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En esta Campaña han colaborado:

Eva Mª Rosaleñ Arnal Ana Belén García Abad


Estrella Campos Zapata D. Rafael Sala González
Laura Corman Izquierdo D. Avelino Castells Tarazona
Alvaro Cavero Sanchis D. Angel Ramos Sánchez
Juani Castaño Escorihuela D. Vicent Canet Llido
Paco Blasco Alba D. Angel Talens Albiñana O.F.M
Rosa Parra Morera D. Salvador E. Cebolla Marrades
Silvia Tortosa Ramos D. Fernando E. Ramón Casas
Sari Ferrando Meseguer D. José Gascó Casesnoves
Salva Pastor Vernia D. Vicent Pla Tormo

Portada y Maquetación: Laura Blasco Aguado.


Ilustraciones: Javier Prat Cambra.
ÍNDICE

Prologo

Como utilizar este libro

A quienes va dirigído la campaña de formación

Introducción

CAPÍTULO I IGLESIA
tema 1: ¿ COMO Y PARA QUE FUNDÓ JESUCRISTO LA IGLESIA?
ACTIVIDADES: VIVIR NUESTRO SER IGLESIA
ORACIÓN: LA IGLESIA ILUMINA MI CAMINAR
tema 2: ¿ POR QUE LLAMAMOS A LA IGLESIA: PUEBLO DE DIOS, CUERPO DE CRISTO Y
TEMPLO DEL ESPÍRITU?
ACTIVIDAD: UNA EXPERIENCIA DE CONTEMPLACIÓN
ORACIÓN: TODOS SOMOS IGLESIA
tema 3: ¿ PORQUE DECIMOS QUE LA IGLESIA ES UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA?
ACTIVIDAD: CARTA A DIOS
ORACIÓN: EL FUNDAMENTO DE LA IGLESIA
tema 4: ¿ QUIENES FORMAMOS LA IGLESIA?
ACTIVIDAD: PARABOLA DEL CUERPO
ORACIÓN: ORAMOS POR LAS VOCACIONES
tema 5: ¿ CUANDO VIVIMOS EN LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS?
ACTIVIDAD: UNA PROFUNDA ASPIRACIÓN
ORACIÓN: LA VIDA DE LOS SANTOS
tema 6: MODELO CRISTIANO EN LA IGLESIA: MARÍA.
ACTIVIDAD: EL ESPEJO DE MARIA
ORACIÓN: MAGNIFICAT
CAPÍTULO II: SACRAMENTOS
tema 7¿ QUE ES CELEBRAR LA VIDA DE FE? LITURGIA Y SACREAMENTOS.
ACTIVIDADES: LA SENSIBILIDAD DE LOS SACRAMENTOS
ORACIÓN: DAME TU LUZ, SENYOR
Sacramentos de iniciación cristiana.
tema 8: ¿ QUE ES EL BAUTISMO?
ACTIVIDADES: RENACEMOS DEL AGUA Y DEL ESPIRITU
ORACIÓN: EL AGUA DEL SEÑOR
tema 9: ¿ QUE ES LA CONFIRMACIÓN?
ACTIVIDADES: CONFIRMAMOS NUESTRA FE
ORACIÓN: ¿QUIEN ES EL ESPIRITU SANTO
?tema 10: ¿ QUE ES LA EUCARISTIA?
ACTIVIDADES: EUCARISTIA, TIEMPO PARA COMPARTIR
ORACIÓN: EL PAN DE VIDA
Sacramentos de curación
tema 11: ¿ QUE ES LA PENITENCIA?
ACTIVIDADES: EL DIOS DE LA MISERICORDIA
ORACIÓN: TE DAMOS GRACIAS POR EL PERDON

tema 12: ¿QUE ES LA UNCIÓN DE ENFERMOS?


ACTIVIDADES: SACRAMENTO DE SANACIÓN
ORACIÓN: PEDIMOS TU FUERZA
Sacramentos al servicio de la comunidad
tema 13: ¿ QUE ES EL ORDEN SACERDOTAL?
ACTIVIDADES: VOCACION AL SERVICIO
ORACIÓN: REMA MAR ADENTRO 1
tema 14: ¿ QUE ES EL MATRIMONIO?
ACTIVIDADES: DIOS BENDICE NUESTRO AMOR
ORACIÓN: ORAMOS POR EL AMOR

Vocabulario breve

Bibliografía
PRÓLOGO

Tenéis en vuestras manos la Campaña de Formación para los


Educadores Juniors en este curso.

Como ya sabéis, desde la Secretaría de Formación pretende-


mos dotar a los centros de los recursos necesarios para la adecuada
formación de los educadores del movimiento. En este sentido, hemos
apostado en estos últimos años por unos contenidos que os ofrezcan
una Formación Básica Cristiana. Pensamos que es uno de los aspec-
tos fundamentales dentro de nuestro ser educadores en la fe. Quizá
nos falte ser lo suficientemente conscientes de la importancia de la
formación o quizá no tenemos mucho en consideración el tema o
quiza no hay personas lo suficientemente capacitadas para respon-
sabilizarse,... Pero, a pesar de todos los inconvenientes y dificultades
el tema de la formación ha de ser un pilar fundamental dentro de la
vida del cristiano y del educador Juniors.

Los temas de la Campaña se estructuran en dos grandes blo-


ques. Por una parte, la IGLESIA, queriendo responder a aquellos
aspectos que se nos planteen: ¿cómo y para que fundó Jesucristo la
Iglesia? ¿cuál es la misión de la Iglesia y a la vez la nuestra?¿quié-
nes somos sus miembros?,... Y por otra parte, los SACRAMENTOS,
fuente y culmen de celebración para el cristiano, encuentro personal
y comunitario con el Señor.

Pretendemos dar respuesta a muchos interrogantes que se nos


pueden plantear a lo largo de nuestra vida como cristianos y provo-
car que nos planteemos la profundización en dichos temas, compar-
tir nuestras inquietudes, opiniones y vivencias con el resto del equi-
po de educadores.

Hay momentos en que afirmamos que somos cristianos y des-


conocemos muchas de sus implicaciones, hasta que punto significa
ser cristiano. Nuestra misión como Educadores Juniors es evangeli-
zar, así pues hemos de conocer la realidad de nuestra fe y formarnos
para ayudar a aquellos que la Iglesia pone bajo nuestra responsabi-
lidad para que iluminemos su caminar, su vida de fe,... y por supues-
to, nosotros hemos de crecer también, dando testimonio de aquello
que predicamos.

Esperamos que la Campaña nos pueda servir a todos en nues-


tro proceso formativo, que la aprovechemos y que nos sea de gran
utilidad para que realmente nuestra vida sea un verdadero encuentro
con Jesucristo.

SECRETARIA DE FORMACIÓN
COMO UTILIZAR LA CAMPAÑA DE FORMACIÓN

Los temas de la Campaña están divididos en tres apartados que se deben entender de
la forma que sigue:

¿QUÉ CONTIENE? ¿QUÉ ES? ¿PARA QUE SIRVE?

Son exposiciones sobre el Para ayudarnos a cimentar


contenido teórico que nos y profundizar nuestra fe.
INTRODUCCIÓN ayuda a descubrir el verda- Con las introducciones
2 CONTENIDOS dero fundamento del tema a conoceremos la esencia de
tratar. cada uno de los temas y nos
servirán como base para las
actividades que más tarde
se proponen.

Para acercar el contenido a


Prop uestas al grupo d e
nuestras vidas y realidades
Educadores para interiori-
y poder compartir nuestra
ACTIVIDAD zar el contenido de cada
e xpe riencia con los otros
uno de los apartados teóri-
jóvenes de nuestra comuni-
cos.
dad.

Son el momento en que lle-


vamos a la parte celebrativa
Son un acercamiento a la
todas nuestras vivencias y
CELEBRACIÓN Palabra de Dios que ilumi-
nos dejamos interpelar por
ORACIÓN nará las conclusiones que
la Palabra de Dios. Es así
extraigamos de los temas.
mismo el momento de plan-
te ar nue str o compr omiso
personal y comunitario

A QUIENES VA DIRIGÍDO LA CAMPAÑA DE FORMACIÓN


INTRODUCCIÓN

Entre los que habían llegado a Jerusalén para dar culto a Dios con ocasión
de la fiesta, había algunos griegos. Estos se acercaron a Felipe, que era natu -
ral de Betsaida de Galilea, y le dijeron:
- Señor, quisiéramos ver a Jesús.
Felipe se lo dijo a Andrés, y los dos juntos se lo hicieron saber a Jesús. Jesús
dijo:
Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Yo os ase -
guro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga
dentro de la tierra y muera; solo entonces producirá fruto abundante. Quien
vive preocupado por su vida, la perderá; en cambio, quien no se aferre exce -
sivamente a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna. Si alguien 3
quiere servirme, que me siga; correrá la misma suerte que yo. Todo aquel que
me sirva será honrado por mi Padre.
Juan 12, 20-26

Ésta petición hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a
Jerusalén para la peregrinación pascual, resuena también para nosotros... Como aquellos
peregrinos de hace más de dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siem -
pre conscientemente, piden a los cristianos de hoy no sólo “hablar” de Jesús, sino en cier -
to modo hacérselo “ver”. ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en
cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del
nuevo milenio?
(Novo Millennio Ineunte, 16)

En nuestros días el hombre continúa preguntándose por el sentido de la vida


y otras cuestiones a las que muchas veces no es capaz de dar respuesta ni
solución por sí mismo.
Sin embargo, para nosotros los creyentes, en Jesús de Nazaret, Dios ha
dado respuesta a todos estos interrogantes. Este es nuestro gran tesoro; así
pues nuestra tarea es la de vivirlo y saber darlo a conocer al mundo de hoy,
ansioso de “ VER ” a Jesús y no solo de escuchar hablar sobre Jesús. Quiere
“ver” personas que encarnen aquello que creen.
Continuamente, se nos presentan situaciones en la vida diaria a las que tene-
mos que dar una respuesta. Consciente o inconscientemente nos hacen actuar
de una u otra manera. Esas respuestas que damos, bien sean verbales, bien
sean actitudes, pueden corresponderse o no, con aquello en lo que creemos y
a eso es a lo que nos referimos, hay que dar testimonio de nuestra fe con nues-
tras palabras y nuestros actos.
En ciertos momentos se nos acusa a los cristianos (a veces con razón y en
otros casos sin razón) diciéndonos que tenemos dos caras: que hablamos
mucho y tenemos siempre a Dios en la boca pero a la hora de actuar muy poco.
Y ya lo dice lo dice el dicho: ” hay que predicar con el ejemplo”. De nada nos
sirve ser cristianos de boquilla, porque a Dios no lo podemos utilizar, ni mucho
menos engañar. Podemos mentirnos a nosotros mismos, a los que nos rodean,
a los amigos... pero a Él nunca, porque Él nos conoce, y no podemos escudar-
nos siempre en: !es que somos pecadores¡ y por lo tanto ya tenemos una buena
excusa, porque eso tampoco nos sirve.
Jesús nos pide ser como Él, para que los demás lo vean en nosotros, pues
debemos aspirar a algo más en nuestra vida de fe. La santidad puede ser un
buen objetivo, el compromiso, la responsabilidad, el testimonio,... Y por eso hay
que luchar día a día. Sabemos que el camino es largo, que podemos tropezar
y caer, pero Jesús, siempre está dispuesto a ayudarnos. Su perdón y su mise-
ricordia nos acompañan el resto de nuestras vidas. El nos da la mano para que
volvamos a levantarnos, pero, eso sí, debemos demos

trar que estamos dispuestos a llegar a la meta y no arrojar nunca la toalla,


derrotados y con pesimismo.
Como Educadores Juniors, y sobre todo como cristianos sabemos cual es
nuestra misión: dar a conocer a Jesús con autenticidad, y para ello debemos ser
los primeros en creerlo, conocerlo y vivirlo en profundidad.
4 Pero, ¿cómo y donde podemos hoy encontrar a Jesús y contemplar su ver-
dadero rostro?. En muchos lugares, pero sintiéndonos Iglesia y por medio de los
Sacramentos serán dos buenos caminos.
Muchos son los momentos en los que podemos ver a Jesús, es cierto, lo
podemos ver a través de muchas personas que están a nuestro alrededor, él
mismo nos lo recuerda a través de su Palabra, él está con nosotros <cuando
dos o más nos reunimos en su nombre>, está en el prójimo, en cada una de las
personas que tenemos al lado, en la sonrisa de un niño, en el pobre... en cada
uno de nosotros.
En esta campaña nos centramos en dos de los caminos donde podemos sen-
tir y saborear su presencia. Jesús forma la Iglesia dándole una misión y nos
llama a formar parte de esa Iglesia de la que Él mismo es la cabeza y nosotros
sus miembros. Muchas veces no entendemos qué significa eso de ser iglesia y
nos confundimos, pensamos que Jesús va por una parte y la Iglesia por otro
camino distinto al suyo. No somos conscientes que nosotros somos parte acti-
va de la iglesia y tenemos mucho que decir, mucho que dar, mucho que recibir.
A través del primer bloque de la campaña podremos ir conociendo aspectos
sobre este tema, dialogar sobre cuestiones que nos surgen, pero que a lo mejor,
no hemos compartido nunca con los demás, ¿cual es la misión de la Iglesia?,
¿hacia dónde nos dirigimos?, ¿cuáles son los diferentes nombres que recibe la
iglesia?, ¿la figura de María como modelo a seguir en la iglesia? ...
Y por otra parte, los sacramentos. Este tema es uno de los pilares básicos
para la vida del cristiano, aunque a veces parece que lo vamos dejando un poco
de lado. Sabemos los nombres de los sacramentos, sabemos que son siete
pero... ¿qué significan?, ¿dónde reside su importancia? ... Estamos hablando
de ver a Jesús, de sentirlo, de conocerlo, de celebrarlo y de acercarlo a los
demás. Que mejor oportunidad que profundizar y reflexionar sobre esos
momentos en los que se nos brinda al acercarnos al Señor en las celebraciones
sacramentales. No debemos celebrar, ni participar en ningún sacramento como
aquel que se encuentra en una fiesta de cumpleaños, cumple con el compromi-
so, saluda a los conocidos, se hace las fotografías de rigor y las guarda como
recuerdo, hasta la próxima.
La vida sacramental para los cristianos es algo mucho más importante y
debemos revivirlo cada día. Es un dejarse llenar por Dios, es unirse a sus her-
manos en la fe, es agradecer y recibir a Dios que actúa en cada un de nosotros,
en ti y en mí, es hacer que su gracia, su fuerza y su Espíritu resplandezca en
nuestros rostros y en nuestros corazones.
Para terminar tres consideraciones interesantes.
Al final de cada tema encontrareis los números de los capítulos y los resú-
menes correspondientes del Catecismo de la Iglesia Católica referentes a cada
uno de ellos. Podéis leerlos y tenerlos en cuenta. Siempre nos ayudarán a con-
cretar y profundizar en los temas y aspectos propuestos en las introducciones.
Así mismo, también hemos elaborado un breve vocabulario de palabras y
expresiones que igual no conocéis su significado y las correspondientes abre-
viaturas de las citas de los documentos de la Iglesia que aparecen. Esperamos
que os sean de gran utilidad para la mejor comprensión de los contenidos.

Finalmente recordar el Objetivo Principal del Plan Pastoral Diocesano, para


el el curso 2002-2003, el cual hemos tenido presente.

OBJETIVO PRINCIPAL 5

Acrecentar la corresponsabilidad de los laicos, los miembros de institutos de


vida consagrada y los ministros ordenados, en la misión y en la vida de la Iglesia
a través de las parroquias.

PROFECÍA FORMATIVO
La Iglesia de Valencia escucha y proclama la Palabra de Dios.

Fomentar la formación de todos los que ejercen ministerios y servicios laica-


les para el bien de la comunidad.

MEMORIA CELEBRATIVO
La Iglesia de Valencia celebra el misterio de Cristo.

Enriquecer la celebración de la Eucaristía dominical y del sacramento de la


Reconciliación, así como la oración.

TESTIMONIO CARITATIVO
La Iglesia de Valencia sirve con amor a los hermanos.

Crear e impulsar los consejos pastorales en las parroquias y consolidar la


celebración de asambleas parroquiales como instrumentos de participación y
corresponsabilidad.
CAPÍTULO I: LA IGLESIA.

VAMOS A PARTIR EN ESTA IN TRO DUCCIÓ N DESDE UNA


PERSPECTIVA BÍB LICA QUE NO S PERMITA COMPRENDER
MEJOR EL SENTIDO ORIGINARIO Y RADICAL DE LA
IGLESIA: LA LÓGICA PROFUNDA DE LA QUE BROTA
Y A LA QUE DEBE SERVIR EN EL EJERCICIO DE SU
MISIÓN. ASÍ ENTENDEREMOS Y COMPRENDEREMO S DE
UN MODO MÁS RÁPID O POR QUÉ Y PARA QUÉ
EXISTE LA IG LESIA.
PARA CAPTAR LA DIN ÁMICA DE ESA LÓGICA PUEDE
SERVIR DE AYUDA UNA PRECISIÓN PRELIMINAR. ES FRE-
6 CUENTE Q UE INCONSCIENTEMENTE MUCHOS CRISTIA-
NOS VIVAN DEL SIG UIENTE RAZO NAMIENTO :
<JESUCRISTO FUNDÓ LA IG LESIA Y LUEGO LE ENCO-
MENDÓ LA MISIÓN Q UE DEBÍA LLEVAR A CABO >.
ESTE PLANTEAMIE NTO ES MUY ESTRECHO Y PUEDE
RESULTAR EQUÍVO CO. LA PERSPECTIVA ADECUADA
SE DESPLIEGA MEJOR EN SENTIDO INVERSO: <POR-
Q UE HAY UNA MISIÓ N Q UE CUMPLIR ES POR LO QUE
ES LLAMADA, CONVOCADA Y ENVIADA LA IGLESIA >.
PODEMOS DECIR: LA MISIÓN ANTECEDE O PROCEDE
A LA IGLESIA . ÉSTA VIENE A LA EXISTENCIA PORQUE
HAY UNA TAREA Q UE CUMPLIR . ESTA DINÁMICA ES LA
QUE NOS PERMITE LEER EN SENTIDO CRISTOLÓGICO
Y ECLESIOLÓ GICO TODO EL RELATO BÍBLICO.
Vamos a desglosarla en cuatro momentos.

La amplitud universal de la mirada de Dios.

La intención originaria de Dios (su sueño", podríamos decir) es la felicidad del hombre en
el seno de una humanidad reconciliada y de una creación hermosa y fecunda. Los símbolos del
paraíso (Gn 2, 8-25) y del sábado (Gn 2, 2-3) expresan de modo plástico el proyecto del Dios crea-
dor.
Este designio, sin embargo, se quebró por la acción del mal y la fragilidad de la libertad
de la criatura, por lo que la raza humana debe peregrinar, con sudor y lágrimas, en el exilio
fuera del paraíso. El relato del Génesis muestra la dureza del caminar humano: el dolor y la
muer te hacen su aparición, el hombre se aleja de Dios porque no soporta su mirada, el hom-
bre y la mujer se separan por reproches y acusaciones mutuas, la violencia llega al asesinato
entre hermanos, con el origen de las ciudades se inventan las armas y se introduce la guerra, 7
los pueblos se dispersan en lenguas diversas que generan incomprensión, odio...
La situación real de una humanidad dolorida y peregrinante y la división e incompren-
sión entre los pueblos, abre en toda su anchura la tarea de restaurar el "sueño" originario de
Dios. Éste es el primero que se responsabiliza de sus criaturas y les ofrece el manantial de la
esperanza bajo la promesa de un salvador (Gn 3, 15). Pero, dado el modo de ser de nuestra his-
toria, Dios necesita mediadores y testigos que asuman como propia esa tarea, esa misión. Por
eso tiene lugar la llamada a Abraham: sobre el trasfondo de la humanidad dividida en Babel,
Abraham es llamado para hacer posible la bendición primera de Yahvé, para ir retejiendo la
unidad desgarrada de la raza humana. La fe de Abraham consiste en su disponibilidad para
asumir esa misión tan amplia como el designio originario de Dios.

La misión requiere servidores fieles y generosos.

La fe de Abraham, como fidelidad a la misión, puede servir como modelo, criterio y punto
de referencia de todas las llamadas posteriores: el sujeto concreto es llamado, o una colectivi-
dad es convocada, porque existe una misión que cumplir. Será también el caso de Moisés o el
de Israel, en cuanto pueblo convocado de entre los pueblos para ser testigo de las maravillas
de Dios en la historia o de su designio salvífico desde el momento de la creación.
Sin embargo es demasiado frecuente el fracaso de los mediadores, de los llamados para
ser enviados como testigos. Es particularmente significativo el caso del pueblo de Israel: com-
prometido públicamente a servir a la alianza, muchos de sus miembros sin embargo se aco-
modan a la rutina de los ritos o a la satisfacción de sus privilegios. Por eso caen en la idola-
tría: no asumen la responsabilidad de la misión abierta en la alianza con Abraham o con el
mismo pueblo en el Sinaí. El pueblo no se siente servidor de la alianza sino poseedor de la lla-
mada y por ello con el ansia de buscar privilegios y seguridades. Sigue haciendo falta por ello
un pueblo que sirva con autenticidad a la misión.

Jesús, el enviado que convoca para la misión.

Jesús es el Hijo enviado para recuperar el aliento originario del "sueño” del Dios de la
creación y para reconvocar al pueblo a fin de que redescubra que su identidad radica en la
fidelidad a la alianza establecida con Abraham y con Israel, y con la misma creación y la
humanidad entera en el alborear de su designio salvífico. El anuncio del Reino de Dios, ofreci-
do como un jubileo que reaviva la esperanza y devuelve motivos para la alegría, recoge todas
estas resonancias y aspiraciones. El Reino es experimentado como motivo de alegría sobre todo
por parte de aquellos que se encuentran olvidados de todos (por su pobreza, enfermedad, inca-
pacidades) y sólo pueden encontrar su esperanza en Dios.
La entrega de su vida a la misión recibida debe asumir e integrar el rechazo, la persecu-
ción y la muerte a que le conducirá la violencia que los hombres desencadenan contra él. El
pueblo de la antigua alianza no se deja seducir, en su mayoría, por la misión a la que el Hijo
les convoca desde el amor incondicional del Padre.
Jesús, sin embargo, va reuniendo en torno a sí el germen de una nueva comunidad, con-
densada en los Doce, que se adhieren personalmente al destino de Jesús y de su misión. En
medio de perplejidades e incertidumbres van participando del envío y de la misión del mismo
Jesús. En la entrega de su vida, éste se convierte en sello y garantía de una alianza nueva que
manifestará su esplendor y originalidad en la Pascua y Pentecostés. El despliegue de esa alian-
8
za es el servicio que deberá asumir la Iglesia: para ello es llamada y enviada.

Un pueblo nacido de la alegría de Pascua y Pentecostés

La novedad de la alianza consiste en que el Padre resucita a Jesús, el Hijo, en el poder


del Espíritu, y a favor de todos, también de quienes lo habían traicionado. Es acto reconcilia-
dor, de alcance universal, por parte del Dios Padre, Hijo y Espíritu. El Resucitado sale al encuen-
tro de sus discípulos sin reproches ni acusaciones, sino para volverlos a convocar y constituir-
los como apóstoles y testigos y enviados a todos los pueblos, hasta los confines del mundo. Ése
es el horizonte de su misión y el gozo de su tarea, la razón de su existencia y fuente de su iden-
tidad.
La Iglesia nace por tanto como experiencia de alegría que es celebrada comunitariamen-
te, pues Jesús resucitado sigue convocándolos por el Espíritu. Como experiencia y celebración
de alegría, esa nueva alianza debe ser anunciada como evangelio, como buena noticia, y debe
expresarse como invitación permanente a la acogida, a la apertura a los otros. Un modo nuevo
de existencia, a nivel individual y colectivo, se ofrece como alternativa y posibilidad al destino
de los hombres exiliados del paraíso. A la Iglesia ha sido confiado el servicio a la reconcilia-
ción de Dios en Cristo (2ª Cor 5, 18ss).
Pero esa alegría corre el riesgo de ser compartida en el cenáculo, al margen de los dra-
mas humanos. Hace falta la salida al encuentro con los otros. Es lo que acontece en Pentecostés:
el Espíritu les empuja para que creen también una alternativa a Babel, para que ofrezcan el
evangelio como espacio y experiencia de reencuentro, de reconciliación. La variedad de pue-
blos en Pentecostés constituye el horizonte concreto e histórico de la misión de la Iglesia. La
experiencia eclesial debe empujar hasta el corazón mismo del mundo.
Allí se inicia en sentido estricto la historia de la Iglesia como paso a los otros, rebasa-
miento de fronteras para nacer entre los hombres de toda raza y cultura y hacerlos partícipes
de la filiación que Dios regala en Cristo. A partir de la Iglesia de Jerusalén surgen numerosas
iglesias que vivirán la común responsabilidad de la misión de la nueva alianza. De ese dina-
mismo han nacido cada una de las iglesias, también aquella de la que formamos parte. Por
eso Pentecostés debe permanecer como memoria viva de toda vida eclesial.
Esperamos que los temas sobre la Iglesia os hagan profundizar y reflexionar sobre su
importancia. Así como sentir en ella la presencia del Señor Resucitado. Que puedas impreg-
narte con tus hermanos, en tu comunidad cristiana del Espíritu de Pentecostés, aquella fuerza
que impulso a los discípulos de Jesús a abrirse a aquel anuncio “Id y predicad el Evangelio”.
Tema 1

¿CÓMO Y PARA QUE FUNDÓ JESUCRISTO LA IGLESIA?

Se me ha dado pleno poder en el


cielo y en la tierra. Id y haced dis -
cípulos de todos los pueblos, bauti - 9
zándolos en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo: y
enseñándoles a guardar todo lo que
os he mandado. Y sabed que yo
estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo.
(Mateo 28, 18-20)

INTRODUCCIÓN

Este tema pretende abrir camino para recrear, al menos el sentido de Iglesia como con-
vocación a compartir la fe, la esp
eranza y la caridad, como sentido de vida. La fe cristiana es, ante todo, una manera de
relacionarse con Dios, los demás, la naturaleza y el cosmos y con uno mismo.
Una de las dimensiones fundamentales de la persona humana es ser-en-r elación; no
somos islas ni estamos "cerca" los unos de los otros por casualidad sino que es algo constituti-
vo de nuestro ser somos “con y para” los demás y sólo así nos realizamos y nos sentiremos rea-
lizados plenaménte (G. S. nº 12). El ser en relación no es sólo un hecho; es además tarea, algo
que hay que crear, vivir, constr uir. Para ello es necesario dar y recibir, ser acogido y aceptado,
comunicar y compartir juntos nuestras ideas, ideales, experiencias, sentirnos parte y que se nos
dé parte en aquello que creemos y queremos...
La teología postconciliar ha puesto de relieve la dimensión de la Iglesia como ser-en-r ela-
ción, con las demás personas y con el mundo creado. En la Iglesia esa relación tiene su pecu-
liaridad. Lo singular, en ella, radica en comunicar y compartir toda la vida en cuanto vivida
desde Dios, como sentido y valor definitivo; lo que se va expresando en una nueva manera de
ver, ser y actuar según Dios. Ser cristiano no es vivir otra vida, sino vivir esa misma vida huma-
na al modo y estilo de Dios, revelado en Cristo y hecho posible por el Espíritu que nos ha sido
dado.
Es una ilusión, por no decir una ingenuidad, el pretender desarrollar y vivir nuestro ser-
en-relación, humana y cristianamente, sin emplear los cauces necesarios que faciliten la comu
nicación, el diálogo, el discernimiento, la elección, el actuar juntos. Estos medios nos ayudan a
unir nuestros quereres en el único querer de Dios, en esto en definitiva el acto de fe.

La Iglesia, un designio nacido en el corazón del Padre.

"El Padre eterno creó el mundo por una decisión totalmente libre y misteriosa de su sabi-
duría y bondad. Decidió elevar a los hombres a la participación de la vida divina" a la cual
llama a todos los hombres en su Hijo: "Dispuso convocar a los creyentes en Cristo en la santa
Iglesia". Esta "familia de Dios" se constituye y se realiza gradualmente a lo largo de las etapas
de la historia humana, según las disposiciones del Padre: en efecto, la Iglesia ha sido "prefi-
gurada ya desde el origen del mundo y preparada maravillosamente en la historia del pueblo
de Israel y en la Antigua Alianza; se constituyó en los últimos tiempos, se manifestó por la efu-
10
sión del Espíritu y llegará gloriosamente a su plenitud al final de los siglos" (L. G. nº: 2). (CIC 759)
“Quiso (Dios) santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin cone-
xión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con
una vida santa. Eligió, pues, a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue edu-
cando poco a poco... Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación y figura de su alian-
za nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo... ese pacto nuevo lo estableció Cristo convo-
cando un pueblo de judíos y gentiles, que se uniera en el Espíritu y constituyera el nuevo Pueblo
de Dios.
La condición de este pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos
corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el nuevo mandato de amar
como el mismo Cristo nos amó a nosotros. Y tiene en último lugar como fin el dilatar más y más
el reino de Dios...
Aunque con frecuencia parezca una grey pequeña, es para todo el género humano un
germen de unidad, de esperanza y de salvación. Cristo lo -envía a todo el universo como luz
del mundo y sal de la tierra...
Caminando la Iglesia en medio de las tentaciones y tribulaciones, se ve confortada con el
poder de la gracia de Dios, que le ha sido prometida para que no desfallezca de la fidelidad
per fecta por la debilidad de la carne, antes, al contrario, persevere como esposa digna de su
Señor y, bajo la acción del Espíritu Santo, no cese de renovarse hasta que por la cruz llegue a
aquella luz que no conoce ocaso". (L. G. nº: 9).

La Iglesia, un deseo del mismo Jesús.

En las orillas del lago de Galilea sonaron hace dos mil años unas palabras sin las cuales
la Iglesia no existiría hoy:
"Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues y enseñad a todas las
gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a
observar todo lo que os he mandado. Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consuma-
ción del mundo."
Quien pronunciaba estas palabras era el Hijo de Dios en persona. Teóricamente podría
haber reducido su obra a la redención de la humanidad o haberse quedado en este mundo
hasta el fin de los siglos.
Pero Dios quiso necesitar a los hombres. Quiso ser ayudado en su tarea. Quiso que su
obra y su palabra fueran continuadas por otros y otros hombres de generación en generación.
Por eso quiso, desde el primer momento de su predicación, rodearse de un grupo de ayu-
dantes y compañeros.
De este grupo de hombres nacería la Iglesia. A lo largo de veinte siglos, millones y millo-
nes de personas se han reunido para hablar de Jesús, para amarle, para transmitir su lengua-
je.
Y lo han extendido por todo lo ancho del mundo. Año tras año, millares de creyentes
abandonan su patria y parten a lejanas regiones para anunciar el Evangelio en todos los rin-
cones del planeta.
Y entre nosotros, los verdaderos creyentes siguen considerándose herederos de esa gran
tarea.

11
La Iglesia, nuestra tarea.

El libro de los Hechos de los Apóstoles, que describe la vida de las primeras comunida-
des cristianas, nos explica cómo la Iglesia, desde el primer momento, fue consciente de que
había recibido de Jesús una triple misión: anunciar el Evangelio de Jesús, celebrar y alimentar
la fe con la oración, la liturgia y los sacramentos y testimoniar su fe con su forma de vivir.
“Eran asiduos en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la solidaridad, la fracción
del pan y las oraciones.” (Hch. 2, 42)
Detallamos a continuación la triple misión de la Iglesia y la cita del Nuevo Testamento que
se refiere a ella.

Misión de la Iglesia Cita del Nuevo Testamento

Anunciar con hechos y palabras el " Id a hacer discípulos entre los pue -
Evangelio a todos los pueblos para blos, bautizadlos consagrándolos al
que se conviertan y sean discípulos Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y
de Jesús. enseñadlos a cumplir cuanto os he
mandado” (Mt 28, 19-20)

“El Señor, la noche que era entrega -


Celebrar y alimentar la fe mediante
do, tomó pan, dando gracias lo par -
la oración, la liturgia y los sacramen-
tió y dijo: Esto es mi cuerpo que se
tos, en especial, la Eucaristía.
entrega por vosotros. Haced esto en
memoria mía”. (1 Cor 11,

Testimoniar la fe, o sea, traducir en "La fe que no va acompañada de


obras la fe que anuncian y celebran. obras está muerta del todo”
(Sant 2, 16-17)
Al frente de esta Iglesia, como garantizadores de su unidad y de su apostolicidad, están
el Papa y los obispos. No son cristianos de una categoría diferente de los demás, pero sí son
los sucesores de aquellos apóstoles a quienes Cristo encargó pastorear su rebaño.
Y en la larga fila de sucesores de Pedro, hoy es el Papa Juan Pablo II quien ha asumido
la tarea de confirmar a sus hermanos en la fe. Por eso camina por los senderos del mundo para
predicar incansablemente la palabra de Jesús. Parte de nuestra fe es amarle y sostenerle con
nuestras oraciones.
Colaboradores del Papa y los obispos son los sacerdotes. Débiles y tal vez mediocres
como personas, ellos tienen en la Iglesia la función de perdonar los pecados y de distribuir y
consagrar el alimento de la Eucaristía.
Y junto a obispos y sacerdotes están los religiosos y religiosas que han entregado sus
vidas enteras al servicio del Reino. Ellos y ellas llevan la mayor parte de la tarea misionera de
12
la Iglesia, la educación de los niños, las obras de caridad con pobres y enfermos. Ellos y ellas
mantienen encendida la lámpara de la oración en la Iglesia y son un signo del Espíritu en un
mundo en que impera solo lo material y lo inmediato.
Pero el gran fundamento de la Iglesia son los seglares. Ellos forman parte activa de la
caliente comunidad que es la Iglesia. Ellos viven la fe en la lucha diaria de este mundo. No son
meros oyentes de la Palabra de Dios o simples receptores de los sacramentos. Ellos son Iglesia
en el más radical sentido de la palabra.
Y también son miembros de la Iglesia, aunque su comunión no sea total, los hermanos
separados, ortodoxos, protestantes, anglicanos. La unidad con todos ellos es una parte sustan-
cial de la vocación de la Iglesia. Por eso la iglesia multiplica hoy sus encuentros con los her-
manos que están más allá de la unión total con nosotros. Por que la Iglesia no será completa-
mente fiel a Cristo mientras esa separación de los hermanos permanezca.
Pero los verdaderos protagonistas de la Iglesia son sus santos. Porque es cierto que en sus
veinte siglos de historia tiene nuestra comunidad páginas amargas y oscuras. Pero, junto a esas
páginas indignas, nunca faltó en la Iglesia el hilo de oro de la multitud de sus santos, que for-
man una asombrosa letanía de gozo.
Ésta es la Iglesia una, santa, católica, apostólica que nosotros formamos, en la que nos-
otros creemos, a la que nosotros amamos. Ésta es la Iglesia por la que cada día rezamos:

Dios y Padre de las misericordias:


A ti, humildemente, elevamos nuestras súplicas
por tu santa Iglesia católica.
Llénala de toda verdad y de toda paz.
Purifícala en lo que tenga de corrompido.
Dirígela donde esté en el error.
Ilumínala donde se halle en tinieblas.
Santifícala donde abrigue supersticiones.
Refórmala donde haya necesidad.
Confírmala y fortalécela en todo tiempo.
Ayúdala en toda tribulación.
Y concédele unidad de fe y de amor,
mediante Jesucristo, nuestro Señor.
ACTIVIDADES: VIVIR NUESTRO SER IGLESIA

¿POR QUÉ AMO Y CREO EN LA IGLESIA?

- Desde esta pregunta se suscita el diálogo entre los jóvenes; anotando todas las razones
que se exponen.
- Repartir y leer el texto de J. L. Martín Descalzo
- Comentar nuestras conclusiones al comparar nuestras razones con las del autor.

POR QUÉ AMO A LA IGLESIA


13
Decir hoy que se cree en la Iglesia, que se ama a la iglesia, es algo
que no está de moda. Lo que se lleva ahora es hablar de ella con des-
pego, demostrar que uno es muy independiente criticando a la Iglesia,
incluso a veces con ferocidad entre los mismos creyentes. El grito de
batalla de las últimas décadas ha sido éste: Cristo, sí, Iglesia, no. 0 en
todo caso la consigna sería: ¿Iglesia? Cuanta menos posible, mejor. Las
estructuras, se dice, no hacen otra cosa que encadenar el Espíritu.
Mejor atenerse sólo a Cristo; y a la Iglesia, cuando más, soportarla,
tolerarla como un mal menor. Y distanciarse de las instituciones en
una especie de "cristianismo por libre"
Pero la verdad es que un Credo sin Iglesia sería un Credo mutila-
do. Y un cristianismo sin Iglesia sería cualquier cosa menos cristianis-
mo.
Por eso a mí me gustaría, aunque sea muy rápidamente, resumir
aquí las razones por las que yo creo en la Iglesia, las razones por las
que yo la amo.
La primera es que ella salió del costado de Cristo. Jesús hubiera
podido predicar Él solo su mensaje, pero quiso rodearse de apóstoles
y a ellos les encargó la tarea de continuar su obra. Y por esa comuni-
dad de creyentes murió. ¿Cómo podría yo hoy amar a Cristo sin amar
también las cosas por las que Él dio su vida? Hoy, lo cierto es que la
Iglesia -buena, mala, mediocre- fue y sigue siendo la esposa de Jesús.
¿Podría amar yo al esposo, despreciándola?
La segunda razón por la que amo a la Iglesia es porque ella me ha
dado a Cristo y cuanto sé de Él. A través de una larga cadena de cre-
yentes que han dejado mucho que desear, ha llegado a nosotros el
recuerdo de Jesús y del Evangelio. Sí, es cierto que los creyentes, a lo
largo de los siglos, han ensuciado mucho ese mensaje de Jesús, pero
también es verdad que todo lo que sabemos de Jesús a ella se lo debe-
mos.
La Iglesia no es Cristo, ya lo sé. Jesús es el absoluto, el fin. La
Iglesia sólo es el medio. Incluso cuando decimos: “Yo creo en la
Iglesia” lo que realmente queremos decir es que «creemos que Cristo
sigue estando en ella». Lo mismo que cuando afirmo que bebo un vaso
de vino, lo que bebo es el vino, no el vaso. Pero ¿cómo bebería yo ese
vino si no tuviera vaso?
La tercera razón por la que creo en la Iglesia son sus santos. Ya sé
que en la historia cristiana ha habido una inmensa mayoría de medio-
cres. Pero sé también que nunca ha faltado ese hilo de la santidad que
llega hasta nosotros.
Siempre que yo monto en un tren sé que la historia del ferroca-
rril está llena de accidentes. Pero no por eso dejo de usarlo para des-
plazarme. Tenía razón Bernanos cuando escribía que «la Iglesia es
como una compañía de transportes que, desde hace dos mil años, tras-
lada a los hombres desde la tierra al cielo. En dos mil años ha tenido
que contar con muchos descarrilamientos, con una infinidad de horas
de retraso. Pero hay que decir que gracias a sus santos la compañía no
ha quebrado».
La cuarta razón por la que amo a la Iglesia, casi no me atrevo a
14 decirla: y es que yo la amo porque es imperfecta, porque en ella se
acepta a gente como yo o como ustedes, que me temo que tampoco
son santos. ¿Han pensado alguna vez qué haríamos los mediocres en
una Iglesia que sólo aceptase seres perfectos?
Sí, amigos míos: la Iglesia es imperfecta porque acepta gente
como nosotros, somos nosotros quienes la manchamos. Y bien haría-
mos si, en lugar de enfadarnos con ella y dedicarnos a criticarla, nos
enfadásemos un poco más con nosotros y no nos dedicásemos a criti-
camos.
Pero la quinta y definitiva razón por la que yo creo en la Iglesia y
la amo, es porque sé que literalmente es mi madre: ella me amaman-
ta a diario, ella me transmite la fe, ella me engendra constantemente
con el perdón de mis pecados y me alimenta con su Eucaristía.
Por eso me gustaría ser como San Atanasio que «se asía a la
Iglesia co mo u n árbol se agarra al suelo». 0 p oder d ecir como
Orígenes que «la Iglesia ha arrebatado mi corazón, porque ella es mi
patria espiritual, ella es mi madre y mis hermanos».
Sí, amigos míos, no es que todo en la Iglesia me entusiasme. Es que
ella es la casa caliente donde vivo y donde vivo a gusto. Y me gustaría
poder proclamar un día, con orgullo, lo que al morir decía Santa
Teresa: ¡Al fin muero hija de la Iglesia!
7 septiembre 1986
J. L. MARTÍN DESCALZO
UNA IGLESIA DIFERENTE

Todos vivimos de fe

Todos "vivimos de fe". Cada cual con la suya; y todos, cristianos o no cris-
tianos y hombres religiosos o a-religiosos, debiéramos aceptar la confronta-
ción racional, abierta, de las bases sobre las que se apoya. Bajo esta pers-
pectiva, en principio, puede resultar engañoso y algo tramposo eso de querer
caracterizar de increyentes, indiferentes, ateos, etc., a cuantos no tienen la
misma fe que nosotros (aunque esos términos cumplan una función concep-
tual interna ... ). En segundo lugar, si hablamos de vivir de fe, implícitamente
estamos afirmando que solo merece la pena aquella fe capaz de "dar-nos 15
vida", esperanza, sentido...
La clave de la fe cristiana... arranca del amor de Dios, manifestado per-
fecta y definitivamente en Jesús de Nazaret, el Cristo. Ahora bien, eso de la fe
se relaciona también con la religión y la Iglesia. Y aquí vienen los jaleos. Para
entendernos y dicho rápidamente. La religión es un "tinglado humano" y,
como tal, no tiene directamente que ver con Dios: la religión no es más que
nuestro modo de estructurar y organizar la vida en torno al acontecimiento o
experiencia central de todo cristiano -la fe que brota del amor incondicional y
gratuito de Dios-. Quiere esto decir, por tanto, que la religión está al servicio
de la fe. No al revés.
¿Y la Iglesia'? Es mucho más que "algo humano", pero también

un “hecho humano". De ahí que cuanto puede ocurrir con la religión, sucede
a veces con la Iglesia: destinada a construir el Reino de Dios, pervierte su
misión si se busca a sí misma y no se organiza como comunidad de creyen-
tes. En concreto, la "Iglesia es un misterio de comunión" y "sacramento de sal-
vación". Ahora bien, aunque el Espíritu de Dios garantiza dicha identidad, la
Iglesia necesita hacer visible y significativo ese misterio y sacramentalidad. Y
aquí es donde falla: la participación y el diálogo, por citar un caso concreto,
son escasos y conforman cuanto M. Kehl
ha llamado la "práctica incomunicativa de
la Iglesia". En fin, no le falta razón a Cortes.
Son precisamente los jóve ne s quiene s
mejor descubren los "fallos humanos" de
la Iglesia: lenguajes y formas antiguas,
ritos y estructuras superadas, escasa par-
ticipación, confusión de servicio y poder...
De ahí que, para los jóvenes, la Iglesia
apenas si suscita interés y la consideran
como una "cosa antigua".

JOSÉ LUIS MORAL


Después de ver y comentar la imagen (iglesia
negra y en las alturas pero con base en la tierra, jóve-
nes hablando en tierra de nadie, Dios que dice cosas
...) y después de leer el texto que está más arriba
("Todos vivimos de fe"), tomamos postura ante los
temas que vayan saliendo. La forma de hacerlo es
completar las siguientes frases. Después se ponen en
común, se comentan y se sacan conclusiones.

16

-Sólo cree de verdad quien...


-Yo ante la religión...
-Para mí la fe...
-Creo que Jesús...
-Creo en Jesús porque...
-Creo en Jesús y eso...
-La religión está al servicio de la fe porque...
-La misión de la iglesia es...
-La Iglesia pervierte su misión cuando...
-La participación y diálogo en la Iglesia...
-Los fallos humanos de la Iglesia...
-Los jóvenes ante la Iglesia...
-Para los jóvenes la Iglesia tendría más interés si...
-Para que la Iglesia esté al servicio de la fe necesita...
-La Iglesia diferente que yo quiero...
HERMINIO OTERO
NUESTRAS ACTITUDES ANTE LA IGLESIA

Se trataría de un trabajo en grupo para descubrir, expresar, analizar


y cambiar nuestras actitudes ante la Iglesia. Mediante técnicas grupales muy
sencillas. La "técnica de las frases" y la técnica de elaboración de un
Manifiesto. Se facilitarían a todos los participantes las frases siguientes.
Habría un tiempo de lectura y trabajo personal, para pasar a continuación
al trabajo en grupos pequeños (3 ó 4 personas) y luego a una presentación
al gran grupo (Asamblea). Se finalizaría elaborando un Manifiesto. El tra-
bajo, aunque serio, tiene un cierto aire lúdico, de juego.
17

Las frases:

1. No queremos saber nada de la Iglesia.


2. De la Iglesia cuanto más lejos, mejor.
3. Criticamos a la Iglesia desde fuera.
4. Paulatinamente nos vamos distanciando y alejando de la Iglesia.
5. Prácticamente ya no esperamos nada de la Iglesia.
6. Criticamos a la Iglesia desde dentro.
7. Nos duele la Iglesia.
8. Con otros grupos vamos paso a paso construyendo la Iglesia.
9. La Iglesia no tiene arreglo. Hay que acabar con la Iglesia.
10. Nos impacientamos y soñamos una iglesia diferente.
11. Tenemos que reformar la Iglesia.
12. Es necesario pertenecer a la Iglesia.
13. Es indiferente pertenecer a la Iglesia.
14. Nadie podrá quitarme el sentirme Iglesia.
15. Esta Iglesia no es la Iglesia querida por Jesús.
16. No estamos ni dentro ni fuera de la Iglesia y esto no nos preocupa.
17. La Iglesia está con los ricos y con los que mandan.
18. Nos gustaría una Iglesia que optase por los pobres.
19. La Iglesia es un contrasigno del evangelio de Jesús.
20. A pesar de muchas cosas amo a la Iglesia.

Jugando con las frases:

Una vez leídas las frases personalmente y evaluadas con notas de acuerdo-desacuerdo
(de 0 a 10) se pasaría al trabajo en pequeños grupos intentando alcanzar un triple acuerdo,
razonado.
• Tres que no. De ningún modo. En total desacuerdo.
• Tres que sí, que sí. Totalmente de acuerdo.
• Tres que sí y que no. Según y como.
Manifiesto:

Siempre es de gran ayuda el partir de un esquema o estructura común para el Manifiesto.


Es un estímulo para el pequeño grupo y es una referencia muy útil luego para el Manifiesto de
todos. Proponemos partir del consenso alcanzado con las frases anteriores y avanzar en la ela-
boración del Manifiesto siguiendo estas líneas u otras consensuadas previamente:

1.- Sintiéndonos Iglesia nos autodenunciamos por... confesamos nuestros pecados... y


pedimos perdón por...
2. Nos gustaría una Iglesia con estos "signos de esperanza"... con estos "signos de comu-
nión"... con estos "signos proféticos de anticipación"...
3.- Soñamos una Iglesia con una presencia en estos lugares... en lucha y compromiso real
18
por la paz y la justicia en...
4.- Proponemos... y nos comprometer nos a...

Sentido del trabajo

Como hemos señalado arriba lo que se pretende es descubrir y analizar nuestro sentido
de pertenencia a la Iglesia (referencia y pertenencia) y las actitudes que subyacen detrás de
nuestras palabras. No se debe perder de vista este objetivo, evitando el que el trabajo se con-
vierta en un diálogo superficial o banal, con tópicos y caminos que no llevan a ninguna parte.
En el análisis y comentario grupal descubriremos nuestra situación y seguramente una lla-
mada a cambiar de situación.
Todo esto aparecerá en el diálogo abierto después de que los diferentes grupos han mani-
festado a la Asamblea sus posturas de consenso.
El Manifiesto permitirá, finalmente, la precisión y concreción de propuestas y compromi-
sos.
ORACIÓN: LA IGLESIA ILUMINA NUESTRO CAMINAR

Acogida y ambientación.

Introducción:

Los hombres de hoy, decía, un pensador no hace mucho, necesitan descubrir que el dina-
mismo de su historia no es la competición, sino el encuentro.
El hombre de hoy parece que se mueve por estímulos exteriores, sin ellos su vida langui-
dece en la monotonía. Estamos, en nuestra vida, tan solicitados por tantas cosas, tan entreteni-
das, tan ocupados por tantos problemas, tan inquietos por tantos desasosiegos, que no tene-
mos tiempo para encontrarnos las personas. 19
Sin embargo, sabemos, por propia experiencia, lo fundamental que es para todo hombre
y toda mujer el encontrarse con alguien, el sentirse acogido. Es como tener nuestra propia carta
de identidad, pues en el encuentro, sincero y verdadero, nos sentimos alguien, nos sentimos
reconocidos en lo que tenemos de, singular y propio. Pero lo más difícil y urgente no es lo poco
que nos encontramos en la familia, en el matrimonio, entre amigos y vecinos. Es caer en la
cuenta de nuestra escasa disposición para el encuentro, es más, todos creemos que estamos dis-
puestos para el encuentro, si éste no acontece es por culpa del otro, es el otro el que se olvidó,
el que no supo callar, el que exageró, el que no supo comprenderme... la verdad es que con
esta actitud resulta imposible todo encuentro, puesto que no se trata tanto de que el otro me
encuentre, sino de que yo me haga encontradizo, o si quereis que el otro se sienta reconocido,
acogido...

Canto:

CRISTOTE NECESITA PAR A AMAR,


PARA AMAR CRISTO TE NECESITA PARA AMAR.
No te imp orten las razas ni el color de la piel;
ame a todos como hermanos y haz el bien (bis)
Al que vive a tu lado, dale amor, dale amor;
al que viene de lejos, dale amor.
Al amigo de siempre, dale amor, dale amor:
y el que no t e saluda,dale amor.

Miramos la realidad

Motivación:

Lector:
"Un hombre tenía dos hijos, y, al morir, dejó en herencia a cada uno la mitad
de su tierra. Ahora bien, uno de los hijos era rico, pero no tenía hijos; el otro era
pobre y tenía siete hijos. Aquella noche el hijo rico no podía reconciliar el sueño
pensando: "Mi padre se ha equivocado, porque yo soy rico y me ha dado la mitad
de su herencia, mientras que mí hermano es pobre y no tiene suficiente tierra para
sus siete hijos. Y se levantó y antes de que saliese el sol se puso en camino para
cambiar los linderos de la herencia, de modo que a su hermano lo quedase la parte
mayor. También el otro hijo, el pobre, estaba desvelado aquella noche y se decía:
"Mi padre se ha equivocado, pensó, porque yo tengo siete hijos mientras que mí
hermano está sólo. Y antes de la aurora salió al campo para correr los linderos para
que a su hermano le quedase la parte mayor de la tierra.
Al salir la aurora los dos hermanos se encontraron. Les digo que en aquel
lugar se levantará la casa del ENCUENTRO.

(Silencio-reflexión)

(Es un gran ideal, ¿pero nos parece un sueño, algo imposible? ¿Qué evoca en nosotros,
desde la realidad de nuestros encuentros y desencuentros ?desencuentros?)
20

Iluminados por la Palabra:

Motivación

Símbolo: Se introduce el cirio pascual o un cirio grande, estando en semi-oscuridad.

Canto:

CRISTO NOS DA LA LIBER TAD,


CRISTO NOS DA LA SALVACIÓN,
CRISTO NOS DA LA ESPERANZA,
CRISTO NOS DA EL AMOR.
C uando luche por la paz y la verdad, la encontraré;
cuando cargue con la cruz de los demás, me salvaré.
Dame, Señor, tu palabra, oye, Señor,mi oración.
Cuando sepa perdonar de corazón, tendré p erdón;
cuando siga los caminos del amor, veré al Señor.
Dame, Señor, tu palabra, oye, Señor,mi oración.
Cuando siembre la alegría y la amistad, vendrá el amor;
cuando viva en comunión con los demás,seré de D ios.
Dame, Señor, tu palabra, oye, Señor,mi oración.

Lector: Romanos 12, 9-18

Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien;


amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros;
con un celo sin negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor; con la ale -
gría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; com -
par tiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad. Bendecid a los
que os persiguen, no maldigáis. Alegraos con los que se alegran; llorad con los que
lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la alti -
vez; atraídos más bien por lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabi -
duría. Sin devolver a nadie mal por mal; procurando el bien ante todos los hombres:
en lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres;

(Silencio-oración)
Lector: San Juan 17, 21-26

No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su
palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti,
que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has
enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros
somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo
conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado
a mí. Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también con -
migo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado
antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo
te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a cono -
21
cer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me
has amado esté en ellos y yo en ellos. »

Comentario:

Gesto de participación: Se enciende dos velas del cirio pascual y se pasan, los que quie-
ran expresan alguna plegaria espontánea.

Plegaria:

Tú no quieres, Señor,
hacer nada sin nosotros.
Por eso crees en nosotros,
confías en nosotros
para hacer la vida
más agradable entre nosotros.
Quieres pasar a través de nosotros
para edificar aquello que nos une
y construir la paz.
Necesitas de nosotros
para levantar al caído
y para consolar al triste.
Cuentas con nosotros
para enseñar a los demás
a querer, a perdonar, a compartir.
Crees con todas tus fuerzas
en que nuestro corazón
es capaz de quererte a
Ti y a nuestros hermanos.
¡Qué grande eres, Señor,
teniendo tanta confianza en nosotros!
Canto:

1.Todos unidos, formando un solo cuer po,


un pueblo que en la Pascua nació
Miembros de Cristo, en sangre redimidos:
IGLESIA PEREGRINA DE DIOS.
Vive en nosotros, la fuerza del espíritu,
que el Hijo desde el Padre en vió
El nos empuja,nos guía y alimenta:

IGLESIA PEREGRINA DE DIOS.


SOMOS EN LA TIERRA, SEMILLA DE OTRO REINO,
SOMOS TESTIMONIO DE AMOR,
PAZ PARA LAS GUERRAS,Y LUZ PARA LAS SOMBRAS.
IGLESIA PEREGRINA DE DIOS
22
2. Rugen tormentas, y a veces nuestra barca,
parece que ha per dido el timón,
miras con miedo, no tienes confianza:
Iglesia peregrina de Dios.
Una esperanza nos llena de alegría:
presencia que el Señor prometió.
Vamos c antado, el viene con nosotros .
Iglesia peregrina de Dios.

3.Todos nacidos en un solo bautismo,


unidos en la misma comunión.
todos viviendo en una misma casa,
Iglesia peregrina de Dios.
Todos prendidos en una misma suerte,
ligados a la misma salvación.
somos un cuerpo, y Cristo es la cabeza.
Iglesia peregrina de Dios.

CATECISMO

777.- La palabra "Iglesia" significa "convocación". Designa la asamblea de


aquellos a quienes convoca la palabra de Dios para formar el Pueblo de Dios y que,
alimentados con el Cuerpo de Cristo, se convierten ellos mismos en Cuerpo de Cristo.
778.- La Iglesia es a la vez camino y término del designio de Dios: prefigurada en
la creación, preparada en la Antigua Alianza, fundada por las palabras y las obras de
Jesucristo, realizada por su Cruz redentora y su Resurrección, se manifiesta como
misterio de salvación por la efusión del Espíritu Santo. Quedará consumada en la glo-
ria del cielo como asamblea de todos los redimidos de la tierra (Ap. 14, 4).
779.- La Iglesia es a la vez visible y espiritual, sociedad jerárquica y Cuerpo
Místico de Cristo. Es una, formada por un doble elemento humano y divino. Ahí está su
Misterio que sólo la fe puede aceptar.
780.- La Iglesia es, en este mundo, el sacramento de la salvación, el signo y el
instrumento de la Comunión con Dios y entre los hombres.
Tema 2

¿POR QUÉ LLAMAMOS A LA IGLESIA PUEBLO DE DIOS, CUERPO DE


CRISTO Y TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO?

23

Eran constantes en escuchar


la enseñanza de los apóstoles,
en la vida común, en la frac -
ción del pan y en las oracio -
nes.
(Hechos 2, 42)

INTRODUCCIÓN

La Iglesia en las diferentes épocas ha sido designada de diferentes maneras: redil, labran-
za o campo de Dios, construcción de Dios, Jerusalén celeste, esposa de Cristo... (L. G. nº: 6), cada
una de las expresiones supone subrayar un aspecto de ella. Decir de la Iglesia que es Pueblo
de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo expresa y subraya el origen de la Iglesia
en el Dios uno y trino.
Para profundizar en este tema nos podemos acercar a un texto impresionante del Concilio
Vaticano II: La constitución dogmática “Lumen Gentium”. En ésta, el Concilio habla sobre la
Iglesia y el capítulo 2 es titulado “El pueblo de Dios”.
Los cristianos sabemos, porque así lo hemos descubierto en Jesús, que Dios quiere que
todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad (1ª Tim.2, 4-6). Esa voluntad
de Dios le ha llevado a darse a conocer a la humanidad, a revelarse. Dios ha salido al encuen-
tro de los hombres y lo ha hecho acercándose a gente concreta y a un pueblo concreto, es lo
que llamamos la historia de la Salvación. Esa historia llega a su momento culminante en Jesús
(Heb. 1, 1-4). Y continua haciéndose realidad en la Iglesia.
Profundizando en esta historia podemos conocer mas y mejor a nuestro Dios, y por tanto
descubrir que nos quiere decir. Todo en la historia de la Salvación nos habla de Dios y de nos-
otros.
Pueblo de Dios:

“Quiso, sin embargo, Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aisla-
dos entre sí, sino constituirlos en un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santa-
mente. Eligió como pueblo suyo el pueblo de Israel, con quien estableció una alianza, y a quien
instruyo gradualmente manifestándole a Sí mismo y sus divinos designios a través de su histo-
ria, y santificándolo para Sí.” (L. G. nº: 9)
Pueblo, alianza, historia forman parte del empeño de Dios. Dios se da a conocer en la
historia de un pueblo concreto, Israel, con el que hace una Alianza. (Éx. 19-24). El pueblo aban-
dona la alianza. Ese empeño de Dios, que se ve roto, Dios no lo abandona y hace surgir en
los profetas el anuncio de una alianza nueva, que será universal. En esa alianza nueva el amor
de Dios opera una trasformación intima de su pueblo, una renovación del corazón (Jer. 31,
24 33;32,40; Ez. 36,26), y que abarcara a todos los pueblos (Is Si. 55,3-5), actuando el Siervo pacien-
te de Yahveh como mediador universal de la salvación (Is. 42, 6; 49, 6) . El pueblo de Israel se lla-
maba ya Iglesia (Esd 13,1; Num 20,4; Dt 23,1ss.)
El Nuevo Testamento aporta como mensaje esencial la idea de que Dios ha realizado en
Jesucristo la nueva alianza prometida por los profetas. Por esa Alianza nueva nace el nuevo y
definitivo pueblo de Dios. Un pueblo que ya no esta limitado a la sangre, a la raza sino que es
universal.
Nueva alianza que estableció Cristo, es decir, el Nuevo Testamento en su sangre (1ª Cor.,
11,25), convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles que se condensara en unidad
no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera un nuevo Pueblo de Dios. (L. G. nº: 9)
El pueblo se constituye como tal, por que ha sido congregado, convocado, adquirido por
el mismo Dios, para ser un pueblo. El pueblo de Dios.
El designar a la Iglesia como Pueblo de Dios, es algo que enlaza y expresa la continui-
dad con toda la historia de Salvación. Y a la vez apunta a la radical novedad que supone este
nuevo pueblo de Dios que es universal. El Vaticano II al hablar de la Iglesia como Pueblo de
Dios subraya la unidad e igualdad de todos los miembros de La Iglesia, que se funda en la fe
y el bautismo. Un pueblo formado por personas de todas las naciones, y al que todos están
invitados. Superando todo individualismo, exclusivismo, nacionalismo (Gal. 3, 28). La Iglesia
como Pueblo de Dios, no se puede reducir al concepto común de una comunidad con una his-
toria, cultura, lengua que lo hace surgir. El origen de este pueblo esta en la elección de Dios,
en su llamada. La pertenencia a este pueblo no es por nacimiento (a lo que hace referencia la
expresión “según la carne” ) sino por la fe y el bautismo (a lo que hace referencia la expresión
“nacer de nuevo” “la vida nueva del Espíritu” ).
Pues los que creen en Cristo, renacidos del germen no corruptible, sino incorruptible, por
la palabra del Dios vivo (1ª Pe. 1, 23), no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo (Jn., 3,
5-6), son hechos por fin "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo de adquisición
... que en un tiempo no era pueblo, y ahora Pueblo de Dios" (Pe. 2,9-10) (L. G. nº: 9)
Ahora bien, este Pueblo de Dios esta formado por comunidades concretas, que viven en
lugares y culturas concretas en las que se tiene que encarnar. Pero no se puede, no se debe,
atar ni condicionar a ninguna forma particular de cultura, de sistema político, económico,
social. Abrazando a todos los pueblos, culturas, razas y clases debe ser signo e instrumento de
unidad y de paz para la humanidad entera.
Los pueblos se rigen por leyes, por tradiciones. El pueblo de Dios es otra cosa.
La identidad de este pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos
corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Su ley es el mandamiento nuevo: amar
como el mismo Cristo nos amó. Su destino es el Reino de Dios... (L. G. nº: 9)
De esta manera, Dios continua haciendo presente su plan de Salvación para todos, y la
Iglesia aparece como Pueblo mesiánico de Dios, signo de esperanza para todos los pueblos.
Sabiendo que somos un pueblo en camino, peregrinos y que todavía no vivimos en plenitud
esta voluntad de Dios de hacer de toda la humanidad un pueblo.
Aquel pueblo mesiánico, por tanto, aunque de momento no contenga a todos los hom-
bres, y muchas veces aparezca como una pequeña grey es, sin embargo, el germen firmísimo
de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano. (L. G. nº: 9)

Cuerpo de Cristo:

25
El Hijo de Dios, encarnado en la naturaleza humana, redimió al hombre y lo transformó
en una nueva criatura (Gal. 6,15; 2ª Cor. 5,17), superando la muerte con su muerte y resurrección.
A sus hermanos, convocados de entre todas las gentes, los constituyó místicamente como su
cuerpo, comunicándoles su Espíritu. (L. G. nº: 7.)
Esta es una imagen que utiliza S. Pablo en algunas de sus cartas. 1ª de Corintios
Romanos, Efesios y Colosenses. Es una imagen que aparecía en la antigüedad aplicada a los
pueblos y estados, en referencia la necesidad de vivir en sociedad, y la de necesidad mutua de
los diferentes miembros. S. Pablo aprovecha esta imagen y la utiliza dándole nuevas dimen-
siones y profundidad.
S. Pablo habla de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. No como cuerpo en si mismo, sino
como cuerpo de la Iglesia que no nace de la cooperación de sus miembros, la Iglesia existe
enteramente por Jesucristo. Solo por Él y en Él somos miembros de su cuerpo.
Esto mismo lo dijo Jesús utilizando otra imagen, la de la vid y los sarmientos (Jn.15, 1-17).
En la imagen del cuerpo se habla de la importancia de todos los miembros. Son distintos
y distinta su función, pero todos importantes e insustituibles. De la necesaria armonía y de la
implicación que tiene para todos el estado de cada uno (1ª Cor. 12, 26 ). Todo esto nos habla de
la Iglesia, de cómo es por esencia y de cómo debe vivir para ser fiel. Y en ese cuerpo la cabe-
za es Cristo, de manera clara y rotunda. La Iglesia hace presente a Cristo, es lo que se ha lla-
mado en la tradición cristiana cuerpo místico de Cristo (L. G. nº: 7). Él es principio y fin de todo.
En este cuerpo tiene un protagonismo especial el Espíritu. No los miembros sino aquel que los
vivifica.
Uno mismo es el Espíritu que distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia,
según sus riquezas y la diversidad de los ministerios (1ª Cor. 12, 1-11). Unificando el cuerpo, el
mismo Espíritu por sí y con su virtud y por la interna conexión de los miembros, produce y urge
la caridad entre los fieles. Mas para que incesantemente nos renovemos en Él (Ef., 4,23), nos con-
cedió participar en su Espíritu, que siendo uno mismo en la Cabeza y en los miembros, de tal
forma vivifica, unifica y mueve todo el cuerpo, que su operación pudo ser comparada por los
Santos Padres con el servicio que realiza el principio de la vida, o el alma, en el cuerpo huma-
no. (L. G. nº: 7)
Cuando hablamos de Cuerpo de Cristo, nos pueden venir a la cabeza tres dimensiones
distintas. La primera y originaria es el propio Jesucristo con su cuerpo histórico. La segunda es
el misterio de la Eucaristía, el mismo Jesús nos dejó (haced esto en memoria mía) en este sacra-
mento su carne y sangre para ser recibido (Tomad y comed, y bebed). Y esta comunión ali
menta nuestra fe y nos ayuda a crecer para vivir en plenitud el misterio de comunión que es la
Iglesia, Cuerpo de Cristo. Todo esto nos ha de llevar a contemplar al mismo Jesús presente en
el Evangelio, en la Eucaristía y en la vida de los hermanos, en la Iglesia.
Por todo esto la Iglesia participa de la triple misión de Cristo, profeta, sacerdote y rey.
Así, la edificación y el crecimiento del Cuerpo de Cristo se lleva a cabo por la predicación de
la palabra de Dios, por la celebración de los sacramentos, especialmente del Bautismo y de la
Eucaristía, y por el ministerio pastoral.

Templo del Espíritu Santo:

Para el mundo antiguo, el templo significaba el lugar de la presencia activa de Dios en el


mundo. Israel se caracterizó durante largo tiempo por no tener templo alguno; Dios estaba pre-
26
sente en medio de su pueblo en su camino por el desierto. Así, también el Nuevo Testamento
puede describir a la Iglesia, o bien, a la comunidad concreta, como templo, como lugar de la
presencia de Dios y de Jesucristo. “Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18, 20). La Iglesia no es, por tanto, un edificio de piedras muer-
tas, sino un edificio espiritual de piedras vivas, cuya piedra angular es Jesucristo.
Dios y Jesucristo se hacen presentes en el Espíritu Santo. Por el Espíritu Santo somos el
Pueblo de Dios de la nueva Alianza. Por un solo Espíritu somos también un cuerpo en Cristo.
En este sentido Pablo puede decir:
“¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”
1ª Cor. 3,16

Si la estructura externa de la Iglesia es templo y morada del Espíritu Santo, se puede afir-
mar también que el Espíritu Santo es como el alma en el cuerpo, es decir, el principio vital de
la Iglesia.
La imagen de un templo, de una construcción aplicada a la Iglesia tiene unas connota-
ciones muy interesantes (1ª Cor. 3, 10-17). Da pie a dejar claro lo importante de los cimientos (los
apóstoles y los profetas), la piedra angular (Cristo), lo necesario de las piedras numerosas y
distintas, y la dignidad del edificio por quien lo alberga. También queda apuntada la respon-
sabilidad de cada uno “¡Mire cada cual como construye!” y que a la vez entre todos formamos
el templo, somos parte activa, piedras vivas.
Edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo
mismo, en quien toda edificación queda bien trabada se eleva hasta formar un templo santo
en el Señor, en quien también vosotros estáis siendo juntamente edificados, hasta ser morada
de Dios en el Espíritu. Ef. 2, 20-22
Este templo no esta terminado, no es algo rígido, acabado de manera definitiva. S. Pablo
dice a la comunidad cristiana de Éfeso: “estáis siendo, vosotros, edificados”. La pertenencia a
esta construcción es algo vital, algo activo en la vida del creyente. Depende de la actitud, de la
respuesta de cada creyente que “esta piedra”, que es cada uno, este bien trabada en toda la
construcción. Que sea parte viva y activa en este edificio.
Concluyendo:

Estas tres formas de designar a la Iglesia, son muy comunes en el ámbito de la teología
y expresan muy bien el origen de la Iglesia en el Dios uno y trino.
En las tr es queda subrayado la centralidad, el protagonismo, la iniciativa de Dios. Pueblo
de..., Cuerpo de..., Templo de... No se puede entender nada sin Dios. No habría nada de esto
sin la iniciativa y la presencia de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Estas imágenes nos ponen en tensión. La Iglesia es Pueblo, Cuerpo y Templo. Todo esto
por voluntad del mismo Dios, porque es Él quien nos llama y lo realiza. Pero esto que es volun-
tad de Dios se ha de realizar en nuestra vida, con la aportación de cada uno. No podemos
olvidar que nosotros estamos en camino, marcados por la debilidad. Esto no hay mas que verlo
en toda la historia de la Salvación, en la misma historia de la Iglesia. A veces nuestra vida no
27
es signo, ni aporta lo que debiera a la comunión que necesita el Pueblo, el Cuerpo, el Templo.
Estas imágenes implican de lleno a la Iglesia en el proyecto de Dios para toda la humanidad,
la hacen participe de la misión de Cristo (Sacerdote, Profeta y Rey), y todo ello posible gracias
a la presencia del Espíritu Santo.
Estas imágenes nos llenan de esperanza por que nos apuntan a lo que estamos llamados.
Nos hacen saborear algo que ya es realidad en nosotros, aunque sea en germen y por don de
Dios. Y nos enseñan que ya se va cumpliendo. Empezando por Jesús y continuando por los san-
tos.
Porque Jesús, El Señor, el rey de la gloria, vencedor del pecado y de la muerte,
ha ascendido ante el asombro de los ángeles a lo mas alto del cielo, como media-
dor de vivos y muertos. No se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que
ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su
Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino.
Prefacio I de la Ascensión del Señor.
La realidad que estas imágenes referidas a la Iglesia se concretan en la Iglesia universal
y en la particular. La Iglesia, nuestra Iglesia diocesana, nuestra parroquia de ...... es y esta lla-
mada a ser Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Es porque así lo quie-
re Dios, manifestado por Jesús y lo realiza por el Espíritu Santo. Y esta llamada a ser, porque
nos sabemos pecadores y estamos en camino y estamos llamados a responder con fidelidad a
la misión y a la llamada de Dios.
Es porque lo realiza ya el Espíritu Santo en ella, especialmente a través de los sacramen-
tos.
Llamada a ser porque nuestra respuesta, por lo general, no es ni total ni definitiva.
ACTIVIDAD: UNA EXPERIENCIA DE CONTEMPLACIÓN

Una experiencia de contemplación:

Sería interesante acercarse un día a la Eucaristía en nuestra parroquia con la intención


de descubrir al pueblo de Dios, al Cuerpo de Cristo y al Templo del Espíritu Santo allí reunido.
• ¿Qué vemos?
• Probablemente una comunidad pequeña, según el horario con mas o menos ganas, con
muchas limitaciones, con gente muy diversa, gente que....
• Al terminar esta lista descriptiva, cabe preguntarnos ¿Cómo he mirado? ¿Con qué ojos?
• Volver a contemplar procurando mirar con los ojos de la fe. Y descubrir el milagro de
la comunión aunque sea precaria. Ver a gente que tiene vidas totalmente ajenas y escuchan la
28
misma Palabra de Dios, y reciben la misma Eucaristía. Participan de un mismo proyecto e iden-
tidad...
• Preguntarnos en que ámbitos se produce algo igual o parecido.
• Contemplar el misterio de comunión al que estamos llamados por Dios.

Un ejemplo plástico:

Elegir una de estas imágenes aplicadas a la Iglesia. Intentar describirla por elementos
(partes de un edificio, del cuerpo, lo que identifica a un pueblo), se puede dibujar, construir,
escribir.....
Procurar descubrir en nuestra comunidad parroquial todos los elementos y concretar:
P.ej.: cabeza, corazón, brazos y manos, piernas y pies,....
La cabeza en este cuerpo es Cristo, el corazón la celebración de la Eucaristía y la ora-
ción de la comunidad, los brazos y manos la gente que trabaja en caritas, la que sirve en la
limpieza, la boca los catequistas, el sacerdote que anuncian......
Aquí cabe una reflexión de lo que de hecho es y lo que debiera ser.

Un trabajo de investigación:

Analizar la vida de nuestro pueblo, barrio,... señalar las señas de identidad. Buscar los
elementos de unión, de cohesión que se dan en nuestro pueblo, en nuestra sociedad. Luego
hacer lo mismo con nuestra Comunidad Parroquial. Descubrir diferencias, puntos de encuen-
tro.
Darnos cuenta hasta que punto estamos llamados a ser distintos, hasta que punto no
podemos entender la Iglesia sin tener muy presente lo que hemos estado viendo en este tema.
El protagonismo de Dios, su proyecto, su llamada.
ORACIÓN: TODOS SOMOS IGLESIA

1ª Propuesta:

Se podría preparar una celebración de la Eucaristía. Utilizando la Plegaria Eucarística


V/d. Y en ella se podría subrayar todo lo hablado en este tema y cómo se hace realidad en la
celebración.

2ª Propuesta:

Se puede preparar: Un montón de piedras, que sean bien distintas en tamaño, color,...
29
Al empezar que cada uno tenga una piedra, que la mire... ¿Qué harías con ella? ¿Qué
te sugiere?... Compartir... puede ser para lanzar, para construir...

Empezamos con la Señal de la Cruz, estamos reunidos en su nombre, somos Templo del
Espíritu.
“Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”
(Mt.18, 20).

Proclamamos el texto: (1ª Cor. 3, 10-17).

Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, yo, como buen arquitecto,
puse el cimiento, y otro construye encima. ¡Mire cada cual cómo construye! Pues
nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo. Y si uno construye
sobre este cimiento con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra
de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el día que ha de revelarse por
el fuego. Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego. Aquél, cuya
obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa. Mas aquél, cuya
obra quede abrasada, sufrirá el daño. Él, no obstante, quedará a salvo, pero como
quien pasa a través del fuego. ¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el
Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le
destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santua -
rio.

Dejamos momentos para compartir. Y cada uno aporta su piedra al centro con las que
podemos dibujar una cruz. Es un momento para pedir perdón por las veces que no construyo,
que no aporto... o momento para dar gracias por la comunidad o por aquello que recibo...

Para terminar rezamos juntos:

Te damos gracias, Padre de bondad,


y te glorificamos, señor, Dios del Universo,
porque no cesas de convocar
a hombres de toda raza y cultura,
Por medio del Evangelio de tu Hijo
y los reúnes en un solo cuerpo,
que es la Iglesia.
Esta Iglesia vivificada por tu Espíritu,
resplandece como signo de la unidad
de todos los hombres,
da testimonio de tu amor en el mundo
y abre a todos las puertas de la esperanza.
De esta forma se convierte
en un signo de fidelidad a la alianza,
que has sellado con nosotros para siempre.
Haz que nuestra Iglesia de Valéncia
se renueve constantemente a la luz del Evangelio
30 y encuentre siempre nuevos impulsos de vida;
consolida los vínculos de unidad
entre los laicos y los pastores de tu Iglesia,
en nuestro obispo y sus presbíteros y diáconos,
entre todos los obispos y el Papa;
que la Iglesia sea, en medio de nuestro mundo,
dividido por las guerras y discordias,
instrumento de unidad, de concordia y de paz.
Plegaria Eucarística V/d

CATECISMO

802.- "Cristo Jesús se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniqui-
dad y purificar para sí un pueblo que fuese suyo" (Tt. 2, 14).
8 03.- "Voso tro s sois linaje elegido, sacerdocio real, nació n s anta, pueb lo
adquirido" (1ª P 2, 9).
804.- Se entra en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo. "Todos los hombres
están invitados al Pueblo de Dios" (LG 13), a fin de que, en Cristo, "los hombres cons-
tituyan una sola familia y un único Pueblo de Dios"(AG 1).
805.- La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Por el Espíritu y su acción en los sacra-
mentos, sobre todo en la Eucaristía, Cristo muerto y resucitado constituye la comuni-
dad de los creyentes como Cuerpo suyo.
806.- En la unidad de este cuerpo hay diversidad de miembros y de funciones.
Todos los miembros están unidos unos a otros, particularmente a los que sufren, a los
pobres y perseguidos.
807.- La Iglesia es este Cuerpo del que Cristo es la Cabeza: vive de Él, en Él y por
Él: Él vive con ella y en ella.
808.- La Iglesia es la Esposa de Cristo: la ha amado y se ha entregado por ella. La
ha purificado por medio de su sangre. Ha hecho de ella la Madre fecunda de todos los
hijos de Dios.
809.- La Iglesia es el Templo del Espíritu Santo. El Espíritu es como el alma del
Cuerpo Místico, principio de su vida, de la unidad en la diversidad y de la riqueza de
sus dones y carismas.
810.- "Así toda la Iglesia aparece como el pueblo unido por la unidad del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo (San Cipriano)" (LG 4).
Tema 3

¿POR QUÉ DECIMOS QUE LA IGLESIA ES UNA,


SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA?.

Yo el prisionero por el Señor os 31


ruego que andéis como pide la voca -
ción a la que habéis sido convoca -
dos. Sed siempre humildes y ama -
bles, sed comprensivos; sobrelle -
vaos mutuamente con amor, esfor -
zaos en mantener la unidad del
Espíritu, con el vínculo de la paz.
(Efesios 4, 1-3)

INTRODUCCIÓN

Cuando los cristianos, en el Credo, proclamamos nuestra fe, afirmamos que la Iglesia se
caracteriza por estos calificativos. Son las “notas” de la Iglesia. No describen solamente la
Iglesia exter na, sino que indican la verdad de su misterio.

IGLESIA UNA

La Iglesia es comunión

La fuente de la unidad de la Iglesia queda expresada en la carta de Pablo a los Efesios:


“Uno solo es el cuerpo, como uno solo es el Espíritu, tal como es único lo que
esperáis de parte de quien os ha llamado. Uno solo es el Señor, una sola la fe, único
el bautismo. Uno solo es el Dios y Padre de todos, que está por encima de todo, que
actúa y está presente en todos” (Ef. 4, 4-6).
Así, la Iglesia afirma que su unidad no nace de ella misma, sino que la recibe como un
don del Espíritu Santo.
Esta unidad queda visiblemente expresada en el bautismo que hace de todos los discípu-
los de Jesús un solo pueblo. La Eucaristía, sacramento de la unidad, fortifica, construye y res-
taura continuamente esta comunión de los creyentes, manteniéndolos unidos con “los lazos de
la caridad”. El ministerio apostólico, el servicio de los obispos, de los sacerdotes y de los diá-
conos, es servicio de la comunión eclesial.
La unidad no consiste en una buena organización o en una sólida disciplina, sino que hay
que situarla a nivel de “comunión”. Comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo, en el
Espíritu, y comunión de los discípulos entre ellos en la caridad.
Esta unidad se manifiesta de forma privilegiada en la comunión de los obispos entre ellos
y con el sucesor de Pedro, a quien es confiada la autoridad sobre la Iglesia universal.

Los carismas en la vida de la Iglesia


32

La unidad de la Iglesia es rica en variedad de carismas, la cual corresponde a la diversi-


dad de los dones de Dios. Los carismas son unas gracias particulares para la edificación del
Pueblo de Dios.
San Pablo describe la variedad de carismas (1ª Cor. 12, 1-30) y subraya que es en benefi-
cio de todos en el interior de la única Iglesia. Ya que todos proceden del mismo y único Espíritu.

IGLESIA SANTA

La santidad atribuida a la Iglesia es un calificativo que puede suscitar algún malestar entre
muchas personas de nuestro tiempo. Debido a muchas mediocridades presentes a lo largo de
toda la historia de la Iglesia.
De entrada, hay que señalar que la santidad no significa perfección moral, sino el hecho
de ser separado y pertenecer a Dios. La santidad de la Iglesia forma parte de su más íntima
naturaleza. La Iglesia es santa porque tiene su origen en Dios que es santo. Es santa porque se
mantiene estrechamente unida a Cristo y está animada por el Espíritu que no le falla. Es santa
por su Credo, por sus sacramentos, por los ministerios que le permiten cumplir su obra.
La santidad de la Iglesia suscita la santidad de sus miembros. La Iglesia manifiesta en el
mundo que la fe que ella profesa es capaz de producir auténticos frutos de santidad. Estos que-
dan manifestados en el incontable número de santos insignes que conocemos.
Al mismo tiempo, la Iglesia no deja nunca de implorar para ella misma la misericordia y
de escuchar la llamada a la conversión. Sabe, en efecto, que sus miembros son pecadores.

Vocación común a la santidad

En la Iglesia, todos somos llamados a la santidad. Toda persona bautizada debe irradiar
el Reino de Dios con la santidad de su vida. Los creyentes responden a esta llamada con la fide-
lidad a su bautismo, “perseverando en la plegaria y alabanza a Dios, entregando su vida y su
persona como víctima viva, santa, agradable a Dios” por Cristo, con él y en él, en la unidad
del Espíritu Santo, para gloria de Dios Padre.
Esta santidad se traduce en caridad, don de Dios que es Amor. Caridad hacia los her-
manos, pero también hacia cada uno de los hombres, amados con el amor con que Dios
mismo los ama.
IGLESIA CATÓLICA

San Ignacio de Antioquia fue el primero, a inicios del siglo II, que usó el nombre “católi-
co” para designar a la Iglesia: “Allí donde está Cristo Jesús, allí está la Iglesia Católica” (Car ta
a los cristianos de Esmirna, nº: 2).
El término católico se usa a menudo en un sentido confesional para designar exclusiva-
mente al conjunto de cristianos unidos al Papa. Eso se explica por la historia, ya que antigua-
mente se designaba como católica la gran Iglesia extendida por todo el mundo, que vivía en
comunión de Iglesias particulares (unidas entre ellas y con la Sede Apostólica de Roma), y se
diferenciaba de las comunidades locales que querían ser autónomas y ligadas a un solo pue-
blo.
El adjetivo proviene de un nombre griego que a veces se traduce por “universal”. Pero
33
“universal” no expresa todo el contenido del nombre “católico”, que comporta un sentido más
rico y concreto.
De hecho, el adjetivo “católico” evoca primeramente la expansión geográfica: la Iglesia
es destinada a extenderse a todas las naciones (en este sentido, ella tiene vocación universal).
Pero el nombre evoca, sobretodo, la “plenitud de gracia y de verdad” (U R 3) que ha sido con-
fiada a la Iglesia, desde el día de Pentecostés, y que le permite evangelizar. La catolicidad de
la Iglesia se manifiesta en la capacidad que tiene de acoger en su diversidad las aspiraciones
y las situaciones de los hombres, de reunir en la unidad, sin rebajarlas, la inmensa variedad
de culturas y realidades humanas, tanto individuales como sociales.

La Iglesia católica manifestada en las Iglesias particulares

La Iglesia no existe más que realizada en lugares diversos, en medio de los pueblos de la
tierra, donde están establecidas las Iglesias particulares. Estas se han formado “a imagen de la
Iglesia universal, en las cuales y por las cuales existe la Iglesia católica, una y única” (L. G. nº:
23).
Y, al contrario, las Iglesias particulares sólo pueden existir auténticamente si mantienen
una plena relación con la Iglesia universal de la cual son, en un lugar determinado, la imagen
y la realización. Esta relación implica la comunión de cada una de las Iglesias particulares con
las otras Iglesias y, en primer lugar, con la Iglesia de Roma. Al servicio de la Iglesia universal,
el sucesor de Pedro “preside en la caridad”. Por su ministerio apostólico, asegura la cohesión
de la fe y la comunión entre las iglesias particulares.
IGLESIA APOSTÓLICA

La Iglesia es apostólica porque procede de la misión confiada por Jesús a sus apóstoles y
porque acoge con la obediencia de la fe la revelación que los apóstoles le han transmitido. Ella
siente la responsabilidad de transmitir de generación en generación, bajo el impulso del
Espíritu Santo, esta revelación consignada en la Escritura.

Una fe apostólica

La Iglesia es apostólica porque su misma fe es apostólica, es decir, r ecibida de los após-


toles. La fe apostólica es un bien y una responsabilidad, compartidos por el conjunto de los
miembros del Pueblo de Dios.
34
La Iglesia también es apostólica por el hecho de ser reunida y gobernada por los “suce-
sores de los apóstoles” que son los obispos (L. G. nº: 22).
La historia de la Iglesia da testimonio de la sucesión ininterrumpida del ministerio apos-
tólico de los obispos, al mismo tiempo que de la preocupación continua por la transmisión fiel
de la fe recibida de los apóstoles.
Esta “sucesión apostólica”, es decir, la sucesión de los obispos en la tarea confiada por
Jesús a los apóstoles, está al servicio de la continuidad apostólica de toda la Iglesia. Esta fun-
ción es ejercida por cada obispo en el sí de la Iglesia particular confiada a su responsabilidad.
Pero también se ejerce colegialmente, es decir, que todo obispo participa en unión con el Papa
y los otros obispos, en la responsabilidad apostólica de la Iglesia universal.
ACTIVIDAD: CARTA A DIOS

1. Leed con atención la siguiente carta que ha escrito un joven. Es anónima y en un tono
de oración.
2. Se puede entregar una copia a cada uno de los miembros que participe. Comentadla
en el grupo y resaltad las ideas más importantes.
3. Podríais escribir una carta cada uno dirigida a Dios, escribiendo aquello que más
necesitamos en nuestras comunidades cristianas, para que la verdadera Iglesia de Jesús, viva
cada día con más unidad, siendo santa, católica y apostólica.
4. Las cartas han de ser anónimas. Concluimos la actividad intercambiando las cartas y
cada uno leyendo la que le ha correspondido.
35
Soy tuyo, Señor, porque soy oveja de tu rebaño. Hazme caer en la cuenta de que te per-
tenezco a ti precisamente porque soy miembro de tu pueblo en la tierra. No soy un individuo
aislado, no tengo derecho a reclamar atención personal, no me salvo solo. Es verdad que tú,
Señor, me amas con amor personal, cuidas de mí y diriges mis pasos uno a uno; pero también
es verdad que tu manera de obrar entre nosotros es a través del grupo que has formado, del
pueblo que has escogido. Te gusta tratar con nosotros como un pastor con su rebaño. El pas-
tor conoce a cada oveja y cuida personalmente de ella, con atención especial a la que lo nece-
sita más en cada momento; pero las lleva juntas, las apacienta juntas, las protege en la unidad
de su rebaño. Así haces tú con nosotros, Señor.
Haz que me sienta oveja de tu rebaño, Señor. Haz que me sienta responsable, sociable,
amable, hermano de mis hermanos y hermanas y miembro vivo del género humano. No me
per mitas pensar ni por un momento que puedo vivir por mi cuenta, que no necesito a nadie,
que las vidas de los demás no tienen nada que ver con la mía... No permitas que me aísle en
orgullo inútil o engañosa autosuficiencia, que me vuelva solitario, que sea un extraño en mi pro-
pia tierra...
Haz que me sienta orgulloso de mis hermanos y hermanas, que aprecie sus cualidades y
disfrute con su compañía. Haz que me encuentre a gusto en el rebaño, que acepte su ayuda y
sienta la fuerza que el vivir juntos trae al grupo, y a mí en él. Haz que yo contribuya a la vida
de los demás y permita a los demás contribuir a la mía. Haz que disfrute saliendo con todos a
los pastos comunes, jugando, trabajando, viviendo con todos. Que sea yo amante de la comu-
nidad y que se me note en cada gesto y en cada palabra. Que funcione yo bien en el grupo,
y que al verme apreciado por los demás yo también les aprecie y fragüe con ellos la unidad
común.
Soy miembro del rebaño, porque tú eres el Pastor. Tú eres la raíz de nuestra unidad. Al
depender de ti, buscamos refugio en ti, y así nos encontramos todos unidos bajo el signo de tu
cayado. Mi lealtad a ti se traduce a todos los miembros del rebaño. Me fío de los demás, por-
que me fío de ti. Amo a los demás, porque te amo a ti. Que todos los hombres y mujeres apren-
damos así a vivir juntos a tu lado.
<Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su
rebaño>
ORACIÓN: EL FUNDAMENTO DE LA IGLESIA

Canto: Iglesia peregrina.

Ambientación.

- Ha brá cua tro cartulina s grandes las pa labras: UN A, SAN TA, CATÓLICA y
APOSTÓLICA.
- Delante de cada una de las cartulinas una pequeña vela que ilumine a cada una de
ellas.

36 Monición:

Vamos a tener un tiempo para reflexionar y hacer oración sobre estos cuatro pilares (Una,
Santa, Católica y Apostólica) que definen a la Iglesia, nuestra Iglesia. Ella es nuestra segunda
casa, en ella recibimos la fe y en ella vivimos como comunidad de hermanos el amor de Dios.
La Iglesia nos acoge y en ella nos encontramos con aquel que es nuestro Dios. Vivamos con
fidelidad ese encuentro generoso con Dios en la Iglesia.

Palabra de Dios Efesios 4, 1-6

Así pues, yo, el prisionero por el Señor os ruego que andéis como pide la
vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed
comprensivos; sobrellevaos mutuamente con amor, esforzaos en mantener la unidad
del Espíritu, con el vínculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu. Uno solo
es el cuerpo y uno solo el Espíritu, como también es una la esperanza que encierra
la vocación a la que habéis sido llamados; un solo Señor, una fe, un bautismo; un
Dios que es Padre de todos, que está sobre todos y habita en todos.
Dinámica:

Vamos leyendo las preguntas y las vamos contestando. A continuación encendemos la


vela y dejamos un tiempo de reflexión personal. Se puede dejar un tiempo para compar tir algu-
na petición, oración o reflexión a cada una de ellas

¿POR QUÉ DECIMOS


QUE LA IGLESIA ES UNA?

Porque el Espíritu Santo une a los cristianos en


37
Cristo, el único Señor, a fin de que, unidos en
la fe, la esperanza y el amor, formen la fami-
lia de los hijos de Dios, único Padre de todos.

¿POR QUÉ DECIMOS


QUE LA IGLESIA ES SANTA?

Porque ya es perfectamente santa en Jesús y


en los santos del cielo, porque aquí, en la tie-
rra, tiene los medios para santificar a los
hombr es; y porque muchos de sus hijos llevan,
ya en la tierra, una vida santa.

¿POR QUÉ DECIMOS


QUE LA IGLESIA ES CATÓLICA?

Porque ha sido establecido por Jesucristo,


para que hasta el fin del mundo lleve la salva-
ción a todos los hombres, de todos los pueblos
y de todas las culturas; y porque profesa,
enseña y comunica toda la verdad de Jesús.

¿POR QUÉ DECIMOS


QUE LA IGLESIA ES APOSTÓLICA?

Porque se fundamenta sobre los Apóstoles que


Jesús eligió y envió.
Decimos todos juntos:

<Esta es la única Iglesia de Cristo,


que profesamos en el Símbolo
como una, santa, católica y apostólica.
Nuestro salvador,
después de su resurrección,
la entregó a Pedro para que la apacentara,
confiándole a él y a los demás apóstoles
su difusión y gobierno,
y la erigió para siempre
como columna y fundamento de la verdad.
Esta iglesia,
38 constituida y ordenada en este mundo como una sociedad,
permanece en la Iglesia Católica,
gobernada por el sucesor de Pedro
y por los obispos en comunión con él,
aunque puedan encontrarse fuera de ella
muchos elementos de santificación y de verdad
que, como dones propios de la Iglesia de Cristo,
inducen a la unidad católica>.
(Constitución sobre la Iglesia nº: 8)

Canto

CATECISMO

866.- La Iglesia es una: tiene un solo Señor; confiesa una sola fe, nace de un solo
Bautismo, no forma más que un solo Cuerpo, vivificado por un solo Espíritu, orienta-
do a una única esperanza (Ef. 4, 3-5) a cuyo término se superarán todas las divisio-
nes.
867.- La Iglesia es santa: Dios santísimo es su autor; Cristo, su Esposo, se entre-
gó por ella para santificarla; el Espíritu de santidad la vivifica. Aunque comprenda
pecadores, ella es "ex maculatis immaculata" ("inmaculada aunque compuesta de
pecadores"). En los santos brilla su santidad; en María es ya la enteramente santa.
868.- La Iglesia es católica: Anuncia la totalidad de la fe; lleva en sí y administra
la plenitud de los medios de salvación; es enviada a todos los pueblos; se dirige a
todos los hombres; abarca todos los tiempos; "es, por su propia naturaleza, misione-
ra" (AG 2).
869.- La Iglesia es apostólica: Está edificada sobre sólidos cimientos: "los doce
apóstoles del Cordero" (Ap. 21, 14); es indestructible (Mt. 16, 18); se mantiene infali-
blemente en la verdad: Cristo la gobierna por medio de Pedro y los demás apóstoles,
presentes en sus sucesores, el Papa y el colegio de los obispos.
870.- "La única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una,
santa, católica y apostólica... subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor
de Pedro y por los obispos en comunión con él. Sin duda, fuera de su estructura visi-
ble pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad " (LG 8).
Tema 4

¿QUIÉNES FORMAMOS LA IGLESIA?

Dios distribuyó el cuerpo y cada


uno de los miembros como él
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quiso. Si todos fueran un mismo
miembro, ¿dónde estaría el cuer -
po?. Los miembros son muchos, es
verdad, pero el cuerpo es uno solo.
(1ª Cor. 12, 18-19).

INTRODUCCIÓN

¿Metidos o incorporados a la Iglesia?

Voy a empezar por algo que, quizá, te sorprenda y te deje un tanto perplejo/-a. Tú estás
en una asociación o en un club deportivo o cultural porque quieres ¿no?. Pues, escucha, la
Iglesia no es un club o asociación donde uno se “apunta”. Es Dios mismo quien llama a los
seres humanos a formar parte de la Iglesia. Por tanto, si te preguntas por qué formas parte de
la Iglesia. No lo dudes, la respuesta es : “¡Es un regalo, un don, una gracia de Dios!.
Ahora bien, ese don, como tal, no es una realidad impuesta sino que es una propuesta
que pone en juego tu libertad. Si eres cristiano y te sientes parte de la Iglesia es porque, de
manera más o menos consciente, has dado una respuesta positiva, mediante la fe y la acepta-
ción del bautismo, a esa proposición de Dios. Espero que ya sea de manera consciente.
Ya sé que me dirás: “Yo no me hecho cristiano, ¡me han hecho!. Yo no pedí el bautismo,
¡me bautizaron!. Yo no podía creer cuando me bauticé, ¡en el mejor de los casos creerían mis
padres o la Iglesia como tal!. No puedo considerarlo una respuesta como tú dices, sino una
condición impuesta y aceptada con más o menos resignación”.
Escucha, la fe es don de Dios pero también es transmisión o herencia y una herencia se
lega pero solo pasa a ser propiedad cuando uno la acepta. De esta manera aparece más explí-
citamente el carácter de don de Dios, inmerecido pero acogido agradecidamente. Así pues,
Dios es el “culpable”, porque es Él quien te ha llamado a la fe y te ha incorporado a la Iglesia
por medio de la misma Iglesia en la que se cuentan tus padres. Espero que tú lo descubras así
y hayas asumido gozosamente tu condición de cristiano/a y de miembro de la Iglesia.
El cristiano no nace, se hace. Si eres cristiano no debes considerarlo como una tara de la
infancia sino como una condición recibida que puede acogerse o rechazarse y que, a la vez,
te ha dado la posibilidad de, conociendo este camino, poder elegirlo, con conocimiento de
causa, o buscar otro mejor.
Por el bautismo tú eres cristiano/a de una manera imborrable, no es algo de quita y pon
para estar bautizándose o desbautizándose. A ti te corresponde vivir de acuerdo o en des-
acuerdo con esa condición.

¿Quiénes formamos parte de la Iglesia?

40
Lo dicho: Todo aquel ser humano que acoge el don de la fe, orienta su vida según el
Evangelio (conversión) y lo expresa y celebra en el bautismo.
Me preguntarás: Entonces, ¿todos los cristianos son iguales?. Sí, todos tenemos la misma
dignidad de bautizados, no hay cristianos de primera, segunda o tercera categoría (CIC 872) .
Todos tenemos la misma condición, la misma vocación, la misma misión y la misma meta. Te lo
explico:

¿Condición?: Hijos de Dios, hermanos en Cristo, Templos del Espíritu Santo.


¿Vocación? : Todos estamos llamados a la santidad.
¿Meta?: Todos compartimos la esperanza de la salvación.
¿Misión?: La misma que Jesús: anunciar y establecer el Reino de Dios.

Participamos de la misma misión de Jesús como Profeta, Sacerdote y Rey.

Puesto que, con Él, somos Profetas: hemos de testimoniar de palabra y de obra, el Reino.
Puesto que, con Él, somos Sacerdotes (sí, chavala, tú también) hemos de ofrecer nuestras
vidas a Dios como sacrificio espiritual.
Puesto que, con Él, somos Reyes ( reyes servidores, claro) hemos de atender, curar, libe-
rar, perdonar, pacificar, santificar... esto es, manifestar los Signos del Reino.

Date cuenta, el Papa no es más cristiano que tú, ni es más hijo de Dios, ni más bautiza-
do, ni tiene una vocación superior y, comparte contigo, la misma esperanza y la misma misión.
Otra cosa, lo repito, es si vivimos mejor o peor esa condición, vocación y misión... y ahí sí que
hay diferencias ¡vaya si las hay!.
Date cuenta, también, que tú, como todo cristiano/a, eres un profeta, un sacerdote y un
rey.
Ahora bien, sin olvidar lo anterior, cabe decir que somos fruto de un Espíritu que despa-
rrama una diversidad de capacidades, funciones, papeles y responsabilidades (CIC 873) . Y en
último termino, el mérito es del Espíritu, a eso se le llaman “carismas” y “ministerios”.
Carismas o dones o capacidades (CIC 799). Todos destacan por alguna que otra cualidad:
unos hablan mejor, otr os son más serviciales, otros saben animar, otros coordinar las tareas,...
pues bien, eso son los carismas. El cristiano reconoce en ellos, un don del Espíritu Santo, no
para que se haga famoso o rico o para que “bacile” entre el resto, sino para que redunde en
beneficio del grupo, de la comunidad o de la Iglesia. (CIC 800)
Párate a pensar en aquello por lo que se te valora positivamente y, tal vez, encuentres tu
carisma. Pero, si lo encuentras, no olvides que no es para ti solo. ¡Venga atrévete a hacer este
sano ejercicio!.
San Pablo nos invita, no obstante, a ambicionar el carisma más excepcional: la caridad.
El que no pasa.
Ministerios o servicios. Cuando la Iglesia descubre y discierne en alguien un carisma
puede que le encargue una responsabilidad o tarea, por ejemplo: si alguien tiene, en un grupo,
el carisma de liderazgo puede que se le encargue el “ministerio” de dirigir al grupo.
Hay ministerios ordenados: diaconado, presbiterado, episcopado.
Y hay ministerios instituidos: lector, acólito, catequista, sacristán, exorcista, salmista,
ministro extraordinario de la Eucaristía,...)
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Vocaciones y tareas en la Iglesia.

Después de todo lo dicho, comprenderás que, en la Iglesia, como cualquier grupo, es un


cuerpo organizado con diversidad de vocaciones y tareas. Te las enumero: laicos, clérigos y
consagrados. Ahora paso a describirte sus peculiaridades:

Los laicos.

Es el grupo mayoritario, equivaldrá al 99% de los cristianos/as. Tú, seguramente, serás


uno de ellos. Etimológicamente, laico significa “del pueblo” (laos), según todos los cristianos
son “laicos”, pero, en la practica este termino se refiere, en la Iglesia, a aquellos que no son
clérigos ni consagrados.
El concilio Vaticano II enseña: Los laicos son “los fieles cristianos que, por estar incorpo-
rados a Cristo mediante el Bautismo, constituidos en pueblo de Dios y hechos partícipes a su
manera de la función profética, sacerdotal y real de Jesucristo, ejercen, por su parte, la misión
de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo” (L. G. nº: 31) (CIC 897)
Cuantitativamente, son los más numerosos y, originariamente, todos son laicos antes de
ser llamados a otra condición. Según ello ¿no crees que relegar al laico es relegar un buen con-
tingente de la Iglesia? ¡ Ni se debe hacer ni permitir que se haga.!
Ya te he dicho lo que tienen en común con los otros cristianos. Veamos aquello que les
caracteriza como laicos:
Tienen un campo propio: el mundo. Comprenderás que no me refiero al mundo físico
sino al mundo en el sentido de ámbitos o campos no estrictamente religiosos pero que han de
ser iluminados y orientados desde el Evangelio. Me refiero con ello al mundo de la familia, al
mundo laboral, al mundo del ocio, al mundo de la economía, de la cultura, de la política,...
(CIC 897-898)
Tienen una acción propia: La común función profética, sacerdotal y regia, a la que ya me
he referido, la ejercen de manera peculiar:
- como profetas en el mundo: acogen el Evangelio y lo testimonian, de palabra y de obra,
en esos ámbitos del mundo. (CIC. 900)
- como sacerdotes en el mundo: ofrecen a Dios, con espíritu de alabanza, acción de gra-
cias o petición, las necesidades y las tareas de cada día, que como ofrendas espirituales son
presentadas a Dios, en la Eucaristía, junto al Cuerpo y Sangre de Cristo.( CIC.904-905)
- Como reyes y pastores en el mundo: desde su condición de señores en el Señor, domi-
nan la creación, luchan contra el pecado y entregan su vida por la justicia y el amor, sir vien-
do a Cristo en los más pobres y necesitados. (CIC.908-913)
Por ello, si te preguntas ¿quién ha de evangelizar el Instituto o la Universidad? Ya lo sabes:
el alumno o el profesor cristiano laico. Si te preguntas, ¿quién ha de hacer de la familia un
ámbito cristiano? Ya lo sabes: los padres y los hijos cristianos laicos. Si te preguntas, ¿quién ha
de testimoniar a Cristo en la “disco”, el “pub” o el “cibercafé”?. Ya lo sabes: los jóvenes cris-
tianos laicos. Si te preguntas, ¿quién ha de anunciar el Evangelio a los niños?. Ya lo sabes: los
niños/as cristianos laicos.
Ese es, como laico, tu campo; esa es tu misión. Una tarea original, insustituible e indele-
gable.
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Sin abandonar esa primera responsabilidad, los laicos pueden ser corresponsables con
los clérigos y los religiosos/as ejerciendo diversos ministerios en la liturgia ( lector, salmista,
acólito,...), en la transmisión de la fe (catequista, educador, maestro...), en las estructuras pas-
torales (consejos de pastoral, de economía, tribunales eclesiásticos, etc.), así como vitalizar la
Iglesia mediante la participación activa en asociaciones, movimientos, comunidades laicales en
las que puede vivir mejor la dimensión comunitaria de la fe. (CIC.906)

Los clérigos.

De entre los laicos, algunos son llamados por Dios y ratificados por la Iglesia mediante la
imposición de manos, al ministerio del Orden Sacerdotal. Son los clérigos: cristianos entre el
Pueblo y ministros para el Pueblo de Dios. Los ministerios ordenados son: diaconado, presbite-
rado y episcopado.
Tienen su campo propio: atención al Pueblo de Dios, inserto en el mundo.
Tienen una acción propia: También una peculiar manera de ejercer la función profética,
sacerdotal y real de Cristo.
Como profetas para el Pueblo, han de conservar, interpretar y enseñar con fidelidad la
Revelación divina. (CIC, 888-892)
Como sacerdotes para el Pueblo, hacen efectivo el sacerdocio común de todos los fieles,
mediante la oración, su predicación y los sacramentos, entre ellos el poder de perdonar los
pecados y de hacer presente a Cristo en la Eucaristía, a fin de lograr dar culto a Dios median-
te la santificación de sus fieles. (CIC, 893)
Como reyes o pastores para el Pueblo, han de presidir la comunidad haciendo presente
a Cristo, Cabeza de la Iglesia. Fomentan la comunión entre los fieles cristianos y se cuidan de
los más desfavorecidos. (CIC 894-896)
Todos ellos constituyen la Jerarquía de la Iglesia, aunque, con una mayor resonancia bíbli-
ca, debería llamarse la Diaconía de la Iglesia:

• El Papa (Obispo de Roma) (CIC 802)


Es el sucesor de S. Pedro, centro de comunión eclesial, cabeza del colegio episcopal.
Su servicio es mantener la unidad de la fe y la comunión en la Iglesia Universal y gober-
nar a los demás pastores y fieles de la Iglesia.
• Los obispos: (CIC 886)
Nos vinculan con la comunidad apostólica de la cual son sus sucesores.
Tienen la responsabilidad sobre una porción del Pueblo de Dios que se llama Iglesia par-
ticular o diócesis.

• Los presbíteros o sacerdotes. (CIC 888)


Son los colaboradores de los obispos “unidos con ellos en el honor del sacerdocio y han
sido consagrados... para predicar el evangelio y apacentar a los fieles y para celebrar el culto
divino” (L.G. nº: 28)

• Los diáconos:
Son los colaboradores del obispo en el servicio de la comunidad. Sir ven al pueblo de Dios
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en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad.

Gracias a ellos tú tienes garantizados dos derechos fundamentales como cristiano:


- Tener un pastor o presidente o cabeza de la comunidad,
- Tener acceso, mediante el Sacramento, a la celebración del Perdón de Dios y a la comu-
nión con Cristo en la Eucaristía.

La vida consagrada.

Clérigos y laicos pueden ser llamados por Dios a vivir una dedicación más íntima al
Señor, como una concreción de la vocación bautismal.
Son aquellos varones o mujeres que, con la gracia de Dios y la fuerza del Espíritu, siguen
a Jesucristo mediante la profesión de los consejos evangélicos (pobreza, castidad y obedien-
cia), vividos en comunidad y siguiendo el carisma propio de un fundador (S. Francisco, Sta.
Teresa, S. Ignacio,...) que la Iglesia reconoce como un don de Dios para bien de los hombres
y de la Iglesia. (CIC 915)
Tú sabes que Jesús anunciaba el Reino mediante parábolas. Con ellas mostraba particu-
laridades del Reino de Dios interpelando a sus oyentes a fin de provocar una reacción. Pues
bien, la Vida Consagrada quiere ser, como una Parábola Viviente del Reino, con la ambigüe-
dad propia de toda parábola: anuncia lo definitivo, lo absoluto, lo insobornable y, a la vez,
pone en evidencia nuestros falsos absolutos, nuestras caducas seguridades y nuestras presumi-
bles eternidades.
En un mundo donde se relega a Dios y a la vez se suspira por Él la vida consagrada anun-
cia el absoluto de Dios vivido en la oración y en la contemplación y denuncia la indiferencia y
la increencia ante Dios.
En un mundo donde se acumula y se ostenta la riqueza, la vocación consagrada anuncia
a Dios como Sumo Bien y la alegría del compartir con los pobres y denuncia la idolatrización
de la riqueza y la insolidaridad con los pobres.
En un mundo donde se quiere vivir la libertad sin cortapisas, la vocación cristiana anun-
cia a Dios como Suprema Libertad y la alegría del servicio desinteresado y denuncia la pree-
minencia de la “real gana” y de la propia apetencia.
En un mundo donde se quiere vivir el amor, con pasión y exclusividad, la vocación cris-
tiana anuncia a Dios como Amor total y la alegría del corazón abierto a todos los pobres y
denuncia la polarización erótica y el hedonismo social.
En un mundo donde se vive para lo mío, para lo que me aprovecha, la vocación cristia-
na anuncia al Dios-Comunidad y la alegría de la fraternidad a hermanos y a pobres y denun-
cia el progresivo individualismo e incomunicación.
De esta manera la vocación consagrada anuncia, en medio de lo pasajero, lo definitivo;
en medio de lo relativo, lo absoluto; en medio de lo trivial, lo fundamental. (CIC. 933)
La vocación consagrada adopta diversas formas según los acentos particulares que tuvo
el carisma del fundador. Según ello podemos agruparlos así:
Vida eremita: vida de oración y penitencia, acentuando la soledad.(CIC.920-921)
Vida monástica: vida comunitaria, acentuando la oración y el trabajo.
Vida religiosa (CIC.925-927): vida en común subrayando una acción apostólica: enseñan-
za, sanidad, misiones, testimonio fraterno,...
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Institutos seculares (CIC 928-929): vida de presencia y testimonio evangélico en diversos
ámbitos sociales procurando la santificación de los mismos desde dentro.

Un solo cuerpo y muchos miembros.

Presentados así parecen desencajados o desconyuntados, pero, de hecho todos son


miembros diversos de un mismo cuerpo.
Pablo te ofrece esta imagen, tan cercana a la sensibilidad de hoy. Dice: “Con Cristo todos
formamos un solo cuerpo” ( le llamamos “Místico” para no identificarlo zafiamente con un cuer-
po físico): Cristo es la Cabeza y nosotros somos sus miembros. (Recuerda que Jesús puso la de
la Vid y los Sarmientos)
Tú sabes que es difícil la aceptación e integración serena de nuestro cuerpo. Hay partes
que sobrevaloramos y por las cuales nos queremos hacer valer y otras que ignoramos o des-
deñamos. En la Iglesia ocurre lo mismo, si sobrevaloramos por ejemplo: el clericalismo, lo ha
sido del clero, ignoramos o desdeñamos alguna parte por ejemplo de la vida contemplativa, el
organismo se va a resentir a la corta o a la larga.
Hemos de reconocernos don de Dios, llamada de Jesucristo, fruto del Espíritu para el bien
de todos. Hemos de atender a cada miembro, para que realice su misión específica, sin engrei-
mientos pero con el digno reconocimiento de los otros. Hemos de preocuparnos por las caren -
cias o limitaciones de cada uno, porque eso repercute en el conjunto. Hemos de vivir en comu-
nión, orar unos por otros y los unos con los otros. Hemos de mostrar una comunión de vida y
acción, expresión de ese equilibrio interior que nos da el sabernos reconciliados. Hemos de
reconocernos insertados en Cristo, como Única Cabeza y animados por el Espíritu, como única
Alma.
ACTIVIDAD: PARABOLA DEL CUERPO

Mira y lee el cómic de la “Parábola del Cuerpo” y pregúntate:

Un día la mano izquierda dijo a la derecha:


Nosotras trabajamos para el estómago y él... ¡nada!.
Apenas lo oyeron, las piernas dijeron:
Nosotras también, y él ¡a comer!. Hagamos huelga. Y si el estómago quiere
comer, que se las arregle como pueda.
Oyendo todo esto, el estómago dijo con tristeza:
Yo no soy comodón. Nuestros trabajos son diferentes. Dependemos unos de
otros.
No le dejaron hablar más y los brazos también se sumaron a la protesta. Pero
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al cabo de unos días se empezaron a quejar de lo débiles y cansados que se encon-
traban. Lo mismo decían las piernas y la cabeza, y todos los miembros del cuerpo
coincidían en la misma queja. Entonces habló de nuevo el estómago mostrándoles
su error por el que pagaban las consecuencias y proponiéndoles que lo alimentaran
de nuevo... La cabeza pensó, las piernas fueron donde había comida, las manos la
llevaron a la boca y poco después exclamaron:
Parece que nos vamos recuperando. ¡Que bien estamos!.
Todos los miembros del cuerpo comprendieron entonces muchas cosas.

• ¿Qué pasaría en la Iglesia si no hubiera o se considerara a los laicos?


• ¿Qué pasaría si faltasen o escaseasen los ministros ordenados?
• ¿Qué pasaría si faltasen o escaseasen los miembros de la Vida Consagrada?

Si no tienes clara la respuesta ¿por qué no hacéis una Mesa Redonda y se la planteáis a
un laico comprometido, a un sacerdote y a un religioso/-a?

Finalmente, pregúntate, ¿cuál es mi lugar en el “Cuerpo Místico de Cristo”?. Te puede ayu-


dar esta pequeña narración:

“Un joven se presentó a su párroco y le preguntó: ¿Qué debo hacer para ser
amigo de Dios?.
El párroco le respondió: - No sé; la Biblia dice que Abraham practicaba la hos-
pitalidad y era considerado amigo de Dios. A Elías le gustaba orar y Dios estaba con
él. David gobernaba un reino y Dios también estaba con él.
-¿Y hay alguna forma de saber cuál es la tarea que Dios me ha asignado?- pre-
guntó el joven.
- Intenta averiguar cuál es la más profunda inclinación de tu corazón y síguela”
ORACIÓN: ORAMOS POR LAS VOCACIONES

Si es posible que sea una celebración con representantes de los tres estados de vida cris-
tianos.

Sobre un panel se pone un póster con el rostro de Cristo. Un representante de cada voca-
ción tiene una pieza del puzzle de su cuerpo.

Se lee 1ª. Cor. 12.

En cuanto a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que estéis en la igno -


rancia. Sabéis que cuando erais gentiles, os dejabais arrastrar ciegamente hacia los
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ídolos mudos. Por eso os hago saber que nadie, hablando con el Espíritu de Dios,
puede decir: «¡Anatema es Jesús! »; y nadie puede decir: « ¡Jesús es Señor! » sino
con el Espíritu Santo. Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diver -
sidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es
el mismo Dios que obra en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del
Espíritu para provecho común, Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabi -
duría; a otr o, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo
Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de mila -
gros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de len -
guas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único
Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad. Pues del
mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los
miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuer -
po, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para
no for mar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos
bebido de un solo Espíritu. Así también el cuerpo no se compone de un solo miem -
bro, sino de muchos. Si dijera el pie: « Puesto que no soy mano, yo no soy del cuer -
po » ¿dejaría de ser parte del cuerpo por eso? Y si el oído dijera: « Puesto que no
soy ojo, no soy del cuerpo » ¿dejaría de ser parte del cuerpo por eso? Si todo el
cuerpo fuera ojo ¿dónde quedaría el oído? Y si fuera todo oído ¿donde el olfato?
Ahora bien, Dios puso cada uno de los miembros en el cuerpo según su voluntad.
Si todo fuera un solo miembro ¿dónde quedaría el cuerpo? Ahora bien, muchos son
los miembros, mas uno el cuerpo. Y no puede el ojo decir a la mano: « ¡No te nece -
sito! » Ni la cabeza a los pies: « ¡No os necesito! » Más bien los miembros del cuer -
po que tenemos por más débiles, son indispensables. Y a los que nos parecen los
más viles del cuerpo, los rodeamos de mayor honor. Así a nuestras partes desho -
nestas las vestimos con mayor honestidad. Pues nuestras partes honestas no lo nece -
sitan. Dios ha formado el cuerpo dando más honor a los miembros que carecían de
él, para que no hubiera división alguna en el cuerpo, sino que todos los miembros
se preocuparan lo mismo los unos de los otros. Si sufre un miembro, todos los demás
sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo.
Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte.
Y así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles; en segundo lugar
como profetas; en tercer lugar como maestros; luego, los milagros; luego, el don de
las curaciones, de asistencia, de gobierno, diversidad de lenguas. ¿Acaso todos son
apóstoles? O ¿todos profetas? ¿Todos maestros? ¿Todos con poder de milagros?
¿Todos con carisma de curaciones? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan todos?
¡Aspirad a los carismas superiores! Y aun os voy a mostrar un camino más exce -
lente.

Cada representante presenta su vocación: “Si yo faltase el Cuerpo estaría mutilado o


minusválido o discapacitado porque... por eso yo aporto esa parte del Cuerpo “ (y pone en el
panel la parte de su puzzle.)

TEXTO:
47

Yo, macedonia.

¡Cómo nos gustaría encontrar una comunidad donde cada uno


fuera todo para el otro!
No como las manzanas en el manzano, que cada una mira por ella
y el sol por todas.
Ni como las frutas de un frutero; que cada una es cada una.
Ni como las comunidades pasadas por el turmix o por el mortero:
Todo esta molido: la piel, las pepitas... y resulta un batido uniforme, rico
en vitaminas. Pero donde se ha perdido la personalidad.
Eso eran antes muchas ordenes religiosas, y hoy, el ideal de unas
comunidades cristianas donde no se puede reconocer apenas a los lai-
cos, a los religiosos, a los presbíteros, a los casados y a los solteros.
¿No hay una solución mejor? La macedonia de frutas. Que cada uno
continúe siendo como es: pera, manzana, plátano o piña. Y que cada
uno se beneficie del gusto característico del otro.
Eso sí, con la condición que las frutas grandes y bonitas acepten
evangélicamente ser cortadas en cuatro, diez o doce trozos.
Mientras que las frutas más humildes continúen siendo una cereza,
una grano de uno, una fresa...
J.Loewe- J. Faizant, Fábulas y Parábolas. Narcea.
(Termina la celebración, cada uno orando por los otros.)

POR LA JERARQUÍA.

Señor, haz a tu jerarquía


humilde servidora de los hombres
especialmente de los más necesitados.
Haz, Señor,
una Iglesia “samaritana”
y solidaria con los hombres.
Ayuda al Papa en su difícil tarea
de comunión entre todos,
de presidir en la caridad.
48 En medio de los problemas,
que sienta el gozo del “Tú eres Pedro
y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
Padre, fortalece a los obispos;
que sean pastores según tu corazón.
Ábreles a la acogida;
que lleven al rebaño
hacia pastos abundantes,
hacia el agua viva
donde saciar la sed del corazón.
Señor, Jesús, sacerdote que no pasa,
siempre vivo para interceder
a favor de los hombres,
haz a los sacerdotes, pastores
con la sabiduría evangélica de la entrega,
con un amor dispuesto a dar la vida.
Haz, Espíritu Santo,
a los diáconos servidores
de tu palabra y de tu caridad. Amén.

POR EL LAICADO.

Señor, haz que tu Iglesia


se transforme en testimonio de amor.
Cuida, Señor, con tu ternura
a esos hombres y mujeres
que en medio del mundo
quieren ser sal y luz.
Que vivan el bautismo
siendo con Cristo luz
capaz de denunciar
las oscuridades de nuestro planeta,
las injusticias.
Sé la voz de los que no tiene voz.
Padre, cuida de tus hijos
diseminados por la faz de la tierra,
empeñados en hacer
un mundo más habitable,
empeñados en ser portadores
de la única solución: Jesús.
Diles, Señor,
que en medio de una vida
a veces gris está el aliciente
de tu eterna novedad,
el gozo de tu presencia,
la alegría de tu promesa
de estar siempre con nosotros
hasta el final...
Cuida a las familias,
alienta a los trabajadores,
abre las puertas de la esperanza
a los jóvenes 49
y anima a los niños
y a los que se sienten solos. Amén.

POR LOS CONSAGRADOS.

Gracias, Señor,
y envía operarios a tu mies;
hombres y mujeres
que se dejen el “pellejo” en la entrega.
Gracias por esos hombres y mujeres
codeados de jóvenes, ancianos o enfermos,
de niños, soledad y mucho amor.
Ellos ofrecen su vida,
siguen al Señor de la vida.
quieren ser pobres en medio del mundo,
donde el verbo más conjugado es “tener”.
Ellos quieren tener un corazón puro
para amar a todos,
para no poseer a nadie
y amar en “carne viva”,
cercanos y humanamente desprendidos.
Ellos se quieren hacer obedientes
porque el amor busca el último lugar,
como Jesús.
H az, Señor,
que nuestro mundo
se inunde de la sonrisa
de religiosos y religiosas
para ser presencia del Dios Amor,
ternura del Dios Cercanía,
amor del Dios Padre
y alegría del Resucitado.
No los dejes caer en la tentación
de desaliento, de ánimo o desconfianza;
sé tú, para cada uno,
el gozo de toda su existencia. Amén
(F. Cerro Chaves. Salmos del Camino. Ed. Paulinas))
CATECISMO

934.- "Por institución divina, entre los fieles hay en la Iglesia ministros sagra-
dos, que en el derecho se denominan clérigos; los demás se llaman laicos". Hay, por
otra parte, fieles que perteneciendo a uno de ambos grupos, por la profesión de los
consejos evangélicos, se consagran a Dios y sirven así a la misión de la Iglesia (CIC,
can. 207, 1, 2).
935.- Para anunciar su fe y para implantar su Reino, Cristo envía a sus apósto-
les y a sus sucesores. Él les da parte en su misión. De Él reciben el poder de obrar en
su nombre.
936.- El Señor hizo de San Pedro el fundamento visible de su Iglesia. Le dio las
llaves de ella. El obispo de la Iglesia de Roma, sucesor de San Pedro, es la "cabeza del
Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra"
50 (CIC, can. 331).
937.- El Papa "goza, por institución divina, de una potestad suprema, plena,
inmediata y universal para cuidar las almas" (CD 2).
938.- Los obispos, instituidos por el Espíritu Santo, suceden a los apóstoles.
"Cada uno de los obispos, por su parte, es el principio y fundamento visible de unidad
en sus Iglesias particulares" (LG 23).
939.- Los obispos, ayudados por los presbíteros, sus colaboradores, y por los
diáconos, los obispos tienen la misión de enseñar auténticamente la fe, de celebrar el
culto divino, sobre todo la Eucaristía, y de dirigir su Iglesia como verdaderos pasto-
res. A su misión pertenece también el cuidado de todas las Iglesias, con y bajo el Papa.
940.- "Siendo propio del estado de los laicos vivir en medio del mundo y de los
negocios temporales, Dios les llama a que movidos por el espíritu cristiano, ejerzan
su apostolado en el mundo a manera de fermento" (AA 2).
941.- Los laicos participan en el sacerdocio de Cristo: cada vez más unidos a Él,
despliegan la gracia del Bautismo y la de la Confirmación a través de todas las
dimensiones de la vida personal, familiar, social y eclesial y realizan así el llama-
miento a la santidad dirigido a todos los bautizados.
942.- Gracias a su misión profética, los laicos, "están llamados a ser testigos de
Cristo en todas las cosas, también en el interior de la sociedad humana" (GS 43, 4).
943.- Debido a su misión regia, los laicos tienen el poder de arrancar al pecado
su dominio sobre sí mismos y sobre el mundo por medio de su abnegación y santidad
de vida (cf. LG 36).
944.- La vida consagrada a Dios se caracteriza por la profesión pública de los
consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia en un estado de vida estable
reconocido por la Iglesia.
945.- Entregado a Dios supremamente amado, aquél a quien el Bautismo ya
había destinado a Él, se encuentra en el estado de vida consagrada, más íntimamen-
te comprometido en el servicio divino y dedicado al bien de toda la Iglesia.
Tema 5

¿CUÁNDO VIVIMOS EN LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS?

En este pueblo hay: «Un Señor,


una fe, un bautismo. Un Dios, 51
Padre de todo, que lo trasciende
todo, y lo penetra todo, y lo invade
todo.
(Efesios 4, 5-6)

INTRODUCCIÓN

El primer fruto de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia es la comunión de los san-
tos, que confesamos en el Credo Apostólico.
El Catecismo Romano dirá que «la comunión de los santos es una nueva explicación del
concepto mismo de la Iglesia una, santa y católica. La unidad del Espíritu, que anima y gobier-
na, hace que cuanto posee la Iglesia sea poseído comúnmente por cuantos la integran. El fruto
de los sacramentos, sobre todo el bautismo y la Eucaristía, produce de modo especialísimo esa
comunión»
Esta empezó a proclamarse en la profesión de fe en el siglo IV. Después de confesar la fe
en la bienaventurada Trinidad, confiesas creer en la Santa Iglesia católica, la cual no es otra
cosa que «la congregación de todos los santos». Pues desde el principio del mundo, tanto los
patriarcas como Abraham, Isaac y Jacob, tanto los profetas como los Apóstoles, los mártires y
todos los demás justos que existieron, existen y existirán formando una Iglesia; pues, santifica-
dos por una fe y trato, han sido designados por un Espíritu para formar un Cuerpo (Ef 4, 4), del
que Cristo es la Cabeza. Más aún, incluso los ángeles, las virtudes y las potestades celestes
están unidas a esta única Iglesia, pues el Apóstol nos enseña que «en Cristo fueron reconcilia-
das todas las cosas, no sólo las de la tierra, sino también las del cielo» (Col 1,20). Cree, por
tanto, que conseguirás la comunión de los santos en esta única Iglesia: la Iglesia católica, cons-
tituida en todo el orbe de la tierra y cuya comunión debes retener firmemente.
La Iglesia, en su ser, es misterio de comunión. Y su existencia está marcada por la comu-
nión. En la vida de cada comunidad eclesial, la comunión es la clave de su autenticidad y de
su fecundidad misionera. Desde sus orígenes, la comunidad cristiana primitiva se ha distingui-
do porque «los creyentes eran constantes en la enseñanza de los apóstoles, en la koinonía, en
la fracción del pan y en las oraciones» (He 2,42)4. En la Didajé o Doctrina de los doce Apóstoles
leemos en relación a la Eucaristía:

Respecto a la Acción de gracias, lo haréis de esta manera, primero sobre el


cáliz: «Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa viña de David, la que nos diste
a conocer por medio de tu siervo Jesús. A Ti sea la gloria por los siglos». Luego sobre
el fragmento de pan: «Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimien-
to que nos manifestaste por medio de tu siervo Jesús. A Ti sea la gloria por los siglos.
52 Como este fragmento estaba disperso por los montes y después, al ser reunido, se
hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino. Porque tuya
es la gloria y el poder por Jesucristo eternamente»

La comunión de los creyentes «en un mismo espíritu, en la alegría de la fe y sencillez de


corazón» (He 2,46), se vive en la comunión de la mesa de la Palabra, de la mesa de la Eucaristía
y de la mesa del pan compartido con alegría, «teniendo todo en común» (Hch 2,44). Es la comu-
nión del Evangelio y de todos los bienes recibidos de Dios en Jesucristo, hallados en la comu-
nidad eclesial. Esta experiencia se repetirá en todas las nuevas comunidades, como nos refie-
ren los Hechos de los Apóstoles: «Al oír esto los gentiles se alegraron y se pusieron a glorificar
la Palabra del Señor..., quedando los discípulos llenos de gozo y del Espíritu Santo» (Hch
13,48.52).
La comunión en lo santo, es lo primero que confiesa la fe del Símbolo Apostólico: la par-
ticipación de los creyentes en las cosas santas, especialmente en la Palabra y en la Eucaristía.
Esta comunión de Dios, en Cristo, con nuestra carne y sangre humanas nos ha abierto el
acceso a la comunión con Dios por medio de la «carne y sangre» de Jesucristo, pudiendo lle-
gar a «ser partícipes de la naturaleza divina» (2ª Pe 1, 4). Pues «en la fidelidad de Dios hemos
sido llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo, Señor nuestro» (1 Cor 1, 9).
Esta koinonía con Cristo se expresa en la aceptación de su Palabra, en el seguimiento de
su camino por la cruz hacia el Padre, incorporándonos a su muerte para participar de su resu-
rrección y de su gloria. Es lo que manifiesta San Pablo en tantas formas: «vivir en Cristo»,
«sufrir con Cristo», «crucificados con Cristo», «sepultados con Cristo», «resucitados con
Cristo», «glorificados con Cristo», «Reinar con Cristo», «coherederos con Cristo», y hasta «sen-
tados con Cristo a la derecha del Padre»". Toda la existencia cristiana es comunión de vida y
de muerte, de camino y de esperanza con Cristo. La primera comunión en lo santo es, pues,
«participación de la santidad de Dios», en Cristo Jesús.
La fe en Cristo nos lleva a la comunión con Cristo en la Iglesia. Cuando la fe languidece,
Cristo se adormece y el cristiano, abandonado a sus fuerzas, corre el peligro de ser abatido
por las tormentas de la vida, siendo arrastrado por la agitación de las tentaciones del mundo.
Vivir la comunión con Cristo es no adormecerse ni dejarlo dormir.
Allí donde la comunidad se reúne y celebra a su Señor, los fieles, unidos entre sí, «comul-
gan con Cristo» y, al participar de vida y de su muerte, hacen pascua con Él hacia el Padre.
Por ello los creyentes en Cristo, reunidos en asamblea, celebran siempre el memorial del mis-
terio pascual de Cristo y, de este modo, lo actualizan, haciéndose partícipes de él, entrando en
comunión con él. Así los cristianos viven el misterio de la comunión con Dios.
Esta koinonía con Dios es don y fruto del Espíritu Santo en la Iglesia. Pablo se lo desea a
los Corintios, en el saludo final, con la fórmula de ayer y de hoy en la liturgia de la Iglesia: «La
gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con vosotros»
(2ª Cor 13, 13). A esta comunión en el Espíritu, como lo más santo, se apela Pablo en su llama-
da a la unidad de los Filipenses (Flp 2, 1).
A la Iglesia fue confiado por el Señor «el Don de Dios» (Jn 4, 10; He 8, 20) para que, par-
ticipando de El, sus miembros sean vivificados. En ella fue depositada la comunión con Cristo,
es decir, el Espíritu Santo, arra de incorrupción (Ef 1,14; 2 Cor 1,22), confirmación de nuestra fe
(Col 2,7) y escala de nuestro ascenso a Dios (Gén 28,12)12.
La comunión en lo santo nos une a los creyentes en la comunión de los santos. La comu-
nión en las cosas santas crea la comunión de los santos: las personas unidas y santificadas por
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el don santo de Dios. La Iglesia es, pues, la comunidad que vive la comunión de la mesa euca-
rística, la comunidad de fieles que experimenta la comunión entre ellos a raíz del banquete
eucarístico.
El Espíritu Santo crea la comunión entre los cristianos, introduciéndolos en el misterio de
la comunión del Padre y del Hijo, de la que El es expresión. El Espíritu Santo es el misterio de
la comunión divina y eterna del Padre y el Hijo. En esa comunión nos introduce el Espíritu Santo
(1 Jn 1,3; Jn 10,30; 16,15; 17,11.21-23). Esta es la base y el fundamento de la comunión de los cris-
tianos, de los santos.
De esta comunión nacen los lazos del afecto entre los hermanos, «porque el amor de Dios
ha sido derramado en sus corazones por el Espíritu Santo que han recibido» (Rom 5,5); por ello
«no se cansan de hacer el bien, especialmente a los hermanos en la fe» (Gál 6,10), «siendo todos
del mismo sentir, con un mismo amor y unos mismos sentimientos, considerando a los demás
como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás»
(Filp 2,1ss)... Este es el amor que han recibido de Cristo y el que, en Cristo, viven sus discípulos
día a día en su fragilidad: «En cuanto a vosotros, que el Señor os haga progresar y sobrea-
bundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos, como es nuestro amor para
con vosotros, para que se consoliden vuestros corazones con santidad irreprochable ante Dios,
nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos los santos» (1 Tes 3,12-13).
Quien ha sido amado puede, a su vez, amar: «Amemos, porque El nos amó primero» (1 Jn
4,19)16.
La comunión con Dios, en el amor de Cristo, derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo, se explicita en la comunidad de los creyentes, que celebra su fe y viven en el
amor mutuo su existencia. El amor a Dios se explicita en el amor fraterno (1º Jn 4,20-21) . La fe
en Dios lleva a creerse los unos a los otros. Esperar en Dios significa también esperar y confiar
en los otros, a quienes Dios ama y posibilita la conversión al amor (1 Cor 13,4-7).
La comunión de los santos supera las distancias de lugar y de tiempo. En la profesión de
fe confesamos la comunión con los creyentes esparcidos por todo el orbe, la comunión de las
Iglesias en comunión con el Papa. Pero confesamos también que la comunión de los santos
supera los limites de la muerte y del tiempo, uniendo a quienes han recibido en todos los tiem-
pos el Espíritu y su poder único y vivificante: une la Iglesia peregrina con la Iglesia triunfante
en el Reino de los cielos. En la Eucaristía podemos cantar unidos -asamblea terrestre y asam-
blea celeste- el mismo canto: «¡Santo, Santo, Santo!».
Es en la liturgia donde vivimos plenamente la comunión con la Iglesia celeste, porque en
ella, junto con todos los ángeles y santos, celebramos la alabanza de la gloria de Dios y nues-
tra salvación (S. C. n. 104)
Nuestra unión con la Iglesia celestial se realiza de modo excelente cuando en la liturgia,
en la cual la virtud del Espíritu Santo obra en nosotros por los signos sacramentales, celebra-
mos juntos con alegría fraterna la alabanza de la divina Majestad, y todos los redimidos por
la sangre de Cristo de toda tribu, lengua, pueblo y nación (Ap 5,9), congregados en una misma
Iglesia, ensalzamos con un mismo cántico de alabanza al Dios Uno y Trino. Al celebrar, pues,
el sacrificio eucarístico es cuando mejor nos unimos al culto de la Iglesia celestial en una misma
comunión (LG, n. 50).
Por Jesús, el Salvador, en quien se cumplen las promesas del Padre, y mediante el Espíritu
que actualiza e impulsa en la historia la salvación a su plenitud final, la Iglesia supera todas
las distancias. Allí donde los cristianos celebran su salvación en Eucaristía exultante se hacen
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presentes todos los fieles del mundo, los vivos y «los que nos precedieron en la fe y se durmie-
ron en la esperanza de la resurrección», los santos del cielo, que gozan del Señor: «María, la
Virgen Madre de Dios, los apóstoles y los mártires, y todos los santos, por cuya intercesión con-
fiamos compartir la vida eterna y cantar las alabanzas del Señor», en «su Reino donde espe-
ramos gozar todos juntos de la plenitud eterna de su gloria», «junto con toda la creación libre
ya del pecado y de la muerte». (Plegarias Eucarísticas).
Vivir la comunión de los santos es vivir la existencia como don de Dios, el amor como fruto
del Espíritu Santo en el cuerpo eclesial de Cristo. Es, pues, salir del círculo cerrado del egoís-
mo, que traza el miedo a la muerte, y vivir con los demás y para los demás. Vivir es convivir,
recibiendo vida de los otros y dando la vida por los demás. Se gana la vida dándola y se pier-
de guardándola para uno mismo (Mc 8,35).
Así la comunión es la celebración festiva del triunfo del amor sobre la muerte. Haciendo
memorial de la muerte pascual de Cristo, celebramos, en el beso fraterno de la paz, la victoria
de la resurrección, cantando con los santos y los ángeles el canto nuevo de los redimidos por
el Cordero, en la esperanza gozosa de sentarnos en el banquete eterno «con Abraham, Isaac
y Jacob y todos los profetas, y los que vendrán de Oriente y de Occidente, del norte y del sur,
para ponerse a la mesa en el Reino de Dios» (Lc 13,28-29).
ACTIVIDAD: UNA PROFUNDA ASPIRACIÓN

Os presentamos este texto que viene a clarificar la idea que sobre la “Comunión de los
Santos” podemos tener. Hay que leerlo detenidamente y luego contestar en grupo a las cues-
tiones que se os plantean u otras que puedan surgir.

Una honda aspiración


A dogma viejo puede que le suene a más de uno la comunión de los santos. Y, puesto que no lo
echa de menos, puede que le parezca también un dogma algo superfluo. Quizá lo tenga vagamente
asociado con la ley física de los vasos comunicantes, porque con esa imagen se explicaba antes en la
catequesis. O con las almas del purgatorio, a las que las obras buenas de los vivos liberan más rápi-
damente de las penas.
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Sería una lástima que, porque los catecúmenos no preguntan sobre ello – a los <catecumenillos>
ni se les pasa por la cabeza -, nos conformáramos los catequistas con semejante superficialidad.
Por cuidadosos y condescendientes que seamos en el trato con los demás, todos hemos tenido
choques con otras personas: con familiares, vecinos, colegas e incluso amigos. Si no somos excesiva-
mente egoístas, esos choques nos han dolido. Dentro de la Iglesia y de nuestra propia comunidad, nos
encontramos a veces con posturas tan diferentes de las nuestras que –exagerando algo, quiza- nos
parece imposible que <seamos de la misma religión>. Si no nos hemos vuelto escépticos del todo,
seguro que nos rebelamos por dentro.
Ese dolor y esa rebeldía nos están diciendo que no estamos hechos para vivir enfrentados o
ignorándonos, sino para vivir juntos. ¿Quién no recuerda el célebre discurso de Martín Lutero King,
<soñándo> con la igualdad y fraternidad entre negros y blancos?
Si lo queremos entender bien, Dios por medio de Jesucristo, nos ha concedido mucha más igual-
dad y fraternidad de lo que nos pudiéramos imaginar. A las comunidades de Galacia, algo divididas
por culpa de los judaizantes, les escribe San Pablo. “Los que os habéis incorporado a Cristo por el
bautismo, os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres,
hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, sois descendientes de
Abrahán y herederos de la promesa”. (Gal. 3, 27-29).
Lo que hemos recibido de Dios y ahora tenemos en común es infinitamente más importante que
las diferencias que puedan separarnos. Ahora compartimos el don del Espíritu Santo, que nos incor-
pora a Cristo, nos hace hijos –por tanto, hermanos-, nos santifica.
Ahora somos comunidad de santos, porque tenemos en común la santidad que Dios, el Santo,
nos ha comunicado.
A eso nos referimos cuando decimos en el Credo: <la comunión de los santos>.

Cuestiones:
1. ¿Qué sugiere la expresión <comunión de los santos> a cada uno de los miembros del
grupo?. ¿cómo recordais que os explicaron o presentaron esta faceta de nuestra fe durante el
tiempo de la catequesis?
2. ¿Con que idea te quedas ahora ahora de leer este artículo y la introducción?
3. Buscad en grupo una manera de presentar esta verdad del credo a aquellos que con-
viven con vosotros.
4. ¿Qué es lo que oscurece y empaña la comunión de los santos en nuestras comunida-
des cristianas? ¿Qué acciones y medios proponemos para acentuar lo positivo y esencial entre
nosotros?
ORACIÓN: LA VIDA DE LOS SANTOS

El tema de la celebración será pedirle a Dios que nos haga a todos nosotros entender y
rezar por la Comunión de los Santos. Para ello nos va a servir la inter cesión de todos los san-
tos, en especial de aquellos que la Iglesia venera y pide su protección.

Ambientación:

El lugar puede ser una capilla o una sala, donde podamos escucharnos y vernos cara a
cara. Necesitaremos, frases o posters de santos conocidos por nosotros, para que sabiendo un
poco más de ellos podamos pedir en esta celebración el poder estar más en comunión en la
56 vida de la Iglesia, en los sacramentos y en el mensaje de Jesús.

Canto:

“¡Que bien! Todos unidos mano con mano en el luchar.


¡Que bien! Todos hermanos en el sufrir y en el gozar.

N osotros queremos, Señor, amart e amando la tierra;


Quer emos dejar tras nosotros un mundo mejor, una vida más bella.

Nosotros queremos , Señor, correr con la antorcha encendida;


Queremos dejar al relevo un fuego mejor, una llama más viva”.
Podemos ir leyendo poco a poco estas letanías de Jose Luis Martín Descalzo en el libro
“Para mi la Vida es Cristo” y contemplarlas recordando a cada uno de los santos.

Los verdaderos protagonistas de la Iglesia son sus santos.

La gigantesca figura de San Pablo, que difundió el nombre de Jesús por todo el imperio
romano.
Los primeros mártires, como Ignacio de Antioquia, que quería ser molido por los dientes
de los leones para convertirse en trigo de Cristo.

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O la ternura heroica de débiles mujeres como Santa Inés.


O los millares de mártires anónimos de las catacumbas.
O las gigantescas figuras de Ambrosio y Agustín, que supieron unir la cien-
cia, el arte y la virtud.
O Jerónimo, que entregó toda su vida a la profundización y difusión de la
Palabra de Dios.
O San Benito, verdadero fundador y patrón de Europa occidental.
O los santos Cirilo y Metodio, fundadores y evangelizadores de la Europa
oriental.
O la sangre de Santo Tomás Becket, muerto por defender los derechos de
la Iglesia.
O Santo Domingo, que con su palabra y ejemplo venció las herejías, y es
padre de la gran familia de predicadores.
O el mínimo y dulce Francisco de Asís y su compañera Santa Clara.
O la gran cabeza teológica y el amor a la Eucaristía de Tomás de Aquino.
O la apasionada entrega al servicio de la Iglesia de Ignacio de Loyola.
O el fuego misionero que llevó hasta el Japón a Francisco Javier.
El apasionado amor a la humanidad de Cristo de Teresa de Jesús.
O la caridad ardiente de Vicente de Paul.
O la pobreza y sencillez del Cura de Ars.
La alegría de San Juan Bosco.
El camino de infancia de Ter esita de Lisieux.
El celo apostólico de San Pio X.
Los mártires de nuestro tiempo, como Maximiliano Kolbe.
O los ejemplos de santidad que hemos conocido o están aún vivos entres
nosotros, como Juan XXIII o la madre Teresa de Calcuta.
Y una fila interminable que no se podría contar.
Y, sobre todos los santos, la que es la reina de los santos, la madre de la
Iglesia, su mejor tesoro, la Virgen María.
Tiempo para Compartir.

Ahora podemos compartir, lo que hemos sentido al ir recordando y escuchando a cada


uno de los santos de los que se ha destacado alguna característica, diciendo el por qué.

Padrenuestro.

Oración final:

El Padre:
Tú en Mí,
Yo en ti,
58 Todo en Mí,
Tú en todo, todo en ti.
Ama en Mí,
Ama conmigo,
Ámame en ellos,
Ámame como Yo te amo,
Ámalos como Yo los amo,
Ámate como Yo te amo.

CATECISMO

960.- La Iglesia es "comunión de los santos": esta expresión designa primera-


mente las "cosas santas" ["sancta"], y ante todo la Eucaristía, "que significa y al mismo
tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un solo cuerpo en Cristo" (LG
3).
961.- Este término designa también la comunión entre las "personas santas"
["sancti"] en Cristo que ha "muerto por todos", de modo que lo que cada uno hace o
sufre en y por Cristo da fruto para todos.
962.- "Creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, es decir, de los que
peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan
de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia; y creemos
igualmente que en esa comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso
de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones" (SPF
30).
Tema 6

MODELO CRISTIANO EN LA IGLESIA: MARÍA.

Jesús, al ver a su madre y cerca al


discípulo que tanto quería, dijo a su
madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes 59
a tu madre.» Y desde aquella hora,
el discípulo la recibió en su casa.
(Juan, 19, 26-27)

INTRODUCCIÓN

A la hora de plantear este tema partimos del hecho que la figura de María tiene una inci-
dencia diversa en distintos grupos de cristianos ¿Qué significa esto? Pues que para algunos de
vosotros, por vuestra formación personal y vuestra historia de fe, María en una de sus múltiples
advocaciones, ocupa un lugar central, por que es la patrona de vuestro pueblo o vuestra parro-
quia y eso ha hecho que desde bien pequeños haya estado muy presente en vuestra oración y
en vuestra vida. Por el contrario, tal vez otros habéis descubierto su importancia en una edad
más avanzada, sin todo el acompañamiento de una devoción popular. Incluso puede darse el
caso de que otros tengáis una fe formada y centrada en la persona de Jesucristo y la figura de
María no es que sea ignorada absolutamente, pero carezca de importancia real.
Considerando esta diversidad, es cierto que la persona de María es importante para
todos, por eso no podemos dejarla a un lado y le dedicamos este tema. Para algunos puede
servir como estímulo para tenerla más presente en nuestra vida, para otros como ocasión para
afianzar esa relación y “purificarla” de alguna “excesiva” devoción popular.
Además del material que aquí se propone, puede ser útil que cada se adapte este tema
a vuestra propia realidad. Especialmente en aquellos lugares donde haya una especial vincu-
lación a la figura de María, podría ser interesante que alguien se preocupase de presentar de
un modo sencillo el origen de la advocación y la devoción a María, el desarrollo histórico que
ha tenido, cómo se vive en la actualidad, cosas que se podrían hacer para mejorarlo, etc. En
fin, que es un tema bastante abierto a la iniciativa y creatividad, así que no se desaprovechla
1. AQUÍ TIENES A TU MADRE.
“Jesús, viendo a su Madre, y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su Madre:
Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu Madre. Y desde aquella hora
la tomó en su compañía.” (Jn 19,26-27).

Estas palabras que nos ofrece el evangelista San Juan, puestas en boca de Jesús en el
momento de la cruz, establecen un fuerte vínculo no sólo entre María y Juan. En esa figura del
discípulo amado de Jesús estábamos representados todos los que íbamos a ser también discí-
pulos suyos, por lo cual también nosotros tenemos por madre a María, no por nuestra volun-
tad sino por expreso deseo del mismo Jesucristo. Esto implica la importancia que María debe
tener en nuestra vida de fe. Al igual que el discípulo que “desde aquella hora la toma en su
compañía”, también nosotros estamos invitados a tomar esa compañía de María, a tenerla pre-
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sente cada día en nuestra vida de fe, a gozar de su cuidado amoroso.
Este encargo no es únicamente para nosotros, los discípulos. Se trata de una tarea mutua,
ya que previamente Jesús le ha encomendado a María: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. También
María desde ese momento queda comprometida con nosotros como Madre. Ninguno de nos-
otros le podemos ser indiferentes pues asume la maternal misión de cuidar de cada uno de los
hijos que Jesús le entrega. Aunque nosotros vivimos en nuestra fragilidad, que hace que no
siempre realicemos consecuentemente nuestra parte del compromiso de ser esos “buenos hijos”,
ya que en ocasiones somos olvidadizos, cómodos o estamos preocupados por tantos otros
reclamos, que nos despistan; tenemos la seguridad de que María, nuestra buena madre, ejer-
ce esa misión con cariño de modo constante.
Vamos a profundizar en el sentido de esta relación con María, que nos es dada. Hemos
visto que María para nosotros es, ante todo, madre. Es cierto que el modelo de maternidad ha
evolucionado rápidamente en los últimos años, aún así, hay elementos permanentes en los que
podemos fijarnos. Si pensamos en nuestra madre, hay una característica, tal vez desapercibi-
da, pero muy presente y en la que estaremos de acuerdo. La madre es una figura de la que se
aprende mucho más por las actitudes que por las palabras. Una madre no se caracteriza por
sus muchos discursos, sino por las actitudes que en ella son habituales: el desvelo y el cuidado
por un hijo enfermo, la preocupación para que todo esté a punto en los días importantes, la
atención por los detalles en la relación, el servicio constante y desinteresado... Son tantas que
la lista se haría interminable.
Esta misma cualidad la encontramos en María. Son pocas las palabras que de ella con-
servamos en los evangelios: en el momento que recibe la misión de Dios por medio del ángel,
en la visita que hace a su prima Isabel, en las bodas de Caná... y poco más. Pero su figura está
llena de actitudes que se manifiestan en su disponibilidad, presencia y cercanía, tanto con su
hijo Jesús, como posteriormente con los apóstoles.
Esto es lo que hace que pongamos nuestros ojos en ella y la convierte en modelo para
nuestra vida cristiana. Vamos pues a detenernos en algunas de las palabras que de ella con-
servamos, intentando resaltar también las actitudes que detrás de ella se encierran y que ella
vivió de manera ejemplar.
2. SE ALEGRA MI ESPÍRITU EN DIOS.
“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador...”
(Lc 1,46-47).

María era una chica sencilla, ni siquiera era de la capital, vivía en un pueblo del norte
en Galilea, llamado Nazaret. Los primer os años de su vida, desconocidos para nosotros, han
sido fuente de inspiración para la imaginación de muchos. No está mal que también nosotros
dejemos volar nuestra imaginación para pensar cómo sería esa María niña y joven; pero si
podemos afirmar algo con seguridad es que las palabras iniciales del Magnificat no fueron
expresión fugaz en un momento de gozo por el encuentro con su querida prima Isabel, sino
que manifiestan cuál había sido el sentido de toda su vida.
No es difícil suponer que María, como todas las niñas de su tiempo, habría sido educa-
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da en la fe y tradición del pueblo judío. En las palabras “Proclama mi alma la grandeza del
Señor... Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador...” María indica que su vida había sido cons-
truida, desde su más tierna infancia, en relación con ese Dios grande, Adonai; que el sentido
de su vida no se encerraba en si misma, sino que en ella, como en cada hombre y mujer, se
manifestaba la grandeza del Dios Creador. Y esta era la fuente de alegría incesante que bro-
taba de su corazón, por que María fue una joven alegre, nada que ver con algunas imágenes
mojigatas que de ella se nos han presentado.
Esa alegría nace de la confianza puesta en Dios, al que considera su Salvador. En aque-
llos tiempos difíciles, en que el territorio de Israel se encontraba bajo la dominación romana,
María no esperaba que la salvación viniera sino de Dios, al que consideraba su Salvador, como
había sucedido a lo largo de la historia de su pueblo. Esto alimentaba su esperanza de que el
Dios que les había salvado en el pasado es fiel y continuaría salvándoles en el futuro. Esa fide-
lidad de Dios era la que le animaba a su fidelidad, María quería ser fiel como Dios a la alian-
za que había sellado con su pueblo, y que se había concretado en la Torah, la Ley que todo
buen israelita debía de observar. Seguro que María obedeció esa ley pero no por obligación,
porque alguien se lo mandara, o porque Dios la fuera a castigar si no lo hacía. María fue obe-
diente a Dios como acto de agradecimiento, como respuesta a Dios por todos los bienes que
de El recibía, las “obras grandes” que en ella realizaba e iba a realizar. María nos enseña
como la obediencia a la ley, asumida personalmente y no por imposición, es un camino de libe-
ración y no de alineación, que nos ayuda a encontrarnos con nosotros mismos y a encontrar
esa fuente de alegría profunda que nuestro corazón anhela.
Así de sencillamente transcurría su vida hasta que un día todo cambió (¿o nada cambió?),
ocurrió un acontecimiento para el cual su corazón había sido preparado durante tanto tiempo
y este encuentro sí que cambió definitivamente su vida...

3. AQUÍ ESTÁ LA ESCLAVA DEL SEÑOR.

“... para Dios nada hay imposible... Aquí está la esclava del Señor; que se cumpla en mí
según tu palabra” (Lc 1,37-38).

Que pasó aquella mañana (o aquella tarde), no lo sabemos con exactitud; pero no nos
impor ta el detalle, no nos mueve la curiosidad de saber si el ángel Gabriel tenía alas o no...
Nos basta el testimonio que nos ofrece san Lucas, probablemente recogido de labios de la
misma María, que nos relata la escena de un modo entendible para las personas de su tiem-
po. Cuando Dios quería hacer un anuncio importante o una misión para alguien enviaba un
ángel, un mensajero con la noticia (basta recordar algunos ejemplos como Abraham, Jacob,
los padres de Sansón o el mismo Tobías). También María recibió esa visita misteriosa con un
mensaje aún más difícil de entender “que iba a ser la madre de ¿quién?”. Pues sí, del mismo
Hijo de Dios. Como es natural María no entendía nada (o casi nada) de todo aquello, como a
veces nos pasa a ti y a mí en las cosas de Dios ¿no? Pero su corazón estaba lleno de dos vir-
tudes extremadamente importantes para nuestra relación con El: la confianza y la generosidad.
Como hemos visto, María conocía la fidelidad de Dios y esto le hacía confiar en El, sen-
tirse segura en su presencia, no temer ni siquiera en los momentos más difíciles pues sabía que
todo sirve para el bien a los que aman a Dios. Y además María poseía la generosidad que
supone el poner toda la vida al servicio del plan de salvación de Dios y desear que en su vida
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sólo se realice la voluntad de Dios; la entrega total y absoluta de toda su persona, sabiendo
que esto le podía suponer problemas, como así sucedió con José.
Sólo si unimos la confianza absoluta con la generosidad total podemos obtener una per-
sona como María. La única sobre la cual Dios hizo depender todo su proyecto de salvación
para la humanidad, por que sabía que la había preparado desde el principio (lo que nosotros
después hemos titulado la “Inmaculada Concepción”) para que llegado este momento cumbre
de la historia nada pudiera fallar. ¿Qué hubiera pasado si María llega a decir “no”? Pues no
lo sabemos, pero éste puede ser tema para los amantes de la ciencia-ficción. Afortunadamente
para todos, María dijo sí y por ello Dios pudo hacerse uno como nosotros en Jesús, para com-
partir nuestra condición, devolvernos a la amistad con Dios y salvarnos muriendo en la cruz y
resucitando a una vida nueva... pero esto ya es otra historia ¿no?

4. HACED LO QUE ÉL OS DIGA.


“Dice su madre a los que servían: ‘Haced lo que él os diga’” (Jn 2,5).

Con el sí de María su vida no se convirtió en un camino de rosas, ni todo fue más fácil
que antes. No sería fácil de entender que todo un Hijo de Dios naciera en aquellas condicio-
nes, ni muchas de las cosas que ocurrier on en torno a aquel nacimiento: la visita de los pasto-
res y de unos tipos un tanto extraños con acento extranjero, el tener que salir de estampida para
proteger la vida del niño... pero si Dios lo quería así, pues hágase su voluntad.
María cumplió su papel de madre, con algún sufrimiento añadido como la pérdida de
Jesús en la peregrinación a Jerusalén, seguía sin entender nada pero guardaba todas estas
cosas en su corazón, como nos dice Lucas, mientras Jesús iba creciendo en sabiduría, en esta-
tura y en gracia ante Dios y los hombres. Hasta que se invirtieron los papeles y María pasó de
madre a discípula, dejando marchar a su hijo para una misión que tampoco acababa de com-
prender. En estos años de vida pública de Jesús la encontramos explícitamente al principio (las
Bodas de Caná) y en el momento final de la cruz. Pero podemos pensar que María estuvo cerca
de Jesús todo este tiempo, como nos muestra el pasaje de Mt 12, 46-50, en que aparecen la
madre y los hermanos de Jesús que están fuera y lo buscan. Cómo imaginar a María tranqui-
lamente en Nazaret, ajena a la suerte de su hijo y que de repente aparece en el momento de
la Pasión.
Es este aspecto de la vida de María, el que podemos tomar como modelo: un seguimien-
to discreto, sin asumir ningún protagonismo y sin quitárselo al que verdaderamente lo tiene,
Jesús. Esta actitud se hace evidente en Caná: ante la dificultad que se presenta, María sabe lo
que tiene que hacer, no se convierte en centro ni punto de referencia sino en cauce para que
los sirvientes accedan a Jesús, quien puede dar una solución. Esa palabra de María, “Haced
lo que él os diga”, es la que sigue repitiendo a cada uno de los discípulos que se acerca a ella.
María es la discípula que nos pone en el camino de su hijo, porque también ella lo recorre.
Sabemos que cuando ese camino llegue hasta el pie de la cruz en el Gólgota, allí también está
María con su silenciosa pero eficaz presencia y compañía.
Testimonio de esa presencia y compañía junto a los discípulos de su hijo, la encontramos
en Hch 1,14 tras la Ascensión, donde María persevera en la oración junto a los apóstoles en la
espera de la venida del Espíritu Santo. Lógico es pensar que un instrumento tan valioso para
Dios, sólo podía tener como lugar definitivo el cielo, desde donde ejerce su misión intercesora.
Ello hace que todos los cristianos de generación en generación hayan tenido especial venera-
63
ción por esta mujer bienaventurada, llena de la gracia de Dios, y hayan disfrutado de amoro-
sa atención y mediación.
Si queréis seguir profundizando en el tema podéis leer los siguientes números del
Catecismo de la Iglesia Católica:

· María en el plan de salvación de Dios: 484-507.


· María, llena de gracia: 721-726.
· Lugar de María en el misterio de la Iglesia: 963-972.
ACTIVIDAD: “EL ESPEJO DE MARIA”

Objetivo
- Promover una reflexión, a nivel individual y como grupo, en torno a la figura de María,
poniendo especial atención en las virtudes que ella representa y nos propone para nuestra vida
cristiana.
- Realizar una revisión y reflexión personal, respecto de nuestra vida.

Desarrollo
1. Preparar previamente con papel continuo o cartulina un dibujo de una silueta de María
2. Realizar una lluvia de ideas, sobre las virtudes, cualidades o elementos que nos llamen
64 la atención de María, con el fin de obtener una imagen lo más completa de ella. Será intere-
sante que todos hayan leído previamente el tema o que se lea al iniciar la actividad.
3. En este momento, cada uno de los participantes en la actividad debe eliminar una de
las aportaciones que hay en el panel. Con ello se pretende una cierta “purificación” de la ima-
gen para quedarnos con lo que realmente es importante de María.
4. Aquí puede concluir la actividad, con el retrato de María realizado por el equipo de
educadores.
5. Otra posibilidad es continuar con la reflexión y utilizar esta imagen de María como un
espejo en el que cada uno nos miramos. Se trataría, pues, de reflejarnos en María y pensar
cuáles son las cualidades de las que nos sentimos más alejados y cuáles las que están más pre-
sentes en nuestra vida. Ya será tarea de cada uno el pensar medios para potenciar las virtudes
presentes y para alcanzar las “ausentes”.
6. Se puede concluir con una puesta en común, compartiendo con los demás cuál es la
virtud más lejana y cuál la más presente en cada uno de los participantes.

ACTIVIDAD ALTERNATIVA

Objetivo
- Realizar una reflexión sobre las dificultades que la figura de María presenta para nos-
otros y para el mundo actual.
- Reflexionar sobre la propuesta de valores que la figura de María supone para nosotros
y puede suponer para nuestro mundo.

Desarrollo
Se trata de una actividad menos dinámica y más reflexiva. Consistiría básicamente en un
diálogo, con un moderador y un secretario, en el que se debatan dos cuestiones: la primera
sería ver las dificultades que la figura de María presenta para el mundo de hoy (y para nos-
otros también ¡claro! ya que somos de este mundo ¿no?), es decir, los temas que son más difí-
ciles de creer o de entender, relacionados con María. La segunda cuestión sería discutir los valo-
res que la figura de María propone para nuestro mundo, de los que está más necesitado. La
conclusión de la actividad podría ser un compromiso de profundizar en los interrogantes que
María nos plantea, intentando preparar el tema buscando respuestas, tal vez con la ayuda de
vuestro sacerdote. También asumir los retos y los valores que la figura de María nos propone.
ORACIÓN: MAGNIFICAT

Para el desarrollo de la oración tiene que haber al menos dos lectores y tal vez otra per-
sona que haga de monitor. Es importante mantener los tiempos de silencio que marcan el ritmo
de la oración, cuidar los cantos que pueden ser estos u otros que el propio grupo conozca. Las
reflexiones que se ofrecen son sólo una posibilidad y pueden ser cambiadas o adaptadas por
quien prepara la oración.

- EL MAGNIFICAT -

Monición intr oductoria.


(Prepararla el propio grupo en función de cómo quede el esquema final de la oración). 65

Canto: María dijo sí... (Alborada)

María dijo sí ar riesgando muchas cosas,


Confió en el Espíritu y asintió
Al igual que María debemos hacer
Al igual que María abrir el corazón
Espíritu de Dios.

Elegida de Dios por su pobr eza


Elegida de Dios por su humildad
Elegida de Dios por su pureza
Elegida de Dios por su bondad.

Lectura evangelio Lc 1, 39-45.

Lector 1 (debe leer todo lo que de aquí en adelante aparece en letra cursiva).

En aquellos días se levantó María y se dirigió presurosa a la montaña, a una


ciudad de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, al
oír Isabel el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno. Isabel, llena del
Espíritu Santo, dijo a voz en grito: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de
tu vientre. ¿De dónde que venga a mí la madre de mi Señor? Pues cuando tu salu -
do llegó a mis oídos, la criatura saltó de gozo en mi vientre. Dichosa tú que has cre -
ído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

Y dijo María:

Lector 2 (debe leer todo lo que aparece en letra normal).


Con Ma ría vamos también nosotros a proclamar de ma nera personal nuestro
Magnificat...
Canto (CANON - MAGNIFICAT):

Engrandece mi alma, al Señor.


Y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador
Dadle gracias ahora y siempre por todo lo que os ha dado
y así podréis ver que grande es el Señor
y así podréis ver que grande es el Señor

(Un canto alternativo puede ser el Magnificat de Taizé)

Proclama mi alma la grandeza del Señor,


Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador,...

Abramos nuestro corazón al Señor como María, con docilidad, con confianza...
66 ¿Qué es lo que mi vida pr oclama a los demás?...
¿Qué brota hoy espontáneamen te de mi corazón? ...
¿Cuáles son los motivos de mi alegría más profunda?...

(Tiempo para orar en silencio)

María nos da la razón de su alegría, lo que proclama con su vida...


Porque ha mirado la humillación de su esclava.

[canto canon-magnificat]

Desde ahora me felicitarán todas la generaciones


porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí,
su nombre es santo
y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación,

María siente que su felicidad brota de lo que Dios ha hecho con ella... y Dios sigue
actuando hoy en nosotros...
Haz presente las obras buenas que el Señor realiza en tu vida ...
¿En qué momentos experimentas la misericordia de Dios contigo? ...

(Tiempo para orar en silencio)

María nos comunica algunas de esas obras grandes de Dios...

... él hace proezas con su brazo


dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos,
y enaltece a los humildes
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos...

[canto canon-magnificat]
Auxilia a Israel su siervo acordándose de la misericordia
como lo había prometido a nuestros padres
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Demos ahora gracias a Dios por su fidelidad, por que El cumple la promesa que había
hecho a nuestros padres ...
Demos gracias también por todos los que han sido instrumento en manos de Dios para
que la fe llegara hasta cada uno de nosotros...

(Tiempo para orar en silencio)

Momento para compartir:


En este momento podemos compartir con los demás lo que el Señor ha depositado en 67
nuestro corazón bien sea como alabanza, como petición, como acción de gracias...

Padre Nuestro:

Concluimos nuestra oración uniendo nuestras voces para dirigirnos al Padre con las mis-
mas palabras que Cristo nos enseñó....

Canto Final: Quiero decir que sí....

Quiero decir que sí c omo tú María, como tú un día, como tú María.


Quiero alabar le a él,...
Quiero negarme a mí, ...
Q uiero en tregarme a él, ...
Yo quiero serle fiel, ...

CATECISMO

973.- Al pronunciar el "fiat" de la Anunciación y al dar su consentimiento al


Misterio de la Encarnación, María colabora ya en toda la obra que debe llevar a cabo
su Hijo. Ella es madre allí donde El es Salvador y Cabeza del Cuerpo místico.
974.- La Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue lle-
vada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, en donde ella participa ya en la gloria de
la resurrección de su Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros de su
Cuerpo.
975.- "Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia,
continúa en el cielo ejercitando su oficio materno con respecto a los miembros de
Cristo (SPF 15).
CAPÍTULO II: EL MISTERIO PASCUAL EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA.

A t ravés de estos temas nos gustaría


ayudaros a leer mejor los signos de la vida
y es pecia lmente los signos de la fe. Cristo
nos ha dejado muchos signos de su pres en-
cia s alvadora (Ver Sacrosanctum Concili um 7.)
y para captar esta presencia , tenemos
que saber hacer la lectura correspon-
die nte.
El hombre de fe es el que tie ne ojos nue-
vos para ver más all á de cualquier hori-
zonte y más adentro de cual quie r superfi-
68 cie. Tiene también bien abierto el oído para
poder escuchar toda palabra que sal e de
l a boca de Dio s, aunque es té inmerso en un
mundo excesivamente ruidoso. Por medio de
l a palabra y por medio de los signos, el hom-
bre nuevo podrá ll egar a capt ar el mis te-
rio de l as cosas, podrá ll egar a experi-
mentar el encuentro con el Señor.
Todas las cosas tienen su misterio. Si llegamos a entenderlo, las cosas pueden llegar a ser,
en cierto sentido, un sacramento. Pueden, por ejemplo, hablarnos de amistad, de agradeci-
miento; pueden ser signos de una presencia querida, memorial de un acontecimiento que no
debe olvidarse, llamada a unos sentimientos de adoración; pueden despertar en nosotros los
mejores deseos y esperanzas. Hay, como se ve, una cierta sacramentalidad universal.
Pero nuestro principal objetivo es fijarnos en la sacramentalidad que se concentra en
Cristo y que nos llega a través de la Iglesia.
Podríamos aplicar a Jesús lo que el libro de los Proverbios dice de la sabiduría: «La sabi-
duría ha construido su casa, plantando siete columnas, ha preparado el banquete, mezclado
el vino y puesto la mesa» (Prov 9,1-2). Esta casa de siete columnas es la Iglesia, «el edificio sacra-
mental». En esta casa no falta el alimento necesario, el agua que sacia y purifica, el vino que
alegra y conforta, el aceite que cura y consagra. Tampoco falta el fuego del Espíritu y la pre-
69
sencia del Señor.
«Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero ado-
rarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíri-
tu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad» (Jn 4,23-24).
Nosotros, el hombre nuevo, que ha nacido del agua y la palabra, es un hombre capaz
de adoración, pronto a la fiesta, propenso a la celebración. La fe no es sólo ni principalmente
una verdad que creer, sino un encuentro festivo con Cristo salvador. y una nueva vida que hay
que desarrollar en el Espíritu. La celebración. la adoración, el culto es algo que brota espontá-
neamente en el que cree. Pero Jesús nos advierte que sea en Espíritu y Verdad.
- En espíritu. No se trata de un folklore, de un culto ritualista, de una celebración vacía.
Se trata de un culto vivo y comprometido, movido siempre por el Espíritu «que se ha derrama-
do en nuestros corazones» (Rom 5,5) , «por el que clamamos: Abba, Padre» (Rom 8,15). Es la vida
nueva que en los sacramentos se recibe, se alimentan y se celebra.
- En verdad, El culto que Dios quiere no puede ser falso o hipócrita. No se puede cele-
brar la libertad y seguir siendo un esclavo. No se puede celebrar el amor y ser un egoísta. Ya
el profeta Isaías nos enseña con claridad cuál es el culto que agrada a Dios (ver Is 58).
- Y en comunidad. Para que el culto sea más espiritual y verdadero debe celebrarse comu-
nitariamente. La comunidad es el verdadero lugar de encuentro con Dios, donde se hace más
presente y actúa más eficazmente. Si se impone el carácter individualista y devocional, toda la
vida cristiana se desvirtúa y se convierte en algo pietista e interesado. En vez de celebrar la
experiencia del amor de Dios, que reúne al pueblo y lo salva, se pensará más en la propia sal
vación, Y entonces, cuando lo que realmente preocupa es la propia salvación, se produce un
giro de incalculables consecuencias. Entonces la inquietud del cristiano se cifra en cómo servir
mejor a Dios para salvarse, en cómo cumplir escrupulosamente los mandamientos, en cómo
acumular méritos y buenas obras; pero se olvida de las bienaventuranzas, no se atiende a la
ley del amor «que se ha derramado en nuestros corazones», no se vive la gratuidad.

Las tres dimensiones que construyen la Iglesia, los tres pilares sobre los que se sostiene el
edificio sacramental, son la palabra, el culto y la caridad. Es ya una división que aceptamos:
evangelio, liturgia y servicio; o sea la fe que se cree, la fe que se celebra y la fe que se vive.
Está bien que estas tres realidades se distingan a nivel de conceptos, pero lo que hay que
afirmar claramente es que las tres r ealidades no pueden separarse, pues mutuamente se inclu-
yen y complementan.

- La palabra. Es luz y fuerza, enciende y estimula, como a los discípulos de Emaús (ver Lc
24,32). La comunidad cristiana es convocada por la palabra, ha de estar siempre a la escucha
de la palabra y ha de proclamarla sin descanso. De ahí toda la tarea de estudio, evangeliza-
ción y catequesis. Pero la palabra no es primariamente un conjunto de verdades ni un objeto
de ciencia o un programa de acción. La palabra es ante todo, como dice Urs von Balthasar,
una buena noticia, «una gran alegría» (Lc 2, 1 0), que no cabe en ningún corazón humano. Esta
buena noticia anuncia que Dios, misericordioso, se ha hecho y se hace presente en Jesucristo,
que nos ha salvado y nos sigue salvando en Jesucristo, y que nos posibilita para que seamos
70
salvadores. La palabra es amor, por eso la palabra hay que escucharla y meditarla; pero tam-
bién hay que celebrarla y vivirla.

- El culto. Es la celebración de lo que se cree y lo que se vive, algo que brota espontáne-
amente, cuando se siente la experiencia de la salvación de Dios. Por eso, las primeras, comu-
nidades cristianas, a la vez que «acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles» (Hch
2,42), también «acudían al templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu,
partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón.
Alababan a Dios...» (Hch 2,46). Pero el culto cristiano no es un rito sin vida, ceremonia rubris-
cita, sino que es la actualización de la presencia liberadora del Sefíor. Toda celebración litúr-
gica y sacramental no es tanto un acto de piedad, cuanto un acontecimiento salvífico. En cada
celebración se realiza la victoria de Cristo sobre el pecado, sobre mi pecado, sobre el pecado
del mundo; es decir, sobre toda injusticia y todo egoísmo. Por medio de la liturgia Cristo se hace
presente: en su palabra, que se actualiza, y en sus signos eficaces, En la liturgia el cristiano se
compromete a prolongar la acción liberadora de Cristo.

- La caridad. Es como la savia de la Iglesia, que ha recibido el Espíritu del amor. Si no


tiene amor, no es nada. Amor se entiende en doble dimensión, de común-unión (Koinonía) y
de servicio (Diakonía). Así vemos que- desde el principio los cristianos «vivían todos unidos y
lo tenían todo en común» (Hch 2,44); «la multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón
y un alma sola» (Hch 4,32); entre ellos nadie pasaba necesidad y atendían generosamente a los
pobres y los enfermos. Per o este amor se alimenta de la palabra y de los sacramentos. No se
trata de un amor cualquiera, sino de un amor que nos viene de Cristo. Porque «aunque repar-
tiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me apro-
vecha» (1ª Cor 13,3) . Este es el amor que se predica y se enseña, el amor que se celebra y se
vive. El amor es tema central en la predicación y en el culto. Pero, al mismo tiempo, amando,
se predica a Cristo y se da culto a Dios.

Estos temas que vamos a desarrollar sobre el carácter celebrativo y sacramental de la


Iglesia quieren aportar una bocanada de aire festivo a esta sociedad nuestra, embotada por el
consumo, reseca por el tecnicismo, desvitalizada por el intelectualismo.
En nuestra cultura predomina el hombre técnico -homo faber- que estudia para hacer, y
el hombre pensante -homo sapiens- que estudia para saber, sobre el hombre festivo -homo
ludens- que goza y siente la vida.
¿Razones? Son muchas, como la revolución tecnológica. la sociedad consumista, la des-
humanización de la vida, el individualismo insolidario, la competitividad estructural, la soledad
creciente...
También el hombre religioso ha perdido gran parte de su dimensión celebrativa. La fe se
ha intelectualizado demasiado y la liturgia se ha ritualizado con exceso. Se vive más el senti-
do del deber que el de la gracia, el sentido del mérito que el de la gratuidad, la ley más que
el Espíritu. El mismo vocabulario religioso adolece de ritualismo, legalismo y cosificación. Se
dice, por ejemplo, ir a misa, asistir a misa, escuchar misa. dar misa. O administrar tal sacra-
mento, repartir comuniones, recibir tanta gracia. A los que van a misa y cumplen con la Pascua
se les llama practicantes. O sea es cuestión de cumplir, de practicar, de administrar...

71
El hombre celebrativo debe vivir en la gratuidad, sentir la vida, captar el espíritu de las
cosas, interpretar los signos, agradecer y alabar con todo su cuerpo y todo su espíritu. Y hacer-
lo desde dentro, desde el Espíritu que mora en él. Hacer las cosas no por obligación o por tra-
dición, o por ganar méritos, sino porque las siente.
Celebramos la manifestación de Dios en Cristo, que es sacramento primordial de salva-
ción.
Celebramos el encuentro con Cristo en la Iglesia. que es sacramento de Cristo, sacramento
universal de salvación.

Encontrar eis el desarrollo, actividades y celebraciones sobre cada uno de los sacramen-
tos. Esos grandes momentos de la vida de fe, en los que el hombre se encuentra realmente con
el Señor. La Iglesia celebra en los sacramentos la obra salvadora de Jesús, su misterio pascual.
Son signos eficaces, cargados de la fuerza liberadora del Espíritu. Ellos constituyen los gran-
des momentos de la vida de la fe. Los diversos sacramentos corresponden a diversas situacio-
nes de la vida del creyente.

- BAUTISMO es la celebración de la nueva vida, el renacer en Cristo por el agua y el


Espíritu; por él accedemos a la comunidad cristiana.

- CONFIRMACIÓN es la celebración de la robustez cristiana, de la plena incorporación


a la Iglesia, con el compromiso de dar testimonio de fe.

- EUCARISTÍA es la celebración de la Pascua del Señor, alimento de la fe, pan de la vida,


signo de unidad y vínculo de caridad. Es el verdadero corazón de la Iglesia.

- PENITENCIA es la celebración del perdón, sacramento de reconciliación, misterio de


misericordia, signo de conversión. Una buena medicina para las heridas del camino.

- UNCIÓN DE ENFERMOS es la celebración de la presencia de Cristo liberadora en la


enfermedad y la muerte, de la esperanza cristiana frente al dolor y la muerte.

- ORDEN SACERDOTAl es la celebración de la prolongación de Cristo que se hace pre-


sente en quienes se consagran al servicio de la comunidad eclesial.
- MATRIMONIO es la celebración del amor humano, en fidelidad definitiva, signo del
amor de Cristo, que embellece y fecunda a su Iglesia.

Nos gustaría como conclusión que recor darais estas ideas que resumen todo lo que dese-
aría consiguieras con estos temas:

- Que hay que ser sensibles a la vida, a los acontecimientos, a los signos. Hemos de cul-
tivar la capacidad de admiración y de ver más allá de la apariencia. Si somos materialistas o
si pasamos de todo, nos incapacitamos para entender el lenguaje simbólico. La liturgia utiliza
constantemente los signos y los símbolos.

- Que desarrollarais el Espíritu de oración, esa capacidad de adentrarse en el misterio de


72
las cosas y los acontecimientos, capacidad de escucha y acogida; ese trato de amistad con el
Amor; esa presencia y cercanía de Dios; dejándoos mover por él soplo del Espíritu.

- Que amarais la vida litúrgica de la Iglesia. Ya sabes la importancia que da el Concilio


Vaticano II a la liturgia. Hay que conocer lo que se celebra, hay que preparar cuidadosamen-
te las celebraciones, hay que ser consciente de cada gesto, cada momento, cada fiesta, por exi-
gencia de la «participación activa, consciente y plena» que pedía el Concilio. Toda celebración
tiene sus leyes, su dinámica, sus símbolos. Sólo el que ama la liturgia podrá entrar dentro de
la celebración.

- Sabes que la improvisación no es recomendable, pero también es cierto que hay que
dejar espacio para las manifestaciones espontáneas. «Donde está el Espíritu del Señor, allí hay
libertad» (2ª Cor 3,17). También en la liturgia se debe ser creativo. No se puede ahogar los sen-
timientos o hacer callar al Espíritu. La creatividad, sea en el fondo, sea en la forma, es algo
propio de toda celebración festiva.

- Que ameis a vuestas comunidad cristiana. No debeis buscar protagonismo. En todas las
celebraciones no hay más protagonista que la comunidad. Si buscamos a Dios por nuestra
cuenta, nos perdemos. Es en la comunidad donde Dios se hace presente con más fuerza y efi-
cacia.

- Y finalmente vivid desde la gratuidad. Nada entendería de liturgia quien no viva en y


desde la gratuidad. Se celebra lo que es «gracia», la salvación que se nos ha dado. No somos
nosotros capaces de hacer presente al Señor o merecer los dones de su Espíritu. Es Jesús el que
se hace presente, porque el Padre nos ama, y él alienta su Espíritu sobre nosotros. Ni siquiera
el ministro de los sacramentos es protagonista de nada; él sólo es un pequeño instrumento en
las manos del Señor. El verdadero protagonista es Cristo, el Señor.
Tema 7

¿QUÉ ES CELEBRAR LA VIDA DE FE?.


LITURGIA Y SACRAMENTOS

Con razón, entonces, se considera


la liturgia como el ejercicio del
Sacerdocio de Jesucristo. En ella
los signos sensibles significan, y
cada uno a su manera, realizan la 73
santificación del hombre y así el
Cuerpo Místico de Cristo, es decir,
la Cabeza y su miembros, ejerce el
culto público íntegro. En conse -
cuencia, toda celebración litúrgica,
por ser obra de Cristo Sacerdote y
de su cuerpo, que es la Iglesia, es
acción sagrada por excelencia,
cuya eficacia, con el mismo título y
en el mismo grado, no la iguala nin -
guna otra acción de la Iglesia".
(Sacrosantum Concilium, nº 7)

INTRODUCCIÓN

El hombre necesita celebrar. La celebración es como «la chispa de la vida», la que saca
al hombre de su rutina y de sus dolores, ¿Imagináis un año sin domingos y sin fiestas? Se cele-
bran los acontecimientos que parecen más importantes. «Esto hay que celebrarlo», decimos con
frecuencia: un éxito, una victoria, un golpe de fortuna; o un premio, una tarea consumada, una
amistad nueva; una curación, una liberación, una vocación, un amor,- o un año que empieza,
una vida que empieza, un nombramiento que se consigue... Todo puede celebrarse. Tampoco
se pueden reducir a síntesis las distintas formas de celebración; desde el banquete a la danza,
desde el brindis al canto, desde el discurso al regalo, desde el rito al sacramento. La Iglesia
necesita también celebrar muchas cosas, Cristiano es el hombre que vive en una constante acti-
tud festiva y celebrativa, porque la fe es una fiesta y su fiesta no tiene fin.

LA CELEBRACIÓN

Si el hombre colorea su vida con multitud de celebraciones, el cristiano hace de la cele-


bración, no un accidente, como el color de un cuadro, sino algo esencial, como el fondo de
este. La actitud básica del creyente debe ser celebrativa, porque se siente definitivamente sal-
vado. La vida del cristiano debe ser un canto de alabanza y agradecimiento. Siempre un canto.
Hoy, sobre todo a partir del Vaticano II, hablamos normalmente de «celebrar» un sacra-
mento, en vez de «administrar» un sacramento. Se impone en los sacramentos y en toda la litur-
gia la dimensión gozosa, comunitaria y participativa, superando todo tipo de ritualismo e indi-
vidualismo.
Celebrar es expresar festivamente, con palabras, gestos y símbolos los sentimientos más
profundos, las experiencias más vivas. Es la expresión comunitaria, con gestos o ritos, de expe-
riencias, recuerdos o aspiraciones comunes, centradas sobre un hecho o un acontecimiento.
Celebrar es hacer fiesta.

74

Tres exigencias de la celebración

Dando por supuesto que haya una realidad digna de celebrarse, algo fuera de lo normal,
toda celebración exige, como fiesta, su tiempo y su momento. Las fiestas se fijan en el calen-
dario (un domingo, un santo, un cumpleaños) porque hay que distinguir unos días de otros. No
todo momento vale para celebrarlo. La celebración es tiempo de gracia.
Es verdad que la fiesta para el cristiano no debe tener fin, porque nuestra fiesta es Cristo,
que no termina. Por otra parte, la fiesta no se hace a golpe de calendario, sino de corazón.
Pero el calendario la enmarca, regula y socializa.
La celebración exige también, como fiesta, sus ritos y sus acciones propias. No se conci-
be una fiesta sin cantos típicos, comida adecuada, vestidos especiales, diversiones característi-
cas, palabras y gestos adecuados. Todo encuadrado en un buen programa.
Exige, por último, como fiesta, un ambiente de común unión y de alegría. La fiesta une a
las gentes, a los grupos, a los pueblos. La celebración surge, desde la alegría y para la alegría.
Una celebración en solitario resulta triste y desvirtuada.
El ritmo o partes de toda celebración.

Ciñéndonos a la dimensión religiosa, las formas de celebración, si damos cabida a la cre-


atividad y la espontaneidad, serán ilimitadamente variadas. Tenemos la palabra, el canto, el
gesto, el símbolo, el mimo, la danza, el teatro, el juego. el happening, el mito. Pero, dentro de
tan múltiples variedades, se puede buscar un esquema común, tomado de los usos y costum-
bres naturales.

Los ritos iniciales

En toda celebración suele haber, en primer lugar. una invitación, una acogida y un
encuentro, en el que se multiplican los saludos y las manifestaciones de respeto y amistad. Estos
75
son, en las celebraciones cristianas, los ritos iniciales, en los que no faltan los saludos, la aco-
gida, la certeza de que el Señor se hace presente en el encuentro. Impor ta mucho que el
encuentro sea gozoso, cálido, profundo.
Conviene destacar también la dimensión de fe. En cada encuentro Cristo se hace presen -
te. Diríamos que es él quien nos ha convocado y nos invita a su fiesta. Él se hace presente com-
partiendo todo lo nuestro.
A la vez, en nuestro encuentro se construye la comunidad, No se trata simplemente de
una reunión de amigos. Hay una realidad casi misteriosa que distingue a nuestras celebracio-
nes: el Espíritu nos une a todos en el amor.

La liturgia de la Palabra

En segundo lugar, se trata un tema de fondo. Es el momento del diálogo, de la reflexión,


de la puesta en común de noticias y experiencias. de la palabra. Es lo que llamamos liturgia
de la palabra. Pero una palabra viva, creadora, perenne. Aquí la palabra del hombre sirve de
ropaje a la misma palabra de Dios. Esta palabra se proclama, se comenta, se guarda, se vive.

La liturgia del sacramento

En tercer lugar, todo encuentro va acompañado de gestos, de ritos, de símbolos, de can-


tos, que dan el colorido, que reafirman lo que se ha dicho con palabras, que abren a la tras-
cendencia.
En las celebraciones cristianas se multiplican los ritos y los símbolos: será partir un pan y
levantar una copa; sumergirse en agua o empaparse con aceite... Estos ritos van acompañan-
do la vida de los hombres, pero todos tienen una lectura salvadera y todos tienen relación con
Cristo.

El rito de despedida

En cuarto lugar se llega a las despedidas y a los buenos deseos. Todo esto se realiza tam-
bién en las celebraciones cristianas: bendiciones, despedidas, compromisos. Cada nueva reu-
nión será como una anticipación de la parusía, Por eso, que pase pronto el tiempo y Jesús se
haga presente en plenitud.
Todos se despiden con un mensaje de paz y un compromiso de hacerla posible. Cuando
se dice «podéis ir en paz», no es para que se queden tranquilos. sino para que hagan posible
la paz y la salvación de todos.

Actitudes básicas de toda celebración.

La celebración cristiana brota espontáneamente del corazón que se siente salvado, y


surge desde una experiencia de gracia. Actitudes básicas serán por lo tanto:

•La gratitud: -El cristiano reconoce que se le regala infinitamente más de lo que merece.
Celebra más el fruto de la gracia que el logro de sus merecimientos. Se siente más objeto de
predilección que protagonista de liberación. La gran noticia, el evangelio que celebra es que
76
Dios lo ama incondicionalmente y en ese amor se siente definitivamente salvado. No cabe duda
de que, como afirma san Pablo, «todo es gracia» (Rom 4,16). Como se puede deducir fácilmen-
te, la gratuidad engendra agradecimiento, confianza y humildad.
- Agradecimiento: No cabe otra actitud ante Dios que la del samaritano leproso (Lc 17,16) .
«Gracias» es una de las palabras más bonitas de nuestro vocabulario siempre que no se anqui-
lose por la costumbre o la hipocresía. La gratitud es de lo más hermoso que sale del corazón.
- Confianza: El que cree en Dios, el que se convence de su amor gratuito, no tiene nada
que temer. Se siente amado por encima de sus criterios y a pesar de sus deméritos. Se trata de
un amor incondicional, que sólo pide dejarse querer.
- Humildad: Porque te das cuenta que todo lo has recibido. Si Dios te acoge no es por-
que seas mejor, sino porque, como en el caso de Israel, eres el más pequeño. No es cuestión
de gloriarse en nosotros mismos, sino en el Señor, porque, como dice san Agustín: «Busca méri-
tos, busca justicia, busca motivos; y a ver si encuentras algo que no sea gracia».

• La alegría: El que está triste difícilmente puede hacer una buena celebración. Cierto que
la tristeza también es una realidad humana asumida y redimida por Cristo, que se puede ofre-
cer a Dios. Pero, cuando se ofrece, la tristeza pierde su veneno y sus tonos oscuros, porque se
reviste de esperanza. Se puede celebrar el dolor, pero consciente de que todo dolor llevará su
fruto. Se pueden celebrar funerales, pero sabiendo que la muerte es una pascua.

•Creatividad: La celebración tiende a ser espontánea, original, creativa. Se puede ajus-


tar a unas tradiciones y normas, pero gusta siempre del sello de lo personal. Al rito y la rúbri-
ca se le añadirá el plus del espíritu, siempre nuevo, siempre actualizado. Si ejecutas una cele-
bración meticulosamente correcta en cuanto a las normas, pero sin la gracia y la chispa del
«espíritu», será una celebración fría y vacía; será una repetición, no una celebración.

•Sentido comunitario: No se entiende, ni humana ni cristianamente una celebración en


solitario. La celebración ha de ser comunicativa, solidaria y participativa. Sabemos que el hom-
bre se realiza en la relación y la comunicación, mucho más el cristiano. El cristiano tiende con
fuerza al encuentro creciente, hasta llegar a la comunión plena, en semejanza trinitaria. Ese es
el dinamismo que imprime el Espíritu. Por eso las celebraciones cristianas son comunitarias.
Nada de sacramentos o misas a solas. La liturgia es esencialmente comunitaria, porque es una
expresión de la Iglesia, una acción de la comunidad eclesial. Por eso podemos cantar:
«Allí donde va un cristiano
no hay soledad, sino amor,
pues lleva toda la Iglesia
dentro de su corazón
y dice siempre "nosotros"
incluso si dice "yo"».
(Himno litúrgico)

Así pues, celebrar es poner en común creencias, sentimientos y esperanzas. Aquello de


«una pena entre dos es menos pena, la alegría es mayor si se reparte».

•Actitud de participación: No se puede estar pasivamente en la celebración, pues eso


sería masa, no comunidad. Los miembros de una comunidad se comunican, se integran, se aco- 77
gen, se relacionan. Todo ello exige acción, apertura, respeto, empatía. La celebración es acti-
vidad, no pasividad, es dinamismo del Espíritu.

Nos hemos aproximado al concepto de celebración. Examinemos ahora qué es lo que


podemos o debemos celebrar. Podemos resumir diciendo que celebramos las cosas admirables
y maravillosas que Dios ha realizado y sigue realizando en nosotros. Como cantaba María:
«Porque el Poderoso ha hecho en mí maravillas» (Lc 1,49); eso mismo tiene que seguir cantan-
do la Iglesia.

a.- Celebra la salvación

El creyente celebra, en primer lugar, su salvación. Sobre el corazón del fiel ha descendi-
do toda la bondad y la gracia de Dios. todo el poder y la paz de Dios. El creyente es un hom-
bre nuevo, se siente salvado:

- No teme nada. La fe expulsa el temor. «¿Por qué sois tan tímidos, hombres de poca fe?»,
repetía Jesús (Mc 4,40). El que cree no teme el fracaso, porque su éxito es el Señor. No teme el
futuro, porque nada le puede separar del amor. No teme la muerte, porque para él es una pas-
cua.
- Sabe que sus deseos y esperanzas se cumplirán. Espera activa y comprometidamente un
mundo nuevo en el que prevalezca la solidaridad, o sea el reino de Dios. Espera contra toda
esperanza, y la razón última de esta esperanza es que Dios ama al mundo y que Cristo está
con nosotros hasta el fin de los tiempos.
- Posee ya arras de vida eterna. Goza ya de un anticipo del cielo porque ha sido ungido
por el Espíritu de Dios, que lo transforma y hace partícipe de la naturaleza divina (2 Pe 1,4). La
conciencia y la vigencia de esta realidad preciosa y sublime «a vida eterna sabe», es ya prin-
cipio de vida eterna.
b.- Celebra al Dios de la salvación

Es verdad que sólo Dios es digno de ser celebrado. Porque sólo él es bueno, sólo él es
santo, sólo él es amor.
Este amor de Dios se nos ha manifestado. Esto es lo que nos entusiasma. «Hemos cono-
cido su amor» (Jn 4,16). No se ha manifestado su poder, su justicia, su sabiduría, sino su amor,
que es para nosotros poder, justicia, sabiduría. Y más: no es el Dios que tiene amor, sino que
es amor: «Se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a todos los hombres (su
filantropía)» (T it 3,4).
Su manifestación fue progresiva por medio de palabras y de obras (Heb 1, l). Palabras
vivas y creadoras. Obras maravillosas, liberadoras y salvadores.

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c.- Celebra la palabra de Dios

La palabra de Dios se dirige a nosotros, no tanto para enseñarnos, sino para comunicarse
amistosamente. Son palabras de amor más que de ciencia.
El mero hecho de hablarnos ya es una prueba de amor. Si Dios nos habla, estamos sal-
vados, aunque sus palabras sean exigentes; si nos habla es porque nos estima y nos quiere. Si
Dios nos habla, podemos llenarnos de esperanza. Su palabra es como un sacramento en el que
se hace presente. Si Dios nos habla, es el principio de la salvación, Pues la buena noticia es
que Dios nos ha hablado, que Dios no es misterio lejano, insondable, sino el que ve, el que
escucha, el que habla.

d.- Celebra las obras de Dios

Obras verdaderamente admirables, Porque la palabra de Dios no sólo se dice. sino que
se realiza, se convierte en acontecimiento salvador. Hay una larga historia de salvación.
Podemos hablar de:

Alianzas. Dios se relaciona con el hombre hasta el compromiso total. Alianza cósmica
con Noé, alianza familiar con Abrahán, alianza en sangre con Moisés, alianza nueva y defi-
nitiva con Cristo. Todo un mundo de relaciones entre Dios y el hombre. (Cfr. Gn 9,8-17,- 17,2-1 1;
24,3-8,- Heb 8,6-13.).
Desposorios. La alianza no es sólo una especie de contrato y compromiso, en el que
ambas partes se obligan a cumplir lo pactado, Es una alianza de amor, tan fuerte y más que
la de los esposos. Dios es el esposo fiel. Estos desposorios se celebran con cada creyente y con
todo el pueblo. (Cfr. Os 2,21-22,- jr 2,2,- 31,3,- Is 54,5-8.)
Pascuas. Dios escucha el clamor de los pobres y de los oprimidos. Él bajará para poner
en marcha procesos de liberación. Dios nos quiere libres: «Donde hay Espíritu del Señor allí
hay libertad» (2ª Cor 3,17). Por eso sacó a su pueblo de Egipto, derriba a los poderosos y enal-
tece a los humildes, colma de bienes a los hambrientos, pone en lo más alto a los pequeños,
cura a toda clase de enfermos, promete la vida eterna.
e.- Celebra a la comunidad de los salvados

La comunidad no sólo es el lugar privilegiado para celebrar a Dios, sino que ella misma
es motivo y objeto de celebración. En ella Dios mismo se prolonga y se hace presente.

Se celebra a la Iglesia como sacramento de Dios, vehículo de su misericordia y de su gra-


cia, portadora de salvación, signo eficaz de su amor. La Iglesia es ya el rostro visible de Dios.
Se celebra a la Iglesia como comunidad de amor, signo y prolongación de la comunidad
trinitaria.
Se celebra a la Iglesia como anticipo del Reino de Dios, anuncio del futuro del hombre.

El lenguaje de los símbolos


79

La palabra es fuente de malentendidos, escribía A. Saint-Exupéry. Cier to que la palabra


tiene una fuerza impresionante, pero es fuente de malentendidos. ¡Qué cosas tan distintas deci-
mos con las mismas palabras!
Se podría hacer un breve ejercicio sobre palabras que todos usan y que se usan para
todo, por ejemplo, libertad o democracia. Dios es también una de esas palabras. Afirma Martín
Buber: «Dios... es la palabra más vilipendiada de todas las palabras humanas. Ninguna ha
sido tan mancillada, tan mutilada. Las generaciones humanas, con sus partidismos religiosos,
han desgarrado esta palabra. Han matado y se han dejado matar por ella... Los hombres dibu-
jan un monigote y escriben debajo la palabra "Dios". Se asesinan unos a otros y dicen: "lo
hacemos en nombre de Dios"... ¡Qué bien se comprende que muchos propongan callar duran-
te algún tiempo acerca de las últimas cosas, para redimir esas palabras de las que tanto se ha
abusado!» (M. Buber, Werke, I, 509).
Por otra parte, las palabras se gastan con el uso; de tanto repetirlas ya no nos dicen nada.
Nuestros saludos, por ejemplo, son muchas veces puro formulismo y no sentimos ni valoramos
lo que decimos,
Hay otras veces en que la palabra es insuficiente, sentimos sus limitaciones al no poder
expr esar todo lo que queremos; las palabras se nos quedan cortas y resultan pobres y opacas.
San Agustín habla de cómo recurrimos a interjecciones y admiraciones, tal vez en el canto,
para expresar un dolor excesivo o una alegría desbordante o un sentimiento incontenible. Y
¿cómo podría expresar su amor una madre al niño pequeño?
No es de extrañar que para comunicarnos utilicemos también otro tipo de lenguaje: el de
los signos y los símbolos; con ellos expresamos creencias y sentimientos no fáciles de definir.
Todos somos conscientes de lo que puede llegar a significar un beso, un abrazo, una mano
abierta o cerrada, un corazón, una inclinación, una flor, un color, una bandera, una cruz y tan-
tos otros signos y símbolos que constantemente reiteramos.
Es prácticamente imposible concebir la vida sin los signos y los símbolos. Todo el entra-
mado de nuestra vida está impregnado y coloreado por ellos. Para expresar el amor, la ale-
gría, la tristeza, el dolor, la victoria... utilizamos los signos y los símbolos. Hay signos y símbo-
los escritos, hablados, gesticulados, fabricados; los hay recién estrenados. ¿Qué sería nuestra
vida sin besos ni abrazos, sin cruces y medallas, sin flores y luces, sin aplausos o abucheos, sin
cantos y poemas, sin señales de tráfico y toques de campanas?
Lo que ya no resulta tan fácil es definir y distinguir estas realidades. Es un tema que des-
borda nuestros límites. Diremos brevemente:
Signo: es cualquier cosa, acción o suceso que. por una relación natural o convencional,
evoca a otra o la representa. Por ejemplo, si vemos humo decimos que está cerca el fuego; si
vemos a una persona que se tambalea, deducimos que bebió más de la cuenta; si alguien se
queja con un ¡ay, sabemos que algo le duele. Son signos naturales. En cambio el color rojo es
signo de peligro, pero no por la naturaleza del color, sino por puro convencionalismo, porque
así lo hemos decidido.
Símbolo: es el signo cargado de contenidos más profundos y dotados de mayor eficacia
porque lleva ya en sí mismo lo que significa. Así, mientras que el signo se limita a transmitir un
mensaje, el símbolo lo trasciende y crea nuevos valores. Si, por ejemplo, el color rojo, que es
signo de peligro, lo ponemos en una bandera o en una casulla, ya te habla de amor y de san-
gre o del fuego del Espíritu: es un símbolo.
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Símbolo puede ser cualquier signo sacado de un contexto normal, es el signo del signo.
Por ejemplo, la letra A es un signo, es el principio del abecedario, pero yo puedo utilizarla para
designar a Cristo, principio de todas las cosas. entonces la letra A se convierte en un símbolo.
Símbolo puede ser cualquier objeto sacado de su contexto; puedo coger una paloma y
ofrecerla en la eucaristía, haciendo de ella un símbolo de paz; o de un cirio encendido puedo
hacer el símbolo de la fe o de Cristo resucitado.
El símbolo se utiliza mucho en las celebraciones de cualquier tipo, pero sobre todo en las
celebraciones religiosas, Nuestra liturgia los necesita y los crea. El símbolo vale por el signifi-
cado, no por la materialidad; una bandera puede reducirse a un trozo de tela, pero por ella
se da la vida.
ACTIVIDAD: LA SENSIBILIDAD DE LOS SENTIMIENTOS

Se llama a uno de los asistentes, se le colocan unas gafas negras, como de ciego, que se
siente, como si estuviese en la esquina de una calle, a la boca de un metro o en la calle y que
pide limosna. A su lado se le coloca un cartel a rotulador y en blanco y negro que dice: “Soy
ciego, una limosna para comer. ¡Gracias!”. A continuación se llama a otros de los asistentes y
se les hace pasar junto a él, para ver si le dejan algo, le dan limosna o le hablan y tienen una
breve conversación con él.
Pasarán y seguro que le van a dejar nada o poca cosa...
Pasa el que dirige la actividad y le dice al pobre ciego: “Mira, yo no tengo dinero pero
sé pintar”. Le regalo otro cartel que lleva preparado, está a color y lleva pintadas unas flores.
El cartel dice: “Soy ciego y no puedo ver la primavera. ¡Ayúdame!. Muchas gracias”. Hace que
81
pasen de nuevo otros jóvenes; seguro que ahora si le van a dar algun Euro o le van a hablar
y estarán más cariñosos y compasivos.
Analizamos las dos situaciones respondiendo a las preguntas:

1. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué en la segunda vez ha habido más donativos, más amabi-
lidad con el ciego que en la primera pasada?
2. La razón, ya la conoces: ha tocado más el corazón de los que han visto al ciego. Ha
habido colores y les ha dado más pena; no puede ver la primavera.

Para comprender el hecho de la ceguera, os ofrecemos otra actividad sobre los sentidos
que se puede ampliar si sois ingeniosos a los otros sentidos. Hemos escogido el del oido.

Sentido del oido.


Los ciegos desarrollan de modo singular el sentido del oído, es vital para ellos. De ahí que
realicemos diversos ejercicios prácticos para experimentarlo.

El transistor.
Se hace con algunos del grupo. Se manda cerrar los ojos, como ciegos, y se pone muy
bajito un transistor. Se va sacando todo de una bolsa, para que no vean las cosas que hay.
El ciego no ve, pero si puede oir.

Arrugar un papel.
Se hará lo mismo con un papel, que capten muy bien el sonido y de que se trata. Se con-
sigue que haya silencio externo y que haya sobre todo silencio interior para que luego capten
mejor el anuncio de la Buena Nueva. Estos momentos son difíciles. Después, cuando se anun-
cie el mensaje, lo captarán mejor.

El despertador.
Se hace algo similar como cuando se arrugó el papel. Les va a exigir más silencio para
oír el tic – tac, tic – tac ...
Una campanilla.
Se deja escuchar el tilín de la misma.

Otros elementos.
ORACIÓN: DAME TU LUZ, SENYOR

Canto

Monición:
Jesús es nuestra luz, Él nos da la vida, fe, alegría, amor y nos pone dos gotas de agua
fresca en nuestros ojos para que veamos mejor.
Cuando aún era de noche, cuando aún no había día, cuando aún no había luz, para
Dios: tú, amigo, amiga, ya existías. Ayúdanos Señor, para que podamos sentirte y celebrarte
en cada uno de los signos en los cuales podemos identificarte.
Concédenos, Señor tu luz, para que sean destruidas las tinieblas de nuestros corazones y
así llegue a nosotros la Luz verdadera.
82

Después de los ejercicios realizados en la actividad de cegueras y no v isión, después de


lo experimentado, ¿habrá alguien capaz de no atender al hecho magnífico y maravilloso de
Jesús, que da la vista a uno de estos “pobres” ciegos que no podían ver? Habremos consegui
do a través de las dinámicas realizadas, a través de lo lúdico, a través de la experiencia y de
la acción, una buena preparación para escuchar el mensaje del evangelio. Sobrarán palabras
y resonará, es más, se grabará para siempre en nuestros tiernos corazones las siguientes pala-
bras: “Lo habíamos oído muchas veces, pero nunca me había calado tanto”, o “Lo sabíamos
de oídas, pero ahora lo hemos experimentado”.
Preparado ya el terreno, nos va a ser muy fácil escuchar con muchísimo interés la narra-
ción de Jesús, cuando cura a un ciego de Betsaida.
Palabra de Dios.

Marcos 8, 22-26

Llegaron a Betsaida. Le trajeron a Jesús un ciego pidiéndole que le tocara. Él


lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las
manos y le preguntó: ¿Ves algo? Empezó a distinguir y dijo: Veo hombres, me pare -
cen árboles, pero andan. Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró:
estaba curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a casa diciéndole: No
entres siquiera en la aldea.
Palabra del Señor

Comentario sobre la Palabra proclamada.

Motivar el diálogo, hacer alguna pregunta y animar a que el Señor Jesús, que es la Luz,
nos la dé, nos dé más fe, alegría, paz y bienestar y nos anime a compartirla con los demás.
Peticiones.

Elevemos nuestras peticiones a Jesús que es la luz, para que nos ayude siempre.

- Que encontremos uns estrella que ilumine nuestro camino. Te lo pido, Señor.
- Que nosotros seamos pequeñas luces que alumbren a los que no ven. Te lo pido, Señor.
- Da tu luz de amistad a los más necesitados. Te lo pido, Señor.
- Que nunca se apodere de nuestros corazones la oscuridad. Te lo pido, Señor.
....

Padre Nuestro.

83
Canto final.

Plegaria de Agradecimiento

Escuchado el mensaje, entendido y grabado en el corazón, viene y surge sola la expre-


sión de fe. Cada uno puede expresar desde su corazón aquello que en estos momentos sienta
respecto a la luz que es JESÚS, a la seguera que llevamos y al deseo de ver mejor... No rebus-
quemos palabras, hablemos con claridad y que salga de nuestro corazón, aquí teneis algunos
sencillos ejemplos:

Señor, quiero ver mejor, ayúdame.


H az, Señor, que vea como el ciego del camino.
Dame más luz a mis ojos.
Pon dos gotas de agua a mis secas pupilas.
Señor, haz que abramos los ojos.

Quiero ver y poder celebrarte.

Tres de los asistentes proclaman una de estas breves plegarias. Cuando lo han hecho,
encienden una vela. Lo hacen pausadamente.

Señor, quiero ver con limpios ojos a los que se aman y quieren.
Señor, quiero ver al que sufre, al necesitado, haz que le ayudemos.
Señor, quiero ver la amistad de los que se aprecian, que nosotros también vivamos este
gesto en nuestras vidas.
Final
Recitamos todos juntos.

El Señor es mi luz y mi salvación.


¿a quien temeré?
Sé de quien procede la luz
y sé muy bien quien me ilumina.
Esta luz no muere al atardecer.
Señor, Jesús, viniste al mundo como luz
y gracias a ti podemos caminar,
gracias a ti, Señor, los ciegos reciben luz.
Tu eres Señor, mi luz.
Tu eres, Señor, mi salvación.
84 ¿a quien voy a temer?
Vengan las tinieblas del engaño:
El Señor es mi luz.
Venga la ceguera del mal:
El Señor es mi luz.
A nadie voy a temer porque Tu, Señor,
Eres mi fuerza, eres mi luz y eres mi salvación.

CATECISMO

1110.- En la liturgia de la Iglesia, Dios Padre es bendecido y adorado como la


fuente de todas las bendiciones de la Creación y de la Salvación, con las que nos ha
bendecido en su Hijo para darnos el Espíritu de adopción filial.
1111.- La obra de Cristo en la Liturgia es sacramental porque su Misterio de sal-
vación se hace presente en ella por el poder de su Espíritu Santo; porque su Cuerpo,
que es la Iglesia, es como el sacramento (signo e instrumento) en el cual el Espíritu
Santo dispensa el Misterio de la salvación; porque a través de sus acciones litúrgicas,
la Iglesia peregrina participa ya, como en primicias, en la Liturgia celestial.
1112.- La misión del Espíritu Santo en la Liturgia de la Iglesia es la de preparar la
Asamblea para el encuentro con Cristo; recordar y manifestar a Cristo a la fe de la
asamblea de creyentes; hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo por su
poder transformador y hacer fructificar el don de la comunión en la Iglesia.
1131.- Los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y
confiados a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina. Los ritos visibles
bajo los cuales los sacramentos son celebrados significan y realizan las gracias pro-
pias de cada sacramento. Dan fruto en quienes los reciben con las disposiciones
requeridas.
1132.- La Iglesia celebra los sacramentos como comunidad sacerdotal estruc-
turada por el sacerdocio bautismal y el de los ministros ordenados.
1133.- El Esp íritu Santo dispon e a la recepción d e los sacramentos por la
Palabra de Dios y por la fe que acoge la Palabra en los corazones bien dispuestos. Así
los sacramentos fortalecen y expresan la fe.
1134.- El fruto de la vida sacramental es a la vez personal y eclesial. Por una
parte, este fruto es para todo fiel la vida para Dios en Cristo Jesús: por otra parte, es
para la Iglesia crecimiento en la caridad y en su misión de testimonio.
1187.- La Liturgia es la obra de Cristo total, Cabeza y Cuerpo. Nuestro Sumo
Sacerdote la celebra sin cesar en la Liturgia celestial, con la santa Madre de Dios, los
Apóstoles, todos los santos y la muchedumbre de seres humanos que han entrado ya
en el Reino.
1188.- En una celebración litúrgica, toda la asamblea es "liturgo", cada cual
según su función. El sacerdocio bautismal es el sacerdocio de todo el Cuerpo de
Cristo. Pero algunos fieles son ordenados por el sacramento del Orden sacerdotal
para representar a Cristo como Cabeza del Cuerpo.
1189.- La celebración litúrgica comprende signos y símbolos que se refieren a la
creación (luz, agua, fuego), a la vida humana (lavar, ungir, partir el pan) y a la histo-
ria de la salvación (los ritos de la Pascua). Insertos en el mundo de la fe y asumidos
por la fuerza del Espíritu Santo, estos elementos cósmicos, estos ritos humanos, estos
gestos del recuerdo de Dios se hacen portadores de la acción salvífica y santificadora
de Cristo.
1190.- La Liturgia de la Palabra es una parte integrante de la celebración. El
sentido de la celebración es expresado por la Palabra de Dios que es anunciada y por 85
el compromiso de la fe que responde a ella.
1191.- El canto y la música están en estrecha conexión con la acción litúrgica.
Criterios para un uso adecuado de ellos son: la belleza expresiva de la oración, la
participación unánime de la asamblea, y el carácter sagrado de la celebración.
1192.- Las imágenes sagradas, presentes en nuestras iglesias y en nuestras
casas, están destinadas a despertar y alimentar nuestra fe en el misterio de Cristo. A
través del icono de Cristo y de sus obras de salvación, es a él a quien adoramos. A tra-
vés de las sagradas imágenes de la Santísima Madre de Dios, de los ángeles y de los
santos, veneramos a quienes en ellas son representados.
1193.- El domingo, "día del Señor", es el día principal de la celebración de la
Eucaristía porque es el día de la Resurrección. Es el día de la Asamblea litúrgica por
excelencia, el día de la familia cristiana, el día del gozo y de descanso del trabajo. El
es "fundamento y núcleo de todo el año litúrgico" (SC 106).
1194.- La Iglesia, "en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo,
desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de
la dichosa esperanza y venida del Señor" (SC 102).
1195.- Haciendo memoria de los santos, en primer lugar de la santa Madre de
Dios, luego de los Apóstoles, los mártires y los otros santos, en días fijos del año litúr-
gico, la Iglesia de la tierra manifiesta que está unida a la liturgia del cielo; glorifica a
Cristo por haber realizado su salvación en sus miembros glorificados; su ejemplo la
estimula en el camino hacia el Padre.
1196.- Los fieles que celebran la Liturgia de las Horas se unen a Cristo, nuestro
Sumo Sacerdote, por la oración de los salmos, la meditación de la Palabra de Dios, de
los cánticos y de las bendiciones, a fin de ser asociados a su oración incesante y uni-
versal que da gloria al Padre e implora el don del Espíritu Santo sobre el mundo ente-
ro.
1197.- Cristo es el verdadero Templo de Dios, "el lugar donde reside su gloria";
por la gracia de Dios los cristianos son también templos del Espíritu Santo, piedras
vivas con las que se construye la Iglesia.
1198.- En su condición terrena, la Iglesia tiene necesidad de lugares donde la
comunidad pueda reunirse: nuestras iglesias visibles, lugares santos, imágenes de la
Ciudad santa, la Jerusalén celestial hacia la cual caminamos como peregrinos.
1199.- En estos templos, la Iglesia celebra el culto público para gloria de la
Santísima Trinidad; en ellos escucha la Palabra de Dios y canta sus alabanzas, eleva
su oración y ofrece el Sacrificio de Cristo, sacramentalmente presente en medio de la
asamblea. Estas iglesias son también lugares de recogimiento y de oración personal.
LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA.

“MEDIA NTE LO S SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRIS-


TIANA, EL BAUTISMO, LA CONFIRMACIÓ N Y LA EUCA-
RIS TÍA , SE PO NEN LOS FUNDAMENTOS DE TODA VIDA
CRISTIA NA. "LA PARTIC IP ACIÓ N EN LA NATURALEZA
DIVINA, QUE LOS HO MBRES RECIBEN COMO DO N
MEDIANTE LA GRACIA DE CRISTO , TIENE CIERTA ANA-
LOGÍA CON EL O RIGEN, EL CRECIMIE NTO Y EL CEN-
TRO DE LA VIDA NATURAL. EN EFECTO, LOS FIELES
RENACID OS EN EL BAUTISMO SE FORTALECEN CON
EL SACRAMENTO DE LA CO NFIRMACIÓ N Y FINALMEN-
86
TE, SON ALIMENTADOS EN LA EUCARISTÍA CON EL
MANJAR DE LA VIDA ETERNA, Y, ASÍ POR MEDIO DE
ESTOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRIS TIANA,
RECIBEN CADA VEZ CON MÁS ABUNDANCIA LOS
TESOROS DE LA VIDA DIVIN A Y AVANZAN HACIA LA
PERFECCIÓN DE LA CARIDAD" (
CIC 1212 ).
Tema 8

¿QUÉ ES EL BAUTISMO?

Id y haced discípulos de 87
todos los pueblos, bautizán -
dolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo.
(Mateo 28, 19)

INTRODUCCIÓN

Cuando los niños nacen, inmediatamente sus padres le ponen un nombre, porque saben
que es una cosa fundamental llamarlo de alguna manera para poder registrarlo como ciuda-
dano de su país con sus derechos y con sus obligaciones.
Pues al igual que esto es una cosa importante, en las familias también es importante el
bautismo y no como una ocasión para celebrar únicamente una fiesta y reunir a la familia. El
bautismo además de eso implica mucho más, es uno de los sacramentos de la iniciación cris-
tiana, el bautizado entra a formar parte de la iglesia y como miembro de la comunidad parti-
cipará de todas sus celebraciones y como cristiano gozará de sus derechos y también de sus
deberes.
Este sacramento siendo el primero que recibimos, es el fundamento de nuestra vida cris-
tiana gracias a que él somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos
a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión.
El bautismo cristiano es el comienzo de una vida nueva, de una vida en comunión con Cristo
Jesús y con todos los que en él creen. El bautismo es el fundamento y el inicio del proceso para
conseguir la plenitud de la vida en Cristo. El bautismo es como el primer paso que se da para
recorrer el sendero de la vida cristiana.
El nombre de este sacramento viene de la palabra “baptismus” que significa “sumergir,
lavar, limpiar”. El agua es símbolo de vida y de purificación. A partir de entonces, estamos con
Cristo sepultados al pecado, al mal moral y a todo aquello que no es de Cristo. Esta es la muer-
te auténtica, puesto que tiene que morir en nosotros cualquier apego al mundo y a cualquier
valor fuera de Dios para que podamos pasar a la nueva vida iniciada por la resurrección de
Cristo.
A través del bautismo el hombre se convierte en ofrenda y queda consagrado a Dios.

La iniciación cristiana.

Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una ini-
ciación que consta de varias etapas que comprenden siempre algunos elementos esenciales: el
88
anuncio de la Palabra, la acogida al Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el
Bautismo, la efusión del Espíritu santo, el acceso a la comunión eucarística.
Pero desde que el Bautismo de los niños vino a ser la forma habitual de celebración de
este sacramento, ésta se ha convertido en un acto único que integra de manera muy abrevia-
da las etapas a la iniciación cristiana. Por esta razón el Bautismo de niños exige un catecume-
nado post-bautismal. Cuando bautizamos a un niño, son los padres y padrinos los que hacen
la profesión de fe, puesto que es imposible que un niño de tan corta edad sea consciente de lo
que está celebrando, por eso hablamos del catecumenado post-bautismal Esta solución no se
trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al Bautismo, sino del desarrollo necesa-
rio de la gracia bautismal en el crecimiento de la persona. Este es el momento propio de la cate-
quesis que va a ayudar al niño a ir conociendo poco a poco la palabra de Dios y le va ayu-
dar a ir comprendiendo y engrandeciendo su fe.

Signos de la celebración

Aunque en muchos casos el sentido y la gracia, que está en su sencillez, desaparece por-
que no se sabe apreciar, cuando se participa atentamente en los gestos y las palabras de esta
celebración, los fieles se inician en las riquezas que este sacramento significa y realiza en cada
nuevo bautizado.

La señal de la cruz; esta impronta que se hace sobre el que va a pertenecer a Cristo repre-
senta el distintivo del cristiano, la gracia de la redención que Cristo nos ha adquirido por la
cruz, es ponerse en las manos de Dios pidiendo que este siempre con nosotros.
El anuncio de la Palabra de Dios; que ilumina con la verdad revelada a la asamblea y
suscita la respuesta de la fe. El Bautismo es de un modo particular “el sacramento de la fe” por
ser la entrada sacramental en la vida de fe.
Puesto que el bautismo es el sacramento del perdón de los pecados. El bautizado es ungi-
do con el óleo de los catecúmenos o bien el celebrante le impone la mano y el candidato renun-
cia explícitamente a Satanás. Así preparado, puede confesar la fe de la Iglesia a la cual será
“confiado” por el Bautismo.
El agua bautismal es entonces consagrada mediante una oración de epíclesis.
Sigue entonces el rito esencial del sacramento: el Bautismo propiamente dicho, que signi-
fica y realiza la muerte al pecado y la entrada en la vida de la Santísima Trinidad a través de
la configuración con el misterio pascual de Cristo. El Bautismo es realizado de la manera más
significativa o bien por inmersión o vertiendo el agua sobre la cabeza.
La unción con el santo crisma significa transmitir el don del Espíritu Santo al nuevo bau-
tizado, dicha unción anuncia una segunda unción del santo crisma que dará el obispo el sacra-
mento de la confirmación que, por así decirlo, “confirma” y da plenitud a la unción bautismal.
La vestidura blanca simboliza que el bautizado has sido purificado por el agua, que ha
recibido la gracia de Cristo.
El cirio que se enciende del cirio pascual es “la luz del mundo”, es el símbolo de la fe, la
luz que ilumina para conocer a Jesús y luego iluminar a todos los demás (“Yo soy la luz del
mundo. El que me sigue no andará en tinieblas”)

Quien puede recibir el bautismo:


89
“Es capaz de recibir el bautismo todo ser humano, aún no bautizado, y sólo él”

El Bautismo de adultos.

En los orígenes de la Iglesia, cuando el anuncio del Evangelio está aún en sus primeros
tiempos, el Bautismo de adultos era la práctica más común. En ese momento el catecumenado
tiene por finalidad permitir a estos últimos llevar a madurez su conversión y su fe. Se trata de
una “formación y noviciado” debidamente prolongado de la vida cristiana, en que los discí-
pulos se unen con Cristo. Los catecúmenos “están ya unidos a la Iglesia, pertenecen ya a la casa
de Cristo y muchas veces llevan ya una vida de fe, esperanza y caridad”

El Bautismo de niños.

Los padr es cristianos deben reconocer que esta práctica corresponde también a su misión
de alimentar la vida que Dios les ha confiado. Es derecho de los hijos el recibir de sus padres
todos los dones y valores para su desarrollo humano y cristiano, la fe es el don más preciado
que tienen los padres y por eso no pueden negarlo a sus hijos.

Fe y Bautismo.

El Bautismo es el sacramento de la fe. La fe precede al Bautismo y conduce a él, es la dis-


posición y posibilita su recepción. Pero la fe tiene necesidad de la comunidad de creyentes. La
fe que se requiere para el Bautismo no es una fe perfecta y madura, sino un comienzo que está
llamado a desarrollarse. En todos los bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después del
Bautismo.
La fe, que nace del bautismo, hace que salgamos del aislamiento de nuestro propio “yo”
y que entremos en la comunión con Jesús y también con aquellos que forman parte de su cuer-
po místico. Desde ese momento el lugar de nuestra fe está en la Iglesia. La luz de la fe permi-
te que nos demos cuenta de que por medio del bautismo pertenecemos al cuerpo místico de
Cristo; de que hemos sido incorporados a ese sistema de comunidad que tanto necesitamos a
los convertidos y a los santos y que tanto necesita de tu conversión y de tu santidad.
Para que la gracia bautismal pueda desarrollarse es importante la ayuda de los padres.
Ese es también el papel del padrino o de la madrina, que deben ser creyentes sólidos, capa-
ces y prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en su camino de la vida cristiana.

La necesidad del Bautismo.

El Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación. Desde siempre, la
Iglesia posee la firme convicción de que quienes padecen la muerte por razón de la fe, sin
haber recibido el Bautismo, son bautizados por su muerte con Cristo y por Cristo. Este Bautismo
de sangre como el deseo del Bautismo, produce los frutos del Bautismo sin ser sacramento.
A los catecúmenos que mueren antes de su Bautismo, el deseo explícito de recibir el
Bautismo, unido al arrepentimiento de sus pecados y a la caridad, les asegura la salvación que
no han podido recibir por el sacramento. Porque todo hombre que, ignorando el Evangelio de
90
Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la voluntad de Dios según él la conoce, puede ser
salvado. Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente el
Bautismo si hubiesen conocido su necesidad.

La gracia del bautismo.

Por el bautismo todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los peca-
dos personales, así como todas las penas del pecado. Pero no solo purifica de todos los peca-
dos, hace también del que va a ser bautizado “una nueva creación”, es decir, un hijo adopti-
vo de Dios, miembro de Cristo, coheredero con Él y templo del Espíritu Santo. La Trinidad da
al bautizado la gracia de la justificación que:
-le hace capaz de creer en Dios
-le concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante los dones del
Espíritu Santo
-le permite crecer en el bien mediante las virtudes morales.
Así vemos como todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en
el bautismo.
Y para finalizar y después de haber leído estas páginas el Bautismo es un momento deci-
sivo en nuestra vida, es el momento en el que Dios nos abre las puertas a una vida plena, eli-
minando de nosotros el pecado, esperando de nosotros una respuesta acorde con su sacrificio.
Con esto debemos tomar conciencia de su importancia, tanto a nivel personal, por haber
sido, gratuitamente, marcados con el “sello del Señor”, y a nivel de comunidad porque con el
Bautismo formamos parte de Cristo y estamos enviados a mostrar la luz de la Palabra de Dios
que un día se nos mostró a nosotros, somos “piedras vivas” para la edificación de un “edificio
espiritual” y como Él hizo estamos llamados a someternos a los demás y a servirles en la comu-
nión de la Iglesia.
No debemos acordarnos del bautismo como un sacramento que recibimos cuando éra-
mos pequeños y del que nos acordamos cuando vemos el álbum de foto. Si hemos recibido el
sacramento debemos celebrarlo cada día, cada día recibimos un nuevo bautismo, cada día
debemos renovar esas promesas que un día hicieron nuestros padres y padrinos por nosotros,
cada día debemos cuidar nuestro don, el don que el nos ha regalado, el don de la Fe.
ACTIVIDAD: RENACEMOS DEL AGUA Y DEL ESPIRITU

Ambientación:

En la sala habrá una serie de objetos con unos carteles con frases o simplemente frases,
que serán:
•Recipiente con agua: y un cartel en el que pondrá: “ Y ahora, ¿qué esperas? Levántate,
bautízate y lávate de tus pecados invocando su nombre” (Hech 22, 16)
•Cruz: Símbolo para el cristiano.
•La Biblia: “El sacramento de la fe”
•Tela blanca: “Todos fuisteis bautizados en Cristo y os revestisteis de Cristo” (Ga 3,27)
•Cirio: “Vosotros sois luz para el mundo. No se puede esconder una ciudad edificada 91
sobre un monte” (Mt 5,14)
•“Pero gracias a Dios que después de haber sido esclavos del pecado, habéis sido entre-
gados a otro, es decir, a la doctrina de la fe, a la cual os habéis sometido de corazón” (Rom
6,17)
•“Porque Él nos arrancó del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino de su Hijo
amado” (Col 1,13)
•“Pues al ser bautizados fuimos sepultados junto con Cristo para compartir su muerte a
fin de que lo mismo que Cristo, que fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre,
también nosotros caminemos en una vida nueva” (Rom 6,4)
•“Y cuando todo le esté sometido, el Hijo mismo se someterá a aquel que le sometió todas
las cosas, y en adelante será Dios todo en todos” (1ª Cor 15,28)

Introducción

(Alguien leerá esta introducción para empezar la actividad)

El Bautismo es el más bello y magnífico de los dones de Dios... lo llamamos don, unción,
iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más precio-
so que hay.

- Don, porque es conferido a los que no aportan nada


- Gracia, porque, es dado incluso a culpables
- Bautismo, porque el pecado es sepultado en el agua
- Unción porque es sagrado y real
- Iluminación, porque es luz resplandeciente
- Vestidura, porque cubre nuestra vergüenza
- Baño, porque lava
- Sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios.

Todo esto se nos dio al poco de nacer y hoy es un momento para reflexionar que hemos
hecho con lo que recibimos un día y luego renovamos. Por esto tenemos ante nosotros algunos
de los símbolos que pueden representar aquello que recibimos.
Desarrollo:

(Después de estar un momento en silencio observando lo que tenemos delante reflexio-


naremos sobre unas preguntas)

•¿Nos sentimos satisfechos por las prácticas religiosas que realizamos y de cómo las
realizamos?
•¿Realmente somos conscientes de lo que recibimos?
•¿Nuestra conducta se adecua a lo que quiere Dios de nosotros?
•¿Cuál es tú grado de sumisión frente a los demás?
•¿Estás aprovechando tu “vida nueva”?
•¿Cómo está evolucionando tu fe?
92
•¿En que momentos has intentado esconder una ciudad edificada sobre un monte?

(Después de la reflexión individual comentaremos al grupo nuestras vivencias. Y final-


mente leeremos una oración dando gracias.)
ORACIÓN: EL AGUA DEL SEÑOR

Ambientación

Os presentamos esta celebración, para que el grupo que ha trabajado el tema del bau-
tismo pueda luego vivir la gracia de poder rezar, renovar y profundizar en la vivencia del bau-
tismo cristiano.
A poder ser debe tener lugar en la parroquia o en alguna capilla donde haya una pila
bautismal o recipiente digno para el agua. También debe estar presente un sacerdote a poder
ser.

Canto: Hay que nacer del agua y del espíritu 93

Monición:

El agua, ¿qué es? ¿para que sirve?. Es un líquido, insípido, en pequeña cantidad incolo-
ro y verdoso en grandes masas. Es señal de vida. Sin agua las plantas mueren, los animales
desaparecen y nosotros no podemos vivir. Nos sirve para lavarnos, para refrescarnos y para
beber.
Los cristianos, ¿para qué la usamos? Con el signo del agua nos bautizamos por el Espíritu.
Los primeros cristianos se bautizaban en los ríos. Se zambullían. Más adelante se bautizaban,
como en la actualidad, por aspersión. Por el bautismo se muere al pecado y se resucita a la
vida y amistad con Dios.
El agua lava, purifica, limpia; y el agua del bautismo lava, purifica y limpia al bautizado
del pecado.
Un buen baño rejuvenece, alegra, da vigor; el bautizado será un hombre alegre, vigoro-
so, joven siempre en su caminar hacia el encuentro con Jesús.

Saludo del que preside la celebración:

Por el bautismo renacimos a una nueva vida en Cristo. Que el Señor Jesús sea para nos-
otros esa vida, agua que nos quite la sed y nos refresque en nuestro caminar por la vida.

Lectura: Diálogo de Jesús con la Samaritana (Juan 4, 7-26)

Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: « Dame de beber. »
Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice a la mujer
samaritana: « ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer
samaritana? » (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.) Jesús le respon -
dió: « Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú
le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva. » Le dice la mujer: « Señor,
no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua
viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él
bebieron él y sus hijos y sus ganados? » Jesús le respondió: « Todo el que beba de
esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá
sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que
brota para la vida eterna. » Le dice la mujer: « Señor, dame de esa agua, para que
no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla. » El le dice: « Vete, llama a
tu marido y vuelve acá. » Respondió la mujer: « No tengo marido. » Jesús le dice:
« Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que
ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad. » Le dice la mujer: «
Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros
decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. » Jesús le dice: « Créeme,
mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre.
Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque
la salvación viene de los judíos. ero llega la hora (ya estamos en ella) en que los
adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quie -
94
re el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben
adorar en espíritu y verdad. » Le dice la mujer: «Sé que va a venir el Mesías, el lla -
mado Cristo. Cuando venga, nos lo explicará todo.» Jesús le dice: «Yo soy, el que
te está hablando.»

Breve comentario

Bendición del agua.

Señor, que has querido que a través del agua


signifiquemos la limpieza que nos das y la vida que de T i proviene,
bendícela para que purtifique, renueve y fecunde nuestros corazones.
Atiéndenos y haz que esta agua limpie con fuerza nuestras manchas.
Que tu fuerza descienda sobre ella.
Te pedimos, Señor, que el poder del Espíritu,
descienda sobre el agua de esta fuente,
para que los que hemos sido sepultados por Cristo en el bautismo,
resucitemos con Él a una nueva vida.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Gesto:
El que preside la celebración invita a los presentes a que realicen un gesto simbólico con
el agua bendecida, se le invita a acercarse a la pila bautismal y realizar un signo, (puede ser
el que se indica u otro). Tocar y meter la mano en el agua y luego santiguarse o mojarse la
cara,...

Canto: Agua lávame.


RENOVACIÓN PROMESAS DEL BAUTISMO

Dispuestos como estamos, vamos a renovar aquello que nuestros padres y padrinos pro-
metieron e hicieron por nosotros. Os invitamos a ello.

S.- ¿Estás dispuesto a luchar contra el mal y el pecado que se manifiesta en nosotros en
el egoísmo, la envidia, la mentira, el amor propio y la crítica?.
Todos.- Si, estoy dispuesto.
S.- ¿Estás dispuesto a perdonar a toda persona que te haga alguna injusticia o mal?.
Todos.- Si, estoy dispuesto.
S.- ¿Estás dispuesto a amar incluso a quienes no te quiera bien?.
Todos.- Si, estoy dispuesto.
S.- ¿Crees en Dios que nos ama y es Padre, crees en Cristo Jesús, el Hijo que nos salvo 95
muriendo en la cruz, y crees en el Espíritu que nos santifica?.
Todos.- Si, creo.
S.- ¿Prometes tratar a todos los hombres y mujeres con amor de hermanos?
Todos.- Si, lo prometo.
S.- ¿Prometes confiar siempre en Dios y poner tu corazón en Él?
Todos.- Si, lo prometo.
S.- Que el Señor nos ayude a seguir caminando por la vida con fe, con esperanza y con
amor.

Oración final

Te doy gracias, Señor, por el don del bautismo.


Me has incorporado a tu iglesia
y me cuentas entre tus hijos.
H as abierto la fuente de agua viva
y yo puedo venir
y beber de ella, hasta saciarme.
Te doy gracias, Señor, por esta vida nueva,
que debo ir cultivando en mí:
una vida de cercanía contigo,
una vida encuentro,
una vida de sentirme tan unido a ti.
Como lo está el sarmiento con la cepa.
Te doy gracias, Señor, por esta familiaridad
a la que me has llamado.
No eres un Dios lejano e innombrable;
eres el dios Padre,
que cada mañana abre sus brazos
para recibir al hijo que sale de la noche.
Te doy gracias, Señor, por las aguas del bautismo,
que un día cayeron sobre mí,
y riegan mi vida ya para siempre.
Siempre podré beber en tu fuente divina,
siempre podré tener un puesto a tu mesa,
siempre podré sentirme hermano
de cuantos te invocan como Padre.
CATECISMO

1275.- La iniciación cristiana se realiza mediante el conjunto de tres sacramen-


tos: el Bautismo, que es el comienzo de la vida nueva; la Confirmación que es su afian-
zamiento; y la Eucaristía que alimenta al discípulo con el Cuerpo y la Sangre de Cristo
para ser transformado en El.
1276.- "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que
yo os he mandado" (Mt 28,19-20).
1277.- El Bautismo constituye el nacimiento a la vida nueva en Cristo. Según la
voluntad del Señor, es necesario para la salvación, como lo es la Iglesia misma, a la
que introduce el Bautismo.
1278.- El rito esencial del Bautismo consiste en sumergir en el agua al candida-
96 to o derramar agua sobre su cabeza, pronunciando la invocación de la Santísima
Trinidad, es decir, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
1279.- El fruto del Bautismo, o gracia bautismal, es una realidad rica que com-
prende: el perdón del pecado original y de todos los pecados personales; el nacimien-
to a la vida nueva, por la cual el hombre es hecho hijo adoptivo del Padre, miembro
de Cristo, templo del Espíritu Santo. Por la acción misma del bautismo, el bautizado es
incorporado a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y hecho partícipe del sacerdocio de Cristo.
1280.- El Bautismo imprime en el alma un signo espiritual indeleble, el carácter,
que consagra al bautizado al culto de la religión cristiana. Por razón del carácter, el
Bautismo no puede ser reiterado (cf DS 1609 y 1624).
1281.- Los que padecen la muerte a causa de la fe, los catecúmenos y todos los
hombres que, bajo el impulso de la gracia, sin conocer la Iglesia, buscan sinceramen-
te a Dios y se esfuerzan por cumplir su voluntad, pueden salvarse aunque no hayan
recibido el Bautismo (cf LG 16).
1282.- Desde los tiempos más antiguos, el Bautismo es dado a los niños, porque
es una gracia y un don de Dios que no suponen méritos humanos; los niños son bauti-
zados en la fe de la Iglesia. La entrada en la vida cristiana da acceso a la verdadera
libertad.
1283.- En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la liturgia de la Iglesia nos
invita a tener confianza en la misericordia divina y a orar por su salvación.
1284.- En caso de necesidad, toda persona puede bautizar, con tal que tenga la
intención de hacer lo que hace la Iglesia, y que derrame agua sobre la cabeza del
candidato diciendo: "Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo".
Tema 9

¿QUÉ ES LA CONFIRMACIÓN?.

El viento sopla donde quiere y


oyes su ruido, pero no sabes de 97
dónde viene ni a dónde va. Así
es todo el que ha nacido del
Espíritu.
(Juan 3, 8)

INTRODUCCIÓN

Muchas veces a lo largo de nuestra vida nos planteamos interrogantes sobre nuestra fe a
los cuales no sabemos que contestar, nuestra fe puede atravesar también por malas rachas,
pero aquí seguimos, al pie del cañón, seguimos día a día intentando fortalecer nuestra fe y lle-
vando a cabo nuestra misión: la evangelización. Pero, en esa misión no estamos solos, tene-
mos un compañero que nunca nos falla y que nos da la fuerza y el empuje necesarios para
seguir adelante en los momentos de mayor debilidad. Y ¿quién es ese compañero? Ese com-
pañero es el Espíritu Santo. Siiiiiiiii, el Espíritu del Señor nos acompaña, muchas veces nos olvi-
damos de que está ahí porque no lo vemos pero lo importante no es verlo sino sentirlo cerca.
En el Antiguo Testamento, los profetas anuncian que el Espíritu de Dios caerá sobre el
Mesías. El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en su bautismo fue el signo de que él era el
Mesías, el Hijo de Dios. Pero esta plenitud del Espíritu, no es sólo para Jesús, sino que debe ser
comunicada a todo el pueblo.
El Espíritu Santo ayudó a Jesús en su tarea de anunciar el Reino. Él fue quien le dio la
fuerza y el impulso. Desde el momento de su bautismo (en el río Jordán) el Espíritu desciende
sobre Él y le acompaña a lo largo de su vida. Pero Dios también quiere que los demás reciba-
mos la ayuda del Espíritu y desde Pentecostés, el día en que los apóstoles se llenan de su fuer-
za y de su luz, hasta nuestros días el Espíritu ha ido revelándose en todos aquellos que reciben
el sacramento de la confirmación. En realidad, desde que nos bautizamos y entramos a formar
parte de la Iglesia ya recibimos ese espíritu, pero es en la Confirmación donde el Espíritu nos
impulsa con más fuerza para asumir y renovar aquellas promesas del bautismo.
El sacramento de la Confirmación, junto con el Bautismo y la Eucaristía, forman los
“Sacramentos de la Iniciación Cristiana“.
Recibir este sacramento es necesario para la plenitud de la gracia bautismal, esto quiere
decir que los bautizados se unen más íntimamente a la Iglesia al recibir el sacramento de la
Confirmación y reciben la fuerza del Espíritu Santo. No se puede negar que Bautismo y
Confirmación están estrechamente ligados, pero no debemos olvidar que son dos sacramentos
diferentes, que se celebran en circunstancias diferentes y se celebran también de un modo dis-
tinto. La confirmación tiene el sentido de corroborar y hacer consciente el sentido bautismal.
El origen del sacramento de la Confirmación, se remonta a la imposición de manos para
98
otorgar el don del Espíritu Santo, que realizaban los apóstoles cumpliendo la voluntad de
Cristo. A este signo de la Imposición de manos se unió la unción con óleo perfumado (crisma).
Estos son los signos que se destacan en la celebración de este sacramento. La imposición de
manos a los confirmandos simboliza la misión sagrada que se les encomienda y la orden de
envío. La Unción hace referencia al cristiano, que significa ungido. La unción tiene diversos sig-
nificados, el aceite hace referencia a la salud, alegría, purificación, y el perfume unido al acei-
te hace referencia a las buenas obras del cristiano “Nosotros somos para Dios el buen olor de
Cristo” 2ª Cor 2, 15
En la mayoría de nuestras parroquias, sean más grandes o más pequeñas, estén situadas
en el pueblo o en la ciudad, existe gente que se está preparando para recibir el sacramento de
la confirmación, quizá incluso alguno de vosotros estáis acompañando a estos jóvenes, ade-
más ¿quién no recuerda el día de su confirmación?. No cabe duda de la importancia de la
Confirmación en la vida del cristiano, por lo tanto celebrar el sacramento exige una prepara-
ción personal que se nos brinda a través de nuestras comunidades parroquiales, a través de los
catequistas. La preparación de la Confirmación no es cosa de un día, es una evolución que va
día a día, es un proceso de maduración personal y de fe del confirmando. Por eso, la cele-
bración también hay que prepararla concienzudamente, no hay que dejar las cosas al azar. Es
un día importante para todos aquellos que se confirman y para el resto de la comunidad pero
no es una celebración de lucimiento personal, ni sobrecargada excesivamente, ni cuanto más
tiempo dure es mejor...debe ser una celebración en la que destaquen los signos sobre los que
hemos hablado anteriormente, una ceremonia cuidada y donde cada uno de los que va a reci-
bir el sacramento sienta su relación cercana con Dios y su compromiso con Él.
Para que la celebración de la confirmación sea auténtica se deben conocer los elementos
esenciales de la vida cristiana: los mandamientos, los sacramentos....(para eso esta la ayuda
del sacerdote, del catequista, de nuestra familia y de los propios compañeros) y se debe tener
una disposición sincera para cumplir las obligaciones básicas que nos marca esa vida cristia-
na. Como ya sabéis, este sacramento lo puede recibir todo bautizado que no esté confirmado
y que se encuentre dispuesto a renovar las promesas del bautismo, a profesar la fe, a partici-
par activamente en la vida litúrgica de la comunidad y que tenga, como hemos dicho antes,
voluntad de vivir según el estilo de vida de Jesús.
El efecto de la Confirmación es la efusión plena del Espíritu Santo, confiere crecimiento y
profundidad a la gracia bautismal, los que son ungidos, participan más plenamente de la
misión de Jesucristo, la confirmación nos hace capaces de ser apóstoles (que es la misión de
todo bautizado), nos hace valientes para dar testimonio de Cristo sin miedo a nada ni a nadie,
nos hace adultos en la fe y activos en la iglesia puesto que la confirmación es la decisión per-
sonal de seguir a Cristo, desde una convicción propia, participando de la vida de la Iglesia, y
nos hace disfrutar de la alegría que nos da el ser cristianos.
Al recibir el Espíritu Santo, a través de la confirmación, también aumenta en nosotros sus
dones. Hagamos un breve recordatorio de cuales son los dones: Sabiduría, Inteligencia,
Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de dios,
El Espíritu nos da sus dones y debemos aprovecharlos para conseguir sus frutos ¿cuáles
son los frutos del Espíritu Santo? Son la caridad, la alegría, la paz, la paciencia, la compren-
sión de los demás, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio de sí mismo. Seguro
que estás pensando ¡uffff! que complicado ¿verdad?. Pues piensa también que el Espíritu está
contigo y que Él te va a dar la fuerza para poco a poco ir consiguiendo todas esas cosas que
99
en realidad son las necesarias para parecernos más a Él.
Hemos hablado sobre el significado y sobre la celebración y sobre los efectos de la
Confirmación, no podemos dejar de hablar sobre la Pastoral del Sacramento. Se han elabora-
do muchos materiales y catequesis para los jóvenes que se preparan para recibir este sacra-
mento. Son materiales que inciden sobre aspectos del Espíritu Santo, sobre el compromiso del
cristiano, sobre la Iglesia... Pero muchas veces, la preparación se reduce a reuniones que se
convierten en charlas con escasa actividad y algo más preocupante con escasa relación con la
comunidad a la que el joven se va a incorporar activamente. Si no se consigue que la persona
se integre en la comunidad probablemente cuando reciba el sacramento, si no encuentra su
lugar, desaparezca de la parroquia, que es lo que actualmente está sucediendo en muchas de
nuestras comunidades, se confirma un número importante de gente pero luego desaparecen y
quizá en algunos casos es porque no conocen o no saben cómo y dónde implicarse.
Pentecostés supuso un antes y un después en la vida y misión de los apóstoles, dotándo-
les de valor y fuerza para anunciar la Palabra de Dios a todos los hombres. De igual modo el
Sacramento de la Confirmación debe suponer en todo aquel que recibe el don del Espíritu una
renovación interior y un impulso a seguir dando testimonio de Jesucristo con la propia vida. Tu,
¿lo vives así?
ACTIVIDAD: CONFIRMAMOS NUESTRA FE, JESUS

Para comenzar, el grupo se realizará una encuesta, para saber desde que posición par-
ten, cual ha sido su evolución o trayectoria desde que se confirmaron hasta ahora.

Encuesta

•¿Crees, después de estos años, que aquel paso ha influido en tu vida?


•En este momento, ¿cómo te calificarías tú en relación con tu fe?
•¿Qué es lo que más te ha ayudado a mantener la fe en Jesús?
•¿Qué ha sido lo que más te ha puesto a prueba durante este tiempo?
•Después de tu experiencia desde tu Confirmación, ¿qué cambiarías, y en qué sentido,
100
en el planteamiento de la Confirmación?
•¿Qué opinas ahora de tu decisión de confirmar tu fe en Jesús?
•¿Qué es lo que más te preocupa ahora como cristiano?
•La parroquia es ante todo una comunidad que llama y anima la fe. ¿Qué le pedirías tú
y qué esperas de ella?
• Vas a renovar el compromiso de fe que hiciste en tu confirmación. ¿Qué es lo que prin-
cipalmente te mueve a renovarlo?

“Dios nos comunica su Espíritu en la Confirmación, de forma que cada cristiano


al celebrar este sacramento está celebrando su propia fiesta de Pentecostés. Y como
un día los apóstoles, también nosotros tendremos que comenzar ahí nuestra misión
de ser testigos fieles de nuestra fe en Jesús. Lo que hemos descubierto y experimen-
tado, lo que creemos y esperamos, tendremos que anunciarlo y afirmarlo con nues-
tra vida”

Después de la lectura de este párrafo, se leerán unas frases que plasman cómo deben ser
nuestras actitudes como evangelizadores que somos, y se dejará un tiempo para la reflexión y
para que espontáneamente cada persona exponga su vivencia, su reflexión, al resto de edu-
cadores. Se hará sucesivamente en todos los ítems.
El objetivo o finalidad de esta actividad es que al concluir se habrá hecho conjuntamen-
te entre todo el grupo, una revisión o análisis de nuestra misión como testigos, desde la
Confirmación hasta hoy.
Antes se leerá Hechos 2, 1-33 para expresar el cambio interior de los discípulos por la
fuerza del Espíritu Santo.

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De


repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó
toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de
fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos lle-
nos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les
concedía expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, veni-
dos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente
se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua.
Estupefactos y admirados decían: «¿Es que no son galileos todos estos que están
hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua
nativa? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia,
el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, foras-
teros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en
nuestra lengua las maravillas de Dios.» Todos estaban estupefactos y perplejos y se
decían unos a otros: «¿Qué significa esto?» Otros en cambio decían riéndose:
«¡Están llenos de mosto!» Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su
voz y les dijo: «Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien claro
y prestad atención a mis palabras: No están éstos borrachos, como vosotros supo-
néis, pues es la hora tercia del día, sino que es lo que dijo el profeta: Sucederá en
los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán
101
vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos
soñarán sueños. Y yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu.
Haré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra. El sol se convertirá en
tinieblas, y la luna en sangre, antes de que llegue el Día grande del Señor. Y todo
el que invoque el nombre del Señor se salvará. « Israelitas, escuchad estas palabras:
A Jesús, el Nazoreno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, pro-
digios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos
sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conoci-
miento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos;
a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posi-
ble que quedase bajo su dominio; porque dice de él David: Veía constantemente al
Señor delante de mí, puesto que está a mi derecha, para que no vacile. Por eso se
ha alegrado mi corazón y se ha alborozado mi lengua, y hasta mi carne reposará
en la esperanza de que no abandonarás mi alma en el Hades ni permitirás que tu
santo experimente la corrupción. Me has hecho conocer caminos de vida, me lle-
narás de gozo con tu rostro. «Hermanos, permitidme que os diga con toda libertad
cómo el patriarca David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros
hasta el presente. Pero como él era profeta y sabía que Dios le había asegurado con
juramento que se sentaría en su trono un descendiente de su sangre, vio a lo lejos y
habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne
experimentó la corrupción. A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros
somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu
Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís.

•Busco a Dios como primer valor, r econociéndolo como Padre Nuestro.


•Descubro a Jesús como verdadero salvador.
•Reconozco en cada persona a un verdadero hermano.
•Comparto con los demás lo que somos y tenemos.
•Promuevo actitudes y acciones de amor y de justicia.
•Me exijo un esfuerzo real en el trabajo y el estudio.
•Celebro todo esto junto a otros creyentes en cada Eucaristía.
ORACIÓN: ¿QUIEN ES EL ESPIRITU SANTO?

Monición:

Muchas veces rezamos a Dios, rezamos con Jesús pero a veces nos olvidamos del Espíritu
Santo. En esta oración vamos a acercarnos un poco más a Él, vamos a compartir nuestro tiem-
po con el Espíritu y vamos a hacerlo presente en nuestra vida.

Lectura: ¿Quién es el Espíritu Santo?

“Jesús les contestó: Si alguien me ama cumplirá mi palabra, mi padre lo


102 amará, vendremos a el y habitaremos en él. Quien no me ama no cumple mis pala -
bras, y la palabra que me habeis oído no es mía sino del padre que me envió.
Os he dicho esto mientras estoy con vosotros. El Defensor, el Espíritu Santo que
enviará el Padre en mi nombre os lo enseñará y recordará lo que yo os dije”
(Jn 14, 23-26)

Cómo y cuando nos dio Jesús su Espíritu:

“Cuando llegó el día de Pentecostés estaban todos reunidos. De repente vino


del cielo un ruido como de viento huracanado, que llenó toda la casa. Aparecieron
lenguas de fuego, repartidas y posadas sobre cada uno de ellos. Se llenaron todos
del espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, según el espíritu les
permitía explicarse” (Hch 2, 14)

Silencio

Canto: “Bendigamos al Señor”

Testigos del espíritu:

Les contestó: No os toca a vosotros conocer los tiempos y circunstancias que el


Padre ha fijado con su autoridad. Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que
vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta
los confines del mundo” (Hch 1, 7-8)

Silencio

Canto: “Id y anunciad”

Id y anunciad por el mundo


La buena nue va de Dios
Y ent enderéis
Lo que os quise decir:
Q ue el Reino comienza aquí.
Gesto: En la confirmación recibimos el Espíritu Santo, ahora vamos a pensar cuales son
los dones que el Espíritu ha hecho brotar en nosotros, cuando sentimos su presencia viva y
como actúa el Espíritu a través de nosotros.
Escribimos todo esto en unas llamas de cartulina que tendremos cada uno de nosotros y
lo colocaremos en un mural con una llama grande. Simbolizando que un único Espíritu es el
que actúa en cada uno de nosotros pero de forma distinta.

Oramos todos juntos:


Amor infinito y Espíritu Santificador:

Contra la necedad, concédeme el Don de Sabiduría, que me libre del tedio y de la insensatez.
- Regálanos este don, Señor.
Contra la rudeza, dame el Don de Entendimiento, que ahuyente tibiezas, dudas, nieblas, desconfianzas. 103
- Regálanos este don, Señor.
Contra la precipitación, el Don de Consejo, que me libre de las indiscreciones e imprudencias.
- Regálanos este don, Señor.
Contra la ignorancia, el Don de Ciencia, que me libre de los engaños del mundo, demonio y carne, redu -
ciendo las cosas a su verdadero valor.
- Regálanos este don, Señor.
Contra la pusilanimidad, el Don de Fortaleza, que me libre de la debilidad y cobardía en todo caso de
conflicto.
- Regálanos este don, Señor.
Contra la dureza, el Don de Piedad, que me libre de la ira, rencor, injusticia, crueldad y venganza.
- Regálanos este don, Señor.
Contra la soberbia, el Don de Temor de Dios, que me libre del orgullo, vanidad, ambición y presunción.
- Regálanos este don, Señor.

Secuencia al Espíritu Santo de la Misa de Pentecostés

Ven, Espíritu divino,


Manda tu luz desde el cielo,
Padre amoroso del pobre;
Don, en tus dones espléndido;
Luz que penetra las almas;
Fuente del mayor consuelo.
Entra hasta el fondo del alma,
Divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
Si tú le faltas por dentro:
Mira el poder del pecado
Cuando no envías tu aliento.
Ven dulce huésped del alma,
Descanso de nuestro esfuerzo,
Tregua en el duro trabajo,
Brisa en las horas de fuego,
Gozo que enjuga las lágrimas
Y reconforta en los duelos.
Riega la tierra en sequía,
Sana el corazón enfermo,
Lava las manchas, infunde
Calor de vida en el hielo,
Doma el espíritu indómito,
Guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones
Según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
Dale el esfuerzo su mérito;
Salva al que busca salvarse
Y danos tu gozo eterno.

Amén.

104 Canto final.

CATECISMO

1315.- "Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaría
había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y ora-
ron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido
sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor
Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo" (Hch 8,14-17).
1316.- La Confirmación perfecciona la gracia bautismal; es el sacramento que
da el Espíritu Santo para enraizarnos más profundamente en la filiación divina, incor-
porarnos más firmemente a Cristo, hacer más sólido nuestro vínculo con la Iglesia,
asociarnos todavía más a su misión y ayudarnos a dar testimonio de la fe cristiana por
la palabra acompañada de las obras.
1317.- La Confirmación, como el Bautismo, imprime en el alma del cristiano un
signo espiritual o carácter indeleble; por eso este sacramento sólo se puede recibir
una vez en la vida.
1318.- En Oriente, este sacramento es administrado inmediatamente después
del Bautismo y es seguido de la participación en la Eucaristía, tradición que pone de
relieve la unidad de los tres sacramentos de la iniciación cristiana. En la Iglesia latina
se administra este sacramento cuando se ha alcanzado el uso de razón, y su celebra-
ción se reserva ordinariamente al ob ispo , significando as í que este sacramento
robustece el vínculo eclesial.
1319.- El candidato a la Confirmación que ya ha alcanzado el uso de razón debe
profesar la fe, estar en estado de gracia, tener la intención de recibir el sacramento y
estar preparado para asumir su papel de discípulo y de testigo de Cristo, en la comu-
nidad eclesial y en los asuntos temporales.
1320.- El rito esencial de la Confirmación es la unción con el Santo Crisma en la
frente del bautizado (y en Oriente, también en los otros órganos de los sentidos), con
la imposición de la mano del ministro y las palabras: "Accipe signaculum doni Spiritus
San cti" ("Recibe por esta señ al el don d el Esp íritu Santo "), en el rito romano;
"Signaculum doni Spiritus Sancti" ("Sello del don del Espíritu Santo"), en el rito bizan-
tino.
1321.- Cuando la Confirmación se celebra separadamente del Bautismo, su
conexión con el Bautismo se expresa entre otras cosas por la renovación de los com-
promisos bautismales. La celebración de la Confirmación dentro de la Eucaristía con-
tribuye a subrayar la unidad de los sacramentos de la iniciación cristiana.
Tema 10

¿QUÉ ES LA EUCARISTÍA?

Jesús dijo: "Yo soy el pan vivo,


bajado del cielo. Si uno come de este
pan, vivirá para siempre... el que
come mi Carne y bebe mi Sangre,
105
tiene vida eterna... permanece en mí
y yo en él".

(Juan 6, 51.54.56)

INTRODUCCIÓN

La introducción está dividida en tres bloques: “El Sacramento”; “Eucaristía-Sacrificio y


Resurrección”; y “La Eucaristía de cada día”. Para así poder entender mejor este sacramento
fundamental en la vida cristiana.

El Sacramento
“Mi carne es verdadera comida y mi sangre ver dadera bebida. El que come
mi car ne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él.” (Jn 6, 55-56)
La Eucaristía es el principio y el fin de la vida cristiana. Nace con el sacrificio de Jesús,
existe por la Resurrección y vive hoy en cada uno de nosotros cuando recibimos su Cuerpo y
su Sangre y cuando hacemos de esta entrega un estilo de vida.
La Eucaristía es una acción de gracias y alabanza a Dios, un memorial del sacrificio de
Jesús y es la presencia de Cristo mediante su Palabra y su Espíritu.
Jesús eleva la Eucaristía por encima del resto de sacramentos. Es el sacramento más
impor tante, el resto están unidos y ordenados a ella. ¿Por qué? Porque en el pan y el vino ¡¡está
Cristo realmente!! Las for mas del pan y el vino habían sido ya en tiempos de Abraham y tam-
bién para los judíos hoy en día, los frutos de la tierra escogidos por el hombre en el sacrificio
para el Creador. Pero es Jesús quién va más allá y con su muerte y resurrección convierte el
pan y el vino en su Cuerpo y Sangre, y los convierte en frutos de vida eterna.
Esto es difícil de entender y de creer, y podemos caer en la tentación de pensar que la
Eucaristía es algo simbólico. Pues no, el pan y el vino cambian su substancia por el Cuerpo y
la Sangre de Cristo (la transubstanciación). Es decir, que las especies consagradas son de ver-
dad la carne y la sangre de Jesús. Aunque física y químicamente siguen siendo pan y vino, en
substancia, en esencia, son su Cuerpo y su Sangre. No se puede demostrar, sólo se puede
entender a través de la fe, pero ¿ alguien ha analizado física y químicamente su alma?
Eucaristía-Sacrificio y Resurrección

“Tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y dándoselo a los discípulos, dijo:


<Tomad y comed, éste es mi cuerpo.> Tomó luego una copa y dadas las gracias, se
la dio diciendo: <Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que
es derramada por muchos para el perdón de los pecados.>” (Mt 26, 26-38)

La Eucaristía es el sacrificio de Jesús, que termina en la cruz. Pero hasta llegar aquí ha
habido infinitos momentos de reflexión, oración, sufrimiento y de confianza en Dios. Jesús lleva
toda la vida siguiendo los pasos que el Padre le marca, pero llega el momento decisivo, la
Última Cena y para Él no es fácil aceptarlo, ¿cómo consigue superar este momento? El Amor,
porque Él más que nadie sabe lo que es amar y lo concreta con la entrega de su vida. Este
106 amor es imposible de comprender si nunca hemos querido a alguien, pero si se nos habla de
nuestra familia, de algun amigo o de quién estamos enamorados enseguida nos hacemos una
idea de este amor. “El Amor es paciente, servicial,..., no busca su interés,..., todo lo excusa,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El Amor no acaba nunca...” (S. Pablo)
Pero la eucaristía es la proclamación de la Resurrección. Celebramos la vida, no la muer-
te. Jesús se puede hacer presente entre nosotros porque está vivo. Damos gracias a Dios por-
que aquella carne y aquella sangre que Jesús entregaba el Jueves Santo, nos la ha devuelto el
Domingo de Resurrección como comida y bebida de vida eterna, de Amor eterno.
“La Eucaristía es un canto a la vida y <al que vive>; un empuje para vivir y vivir en ple-
nitud.”

La Eucaristía de cada día


“Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se
acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocie -
ran.[...] Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció
la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reco -
nocieron.” (Lc 24, 15-16;30-31)

Tras todas estas palabras que nos hablan de la Eucaristía y toda la experiencia que tene-
mos como cristianos ya deberíamos ser conscientes de la importancia de este sacramento.
Estamos en una edad en la que se nos obliga, por nuestro propio bien, a ir más allá y a
ser coherentes. No podemos celebrar y recibir la vida, la verdad, la entrega, el compromiso,
el amor y después transmitir mentira, odio, indiferencia, egoísmo o simplemente pasividad. El
ser cristiano y recibir la Eucaristía significa ser un radical del Amor, como lo fue Jesús. Porque
Jesús dio su vida por Amor y tú ¿qué ofreces?. No seamos ignorantes. El Amor no entiende de
horarios o ¿acaso cuentas las horas que pasas con aquellos que más quieres? El celebrar la
Eucaristía y encontrarte con Jesús cada semana supone apostar tu vida por Él, tanto con un
compromiso, sin horarios, con tu parroquia, como con todo aquello que nos surge cada día.
¿Muchas compañias de Internet no nos ofrecen ser nuestros servidores? ¡¡Pongamos nosotros a
Jesús como nuestro servidor de vida!! ¡¡Vivamos nuestra vida con el estilo de Jesús!!
El gesto que tan gráficamente hacemos el domingo en la Eucaristía, convirtámoslo en rea-
lidad todos los días. Alimentémonos con ese pan y ese vino para que todos los hombres y muje -
res que conocemos y que conoceremos se puedan alimentar de nuestra propia entrega.
ACTIVIDAD: EUCARISTIA, TIEMPO PARA COMPARTIR

La Eucaristía es el sacramento del amor y de la unidad por excelencia. Por esto la activi-
dad va a ir enfocada hacia una mayor unión del grupo junto con vuestro sacerdote, desde Jesús
y mediante una convivencia de tres días( o fin de semana).

El esquema básico de la convivencia sería el siguiente:

- 1er día: Llegar a compartir las comidas y tiempo libre. Aunque este primer día parezca
un poco inútil es bueno que antes de empezar la formación llevemos un tiempo fuera de casa
e ir introducirnos en un ambiente de buena convivencia para conocerse mejor.
107
- 2º día: Durante todo el día, el responsable de formación o el sacerdote, debe desarro-
llar los bloques de la introducción. Es aconsejable hacer los dos primeros bloques por la maña-
na y por la tarde el tercer o y unir éste con las cuestiones de reflexión que van a continuación.
Sería aconsejable hacer un momento de “desierto” para la reflexión personal de las cuestiones.

CUESTIONES

•¿Qué es la Eucaristía para ti?


•¿Qué te parece lo de que “la Eucaristía es la fuente y el culmen de la vida cristiana”?
•¿Cómo crees que se podría hacer frente al problema de la rutina en las celebraciones
de la Eucaristía?
•¿Qué actitud se debe tener y que actitud tienes tú cuando vas a Misa?
Si te dijera: <AMOR>, ¿te contestaría a la primera pregunta? ¿Por qué? (Si aun no tienes
muy clar o lo que es el Amor puedes leer la descripción que hace San Pablo en la 1ª Epístola a
los Corintios 13)
Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo cari -
dad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de
profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud
de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repar -
tiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada
me aprovecha. La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no
es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma
en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excu -
sa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca.
Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia.
Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía. Cuando vendrá lo per -
fecto, desaparecerá lo parcial. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba
como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño.
Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora
conozco de un modo parcial, per o entonces conoceré como soy conocido. Ahora
subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es
la caridad.
Después de cenar podemos hacer la oración que está propuesta al final del tema.

3er día: Es el último día de convivencia y vamos a celebrar la Eucaristía. Pero ya no puede
ser una Eucaristía cualquiera, debemos entender su esencia y vamos a aplicar todo aquello que
hemos pensado en la pregunta tres del cuestionario. Vamos a dividirla por partes y según sea-
mos muchos o pocos vamos a hacerla entre todos o nos dividimos por grupos para preparar-
la.

Ambientación.

Todo aquello que no entendemos de la Eucaristía dominical y que no nos invita a partici-
par vamos a cambiarlo, sin perder nunca la esencia y el sentido de la Eucaristía. Podemos cele-
108
brar la Eucaristía todos reunidos en círculo, sentados en el suelo, al aire libr e o celebrarla todos
alrededor de una misma mesa. Elegimos los cantos que más nos gusten y preparamos una
monición de entrada fruto de los días que hemos pasado juntos.
Para las lecturas también podemos hacer moniciones que nos ayuden a entenderlas mejor.
Después la acción de gracias y las peticiones podemos prepararlas nosotros, dejar que salgan
espontáneas o combinar las dos cosas.
Para el ofertorio, además del pan y el vino, cada uno de los participantes en la Eucaristía
va a ofrecerle algo que para él tenga mucho valor personal (un sentimiento, un compromiso...).
Si no es algo material se puede ofrecer un símbolo que haga refer encia a él. Y aparte de esto
en vez de tirar los típicos céntimos al cepillo vamos a ofrecer algo de mucho valor material y
cuando volvamos de la convivencia todos juntos lo entregaremos a Cáritas por ejemplo. Para
que así veamos el verdadero sentido de lo que ofrecemos a Dios y de lo que compartimos con
nuestros hermanos más necesitados.
Vamos a vivir el momento del Padrenuestro y de la Paz como verdaderos momentos de
unión. Y vamos a ver que en esas personas que están conmigo está también Jesús.
Durante la consagración miremos el pan y el vino y recor demos cuando Jesús hizo ese
gesto con sus discípulos. Imaginemos que estamos allí y que somos uno de sus discípulos.
A la hora de la comunión acudamos con humildad y seamos conscientes de lo que vamos
a recibir.
Al terminar la Eucaristía, recor demos todo aquello que hemos sentido durante la convi-
vencia y durante la Misa. Interioricémoslo y sepamos que cuando lleguemos a casa la realidad
va intentar destruir todo lo que hemos vivido y todos los planes que hemos hecho para cuando
volvamos. Pero ahí nace el reto de vivir la Eucaristía cada día que sólo muy pocos pueden acep-
tar. ¿eres tú uno de ellos?.
ORACIÓN: EL PAN DE VIDA

Para que la oración salga bien debemos procurar una buena ambientación. Buscamos un
lugar recogido y acogedor sin mucha luz. Elegimos los cantos apropiados y nos situamos en
círculo. En el centro un pequeño “altar” con el pan y el vino sin consagrar, agua y un cirio
encendido.
Oración de introducción:

Padre, todos los días me siento a una mesa para celebrar la Eucaristía.
Todos los días como el pan y bebo el vino, que son Cuerpo y Sangre
de tu Hijo Muerto para destruir la muerte.
Te pido desde mi infinita pobreza que pueda comprender 109
cada día un poco mejor la realidad misteriosa de ese pan y de ese vino.
Misterio de fe escondido en pan y vino... misterio de comunión.
Haz que al comerlo como pan y al beberlo como vino
todos los poros de mi ser se abran al mundo.
Haz que me sienta un átomo impresionante en el concierto
de toda la creación por tu presencia viva en mi ser.
H az que por la comunión comprenda mi papel de miembro
de la Iglesia que no acaba de estar poseída por el Espíritu
porque yo no acabo de entrar en su interior.
Por Jesucristo Hijo tuyo y Señor nuestro.

Después entre todos nos repartimos las siguientes lecturas para leerlas unas detrás de
otras dejando un tiempo para la reflexión:

Mt 26, 26-29

Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándo -


selo a sus discípulos, dijo: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo. » Tomó luego una
copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: « Bebed de ella todos, porque ésta es
mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los peca -
dos. Y os digo que desde ahora no beberé de este producto de la vid hasta el día
aquel en que lo beba con vosotros, nuevo, en el Reino de mi Padre.»

Lc. 22, 14-20

Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: « Con
ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo
que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios. » Y
recibiendo una copa, dadas las gracias, dijo: « Tomad esto y repartidlo entre vos -
otros; porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la
vid hasta que llegue el Reino de Dios. » Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo
par tió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced
esto en recuer do mío. » De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: « Esta
copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros.
Jn. 6, 27-31

Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece


para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el
Padre, Dios, ha marcado con su sello.» Ellos le dijeron: « ¿Qué hemos de hacer para
obrar las obras de Dios? » Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en
quien él ha enviado. » Ellos entonces le dijeron: «¿Qué señal haces para que vién -
dola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comier on el maná en el
desier to, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer.»

Jn. 6, 34-35

110 Entonces le dijer on: «Señor, danos siempre de ese pan.» Les dijo Jesús: «Yo
soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí,
no tendrá nunca sed.»

Jn. 6, 48-58

Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y


murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo
soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y
el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo. » Discutían entre sí
los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y
no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi
sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es ver -
dadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi san -
gre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado
y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan baja -
do del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este
pan vivirá para siempre.»
Lc. 24, 13-35

Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba
sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasa -
do. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acer -
có y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. Él
les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon
con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único
residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» Él
les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazoreno, que fue un pro -
feta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nues -
tros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron.
111
Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas
cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de
las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al
no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de
ángeles, que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepul -
cro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.» Él les
dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profe -
tas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? » Y,
empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que
había sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo
ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzar on diciéndole: «Quédate con nos -
otros, porque atardece y el día ya ha declinado.» Y entró a quedarse con ellos. Y
sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendi -
ción, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocie -
ron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: « ¿No estaba ardiendo
nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos expli -
caba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encon -
traron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad!
¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» Ellos, por su parte, contaron
lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del
pan.

1ª Cor. 13

Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo cari -
dad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de
profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud
de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repar -
tiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada
me aprovecha. La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no
es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma
en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excu -
sa. Todo lo cr ee. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca.
Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia.
Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía. Cuando vendrá lo per -
fecto, desaparecerá lo parcial. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba
como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño.
Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora
conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido. Ahora
subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es
la caridad.

Silencio.

Una vez estemos todos en nuestro sitio elque dirige la oración explica los signos que hay
112
sobre el “altar” y empieza a pasarlos para que todos puedan tener en sus manos estos signos
y con ellos delante orar y reflexionar. Durante este silencio cada uno espontáneamente puede
expresar en voz alta una reflexión propia, una acción de gracias, una petición...

Padrenuestro. Nos cogemos de las manos y podemos cantarlo.

Signo de la paz.

Bendición.

S.- Dios Padre os dé su bendición y os acompañe siempre.


Todos: Amén.

S.- Dios Hijo, que se nos da como pan y vino de salvación, esté siempre con vosotros y
os bendiga.
Todos: Amén

S.- Dios Espíritu Santo, aliento en vuestras vidas, os dé su bendición y permanezca siem-
pre con nosotros.
Todos: Amén.

CATECISMO

1406.- Jesús dijo: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan,
vivirá p ara s iemp re...el q ue co me mi Carne y beb e mi San gre, tien e vida
eterna...permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 51.54.56).
1407.- La Eucaristía es el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia, pues en
ella Cristo asocia su Iglesia y todos sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción
de gracias ofrecido una vez por todas en la cruz a su Padre; por medio de este sacrifi-
cio derrama las gracias de la salvación sobre su Cuerpo, que es la Iglesia.
1408.- La celebración eucarística comprende siempre: la proclamación de la
Palabra de Dios, la acción de gracias a Dios Padre por todos sus beneficios, sobre todo
por el don de su Hijo, la consagración del pan y del vino y la participación en el ban-
quete litúrgico por la recepción del Cuerpo y de la Sangre del Señor: estos elementos
constituyen un solo y mismo acto de culto.
1409.- La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, es decir, de la obra de
la salvación realizada por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, obra que se
hace presente por la acción litúrgica.
1410.- Es Cristo mismo, sumo sacerdote y eterno de la nueva Alianza, quien, por
el ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico. Y es también el mismo 113
Cristo, realmente presente bajo las especies del pan y del vino, la ofrenda del sacrifi-
cio eucarístico.
14 1 1.- Só lo lo s p res bíteros válid amen te ord en ad o s pueden p resid ir la
Eucaristía y consagrar el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre
del Señor.
1412.- Los signos esenciales del sacramento eucarístico son pan de trigo y vino
de vid, sobre los cuales es invocada la bendición del Espíritu Santo y el presbítero
pronuncia las palabras de la consagración dichas por Jesús en la última cena: "Esto es
mi Cuerpo entregado por vosotros... Este es el cáliz de mi Sangre..."
1413.- Por la consagración se realiza la transubstanciación del pan y del vino en
el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y del vino,
Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y substancial,
con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad (cf Cc. de Trento: DS 1640; 1651).
1414.- En cuanto sacrificio, la Eucaristía es ofrecida también en reparación de
los pecados de los vivos y los difuntos, y para obtener de Dios beneficios espirituales
o temporales.
1415.- El que quiere recibir a Cristo en la Comunión eucarística debe hallarse en
estado de gracia. Si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente no debe
acercarse a la Eucaristía sin haber recibido previamente la absolución en el sacra-
mento de la Penitencia.
1416.- La Sagrada Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo acrecienta la
unión del comulgante con el Señor, le perdona los pecados veniales y lo preserva de
pecados graves. Puesto que los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo son
reforzados, la recepción de este sacramento fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo
místico de Cristo.
1417.- La Iglesia recomienda vivamente a los fieles que reciban la sagrada
comunión cuando participan en la celebración de la Eucaristía; y les impone la obliga-
ción de hacerlo al menos una vez al año.
1418.- Puesto que Cristo mismo está presente en el Sacramento del Altar es
preciso honrarlo con culto de adoración. "La visita al Santísimo Sacramento es una
prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo, nuestro
Señor" (MF).
1419.- Cristo, que pasó de este mundo al Padre, nos da en la Eucaristía la pren-
da de la gloria que tendremos junto a él: la participación en el Santo Sacrificio nos
identifica con su Corazón, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar de esta
vida, nos hace desear la Vida eterna y nos une ya desde ahora a la Iglesia del cielo, a
la Santa Virgen María y a todos los santos.
LOS SACRAMENTOS DE CURACIÓN.

JESÚS MISMO QUISO QUE LA


IGLESIA CONTINUASE, CON LA
FUERZA DEL ESPÍRITU SANTO, SU
O BRA DE CURACIÓ N Y SALVA-
CIÓ N DE LOS HOMBRES, IN CLUSO
EN SUS PROPIOS MIEMBROS.
ESTA ES LA FIN ALIDAD DE LOS
DOS SACRAMENTOS DE CURA-
114 CIÓN, DEL SACRAMENTO DE LA
PENITENCIA Y DE LA UNCIÓN DE
LO S ENFERMOS. (
CIC 1421).
Tema 11

¿QUÉ ES LA PENITENCIA?.

En la tarde de Pascua, el Señor Jesús se


mostró a sus apóstoles y les dijo: "Recibid
el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los 115
pecados, les quedan perdonados; a quie -
nes se los retengáis, les quedan retenidos".
(Juan 20, 22-23)

INTRODUCCIÓN

Comencemos siendo conscientes que este es un tema delicado sobre todo para los jóve-
nes, y al mismo tiempo importante porque necesitamos reconciliar nos con Dios y con los her-
manos para convertirnos. Se nos pide mucha fe, pero la nuestra es pequeña; se nos pide pobre-
za, pero estamos muy apegados a las cosas; se nos pide humildad, pero estamos muy llenos
de nosotros mismos; se nos pide amor, pero somos tremendamente egoístas. En definitiva en
nuestro tiempo se nos pide que seamos cristianos que no sólo “hablen” de Jesús, sino en cier-
to modo que seamos cristianos que dejen “ver” a Jesús y para poder dar a conocer el auténti-
co Jesús, antes debemos conocerle en profundidad. Jesús nos invita a seguirle pero no se puede
entender como un simple “copiar lo que él hacía”, significa ponerse al servicio de Dios y con-
vertirse de esta manera en servidor de los hombres. “El que quiera venirse conmigo, que se nie-
gue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16, 24; Mc 8, 34; Lc 9, 23)

Respuesta voluntaria a Dios


Claro está que el hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios; nadie debe
estar obligado contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de conversión es volunta-
rio por su propia naturaleza. Ciertamente, Dios llama a los hombres a servirle en espíritu y en
verdad.
Jesús invitó a la fe y a la conversión, él no forzó a nadie jamás. Dio testimonio de la ver
dad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino... crece
por el amor con que Cristo exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia él. Así pues si optas
por la conversión significa que debes apoyarte exclusivamente en él, ya que todo hombre nece-
sita una seguridad (como todo coche necesita de un motor) o sino vive la vida con temor, no
solo hay que apoyarse en Dios sino en sus dones, en su amor, etc... No hay que tener miedo
de Jesús ya que él vino como un niño, en el misterio de Belén. Cristo despojado y pobre quie-
re ir delante de nosotros por la senda que nos conduce a la pérdida de nuestras propias segu-
ridades, nuestros ídolos, nuestro yo...
•La conversión como dinamismo de la fe
Sólo desde la experiencia personal de la fe podremos conocer a Jesús plenamente y la fe
no es algo que pueda alcanzar el ser humano por su propio esfuerzo: es un don de Dios que
nos capacita para estar abiertos, acoger su palabra y su presencia. Así pues Dios no quiere
que nuestra fe sea pasiva por eso permite las situaciones con cierta tensión en nuestras vidas
que nos obligan a tomar decisiones constantemente (aunque complican un poco nuestra esta-
bilidad), con la esperanza de profundizar y dinamizar nuestra fe. Estos momentos deberían
116 dinamizar nuestra adhesión a Jesús, deberían conducirnos a apoyarnos más en él, a confiar
más en él y a esperarlo todo de él. Así pues podríamos definir la conversión como un proceso
donde se produce la reorientación (del cristiano) de la vida hacia Dios dando la espalda al mal.
La paradoja de la fe sería: cuanto mejor percibas tus pecados y los reconozcas tanto
mejor descubrirás a Jesús y creerás en él de una manera más plena. No se puede conocer a
Jesús sin conocer al hombre. Ahí tenemos el ejemplo de los santos que conociendo de verdad
a Jesús y conociéndose a sí mismos hasta lo más profundo, aceptan su vida de pecado. El hom-
bre que reconoce que es un pecador, empieza también a advertir que Dios realmente enlo-
queció en su amor hacia él. Por eso escuchamos que se dice de la vida de algunos santos: “Dios
te has vuelto loco si me amas de tal manera a mí, a un pecador como yo”. La realidad del peca-
do se nos manifiesta como una forma de autoconocimiento. Pero si conociéramos únicamente
esa realidad, ella podría destruirnos; nuestra vida se vería abrumada, porque llevaríamos la
carga de nuestro propio mal; nuestra vida estaría marcada por la inquietud, por la tensión, y
por la tristeza.
Después de cometer cualquier pecado, después de haber tenido cualquier derrota... (y
como ya hemos comentado que el amor de Dios es tan grande) Dios nos ofrece un plan de sal-
vación. Dios no permitiría el mal si no fuera capaz de sacar cosas buenas de él. Dios puede
hacer de cada un de nuestros pecados una “feliz culpa”, que nos recor dará y nos mostrará, a
la luz de la fe, cuánto nos ama aquel que murió y resucitó por nosotros; nos mostrará, a la luz
de la fe, la paciencia, la ternura y el gozo con los que el Señor perdonó nuestras culpas.
Nuestra vida de pecado constituye una oportunidad para que la misericordia divina se derra-
me sobre nosotros, porque eso es lo más importante. Podríamos resumir diciendo que la feliz
culpa es el descubrimiento en la fe, de la ternura, de la delicadeza, del amor y de la alegría
de Jesús y abre sus brazos para estrecharte contra sí. Esto es descubrir en la fe, la locura de
Dios, que tanto te ama y, tanto desea perdonarte.
•Pecado y Penitencia
Toda la vida cristiana debe estar sustentada por el poder del perdón y por el valor para
confesar ante Dios y ante los hombres el propio fallo y la propia culpa, a fin de crecer así como
persona humana y como cristiano. Verse libre de la culpa, comenzar de nuevo y seguir ade-
lante: he ahí algo que responde a los anhelos de todo ser humano. Los cristianos tenemos con-
ciencia de que toda nuestra vida de pecado nos sitúa contra Dios y contra sus planes con res-
pecto a nuestro mundo, nuestro pecado refrena la venida del reino de Dios, rechazamos la bon
dad de Dios ya sea explícita o implícitamente. Cuando alguien “comprende” la prontitud de
Dios para perdonar, queda tan subyugado por esta experiencia, que le apena haber obrado
mal (Lc 7, 36-50; 15,11-32). Decide emplearse a fondo para reparar lo que ha hecho (Lc 19, 1-10).
Quiere hacer un nuevo comienzo (Jn 8, 11). Abandona su camino errado, da la vuelta y se diri-
ge de nuevo hacia Dios. La conversión no se realiza en un solo instante; es un proceso largo y
que exige esfuerzos. La persona entera participa en él y con él quiere empezar de nuevo. Dios
perdona el pecado y la culpa.
•El sacramento de la Conversión
Hay que entender que la conversión nos conlleva a ser como un niño que no hay que pre-
ocuparse de nada, no temer de nada ya que Dios nos cuida y nos mima. Dios te despoja de
aquello que te hace cautivo y que te resta fe en su amor. La conversión a la que nos llama Dios
conlleva dos elementos muy importantes: convertirnos “de” y convertirnos “a”. 117
Así mismo, debemos tener en cuenta que la conversión, como dimensión de la fe, no es
un solo un acto, sino un proceso
- examen de conciencia - confesión
- arrepentimiento - reparación del mal hecho
- cambiar de actitud - la fe en la misericordia de Jesús.

El examen de conciencia debe ser una profunda mirada hacia tu interior, un cuestiona-
miento de la orientación que tiene tu vida. El arrepentimiento debe prepararte de manera direc-
ta para el encuentro con Cristo. Debe ser tu actitud ante la cruz, la confirmación de que te afli-
ge el haber herido a Cristo con tu pecado; y que deseas pedir perdón a Dios y reparar el daño
causado. (Siempre que te acercas con sincero arrepentimiento al sacramento de la reconcilia-
ción, tú fe atraviesa por una gran oportunidad de crecimiento).

Podemos encontrar dos posturas ante la experiencia religiosa del perdón de Dios:
- Egocéntrica- Aquella en la que el hombre centra su atención en sí mismo. Puede fun-
cionar como una especie de “aspirina” que aplaca el “dolor de conciencia” que calma y per-
mite recuperar el buen estado de ánimo. Será un hombre concentrado en sí mismo. Ese hom-
bre, cuando recibe la absolución, se retira del confesionario sin tristeza, pero también sin ale-
gría, porque sigue centrado en el mal, que momentos antes descargó de su conciencia.
- Teocéntrica- Será el hombre que no se fija tanto en sus propios pecados, sino que toma
el pecado como punto de partida para que, a través de la fe, pueda descubrir la misericordia
de Dios. Acude a él no para calmar sus inquietudes, sino para darle la alegría de poder for-
mar en si mismo un hombre nuevo, renacido a través de la gracia del sacramento. Después de
haber confesado sus pecados el mundo es distinto para él, más radiante, iluminado por la fe
en la misericordia de Dios.
S. Juan de la Cruz nos habla de lo importante que debe ser nuestro radicalismo en la fe,
poniendo como ejemplo de la parábola de dos pájaros atados. Uno de ellos atado con una
cuerda gruesa y otro con un hilo fino, sin embargo, su situación prácticamente es igual, ya que
ninguna de las aves puede volar, cambiará cuando nada las tenga atadas. Sólo queda que nos-
otros sepamos cual pájaro ser y ver verdaderamente en la reconciliación no la mano dura del
Padre sino la misericordia, la ternura, la dulzura... del Padre Dios que nos espera con los bra-
zos abiertos como al hijo pródigo.
ACTIVIDAD: EL DIOS DE LA MISERICORDIA

Se puede adaptar para realizar una sencilla celebración acción penitencial y la podéis
aprovechar para hacer un buen examen de conciencia. La ambientación será sencilla:

· Se repartirá un papel en forma de pergamino que nos servirá para realizar el examen
de conciencia.
· Con piedras o dibujado construiremos un muro de piedras.
· Ante el muro se puede colocar una cruz, para invitar a los asistentes a que voluntaria-
mente se postren ante ella y dejando nuestros pecados en el muro nos demos cuenta que nues-
tro pecado no solo nos hace daño a nosotros sino a Dios y a nuestros hermanos.
118 · Detrás del muro tendremos preparado un póster, un dibujo... con un corazón abierto y
grande, que haga refer encia al gran amor que Dios nos tiene. Es amor tan grande que cuan-
do derribemos el muro (que lo echaremos cuando terminemos de confesarnos) es cuando de
verdad podemos ver la misericordia de Dios. Hay que dar el paso y arrepentirnos porque si no
es así siempre estaremos ciegos y no llegaremos nunca a verlo, siempre nos quedaremos en el
sufrimiento de la cruz.

Y dentro estarán escritas las palabras que el sacerdote dice:

“Dios, Padre misericor dioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y
la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los peca -
dos, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuel -
vo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Canto: Estoy alegre

ESTOY ALEGRE, ¿POR QUÉ ESTÁS ALEGRE?


ESTOY ALEGRE, DIME POR QUE.
ESTOY ALEGRE, ¿POR QUÉ ESTÁS ALEGRE?
ESO QUIERO YO SABER.

Voy a contar te, quieres contar me,


la razón de estar alegre así:
Cristo un día me salvó
y también me transformó
y por eso alegre estoy.

Introducción:

¡¡¡Sí amigos!!! ¡¡¡Alegres hay que estar!!! Porque al venir voluntariamente a la casa del
Señor a acoger en nuestro corazón su misericordia y su ternura, venimos a celebrar el perdón
de Dios que es como recuperar la vida, y renacer a la esperanza de que podemos dar los bue-
nos frutos que Dios espera de nosotros. Cuando hablamos de rejuvenecimiento y renovación,
estamos hablando de conversión. Cuando decimos que hay que florecer, estamos hablando de
conversión. El Bautismo la exige desde el principio, y el Mesías también, porque se acerca dios.
¿Quién puede estar preparado para recibirle?
Si has elegido la conversión quiere decir que eliges la unión con Dios, así pues esto con-
lleva a que pienses como él, la fe cambia nuestra mentalidad, nos obliga a colocar siempre a
Dios en un primer plano y hay que saber decir “Ya no vivo yo, pues es Cristo quien vive en mi”.

Canto: Judas

Era un hombre cualquiera y Jesús lo eligió.


Intentó ser honrado, lo perdió la ambición.
Era un hombre cualquiera y seguía al Señor.
El amor al dinero lo transformó.

COMO JUDAS, LOS QUE ADORAN EL DINER O.


COMO JUDAS, QUIEN SE RÍE DEL DOLOR.
COMO JUDAS, LOS QUE SIEMPRE DESERCIONES.
COMO JUDAS LOS QUE COMPR AN EL AMOR. 119
JUDAS, LOS QUE SE CALLAN.
JUDAS, QUIEN PAGA MAL.
JUDAS, QUIEN VA FINGIENDO SINCERIDAD.

Era un hombre cualquiera tuvo fe y decisión.


Presenció los milagros que hizo un día el Señor.
Era un hombre cualquiera, hoy pudiera ser yo.
Era Judas a secas. Era el traidor.

Lectura Mt 27, 1-5:

“Al amanecer, los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo decidieron con -
denar a muerte a Jesús. Lo ataron y lo llevaron al gobernador Pilatos.
Judas, el traidor, al ver que Jesús había sido condenado, se arrepintió y devol -
vió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo.
“He pecado entregando sangre inocente”. Ellos dijeron: “¿A nosotros qué? ¡tú
verás!”. Tiró en el templo las monedas, fue y se ahorcó.”

Comentario de la lectura para realizar el proceso de conversión (música de fondo tran-


quila y que ambiente):

En la lectura observamos a Judas, observamos su comportamiento después de haber trai-


cionado a Jesucristo, como también nosotros a veces lo hacemos, basándonos en esta lectura
podemos ver muchos elementos de la confesión que si analizamos nos puede ayudar.
· Hay examen de conciencia, porque Judas reflexiona sobre lo que hizo, y toma con-
ciencia de que obró mal.
· Aparece asimismo, el arrepentimiento, porque efectivamente, Judas está contrito por lo
que hizo.
· Incluso quiere cambiar su actitud, lo que significa que también tiene propósito de
enmienda.
· Hay también confesión de los pecados, cuando Judas le dice a los sacerdotes: “He
pecado entregando sangre inocente” (Mt. 27, 4).
· Y también nos aparece una reparación del mal hecho, porque les tira a los sacerdotes
las monedas de plata que de ellos recibió. No quiere que se le pague por la sangre. En reali
dad, en la actitud y el comportamiento de Judas aparecen casi todos los elementos de una con-
fesión.
· Pero faltó uno el más importante que es el que a nosotros nos tiene que animar y llevar
a realizar esa purificación, esa confesión y él la fe en la misericordia de Jesús. Precisamente
por eso la confesión de Judas es tan triste, tan trágica, y termina con la desesperación y el sui-
cidio. Nuestra confesión debe ser como la de San Pedro que creyó en la misericordia de Cristo
se centro no tanto en su pecado, sino en el perdón.

Canto y reflexión:

“LA MISERICORDIA DEL SEÑOR CADA DÍA CANTARÉ”.

120
Examen de conciencia personalmente y se escribirá en el pergamino que tendremos.

Confesión y luego colocaremos el pergamino en el muro. el pergamino

Una vez todo el grupo se haya confesado se derrumbará el muro (bien el sacerdote o
algunos de los participantesún educador) y observaremos la gran misericordia de Dios en la
confesión y leeremos individualmente y reflexionando las palabras que el sacerdote nos dice:

“Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resu-
rrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda,
por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nom-
bre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”

Canto final: Jesús está entre nosotros,

JESÚS ESTÁ ENTRE NOSOTROS,


ÉL VIVE HOY Y SU ESPIRITU A TODOS DA.
ES LA RAZÓN DE NUESTRA VIDA.
ES EL SEÑOR, NOS REUNE EN PUEBLO DE AMOR.

Cambia nuestras vidas con tu fuerza,


guárdanos por siempre en tu presencia.
Tú eres Verdad, tú eres la Paz.
Romp e las cadenas que nos a tan,
llénanos de gracia en tu Palabra.
Gracias, Señor, gracias S alvador.
N uestras existencias hoy te alaban
nuestros coraz ones te dan gracias.
Tú eres Amor,Tú eres canción.
ORACIÓN: TE DAMOS GRACIAS POR EL PERDÓN

Podemos terminar nuestra reunión, todos juntos rezando la siguiente oración como acción
de gracias.

Padre, me pongo en tus manos.


Haz de mí lo que quieras.
Sea lo que sea
te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo,
con tal que tu voluntad se cumpla en mí
y en todas tus criaturas. 121
No deseo más, Padre.
Te confío mi alma,
te la doy con todo el amor de que soy capaz.
Porque te amo
y necesito darme a ti,
ponerme en tus manos,
sin limitaciones,
sin medida,
con una confianza infinita
porque tú eres mi Padre.

CATECISMO
1485.- En la tarde de Pascua, el Señor Jesús se mostró a sus apóstoles y les dijo:
"Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a
quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20, 22-23).
1486.- El perdón de los pecados cometidos después del Bautismo es concedido
por un sacramento propio llamado sacramento de la conversión, de la confesión, de
la penitencia o de la reconciliación.
1487.- Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su propia dignidad de
hombre llamado a ser hijo de Dios y el bien espiritual de la Iglesia, de la que cada cris-
tiano debe ser una piedra viva.
1488.- A los ojos de la fe, ningún mal es más grave que el pecado y nada tiene
peores consecuencias para los pecadores mismos, para la Iglesia y para el mundo
entero.
1489.- Volver a la comunión con Dios, después de haberla perdido por el peca-
do, es un movimiento que nace de la gracia de Dios, rico en misericordia y deseoso de
la salvación de los hombres. Es preciso pedir este don precioso para sí mismo y para
los demás.
1490.- El movimiento de retorno a Dios, llamado conversión y arrepentimiento,
implica un dolor y una aversión respecto a los pecados cometidos, y el propósito
firme de no volver a pecar. La conversión, por tanto, mira al pasado y al futuro; se
nutre de la esperanza en la misericordia divina.
1491.- El sacramento de la Penitencia está constituido por el conjunto de tres
actos realizados por el penitente, y por la absolución del sacerdote. Los actos del
penitente son: el arrepentimiento, la confesión o manifestación de los pecados al
sacerdote y el propósito de realizar la reparación y las obras de penitencia.
1492.- El arrepentimiento (llamado también contrición) debe estar inspirado en
motivaciones que brotan de la fe. Si el arrepentimiento es concebido por amor de
caridad hacia Dios, se le llama "perfecto"; si está fundado en otros motivos se le llama
"imperfecto".
1493.- El que quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia debe con-
fesar al sacerdote todos los pecados graves que no ha confesado aún y de los que se
acuerda tras examinar cuidadosamente su conciencia. Sin ser necesaria, de suyo, la
confesión de las faltas veniales está recomendada vivamente por la Iglesia.
1494.- El confesor impone al penitente el cumplimiento de ciertos actos de
122 "satisfacción" o de "penitencia", para reparar el daño causado por el pecado y resta-
blecer los hábitos propios del discípulo de Cristo.
1495.- Sólo los sacerdotes que han recibido de la autoridad de la Iglesia la
facultad de absolver pueden ordinariamente perdonar los pecados en nombre de
Cristo.
1496.- Los efectos espirituales del sacramento de la Penitencia son:
· la reconciliación con Dios por la que el penitente recupera la gracia;
· la reconciliación con la Iglesia;
· la remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales;
· la remisión, al menos en parte, de las penas temporales, consecuencia del
pecado;
· la paz y la serenidad de la conciencia, y el consuelo espiritual;
· el acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano.
1497.- La confesión individual e integra de los pecados graves seguida de la
absolución es el único medio ordinario para la reconciliación con Dios y con la Iglesia.
1498.- Mediante las indulgencias, los fieles pueden alcanzar para sí mismos y
también para las almas del Purgatorio la remisión de las penas temporales, conse-
cuencia de los pecados.
Tema 12

¿QUÉ ES LA UNCIÓN DE ENFERMOS?.

Recorría toda Galilea enseñan -


do en las sinagogas y procla -
mando el Evangelio del Reino, 123
curando las enfermedades y
dolencias del Pueblo.
(Mateo 4, 23)

INTRODUCCIÓN

De todos los sacramentos “la unción de los enfermos” es el menos conocido, seguramen-
te porque es un sacramento asociado a una etapa de la vida, la enfermedad y/o la vejez, que
para nada son populares en la sociedad actual.
Es una pena que a lo largo de los siglos este sacramento perdiera su valor y su sentido
inicial. Poco a poco, la Unción de los los enfermos se fue convirtiendo en un sacramento para
el momento de la muerte; se llamaba al sacerdote cuando el enfermo estaba en la agonía o
incluso ya muerto, "para no asustarle" se decía. Porque con la venida del sacerdote se enten-
día como que ya el enfermo no tenía ninguna esperanza de vida. Por eso el sacramento pasó
a conocerse con el nombre de “Extr ema unción”, como último e irreversible pasaporte para la
muer te.
Afortunadamente ahora sabemos ya, que eso no es así. Sabemos que la Unción es el
sacramento para acompañar la enfermedad grave y la debilidad de la vejez con la fuerza del
Señor. Y sabemos que vale la pena que el enfermo reciba este sacramento cuando está cons-
ciente, y que le acompañen en ese momento de fe y de oración sus familiares y también, si es
posible, los que le atienden y cuidan.
Si los cristianos fuésemos serios, descubriríamos que lo mismo que al médico no sólo se
le llama cuando uno está a las puertas de la muerte, sino en cualquier enfermedad mínima-
mente seria, así habría que llamar al médico de las almas en toda enfermedad. La visita de un
médico nadie la interpreta como un anuncio de la muerte, sino como un afán de curación. Así
debería también interpretarse la unción que nada tiene de fúnebre y es, en realidad, un sacra-
mento de esperanza. José Luis Martín Descalzo
Esta es, una de las grandes tareas de nuestra generación: redescubrir y conquistar el ver-
dadero sentido de Unción de los enfermos, devolverle todo lo que tiene de fe en Dios y de con-
fianza en sus manos.

"¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los sacerdotes de la Iglesia, y que


recen sobre él después de ungirlo con óleo (aceite) en el nombre del Señor. Y la ora -
ción de fe salvará al enfermo, y el Señor lo curará, y si ha cometido pecado lo per -
donará." (Sant. 5, 14-15)

LA ENFERMEDAD Y EL SUFRIMIENTO

La enfermedad y el sufrimiento han sido siempre uno de los problemas más graves que
124
aquejan la vida humana. En la enfermedad el hombre experimenta su impotencia, sus limites y
su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte. Puede conducirnos a la angus-
tia, el repliegue sobre uno mismo, a veces incluso a la desesperación y la rebelión contra Dios.
Pero también puede hacer a la persona más madura, ayudarle a discernir lo que es esen-
cial en la vida de lo que no lo es. Con mucha frecuencia la enfermedad empuja a una bús-
queda de Dios, a un encuentro con Él.
Los cristianos, aunque experimentamos el sufrimiento igual que los demás, nos sentimos
ayudados y fortalecidos por la fe y los medios que el Señor nos ofrece: la oración, la peniten-
cia, la comunión y la Unción de enfermos.

¿QUÉ ES LA UNCIÓN DE ENFERMOS?

Es un sacramento de la Iglesia, destinado a reconfortar a los que sufren por la enferme-


dad. Se le conoce como "Extrema unción", pero su nombre es "Unción de Enfermos", ya que
no es un sacramento sólo para los moribundos, sino también para vivos.
Como nos dice el apóstol Santiago, se trata de que el Sacerdote rece sobre el enfermo y
lo unja con óleo bendecido, para que se sienta confortado en su enfermedad por la presencia
del Señor.

¿QUÉ EFECTOS TIENE ESTE SACRAMENTO?

La gracia especial de la Unción de los enfermos tiene como efectos:

- Un don particular del Espíritu Santo que asiste al cristiano que sufre para infundirle con-
suelo, paz y ánimo, de modo que pueda sobrellevar cristianamente los sufrimientos de la enfer-
medad o la vejez.
- La unión del enfermo a la Pasión de Cristo para su bien y el de toda la Iglesia, al mismo
tiempo que ésta, por la comunión de los Santos, se asocia a los dolores del que sufre.
- El perdón de los pecados, si el enfermo no ha podido obtenerlo por el sacramento de la
Penitencia.
- Una preparación para el encuentro definitivo con Cristo, especialmente perceptible en
aquellos que lo reciben cuando están en extrema gravedad.
¿QUIÉN PUEDE RECIBIR LA UNCIÓN?

La Unción de los Enfermos no es un sacramento sólo para aquellos que están a punto de
morir. Por eso, se considera tiempo oportuno para recibirlo cuando la persona empieza a estar
en peligro de muerte por enfermedad o vejez.
Es apropiado recibir la Unción antes de una operación importante. Y esto mismo puede
aplicarse a las personas de edad avanzada cuyas fuerzas se debilitan.

LA CELEBRACIÓN DEL SACRAMENTO


Como todos los sacramentos, la Unción de los Enfermos se celebra de forma litúrgica y
comunitaria, que tiene lugar en familia, en el hospital o en la Iglesia, para un sólo enfermo o
para un grupo de enfermos. 125
Es muy conveniente que se celebre dentro de la Eucaristía, memorial de la Pascua del
Señor, donde recordamos su muerte y resurrección.
La celebración del Sacramento comprende principalmente estos pasos:

· Nos reunimos en torno al enfermo, compartiendo con él cariño, la fe y la esperanza. Así


reunidos, formamos la iglesia, la comunidad de los cristianos.
· Escuchamos la palabra de Dios. Las palabras de Cristo y el testimonio de los apóstoles
animan al enfermo y a todos los reunidos a vivir este momento de fe y de oración.
· Rezamos juntos al Señor para que llene al enfermo con su bondad, con su gracia, con
su fuerza de salud y salvación.
· El sacerdote impone las manos al enfermo, como hacía Jesús, y ora por él.
· Y finalmente como momento culminante, lo unge con óleo bendecido por el obispo o por
el mismo sacerdote, diciendo:
“Por esta santa Unción y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con
la gracia del Espíritu Santo. Para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación
y te conforte en tu enfermedad.” Amén.

Estas acciones litúrgicas indican la gracia que este sacramento confiere a los enfermos.
ACTIVIDAD: SACRAMENTOS DE SANACIÓN

Tras varias semanas de malestar, llevan por fin los padres de Miguel al abuelo,
que vive con ellos, al médico. Miguel nota cierto nerviosismo. Pero la situación pare-
ce normalizarse: el abuelo vuelve a casa tras tres días en el hospital. Miguel nota
cierta afectación cuando tratan con su abuelo. Le parece un poco tonto que le digan
cosas como "¡pero si estás maravillosamente bien!", cuando se le ve pálido y des-
mejorado. Pero no le da mucha importancia.
Un día, al volver a casa, Miguel se encuentra con su abuelo solo en la sala de
estar. Le pregunta cómo está. -"Me estoy muriendo, pero no me lo quieren decir". -
"Vamos, abuelo..." -"Es verdad. Te lo digo a ti porque tú nunca me has engañado. Con
ellos no se puede hablar". Miguel se quedó sin habla, haciendo esfuerzos por no llo-
rar. Luego buscó a su madre, y le preguntó qué pasaba con el abuelo. Intentó decir
126 que nada serio, pero Miguel se le enfrentó, dijo que a él no le engañaba, y que si no
se lo decía diría lo que pensaba con voz bien alta. Al final, su madre cedió: el abue-
lo tenía un cáncer avanzado, con reproducciones por todo el cuerpo, y no había nada
que hacer.
En el colegio de Miguel no pasó inadvertido que estaba afectado por algo, y al
poco le llamó su tutor. Con él se podía hablar del asunto. El tutor le explicó que lo más
importante era prepararle para el momento de la muerte, y que debía hacer todo lo
posible para que fuera el sacerdote, para atenderle y administrarle la Unción de
Enfermos. Miguel lo entendió muy bien.
Quien no lo entendió tan bien fue su madre. -"¡Ni hablar! Es pronto". -"Pero ¿por
qué?", contestó Miguel. -"Que no, que no, que se va a asustar". Miguel insistió. La res-
puesta no cambiaba: -"Mira, tú quieres al abuelo, y no quieres que se asuste y lo
pase mal, ¿verdad?" Al cabo de unos días se agravó la situación: el enfermo tuvo que
guardar cama, y ya casi no podía hablar ni tragar. Miguel volvía una y otra vez a la
carga, y se repetía la escena. Hasta que un día perdió la paciencia, y le gritó a su
madre: -"¡Aquí la única asustada eres tú! ¡Si no lo haces tú, lo hago yo! ¡Voy a llamar
al sacerdote ahora mismo!". Su madre, con rabia contenida, le dijo en voz baja que
si lo quería matar del disgusto. Miguel contestó que no se iba a morir nadie de nin-
gún disgusto, y que si se moría del disgusto le echara a él de casa, o mejor, se iría él
mismo; pero que iba a llamar al sacerdote. Dicho esto, se puso el abrigo y salió.
Volvió con el párroco, que fue recibido con frialdad. Tras saludar al enfermo, le
preguntó si quería confesarse. Respondió con un gesto afirmativo, y el sacerdote
pidió a los asistentes que salieran un momento. Intervino la madre de Miguel: -"Pero
si no puede, ¿no ve que no puede hablar?" El párroco contestó amablemente que no
importaba. -"¿Pero no vale sólo con la Extremaunción?" -"Conviene hacerlo así, seño-
ra". Salieron con desgana. Poco después comenzó la Unción. El sacerdote abrió un
pequeño frasco, y al ver que contenía sólo un algodón reseco, pidió que le trajeran
aceite de la cocina. -"Es de cacahuete", señaló la madre de Miguel. -"No importa". Se
lo trajeron. Lo bendijo y lo aplicó en frente y manos. -"¿Y en los pies no?", volvió a decir
la madre. -"No, señora, eso era antes". Cuando acabó la Unción, el sacerdote dijo
que "ahora la comunión". -"Si no puede tragar". -"Si me trae un vaso con agua, verá
cómo sí, señora". A regañadientes lo trajo. Colocó un trozo muy pequeño de una
Hostia en él, y lo pudo beber. Al final, el párroco se despidió amablemente. Cuando
se fue, Miguel se dirigió a su madre: -"¿Ves qué contento está ahora?". Su madre
calló. Miguel también, no sin darse cuenta de que, aunque no lo quisiera reconocer,
su madre también estaba aliviada.
Casos prácticos sobre fe y moral católica.
Texto: Julio de la Vega-Hazas
Preguntas que se formulan:

¿Cuál es la finalidad de este sacramento? ¿Responde a alguna necesidad? ¿Por qué?


¿Cómo lo definirías?
¿Debe esperarse al último momento? ¿Por qué?.
¿Qué puede aportar en particular con respecto a la Penitencia y la Eucaristía? ¿Es un
sacramento de vivos?
¿Actúa correctamente el sacerdote? ¿Actúa aquí Miguel correctamente? ¿A qué piensas
que se debe la actitud de su madre?

PROPUESTA

127
Una buena oportunidad para conocer mejor la realidad de este sacramento sería com-
partir con los enfermos de vuestra parroquia el día de la celebración de la unción de los enfer-
mos en comunidad. Incluso podríais colaborar o promover la preparación de una pequeña fies-
ta posterior a la Eucaristía. Los enfermos no sólo son tarea de la gente mayor de vuestra parro-
quia.
ORACIÓN: PEDIMOS TU FUERZA

Ambientación:
En el centro de la capilla habrá situado un cuenco con aceite rodeado por algunas velas
pequeñas y un corazón grande de cartulina representando el corazón de Dios. A cada parti-
cipante le entregaremos una tarjeta, un lápiz y una toallita húmeda.
Si está presente el sacerdote sería bueno que él dirigiera la oración.

SACERDOTE: En el nombre de Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


Después de haber conocido un poquito más sobre el sacramento de la Unción de
Enfermos vamos a unirnos en esta oración para rezar por aquellas personas que sufren en la
128 enfermedad, para que Dios las reconfor te en su sufrimiento y las alivie en su dolor.

Canto: Yendo contigo. Migueli

JESÚS NOS DICE...

“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.


Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y
encontaréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”
(Mt 11, 28-30)

Después de la lectura del evangelio dejaremos un tiempo de reflexión, podéis poner músi-
ca de fondo. Tras unos minutos el sacerdote irá imponiendo sobre las manos de los presentes
un poquito de aceite y los invitará en silencio a sentirlo, olerlo...
Después les proponemos que escriban en el papel el nombre de alguna persona enferma
que conozcan.

Todos juntos rezamos:

NADA ME IMPORTA

Nada me importa si siento que tú estás conmigo.


Aunque siempre recorriera en soledad mi camino,
Aunque fuera un incomprendido por mis hermanos,
Aunque el fracaso me visitara de continuo...
Nada me importa si siento que tú estás conmigo.
Aunque nunca más encontrara un amigo
Y perdiera el calor humano que me alienta,
Aunque fuera por todos abandonado
Y quedara a solas ante el peligro...
Nada me importa si siento que tú estás conmigo.
Aunque la enfermedad fuera mi hermana
Y el futuro se presentara sin esperanza...
Nada me importa si siento que tú estás conmigo.
Dame lo que quieras Quitame lo que quieras,
Pero... Quédate, mi Dios, conmigo,
Para siempre en mí sentirte,
Y cuando quieras marcharte,
Llévame, mi Dios, contigo.
Que todo me falte menos tú,
Mi Dios y Señor, Padre, hermano,
Y amigo.

Canto: Te buscaré.

Gesto: Mientras cantamos vamos depositando cada uno nuestro papel en el corazón de
cartulina situado en el centro de la capilla, como símbolo de que deseamos que el sufrimiento
de la persona enferma sea confortado por el amor de Dios. Al finalizar el canto podemos com-
partir libremente con los demás nuestra petición por la persona enferma cantando algún canon 129
cada dos o tres peticiones. Por último quien quiera puede comprometerse a visitar a la perso-
na por la que ha ofrecido la oración y regalarle la tarjeta.

Final: Padrenuestro

CATECISMO

1526.- "¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la


Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de
la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometidos peca-
dos, le serán perdonados" (St 5,14-15).
1527.- El sacramento de la Unción de los enfermos tiene por fin conferir una
gracia especial al cristiano que experimenta las dificultades inherentes al estado de
enfermedad grave o de vejez.
. 1528.- El tiempo oportuno para recibir la Santa Unción llega ciertamente cuan-
do el fiel comienza a encontrarse en peligro de muerte por causa de enfermedad o de
vejez.
1529.- Cada vez que un cristiano cae gravemente enfermo puede recibir la
Santa Unción, y también cuando, después de haberla recibido, la enfermedad se
agrava.
1530.- Sólo los sacerdotes (presbíteros y obispos) pueden administrar el sacra-
mento de la Unción de los enfermos; para conferirlo emplean óleo bendecido por el
Obispo, o, en caso necesario, por el mismo presbítero que celebra.
1531.- Lo esencial de la celebración de este sacramento consiste en la unción en
la frente y las manos del enfermo (en el rito romano) o en otras partes del cuerpo (en
Oriente), unción acompañada de la oración litúrgica del sacerdote celebrante que
pide la gracia especial de este sacramento.
1532.- La gracia especial del sacramento de la Unción de los enfermos tiene
como efectos:
· la unión del enfermo a la Pasión de Cristo, para su bien y el de toda la Iglesia;
· el consuelo, la paz y el ánimo para soportar cristianamente los sufrimientos de
la enfermedad o de la vejez;
· el perdón de los pecados si el enfermo no ha podido obtenerlo por el sacra-
mento de la penitencia;
· el restablecimiento de la salud corporal, si conviene a la salud espiritual;
· la preparación para el paso a la vida eterna.
SACRAMENTOS AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD.

LOS SACRAMENTO S DEL ORDEN


Y DEL MATRIMONIO, ESTÁN
ORDENADOS A LA SALVACIÓN
DE LOS DEMÁS. CO NTRIB UYEN,
CIERTAMENTE A LA PROPIA SAL-
VACIÓN, PERO ESTO LO HACEN
MEDIANTE EL SERVICIO Q UE
PRESTAN A LOS DEMÁS. CO NFIE-
130 REN UNA MIS IÓ N PARTICULAR EN
LA IGLESIA Y SIRVEN A LA EDIFI-
CACIÓ N DEL PUEBLO DE DIOS. (
CIC 1534
Tema 13

¿QUÉ ES EL SACRAMENTO DEL ORDEN?

San Pablo dice a su discípulo


Timoteo: "Te recomiendo que
reavives el carisma de Dios que
está en ti por la imposición de
mis manos" (2ª Timoteo 1,6), y
"si alguno aspira al cargo de 131
obispo, desea una noble fun -
ción" (1ª Timoteo 3,1). A Tito
decía: "El motivo de haberte
dejado en Creta, fue para que
acabaras de organizar lo que
faltaba y establecieras presbíte -
ros en cada ciudad, como yo te
ordené"
(Tito 1,5).

INTRODUCCIÓN

1-. Sacerdocio real: somos un pueblo de sacerdotes.

Gracias a la Sagrada Escritura, descubrimos que todos nosotros somos un Pueblo de


Sacerdotes, que nosotros: tú, yo, él, ella... somos realmente sacerdotes. ¿Cómo puede ser esto?
¿Qué es esto del sacerdocio real?.
Encontramos en el libro del Éxodo que, ya desde el principio, el Pueblo de Israel fue cons-
tituido por Dios como “un reino de sacerdotes y una nación consagrada” (Ex. 19,6). En el Nuevo
Testamento, el Apocalipsis nos revelará cómo Jesús extendió este sacerdocio desde Israel a todo
el mundo, haciendo a su nuevo pueblo “reino y sacerdotes para Dios, su Padre” (Ap. 5, 9-10); y
San Pedro nos animará a nosotros, en nuestro sacerdocio santo, a “ofrecer sacrificios espiri-
tuales agradables a Dios” (1 Pe. 2, 5). Todos estos testimonios bíblicos nos muestran como nos-
otros los cristianos, por el Bautismo, hemos sido incorporados a Cristo, comenzando a formar
parte de Él. Jesús hizo de toda su vida una ofrenda y llegó al extremo de ofrecer su misma vida
por los hombres para vencer el pecado. Así, por todo esto, Jesús es sacerdote, y nosotros, en
la medida en que formamos parte de su cuerpo, somos también sacerdotes.
¿Qué importancia tiene este sacerdocio para nuestra vida?.
¡Pues mucha, muchísima! Porque por este sacerdocio tenemos la capacidad de relacio-
narnos con Dios, dirigirnos a Él nosotros mismos, hablarle y saber que nuestras palabras son
escuchadas por Él; pedirle y saber que nos atiende; descubrir que todo lo que tenemos nos lo
ha dado él y nos lo sigue dando. En la medida en que somos sacerdotes, nosotros mismos
podemos rezar, pedir, dar gracias y recibir de manos de Dios; y hacer de toda nuestra vida:
obras, oraciones, la vida diaria con la familia y los amigos, descanso e incluso dificultades, un
sacrificio. Por eso es tan importante la celebración de la Eucaristía en el Domingo, porque ofre-
cemos con toda piedad nuestro propio sacrificio de la vida, uniéndonos a la ofrenda del
Cuerpo del Señor.
Todos los cristianos somos sacerdotes, poseemos un sacerdocio real.

2-. Sacerdocio ministerial: dentro del sacramento del orden sacerdotal, encontramos tres
grados progresivos: diaconado, presbiterado y episcopado.

132 Dentro de este sacerdocio real que nos es común a todos los cristianos por el simple hecho
de estar bautizados y haber recibido la unción del Espíritu Santo, ya la Iglesia, desde su mismo
origen, estableció un sacerdocio ministerial, por el cual se constituye a algunos cristianos esco-
gidos como ministros que, mediante el sacramento del Orden, ofrecen el Sacrificio de la Iglesia
en la Eucaristía, perdonan los pecados y ejercen oficialmente en nombre de Cristo y a favor de
los hombres la función sacerdotal. Vemos así como a través de este sacramento la misión con-
fiada por cristo a los apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos.
Dentro de este ministerio sacerdotal, existen tres niveles.

•Diáconos: en el Nuevo Testamento, en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, observa-


mos como en la primitiva comunidad de Jerusalén, los apóstoles escogieron a sietes hombres
de buena fama, llenos de Espíritu y sabiduría a quienes les impusieron las manos y les enco-
mendaron el ejercicio de la caridad y el servicio de las mesas (cf. Hch. 6, 1-7).
Este orden del diaconado no es para ejercer el sacerdocio sino para realizar el ser vicio.
Es el orden del servicio. En su ordenación sólo el obispo les impone las manos, significando así
que el diácono está vinculado al obispo en sus tareas de diaconía. Corresponde a los diáco-
nos asistir al obispo, sobretodo en la celebración de la Eucaristía, la distribución de la
Comunión, celebrar el matrimonio y bendecirlo, proclamar el Evangelio, predicar y entregarse
a los servicios de caridad.
Generalmente el diaconado es temporal, puesto que es el paso previo a la ordenación
sacerdotal, es decir, aquellos que van a recibir el orden sacerdotal, son promovidos desde el
diaconado, previamente deben haber sido diáconos. No obstante, en algunas Iglesias se ha
establecido el diaconado permanente, es decir, personas que se dedicaran durante toda su vida
a este servicio sin ser ordenados presbíteros. Este diaconado permanente puede ser conferido
a hombres casados.

•Sacerdotes: mediante la ordenación sacerdotal, los diáconos son introducidos en el


orden de los presbíteros, que están íntimamente unidos entre sí por el sacramento recibido de
manos del obispo. A diferencia de la ordenación de diáconos, en la ordenación de presbítero,
no solamente el obispo, sino también el resto de sacerdotes, imponen sus manos sobre la cabe-
za de los nuevos sacerdotes como expresión litúrgica de esta unión. La promesa de obediencia
que hacen al obispo en el momento de su ordenación y el beso de la paz del obispo al final
del rito significan que el obispo los considera sus colaboradores, hijos, hermanos y amigos, y
que a su vez, ellos le deben amor y obediencia.
Los presbíteros, como colaboradores de los obispos, ayudantes e instrumentos suyos, han
sido llamados para servir al Pueblo de Dios, dedicándose a las diversas tareas de las diferen-
tes comunidades locales a las que el obispo les envía y donde deben hacerle presente, ya que
los presbíteros sólo pueden ejercer su ministerio en dependencia del obispo y en comunión con
él.
•Obispos: el episcopado es la plenitud del Orden sacerdotal que solamente reciben unos
pocos presbíteros mediante la imposición de las manos. Dicha imposición es una sucesión del
pastoreo de la Iglesia que se remonta a la transmisión del poder de los mismos Apóstoles; así
pues son sucesores de los Apóstoles y esta sucesión se confiere a través de la imposición de las
manos.
La consagración episcopal confiere al obispo la función de santificar, enseñar y gobernar
a la porción del Pueblo de Dios que les ha sido encomendado. Así, de manera visible hacen
133
las veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Sacerdote, actuando en su nombre.
Para la ordenación legítima de un obispo se requiere la intervención especial del Obispo
de Roma, el Papa, sucesor de Pedro, el primero de los apóstoles sobre el que Cristo edificó su
Iglesia y que es la autoridad suprema de la Iglesia y el signo de comunión de todas la Iglesias
particulares: la de Valencia, Madrid, Francia, África ...etc.

3-. El sacramento del Orden:

La celebración de este sacramento: el orden sacerdotal, tanto de diáconos, como de pres-


bíteros u obispos, es un acontecimiento fundamental e importantísimo dentro de la vida cristia-
na. Por eso su celebración está revestida de la máxima solemnidad y se enmarca dentro de la
Eucaristía.
El rito esencial de este sacramento consiste en dos gestos: imposición de las manos del
obispo sobre el ordenado y oración de consagración en la que se pide la efusión del Espíritu
Santo y sus dones para la vida ministerial.
El ministro de este sacramento: Cristo eligió a los apóstoles y los hizo partícipes de su
misión y autoridad, confiándoles el pastoreo de su rebaño. Así, dado que el sacramento del
Orden es el sacramento del ministerio apostólico (de los apóstoles, es decir, fueron exclusiva-
mente ellos los que instituyeron los primeros ministros), corresponde exclusivamente a los obis-
pos, en cuanto sucesores de los apóstoles transmitir el don espiritual de esa semilla apostólica
mediante la imposición de las manos.
¿Quién puede recibir este sacramento?: Solamente los varones bautizados pueden recibir
la sagrada ordenación. Esta no es una condición humana adoptada por los hombres, sino que
es una condición divina: aunque a Jesús lo acompañaban tanto hombres como mujeres, Jesús
eligió a hombres para formar el colegio de los doce apóstoles, los cuales, siguiendo el ejemplo
de Jesús, hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores. Además, cuando el sacer-
dote celebra algún sacramento: Bautismo, Eucaristía ...etc. actúa “en persona de Cristo” de
modo que no es él, sino Jesús, quien realiza en ese momento el sacramento. Así pues, ser hom-
bre es una condición indispensable en el sacerdote para “encarnar” a otro hombre, que es
Jesús.
Nadie tiene derecho a recibir ese sacramento, sino que, aquellos jóvenes que creen re-
nocer las señales de la llamada de Dios al ministerio ordenado, deben poner a disposición de
la Iglesia este íntimo deseo, a la cual, en su sabiduría, corresponde el derecho a otorgar este
sacramento, que nadie tiene derecho de recibir, porque es una gracia que se concede.
Todos los ministros ordenados de la Iglesia, menos los diáconos permanentes, voluntaria-
mente, con un corazón alegre, toman la opción de vivir célibes (sin casarse) y guardar este celi-
bato. Es una renuncia que responde a una llamada de consagrarse totalmente al Señor y a sus
cosas, entregándose enteramente a Dios y a los hombres

Los efectos de este sacramento:

· Servir de instrumento de Cristo en favor de su Iglesia: el ordenado recibe la capacidad


134
de actuar como representante de Cristo.
· Carácter espiritual indeleble: este ministerio se concede de una vez para siempre y es
eterno, por tanto no puede conferirse temporalmente (para 2 meses, 3 años ...) sino que es para
siempre. Las personas que abandonan ese ministerio, son liberadas de las obligaciones y fun-
ciones vinculadas a este ministerio, pero continuarán siendo sacerdotes aunque no ejerzan su
sacerdocio.
· Es Cristo quien realiza la acción a través del ministro ordenado, de manera que, cuan-
do bautiza, confiesa, ... etc. no es él, sino Jesús, quien está realizando esta acción. Por esto,
podemos decir que los sacramentos son objetivos siempre, de manera que, aunque un sacer-
dote falte a sus votos, o realice acciones escandalosas o indignas, los sacramentos que admi-
nistra son válidos, porque es Cristo quien los realiza.
· Por la gracia del Espíritu Santo que se confiere en la ordenación, el ordenado es confi-
gurado a Cristo: Sacerdote, Maestro y Pastor, lo que motiva tanto a obispos como presbíteros
y diáconos a guiar y defender con fuerza y prudencia a su Iglesia, siendo amorosos con todos,
sobretodo con los pobres, enfermos y necesitados. Esto impulsa a anunciar el Evangelio, pre-
cederlo llevándolo a término con su propia vida, buscando la santidad e identificarse en la cele-
bración de la Eucaristía con Cristo, Sacerdote y Víctima, sin miedo a dar la vida por las ove-
jas.
ACTIVIDAD: VOCACIÓN AL SERVICIO

Mi nombre es “Baysana”.

El 25 de agosto D. José M. Conget me imponía las manos y me decía: <Tú eres la pre-
sencia sacramental de Jesús en medio de los hombres>.
El 2 de octubre tomé el avión en Madrid y, después de algunas peripecias, el 11 de octu-
bre llegué de nuevo a Gounou-Gaya. Viajé con muchas ganas y muchos proyectos, pero aquí
me esperaba una sorpresa: mi comunidad había programado mi primera misa con los herma -
nos <museyes> el domingo en el que ellos celebraban la fiesta de las cosechas.
Pronto por la mañana la gente empezó a llegar de sus distintos pueblos con sus recipien-
tes llenos de mijo o de cacahuetes sobre la cabeza. Los cristianos y catecúmenos vinieron en 135
grupos, cantando y testimoniando la alegría de ser discípulos de Jesús. Poco a poco se creo un
ambiente festivo y el lugar de la celebración se fue llenando.
Al empezar, un catequista explicó lo que celebrábamos. Hizo una bonita relación entre la
fiesta de la cosecha y mi primera misa con ellos.
<La fiesta de la cosecha –dijo- es un día importante para nosotros. Hoy traemos en nues-
tras manos algo para dar las gracias al Señor, sabemos que es Él quien nos da todo lo que
tenemos.
Hoy también queremos dar las gracias al Señor por nuestro hermano Ángel; la ordena-
ción que ha recibido y la eucaristía que celebra con nosotros es la cosecha que Dios ha pues-
to en sus manos. Durante muchos años ha sembrado, cultivado y cuidado la planta de su voca-
ción. Hoy damos gracias por el fruto. Su ordenación es un fruto que debe ser compartido con
la gente, para quitar el hambre de todos los que buscan a Dios. Al mismo tiempo su ordena-
ción es una forma de volver a nacer, convirtiéndose en comida compartida y en bebida derra-
mada para dar vida al mundo>.
Oyendo estas palabras, yo me decía: ¿qué más hay que añadir?.
Aquel día presidí la eucaristía, repartí el pan de vida a los pobres y pensé en el largo
camino que nos queda por recorrer.
El camino se hace caminando, y yo creo que juntos podremos hacer mucho. Que la ora-
ción y el recuerdo nos una y nos dé la fuerza de servir al Señor y de responder a las exigen-
cias de nuestros hermanos.

1. Leed el texto y subrayad lo que más os haya llamado la atención. Comentad en el


grupo.
2. ¿Añadirías algo a la monición de entrada que hizo el catequista para la primera misa
del P. Ángel?. Razonad la respuesta.
3. ¿Qué opinión os merece a vosotros la actitud del P. Ángel? ¿Qué es lo más positivo de
su actitud. ¿A que os invita? ¿Qué momentos de vuestra vida os recuerda?
4. Haced un retrato robot del P. Ángel destacando los valores que considerais más impor-
tantes para vuestra vida personal y del grupo.
5. Mediante una encuesta recoged la opinión que tiene la gente cercana a vosotros sobre
los sacerdotes.
ORACIÓN: REMA MAR ADENTRO

Ambientación

Si fuera posible, se podría adornar el recinto en que vaya a desarrollarse la celebración


con redes u otros motivos marítimos. Si no fuera posible este símbolo, se puede colgar algún
póster con algún símbolo en el que aparece Jesús y una barca junto al mar.
Para el tiempo de reflexión sugerimos acompañar la meditación con alguna cinta musical
relajada o algún canto apropiado.

Monición de entrada
136
En esta celebración vamos a tener muy presentes a nuestros sacerdotes, vamos a pedir
por ellos y también vamos a pedirle al Señor por la Iglesia y por aquellos jóvenes dispuestos,
que se sienten llamados a seguir a Cristo más de cerca, que quieran, como dice el lema de esta
celebración, introducirse en el mar y remar adentro. Jóvenes valientes que quieran dejarlo todo
y responder a la llamada de Jesús. La vocación es un don de Dios. Nosotros no somos los auto-
res de las posibles vocaciones. Es Dios quien llama. Nuestra tarea debe ser orar para que haya
jóvenes que digan sí.

Canto (Pescador de hombres. C. Gabarain)

Lectura evangélica (Lc 5, 1-11)

Estaba él a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír para
Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla. Los pescadores habían baja-
do de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que
se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a una muchedumbre.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: "Boga mar adentro, y echad vuestras redes para
pescar." Simón le respondió: "Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pes-
cado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes." Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad
de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de
la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues y llenaron tanto las dos barcas,
que casi se hundían.
Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: "Aléjate de mí, Señor, que
soy un hombre pecador." Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él esta-
ban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de
Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: "No temas. Desde ahora serás
pecador de hombres." Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.
Reflexión

Ya desde el comienzo de su ministerio, Jesús echó mano de socios que le ayudaran a


extender el Reino de Dios. "Pasando junto al lago de Galilea vio a Simón y a su hermano
Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo". ¿Paso casual de Jesús por aquel
trozo de playa, o elección deliberada? Dios se sirve se causas ordinarias, pero también busca
situaciones. Lo importante es que la mirada de Jesús se detuvo en los dos hermanos. Un día
también el Señor pasó junto a mí, en medio de mis ocupaciones ordinarias. Y cada día pasa
de nuevo a mi lado. ¿Me hallo siempre atento a su encuentro?
Jesús dijo a Simón: "Rema mar adentro y echad las redes para pescar?.
Que expliquen los intérpretes como puedan la abundante pesca, que hacía hundir las
barcas de Simón y sus compañeros; pero tanto el número de peces capturados como la esteri-
137
lidad de la noche anterior abogan por la intervención milagrosa de Jesús, que quiere impac-
tar a los pescadores. ¿Quién no tiene en su biografía personal alguna página que obliga a pen-
sar en la presencia indiscutible del Señor?
Apoyados en este experiencias, hemos de seguir fiándonos de Jesús, cuando nos invita a
rema mar adentro, y esperar la redada. La primera virtud que revela Simón, el pescador, es la
obediencia. Podía haberle dicho a Jesús: "Tú entenderás mucho sobre el Reino de Dios, pero
aquí el experto en pesca soy yo". Expone, sí, la reciente experiencia negativa, pero obedece:
"Por tu palabra echaré la red". Al comienzo de la nueva etapa de Jesús resucitado, Pedro tam-
bién obedecerá a la sugerencia: "Echad la red a la derecha y hallaréis".
Fue en el mismo lago Genesaret y hubo pesca abundante.
Volviendo a la primera, Simón junto a la obediencia al mandato de Jesús, muestra la
humildad tras el éxito: "¡Señor, apártate de mí que soy pecador!". En este mundo tecnificado
corremos el peligro de atribuir las cosas extra que nos ocurren al eficacismo infalible de las pre-
visiones y los medios. Pero en el orden espiritual hemos de decir siempre: "Somos siervos inúti-
les: sólo hemos hecho lo que debíamos hacer". Y hemos de recordar la advertencia de Jesús:
"Sin mí no podéis nada".
Con la obediencia y la humildad, Pedro ya se está preparando para la llamada. Por eso,
"Jesús dijo a Simón: - No temas, desde ahora serás pescador de hombres". Marcos añade un
"Venid conmigo", que completa el triple elemento de la vocación apostólica: es la iniciativa de
Jesús, es para estar con El, es para conquistar hombres. Hoy, hay que quitar hasta la aparien-
cia de coacción en el apostolado. Más bien debe ser una oferta de la opción cristiana, entre
otras. Lo del anzuelo y las redes sólo puede significar el atractivo personal de Jesús y su
Evangelio.
(Folletos con Él. Teología y Biblia, nº 166 - octubr e 1997)
Peticiones

Llenos de alegría y gozo por sentirnos llamados a la gran misión de anunciar la Buena
nueva a todos los hombres, dirijamos al Padre nuestra oración confiada.

•Por la Iglesia de Dios, para que ore siempre como Cristo nos enseñó, roguemos al Señor.
Te r ogamos, óyenos.

•Por los consagrados, para que encuentren siempre tiempo dedicado a la oración, rogue-
mos al Señor. Te rogamos, óyenos.

•Por los cristianos del mundo, para que la oración sea seguridad en las horas de angus-
138
tia y duda, roguemos al Señor. Te rogamos, óyenos.

•Por la juventud, para que busque en la oración la fuerza y el camino de la verdad,


roguemos al Señor. Te rogamos, óyenos

•Para que sean muchos los que sientan la llamada de Dios, y nosotros sepamos ser ejem-
plo y modelo para ellos, roguemos al Señor. Te rogamos, óyenos.

•Por todos nosotros, para que en la oración busquemos espíritu de servicio a los demás,
roguemos al Señor.

Oh Jesús, que con tu ejemplo nos enseñaste


a unir nuestra vida a la voluntad del Padre,
para salvación del mundo: haz que seamos,
por nuestra oración,
testigos de la fe y salvadores de nuestros hermanos.
Tú, que vives y reinas, por los siglos de los siglos.
Amén.

Padrenuestro
Elevemos al Padre eterno, sustento de toda vocación, la oración que su hijo, Jesucristo,
nos enseñó: Padre nuestr o…

Oración

No te pedimos que hoy


nos saques del mundo;
mas líbranos del mal.
El fermento se pone en la mesa,
no en el arca,
para que haya buen pan,
y sacien los hombres su hambre
haciendo comunión.
139
La luz no se luce,
pero hace que vean los hombres
el rostro del hermano y distingan
en él el ritmo que lleva el corazón.
La sal no alimenta,
pero se hace sabroso lo insípido
y conserva cuanto está a su alcance
de cualquier corrupción.
La voz no es palabra ni idea,
pero entona el mensaje
y hace que se oiga y se escuche
lo que dice el autor.
Los pies no son el hombre,
pero le llevan: la tierra es escenario
de su movimiento
y el campo de su acción.
Haz, Señor, que los que has elegido
para tu servicio como luz y como sal,
como fermento para la masa humana,
presenten en su palabra
y en su testimonio el evangelio
de la salvación. Amén.
CATECISMO
1590.- S. Pablo dice a su discípulo Timoteo: "Te recomiendo que reavives el
carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos" (2 Tm 1,6), y "si algu-
no aspira al cargo de obispo, desea una noble función" (1 Tm 3,1). A Tito decía: "El
motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de organizar lo que falta-
ba y establecieras presbíteros en cada ciudad, como yo te ordené" (Tt 1,5).
1591.- La Iglesia entera es un pueblo sacerdotal. Por el bautis mo, todos los fie-
les participan del sacerdocio de Cristo. Esta participación se llama "sacerdocio común
de los fieles". A partir de este sacerdocio y al servicio del mismo existe otra participa-
ción en la misión de Cristo: la del ministerio conferido por el sacramento del Orden,
cuya tarea es servir en nombre y en la representación de Cristo-Cabeza en medio de
la comunidad.
1592.- El sacerdocio ministerial difiere esencialmente del sacerdocio común de
140 los fieles porque confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles. Los minis-
tros ordenados ejercen su servicio en el pueblo de Dios mediante la enseñanza
(munus docendi), el culto divino (munus liturgicum) y por el gobierno pastoral (munus
regendi).
1593.- Desde los orígenes, el ministerio ordenado fue conferido y ejercido en
tres grados: el de los Obispos, el de los presbíteros y el de los diáconos. Los ministe-
rios conferidos por la ordenación son insustituibles para la estructura orgánica de la
Iglesia: sin el obispo, los presbíteros y los diácono s no se puede hablar de Iglesia (cf.
S. Ignacio de Antioquía, Trall. 3,1).
1594.- El obispo recibe la plenitud del sacramento del Orden que lo incorpora al
colegio episcopal y hace de él la cabeza visible de la Iglesia particular que le es con-
fiada. Los Obispos, en cuanto sucesores de los apóstoles y miembros del colegio,
participan en la responsabilidad apostólica y en la misión de toda la Iglesia bajo la
autoridad del Papa, sucesor de S. Pedro.
1595.- Los presbíteros están unidos a los obispos en la dignidad sacerdotal y al
mismo tiempo dependen de ellos en el ejercicio de sus funciones pastorales; son lla-
mados a ser cooperadores diligentes de los obispos; forman en torno a su Obispo el
presbiterio que asume con él la responsabilidad de la Iglesia particular. Reciben del
obispo el cuidado de una comunidad parroquial o de una función eclesial determina-
da.
1596.- Los diáconos son ministros ordenados para las tareas de servicio de la
Iglesia; no reciben el sacerdocio ministerial, pero la ordenación les confiere funciones
importantes en el ministerio de la palabra, del culto divino, del gobierno pastoral y
del servicio de la caridad, tareas que deben cumplir bajo la autoridad pastoral de su
Obispo.
1597.- El sacramento del Orden es conferido por la imposición de las manos
seguida de una oración consecratoria solemne que pide a Dios para el ordenando las
gracias del Espíritu Santo requeridas para su ministerio. La ordenación imprime un
carácter sacramental indeleble.
1598.- La Iglesia confiere el sacramento del Orden únicamente a varones (viris)
bautizados, cuyas aptitudes para el ejercicio del ministerio han sido debidamente
reconocidas. A la autoridad de la Iglesia corresponde la responsabilidad y el derecho
de llamar a uno a recibir la ordenación.
1599.- En la Iglesia latina, el sacramento del Orden para el presbiterado sólo es
conferido ordinariamente a candidatos que están dispuestos a abrazar libremente el
celibato y que manifiestan públicamente su voluntad de guardarlo por amor del
Reino de Dios y el servicio de los hombres.
1600.- Corresponde a los Obispos conferir el sacramento del Orden en los tres
grados.
Tema 14

¿QUÉ ES EL MATRIMONIO?.

Maridos, amad a vuestras


141
mujeres como Cristo amó a la
Iglesia... Gran misterio es éste,
lo digo con respecto a Cristo y
la Iglesia.
(Efesios 5,25.32).

INTRODUCCIÓN

El Amor

El matrimonio es un sacramento directamente relacionado con la ley de Jesús, la ley del


amor, ya que dos personas cristianas se prometen amor eterno, y en su vida como pareja mos-
trarán a los demás su fe y educarán así a sus hijos, los amarán y les enseñarán a vivir según
el estilo de vida de Jesús, a amar a los demás.
El matrimonio ha estado toda la vida presente, desde la creación donde Dios creó hom-
bre y mujer a imagen y semejanza suya, para que se amaran, ya que ese amor puro y since-
ro entre hombre y mujer es imagen del amor de Dios hacia el hombre. Dios nos llama al amor.
El fin de la vida es el amor, amar es vivir, vivir felices.
El amor verdadero es aquel que se da sin esperar nada a cambio. Toda persona quiere
ser amada por como es o por lo que es más que por aquello que posee. Nosotros estamos lla-
mados a la gratuidad del amor puesto que ahí es donde se esconde su grandeza. Cuando una
persona escoge a otra para darse a ella está imitando el amor divino.
El hombre y la mujer que se enamoran y que se aman aspiran a la unión, se buscan entre
ellos. El hombre no es creado para la soledad, las personas necesitamos comunicarnos, dialo-
gar, encontrarnos con otros, amar y ser amados. No nos bastamos nosotros solos, necesitamos
de los demás al igual que ellos necesitan de nosotros, así ocurre con nuestra pareja, nuestra
finalidad es amarnos, donarnos y transmitir la vida.
Antes de llegar a la decisión del matrimonio se pasa por la etapa del noviazgo. Durante
este tiempo es cuando conocemos mutuamente, cuando compartimos nuestras alegrías, nues-
tras inquietudes... e incluso nuestras desilusiones y nuestros pr oblemas. Durante el noviazgo
vamos cultivando nuestro amor haciéndolo crecer y fortaleciéndolo frente a todas las adversi-
dades que puedan surgir, cuando nos enamoramos se nos nota tanto por dentro como por
fuera, lo sentimos nosotros en nuestro interior y lo exteriorizamos.
El tema de la sexualidad, estrechamente relacionado con la pareja, ha sido un tema tabú
durante muchos años, poco a poco se ha ido hablando más sobre esto pero quizás se ha lle-
gado a hablar excesivamente de la importancia del sexo en si mismo como fuente de placer,
como "arma contra la soledad”... olvidando otros aspectos que son importantes como el amor
y la entrega total a la persona amada.

142
El sacramento del matrimonio

Todo este camino nos lleva a un fin, nos lleva a la consagración de ese amor que hemos
estado cuidando y mimando, nos lleva al matrimonio.
Al tomar la decisión de contraer matrimonio estamos reconociendo que nuestro amor es
una respuesta y una vocación a ser colaboradores del Padre en el amor y en la vida a los otros.
Durante el matrimonio continuamos ese tiempo de crecimiento del amor que iniciamos con
el noviazgo. Es una comunión de proyecto y de vida que implica un mayor esfuerzo y una
mayor responsabilidad.
“El sacramento del matrimonio significa la unión de Cristo con la Iglesia. Da a los espo-
sos la gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a su iglesia; la gracia del sacramen-
to perfecciona así el amor humano de los esposos, reafirma su unidad indisoluble y los santifi-
ca en el camino de la vida eterna.” (Cc. De Trento: DS 1799)
El sacramento del matrimonio es el sacramento por el cual hombre y mujer bautizados se
unen y se comprometen ante Dios a amarse fielmente durante toda la vida, de manera que ya
“no son dos, sino una sola carne” (Gen, 2-24) .En la actualidad muchas personas creen que es
imposible unirse para toda la vida a un ser humano, nadie dice que el matrimonio sea “coser
y cantar” Amar fielmente significa que vamos a amar hasta el final, amar sin condiciones, por
eso el matrimonio supone el esfuerzo de luchar por ese amor venciendo la rutina, el cansancio
y a los problemas que pueden surgir en la convivencia conyugal. Por eso vivir el matrimonio
significa, además de amar, perdonar. Sin el perdón es imposible el amor, si no somos capaces
de perdonar al otro estamos minando ese amor que existe entre la pareja. No nos olvidemos
de la importancia que cobra la comunicación entre la pareja, la falta de comunicación es la
mayoría de las veces la gran causante de los problemas entre el matrimonio, ¿cuántas veces
hemos oído que hay que dialogar, que hay que expresar los sentimientos, que hay que hablar
de los problemas? Y cuántas veces nos olvidamos de todo esto y nos dejamos llevar por la
impulsividad del momento haciendo los problemas más graves de lo que en un principio pue-
den resultar por no haber sabido escuchar a la otra persona o por no contar con la pareja para
superar cualquier dificultad.
Al hablar del matrimonio hay que tener en cuenta que lo sacramental se vive a partir del
rito pero que el sacramento es el amor que va creciendo entre los miembros de una familia a
partir del gesto enamorado de un hombre y una mujer que se casan.
En el rito o celebración del matrimonio debemos tener muy clara la importancia de lo que
vamos a celebrar. El centro de la celebración del matrimonio es el consentimiento mutuo, la
pareja accede voluntariamente a consagrar su amor delante de Cristo y ante las personas que
más quiere. En torno a este consentimiento gira la celebración que se expresa a través de ges-
tos, palabras, signos, cantos., los anillos, las arras...
Uno de los postulados teológicos del matrimonio es el de la indisolubilidad, es decir que
la pareja que celebra el sacramento del matrimonio está llamada al compromiso de amor eter-
no, es decir “hasta que la muerte los separe”. En líneas anteriores comentábamos la aparición
de conflictos dentro del matrimonio, cada vez existen más parejas rotas y un número mayor de
divorcios en la sociedad actual, quizás la gente entienda el divorcio como la única vía de solu-
ción a los problemas conyugales. La Iglesia admite la separación conyugal pero no admite el
divorcio, esto quiere decir que en la separación el vínculo matrimonial permanece a pesar de
la distancia. En algunos casos es posible acudir a la nulidad matrimonial si se considera que el
143
matrimonio es nulo según la doctrina de la iglesia.

La familia

El matrimonio no es la meta del camino, sino un comienzo, es fundamento del amor a


partir del cual se edifica la familia. El amor conyugal está ordenado a la procreación y a la
educación de los hijos. Los hijos son el don más excelente del matrimonio. Todos hemos expe-
rimentado alguna vez la alegría de la llegada de un nuevo ser en nuestra familia o en familias
cercanas a la nuestra. Ese niño o niña que acaba de nacer a partir de ese mismo instante va
a necesitar del afecto y la compañía de sus padres. A través de la educación los padres trans-
miten a sus hijos una educación moral y espiritual. Los padres van a ser los principales educa-
dores de sus hijos, por este motivo ser padre y ser madre implica ser más responsable y poner
nuestra vida al servicio de otra persona.
Este hogar cristiano que se forma con el nacimiento de los hijos en el que los padres van
a educar a sus hijos en la fe es lo que se denomina “Iglesia doméstica” puesto que son los
padres los que van a anunciar la fe con su palabra y con su ejemplo y los que van a fomentar
la vocación personal de cada uno. Todos nosotros sabemos la importancia de vivir la fe en fami-
lia, si los padres no la transmiten y sobretodo si no la viven con sus hijos, probablemente esa
fe en vez de enriquecerse se marchite.
Hemos estado hablando sobre el matrimonio, sobre la fidelidad conyugal, la gratuidad
del amor... pero no todos los matrimonios se comportan como tal, hay que tener muy claro que
ni la poligamia, ni el divorcio, ni el rechazo a los hijos, son compatibles con el sacramento del
matrimonio, ya que la poligamia rompe la unidad del matrimonio, el divorcio separa lo que
Dios ha unido y el rechazo de los hijos priva al matrimonio de éstos que son su “don más exce-
lente”.
“El Matrimonio deseado, preparado, celebrado y vivido cotidianamente a la luz de la fe,
es aquel «que la Iglesia une, que la población confirma, que la bendición refrenda, que los
ángeles proclaman, que el Padre tiene por válido... ¡Qué preciosa la unión entre dos fieles que
tienen una misma esperanza, un mismo modo de vida y de servicio! Ambos son hijos de un
mismo Padre, ambos servidores de un mismo dueño, sin ninguna separación ni en la carne ni
espíritu. Son dos en una sola carne; donde hay una sola carne, hay un solo espíritu».”
ACTIVIDAD:DIOS BENDICE NUESTRO AMOR

Para profundizar en el tema del matrimonio os proponemos las siguientes actividades:

Mesa redonda:

Invitar a la reunión de formación a un matrimonio joven y un matrimonio de edad avan-


zada para que nos cuenten como han vivido ellos la experiencia del matrimonio y luego enta-
blar un diálogo con ellos compartiendo opiniones...

Se puede hablar sobre:


144 El noviazgo.
El sacramento del matrimonio.
El rito.
La vida conyugal.
La familia.

Textos:

Se puede trabajar también a través de los siguientes textos bíblicos, leyéndolos, profun-
dizando y realizando una puesta en común sobre lo que hemos leído, dando nuestras opinio-
nes y escuchando las de los demás.

Libro del Génesis 1, 26-28. 31 a

Y dijo Dios: « Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza


nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias
y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra.
Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y
hembra los creó. Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: « Sed fecundos y multiplicaos y
henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cie -
los y en todo animal que serpea sobre la tierra. » Dijo Dios: « Ved que os he dado
toda hierba de semilla que existe sobre la haz de toda la tierra, así como todo árbol
que lleva fruto de semilla; para vosotros será de alimento. Y a todo animal terrestre,
y a toda ave de los cielos y a toda sierpe de sobre la tier ra, animada de vida, toda
la hierba verde les doy de alimento. » Y así fue. Vio Dios cuanto había hecho, y todo
estaba muy bien. Y atardecío y amaneció: día sexto.

Carta del apóstol San Pablo a los Efesios 5, 2 a. 25-32

Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como
Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma.
La fornicación, y toda impureza o codicia, ni siquiera se mencione entre vosotros,
como conviene a los santos. Lo mismo de la grosería, las necedades o las choca -
rrerías, cosas que no están bien; sino más bien, acciones de gracias. Porque tened
entendido que ningún fornicario o impuro o codicioso - que es ser idólatra - parti -
cipará en la herencia del Reino de Cristo y de Dios. Que nadie os engañe con vanas
razones, pues por eso viene le cólera de Dios sobre los rebeldes. No tengáis parte
con ellos. Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor.
Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia
y ver dad. Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras
infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas. Cierto que ya sólo el men -
cionar las cosas que hacen ocultamente da vergüenza; pero, al ser denunciadas, se
manifiestan a la luz. Pues todo lo que queda manifiesto es luz. Por eso se dice:
Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo. Así
145
pues, mirad atentamente cómo vivís; que no sea como imprudentes, sino como pru -
dentes; aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos. Por tanto,
no seáis insensatos, sino comprended cuál es la voluntad de Señor. No os embria -
guéis con vino, que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu. Recitad
entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro
corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nom -
bre de nuestro Señor Jesucristo. Sed sumisos los unos a los otros en el temor de
Cristo. Las mujeres a sus maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la
mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia, el salvador del Cuerpo. Así como la
Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en
todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó
a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en
virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga man -
cha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar
los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se
ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la ali -
menta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros
de su Cuerpo.

San Mateo 19, 3-6

Y se le acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, le dijeron: «


¿Puede uno repudiar a su mujer por un motivo cualquiera? » El respondió: « ¿No
habéis leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra, y que
dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los
dos se harán una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne.
Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre. »
San Juan 2, 1-11

Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la
madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como
faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre:
« No tienen vino. » Jesús le responde: « ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no
ha llegado mi hora. » Dice su madre a los sirvientes: « Haced lo que él os diga. »
Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de
dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: « Llenad las tinajas de agua. » Y las
llenaron hasta arriba. « Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala. » Ellos
lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignora -
ba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían),
146 llama el maestresala al novio y le dice: « Todos sirven primero el vino bueno y cuan -
do ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora. »
Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y
creyeron en él sus discípulos.

Iª Car ta del apóstol San Pablo a los Corintios 7, 10-14

En cuanto a los casados, les ordeno, no yo sino el Señor: que la mujer no se


separe del marido, mas en el caso de separarse, que no vuelva a casarse, o que se
reconcilie con su marido, y que el marido no despida a su mujer. En cuanto a los
demás, digo yo, no el Señor: Si un hermano tiene una mujer no creyente y ella con -
siente en vivir con él, no la despida. si una mujer tiene un marido no creyente y él
consiente en vivir con ella, no le despida. Pues el marido no creyente queda santifi -
cado por su mujer, y la mujer no creyente queda santificada por el marido creyen -
te. De otro modo, vuestros hijos serían impuros, mas ahora son santos.

Libro del pr ofeta Jeremias 29, 5-7

Edificad casas y habitadlas; plantad huertos y comed su fruto; tomad mujeres


y engendrad hijos e hijas; casad a vuestros hijos y dad vuestras hijas a maridos
para que den a luz hijos e hijas, y medrad allí y no mengüéis; procurad el bien de
la ciudad a donde os he deportado y orad por ella a Yahveh, porque su bien será
el vuestro.

Preguntas para el diálogo:

1. ¿Somos conscientes que entre el amor de un hombre y una mujer, se personifica tam-
bién el amor de Dios?¿Cómo valoramos ese amor que se fundamenta en Dios?
2. ¿Qué factores tenemos en cuenta a la hora de elegir pareja?
3. ¿Por qué crees que fracasan un buen número de matrimonios en la actualidad?
4. ¿Qué crees que aportan los cursillos prematrimoniales a las parejas que van a casar-
se?
5. ¿Qué diferencia existe entre la nulidad matrimonial y el divorcio?
ORACIÓN: ORAMOS POR EL AMOR

Ambientación:

Para presidir la oración, se podría hacer con una cartulina roja un gran corazón, en el
cual en el centro destacaría una gran luz también, como signo del amor de Dios que brota en
nuestros corazones.

Monición:

En esta oración queremos hoy agradecer a Dios el amor cristiano, el amor de Dios que
se personaliza entre un hombre y una mujer. Amor visible de Dios a los hombres. Que agra- 147
dezcamos ese gran regalo, ese gran don a Dios

Canto:

Lectura: 1ª Corintios 13, 1-13

Ya puedo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles que, si no tengo
amor, no paso de ser una campana ruidosa o unos platillos estridentes.
Ya puedo hablar inspirado y penetrar todo secreto y todo el saber; ya puedo
tener toda la fe, hasta mover montañas que, si no tengo amor, no soy nada.
Ya puedo dar en limosnas todo lo que tengo, ya puedo dejarme quemar vivo
que, si no tengo amor, de nada me sirve.
El amor es paciente, es afable; el amor no tiene envidia, no se jacta ni se
engríe, no es groser o ni busca lo suyo, no se exaspera ni lleva cuentas del mal, no
simpatiza con la injusticia, simpatiza con la verdad. Disculpa siempre, se fía siem -
pre, espera siempre, aguanta siempre. El amor no falla nunca.
Los dichos inspirados se acabarán, las lenguas cesarán, el saber se acabará;
porque limitado es nuestro saber y limitada nuestra inspiración y, cuando venga lo
perfecto, lo limitado se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como un niño, tenía mentalidad de niño, discu -
rría como un niño; cuando me hice un hombre, acabé con las niñerías. Porque
ahora vemos confusamente en un espejo, mientras entonces veremos cara a cara;
ahora conozco limitadamente, entonces comprenderé como Dios me ha comprendi -
do. Así que esto queda: fe, esperanza, amor; estas tres, y de ellas la más valiosa es
el amor.
Gesto:

Dice el ritual que el Matrimonio, es SIGNO del amor de Jesús-Esposo manifestado hacia
la Iglesia-Esposa, por la que derramó su sangre. Podemos en los pequeños corazones que se
nos han dado escribir aquellos ámbitos, personas, expresiones, etc... en los cuales se ve la
manifestación de ese amor. Por ejemplo: En los hijos, familia, respeto, responsabilidad, cate-
quesis,... Luego los podemos ofrecer o pegar en el corazón grande que nos preside, para que
el Señor nos ilumine y nos bendiga con su gran amor.

Canto

Oh Dios, que con tu poder creaste todo de la nada,


148 y, desde el comienzo de la creación, hiciste al hombre a tu imagen
y le diste la ayuda inseparable de la mujer,
de modo que ya no fuesen dos, sino una sola carne,
enseñándonos que nunc a será lícito separar
lo que quisiste fuera una sola cosa.
Oh Dios, que consagraste la alianza ma trimonial con un gran Mister io
y has querido prefigurar en el Matrimonio
la unión de Cristo con la Iglesia.
Oh Dios, que unes la mujer al varón
y otorgas a esta unión,
establecida desde el principio,
la única bendición
que no fue abolida
ni por la pena del pecado original,
ni por el castigo del diluvio .

Peticiones:

Ahora podemos compartir con el r esto de compañeros nuestras peticiones, podemos pedir
por nuestros padres, por los jóvenes matrimonios que inician su camino, por los hijos, por la
Iglesia, por nosotros mismos,...

Rezamos todos juntos:

Enséñanos a tejer el manto de nuestro amor


con los hilos de la fidelidad,
el perdón y la paciencia,
con los hilos de la verdad,
la alegría y el sufrimiento.
Ayúdanos a impedir que se suelte el más pequeño hilo,
que podría provocar un irremediable desgarrón.

Cuando lleguen, Señor, las tormentas,


danos fuerza para echar en ti
el ancla de nuestra oración,
A fin de que podamos alcanzar,

juntos y para siempre,


la orilla de tu eternidad.
Haz de nuestro hogar, Señor, una pequeña iglesia;
Haz que seamos para nuestros hijos, amigos y vecinos,
testigos de la luz del evangelio,
reflejos de la ternura de Jesucristo,
servidores del Espíritu,
acogido en el seno de nuestro día a día.

Que la gratuidad y fecundidad de nuestro amor


canten, Señor, tu Alianza con la tierra,
celebren las bodas de Cristo y del Pueblo de Dios
y anuncien el futuro del universo.

Canto
149
CATECISMO

1659.- S. Pablo dice: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la
Iglesia... Gran misterio es éste, lo digo con respecto a Cristo y la Iglesia" (Ef. 5,25.32).
1660.- La alianza matrimonial, por la que un hombre y una mujer constituyen
una íntima comunidad de vida y de amor, fue fundada y dotada de sus leyes propias
por el Creador. Por su naturaleza está ordenada al bien de los cónyuges así como a la
generación y educación de los hijos. Entre bautizados, el matrimonio ha sido elevado
por Cristo Señor a la dignidad de sacramento (cf. GS 48,1; CIC, can. 1055,1).
1661.- El sacramento del matrimonio significa la unión de Cristo con la Iglesia.
Da a los esposos la gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a su Iglesia; la
gracia del sacramento perfecciona así el amor humano de los esposos, reafirma su
unidad indisoluble y los santifica en el camino de la vida eterna (cf. Cc. de Trento: DS
1799).
1662.- El matrimonio se funda en el consentimiento de los contrayentes, es
decir, en la voluntad de darse mutua y definitivamente con el fin de vivir una alianza
de amor fiel y fecundo.
1663.- Dado que el matrimonio establece a los cónyuges en un estado público
de vida en la Iglesia, la celebración del mismo se hace ordinariamente de modo
público, en el marco de una celebración litúrgica, ante el sacerdote (o el testigo cua-
lificado de la Iglesia), los testigos y la asamblea de los fieles.
1664.- La unidad, la indisolubilidad, y la apertura a la fecundidad son esencia-
les al matrimonio. La poligamia es incompatible con la unidad del matrimonio; el
divorcio separa lo que Dios ha unido; el rechazo de la fecundidad priva la vida conyu-
gal de su "don más excelente", el hijo (GS 50,1).
1665.- Contraer un nuevo matrimonio por parte de los divorciados mientras
viven sus cónyuges legítimos contradice el plan y la ley de Dios enseñados por Cristo.
Los que viven en esta situación no están separados de la Iglesia pero no pueden acce-
der a la comunión eucarística. Pueden vivir su vida cristiana sobre todo educando a
sus hijos en la fe.
1666.- El hogar cristiano es el lugar en que los hijos reciben el primer anuncio
de la fe. Por eso la casa familiar es llamada justamente "Iglesia doméstica", comuni-
dad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana.
150
VOCABULARIO BREVE
ALIANZA.- Pacto que Dios hace con el Pueblo de Israel. Después de renovarlo a tra-
vés de los siglos se cumple definitivamente en Jesucristo.

ACÓLITO.- Ministro litúrgico cuyas funciones consisten en servir el altar, y en casos


extraordinarios, distribuir la eucaristía a los fieles.

APOSTOLICAM ACTUOSITATEM (A. A.).- Decreto sobre el apostolado seglar pro-


mulgado en 1965 por el Concilio Vaticano II. Por primera vez en su historia, el magisterio
trataba expresamente de este tema: la vocación del seglar al apostolado.

BUENA NUEVA.- Es el sentido que tiene la palabra evangelio, y se refiere al mensa-


je de salvación que Jesús proclama en su vida y que recoge en los cuatro evangelios. 151

CARIDAD.- Virtud teologal, es decir aquellas que se refieren directamente a Dios: fe,
esperanza y caridad. Tiene dos objetivos relacionados entre sí y que constituyen el resumen
de los mandamientos: amor a Dios por sí mismo y al prójimo como a nosotros mismos y por
amor de Dios.

CARISMAS.- Gracias particulares para la edificación del pueblo de Dios. San Pablo
incluye entr e ellos las funciones del ministerio (Apóstoles, profetas…etc.), las vocaciones
particulares como el celibato, actividades útiles a la comunidad (servicio, enseñanza, don
de curar…)

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA.- publicado por Juan Pablo II en 1992, den-


tro de la línea de renovación eclesial querida por el Concilio Vaticano II. Se encuadra en la
tradición de las grandes catequesis patrísticas y de los catecismos (como el Catecismo
Romano). Se estructura en cuatro partes y en él se expone la fe, los sacramentos de la fe,
la vida de fe y la oración en la vida de fe.

CATECISMO ROMANO.- Resumen de la doctrina cristiana y de la teología tradicio-


nal para uso de los sacerdotes, redactado a petición del concilio de Trento por una comi-
sión presidida por San Carlos Borromeo. Es considerado como un documento del magiste-
rio ordinario de la Iglesia.

CATEQUESIS.- En un primer momento hace referencia al anuncio de la palabra y es


parte de la evangelización. Acción de catequizar, es decir, de educar e instruir a los ya bau-
tizados en la doctrina cristiana. Se realiza de modo sistemático y apropiado a diferentes
edades: niños, adolescentes, jóvenes y adultos.

CELIBATO.- El ideal de la virginidad propuesto por Cristo a los que quieren seguirle.
Estado de una persona que no se casa. Dentro de la Iglesia Católica ha sido institucionali-
zado con carácter obligatorio para los sacerdotes y religiosos. El célibe renuncia libremen-
te al matrimonio por amor y dedicación al Reino de Dios.

CLÉRIGO.- Miembro de la comunidad cristiana que ha sido ordenado para el minis-


terio de diácono, de sacerdote u obispo. Se llama clérigo secular al que está encardinado
a una diócesis bajo la responsabilidad de un obispo, y clérigo regular al que pertenece a
una orden religiosa.
CENÁCULO.- Gran recinto elevado que sirvió para reunirse en la última cena el jue-
ves santo. También allí se reunían probablemente los apóstoles después de la ascensión.

COLEGIO EPISCOPAL.- Se refiere al conjunto de los obispos, responsables solidaria-


mente, en torno al Papa, de la fe de la Iglesia y de su misión.

COMUNIÓN.- La Iglesia es, por su propia naturaleza, comunión que refleja el mis-
terio trinitario de Dios Amor. Sus miembros, como bautizados y llamados a la santidad, son
comunión.
Otro significado que encontramos hace referencia a las relaciones fraternas de los
cristianos entre sí, fundadas en su unión común con las Personas divinas.

CONCILIO.- Reunión legítima de los obispos de la Iglesia para legislar o decidir sobre
152 problemas eclesiásticos generales. Se llaman ecuménicos cuando atañen a un ámbito uni-
versal. Puede ser nacional o regional.

CONFERENCIAS EPISCOPALES.- Desde el concilio Vaticano II, asambleas que cele-


bran los obispos de una nación o de un grupo de naciones para deliberar sobre las cues-
tiones pastorales que les conciernen.

CONSAGRADO.- Hace referencia a la relación con la santidad de Dios.


Es el resultado de la consagración: acto mediante el cual una persona o cosa es reser-
vada al culto, y da testimonio del respeto que se debe a Dios y se convierte en instrumento
de su acción santificadora y redentora.

CONSEJO DE PASTORAL.- (diocesano o parroquial) Representación de clérigos, reli-


giosos y laicos, de los diversos sectores (geográficos, sociológicos, institucionales y apostó-
licos de la Iglesia particular), vocaciones y ministerios, es decir, todo el Pueblo de Dios.
Tiene como objetivo, bajo la autoridad del obispo, la reflexión, programación y evaluación
de todo el trabajo pastoral.

CONVERSIÓN.- Don de Dios, cambio de mentalidad (en criterios, motivaciones, acti-


tudes) que supone un despego de todo lo que sea contrario al amor.
Paso de la incredulidad a la fe, a un estado de amistad con Dios: apertura a los nue-
vos planes de Dios para toda la humanidad.
Se trata de un proceso permanente de toda la comunidad eclesial.

CREDO.- Profesión de fe, persona y comunitaria en Cristo y su mensaje. Expresa la


fe de la Iglesia y proviene de la tradición apostólica: se considera como un resumen de la
fe de los Apóstoles.

CREDO DEL PUEBLO DE DIOS (SPF).- Profesión solemne de fe de Pablo VI.

CRISMA.- Aceite de oliva u otros vegetales que el obispo, junto con sus sacerdotes,
consagra el miércoles santo y que se emplea para los sacramentos del Bautismo, la
Confirmación y para la ordenación de los sacerdotes y obispos. Hace referencia a Cristo
que es el Mesías o Ungido de Dios.
CRISTOLÓGICO.- Referente a la cristología: parte de la Teología dogmática consa-
grada a la persona y a la misión de Cristo.

CHRISTUS DOMINUS.- (C. D.) Decreto sobre el cargo pastoral de los obispos en la
Iglesia. Vaticano II (28 de octubre de 1965). Los principales temas de que trata son: Los
obispos y la Iglesia Universal, los obispos y las Iglesias particulares o diócesis; su coope-
ración al bien común de varias iglesias.

CUERPO DE CRISTO.- Unidad de los cristianos vinculados, por los ritos del bautismo
y de la eucaristía, al cuerpo de Cristo resucitado y vivificado por el Espíritu. Este cuerpo se
identifica con la Iglesia; Cristo es su cabeza.

CUERPO MÍSTICO.- Misterio de Cristo que se manifiesta por medio de la Iglesia. De


esta forma la Iglesia es, al mismo tiempo, visible y espiritual. 153

DENZINGER-SCHÖNMETZER.- (D. Z.) Heinrich Joseph Denzinger (1819-1883), teó-


logo alemán autor de una colección de textos conciliares y pontificios que repr esentan la
enseñanza del magisterio eclesiástico en materia de dogma y de moral.
A. Schönmetzer, r ecientemente recopiló y revisó la colección.

DIACONADO.- (del griego "diakonos", servidor, asistente). Orden de los diáconos.


Es decir, la orden de los ministros que reciben el poder de anunciar el evangelio, de bau-
tizar, de asistir al sacerdote en el altar, de llevar y distribuir la sagrada comunión, de dar
testimonio de la caridad de la Iglesia cerca de los pobres.

DIAKONÍA.- (del griego "servicio" de asistencia). Es el cargo ministerial de un diá-


cono permanente, pudiendo ser hombres casados o célibes. Puesto que no celebran la
Eucaristía, no son llamados sacerdotes.

DIDAJÉ.- (en griego " enseñanza, doctrina"). Uno DE LOS Documentos más antiguos
de la literatura cristiana de la Iglesia primitiva, descubierto en 1875. Destinado sin duda a
la instr ucción del catecumenado.

DIÓCESIS-IGLESIA PARTICULAR.- Hace referencia a la circunscripción eclesiástica o


comunidades cristianas sobre las que tiene jurisdicción un obispo. Tiene un carisma misio-
nero. Es por tanto iglesia particular, concreción de la Iglesia Universal.

DOGMA.- (del griego "dokein", parecer, pensar creer). Ver dad de la fe contenida en
la revelación, propuesta en la Iglesia y por la Iglesia.

DON.- Carisma o frutos del Espíritu Santo.

DONES DEL ESPÍRITU.- Se trata de las disposiciones permanentes creadas en el hom-


bre por Dios para hecerlo más dócil a los impulsos del espíritu y permitirle el pleno ejerci-
cio de las virtudes. Son siete: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y
temor de Dios.

ECLESIOLÓGICO.- Referente a la Eclesiología (parte de la teología que trata de la


Iglesia).
ENCÍCLICA.- Carta dirigida por el papa a los ordinarios del mundo entero o de una
parte del mundo, y por ellos a sus fieles, y que se designa por las primeras palabras del
texto.

EPISCOPADO.- Orden de los obispos (del griego "episkopos", vigilante). El orden


sagrado más elevado en la jerarquía.
Obispo: sucesor de los apóstoles, que gobierna la iglesia particular en comunión con
el Papa de Roma y con los otros obispos.

ESCRIBAS.- entre los judíos se llamaba así a las personas versadas en el conocimiento
de la Ley de Moisés y encargados de interpretar la Sagrada escritura. También se les llama
rabinos. Con la desaparición de los profetas en el pueblo de Israel, vinieron a formar el
cuerpo de doctores de la ley y a ser conductores espirituales del pueblo judío
154
ESPÍRITU.- Los antiguos hebreos concebían el viento y el espíritu hálito de vida, el
aliento, como un soplo inmaterial emanado de Dios.

EVANGELIO.- Hace referencia al contenido del mensaje de Jesús: la buena Nueva o


la alegre noticia de la salvación. Los textos evangélicos, redactados bajo la inspiración del
Espíritu Santo, recogen la vida y enseñanza de Jesús, tal y como ha sido transmitida por la
tradición y predicación apostólica.

EXORCISTA.- Sacerdote provisto de una delegación especial y expresa del ordinario


para discernir los casos de posesión diabólica y ejercer sobre los posesos el poder de exor-
cizar.

FARISEOS.- (en hebreo separado)Corriente espiritual judía. En tiempo de Jesús tení-


an gran influencia en el gobierno del pueblo. Sus miembros eran partidarios de una obser-
vancia tan minuciosa de la ley que habían multiplicado sus obligaciones y caían en puro
formalismo. Por alusión a las censuras evangélicas, hombre formalista e hipócrita.

GAUDIUM ET SPES.- (G. S.) Constitución pastoral del Concilio Vaticano II sobre la
Iglesia en el mundo actual (7 de diciembre de 1965). Este texto manifiesta la estrecha soli-
daridad de la Iglesia con el conjunto de la familia humana y apoyándose en un análisis del
hombre del siglo XX, precisa la situación de la Iglesia con respecto a la vocación humana,
a su dignidad, a las comunidades y actividades del hombre moderno en el mundo.
Finalmente traza las líneas de acción para la cultura, la vida económica, la salvaguarda de
a paz y la construcción de una comunidad de las naciones.

GENEROS LITERARIOS.- Se refiere a los escritos bíblicos en los que encontramos


libros redactados en diferentes estilos literarios (poesía, narración histórica, crónica, pará-
bola…)

GENTILES.- Se dice de los no judíos. A ellos se dirigió principalmente la evangeliza-


ción del apóstol Pablo.

HEREJÍA.- Negación o repudio voluntario de una o varias afirmaciones de la fe.


HISTORIA DE LA SALVACIÓN.- Se refiere a la dimensión de la historia (estudio del
pasado) que está orientada a Jesucristo (centro de la creación y de la historia). También a
la historia de la revelación y de la comunicación de especial de Dios a su pueblo.
Se concreta en la historia bíblica, del Antiguo y Nuevo testamento. Los acontecimien-
tos del Pueblo santo son los hitos de esta historia, cuyo significado se descifra por medio de
la Palabra de Dios que ha revelado a su Pueblo.

IDOLATRA.- El que practica el culto de falsos dioses o de sus representaciones. La ido-


latría es un pecado que se opone a la virtud de la religión, la cual exige el culto a sólo Dios.

IGLESIA.- (del griego "ekklesia"). Esta expresión indica comunidad, Pueblo convoca-
do por el Señor. También se llama la casa del Señor.

JERARQUÍA.- Orden sagrado de las cosas o de las personas. En un sentido más res- 155
tringido, hace referencia al episcopado de un país, de una región, es decir aquellas perso-
nas que, en grados desiguales y subordinados, son órganos del magisterio, del régimen y
del sacerdocio de la Iglesia.

KERYGMA.- en griego significa proclamación, mensaje. Se refiere al primer anuncio


de la buena nueva (Evangelio) hecho por el heraldo de Cristo (el apóstol enviado) para con-
vocara a los no creyentes, llamados a la conversión de la fe y al bautismo. La proclamación
del "Ker ygma" es la obra esencial de la evangelización. Contenido de la primara predica-
ción de la fe.

KOINONÍA.- Quier e decir solidaridad, participación, comunicación. Viene del


verbo “koinoneo” en lengua griega. Bíblicamente se manifiesta como un concepto típica-
mente paulino que expresa una realidad totalmente religiosa, sin ningún aspecto profano.
Es la comunión que expresa una realidad nueva y autónoma, es la unanimidad y concor-
dia operadas por la acción del Espíritu Santo, así lo encontramos en las siguientes citas
bíblicas: Hech. 2, 42; 1 Cor 1, 9; 2 Cor 9, 13; Rom 15, 26; Fil 1, 5-3.

LAICO.- Seglar. Bautizados cuya vocación consiste en una especial inserción en el


mundo.

LECTOR.- Aquel que ha recibido el ministerio litúrgico del lectorado, o servicio de la


palabra.

LITURGIA.- indica celebración del culto público dirigido a Dios: ritos, ceremonias,
fiestas, oraciones, sacrificios… La liturgia cristiana es un conjunto de signos portadores y
eficaces de la presencia de Cristo resucitado.
Posee carácter evangelizador que lleva a construir comunidad cristiana donde se
celebre el misterio Pascual de Cristo, especialmente en la eucaristía, sacramentos en gene-
ral, predicación de la palabra, año litúrgico y la liturgia de las horas.

LITURGIA DE LAS HORAS.- Es la oración que, en nombre de Cristo y de su Iglesia,


santifica los diversos momentos del tiempo y de la actividad humana. Las laudes (oración
de la mañana) y las vísperas (oración de la tarde) son los momentos claves, que se com-
pletan con el oficio de las lecturas, la hora menor (o de entre día) y las completas antes del
descanso nocturno. Este servicio de oración eclesial se armoniza con los tiempos litúrgicos
y queda enriquecido por el rezo de los salmos, oraciones peculiares, lecturas bíblicas y
patrísticas. Es una escuela de oración litúrgica personal y comunitaria.

LUMEN GENTIUM.- (L. G.) Constitución dogmática sobre la Iglesia.(21 de noviembre


de 1964), promulgada por el Concilio Vaticano II. El texto se desentiende de las definicio-
nes sociológicas para enraizarla en la misión, y la define, más que como sociedad, incluso
espiritual, como el pueblo de Dios en marcha en el mundo, hacia él. También pone en relie-
ve la colegialidad episcopal, el papel del laicado y de los religiosos en la Iglesia y el pues-
to eminente de la Virgen María.

MAGNIFICAT.- (voz latina que significa "glorifica"). Cántico en el que se expresan la


fe de María y su disponibilidad ante los planes de Dios. María es la primera creyente y dis-
cípula de Cristo. Manifestar a Cristo y comunicarlo a todas las gentes, es la razón de ser
156 de María y de la Iglesia. Por eso este cántico es considerado como el cántico de la Iglesia
en camino.

MÁRTIR.- El que ha sufrido la muerte por dar testimonio de su fe y adhesión a Cristo.

MEMORIAL.- Se dice de las palabras con las que, en la celebración de la eucaristía,


se hace memoria de la última cena.

MESIAS.- Significa ungido y se atribuye a Jesús de Nazaret como la persona en la


que se cumplieron las esperanzas de salvación del pueblo de Israel.

MINISTERIO O MINISTERIOS.- En las comunidades eclesiales, los creyentes están lla-


mados, según su propia vocación y carisma, a desempeñar los diversos servicios o minis-
terios. Son signos que prolongan su palabra, su misterio pascual. Están en relación con la
vocación y son un don del Espíritu Santo.
Se pueden distinguir entre ministerios apostólicos (el lectorado y el acolitado) y laica-
les (catequistas, animadores de oración, del canto y de la liturgia, profesores de religión,
encargados de obras caritativas, dirigentes de los diversos grupos y asociaciones apostóli-
cas, responsables de comunidades eclesiales de base y grupos bíblicos…)

MISTERIO.- En sentido fundamental es aquello que está oculto, secreto. Designio ocul-
to destinado a ser revelado en palabras y sobre todo en actos por su misma realización:
principalmente el designio de salvación que Dios realiza en la historia humana. Se refiere
al misterio de Cristo, y en especial al misterio pascual.
Trascendencia del don de Dios (que supera toda ciencia y expectativa humana), así
como su manifestación, cercanía y comunicación salvífica y gratuita. Tiene un profundo sen-
tido kerigmático y misionero.

MYSTERIUM FIDEI.- (M. F.) Encíclica del Papa Pablo VI (3 de septiembre de 1965)
sobre la doctrina y el culto de la eucaristía. El Papa, temiendo ver menospreciada la misa
privada, atenuado el dogma de la transubstanciación y desvalorizado el culto eucarístico
fuera de la misa, insiste en la importancia del misterio eucarístico y, frente a las teorías de
la transfinalización y de la transignificación, recuerda la doctrina tradicional.

MÍSTICO.- Califica todo hecho psicológico por el cual el hombre cree experimentar
directamente a Dios.
ORTODOXO.- Título reivindicado por las iglesias orientales que aceptaron las deci-
siones del Concilio de Calcedonia (451) y que no están en comunión con la Iglesia católi-
ca romana.

PALABRA DE DIOS.- Toda expresión de la mente de Dios, en la creación, en la pala-


bra de los profetas o de los sabios del pueblo de Dios, en la Escritura inspirada, en el anun-
cio apostólico de la buena nueva o Evangelio, o en Jesucristo, en quien habita corporal-
mente la palabra del Padre.

PARÁBOLA.- Género literario. En el Evangelio, es una comparación desarrollada en


forma de narración: la realidad concreta tomada de la vida corriente, permite por analo-
gía comprender el aspecto del misterio que Jesús quiere revelar a sus oyentes.

PARAÍSO.- Esta palabra traduce Edén, huerto, donde Dios colocó a Adán y Eva. En 157
el antiguo testamento evoca el lugar de la bienaventuranza eterna.

PARUSÍA.- Significa la venida gloriosa de Cristo, en el momento en el que establece


su reinado mesiánico (Iglesia) o en su último advenimiento.

PASCUA.- (en hebreo "Pesah") significa paso salvífico y liberador en aquella noche
en que el pueblo de Israel fue liberado de la esclavitud de Egipto. Toda la vida de Jesús está
caracterizada por una dinámica pascual. Su vida es un acontecimiento pascual permanen-
te, un paso por la muestre y resurrección, hacia el Padre. Y toda celebración eucarística es
la actualización de la Pascua de Cristo.

PASCUAL.- Relativo a la Pascua, a la fiesta de resurrección de Cristo.

PASTORAL.- Que depende del obispo o del párroco, en cuanto son pastores de almas
y deben anunciar el Evangelio a un grupo humano determinado. En general, acción evan-
gelizadora, cuidado espiritual del Pueblo de Dios que tienen los agentes de evangelización
como pastores.

PENTECOSTÉS.- La celebración de los cincuenta días que siguen a la pascua, y en


particular del domingo de pentecostés que cierra esa cincuentena con la celebración de la
venida del Espíritu santo sobre los apóstoles y sobre la Iglesia.

PLAN DE SALVACIÓN.- Designio salvífico de Dios sobre el mundo y sobre el hom-


bre, una vez oculto en Dios y ahora revelado por la pasión y la resurrección de Cristo.

PONTIFICADO.- Tiempo de gobierno de un Papa o de un Obispo.

PONTÍFICE.- Expresión para designar al Papa, cabeza de la Iglesia.

PRESBITERADO.- En la jerarquía de las ordenes sagradas, el grado inferior del sacer-


docio. Los presbíteros tienen como objetivo el poder ejercer los ministerios apostólicos de la
predicación, sacramentos y dirección de la comunidad eclesial, en comunión con el propio
obispo y formando la familia sacerdotal del Presbiterio, como servidores y coordinadores
de los diferentes carismas de la comunidad encomendada.
PROFECÍA.- Misión ejercida por los profetas que hablaban al pueblo de Israel en
nombre de Dios. Se extiende actualmente en el sentido de testimonio que una persona, un
grupo o la Iglesia en general dan al Pueblo de Dios.

PROFESIÓN DE FE.- Declaración pública de fe.

PROMESA.- Compromisos contraídos por Dios con su pueblo o con algún personaje
de la historia de Israel.

PUEBLO DE DIOS.- La comunidad de Israel en cuanto elegida por Yahvé para ser el
pueblo de su herencia y el lugar de su habitación.
Por extensión título aplicado a la Iglesia y a todos los pueblos elegidos.

158 RECONCILIACIÓN.- Acción de conciliar nuevamente. Se emplea para designar el


perdón que Dios nos ofrece por su Hijo Jesucristo; a la acción sacramental por la que se
absuelve a un pecador de su pecado, y al perdón mutuo entre los miembros de la comuni-
dad cristiana.

REDENCIÓN.- Uno de los misterios esenciales del cristianismo; la salvación es pro-


curada a los hombres en Jesús; su muerte nos libera como si nosotros mismos sufriéramos
el castigo, pagáramos el rescate por sus pecados. Acción salvífica por la cual Dios libera
a su pueblo de las vicisitudes de la historia, los pecados y la muerte. La redención la reali -
za Jesús con su vida, su muerte y su resurrección, sumiendo los pecados de la humanidad
entera como si fuesen propios.

REINO DE DIOS.- Reino futuro que se alzará sobre todos los poderes humanos.

REVELACIÓN DIVINA.- (re-velar o levantar-descorrer el velo) Acto por el que Dios


descubre a los hombres su designio salvífico y se da a conocer a ellos. Se trata de una mani-
festación libre y gratuita fruto de su amor por los hombres.
La revelación es el fundamento de la fe. Dios ha revelado su propio misterio y, en él,
también ha revelado el misterio del hombre.

SACRAMENTO.- Signo de la Iglesia con el que se significa y realiza la acción de


Cristo en la comunidad, destinados a santificar a los hombres. (Bautismo, Confirmación,
Penitencia, Eucaristía, Unción de enfermos, orden sacerdotal y Matrimonio).

SACRISTÁN.- Hombre empleado en las Iglesias que tiene a su cargo cuidar de los
objetos guardados en la sacristía y de la limpieza y arreglo de la iglesia. También ayuda a
veces al sacerdote en el altar.

SACROSANCTUM CONCILIUM.- (S. C.) Constitución sobre la Sagrada Liturgia (4 de


diciembre de 1963) del Vaticano II. Principios generales para la restauración y el progreso
de la liturgia. La eucaristía, los otros sacramentos y los sacramentales, el oficio divino, el
año litúrgico, la música sacra, el arte sacro y el material del culto.

SADUCEOS.- En tiempos de Jesús, eran los representantes de la clase sacerdotal


agrupaban en su seno a miembros de la aristocracia sacerdotal y laical, es decir, los sumos
sacerdotes y ancianos. Estaban bien situados socialmente y eran muy conservadores. Eran
partidarios del dominio romano, que garantizaba sus privilegios
SALMISTA.- Autor de los salmos, de los poemas o cánticos sagrados, destinados a los
cantos litúrgicos del templo o de las sinagogas. La mayor parte de los que aparecen en la
Biblia se recogen en el Libro de los Salmos (recopilación de cinco libros).

SANEDRIN.- Consejo supremo creado después del exilio y con sede en Jerusalén. En
él se juzgaban los asuntos del Estado y de religión. Los fariseos en el sanedrín fueron un
influjo creciente y que desempeñó un papel determinante en la condenación de Jesús.

SANTIDAD.- Cualidad de lo que es santo. Todo ser humano ha sido creado para par-
ticipar en esta santidad, que constituye la misma esencia de Dios. Se trata de una llamada
a la perfección de la caridad. La vocación cristiana es una llamada a la santidad y a la
misión evangelizadora.

SANTOS.- Aquel que ha respondido a este ideal cristiano de santidad, de perfección 159
de la caridad, conformando sus vidas según las bienaventuranzas y el mandato del amor.
La Iglesia, por medio de su autoridad suprema, proclama solemnemente la santidad de
algunos bautizados que ya murieron; es lo que se conoce como canonización, por la que
se r econocen sus virtudes y fidelidad a la gracia del Espíritu Santo. También puede ser por
el reconocimiento de su martirio. La iglesia los propone como modelos de virtudes e invita
s su invocación y veneración.

SANTOS PADRES.- Algunos de los expositores de la doctrina cristiana de los siete pri-
meros siglos del cristianismo. Ellos custodian, testifican y transmiten la herencia apostólica.
Conjugan tradición y escritura, puesto que en sus textos se insertan en un tiempo concreto
y constituyen la predicación apostólica y la reflexión profunda de la historia.

SINODO.- Reuniones o asambleas episcopales, a nivel provincial o regional o ecu-


ménico (universal). Reunión legítima de os obispos de toda la cristiandad o de una nación
para estudiar los asuntos doctrinales o pastorales.

TENTACIONES.- Impulsos del espíritu que provienen del propio interior, los malos
ejemplos o estimulantes externos y del espíritu del mal. Teniendo en cuenta la propia liber-
tad y responsabilidad, reforzadas pos la actitud de fe, la oración y el sacrificio, se pueden
superar todas las tentaciones.

TEOLOGAL.- Adjetivo que califica los actos y los principios de actividad (virtudes)
que miran directamente a Dios y dimanan de la gracia de Dios en el alma.

TEOLOGÍA.- Lo que concierne al estudio de Dios, en concreto tal y como aparece en


la revelación del Antiguo y el Nuevo testamento.

TRADICIÓN.- Transmisión de una generación a otra ya sea de un conocimiento, o


unas prácticas, o bien de ambas cosas a la vez; al mismo tiempo, objeto de esta transmi-
sión. La tradición cristiana abarca todo lo que los apóstoles transmitieron.

TRIBULACIONES.- Término genérico que designa todo lo que es capaz de hacer sufrir
al hombre en su cuerpo o en su alma, todo sufrimiento que Dios le envía, ya para casti-
garlo, ya para convertirlo.
UNCIÓN.- Gesto litúrgico que consiste en una aplicación de un aceite bendito sobre
una persona o una cosa. Dado que el aceite sirve de alimento, de luz, de fortificante y de
medicina, se comprenden fácilmente los diversos simbolismos que hicieron que se multipli-
cara su empleo.

UNITATIS REDINTEGRATIO.- (U. R.) Decreto sobre el ecumenismo, publicado el 21 de


noviembre de 1964 por el Concilio Vaticano II. Pr esenta los principios católicos del ecume-
nismo, enumera las condiciones de su ejercicio y precisa la manera como la Iglesia católi-
ca considera a las comunidades separadas de ella. Une resueltamente a la Iglesia romana
aun movimiento que durante largo tiempo ésta había considerado con cierto recelo.

VATICANO II.- Concilio anunciado por Juan XXIII el 25 de enero de 1959, comenzó
el 11 de octubre de 1962. En 1963 Pablo VI sucedió a Juan XXIII. El concilio se desarrollo
160 en diez sesiones. Asistieron obispos de todos los continentes, además de teólogos y repre-
sentantes de otras comunidades cristianas. Su objetivo era la renovación espiritual y pasto-
ral de la Iglesia, para responder a las exigencias actuales de la unidad entre los cristianos,
de diálogo con el mundo y de evangelización universal. Las conclusiones se recogen en
una serie de documentos o constituciones, decretos y declaraciones.

ZELOTAS.- También llamados zelotes. En tiempos de Jesús formaban parte de un


movimiento nacionalista exaltado que se proponía para instaurar el reino de Dios, abatir el
poder romano por medios violentos.
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