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MANIFESTACIONES RITUALES Y RELIGIOSAS EN LA EDAD

DEL BRONCE1

Víctor Hurtado

La interpretación del pensamiento religioso en este m o m e n t o suelen ser simples fosas excavadas en
las comunidades prehistóricas es una de las tareas la tierra, sin ningún tipo de revestimento en las pare-
más problemáticas con las que se puede enfrentar el des y sin cubierta de piedras; es la forma de enterra-
arqueólogo, acostumbrado al puro análisis del regis- miento más común en aquellas zonas que, como la
tro arqueológico y poco inclinado a la trascendencia Meseta, no tienen un fuerte sustrato megalítico 2 . Pe-
de los mismos en el campo de las mentalidades reli- ro además, las gentes del Campaniforme utilizan la
giosas. Es evidente que estas dificultades se acrecien- cista, la cueva sepulcral o reutilizan los megalitos; es-
tan al referirse a determinadas épocas, donde la ta última forma de enterramiento resulta especial-
información resulta escasa, como la que nos ocupa m e n t e frecuente en el mediodía peninsular, donde
en estos m o m e n t o s . Sin embargo los nuevos enfo- los Leisner observaron su presencia en los corredores
ques que se están aplicando actualmente a la arqueo- de las tumbas, pudiendo constatar así el carácter intru-
logía, el apoyo antropológico, el mejor conocimiento sivo y tardío del Campaniforme en el Megalitismo 3 .
de los contextos culturales y la atenta observación de En cualquier caso, la variedad de formas respon-
los datos, están rellenando diversas lagunas que posi- de al condicionamiento del ritual campaniforme a la
bilitarán en breve el acercamiento a la espiritualidad tradición funeraria del área geográfica donde se pro-
del hombre prehistórico en general y del Bronce en duzca el enterramiento, pero tiene como característi-
particular. ca c o m ú n la inhumación individual, con el cadáver
en posición flexionada o fetal y acompañado de un
ajuar compuesto preferentemente por las cerámicas
Ritual funerario campaniformes y objetos metálicos. Las tumbas sue-
len hallarse aisladas, sin constituir verdaderas necró-
El sistema de enterramiento característico de la polis, lo que ha dado pie a teorías sobre el carácter
Edad del Bronce es la inhumación individual, supo- nómada de estas poblaciones, aunque determinados
niendo con ello una determinada uniformidad que poblados de reciente excavación pueden llegar a des-
contrasta con la variedad de formas. cartar, o al menos matizar regionalmente, este su-
Este mismo hecho es el que ya se advierte en el puesto.
horizonte del Vaso Campaniforme. Las tumbas de Las cerámicas companiformes han adquirido un
carácter funerario al aparecer insistentemente en el
1
interior de las tumbas; sin embargo detectamos su
Con objeto de poder disertar en este simposio sobre la
presencia en ya numerosos poblados, sobre todo de
religión prehistórica y no crear un vacío en la continuidad
la mitad sur peninsular, que cuentan con un porcen-
cultural que se procura conseguir es por lo que hemos accedi-
do a exponer aquí las manifestaciones religiosas de la Edad taje m u y superior de formas cerámicas características
del Bronce, aunque sin ningún tipo de pretensión concluyen-
2
te; es más, se trata de consideraciones generales basadas en es- G. DELIBES, 1977, pág. 123.
3
tudios de determinados autores. G. LEISNER, und V. Der Suden, 1943, pág. 555.
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de la fase anterior, por lo que no se puede pensar que a.C. Lo más destacado de este tipo de ídolo es la ten-
sean exclusivamente funerarias. Aún así esto no hace dencia al naturalismo con la que está representado y
más que avalar la importancia concedida a la nueva y su diferenciación sexual, a través de la cual se puede
lujosa forma, tanto en las zonas de tradición megalí- apreciar la presencia de la figura masculina. Si se tra-
tica como en las de nueva implantación. Al muerto ta en realidad de ídolos y no meramente exvotos ello
se le entierra con aquellos objetos más preciados, es- debe traducirse en una modificación religiosa, sin
tética y materialmente valorados, pues hemos de su- que suponga cambio sustancial, ya que la divinidad
poner que los puñales, leznas o puntas de cobre anterior continúa apareciendo, tanto bajo el aspecto
constituirían signos de riqueza en esta sociedad. Y esquemático tradicional como el más naturalista.
ello nos hace entrar en la consideración general del Quizás sea posible interpretar de todo ello el que por
cuidadoso rito de enterramiento4, el cual debía estar primera vez nos encontramos ante una figura del
institucionalizado al repetirse con muy pocas varian- dios-hombre, equiparado como paredro a la diosa
tes: no se advierten distinciones socialmente jerarqui- ancestral, surgido por la necesidad de sublimar la fi-
zadas —como ocurrirá en la cultura argárica— y a gura del guerrero, del caudillo tribal o del héroe. La
diferencia de los enterramientos colectivos del me- multiplicidad de armas representadas y la existencia
galitismo destaca el valor del individuo por igual. de las mismas en los ajuares de las tumbas del Bronce
Apenas tenemos datos de la religión en el Campa- podrían servir para apoyar esta hipótesis en su conti-
niforme, puesto que entre los ajuares funerarios no se nuidad durante el II milenio, pero por el momento
encuentran elementos que permitan algún tipo de con- sería aventurada teniendo en cuenta sobre todo la es-
sideración sobre el tema. Para ello es preciso recurrir a casez de datos arqueológicos y la falta de representa-
aquellas zonas de honda raiz megalítica en las que el ciones escultóricas constatadas en la primer mitad
Campaniforme se infiltra y de esta forma obtener sólo del citado milenio.
una visión parcial, dificultada, además, por la influencia En la cultura argárica es también característico,
en ella de la religión precedente. Sin embargo resulta como antes mencionamos, el sistema de enterra-
interesante comprobar cómo en determinados enterra- miento individual con una variedad de formas más
mientos con campaniforme aparecen ídolos; en algunos acusada que en el Campaniforme, pero no es la «for-
casos podemos suponer que son poblaciones de cultura ma» del enterramiento sino el «sistema» de enterra-
megalítica que asumen nuevos elementos, en otros, miento individual, como expresión de ruptura
grupos de gente campaniforme que se apropian de tra- ideológica —frente al colectivismo—, lo que unifor-
diciones religiosas ajenas a ellos. Existen ejemplos para miza la fase argárica en todos los territorios, según
una y otra posibilidad, pero lo cierto es que en estas zo- opinan Lull y Estévez, quienes formulan la hipótesis
nas megalíticas, especialmente el Suroeste, continúa el de que «la tendencia a elección de tipos de enterramien-
culto a la divinidad oculada: en la reutilización del dol- to es diferente entre todos los territorios argáricos porque
men de Pedra Branca5, ocupado por enterramientos in- las tradiciones locales son igualmente distintas»9'. La va-.
dividuales y ajuares característicos del Campaniforme, riedad de tipos de tumbas y sus ajuares sirvieron de
se incluyen ídolos-placas; en un tholos del Gandul ha- base para la división en fases de la cultura9, las cuales
llamos una lámina de oro —metal valorado en este fueron corroboradas y matizadas arqueológicamente
momento— grabada con el tema de la divinidad ocu- a través de las manifestaciones de yacimientos con-
lada6. Un fenómeno observado en el yacimiento de La cretos10. Pero además los nuevos marcos teóricos11
Pijotilla es la presencia paralela al Campaniforme de las permiten hoy, como en el estudio citado de Lull y
figuras humanas o ídolos antropomorfos7; con ello no Estévez, profundizar en el comportamiento del ritual
pretendemos adscribir tal tipo de ídolos a esta cultura, argárico —el tiempo argárico como un sólo momen-
sino que su aparición en la mitad sur peninsular coin- to—, teniendo en cuenta los factores de tiempo, es-
cide cronológicamente con ella, pudiendo significar pacio, sexo, edad y condición12. En un reciente
una reacción religiosa ante las nuevas situaciones socio-
políticas que se producen en los inicios del II milenio 8
V. LULL y J. ETÉVEZ, 1986, pág. 445.
9
B. BLANCE, 1971.
4 10
DELIBES, G., 1977, pág. 129. Una visión de síntesis en H. SCHUBART, y O. ARTEA-
5
O. VEIGA FERREIRA y otros, 1975. GA, 1986.
6 11
V. HURTADO y AMORES, E, (en prensa). R. CHAPMAN, et al., 1981.
7 12
V. HURTADO, 1981. V. LULL y J. ETÉVEZ, 1986.
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trabajo Ruiz-Galvez cuestiona la diferenciación cul- nifestaciones funerarias propias de los momentos ini-
tural del Bronce basándose en la homogeneidad de la ciales del poblado comportan la implantación de una
cultura material, en la que no se advierte sino una sociedad aristocrática, cuyo núcleo fundamental era
paulatina evolución; tan sólo la aparición de un tipo la institución familiar, monogámica, mientras que las
nuevo de enterramiento supone una cierta innova- manifestaciones sepulcrales siguientes, imponiéndose
ción, que afecta sólo a la forma y no al fondo —el primero una generalización de los enterramientos en
«sistema»— del ritual funerario13. cistas y seguidamente en urnas, va traduciendo una
La tumba individual no se vá a manifestar de la creciente diferenciación, tendente a la mostración de
misma manera en todos los territorios peninsulares a un mayor papel del individuo: como depositario de
la vez. El proceso de sustitución del enterramiento pobreza y riqueza»17. Lull ha estudiado los ajuares en
colectivo resulta lento en las áreas de fuerte impacto relación con las unidades de habitación, advirtiendo
megalítico y aún más en aquellas alejadas del clásico que las diferencias no son debidas a criterios impues-
foco original; es por ello que continúan existiendo tos por la familia nuclear sino a la propia estructura
enterramientos en dólmenes durante la primera mi- institucional y establece un proceso evolutivo según
tad del II milenio y aún más en zonas retardatarias. el cual, al principio, las diferencias vienen marcadas
En el área clásica del Argar los enterramientos se en función del sexo, la edad o la actividad del indivi-
realizan en el interior de los poblados, junto a las vi- duo; más tarde se señalan diferencias de riqueza que
viendas. Uno de los tipos de tumbas es la covacha ar- aumentan en la fase de apogeo con la inclusión de
tificial, excavada en la roca, documentada como la un rico ajuar en las tumbas infantiles18; ello significa
más antigua en Fuente Álamo y de posible conexión el grado de institucionalidad que alcanza la sociedad
formal con las cuevas artificiales del Calcolítico; en argárica, en la que los niños nacían con los derechos
una de ellas apareció un ídolo-betilo con «aspecto fa- otorgados.
cial»14. Otro tipo de tumba es la fosa, considerada Con más frecuencia los diferentes tipos de ajua-
también antigua, pero cuya expresión simple de es- res han sido asociados generalmente a valores —sub-
tructura y su escasa presencia en el registro arqueoló- jetivos ante la escasez de análisis antropológicos— de
gico no permite gran matización. La cista es una de diferenciación sexual, según los cuales la repetición y
las estructuras más comunes en el ritual de enterra- agrupamiento de determinados ítems podían respon-
miento y caracterizaba, para B. Blance, el Argar A, der a uno u otro sexo. A este respecto, los modernos
mientras que la costumbre de introducir el cadáver métodos de trabajo estadístico realizados por Lull y
en pithoi o urna sería representativa y típica del Ar- Estévez han permitido confirmar anteriores observa-
gar B15. Es ésta última modalidad la que mejor carac- ciones de asociación arma=hombre y adorno=mujer
teriza el proceso evolutivo del ritual en la cultura y así —prescindiendo aquí de la cerámica— los pun-
argárica, hasta ahora exclusiva del área clásica y que zones, adornos, collares y diademas corresponden a
recientes excavaciones han documentado en zonas de los ajuares femeninos, mientras que las alabardas, ha-
la Meseta16. chas, espadas y brazaletes, a los masculinos, siendo el
En el interior de estas tumbas se deposita el ca- puñal común a ambos19. En este estudio los autores
dáver en cuclillas y recostado sobre un lado. General- intentan, además, una aproximación a la cualifica-
mente la tumba alberga una inhumación, pero ción social, a partir de tales agrupamientos, bajo el
también aparecen enterramientos dobles o triples supuesto de considerar «de mayor valor los ítems de
pertenecientes a un hombre y mujer que ha hecho presencias mínimas asociadas a Ítems de presencias
insistir en la composición de familia nuclear, mono- máximas» y establecen tres categorías de ajuares prin-
gámica, en la que se basa esta sociedad. Y es quizás el cipales: los de mayor valor social serían la alabarda,
aspecto social el que más ha destacado en los estu- espada, el oro, la diadema y el vaso bicónico, o forma
dios sobre el enterramiento argárico. En relación con 6 de Siret que formarían la primera categoría, a la
el proceso evolutivo de las tumbas de Fuente Álamo que pertenecen más hombres que mujeres; en la se-
Schubart y Arteaga resaltan el hecho de que «las ma- gunda se incluyen los pendientes, brazaletes, anillos y
la plata, correspondiendo a ella las mujeres sobre to-
13
M. RUIZ-GÁLVEZ, 1985.
14 17
H. SCHUBART y O. ARTEAGA, 1986, pág. 296. V. LULL y J. ETÉVEZ, 1986.
15 18
B. BLANCE, 1964 y 1971. V. LULL, 1983, págs. 451-547.
16 19
G. NIETO y J. SÁNCHEZ, 1980. V. LULL y J. ETÉVEZ, 1986, pág. 449.
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do, además de enterramientos infantiles importantes; abstracta, incapaz de ser asimilada por un cerebro
en la tercera son ajuares normales con punzón y pu- primitivo23.
ñal —mujeres— o hacha y puñal —hombres— más En algunas ocasiones aparecen cadáveres decapi-
algún otro item. En el análisis quedaron excluidas las tados, como en la tumba 19 de Castellón Alto, Gra-
tumbas sin ajuar20. nada, o en Chichina, Sevilla24, pero el ritual es el
Otro aspecto a destacar en la dualidad rito-so- mismo que en los restantes enterramientos, sólo varía
ciedad argárica es la situación de las tumbas en el in- la colocación de la cabeza, que se coloca entre las
terior del poblado, pues supone una especial manos, en el primer caso, o en los pies, en el segun-
simbiosis en la utilidad del espacio ocupado, por la do. Su significado se escapa y resulta difícil ads-
que se procura una estrecha relación entre vivos y cribirlo a un ajusticiamiento o sacrificio, ya que son
muertos. Esta circunstancia nos sugiere por un lado muy escasos los ejemplo hallados.
la pérdida del temor al muerto que existe en diversas El ritual de enterramiento argárico se repite en
culturas prehistóricas y primitivas y por otro un cul- las regiones periféricas del área clásica de manera si-
to a los antepasados que, tras lo anteriormente ex- milar, aunque con ciertas modalidades, como la si-
puesto, sería un reflejo de la institución social, tuación de las tumbas dentro y fuera del poblado o
orgullo de linaje o débito ancestral. El hecho de la elección preferencial de determinadas formas que
mantener cerca los muertos parece simbolizar de una en poco afectan al contenido.
manera directa, como apuntan Schubart y Arteaga, En el Suroeste —sur de Portugal principalmen-
la orgullosa ascendencia de los vivos21. te— el Bronce fue definido por Schubart25 en base a
Los modernos sistemas de excavaciones y estu- los enterramientos, a través de los cuales distingue
dios empleados en la actualidad permiten conocer dos horizontes paralelos a las fases del Argar. El pri-
mejor las prácticas de enterramiento. Así se precisan mero, Horizonte de Ferradeira, estaría caracterizado
detalles sobre el desplazamiento o extracción y re- por items asimilables al Campaniforme, tumbas en
posición de un cadáver para una segunda inhuma- cistas de tradición megalítica y enterramientos in-
ción o la presencia de ciertas plantas, restos de dividuales en posición extendida. Según el mencio-
tejidos, espartos, revestimiento de fosas con made- nado autor, los ritos funerarios de este momento
ra... que se traducen en la intencionalidad de unir hacen resaltar no sólo el papel del individuo sino
en diferentes momentos los cadáveres de una pare- también una diferenciación social de la población,
ja o familia para perpetuar su anterior situación y que se manifiesta con mejores criterios en la fase
la cuidadosa disposición del lugar en que se depo- siguiente u Horizonte de Atalaia. Aquí los enterra-
sitan preparando, a veces, el suelo con esteras de mientos suelen practicarse en cistas, con la peculiari-
esparto, como en el caso de la Cuesta del Negro de dad de que se agrupan en una estructura alveolar y
Purullena22. cubren con túmulo de piedra y tierra. El número de
Es interesante la inclusión en algunas tumbas de túmulos y sepulturas varía mucho entre las distintas
trozos de animales, como piernas de cabra o vaca, estructuras o monumentos, pudiendo llegar a tener
que constatan en determinados casos el acompaña- asociados en algunos casos, como el monumento V
miento de alimentos para sustentar al muerto en el de Atalaia, 32 túmulos y 39 sepulturas. Alrededor de
viaje —quizás con un carácter transitorio meramen- un círculo central, formado por un anillo de piedras,
te— al más allá; pero el hecho podría —como ocurre se van incorporando anillos secundarios más peque-
en numerosas sociedades primitivas— ser generaliza- ños, cada uno de ellos abarcando una cista o fosa.
do y las ofrendas alimentarias ser únicamente simbó- Resulta problemático profundizar en el estudio
licas o consumidas por los asistentes a la ceremonia del ritual de Atalaia por cuanto la mayoría de los ca-
funeraria. En opinión de James la costumbre de los dáveres han desaparecido a causa de la acidez del te-
ritos funerario periódicos, que son una especie de rreno. La disposición de las tumbas partiendo de un
«recordatorio», tienden a prologar la supervivencia anillo o tumba central, no hace más que confirmar la
de los desaparecidos manteniéndolos en contacto importancia de la jerarquización y de la institución
con los vivos, puesto que la eternidad es una idea en general de las sociedades del Bronce. Por otro la-

20 23
V. LuLLyJ. ETÉVEZ, 1986, pág. 450. E. O. JAMES, 1973, pág. 185.
21 24
E. O. JAMES, 1973, pág. 185.
V. LULL, 1983, págs. 451-457.
22 25
F. MOLINA y E. PAREJA, 1975. H. SCHUBART, 1973 y 1975.
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do las estructuras tumulares parecen hacer pervivir la menos que sorprender30. El llamado «complejo 7" es
idea del megalitismo —que en todo el Suroeste se un edificio de planta en L invertida, mayor anchura
había implantado con fuerza—, como si se tratara de en el lado corto erigido con técnicas constructivas
mantener la cohesión anterior, uniéndose en una distintas, enlucidas las paredes y el suelo y cubierto
misma área funeraria a pesar del nuevo rito de ente- posiblemente con troncos y ramaje con revoco de cal
rramiento individual. por el interior. En el interior aparece un banco corri-
Esta pervivencia megalítica se intuye26 en la do junto a los muros, dos «piletas", un pilar de arga-
Cuenca Media del Guadiana, donde la presencia del masa con armazón interna de madera colocado en la
Bronce se advierte más por la tipología de los mate- parte más ancha, una estructura cuadrangular que
riales —similares a la de Atalaia— que por los nue- interpretan como «mesa de ofrendas» y otra prismá-
vos ritos de enterramiento, en algún caso, como tica en un ángulo y por último el denominado «altar
Colada de Monte Nuevo27 se reutilizan los tholoi; en de cuernos», situado en medio de la zona ancha. Está
otro, como Guadajira28, a una estructura circular con claro que es este último elemento el más sobresalien-
enterramiento colectivo y ajuar de tipo Atalaia, se le te, puesto que el resto del conjunto puede responder
adosa una cista, indicando así una posible fase de a la complejidad de los edificios argáricos, pero en el
transición hasta la implantación definitiva de la cista. criterio de los excavadores influyó además la presen-
Esta última forma de enterramiento resulta abundan- cia de una serie de objetos sobre el pavimento, el
te —mal estudiada aún— y habría que ponerla en banco y en algunas estructuras —cerámicas de gran
relación con las existentes en Huelva, que, a su vez , tamaño, un fragmento de puñal, algunos útiles y
se incorporan al área de influencia de Atalaia. conchas perforadas...— que son interpretados como
En el Bajo Guadalquivir se comienza ahora a de- ofrendas funerarias. El cartácter funerario estaría
tectar la presencia de enterramientos del Bronce, in- condicionado por el hallazgo de varios enterramien-
cluso en el interior de poblados, como en los casos tos relacionados (¿?) con el edificio.
de Setefilla y Berrueco29, aunque todavía es pronto El «altar de cuernos» presenta el aspecto de una
para valorar debidamente. En el Gandul hemos ha- mesa rectangular con la superficie cóncava, cuyos ex-
llado recientemente varias covachas artificiales, simi- tremos quedan elevados. Si se acepta su significación
lares a las de Fuente Álamo o Purullena, con sería el único hallado hasta ahora en la península,
enterramiento individual y que revisten la particula- junto a otro posible descubierto por Siret en El Ofi-
ridad de un cierto «parasitismo» al situarse en el in- cio. Por ello los autores del estudio recurren a un
terior del túmulo de un tholos, dispuestas dos a dos a acopio de paralelismos con templos de Anatolia y
ambos lados del corredor. Es posible que la causa de Mediterráneo oriental con el fin de asegurar la tesis
esta proximidad sea el aprovisionamiento de piedras religiosa, a pesar de la distancia cronológica existente
—en dos casos— que le procura la cubierta del tho- entre tales culturas.
los, pero también la reutilización de un monumental No es nuestra intención cuestionar la interpreta-
área funeraria con lo que ello supone de sagrado. ción del edificio como templo funerario y sólo cabe
La cultura de las Motillas, en la Meseta, destaca esperar que nuevos hallazgos la corroboren o des-
principalmente por la personalidad que le confieren mientan; pero, por el momento, creemos que los ar-
sus construcciones defensivas, mientras que el ritual gumentos en los que está basada tal interpretación
de enterramiento en el interior de los poblados refle- resultan débiles ante una categoría tan novedosa en
ja sus relaciones con el Argar. Las excavaciones que el panorama cultural del Bronce.
se llevan a cabo en el Cerro de la Encantada mues- Los ritos funerarios son escasamente conocidos
tran una morfología distinta a las «motillas» y han durante la etapa final del Bronce; en los contados
puesto al descubierto una serie de construcciones ejemplos hallados parece mantenerse el rito de inhu-
que, por la interpretación que de ellas hacen sus ex- mación individual en posición fetal, aunque las for-
cavadores como templos funerarios, no pueden por mas de las tumbas suelen variar según los territorios.
Así, la cista cubierta con túmulo, como en algunos
26
casos septentrionales; o en fosa con inhumación tri-
J. J. ENRÍQUEZ y V. HURTADO, 1986.
27
ple, como en San Román de la Hornija; o, aún más
SCHUBART, 1971.
espectacular, como en el monumento de Roca do
28
V. HURTADO, 1975.
29
M a . E. AUBET, et al., 1983. J. L. ESCALENA y G. FRU-
30
TOS, 1985. J. SÁNCHEZ MESEGUER, et al, 1985.
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Casal do Meio — c o n dos inhumaciones—, cuya es- Ala— de u n hacha y un objeto ancoriforme, inter-
tructura y cubierta de falsa cúpula parece mantener pretado como ídolo oculado. En ambos casos se ob-
latente la tradición de los tholoi de la Extremadura serva ya la incorporación a la figura humana de una
portuguesa. serie de objetos —fundamentalmente armas—, que
Este rito de inhumación se verá sustituido por la tenderá a generalizarse. Dichas estelas-menhires se
incineración con el aporte de nuevas transformacio- han puesto en relación con la divinidad femenina
nes culturales y religiosas foráneas que se introducen megalítica, no tanto por la interpretación del ídolo
en la Península en el primer milenio a.C. oculado — s u asociación con u n arma se repite en las
losas alemtejanas— sino por su paralelismo con la es-
tatua-pilar del Dolmen de Soto.
Manifestaciones religiosas Del grupo de estelas-ídolo se conocen algunos
ejemplares que se reparten ampliamente por la geo-
Quizás u n o de los aspectos más destacados de la grafía peninsular, con especial inclinación a la mitad
religiosidad en el Bronce sea la ausencia de objetos oeste. En este grupo se incluyen las representaciones
religiosos o cultuales en el interior de las tumbas, a de tendencia rectangular, generalmente con el extre-
diferencia de lo que ocurre en el Calcolítico. Es cier- m o superior redondeado, que aparecen sobre blo-
to que existen evidencias religiosas, pero escasas y no ques de la misma forma o grabados. Su vinculación
se encuentran documentadas en u n registro arqueo- con el m u n d o megalítico se hacía patente por la apa-
lógico, por lo que su estudio se basa principalmente rición en algunas de ellas de los característicos ojos u
en consideraciones tipológicas. esquemas geométricos que recuerdan el carácter te-
Resulta curioso que la mayoría de los considera- mático y compositivo de los ídolos placas del Suroes-
dos ídolos del Bronce aparezcan, sobre todo, en la te. A este respecto la reciente excavación y estudio
mitad septentrional y no precisamente en las áreas del Collado de los Sejos, Santander, ha aportado
meridionales, d o n d e podrán ser justificados por la unos datos valiosos para la comprensión de este gru-
tradición calcolítica, con su abundancia y variedad po de figuras32. Las dos piezas halladas formaban par-
de representaciones. D e ello se puede interpretar que te de un conjunto de menhires dispuestos en círculo
la concepción religiosa se ha modificado con el cam- a modo de cromlech que no parecen dejar dudas so-
bio cultural, aunque no sustancialmente, como pue- bre su afinidad megalítica. Ello ha supuesto a los au-
de deducirse de las opiniones referidas en la tores del hallazgo replantear el contexto cultural y
bibliografía existente; así, los ídolos de Chillaron, cronológico de estas piezas en su relación con las del
Rodicol, Noceda, Monteagudo..., no serían más que resto del grupo y esbozan una trayectoria iconográfi-
pervivencias de los anteriores esquemas megalíticos ca de las estelas en tres fases: en la primera quedarían
de la divinidad femenina bajo formas ovoides y so- comprendidas aquellas en las que figuran armas y
portes de guijarros 31 . que aparecen tanto en pinturas y grabados como en
Se asiste, pues, en el panorama peninsular, a un las estelas de Nossa Sra. de la Esperanza, Crato, o la
desplazamiento de los objetos religiosos hacia el nor- de Sejos I, con una cronología anterior al 2000 a . C ;
te, que crea u n cierto vacío de representaciones en el en la segunda estaría representada la estela de Sejos II
sur durante un período de tiempo no definido aún. —del mismo conjunto—, en la que aparece un pu-
Cuando este vacío se ocupe será a partir de nuevos ñal campaniforme, con datación en el 2000; y por
modelos, como las losas y estelas grabadas del Su- último, en torno al 1800 a.C. se situarían los Ídolos
roeste, cuya cronología y relación entre los diversos de Peña Tú y Tabuyo del Monte con clara influencia
tipos no deja de suscitar polémica. argárica en los remaches del puñal. Tal explicación
podría resultar válida, además, para enlazar este gru-
Parece existir mayor acuerdo, sin embargo, en la
po con el existente en Europa — I I I milenio—, al
antigüedad de las estelas-menhires, aunque el escaso
cual varios autores intentan buscar orígenes en las
número de piezas halladas no permite consideracio-
placas portuguesas 33 . A ú n así hace falta corroborar
nes de tipo general. Se trata de soportes de piedras
esta hipótesis de evolución con nuevos hallazgos, co-
paralelepípedas que parecen conformar figuras h u -
m o también precisa u n estudio profundo el tipo de
manas. En un caso — L a Braña de Troitosende— se
acompaña de un aspa y colgante, en otro —Villar de
32
P. BUENO, et al., 1985.
31 33
Véase p. ej. M. J. ALMAGRO GORBEA, 1973. J. ARNAL, 1976. A. D'ANNA, 1977.
MANIFESTACIONES RITUALES Y RELIGIOSAS EN LA EDAD DEL BRONCE 171

relación entre las estelas europeas y peninsulares. En dad —su repetición se constata en numerosas cultu-
atención al tema que nos ocupa aquí resulta intere- ras prehistóricas—. No queremos decir con ello que
sante la observación que hacen los autores del Colla- se pierda el carácter de divinidad de estas figuras, pe-
do de los Sejos sobre la conveniencia de matizar la ro sí que caben otras interpretaciones tras el análisis
función específica que puedan tener cada una de las del conjunto. Muchas de ellas procuran la antropo-
representaciones, para las que se hacen necesarios morfización del soporte, incluso se representa el cin-
nuevos criterios interpretativos, con una más detalla- turón transversalmente, como si abarcara la piedra;
da observación y análisis contextual. En base a ello hay una tendencia a la representación del cuerpo hu-
consideran que las estelas del Collado de los Sejos, mano completo como ya se advierte en el tipo 4 de
cuya significación religiosa o cultural se reconoce, Almagro Gorbea. En otras aparecen círculos bajo la
podrían tener la función de divinidades protectoras cara que se interpretan como collares o torques col-
de los bosques por su alejamiento de las necrópolis gados al cuello. Este dato podría estar en relación
—como también opina D'Anna— , mientras que el con lo ya expuesto acerca del carácter jerárquico de
ídolo de Peña Tú, emplazado en una elevación que las sociedades del Bronce y es utilizado por el men-
domina una necrópolis megalítica, tendría el carácter cionado auror para sugerir —en su posible conesión
de protectora de los muertos34. Esta posibilidad, a con las estelas extremeñas— un significado atrayen-
nuestro parecer, tiene bastante sentido y aunque en te, como el de que se trate de representaciones de je-
este caso el matiz puede ser referido al de «auyenta- rarcas difuntos y sacralizados; lo cual no sería de
dora», que preserve la tumba —como en el dolmen extrañar, puesto que las únicas —aunque insegu-
de Soto— o necrópolis, también cabe considerar el ras— evidencias contextúales —el conjunto de Her-
de guia o acompañante del muerto que puede que- nán Pérez con las estelas hincadas en el suelo—
dar abarcado en el concepto de Diosa de la muerte, relacionan las estelas con enterramientos. Otros au-
según manifiestan sus abundantes manifestaciones en tores se inclinan, sin embargo, por la interpretación
los sepulcros megalíticos. Es posible incluso que la de divinidad femenina36; y a ella parece adherirse
presencia de armas que se acompañan en este grupo Oliva en el estudio de la estela de la Lantejuela —la
de estelas apoyen ese carácter de preservación. En de- más elaborada del grupo—, en la cual se figuran los
finitiva este grupo participa aún de la mentalidad re- senos, aunque matiza que ello no determina necesa-
ligiosa megalítica y habría que ponerlo en relación riamente el sexo37. Las estelas de Belalcázar y Capilla
con las pervivencias culturales de la misma. I, con las diademas exentas de la cabeza y enmarcan-
Otro grupo se encuentra representado por una do una figura humana —similar a las que aparecen
serie de piezas denominadas estelas-guijarro o estelas en las estelas extremeñas— presentan dos círculos
diademadas en función del soporte y característica junto a la línea del pecho que hacen pensar a los au-
representación que rodea el rostro. En cierta medida tores del estudio en su carácter femenino al que con-
resulta difícil separarlo del grupo anterior, especial- tribuiría la representación de los collares y posibles
mente las piezas de Crato o Nossa Sra. de la Esperan- pendientes38. El interés de estas piezas reside además
za con las que tienen grandes afinidades y que se en la posibilidad de conexionar este grupo con el de
encuentran en el mismo foco de distribución; inclu- las «estelas extremeñas» debido a la concepción esti-
so éstas participan del mismo grupo en el estudio de lística de la figura humana.
Almagro Gorbea, siendo las más antiguas según la En el grupo de las llamadas «losas alentejanas»
evolución tipológica que establece y de acuerdo con —fundamentalmente limitadas al Bajo Alemtejo
el número de elementos representados35. portugués— resulta claro el carácter funerario al ha-
Entre otros nos llama la atención el hecho de re- berse utilizado algunas como cubiertas de cistas. En
presentar la boca en estas figuras, lo que resulta ex- ellas aparecen claramente representados en altorelie-
cepcional en las figuraciones de contexto megalítico. ve diversos tipos de armas, tales como espadas, ala-
El énfasis recaía entonces sobre los ojos y es precisa- bardas o hachas cuyo estudio tipológico ha servido
mente este detalle el que ha hecho insistir en la acep- para encuadrarlas en un Bronce Tardío o fines del II
ción de divinidad oculada y en una serie de
interpretaciones que subrayan el carácter de divini- 36
M. ALMAGRO, 1966, págs. 88, 89 y 139. M. ALMA-
GRO, 1972, pág. 108. M. C. SEVILLANO, 1974.
34 37
P. BUENO, et al., 1985, págs. 48 y 49. D. OLIVA ALONSO, 1983.
35 38
M. ALMAGRO GORBEA, 1977, págs. 194 y ss. J. J. ENRI'QUEZ, y S. CELESTINO, 1984.
172 VÍCTOR HURTADO

milenio 39 ; la cuestión cronológica ha sido puesta en repetir de nuevo el rito de la ofrenda simbólica. La
duda por Ruiz-Galvez, argumentada, entre otros, por mayoría de los ejemplares muestra al personaje de
el hallazgo de una sepultura en Setefilla con elemen- pie, a veces armado, sugiriendo en ocasiones un m o -
tos similares y alta datación absoluta 40 . Existe acuer- vimiento, como si perpetuase al difunto en vida y só-
do, sin embargo, en la interpretación, según la cual lo el ejemplar de Solana de Cabanas, con las piernas
se trata de una ofrenda funeraria simbólica —la pa- flexionadas, podría indicar la actitud del muerto.
noplia del guerrero—, destinada a determinados per- Una de las interpretaciones más sugerentes de las
sonajes de la élite social, lo que coincidiría con el estelas decoradas ha sido la realizada por Bendala en
concepto de organización social, varias veces señala- torno a la pieza de Ategua, observada bajo la óptica
do. Más oscuro se presenta el significado del objeto del ritual funerario en el Geométrico griego 43 . En
ancoriforme; para Almagro 41 representa el «ídolo me- ella destaca una figura h u m a n a de gran tamaño, co-
galítico», a semejanza de otras piezas de hueso halla- locada en la parte superior y con una decoración en
das en Francia o a la figurada en la estela de Villar de el cuerpo que podría significar la coraza. A su lado se
Ala y esta teoría se mantiene aún — a pesar de las du- sitúan las armas —lanza, espada y escudo—, un pei-
das que suscita ante la falta de evidencias arqueológi- ne y un espejo. El significado funerario del espejo se
cas—. Es cierto que no se ha hallado ningún objeto pone de manifiesto al hallarse en varias culturas del
similar que n o fueran las referidas representaciones Mediterráneo formando parte del ajuar como símbo-
del ídolo y que la pieza en cuestión aparece en las lo- lo de muerte. En la mitad inferior se observa otra
sas claramente destacada junto a las espadas, pero es composición escénica con personajes de menor ta-
precisamente esta asociación —se repite frecuente- maño. Debajo de la figura principal aparecen otras
mente el mismo esquema compositivo— de objetos dos, una tendida y otra de pie, que son interpretadas
antagónicos en clara paridad y ambos colgando en como formando parte de una escena de prothesis; la
ocasiones de una banda o cinturón, lo que sugiere figura yacente es el cadáver del difunto colocado
otro tipo de interpretación en el que convendría pro- sobre una pira o lecho mortuorio, la figura de pie
fundizar a partir de nuevos análisis y definición de se lleva las manos a la cabeza en un gesto de lamen-
contextos culturales. tación. Bajo ellos aparecen dos animales que serían
C o n la aparición del grupo de «estelas extreme- los destinados al sacrificio en honor del muerto. En
ñas» —el mayor número se encuentra en esta región otro nivel inferior se encuentra el carro —portador
española— se asiste a la representación de elementos del cadáver a la sepultura y posible portador a la otra
nuevos, claramente emparentados con culturas forá- vida, según Celestino 4 4 —, con una figura tras él que
neas y cuyas influencias se manifiestan a partir del p o d r í a representar a u n servidor o al personaje
Bronce Final, según la tipología de sus objetos. U n a principal en vida. Por último, en la parte inferior,
serie está compuesta por armas u escudos, en otra aparecen dos grupos de cuatro y tres persanajes co-
aparece la figura h u m a n a acompañada generalmente gidos de la m a n o , que en principo fueron conside-
de armas y otros elementos como peines, espejos, fí- rados los hijos del difunto y que Bendala hace
bulas o carros. Su carácter de m o n u m e n t o funerario coincidir con una danza fúnebre c o n t i n u a n d o con
parece indudable 42 ; serían estelas hincadas en el suelo el paralelismo ritual del m u n d o Geométrico.
erigidas en memoria de un destacado guerrero o je- D e este análisis cabe deducir el cambio ritual y
rarca. En m u y contados casos las estelas se encuen- religioso que se produce al final del Bronce con el
tran j u n t o a tumbas consideradas vagamente de aporte cultural externo; sin embargo son muchos los
inhumación, aunque no se descarta la incineración a indicios que hacen suponer la continuidad del rito
juzgar por el hallazgo de Solana de Cabanas; y en de inhumación e incluso ciertos aportes megalíticos
ninguno de los enterramientos que se asocian a las que en determinadas zonas, como el Suroeste, tuvie-
estelas han aparecido ajuares, por lo que se volvería a ron un fuerte arraigo; véase, por ejemplo, la conti-
nuidad del túmulo en época de las colonizaciones o
39
la pervivencia del tema oculado en las pinturas del
H. SCHUBART, 1975. M. VÁRELA GOMES, y J. PINHO
Tajo de las Figuras, Cádiz, asociado a barcos de tipo
MONTEIRO, 1977.
40
fenicio.
M. RUIZ-GALVEZ, 1984, págs. 331-332.
41
M. ALMAGRO, 1966, págs. 133-143.
43
42
M. ALMAGRO, 1966, pág. 199. M. ALMAGRO GOR- M. BENDALA, 1977.
44
BEA, 1977, pág. 193. M. BENDALA, 1977, pág. 182. S. CELESTINO, 1985, pág. 54.
M A N I F E S T A C I O N E S RITUALES Y RELIGIOSAS EN LA E D A D DEL B R O N C E 173

Las representaciones observadas durante el ALMAGRO GORBEA, M. J. (1973): «Los ídolos del Bronce I
Bronce Final destacan la primacía de ciertos persona- Hispano», Bibl. Prah. Hisp. Madrid.
jes relevantes en la sociedad que incluso podrían ha- ALMAGRO GORBEA, M. (1977): «El Bronce Final y el pe-
ber sido sacralizados; ello nos podría inducir a la ríodo orientalizante en Extremadura», Bibl. Prah. Hisp.
existencia de un «culto al héroe», pero las evidencias Madrid.
son mínimas y su consideración arriesgada, pudien- AUBET, M. E., et al. (1983): «La Mesa de Setefilla. Lora del
do tratarse de un mero ritual funerario en honor de Rio (Sevilla)». Campaña de 1979, Exc. Arq. en España,
un personaje relevante. El problema se plantea, pues, 122.
al intentar introducirnos en el m u n d o de las creen- ARTEAGA, O. y SCHUBART, H. (1983): «Excavaciones en
cias religiosas del final del Bronce. Es posible que Fuente Álamo. La cultura del Argar», Rev. de Arqueolo-
existieran divinidades anicónicas, cultos al agua y a gía, 24 y 25.
los bosques con ritos ceremoniales en torno a ellos; ARNAL, J. (1976): Les statues-menhirs, hommes et dieux, ed.
muchos de los hallazgos de armas, localizados en Hespérides.
ríos, podrían significar ofrendas a alguna divinidad BENDALA, M. (1977): «Notas sobre las estelas decoradas
acuática, como apuntan algunos autores. Al decir de del Suroeste y los orígenes de Tartessos», Habis, 8,
Blanco «...las influencias fenicias calaron en el terre- págs. 177 y ss.
no de la espiritualidad. Al m u n d o indígena, en aque- BLANCE, B. (1964): «The argaric Bronze in Iberia», Rev.
llos m o m e n t o s anicónico, los tirios aportaban la Guimara.es, LXXIV.
riqueza iconográfica de la religiosidad oriental, fácil- BLANCE, B. (1971): Die Anfange der Metallurgie auf der
mente adaptable a religiones naturalistas en que el Iberischen Halbinsel, SAM, 4, Berlín.
sol, el cielo, los astros, la tierra y las aguas fuesen BLANCO FREIJEIRO, A. (1979): «La ciudad antigua (de la
contemplados como números antropomorfos o su- Prehistoria a los visigodos)», Historia de Sevilla, vol. I,
ceptibles de llegar a serlo» 45 . Univ. de Sevilla.
Los diferentes grupos de representaciones halla- BUENO, P. et al. (1985): «Excavaciones en el Collado de los
das en el Suroeste, con una personalidad propia, no Sejos (Valle Polaciones, Santander)», Not. Arq. Hisp.,
pueden ser estudiados solamente en base a la tipolo- 22, págs. 27 y ss.
gía de sus elementos y se hace necesario un estudio CELESTINO, S. (1985): «Los carros y las estelas decoradas
más exhaustivo de los contextos culturales que se de- del Suroeste», Hom. a Cánovas Pesini, págs. 45 y ss.
sarrollan en esta zona durante la Edad del Bronce; no CHAPMAN, R. et al. (1981): Archaeology of Death, Cam-
es de extrañar, como ya se intuye, que existan terri- brigde Univ. Press.
torios culturales diferenciados que comienzan a per- D'ANNA, A. (1977): Les statues-mehirs et esteles anthopo-
sonalizarse en la última fase del Calcolítico y que la
morphes du midi maditerranéen, C.N.R.S., París.
aparición de algunos grupos — d e amplia cronolo-
DELIBES, G. (1977): «El vaso campaniforme en la Meseta
gía— de estelas sea debida a diferentes formas de ex-
Norte española», Studia Archaeologica, 46, Valladolid.
presar u n a idea c o m ú n que se modifica ante la
ENRÍQUEZ, J. J. y HURTADO, V. (1986): «Prehistoria y Pro-
llegada de influjos externos. Es evidente que lo que
tohistoria», Historia de la Baja Extremadura, vol. I,
acabamos de exponer es una mera reflexión que con-
R.A.E.A.L., Badajoz.
viene documentar con detenimiento, pero los apor-
tes de datos que se están ofreciendo últimamente ENRÍQUEZ, J. J. y CELESTINO, S. (1984): «Nuevas estelas
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