la huida de los hispanorromanos, hablantes de variedades
descendientes del latín, que se consideraban continuadores
de la monarquía visigótica hacia el extremo norte de dicho
territorio. Las modalidades lingüísticas dialectales que se
gestaron en el norte de España son (de occidente a oriente)
el gallego-portugués, el astur-leonés, el castellano, el nava-
rro-aragonés y el catalán. El gallego-portugués originó las
lenguas que actualmente se conocen como gallego y portu-
gués. El catalán se desarrolló más ligado al mundo galo que
al hispano, pues los condados de Cataluña fueron reconquis-
tados por los carolingios y dependían políticamente de Fran-
cia, lo cual condicionó un desarrollo lingüístico muy cercano
a los romances galos (provenzal y francés)8. El gallego-por-
tugués, por otro lado, desde muy antiguo siguió tendencias

8
  De hecho, es muy difícil decir con certeza si el catalán es una lengua his-
panorromance o galorromance.

36
La historia del español antes de su llegada a América

lingüísticas diferentes a las de los demás dialectos que se ca-


racterizaban en conjunto por su arcaísmo. Nos concentrare-
mos, no obstante, en el astur-leonés, el navarro-aragonés y,
puesto a propósito al final, el castellano, dado que los reinos
que encabezaron el proceso de recuperación de territorios
caídos en manos de musulmanes, motivado política y religio-
samente, conocido como la Reconquista9, fueron los ubica-
dos más bien al centro de la franja norteña: Asturias, León,
Castilla, Navarra y Aragón.
El reino de Asturias fue el precursor en los avances re-
conquistadores. Ya en la primera mitad del siglo VIII, Pelayo
se enfrentó y derrotó a los musulmanes en la batalla de Co-
vadonga. Más tarde Asturias aportó el contingente humano
que recuperó León y la capital del reino terminó trasladán-
dose a la ciudad del mismo nombre. El reino astur-leonés fue
el más apegado a la idea de retorno a la época visigótica. Su
carácter culturalmente conservador se reflejó en su conserva-
durismo lingüístico. El reino navarro-aragonés, por su parte,
tuvo a Navarra como centro. Al igual que el astur-leonés, el
navarro-aragonés refleja el romance desarrollado en época vi-
sigótica (conservador), pero lo diferencia de él la presencia de
un importante influjo vasco y gascón.

9
  En la denominación Reconquista puede apreciarse el carácter que le da-
ban sus ejecutores a esta tarea: era una recuperación de territorios, es decir,
una conquista apoyada en el deseo de reflotar el esplendor de la monarquía
visigótica. Como dijimos en otra parte, esta conciencia de unidad, que posi-
bilitó la Reconquista, se gestó durante el dominio germánico de la península
ibérica. El otro gran factor que la impulsó fue el religioso, proporcionado
tanto por el marco de las cruzadas europeas como por la intolerancia reli-
giosa de los almohades, nuevos señores de los territorios musulmanes hispá-
nicos. La Reconquista, de este modo, adquirió el carácter de «guerra santa»
orientada a la difusión del cristianismo.

37
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

En un comienzo, Castilla no era más que un reducto de


la frontera oriental del reino astur-leonés, donde los militares
habían levantado una serie de fortificaciones defensivas. Esta
zona, además de estar escasamente romanizada, estuvo muy
vinculada a núcleos cántabros y vascos. Estas circunstancias
constituyen la principal explicación de lo que el filólogo es-
pañol Ramón Menéndez Pidal llamó «el carácter originario
de Castilla». Este autor señala que «la vida de un pueblo […]
se integra de fuerzas conservadoras y progresivas, cuyo anta-
gonismo y compensación determina la trayectoria histórica»
(Menéndez Pidal 1944: 11). En la España cristiana medieval,
Castilla habría representado la tendencia más innovadora,
progresiva, frente al conservadurismo de los reinos vecinos
(sobre todo el astur-leonés).
Según Menéndez Pidal, este carácter innovador se mani-
festó en diversos ámbitos de la vida cultural: lo político, lo
militar, lo jurídico y lo literario. En lo lingüístico, la lengua
hablada por los castellanos se apartó de las demás modali-
dades hispánicas desde los comienzos. El castellano se habría
caracterizado por ser un dialecto esencialmente innovador, en
contraposición al carácter conservador de sus vecinos. La es-
casa presencia de un modelo de lengua (como era para otros
dialectos el latín) llevó a sus hablantes a desarrollar innovacio-
nes propias y también a acoger sin mayor problema rasgos de
otras variedades dialectales hispánicas.
Entre las innovaciones propias, la más característica es
la aspiración y pérdida de /f/ inicial latina (farina> /harina/ >
/arina/, pronunciado sin ninguna consonante al comienzo a
pesar de que escribamos una hache). Esa consonante se con-
servó en todos los demás romances hispánicos: el castellano
es único, en este sentido. Otras pérdidas, como la de /g/ inicial

38
La historia del español antes de su llegada a América

latina antes de las vocales /e/ o /i/ (germanu> /ermano/), o de /j/


inicial (januariu> /enero/), también son características del cas-
tellano. A estas innovaciones se sumaban estados muy avanza-
dos de otras evoluciones consonánticas también presentes en
otros dialectos (como la que lleva del oculu latino al ojo mo-
derno del español, o la que lleva de multu a mucho o de nocte
a noche). Sin embargo, además de tener sus particularidades,
también el castellano compartía rasgos con otros dialectos
hispanorromances. Por ejemplo, con los romances orientales
(navarro-aragonés y catalán), comparte la transformación del
grupo /mb/ en /m/: lumbu>lomo.
El dialecto castellano se propagó por la península ibérica
de la mano de la expansión política y militar de Castilla, a lo
cual se debe la impronta dialectal castellana que tiene la len-
gua española general en la actualidad. Castilla, un pequeño
reducto oriental leonés en sus orígenes, en el siglo XI se inde-
pendizó, hasta que pronto llegó a ser el reino más poderoso de
los que emprendieron la Reconquista: absorbió a León, fre-
nó el avance de Navarra, se introdujo fuertemente en Aragón,
barrió con el mozárabe, actuando como una verdadera cuña
en el mapa de la península. Además de ser la punta de lanza
que se introdujo en territorio musulmán, dejó su impronta en
todas las demás zonas hispánicas. De hecho, la actual situa-
ción dialectal de España se debe en gran medida al avance de
Castilla en aquella época. De la mano de esta expansión polí-
tica y cultural, el dialecto castellano propagó sus rasgos, pero,
como ya dijimos, sin excluir los aportes de los otros dialectos,
de manera que la lengua que actualmente conocemos como
español es más bien resultado de sucesivos procesos de mezcla
y nivelación. El componente principal de esta mezcla fue el
dialecto castellano, en tanto se transformó, ya en el siglo XIII,

39
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

en lengua de cultura más allá de su reducto originario y fue de


conocimiento obligado para la mayor parte de los habitantes
de la península, sin importar cuál fuera su dialecto nativo. Es
decir, gracias a su papel protagónico en los sucesos históricos
acaecidos entre los siglos X y XV, el habla de los habitantes de
Castilla dejó de ser considerado un dialecto para pasar a ser
considerado una lengua, que por servir de medio de comunica-
ción a toda España, tomó el nombre de español.
Debe tenerse muy en cuenta, sin embargo, que la inter-
pretación de Menéndez Pidal, que hemos reseñado, ha sido
criticada por asumir una especie de providencialismo y misti-
ficación de Castilla y de su dialecto. Es de justicia reconocer
que, en el fondo, lo que hizo que el dialecto castellano se ex-
pandiera no fue alguna característica lingüística inherente o al-
gún «espíritu» que lo hiciera mejor o más apto como medio de
comunicación, sino que dicho proceso se debió simplemente
a las circunstancias políticas, económicas, culturales, etc., que
favorecieron el que sus hablantes llegaran a ocupar un lugar
privilegiado en la sociedad medieval de la península ibérica.

La transformación del castellano en lengua nacional de


España y los inicios de su estandarización

Mientras ocurría el proceso de expansión del dialecto castella-


no por los reinos de la península ibérica, se iba desarrollando
una conciencia acerca de esta lengua que terminaría llevando
a su estandarización. De acuerdo con el filólogo inglés Roger
Wright (y como explica en su libro de 1982), cuando se ha-
bla del «nacimiento» de una lengua como el español hay que
pensar más bien en el momento en que los propios hablantes

40
La historia del español antes de su llegada a América

toman conciencia de que están hablando una lengua distinta


a otra, tal como, en nuestro caso, el latín. De hecho, es muy
probable que los hablantes altomedievales de dialectos como
el castellano o el leonés pensaran que hablaban una forma de
latín, llamada «romance», pero sin ulteriores especificaciones.
Según Wright, gracias al Renacimiento carolingio ocurrió un
proceso de reflexión a través del cual los hablantes pudieron
distinguir conscientemente el latín, la lengua que se empezó
a usar en el rito carolingio y otras circunstancias con ciertas
normas de pronunciación para los textos escritos, de la propia
forma de hablar, que ahora aparecía como evidentemente di-
ferente de ese latín.
Se puede probar que hoy el español es una «lengua están-
dar» porque cumple con las características que el sociolingüis-
ta William Stewart (en su trabajo de 1974) atribuye a este tipo
de variedades lingüísticas: historicidad (tiene uso continuado
como lengua materna a lo largo de varias generaciones, por lo
menos durante diez siglos), vitalidad (es hablado, como lengua
materna o segunda lengua, por una gran cantidad de personas
en el mundo, más de 400 millones, según el Ethnologue), auto-
nomía (en la mayoría de los países en que se habla es la lengua
oficial, lo cual implica que no está subordinada socialmente a
otras lenguas en esos lugares) y normativización. La normati-
vización corresponde a la construcción social de una norma o
estándar que sirve como modelo de conducta lingüística de-
seable para los hablantes, y que se transforma en depositaria
del prestigio y de otros valores positivos. Dicha norma queda
usualmente fijada en una serie de códigos: una ortografía (y or-
tología), una gramática y un diccionario. Cabe destacar la raíz
más bien sociocultural y no propiamente lingüística de este
proceso: obviamente afecta a la pronunciación, la gramática y

41
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

el vocabulario, pero tiene origen en la vinculación de la lengua


con el poder político, en última instancia.
El español no siempre fue una lengua estándar. Por eso
es que podemos decir que ha sufrido un proceso histórico a
través del cual ha adquirido este carácter, es decir, un proceso
de estandarización. Historicidad y vitalidad casi nunca le han
faltado a la lengua española, pero durante gran parte de la
Edad Media carecía de autonomía y de normativización. El
rey castellano Alfonso X el Sabio, en el siglo XIII d.  C., dio
impulso al cambio de esta situación. Como ha destacado Inés
Fernández-Ordóñez (2005), Alfonso X actuó sobre varias de
las dimensiones de la estandarización, sobre la base de lo que
ya había adelantado su padre Fernando III.
En primer lugar, seleccionó el dialecto castellano, hablado
o conocido por la mayoría de sus súbditos, como el vehículo
de comunicación oficial dentro de su reino. En segundo lugar,
amplió los contextos de uso del castellano. Por ejemplo, mien-
tras antes el derecho, la ciencia o la historia solo se escribían
en latín, en la Castilla de Alfonso X estos géneros pasaron a es-
cribirse en romance castellano. De esta manera, dotó de mayor
autonomía a este dialecto. Por último, aunque de manera no
tan explícita como se haría siglos más tarde, también introdu-
jo algo de uniformidad en la ortografía de la lengua castellana.
Los numerosos textos de la antigüedad que Alfonso encargó
traducir al romance usaron la llamada «ortografía alfonsí»,
en la que por primera vez, por ejemplo, se intentó dar una re-
presentación gráfica estable a sonidos que no existían en latín
y que habían aparecido en los romances, tales como aquellos
que se llegaría a representar con la letra ñ o el dígrafo ch.
La normativización se incrementaría durante los siglos XV
y XVI, cuando comienza la Edad Moderna en lo que ya venía

42
La historia del español antes de su llegada a América

configurándose como España, especialmente tras la acción


unificadora de los Reyes Católicos, y especialmente cuando
España se convierte en una potencia europea. El surgimiento
nacional de España trajo aparejado un intento de legitimación
de la lengua castellana, con el fin de legitimar al Estado es-
pañol, gracias a lo cual se empezaron a escribir numerosas
gramáticas, diccionarios y ortografías de esta lengua romance.
De acuerdo con Luis Fernando Lara (1997), ya desde Dante
Alighieri se entendía, teniendo como modelo la Antigüedad,
que para que una lengua romance, como el castellano, estu-
viera al nivel del latín o del griego, debía tener gramáticas,
diccionarios y ortografías que fijaran su uso. La idea era que si
el castellano estaba al nivel del latín, entonces España estaba
al nivel de Roma.
La primera gramática de la lengua española es la «Gra-
mática de la lengua castellana» del humanista Elio Antonio
de Nebrija, publicada en 1492. En el prólogo de esta obra,
Nebrija expone algunas ideas reveladoras de cómo se pensaba
la relación entre lengua y política en ese momento histórico.
Este humanista hace un paralelo entre España, por un lado, y
los antiguos hebreos, Roma y Grecia, por el otro: se comprue-
ba, según sus famosas palabras, que «siempre fue la lengua
compañera del Imperio». Con esto quiere decir que la lengua y
estas potencias crecen, alcanzan su punto culminante, decaen
y desaparecen de manera paralela. Ya que España estaba en
la cima de su poder, Nebrija estima que su «Gramática…»
contribuiría a fijar la lengua para evitar que pierda su esplen-
dor (ante una eventual caída del Imperio español), y para que
los hechos notables de la historia española pudieran quedar
preservados a través del lenguaje y pudieran conocerse por los
siglos venideros.

43
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

Años más tarde, en 1611, Sebastián de Covarrubias pu-


blica el primer diccionario monolingüe del español, el «Tesoro
de la lengua castellana o española». Pero el hito definitivo de
la codificación del español no llegaría sino en el siglo XVIII. En
1713 se funda en Madrid la Real Academia Española (RAE),
institución respaldada oficialmente por la monarquía, a la cual
se encomendó la responsabilidad de velar por el cultivo de la
lengua principal de España. La Academia nació con una fina-
lidad muy específica, la de fijar la lengua que, según sus miem-
bros, había llegado ya a su última perfección en el siglo XVII,
perfección que quedaba materializada en la literatura de los Si-
glos de Oro. El emblema de la RAE contiene una alegoría visual
y un lema que ilustran nítidamente su propósito. El lema reza
«Limpia, fija y da esplendor». Con «limpiar», en este contexto,
la Academia se refería específicamente a extirpar de la lengua
española el elemento extranjero, en particular el francés, que
se consideraba, con una actitud purista, como un detrimento.
Se quería además «fijar» la lengua, pues se suponía que en los
dos siglos anteriores ya había alcanzado su punto culminante
de crecimiento (en esto seguía también la Academia las ideas de
Nebrija). La misión pendiente para el futuro, por último, con-
sistiría en «dar esplendor» a la lengua en su adaptación a los
nuevos tiempos, procurando mantener su calidad. La imagen
del emblema, por otra parte, muestra un crisol rodeado de lla-
mas que tiene una sustancia ardiendo en su interior. La alegoría
es la siguiente: la sustancia al interior del crisol es la lengua, el
fuego bajo el crisol es la Academia. La acción de la Academia,
entonces, purifica y limpia el caudal léxico de la lengua españo-
la, el que queda fijado una vez que se retira el crisol del fuego.
Para cumplir con su misión, la Academia publicó entre
1726 y 1739 los varios tomos de su «Diccionario de la lengua

44
La historia del español antes de su llegada a América

castellana», en 1741 su «Orthographía española» y en 1771


una «Gramática de la lengua castellana». Todas estas obras
tendrían varias nuevas ediciones. En el caso del diccionario,
conocido como «Diccionario de autoridades» por la inclusión
de citas literarias tomadas de autores clásicos, en 1780 fue
purgada de dichas citas con el fin de darle un tamaño más
manejable. La edición de 1780 puede considerarse la primera
versión del diccionario de la RAE que conocemos actualmente,
que ya cuenta con 23 ediciones (la última publicada en octubre
de 2014).

45
La lengua española en América

Ca pítulo 2

La lengua española en América

En este capítulo continuaremos nuestro viaje a través de la


historia del español haciendo un cambio brusco de escenario.
Nuestra atención se desplazará hacia el continente americano,
donde, tras la llegada de los conquistadores españoles, se em-
pieza a desarrollar la parte de la historia que nos ayudará a
comprender las características del español de Chile.
Con la conquista de América, se produce una migración
masiva y continua de colonizadores (especialmente del sur de
España: andaluces y canarios) que contribuyen a dar al español
hablado en este continente peculiaridades notables, algunas de
las cuales tienen extensión panamericana mientras otras tienen
extensión más bien local. Los colonizadores, por supuesto, no
encontraron un continente deshabitado: las lenguas de los indí-
genas americanos constituyen otro gran factor que contribuye
a dar forma al español de América. Por último, hay numerosas
innovaciones propias de los hablantes de español americano,
que no se deben a ninguna de las fuentes anteriores. El español
de Chile, como una de las variedades del español americano,
se enmarca en esta dinámica de migraciones y contactos inter-
culturales ocurridos durante la época colonial.
Para comprender adecuadamente la historia del español
en América, sin embargo, creo que es necesario antes conocer
cómo es el español americano en la actualidad.

47
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

El español de América hoy

Al hablar de «el español de América» da la impresión de que


se trata de una forma de hablar homogénea, pero esto no es
cierto, en absoluto. Bajo dicha etiqueta queda comprendida
una multitud de formas distintas de hablar repartidas por el
enorme territorio americano hispanohablante, que compren-
de a su vez decenas de países y, dentro de cada uno de éstos,
distintas regiones con sus propias personalidades culturales
que se reflejan, con frecuencia, en distintas formas de hablar
español. Estas diferencias se reflejan en la pronunciación, el
vocabulario, la entonación y muchos otros fenómenos lingüís-
ticos. Sin embargo, existen algunas similitudes fundamentales
entre todas estas formas de hablar, que hacen que se las pueda
considerar parte de una gran zona dialectal y que permiten
distinguir a un hispanoamericano de un español de, digamos,
Madrid o Valladolid.
Los estudiosos de los dialectos de la lengua española han
distinguido dos grandes zonas: el «español castellano», que
comprende los territorios del centro y norte de España, y el
«español atlántico», que abarca el sur de España, las Islas
Canarias y América. Algunos, como Francisco Moreno Fer-
nández (en su libro del 2009), prefieren distinguir las «áreas
conservadoras», que se encuentran tanto en España (centro y
norte) como en América (meseta central de México y la zona
altiplánica), de las «áreas innovadoras», que también tienen
distribución intercontinental (sur de España, el Caribe, el Río
de la Plata y Chile).
Las principales características que permiten establecer es-
tas biparticiones tienen que ver con la pronunciación, espe-
cialmente la de ciertas consonantes. Mientras que el español

48
La lengua española en América

castellano y las áreas conservadoras tienden, por ejemplo, a


mantener ciertas distinciones y pronunciaciones tradicionales,
en el español atlántico y las áreas innovadoras estas pronun-
ciaciones tienen una fisonomía distinta. Las diferencias con-
ciernen principalmente a las consonantes que están al final de
las palabras o de las sílabas.
A continuación veremos cuáles son los más destacables
de entre estos rasgos de pronunciación, junto con algunos de
tipo gramatical.

El seseo

En el español del centro y norte de España, casa suena /kasa/,


mientras que caza suena /kaqa/, con la «zeta española» que
a veces nos sirve a los americanos para imitar jocosamente
a los españoles. Por cierto, la ese de /kasa/ tampoco es igual
a la de los americanos: suena un poco más «silbada» que la
nuestra. En fin, mientras en el español castellano se distingue
entre ambos sonidos, en el español americano y el del sur de
España no: las palabras caza y casa suenan igual, /kasa/, con el
sonido de la ese que nos es particular. Esto es lo que se conoce
como seseo.
Al contrario de lo que pudiera pensarse, el seseo no es
una deformación americana de la pronunciación castellana.
La pronunciación castellana y la atlántica corresponden a re-
sultados distintos de la pronunciación medieval. Durante la
Edad Media, el castellano tenía una consonante /ts/, que se
escribía con z, c o ç (la ce con cedilla): fazer (‘hacer’), cieno
raça (‘raza’). En la transformación del castellano medieval en
español moderno, este sonido tuvo resultados distintos en las

49
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

mitades norte y sur de España. En el norte se transformó en la


«zeta española» /q/, mientras que en el sur se transformó en
una /s/ como la nuestra americana.
El seseo es un hábito completamente generalizado en el
español americano y ampliamente difundido también en la Es-
paña meridional. En los países de América, nunca tiene conno-
tación de vulgaridad o descuido, se usa en todos los registros y
entre todos los grupos socioculturales. No sucede lo mismo con
el llamado ceceo, que es prácticamente lo mismo que el seseo,
solo que en lugar de pronunciar siempre una /s/, se pronuncia
siempre una /q/: casa y caza suenan /kaqa/. Este fenómeno es
percibido socialmente como rústico, y se da especialmente en
el sur de España, aunque también se oye en partes de América.

El yeísmo

Este es un fenómeno similar al anterior: mientras en el español


castellano se distingue la pronunciación de la ye y la elle en
pares de palabras como callado y cayado (una palatal lateral
/l/, en el primer caso, y una palatal central /y/, en el segundo),
en América y en la España meridional esto no sucede. Así, para
nosotros, callado y cayado suenan igual, con una /y/, así como
rallar y rayar y muchos otros pares.
Sin embargo, a diferencia del seseo, no es un fenómeno
que ocurra en absolutamente todas las variedades americanas
del español. Hay dialectos, tales como el español andino, en
que la pronunciación /l/ (similar al de la gli en el italiano figlio,
la lh en el portugués filho, o, sin ir más lejos, la ll en el mapu-
dungún nguillatun) aún se conserva. Algunos han pensado que
esto se debe al contacto del español con las lenguas indígenas

50
La lengua española en América

locales, el aimara y el quechua, que también tienen dicha con-


sonante. En el caso de Chile, Claudio Wagner y Claudia Rosas
(en su artículo de 2003) muestran que aún hay unos pocos
lugares (enclaves del norte y el sur de Chile) en que persiste la
/l/, pero es muy minoritaria (se pronuncia en un 0,7% de todos
los contextos en que podía haber ocurrido).
Por otra parte, desde hace algunas décadas el yeísmo ha
penetrado con fuerza en el español castellano, especialmente
en zonas urbanas (por ejemplo, en el habla de Madrid), por
lo que se piensa que quizá en varias décadas más el yeísmo se
convierta en un fenómeno general de la lengua española.
Ahora, la /y/ resultante de este cambio puede tener dis-
tintas pronunciaciones específicas. Así se explica, por ejemplo,
la ye argentina que, por una mayor tensión en la articulación
(un «rehilamiento»), llegó a pronunciarse parecido al sonido
inicial del francés je, o bien al del inglés show.

El debilitamiento de la /s/ final

Uno de los hábitos de pronunciación que más suele llamar la


atención de los chilenos es el «comerse las eses», que corres-
ponde precisamente al debilitamiento de esta consonante en
posición final de sílaba. Puede manifestarse como una aspi-
ración /h/, como en [lah pahtah] (las pastas) o bien como una
desaparición total de la consonante, como sucede al final de la
frase [tuh amigo] (tus amigos).
La aspiración puede alterar la pronunciación de otras con-
sonantes contiguas a la ese. En Chile, tenemos ejemplos como
la refalosa, nombre de un baile de salón que data de la Colo-
nia. Este nombre, como puede ser obvio, viene de resbalosa, a

51
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

partir de cuya pronunciación con ese final aspirada, [rehbalo-


sa], resulta una transformación (ensordecimiento) de la /b/ en
el sonido /f/. Lo mismo sucede en palabras como difariar, que
viene de desvariar, o refalín, de resbalín, en las que ha ocu-
rrido una lexicalización de la pronunciación con aspiración,
es decir, esta se ha incorporado ya a la forma básica en que
aprendemos la palabra.
El debilitamiento de /s/ final se da con mucha frecuencia
y es casi generalizado en amplias zonas de América, como el
Caribe o Chile, así como en el sur de España. No ocurre, sin
embargo, en variedades andinas, como el español de las zonas
altas de Perú, Ecuador o Colombia, así como en Bolivia. Tam-
poco se oye en la meseta central de México y algunas zonas
de Centroamérica. En todos estos lugares la ese se pronun-
cia plenamente. Esta diferencia tiene una explicación histórica
que revelaremos más adelante. En los lugares en que ocurre
el debilitamiento, de cualquier modo, es un fenómeno difun-
dido entre distintas clases sociales y registros, nunca sentido
como vulgar.

El debilitamiento de /r/ y /l/

La /l/ y la /r/ tienen una naturaleza fonética similar, y son cono-


cidas en conjunto por los lingüistas como consonantes «líqui-
das». Ambas, especialmente cuando ocupan la posición final
de una palabra o una sílaba, sufren diversas transformaciones.
La más común de estas transformaciones es el trueque
de un sonido por el otro. Se habla de rotacismo cuando en
lugar de una /l/ se pronuncia una /r/: /kardo/ caldo, /er sarto/
el salto, etc., y de lambdacismo cuando el cambio ocurre en

52
La lengua española en América

dirección contraria: /bajal/ bajar, /pelcha/ percha, etc. También


es bastante común que las líquidas se asimilen a la consonante
siguiente y sean «absorbidas» por ellas: /kanne/ carne, /aggo/
algo. Otra posibilidad es que estas consonantes se pierdan: /
echá sá/ echar sal, como se oye en el sur de España, o se trans-
formen en vocales: /kweipo/ cuerpo, como se oye en partes de
las Antillas. Finalmente (y sin afán de dar cuenta cabal de las
posibilidades), en muchas partes, como en Chile, la /r/ final
se puede oír asibilada, como cuando salir suena más o menos
como /salish/ (lo cual, creo, explica el ¡mish! que festivamente
usamos para representar la expresión de sorpresa ¡mira (tú)!,
con pérdida de la vocal final además).
Estas variantes tienen distintas reparticiones geográficas
y sociales dentro de las zonas del español atlántico, especial-
mente las zonas innovadoras. La mayoría de estas transfor-
maciones, no obstante, comparten el estar marcadas e incluso
estigmatizadas socialmente, es decir, el ser sentidas como colo-
quiales, vulgares, rústicas, etc.

El debilitamiento de la /d/ entre vocales y en posición final

Otra consonante que se debilita con frecuencia es la /d/, y esto


ocurre principalmente en dos contextos: cuando va entre dos
vocales, especialmente en la terminación –ado, y cuando va al
final de una palabra. Piénsese en un ejemplo como universidad
que, en el habla chilena, por ejemplo, se pronuncia coloquial-
mente [universiá], donde las dos /d/ desaparecen por completo.
Hay variedades en que se manifiesta con más frecuencia
este fenómeno, como la chilena, las caribeñas o las del sur de
España. También podemos encontrar acá lexicalizaciones: peo,

53
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

en el habla chilena, es una lexicalización de la pronunciación


coloquial de pedo. En Andalucía, asimismo, palabras que refie-
ren a conceptos propios del flamenco, por ejemplo, muestran
esta lexicalización: cantaor y bailaor, por mencionar algunas.
En el habla chilena, la intensidad con que se da está con-
dicionada por el registro: aparece mucho en el habla coloquial,
pero en el habla formal solemos pronunciar más cuidadamen-
te la /d/. Hay otras variedades americanas donde no se da el
debilitamiento, tales como las variedades andinas o el habla
de la meseta central mexicana. Tampoco ocurre en el Río de la
Plata con la fuerza o generalidad que tiene en Chile.

La aspiración de la /x/

Este fenómeno puede ser poco familiar para los hablantes del
español de Chile, pero probablemente lo hayan escuchado a
través de teleseries o canciones caribeñas. Se trata de cuando,
en vez de nuestra jota habitual, se escucha una pronunciación
más relajada, similar a una aspiración: [huan hosé], [muher],
etc. Esta pronunciación se oye no solo en el Caribe, sino que
también en el sur de España.

Conservación de aspiración procedente de /f/ inicial latina

En algunas partes de América, especialmente en zonas rurales,


y también en el sur de España, se pueden escuchar pronuncia-
ciones como [hediondo] o [huir], mientras que buena parte de
nosotros pronunciamos [ediondo] y [uir], a pesar de que escriba-
mos con esa hache inicial que no suena. Esto ocurre con varias

54
La lengua española en América

palabras cuyo étimo latino tiene /f/ inicial. Los ejemplos que
comentamos antes provienen, respectivamente, de foetibundus y
fugire. Una característica muy particular del dialecto castellano
medieval era que transformaba esa /f/ inicial en una /h/. Dicha
pronunciación fue desplazada, en la constitución del castellano
moderno, por la desaparición de la consonante inicial. De este
modo, tenemos, por ejemplo, para la palabra latina /farina/, en el
castellano medieval /harina/ y en el castellano moderno /arina/.
Pues bien, la forma del castellano moderno no se difundió
por zonas del sur de España, donde se conservó la aspiración
/h/, y así llegó hasta el continente americano. El ejemplo de la
palabra jamelgo también es interesante: su origen está en el la-
tín famelicus, de modo que hay que pensar que esa jota inicial
representa la aspiración procedente de la /f/ latina, esta vez,
eso sí, lexicalizada, es decir, incorporada a la forma normal de
la palabra.

Ustedes/vosotros

Una de las maneras más fáciles de identificar a un hablante


del dialecto castellano es por el uso del pronombre vosotros
(formado por vos y otros) en lugar de ustedes. Ustedes, que
es la única forma que se usa en toda América y en casi toda la
España meridional, en un comienzo era solo el plural de usted
y, por tanto, era una forma respetuosa de dirigirse a un grupo
de personas. Hoy, entre nosotros, sin embargo, no tiene con-
notación de respeto: es simplemente el pronombre que se usa
para dirigirse a un grupo de personas.
En los verbos, las terminaciones correspondientes a vo-
sotros y a ustedes tienen idéntica distribución geográfica. En

55
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

América y el sur de España, ustedes concuerda con formas


de tercera persona plural: ustedes cantan, tienen, salen (y en
imperativo, salgan), mientras que en el español castellano vo-
sotros concuerda con las formas que desde el latín le corres-
pondían a la segunda persona plural: vosotros cantáis, tenéis,
salís (más salid en imperativo).
Curiosamente, en medios como el chileno, la forma voso-
tros y sus terminaciones verbales correspondientes se usan a
veces en discursos públicos o en la escritura, en lugar del habi-
tual ustedes, para conseguir un aire de solemnidad (aunque a
veces el resultado es más bien afectado o pedante). Esto puede
deberse a que estas formas castellanas tienen, para muchos
americanos, un aire de antigüedad o de alta cultura, lo cual
también se relaciona con el prestigio que históricamente ha
tenido la variedad castellana en América.
Todavía más curioso es que de hecho en Chile y otras par-
tes de América tenemos formas pronominales y verbales empa-
rentadas con vosotros, como veremos en el siguiente párrafo.

Voseo

El voseo es un fenómeno que solo se da en partes de América,


y tiene dos facetas: una pronominal, que consiste en usar el
pronombre vos (y no tú) para la segunda persona singular; y
otra verbal, que consiste en usar terminaciones verbales co-
rrespondientes a las de la segunda persona plural latina, aun-
que transformadas de distintas maneras.
En cuanto al pronombre, hay lugares en que se usa siempre
vos, como en el Río de la Plata (especialmente en Argentina:
en Uruguay es más prestigioso decir tú) o un sector bastante

56
La lengua española en América

extenso de Centroamérica (Guatemala, El Salvador, Honduras,


Nicaragua y Costa Rica). Hay otros lugares donde, en cambio,
tanto vos como tú son usados pero en distintos registros, con
distintas connotaciones o por distintos grupos sociales. Este es
el caso de Chile, donde tú puede considerarse estilísticamente
neutro, mientras que vos está asociado a la familiaridad o bien
puede conllevar una actitud irrespetuosa. Vos, por otra parte,
a veces predomina entre sectores del ámbito rural o popular.
También alternan vos y tú en Bolivia, el norte y el sur del Perú
y buena parte de Colombia, entre otros lugares.
En el ámbito verbal, las terminaciones voseantes derivan
de la segunda persona plural latina: amatis (de amare ‘amar’)
se transforma en castellano medieval en amades, luego, amaes,
amáis, y de ahí las formas voseantes amás, usada por ejemplo
en el Río de la Plata, y amái, con pérdida de la /s/ final (usada
en Chile). Las terminaciones también tienen distinta distribu-
ción geográfica. Por ejemplo, mientras en el Río de la Plata y
Centroamérica se usan terminaciones como cantás, tenés y sa-
lís, en Chile se usan formas que retienen el diptongo medieval:
cantái, tenís y salís, estas dos últimas con aspiración de la /s/:
[teníh] y [salíh]. En el imperativo, el Río de la Plata y Centroa-
mérica tienen terminaciones voseantes: cantá, tené y salí, pero
en Chile estas han sido desplazadas en favor de las estándares
canta, ten y sal.
El voseo pronominal y el verbal pueden ocurrir juntos,
como en el Río de la Plata o en el habla popular chilena, o bien
de manera independiente. Por ejemplo, en el norte del Perú
predomina el voseo pronominal con tuteo verbal: vos cantas.
En Chile, hoy al parecer predomina, en la clase media y espe-
cialmente entre los jóvenes, el voseo verbal acompañado de
tuteo pronominal: tú cantái, tú tenís, tú salís.

57
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

Leísmo

Hay una diferencia entre el español castellano y el español


atlán­tico que puede pasar fácilmente inadvertida por nosotros
los americanos, porque en este caso es el dialecto castellano el
que tiene una forma que representa una innovación. Se trata
del llamado leísmo, y corresponde al uso de la forma le en
lugar de lo y la para los complementos directos de los verbos:
por ejemplo, en le odio (a él o a ella), contexto en que los ame-
ricanos diríamos lo o la odio.
Dado que la norma de prestigio española, asentada du-
rante el Renacimiento, tuvo como eje fundamental el habla
de Castilla, en la lengua estándar actual se toleran algunos
usos leístas, específicamente el llamado leísmo de cortesía. Este
ocurre cuando al interlocutor se lo trata de usted: «le saluda
atentamente…». También es aceptado en la norma actual el
leísmo, en general, si el pronombre se refiere a un hombre:
«¿Mi hermano? Le vi ayer». Este último uso, sin embargo, se
oye solo muy raramente en América.
Debe considerarse como un caso aparte el leísmo moti-
vado por contacto con lenguas indígenas americanas, como el
que se da hoy en Paraguay o en la zona andina, que presenta
características peculiares.

Vocabulario diferencial

Cada país hispanohablante tiene palabras que le son peculia-


res. Aunque para muchos chilenos la propia habla se carac-
teriza por su abundancia de modismos, hay que tomar con
mucho cuidado lugares comunes que atribuyen a uno u otro

58
La lengua española en América

país una mayor cantidad de modismos en comparación con


otros dialectos.
El 2010 la Academia Chilena de la Lengua publicó su
«Diccionario de uso del español de Chile» que recogía voca-
bulario diferencial del habla chilena, es decir, que no se usa
en el español de España o se usa con un sentido distinto. La
mayor parte de estos vocablos pertenecen al habla coloquial:
cachiporrearse ‘alardear’, encañarse ‘sufrir los efectos de una
borrachera’, fregado ‘difícil de tratar’, palo ‘millón de pesos’,
o nuestros vocablos emblemáticos huevón ‘tonto’ y cachar
‘conocer, entender, saber, etc. (frecuentemente usado en forma
interpelativa: ¿cachái?)’. No faltan, sin embargo, palabras de
registro neutro o incluso de nivel formal: ampolleta, lavalo-
za(s) ‘detergente para lavar loza’, abismarse ‘sorprenderse mu-
cho, en sentido negativo’ o abocarse ‘dedicarse de lleno a un
asunto’ son algunos ejemplos.
Inventarios similares al chileno se pueden hacer en todos
los países hispanohablantes. La complejidad del vocabulario
americano es alta y no permite hacer generalizaciones de gran
alcance. Partiendo por el nivel local, son muy pocos los ejem-
plos de chilenismos en sentido estricto, es decir, palabras que
se usen exclusivamente en Chile, como ampolleta con el sen-
tido que usamos acá, o guatero como ‘bolsa de material flexi-
ble llena de agua caliente que se usa para dar temperatura a
una cama’.
Americanismos generales, es decir, compartidos por una
gran parte de los países americanos, hay relativamente pocos:
algunos ejemplos son pararse con el significado de ‘ponerse
de pie’ (en el español castellano, significa ‘detenerse’), apurar-
se (en España dicen apresurarse), aeromoza (en España pre-
fieren azafata, aunque también conocemos acá esta palabra),

59
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

alcancía como ‘caja en que se dejan las limosnas en las iglesias’


(en España, hucha) o coima usado en el mismo sentido que
soborno. El «Diccionario de americanismos» de la Asociación
de Academias de la Lengua Española, publicado el 2009, sirve
para hacerse una idea aproximada de los elementos diferencia-
les que oponen al español de América con el español de España.
La situación, claro, se complica cuando nos enteramos de que
muchos americanismos en realidad resultan ser propios del es-
pañol atlántico, pues, además de usarse generalizadamente en
América, también tienen vigencia en la España meridional. El
pararse antes mencionado vale como ejemplo, pues, según el
DRAE, también se usa en la región española de Murcia. Otros
ejemplos de vocablos compartidos por América y Andalucía,
también según el DRAE, son locería ‘fábrica de loza’, zafacoca
‘riña, pendencia’ o plomero ‘fontanero’ (aunque en Chile se
prefiere el anglicismo gásfiter).
Los vocablos diferenciales americanos, y los chilenos,
peruanos, etc., en particular, fueron objeto de actitudes muy
negativas por parte de sus propios usuarios en la época colo-
nial tardía y particularmente durante la Independencia y las
décadas posteriores. Incluso llegó a establecerse un tipo espe-
cífico de texto, el «diccionario de chilenismos» (tema sobre el
que volveremos en el capítulo siguiente), destinado a identifi-
car los vocablos diferenciales y juzgarlos normativamente: la
mayoría de las palabras resultaban censuradas, por supuesto,
pues se temía que afectaran a la unidad del idioma. En los
diccionarios diferenciales modernos, esta mirada negativa ya
no se encuentra. Por ejemplo, en el diccionario mencionado
de la Academia Chilena simplemente se describen y exhiben
las peculiaridades léxicas chilenas, sobre todo, para dar a co-
nocer una parte importante de la cultura inmaterial del país.

60
La lengua española en América

En este sentido, este tipo de diccionario se ha convertido en


un vehículo para rescatar el patrimonio verbal, en lugar de un
instrumento de condena y censura. Un chilenismo o un ame-
ricanismo, en conclusión, no necesariamente corresponden a
errores idiomáticos.

El andalucismo en la historia del español de América

Ya vistas algunas de las características fundamentales de las


variedades americanas del español, la pregunta que surge in-
mediatamente es: ¿y cómo llegó a ser así el español americano?
Y junto con ella: ¿por qué están tan generalizados en Améri-
ca el seseo, el debilitamiento de consonantes finales, etc.? Es
decir, ¿por qué hablamos así en América? El estado actual de
la lengua española en América no es fortuito, sino que tie-
ne origen en una serie de procesos sociohistóricos, en los que
el dialecto andaluz juega un papel central. La respuesta a las
preguntas anteriores, por tanto, no puede ser sino de tipo his-
tórico. Solo desde la historia de la lengua española es posible
explicar lo que hay de común en el español atlántico, así como
las convergencias y divergencias existentes entre las distintas
variedades del español diseminadas por América. Asimismo,
solo desde la historia de la lengua es posible darle un sentido
a estas peculiaridades lingüísticas, sin caer en el lugar común
de considerarlas meras deformaciones de un supuesto estado
anterior de perfección idiomática. En resumen, en esta sección
mostraremos que las similitudes entre el español de la región
sur de España (Andalucía, principalmente) y el español ame-
ricano se pueden explicar por la relación genética que existe
entre ambas: a esto nos referimos con «andalucismo».

61
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

Las características lingüísticas descritas en la sección an-


terior ya habían llamado la atención de los propios hablantes
de español, desde tiempos coloniales y con más fuerza en la
época de las independencias. En el siglo XIX, la conciencia de
la diferencia se transformó en preocupación porque el proceso
de dialectalización experimentado por el latín en la Romania
Antiqua se reprodujera en América, de modo que surgiera un
dialecto chileno, otro paraguayo, otro mexicano, etc., lo cual,
según muchos intelectuales influyentes de la época, tales como
Andrés Bello, sería muy perjudicial para la vida cultural y po-
lítica de las nacientes repúblicas hispanoamericanas.
Desde entonces, han surgido tres grandes posiciones teó-
ricas en lo que respecta a los orígenes y desarrollo de las parti-
cularidades del español americano. La primera, que podemos
denominar sustratista, explica las particularidades del español
americano como influencia de las lenguas indígenas nativas de
América, que habrían actuado como lenguas de sustrato. El
representante más conocido de esta opinión es Rodolfo Lenz,
lingüista alemán radicado en Chile, quien afirmó en algunos
de sus estudios sobre el español de Chile (1893 y 1894) que
este era un español hablado con sonidos mapuches. Años más
tarde fue refutado por el español Amado Alonso. La propues-
ta de zonificación del español americano de Pedro Henríquez
Ureña (1921), por su parte, se basaba, entre otros criterios, en
las lenguas indígenas habladas en cada una de las zonas10. Así,
distingue una zona nahua (México), una zona caribe-arahuaca
(Antillas y costas caribeñas del continente), una zona quechua

10
  José Pedro Rona, en 1964, criticó este criterio señalando que no debe
tomarse como equivalentes por necesidad mezcla etnológica o sociológica
y mezcla lingüística.

62
La lengua española en América

(Perú, Bolivia, Ecuador, norte de Chile y parte de Colombia y


Venezuela), una zona araucana (centro y sur de Chile) y una
zona guaraní (Paraguay, Uruguay y Argentina).
Pese a las dificultades que conlleva sostener una hipótesis
de tipo sustratista para explicar lo particular del español de
América, de ninguna manera puede negarse la contribución de
las lenguas indígenas a la conformación del español del Nue-
vo Mundo. Esta influencia está más acentuada en el español
hablado en zonas bilingües, donde aún se habla la lengua ori-
ginaria junto con el español (por ejemplo, Paraguay, país en
que el guaraní tiene una importante presencia). Su más notorio
aporte está en el plano léxico, en el que numerosas palabras de
origen indígena particularizan al español americano o a alguna
zona específica dentro del continente. Volveremos sobre este
problema al final de este capítulo, y también cuando veamos
el caso particular del español de Chile en el capítulo siguiente.
Las otras dos posiciones teóricas que intentan explicar
las características comunes del español americano se oponen
por sustentar dos posturas antagónicas respecto del origen de
dichas características. La postura andalucista sostiene que di-
chos rasgos se explican porque la mayor parte de los coloni-
zadores que llegaron a América eran de Andalucía o del sur de
España, es decir, el español de América debería su peculiaridad
a los rasgos del español del sur de la península ibérica, prin-
cipalmente del andaluz. Esto explicaría la unidad del espa-
ñol atlántico. La postura antiandalucista, en cambio, sostiene
que los rasgos comunes entre el español americano y el espa-
ñol andaluz no se deben a una relación genética entre ambas
modalidades, sino a evoluciones independientes y paralelas a
un lado y otro del océano. El principal argumento de los an-
tiandalucistas era que los rasgos en cuestión (como el seseo)

63
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

no estaban documentados en España antes del siglo XVI. De


hecho, se documentaban primero en América que en España,
lo cual hacía poco razonable suponer un trasplante desde Eu-
ropa al Nuevo Mundo. Además, señalaban que el contingente
andaluz (y meridional en general) no fue nunca decisivamente
predominante sobre el proveniente del norte y centro de la
península ibérica.
No obstante, desde la década de 1950, el estadounidense
Peter Boyd-Bowman realizó importantes estudios demográfi-
cos que demostraron fehacientemente el predominio del con-
tingente andaluz y meridional en la colonización de América,
al menos en sus primeras etapas. Boyd-Bowman llegó a ana-
lizar los datos demográficos de cerca de 55.000 inmigrantes
del periodo 1492-1600. Dividió este tramo en cinco periodos,
cada uno de los cuales comprendía aproximadamente veinte
años, y consideró el primero, el «periodo antillano» (1493-
1519), como el más importante por ser el momento en que
se habría gestado la primera nivelación americana (ver más
adelante). Los datos de Boyd-Bowman mostraron que Anda-
lucía había contribuido con cerca de un 40% del total de los
conquistadores durante el primer siglo de la Colonia, siempre
duplicando a la región que la seguía inmediatamente. Si se tie-
ne en cuenta el factor de género, la importancia cuantitativa
andaluza aumenta, pues casi el 70% de las mujeres que llega-
ron a América en ese siglo era de Andalucía; más todavía, la
mitad de ellas provenía de una sola ciudad: Sevilla.
Por otro lado, el español Rafael Lapesa, en 1964, aportó
evidencia documental que mostraba que fenómenos como el
seseo ya estaban consolidados a fines del s. XV en el sur de Es-
paña, de manera que era completamente razonable pensar en
una procedencia española para el seseo americano. También,

64
La lengua española en América

aunque con dudas, puede decirse lo mismo del yeísmo, de la


aspiración de /s/ final y de la aspiración de jota.
Ante esta situación de cambio del panorama documen-
tal, la tesis antiandalucista ha perdido fuerza y el andalucismo
del español americano es una cuestión en torno al cual existe,
hoy, un amplio consenso. El carácter genético de la relación,
sin embargo, no debe ser interpretado de manera estricta: no
es que el español americano sea «hijo» del dialecto andaluz o
corresponda a una mera variedad de este. El panorama social
y lingüístico de la época fue mucho más complejo.

La mezcla de dialectos en la historia del español en América

La conquista y colonización de América se llevó a cabo prin-


cipalmente a través de un eje que unía dos puntos geográficos:
Sevilla y las islas antillanas (las actuales Cuba y República Do-
minicana), con un punto intermedio en las Canarias. Sevilla
era el mayor puerto de Andalucía y era desde donde partían
los barcos hacia el Nuevo Mundo. Es razonable, de este modo,
suponer que la mayor parte de los marineros, si no todos, eran
originarios del sur de España, así como los conquistadores que
partieron a explorar y a buscar riquezas en las primeras dé-
cadas. Así lo demostró Peter Boyd-Bowman, como ya hemos
visto. A través de las Antillas, los conquistadores emprendieron
las primeras exploraciones del territorio americano. Las Anti-
llas se convirtieron en el punto de entrada y hogar temporal
obligatorio para todos los colonizadores, lo cual propició una
serie de procesos tendientes a la integración social entre los dis-
tintos grupos (de los cuales el andaluz era el más numeroso) que
tuvieron importantes consecuencias en el aspecto lingüístico.

65
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

Además de los andaluces, también vinieron a América es-


pañoles castellanos (tanto de Castilla la Vieja como de Casti-
lla la Nueva), extremeños, navarros, leoneses, etc. Entre estos
grupos operaron procesos de acomodación social orientados
a conseguir una homogeneidad en las prácticas culturales que
fortaleciera la unidad del grupo. En el ámbito de las prácticas
idiomáticas, esta tendencia se conoce como «acomodación lin-
güística», según el término acuñado por Howard Giles en 1973.
En el contexto colonial americano, las prácticas idiomáticas
adoptadas fueron, como suele suceder, las de la mayoría o la de
los grupos más prestigiosos. En este caso, el peso mayor lo tuvo
el grupo de los andaluces. En lo lingüístico, rasgos propios de
las hablas andaluzas como el seseo, el yeísmo, la aspiración de
/s/ final de sílaba, la confusión entre /l/ y /r/ y la conservación
de la aspiración de /f/ inicial latina fueron adoptados por la
comunidad, tras dos o tres generaciones, como norma genera-
lizada del hablar. Por otro lado, estos rasgos caracterizaban al
español andaluz como una modalidad más simplificadora que
las otras de la península ibérica, de lo que podríamos deducir
que, en realidad, más que la mayoría demográfica de sus ha-
blantes, fue el carácter lingüísticamente más simplificador del
andaluz el que determinó su preponderancia. Esta idea recibe
apoyo del hecho de que rasgos que no eran andaluces, pero sí
más simplificadores, como la tendencia antihiática (por ejem-
plo, león pronunciado lión), propia del habla de Castilla, de
todas maneras perduraron como rasgos propios del español
americano, tal como destaca Germán de Granda (1994).
Es decir, el español americano de los orígenes de la con-
quista de América es una modalidad nivelada y simplificadora,
basada principalmente en el español andaluz, pero que también
contiene rasgos de otras modalidades regionales españolas y

66
La lengua española en América

también rasgos debidos a las lenguas indígenas e innovaciones


propias generales y de cada zona. Por lo tanto, no puede decirse
que el español americano es un mero «descendiente» o una va-
riedad del español andaluz, pues constituye una modalidad lin-
güística diferenciada por procesos sociohistóricos y lingüísticos
particulares, lo cual explica por qué actualmente puede conside-
rarse al español americano como una unidad diferenciada (aun-
que no internamente homogénea) dentro del español atlántico.
Lo anteriormente expuesto ha sido estudiado de manera
más detallada por lingüistas como María Beatriz Fontanella
de Weinberg (1992) y Germán de Granda (1994), quienes han
enmarcado la génesis y desarrollo del español americano en
procesos generales comprobados en otras lenguas y otras épo-
cas. Fontanella de Weinberg señala que el español americano
es resultado de dos grandes procesos lingüísticos: la «koineiza-
ción» y la «estandarización».
La koineización es un proceso de convergencia y nivela-
ción entre variedades o dialectos de una misma lengua, que
tiene como resultado estable una nueva variedad que se llama
koiné. Dicha mezcla tiene como base fundamental uno de los
dialectos, que es, en el caso de la koiné americana, el andaluz.
Se caracteriza por la presencia de rasgos más simplificadores
con respecto a los rasgos del conjunto de los dialectos involu-
crados (los rasgos andaluces ya mencionados), su uso como
lengua común (eso significa «koiné» en griego), y su transfor-
mación en lengua nativa, lo cual se dio muy tempranamente,
de manera que ya la primera generación de nacidos en América
usaba el español koiné como lengua materna.
La estandarización es el proceso por el cual una variedad
de lengua se transforma en lengua estándar, es decir, en la for-
ma habitualmente codificada en diccionarios y gramáticas que

67
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

sirve como modelo de habla para una comunidad lingüística.


La estandarización de una lengua es correlativa al grado de
urbanización de la zona en que vivan sus hablantes, lo que se
comprueba claramente en el caso de América. Como ha des-
tacado Germán de Granda, las zonas temprana y fuertemente
urbanizadas, como México, tuvieron mayor acceso al estándar
prestigioso metropolitano, de modo que su influencia hizo re-
troceder tempranamente fenómenos simplificadores de la koi-
né como la aspiración de /s/ final de sílaba, la confusión entre
/r/ y /l/, la pérdida de /d/ intervocálica y la conservación de la
aspiración de /f/ latina, además de otros fenómenos del espa-
ñol general como la vacilación de vocales átonas11 y la simpli-
ficación de grupos consonánticos cultos12. De esta manera, en
el habla actual de esas zonas no se registran tales fenómenos,
excepto en zonas rurales. En zonas de urbanización tardía,
como Buenos Aires13, la estandarización sólo logró erradicar
fenómenos como la confusión de /l/ y /r/, la conservación de la
aspiración de /f/ inicial latina, la vacilación de vocales átonas
y la simplificación de grupos consonánticos cultos, pero no
el voseo ni la aspiración de /s/ final de sílaba. Por último, en
zonas marginales como Paraguay, que hasta el siglo XIX tenía

11
  Por ejemplo, virtiente por vertiente, añedir por añadir, sepoltura por se-
pultura, etc.
12
  Por ejemplo, pimeo por pigmeo, dotor por doctor, ación por acción, etc.
13
  La zona del Río de la Plata, que inicialmente era una zona semimarginal
de América, cobró importancia política cuando a mediados del siglo XVIII
una reforma impulsada por la corona española permitió el libre comercio
entre las provincias americanas y la metrópoli, sin mediación de las zonas
centrales (Perú y México). Buenos Aires, por su calidad de zona portuaria,
se vio muy favorecida con esta situación, que le permitió un ascendente
desarrollo cultural y económico, que a su vez propició la aparición de una
variedad estándar de lengua.

68
La lengua española en América

escaso desarrollo económico y cultural, se conservan casi to-


dos los fenómenos simplificadores de la koiné americana, más
algunos otros propios de la libre entrada para innovaciones
particulares que conllevan la ausencia de una norma estándar
y la fuerte situación de bilingüismo14.
En suma, de acuerdo con la perspectiva sociolingüística,
las características del español americano pueden explicarse
por la acción histórica de dos procesos lingüísticos: la koinei-
zación, que determina que el español de América tenga una
unidad basada en una serie de rasgos simplificadores aporta-
dos por su base andaluza (seseo, yeísmo, aspiración de /s/ final
de sílaba, confusión de /l/ y /r/, conservación de la aspiración
de /f/ inicial latina, y voseo), y la estandarización, que determi-
na las diferencias que se dan dentro de América, correlativas
al distinto estatus económico, político y cultural que tuvieron
las zonas a lo largo de los siglos de la colonia. Sin embargo,
no debe perderse de vista que el proceso de koineización no
sólo explica la unidad del español americano, sino también
algunas de sus diferencias, pues no fue un proceso homogé-
neo y simultáneo en todas las zonas de América. Además de la
koiné producida en las Antillas, posteriormente se produjeron
nuevas nivelaciones dialectales en la medida en que nuevos
contingentes españoles, de distintas procedencias, llegaban a
los territorios recién descubiertos de América.
Los autores que aplican el concepto de koineización a la
historia del español americano, en general, concuerdan en el
predominio del habla española meridional (principalmente an-
daluza) en este proceso. Debe tenerse en cuenta, sin embargo,

  En Paraguay el 50% de la población habla guaraní, la lengua indígena


14

de la zona.

69
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

que con este nuevo marco el problema del andalucismo ad-


quiere otros matices, pues en realidad se cuentan varios fac-
tores que propician el predominio de las hablas meridionales
en la formación de la koiné americana. Primero, si en la for-
mación de las koinés triunfan los rasgos más simples, el habla
peninsular meridional tenía un carácter más simplificador en
comparación con las hablas norteñas de España. Por ejemplo,
para un criollo que está adquiriendo la forma de hablar propia
de su comunidad, entre aprender a distinguir dos sonidos, /s/ y
/q/, y aprender solo uno, /s/, lo último habría sido más simple.
Lo mismo pasa si se compara la distinción castellana entre
/y/ y /l/ y la simplificación meridional que resulta en un único
sonido /y/. Adicionalmente, /q/ y /l/ parecen ser más difíciles de
pronunciar que /s/ y /y/. Donald Tuten, de hecho, en su libro
del 2003, postula que las hablas españolas meridionales son
a su vez el resultado de koineizaciones ocurridas durante la
Edad Media en la península ibérica, motivadas por las repo-
blaciones asociadas a la Reconquista.
En segundo lugar, es importante la mayoría demográfica:
el niño criollo que aprende a hablar, al oír a los adultos de su
comunidad, recibe un abundante input lingüístico meridional,
de manera que termina generalizando esos rasgos en su propia
lengua vernácula. En tercer lugar, y esto es algo que destacó
Peter Boyd-Bowman, no debe perderse de vista el importante
rol de las mujeres en la transmisión de la lengua: en Améri-
ca, una inmensa mayoría de las mujeres del periodo inicial
de la Colonia era de procedencia andaluza, de manera que,
aunque los padres de los criollos fueran, por ejemplo, caste-
llanos, probablemente aprendían a hablar con su madre. En
cuarto lugar, hubo varios filtros, previos al asentamiento defi-
nitivo en el continente americano, que podían servir para que

70
La lengua española en América

el conquistador español, aunque fuera castellano, se adaptara


al habla meridional andaluzada: algún periodo, más o menos
prolongado, de estadía en Sevilla (previo a su paso definitivo
a América); luego, el largo viaje en barco a América, de meses
de duración, en un medio dominado por marineros andaluces
y polizontes canarios; por último, y sobre todo en las primeras
décadas, el paso obligatorio por las Antillas, donde probable-
mente ocurría la aclimatación lingüística definitiva.

Los rasgos del español atlántico testimoniados en


documentos americanos coloniales

Todo lo que hemos dicho hasta ahora sería mera teoría si no


logramos encontrar ejemplos de los fenómenos lingüísticos
pertinentes en la documentación colonial americana. Hay cier-
tos tipos de documentos que son fuentes ideales para llegar a
saber cómo se hablaba realmente en esa época; los textos escri-
tos son, por esencia, mentirosos respecto de la lengua hablada.
Por lo tanto, hay que fijarse sobre todo en aquellos tipos de
textos que propician la aparición de escritura oralizada: cartas
privadas de un autor semiletrado, por ejemplo. En este aparta-
do revisaremos algunos documentos que dan cuenta de lo que
concluyó Juan Antonio Frago en su libro de 2010: las caracte-
rísticas fundamentales del español de América se documentan
profusamente durante la Colonia y se encuentran asentadas al
comenzar la época de la Independencia. Por ahora, revisare-
mos documentos de distintas partes de América, pero ninguno
chileno, pues reservaremos estos para el capítulo siguiente.
Peter Boyd-Bowman, además de los datos demográficos
reseñados en la sección anterior, contribuyó a la historia del

71
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

español americano dando a conocer algunos documentos co-


loniales americanos de fecha temprana y de gran valor como
testimonios de la oralidad de la época. Un grupo de ellos, que
comentaremos a continuación, es especialmente rico en fenó-
menos de pronunciación reflejados en la escritura.
Se trata de algunas cartas escritas en 1568 y 1569 en Ve-
racruz (México), firmadas por Antonio de Aguilar, fugitivo de
la justicia, y dirigidas a su hermana y a su esposa. Su hermana,
Ana, era sevillana, por lo cual podemos pensar que también
él lo era, pero lo importante es que ya llevaba un tiempo en
América y por tanto su habla pudo haberse acomodado a la
modalidad criolla. Este testimonio corresponde al tipo ideal de
fuentes para la historia de la lengua: cartas privadas (dirigidas a
familiares) y de autor semiculto (aunque el autor sabe escribir,
no tiene el grado de dominio de la escritura que podría tener
un escribano profesional, como mostraremos). Debe tenerse
en cuenta, sin embargo, que, según el propio Boyd-Bowman,
«dos [de las cartas] parecen haber sido dictadas por Aguilar
a su compañero Jerónimo Rodríguez o a otro íntimo amigo
suyo, Pedro Belmonte, ambos sevillanos emigrados en 1566.
La tercera fue garrapateada en la cárcel por él mismo y luego
corregida por un compañero» (1988: 78).
En primer lugar, en estas cartas hay varios errores orto-
gráficos que en realidad no tienen ninguna relevancia para co-
nocer la forma en que hablaban Antonio y sus compañeros.
Al inicio de una de ellas, dice querida ermana, lo cual puede
llamar la atención de un lector moderno por no tener la h
inicial de hermana, pero debe tenerse en cuenta que la pro-
nunciación de esa palabra nunca ha tenido una consonante
inicial: proviene de germanus (derivado de germen), que en el
paso al romance medieval perdió su g- inicial. El que Antonio

72
La lengua española en América

escriba ermana, entonces, solo nos revela que él manejaba con-


venciones ortográficas distintas a las actuales; piénsese que las
reglas modernas de uso de la letra h no fueron establecidas
sino hasta el siglo XVIII por la RAE. Será común, entonces, que
encontremos muchos ejemplos de este tipo, durante toda la
Colonia. En esta carta, por ejemplo, Antonio escribe aueys en
lugar de habéis, vistto por visto, tiera por tierra, etc., pero estos
casos solo revelan hábitos ortográficos distintos a los nuestros
y a los de contemporáneos suyos de mayor nivel cultural. Lo
mismo sucede con las tildes y la puntuación que no seguían los
mismos patrones del uso moderno.
Otros pasajes de las cartas, en cambio, revelan errores or-
tográficos que sí podemos poner en relación con la pronuncia-
ción atlántica de Antonio de Aguilar. Primero, hay abundantes
casos que revelan seseo: rason (razón), grasias (gracias), codisia
(codicia), desian (decían), franseses (franceses), sinco (cinco),
siudad (ciudad), siert onegosio (cierto negocio), entre muchos
otros. Recuérdese que el razonamiento que propongo seguir es
este: si un hablante no distingue en la pronunciación entre /s/ y
/q/, representados respectivamente en la escritura por s y c, ç o
z, entonces es posible que use de manera indistinta cualquiera
de estos símbolos gráficos, pues para él todos suenan igual,
como una /s/. Si Antonio hubiera sido de Castilla, por ejemplo,
y hubiera distinguido, por tanto, en la pronunciación entre /s/
y /q/, es difícil que hubiera caído en este tipo de error ortográ-
fico, pues para él las letras s y c hubieran sonado distinto.
También hay algunos ejemplos que muestran el debilita-
miento de la /s/ final en el habla de Antonio de Aguilar: el
autor escribe grande mercedes (grandes mercedes), decanso
(descanso), decisey (dieciséis), bito (visto), o protera (postre-
ra). En estos ejemplos, a pesar de que sabemos que la /s/ se

73
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

debilita, en realidad no podemos determinar con exactitud si


el hablante aspiraba o suprimía completamente la consonante
final: estamos en un punto ciego. Lo habitual es que el debi-
litamiento se manifieste ortográficamente como la supresión
de la letra, pero, recuérdese, no sabemos si la pronunciación
subyacente es una aspiración o una elisión. Distinto es el caso
de Sofonifa por Sophonisba, documentado a fines del siglo XV
en una traducción sevillana de una obra de Plutarco, en que se
manifiesta gráficamente, de manera evidente, que la pronun-
ciación es una aspiración, alterando incluso la pronunciación
de la consonante siguiente (ensordeciéndola).
Otro fenómeno propio del español atlántico que se ob-
serva en las cartas de Antonio de Aguilar es el debilitamiento
de /l/ y /r/. Una palabra como flota aparece escrita de las si-
guientes maneras: foltra, folta, frota, que muestran distintas
manifestaciones concretas del debilitamiento: cambios de po-
sición (de la /l/, en folta), apariciones intrusivas (de una /r/, en
foltra) y trueques entre una y otra consonante (/r/ por /l/, es
decir, rotacismo, en frota). También se ve rotacismo en gor-
garia (holgaria; luego veremos por qué está escrito con g) y
puebro (pueblo); lambdacismo en selebro (cerebro) y Escobal
(Escobar); cambios de posición en felte (flete) y bulra (bur-
la); desapariciones en gasias (gracias), quexame (quejarme), e
inserciones en dersirme (decirme) o compraadre (compadre).
El habla de Antonio de Aguilar también muestra pronun-
ciación aspirada de la jota y conservación de la consonante as-
pirada /h/ procedente de /f/ latina. Las pistas para deducir esta
pronunciación a partir de las cartas son relativamente menos
transparentes. Ya cuando vimos el ejemplo gorgaria por hol-
garia pudo haber llamado la atención del lector el que Aguilar
escribiera con g inicial; sépase por ahora que holgar viene del

74
La lengua española en América

latín follicare, de modo que es razonable suponer una pro-


nunciación [horgaria]. Casos similares encontramos en gere-
ra (Herrera, del latín ferraria) y gaser (hacer, del latín facere),
que Aguilar probablemente pronunciaba [herrera] y [haser].
Si cruzamos este dato con el de que Antonio también escribía
con la misma letra g palabras como megico (México), degare
(dejaré) o enogo (enojo), cabe pensar que la pronunciación de
estas palabras tenía el mismo sonido que en los ejemplos ante-
riores: [mehico], [huanico], [enoho], con esa jota aspirada que
hoy nos suena tan típica del Caribe.
Otros rasgos se documentan con menos frecuencia. En
general, es difícil rastrear ejemplos de yeísmo en documentos
americanos de la Colonia temprana, lo cual hace pensar a Al-
fredo Matus, Soledad Dargham y José Luis Samaniego (1992)
que se trataba de un fenómeno estigmatizado socialmente, in-
terpretación que comparte Raïssa Kordic (2008), para el caso
de la Colonia chilena. Boyd-Bowman, sin embargo, encuentra
un ejemplo aislado en las cartas de Antonio de Aguilar: reylles
(reyes), importante, por lo demás, debido a lo temprano de su
fecha. Lo mismo sucede con el debilitamiento de /d/, que se
encuentra en Aguilar solo en perdio (perdido) y que (quede).
En conclusión, el habla de este sevillano y sus amigos, emi-
grados a América en el siglo XVI, muestra una clara impronta
atlántica en su pronunciación.
Y no se trata de un ejemplo aislado. Podemos comple-
mentar estos testimonios con los procedentes de los textos
coloniales recogidos en la colección «Documentos para la his-
toria lingüística de Hispanoamérica» (coordinada primero por
Beatriz Fontanella de Weinberg en 1993 y luego por Elena Ro-
jas Mayer en 2000 y 2008), los que también muestran diversos
fenómenos lingüísticos reveladores de la impronta atlántica

75
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

del español colonial americano. Aunque la mayoría de estos


textos corresponden a documentos oficiales, encontramos pre-
ciosas muestras de oralidad.
Veamos algunos ejemplos. En un texto mexicano de 1741
en que Juan Bruno Eusebio de Palma denuncia a un solicitan-
te, es decir, acusa a un presbítero de abuso sexual, encontra-
mos, en primer lugar, varios ejemplos de seseo: besino (vecino),
iglecia (iglesia), beses (veces), sitó (citó), ensima (encima), etc.,
así como un ejemplo de debilitamiento de /r/, específicamente
de rotacismo (el cambio de /l/ final de sílaba por una /r/): parpo
(palpó). Igualmente, en un pasquín que circuló en Caracas, de
1790, las confusiones ortográficas que revelan seseo resaltan
por su abundancia en un texto tan breve (poco más de 60 pa-
labras de extensión): desgrasias (desgracias), ce ace (se hace),
ce publique (se publique), fuersa (fuerza), cin (sin). En otra
carta caraqueña, esta vez de 1792, leemos farta (falta), con
rotacismo nuevamente. El seseo (la pronunciación idéntica de
eses y ces o zetas) vuelve a aparecer en carta de un cacique
datada en 1732, en Quito: prinsipal (principal), casique (caci-
que), mersed (merced), asotar (azotar), mestiso (mestizo), etc.
El panorama documental de la Colonia chilena, que revisare-
mos detalladamente en el capítulo siguiente, muestra rasgos
lingüísticos similares.
Juan Antonio Frago, el mayor historiador del español de
América, ha mostrado, especialmente en su libro de 1999, que
el panorama documental anteriormente descrito se repite a lo
largo de todo el continente americano y durante todo el perio-
do colonial.
Debemos concluir, entonces, que las características que
hoy tienen las distintas variedades del español americano no
son producto de una «corrupción» lingüística moderna, ni son

76
La lengua española en América

culpa de la «deformación» del lenguaje por parte de los jóvenes


de hoy, ni tampoco reflejo de alguna esencia sicológica o moral
viciada de los hispanoamericanos, como a veces se oye decir
sin escrúpulos. Son fenómenos con una tradición histórica y
parte fundamental de la identidad cultural latinoamericana.

Las lenguas indígenas y el español en América:


influencias por contacto

Aunque dijimos antes que las explicaciones sustratistas res-


pecto de las particularidades del español de América no han
sido las preferidas en tiempos recientes, el hecho de que hay
influencia de las lenguas indígenas en el español americano es
innegable, y se manifiesta con mayor nitidez en unos lugares
de América que en otros.
Detengámonos un momento, antes de seguir, en esta ima-
gen del «sustrato». La teoría del sustrato parte del hecho de
que cuando dos comunidades entran en contacto, uno de los
principales frentes de encuentro es el lingüístico. La lengua de
la comunidad que ostenta el dominio sociopolítico usualmente
prevalece sobre la de la comunidad absorbida, pero esta últi-
ma lengua, antes de ser abandonada, logra dejar algunas hue-
llas en la lengua que la desplaza. De este modo, los cambios
que experimente la lengua de los dominadores en el período
siguiente probablemente se deberían a la perduración de los
hábitos lingüísticos maternos de la población nativa que ad-
quiere la nueva lengua, tras un periodo más o menos extenso
de bilingüismo.
Para el caso del español de América, el intento quizá más
famoso de aplicación del concepto de sustrato indígena, por

77
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

lo estrepitosa que fue su refutación, es el de la tesis planteada


por Rodolfo Lenz para el español de Chile. Lenz atribuía fe-
nómenos como la aspiración o pérdida de /s/ final de sílaba y
la pronunciación asibilada del grupo /tr/ (como cuando tráeme
el azúcar suena a algo como cháeme el azúcar) a la influencia
de la lengua nativa del centro sur de Chile. Amado Alonso, en
el año 1939, señaló que estos fenómenos también existían en
otras zonas de Hispanoamérica e incluso de España, donde el
mapuche no puede haber actuado como lengua de sustrato, lo
cual demostraba lo errado de la hipótesis de Lenz. Según Alon-
so, el error de Lenz radicaba en la carencia de conocimien-
to de la propia diversidad interna del español. La presencia
de dichos rasgos en el español de Chile, efectivamente, puede
explicarse por las tendencias evolutivas internas de la lengua
española, sin necesidad de acudir a explicaciones por factores
externos relativos a contactos con otras culturas y sus lenguas.
En cuanto al vocabulario, que es donde con mayor faci-
lidad se puede reconocer el sustrato indígena en el español de
América, también se ha puesto en duda qué tan importante es
dicha influencia. Una buena parte de nosotros puede nombrar
a ojo de buen cubero varias palabras de origen indígena, es de-
cir, indigenismos léxicos. De estos, algunos gozan de difusión
panhispánica, como chocolate y canoa (de la lengua náhuatl y
de la taína, respectivamente), pues provienen de lenguas gene-
rales (como el quechua, el náhuatl o el guaraní), habladas en
tiempos precolombinos a lo largo de vastos imperios indígenas
o utilizadas profusamente, ya en la Colonia, por los evangeli-
zadores españoles. El caso del taíno es especial porque, aun-
que no fue una lengua general, fue la primera con que entró
en contacto el español acá en América: además de canoa, que
es el primer indigenismo americano que conocemos (aparece

78
La lengua española en América

recogido ya en un diccionario de 1492 escrito por el español


Antonio de Nebrija), son de origen taíno cacique, maíz, carey,
enaguas, sabana, tabaco y tiburón, entre otros. De origen ná-
huatl, lengua de los aztecas, además de chocolate, son camote,
cacao, chicle, tiza y tomate. De origen guaraní, por último, son
palabras como gaucho, jaguar o maraca.
No obstante, la mayor parte de los indigenismos son par-
ticulares de las zonas donde se hablaban originalmente esas
lenguas nativas, como sucede con los mapuchismos guata o
piñén en Chile (en mapuche, ‘estómago’ y ‘suciedad’, respecti-
vamente). Gilberto Sánchez (2005) ha destacado que, a pesar
de que los mapuchismos del español de Chile se concentran
en ciertos ámbitos denominativos (flora y fauna, realidades
materiales o instituciones propias de la cultura mapuche, to-
pónimos, por ejemplo), en realidad también se hallan en otras
esferas y tienen considerable vitalidad. Mapuchismos de flora
y fauna son, por ejemplo, colihue, cuncuna, laucha, loco (el
molusco), luma, pololo (el insecto) o quiltro. Relativos a la cul-
tura mapuche, cultrún, ruca, rehue y machi, entre otros. Y para
topónimos (nombres de lugares) tenemos Temuco, Talca, Teno,
Rancagua y muchos otros, pero no es ni siquiera necesario sa-
lir de Santiago: Quilicura, Manquehue, Peñalolén, Ñuñoa, Pu-
dahuel, Vitacura y Maipú, entre otros lugares, tienen nombre
mapuche. Pero Sánchez destaca que los mapuchismos también
se refieren a otras varias esferas de la vida cotidiana: cahuín (y
sus derivados cahuinear y cahuinero), pichintún, pichiruche,
trapicarse (‘atorarse, atragantarse’), apercancarse (‘amohosar-
se’), o a bien a partes del cuerpo o cuestiones relacionadas con
él: guata, poto, tuto (o trutro), piñén, curiche, etc.
Sin embargo, curiosamente, parece que en el léxico chi-
leno moderno hay más vocabulario tomado del quechua que

79
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

del mapudungún15. Esto no tiene nada de raro si se piensa que


los conquistadores de Chile pasaron primero por el Perú, así
como que el quechua fue una lengua general en Sudamérica, y
también si se considera que la zona de influencia quechua lle-
gaba, en tiempos precoloniales, hasta la zona central del actual
Chile. Ejemplos de vocabulario quechua usado en el español
de Chile son cancha, carpa, chupalla, combo, cóndor, guagua,
lúcuma, mate, palta, papa, poroto, puma, taita, yapa y zapallo.
Para el lector interesado en este asunto, aún es muy iluminado-
ra la lectura del «Diccionario etimológico de las voces chilenas
derivadas de lenguas indígenas americanas», publicado entre
1905 y 1910 por Rodolfo Lenz y reeditado en 1978.
El rumano Marius Sala (1987) y su equipo, en un estudio
de gran escala (aunque cuestionable por usar diccionarios de
americanismos como fuente de información, es decir, fuentes
indirectas), hacen ver, en primer lugar, que los aportes de las
lenguas indígenas americanas y extranjeras a la estructura del
español del Nuevo Mundo son más bien escasos en los niveles
lingüísticos más «profundos» (fonología y gramática), y no
tienen alta frecuencia de uso. En el léxico, en cambio, la in-
fluencia externa parece ser relativamente más considerable, a
primera vista, sin embargo, para Sala, la influencia del elemen-
to indígena en el léxico del español americano (compuesto por
decenas de miles de unidades) no es tan importante como pa-
recía a primera vista. La mayor parte de las voces, incluso, sue-
len tener un equivalente español que los supera en vitalidad y
frecuencia de uso. Por otra parte, en el aspecto sociolingüístico
de los préstamos indígenas y extranjeros hispanoamericanos,

15
  Como concluye, por ejemplo, el sociolingüista chileno Luis Prieto en un
trabajo de 1979.

80
La lengua española en América

la mayor parte de los fenómenos señalados pertenecen a varie-


dades regionales y no estándar, y normalmente se manifiestan
en zonas bilingües (especialmente cuando el español es lengua
secundaria). Es decir, el valor sociolingüístico de estos hechos
también es considerado periférico por Sala.
Sin embargo, como decíamos, sí hay otros rasgos de varie-
dades del español de América que indudablemente responden
a una influencia marcada del español americano, pero suelen
concentrarse en zonas con alta concentración de población in-
dígena y, efectivamente, como apunta Sala, si llegan a entrar a la
lengua de los no indígenas, no suelen ser variantes prestigiosas.
En el ámbito de la pronunciación, se cuentan ejemplos
como el de pronunciar oveja como uvija, o usted como ostí,
que se dan en el habla española de bilingües de la zona andina,
y que resultan de la indistinción entre /i/ y /e/, por un lado, y
entre /o/ y /u/, por otro. Estos sujetos bilingües hablan como
lengua materna quechua o aimara, lenguas indígenas en que
la /i/ y la /e/ no son más que formas levemente distintas de
pronunciar una única vocal /i/, al igual que /o/ y /u/ son meras
variantes de /u/.
En la gramática, debe tenerse en cuenta que en varias
lenguas indígenas de América es habitual que se distinga, me-
diante recursos gramaticales (como distintas terminaciones o
partículas), si la información que se está dando fue presencia-
da directamente por el hablante o si se la contaron (es decir, si
es de primera o de segunda mano). Hablantes de lenguas como
el quechua o el aimara, que conocen esta distinción, cuando
hablan español la expresan recurriendo a distintos tiempos pa-
sados si la información es de primera mano, usan el perfecto
simple (él llegó, dando a entender que el propio hablante lo vio
llegar), y si es de segunda mano, el perfecto compuesto (él ha

81
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

llegado, es decir, al hablante le contaron que él llegó). Asimis-


mo, ciertos hablantes de español de Paraguay, influenciados
por el sustrato guaraní, utilizan partículas de origen indíge-
na como –kuera para indicar pluralidad (losamigokuera ‘los
amigos’) o pa como partícula interrogativa. Nuevamente entre
bilingües quechuas, cuando hablan español pueden añadir, a
palabras españolas, terminaciones indígenas de valor afectivo
como –i o –la, así como pueden intercalar en su discurso inter-
jecciones ponderativas como achachay o achalay.
Y así pueden nombrarse muchos ejemplos más. Este tema
dista de estar suficientemente estudiado, por supuesto. La en-
tonación de los dialectos hispanoamericanos ha sido recono-
cida como uno de los ámbitos donde con mayor probabilidad
podría haber alguna influencia indígena, hipótesis que, hasta
donde sabemos, no ha sido evaluada de forma concluyente.
Por otra parte, estudios recientes han vuelto a buscar influen-
cia indígena en lugares donde tradicionalmente no se había
mirado. Quizá un sesgo ideológico haya justificado muchas
veces el descartar de antemano la influencia indígena en el es-
pañol de América. Cada vez son más los ejemplos que hacen
pensar más bien en una falta de investigación profunda sobre
el tema. Por ejemplo, para el caso del español de Chile, Sa-
dowsky y Aninao (en un trabajo de 2013) han llamado la aten-
ción sobre el hecho de que entre mapuches de la VIII Región
chilena que solo hablan español, y cuyos padres, en su gran
mayoría, también hablaban solo español, se puede encontrar
un rasgo atribuible a influencia del mapudungún, como es la
falta de concordancia de número. Este rasgo es sistemático,
no es un mero «error» o falta de incompetencia en español.
Incluso, dicen Sadowsky y Aninao, aparece también entre per-
sonas que no son mapuches, porque en el fondo es una forma

82
La lengua española en América

de hablar que sirve como seña de identidad cultural. El mis-


mo Sadowsky (2013) también ha propuesto que las vocales
del español chileno pueden estar influidas por el vocalismo del
mapudungún. Valdrá mucho la pena seguir indagando en esta
dirección en el futuro.

Las lenguas indígenas y el español en América:


relaciones políticas

La situación lingüística que describimos en la sección anterior,


por supuesto, también es efecto de procesos sociopolíticos más
generales. A la llegada de los españoles a América se hablaba
una gran variedad de lenguas indoamericanas, de las cuales
una cantidad mucho menor sobrevive hoy, de manera que ocu-
rrió algo similar a lo acaecido con la expansión de los romanos
por Europa: una acelerada mortandad lingüística o desapari-
ción de lenguas. En América, las lenguas indígenas más vitales
hoy son el quechua (hablado en Perú, Ecuador, el noroeste de
Argentina y varios otros puntos de la zona andina), el guaraní
(en Paraguay), el náhuatl (en México), el aimara (en Bolivia y
parte del extremo norte de Chile) y otras pocas. Buena parte
de las lenguas indígenas que sobreviven hoy lo hacen en con-
dición de lenguas minorizadas, es decir, subordinadas social-
mente a una lengua dominante, el español. En Chile, la lengua
de mayor vitalidad numérica es el mapudungún. Estas lenguas
han experimentado diversas circunstancias históricas, lo cual
explica el distinto grado de influencia que han ejercido en los
varios dialectos americanos del español.
Como ya dijimos, la desaparición o minorización de las
lenguas indígenas americanas es resultado de un proceso en

83
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

que operaron factores políticos y sociales. Téngase presente


que, hasta bien entrada la Colonia, la proporción de hablantes
de lenguas indígenas era bastante mayor a la de hablantes de
español. Por lo tanto, la situación lingüística actual de Hispa-
noamérica, donde la mayoría es hispanohablante, se explica
como resultado de un proceso de hispanización. Bárbara Ci-
fuentes (2007) señala dos factores importantes que propicia-
ron la hispanización de América: la sociedad hispánica y la
legislación colonial. A partir de mediados del siglo XVI, la Co-
rona española se propuso conscientemente asemejar el Nuevo
Mundo a la metrópoli, en los diversos ámbitos de la vida so-
cial: la organización administrativa, la economía, la religión,
la cultura y, por supuesto, la lengua. De esta manera, a través
de la fundación de nuevos poblados, la Corona trató de impo-
ner entre los indígenas y mestizos prácticas sociales hispánicas
que, de ser adoptadas por estos grupos, les significaban bene-
ficios. La identidad de muchos de los indígenas o mestizos, de
esta manera, se fue hispanizando mediante coerción.
En cuanto a la legislación colonial, Francisco Solano ha
recogido en su libro de 1991 una amplia selección de los do-
cumentos legislativos que muestran la intervención política
explícita de la Corona española en favor o en detrimento del
uso de las lenguas indígenas en América. Durante un primer
momento, se puede ver que las leyes propician el aprendiza-
je de las lenguas indígenas por parte de los evangelizadores,
pues la misión principal era cristianizar a los habitantes del
Nuevo Mundo. Paradójicamente, es gracias a este afán evan-
gelizador que varias lenguas sobrevivieron o llegaron a ser co-
nocidas hasta hoy, pues los religiosos escribieron numerosas
gramáticas y diccionarios de lenguas indígenas americanas y
se ocuparon de propiciar su enseñanza.

84
La lengua española en América

Representativo de este primer momento es un documento


de 1603, en que la Corona española expresa:

Ordenamos que ningún religioso pueda tener doctrina, ni


servir en ella, sin saber la lengua de los naturales que hu-
bieren de ser doctrinados, de forma que por su persona los
pueda confesar; y los religiosos que se llevaren a las Indias
para este ministerio la aprendan con mucho cuidado; y los
arzobispos y obispos le tengan muy particular de que así
se guarde, cumpla y ejecute.

Pero desde muy temprano también la enseñanza de la len-


gua española a los indígenas y su alfabetización estuvo entre
las prioridades. Por otra parte, la idea de evangelizar en lengua
indígena se topó con dificultades que a la Corona le parecieron
insalvables: no había suficientes religiosos como para abarcar
la inmensa variedad lingüística americana, y a veces la propia
semántica de las lenguas indígenas obstaculizaba la explicación
de los conceptos religiosos que los españoles querían enseñar.
La posición oficial de hispanizar lingüísticamente al indígena
puede verse, por ejemplo, en una real cédula dirigida el gober-
nador de Chile, fechada en 1692, en la cual además se observa
nítidamente la relación entre cristianización, «civilización» e
hispanización lingüística:

… vuestro antecesor […] se aplicó a instruir algunos hijos


de caciques en los de la guerra, pidiéndolos a sus padres
para doctrinarlos en nuestra santa fe y enseñarles la len-
gua española dándoles escuelas y estudios […]. Será muy
de mi Real agrado que así vos […] continuéis las mismas
diligencias practicadas por vuestro antecesor, a fin de que

85
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

esos naturales sean instruidos en los misterios de nuestra


santa fe católica, consolándolos y reduciéndolos a vida
cristiana y política y aprehender la lengua castellana como
está prevenido y mandado…

A medida que nos acercamos a finales de la Colonia, y


especialmente con la llegada de los Borbones al trono español,
la actitud castellanizante de la Corona se vuelve más agresiva.
En otra real cédula, esta vez de 1770, perteneciente al ámbito
mexicano, se ordena abiertamente que «se pongan los medios
para erradicar los idiomas aborígenes y solamente se hable el
español, superándose así muchos inconvenientes».
Podrá entenderse, entonces, que la hispanización lingüís-
tica de América durante la Colonia no fue un proceso «natu-
ral», y que los indígenas americanos no adoptaron la lengua
de los colonizadores por mera voluntad propia.

86
El español en Chile

Ca pítulo 3

El español en Chile

En este capítulo, continuando con la línea del anterior, nos


concentraremos en la historia de la lengua española en Chile,
para lo cual revisaremos algunos estudios hechos acerca de
este tema y, sobre todo, comentaremos los datos que ofrecen
las cartas, crónicas, documentos, y otros tipos de textos que,
aunque de manera imperfecta (como advertimos en el capítu-
lo introductorio), nos permiten conocer más o menos cómo
se hablaba en Chile durante la Colonia y en la época de la
Independencia. Finalizaremos el capítulo refiriéndonos a un
tema que, aunque parezca no directamente relacionado, ser-
virá mucho para entender la dinámica actual de la lengua: las
creencias y actitudes que acerca del lenguaje chileno se han
conformado desde el siglo XIX y que siguen vigentes, en gran
medida, hasta la actualidad.
En síntesis, veremos que el escenario que hemos descri-
to para la formación del español americano se cumple tam-
bién en el caso del español chileno, grosso modo. Pero antes,
tal como hicimos en el capítulo anterior, veremos cómo es
el español de Chile en la época actual para luego trazar el
recorrido histórico que desemboca en la situación lingüís­
tica moderna.

87
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

Situación actual del español en Chile

El español es hoy la lengua mayoritaria en el país, además de la


social y políticamente dominante. Es de suponer que esta situa-
ción ya se había configurado durante la Colonia, si no en la con-
dición mayoritaria de la lengua española, al menos en su carácter
social y políticamente dominante, pues la minoría criolla y espa-
ñola que ostentaba el poder era hispanohablante. Ya nos referi-
mos al desplazamiento de las lenguas indígenas americanas, por
política oficial de la Corona española, en el último apartado del
capítulo anterior, situación que también se dio en el caso chileno.
Durante la Independencia, a pesar de que la figura del mapuche
llegó a ser utilizada como símbolo, por ejemplo, en el primer es-
cudo de Chile, no hubo una valoración de las lenguas indígenas.
Las lenguas indígenas del país en realidad fueron un «no
problema» para la élite chilena hispanohablante. Pudo haber
estado en duda cuál variedad específica del español sería la
lengua de los nuevos Estados nacionales americanos, pero
nunca hubo duda respecto de que esta lengua debía ser es-
pañola y no indígena. Las lenguas indígenas, la mayoría de
las veces, ni siquiera formaban parte del debate. En esta con-
figuración ideológica pudo influir la racionalidad progresis-
ta y evolucionista de los intelectuales de la élite de la época,
de acuerdo con la cual, probablemente, una lengua indígena
era considerada muy «primitiva» o «bárbara» como para ser
instrumento del progreso. Incluso en un autor como Nicolás
Palacios, cuya ideología etnonacionalista y racista incorpora el
elemento indígena en la conformación de la nacionalidad chi-
lena (una supuesta «raza chilena», que le da nombre a su libro
de 1904), las lenguas indígenas quedan ocultas y negadas, lo
que constituye un precedente claro de la situación moderna.

88
El español en Chile

Como lengua hoy mayoritaria e históricamente dominan-


te en su territorio geopolítico, entonces, el español en Chile
ha llegado a configurarse como una variedad lingüística clara-
mente distinguible de otras variedades americanas. Tiene, por
supuesto, varias características en común con el resto de Amé-
rica o con las variedades que hemos llamado «atlánticas», que
hemos revisado en el capítulo anterior:

• seseo, yeísmo, debilitamiento de /s/ final, debilita-


miento de /r/ y /l/ finales y debilitamiento de /d/ entre
vocales o final.
• A diferencia de otros dialectos atlánticos, no se oye la
aspiración de la /x/, sino que esta se pronuncia como una
velar, a veces adelantada, sobre todo cuando después va
una vocal /e/ o /i/, al punto que a muchos extranjeros
les parece que metemos una /i/ entre la consonante y la
vocal siguiente, algo así como [mujier] (mujer).
• En lo gramatical, el español chileno emplea ustedes
como pronombre de segunda persona plural, igual
que el resto de América.
• Distingue entre lo, la para complemento directo y le
para complemento indirecto.
• El voseo chileno tiene diferencias respecto del de otras
partes de América. Como ya dijimos, el pronombre
vos alterna con tú y cada uno tiene connotaciones
distintas en cuanto a familiaridad y respeto. Las ter-
minaciones verbales voseantes más comunes hoy en
Chile son las representadas por amái, para la primera
conjugación, y por tenís y salís para la segunda y ter-
cera, respectivamente. La combinación más habitual
hoy en la urbe chilena es la del tipo tú amái, es decir,
combinación del pronombre tú con verbo voseante.

89
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

En Chile, como señala Francisco Moreno Fernández


(2009), no hay diferencias regionales tan marcadas como las
hay en otros países americanos: al parecer es más notoria la
diferencia entre grupos socioculturales o entre lo urbano y lo
rural, en comparación con las diferencias que separan zonas
geográficas. Los ejemplos de estas últimas son casi siempre
pertenecientes al vocabulario. Uno muy ilustrativo es el que
ofrece Claudio Wagner (2006). En sus estudios ha podido
comprobar que la idea de llevar algo ‘en las espaldas’ se ex-
presa con la frase a tota desde en el norte del país; con al apa
en la zona centro-sur; y con en acha hacia el sur. Igualmente,
hay palabras que se oyen en el sur y no en el resto del país,
como el verbo acholloncarse ‘ponerse en cuclillas’, de origen
mapuche según el «Diccionario de uso del español de Chile»; o
bien se oyen en parte del norte pero no en otros lugares, como
calato ‘desnudo, sin ropa’, de origen aimara según ese mismo
diccionario. Pero, como decíamos, los ejemplos se confinan al
vocabulario, y dentro de este universo, aunque sean decenas de
ejemplos, no puede decirse que sean abundantes.
Entonces, el español de Chile hoy tiene un carácter rela-
tivamente homogéneo, lo cual habrá que explicar en el futu-
ro con investigaciones más profundas: ¿se debe a su historia
de continuas migraciones internas por la economía agrícola y
más tarde minera, lo cual podría haber conllevado nivelacio-
nes lingüísticas? ¿Es, quizá, algo más reciente, debido a la ur-
banización y centralización del país, a lo cual pudieron haber
coadyuvado los medios de comunicación?
El perfil lingüístico que para Chile presenta Moreno Fer-
nández (2009) coincide con las características que hemos se-
ñalado al comienzo de este apartado. Habría que añadir la
tendencia a la «pronunciación poco tensa de che», con lo cual

90
El español en Chile

se refiere a la pronunciación relajada de la ch, como en shan­


sho, que hoy en las urbes chilenas es socialmente estigmatiza-
da y que incluso ha llevado a la creación de una locución para
describirla (con una actitud negativa subyacente): le patina o
se le cae la ce hache. Hiram Vivanco (1998-1999) ha mostrado
que, especialmente entre jóvenes urbanos de estrato medio-al-
to y alto, surge, como reacción a la estigmatización de la an-
terior, una variante aún más tensa que la che «normal», que
es la que a veces se oye casi como una /ts/. Mauricio Figueroa
(2011) atribuye esto a que, en general, en el español de Chile
las consonantes pronunciadas más tensas son asociadas por
los hablantes al estrato alto, mientras que las pronunciadas
con más relajo son asociadas al estrato bajo. Las dinámicas
de prestigio y adscripción social, entonces, podrían explicar la
conducta lingüística en cuanto a las pronunciaciones de esta
consonante en particular. El relajamiento de la che, en todo
caso, también se da en Andalucía y en Cuba, por ejemplo, pero
sin esta misma dinámica sociolingüística.
Moreno Fernández también añade la «entonación de tono
medio elevado» y «cadencia con frecuencias más altas» como
características del español chileno. En el ámbito gramatical,
destaca el predominio del diminutivo –ito (y no de –ico o –illo,
que predomina en otros lugares), así como el uso de queísmo
y dequeísmo. Estos últimos tampoco son privativos de Chile,
aunque al parecer son mayormente usados en algunos países
de América. El queísmo es la desaparición de la preposición
de antes de que en casos en que debe ir, según la norma culta
escrita codificada por las Academias (Está seguro que no ven-
drá por Está seguro de que no vendrá), mientras el dequeísmo
corresponde a la inserción de de antes de que (Dijo de que
vendría por Dijo que vendría).

91
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

Hay muchos otros fenómenos lingüísticos característicos


(no siempre exclusivos) del español de Chile, por supuesto.
Solo en el vocabulario hay una gran cantidad de léxico pro-
pio de la cultura chilena, o que compartimos con uno o más
países de Latinoamérica (véase el «Diccionario de uso del es-
pañol de Chile» de la Academia Chilena de la Lengua). Una
buena descripción del estado del dialecto chileno a mediados
del siglo XX se puede encontrar en el libro de Rodolfo Oroz,
«La lengua castellana en Chile» (de 1966). Para perfiles más
recientes, recomendamos el trabajo de Ambrosio Rabanales
(1992), que corresponde aproximadamente al tercer cuarto
del siglo XX, y el de Marcela Oyanedel y José Luis Samaniego
(1998-1999), que se acerca más al fin del siglo. Del trabajo de
estos últimos autores podemos concluir algo importante: los
cambios lingüísticos de época reciente (digamos, transcurri-
dos durante el siglo XX) consisten no tanto en la aparición o
desaparición de variantes, sino más bien en la generalización
o, por el contrario, la restricción de las variantes lingüísticas
disponibles en el repertorio de la comunidad hispanohablante.
Por ejemplo, Oyanedel y Samaniego señalan que se encuentra
«en proceso de generalización en la norma culta» un fenóme-
no como la pluralización de haber impersonal (Habían trein-
ta personas, Hubieron muchos asistentes). Dicho fenómeno
se puede documentar en América desde la Colonia, pero el
cambio ha consistido en que en época moderna ha ido ga-
nando cada vez más aceptación social. Oyanedel y Samaniego
también apuntan que el voseo (uso del pronombre vos y/o de
terminaciones verbales como cantái) empieza a penetrar en la
norma culta, lo cual muestra un cambio en el mismo sentido:
no es que se introduzcan variantes nuevas (el voseo estaba en
el habla chilena desde fines de la Colonia, con seguridad), sino

92
El español en Chile

que las variantes existentes van ganando o perdiendo espacios


comunicativos. En el caso del voseo, de ser un fenómeno pro-
bablemente estigmatizado socialmente en el siglo XIX, pasó a
hacerse más habitual y aceptado hacia fines del XX, aunque
todavía se restringe al habla coloquial.

La época colonial

Desde un comienzo, en el Chile colonial se produjo un contacto


entre los distintos dialectos del español peninsular que traían
los conquistadores. Alfredo Matus, en su estudio de 1998-
1999, analiza la pronunciación que puede colegirse a partir
de 11 documentos escritos en Chile entre 1551 y 1575. Estos
documentos corresponden a cartas privadas de un conjunto
de autores, cinco hombres (Cristóbal Pérez Bravo, Sebastián
Carrera, Juan de Zamora, Juan de Cereceda y Juan Bautista
de Chávari) y dos mujeres (Isabel y María Mondragón), que
representan las regiones que aportaron más colonizadores:
Andalucía, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja y Extremadura.
Entre los rasgos que Matus encuentra están la vacilación en la
pronunciación de vocales (obidiente por obediente, soplicar
por suplicar, preposito por propósito, etc.) y la simplificación
de grupos de consonantes (efeto por efecto, sinado por sig-
nado, etc.). De los fenómenos propios del español atlántico,
que hemos reseñado en el capítulo anterior, se atestiguan en
estas cartas el seseo, de manera abundante, (zuceso por suce-
so, nececidad en lugar de necesidad, desir por decir, conose
por conoce, sierto por cierto, etc.), el debilitamiento de la /s/
final (prima por primas, todos lo demas por todos los demás,
o la ultracorrección los mas breve en lugar de lo más breve) y,

93
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

con poca frecuencia, el debilitamiento de /l/ y /r/ (naturar por


natural, der sur por del sur). No hay, en cambio, ejemplos de
yeísmo: Matus atribuye esta ausencia a que, posiblemente, de
existir dicho fenómeno en la época, estaba estigmatizado y se
usaba solo entre las personas de escaso nivel sociocultural (los
autores de las cartas analizadas eran de nivel más bien alto).
En cuanto a la consonante aspirada proveniente de /f/ inicial
latina (recuérdese que en ese momento todavía había quienes
aspiraban la hache inicial de harina, por ejemplo), la mayor
parte de los documentos revelan confusiones gráficas que dan
cuenta de la pérdida de dicha consonante: alternan, por ejem-
plo, are y hare o asta y hasta, aunque también hay otros casos
que Matus interpreta como signo de que algunos colonizado-
res pronunciaban la aspirada inicial en palabras como hijo o
haga. Matus concluye que el primer siglo de la Colonia chilena
se caracteriza, lingüísticamente hablando, por el multidialec-
talismo y el desarrollo incipiente de una mezcla de dialectos a
partir de las hablas de los conquistadores, con un importante
predominio del dialecto andaluz.
Es notable, para conocer la dinámica lingüística del pri-
mer siglo de la Colonia chilena, el caso de los textos notariales
redactados por Ginés y Manuel de Toro Mazote. El primero,
madrileño, llegado a Chile en 1565 y casado con una criolla lo-
cal, era un soldado que tras pelear en Arauco se dedicó a la es-
cribanía. Manuel, nacido en 1587, fue uno de los hijos criollos
de Ginés, que también ejerció el oficio de escribano. Pues bien,
en los textos escritos por ambos pueden verse confusiones grá-
ficas que revelan seseo (precencia por presencia, desir por decir,
sera por cera, en Ginés; serrado por cerrado, piesa por pieza, en
Manuel), pero en el padre las confusiones son mucho menos
frecuentes que en el hijo. Raïssa Kordic, quien editó y estudió

94
El español en Chile

estos documentos en su trabajo de 2000-2001, concluye que


Ginés, proveniente de una zona de España que no tenía seseo,
seguramente se adaptó al habla local seseante durante los pri-
meros veinte años de su permanencia en América. Manuel, en
cambio, debió haber aprendido a hablar ya con seseo, lo cual
explica que lo manifieste con mayor frecuencia en sus escritos.
El mismo Alfredo Matus, junto con Soledad Dargham
y José Luis Samaniego, es autor de otros de los estudios im-
portantes respecto del español de Chile de la época colonial,
publicado en 1992. Estos autores encuentran, en un extenso
corpus de documentos chilenos no literarios, de entre los siglos
XVI y XVIII, un uso de la lengua española muy similar al que
describimos en el párrafo anterior. Añaden, en esta ocasión,
algunos fenómenos gramaticales, tales como el uso de haber
en construcciones temporales en lugar de hacer (tantos años
ha), o el uso de algunas variantes arcaizantes como agora (por
ahora), ansi (por así) o muncho (por mucho). También apare-
cen en estos documentos cerca de 50 indigenismos léxicos, la
mayoría de los cuales son nombres de lugar (Arauco, Chillán,
Angol, etc.) o de persona y tienen origen mapuche o quechua.
Proponen estos autores que pueden distinguirse tres pe-
riodos en la historia colonial del español chileno:

a. Periodo de formación (1541 – c. 1650), en que hubo


coexistencia de distintos dialectos y normas, aporta-
dos por colonizadores de distintas procedencias pe-
ninsulares (andaluces, extremeños, castellanos, etc.).
b. Periodo de cristalización de la variedad regional (ci.
1650 – ci. 1750), en que emerge una variedad propia
de Chile, resultado de la mezcla y nivelación entre los
dialectos y normas referidos antes, adoptada por los

95
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

criollos. Esta variedad ya habría tenido, por ejemplo,


el seseo que hoy es característico del español chileno,
y habría sido utilizada por todos los grupos sociales,
excepto quizá por los españoles distinguidores llega-
dos hace poco.
c. Periodo de transición (ci. 1750 – ci. 1842), en que se
empieza a estabilizar la lengua escrita como correlato
de un proceso de estandarización en ciernes.

Los escritos de religiosas chilenas de la Colonia son muy


buenas fuentes para el conocimiento del habla de la época,
pues propician la aparición de un tipo de lenguaje que no es
común en la escritura, un lenguaje más cercano a la oralidad.
La clarisa Úrsula Suárez (1666-1749) nos legó el manuscrito
de su autobiografía, escrita entre 1700 y 1730 y editada mo-
dernamente por Mario Ferreccio con el título de «Relación
autobiográfica». La escritura de Úrsula ofrece múltiples ejem-
plos de un seseo generalizado: alcanses, rason, corason, fuer-
sa, entre muchos otros. Mientras que en los textos que hemos
comentado antes no había casos de yeísmo (el no distinguir
entre ye y elle al pronunciar), sí lo manifiesta la monja, cuando
escribe halla por haya. También aporta testimonios de la pér-
dida de /d/: merse (por merced), aonde, fielidad, y de confusión
de /r/ y /l/: albol por árbol, vorver por volver, o parabra por
palabra. Especialmente llamativa es la aparición del voseo en
la autobiografía de Suárez, por lo cual Ferreccio concluye que
este uso ya está vigente en Chile alrededor de 1670.
Otra religiosa que nos ha revelado mucho acerca del habla
de la Colonia es sor Josefa de los Dolores Peña y Lillo, cuyas
cartas confesionales, escritas entre 1763 y 1769, fueron edita-
das y estudiadas por Raïssa Kordic en el 2008. Al igual que en

96
El español en Chile

Suárez, en Peña y Lillo el seseo es abundantísimo, y sistemá-


ticamente escribe con s en lugar de c o z: naturalesa, satisfa-
ser, providensia, etc. Igualmente, es frecuente el debilitamiento
de /s/ final de sílaba: hata (por hasta), nuestro corazones (por
nuestros corazones), etc., el cual también se manifiesta a través
de ultracorrecciones: algusnos por algunos o destesto por de-
testo. También ofrece un ejemplo de yeísmo: culas, forma que,
según justifica Kordic, puede entenderse como cullas, escrito
así en lugar de cuyas. La confusión de /r/ y /l/, por último, es
otro rasgo de impronta atlántica que aparece en sus cartas,
aunque escasamente: selebro (por cerebro) y compatibre (com-
patible). La aspiración proveniente de /f/ inicial, en cambio,
no ocurre: Peña y Lillo suele omitir las haches donde deberían
aparecer (arto por harto) y ponerlas donde no deberían es-
tar (huna por una). En resumen, los documentos escritos por
ambas monjas chilenas durante el siglo XVIII dejan traslucir
una pronunciación típica del español atlántico, lo cual mues-
tra el arraigo histórico de la koiné local surgida durante los
primeros siglos de la Colonia.
Un último documento que creemos vale la pena espigar
es una carta escrita en 1766 por Joseph de Luzio y publica-
da en los «Documentos para la historia lingüística de Hispa-
noamérica» (analizada anteriormente por Juan Antonio Frago
en su libro de 2001). Nuevamente encontramos acá los rasgos
del español atlántico que marcan el periodo de formación del
español americano y que perviven hasta hoy en nuestro me-
dio: seseo (resibo por recibo, ce por se, precico por preciso,
cecretos por secretos), yeísmo (llo por yo, sulla por suya), de-
bilitamiento de /s/ final (muchas memoria, o, por ultracorrec-
ción, lo mesmos en lugar de lo mesmo [mesmo es variante
antigua de mismo]), confusión de /r/ y /l (me alegrale por me

97
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

alegraré, fuele por fuere, Bardibia por Valdivia, buerba por


vuelva, mir por mil, ynbialme por enviarme, esperimental por
experimentar, sardra por saldrá, particural por particular) y
debilitamiento de /d/ (carida por caridad). Frago también lla-
ma la atención sobre algunas cuestiones gramaticales, como el
uso del artículo ante nombres propios femeninos, hasta hoy
vigente en Chile (en la carta de 1766: la Panchita, la Agus-
tina, la Antonia). Esto es común hoy en el habla popular de
gran parte del mundo hispanohablante, pero, como indica el
«Diccionario panhispánico de dudas», en Chile tiene la parti-
cularidad de que también se usa entre las personas cultas, lo
cual quizá podría interpretarse como efecto de su tenacidad
histórica en el dialecto chileno. Por último, en este documento
aparecen americanismos léxicos como afrecho y plagiar (en la
carta, pragiar), junto con el quechuismo charqui.
En lo relativo a la pronunciación del periodo colonial,
Manuel Contreras Seitz, en su bien documentado estudio de
2004, concluye que es innegable la impronta andaluza en la
conformación del dialecto chileno de la lengua española, lo
cual demuestra el predominio que desde muy temprano tuvo
el seseo, por ejemplo, entre otros rasgos, tales como el yeísmo,
el debilitamiento de /s/ final o la confusión de /r/ y /l/ también
finales. En palabras de este autor:

Es posible afirmar, a la luz de los antecedentes expuestos,


que los rasgos básicos del español en Chile –seseo y aspi-
ración de /-s/ implosiva– están presentes de manera relati-
vamente generalizada en la lengua de los primeros criollos,
haciéndose más común su utilización en todos los niveles en
el siglo XVII […]. En tanto, rasgos como el yeísmo se empie-
zan a atestiguar sólo a fines del XVII […]. Sin embargo, éste

98
El español en Chile

es un rasgo que progresa conforme llega el XVIII y, con este


siglo, el mayor alejamiento de las tradicionales convencio-
nes ortográficas, tal vez mucho más patente en documentos
chilenos del siglo XIX. (Contreras Seitz 2004: 206)

De esta manera, solo cabría reiterar las conclusiones que


Frago ofreció el 2010 respecto de la historia del español ame-
ricano: también en Chile, las características fundamentales del
dialecto local se encuentran asentadas al comenzar la época de
la Independencia.

La época independiente

A partir del siglo XIX, disponemos de una muy abundante can-


tidad de textos escritos para estudiar la historia de la lengua
española en Chile. Estos textos no son solo manuscritos, sino
que también a partir de este momento contamos con impresos.
Curiosamente, a veces los textos valiosos para la historia del
español de Chile se encuentran ocultos dentro de otros que a
primera vista no lo son. Un buen ejemplo es el de las memorias
del coronel francés Jorge Beauchef (1787-1840), escritas tras
su retiro en 1828. El texto está escrito en un español estándar
impecable, pero hay un segmento en que nos ofrece una trans-
cripción literal de un mensaje que le había sido enviado por
José Antonio Pincheira en 1827, como respuesta al ultimátum
de rendición manifestado por el coronel. Lo importante es que
Beauchef indica que el texto de Pincheira aparece «copiado a la
letra». Este mensaje, a diferencia del texto de Beauchef, revela un
carácter vernáculo evidenciado por rasgos de lengua que mues-
tran la impronta atlántica del español de Chile, manifestada en

99
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

fenómenos de origen andaluz como el seseo (ací por así) o algu-


nos que hasta hoy son considerados subestándar, como el uso
de los por nos (los previene en vez de nos previene). Mediante
la transcripción literal del mensaje de Pincheira, por otra parte,
probablemente Beauchef también quiso evidenciar la diferencia
entre su propia forma de escribir y la de su enemigo.
Sin embargo, las fuentes más ricas para conocer el español
de Chile de la primera mitad del siglo XIX son indirectas, es
decir, son textos que nos cuentan cómo se hablaba en la época:
censuras idiomáticas, gramáticas y diccionarios, entre otros ti-
pos de textos. Como veremos en la sección siguiente, el siglo
XIX fue el momento de formación, difusión y afianzamiento de
cierta manera de concebir y valorar el lenguaje en Chile. Los
usos dialectales, generalmente los populares, se transformaron
en objeto de comentario negativo por parte de intelectuales
chilenos a los que preocupaba una posible fragmentación de la
unidad de la lengua española. Gracias a que estos rasgos fue-
ron objeto de censura, paradójicamente, es que podemos hoy
saber que en ese tiempo se usaron. Muchos de esos rasgos ade-
más, siguen muy vigentes hasta hoy: las censuras y prescripcio-
nes lingüísticas del tipo «¡Usted no lo diga!» han demostrado
ser, sostenidamente a través de la historia, muy inefectivas.
Uno de los primeros en llamar la atención sobre las su-
puestas incorrecciones del habla chilena fue el gramático, ju-
rista y político venezolano-chileno Andrés Bello (1781-1865).
Su preocupación por el lenguaje tenía que ver con cuestiones
más generales: en su ideario, la enseñanza del «buen» lenguaje
se enlazaba con la formación de ciudadanos capacitados para
participar de manera óptima en el proceso de formación polí-
tica y cívica del naciente Estado chileno (volveremos sobre las
ideas de Bello en la sección siguiente). Entre 1833 y 1834, Bello

100
El español en Chile

publica, en una serie de artículos en el periódico santiaguino El


Araucano, sus «Advertencias sobre el uso de la lengua castella-
na, dirigidas a los padres de familia, profesores de los colegios
y maestros de escuela». En ellas se propone advertir «impropie-
dades», «defectos» y «vicios» del lenguaje de los chilenos para
«extirpar estos hábitos viciosos en la primera edad, mediante
el cuidado de los padres de familia y preceptores». Muchos de
los hábitos lingüísticos que Bello consideraba vicios tenían ya
una larga tradición en el habla chilena, como vimos en la sec-
ción anterior: el seseo («… si aspiran a una pronunciación más
esmerada, distinguirán también la s de la z o la c»), el yeísmo
(«… confundiendo haya, tiempo de haber, con halla, tiempo de
hallar»), la confusión de /r/ y /l/ («Los que se cuidan de evitar
todo resabio de vulgarismo en su pronunciación procuran no
equivocar la r con la l»), la supresión de la /d/ (usté, abogao) o
el voseo («se debe decir usted o tú», indica Bello, al tiempo que
condena las conjugaciones voseantes del tipo comís).
Junto con estos rasgos atlánticos, de ascendencia anda-
luza, Bello indirectamente deja constancia de la vigencia que,
a comienzos del siglo XIX, tenían en el habla chilena muchos
fenómenos que viven hasta hoy, a veces solo en variedades po-
pulares o rurales: haiga, naide o naiden, fuistes (por fuiste), ca-
bimos (por cabemos), mesmo (por mismo) o pónemelo (en vez
de pónmelo). Son muy interesantes las observaciones que Bello
hace sobre el uso que se hacía en el habla chilena del voseo en
imperativo tomá, andá, vení, que a los chilenos modernos les
suena más bien propio del Río de la Plata, pero que incluso
hasta hoy puede escucharse en zonas rurales de Chile.
Otros fenómenos censurados por Bello pueden llamar la
atención del lector moderno porque hoy son completamen-
te comunes y nadie se espantaría por su empleo: fierro (por

101
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

hierro), recién (como en recién había llegado), agarrar con el


sentido de ‘tomar, coger algo’, molestoso, cargoso, pararse con
el significado de ‘ponerse de pie’, conjugaciones como hubiese
en lugar de hubiera, o fui donde Pedro (Bello dice que lo correc-
to es «Fui a donde estaba Pedro» o «a la casa de Pedro») entre
otros. A propósito de este último fenómeno, Bello también cri-
tica la construcción fui a lo de Pedro, por la cual se explican
nombres actuales de lugares como Lo Prado, Lo Ovalle o Lo
Barnechea, que originalmente debieron haber sido llamados
«lo de [la persona de apellido] Prado», «lo de Ovalle», «lo de
Barnechea»: en este último ejemplo, se hace referencia a Fran-
cisco de Paula Barrenechea (apellido transformado luego en
Barnechea, con una pérdida de vocal que también es común en
el español popular), quien a mediados del siglo XIX fue dueño
de una hacienda importante de ese sector de la capital chilena.
Pocos años después de las «Advertencias» de Bello, nos
encontramos con un catálogo de autor anónimo (un tal J. N.
M.), datado en 1843 y publicado modernamente por Mario
Ferreccio (en 1979). El catálogo anónimo es una censura de
usos lingüísticos que seguro eran habituales a comienzos del
siglo XIX chileno. A continuación copiamos algunos pocos de
los casi 500 ejemplos que entrega el autor:

Se dice Dígase
almofroita hermafrodita
arpiste alpiste
creito crédito
decí di
gayeta galleta
gediondo hediondo
malaso malísimo
meis maíz

102
El español en Chile

Tan solo el primero de estos ejemplos muestra cuatro fe-


nómenos comunes en la pronunciación coloquial o popular
chilena:

1. vacilación en el timbre de las vocales (/a/ por /e/ y /o/


por /a/);
2. confusión de /r/ y /l/, en su variante lambdacista (/l/
por /r/);
3. pérdida de la /d/ entre vocales;
4. cambio de la acentuación (almofroita lleva el acento
tónico en la segunda o). Este último hábito es el que
también se ve en el cambio de maíz a meis, una vez
que la /a/ se transforma en /e/: de hecho, es la pronun-
ciación meis la que está detrás del famoso motemei (=
mote de maíz), con pérdida de la /s/ final, por supuesto.

Los rasgos lingüísticos atlánticos ya identificados en la


documentación colonial y censurados por Bello vuelven a
aparecer con frecuencia en el catálogo: seseo (en el propio
testimonio del autor: malaso por malazo, o entuciasmo por
entusiasmo), yeísmo (gayeta), confusión de /r/ y /l/ (arpiste por
alpiste, cárculo por cálculo), debilitamiento de /d/ (creito por
crédito), voseo (decí, en el imperativo). El ejemplo de gedion-
do por hediondo es un testimonio valioso de que aún pervivía
entonces la aspiración inicial procedente de /f/ latina (el ori-
gen de esta palabra es foetibundus). El malazo también nos
muestra que ya era común la formación de derivados con –azo
pospuesto a adjetivos y adverbios, con el significado de ‘muy’
(buenazo ‘muy bueno’, lejazo ‘muy lejos’), cosa peculiar (aun-
que quizá no exclusiva) del dialecto chileno y que conlleva hoy
cierto aire de ruralidad.

103
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

Algunos años después, en 1860, Valentín Gormaz publi-


có sus «Correcciones lexigráficas sobre la lengua castellana
en Chile». Con un ánimo similar al de Andrés Bello y al del
anónimo de 1843, Gormaz da cuenta, al censurarlos, de prác-
ticamente los mismos fenómenos lingüísticos que sus prede-
cesores. Más interesante todavía es el libro «Voces usadas en
Chile», publicado en el 1900 por el abogado y político Aníbal
Echeverría y Reyes, aficionado también al estudio del lenguaje.
Echeverría escribe en un momento en que ya habían llegado a
Chile los profesores alemanes Rodolfo Lenz y Federico Hans-
sen para fundar la aproximación científica y descriptiva del
lenguaje en el país. De hecho, Echeverría era admirador de los
estudios de Lenz (revisaremos estos más adelante) y le pidió
revisar el manuscrito de su obra. Echeverría, probablemente
por influjo de Lenz, asume como uno de sus objetivos «dar
una idea de las particularidades del lenguaje del pueblo y del
castellano de Chile en general».

La sección acerca de la pronunciación chilena apunta va-


rios rasgos conocidos:

1. Yeísmo: «Un cambio muy generalizado en todas las


clases sociales, es la pronunciación de la ll como y»,
«Igual cosa sucede con la s, c y z, […] que se pronun-
cian con un mismo sonido».
2. Debilitamiento de /s/ final: «Más vulgar […] es la su-
presión de la s antes de consonante o al fin de pala-
bra, o su sustitución por una leve aspiración», y «no
pronunciar la s entre vocales o al principio de pala-
bra solo es propio de la gente más atrasada».

104
El español en Chile

3. Debilitamiento de la /d/: «… entre vocales y al fin de


palabra desaparece por completo o solo se pronuncia
con un susurro suave».
4. Confusión de /r/ y /l/: «Es falta considerada vulgar, y
muy común en el pueblo, pronunciar r en lugar de l
[…] y l en lugar r».
5. Aspiración proveniente de /f/ inicial latina: «pronuncia-
ción que en unos pocos casos ha conservado el pueblo»,
juir por huir, jembra por hembra o jedor por hedor.

Aparecen también descritos algunos fenómenos que no


habían sido advertidos antes por Bello, el anónimo de 1843 o
Gormaz: «no es raro, sobre todo en el Sur, pronunciar la com-
binación tr como una especie de ch»; «es común oír los por
nos. Ejemplos: vámolos por vámonos; losotros por nosotros».
Asimismo, se detiene con lujo de detalle en el voseo chileno,
gracias a lo cual sabemos que lo habitual era el pronombre vos,
y que «tú […] solo lo emplea el instruido», así como que las ter-
minaciones verbales correspondientes eran amáis, comís y subís
(como hoy) en indicativo, colocá, poné y decí en imperativo, etc.
Finalmente, Echeverría fue muy criticado entre sus con-
temporáneos por incluir, en la sección de vocabulario de su
obra, una serie de palabras consideradas vulgares entonces (y
la mayoría hasta hoy), pero que tienen uso vigente en la actua-
lidad y que cualquiera de nosotros podría pensar que no eran
tan antiguas (porque normalmente no quedan recogidas en la
documentación escrita): huevón, huevada, culear, chucha, pico
o pichula, entre otras.
Pero fue el profesor alemán Rodolfo Lenz (1863-1938)
el primero que se propuso hacer una verdadera descripción
(sin juicios normativos) acerca del español chileno. Lenz llegó

105
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

a Chile en 1890, contratado por el gobierno de José M. Bal-


maceda, junto con otros profesores alemanes, para reforzar el
cuerpo académico del Instituto Pedagógico de la Universidad
de Chile. Lenz vino a hacerse cargo de la enseñanza de lenguas
extranjeras (francés, inglés e italiano), aunque pronto mani-
festó un gran interés por lenguas y culturas indígenas (por los
mapuches, específicamente) y por el lenguaje popular de los
chilenos hispanohablantes. Sus «Estudios chilenos» fueron
primero publicados en alemán en 1892 y 1893. Estos «Estu-
dios…» constituyen la primera descripción verdaderamente
científica de la pronunciación chilena. Además, Lenz incluyó
como apéndice la transcripción fonética de varios textos (na-
rraciones, por ejemplo), que es lo más parecido que podemos
tener a una grabación del habla de las personas de esa época.
Todos los rasgos del español atlántico discutidos antes vuel-
ven a aparecer en la descripción del lingüista alemán: seseo, yeís-
mo, debilitamiento de /s/ final, de /d/ entre vocales o en posición
final, confusión de /l/ y /r/ finales, junto con la asibilación de
la ere en el grupo /tr/ (lo que Echeverría describía como una
pronunciación similar a la de ch) y también de la erre, el ade-
lantamiento de la pronunciación de la jota o gue antes de /e/ o
/i/ (caso que ya hemos explicado como algo similar a [mujier]
o [guierra]), o la aparición de una /e/ añadida al final en verbos
como ver: [bére]. El voseo chileno (específicamente el santiagui-
no) también fue magistralmente descrito por Lenz en un trabajo
de 1891 (publicado en Alemania), que da cuenta de característi-
cas muy similares a las que tenemos hoy en el habla chilena, pero
con sus particularidades históricas. Dice, por ejemplo, que la for-
ma «genuinamente popular» es vos, pronunciada [boh], y que
tú era oído solo «en boca de las personas cultas», de modo que
para el pueblo tú incluso podía sonar «molesto e imperativo».

106
El español en Chile

En cuanto a la conjugación, Lenz ofrece un completo cuadro del


uso voseante. Por ejemplo, en presente de indicativo, el verbo
matar se conjugaba «yo máto, boh matái’, él (u’té) máta, losotro
matámo’, eyo’ (u’tée) mátan», y el verbo querer «yo kéro, boh
kerí, él (u’té) kére, losotro kerímo, eyo’ (u’tée) kéren» (Lenz in-
tenta reflejar la pronunciación mediante la escritura).
Vale la pena dar ahora una breve mirada a algunos tex-
tos que muestran directamente cómo era el español de Chile
hacia fines del XIX y comienzos del XX. Muy ilustradoras al
respecto son las cartas de chilenos que trabajaron en la pampa
salitrera del Norte Grande de Chile entre 1883 y 1937, cuyos
rasgos lingüísticos fueron estudiados por Tania Avilés en 2014.
El habla de los obreros del salitre, manifestada en cartas pri-
vadas escritas de su propio puño y letra, muestra claros meri-
dionalismos (andalucismos) fonéticos, además de arcaísmos y
rasgos subestándares. Entre los meridionalismos, que marcan
la impronta atlántica del habla de los pampinos, se encuen-
tran el seseo (plaser por placer, dise por dice, grasias por gra-
cias, aser por hacer, etc.), el yeísmo (llo por yo, tulla por tuya,
alludado por ayudado, etc.), el debilitamiento de /s/ final (esos
punto, podremo, bierne por viernes, etc.), el debilitamiento de
/d/ (uste, enfermeda, salu, o salia por salida) y la confusión o
pérdida de /l/ y /r/ (guerbo por vuelvo, farta por falta, dentral
por dentrar, abisa por avisar). La aspiración proveniente de /f/
inicial latina no se encuentra, como prueban las confusiones
escritas de haora (por ahora) o asta (por hasta).
Otros rasgos dignos de mencionar son la adición de una
vocal /e/ tras una consonante final (desire por decir) y la pro-
nunciación palatalizada de consonantes velares (que revelan
los obreros cuando escriben, sigente, quero, o al revés, quieri-
do). También aparece una serie de rasgos gramaticales que el

107
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

lector moderno podrá reconocer como vigentes hasta hoy, la


mayoría de las veces en el habla coloquial o popular: tenimos
por tenemos, habemos o habimos por hemos (como en los avi-
mos alegrado, es decir, ‘nos hemos alegrado’), haiga por haya,
los y losotros por nos y nosotros. El voseo, por supuesto, tam-
bién aparece, pero solo en su vertiente verbal: devis aser[te]
onbre, no me escribi. Curiosamente, se documenta en una de
estas cartas la forma debei, que representa un estado de evolu-
ción anterior a debís, es decir, más cercano a la forma debéis,
de donde proviene. Al igual que esta última, hay otros rasgos
gramaticales que se escuchan rara vez en la actualidad, tales
como el uso de hay o hey en lugar de he: yo le ai dicho, no crea
que lo hay hechado al orvido, yo ai mandado dos carta, etc.
Otro documento valiosísimo para conocer el estado de la
lengua en esa época es la crónica que Marco Ibarra escribió
para dejar registro de su experiencia en la Guerra del Pacífi-
co. Esta crónica fue editada por Mario Ferreccio en 1983 y,
por suerte, además de la transcripción del editor, se publicó
un facsímil del manuscrito original de Ibarra. A propósito de
esto último, Ferreccio hace notar que Ibarra emplea la llamada
«ortografía chilena», que tuvo vigencia oficial en este país en-
tre 1844 y 1927. Esta ortografía, que se basaba en la propues-
ta de reforma que Andrés Bello y Juan García del Río habían
planteado en 182316, se diferenciaba de la ortografía de la Real
Academia Española, por ejemplo, en que usaba solo la letra i
para escribir la vocal /i/, y nunca la letra y (hoi, sal i pimienta)
y reservaba la j para el sonido velar jota (jitano, injenio, etc.).
Ibarra escribe: «jeneral i coroneles».

  Véase el libro de Lidia Contreras (1993) para la historia de la ortografía


16

en Chile.

108
El español en Chile

Entre los rasgos lingüísticos que asoman en la escritura


de Ibarra, por un lado están los mismos rasgos de ascenden-
cia andaluza que hemos venido encontrando durante toda la
Colonia y la Independencia: seseo (prinsipal, establesidos, iso
por hizo, bluza por blusa, divicion, etc.), yeísmo (es decir, pro-
nuncia igual la ye y la elle, por lo cual escribe lla por ya, llo
por yo, ulleron por huyeron, cabayo por caballo, ensiyara por
ensillara), debilitamiento de /s/ (entonse, lejo, dos dia, sus mis-
mo paisanos, etc.), debilitamiento de /d/ (salias por salidas, via
por vida) y confusión de /r/ y /l/ (carsonsillo por calzoncillo,
purmon por pulmón, nolmal por normal, coldel por cordel).
Por otra parte, también aparecen el uso de los por nos y el
voseo (estai, por ejemplo).

Creencias lingüísticas y actitudes hacia el habla chilena

El panorama lingüístico-histórico del español en Chile no


puede entenderse cabalmente si no se tiene en cuenta que los
seres humanos no solo hablamos, sino que también habla-
mos acerca de cómo hablamos. Esta propiedad que tiene el
lenguaje de poder referirse a sí mismo, que los lingüistas lla-
man «reflexividad» (siguiendo a Charles Hockett), implica la
existencia de discursos metalingüísticos, tanto de autoría de
especialistas (la lingüística es un gran y complejo texto me-
talingüístico) como de no especialistas, en los que se inmis-
cuyen ideologías de diverso tipo, correspondientes a distintas
circunstancias socioculturales. Es imposible, creo, intentar
responder a la pregunta de «¿Cómo hablamos los chilenos?»
sin hacer alusión a cómo los propios chilenos hemos creído y
creemos que hablamos.

109
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

El siglo XIX es el momento en que el lenguaje emerge como


tema de interés público en el naciente Estado chileno. La ma-
yor parte de la reflexión acerca del lenguaje durante ese siglo
no tuvo una mirada meramente contemplativa, científico-des-
criptiva, esto es, no se interesaba principalmente por cómo era
el habla chilena, sino que se preocupaba más bien por el pro-
blema de cómo debería ser el habla chilena. Era una reflexión
de inclinación normativa y habitualmente censuradora de lo
que particularizaba al lenguaje chileno. Es habitual escuchar
entre lingüistas modernos que los discursos normativos rara
vez tienen efecto en la realidad del uso del lenguaje. Sin em-
bargo, en Chile, al parecer estos discursos lograron afectar, al
menos en algún aspecto, el habla de los chilenos, así como su
autoestima lingüística.
El mismo Rodolfo Lenz, por ejemplo, apuntaba en sus «Es-
tudios chilenos» de 1893: «Todavía hacia 1840, según es voz
pública en Chile, el santiaguino culto se diferenciaba poco, en
su pronunciación, del hombre de clase inferior […]. Desde en-
tonces, la afición a ocuparse de la lengua materna ‘castellana’,
-despertada por hombres como Andrés Bello-, y la instrucción
escolar […] han modificado las condiciones lingüísticas de Chi-
le en beneficio del español» (Lenz [1893] 1940: 88-89). Tam-
bién se ha atribuido frecuentemente un efecto transformador a
la campaña que Andrés Bello emprendió para desterrar el vo-
seo e introducir el tú, pronombre, este último, que fue ganando
cada vez más espacios a medida que la escuela iba ampliando su
alcance, hasta desembocar en la situación de hibridismo (coe-
xistencia de tú y vos) que caracteriza al español de Chile actual.
Asimismo, en las cartas de los obreros del salitre y la cró-
nica de Marcos Ibarra que revisamos en el apartado anterior,
aparecen varias ultracorrecciones que dan cuenta de que los

110
El español en Chile

hablantes de esa época, incluso los medianamente o poco edu-


cados, tenían alguna idea de cuáles pronunciaciones eran mal
miradas o no concordaban con el modelo de lengua que promo-
vía la élite culta. Solo así se entiende, por ejemplo, que uno de
los obreros pampinos escriba desedo: probablemente él practi-
caba el debilitamiento de /d/ y también sabía que eso no corres-
pondía con el modelo que se enseñaba como «correcto», y por
eso lo corregía (equivocadamente, en este caso) en su escritura.
Lo mismo puede pensarse cuando Marco Ibarra, probablemen-
te sabiendo que aspiraba o perdía la /s/ final, la restituye equí-
vocamente en comos (el adverbio como) o en el últimos.
Como ya hemos señalado, durante el siglo XIX chileno
tuvo lugar un proceso de formación y difusión de ideas acerca
del lenguaje. Estas ideas normalmente relacionaban al lengua-
je con otros órdenes de la vida social: la política, la moral,
la religión, etc., de modo que, para comprenderlas adecuada-
mente, hace falta que salgamos del terreno de la lingüística y
también adoptemos una mirada sociosicológica y antropoló-
gica más amplia. Los conceptos de «creencia» y «actitud» son
especialmente útiles para entender el proceso referido. Una ac-
titud es una disposición a evaluar de manera positiva o nega-
tiva una determinada cosa o persona. Estas actitudes muchas
veces se basan en ciertas concepciones o creencias acerca de
dicha cosa o persona, creencias que pueden o no corresponder
con la realidad. Las creencias, al relacionarse entre sí, pueden
conformar «ideologías». Lo importante es que estas creencias
y las actitudes asociadas son aprendidas y reproducidas cul-
turalmente a través de la familia, la escuela, los medios de co-
municación y otras vías, y que normalmente responden a los
intereses específicos de un grupo, la mayoría de las veces el
social y políticamente dominante.

111
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

Podemos decir, entonces, que en el siglo XIX chileno se


formaron actitudes hacia distintas variantes del lenguaje, acti-
tudes basadas en distintas maneras de concebir la lengua. En
realidad, entre los intelectuales chilenos de la época hubo una
relativa homogeneidad respecto de su manera de concebir la
lengua española, es decir, predominó una ideología lingüística
determinada, forjada a partir de ideales racionalistas y repu-
blicanos durante los primeros años de la Independencia. El
personaje más importante en la conformación de esta manera
de pensar fue Andrés Bello, por lo cual vale la pena detenernos
un poco en sus ideas lingüísticas.
A modo de contextualización, hay que señalar que, en
el clima intelectual de los movimientos independentistas his-
panoamericanos, el idioma español se convirtió en un objeto
de reflexión muy importante para las élites, pues presentaba
de modo simultáneo la condición de tradición heredada de
los antiguos dominadores y el potencial de vehículo idóneo
para la participación de los ciudadanos en la vida cívica y
para la difusión de las ideas entre los miembros de las nuevas
naciones. En consecuencia, durante el siglo xix hispanoame-
ricano surgieron diversas actitudes hacia la lengua española
y sus variedades. Algunos renegaron de todo lo que oliera a
España, mientras otros consideraron la lengua española como
símbolo de identidad y de unión internacional, e insistieron
en su cultivo institucional a nivel suprarregional. Entre las
opiniones sobre el futuro del español en los territorios recién
independizados, en Chile (y otras partes de América) se termi-
nó haciendo hegemónica una ideología de tinte culturalmente
conservador que Miguel Ángel Quesada Pacheco (2002) lla-
ma «unionista», la cual tenía como contraparte a las ideas de
los «separatistas».

112
El español en Chile

Grosso modo, los unionistas sostenían ideas racionalistas


y los separatistas, ideas románticas. El propósito de los unio-
nistas era mantener el español como el idioma de las nuevas
naciones independientes y conservarlo relativamente uniforme
a lo largo de todos los territorios hispanohablantes. Los se-
paratistas, mientras tanto, planteaban una escisión lingüísti-
co-ideológica respecto de España, lo que conllevaba valorizar
la diferencia idiomática con la metrópoli y de esta manera re-
forzar la identidad autónoma de las nuevas naciones, es decir,
deseaban que la autoridad idiomática estuviera circunscrita
al país. Fueron los unionistas, como en otras naciones ame-
ricanas, quienes triunfaron en esta pugna ideológica, gracias
a su influencia política y cultural. Por esta razón, les fue posi-
ble aplicar sus ideas mediante una política lingüística de tipo
prescriptivo apoyada de manera oficial por el Gobierno chile-
no y materializada en numerosas obras (gramáticas y diccio-
narios) destinadas a la corrección de los hábitos idiomáticos
que iban en detrimento de la unidad y casticidad de la lengua
española en América.
Como decíamos, el más conocido e influyente de los unio-
nistas fue el político nacido en Venezuela, abogado, escritor,
filólogo y gramático Andrés Bello, quien llegó a Chile en 1829
y desempeñó un papel fundamental en la formación de la Re-
pública chilena17, contexto en el cual ocupó su pluma en la es-
critura de diversos textos fundamentales, tales como el código
civil chileno y una «Gramática de la lengua castellana destina-
da al uso de los americanos», publicada en 1847. En una de-
claración muy citada del prólogo de su «Gramática…», Bello

  Véase la biografía de Iván Jaksic (2010).


17

113
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

expresó que la unidad de la lengua española permitiría instru-


mentalizarla «como un medio providencial de comunicación y
un vínculo de fraternidad entre las varias naciones de origen
español derramadas sobre los dos continentes» (1847: x-xi).
La unidad de la lengua era importante para los unionis-
tas porque evitaría una situación considerada indeseable: la
fragmentación dialectal de la lengua española en Hispanoamé-
rica, de modo análogo a lo que había sucedido con el latín
tras la caída del Imperio romano. Este suceso histórico era
estimado negativamente por su «oscuridad» cultural, que los
americanos no querían ver reiterada en sus nuevas naciones.
La variación y diversidad lingüística, condición hoy aceptada
como natural del lenguaje, también era vista por Bello como
un obstáculo importante para la constitución de las nuevas
naciones: la convivencia de distintas variedades, en su opción,
ofrecía «estorbos a la difusión de las luces, a la ejecución de
las leyes, a la administración del Estado, a la unidad nacional»
(Bello 1847: xi).
El modelo ideal de español unificado, el «español correc-
to», de los unionistas chilenos, sin embargo, se parecía sospe-
chosamente al modelo emanado desde la metrópoli española.
Belford Moré, en un trabajo de 2004, ha mostrado que, a pe-
sar de que Bello defendía de palabra las particularidades lin-
güísticas americanas («Chile y Venezuela tienen tanto derecho
como Aragón y Andalucía para que toleren sus accidentales
divergencias»; Bello 1847: xii), pensaba, paradójicamente, que
los chilenos (y americanos) debían aprender a distinguir en la
pronunciación entre «eses» y «zetas», como los madrileños o
castellanos en general («… los que se cuidan de evitar todo
resabio de vulgarismo en su pronunciación […] distinguirán
también la s de la z o c»; Bello [1833-1834]1940: 66).

114
El español en Chile

Sus ya citadas «Advertencias sobre el uso de la lengua


castellana» son quizá el ejemplo más revelador de su actitud
negativa hacia el uso que se hacía en Chile de la lengua es-
pañola. Bello principia este texto diciendo: «Son muchos los
vicios que bajo todos estos aspectos se han introducido en el
lenguaje de los chilenos y de los demás americanos y aun de las
provincias de la Península […]. Sobre todo, conviene extirpar
estos hábitos viciosos en la primera edad, mediante el cuidado
de los padres de familia y preceptores» (1940 [1833-1834]:
51). Recuérdese que entre estos «vicios» se encontraba el se-
seo, que ya en ese momento tenía una tradición de siglos en
la comunidad local hispanohablante y que muy probablemen-
te se encontraba completamente generalizado entre todos los
hablantes chilenos de español.
Por otra parte, el pensamiento lingüístico de Bello, como
el de otros intelectuales de su época, tenía un importante ele-
mento elitista, en un sentido cultural, pues, para los unionistas,
el modelo lingüístico era el habla de las personas educadas.
Esta era percibida como la menos marcada por rasgos dialec-
tales, al contrario que el habla de los incultos, y, por lo tanto,
la más favorecedora de la unidad del idioma. El mismo Bello
declaró considerar «la costumbre uniforme i auténtica de la
gente educada» (Bello 1847: xii) como el parámetro para con-
siderar un uso apropiado en el marco de la norma local chilena
que emergía en esos momentos. Años más tarde, el abogado y
político Aníbal Echeverría y Reyes señalaba con más fuerza en
su «Voces usadas en Chile» que «el vulgo jamás podrá dar el
tono de un idioma» (1900: xv).
Las ideas lingüísticas de Bello corresponden grosso modo
a lo que James Milroy (2001) llama la «ideología de la len-
gua estándar»: según esta ideología, solo existe una manera

115
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

correcta de hablar, aquella a la que se asigna la condición de


norma (por razones de diverso orden: político, por ejemplo),
y lo que se aparta de ella es error, desviación, incompetencia.
En el caso de los hispanohablantes, la ideología de la lengua
estándar ha hecho que las variedades del español de América
Latina ocupen una posición periférica y hayan estado, durante
mucho tiempo, socialmente subordinadas al español de Casti-
lla, variedad reificada en los códigos léxicos y gramaticales de
la Real Academia Española. Esta jerarquización puede expli-
carse como resultado de la subordinación política que Chile y
otros países hispanoamericanos tuvieron respecto de España al
menos hasta el final del período colonial. En resumen, el espa-
ñol de Chile y otras variedades que divergen estructuralmente
del modelo peninsular metropolitano han sido consideradas
tradicionalmente como formas deslegitimadas y periféricas en
relación con la norma ejemplar peninsular y han sido asocia-
das, por tanto, a la incorrección idiomática.
La ideología lingüística de Bello tuvo una fuerte influencia
sobre la percepción social de la lengua en Chile. Su influencia
se explica principalmente por su prestigio como figura intelec-
tual y por su participación directa en la creación del sistema
educativo chileno. La mayor parte del discurso metalingüístico
chileno de fines del siglo XIX siguió las ideas unionistas, con
pocas variaciones. En consecuencia, una opinión negativa so-
bre las características del español de Chile, en particular las
comunes en el habla popular, se extendió entre muchos gramá-
ticos y lexicógrafos del siglo XIX.
Un muy buen ejemplo de lo anterior es el «Diccionario
de chilenismos» de Zorobabel Rodríguez, publicado en 1875
en Valparaíso. Rodríguez, nacido en Quillota en 1839 y falle-
cido en Valparaíso en 1901, novelista, poeta, parlamentario,

116
El español en Chile

abogado, profesor y periodista, fue uno de los representantes


más notables de la intelectualidad conservadora de la segunda
mitad del s. xix. Fue el primer autor de un diccionario de usos
chilenos, pero no el primero en América. Esteban Pichardo,
en 1836 en Cuba, publicó el primer diccionario americano de
provincialismos, inaugurando una larga y prolífera tradición.
Casi todos estos diccionarios son normativos, en el sentido de
que no se ocupan solamente de describir los regionalismos,
sino de condenarlos, y además comparten una actitud negativa
hacia los vocablos dialectales.
La frase con que Rodríguez comienza el prólogo de su dic-
cionario refleja de manera evidente una actitud lingüística nega-
tiva hacia el uso chileno de la lengua española: «La incorrección
con que en Chile se habla y escribe la lengua española es un
mal tan generalmente reconocido como justamente deplorado»
(Rodríguez 1875: vii). Las palabras de Rodríguez sugieren que
al momento de escribir su diccionario existía una conciencia
metalingüística negativa respecto del habla chilena, pues dice
que es un mal «generalmente reconocido» y «justamente de-
plorado». Nótese además que con el adverbio evaluativo «jus-
tamente» Rodríguez refuerza su adhesión a dicha opinión.
En el párrafo que reproducimos a continuación el autor
elabora y refuerza esta idea, poniendo explícitamente a Chile
cerca del polo inferior (más adelante se refiere explícitamente
a la «inferioridad» del habla chilena) de una jerarquía entre
países que hacen «buen» uso del idioma español:

Si en lo tocante al punto en que nos estamos ocupando la


República de Chile no es ya la última de las naciones en
que se habla español, aún tiene delante de los ojos el bo-
chornoso espectáculo de otras que con menos tranquilidad,

117
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

riqueza y elementos que ella la igualan y la vencen. No he-


mos tenido un Baralt como Venezuela, ni un Pardo como
el Perú, ni un Cuervo como Colombia; y basta abrir los
periódicos de Méjico, de Caracas, de Bogotá y de Lima
para persuadirse de que por aquellos mundos se tiene mu-
cho más respeto a las reglas de la Gramática y se conocen
mucho mejor que entre nosotros los modismos de la len-
gua, y la propia y castiza significación de sus vocablos.
(Rodríguez 1875: vii)

Y en otro apartado, más adelante, cuando explica el pro-


pósito de su diccionario, señala su intención de «contribuir al
perfeccionamiento y depuración de nuestra habla» (Rodríguez
1875: xi), lo cual implica que el ideal es un habla perfecta y
pura, y que el habla chilena se aleja de ese ideal por su imper-
fección e impureza.
Similares líneas lingüístico-ideológicas se pueden encon-
trar si se analizan otras obras de la época, tales como el «Dic-
cionario manual de locuciones viciosas y de correcciones del
lenguaje» del sacerdote Camilo Ortúzar (1893), «Voces usa-
das en Chile» de Aníbal Echeverría y Reyes (1900) o el «Dic-
cionario de chilenismos y de otras voces y locuciones viciosas»
del también sacerdote Manuel Antonio Román (1901-1918).
Es muy interesante constatar que muchas de las ideas lin-
güísticas que hemos descrito para el siglo XIX chileno persisten
hasta la actualidad. A pesar de que han pasado más de dos
siglos desde la Independencia de Chile, las actitudes y creen-
cias lingüísticas de los chilenos todavía muestran huellas de un
orden social colonial. Entre 2009 y 2012 quien escribe par-
ticipó en una investigación en que se hicieron encuestas so-
bre actitudes lingüísticas a 400 santiaguinos. Se les preguntó

118
El español en Chile

acerca de diversas cuestiones relacionadas con la lengua espa-


ñola: qué era para ellos hablar correctamente, si era impor-
tante para ellos hablar correctamente, dónde pensaban que se
hablaba más o menos correctamente, si había alguna forma de
hablar que les agradara o desagradara en particular, qué pen-
saban del español en los medios de comunicación, entre varias
otras preguntas.
La conclusión más importante de este estudio (algunos
detalles pueden encontrarse en mi artículo del año 2012) fue
que los chilenos tienen una baja autoestima lingüística: pien-
san que son los que peor hablan español en todo el mundo.
Por el contrario, piensan que en España o en países america-
nos como Perú y Colombia, hablan mucho mejor que ellos. A
los chilenos no les gusta su forma de hablar, por ejemplo, por-
que sienten que se «comen las eses», porque dicen «cardo», o
porque dicen «cachái» y «poh». Incluso algunos encuestados
llegaron a afirmar, como Zorobabel Rodríguez, que hablamos
mal porque no pronunciamos la z distinto de la s.
A través de esas encuestas pude conocer con cierto deta-
lle el modelo ideal de lengua que tienen los chilenos. La idea
de español correcto que servía de modelo a los encuestados
corresponde a un español pronunciado con fonética caste-
llana o conservadora, con realización plena de consonantes,
ajustado a la escritura, de ritmo pausado, volumen conside-
rable de la voz y acento neutro. Este español correcto, asimis-
mo, se caracterizaría por un vocabulario amplio, respetuoso
de los límites impuestos por el Diccionario académico y li-
bre de voces marcadas (coloquialismos, regionalismos, voces
jergales, etc.), así como de groserías y muletillas. El empleo
correcto de su vocabulario, además, se caracteriza por la pre-
cisión desde el punto de vista del significado. Su utilización

119
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

se ajusta perfectamente a «reglas gramaticales», excluyendo


las construcciones o variantes morfológicas consideradas
subestándares o coloquiales. Por otro lado, el buen hablante
de español, según los encuestados, debería tener en cuenta
las normas académicas (de la RAE), así como expresarse de
manera clara y adecuada a contexto. La valoración positiva
o negativa que hicieron los encuestados del español de los
países hispanohablantes dependía en gran medida de la co-
rrespondencia del perfil lingüístico de cada variedad con el de
este español correcto ideal. Así, por ejemplo, las variedades
de Perú y de España fueron consideradas las más correctas,
mientras que las variedades que se distancian de dicho perfil,
como la de Chile, se encontraban más propensas a ser consi-
deradas incorrectas.
Otro punto que merece comentario es que, cuando pre-
guntamos a los entrevistados qué pensaban sobre el habla lo-
cal, muchos coincidieron en hallar un enemigo común al cual
echarle la culpa por la «degeneración» del habla chilena: el
flaite, que, estereotípicamente, sirve como símbolo y encarna-
ción del estrato social bajo y de la barbarie, bajo una lógica
clasista y elitista. Según muchos de los encuestados, sería la
gente sin educación la que hace que el habla chilena sea tan
deplorable. De hecho, varios dijeron que el habla de regio-
nes (es decir, lo no metropolitano o urbano) es peor que el
habla capitalina precisamente porque en esos lugares había
menos educación.
No es difícil, creo, encontrar los paralelos entre las creen-
cias recién descritas y las ideas de los unionistas chilenos del
siglo XIX. No sería descabellado, de hecho, pensar que la per-
sistencia de ese imaginario se debe a la reproducción y afianza-
miento de los discursos afines al de Bello, Gormaz, Rodríguez

120
El español en Chile

y otros, instaurados y naturalizados como representación he-


gemónica en el medio nacional a través de diversas institucio-
nes: la escuela, la prensa, la academia, en todas las cuales el
pensamiento de inspiración unionista ha tenido importantes
representantes desde esa época hasta la fecha moderna.

121
Los chilenos no hablamos mal por hablar como chilenos

Los chilenos no hablamos mal


por hablar como chilenos

Me parece que es razonable pensar, a partir de todo lo que


he expuesto, que el asunto de que «los chilenos hablamos
mal» tiene que ver con cómo se ha construido, desde las éli-
tes, una percepción social distorsionada respecto de las par-
ticularidades lingüísticas chilenas y americanas, más que con
que realmente estas particularidades sean peores que las que
se consideran legítimas. En cuanto a potencia comunicativa,
nuestras variantes no son peores (ni mejores) que las que son
propias del dialecto castellano.
Por otra parte, tampoco puede negarse que existen dife-
rencias en la calidad de los discursos: es decir, intuitivamente,
cualquiera puede percibir que hay gente que habla «mal» y
gente que habla «bien», pero la calidad de los discursos no
tiene que ver con pertenecer a una determinada comunidad
geopolítica y cultural. Es decir, no por ser chileno se habla
mal y por ser español, peruano o colombiano se habla bien.
En todos los países hay personas que tienen un mal dominio
de su idioma y otras que lo manejan bien. El hablar bien no
pasa necesariamente por pronunciar o no la /d/ ni por decir
o no cachái, huevón o poh, ni por preferir tú cantas en lu-
gar de voh cantái, sino por el conocimiento de un repertorio
amplio de registros que permita expresarnos de manera cla-
ra y adecuada en cada uno de los múltiples contextos en que

123
¿por qué los chilenos hablamos como hablamos?

necesitamos comunicarnos; es decir, pasa por la ampliación de


la competencia lingüística. El lenguaje es una herramienta muy
flexible que no desarrolla toda su potencia si no se aprovecha
dicha flexibilidad. Además, es una herramienta «multiforme
y heteróclita», como decía Ferdinand de Saussure (llamado
«el padre de la lingüística moderna»), es decir, el lenguaje es
inherentemente variable, dinámico y heterogéneo. En los pre-
juicios acerca de la variación se ocultan muchas veces prejui-
cios sociales, de clase, nacionalidad o etnia, de manera que en
la discusión sobre el tema no pueden obviarse tampoco estos
elementos. Además de la heterogeneidad a nivel internacional,
la diversidad interna del español de Chile, con sus sociolectos
y registros diversos, también debiera convertirse en un tema
de debate orientado a mejorar la convivencia y la tolerancia,
sobre todo en una sociedad tan clasista como la chilena.
Por supuesto, el cambio de la manera de concebir y valo-
rar el hablar chileno, uno de cuyos aspectos es la mejora de la
autoestima lingüística, es una tarea que aún se está por reali-
zar, y que requiere de la colaboración conjunta de diversos ac-
tores sociales involucrados o interesados en la intervención en
materia lingüística. Es decir, es genuinamente un asunto de po-
lítica lingüística. El sistema escolar, las universidades, la Aca-
demia Chilena de la Lengua, los medios de comunicación, la
cartera de Educación y el Consejo Nacional de la Cultura y las
Artes; también, y de manera protagónica, claro, la propia co-
munidad, se cuentan entre los actores relevantes que debieran
participar en este proceso en el futuro.

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