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Prologo
Introducción
CAPÍTULO I IGLESIA
tema 1: ¿ COMO Y PARA QUE FUNDÓ JESUCRISTO LA IGLESIA?
ACTIVIDADES: VIVIR NUESTRO SER IGLESIA
ORACIÓN: LA IGLESIA ILUMINA MI CAMINAR
tema 2: ¿ POR QUE LLAMAMOS A LA IGLESIA: PUEBLO DE DIOS, CUERPO DE CRISTO Y
TEMPLO DEL ESPÍRITU?
ACTIVIDAD: UNA EXPERIENCIA DE CONTEMPLACIÓN
ORACIÓN: TODOS SOMOS IGLESIA
tema 3: ¿ PORQUE DECIMOS QUE LA IGLESIA ES UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA?
ACTIVIDAD: CARTA A DIOS
ORACIÓN: EL FUNDAMENTO DE LA IGLESIA
tema 4: ¿ QUIENES FORMAMOS LA IGLESIA?
ACTIVIDAD: PARABOLA DEL CUERPO
ORACIÓN: ORAMOS POR LAS VOCACIONES
tema 5: ¿ CUANDO VIVIMOS EN LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS?
ACTIVIDAD: UNA PROFUNDA ASPIRACIÓN
ORACIÓN: LA VIDA DE LOS SANTOS
tema 6: MODELO CRISTIANO EN LA IGLESIA: MARÍA.
ACTIVIDAD: EL ESPEJO DE MARIA
ORACIÓN: MAGNIFICAT
CAPÍTULO II: SACRAMENTOS
tema 7¿ QUE ES CELEBRAR LA VIDA DE FE? LITURGIA Y SACREAMENTOS.
ACTIVIDADES: LA SENSIBILIDAD DE LOS SACRAMENTOS
ORACIÓN: DAME TU LUZ, SENYOR
Sacramentos de iniciación cristiana.
tema 8: ¿ QUE ES EL BAUTISMO?
ACTIVIDADES: RENACEMOS DEL AGUA Y DEL ESPIRITU
ORACIÓN: EL AGUA DEL SEÑOR
tema 9: ¿ QUE ES LA CONFIRMACIÓN?
ACTIVIDADES: CONFIRMAMOS NUESTRA FE
ORACIÓN: ¿QUIEN ES EL ESPIRITU SANTO
?tema 10: ¿ QUE ES LA EUCARISTIA?
ACTIVIDADES: EUCARISTIA, TIEMPO PARA COMPARTIR
ORACIÓN: EL PAN DE VIDA
Sacramentos de curación
tema 11: ¿ QUE ES LA PENITENCIA?
ACTIVIDADES: EL DIOS DE LA MISERICORDIA
ORACIÓN: TE DAMOS GRACIAS POR EL PERDON
Vocabulario breve
Bibliografía
PRÓLOGO
SECRETARIA DE FORMACIÓN
COMO UTILIZAR LA CAMPAÑA DE FORMACIÓN
Los temas de la Campaña están divididos en tres apartados que se deben entender de
la forma que sigue:
Entre los que habían llegado a Jerusalén para dar culto a Dios con ocasión
de la fiesta, había algunos griegos. Estos se acercaron a Felipe, que era natu -
ral de Betsaida de Galilea, y le dijeron:
- Señor, quisiéramos ver a Jesús.
Felipe se lo dijo a Andrés, y los dos juntos se lo hicieron saber a Jesús. Jesús
dijo:
Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Yo os ase -
guro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga
dentro de la tierra y muera; solo entonces producirá fruto abundante. Quien
vive preocupado por su vida, la perderá; en cambio, quien no se aferre exce -
sivamente a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna. Si alguien 3
quiere servirme, que me siga; correrá la misma suerte que yo. Todo aquel que
me sirva será honrado por mi Padre.
Juan 12, 20-26
Ésta petición hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a
Jerusalén para la peregrinación pascual, resuena también para nosotros... Como aquellos
peregrinos de hace más de dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siem -
pre conscientemente, piden a los cristianos de hoy no sólo “hablar” de Jesús, sino en cier -
to modo hacérselo “ver”. ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en
cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del
nuevo milenio?
(Novo Millennio Ineunte, 16)
OBJETIVO PRINCIPAL 5
PROFECÍA FORMATIVO
La Iglesia de Valencia escucha y proclama la Palabra de Dios.
MEMORIA CELEBRATIVO
La Iglesia de Valencia celebra el misterio de Cristo.
TESTIMONIO CARITATIVO
La Iglesia de Valencia sirve con amor a los hermanos.
La intención originaria de Dios (su sueño", podríamos decir) es la felicidad del hombre en
el seno de una humanidad reconciliada y de una creación hermosa y fecunda. Los símbolos del
paraíso (Gn 2, 8-25) y del sábado (Gn 2, 2-3) expresan de modo plástico el proyecto del Dios crea-
dor.
Este designio, sin embargo, se quebró por la acción del mal y la fragilidad de la libertad
de la criatura, por lo que la raza humana debe peregrinar, con sudor y lágrimas, en el exilio
fuera del paraíso. El relato del Génesis muestra la dureza del caminar humano: el dolor y la
muer te hacen su aparición, el hombre se aleja de Dios porque no soporta su mirada, el hom-
bre y la mujer se separan por reproches y acusaciones mutuas, la violencia llega al asesinato
entre hermanos, con el origen de las ciudades se inventan las armas y se introduce la guerra, 7
los pueblos se dispersan en lenguas diversas que generan incomprensión, odio...
La situación real de una humanidad dolorida y peregrinante y la división e incompren-
sión entre los pueblos, abre en toda su anchura la tarea de restaurar el "sueño" originario de
Dios. Éste es el primero que se responsabiliza de sus criaturas y les ofrece el manantial de la
esperanza bajo la promesa de un salvador (Gn 3, 15). Pero, dado el modo de ser de nuestra his-
toria, Dios necesita mediadores y testigos que asuman como propia esa tarea, esa misión. Por
eso tiene lugar la llamada a Abraham: sobre el trasfondo de la humanidad dividida en Babel,
Abraham es llamado para hacer posible la bendición primera de Yahvé, para ir retejiendo la
unidad desgarrada de la raza humana. La fe de Abraham consiste en su disponibilidad para
asumir esa misión tan amplia como el designio originario de Dios.
La fe de Abraham, como fidelidad a la misión, puede servir como modelo, criterio y punto
de referencia de todas las llamadas posteriores: el sujeto concreto es llamado, o una colectivi-
dad es convocada, porque existe una misión que cumplir. Será también el caso de Moisés o el
de Israel, en cuanto pueblo convocado de entre los pueblos para ser testigo de las maravillas
de Dios en la historia o de su designio salvífico desde el momento de la creación.
Sin embargo es demasiado frecuente el fracaso de los mediadores, de los llamados para
ser enviados como testigos. Es particularmente significativo el caso del pueblo de Israel: com-
prometido públicamente a servir a la alianza, muchos de sus miembros sin embargo se aco-
modan a la rutina de los ritos o a la satisfacción de sus privilegios. Por eso caen en la idola-
tría: no asumen la responsabilidad de la misión abierta en la alianza con Abraham o con el
mismo pueblo en el Sinaí. El pueblo no se siente servidor de la alianza sino poseedor de la lla-
mada y por ello con el ansia de buscar privilegios y seguridades. Sigue haciendo falta por ello
un pueblo que sirva con autenticidad a la misión.
Jesús es el Hijo enviado para recuperar el aliento originario del "sueño” del Dios de la
creación y para reconvocar al pueblo a fin de que redescubra que su identidad radica en la
fidelidad a la alianza establecida con Abraham y con Israel, y con la misma creación y la
humanidad entera en el alborear de su designio salvífico. El anuncio del Reino de Dios, ofreci-
do como un jubileo que reaviva la esperanza y devuelve motivos para la alegría, recoge todas
estas resonancias y aspiraciones. El Reino es experimentado como motivo de alegría sobre todo
por parte de aquellos que se encuentran olvidados de todos (por su pobreza, enfermedad, inca-
pacidades) y sólo pueden encontrar su esperanza en Dios.
La entrega de su vida a la misión recibida debe asumir e integrar el rechazo, la persecu-
ción y la muerte a que le conducirá la violencia que los hombres desencadenan contra él. El
pueblo de la antigua alianza no se deja seducir, en su mayoría, por la misión a la que el Hijo
les convoca desde el amor incondicional del Padre.
Jesús, sin embargo, va reuniendo en torno a sí el germen de una nueva comunidad, con-
densada en los Doce, que se adhieren personalmente al destino de Jesús y de su misión. En
medio de perplejidades e incertidumbres van participando del envío y de la misión del mismo
Jesús. En la entrega de su vida, éste se convierte en sello y garantía de una alianza nueva que
manifestará su esplendor y originalidad en la Pascua y Pentecostés. El despliegue de esa alian-
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za es el servicio que deberá asumir la Iglesia: para ello es llamada y enviada.
INTRODUCCIÓN
Este tema pretende abrir camino para recrear, al menos el sentido de Iglesia como con-
vocación a compartir la fe, la esp
eranza y la caridad, como sentido de vida. La fe cristiana es, ante todo, una manera de
relacionarse con Dios, los demás, la naturaleza y el cosmos y con uno mismo.
Una de las dimensiones fundamentales de la persona humana es ser-en-r elación; no
somos islas ni estamos "cerca" los unos de los otros por casualidad sino que es algo constituti-
vo de nuestro ser somos “con y para” los demás y sólo así nos realizamos y nos sentiremos rea-
lizados plenaménte (G. S. nº 12). El ser en relación no es sólo un hecho; es además tarea, algo
que hay que crear, vivir, constr uir. Para ello es necesario dar y recibir, ser acogido y aceptado,
comunicar y compartir juntos nuestras ideas, ideales, experiencias, sentirnos parte y que se nos
dé parte en aquello que creemos y queremos...
La teología postconciliar ha puesto de relieve la dimensión de la Iglesia como ser-en-r ela-
ción, con las demás personas y con el mundo creado. En la Iglesia esa relación tiene su pecu-
liaridad. Lo singular, en ella, radica en comunicar y compartir toda la vida en cuanto vivida
desde Dios, como sentido y valor definitivo; lo que se va expresando en una nueva manera de
ver, ser y actuar según Dios. Ser cristiano no es vivir otra vida, sino vivir esa misma vida huma-
na al modo y estilo de Dios, revelado en Cristo y hecho posible por el Espíritu que nos ha sido
dado.
Es una ilusión, por no decir una ingenuidad, el pretender desarrollar y vivir nuestro ser-
en-relación, humana y cristianamente, sin emplear los cauces necesarios que faciliten la comu
nicación, el diálogo, el discernimiento, la elección, el actuar juntos. Estos medios nos ayudan a
unir nuestros quereres en el único querer de Dios, en esto en definitiva el acto de fe.
"El Padre eterno creó el mundo por una decisión totalmente libre y misteriosa de su sabi-
duría y bondad. Decidió elevar a los hombres a la participación de la vida divina" a la cual
llama a todos los hombres en su Hijo: "Dispuso convocar a los creyentes en Cristo en la santa
Iglesia". Esta "familia de Dios" se constituye y se realiza gradualmente a lo largo de las etapas
de la historia humana, según las disposiciones del Padre: en efecto, la Iglesia ha sido "prefi-
gurada ya desde el origen del mundo y preparada maravillosamente en la historia del pueblo
de Israel y en la Antigua Alianza; se constituyó en los últimos tiempos, se manifestó por la efu-
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sión del Espíritu y llegará gloriosamente a su plenitud al final de los siglos" (L. G. nº: 2). (CIC 759)
“Quiso (Dios) santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin cone-
xión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con
una vida santa. Eligió, pues, a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue edu-
cando poco a poco... Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación y figura de su alian-
za nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo... ese pacto nuevo lo estableció Cristo convo-
cando un pueblo de judíos y gentiles, que se uniera en el Espíritu y constituyera el nuevo Pueblo
de Dios.
La condición de este pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos
corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el nuevo mandato de amar
como el mismo Cristo nos amó a nosotros. Y tiene en último lugar como fin el dilatar más y más
el reino de Dios...
Aunque con frecuencia parezca una grey pequeña, es para todo el género humano un
germen de unidad, de esperanza y de salvación. Cristo lo -envía a todo el universo como luz
del mundo y sal de la tierra...
Caminando la Iglesia en medio de las tentaciones y tribulaciones, se ve confortada con el
poder de la gracia de Dios, que le ha sido prometida para que no desfallezca de la fidelidad
per fecta por la debilidad de la carne, antes, al contrario, persevere como esposa digna de su
Señor y, bajo la acción del Espíritu Santo, no cese de renovarse hasta que por la cruz llegue a
aquella luz que no conoce ocaso". (L. G. nº: 9).
En las orillas del lago de Galilea sonaron hace dos mil años unas palabras sin las cuales
la Iglesia no existiría hoy:
"Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues y enseñad a todas las
gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a
observar todo lo que os he mandado. Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consuma-
ción del mundo."
Quien pronunciaba estas palabras era el Hijo de Dios en persona. Teóricamente podría
haber reducido su obra a la redención de la humanidad o haberse quedado en este mundo
hasta el fin de los siglos.
Pero Dios quiso necesitar a los hombres. Quiso ser ayudado en su tarea. Quiso que su
obra y su palabra fueran continuadas por otros y otros hombres de generación en generación.
Por eso quiso, desde el primer momento de su predicación, rodearse de un grupo de ayu-
dantes y compañeros.
De este grupo de hombres nacería la Iglesia. A lo largo de veinte siglos, millones y millo-
nes de personas se han reunido para hablar de Jesús, para amarle, para transmitir su lengua-
je.
Y lo han extendido por todo lo ancho del mundo. Año tras año, millares de creyentes
abandonan su patria y parten a lejanas regiones para anunciar el Evangelio en todos los rin-
cones del planeta.
Y entre nosotros, los verdaderos creyentes siguen considerándose herederos de esa gran
tarea.
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La Iglesia, nuestra tarea.
El libro de los Hechos de los Apóstoles, que describe la vida de las primeras comunida-
des cristianas, nos explica cómo la Iglesia, desde el primer momento, fue consciente de que
había recibido de Jesús una triple misión: anunciar el Evangelio de Jesús, celebrar y alimentar
la fe con la oración, la liturgia y los sacramentos y testimoniar su fe con su forma de vivir.
“Eran asiduos en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la solidaridad, la fracción
del pan y las oraciones.” (Hch. 2, 42)
Detallamos a continuación la triple misión de la Iglesia y la cita del Nuevo Testamento que
se refiere a ella.
Anunciar con hechos y palabras el " Id a hacer discípulos entre los pue -
Evangelio a todos los pueblos para blos, bautizadlos consagrándolos al
que se conviertan y sean discípulos Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y
de Jesús. enseñadlos a cumplir cuanto os he
mandado” (Mt 28, 19-20)
- Desde esta pregunta se suscita el diálogo entre los jóvenes; anotando todas las razones
que se exponen.
- Repartir y leer el texto de J. L. Martín Descalzo
- Comentar nuestras conclusiones al comparar nuestras razones con las del autor.
Todos vivimos de fe
Todos "vivimos de fe". Cada cual con la suya; y todos, cristianos o no cris-
tianos y hombres religiosos o a-religiosos, debiéramos aceptar la confronta-
ción racional, abierta, de las bases sobre las que se apoya. Bajo esta pers-
pectiva, en principio, puede resultar engañoso y algo tramposo eso de querer
caracterizar de increyentes, indiferentes, ateos, etc., a cuantos no tienen la
misma fe que nosotros (aunque esos términos cumplan una función concep-
tual interna ... ). En segundo lugar, si hablamos de vivir de fe, implícitamente
estamos afirmando que solo merece la pena aquella fe capaz de "dar-nos 15
vida", esperanza, sentido...
La clave de la fe cristiana... arranca del amor de Dios, manifestado per-
fecta y definitivamente en Jesús de Nazaret, el Cristo. Ahora bien, eso de la fe
se relaciona también con la religión y la Iglesia. Y aquí vienen los jaleos. Para
entendernos y dicho rápidamente. La religión es un "tinglado humano" y,
como tal, no tiene directamente que ver con Dios: la religión no es más que
nuestro modo de estructurar y organizar la vida en torno al acontecimiento o
experiencia central de todo cristiano -la fe que brota del amor incondicional y
gratuito de Dios-. Quiere esto decir, por tanto, que la religión está al servicio
de la fe. No al revés.
¿Y la Iglesia'? Es mucho más que "algo humano", pero también
un “hecho humano". De ahí que cuanto puede ocurrir con la religión, sucede
a veces con la Iglesia: destinada a construir el Reino de Dios, pervierte su
misión si se busca a sí misma y no se organiza como comunidad de creyen-
tes. En concreto, la "Iglesia es un misterio de comunión" y "sacramento de sal-
vación". Ahora bien, aunque el Espíritu de Dios garantiza dicha identidad, la
Iglesia necesita hacer visible y significativo ese misterio y sacramentalidad. Y
aquí es donde falla: la participación y el diálogo, por citar un caso concreto,
son escasos y conforman cuanto M. Kehl
ha llamado la "práctica incomunicativa de
la Iglesia". En fin, no le falta razón a Cortes.
Son precisamente los jóve ne s quiene s
mejor descubren los "fallos humanos" de
la Iglesia: lenguajes y formas antiguas,
ritos y estructuras superadas, escasa par-
ticipación, confusión de servicio y poder...
De ahí que, para los jóvenes, la Iglesia
apenas si suscita interés y la consideran
como una "cosa antigua".
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Las frases:
Una vez leídas las frases personalmente y evaluadas con notas de acuerdo-desacuerdo
(de 0 a 10) se pasaría al trabajo en pequeños grupos intentando alcanzar un triple acuerdo,
razonado.
• Tres que no. De ningún modo. En total desacuerdo.
• Tres que sí, que sí. Totalmente de acuerdo.
• Tres que sí y que no. Según y como.
Manifiesto:
Como hemos señalado arriba lo que se pretende es descubrir y analizar nuestro sentido
de pertenencia a la Iglesia (referencia y pertenencia) y las actitudes que subyacen detrás de
nuestras palabras. No se debe perder de vista este objetivo, evitando el que el trabajo se con-
vierta en un diálogo superficial o banal, con tópicos y caminos que no llevan a ninguna parte.
En el análisis y comentario grupal descubriremos nuestra situación y seguramente una lla-
mada a cambiar de situación.
Todo esto aparecerá en el diálogo abierto después de que los diferentes grupos han mani-
festado a la Asamblea sus posturas de consenso.
El Manifiesto permitirá, finalmente, la precisión y concreción de propuestas y compromi-
sos.
ORACIÓN: LA IGLESIA ILUMINA NUESTRO CAMINAR
Acogida y ambientación.
Introducción:
Los hombres de hoy, decía, un pensador no hace mucho, necesitan descubrir que el dina-
mismo de su historia no es la competición, sino el encuentro.
El hombre de hoy parece que se mueve por estímulos exteriores, sin ellos su vida langui-
dece en la monotonía. Estamos, en nuestra vida, tan solicitados por tantas cosas, tan entreteni-
das, tan ocupados por tantos problemas, tan inquietos por tantos desasosiegos, que no tene-
mos tiempo para encontrarnos las personas. 19
Sin embargo, sabemos, por propia experiencia, lo fundamental que es para todo hombre
y toda mujer el encontrarse con alguien, el sentirse acogido. Es como tener nuestra propia carta
de identidad, pues en el encuentro, sincero y verdadero, nos sentimos alguien, nos sentimos
reconocidos en lo que tenemos de, singular y propio. Pero lo más difícil y urgente no es lo poco
que nos encontramos en la familia, en el matrimonio, entre amigos y vecinos. Es caer en la
cuenta de nuestra escasa disposición para el encuentro, es más, todos creemos que estamos dis-
puestos para el encuentro, si éste no acontece es por culpa del otro, es el otro el que se olvidó,
el que no supo callar, el que exageró, el que no supo comprenderme... la verdad es que con
esta actitud resulta imposible todo encuentro, puesto que no se trata tanto de que el otro me
encuentre, sino de que yo me haga encontradizo, o si quereis que el otro se sienta reconocido,
acogido...
Canto:
Miramos la realidad
Motivación:
Lector:
"Un hombre tenía dos hijos, y, al morir, dejó en herencia a cada uno la mitad
de su tierra. Ahora bien, uno de los hijos era rico, pero no tenía hijos; el otro era
pobre y tenía siete hijos. Aquella noche el hijo rico no podía reconciliar el sueño
pensando: "Mi padre se ha equivocado, porque yo soy rico y me ha dado la mitad
de su herencia, mientras que mí hermano es pobre y no tiene suficiente tierra para
sus siete hijos. Y se levantó y antes de que saliese el sol se puso en camino para
cambiar los linderos de la herencia, de modo que a su hermano lo quedase la parte
mayor. También el otro hijo, el pobre, estaba desvelado aquella noche y se decía:
"Mi padre se ha equivocado, pensó, porque yo tengo siete hijos mientras que mí
hermano está sólo. Y antes de la aurora salió al campo para correr los linderos para
que a su hermano le quedase la parte mayor de la tierra.
Al salir la aurora los dos hermanos se encontraron. Les digo que en aquel
lugar se levantará la casa del ENCUENTRO.
(Silencio-reflexión)
(Es un gran ideal, ¿pero nos parece un sueño, algo imposible? ¿Qué evoca en nosotros,
desde la realidad de nuestros encuentros y desencuentros ?desencuentros?)
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Motivación
Canto:
(Silencio-oración)
Lector: San Juan 17, 21-26
No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su
palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti,
que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has
enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros
somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo
conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado
a mí. Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también con -
migo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado
antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo
te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a cono -
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cer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me
has amado esté en ellos y yo en ellos. »
Comentario:
Gesto de participación: Se enciende dos velas del cirio pascual y se pasan, los que quie-
ran expresan alguna plegaria espontánea.
Plegaria:
Tú no quieres, Señor,
hacer nada sin nosotros.
Por eso crees en nosotros,
confías en nosotros
para hacer la vida
más agradable entre nosotros.
Quieres pasar a través de nosotros
para edificar aquello que nos une
y construir la paz.
Necesitas de nosotros
para levantar al caído
y para consolar al triste.
Cuentas con nosotros
para enseñar a los demás
a querer, a perdonar, a compartir.
Crees con todas tus fuerzas
en que nuestro corazón
es capaz de quererte a
Ti y a nuestros hermanos.
¡Qué grande eres, Señor,
teniendo tanta confianza en nosotros!
Canto:
CATECISMO
23
INTRODUCCIÓN
La Iglesia en las diferentes épocas ha sido designada de diferentes maneras: redil, labran-
za o campo de Dios, construcción de Dios, Jerusalén celeste, esposa de Cristo... (L. G. nº: 6), cada
una de las expresiones supone subrayar un aspecto de ella. Decir de la Iglesia que es Pueblo
de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo expresa y subraya el origen de la Iglesia
en el Dios uno y trino.
Para profundizar en este tema nos podemos acercar a un texto impresionante del Concilio
Vaticano II: La constitución dogmática “Lumen Gentium”. En ésta, el Concilio habla sobre la
Iglesia y el capítulo 2 es titulado “El pueblo de Dios”.
Los cristianos sabemos, porque así lo hemos descubierto en Jesús, que Dios quiere que
todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad (1ª Tim.2, 4-6). Esa voluntad
de Dios le ha llevado a darse a conocer a la humanidad, a revelarse. Dios ha salido al encuen-
tro de los hombres y lo ha hecho acercándose a gente concreta y a un pueblo concreto, es lo
que llamamos la historia de la Salvación. Esa historia llega a su momento culminante en Jesús
(Heb. 1, 1-4). Y continua haciéndose realidad en la Iglesia.
Profundizando en esta historia podemos conocer mas y mejor a nuestro Dios, y por tanto
descubrir que nos quiere decir. Todo en la historia de la Salvación nos habla de Dios y de nos-
otros.
Pueblo de Dios:
“Quiso, sin embargo, Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aisla-
dos entre sí, sino constituirlos en un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santa-
mente. Eligió como pueblo suyo el pueblo de Israel, con quien estableció una alianza, y a quien
instruyo gradualmente manifestándole a Sí mismo y sus divinos designios a través de su histo-
ria, y santificándolo para Sí.” (L. G. nº: 9)
Pueblo, alianza, historia forman parte del empeño de Dios. Dios se da a conocer en la
historia de un pueblo concreto, Israel, con el que hace una Alianza. (Éx. 19-24). El pueblo aban-
dona la alianza. Ese empeño de Dios, que se ve roto, Dios no lo abandona y hace surgir en
los profetas el anuncio de una alianza nueva, que será universal. En esa alianza nueva el amor
de Dios opera una trasformación intima de su pueblo, una renovación del corazón (Jer. 31,
24 33;32,40; Ez. 36,26), y que abarcara a todos los pueblos (Is Si. 55,3-5), actuando el Siervo pacien-
te de Yahveh como mediador universal de la salvación (Is. 42, 6; 49, 6) . El pueblo de Israel se lla-
maba ya Iglesia (Esd 13,1; Num 20,4; Dt 23,1ss.)
El Nuevo Testamento aporta como mensaje esencial la idea de que Dios ha realizado en
Jesucristo la nueva alianza prometida por los profetas. Por esa Alianza nueva nace el nuevo y
definitivo pueblo de Dios. Un pueblo que ya no esta limitado a la sangre, a la raza sino que es
universal.
Nueva alianza que estableció Cristo, es decir, el Nuevo Testamento en su sangre (1ª Cor.,
11,25), convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles que se condensara en unidad
no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera un nuevo Pueblo de Dios. (L. G. nº: 9)
El pueblo se constituye como tal, por que ha sido congregado, convocado, adquirido por
el mismo Dios, para ser un pueblo. El pueblo de Dios.
El designar a la Iglesia como Pueblo de Dios, es algo que enlaza y expresa la continui-
dad con toda la historia de Salvación. Y a la vez apunta a la radical novedad que supone este
nuevo pueblo de Dios que es universal. El Vaticano II al hablar de la Iglesia como Pueblo de
Dios subraya la unidad e igualdad de todos los miembros de La Iglesia, que se funda en la fe
y el bautismo. Un pueblo formado por personas de todas las naciones, y al que todos están
invitados. Superando todo individualismo, exclusivismo, nacionalismo (Gal. 3, 28). La Iglesia
como Pueblo de Dios, no se puede reducir al concepto común de una comunidad con una his-
toria, cultura, lengua que lo hace surgir. El origen de este pueblo esta en la elección de Dios,
en su llamada. La pertenencia a este pueblo no es por nacimiento (a lo que hace referencia la
expresión “según la carne” ) sino por la fe y el bautismo (a lo que hace referencia la expresión
“nacer de nuevo” “la vida nueva del Espíritu” ).
Pues los que creen en Cristo, renacidos del germen no corruptible, sino incorruptible, por
la palabra del Dios vivo (1ª Pe. 1, 23), no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo (Jn., 3,
5-6), son hechos por fin "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo de adquisición
... que en un tiempo no era pueblo, y ahora Pueblo de Dios" (Pe. 2,9-10) (L. G. nº: 9)
Ahora bien, este Pueblo de Dios esta formado por comunidades concretas, que viven en
lugares y culturas concretas en las que se tiene que encarnar. Pero no se puede, no se debe,
atar ni condicionar a ninguna forma particular de cultura, de sistema político, económico,
social. Abrazando a todos los pueblos, culturas, razas y clases debe ser signo e instrumento de
unidad y de paz para la humanidad entera.
Los pueblos se rigen por leyes, por tradiciones. El pueblo de Dios es otra cosa.
La identidad de este pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos
corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Su ley es el mandamiento nuevo: amar
como el mismo Cristo nos amó. Su destino es el Reino de Dios... (L. G. nº: 9)
De esta manera, Dios continua haciendo presente su plan de Salvación para todos, y la
Iglesia aparece como Pueblo mesiánico de Dios, signo de esperanza para todos los pueblos.
Sabiendo que somos un pueblo en camino, peregrinos y que todavía no vivimos en plenitud
esta voluntad de Dios de hacer de toda la humanidad un pueblo.
Aquel pueblo mesiánico, por tanto, aunque de momento no contenga a todos los hom-
bres, y muchas veces aparezca como una pequeña grey es, sin embargo, el germen firmísimo
de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano. (L. G. nº: 9)
Cuerpo de Cristo:
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El Hijo de Dios, encarnado en la naturaleza humana, redimió al hombre y lo transformó
en una nueva criatura (Gal. 6,15; 2ª Cor. 5,17), superando la muerte con su muerte y resurrección.
A sus hermanos, convocados de entre todas las gentes, los constituyó místicamente como su
cuerpo, comunicándoles su Espíritu. (L. G. nº: 7.)
Esta es una imagen que utiliza S. Pablo en algunas de sus cartas. 1ª de Corintios
Romanos, Efesios y Colosenses. Es una imagen que aparecía en la antigüedad aplicada a los
pueblos y estados, en referencia la necesidad de vivir en sociedad, y la de necesidad mutua de
los diferentes miembros. S. Pablo aprovecha esta imagen y la utiliza dándole nuevas dimen-
siones y profundidad.
S. Pablo habla de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. No como cuerpo en si mismo, sino
como cuerpo de la Iglesia que no nace de la cooperación de sus miembros, la Iglesia existe
enteramente por Jesucristo. Solo por Él y en Él somos miembros de su cuerpo.
Esto mismo lo dijo Jesús utilizando otra imagen, la de la vid y los sarmientos (Jn.15, 1-17).
En la imagen del cuerpo se habla de la importancia de todos los miembros. Son distintos
y distinta su función, pero todos importantes e insustituibles. De la necesaria armonía y de la
implicación que tiene para todos el estado de cada uno (1ª Cor. 12, 26 ). Todo esto nos habla de
la Iglesia, de cómo es por esencia y de cómo debe vivir para ser fiel. Y en ese cuerpo la cabe-
za es Cristo, de manera clara y rotunda. La Iglesia hace presente a Cristo, es lo que se ha lla-
mado en la tradición cristiana cuerpo místico de Cristo (L. G. nº: 7). Él es principio y fin de todo.
En este cuerpo tiene un protagonismo especial el Espíritu. No los miembros sino aquel que los
vivifica.
Uno mismo es el Espíritu que distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia,
según sus riquezas y la diversidad de los ministerios (1ª Cor. 12, 1-11). Unificando el cuerpo, el
mismo Espíritu por sí y con su virtud y por la interna conexión de los miembros, produce y urge
la caridad entre los fieles. Mas para que incesantemente nos renovemos en Él (Ef., 4,23), nos con-
cedió participar en su Espíritu, que siendo uno mismo en la Cabeza y en los miembros, de tal
forma vivifica, unifica y mueve todo el cuerpo, que su operación pudo ser comparada por los
Santos Padres con el servicio que realiza el principio de la vida, o el alma, en el cuerpo huma-
no. (L. G. nº: 7)
Cuando hablamos de Cuerpo de Cristo, nos pueden venir a la cabeza tres dimensiones
distintas. La primera y originaria es el propio Jesucristo con su cuerpo histórico. La segunda es
el misterio de la Eucaristía, el mismo Jesús nos dejó (haced esto en memoria mía) en este sacra-
mento su carne y sangre para ser recibido (Tomad y comed, y bebed). Y esta comunión ali
menta nuestra fe y nos ayuda a crecer para vivir en plenitud el misterio de comunión que es la
Iglesia, Cuerpo de Cristo. Todo esto nos ha de llevar a contemplar al mismo Jesús presente en
el Evangelio, en la Eucaristía y en la vida de los hermanos, en la Iglesia.
Por todo esto la Iglesia participa de la triple misión de Cristo, profeta, sacerdote y rey.
Así, la edificación y el crecimiento del Cuerpo de Cristo se lleva a cabo por la predicación de
la palabra de Dios, por la celebración de los sacramentos, especialmente del Bautismo y de la
Eucaristía, y por el ministerio pastoral.
Si la estructura externa de la Iglesia es templo y morada del Espíritu Santo, se puede afir-
mar también que el Espíritu Santo es como el alma en el cuerpo, es decir, el principio vital de
la Iglesia.
La imagen de un templo, de una construcción aplicada a la Iglesia tiene unas connota-
ciones muy interesantes (1ª Cor. 3, 10-17). Da pie a dejar claro lo importante de los cimientos (los
apóstoles y los profetas), la piedra angular (Cristo), lo necesario de las piedras numerosas y
distintas, y la dignidad del edificio por quien lo alberga. También queda apuntada la respon-
sabilidad de cada uno “¡Mire cada cual como construye!” y que a la vez entre todos formamos
el templo, somos parte activa, piedras vivas.
Edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo
mismo, en quien toda edificación queda bien trabada se eleva hasta formar un templo santo
en el Señor, en quien también vosotros estáis siendo juntamente edificados, hasta ser morada
de Dios en el Espíritu. Ef. 2, 20-22
Este templo no esta terminado, no es algo rígido, acabado de manera definitiva. S. Pablo
dice a la comunidad cristiana de Éfeso: “estáis siendo, vosotros, edificados”. La pertenencia a
esta construcción es algo vital, algo activo en la vida del creyente. Depende de la actitud, de la
respuesta de cada creyente que “esta piedra”, que es cada uno, este bien trabada en toda la
construcción. Que sea parte viva y activa en este edificio.
Concluyendo:
Estas tres formas de designar a la Iglesia, son muy comunes en el ámbito de la teología
y expresan muy bien el origen de la Iglesia en el Dios uno y trino.
En las tr es queda subrayado la centralidad, el protagonismo, la iniciativa de Dios. Pueblo
de..., Cuerpo de..., Templo de... No se puede entender nada sin Dios. No habría nada de esto
sin la iniciativa y la presencia de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Estas imágenes nos ponen en tensión. La Iglesia es Pueblo, Cuerpo y Templo. Todo esto
por voluntad del mismo Dios, porque es Él quien nos llama y lo realiza. Pero esto que es volun-
tad de Dios se ha de realizar en nuestra vida, con la aportación de cada uno. No podemos
olvidar que nosotros estamos en camino, marcados por la debilidad. Esto no hay mas que verlo
en toda la historia de la Salvación, en la misma historia de la Iglesia. A veces nuestra vida no
27
es signo, ni aporta lo que debiera a la comunión que necesita el Pueblo, el Cuerpo, el Templo.
Estas imágenes implican de lleno a la Iglesia en el proyecto de Dios para toda la humanidad,
la hacen participe de la misión de Cristo (Sacerdote, Profeta y Rey), y todo ello posible gracias
a la presencia del Espíritu Santo.
Estas imágenes nos llenan de esperanza por que nos apuntan a lo que estamos llamados.
Nos hacen saborear algo que ya es realidad en nosotros, aunque sea en germen y por don de
Dios. Y nos enseñan que ya se va cumpliendo. Empezando por Jesús y continuando por los san-
tos.
Porque Jesús, El Señor, el rey de la gloria, vencedor del pecado y de la muerte,
ha ascendido ante el asombro de los ángeles a lo mas alto del cielo, como media-
dor de vivos y muertos. No se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que
ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su
Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino.
Prefacio I de la Ascensión del Señor.
La realidad que estas imágenes referidas a la Iglesia se concretan en la Iglesia universal
y en la particular. La Iglesia, nuestra Iglesia diocesana, nuestra parroquia de ...... es y esta lla-
mada a ser Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Es porque así lo quie-
re Dios, manifestado por Jesús y lo realiza por el Espíritu Santo. Y esta llamada a ser, porque
nos sabemos pecadores y estamos en camino y estamos llamados a responder con fidelidad a
la misión y a la llamada de Dios.
Es porque lo realiza ya el Espíritu Santo en ella, especialmente a través de los sacramen-
tos.
Llamada a ser porque nuestra respuesta, por lo general, no es ni total ni definitiva.
ACTIVIDAD: UNA EXPERIENCIA DE CONTEMPLACIÓN
Un ejemplo plástico:
Elegir una de estas imágenes aplicadas a la Iglesia. Intentar describirla por elementos
(partes de un edificio, del cuerpo, lo que identifica a un pueblo), se puede dibujar, construir,
escribir.....
Procurar descubrir en nuestra comunidad parroquial todos los elementos y concretar:
P.ej.: cabeza, corazón, brazos y manos, piernas y pies,....
La cabeza en este cuerpo es Cristo, el corazón la celebración de la Eucaristía y la ora-
ción de la comunidad, los brazos y manos la gente que trabaja en caritas, la que sirve en la
limpieza, la boca los catequistas, el sacerdote que anuncian......
Aquí cabe una reflexión de lo que de hecho es y lo que debiera ser.
Un trabajo de investigación:
Analizar la vida de nuestro pueblo, barrio,... señalar las señas de identidad. Buscar los
elementos de unión, de cohesión que se dan en nuestro pueblo, en nuestra sociedad. Luego
hacer lo mismo con nuestra Comunidad Parroquial. Descubrir diferencias, puntos de encuen-
tro.
Darnos cuenta hasta que punto estamos llamados a ser distintos, hasta que punto no
podemos entender la Iglesia sin tener muy presente lo que hemos estado viendo en este tema.
El protagonismo de Dios, su proyecto, su llamada.
ORACIÓN: TODOS SOMOS IGLESIA
1ª Propuesta:
2ª Propuesta:
Se puede preparar: Un montón de piedras, que sean bien distintas en tamaño, color,...
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Al empezar que cada uno tenga una piedra, que la mire... ¿Qué harías con ella? ¿Qué
te sugiere?... Compartir... puede ser para lanzar, para construir...
Empezamos con la Señal de la Cruz, estamos reunidos en su nombre, somos Templo del
Espíritu.
“Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”
(Mt.18, 20).
Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, yo, como buen arquitecto,
puse el cimiento, y otro construye encima. ¡Mire cada cual cómo construye! Pues
nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo. Y si uno construye
sobre este cimiento con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra
de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el día que ha de revelarse por
el fuego. Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego. Aquél, cuya
obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa. Mas aquél, cuya
obra quede abrasada, sufrirá el daño. Él, no obstante, quedará a salvo, pero como
quien pasa a través del fuego. ¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el
Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le
destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santua -
rio.
Dejamos momentos para compartir. Y cada uno aporta su piedra al centro con las que
podemos dibujar una cruz. Es un momento para pedir perdón por las veces que no construyo,
que no aporto... o momento para dar gracias por la comunidad o por aquello que recibo...
CATECISMO
802.- "Cristo Jesús se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniqui-
dad y purificar para sí un pueblo que fuese suyo" (Tt. 2, 14).
8 03.- "Voso tro s sois linaje elegido, sacerdocio real, nació n s anta, pueb lo
adquirido" (1ª P 2, 9).
804.- Se entra en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo. "Todos los hombres
están invitados al Pueblo de Dios" (LG 13), a fin de que, en Cristo, "los hombres cons-
tituyan una sola familia y un único Pueblo de Dios"(AG 1).
805.- La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Por el Espíritu y su acción en los sacra-
mentos, sobre todo en la Eucaristía, Cristo muerto y resucitado constituye la comuni-
dad de los creyentes como Cuerpo suyo.
806.- En la unidad de este cuerpo hay diversidad de miembros y de funciones.
Todos los miembros están unidos unos a otros, particularmente a los que sufren, a los
pobres y perseguidos.
807.- La Iglesia es este Cuerpo del que Cristo es la Cabeza: vive de Él, en Él y por
Él: Él vive con ella y en ella.
808.- La Iglesia es la Esposa de Cristo: la ha amado y se ha entregado por ella. La
ha purificado por medio de su sangre. Ha hecho de ella la Madre fecunda de todos los
hijos de Dios.
809.- La Iglesia es el Templo del Espíritu Santo. El Espíritu es como el alma del
Cuerpo Místico, principio de su vida, de la unidad en la diversidad y de la riqueza de
sus dones y carismas.
810.- "Así toda la Iglesia aparece como el pueblo unido por la unidad del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo (San Cipriano)" (LG 4).
Tema 3
INTRODUCCIÓN
Cuando los cristianos, en el Credo, proclamamos nuestra fe, afirmamos que la Iglesia se
caracteriza por estos calificativos. Son las “notas” de la Iglesia. No describen solamente la
Iglesia exter na, sino que indican la verdad de su misterio.
IGLESIA UNA
La Iglesia es comunión
IGLESIA SANTA
La santidad atribuida a la Iglesia es un calificativo que puede suscitar algún malestar entre
muchas personas de nuestro tiempo. Debido a muchas mediocridades presentes a lo largo de
toda la historia de la Iglesia.
De entrada, hay que señalar que la santidad no significa perfección moral, sino el hecho
de ser separado y pertenecer a Dios. La santidad de la Iglesia forma parte de su más íntima
naturaleza. La Iglesia es santa porque tiene su origen en Dios que es santo. Es santa porque se
mantiene estrechamente unida a Cristo y está animada por el Espíritu que no le falla. Es santa
por su Credo, por sus sacramentos, por los ministerios que le permiten cumplir su obra.
La santidad de la Iglesia suscita la santidad de sus miembros. La Iglesia manifiesta en el
mundo que la fe que ella profesa es capaz de producir auténticos frutos de santidad. Estos que-
dan manifestados en el incontable número de santos insignes que conocemos.
Al mismo tiempo, la Iglesia no deja nunca de implorar para ella misma la misericordia y
de escuchar la llamada a la conversión. Sabe, en efecto, que sus miembros son pecadores.
En la Iglesia, todos somos llamados a la santidad. Toda persona bautizada debe irradiar
el Reino de Dios con la santidad de su vida. Los creyentes responden a esta llamada con la fide-
lidad a su bautismo, “perseverando en la plegaria y alabanza a Dios, entregando su vida y su
persona como víctima viva, santa, agradable a Dios” por Cristo, con él y en él, en la unidad
del Espíritu Santo, para gloria de Dios Padre.
Esta santidad se traduce en caridad, don de Dios que es Amor. Caridad hacia los her-
manos, pero también hacia cada uno de los hombres, amados con el amor con que Dios
mismo los ama.
IGLESIA CATÓLICA
San Ignacio de Antioquia fue el primero, a inicios del siglo II, que usó el nombre “católi-
co” para designar a la Iglesia: “Allí donde está Cristo Jesús, allí está la Iglesia Católica” (Car ta
a los cristianos de Esmirna, nº: 2).
El término católico se usa a menudo en un sentido confesional para designar exclusiva-
mente al conjunto de cristianos unidos al Papa. Eso se explica por la historia, ya que antigua-
mente se designaba como católica la gran Iglesia extendida por todo el mundo, que vivía en
comunión de Iglesias particulares (unidas entre ellas y con la Sede Apostólica de Roma), y se
diferenciaba de las comunidades locales que querían ser autónomas y ligadas a un solo pue-
blo.
El adjetivo proviene de un nombre griego que a veces se traduce por “universal”. Pero
33
“universal” no expresa todo el contenido del nombre “católico”, que comporta un sentido más
rico y concreto.
De hecho, el adjetivo “católico” evoca primeramente la expansión geográfica: la Iglesia
es destinada a extenderse a todas las naciones (en este sentido, ella tiene vocación universal).
Pero el nombre evoca, sobretodo, la “plenitud de gracia y de verdad” (U R 3) que ha sido con-
fiada a la Iglesia, desde el día de Pentecostés, y que le permite evangelizar. La catolicidad de
la Iglesia se manifiesta en la capacidad que tiene de acoger en su diversidad las aspiraciones
y las situaciones de los hombres, de reunir en la unidad, sin rebajarlas, la inmensa variedad
de culturas y realidades humanas, tanto individuales como sociales.
La Iglesia no existe más que realizada en lugares diversos, en medio de los pueblos de la
tierra, donde están establecidas las Iglesias particulares. Estas se han formado “a imagen de la
Iglesia universal, en las cuales y por las cuales existe la Iglesia católica, una y única” (L. G. nº:
23).
Y, al contrario, las Iglesias particulares sólo pueden existir auténticamente si mantienen
una plena relación con la Iglesia universal de la cual son, en un lugar determinado, la imagen
y la realización. Esta relación implica la comunión de cada una de las Iglesias particulares con
las otras Iglesias y, en primer lugar, con la Iglesia de Roma. Al servicio de la Iglesia universal,
el sucesor de Pedro “preside en la caridad”. Por su ministerio apostólico, asegura la cohesión
de la fe y la comunión entre las iglesias particulares.
IGLESIA APOSTÓLICA
La Iglesia es apostólica porque procede de la misión confiada por Jesús a sus apóstoles y
porque acoge con la obediencia de la fe la revelación que los apóstoles le han transmitido. Ella
siente la responsabilidad de transmitir de generación en generación, bajo el impulso del
Espíritu Santo, esta revelación consignada en la Escritura.
Una fe apostólica
1. Leed con atención la siguiente carta que ha escrito un joven. Es anónima y en un tono
de oración.
2. Se puede entregar una copia a cada uno de los miembros que participe. Comentadla
en el grupo y resaltad las ideas más importantes.
3. Podríais escribir una carta cada uno dirigida a Dios, escribiendo aquello que más
necesitamos en nuestras comunidades cristianas, para que la verdadera Iglesia de Jesús, viva
cada día con más unidad, siendo santa, católica y apostólica.
4. Las cartas han de ser anónimas. Concluimos la actividad intercambiando las cartas y
cada uno leyendo la que le ha correspondido.
35
Soy tuyo, Señor, porque soy oveja de tu rebaño. Hazme caer en la cuenta de que te per-
tenezco a ti precisamente porque soy miembro de tu pueblo en la tierra. No soy un individuo
aislado, no tengo derecho a reclamar atención personal, no me salvo solo. Es verdad que tú,
Señor, me amas con amor personal, cuidas de mí y diriges mis pasos uno a uno; pero también
es verdad que tu manera de obrar entre nosotros es a través del grupo que has formado, del
pueblo que has escogido. Te gusta tratar con nosotros como un pastor con su rebaño. El pas-
tor conoce a cada oveja y cuida personalmente de ella, con atención especial a la que lo nece-
sita más en cada momento; pero las lleva juntas, las apacienta juntas, las protege en la unidad
de su rebaño. Así haces tú con nosotros, Señor.
Haz que me sienta oveja de tu rebaño, Señor. Haz que me sienta responsable, sociable,
amable, hermano de mis hermanos y hermanas y miembro vivo del género humano. No me
per mitas pensar ni por un momento que puedo vivir por mi cuenta, que no necesito a nadie,
que las vidas de los demás no tienen nada que ver con la mía... No permitas que me aísle en
orgullo inútil o engañosa autosuficiencia, que me vuelva solitario, que sea un extraño en mi pro-
pia tierra...
Haz que me sienta orgulloso de mis hermanos y hermanas, que aprecie sus cualidades y
disfrute con su compañía. Haz que me encuentre a gusto en el rebaño, que acepte su ayuda y
sienta la fuerza que el vivir juntos trae al grupo, y a mí en él. Haz que yo contribuya a la vida
de los demás y permita a los demás contribuir a la mía. Haz que disfrute saliendo con todos a
los pastos comunes, jugando, trabajando, viviendo con todos. Que sea yo amante de la comu-
nidad y que se me note en cada gesto y en cada palabra. Que funcione yo bien en el grupo,
y que al verme apreciado por los demás yo también les aprecie y fragüe con ellos la unidad
común.
Soy miembro del rebaño, porque tú eres el Pastor. Tú eres la raíz de nuestra unidad. Al
depender de ti, buscamos refugio en ti, y así nos encontramos todos unidos bajo el signo de tu
cayado. Mi lealtad a ti se traduce a todos los miembros del rebaño. Me fío de los demás, por-
que me fío de ti. Amo a los demás, porque te amo a ti. Que todos los hombres y mujeres apren-
damos así a vivir juntos a tu lado.
<Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su
rebaño>
ORACIÓN: EL FUNDAMENTO DE LA IGLESIA
Ambientación.
- Ha brá cua tro cartulina s grandes las pa labras: UN A, SAN TA, CATÓLICA y
APOSTÓLICA.
- Delante de cada una de las cartulinas una pequeña vela que ilumine a cada una de
ellas.
36 Monición:
Vamos a tener un tiempo para reflexionar y hacer oración sobre estos cuatro pilares (Una,
Santa, Católica y Apostólica) que definen a la Iglesia, nuestra Iglesia. Ella es nuestra segunda
casa, en ella recibimos la fe y en ella vivimos como comunidad de hermanos el amor de Dios.
La Iglesia nos acoge y en ella nos encontramos con aquel que es nuestro Dios. Vivamos con
fidelidad ese encuentro generoso con Dios en la Iglesia.
Así pues, yo, el prisionero por el Señor os ruego que andéis como pide la
vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed
comprensivos; sobrellevaos mutuamente con amor, esforzaos en mantener la unidad
del Espíritu, con el vínculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu. Uno solo
es el cuerpo y uno solo el Espíritu, como también es una la esperanza que encierra
la vocación a la que habéis sido llamados; un solo Señor, una fe, un bautismo; un
Dios que es Padre de todos, que está sobre todos y habita en todos.
Dinámica:
Canto
CATECISMO
866.- La Iglesia es una: tiene un solo Señor; confiesa una sola fe, nace de un solo
Bautismo, no forma más que un solo Cuerpo, vivificado por un solo Espíritu, orienta-
do a una única esperanza (Ef. 4, 3-5) a cuyo término se superarán todas las divisio-
nes.
867.- La Iglesia es santa: Dios santísimo es su autor; Cristo, su Esposo, se entre-
gó por ella para santificarla; el Espíritu de santidad la vivifica. Aunque comprenda
pecadores, ella es "ex maculatis immaculata" ("inmaculada aunque compuesta de
pecadores"). En los santos brilla su santidad; en María es ya la enteramente santa.
868.- La Iglesia es católica: Anuncia la totalidad de la fe; lleva en sí y administra
la plenitud de los medios de salvación; es enviada a todos los pueblos; se dirige a
todos los hombres; abarca todos los tiempos; "es, por su propia naturaleza, misione-
ra" (AG 2).
869.- La Iglesia es apostólica: Está edificada sobre sólidos cimientos: "los doce
apóstoles del Cordero" (Ap. 21, 14); es indestructible (Mt. 16, 18); se mantiene infali-
blemente en la verdad: Cristo la gobierna por medio de Pedro y los demás apóstoles,
presentes en sus sucesores, el Papa y el colegio de los obispos.
870.- "La única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una,
santa, católica y apostólica... subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor
de Pedro y por los obispos en comunión con él. Sin duda, fuera de su estructura visi-
ble pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad " (LG 8).
Tema 4
INTRODUCCIÓN
Voy a empezar por algo que, quizá, te sorprenda y te deje un tanto perplejo/-a. Tú estás
en una asociación o en un club deportivo o cultural porque quieres ¿no?. Pues, escucha, la
Iglesia no es un club o asociación donde uno se “apunta”. Es Dios mismo quien llama a los
seres humanos a formar parte de la Iglesia. Por tanto, si te preguntas por qué formas parte de
la Iglesia. No lo dudes, la respuesta es : “¡Es un regalo, un don, una gracia de Dios!.
Ahora bien, ese don, como tal, no es una realidad impuesta sino que es una propuesta
que pone en juego tu libertad. Si eres cristiano y te sientes parte de la Iglesia es porque, de
manera más o menos consciente, has dado una respuesta positiva, mediante la fe y la acepta-
ción del bautismo, a esa proposición de Dios. Espero que ya sea de manera consciente.
Ya sé que me dirás: “Yo no me hecho cristiano, ¡me han hecho!. Yo no pedí el bautismo,
¡me bautizaron!. Yo no podía creer cuando me bauticé, ¡en el mejor de los casos creerían mis
padres o la Iglesia como tal!. No puedo considerarlo una respuesta como tú dices, sino una
condición impuesta y aceptada con más o menos resignación”.
Escucha, la fe es don de Dios pero también es transmisión o herencia y una herencia se
lega pero solo pasa a ser propiedad cuando uno la acepta. De esta manera aparece más explí-
citamente el carácter de don de Dios, inmerecido pero acogido agradecidamente. Así pues,
Dios es el “culpable”, porque es Él quien te ha llamado a la fe y te ha incorporado a la Iglesia
por medio de la misma Iglesia en la que se cuentan tus padres. Espero que tú lo descubras así
y hayas asumido gozosamente tu condición de cristiano/a y de miembro de la Iglesia.
El cristiano no nace, se hace. Si eres cristiano no debes considerarlo como una tara de la
infancia sino como una condición recibida que puede acogerse o rechazarse y que, a la vez,
te ha dado la posibilidad de, conociendo este camino, poder elegirlo, con conocimiento de
causa, o buscar otro mejor.
Por el bautismo tú eres cristiano/a de una manera imborrable, no es algo de quita y pon
para estar bautizándose o desbautizándose. A ti te corresponde vivir de acuerdo o en des-
acuerdo con esa condición.
40
Lo dicho: Todo aquel ser humano que acoge el don de la fe, orienta su vida según el
Evangelio (conversión) y lo expresa y celebra en el bautismo.
Me preguntarás: Entonces, ¿todos los cristianos son iguales?. Sí, todos tenemos la misma
dignidad de bautizados, no hay cristianos de primera, segunda o tercera categoría (CIC 872) .
Todos tenemos la misma condición, la misma vocación, la misma misión y la misma meta. Te lo
explico:
Puesto que, con Él, somos Profetas: hemos de testimoniar de palabra y de obra, el Reino.
Puesto que, con Él, somos Sacerdotes (sí, chavala, tú también) hemos de ofrecer nuestras
vidas a Dios como sacrificio espiritual.
Puesto que, con Él, somos Reyes ( reyes servidores, claro) hemos de atender, curar, libe-
rar, perdonar, pacificar, santificar... esto es, manifestar los Signos del Reino.
Date cuenta, el Papa no es más cristiano que tú, ni es más hijo de Dios, ni más bautiza-
do, ni tiene una vocación superior y, comparte contigo, la misma esperanza y la misma misión.
Otra cosa, lo repito, es si vivimos mejor o peor esa condición, vocación y misión... y ahí sí que
hay diferencias ¡vaya si las hay!.
Date cuenta, también, que tú, como todo cristiano/a, eres un profeta, un sacerdote y un
rey.
Ahora bien, sin olvidar lo anterior, cabe decir que somos fruto de un Espíritu que despa-
rrama una diversidad de capacidades, funciones, papeles y responsabilidades (CIC 873) . Y en
último termino, el mérito es del Espíritu, a eso se le llaman “carismas” y “ministerios”.
Carismas o dones o capacidades (CIC 799). Todos destacan por alguna que otra cualidad:
unos hablan mejor, otr os son más serviciales, otros saben animar, otros coordinar las tareas,...
pues bien, eso son los carismas. El cristiano reconoce en ellos, un don del Espíritu Santo, no
para que se haga famoso o rico o para que “bacile” entre el resto, sino para que redunde en
beneficio del grupo, de la comunidad o de la Iglesia. (CIC 800)
Párate a pensar en aquello por lo que se te valora positivamente y, tal vez, encuentres tu
carisma. Pero, si lo encuentras, no olvides que no es para ti solo. ¡Venga atrévete a hacer este
sano ejercicio!.
San Pablo nos invita, no obstante, a ambicionar el carisma más excepcional: la caridad.
El que no pasa.
Ministerios o servicios. Cuando la Iglesia descubre y discierne en alguien un carisma
puede que le encargue una responsabilidad o tarea, por ejemplo: si alguien tiene, en un grupo,
el carisma de liderazgo puede que se le encargue el “ministerio” de dirigir al grupo.
Hay ministerios ordenados: diaconado, presbiterado, episcopado.
Y hay ministerios instituidos: lector, acólito, catequista, sacristán, exorcista, salmista,
ministro extraordinario de la Eucaristía,...)
41
Los laicos.
Los clérigos.
De entre los laicos, algunos son llamados por Dios y ratificados por la Iglesia mediante la
imposición de manos, al ministerio del Orden Sacerdotal. Son los clérigos: cristianos entre el
Pueblo y ministros para el Pueblo de Dios. Los ministerios ordenados son: diaconado, presbite-
rado y episcopado.
Tienen su campo propio: atención al Pueblo de Dios, inserto en el mundo.
Tienen una acción propia: También una peculiar manera de ejercer la función profética,
sacerdotal y real de Cristo.
Como profetas para el Pueblo, han de conservar, interpretar y enseñar con fidelidad la
Revelación divina. (CIC, 888-892)
Como sacerdotes para el Pueblo, hacen efectivo el sacerdocio común de todos los fieles,
mediante la oración, su predicación y los sacramentos, entre ellos el poder de perdonar los
pecados y de hacer presente a Cristo en la Eucaristía, a fin de lograr dar culto a Dios median-
te la santificación de sus fieles. (CIC, 893)
Como reyes o pastores para el Pueblo, han de presidir la comunidad haciendo presente
a Cristo, Cabeza de la Iglesia. Fomentan la comunión entre los fieles cristianos y se cuidan de
los más desfavorecidos. (CIC 894-896)
Todos ellos constituyen la Jerarquía de la Iglesia, aunque, con una mayor resonancia bíbli-
ca, debería llamarse la Diaconía de la Iglesia:
• Los diáconos:
Son los colaboradores del obispo en el servicio de la comunidad. Sir ven al pueblo de Dios
43
en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad.
La vida consagrada.
Clérigos y laicos pueden ser llamados por Dios a vivir una dedicación más íntima al
Señor, como una concreción de la vocación bautismal.
Son aquellos varones o mujeres que, con la gracia de Dios y la fuerza del Espíritu, siguen
a Jesucristo mediante la profesión de los consejos evangélicos (pobreza, castidad y obedien-
cia), vividos en comunidad y siguiendo el carisma propio de un fundador (S. Francisco, Sta.
Teresa, S. Ignacio,...) que la Iglesia reconoce como un don de Dios para bien de los hombres
y de la Iglesia. (CIC 915)
Tú sabes que Jesús anunciaba el Reino mediante parábolas. Con ellas mostraba particu-
laridades del Reino de Dios interpelando a sus oyentes a fin de provocar una reacción. Pues
bien, la Vida Consagrada quiere ser, como una Parábola Viviente del Reino, con la ambigüe-
dad propia de toda parábola: anuncia lo definitivo, lo absoluto, lo insobornable y, a la vez,
pone en evidencia nuestros falsos absolutos, nuestras caducas seguridades y nuestras presumi-
bles eternidades.
En un mundo donde se relega a Dios y a la vez se suspira por Él la vida consagrada anun-
cia el absoluto de Dios vivido en la oración y en la contemplación y denuncia la indiferencia y
la increencia ante Dios.
En un mundo donde se acumula y se ostenta la riqueza, la vocación consagrada anuncia
a Dios como Sumo Bien y la alegría del compartir con los pobres y denuncia la idolatrización
de la riqueza y la insolidaridad con los pobres.
En un mundo donde se quiere vivir la libertad sin cortapisas, la vocación cristiana anun-
cia a Dios como Suprema Libertad y la alegría del servicio desinteresado y denuncia la pree-
minencia de la “real gana” y de la propia apetencia.
En un mundo donde se quiere vivir el amor, con pasión y exclusividad, la vocación cris-
tiana anuncia a Dios como Amor total y la alegría del corazón abierto a todos los pobres y
denuncia la polarización erótica y el hedonismo social.
En un mundo donde se vive para lo mío, para lo que me aprovecha, la vocación cristia-
na anuncia al Dios-Comunidad y la alegría de la fraternidad a hermanos y a pobres y denun-
cia el progresivo individualismo e incomunicación.
De esta manera la vocación consagrada anuncia, en medio de lo pasajero, lo definitivo;
en medio de lo relativo, lo absoluto; en medio de lo trivial, lo fundamental. (CIC. 933)
La vocación consagrada adopta diversas formas según los acentos particulares que tuvo
el carisma del fundador. Según ello podemos agruparlos así:
Vida eremita: vida de oración y penitencia, acentuando la soledad.(CIC.920-921)
Vida monástica: vida comunitaria, acentuando la oración y el trabajo.
Vida religiosa (CIC.925-927): vida en común subrayando una acción apostólica: enseñan-
za, sanidad, misiones, testimonio fraterno,...
44
Institutos seculares (CIC 928-929): vida de presencia y testimonio evangélico en diversos
ámbitos sociales procurando la santificación de los mismos desde dentro.
Si no tienes clara la respuesta ¿por qué no hacéis una Mesa Redonda y se la planteáis a
un laico comprometido, a un sacerdote y a un religioso/-a?
“Un joven se presentó a su párroco y le preguntó: ¿Qué debo hacer para ser
amigo de Dios?.
El párroco le respondió: - No sé; la Biblia dice que Abraham practicaba la hos-
pitalidad y era considerado amigo de Dios. A Elías le gustaba orar y Dios estaba con
él. David gobernaba un reino y Dios también estaba con él.
-¿Y hay alguna forma de saber cuál es la tarea que Dios me ha asignado?- pre-
guntó el joven.
- Intenta averiguar cuál es la más profunda inclinación de tu corazón y síguela”
ORACIÓN: ORAMOS POR LAS VOCACIONES
Si es posible que sea una celebración con representantes de los tres estados de vida cris-
tianos.
Sobre un panel se pone un póster con el rostro de Cristo. Un representante de cada voca-
ción tiene una pieza del puzzle de su cuerpo.
TEXTO:
47
Yo, macedonia.
POR LA JERARQUÍA.
POR EL LAICADO.
Gracias, Señor,
y envía operarios a tu mies;
hombres y mujeres
que se dejen el “pellejo” en la entrega.
Gracias por esos hombres y mujeres
codeados de jóvenes, ancianos o enfermos,
de niños, soledad y mucho amor.
Ellos ofrecen su vida,
siguen al Señor de la vida.
quieren ser pobres en medio del mundo,
donde el verbo más conjugado es “tener”.
Ellos quieren tener un corazón puro
para amar a todos,
para no poseer a nadie
y amar en “carne viva”,
cercanos y humanamente desprendidos.
Ellos se quieren hacer obedientes
porque el amor busca el último lugar,
como Jesús.
H az, Señor,
que nuestro mundo
se inunde de la sonrisa
de religiosos y religiosas
para ser presencia del Dios Amor,
ternura del Dios Cercanía,
amor del Dios Padre
y alegría del Resucitado.
No los dejes caer en la tentación
de desaliento, de ánimo o desconfianza;
sé tú, para cada uno,
el gozo de toda su existencia. Amén
(F. Cerro Chaves. Salmos del Camino. Ed. Paulinas))
CATECISMO
934.- "Por institución divina, entre los fieles hay en la Iglesia ministros sagra-
dos, que en el derecho se denominan clérigos; los demás se llaman laicos". Hay, por
otra parte, fieles que perteneciendo a uno de ambos grupos, por la profesión de los
consejos evangélicos, se consagran a Dios y sirven así a la misión de la Iglesia (CIC,
can. 207, 1, 2).
935.- Para anunciar su fe y para implantar su Reino, Cristo envía a sus apósto-
les y a sus sucesores. Él les da parte en su misión. De Él reciben el poder de obrar en
su nombre.
936.- El Señor hizo de San Pedro el fundamento visible de su Iglesia. Le dio las
llaves de ella. El obispo de la Iglesia de Roma, sucesor de San Pedro, es la "cabeza del
Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra"
50 (CIC, can. 331).
937.- El Papa "goza, por institución divina, de una potestad suprema, plena,
inmediata y universal para cuidar las almas" (CD 2).
938.- Los obispos, instituidos por el Espíritu Santo, suceden a los apóstoles.
"Cada uno de los obispos, por su parte, es el principio y fundamento visible de unidad
en sus Iglesias particulares" (LG 23).
939.- Los obispos, ayudados por los presbíteros, sus colaboradores, y por los
diáconos, los obispos tienen la misión de enseñar auténticamente la fe, de celebrar el
culto divino, sobre todo la Eucaristía, y de dirigir su Iglesia como verdaderos pasto-
res. A su misión pertenece también el cuidado de todas las Iglesias, con y bajo el Papa.
940.- "Siendo propio del estado de los laicos vivir en medio del mundo y de los
negocios temporales, Dios les llama a que movidos por el espíritu cristiano, ejerzan
su apostolado en el mundo a manera de fermento" (AA 2).
941.- Los laicos participan en el sacerdocio de Cristo: cada vez más unidos a Él,
despliegan la gracia del Bautismo y la de la Confirmación a través de todas las
dimensiones de la vida personal, familiar, social y eclesial y realizan así el llama-
miento a la santidad dirigido a todos los bautizados.
942.- Gracias a su misión profética, los laicos, "están llamados a ser testigos de
Cristo en todas las cosas, también en el interior de la sociedad humana" (GS 43, 4).
943.- Debido a su misión regia, los laicos tienen el poder de arrancar al pecado
su dominio sobre sí mismos y sobre el mundo por medio de su abnegación y santidad
de vida (cf. LG 36).
944.- La vida consagrada a Dios se caracteriza por la profesión pública de los
consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia en un estado de vida estable
reconocido por la Iglesia.
945.- Entregado a Dios supremamente amado, aquél a quien el Bautismo ya
había destinado a Él, se encuentra en el estado de vida consagrada, más íntimamen-
te comprometido en el servicio divino y dedicado al bien de toda la Iglesia.
Tema 5
INTRODUCCIÓN
El primer fruto de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia es la comunión de los san-
tos, que confesamos en el Credo Apostólico.
El Catecismo Romano dirá que «la comunión de los santos es una nueva explicación del
concepto mismo de la Iglesia una, santa y católica. La unidad del Espíritu, que anima y gobier-
na, hace que cuanto posee la Iglesia sea poseído comúnmente por cuantos la integran. El fruto
de los sacramentos, sobre todo el bautismo y la Eucaristía, produce de modo especialísimo esa
comunión»
Esta empezó a proclamarse en la profesión de fe en el siglo IV. Después de confesar la fe
en la bienaventurada Trinidad, confiesas creer en la Santa Iglesia católica, la cual no es otra
cosa que «la congregación de todos los santos». Pues desde el principio del mundo, tanto los
patriarcas como Abraham, Isaac y Jacob, tanto los profetas como los Apóstoles, los mártires y
todos los demás justos que existieron, existen y existirán formando una Iglesia; pues, santifica-
dos por una fe y trato, han sido designados por un Espíritu para formar un Cuerpo (Ef 4, 4), del
que Cristo es la Cabeza. Más aún, incluso los ángeles, las virtudes y las potestades celestes
están unidas a esta única Iglesia, pues el Apóstol nos enseña que «en Cristo fueron reconcilia-
das todas las cosas, no sólo las de la tierra, sino también las del cielo» (Col 1,20). Cree, por
tanto, que conseguirás la comunión de los santos en esta única Iglesia: la Iglesia católica, cons-
tituida en todo el orbe de la tierra y cuya comunión debes retener firmemente.
La Iglesia, en su ser, es misterio de comunión. Y su existencia está marcada por la comu-
nión. En la vida de cada comunidad eclesial, la comunión es la clave de su autenticidad y de
su fecundidad misionera. Desde sus orígenes, la comunidad cristiana primitiva se ha distingui-
do porque «los creyentes eran constantes en la enseñanza de los apóstoles, en la koinonía, en
la fracción del pan y en las oraciones» (He 2,42)4. En la Didajé o Doctrina de los doce Apóstoles
leemos en relación a la Eucaristía:
Os presentamos este texto que viene a clarificar la idea que sobre la “Comunión de los
Santos” podemos tener. Hay que leerlo detenidamente y luego contestar en grupo a las cues-
tiones que se os plantean u otras que puedan surgir.
Cuestiones:
1. ¿Qué sugiere la expresión <comunión de los santos> a cada uno de los miembros del
grupo?. ¿cómo recordais que os explicaron o presentaron esta faceta de nuestra fe durante el
tiempo de la catequesis?
2. ¿Con que idea te quedas ahora ahora de leer este artículo y la introducción?
3. Buscad en grupo una manera de presentar esta verdad del credo a aquellos que con-
viven con vosotros.
4. ¿Qué es lo que oscurece y empaña la comunión de los santos en nuestras comunida-
des cristianas? ¿Qué acciones y medios proponemos para acentuar lo positivo y esencial entre
nosotros?
ORACIÓN: LA VIDA DE LOS SANTOS
El tema de la celebración será pedirle a Dios que nos haga a todos nosotros entender y
rezar por la Comunión de los Santos. Para ello nos va a servir la inter cesión de todos los san-
tos, en especial de aquellos que la Iglesia venera y pide su protección.
Ambientación:
El lugar puede ser una capilla o una sala, donde podamos escucharnos y vernos cara a
cara. Necesitaremos, frases o posters de santos conocidos por nosotros, para que sabiendo un
poco más de ellos podamos pedir en esta celebración el poder estar más en comunión en la
56 vida de la Iglesia, en los sacramentos y en el mensaje de Jesús.
Canto:
La gigantesca figura de San Pablo, que difundió el nombre de Jesús por todo el imperio
romano.
Los primeros mártires, como Ignacio de Antioquia, que quería ser molido por los dientes
de los leones para convertirse en trigo de Cristo.
57
Padrenuestro.
Oración final:
El Padre:
Tú en Mí,
Yo en ti,
58 Todo en Mí,
Tú en todo, todo en ti.
Ama en Mí,
Ama conmigo,
Ámame en ellos,
Ámame como Yo te amo,
Ámalos como Yo los amo,
Ámate como Yo te amo.
CATECISMO
INTRODUCCIÓN
A la hora de plantear este tema partimos del hecho que la figura de María tiene una inci-
dencia diversa en distintos grupos de cristianos ¿Qué significa esto? Pues que para algunos de
vosotros, por vuestra formación personal y vuestra historia de fe, María en una de sus múltiples
advocaciones, ocupa un lugar central, por que es la patrona de vuestro pueblo o vuestra parro-
quia y eso ha hecho que desde bien pequeños haya estado muy presente en vuestra oración y
en vuestra vida. Por el contrario, tal vez otros habéis descubierto su importancia en una edad
más avanzada, sin todo el acompañamiento de una devoción popular. Incluso puede darse el
caso de que otros tengáis una fe formada y centrada en la persona de Jesucristo y la figura de
María no es que sea ignorada absolutamente, pero carezca de importancia real.
Considerando esta diversidad, es cierto que la persona de María es importante para
todos, por eso no podemos dejarla a un lado y le dedicamos este tema. Para algunos puede
servir como estímulo para tenerla más presente en nuestra vida, para otros como ocasión para
afianzar esa relación y “purificarla” de alguna “excesiva” devoción popular.
Además del material que aquí se propone, puede ser útil que cada se adapte este tema
a vuestra propia realidad. Especialmente en aquellos lugares donde haya una especial vincu-
lación a la figura de María, podría ser interesante que alguien se preocupase de presentar de
un modo sencillo el origen de la advocación y la devoción a María, el desarrollo histórico que
ha tenido, cómo se vive en la actualidad, cosas que se podrían hacer para mejorarlo, etc. En
fin, que es un tema bastante abierto a la iniciativa y creatividad, así que no se desaprovechla
1. AQUÍ TIENES A TU MADRE.
“Jesús, viendo a su Madre, y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su Madre:
Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu Madre. Y desde aquella hora
la tomó en su compañía.” (Jn 19,26-27).
Estas palabras que nos ofrece el evangelista San Juan, puestas en boca de Jesús en el
momento de la cruz, establecen un fuerte vínculo no sólo entre María y Juan. En esa figura del
discípulo amado de Jesús estábamos representados todos los que íbamos a ser también discí-
pulos suyos, por lo cual también nosotros tenemos por madre a María, no por nuestra volun-
tad sino por expreso deseo del mismo Jesucristo. Esto implica la importancia que María debe
tener en nuestra vida de fe. Al igual que el discípulo que “desde aquella hora la toma en su
compañía”, también nosotros estamos invitados a tomar esa compañía de María, a tenerla pre-
60
sente cada día en nuestra vida de fe, a gozar de su cuidado amoroso.
Este encargo no es únicamente para nosotros, los discípulos. Se trata de una tarea mutua,
ya que previamente Jesús le ha encomendado a María: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. También
María desde ese momento queda comprometida con nosotros como Madre. Ninguno de nos-
otros le podemos ser indiferentes pues asume la maternal misión de cuidar de cada uno de los
hijos que Jesús le entrega. Aunque nosotros vivimos en nuestra fragilidad, que hace que no
siempre realicemos consecuentemente nuestra parte del compromiso de ser esos “buenos hijos”,
ya que en ocasiones somos olvidadizos, cómodos o estamos preocupados por tantos otros
reclamos, que nos despistan; tenemos la seguridad de que María, nuestra buena madre, ejer-
ce esa misión con cariño de modo constante.
Vamos a profundizar en el sentido de esta relación con María, que nos es dada. Hemos
visto que María para nosotros es, ante todo, madre. Es cierto que el modelo de maternidad ha
evolucionado rápidamente en los últimos años, aún así, hay elementos permanentes en los que
podemos fijarnos. Si pensamos en nuestra madre, hay una característica, tal vez desapercibi-
da, pero muy presente y en la que estaremos de acuerdo. La madre es una figura de la que se
aprende mucho más por las actitudes que por las palabras. Una madre no se caracteriza por
sus muchos discursos, sino por las actitudes que en ella son habituales: el desvelo y el cuidado
por un hijo enfermo, la preocupación para que todo esté a punto en los días importantes, la
atención por los detalles en la relación, el servicio constante y desinteresado... Son tantas que
la lista se haría interminable.
Esta misma cualidad la encontramos en María. Son pocas las palabras que de ella con-
servamos en los evangelios: en el momento que recibe la misión de Dios por medio del ángel,
en la visita que hace a su prima Isabel, en las bodas de Caná... y poco más. Pero su figura está
llena de actitudes que se manifiestan en su disponibilidad, presencia y cercanía, tanto con su
hijo Jesús, como posteriormente con los apóstoles.
Esto es lo que hace que pongamos nuestros ojos en ella y la convierte en modelo para
nuestra vida cristiana. Vamos pues a detenernos en algunas de las palabras que de ella con-
servamos, intentando resaltar también las actitudes que detrás de ella se encierran y que ella
vivió de manera ejemplar.
2. SE ALEGRA MI ESPÍRITU EN DIOS.
“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador...”
(Lc 1,46-47).
María era una chica sencilla, ni siquiera era de la capital, vivía en un pueblo del norte
en Galilea, llamado Nazaret. Los primer os años de su vida, desconocidos para nosotros, han
sido fuente de inspiración para la imaginación de muchos. No está mal que también nosotros
dejemos volar nuestra imaginación para pensar cómo sería esa María niña y joven; pero si
podemos afirmar algo con seguridad es que las palabras iniciales del Magnificat no fueron
expresión fugaz en un momento de gozo por el encuentro con su querida prima Isabel, sino
que manifiestan cuál había sido el sentido de toda su vida.
No es difícil suponer que María, como todas las niñas de su tiempo, habría sido educa-
61
da en la fe y tradición del pueblo judío. En las palabras “Proclama mi alma la grandeza del
Señor... Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador...” María indica que su vida había sido cons-
truida, desde su más tierna infancia, en relación con ese Dios grande, Adonai; que el sentido
de su vida no se encerraba en si misma, sino que en ella, como en cada hombre y mujer, se
manifestaba la grandeza del Dios Creador. Y esta era la fuente de alegría incesante que bro-
taba de su corazón, por que María fue una joven alegre, nada que ver con algunas imágenes
mojigatas que de ella se nos han presentado.
Esa alegría nace de la confianza puesta en Dios, al que considera su Salvador. En aque-
llos tiempos difíciles, en que el territorio de Israel se encontraba bajo la dominación romana,
María no esperaba que la salvación viniera sino de Dios, al que consideraba su Salvador, como
había sucedido a lo largo de la historia de su pueblo. Esto alimentaba su esperanza de que el
Dios que les había salvado en el pasado es fiel y continuaría salvándoles en el futuro. Esa fide-
lidad de Dios era la que le animaba a su fidelidad, María quería ser fiel como Dios a la alian-
za que había sellado con su pueblo, y que se había concretado en la Torah, la Ley que todo
buen israelita debía de observar. Seguro que María obedeció esa ley pero no por obligación,
porque alguien se lo mandara, o porque Dios la fuera a castigar si no lo hacía. María fue obe-
diente a Dios como acto de agradecimiento, como respuesta a Dios por todos los bienes que
de El recibía, las “obras grandes” que en ella realizaba e iba a realizar. María nos enseña
como la obediencia a la ley, asumida personalmente y no por imposición, es un camino de libe-
ración y no de alineación, que nos ayuda a encontrarnos con nosotros mismos y a encontrar
esa fuente de alegría profunda que nuestro corazón anhela.
Así de sencillamente transcurría su vida hasta que un día todo cambió (¿o nada cambió?),
ocurrió un acontecimiento para el cual su corazón había sido preparado durante tanto tiempo
y este encuentro sí que cambió definitivamente su vida...
“... para Dios nada hay imposible... Aquí está la esclava del Señor; que se cumpla en mí
según tu palabra” (Lc 1,37-38).
Que pasó aquella mañana (o aquella tarde), no lo sabemos con exactitud; pero no nos
impor ta el detalle, no nos mueve la curiosidad de saber si el ángel Gabriel tenía alas o no...
Nos basta el testimonio que nos ofrece san Lucas, probablemente recogido de labios de la
misma María, que nos relata la escena de un modo entendible para las personas de su tiem-
po. Cuando Dios quería hacer un anuncio importante o una misión para alguien enviaba un
ángel, un mensajero con la noticia (basta recordar algunos ejemplos como Abraham, Jacob,
los padres de Sansón o el mismo Tobías). También María recibió esa visita misteriosa con un
mensaje aún más difícil de entender “que iba a ser la madre de ¿quién?”. Pues sí, del mismo
Hijo de Dios. Como es natural María no entendía nada (o casi nada) de todo aquello, como a
veces nos pasa a ti y a mí en las cosas de Dios ¿no? Pero su corazón estaba lleno de dos vir-
tudes extremadamente importantes para nuestra relación con El: la confianza y la generosidad.
Como hemos visto, María conocía la fidelidad de Dios y esto le hacía confiar en El, sen-
tirse segura en su presencia, no temer ni siquiera en los momentos más difíciles pues sabía que
todo sirve para el bien a los que aman a Dios. Y además María poseía la generosidad que
supone el poner toda la vida al servicio del plan de salvación de Dios y desear que en su vida
62
sólo se realice la voluntad de Dios; la entrega total y absoluta de toda su persona, sabiendo
que esto le podía suponer problemas, como así sucedió con José.
Sólo si unimos la confianza absoluta con la generosidad total podemos obtener una per-
sona como María. La única sobre la cual Dios hizo depender todo su proyecto de salvación
para la humanidad, por que sabía que la había preparado desde el principio (lo que nosotros
después hemos titulado la “Inmaculada Concepción”) para que llegado este momento cumbre
de la historia nada pudiera fallar. ¿Qué hubiera pasado si María llega a decir “no”? Pues no
lo sabemos, pero éste puede ser tema para los amantes de la ciencia-ficción. Afortunadamente
para todos, María dijo sí y por ello Dios pudo hacerse uno como nosotros en Jesús, para com-
partir nuestra condición, devolvernos a la amistad con Dios y salvarnos muriendo en la cruz y
resucitando a una vida nueva... pero esto ya es otra historia ¿no?
Con el sí de María su vida no se convirtió en un camino de rosas, ni todo fue más fácil
que antes. No sería fácil de entender que todo un Hijo de Dios naciera en aquellas condicio-
nes, ni muchas de las cosas que ocurrier on en torno a aquel nacimiento: la visita de los pasto-
res y de unos tipos un tanto extraños con acento extranjero, el tener que salir de estampida para
proteger la vida del niño... pero si Dios lo quería así, pues hágase su voluntad.
María cumplió su papel de madre, con algún sufrimiento añadido como la pérdida de
Jesús en la peregrinación a Jerusalén, seguía sin entender nada pero guardaba todas estas
cosas en su corazón, como nos dice Lucas, mientras Jesús iba creciendo en sabiduría, en esta-
tura y en gracia ante Dios y los hombres. Hasta que se invirtieron los papeles y María pasó de
madre a discípula, dejando marchar a su hijo para una misión que tampoco acababa de com-
prender. En estos años de vida pública de Jesús la encontramos explícitamente al principio (las
Bodas de Caná) y en el momento final de la cruz. Pero podemos pensar que María estuvo cerca
de Jesús todo este tiempo, como nos muestra el pasaje de Mt 12, 46-50, en que aparecen la
madre y los hermanos de Jesús que están fuera y lo buscan. Cómo imaginar a María tranqui-
lamente en Nazaret, ajena a la suerte de su hijo y que de repente aparece en el momento de
la Pasión.
Es este aspecto de la vida de María, el que podemos tomar como modelo: un seguimien-
to discreto, sin asumir ningún protagonismo y sin quitárselo al que verdaderamente lo tiene,
Jesús. Esta actitud se hace evidente en Caná: ante la dificultad que se presenta, María sabe lo
que tiene que hacer, no se convierte en centro ni punto de referencia sino en cauce para que
los sirvientes accedan a Jesús, quien puede dar una solución. Esa palabra de María, “Haced
lo que él os diga”, es la que sigue repitiendo a cada uno de los discípulos que se acerca a ella.
María es la discípula que nos pone en el camino de su hijo, porque también ella lo recorre.
Sabemos que cuando ese camino llegue hasta el pie de la cruz en el Gólgota, allí también está
María con su silenciosa pero eficaz presencia y compañía.
Testimonio de esa presencia y compañía junto a los discípulos de su hijo, la encontramos
en Hch 1,14 tras la Ascensión, donde María persevera en la oración junto a los apóstoles en la
espera de la venida del Espíritu Santo. Lógico es pensar que un instrumento tan valioso para
Dios, sólo podía tener como lugar definitivo el cielo, desde donde ejerce su misión intercesora.
Ello hace que todos los cristianos de generación en generación hayan tenido especial venera-
63
ción por esta mujer bienaventurada, llena de la gracia de Dios, y hayan disfrutado de amoro-
sa atención y mediación.
Si queréis seguir profundizando en el tema podéis leer los siguientes números del
Catecismo de la Iglesia Católica:
Objetivo
- Promover una reflexión, a nivel individual y como grupo, en torno a la figura de María,
poniendo especial atención en las virtudes que ella representa y nos propone para nuestra vida
cristiana.
- Realizar una revisión y reflexión personal, respecto de nuestra vida.
Desarrollo
1. Preparar previamente con papel continuo o cartulina un dibujo de una silueta de María
2. Realizar una lluvia de ideas, sobre las virtudes, cualidades o elementos que nos llamen
64 la atención de María, con el fin de obtener una imagen lo más completa de ella. Será intere-
sante que todos hayan leído previamente el tema o que se lea al iniciar la actividad.
3. En este momento, cada uno de los participantes en la actividad debe eliminar una de
las aportaciones que hay en el panel. Con ello se pretende una cierta “purificación” de la ima-
gen para quedarnos con lo que realmente es importante de María.
4. Aquí puede concluir la actividad, con el retrato de María realizado por el equipo de
educadores.
5. Otra posibilidad es continuar con la reflexión y utilizar esta imagen de María como un
espejo en el que cada uno nos miramos. Se trataría, pues, de reflejarnos en María y pensar
cuáles son las cualidades de las que nos sentimos más alejados y cuáles las que están más pre-
sentes en nuestra vida. Ya será tarea de cada uno el pensar medios para potenciar las virtudes
presentes y para alcanzar las “ausentes”.
6. Se puede concluir con una puesta en común, compartiendo con los demás cuál es la
virtud más lejana y cuál la más presente en cada uno de los participantes.
ACTIVIDAD ALTERNATIVA
Objetivo
- Realizar una reflexión sobre las dificultades que la figura de María presenta para nos-
otros y para el mundo actual.
- Reflexionar sobre la propuesta de valores que la figura de María supone para nosotros
y puede suponer para nuestro mundo.
Desarrollo
Se trata de una actividad menos dinámica y más reflexiva. Consistiría básicamente en un
diálogo, con un moderador y un secretario, en el que se debatan dos cuestiones: la primera
sería ver las dificultades que la figura de María presenta para el mundo de hoy (y para nos-
otros también ¡claro! ya que somos de este mundo ¿no?), es decir, los temas que son más difí-
ciles de creer o de entender, relacionados con María. La segunda cuestión sería discutir los valo-
res que la figura de María propone para nuestro mundo, de los que está más necesitado. La
conclusión de la actividad podría ser un compromiso de profundizar en los interrogantes que
María nos plantea, intentando preparar el tema buscando respuestas, tal vez con la ayuda de
vuestro sacerdote. También asumir los retos y los valores que la figura de María nos propone.
ORACIÓN: MAGNIFICAT
Para el desarrollo de la oración tiene que haber al menos dos lectores y tal vez otra per-
sona que haga de monitor. Es importante mantener los tiempos de silencio que marcan el ritmo
de la oración, cuidar los cantos que pueden ser estos u otros que el propio grupo conozca. Las
reflexiones que se ofrecen son sólo una posibilidad y pueden ser cambiadas o adaptadas por
quien prepara la oración.
- EL MAGNIFICAT -
Lector 1 (debe leer todo lo que de aquí en adelante aparece en letra cursiva).
Y dijo María:
Abramos nuestro corazón al Señor como María, con docilidad, con confianza...
66 ¿Qué es lo que mi vida pr oclama a los demás?...
¿Qué brota hoy espontáneamen te de mi corazón? ...
¿Cuáles son los motivos de mi alegría más profunda?...
[canto canon-magnificat]
María siente que su felicidad brota de lo que Dios ha hecho con ella... y Dios sigue
actuando hoy en nosotros...
Haz presente las obras buenas que el Señor realiza en tu vida ...
¿En qué momentos experimentas la misericordia de Dios contigo? ...
[canto canon-magnificat]
Auxilia a Israel su siervo acordándose de la misericordia
como lo había prometido a nuestros padres
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.
Demos ahora gracias a Dios por su fidelidad, por que El cumple la promesa que había
hecho a nuestros padres ...
Demos gracias también por todos los que han sido instrumento en manos de Dios para
que la fe llegara hasta cada uno de nosotros...
Padre Nuestro:
Concluimos nuestra oración uniendo nuestras voces para dirigirnos al Padre con las mis-
mas palabras que Cristo nos enseñó....
CATECISMO
Las tres dimensiones que construyen la Iglesia, los tres pilares sobre los que se sostiene el
edificio sacramental, son la palabra, el culto y la caridad. Es ya una división que aceptamos:
evangelio, liturgia y servicio; o sea la fe que se cree, la fe que se celebra y la fe que se vive.
Está bien que estas tres realidades se distingan a nivel de conceptos, pero lo que hay que
afirmar claramente es que las tres r ealidades no pueden separarse, pues mutuamente se inclu-
yen y complementan.
- La palabra. Es luz y fuerza, enciende y estimula, como a los discípulos de Emaús (ver Lc
24,32). La comunidad cristiana es convocada por la palabra, ha de estar siempre a la escucha
de la palabra y ha de proclamarla sin descanso. De ahí toda la tarea de estudio, evangeliza-
ción y catequesis. Pero la palabra no es primariamente un conjunto de verdades ni un objeto
de ciencia o un programa de acción. La palabra es ante todo, como dice Urs von Balthasar,
una buena noticia, «una gran alegría» (Lc 2, 1 0), que no cabe en ningún corazón humano. Esta
buena noticia anuncia que Dios, misericordioso, se ha hecho y se hace presente en Jesucristo,
que nos ha salvado y nos sigue salvando en Jesucristo, y que nos posibilita para que seamos
70
salvadores. La palabra es amor, por eso la palabra hay que escucharla y meditarla; pero tam-
bién hay que celebrarla y vivirla.
- El culto. Es la celebración de lo que se cree y lo que se vive, algo que brota espontáne-
amente, cuando se siente la experiencia de la salvación de Dios. Por eso, las primeras, comu-
nidades cristianas, a la vez que «acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles» (Hch
2,42), también «acudían al templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu,
partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón.
Alababan a Dios...» (Hch 2,46). Pero el culto cristiano no es un rito sin vida, ceremonia rubris-
cita, sino que es la actualización de la presencia liberadora del Sefíor. Toda celebración litúr-
gica y sacramental no es tanto un acto de piedad, cuanto un acontecimiento salvífico. En cada
celebración se realiza la victoria de Cristo sobre el pecado, sobre mi pecado, sobre el pecado
del mundo; es decir, sobre toda injusticia y todo egoísmo. Por medio de la liturgia Cristo se hace
presente: en su palabra, que se actualiza, y en sus signos eficaces, En la liturgia el cristiano se
compromete a prolongar la acción liberadora de Cristo.
71
El hombre celebrativo debe vivir en la gratuidad, sentir la vida, captar el espíritu de las
cosas, interpretar los signos, agradecer y alabar con todo su cuerpo y todo su espíritu. Y hacer-
lo desde dentro, desde el Espíritu que mora en él. Hacer las cosas no por obligación o por tra-
dición, o por ganar méritos, sino porque las siente.
Celebramos la manifestación de Dios en Cristo, que es sacramento primordial de salva-
ción.
Celebramos el encuentro con Cristo en la Iglesia. que es sacramento de Cristo, sacramento
universal de salvación.
Encontrar eis el desarrollo, actividades y celebraciones sobre cada uno de los sacramen-
tos. Esos grandes momentos de la vida de fe, en los que el hombre se encuentra realmente con
el Señor. La Iglesia celebra en los sacramentos la obra salvadora de Jesús, su misterio pascual.
Son signos eficaces, cargados de la fuerza liberadora del Espíritu. Ellos constituyen los gran-
des momentos de la vida de la fe. Los diversos sacramentos corresponden a diversas situacio-
nes de la vida del creyente.
Nos gustaría como conclusión que recor darais estas ideas que resumen todo lo que dese-
aría consiguieras con estos temas:
- Que hay que ser sensibles a la vida, a los acontecimientos, a los signos. Hemos de cul-
tivar la capacidad de admiración y de ver más allá de la apariencia. Si somos materialistas o
si pasamos de todo, nos incapacitamos para entender el lenguaje simbólico. La liturgia utiliza
constantemente los signos y los símbolos.
- Sabes que la improvisación no es recomendable, pero también es cierto que hay que
dejar espacio para las manifestaciones espontáneas. «Donde está el Espíritu del Señor, allí hay
libertad» (2ª Cor 3,17). También en la liturgia se debe ser creativo. No se puede ahogar los sen-
timientos o hacer callar al Espíritu. La creatividad, sea en el fondo, sea en la forma, es algo
propio de toda celebración festiva.
- Que ameis a vuestas comunidad cristiana. No debeis buscar protagonismo. En todas las
celebraciones no hay más protagonista que la comunidad. Si buscamos a Dios por nuestra
cuenta, nos perdemos. Es en la comunidad donde Dios se hace presente con más fuerza y efi-
cacia.
INTRODUCCIÓN
El hombre necesita celebrar. La celebración es como «la chispa de la vida», la que saca
al hombre de su rutina y de sus dolores, ¿Imagináis un año sin domingos y sin fiestas? Se cele-
bran los acontecimientos que parecen más importantes. «Esto hay que celebrarlo», decimos con
frecuencia: un éxito, una victoria, un golpe de fortuna; o un premio, una tarea consumada, una
amistad nueva; una curación, una liberación, una vocación, un amor,- o un año que empieza,
una vida que empieza, un nombramiento que se consigue... Todo puede celebrarse. Tampoco
se pueden reducir a síntesis las distintas formas de celebración; desde el banquete a la danza,
desde el brindis al canto, desde el discurso al regalo, desde el rito al sacramento. La Iglesia
necesita también celebrar muchas cosas, Cristiano es el hombre que vive en una constante acti-
tud festiva y celebrativa, porque la fe es una fiesta y su fiesta no tiene fin.
LA CELEBRACIÓN
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Dando por supuesto que haya una realidad digna de celebrarse, algo fuera de lo normal,
toda celebración exige, como fiesta, su tiempo y su momento. Las fiestas se fijan en el calen-
dario (un domingo, un santo, un cumpleaños) porque hay que distinguir unos días de otros. No
todo momento vale para celebrarlo. La celebración es tiempo de gracia.
Es verdad que la fiesta para el cristiano no debe tener fin, porque nuestra fiesta es Cristo,
que no termina. Por otra parte, la fiesta no se hace a golpe de calendario, sino de corazón.
Pero el calendario la enmarca, regula y socializa.
La celebración exige también, como fiesta, sus ritos y sus acciones propias. No se conci-
be una fiesta sin cantos típicos, comida adecuada, vestidos especiales, diversiones característi-
cas, palabras y gestos adecuados. Todo encuadrado en un buen programa.
Exige, por último, como fiesta, un ambiente de común unión y de alegría. La fiesta une a
las gentes, a los grupos, a los pueblos. La celebración surge, desde la alegría y para la alegría.
Una celebración en solitario resulta triste y desvirtuada.
El ritmo o partes de toda celebración.
En toda celebración suele haber, en primer lugar. una invitación, una acogida y un
encuentro, en el que se multiplican los saludos y las manifestaciones de respeto y amistad. Estos
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son, en las celebraciones cristianas, los ritos iniciales, en los que no faltan los saludos, la aco-
gida, la certeza de que el Señor se hace presente en el encuentro. Impor ta mucho que el
encuentro sea gozoso, cálido, profundo.
Conviene destacar también la dimensión de fe. En cada encuentro Cristo se hace presen -
te. Diríamos que es él quien nos ha convocado y nos invita a su fiesta. Él se hace presente com-
partiendo todo lo nuestro.
A la vez, en nuestro encuentro se construye la comunidad, No se trata simplemente de
una reunión de amigos. Hay una realidad casi misteriosa que distingue a nuestras celebracio-
nes: el Espíritu nos une a todos en el amor.
La liturgia de la Palabra
El rito de despedida
En cuarto lugar se llega a las despedidas y a los buenos deseos. Todo esto se realiza tam-
bién en las celebraciones cristianas: bendiciones, despedidas, compromisos. Cada nueva reu-
nión será como una anticipación de la parusía, Por eso, que pase pronto el tiempo y Jesús se
haga presente en plenitud.
Todos se despiden con un mensaje de paz y un compromiso de hacerla posible. Cuando
se dice «podéis ir en paz», no es para que se queden tranquilos. sino para que hagan posible
la paz y la salvación de todos.
•La gratitud: -El cristiano reconoce que se le regala infinitamente más de lo que merece.
Celebra más el fruto de la gracia que el logro de sus merecimientos. Se siente más objeto de
predilección que protagonista de liberación. La gran noticia, el evangelio que celebra es que
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Dios lo ama incondicionalmente y en ese amor se siente definitivamente salvado. No cabe duda
de que, como afirma san Pablo, «todo es gracia» (Rom 4,16). Como se puede deducir fácilmen-
te, la gratuidad engendra agradecimiento, confianza y humildad.
- Agradecimiento: No cabe otra actitud ante Dios que la del samaritano leproso (Lc 17,16) .
«Gracias» es una de las palabras más bonitas de nuestro vocabulario siempre que no se anqui-
lose por la costumbre o la hipocresía. La gratitud es de lo más hermoso que sale del corazón.
- Confianza: El que cree en Dios, el que se convence de su amor gratuito, no tiene nada
que temer. Se siente amado por encima de sus criterios y a pesar de sus deméritos. Se trata de
un amor incondicional, que sólo pide dejarse querer.
- Humildad: Porque te das cuenta que todo lo has recibido. Si Dios te acoge no es por-
que seas mejor, sino porque, como en el caso de Israel, eres el más pequeño. No es cuestión
de gloriarse en nosotros mismos, sino en el Señor, porque, como dice san Agustín: «Busca méri-
tos, busca justicia, busca motivos; y a ver si encuentras algo que no sea gracia».
• La alegría: El que está triste difícilmente puede hacer una buena celebración. Cierto que
la tristeza también es una realidad humana asumida y redimida por Cristo, que se puede ofre-
cer a Dios. Pero, cuando se ofrece, la tristeza pierde su veneno y sus tonos oscuros, porque se
reviste de esperanza. Se puede celebrar el dolor, pero consciente de que todo dolor llevará su
fruto. Se pueden celebrar funerales, pero sabiendo que la muerte es una pascua.
El creyente celebra, en primer lugar, su salvación. Sobre el corazón del fiel ha descendi-
do toda la bondad y la gracia de Dios. todo el poder y la paz de Dios. El creyente es un hom-
bre nuevo, se siente salvado:
- No teme nada. La fe expulsa el temor. «¿Por qué sois tan tímidos, hombres de poca fe?»,
repetía Jesús (Mc 4,40). El que cree no teme el fracaso, porque su éxito es el Señor. No teme el
futuro, porque nada le puede separar del amor. No teme la muerte, porque para él es una pas-
cua.
- Sabe que sus deseos y esperanzas se cumplirán. Espera activa y comprometidamente un
mundo nuevo en el que prevalezca la solidaridad, o sea el reino de Dios. Espera contra toda
esperanza, y la razón última de esta esperanza es que Dios ama al mundo y que Cristo está
con nosotros hasta el fin de los tiempos.
- Posee ya arras de vida eterna. Goza ya de un anticipo del cielo porque ha sido ungido
por el Espíritu de Dios, que lo transforma y hace partícipe de la naturaleza divina (2 Pe 1,4). La
conciencia y la vigencia de esta realidad preciosa y sublime «a vida eterna sabe», es ya prin-
cipio de vida eterna.
b.- Celebra al Dios de la salvación
Es verdad que sólo Dios es digno de ser celebrado. Porque sólo él es bueno, sólo él es
santo, sólo él es amor.
Este amor de Dios se nos ha manifestado. Esto es lo que nos entusiasma. «Hemos cono-
cido su amor» (Jn 4,16). No se ha manifestado su poder, su justicia, su sabiduría, sino su amor,
que es para nosotros poder, justicia, sabiduría. Y más: no es el Dios que tiene amor, sino que
es amor: «Se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a todos los hombres (su
filantropía)» (T it 3,4).
Su manifestación fue progresiva por medio de palabras y de obras (Heb 1, l). Palabras
vivas y creadoras. Obras maravillosas, liberadoras y salvadores.
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c.- Celebra la palabra de Dios
La palabra de Dios se dirige a nosotros, no tanto para enseñarnos, sino para comunicarse
amistosamente. Son palabras de amor más que de ciencia.
El mero hecho de hablarnos ya es una prueba de amor. Si Dios nos habla, estamos sal-
vados, aunque sus palabras sean exigentes; si nos habla es porque nos estima y nos quiere. Si
Dios nos habla, podemos llenarnos de esperanza. Su palabra es como un sacramento en el que
se hace presente. Si Dios nos habla, es el principio de la salvación, Pues la buena noticia es
que Dios nos ha hablado, que Dios no es misterio lejano, insondable, sino el que ve, el que
escucha, el que habla.
Obras verdaderamente admirables, Porque la palabra de Dios no sólo se dice. sino que
se realiza, se convierte en acontecimiento salvador. Hay una larga historia de salvación.
Podemos hablar de:
Alianzas. Dios se relaciona con el hombre hasta el compromiso total. Alianza cósmica
con Noé, alianza familiar con Abrahán, alianza en sangre con Moisés, alianza nueva y defi-
nitiva con Cristo. Todo un mundo de relaciones entre Dios y el hombre. (Cfr. Gn 9,8-17,- 17,2-1 1;
24,3-8,- Heb 8,6-13.).
Desposorios. La alianza no es sólo una especie de contrato y compromiso, en el que
ambas partes se obligan a cumplir lo pactado, Es una alianza de amor, tan fuerte y más que
la de los esposos. Dios es el esposo fiel. Estos desposorios se celebran con cada creyente y con
todo el pueblo. (Cfr. Os 2,21-22,- jr 2,2,- 31,3,- Is 54,5-8.)
Pascuas. Dios escucha el clamor de los pobres y de los oprimidos. Él bajará para poner
en marcha procesos de liberación. Dios nos quiere libres: «Donde hay Espíritu del Señor allí
hay libertad» (2ª Cor 3,17). Por eso sacó a su pueblo de Egipto, derriba a los poderosos y enal-
tece a los humildes, colma de bienes a los hambrientos, pone en lo más alto a los pequeños,
cura a toda clase de enfermos, promete la vida eterna.
e.- Celebra a la comunidad de los salvados
La comunidad no sólo es el lugar privilegiado para celebrar a Dios, sino que ella misma
es motivo y objeto de celebración. En ella Dios mismo se prolonga y se hace presente.
Se llama a uno de los asistentes, se le colocan unas gafas negras, como de ciego, que se
siente, como si estuviese en la esquina de una calle, a la boca de un metro o en la calle y que
pide limosna. A su lado se le coloca un cartel a rotulador y en blanco y negro que dice: “Soy
ciego, una limosna para comer. ¡Gracias!”. A continuación se llama a otros de los asistentes y
se les hace pasar junto a él, para ver si le dejan algo, le dan limosna o le hablan y tienen una
breve conversación con él.
Pasarán y seguro que le van a dejar nada o poca cosa...
Pasa el que dirige la actividad y le dice al pobre ciego: “Mira, yo no tengo dinero pero
sé pintar”. Le regalo otro cartel que lleva preparado, está a color y lleva pintadas unas flores.
El cartel dice: “Soy ciego y no puedo ver la primavera. ¡Ayúdame!. Muchas gracias”. Hace que
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pasen de nuevo otros jóvenes; seguro que ahora si le van a dar algun Euro o le van a hablar
y estarán más cariñosos y compasivos.
Analizamos las dos situaciones respondiendo a las preguntas:
1. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué en la segunda vez ha habido más donativos, más amabi-
lidad con el ciego que en la primera pasada?
2. La razón, ya la conoces: ha tocado más el corazón de los que han visto al ciego. Ha
habido colores y les ha dado más pena; no puede ver la primavera.
Para comprender el hecho de la ceguera, os ofrecemos otra actividad sobre los sentidos
que se puede ampliar si sois ingeniosos a los otros sentidos. Hemos escogido el del oido.
El transistor.
Se hace con algunos del grupo. Se manda cerrar los ojos, como ciegos, y se pone muy
bajito un transistor. Se va sacando todo de una bolsa, para que no vean las cosas que hay.
El ciego no ve, pero si puede oir.
Arrugar un papel.
Se hará lo mismo con un papel, que capten muy bien el sonido y de que se trata. Se con-
sigue que haya silencio externo y que haya sobre todo silencio interior para que luego capten
mejor el anuncio de la Buena Nueva. Estos momentos son difíciles. Después, cuando se anun-
cie el mensaje, lo captarán mejor.
El despertador.
Se hace algo similar como cuando se arrugó el papel. Les va a exigir más silencio para
oír el tic – tac, tic – tac ...
Una campanilla.
Se deja escuchar el tilín de la misma.
Otros elementos.
ORACIÓN: DAME TU LUZ, SENYOR
Canto
Monición:
Jesús es nuestra luz, Él nos da la vida, fe, alegría, amor y nos pone dos gotas de agua
fresca en nuestros ojos para que veamos mejor.
Cuando aún era de noche, cuando aún no había día, cuando aún no había luz, para
Dios: tú, amigo, amiga, ya existías. Ayúdanos Señor, para que podamos sentirte y celebrarte
en cada uno de los signos en los cuales podemos identificarte.
Concédenos, Señor tu luz, para que sean destruidas las tinieblas de nuestros corazones y
así llegue a nosotros la Luz verdadera.
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Marcos 8, 22-26
Motivar el diálogo, hacer alguna pregunta y animar a que el Señor Jesús, que es la Luz,
nos la dé, nos dé más fe, alegría, paz y bienestar y nos anime a compartirla con los demás.
Peticiones.
Elevemos nuestras peticiones a Jesús que es la luz, para que nos ayude siempre.
- Que encontremos uns estrella que ilumine nuestro camino. Te lo pido, Señor.
- Que nosotros seamos pequeñas luces que alumbren a los que no ven. Te lo pido, Señor.
- Da tu luz de amistad a los más necesitados. Te lo pido, Señor.
- Que nunca se apodere de nuestros corazones la oscuridad. Te lo pido, Señor.
....
Padre Nuestro.
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Canto final.
Plegaria de Agradecimiento
Tres de los asistentes proclaman una de estas breves plegarias. Cuando lo han hecho,
encienden una vela. Lo hacen pausadamente.
Señor, quiero ver con limpios ojos a los que se aman y quieren.
Señor, quiero ver al que sufre, al necesitado, haz que le ayudemos.
Señor, quiero ver la amistad de los que se aprecian, que nosotros también vivamos este
gesto en nuestras vidas.
Final
Recitamos todos juntos.
CATECISMO
¿QUÉ ES EL BAUTISMO?
Id y haced discípulos de 87
todos los pueblos, bautizán -
dolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo.
(Mateo 28, 19)
INTRODUCCIÓN
Cuando los niños nacen, inmediatamente sus padres le ponen un nombre, porque saben
que es una cosa fundamental llamarlo de alguna manera para poder registrarlo como ciuda-
dano de su país con sus derechos y con sus obligaciones.
Pues al igual que esto es una cosa importante, en las familias también es importante el
bautismo y no como una ocasión para celebrar únicamente una fiesta y reunir a la familia. El
bautismo además de eso implica mucho más, es uno de los sacramentos de la iniciación cris-
tiana, el bautizado entra a formar parte de la iglesia y como miembro de la comunidad parti-
cipará de todas sus celebraciones y como cristiano gozará de sus derechos y también de sus
deberes.
Este sacramento siendo el primero que recibimos, es el fundamento de nuestra vida cris-
tiana gracias a que él somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos
a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión.
El bautismo cristiano es el comienzo de una vida nueva, de una vida en comunión con Cristo
Jesús y con todos los que en él creen. El bautismo es el fundamento y el inicio del proceso para
conseguir la plenitud de la vida en Cristo. El bautismo es como el primer paso que se da para
recorrer el sendero de la vida cristiana.
El nombre de este sacramento viene de la palabra “baptismus” que significa “sumergir,
lavar, limpiar”. El agua es símbolo de vida y de purificación. A partir de entonces, estamos con
Cristo sepultados al pecado, al mal moral y a todo aquello que no es de Cristo. Esta es la muer-
te auténtica, puesto que tiene que morir en nosotros cualquier apego al mundo y a cualquier
valor fuera de Dios para que podamos pasar a la nueva vida iniciada por la resurrección de
Cristo.
A través del bautismo el hombre se convierte en ofrenda y queda consagrado a Dios.
La iniciación cristiana.
Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una ini-
ciación que consta de varias etapas que comprenden siempre algunos elementos esenciales: el
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anuncio de la Palabra, la acogida al Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el
Bautismo, la efusión del Espíritu santo, el acceso a la comunión eucarística.
Pero desde que el Bautismo de los niños vino a ser la forma habitual de celebración de
este sacramento, ésta se ha convertido en un acto único que integra de manera muy abrevia-
da las etapas a la iniciación cristiana. Por esta razón el Bautismo de niños exige un catecume-
nado post-bautismal. Cuando bautizamos a un niño, son los padres y padrinos los que hacen
la profesión de fe, puesto que es imposible que un niño de tan corta edad sea consciente de lo
que está celebrando, por eso hablamos del catecumenado post-bautismal Esta solución no se
trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al Bautismo, sino del desarrollo necesa-
rio de la gracia bautismal en el crecimiento de la persona. Este es el momento propio de la cate-
quesis que va a ayudar al niño a ir conociendo poco a poco la palabra de Dios y le va ayu-
dar a ir comprendiendo y engrandeciendo su fe.
Signos de la celebración
Aunque en muchos casos el sentido y la gracia, que está en su sencillez, desaparece por-
que no se sabe apreciar, cuando se participa atentamente en los gestos y las palabras de esta
celebración, los fieles se inician en las riquezas que este sacramento significa y realiza en cada
nuevo bautizado.
La señal de la cruz; esta impronta que se hace sobre el que va a pertenecer a Cristo repre-
senta el distintivo del cristiano, la gracia de la redención que Cristo nos ha adquirido por la
cruz, es ponerse en las manos de Dios pidiendo que este siempre con nosotros.
El anuncio de la Palabra de Dios; que ilumina con la verdad revelada a la asamblea y
suscita la respuesta de la fe. El Bautismo es de un modo particular “el sacramento de la fe” por
ser la entrada sacramental en la vida de fe.
Puesto que el bautismo es el sacramento del perdón de los pecados. El bautizado es ungi-
do con el óleo de los catecúmenos o bien el celebrante le impone la mano y el candidato renun-
cia explícitamente a Satanás. Así preparado, puede confesar la fe de la Iglesia a la cual será
“confiado” por el Bautismo.
El agua bautismal es entonces consagrada mediante una oración de epíclesis.
Sigue entonces el rito esencial del sacramento: el Bautismo propiamente dicho, que signi-
fica y realiza la muerte al pecado y la entrada en la vida de la Santísima Trinidad a través de
la configuración con el misterio pascual de Cristo. El Bautismo es realizado de la manera más
significativa o bien por inmersión o vertiendo el agua sobre la cabeza.
La unción con el santo crisma significa transmitir el don del Espíritu Santo al nuevo bau-
tizado, dicha unción anuncia una segunda unción del santo crisma que dará el obispo el sacra-
mento de la confirmación que, por así decirlo, “confirma” y da plenitud a la unción bautismal.
La vestidura blanca simboliza que el bautizado has sido purificado por el agua, que ha
recibido la gracia de Cristo.
El cirio que se enciende del cirio pascual es “la luz del mundo”, es el símbolo de la fe, la
luz que ilumina para conocer a Jesús y luego iluminar a todos los demás (“Yo soy la luz del
mundo. El que me sigue no andará en tinieblas”)
El Bautismo de adultos.
En los orígenes de la Iglesia, cuando el anuncio del Evangelio está aún en sus primeros
tiempos, el Bautismo de adultos era la práctica más común. En ese momento el catecumenado
tiene por finalidad permitir a estos últimos llevar a madurez su conversión y su fe. Se trata de
una “formación y noviciado” debidamente prolongado de la vida cristiana, en que los discí-
pulos se unen con Cristo. Los catecúmenos “están ya unidos a la Iglesia, pertenecen ya a la casa
de Cristo y muchas veces llevan ya una vida de fe, esperanza y caridad”
El Bautismo de niños.
Los padr es cristianos deben reconocer que esta práctica corresponde también a su misión
de alimentar la vida que Dios les ha confiado. Es derecho de los hijos el recibir de sus padres
todos los dones y valores para su desarrollo humano y cristiano, la fe es el don más preciado
que tienen los padres y por eso no pueden negarlo a sus hijos.
Fe y Bautismo.
El Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación. Desde siempre, la
Iglesia posee la firme convicción de que quienes padecen la muerte por razón de la fe, sin
haber recibido el Bautismo, son bautizados por su muerte con Cristo y por Cristo. Este Bautismo
de sangre como el deseo del Bautismo, produce los frutos del Bautismo sin ser sacramento.
A los catecúmenos que mueren antes de su Bautismo, el deseo explícito de recibir el
Bautismo, unido al arrepentimiento de sus pecados y a la caridad, les asegura la salvación que
no han podido recibir por el sacramento. Porque todo hombre que, ignorando el Evangelio de
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Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la voluntad de Dios según él la conoce, puede ser
salvado. Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente el
Bautismo si hubiesen conocido su necesidad.
Por el bautismo todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los peca-
dos personales, así como todas las penas del pecado. Pero no solo purifica de todos los peca-
dos, hace también del que va a ser bautizado “una nueva creación”, es decir, un hijo adopti-
vo de Dios, miembro de Cristo, coheredero con Él y templo del Espíritu Santo. La Trinidad da
al bautizado la gracia de la justificación que:
-le hace capaz de creer en Dios
-le concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante los dones del
Espíritu Santo
-le permite crecer en el bien mediante las virtudes morales.
Así vemos como todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en
el bautismo.
Y para finalizar y después de haber leído estas páginas el Bautismo es un momento deci-
sivo en nuestra vida, es el momento en el que Dios nos abre las puertas a una vida plena, eli-
minando de nosotros el pecado, esperando de nosotros una respuesta acorde con su sacrificio.
Con esto debemos tomar conciencia de su importancia, tanto a nivel personal, por haber
sido, gratuitamente, marcados con el “sello del Señor”, y a nivel de comunidad porque con el
Bautismo formamos parte de Cristo y estamos enviados a mostrar la luz de la Palabra de Dios
que un día se nos mostró a nosotros, somos “piedras vivas” para la edificación de un “edificio
espiritual” y como Él hizo estamos llamados a someternos a los demás y a servirles en la comu-
nión de la Iglesia.
No debemos acordarnos del bautismo como un sacramento que recibimos cuando éra-
mos pequeños y del que nos acordamos cuando vemos el álbum de foto. Si hemos recibido el
sacramento debemos celebrarlo cada día, cada día recibimos un nuevo bautismo, cada día
debemos renovar esas promesas que un día hicieron nuestros padres y padrinos por nosotros,
cada día debemos cuidar nuestro don, el don que el nos ha regalado, el don de la Fe.
ACTIVIDAD: RENACEMOS DEL AGUA Y DEL ESPIRITU
Ambientación:
En la sala habrá una serie de objetos con unos carteles con frases o simplemente frases,
que serán:
•Recipiente con agua: y un cartel en el que pondrá: “ Y ahora, ¿qué esperas? Levántate,
bautízate y lávate de tus pecados invocando su nombre” (Hech 22, 16)
•Cruz: Símbolo para el cristiano.
•La Biblia: “El sacramento de la fe”
•Tela blanca: “Todos fuisteis bautizados en Cristo y os revestisteis de Cristo” (Ga 3,27)
•Cirio: “Vosotros sois luz para el mundo. No se puede esconder una ciudad edificada 91
sobre un monte” (Mt 5,14)
•“Pero gracias a Dios que después de haber sido esclavos del pecado, habéis sido entre-
gados a otro, es decir, a la doctrina de la fe, a la cual os habéis sometido de corazón” (Rom
6,17)
•“Porque Él nos arrancó del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino de su Hijo
amado” (Col 1,13)
•“Pues al ser bautizados fuimos sepultados junto con Cristo para compartir su muerte a
fin de que lo mismo que Cristo, que fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre,
también nosotros caminemos en una vida nueva” (Rom 6,4)
•“Y cuando todo le esté sometido, el Hijo mismo se someterá a aquel que le sometió todas
las cosas, y en adelante será Dios todo en todos” (1ª Cor 15,28)
Introducción
El Bautismo es el más bello y magnífico de los dones de Dios... lo llamamos don, unción,
iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más precio-
so que hay.
Todo esto se nos dio al poco de nacer y hoy es un momento para reflexionar que hemos
hecho con lo que recibimos un día y luego renovamos. Por esto tenemos ante nosotros algunos
de los símbolos que pueden representar aquello que recibimos.
Desarrollo:
•¿Nos sentimos satisfechos por las prácticas religiosas que realizamos y de cómo las
realizamos?
•¿Realmente somos conscientes de lo que recibimos?
•¿Nuestra conducta se adecua a lo que quiere Dios de nosotros?
•¿Cuál es tú grado de sumisión frente a los demás?
•¿Estás aprovechando tu “vida nueva”?
•¿Cómo está evolucionando tu fe?
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•¿En que momentos has intentado esconder una ciudad edificada sobre un monte?
Ambientación
Os presentamos esta celebración, para que el grupo que ha trabajado el tema del bau-
tismo pueda luego vivir la gracia de poder rezar, renovar y profundizar en la vivencia del bau-
tismo cristiano.
A poder ser debe tener lugar en la parroquia o en alguna capilla donde haya una pila
bautismal o recipiente digno para el agua. También debe estar presente un sacerdote a poder
ser.
Monición:
El agua, ¿qué es? ¿para que sirve?. Es un líquido, insípido, en pequeña cantidad incolo-
ro y verdoso en grandes masas. Es señal de vida. Sin agua las plantas mueren, los animales
desaparecen y nosotros no podemos vivir. Nos sirve para lavarnos, para refrescarnos y para
beber.
Los cristianos, ¿para qué la usamos? Con el signo del agua nos bautizamos por el Espíritu.
Los primeros cristianos se bautizaban en los ríos. Se zambullían. Más adelante se bautizaban,
como en la actualidad, por aspersión. Por el bautismo se muere al pecado y se resucita a la
vida y amistad con Dios.
El agua lava, purifica, limpia; y el agua del bautismo lava, purifica y limpia al bautizado
del pecado.
Un buen baño rejuvenece, alegra, da vigor; el bautizado será un hombre alegre, vigoro-
so, joven siempre en su caminar hacia el encuentro con Jesús.
Por el bautismo renacimos a una nueva vida en Cristo. Que el Señor Jesús sea para nos-
otros esa vida, agua que nos quite la sed y nos refresque en nuestro caminar por la vida.
Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: « Dame de beber. »
Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice a la mujer
samaritana: « ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer
samaritana? » (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.) Jesús le respon -
dió: « Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú
le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva. » Le dice la mujer: « Señor,
no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua
viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él
bebieron él y sus hijos y sus ganados? » Jesús le respondió: « Todo el que beba de
esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá
sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que
brota para la vida eterna. » Le dice la mujer: « Señor, dame de esa agua, para que
no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla. » El le dice: « Vete, llama a
tu marido y vuelve acá. » Respondió la mujer: « No tengo marido. » Jesús le dice:
« Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que
ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad. » Le dice la mujer: «
Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros
decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. » Jesús le dice: « Créeme,
mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre.
Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque
la salvación viene de los judíos. ero llega la hora (ya estamos en ella) en que los
adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quie -
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re el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben
adorar en espíritu y verdad. » Le dice la mujer: «Sé que va a venir el Mesías, el lla -
mado Cristo. Cuando venga, nos lo explicará todo.» Jesús le dice: «Yo soy, el que
te está hablando.»
Breve comentario
Gesto:
El que preside la celebración invita a los presentes a que realicen un gesto simbólico con
el agua bendecida, se le invita a acercarse a la pila bautismal y realizar un signo, (puede ser
el que se indica u otro). Tocar y meter la mano en el agua y luego santiguarse o mojarse la
cara,...
Dispuestos como estamos, vamos a renovar aquello que nuestros padres y padrinos pro-
metieron e hicieron por nosotros. Os invitamos a ello.
S.- ¿Estás dispuesto a luchar contra el mal y el pecado que se manifiesta en nosotros en
el egoísmo, la envidia, la mentira, el amor propio y la crítica?.
Todos.- Si, estoy dispuesto.
S.- ¿Estás dispuesto a perdonar a toda persona que te haga alguna injusticia o mal?.
Todos.- Si, estoy dispuesto.
S.- ¿Estás dispuesto a amar incluso a quienes no te quiera bien?.
Todos.- Si, estoy dispuesto.
S.- ¿Crees en Dios que nos ama y es Padre, crees en Cristo Jesús, el Hijo que nos salvo 95
muriendo en la cruz, y crees en el Espíritu que nos santifica?.
Todos.- Si, creo.
S.- ¿Prometes tratar a todos los hombres y mujeres con amor de hermanos?
Todos.- Si, lo prometo.
S.- ¿Prometes confiar siempre en Dios y poner tu corazón en Él?
Todos.- Si, lo prometo.
S.- Que el Señor nos ayude a seguir caminando por la vida con fe, con esperanza y con
amor.
Oración final
¿QUÉ ES LA CONFIRMACIÓN?.
INTRODUCCIÓN
Muchas veces a lo largo de nuestra vida nos planteamos interrogantes sobre nuestra fe a
los cuales no sabemos que contestar, nuestra fe puede atravesar también por malas rachas,
pero aquí seguimos, al pie del cañón, seguimos día a día intentando fortalecer nuestra fe y lle-
vando a cabo nuestra misión: la evangelización. Pero, en esa misión no estamos solos, tene-
mos un compañero que nunca nos falla y que nos da la fuerza y el empuje necesarios para
seguir adelante en los momentos de mayor debilidad. Y ¿quién es ese compañero? Ese com-
pañero es el Espíritu Santo. Siiiiiiiii, el Espíritu del Señor nos acompaña, muchas veces nos olvi-
damos de que está ahí porque no lo vemos pero lo importante no es verlo sino sentirlo cerca.
En el Antiguo Testamento, los profetas anuncian que el Espíritu de Dios caerá sobre el
Mesías. El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en su bautismo fue el signo de que él era el
Mesías, el Hijo de Dios. Pero esta plenitud del Espíritu, no es sólo para Jesús, sino que debe ser
comunicada a todo el pueblo.
El Espíritu Santo ayudó a Jesús en su tarea de anunciar el Reino. Él fue quien le dio la
fuerza y el impulso. Desde el momento de su bautismo (en el río Jordán) el Espíritu desciende
sobre Él y le acompaña a lo largo de su vida. Pero Dios también quiere que los demás reciba-
mos la ayuda del Espíritu y desde Pentecostés, el día en que los apóstoles se llenan de su fuer-
za y de su luz, hasta nuestros días el Espíritu ha ido revelándose en todos aquellos que reciben
el sacramento de la confirmación. En realidad, desde que nos bautizamos y entramos a formar
parte de la Iglesia ya recibimos ese espíritu, pero es en la Confirmación donde el Espíritu nos
impulsa con más fuerza para asumir y renovar aquellas promesas del bautismo.
El sacramento de la Confirmación, junto con el Bautismo y la Eucaristía, forman los
“Sacramentos de la Iniciación Cristiana“.
Recibir este sacramento es necesario para la plenitud de la gracia bautismal, esto quiere
decir que los bautizados se unen más íntimamente a la Iglesia al recibir el sacramento de la
Confirmación y reciben la fuerza del Espíritu Santo. No se puede negar que Bautismo y
Confirmación están estrechamente ligados, pero no debemos olvidar que son dos sacramentos
diferentes, que se celebran en circunstancias diferentes y se celebran también de un modo dis-
tinto. La confirmación tiene el sentido de corroborar y hacer consciente el sentido bautismal.
El origen del sacramento de la Confirmación, se remonta a la imposición de manos para
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otorgar el don del Espíritu Santo, que realizaban los apóstoles cumpliendo la voluntad de
Cristo. A este signo de la Imposición de manos se unió la unción con óleo perfumado (crisma).
Estos son los signos que se destacan en la celebración de este sacramento. La imposición de
manos a los confirmandos simboliza la misión sagrada que se les encomienda y la orden de
envío. La Unción hace referencia al cristiano, que significa ungido. La unción tiene diversos sig-
nificados, el aceite hace referencia a la salud, alegría, purificación, y el perfume unido al acei-
te hace referencia a las buenas obras del cristiano “Nosotros somos para Dios el buen olor de
Cristo” 2ª Cor 2, 15
En la mayoría de nuestras parroquias, sean más grandes o más pequeñas, estén situadas
en el pueblo o en la ciudad, existe gente que se está preparando para recibir el sacramento de
la confirmación, quizá incluso alguno de vosotros estáis acompañando a estos jóvenes, ade-
más ¿quién no recuerda el día de su confirmación?. No cabe duda de la importancia de la
Confirmación en la vida del cristiano, por lo tanto celebrar el sacramento exige una prepara-
ción personal que se nos brinda a través de nuestras comunidades parroquiales, a través de los
catequistas. La preparación de la Confirmación no es cosa de un día, es una evolución que va
día a día, es un proceso de maduración personal y de fe del confirmando. Por eso, la cele-
bración también hay que prepararla concienzudamente, no hay que dejar las cosas al azar. Es
un día importante para todos aquellos que se confirman y para el resto de la comunidad pero
no es una celebración de lucimiento personal, ni sobrecargada excesivamente, ni cuanto más
tiempo dure es mejor...debe ser una celebración en la que destaquen los signos sobre los que
hemos hablado anteriormente, una ceremonia cuidada y donde cada uno de los que va a reci-
bir el sacramento sienta su relación cercana con Dios y su compromiso con Él.
Para que la celebración de la confirmación sea auténtica se deben conocer los elementos
esenciales de la vida cristiana: los mandamientos, los sacramentos....(para eso esta la ayuda
del sacerdote, del catequista, de nuestra familia y de los propios compañeros) y se debe tener
una disposición sincera para cumplir las obligaciones básicas que nos marca esa vida cristia-
na. Como ya sabéis, este sacramento lo puede recibir todo bautizado que no esté confirmado
y que se encuentre dispuesto a renovar las promesas del bautismo, a profesar la fe, a partici-
par activamente en la vida litúrgica de la comunidad y que tenga, como hemos dicho antes,
voluntad de vivir según el estilo de vida de Jesús.
El efecto de la Confirmación es la efusión plena del Espíritu Santo, confiere crecimiento y
profundidad a la gracia bautismal, los que son ungidos, participan más plenamente de la
misión de Jesucristo, la confirmación nos hace capaces de ser apóstoles (que es la misión de
todo bautizado), nos hace valientes para dar testimonio de Cristo sin miedo a nada ni a nadie,
nos hace adultos en la fe y activos en la iglesia puesto que la confirmación es la decisión per-
sonal de seguir a Cristo, desde una convicción propia, participando de la vida de la Iglesia, y
nos hace disfrutar de la alegría que nos da el ser cristianos.
Al recibir el Espíritu Santo, a través de la confirmación, también aumenta en nosotros sus
dones. Hagamos un breve recordatorio de cuales son los dones: Sabiduría, Inteligencia,
Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de dios,
El Espíritu nos da sus dones y debemos aprovecharlos para conseguir sus frutos ¿cuáles
son los frutos del Espíritu Santo? Son la caridad, la alegría, la paz, la paciencia, la compren-
sión de los demás, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio de sí mismo. Seguro
que estás pensando ¡uffff! que complicado ¿verdad?. Pues piensa también que el Espíritu está
contigo y que Él te va a dar la fuerza para poco a poco ir consiguiendo todas esas cosas que
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en realidad son las necesarias para parecernos más a Él.
Hemos hablado sobre el significado y sobre la celebración y sobre los efectos de la
Confirmación, no podemos dejar de hablar sobre la Pastoral del Sacramento. Se han elabora-
do muchos materiales y catequesis para los jóvenes que se preparan para recibir este sacra-
mento. Son materiales que inciden sobre aspectos del Espíritu Santo, sobre el compromiso del
cristiano, sobre la Iglesia... Pero muchas veces, la preparación se reduce a reuniones que se
convierten en charlas con escasa actividad y algo más preocupante con escasa relación con la
comunidad a la que el joven se va a incorporar activamente. Si no se consigue que la persona
se integre en la comunidad probablemente cuando reciba el sacramento, si no encuentra su
lugar, desaparezca de la parroquia, que es lo que actualmente está sucediendo en muchas de
nuestras comunidades, se confirma un número importante de gente pero luego desaparecen y
quizá en algunos casos es porque no conocen o no saben cómo y dónde implicarse.
Pentecostés supuso un antes y un después en la vida y misión de los apóstoles, dotándo-
les de valor y fuerza para anunciar la Palabra de Dios a todos los hombres. De igual modo el
Sacramento de la Confirmación debe suponer en todo aquel que recibe el don del Espíritu una
renovación interior y un impulso a seguir dando testimonio de Jesucristo con la propia vida. Tu,
¿lo vives así?
ACTIVIDAD: CONFIRMAMOS NUESTRA FE, JESUS
Para comenzar, el grupo se realizará una encuesta, para saber desde que posición par-
ten, cual ha sido su evolución o trayectoria desde que se confirmaron hasta ahora.
Encuesta
Después de la lectura de este párrafo, se leerán unas frases que plasman cómo deben ser
nuestras actitudes como evangelizadores que somos, y se dejará un tiempo para la reflexión y
para que espontáneamente cada persona exponga su vivencia, su reflexión, al resto de edu-
cadores. Se hará sucesivamente en todos los ítems.
El objetivo o finalidad de esta actividad es que al concluir se habrá hecho conjuntamen-
te entre todo el grupo, una revisión o análisis de nuestra misión como testigos, desde la
Confirmación hasta hoy.
Antes se leerá Hechos 2, 1-33 para expresar el cambio interior de los discípulos por la
fuerza del Espíritu Santo.
Monición:
Muchas veces rezamos a Dios, rezamos con Jesús pero a veces nos olvidamos del Espíritu
Santo. En esta oración vamos a acercarnos un poco más a Él, vamos a compartir nuestro tiem-
po con el Espíritu y vamos a hacerlo presente en nuestra vida.
Silencio
Silencio
Contra la necedad, concédeme el Don de Sabiduría, que me libre del tedio y de la insensatez.
- Regálanos este don, Señor.
Contra la rudeza, dame el Don de Entendimiento, que ahuyente tibiezas, dudas, nieblas, desconfianzas. 103
- Regálanos este don, Señor.
Contra la precipitación, el Don de Consejo, que me libre de las indiscreciones e imprudencias.
- Regálanos este don, Señor.
Contra la ignorancia, el Don de Ciencia, que me libre de los engaños del mundo, demonio y carne, redu -
ciendo las cosas a su verdadero valor.
- Regálanos este don, Señor.
Contra la pusilanimidad, el Don de Fortaleza, que me libre de la debilidad y cobardía en todo caso de
conflicto.
- Regálanos este don, Señor.
Contra la dureza, el Don de Piedad, que me libre de la ira, rencor, injusticia, crueldad y venganza.
- Regálanos este don, Señor.
Contra la soberbia, el Don de Temor de Dios, que me libre del orgullo, vanidad, ambición y presunción.
- Regálanos este don, Señor.
Amén.
CATECISMO
1315.- "Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaría
había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y ora-
ron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido
sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor
Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo" (Hch 8,14-17).
1316.- La Confirmación perfecciona la gracia bautismal; es el sacramento que
da el Espíritu Santo para enraizarnos más profundamente en la filiación divina, incor-
porarnos más firmemente a Cristo, hacer más sólido nuestro vínculo con la Iglesia,
asociarnos todavía más a su misión y ayudarnos a dar testimonio de la fe cristiana por
la palabra acompañada de las obras.
1317.- La Confirmación, como el Bautismo, imprime en el alma del cristiano un
signo espiritual o carácter indeleble; por eso este sacramento sólo se puede recibir
una vez en la vida.
1318.- En Oriente, este sacramento es administrado inmediatamente después
del Bautismo y es seguido de la participación en la Eucaristía, tradición que pone de
relieve la unidad de los tres sacramentos de la iniciación cristiana. En la Iglesia latina
se administra este sacramento cuando se ha alcanzado el uso de razón, y su celebra-
ción se reserva ordinariamente al ob ispo , significando as í que este sacramento
robustece el vínculo eclesial.
1319.- El candidato a la Confirmación que ya ha alcanzado el uso de razón debe
profesar la fe, estar en estado de gracia, tener la intención de recibir el sacramento y
estar preparado para asumir su papel de discípulo y de testigo de Cristo, en la comu-
nidad eclesial y en los asuntos temporales.
1320.- El rito esencial de la Confirmación es la unción con el Santo Crisma en la
frente del bautizado (y en Oriente, también en los otros órganos de los sentidos), con
la imposición de la mano del ministro y las palabras: "Accipe signaculum doni Spiritus
San cti" ("Recibe por esta señ al el don d el Esp íritu Santo "), en el rito romano;
"Signaculum doni Spiritus Sancti" ("Sello del don del Espíritu Santo"), en el rito bizan-
tino.
1321.- Cuando la Confirmación se celebra separadamente del Bautismo, su
conexión con el Bautismo se expresa entre otras cosas por la renovación de los com-
promisos bautismales. La celebración de la Confirmación dentro de la Eucaristía con-
tribuye a subrayar la unidad de los sacramentos de la iniciación cristiana.
Tema 10
¿QUÉ ES LA EUCARISTÍA?
(Juan 6, 51.54.56)
INTRODUCCIÓN
El Sacramento
“Mi carne es verdadera comida y mi sangre ver dadera bebida. El que come
mi car ne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él.” (Jn 6, 55-56)
La Eucaristía es el principio y el fin de la vida cristiana. Nace con el sacrificio de Jesús,
existe por la Resurrección y vive hoy en cada uno de nosotros cuando recibimos su Cuerpo y
su Sangre y cuando hacemos de esta entrega un estilo de vida.
La Eucaristía es una acción de gracias y alabanza a Dios, un memorial del sacrificio de
Jesús y es la presencia de Cristo mediante su Palabra y su Espíritu.
Jesús eleva la Eucaristía por encima del resto de sacramentos. Es el sacramento más
impor tante, el resto están unidos y ordenados a ella. ¿Por qué? Porque en el pan y el vino ¡¡está
Cristo realmente!! Las for mas del pan y el vino habían sido ya en tiempos de Abraham y tam-
bién para los judíos hoy en día, los frutos de la tierra escogidos por el hombre en el sacrificio
para el Creador. Pero es Jesús quién va más allá y con su muerte y resurrección convierte el
pan y el vino en su Cuerpo y Sangre, y los convierte en frutos de vida eterna.
Esto es difícil de entender y de creer, y podemos caer en la tentación de pensar que la
Eucaristía es algo simbólico. Pues no, el pan y el vino cambian su substancia por el Cuerpo y
la Sangre de Cristo (la transubstanciación). Es decir, que las especies consagradas son de ver-
dad la carne y la sangre de Jesús. Aunque física y químicamente siguen siendo pan y vino, en
substancia, en esencia, son su Cuerpo y su Sangre. No se puede demostrar, sólo se puede
entender a través de la fe, pero ¿ alguien ha analizado física y químicamente su alma?
Eucaristía-Sacrificio y Resurrección
La Eucaristía es el sacrificio de Jesús, que termina en la cruz. Pero hasta llegar aquí ha
habido infinitos momentos de reflexión, oración, sufrimiento y de confianza en Dios. Jesús lleva
toda la vida siguiendo los pasos que el Padre le marca, pero llega el momento decisivo, la
Última Cena y para Él no es fácil aceptarlo, ¿cómo consigue superar este momento? El Amor,
porque Él más que nadie sabe lo que es amar y lo concreta con la entrega de su vida. Este
106 amor es imposible de comprender si nunca hemos querido a alguien, pero si se nos habla de
nuestra familia, de algun amigo o de quién estamos enamorados enseguida nos hacemos una
idea de este amor. “El Amor es paciente, servicial,..., no busca su interés,..., todo lo excusa,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El Amor no acaba nunca...” (S. Pablo)
Pero la eucaristía es la proclamación de la Resurrección. Celebramos la vida, no la muer-
te. Jesús se puede hacer presente entre nosotros porque está vivo. Damos gracias a Dios por-
que aquella carne y aquella sangre que Jesús entregaba el Jueves Santo, nos la ha devuelto el
Domingo de Resurrección como comida y bebida de vida eterna, de Amor eterno.
“La Eucaristía es un canto a la vida y <al que vive>; un empuje para vivir y vivir en ple-
nitud.”
Tras todas estas palabras que nos hablan de la Eucaristía y toda la experiencia que tene-
mos como cristianos ya deberíamos ser conscientes de la importancia de este sacramento.
Estamos en una edad en la que se nos obliga, por nuestro propio bien, a ir más allá y a
ser coherentes. No podemos celebrar y recibir la vida, la verdad, la entrega, el compromiso,
el amor y después transmitir mentira, odio, indiferencia, egoísmo o simplemente pasividad. El
ser cristiano y recibir la Eucaristía significa ser un radical del Amor, como lo fue Jesús. Porque
Jesús dio su vida por Amor y tú ¿qué ofreces?. No seamos ignorantes. El Amor no entiende de
horarios o ¿acaso cuentas las horas que pasas con aquellos que más quieres? El celebrar la
Eucaristía y encontrarte con Jesús cada semana supone apostar tu vida por Él, tanto con un
compromiso, sin horarios, con tu parroquia, como con todo aquello que nos surge cada día.
¿Muchas compañias de Internet no nos ofrecen ser nuestros servidores? ¡¡Pongamos nosotros a
Jesús como nuestro servidor de vida!! ¡¡Vivamos nuestra vida con el estilo de Jesús!!
El gesto que tan gráficamente hacemos el domingo en la Eucaristía, convirtámoslo en rea-
lidad todos los días. Alimentémonos con ese pan y ese vino para que todos los hombres y muje -
res que conocemos y que conoceremos se puedan alimentar de nuestra propia entrega.
ACTIVIDAD: EUCARISTIA, TIEMPO PARA COMPARTIR
La Eucaristía es el sacramento del amor y de la unidad por excelencia. Por esto la activi-
dad va a ir enfocada hacia una mayor unión del grupo junto con vuestro sacerdote, desde Jesús
y mediante una convivencia de tres días( o fin de semana).
- 1er día: Llegar a compartir las comidas y tiempo libre. Aunque este primer día parezca
un poco inútil es bueno que antes de empezar la formación llevemos un tiempo fuera de casa
e ir introducirnos en un ambiente de buena convivencia para conocerse mejor.
107
- 2º día: Durante todo el día, el responsable de formación o el sacerdote, debe desarro-
llar los bloques de la introducción. Es aconsejable hacer los dos primeros bloques por la maña-
na y por la tarde el tercer o y unir éste con las cuestiones de reflexión que van a continuación.
Sería aconsejable hacer un momento de “desierto” para la reflexión personal de las cuestiones.
CUESTIONES
3er día: Es el último día de convivencia y vamos a celebrar la Eucaristía. Pero ya no puede
ser una Eucaristía cualquiera, debemos entender su esencia y vamos a aplicar todo aquello que
hemos pensado en la pregunta tres del cuestionario. Vamos a dividirla por partes y según sea-
mos muchos o pocos vamos a hacerla entre todos o nos dividimos por grupos para preparar-
la.
Ambientación.
Todo aquello que no entendemos de la Eucaristía dominical y que no nos invita a partici-
par vamos a cambiarlo, sin perder nunca la esencia y el sentido de la Eucaristía. Podemos cele-
108
brar la Eucaristía todos reunidos en círculo, sentados en el suelo, al aire libr e o celebrarla todos
alrededor de una misma mesa. Elegimos los cantos que más nos gusten y preparamos una
monición de entrada fruto de los días que hemos pasado juntos.
Para las lecturas también podemos hacer moniciones que nos ayuden a entenderlas mejor.
Después la acción de gracias y las peticiones podemos prepararlas nosotros, dejar que salgan
espontáneas o combinar las dos cosas.
Para el ofertorio, además del pan y el vino, cada uno de los participantes en la Eucaristía
va a ofrecerle algo que para él tenga mucho valor personal (un sentimiento, un compromiso...).
Si no es algo material se puede ofrecer un símbolo que haga refer encia a él. Y aparte de esto
en vez de tirar los típicos céntimos al cepillo vamos a ofrecer algo de mucho valor material y
cuando volvamos de la convivencia todos juntos lo entregaremos a Cáritas por ejemplo. Para
que así veamos el verdadero sentido de lo que ofrecemos a Dios y de lo que compartimos con
nuestros hermanos más necesitados.
Vamos a vivir el momento del Padrenuestro y de la Paz como verdaderos momentos de
unión. Y vamos a ver que en esas personas que están conmigo está también Jesús.
Durante la consagración miremos el pan y el vino y recor demos cuando Jesús hizo ese
gesto con sus discípulos. Imaginemos que estamos allí y que somos uno de sus discípulos.
A la hora de la comunión acudamos con humildad y seamos conscientes de lo que vamos
a recibir.
Al terminar la Eucaristía, recor demos todo aquello que hemos sentido durante la convi-
vencia y durante la Misa. Interioricémoslo y sepamos que cuando lleguemos a casa la realidad
va intentar destruir todo lo que hemos vivido y todos los planes que hemos hecho para cuando
volvamos. Pero ahí nace el reto de vivir la Eucaristía cada día que sólo muy pocos pueden acep-
tar. ¿eres tú uno de ellos?.
ORACIÓN: EL PAN DE VIDA
Para que la oración salga bien debemos procurar una buena ambientación. Buscamos un
lugar recogido y acogedor sin mucha luz. Elegimos los cantos apropiados y nos situamos en
círculo. En el centro un pequeño “altar” con el pan y el vino sin consagrar, agua y un cirio
encendido.
Oración de introducción:
Padre, todos los días me siento a una mesa para celebrar la Eucaristía.
Todos los días como el pan y bebo el vino, que son Cuerpo y Sangre
de tu Hijo Muerto para destruir la muerte.
Te pido desde mi infinita pobreza que pueda comprender 109
cada día un poco mejor la realidad misteriosa de ese pan y de ese vino.
Misterio de fe escondido en pan y vino... misterio de comunión.
Haz que al comerlo como pan y al beberlo como vino
todos los poros de mi ser se abran al mundo.
Haz que me sienta un átomo impresionante en el concierto
de toda la creación por tu presencia viva en mi ser.
H az que por la comunión comprenda mi papel de miembro
de la Iglesia que no acaba de estar poseída por el Espíritu
porque yo no acabo de entrar en su interior.
Por Jesucristo Hijo tuyo y Señor nuestro.
Después entre todos nos repartimos las siguientes lecturas para leerlas unas detrás de
otras dejando un tiempo para la reflexión:
Mt 26, 26-29
Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: « Con
ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo
que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios. » Y
recibiendo una copa, dadas las gracias, dijo: « Tomad esto y repartidlo entre vos -
otros; porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la
vid hasta que llegue el Reino de Dios. » Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo
par tió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced
esto en recuer do mío. » De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: « Esta
copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros.
Jn. 6, 27-31
Jn. 6, 34-35
110 Entonces le dijer on: «Señor, danos siempre de ese pan.» Les dijo Jesús: «Yo
soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí,
no tendrá nunca sed.»
Jn. 6, 48-58
Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba
sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasa -
do. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acer -
có y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. Él
les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon
con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único
residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» Él
les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazoreno, que fue un pro -
feta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nues -
tros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron.
111
Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas
cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de
las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al
no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de
ángeles, que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepul -
cro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.» Él les
dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profe -
tas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? » Y,
empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que
había sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo
ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzar on diciéndole: «Quédate con nos -
otros, porque atardece y el día ya ha declinado.» Y entró a quedarse con ellos. Y
sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendi -
ción, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocie -
ron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: « ¿No estaba ardiendo
nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos expli -
caba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encon -
traron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad!
¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» Ellos, por su parte, contaron
lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del
pan.
1ª Cor. 13
Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo cari -
dad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de
profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud
de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repar -
tiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada
me aprovecha. La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no
es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma
en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excu -
sa. Todo lo cr ee. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca.
Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia.
Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía. Cuando vendrá lo per -
fecto, desaparecerá lo parcial. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba
como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño.
Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora
conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido. Ahora
subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es
la caridad.
Silencio.
Una vez estemos todos en nuestro sitio elque dirige la oración explica los signos que hay
112
sobre el “altar” y empieza a pasarlos para que todos puedan tener en sus manos estos signos
y con ellos delante orar y reflexionar. Durante este silencio cada uno espontáneamente puede
expresar en voz alta una reflexión propia, una acción de gracias, una petición...
Signo de la paz.
Bendición.
S.- Dios Hijo, que se nos da como pan y vino de salvación, esté siempre con vosotros y
os bendiga.
Todos: Amén
S.- Dios Espíritu Santo, aliento en vuestras vidas, os dé su bendición y permanezca siem-
pre con nosotros.
Todos: Amén.
CATECISMO
1406.- Jesús dijo: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan,
vivirá p ara s iemp re...el q ue co me mi Carne y beb e mi San gre, tien e vida
eterna...permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 51.54.56).
1407.- La Eucaristía es el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia, pues en
ella Cristo asocia su Iglesia y todos sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción
de gracias ofrecido una vez por todas en la cruz a su Padre; por medio de este sacrifi-
cio derrama las gracias de la salvación sobre su Cuerpo, que es la Iglesia.
1408.- La celebración eucarística comprende siempre: la proclamación de la
Palabra de Dios, la acción de gracias a Dios Padre por todos sus beneficios, sobre todo
por el don de su Hijo, la consagración del pan y del vino y la participación en el ban-
quete litúrgico por la recepción del Cuerpo y de la Sangre del Señor: estos elementos
constituyen un solo y mismo acto de culto.
1409.- La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, es decir, de la obra de
la salvación realizada por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, obra que se
hace presente por la acción litúrgica.
1410.- Es Cristo mismo, sumo sacerdote y eterno de la nueva Alianza, quien, por
el ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico. Y es también el mismo 113
Cristo, realmente presente bajo las especies del pan y del vino, la ofrenda del sacrifi-
cio eucarístico.
14 1 1.- Só lo lo s p res bíteros válid amen te ord en ad o s pueden p resid ir la
Eucaristía y consagrar el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre
del Señor.
1412.- Los signos esenciales del sacramento eucarístico son pan de trigo y vino
de vid, sobre los cuales es invocada la bendición del Espíritu Santo y el presbítero
pronuncia las palabras de la consagración dichas por Jesús en la última cena: "Esto es
mi Cuerpo entregado por vosotros... Este es el cáliz de mi Sangre..."
1413.- Por la consagración se realiza la transubstanciación del pan y del vino en
el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y del vino,
Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y substancial,
con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad (cf Cc. de Trento: DS 1640; 1651).
1414.- En cuanto sacrificio, la Eucaristía es ofrecida también en reparación de
los pecados de los vivos y los difuntos, y para obtener de Dios beneficios espirituales
o temporales.
1415.- El que quiere recibir a Cristo en la Comunión eucarística debe hallarse en
estado de gracia. Si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente no debe
acercarse a la Eucaristía sin haber recibido previamente la absolución en el sacra-
mento de la Penitencia.
1416.- La Sagrada Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo acrecienta la
unión del comulgante con el Señor, le perdona los pecados veniales y lo preserva de
pecados graves. Puesto que los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo son
reforzados, la recepción de este sacramento fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo
místico de Cristo.
1417.- La Iglesia recomienda vivamente a los fieles que reciban la sagrada
comunión cuando participan en la celebración de la Eucaristía; y les impone la obliga-
ción de hacerlo al menos una vez al año.
1418.- Puesto que Cristo mismo está presente en el Sacramento del Altar es
preciso honrarlo con culto de adoración. "La visita al Santísimo Sacramento es una
prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo, nuestro
Señor" (MF).
1419.- Cristo, que pasó de este mundo al Padre, nos da en la Eucaristía la pren-
da de la gloria que tendremos junto a él: la participación en el Santo Sacrificio nos
identifica con su Corazón, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar de esta
vida, nos hace desear la Vida eterna y nos une ya desde ahora a la Iglesia del cielo, a
la Santa Virgen María y a todos los santos.
LOS SACRAMENTOS DE CURACIÓN.
¿QUÉ ES LA PENITENCIA?.
INTRODUCCIÓN
Comencemos siendo conscientes que este es un tema delicado sobre todo para los jóve-
nes, y al mismo tiempo importante porque necesitamos reconciliar nos con Dios y con los her-
manos para convertirnos. Se nos pide mucha fe, pero la nuestra es pequeña; se nos pide pobre-
za, pero estamos muy apegados a las cosas; se nos pide humildad, pero estamos muy llenos
de nosotros mismos; se nos pide amor, pero somos tremendamente egoístas. En definitiva en
nuestro tiempo se nos pide que seamos cristianos que no sólo “hablen” de Jesús, sino en cier-
to modo que seamos cristianos que dejen “ver” a Jesús y para poder dar a conocer el auténti-
co Jesús, antes debemos conocerle en profundidad. Jesús nos invita a seguirle pero no se puede
entender como un simple “copiar lo que él hacía”, significa ponerse al servicio de Dios y con-
vertirse de esta manera en servidor de los hombres. “El que quiera venirse conmigo, que se nie-
gue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16, 24; Mc 8, 34; Lc 9, 23)
El examen de conciencia debe ser una profunda mirada hacia tu interior, un cuestiona-
miento de la orientación que tiene tu vida. El arrepentimiento debe prepararte de manera direc-
ta para el encuentro con Cristo. Debe ser tu actitud ante la cruz, la confirmación de que te afli-
ge el haber herido a Cristo con tu pecado; y que deseas pedir perdón a Dios y reparar el daño
causado. (Siempre que te acercas con sincero arrepentimiento al sacramento de la reconcilia-
ción, tú fe atraviesa por una gran oportunidad de crecimiento).
Podemos encontrar dos posturas ante la experiencia religiosa del perdón de Dios:
- Egocéntrica- Aquella en la que el hombre centra su atención en sí mismo. Puede fun-
cionar como una especie de “aspirina” que aplaca el “dolor de conciencia” que calma y per-
mite recuperar el buen estado de ánimo. Será un hombre concentrado en sí mismo. Ese hom-
bre, cuando recibe la absolución, se retira del confesionario sin tristeza, pero también sin ale-
gría, porque sigue centrado en el mal, que momentos antes descargó de su conciencia.
- Teocéntrica- Será el hombre que no se fija tanto en sus propios pecados, sino que toma
el pecado como punto de partida para que, a través de la fe, pueda descubrir la misericordia
de Dios. Acude a él no para calmar sus inquietudes, sino para darle la alegría de poder for-
mar en si mismo un hombre nuevo, renacido a través de la gracia del sacramento. Después de
haber confesado sus pecados el mundo es distinto para él, más radiante, iluminado por la fe
en la misericordia de Dios.
S. Juan de la Cruz nos habla de lo importante que debe ser nuestro radicalismo en la fe,
poniendo como ejemplo de la parábola de dos pájaros atados. Uno de ellos atado con una
cuerda gruesa y otro con un hilo fino, sin embargo, su situación prácticamente es igual, ya que
ninguna de las aves puede volar, cambiará cuando nada las tenga atadas. Sólo queda que nos-
otros sepamos cual pájaro ser y ver verdaderamente en la reconciliación no la mano dura del
Padre sino la misericordia, la ternura, la dulzura... del Padre Dios que nos espera con los bra-
zos abiertos como al hijo pródigo.
ACTIVIDAD: EL DIOS DE LA MISERICORDIA
Se puede adaptar para realizar una sencilla celebración acción penitencial y la podéis
aprovechar para hacer un buen examen de conciencia. La ambientación será sencilla:
· Se repartirá un papel en forma de pergamino que nos servirá para realizar el examen
de conciencia.
· Con piedras o dibujado construiremos un muro de piedras.
· Ante el muro se puede colocar una cruz, para invitar a los asistentes a que voluntaria-
mente se postren ante ella y dejando nuestros pecados en el muro nos demos cuenta que nues-
tro pecado no solo nos hace daño a nosotros sino a Dios y a nuestros hermanos.
118 · Detrás del muro tendremos preparado un póster, un dibujo... con un corazón abierto y
grande, que haga refer encia al gran amor que Dios nos tiene. Es amor tan grande que cuan-
do derribemos el muro (que lo echaremos cuando terminemos de confesarnos) es cuando de
verdad podemos ver la misericordia de Dios. Hay que dar el paso y arrepentirnos porque si no
es así siempre estaremos ciegos y no llegaremos nunca a verlo, siempre nos quedaremos en el
sufrimiento de la cruz.
“Dios, Padre misericor dioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y
la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los peca -
dos, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuel -
vo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Introducción:
¡¡¡Sí amigos!!! ¡¡¡Alegres hay que estar!!! Porque al venir voluntariamente a la casa del
Señor a acoger en nuestro corazón su misericordia y su ternura, venimos a celebrar el perdón
de Dios que es como recuperar la vida, y renacer a la esperanza de que podemos dar los bue-
nos frutos que Dios espera de nosotros. Cuando hablamos de rejuvenecimiento y renovación,
estamos hablando de conversión. Cuando decimos que hay que florecer, estamos hablando de
conversión. El Bautismo la exige desde el principio, y el Mesías también, porque se acerca dios.
¿Quién puede estar preparado para recibirle?
Si has elegido la conversión quiere decir que eliges la unión con Dios, así pues esto con-
lleva a que pienses como él, la fe cambia nuestra mentalidad, nos obliga a colocar siempre a
Dios en un primer plano y hay que saber decir “Ya no vivo yo, pues es Cristo quien vive en mi”.
Canto: Judas
“Al amanecer, los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo decidieron con -
denar a muerte a Jesús. Lo ataron y lo llevaron al gobernador Pilatos.
Judas, el traidor, al ver que Jesús había sido condenado, se arrepintió y devol -
vió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo.
“He pecado entregando sangre inocente”. Ellos dijeron: “¿A nosotros qué? ¡tú
verás!”. Tiró en el templo las monedas, fue y se ahorcó.”
Canto y reflexión:
120
Examen de conciencia personalmente y se escribirá en el pergamino que tendremos.
Una vez todo el grupo se haya confesado se derrumbará el muro (bien el sacerdote o
algunos de los participantesún educador) y observaremos la gran misericordia de Dios en la
confesión y leeremos individualmente y reflexionando las palabras que el sacerdote nos dice:
“Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resu-
rrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda,
por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nom-
bre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”
Podemos terminar nuestra reunión, todos juntos rezando la siguiente oración como acción
de gracias.
CATECISMO
1485.- En la tarde de Pascua, el Señor Jesús se mostró a sus apóstoles y les dijo:
"Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a
quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20, 22-23).
1486.- El perdón de los pecados cometidos después del Bautismo es concedido
por un sacramento propio llamado sacramento de la conversión, de la confesión, de
la penitencia o de la reconciliación.
1487.- Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su propia dignidad de
hombre llamado a ser hijo de Dios y el bien espiritual de la Iglesia, de la que cada cris-
tiano debe ser una piedra viva.
1488.- A los ojos de la fe, ningún mal es más grave que el pecado y nada tiene
peores consecuencias para los pecadores mismos, para la Iglesia y para el mundo
entero.
1489.- Volver a la comunión con Dios, después de haberla perdido por el peca-
do, es un movimiento que nace de la gracia de Dios, rico en misericordia y deseoso de
la salvación de los hombres. Es preciso pedir este don precioso para sí mismo y para
los demás.
1490.- El movimiento de retorno a Dios, llamado conversión y arrepentimiento,
implica un dolor y una aversión respecto a los pecados cometidos, y el propósito
firme de no volver a pecar. La conversión, por tanto, mira al pasado y al futuro; se
nutre de la esperanza en la misericordia divina.
1491.- El sacramento de la Penitencia está constituido por el conjunto de tres
actos realizados por el penitente, y por la absolución del sacerdote. Los actos del
penitente son: el arrepentimiento, la confesión o manifestación de los pecados al
sacerdote y el propósito de realizar la reparación y las obras de penitencia.
1492.- El arrepentimiento (llamado también contrición) debe estar inspirado en
motivaciones que brotan de la fe. Si el arrepentimiento es concebido por amor de
caridad hacia Dios, se le llama "perfecto"; si está fundado en otros motivos se le llama
"imperfecto".
1493.- El que quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia debe con-
fesar al sacerdote todos los pecados graves que no ha confesado aún y de los que se
acuerda tras examinar cuidadosamente su conciencia. Sin ser necesaria, de suyo, la
confesión de las faltas veniales está recomendada vivamente por la Iglesia.
1494.- El confesor impone al penitente el cumplimiento de ciertos actos de
122 "satisfacción" o de "penitencia", para reparar el daño causado por el pecado y resta-
blecer los hábitos propios del discípulo de Cristo.
1495.- Sólo los sacerdotes que han recibido de la autoridad de la Iglesia la
facultad de absolver pueden ordinariamente perdonar los pecados en nombre de
Cristo.
1496.- Los efectos espirituales del sacramento de la Penitencia son:
· la reconciliación con Dios por la que el penitente recupera la gracia;
· la reconciliación con la Iglesia;
· la remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales;
· la remisión, al menos en parte, de las penas temporales, consecuencia del
pecado;
· la paz y la serenidad de la conciencia, y el consuelo espiritual;
· el acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano.
1497.- La confesión individual e integra de los pecados graves seguida de la
absolución es el único medio ordinario para la reconciliación con Dios y con la Iglesia.
1498.- Mediante las indulgencias, los fieles pueden alcanzar para sí mismos y
también para las almas del Purgatorio la remisión de las penas temporales, conse-
cuencia de los pecados.
Tema 12
INTRODUCCIÓN
De todos los sacramentos “la unción de los enfermos” es el menos conocido, seguramen-
te porque es un sacramento asociado a una etapa de la vida, la enfermedad y/o la vejez, que
para nada son populares en la sociedad actual.
Es una pena que a lo largo de los siglos este sacramento perdiera su valor y su sentido
inicial. Poco a poco, la Unción de los los enfermos se fue convirtiendo en un sacramento para
el momento de la muerte; se llamaba al sacerdote cuando el enfermo estaba en la agonía o
incluso ya muerto, "para no asustarle" se decía. Porque con la venida del sacerdote se enten-
día como que ya el enfermo no tenía ninguna esperanza de vida. Por eso el sacramento pasó
a conocerse con el nombre de “Extr ema unción”, como último e irreversible pasaporte para la
muer te.
Afortunadamente ahora sabemos ya, que eso no es así. Sabemos que la Unción es el
sacramento para acompañar la enfermedad grave y la debilidad de la vejez con la fuerza del
Señor. Y sabemos que vale la pena que el enfermo reciba este sacramento cuando está cons-
ciente, y que le acompañen en ese momento de fe y de oración sus familiares y también, si es
posible, los que le atienden y cuidan.
Si los cristianos fuésemos serios, descubriríamos que lo mismo que al médico no sólo se
le llama cuando uno está a las puertas de la muerte, sino en cualquier enfermedad mínima-
mente seria, así habría que llamar al médico de las almas en toda enfermedad. La visita de un
médico nadie la interpreta como un anuncio de la muerte, sino como un afán de curación. Así
debería también interpretarse la unción que nada tiene de fúnebre y es, en realidad, un sacra-
mento de esperanza. José Luis Martín Descalzo
Esta es, una de las grandes tareas de nuestra generación: redescubrir y conquistar el ver-
dadero sentido de Unción de los enfermos, devolverle todo lo que tiene de fe en Dios y de con-
fianza en sus manos.
LA ENFERMEDAD Y EL SUFRIMIENTO
La enfermedad y el sufrimiento han sido siempre uno de los problemas más graves que
124
aquejan la vida humana. En la enfermedad el hombre experimenta su impotencia, sus limites y
su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte. Puede conducirnos a la angus-
tia, el repliegue sobre uno mismo, a veces incluso a la desesperación y la rebelión contra Dios.
Pero también puede hacer a la persona más madura, ayudarle a discernir lo que es esen-
cial en la vida de lo que no lo es. Con mucha frecuencia la enfermedad empuja a una bús-
queda de Dios, a un encuentro con Él.
Los cristianos, aunque experimentamos el sufrimiento igual que los demás, nos sentimos
ayudados y fortalecidos por la fe y los medios que el Señor nos ofrece: la oración, la peniten-
cia, la comunión y la Unción de enfermos.
- Un don particular del Espíritu Santo que asiste al cristiano que sufre para infundirle con-
suelo, paz y ánimo, de modo que pueda sobrellevar cristianamente los sufrimientos de la enfer-
medad o la vejez.
- La unión del enfermo a la Pasión de Cristo para su bien y el de toda la Iglesia, al mismo
tiempo que ésta, por la comunión de los Santos, se asocia a los dolores del que sufre.
- El perdón de los pecados, si el enfermo no ha podido obtenerlo por el sacramento de la
Penitencia.
- Una preparación para el encuentro definitivo con Cristo, especialmente perceptible en
aquellos que lo reciben cuando están en extrema gravedad.
¿QUIÉN PUEDE RECIBIR LA UNCIÓN?
La Unción de los Enfermos no es un sacramento sólo para aquellos que están a punto de
morir. Por eso, se considera tiempo oportuno para recibirlo cuando la persona empieza a estar
en peligro de muerte por enfermedad o vejez.
Es apropiado recibir la Unción antes de una operación importante. Y esto mismo puede
aplicarse a las personas de edad avanzada cuyas fuerzas se debilitan.
Estas acciones litúrgicas indican la gracia que este sacramento confiere a los enfermos.
ACTIVIDAD: SACRAMENTOS DE SANACIÓN
Tras varias semanas de malestar, llevan por fin los padres de Miguel al abuelo,
que vive con ellos, al médico. Miguel nota cierto nerviosismo. Pero la situación pare-
ce normalizarse: el abuelo vuelve a casa tras tres días en el hospital. Miguel nota
cierta afectación cuando tratan con su abuelo. Le parece un poco tonto que le digan
cosas como "¡pero si estás maravillosamente bien!", cuando se le ve pálido y des-
mejorado. Pero no le da mucha importancia.
Un día, al volver a casa, Miguel se encuentra con su abuelo solo en la sala de
estar. Le pregunta cómo está. -"Me estoy muriendo, pero no me lo quieren decir". -
"Vamos, abuelo..." -"Es verdad. Te lo digo a ti porque tú nunca me has engañado. Con
ellos no se puede hablar". Miguel se quedó sin habla, haciendo esfuerzos por no llo-
rar. Luego buscó a su madre, y le preguntó qué pasaba con el abuelo. Intentó decir
126 que nada serio, pero Miguel se le enfrentó, dijo que a él no le engañaba, y que si no
se lo decía diría lo que pensaba con voz bien alta. Al final, su madre cedió: el abue-
lo tenía un cáncer avanzado, con reproducciones por todo el cuerpo, y no había nada
que hacer.
En el colegio de Miguel no pasó inadvertido que estaba afectado por algo, y al
poco le llamó su tutor. Con él se podía hablar del asunto. El tutor le explicó que lo más
importante era prepararle para el momento de la muerte, y que debía hacer todo lo
posible para que fuera el sacerdote, para atenderle y administrarle la Unción de
Enfermos. Miguel lo entendió muy bien.
Quien no lo entendió tan bien fue su madre. -"¡Ni hablar! Es pronto". -"Pero ¿por
qué?", contestó Miguel. -"Que no, que no, que se va a asustar". Miguel insistió. La res-
puesta no cambiaba: -"Mira, tú quieres al abuelo, y no quieres que se asuste y lo
pase mal, ¿verdad?" Al cabo de unos días se agravó la situación: el enfermo tuvo que
guardar cama, y ya casi no podía hablar ni tragar. Miguel volvía una y otra vez a la
carga, y se repetía la escena. Hasta que un día perdió la paciencia, y le gritó a su
madre: -"¡Aquí la única asustada eres tú! ¡Si no lo haces tú, lo hago yo! ¡Voy a llamar
al sacerdote ahora mismo!". Su madre, con rabia contenida, le dijo en voz baja que
si lo quería matar del disgusto. Miguel contestó que no se iba a morir nadie de nin-
gún disgusto, y que si se moría del disgusto le echara a él de casa, o mejor, se iría él
mismo; pero que iba a llamar al sacerdote. Dicho esto, se puso el abrigo y salió.
Volvió con el párroco, que fue recibido con frialdad. Tras saludar al enfermo, le
preguntó si quería confesarse. Respondió con un gesto afirmativo, y el sacerdote
pidió a los asistentes que salieran un momento. Intervino la madre de Miguel: -"Pero
si no puede, ¿no ve que no puede hablar?" El párroco contestó amablemente que no
importaba. -"¿Pero no vale sólo con la Extremaunción?" -"Conviene hacerlo así, seño-
ra". Salieron con desgana. Poco después comenzó la Unción. El sacerdote abrió un
pequeño frasco, y al ver que contenía sólo un algodón reseco, pidió que le trajeran
aceite de la cocina. -"Es de cacahuete", señaló la madre de Miguel. -"No importa". Se
lo trajeron. Lo bendijo y lo aplicó en frente y manos. -"¿Y en los pies no?", volvió a decir
la madre. -"No, señora, eso era antes". Cuando acabó la Unción, el sacerdote dijo
que "ahora la comunión". -"Si no puede tragar". -"Si me trae un vaso con agua, verá
cómo sí, señora". A regañadientes lo trajo. Colocó un trozo muy pequeño de una
Hostia en él, y lo pudo beber. Al final, el párroco se despidió amablemente. Cuando
se fue, Miguel se dirigió a su madre: -"¿Ves qué contento está ahora?". Su madre
calló. Miguel también, no sin darse cuenta de que, aunque no lo quisiera reconocer,
su madre también estaba aliviada.
Casos prácticos sobre fe y moral católica.
Texto: Julio de la Vega-Hazas
Preguntas que se formulan:
PROPUESTA
127
Una buena oportunidad para conocer mejor la realidad de este sacramento sería com-
partir con los enfermos de vuestra parroquia el día de la celebración de la unción de los enfer-
mos en comunidad. Incluso podríais colaborar o promover la preparación de una pequeña fies-
ta posterior a la Eucaristía. Los enfermos no sólo son tarea de la gente mayor de vuestra parro-
quia.
ORACIÓN: PEDIMOS TU FUERZA
Ambientación:
En el centro de la capilla habrá situado un cuenco con aceite rodeado por algunas velas
pequeñas y un corazón grande de cartulina representando el corazón de Dios. A cada parti-
cipante le entregaremos una tarjeta, un lápiz y una toallita húmeda.
Si está presente el sacerdote sería bueno que él dirigiera la oración.
Después de la lectura del evangelio dejaremos un tiempo de reflexión, podéis poner músi-
ca de fondo. Tras unos minutos el sacerdote irá imponiendo sobre las manos de los presentes
un poquito de aceite y los invitará en silencio a sentirlo, olerlo...
Después les proponemos que escriban en el papel el nombre de alguna persona enferma
que conozcan.
NADA ME IMPORTA
Canto: Te buscaré.
Gesto: Mientras cantamos vamos depositando cada uno nuestro papel en el corazón de
cartulina situado en el centro de la capilla, como símbolo de que deseamos que el sufrimiento
de la persona enferma sea confortado por el amor de Dios. Al finalizar el canto podemos com-
partir libremente con los demás nuestra petición por la persona enferma cantando algún canon 129
cada dos o tres peticiones. Por último quien quiera puede comprometerse a visitar a la perso-
na por la que ha ofrecido la oración y regalarle la tarjeta.
Final: Padrenuestro
CATECISMO
INTRODUCCIÓN
2-. Sacerdocio ministerial: dentro del sacramento del orden sacerdotal, encontramos tres
grados progresivos: diaconado, presbiterado y episcopado.
132 Dentro de este sacerdocio real que nos es común a todos los cristianos por el simple hecho
de estar bautizados y haber recibido la unción del Espíritu Santo, ya la Iglesia, desde su mismo
origen, estableció un sacerdocio ministerial, por el cual se constituye a algunos cristianos esco-
gidos como ministros que, mediante el sacramento del Orden, ofrecen el Sacrificio de la Iglesia
en la Eucaristía, perdonan los pecados y ejercen oficialmente en nombre de Cristo y a favor de
los hombres la función sacerdotal. Vemos así como a través de este sacramento la misión con-
fiada por cristo a los apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos.
Dentro de este ministerio sacerdotal, existen tres niveles.
Mi nombre es “Baysana”.
El 25 de agosto D. José M. Conget me imponía las manos y me decía: <Tú eres la pre-
sencia sacramental de Jesús en medio de los hombres>.
El 2 de octubre tomé el avión en Madrid y, después de algunas peripecias, el 11 de octu-
bre llegué de nuevo a Gounou-Gaya. Viajé con muchas ganas y muchos proyectos, pero aquí
me esperaba una sorpresa: mi comunidad había programado mi primera misa con los herma -
nos <museyes> el domingo en el que ellos celebraban la fiesta de las cosechas.
Pronto por la mañana la gente empezó a llegar de sus distintos pueblos con sus recipien-
tes llenos de mijo o de cacahuetes sobre la cabeza. Los cristianos y catecúmenos vinieron en 135
grupos, cantando y testimoniando la alegría de ser discípulos de Jesús. Poco a poco se creo un
ambiente festivo y el lugar de la celebración se fue llenando.
Al empezar, un catequista explicó lo que celebrábamos. Hizo una bonita relación entre la
fiesta de la cosecha y mi primera misa con ellos.
<La fiesta de la cosecha –dijo- es un día importante para nosotros. Hoy traemos en nues-
tras manos algo para dar las gracias al Señor, sabemos que es Él quien nos da todo lo que
tenemos.
Hoy también queremos dar las gracias al Señor por nuestro hermano Ángel; la ordena-
ción que ha recibido y la eucaristía que celebra con nosotros es la cosecha que Dios ha pues-
to en sus manos. Durante muchos años ha sembrado, cultivado y cuidado la planta de su voca-
ción. Hoy damos gracias por el fruto. Su ordenación es un fruto que debe ser compartido con
la gente, para quitar el hambre de todos los que buscan a Dios. Al mismo tiempo su ordena-
ción es una forma de volver a nacer, convirtiéndose en comida compartida y en bebida derra-
mada para dar vida al mundo>.
Oyendo estas palabras, yo me decía: ¿qué más hay que añadir?.
Aquel día presidí la eucaristía, repartí el pan de vida a los pobres y pensé en el largo
camino que nos queda por recorrer.
El camino se hace caminando, y yo creo que juntos podremos hacer mucho. Que la ora-
ción y el recuerdo nos una y nos dé la fuerza de servir al Señor y de responder a las exigen-
cias de nuestros hermanos.
Ambientación
Monición de entrada
136
En esta celebración vamos a tener muy presentes a nuestros sacerdotes, vamos a pedir
por ellos y también vamos a pedirle al Señor por la Iglesia y por aquellos jóvenes dispuestos,
que se sienten llamados a seguir a Cristo más de cerca, que quieran, como dice el lema de esta
celebración, introducirse en el mar y remar adentro. Jóvenes valientes que quieran dejarlo todo
y responder a la llamada de Jesús. La vocación es un don de Dios. Nosotros no somos los auto-
res de las posibles vocaciones. Es Dios quien llama. Nuestra tarea debe ser orar para que haya
jóvenes que digan sí.
Estaba él a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír para
Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla. Los pescadores habían baja-
do de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que
se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a una muchedumbre.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: "Boga mar adentro, y echad vuestras redes para
pescar." Simón le respondió: "Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pes-
cado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes." Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad
de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de
la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues y llenaron tanto las dos barcas,
que casi se hundían.
Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: "Aléjate de mí, Señor, que
soy un hombre pecador." Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él esta-
ban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de
Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: "No temas. Desde ahora serás
pecador de hombres." Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.
Reflexión
Llenos de alegría y gozo por sentirnos llamados a la gran misión de anunciar la Buena
nueva a todos los hombres, dirijamos al Padre nuestra oración confiada.
•Por la Iglesia de Dios, para que ore siempre como Cristo nos enseñó, roguemos al Señor.
Te r ogamos, óyenos.
•Por los consagrados, para que encuentren siempre tiempo dedicado a la oración, rogue-
mos al Señor. Te rogamos, óyenos.
•Por los cristianos del mundo, para que la oración sea seguridad en las horas de angus-
138
tia y duda, roguemos al Señor. Te rogamos, óyenos.
•Para que sean muchos los que sientan la llamada de Dios, y nosotros sepamos ser ejem-
plo y modelo para ellos, roguemos al Señor. Te rogamos, óyenos.
•Por todos nosotros, para que en la oración busquemos espíritu de servicio a los demás,
roguemos al Señor.
Padrenuestro
Elevemos al Padre eterno, sustento de toda vocación, la oración que su hijo, Jesucristo,
nos enseñó: Padre nuestr o…
Oración
¿QUÉ ES EL MATRIMONIO?.
INTRODUCCIÓN
El Amor
142
El sacramento del matrimonio
Todo este camino nos lleva a un fin, nos lleva a la consagración de ese amor que hemos
estado cuidando y mimando, nos lleva al matrimonio.
Al tomar la decisión de contraer matrimonio estamos reconociendo que nuestro amor es
una respuesta y una vocación a ser colaboradores del Padre en el amor y en la vida a los otros.
Durante el matrimonio continuamos ese tiempo de crecimiento del amor que iniciamos con
el noviazgo. Es una comunión de proyecto y de vida que implica un mayor esfuerzo y una
mayor responsabilidad.
“El sacramento del matrimonio significa la unión de Cristo con la Iglesia. Da a los espo-
sos la gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a su iglesia; la gracia del sacramen-
to perfecciona así el amor humano de los esposos, reafirma su unidad indisoluble y los santifi-
ca en el camino de la vida eterna.” (Cc. De Trento: DS 1799)
El sacramento del matrimonio es el sacramento por el cual hombre y mujer bautizados se
unen y se comprometen ante Dios a amarse fielmente durante toda la vida, de manera que ya
“no son dos, sino una sola carne” (Gen, 2-24) .En la actualidad muchas personas creen que es
imposible unirse para toda la vida a un ser humano, nadie dice que el matrimonio sea “coser
y cantar” Amar fielmente significa que vamos a amar hasta el final, amar sin condiciones, por
eso el matrimonio supone el esfuerzo de luchar por ese amor venciendo la rutina, el cansancio
y a los problemas que pueden surgir en la convivencia conyugal. Por eso vivir el matrimonio
significa, además de amar, perdonar. Sin el perdón es imposible el amor, si no somos capaces
de perdonar al otro estamos minando ese amor que existe entre la pareja. No nos olvidemos
de la importancia que cobra la comunicación entre la pareja, la falta de comunicación es la
mayoría de las veces la gran causante de los problemas entre el matrimonio, ¿cuántas veces
hemos oído que hay que dialogar, que hay que expresar los sentimientos, que hay que hablar
de los problemas? Y cuántas veces nos olvidamos de todo esto y nos dejamos llevar por la
impulsividad del momento haciendo los problemas más graves de lo que en un principio pue-
den resultar por no haber sabido escuchar a la otra persona o por no contar con la pareja para
superar cualquier dificultad.
Al hablar del matrimonio hay que tener en cuenta que lo sacramental se vive a partir del
rito pero que el sacramento es el amor que va creciendo entre los miembros de una familia a
partir del gesto enamorado de un hombre y una mujer que se casan.
En el rito o celebración del matrimonio debemos tener muy clara la importancia de lo que
vamos a celebrar. El centro de la celebración del matrimonio es el consentimiento mutuo, la
pareja accede voluntariamente a consagrar su amor delante de Cristo y ante las personas que
más quiere. En torno a este consentimiento gira la celebración que se expresa a través de ges-
tos, palabras, signos, cantos., los anillos, las arras...
Uno de los postulados teológicos del matrimonio es el de la indisolubilidad, es decir que
la pareja que celebra el sacramento del matrimonio está llamada al compromiso de amor eter-
no, es decir “hasta que la muerte los separe”. En líneas anteriores comentábamos la aparición
de conflictos dentro del matrimonio, cada vez existen más parejas rotas y un número mayor de
divorcios en la sociedad actual, quizás la gente entienda el divorcio como la única vía de solu-
ción a los problemas conyugales. La Iglesia admite la separación conyugal pero no admite el
divorcio, esto quiere decir que en la separación el vínculo matrimonial permanece a pesar de
la distancia. En algunos casos es posible acudir a la nulidad matrimonial si se considera que el
143
matrimonio es nulo según la doctrina de la iglesia.
La familia
Mesa redonda:
Textos:
Se puede trabajar también a través de los siguientes textos bíblicos, leyéndolos, profun-
dizando y realizando una puesta en común sobre lo que hemos leído, dando nuestras opinio-
nes y escuchando las de los demás.
Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como
Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma.
La fornicación, y toda impureza o codicia, ni siquiera se mencione entre vosotros,
como conviene a los santos. Lo mismo de la grosería, las necedades o las choca -
rrerías, cosas que no están bien; sino más bien, acciones de gracias. Porque tened
entendido que ningún fornicario o impuro o codicioso - que es ser idólatra - parti -
cipará en la herencia del Reino de Cristo y de Dios. Que nadie os engañe con vanas
razones, pues por eso viene le cólera de Dios sobre los rebeldes. No tengáis parte
con ellos. Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor.
Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia
y ver dad. Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras
infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas. Cierto que ya sólo el men -
cionar las cosas que hacen ocultamente da vergüenza; pero, al ser denunciadas, se
manifiestan a la luz. Pues todo lo que queda manifiesto es luz. Por eso se dice:
Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo. Así
145
pues, mirad atentamente cómo vivís; que no sea como imprudentes, sino como pru -
dentes; aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos. Por tanto,
no seáis insensatos, sino comprended cuál es la voluntad de Señor. No os embria -
guéis con vino, que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu. Recitad
entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro
corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nom -
bre de nuestro Señor Jesucristo. Sed sumisos los unos a los otros en el temor de
Cristo. Las mujeres a sus maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la
mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia, el salvador del Cuerpo. Así como la
Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en
todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó
a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en
virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga man -
cha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar
los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se
ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la ali -
menta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros
de su Cuerpo.
Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la
madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como
faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre:
« No tienen vino. » Jesús le responde: « ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no
ha llegado mi hora. » Dice su madre a los sirvientes: « Haced lo que él os diga. »
Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de
dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: « Llenad las tinajas de agua. » Y las
llenaron hasta arriba. « Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala. » Ellos
lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignora -
ba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían),
146 llama el maestresala al novio y le dice: « Todos sirven primero el vino bueno y cuan -
do ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora. »
Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y
creyeron en él sus discípulos.
1. ¿Somos conscientes que entre el amor de un hombre y una mujer, se personifica tam-
bién el amor de Dios?¿Cómo valoramos ese amor que se fundamenta en Dios?
2. ¿Qué factores tenemos en cuenta a la hora de elegir pareja?
3. ¿Por qué crees que fracasan un buen número de matrimonios en la actualidad?
4. ¿Qué crees que aportan los cursillos prematrimoniales a las parejas que van a casar-
se?
5. ¿Qué diferencia existe entre la nulidad matrimonial y el divorcio?
ORACIÓN: ORAMOS POR EL AMOR
Ambientación:
Para presidir la oración, se podría hacer con una cartulina roja un gran corazón, en el
cual en el centro destacaría una gran luz también, como signo del amor de Dios que brota en
nuestros corazones.
Monición:
En esta oración queremos hoy agradecer a Dios el amor cristiano, el amor de Dios que
se personaliza entre un hombre y una mujer. Amor visible de Dios a los hombres. Que agra- 147
dezcamos ese gran regalo, ese gran don a Dios
Canto:
Ya puedo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles que, si no tengo
amor, no paso de ser una campana ruidosa o unos platillos estridentes.
Ya puedo hablar inspirado y penetrar todo secreto y todo el saber; ya puedo
tener toda la fe, hasta mover montañas que, si no tengo amor, no soy nada.
Ya puedo dar en limosnas todo lo que tengo, ya puedo dejarme quemar vivo
que, si no tengo amor, de nada me sirve.
El amor es paciente, es afable; el amor no tiene envidia, no se jacta ni se
engríe, no es groser o ni busca lo suyo, no se exaspera ni lleva cuentas del mal, no
simpatiza con la injusticia, simpatiza con la verdad. Disculpa siempre, se fía siem -
pre, espera siempre, aguanta siempre. El amor no falla nunca.
Los dichos inspirados se acabarán, las lenguas cesarán, el saber se acabará;
porque limitado es nuestro saber y limitada nuestra inspiración y, cuando venga lo
perfecto, lo limitado se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como un niño, tenía mentalidad de niño, discu -
rría como un niño; cuando me hice un hombre, acabé con las niñerías. Porque
ahora vemos confusamente en un espejo, mientras entonces veremos cara a cara;
ahora conozco limitadamente, entonces comprenderé como Dios me ha comprendi -
do. Así que esto queda: fe, esperanza, amor; estas tres, y de ellas la más valiosa es
el amor.
Gesto:
Dice el ritual que el Matrimonio, es SIGNO del amor de Jesús-Esposo manifestado hacia
la Iglesia-Esposa, por la que derramó su sangre. Podemos en los pequeños corazones que se
nos han dado escribir aquellos ámbitos, personas, expresiones, etc... en los cuales se ve la
manifestación de ese amor. Por ejemplo: En los hijos, familia, respeto, responsabilidad, cate-
quesis,... Luego los podemos ofrecer o pegar en el corazón grande que nos preside, para que
el Señor nos ilumine y nos bendiga con su gran amor.
Canto
Peticiones:
Ahora podemos compartir con el r esto de compañeros nuestras peticiones, podemos pedir
por nuestros padres, por los jóvenes matrimonios que inician su camino, por los hijos, por la
Iglesia, por nosotros mismos,...
Canto
149
CATECISMO
1659.- S. Pablo dice: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la
Iglesia... Gran misterio es éste, lo digo con respecto a Cristo y la Iglesia" (Ef. 5,25.32).
1660.- La alianza matrimonial, por la que un hombre y una mujer constituyen
una íntima comunidad de vida y de amor, fue fundada y dotada de sus leyes propias
por el Creador. Por su naturaleza está ordenada al bien de los cónyuges así como a la
generación y educación de los hijos. Entre bautizados, el matrimonio ha sido elevado
por Cristo Señor a la dignidad de sacramento (cf. GS 48,1; CIC, can. 1055,1).
1661.- El sacramento del matrimonio significa la unión de Cristo con la Iglesia.
Da a los esposos la gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a su Iglesia; la
gracia del sacramento perfecciona así el amor humano de los esposos, reafirma su
unidad indisoluble y los santifica en el camino de la vida eterna (cf. Cc. de Trento: DS
1799).
1662.- El matrimonio se funda en el consentimiento de los contrayentes, es
decir, en la voluntad de darse mutua y definitivamente con el fin de vivir una alianza
de amor fiel y fecundo.
1663.- Dado que el matrimonio establece a los cónyuges en un estado público
de vida en la Iglesia, la celebración del mismo se hace ordinariamente de modo
público, en el marco de una celebración litúrgica, ante el sacerdote (o el testigo cua-
lificado de la Iglesia), los testigos y la asamblea de los fieles.
1664.- La unidad, la indisolubilidad, y la apertura a la fecundidad son esencia-
les al matrimonio. La poligamia es incompatible con la unidad del matrimonio; el
divorcio separa lo que Dios ha unido; el rechazo de la fecundidad priva la vida conyu-
gal de su "don más excelente", el hijo (GS 50,1).
1665.- Contraer un nuevo matrimonio por parte de los divorciados mientras
viven sus cónyuges legítimos contradice el plan y la ley de Dios enseñados por Cristo.
Los que viven en esta situación no están separados de la Iglesia pero no pueden acce-
der a la comunión eucarística. Pueden vivir su vida cristiana sobre todo educando a
sus hijos en la fe.
1666.- El hogar cristiano es el lugar en que los hijos reciben el primer anuncio
de la fe. Por eso la casa familiar es llamada justamente "Iglesia doméstica", comuni-
dad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana.
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VOCABULARIO BREVE
ALIANZA.- Pacto que Dios hace con el Pueblo de Israel. Después de renovarlo a tra-
vés de los siglos se cumple definitivamente en Jesucristo.
CARIDAD.- Virtud teologal, es decir aquellas que se refieren directamente a Dios: fe,
esperanza y caridad. Tiene dos objetivos relacionados entre sí y que constituyen el resumen
de los mandamientos: amor a Dios por sí mismo y al prójimo como a nosotros mismos y por
amor de Dios.
CARISMAS.- Gracias particulares para la edificación del pueblo de Dios. San Pablo
incluye entr e ellos las funciones del ministerio (Apóstoles, profetas…etc.), las vocaciones
particulares como el celibato, actividades útiles a la comunidad (servicio, enseñanza, don
de curar…)
CELIBATO.- El ideal de la virginidad propuesto por Cristo a los que quieren seguirle.
Estado de una persona que no se casa. Dentro de la Iglesia Católica ha sido institucionali-
zado con carácter obligatorio para los sacerdotes y religiosos. El célibe renuncia libremen-
te al matrimonio por amor y dedicación al Reino de Dios.
COMUNIÓN.- La Iglesia es, por su propia naturaleza, comunión que refleja el mis-
terio trinitario de Dios Amor. Sus miembros, como bautizados y llamados a la santidad, son
comunión.
Otro significado que encontramos hace referencia a las relaciones fraternas de los
cristianos entre sí, fundadas en su unión común con las Personas divinas.
CONCILIO.- Reunión legítima de los obispos de la Iglesia para legislar o decidir sobre
152 problemas eclesiásticos generales. Se llaman ecuménicos cuando atañen a un ámbito uni-
versal. Puede ser nacional o regional.
CRISMA.- Aceite de oliva u otros vegetales que el obispo, junto con sus sacerdotes,
consagra el miércoles santo y que se emplea para los sacramentos del Bautismo, la
Confirmación y para la ordenación de los sacerdotes y obispos. Hace referencia a Cristo
que es el Mesías o Ungido de Dios.
CRISTOLÓGICO.- Referente a la cristología: parte de la Teología dogmática consa-
grada a la persona y a la misión de Cristo.
CHRISTUS DOMINUS.- (C. D.) Decreto sobre el cargo pastoral de los obispos en la
Iglesia. Vaticano II (28 de octubre de 1965). Los principales temas de que trata son: Los
obispos y la Iglesia Universal, los obispos y las Iglesias particulares o diócesis; su coope-
ración al bien común de varias iglesias.
CUERPO DE CRISTO.- Unidad de los cristianos vinculados, por los ritos del bautismo
y de la eucaristía, al cuerpo de Cristo resucitado y vivificado por el Espíritu. Este cuerpo se
identifica con la Iglesia; Cristo es su cabeza.
DIDAJÉ.- (en griego " enseñanza, doctrina"). Uno DE LOS Documentos más antiguos
de la literatura cristiana de la Iglesia primitiva, descubierto en 1875. Destinado sin duda a
la instr ucción del catecumenado.
DOGMA.- (del griego "dokein", parecer, pensar creer). Ver dad de la fe contenida en
la revelación, propuesta en la Iglesia y por la Iglesia.
ESCRIBAS.- entre los judíos se llamaba así a las personas versadas en el conocimiento
de la Ley de Moisés y encargados de interpretar la Sagrada escritura. También se les llama
rabinos. Con la desaparición de los profetas en el pueblo de Israel, vinieron a formar el
cuerpo de doctores de la ley y a ser conductores espirituales del pueblo judío
154
ESPÍRITU.- Los antiguos hebreos concebían el viento y el espíritu hálito de vida, el
aliento, como un soplo inmaterial emanado de Dios.
GAUDIUM ET SPES.- (G. S.) Constitución pastoral del Concilio Vaticano II sobre la
Iglesia en el mundo actual (7 de diciembre de 1965). Este texto manifiesta la estrecha soli-
daridad de la Iglesia con el conjunto de la familia humana y apoyándose en un análisis del
hombre del siglo XX, precisa la situación de la Iglesia con respecto a la vocación humana,
a su dignidad, a las comunidades y actividades del hombre moderno en el mundo.
Finalmente traza las líneas de acción para la cultura, la vida económica, la salvaguarda de
a paz y la construcción de una comunidad de las naciones.
IGLESIA.- (del griego "ekklesia"). Esta expresión indica comunidad, Pueblo convoca-
do por el Señor. También se llama la casa del Señor.
JERARQUÍA.- Orden sagrado de las cosas o de las personas. En un sentido más res- 155
tringido, hace referencia al episcopado de un país, de una región, es decir aquellas perso-
nas que, en grados desiguales y subordinados, son órganos del magisterio, del régimen y
del sacerdocio de la Iglesia.
LITURGIA.- indica celebración del culto público dirigido a Dios: ritos, ceremonias,
fiestas, oraciones, sacrificios… La liturgia cristiana es un conjunto de signos portadores y
eficaces de la presencia de Cristo resucitado.
Posee carácter evangelizador que lleva a construir comunidad cristiana donde se
celebre el misterio Pascual de Cristo, especialmente en la eucaristía, sacramentos en gene-
ral, predicación de la palabra, año litúrgico y la liturgia de las horas.
MISTERIO.- En sentido fundamental es aquello que está oculto, secreto. Designio ocul-
to destinado a ser revelado en palabras y sobre todo en actos por su misma realización:
principalmente el designio de salvación que Dios realiza en la historia humana. Se refiere
al misterio de Cristo, y en especial al misterio pascual.
Trascendencia del don de Dios (que supera toda ciencia y expectativa humana), así
como su manifestación, cercanía y comunicación salvífica y gratuita. Tiene un profundo sen-
tido kerigmático y misionero.
MYSTERIUM FIDEI.- (M. F.) Encíclica del Papa Pablo VI (3 de septiembre de 1965)
sobre la doctrina y el culto de la eucaristía. El Papa, temiendo ver menospreciada la misa
privada, atenuado el dogma de la transubstanciación y desvalorizado el culto eucarístico
fuera de la misa, insiste en la importancia del misterio eucarístico y, frente a las teorías de
la transfinalización y de la transignificación, recuerda la doctrina tradicional.
MÍSTICO.- Califica todo hecho psicológico por el cual el hombre cree experimentar
directamente a Dios.
ORTODOXO.- Título reivindicado por las iglesias orientales que aceptaron las deci-
siones del Concilio de Calcedonia (451) y que no están en comunión con la Iglesia católi-
ca romana.
PARAÍSO.- Esta palabra traduce Edén, huerto, donde Dios colocó a Adán y Eva. En 157
el antiguo testamento evoca el lugar de la bienaventuranza eterna.
PASCUA.- (en hebreo "Pesah") significa paso salvífico y liberador en aquella noche
en que el pueblo de Israel fue liberado de la esclavitud de Egipto. Toda la vida de Jesús está
caracterizada por una dinámica pascual. Su vida es un acontecimiento pascual permanen-
te, un paso por la muestre y resurrección, hacia el Padre. Y toda celebración eucarística es
la actualización de la Pascua de Cristo.
PASTORAL.- Que depende del obispo o del párroco, en cuanto son pastores de almas
y deben anunciar el Evangelio a un grupo humano determinado. En general, acción evan-
gelizadora, cuidado espiritual del Pueblo de Dios que tienen los agentes de evangelización
como pastores.
PROMESA.- Compromisos contraídos por Dios con su pueblo o con algún personaje
de la historia de Israel.
PUEBLO DE DIOS.- La comunidad de Israel en cuanto elegida por Yahvé para ser el
pueblo de su herencia y el lugar de su habitación.
Por extensión título aplicado a la Iglesia y a todos los pueblos elegidos.
REINO DE DIOS.- Reino futuro que se alzará sobre todos los poderes humanos.
SACRISTÁN.- Hombre empleado en las Iglesias que tiene a su cargo cuidar de los
objetos guardados en la sacristía y de la limpieza y arreglo de la iglesia. También ayuda a
veces al sacerdote en el altar.
SANEDRIN.- Consejo supremo creado después del exilio y con sede en Jerusalén. En
él se juzgaban los asuntos del Estado y de religión. Los fariseos en el sanedrín fueron un
influjo creciente y que desempeñó un papel determinante en la condenación de Jesús.
SANTIDAD.- Cualidad de lo que es santo. Todo ser humano ha sido creado para par-
ticipar en esta santidad, que constituye la misma esencia de Dios. Se trata de una llamada
a la perfección de la caridad. La vocación cristiana es una llamada a la santidad y a la
misión evangelizadora.
SANTOS.- Aquel que ha respondido a este ideal cristiano de santidad, de perfección 159
de la caridad, conformando sus vidas según las bienaventuranzas y el mandato del amor.
La Iglesia, por medio de su autoridad suprema, proclama solemnemente la santidad de
algunos bautizados que ya murieron; es lo que se conoce como canonización, por la que
se r econocen sus virtudes y fidelidad a la gracia del Espíritu Santo. También puede ser por
el reconocimiento de su martirio. La iglesia los propone como modelos de virtudes e invita
s su invocación y veneración.
SANTOS PADRES.- Algunos de los expositores de la doctrina cristiana de los siete pri-
meros siglos del cristianismo. Ellos custodian, testifican y transmiten la herencia apostólica.
Conjugan tradición y escritura, puesto que en sus textos se insertan en un tiempo concreto
y constituyen la predicación apostólica y la reflexión profunda de la historia.
TENTACIONES.- Impulsos del espíritu que provienen del propio interior, los malos
ejemplos o estimulantes externos y del espíritu del mal. Teniendo en cuenta la propia liber-
tad y responsabilidad, reforzadas pos la actitud de fe, la oración y el sacrificio, se pueden
superar todas las tentaciones.
TEOLOGAL.- Adjetivo que califica los actos y los principios de actividad (virtudes)
que miran directamente a Dios y dimanan de la gracia de Dios en el alma.
TRIBULACIONES.- Término genérico que designa todo lo que es capaz de hacer sufrir
al hombre en su cuerpo o en su alma, todo sufrimiento que Dios le envía, ya para casti-
garlo, ya para convertirlo.
UNCIÓN.- Gesto litúrgico que consiste en una aplicación de un aceite bendito sobre
una persona o una cosa. Dado que el aceite sirve de alimento, de luz, de fortificante y de
medicina, se comprenden fácilmente los diversos simbolismos que hicieron que se multipli-
cara su empleo.
VATICANO II.- Concilio anunciado por Juan XXIII el 25 de enero de 1959, comenzó
el 11 de octubre de 1962. En 1963 Pablo VI sucedió a Juan XXIII. El concilio se desarrollo
160 en diez sesiones. Asistieron obispos de todos los continentes, además de teólogos y repre-
sentantes de otras comunidades cristianas. Su objetivo era la renovación espiritual y pasto-
ral de la Iglesia, para responder a las exigencias actuales de la unidad entre los cristianos,
de diálogo con el mundo y de evangelización universal. Las conclusiones se recogen en
una serie de documentos o constituciones, decretos y declaraciones.