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EXTRACONTRACTUAL
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RESPONSABILIDAD EXTRACONTRACTUAL
El Título 36 del Libro 4º, arts. 2.314 a 2.334, trata “De los delitos y cuasidelitos”.
Puede definirse el delito civil como el hecho ilícito cometido con intención de dañar
que ha inferido injuria o daño a otra persona (arts. 1437, 2284, 2314). Cuasidelito civil es,
en cambio, el hecho culposo pero cometido sin intención de dañar que ha inferido injuria o
daño a otra persona (arts. 1437, 2284, 2314).
El art. 2.314 dice: “el que ha cometido un delito o cuasidelito que ha inferido daño a
otro, es obligado a la indemnización; sin perjuicio de la pena que le impongan las leyes por
el delito o cuasidelito”.
obligación en que se encuentra el autor de indemnizar los perjuicios que su hecho ilícito,
delito o cuasidelito, ha ocasionado a la víctima.
Las principales diferencias que se señalan entre ellas son fundamentalmente dos: a)
en la responsabilidad contractual existe un vínculo jurídico previo; la responsabilidad
extracontractual da origen al vínculo, y b) en la primera, la culpa por el incumplimiento,
cumplimiento imperfecto o cumplimiento tardío se presume, no así por regla general en la
aquiliana.
La responsabilidad subjetiva
La responsabilidad objetiva
Esta teoría fue formulada en Alemania por Mataja (1888), en Italia por
Orlando (1894) y en Francia por Saleilles y Josserand (1897). Josserand
publicó “De la responsabilité du fait des choses inanimées”,
proponiendo la nueva teoría que se basaba en el adagio ubi
emolumentum, ibi onus; según el cual el que saca provecho del riesgo
debe soportar sus cargas.
Fruto de estas críticas y de la realidad social y económica que las inspiraba, fue la
aparición de la doctrina de la responsabilidad objetiva, estricta (derecho anglosajón) o por
riesgo (derecho francés), como también se la llama, porque ella no atiende como lo anterior
a la conducta del agente, a su culpabilidad, sino meramente al resultado material que de ella
ha derivado: el daño. Se la llama responsabilidad objetiva por prescindir de los contenidos
subjetivos (dolo o culpa) del modelo clásico. La obligación de indemnizar exige
fundamentalmente la existencia de un perjuicio ocasionado a otro por la conducta del autor
del mismo.
Se destaca, en primer lugar, que es peligrosa: si bien, por una parte, ampara a la
víctima frente al daño que se le ha ocasionado facilitándole el cobro de la indemnización,
por otro lado fomenta la existencia de nuevas víctimas, porque si de todos modos habrá que
reparar, puede introducirse en la conciencia general la idea de que ante el Derecho da igual
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actuar con diligencia o sin ella, ya que siempre se responderá del daño que pueda llegarse a
ocasionar. Para defenderse de esta posibilidad se contratarán seguros de riesgos a terceros,
todo lo cual puede conducir a un aumento de los hechos ilícitos.
Con todo, como dice Enrique Barros, conviene advertir que los sistemas de
responsabilidad por culpa y objetiva admiten variaciones que los acercan.
El art. 2327 establece una regla de responsabilidad estricta bajo la forma de una
presunción de derecho, aplicable a todo aquel que tenga un animal fiero de que no reporte
utilidad para la guarda o servicio de un predio, por los daños que éste haya ocasionado.
2. Daño ocasionado por las cosas que se arrojan o caen desde la parte superior de un
edificio.
Según lo dispuesto en el art. 2328, el daño es imputable a todas las personas que
habitan la misma parte del edificio, y la indemnización se dividirá entre todas ellas, a
menos que se pruebe que el hecho se debe a la culpa o mala intención de alguna persona
exclusivamente, en cuyo caso será responsable esta sola. Como se advierte, en el primer
caso se trata de responsabilidad sin culpa o estricta, que se distribuye entre todos quienes
pudieron provocar el daño.
8. Daños nucleares.
Ley Nº 18.302, Ley de seguridad nuclear, arts. 49 y siguientes.
9. Código de Minería.
Arts. 14 y 113.
dolo del autor del daño y culpa en el cuasidelito civil. Salvada esta separación, no hay otras
entre éste y aquél, y no es mayor la responsabilidad en el caso de dolo que en el de la culpa,
pues su intensidad se mide por el daño y no por la actuación del agente.
De ahí que las legislaciones de este siglo hayan abandonado la distinción entre
delito y cuasidelito civil; así ocurre en los Códigos alemán, suizo, italiano, de Brasil, Perú,
etc.
El dolo se aprecia in concreto según las circunstancias del actor, ya que incluye un
elemento psicológico: la intención, el deseo de causar el daño, cuya prueba corresponderá
siempre al demandante, ya que el dolo no se presume.
En la culpa en abstracto, se compara la actitud del agente con la que habría tenido
en el caso que ocasiona daño una persona prudente expuesta a la misma situación; o sea, se
adopta un tipo ideal y se determina cómo habría éste reaccionado.
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La doctrina (por ej. Alessandri, ob. cit., Nº 124, p. 173) sostiene casi unánimemente
que en nuestra legislación se adopta el primer criterio, y el sujeto ideal de comparación es
el buen padre de familia (bonus pater familias), según el concepto del art. 47.
Ver Rosso Elorriaga, Gian Franco: “El buen padre de familia como
criterio de apreciación de la culpa y su aplicación a la responsabilidad
civil cuasidelictual” en Derecho de Daños, LexisNexis, Santiago, 2002,
pp. 3-51.
Prueba de la culpa
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En materia contractual, el art. 1.547, inc. 3º, dispone que “la prueba de la diligencia
o cuidado incumbe al que ha debido emplearlo”, lo que equivale a decir que dicha clase de
culpa se presume, pues el deudor debe probar que no ha incurrido en ella.
En relación con esta materia -prueba de la culpa- hay que tener presente:
1º Teoría de las obligaciones de medio y resultado, y
2º Presunciones de culpa.
Presunciones de culpa
En relación con esta materia se ha discutido el alcance del art. 2.329. El precepto en
su inc. 1º dispone que: “Por regla general todo daño que pueda imputarse a malicia o
negligencia de otra persona, debe ser reparado por ésta”. Y agrega a continuación: “son
especialmente obligados a esta reparación...”, enumerando tres casos.
Para muchos, hay una mera reiteración en el inc. 1º del artículo 2.329 de la norma
del art. 2.314, que impone al que ha cometido un delito o cuasidelito la obligación de
repararlo (R.D.J., T. 3, sec. 1ª, p. 60; T. 29, sec. 1ª, p. 549), pero Alessandri (ob. cit., Nº
195, pp. 292 y sgtes.) ha sostenido que hay una presunción de responsabilidad por el hecho
propio “cuando el daño proviene de un hecho que, por su naturaleza o por las circunstancias
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en que se realizó, es susceptible de atribuirse a culpa o dolo del agente”. Se funda este
autor:
1º En la ubicación del precepto, a continuación de las presunciones de
responsabilidad por el hecho ajeno y de las cosas;
2º La redacción de la disposición, pues habla del daño que “pueda” imputarse y no
que “sea” imputable, esto es, basta que sea racional y lógico entender que ha habido culpa,
y
3º Los casos del precepto, que sostiene son por vía ejemplar y suponen por sí solos
la demostración de culpa.
Abeliuk (ob. cit., Nº 222, p. 182) y Meza Barros (Meza Barros, Ramón: De las
fuentes de las obligaciones, T. II, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1997, Nº 420, p.
277) discrepan pues nada hay en el precepto realmente que permita sostener una presunción
de culpa, cuyos exactos alcances no se alcanzan a precisar en la ley.
En este tipo de culpa, los deberes de cuidado son establecidos por el legislador u
otra autoridad con potestad normativa, por medio de una ley, reglamento, ordenanza, etc.
Aquí la culpa consiste en haber violado la ley o los reglamentos. El principio básico
es que cuando el accidente se produce a consecuencia de la infracción de alguna de estas
reglas, el acto es considerado per se ilícito. En otros términos, existiendo culpa infraccional
el acto es tenido como ilícito sin que sea necesario entrar a otra calificación. Señala
Alessandri: “Cuando así ocurre, hay culpa por el solo hecho de que el agente haya
ejecutado el acto prohibido o no haya realizado el ordenado por la ley o el reglamento, pues
ello significa que omitió las medidas de prudencia o precaución que una u otro estimaron
necesarias para evitar un daño” (Alessandri, ob. cit., Nº 125, p. 175).
La culpa puede ser de acción (in commitendo), esto es, por obrar no debiendo
hacerlo, o por omisión o abstención (in ommitendo), esto es, por dejar de actuar.
Todas estas culpas dan lugar a responsabilidad, pero una corriente de opinión
sostiene que también la hay en la mera abstención, esto es, cuando el agente no desarrolla
ninguna actividad en circunstancias que debió hacerlo. Es el caso de una persona que
pudiendo salvar a otra sin riesgo grave para sí misma no lo hace o del médico que sin razón
de peso, se niega a atender a un herido, etc. (un caso en la G. de T. de 1940, p. 380).
Es indiscutible que precisar los hechos que pueden constituir la culpa, por ejemplo,
si hubo choque o no, si existía disco “Pare”, la velocidad del conductor, etc., corresponde a
los jueces del fondo, salvo que los hayan dado por establecidos con infracción de las leyes
reguladoras de la prueba (R.D.J., t. 23, sec. 1ª, p. 577; t. 57, sec. 4ª, p. 7). Pero calificarlos,
esto es, si ellos constituyen dolo, culpa, caso fortuito, es cuestión de derecho y susceptible
de revisión por la casación en el fondo, puesto que se trata de conceptos establecidos en la
ley. El dolo y la culpa son conceptos legales, definidos por la ley; se trata de determinar la
fisonomía jurídica de los hechos establecidos por los jueces del fondo para hacerlos calzar
con los conceptos de culpa o dolo.
Eximentes de responsabilidad
2º Caso fortuito;
3º Estado de necesidad;
4º El hecho del tercero;
5º La culpa de la víctima;
6º Legítima defensa
El límite a esta justificación está constituido por el abuso del derecho, esto es, el
actuar formalmente dentro del marco del derecho que se ejercita, pero desviándose de sus
fines.
Por regla general, cuando una persona actúa en virtud de un derecho, aunque
ocasione daño a otro, no tiene responsabilidad, y así el importante crítico teatral que califica
mal una obra, por lo cual ésta constituye un fracaso económico, ha ocasionado un perjuicio,
pero sin culpabilidad de su parte, pues ha ejercitado legítimamente su derecho.
1º Existencia de un derecho.
Si se actúa sin que exista un derecho, evidentemente que estamos frente a los casos
generales de responsabilidad.
Para algunos, como es el caso del Código alemán y algunos inspirados en él, “el
ejercicio de un derecho no está permitido cuando no puede tener otro fin que causar daño a
otro” (art. 226). Prácticamente equivale al dolo, o sea, habría abuso del derecho si éste se
ejercita en el solo afán de causar perjuicios, y sin utilidad alguna para su titular.
Para otros, debe atenderse al fin económico y social para el cual existe o se ha
otorgado el derecho. Extrema en esta posición era la legislación soviética, que exigía que
los derechos se ejercitaran conforme “a su destino económico y social” (art. 1º).
Códigos como el suizo, se limitan a sancionar el abuso del derecho, pero han
preferido no definirlo, dejando en consecuencia al criterio del juez su calificación: “el
abuso manifiesto de un derecho no está protegido por la ley” (art. 2º).
El Código italiano, por su parte, prefirió no establecer una regla general sino casos
particulares de abuso del derecho en relación con el ejercicio de algunos de ellos.
Un caso típico de aceptación de esta doctrina en nuestro Código era el del art. 945,
hoy trasladado con ciertas modificaciones al art. 56, inc. 1º del Código de Aguas, y que
permite a cualquiera cavar en suelo propio un pozo (hoy únicamente para la bebida y usos
domésticos), aunque de ello resultare menoscabarse el agua de que se alimenta otro pozo;
“pero si de ello no reportare utilidad alguna, o no tanta que pueda compararse con el
perjuicio ajeno será obligado a cegarlo”. Otros casos son el art. 2.110, que prohíbe la
renuncia de mala fe o intempestiva a la sociedad; y en general, los que sancionan con
indemnización el ejercicio de acciones judiciales temerarias (arts. 45, inc. 3º de la Ley de
Quiebras; 280 del C.P.C. para las medidas prejudiciales precautorias; 467 del mismo
Código en el juicio ejecutivo y C.P.P. para las acciones criminales).
Fallos sobre abuso del derecho: R.D.J., T. 52, sec. 2ª, pp. 29 y 73, y T. 62, sec. 3ª, p.
10).
Una de las limitaciones que se señalan al derecho de dominio es la que imponen las
relaciones de vecindad, por elementales razones de convivencia social.
Otro caso en que los roces entre vecinos pueden ser muy frecuentes y se exige un
respeto mayor al derecho ajeno, se presenta en la propiedad horizontal; de ahí que los
Reglamentos de Copropiedad contienen prohibiciones muy minuciosas para prevenir
molestias a los cohabitantes del edificio, y sancionadas privadamente en ellos, sin perjuicio
de la procedencia de la indemnización al perjudicado, de acuerdo a las reglas generales.
Si se reúnen los requisitos ya estudiados del abuso del derecho y los generales de la
responsabilidad extracontractual, se condenará al que ha hecho un uso excesivo de sus
facultades a indemnizar los perjuicios causados.
Lo que cabe destacar es que en numerosos casos del abuso del derecho, procederán
ciertas formas de reparación en especie, que no son frecuentes en la responsabilidad
extracontractual, como ser, por ejemplo, el citado caso del pozo, en que se obliga a cegarlo,
la publicación de sentencias absolutorias, etc.
Caso fortuito
Según el art. 45 del Código, “se llama fuerza mayor o caso fortuito el imprevisto a
que no es posible resistir, como un naufragio, un terremoto, un apresamiento de enemigos,
los actos de autoridad ejercidos por un funcionario público, etc.”.
Si hay caso fortuito o fuerza mayor, no hay culpa del autor del daño y queda exento
de responsabilidad; ello ocurre tanto en materia contractual como extracontractual, pero
tiene mayor importancia en la primera, pues se presume la responsabilidad del deudor.
Estado de necesidad
Los requisitos para que opere esta causal son: a) que el peligro que se trata de evitar
no tenga su origen en una acción culpable, y b) que no existan medios inocuos o menos
dañinos para evitar el daño.
El estado de necesidad se diferencia del caso fortuito en que si bien hay un hecho
imprevisto, él no es irresistible; puede resistirse pero a costa de un daño propio. Al igual
que la fuerza mayor, puede presentarse también en la responsabilidad contractual.
Nuestra legislación no contempla para efectos civiles esta institución (lo establece
como eximente de responsabilidad penal el Nº 7 del art. 10 del Código Penal), por lo que
para acogerla debe asimilarse a alguna otra situación reglamentada, como la ausencia de
culpa, el caso fortuito, la fuerza mayor, etc. (véase Alessandri, ob. cit., Nº 527, p. 608 y
Coutasse, Alberto e Iturra, Fernando: El caso fortuito ante el Derecho Civil, Editorial
Jurídica de Chile, Santiago, 1958, Nº 77, pp. 174 y sgtes.)
Si el hecho culpable o doloso del tercero es la única causa del daño para el autor
directo constituye un caso fortuito, y deberá la indemnización el tercero culpable.
La culpa de la víctima
Pero puede existir también concurso de culpas, esto es, tanto del que causa los
daños como de la víctima. Tal situación se encuentra prevista en el art. 2.330: “La
apreciación del daño está sujeta a reducción, si el que lo ha sufrido se expuso a él
imprudentemente”. O sea, procede una rebaja de la indemnización, que los tribunales
determinarán soberanamente (R.D.J., T. 27, sec, 1ª, p. 530; T. 28, sec. 1ª, p. 117; T. 64, sec.
4ª, p. 386, y F.M., Nº 233, p. 57, Nº 259, p. 168, Nº 264, p. 378; Nº 275, p. 480 y Nº 277, p.
581).
cabe aplicarla respecto de sus progenitores, por no haber sido los causantes de tal
comportamiento, ...” (R.D.J., t. 88, sec. 4ª, p. 141).
Legítima defensa
La legítima defensa opera en derecho civil de modo análogo que en derecho penal.
Así, actúa en legítima defensa quien ocasiona un daño obrando en defensa de su persona o
derechos, a condición que concurran las siguientes circunstancias: a) que la agresión sea
ilegítima, b) que no haya mediado provocación suficiente por parte del agente, c) que la
defensa sea proporcionada al ataque, d) que el daño se haya producido a causa de la
defensa.
El art. 2.044 del Código Civil italiano dispone: “No es responsable quien
ocasiona el daño para legitima defensa de sí mismo o de otro”.
Según el art. 1.465, la condonación del dolo futuro no vale, y como en materias
civiles, la culpa grave equivale al dolo (art. 44), se concluye tanto en materia contractual
como extracontractual que las convenciones de irresponsabilidad no cubren las
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indemnizaciones que se deban por actos dolosos o de culpa grave. Si de hecho se pactan
adolecen de nulidad absoluta.
Todo lo cual no es óbice, como se ha dicho, para que una vez producido el hecho
ilícito la víctima renuncie a la indemnización, la componga directamente con el
responsable, transe con él, etc., porque en tales casos no se condona el dolo futuro sino el
ya ocurrido, ni se comercia con la personalidad humana, sino con un efecto pecuniario: la
indemnización, que es netamente patrimonial.
La capacidad extracontractual
2º Los dementes.
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Así ocurre con los incapaces; responde de los daños por ellos causados quien debe
vigilarlos. Así lo señala el inc. 1º del art. 2.319 en su parte final: “pero serán responsables
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de los daños causados por ellos (los incapaces), las personas a cuyo cargo estén si pudiere
imputárseles negligencia”.
Esto es, la víctima debe probar la negligencia del guardián. En el artículo siguiente
(2.320), el Código trata la responsabilidad por el hecho ajeno, como la del padre por los
hechos ilícitos del hijo menor, etc., que difiere fundamentalmente de la que establece el art.
2.319 en un doble sentido: a) en ésta no hay hecho ilícito del incapaz, pues falta el requisito
de la capacidad; lo hay del guardián por su negligencia. Este responde del hecho propio,
mientras en la responsabilidad indirecta del art. 2.320 se responde del hecho ilícito de otra
persona capaz, y que también es responsable, y b) en la responsabilidad indirecta se
presume la culpa del responsable por el hecho ajeno, y a él corresponderá probar su
ausencia de culpa, mientras que tratándose de un incapaz, la víctima debe probar la
negligencia del guardián. A primera vista podría pensarse que la distinción es injusta y
odiosa; pero la verdad es que hay una diferencia fundamental entre un caso y otro.
Tratándose de un incapaz, el guardián soporta definitivamente la indemnización; no puede
repetir contra aquél, pues éste no ha cometido hecho ilícito. En cambio, en la
responsabilidad indirecta hay derecho a cobrar la indemnización pagada al autor del daño.
El daño o perjuicio
Es posible que concurran los demás requisitos, dolo o culpa, capacidad y que exista
responsabilidad penal, pero si no hay daño no habrá delito o cuasidelito civil. De ahí que el
delito frustrado no provoque responsabilidad civil. A la inversa, en los casos de
responsabilidad objetiva, hay obligación de indemnizar el daño aunque no hay culpa ni
dolo.
Para que el daño de lugar a reparación, debe reunir las siguientes características:
1º Ser cierto;
2º No haber sido ya indemnizado, y
3º Lesionar un derecho o interés legítimos.
Que el daño sea cierto, quiere significar que debe ser real, efectivo, tener existencia
(R.D.J., T. 24, sec. 1ª, p. 567).
Con esto se rechaza la indemnización del daño eventual, meramente hipotético, que
no se sabe si existirá o no (R.D.J., T. 39, sec. 1ª, p. 203).
Sin embargo, en Francia se está aceptando una cierta categoría de daño eventual: la
pérdida de una probabilidad u oportunidad cierta como ocurre en el caso, por ejemplo, de
que por negligencia un procurador judicial deje transcurrir un término sin deducir un
recurso legal; como no hay forma de determinar si el tribunal superior habría acogido el
recurso, el daño es en cierta forma hipotético (Mazeaud, Henry, León y Jean, ob. cit., 2ª
Parte, T. 2, Nº 412, p. 62. Ver además “Consideraciones en torno al daño en la
responsabilidad civil. Una visión comparatista”, en Revista de Derecho, Universidad de
Concepción, Nº 188, 1990, pp. 150-154).
Pero que el daño sea cierto no elimina la indemnización del daño futuro, que no ha
sucedido aún, con tal que sea cierto, esto es, que no quepa duda de que va a ocurrir. En el
fondo el lucro cesante es siempre un daño futuro. Por ello no se discute la indemnización
del daño futuro cierto (Alessandri, ob. cit., Nº 140, p. 214. R.D.J., T. 27, sec. 1ª, p. 744; T.
32, sec. 1ª, p. 538, y T. 39, sec. 1ª, p. 203. Sobre la certeza de remuneraciones futuras ver
R.D.J., t. 41, sec. 1ª, p. 228. Este sentencia tiene un interesante comentario de Arturo
Alessandri R.).
Igualmente en la responsabilidad por el hecho ajeno, como en el caso del padre por
sus hijos menores, la víctima puede demandar al hechor o a aquél, pero no puede exigir a
ambos que cada uno pague el total de la indemnización.
obtenido de un tercero ajeno al hecho ilícito una reparación total o parcial del daño sufrido.
Este tercero podrá ser una compañía aseguradora o un organismo de la Seguridad Social,
etc. La solución más aceptada, aunque se ha discutido, pues el hechor se aprovecha para
disminuir su responsabilidad liberándose del todo o parte de la indemnización de un acto
jurídico que le es totalmente ajeno, es que si tales beneficios tienden a reparar el daño, éste
se extingue, ya no existe, y no puede exigirse nuevamente su reparación.
El que ha pagado ésta, por regla general no podrá repetir contra el hechor, a menos
que se le cedan las acciones correspondientes, o la ley se las otorgue.
Lo normal es que resulte lesionado por el hecho ilícito un derecho subjetivo, ya sea
patrimonial como el de dominio, o extrapatrimonial, como el honor de la persona.
Sin embargo, los que son herederos de la víctima pueden tener un perjuicio personal
a consecuencia del fallecimiento de ésta, y en tal caso, concurriendo los requisitos legales,
habrá derecho a indemnización pero no la cobran como herederos, sino por el daño
personal que experimentan.
En esto se encuentran en igual situación que cualquiera otra persona que no sea
heredera de la víctima, y a la que el fallecimiento de ésta lesiona un derecho, y por ello se
ha concedido indemnización a un hermano del occiso, a quien éste proporcionaba alimentos
(R.D.J., T. 14, sec. 1ª, p. 498). El hermano no es heredero forzoso, de modo que si no es
llamado por testamento, sólo puede tener derecho de herencia si no es excluido por otros
herederos abintestato de mejor derecho, como descendientes y ascendientes. En el caso
fallado no tenía derecho a la herencia, no era heredero, pero el hecho ilícito había vulnerado
un derecho suyo: el de alimentos.
Se exige sin embargo que el interés sea legítimo, lícito, y por ello la doctrina
rechaza en general que los concubinos puedan cobrar indemnización por los daños
personales que les produzca el fallecimiento de su conviviente a causa de un hecho ilícito.
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Atendiendo a la naturaleza del bien lesionado, los daños reparables han sido
clasificados tradicionalmente en dos grandes categorías: daños materiales o patrimoniales y
daños morales o extrapatrimoniales.
1º) El daño emocional: éste es el concepto original del daño moral, el clásico “pretium
doloris”. La indemnización intenta paliar o compensar hasta donde sea posible el
sufrimiento psíquico que el hecho ilícito ha producido a la víctima.
Con independencia del dolor psíquico que ha producido a la víctima, habrá daño
moral si se lesiona en forma directa o ilegítima un derecho de la personalidad, como la
honra, la intimidad, la imagen, el derecho de autor. En este sentido, se hace posible que las
personas jurídicas, que no pueden sentir o sufrir, sean no obstante dañadas moralmente, si
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Como una consecuencia del daño corporal ha sido advertida la necesidad de reparar
el daño estético o a la apariencia física. “La reparación del perjuicio estético –señala
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Sin embargo, hoy en día las legislaciones, doctrina y jurisprudencia universales son
unánimes prácticamente para aceptar la indemnización del daño moral, ampliamente o en
los casos que enumeran (Códigos alemán e italiano).
Con lo expuesto, nada de extraño tiene que nuestra jurisprudencia se haya afirmado
en la plena aceptación de la indemnización del daño moral (R.D.J., T. 38, sec. 1ª, p. 239; T.
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39, sec. 1ª, p. 203; T. 59, sec. 4ª, p. 28 en materia de abusos de publicidad; T. 60, sec. 4ª, p.
47; T. 57, sec. 4ª, p. 229. Se deben aunque no se demanden: R.D.J., T. 72, sec. 4ª, p. 160).
Según una posición más extrema el daño moral no requiriría prueba puesto que la
sola constatación de una lesión a un derecho extrapatrimonial genera el perjuicio, quedando
el juez atribuido de la facultad de evaluarlo.
Los perjuicios pueden ser directos o indirectos, siendo los primeros “una
consecuencia cierta y necesaria del hecho ilícito” (Alessandri, ob. cit., Nº 149, p. 232). Por
oposición, el daño es indirecto cuando entre éste y el hecho doloso o culpable han
intervenido causas extrañas, que impiden que pueda ser razonablemente atribuido a este
último.
Los daños directos pueden ser previstos e imprevistos. Esta es una clasificación más
propia de los contratos, pues sólo se responde por regla general de los previstos al tiempo
de su celebración, y de los imprevistos únicamente en caso de dolo o culpa grave.
La distinción no cabe hacerla en materia de hechos ilícitos, pues, por las mismas
razones anteriores (arts. 2.314 y 2.329), debe concluirse que se indemnizan tanto los
perjuicios que pudieron preverse como los imprevistos a la época de su comisión (R.D.J., T.
50, sec. 4ª, p. 40).
6º Daño contingente.
Es el que sufre una persona a consecuencia del hecho ilícito experimentado por otra.
El art. 45 del Código de las Obligaciones de Suiza dispone que “en caso
de muerte de un hombre, la indemnización comprende los gastos,
especialmente los de entierro. Si la muerte no sobreviene
inmediatamente, la indemnización comprende en particular los gastos de
tratamiento, como el perjuicio derivado de la incapacidad para el trabajo.
Cuando, por causa de la muerte, otras personas han sido privadas de su
sustento, tienen derecho a ser indemnizadas en esta parte”. Agrega el art.
47 del mismo Código que “el juez puede, teniendo en cuenta las
circunstancias particulares, otorgar a la víctima de lesiones corporales o,
en caso de muerte del sujeto, una indemnización a la familia a título de
reparación moral”.
Extensión de la reparación
Abeliuk (ob. cit., Nº 302, p. 253) y Alessandri (ob. cit., Nº 469, p. 558)
creen que la única manera de que la reparación sea cabal es que ella
considere todas las variaciones ocurridas durante el pleito, y si la manera
de obtenerlo es el pago de intereses desde la demanda, el juez está
facultado, dentro de la relativa libertad que tiene en materia
extracontractual, y siempre que ello le haya sido pedido, para fijarlos.
Con todo, determinar el momento a contar del cual deban aplicarse los reajustes y
los intereses ha sido objeto de discusión en la jurisprudencia.
El daño material puede ser acreditado haciendo uso de todos los medios de prueba.
En lo que respecta al lucro cesante, estos medios consistirán usualmente en presunciones e
informes periciales.
La relación de causalidad
Para que una persona quede obligada a indemnizar un perjuicio no basta que éste
exista y que haya habido un acto culpable o doloso suyo; es preciso, además, que el daño
sea por causa directa y necesaria del hecho del autor, de manera que sin éste no se habría
producido.
Finalmente, debe advertirse que en el daño indirecto hay una falta total de relación
entre el hecho ilícito y el perjuicio; si la hay, aunque sea mediata, como ocurre en los daños
por repercusión, existe obligación de indemnizarlos.
Pluralidad de causas
Formulada por el jurista alemán Von Buri y que inspira, en gran parte, a la doctrina
y jurisprudencia francesas, y es seguida, entre nosotros, por Alessandri (ob. cit., Nº 156, p.
242).
Esta doctrina tiene a su favor su sencillez y el favor que otorga a la víctima, pero ha
sido criticada, ya que puede llevar a extremos absurdos, pues una causa insignificante
culpable, entre muchas más determinantes, puede obligar a la indemnización total.
Preconizada por el jurista alemán Von Kries, para la cual entre todas las causas que
concurren a la producción del daño debe elegirse aquella que normalmente ha de
producirlo, o sea, es necesario preferir el acontecimiento que ha desempeñado el papel
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preponderante en la ocurrencia del perjuicio. Esta teoría tiende a abrirse paso entre los
autores y tribunales en Francia (Mazeaud, ob. cit., Parte 2ª, T. 2, Nº 566, p. 314).
Nuestra legislación no tiene una solución directa al problema, sino parciales para
ciertos casos.
Si existen varios responsables por hechos distintos, todos los cuales son
antecedentes necesarios del daño (por ejemplo, el caso del peatón víctima de un accidente
de tránsito ocasionado por la negligencia concurrente de dos conductores), en principio, a
esta situación no se aplicaría literalmente el art. 2317, pues no se trata de un solo delito o
cuasidelito, sino de hechos ilícitos distintos, que generan responsabilidad separadamente
para sus autores.
Sin embargo, como el autor de cada hecho ilícito debe responder de la totalidad del
daño, y la víctima en caso alguno puede obtener una indemnización que exceda el monto de
los perjuicios efectivamente sufridos, es necesario dividir la responsabilidad entre los
autores de los diversos hechos, en proporción a su participación en el daño. El efecto, en
consecuencia, es análogo al del art. 2317 que establece la solidaridad: cada autor será
responsable por el total del daño, sin perjuicio de su acción contra los demás para obtener
reembolso en proporción a sus respectivas participaciones.
Hay más o menos acuerdo para concluir que si el daño se debe a una causa posterior
al hecho ilícito, falta la relación de causalidad; el daño es indirecto y no indemnizable.
44
La responsabilidad por el hecho ajeno está reglamentada por el Código en los arts.
2.320 a 2.322; el primero de estos preceptos comienza diciendo: “Toda persona es
responsable no sólo de sus propias acciones, sino del hecho de aquellos que estuvieren a su
cuidado”.
Tanto es así que el responsable del hecho ajeno puede destruir la presunción
probando que por las circunstancias no le ha sido posible evitar el hecho.
Pero más allá de esto, la responsabilidad del hecho ajeno se funda en que
normalmente el autor del hecho ilícito, precisamente por depender de otro, será insolvente,
no tendrá con qué responder a la indemnización. Se procura, pues, asegurar la
indemnización de la víctima.
Para que proceda la responsabilidad por el hecho ajeno deben concurrir tres
circunstancias:
46
3º Que el hechor haya cometido un hecho ilícito, concurriendo todos los requisitos
propios de éste.
Si es incapaz quien cometió el hecho ilícito, tiene aplicación el art. 2.319 citado, y
responden únicamente los que tienen a su cuidado al incapaz: “si pudiere imputárseles
47
negligencia”. La gran diferencia que existe entre los arts. 2.319 y 2.320 es que la
responsabilidad por el hecho ajeno no excluye la del hechor y se presume la culpa de quien
tiene a su cuidado a otro, en cambio, tratándose de un incapaz, debe acreditarse la culpa del
guardián.
Aún más, la víctima debe probarlo, a menos que a su respecto exista otro tipo de
presunción legal; a falta de ella, deberá acreditar la acción u omisión culpable o dolosa, el
daño y la relación de causalidad, todo ello conforme a las reglas generales. La única
diferencia es que establecido el hecho ilícito, esto es, probadas todas las circunstancias
señaladas, la víctima queda liberada de acreditar la culpa del tercero civilmente
responsable. Ella es la que se presume. Por tal razón se ha fallado que no hay
responsabilidad de terceros si el hechor ha sido declarado absuelto por falta de culpa
(R.D.J., T. 59, sec. 4ª, p. 67).
Responsabilidad del padre o madre por sus hijos menores que habiten con ellos
Dice el inc. 2º del art. 2.320: “Así el padre, y a falta de éste la madre, es responsable
del hecho de los hijos menores que habiten en la misma casa”.
cuidado personal del hijo corresponde al padre o madre que lo hubiese reconocido y, si
ninguno lo ha reconocido, a un tutor o curador designado por el juez.
Si los padres viven separados, se aplica la regla contenida en el art. 225, que asigna
el cuidado personal de los hijos a la madre, lo cual no obsta a que, por acuerdo celebrado
con las formalidades y los plazos que la citada disposición prescribe, el cuidado personal
pueda corresponder al padre. También corresponde al padre la tuición si el juez se la
atribuye en consideración al mejor interés del niño, según la regla de clausura del art. 242
inc. 2.
Para que tenga lugar esta responsabilidad por el hecho ajeno es necesario que se
cumplan las siguientes circunstancias:
3º Que el padre o la madre, con la autoridad y cuidado que su calidad les confiere,
no haya podido impedir el hecho (art. 2.320, inc. final).
Los dos primeros requisitos los debe probar el demandante; el último se presume, y
toca a los padres acreditar que no pudieron impedir el hecho ilícito, prueba que no se les
acepta en el caso del art. 2.321. Dice el precepto: “los padres serán siempre responsables
de los delitos o cuasidelitos cometidos por sus hijos menores, y que conocidamente
provengan de mala educación, o de los hábitos viciosos que les han dejado adquirir”. Como
la disposición usa la expresión “siempre” se concluye que es una presunción de derecho, de
manera que probado el hecho ilícito y que él proviene conocidamente, esto es, notoriamente
de alguna de las circunstancias señaladas, nada obtendrían los padres con probar que no se
reúnen los requisitos anteriores, como el caso del hijo que no vive con el padre, o que con
su autoridad y cuidado fue imposible evitar el hecho; siempre será responsable mientras el
hijo sea menor.
“Así el tutor o curador es responsable de la conducta del pupilo que vive bajo su
dependencia o cuidado” (art. 2.320, inc. 3º).
Corresponde esta responsabilidad al tutor por los hechos del impúber mayor de 7
años que ha obrado con discernimiento y a los curadores generales del menor adulto, o sea
menor de 18 años, pero siempre que teniendo menos de 16 años haya obrado con
49
discernimiento, del disipador y del sordomudo que no puede darse a entender por escrito;
no del demente, dada la incapacidad extracontractual de éste. El guardador del incapaz sólo
responderá si se le prueba negligencia de acuerdo al art. 2.319.
La ley no exige que el pupilo viva en la misma casa del guardador, como lo hizo
respecto del padre o madre; basta que lo haga bajo su dependencia y cuidado; por ello no
puede aplicarse a los curadores adjuntos, de bienes y especiales, que no tienen a su cuidado
al pupilo, y de acuerdo a la regla general del inc. final del art. 2.320, el tutor o curador se
libera de responsabilidad, probando que con la autoridad y vigilancia que su cargo le
confiere no ha podido impedir el hecho.
Dice la primera parte del inc. 4º del art. 2.320: “Así los jefes de colegios y escuelas
responden del hecho de los discípulos, mientras estén bajo su cuidado”.
Según Abeliuk (ob. cit., Nota 229, p. 218), en doctrina no cabe otra
justificación que la responsabilidad objetiva del empresario mientras el
dependiente esté en funciones. En el volumen de la empresa actual es
imposible hablar de culpa de elección, y así el empleado u obrero puede
tener antecedentes excelentes y sin embargo cometer un hecho ilícito,
porque con la complejidad moderna a ellos todos estamos expuestos.
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En nuestra legislación hay que fundarla en alguno de los dos primeros principios,
pues el empresario, patrón, empleador, etc., puede eximirse de responsabilidad probando su
falta de culpa.
1º Los artesanos responden por el hecho de sus aprendices, mientras están bajo su
cuidado (inc. 4º del art. 2.320).
Son artesanos los que ejercitan algún arte u oficio mecánico, sin maquinarias
complejas y en pequeña escala; el aprendiz es el que está adquiriendo bajo su dirección el
mismo arte u oficio. La responsabilidad del primero por los hechos del segundo subsiste
mientras el aprendiz esté bajo vigilancia del artesano; puede suceder que viva con él, y en
tal caso es permanente. Es indiferente que el aprendiz sea mayor o menor de edad, y que
esté unido al artesano por un contrato de trabajo o no. Este se libera de responsabilidad
conforme a la regla general del inc. final del art. 2.320: probando que con su autoridad no
habría podido evitar el hecho ilícito.
Este caso está contemplado no por el art. 2.320, sino por el art. 2.322: “los amos
responderán de la conducta de sus criados o sirvientes en el ejercicio de sus respectivas
funciones; y esto aunque el hecho de que se trate no se haya ejecutado a su vista”.
Más allá de la formulación del art. 2322, que se refiere a la relación de amos con
criados, los arts. 2320 y 2322 presentan ciertas diferencias.
Tanto la doctrina como la jurisprudencia nacionales han señalado que los arts. 2320
inc. 4 y 2322 contienen supuestos distintos y presentan peculiaridades diversas. Así, por
ejemplo, Alessandri respecto del primero fue partidario de una interpretación extensiva,
pues el empresario respondería mientras el dependiente esté a su cuidado no sólo de los
daños causados “en el ejercicio de sus funciones”, sino tembién de aquellos causados “con
ocasión” e incluso “en abuso de las mismas”.
Por el contrario, respecto del art. 2322, el referido autor fue muy restrictivo, por
cuanto -en su opinión- el amo sólo debería responder de los delitos y cuasidelitos que
cometan sus criados o sirvientes “en el ejercicio de sus respectivas funciones”. Por ello, el
amo no debería responder ex art. 2322 de los delitos y cuasidelitos cometidos por sus
criados sólo “con ocasión de sus funciones”, esto es, aprovechándose de las circunstancias
o de la oportunidad que esas funciones le proporciona (clásico ejemplo del pasajero
invitado o transporte benévolo, es decir, cuando el dependiente/conductor del vehículo, sin
contar con la autorización del empresario, autoriza que un tercero suba al vehículo y
durante su trayecto, por descuido o negligencia en la conducción, causa un accidente con
daño para el tercero transportado). Tampoco debería responder ex art. 2322 -en opinión del
autor- de los daños causados en claro abuso de sus funciones, es decir, cuando las ejerce en
pugna con los intereses del amo, como si ese mismo chofer, contraviniendo las órdenes del
amo, en ausencia de éste o sin su permiso o conocimiento, saca el automóvil del mismo
para pasear con unos amigos y atropella a un transeúnte (Alessandri, ob. cit., pp. 369 y ss.).
52
Según Abeliuk (ob. cit., Nota 231, p. 219) el art. 2.322 al cambiar la
expresión “a su cuidado” por “ejercicio de sus respectivas funciones”, y
agregar todavía: “aunque el hecho... no se haya ejecutado a su vista”, es
revelador de que el cuidado no comprende esta última situación. En
consecuencia, no podría fundarse en el art. 2.320 la responsabilidad del
empresario por el conductor que trabaja en la calle, cosa que la
jurisprudencia siempre ha aceptado: R.D.J., T. 55, sec. 1ª, p. 28. La
verdad es que el art. 2.322 es más propio para las empresas que el
anterior. Afortunadamente la jurisprudencia ha prescindido un tanto del
texto legal para darle una interpretación amplia.
Por ello dicho precepto siempre se aplicará cuando una persona tenga a otra a su
cuidado, debiendo así probarlo la víctima.
Naturalmente que no se podrá asilar la víctima en la regla general para eludir alguno
de los requisitos del precepto en los casos específicos señalados, como por ejemplo, si el
hijo no vive con su padre, y tampoco cabe aplicar el art. 2.321.
Hay numerosas disposiciones legales que contienen también aplicación del principio
general señalado, como el art. 886 del C. de Comercio que contempla la responsabilidad
53
civil del naviero por los hechos del capitán y tripulación (R.D.J., T. 17, sec. 1ª, p. 375), el
art. 909 del mismo Código que establece la del capitán por ciertos hechos de estos últimos,
etc.
Los accidentes del tránsito se han convertido en uno de los más frecuentes hechos
ilícitos; ello ha obligado al legislador en todas las latitudes a tomar medidas especiales para
este tipo de cuasidelitos; entre ellas muchas contemplan la responsabilidad del propietario
del vehículo por el hecho del conductor que él ha colocado al volante o si el accidente
deriva del mal estado del vehículo.
La misma Ley define al conductor como “toda persona que conduce, maneja o tiene
el control físico de un vehículo motorizado en la vía pública; que controla o maneja un
vehículo remolcado por otro; o que dirige, maniobra o está a cargo del manejo directo de
cualquier otro vehículo, de un animal de silla, de tiro o de arreo de animales”.
Véase F.M. Nº 189, pp. 141, 215 y 242, fallos que se refieren a la
inscripción en el Registro de Vehículos Motorizados.
54
A esta situación se refiere el art. 174, inc. 2º de la Ley del Tránsito: “sin perjuicio
de la responsabilidad de otras personas en conformidad al derecho común, están obligadas
solidariamente al pago de los daños y perjuicios causados el conductor y el propietario del
vehículo, a menos que éste pruebe que el vehículo le ha sido tomado sin su consentimiento
o autorización expresa o tácita”.
El otro caso de responsabilidad del propietario está definido por el art. 175, inciso 1º
de la Ley del Tránsito “salvo prueba en contrario, las infracciones que se deriven del mal
estado y condiciones del vehículo serán imputables a su propietario, sin perjuicio de la
responsabilidad que corresponde al conductor”. Aquí la responsabilidad se funda en la
evidente negligencia del propietario que mantiene su vehículo en condiciones de causar
accidentes. Nada tiene de objetiva, y en consecuencia se permite la prueba de que el mal
estado no le es imputable, por corresponder a una negligencia del conductor, del
establecimiento que lo arregla, etc. Tampoco es solidaria, pues la ley no lo dice, ni nada
obtendría el propietario con probar que el vehículo le fue tomado sin su autorización o
conocimiento, tanto porque la ley no le faculta dicha prueba, como porque el fundamento
de su responsabilidad no es el hecho de dar el vehículo, sino tenerlo en condiciones de
causar accidentes.
3º El tercero que paga la indemnización puede repetir contra el autor del hecho ilícito.
La regla general la contempla el art. 2.320, inc. final: “pero cesará la obligación de
esas personas si con la autoridad y el cuidado que su respectiva calidad les confiere y
prescribe, no hubieren podido impedir el hecho”.
En el Código esta regla tiene dos excepciones: la del inc. 2º del art. 2.322 respecto a
la responsabilidad de los amos por el hecho de sus criados y sirvientes, en que la prueba de
exención varía ligeramente, y la del art. 2.321 respecto de los padres, por los hechos de sus
56
Según Abeliuk no puede, eso sí, demandar a ambos, porque la ley no establece
solidaridad; podría sí hacerlo pero en forma subsidiaria, porque lo que no puede es
pretender cobrar a ambos (Abeliuk, ob. cit., Nº 277, p. 226). Alessandri dice que la víctima
tiene dos responsables “a cada uno de los cuales podrá demandar separada o conjuntamente
la reparación total del daño”, pero “esto no significa que haya entre ellos solidaridad; según
el art. 2317 ésta existe entre los coautores de un mismo delito o cuasidelito. El responsable
civilmente y el autor directo del daño no tienen este carácter, pues el delito o cuasidelito ha
sido cometido por una sola persona. El civilmente responsable es una especie de caución o
de deudor subsidiario, pero a quien se puede demandar desde luego sin necesidad de
demandar antes al autor directo del daño” (Alessandri, ob. cit., Nº 226 y su nota 3, p. 323).
En cambio Enrique Barros (ob. cit., pp. 143 y 162) sostiene que hay solidaridad. Según
Corral no se trata propiamente de una obligación solidaria, aunque en la práctica pueda
funcionar como tal en un aspecto: la opción para demadar el total indistintamente al
responsable directo o al terecro civilmente responsable (Corral, ob. cit., p. 154).
hecho ilícito mientras está en el colegio. La responsabilidad por el hecho ajeno corresponde
en tal caso al jefe del colegio, porque él tiene a su cuidado al menor, y no al padre.
Dice el art. 2.325: “Las personas obligadas a la reparación de los daños causados
por las que de ellas dependen tendrán derecho para ser indemnizadas sobre los bienes de
éstas, si los hubiere, y si el que perpetró el daño lo hizo sin orden de la persona a quien
debía obediencia, y era capaz de delito o cuasidelito, según el artículo 2.319”.
En consecuencia, para que exista el derecho a repetir, deben concurrir las siguientes
circunstancias:
1º El acto ilícito debe haber sido cometido por una persona capaz.
3º Es preciso que el acto se haya ejecutado sin orden de la persona que pretende
repetir.
El autor del hecho ilícito debe obediencia a la persona responsable; es posible, pues,
que haya actuado por orden suya, y en tal caso se le niega a ésta la posibilidad de repetir, y
Esta limita las presunciones a los tres casos clásicos señalados, y en que la cosa
causa el daño sin intervención de la mano del hombre, fundándose la presunción de
responsabilidad en la ausencia de vigilancia o conservación de ella.
El art. 2326 presume la culpabilidad del dueño por los daños causados por un
animal, aún después que se haya soltado o extraviado. El dueño podrá exculparse probando
que el daño, la soltura o el extravío del animal no se deben a su culpa ni a la del
dependiente encargado de su guarda o cuidado. En este último caso, a la presunción de
culpabilidad por el hecho del animal se agrega una presunción de culpabilidad por el hecho
del dependiente.
La misma presunción se aplica a toda persona que se sirve de un animal ajeno, quien
será responsable en los mismos términos que el dueño frente a terceros, pero tendrá acción
de reembolso contra este último, si el daño causado se debió a un vicio del animal que el
dueño debió conocer e informarle.
Se refieren a esta materia los arts. 2.323 y 2.324, en relación con los arts. 934 y
2.003, regla 3ª.
Dispone el inc. 1º del art. 2.323: “el dueño de un edificio es responsable a terceros
(que no se hallen en el caso del artículo 934), de los daños que ocasione su ruina acaecida
por haber omitido las necesarias reparaciones, o por haber faltado de otra manera al
cuidado de un buen padre de familia”.
La referencia al art. 934 significa que entre los terceros que sufren daño por la ruina
del edifico es preciso distinguir a los vecinos de los demás terceros. La diferencia entre los
primeros y éstos es que aquéllos han tenido los medios de advertir el posible daño, y el
legislador los protege únicamente si tomaron las medidas necesarias para defenderse.
El art. 934 reglamenta la denuncia de obra ruinosa que puede efectuar quien teme
que la ruina de un edificio vecino le ocasione daño. De acuerdo a este precepto, es
necesario distinguir si el vecino ha notificado la querella al tiempo de producirse el daño o
no.
1º Que la ruina total o parcial del edificio ocurra dentro de los 5 años subsiguientes
a la entrega, y
Daño causado por una cosa que cae o se arroja de la parte superior de un edificio
De acuerdo al inc. 1º del art. 2.328: “el daño causado por una cosa que cae o se
arroja de la parte superior de un edificio, es imputable a todas las personas que habitan la
misma parte del edificio, y la indemnización se dividirá entre todas ellas; a menos que se
pruebe que el hecho se debe a culpa o mala intención de alguna persona exclusivamente, en
cuyo caso será responsable ésta sola”.
La cosa que se arroja o cae del edificio no debe formar parte de éste, estar adherida
al mismo, porque en tal caso estaríamos frente a la ruina de un edificio, de la cual responde
el dueño.
61
Se hace responsables a todas las personas que habitan la parte del edificio de donde
provino el objeto, salvo que se pruebe la culpa o dolo de una sola de ellas, quien deberá
íntegra la indemnización. En el primer caso hay una nueva excepción a la regla general del
art. 2.317, ya que la indemnización no se debe solidariamente, sino que se divide entre los
que habitan la parte correspondiente del edificio, con la salvedad ya indicada.
El inc. 2º del precepto otorga acción popular para solicitar la remoción de cualquier
objeto que amenace caída o daño.
Esta responsabilidad abarca a toda clase de personas jurídicas, ya sea que persigan
fines de lucro o no, fundaciones, corporaciones, sociedades de personas o de capitales, etc.
Las personas jurídicas responden civilmente tanto por el hecho propio y por el
hecho ajeno.
de decisión, como ocurre, por ejemplo, con la junta de accionistas, el directorio y el gerente
en una sociedad anónima.
Hay que dejar a un lado a las empresas del Estado, porque en ellas la solución no
difiere de lo dicho en cuanto a las personas jurídicas en general. Por considerarse actos de
gestión siempre se ha aceptado su responsabilidad indirecta por los hechos de su personal
de acuerdo al art. 2.320 (R.D.J., T. 39, sec. 1ª, p. 343, respecto de la antigua Empresa de
Agua Potable). Hoy la mayor parte de las empresas del Estado son sociedades anónimas,
sujetas, por ende, a la misma legislación de todas ellas.
Sobre responsabilidad por error judicial véanse: R.D.J., t. 62, sec. 1ª, p.
93; Luis Cousiño Mac-Iver: “Derecho de las personas detenidas,
procesadas o condenadas injustamente a ser indemnizadas de todos los
daños ocasionados”, en R.D.J., T. 55, Parte 1ª, p. 43; García Mendoza,
Hernán: La responsabilidad extracontractual del Estado. Indemnización
del error judicial, Conosur, Santiago, 1997; Fernández González, Miguel
Angel: “Indemnización por error judicial en la perspectiva del Nuevo
Procedimiento Penal”, en Rvista de Derecho (U. Católica del Norte), Nº
8, 2001, pp. 275 y ss.; Martínez Estay, José Ignacio: ob. cit., pp. 199-201.
Una sentencia basándose en ella, definía los actos de autoridad como aquellos que
directamente emanan de una ley o reglamento, y siempre que el funcionario actúe de
acuerdo a ellos (R.D.J., T. 62, sec. 1ª, p. 6, con un interesante voto disidente del Ministro
Integrante don Luis Cousiño Mac-Iver en que señala algunas de las modernas tendencias de
Derecho Público al respecto); otra dijo que “el Fisco, aunque persona jurídica de Derecho
Público, puede estar sujeto a responsabilidad extracontractual cuando se trata de meros
actos de gestión, por lo cual responde de actos ejecutados por un dependiente suyo, con
imprudencia temeraria, con culpa, pues en tal caso el dependiente no actúa como autoridad
pública, sino en acto de gestión privada. Por el contrario, cuando el Fisco actúa como poder
público no tiene responsabilidad alguna por daños causados por funcionarios que realizan
actos de autoridad, ejerciendo funciones que corresponden sólo a los poderes públicos,
salvo las que establezcan leyes especiales para determinados servicios públicos” (R.D.J., T.
81, Nº 2, sec. 4ª, p. 206), y la jurisprudencia ha sido constante para rechazar respecto de los
actos de autoridad la responsabilidad del Estado, como por ejemplo en cuanto a los actos de
policía legítimos, o sea, en que ésta actúa conforme a las leyes y reglamentos. Y así, se ha
resuelto que el Estado no responde de los daños ocasionados durante la represión de una
turba (R.D.J., T. 36, sec. 1ª, p. 278; T. 42, sec. 1ª, p. 392; T. 62, sec. 1º, p. 93).
Ahora bien, respecto de los actos de gestión de los funcionarios se aplica el mismo
criterio que para las personas jurídicas de derecho privado: si el funcionario representa al
Estado, responde éste directamente, y en caso contrario, la responsabilidad es indirecta, de
acuerdo al art. 2.320. O sea, el problema es resuelto con un criterio estrictamente de
Derecho Privado.
Ello ha permitido que se dirijan fundadas críticas a esta distinción entre actos de
autoridad y gestión. En primer lugar, porque la relación entre el Estado y sus funcionarios
no es de Derecho Privado, sino de Derecho Público; no se trata de un contrato de trabajo,
sino que sujeto a una regulación legal, como es el Estatuto Administrativo que el Estado
impone unilateralmente. Se agrega que el funcionario no se encuentra al cuidado del
65
Por su parte, don Eduardo Soto Kloss sostiene que al ser una
responsabilidad de una persona jurídica, imposible de estructurar sobre la
base del dolo o la culpa, resulta ser una responsabilidad objetiva, fundada
sobre la base de la causalidad material; vale decir, atendida la relación
causal entre un daño antijurídico (que la víctima no estaba jurídicamente
obligada a soportar) producida por un órgano del Estado en el ejercicio
de sus funciones, nace la obligación para éste de indemnizar aquella
(Soto Kloss, Eduardo: Informe Constitucional Nº 290, de 9 de abril de
1992).
67
A mediados del siglo XIX, los juristas no habían comenzado a preocuparse por los
problemas propios a los daños derivados para los consumidores de la fabricación y
69
distribución masiva de bienes. Por eso, ni el Código Civil de Bello, ni los Códigos
extranjeros en general, entraron a regular lo que hoy constituye la responsabilidad por
productos defectuosos.
1. Defectos de fabricación: el bien tiene una falla que no se detectó en los controles de
calidad;
3. Defectos de diseño o concepción: con ellos se prentende estimar que el bien fue ideado
o concebido de un modo que no era el que correspondía para otorgar suficiente
seguridad a los consumidores. Las Cortes norteamericanas se debaten entre dos
criterios para saber si el diseño de un producto es defectuoso: el risk-utily test y el
consumer-expectation test. Según este último el diseño es defectuoso si de acuerdo a lo
que podían esperar los consumidores el productor debió optar por un diseño más
seguro, independientemente de los costos que éste pudiera tener. En cambio, por el
risk-utily test los jueces deben ponderar el mayor costo que hubiera representado el
diseño alternativo en relación con el riesgo de daños. La directiva eurocomunitaria, si
bien no se pronuncia sobre estos estándares, señala sí que un producto no puede ser
considerado defectuoso por el solo hecho de que ingrese al mercado un producto más
perfeccionado, por más seguro;
4. Riesgos de desarrollo: dice relación con aquellas fallas que no eran susceptibles de ser
detectadas a la hora de la puesta en circulación del producto y que sólo son
descubiertas gracias al avance científico posterior. Es muy debatido si debe recaer en el
fabricante el peso de soportar los daños sufridos por las víctimas cuando no tenía modo
de preverlos, atendido el estado de los conocimientos científicos a la fecha de
producción y comercialización del bien. La teoría norteamericana del deep-pocket, es
decir, que debe soportar el costo de los accidentes el que esté en mejor situación para
asumirlos y distribuirlos en la población, lleva rechazar la exoneración de
responsabilidad por la causal denominada “state of the art”. La directiva europea dejó
libertad a los Estados para aceptar o excluir los defectos de desarrollo. Pocos son los
países que la han incluido; algunos, como España y Francia, los contemplan sólo para
70
En USA el primer caso que aplicó la strict liability de un modo definitivo tuvo lugar
en 1963. El Tribunal Supremo de California afirmó la responsabilidad del fabricante frente
al consumidor por el solo hecho de haber puesto en circulación un producto defectuoso, sin
que fuera necesaria la prueba de culpa: “A manufacturer is estrictly liable in tort, when the
article he places on the market, knowing that it is to be used without inspection for defects,
proves to have a defect that causes injury to a human being”.
Igualmente señala que “el productor será responsable de los daños causados por los
defectos de sus productos” (art. 1) y que para tal efecto bastará que el perjudicado pruebe
“el daño, el defecto y la relación causal entre el defecto y el daño” (art. 4).
Responsabilidad médica
La responsabilidad médica es uno de los tópicos más analizados en la hora actual,
puesto que, de un tiempo a esta parte, la salud se mira como un derecho y se ha perdido esa
veneración casi religiosa que se tenía respecto del médico. Hoy se le ve como un
profesional más que debe responder por sus hechos como cualquier otro profesional. Es
cierto sí que de un extremo puede pasarse a otro: y es que se atribuya al médico todo tipo
de riesgos y males que se produzcan a consecuencia del desarrollo de una enfermedad y su
tratamiento, no distinguiéndose entre errores médicos excusables por imprevisibles, de las
negligencias o malas prácticas inexcusables por impericia o imprudencia. La línea no es
fácil siempre de fijar, y un proceso de reparación del daño médico a “ultranza” por medio
de la objetivación de su responsabilidad, puede presentar serios inconvenientes en la
organización del sistema de salud de un país y en los costos que la atención médica
representa para la población. Es conocida la situación norteamericana en que el médico
debe procurarse todo tipo de “consentimientos” antes de intervenir, pedir todo tipo de
exámenes previos y contratar un seguro que lo respalde económicamente ante una posible
demanda. Todo ello redunda en un encarecimiento del sistema de salud y, en el fondo, las
indemnizaciones recibidas por las víctimas terminan siendo soportadas por todos los
usuarios del sistema y, más aún, por todos los contribuyentes.
En nuestro país, el proceso de la judicialización de la mala praxis médica está
todavía en ciernes, pero se aprecia un importante número de casos recientes que permiten
prever que podemos ir por una senda similar.
La doctrina jurídica tradicional de nuestro país (Alessandri, ob. cit., p. 75-78;
Abeliuk, ob. cit., p. 766; Tomasello, Leslie: “La responsabilidad civil médica”, en Estudios
de Derecho Privado, Edeval, Valparaíso, 1994, pp. 34-35; Court M., Eduardo: Algunas
consideraciones sobre la responsabilidad civil médica a la luz de la doctrina y
jurisprudencia nacionales, Cuadernos Jurídicos, U. Adolfo Ibañez, Nº 7, p. 2, etc.) sostiene
que la responsabilidad de un médico por los daños que cause al paciente es contractual.
Sin embargo, toda la tesis tradicional expuesta fue refutada en Francia ya en 1939
por Savatier quien estima que es el paciente quien debe probar la culpa del médico, porque,
en su concepto, la obligación de éste es de medio y no de resultado: el médico no se obliga
a sanar el enfermo sino a hacer todo lo necesario para que sane (Savatier, René: Traité de la
responsabilité civile en droit francais, Librairie Générale de Droit et Jurisprudence, París,
1939, T. II, Nº 775, p. 390 y Nº 778, p. 395). Se salva así el principal inconveniente de
aplicar las reglas de la responsabilidad contractual que llevan ineludiblemente, en virtud del
art. 1.547 inc. 3º del Código Civil, a presumir la responsabilidad del médico
correspondiéndole a éste probar, para liberarse de responsabilidad, que actúo con la debida
diligencia o cuidado. La sola falta del resultado esperado: la salud recuperada, no basta para
estimar incumplido el contrato y presumir la culpa del médico. Aunque no siempre las
obligaciones médicas son de actuación o de medios. Así por ejemplo, las intervenciones de
cirugía plástica pueden ser concebidas como resultado en cuanto el médico ha prometido
lograr una determinada reparación estética. Lo mismo puede predicarse de la hemoterapia,
la radiología, la anatomopatología y los análisis bioquímicos, en que lo contratado es un
determinado resultado o fin (Pérez de Leal, Rosana: Responsabilidad civil del médico.
Tendencias clásicas y modernas, Edit. Universidad, B. Aires, 1995, p. 89). Con todo, como
dice Yzquierdo Tolsada, la propia jurisprudencia (española) se está ocupando de suavizar
un esquema probatorio que, como el apuntado, pone las cosas muy difíciles a todo paciente
damnificado que pretenda demandar una responsabilidad por daños. Ello se consigue a
través de diferentes expedientes, todos muy visibles por explícitos. Uno de ellos consiste en
una argumentación que quiere ver la “mejor posición probatoria” en que se encuentra un
facultativo frente a sus pacientes: cabe que se atenúe el rigor del principio que hace recaer
sobre el actor la carga de probar los hechos constitutivos de su pretensión, desplazándola
sobre la parte que se halle en mejor posición probatoria, aunque sea la demandada, por su
73
Los caracteres más importantes que presenta la acción de indemnización son los
siguientes:
a) Es renunciable.
De acuerdo a la regla general del art. 12 no hay duda de que puede renunciarse a la
reparación del daño, una vez producido (R.D.J., T. 62, sec. 4ª, p. 213). Existen serias
limitaciones para la condonación anticipada de la indemnización, pero ninguna para su
remisión una vez nacida la obligación;
Así lo señala el art. 2.449: “La transacción puede recaer sobre la acción civil que
nace de un delito; pero sin perjuicio de la acción criminal”. Las partes pueden componer
libremente la indemnización ya devengada. Es obvio que no puede transarse la acción penal
pública;
c) Es cedible.
d) Es prescriptible.
Nuestro Código, a diferencia del francés, que nada dijo, por lo cual se han originado
discusiones en la doctrina y jurisprudencia, señaló un plazo especial de prescripción parar
la acción de indemnización.
Dice el art. 2.332: “Las acciones que concede este título por daño o dolo, prescriben
en cuatro años contados desde la perpetración del acto”.
Este plazo de prescripción sólo se refiere a la acción de indemnización que nace del
delito o cuasidelito civil, y no a otras acciones que pueden corresponder a la víctima, como
la reivindicatoria si ha sido objeto de robo, hurto, usurpación, etc., que se rige por su propio
término de prescripción. Y es sin perjuicio de los plazos señalados en leyes especiales, y en
el propio Código en caso de ruina de un edificio, en que el plazo es de 5 años en cuanto a la
responsabilidad del empresario; y de un año por los daños a los vecinos (art. 950, inc. 1º).
Como el precepto habló de la “perpetración del acto” como momento inicial del
transcurso de la prescripción, la jurisprudencia y la doctrina entendían habitualmente que
ella comenzaba a correr desde el instante de la acción u omisión imputable del hechor,
aunque el daño se ocasionara posteriormente. De ordinario ambos momentos van a
coincidir, pero no ocurre siempre en esta forma.
76
Para Abeliuk (ob. cit., Nº 296, p. 245) esta interpretación es inaceptable, pues
conduce al absurdo de que la acción resulte prescrita antes de nacer, porque es requisito de
la indemnización la existencia del daño. Antes de que éste se produzca, la víctima nada
puede demandar, pues no ha sufrido perjuicio. Los hechos ilícitos se definen precisamente
como las acciones u omisiones culpables o dolosas que causan daño; al hablar de
perpetración del acto, el Código se está refiriendo a este concepto que incluye el daño.
Evidentemente, la víctima no podría cobrar pasado el cuadrienio otros perjuicios
sobrevenidos posteriormente, porque desde el momento que hubo daño se completó el
hecho ilícito y comenzó a correr la prescripción.
Es por estas razones que en un fallo relativamente reciente la Corte Suprema cambió
de opinión y contó el plazo de prescripción desde el momento en que se produjo el daño
(R.D.J., t. 64, sec. 1ª, p. 265).
El art. 103 bis. del C.P.P. dispone que: “El ejercicio de la acción civil durante el
sumario, debidamente cursada, interrumpe la prescripción”.
El juicio indemnizatorio
1º Legitimación activa;
2º Legitimación pasiva;
3º Competencia y procedimiento;
4º Influencia de la sentencia criminal en lo civil.
Es necesario distinguir el daño en las personas, en las cosas y los casos de acción
popular.
De acuerdo al art. 2.315, puede pedir la indemnización “no sólo el que es dueño o
poseedor de la cosa que ha sufrido el daño, o su heredero, sino el usufructuario, el
habitador, el usuario, si el daño irroga perjuicio a su derecho de usufructo o de habitación o
uso. Puede también pedirla en otros casos el que tiene la cosa con obligación de responder
de ella; pero sólo en ausencia del dueño”.
O sea, la acción pertenece al dueño, al poseedor e incluso al mero tenedor, pero este
último sólo en ausencia del dueño. Este requisito debe entenderse en cuanto el mero
tenedor pretenda cobrar los perjuicios del dueño, pero no si el arrendatario, por ejemplo,
cobra los que a él le acarrea la destrucción de la cosa arrendada. Respecto de ellos, a él
corresponde la acción. Pertenece igualmente a todo el que tiene un derecho real sobre la
cosa de que se ve menoscabado o extinguido. Y finalmente a los herederos de todas estas
personas.
3º Acción popular.
La ley en general otorga acción popular para la prevención del daño contingente,
pero si él amenaza solamente a personas determinadas, a ellas pertenecerá la acción. Así lo
señala el art. 2.333: “por regla general, se concede acción popular en todos los casos de
daño contingente que por imprudencia o negligencia de alguien amenace a personas
indeterminadas; pero si el daño amenazare a personas determinadas sólo alguna de éstas
podrá intentar la acción”.
La ley señala, además, reglas particulares para ciertos casos, como ocurre con la
denuncia de obra ruinosa, de que tratan los arts. 932 y siguientes del Código, y el inc. 2º del
art. 2.328.
Dispone este precepto: “si hubiere alguna cosa que, de la parte superior de un
edificio o de otro paraje elevado, amenace caída y daño, podrá ser obligado a removerla el
dueño del edificio o del sitio, o su inquilino, o la persona a quien perteneciere la cosa o que
se sirviere de ella; y cualquiera del pueblo tendrá derecho para pedir la remoción”.
1º Antes que todo, en contra del autor del mismo (art. 2.316, inc. 1º).
En el autor del daño se comprende al cómplice (R.D.J., T. 58, sec. 4ª, p. 58), pero no al
encubridor.
Es posible que los autores sean varios, y en tal caso nuestro Código, reparando la
omisión del Código francés, estableció entre todos ellos la responsabilidad solidaria.
Dice el art. 2.317: “si un delito o cuasidelito ha sido cometido por dos o más
personas, cada una de ellas será solidariamente responsable de todo perjuicio procedente
del mismo delito o cuasidelito, salvas las excepciones de los artículos 2.323 y 2.328”.
Estas excepciones son las ya vistas: del edificio cuya ruina causa daños y pertenece
a una comunidad, en que la indemnización se divide entre los copropietarios a prorrata de
sus cuotas, y de las cosas que se arrojan o caen de la parte superior de un edificio, en que la
indemnización, si no puede imputarse dolo o culpa a persona determinada, se divide por
partes iguales entre todos quienes habitan dicha parte del edificio.
Para que proceda la solidaridad es necesario que dos o más personas hayan
participado como autores o cómplices en la comisión de un mismo delito o cuasidelito. Si
se han cometido distintos delitos o cuasidelitos respecto de la misma víctima, como si por
ejemplo, una persona es atropellada primero por un vehículo, y vuelve a ser atropellada por
otro por haber quedado botada en el camino, no hay solidaridad (la disposición supone
pluralidad de sujetos y unidad en el hecho: R.D.J., T. 68, sec. 4ª, p. 22).
La acción podrá intentarse contra la persona que responde del hecho ajeno, como
por ejemplo, contra el padre por los hechos ilícitos del hijo menor que vive con él; que
figurará en el proceso criminal si el juez en lo penal conoce de la demanda civil, como
tercero civilmente responsable, pero sin que lo afecte naturalmente responsabilidad penal;
De acuerdo al inc. 2º del art. 2.316: “el que recibe provecho del dolo ajeno, sin ser
cómplice en él, sólo es obligado hasta concurrencia de lo que valga el provecho”.
esta obligación de indemnizar hasta el monto del provecho recibido (R.D.J., T. 58, sec. 4ª,
p. 58; T. 64, sec. 4ª, p. 175. El primero de estos fallos agregó que el encubridor no responde
del lucro cesante, que no puede beneficiarlo).
4º Los herederos.
Competencia y procedimiento
especie y monto de los perjuicios, siempre que estén establecidas las bases para su
liquidación. En los delitos y cuasidelitos, en un solo juicio deben establecerse todos estos
factores.
Por regla general, para cada uno de los elementos cuya presencia conjunta
determina la existencia de un hecho ilícito, la prueba corresponderá a la víctima, sin
limitaciones de ninguna especie, puesto que se trata de acreditar un hecho: puede valerse de
todos los medios de prueba que la ley franquea (R.D.J., T. 27, sec. 1ª, p. 557).
La primera puede hacerse valer en juicio civil (art. 178 del C.P.C.); no significará
por sí sola la acogida de la acción de indemnización, porque deberá probarse el daño, pero
acredita la comisión del hecho y la culpa (art. 13 del C.P.P.).
La segunda sólo tiene influencia en lo civil en los tres casos que señala el art. 179
del C.P.C.: si se funda en la no existencia del delito o cuasidelito, a menos que la
absolución provenga de una eximente de responsabilidad penal; en no existir relación
alguna entre el hecho que se persigue y la persona acusada, salvo los casos de
responsabilidad por el hecho ajeno o por daños que resulten de accidentes, y finalmente, en
no haber en autos indicio alguno contra el acusado, pero en tal caso la cosa juzgada afecta
únicamente a las personas que hayan intervenido en el juicio criminal como partes directas
o coadyuvantes.
El inc. final del precepto señala que no producen nunca cosa juzgada en materia
civil las sentencias absolutorias respecto a las personas que hayan recibido valores u
objetos muebles por un título de que nazca obligación de devolverlos, como guardadores,
albaceas, etc.
Conforme al art. 180 del mismo Código: “Siempre que la sentencia criminal
produzca cosa juzgada en juicio civil, no será lícito en éste tomar en consideración pruebas
o alegaciones incompatibles con lo resuelto en dicha sentencia o con los hechos que le
sirvan de necesario fundamento”.
82
1º En cuanto a su generación.
De esto deriva que en la primera las partes tienen un campo más amplio de acción a
su voluntad, pues han estado en situación de prever la regulación jurídica en caso de
infracción a la obligación; por ello, las normas legales son en general meramente
supletorias, se aceptan con cierta amplitud las convenciones modificatorias de la
responsabilidad y las partes pueden fijar anticipadamente los perjuicios mediante una
cláusula penal.
Respecto a los hechos ilícitos, es la ley la que fija cuándo nace la obligación de
indemnizar; la única facultad de las partes es componer como estimen conveniente el daño,
derogando las normas legales que lo determinan; las cláusulas de irresponsabilidad son más
bien excepcionales, aunque se tiende actualmente a aceptarlas, pero con limitaciones.
2º La capacidad.
Sólo son incapaces de delito o cuasidelito civil los dementes, los menores de 7 años,
y los mayores de esta edad, pero menores de 16 años cuando han obrado sin
discernimiento.
Las incapacidades contractuales son más amplias; desde luego, la mayor edad es a
los 18 años, y existen otras fuera de la edad o privación de razón: disipador interdicto, etc.
3º Dolo o culpa.
4º Perjuicios indemnizables.
5º Mora
6º Pluralidad de deudores
7º Prescripción
Pero entre nosotros la situación es diferente, porque el Titulo 12 del Libro 4º trata de
la responsabilidad por incumplimiento de las obligaciones bajo el epígrafe: “del efecto de
las obligaciones”, expresión que las involucra a todas, y se exceptúan los hechos ilícitos por
el tratamiento separado que les otorga bastante más adelante (Alessandri, ob. cit., Nº 28, p.
54; Claro Solar, Luis: Explicaciones de Derecho Civil chileno y comparado, Santiago,
1939, T. 11, Nº 1.067, p. 521; Tomasello Hart, Leslie: El daño moral en la responsabilidad
contractual, Editorial Jurídica de Chile, 1969, Nº 32, p. 193. En contra Carlos Ducci, ob.
cit., Nº 11, p. 8). Se cita, además, en apoyo de esta tesis el contenido de los arts. 201, 250,
391, 427, 2308 y 2288, que hablan de culpa leve, de buen padre de familia y culpa levísima,
etc. (graduaciones de culpa admisibles sólo en el terreno contractual), no obstante referirse
a obligaciones legales o cuasicontractuales.
Así se ha fallado también (R.D.J., T. 59, sec. 1ª, p. 112), pero como la misma
sentencia tuvo que advertirlo, el punto resulta muy relativo, porque el Titulo 12, como se
aprecia en todos sus preceptos, discurre sobre la idea de una estipulación previa de las
partes, y por la razón ya apuntada de que estructuralmente las obligaciones
extracontractuales se asemejan más entre sí, y resisten la asimilación a las normas dadas
para las convenciones.
Puede agregarse que el art. 2284 agrupa a las obligaciones que se contraen sin
convención, refiriéndose a las obligaciones que nacen de la ley o del hecho voluntario de
una de las partes, en este último caso hablamos de los delitos y cuasidelitos civiles y de los
cuasicontratos, dando a entender claramente que dichas obligaciones tienen una naturaleza
similar diferente de las obligaciones que emanan de la responsabilidad contractual (igual
cosa hace el art. 578 respecto de los derechos personales o créditos). En consecuencia,
aplicando una razón de analogía, y en consideración a que estamos frente a un vacío de la
ley, que no establece cuál es el derecho común, puede decirse que la distinción precedente
debe aplicarse para establecer la regla general en materia de responsabilidad. En
consecuencia, habría que agrupar las obligaciones de la misma naturaleza bajo unas mismas
reglas supletorias.
2º Responsabilidad precontractual
La opinión más general se inclina por esta última doctrina, puesto que la contractual
supone un contrato y éste no se forma aún; Ihering en cambio sostenía que se daba en este
caso la culpa in contrahendo, de orden contractual, como lo es el acto que se iba a otorgar
(Claro Solar, ob. cit., T. 11, Nº 1.072 y sgtes., pp. 529 y sgtes.).
Por último, el contrato preliminar, como una promesa de contrato, dado que es
contrato, origina responsabilidades netamente contractuales.
3º La obligación de seguridad
Hay contratos que por su ejecución implican un riesgo de daño a la persona misma
de uno de los contratantes, como ocurre muy principalmente en el de transporte. Es un
presupuesto para que la responsabilidad sea contractual que el daño provenga de la
infracción de alguna de las obligaciones del contrato.
Otra tesis que tiende a imponerse hoy en día y elaborada principalmente por la
doctrina y jurisprudencia francesas (véanse Tomassello, ob. cit., pp. 239 y sgtes. y
Alessandri, ob. cit., Nº 41, pp. 67 y sgtes.) sostiene que en este tipo de contratos existe una
obligación de seguridad que obliga al deudor a ejecutar el contrato de manera que el
acreedor resulte sano y salvo (obligación que además sería de resultado), de manera que si
no cumple esta obligación, y el acreedor sufre algún daño en su persona, la responsabilidad
es contractual. La importancia capital que ello tiene es eximir a éste de la prueba de la
culpa.
86
En nuestra legislación, según Abeliuk (ob. cit., Nº 933, p. 765), no cabe duda que en
el contrato de transporte existe para el acreedor esta obligación de seguridad; el art. 2.015
lo señala expresamente: “el acarreador es responsable del daño o perjuicio que sobrevenga
a la persona por la mala calidad del carruaje, barco o navío en que se verifica el transporte”,
responsabilidad que se ve confirmada por el art. 207, inc. 2º, en relación con el art. 171 del
Código de Comercio. Es la opinión de nuestra doctrina (Tomassello, ob. cit., pp. 239 y
sgtes.; Alessandri, ob. cit., Nº 41, pp. 67 y sgtes; Somarriva Undurraga, Manuel: Las
obligaciones y los contratos ante la jurisprudencia, Nascimento, Santiago, 1939, Nº 433, p.
291) y jurisprudencia (R.D.J., T. 13, sec. 1ª, p. 110).
4º Responsabilidad profesional
Así expuesto el problema, parece estar de acuerdo con los principios generales de la
responsabilidad, pero en la práctica conduce al absurdo de considerar, por ejemplo, que si al
médico se le muere un paciente, si el abogado pierde un pleito, etc., se les presume la culpa,
porque tal es la norma en materia de responsabilidad contractual. De ahí una notoria
tendencia en la doctrina a considerar al profesional afecto a responsabilidad
87
Dicho de otra manera, se trata de saber si el demandante podría decir que, según el
Título 35 del Libro 4º, todo daño que revista los caracteres de delito o cuasidelito civil,
obliga a indemnizarlo conforme a dichas disposiciones, y en consecuencia, cobrarlos de
acuerdo a ellas, dejando a un lado las que gobiernan la responsabilidad contractual.
Según Abeliuk (ob. cit., Nº 935, p. 767) se trata de un falso problema porque no hay
cúmulo, esto es, acumulación de responsabilidades, sino que opción entre ellas, y más
limitadamente aún, posibilidad de abandonar la responsabilidad contractual para asilarse en
la delictual. El cúmulo se produce en el hecho mismo, que es considerado a un tiempo
como incumplimiento imputable y hecho ilícito.
Alessandri (ob. cit., Nº 51, p. 91) y la jurisprudencia (R.D.J., T. 47, sec. 1ª, p. 127, T.
48, sec. 2ª, p. 252) señalan dos casos de excepción en que el demandante podría elegir entre
demandar la responsabilidad contractual y la extracontractual:
Véanse Alessandri, ob. cit., Nº 25, p. 42; Tomasello, ob. cit., pp. 169 y
sgtes.; Claro Solar, ob. cit., T. 11, Nº 1.065, p. 519; Coustasse, Alberto e
Iturra, Fernando: El caso fortuito ante el Derecho Civil, Editorial Jurídica
de Chile, Santiago, 1958, Nº 3 a 6, pp. 15 y sgtes.
Esta teoría reconoce diferentes graduaciones entre los autores, pero tiende
fundamentalmente a equiparar ambas categorías de responsabilidad, considerando que
siempre representan una actuación contraria a derecho que da origen a la obligación de
indemnizar los perjuicios que ocasiona la contravención.
Por ello es más comúnmente aceptada la posición que considera que hechos ilícitos
e incumplimiento son ambos manifestaciones de una actuación contraria al derecho, y
sancionados civilmente con el resarcimiento del daño ocasionado; esta obligación nace con
el hecho ilícito o la infracción del contrato, y en este último caso pasa a sustituir a la
obligación propia de éste.
Para Abeliuk (ob. cit., Nota 916, p. 772) el argumento esgrimido contra la teoría
unitaria en base a la indemnización moratoria no es válido, porque justamente ella no
existía antes: nace con el incumplimiento, y por el otro lado ella, unida al cumplimiento
forzado o la indemnización compensatoria, integran la obligación no cumplida
oportunamente.
Sin embargo, Abeliuk (ob. cit., Nº 831, p. 681) señala que el problema de la
graduación (por mucho que el Código en el art. 44 haya tratado de precisarla) es bien
relativo, y en la práctica la tendencia actual es permitir al juez la calificación de si ella ha
concurrido, lo que en definitiva ocurre aun en legislaciones que admiten la división como la
nuestra.
Hoy es difícil sostener que la responsabilidad civil no es una sola, pero dividida en
dos grandes capítulos: el de la contractual por un lado y el de la extracontractual por el otro.
Con normas comunes para ambas, y especiales para cada una. Ya no se justifica en forma
alguna la reglamentación separada e integral de la mayoría de los Códigos, y en cambio es
lógico el método del Código alemán, que trata de la responsabilidad en conjunto en los arts.
249 y siguientes, y luego da normas especiales para cada una de sus especies: arts. 276 y
siguientes y 823 y siguientes para la contractual y extracontractual, respectivamente.
Con la excepción de Claro Solar (tampoco le da una aceptación plena), los autores
nacionales y la jurisprudencia (R.D.J., T. 26, sec. 1ª, p. 234; T. 15, sec. 1ª, p. 324; T. 47, sec.
1ª, p. 127; T. 48, sec. 1ª, p. 252) rechazan la doctrina de la unidad de la responsabilidad
civil.
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