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Estamos en Venezuela, por Rafael A.

Sanabria M.

rafaelsanabria17091979@gmail.com

En los últimos años he escuchado en la calle consignas de nuestros venezolanos, algunas pre-elaboradas o
construidas de su propio ingenio, que en vez de edificarnos nos descalifican y hasta degradan. Repetimos
frases que tienen profundo significado, relacionados con nuestra forma de ser o mejor dicho de la imagen que
tenemos de nosotros mismo como pueblo. Una de ellas: “estamos en Venezuela para, por ejemplo, referirse a
una persona cuando se colea descaradamente delante de nosotros. ¿Qué significa esto realmente?

Si le prestamos atención observamos que muchas de estas frases significan limitaciones y cada vez que se
pronuncian es como si se programara, mediante el lenguaje, a persistir en actitudes que nos impiden
realizarnos como colectivo.

¡Estamos en Venezuela! casi todos los venezolanos la hemos pronunciado alguna vez, pero ¿cuál es su
verdadera connotación? Esta frase se dice en circunstancias negativas, cuando falta algún servicio público,
cuando los funcionarios públicos piden soborno, cuando los comerciantes abusan con los precios “en efectivo
tanto y con tarjeta tanto”, entre otras.

Pareciera entonces que “estamos en Venezuela” significa que: somos corruptos, especuladores, abusadores,
mal educados, impuntuales. Eso es lo que actitudinalmente demuestra el pueblo contra el pueblo.

Caminar las calles de la ciudad es sentir el rosario de plegarias de los transeúntes, un pueblo que es oprimido
por el mismo pueblo que le dice ¡estamos en Venezuela!

Cierto es que con esa frase estamos en Venezuela unos con otros cometemos abusos entre el común y no hay
quien le ponga freno, pareciera que vivimos en un país de anomia, donde quien quiera impone su voluntad,
sin importarle llevarse a los demás por delante.

Como si en el fondo resonase la idea de que vendimos el alma al diablo: una lluvia de supuestos tesoros nos
cubrió a cambio de despojarnos de nuestras virtudes republicanas. Así el afán de poder, dominio y riqueza
borra la prudencia, la templanza, la virilidad, la frugalidad, el carácter, la entrega a la patria, nos subvierte,
nos pervierte, nos corrompe, dejamos de ser humildes. Sobre todo, dejamos de ser íntegros: nos
desintegramos. La pérdida de nuestros valores, nuestra inocencia misma, es el alto precio que pagamos al
permitir aplicar la mal llamada “viveza”. Así, decimos a la ligera estamos en Venezuela sin valorar qué
ganamos y qué perdemos con nuestra aceptación de lo mal hecho como nuestro propio estándar.

¿Puede un país evolucionar de esta manera?

Esta expresión estamos en Venezuela debe revertirse a lo positivo: ¿qué puedo aportarle?, ¿cómo puedo
contribuir a su desarrollo económico? Sinónimo de orgullo y no de un disfraz para tapar la mediocridad.

Sin duda esta expresión que se repite a diario en diferentes esferas nuestras, está haciendo estragos en la
colectividad, pues esta acabando con nuestros valores éticos y morales, pero sobre todo está erradicando
nuestra sensibilidad humana y está llevando al hombre a tener en su lenguaje cotidiano expresiones como: “no
te des mala vida”, “no le pares”, “no te estreses”, “se puede caer el mundo pero yo tranquilo”, “llueve pero no
me mojo”, “las cosas están mal pero no participo”, “no muevo un dedo para que mejore la situación”, “todos
hacen lo mismo”, “como vaya viniendo vamos viendo”, “hay que ganar como sea”, “el que no llora no
mama”. Tal vez estas frases estén en la tradición oral como un chiste, pero su aplicabilidad genera una
reacción homeopática, alérgica, en el sentido de una nueva forma orgánica de concebir la cotidianidad.

Hoy más que nunca nos encontramos inmersos en un país, que no nos permite reconocernos en el bien común,
en el espacio común, como el objetivo de nuestras relaciones sociales como individuos. Escuchamos “estamos
fregados, pero no hay nada que hacer”, “los venezolanos somos así, siempre hemos sido así y seguiremos
siendo así”.

Hay que construir el valor, el orden moral, la idea, reconstruir la memoria, no para guardarla sino para
transcurrir, como el tranvía, humana y estéticamente.

“Estamos en Venezuela” para enaltecerla, verle evolucionar, producir, crecer e independizarse culturalmente,
económicamente y tecnológicamente.

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