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Las Constelaciones Familiares surgen de la investigación y la constatación de que la

familia es una red de vínculos en donde el dolor que se vive recorre todo el sistema.

Uno de los puntos de apoyo de Bert Hellinger para el desarrollo de su terapia sistémica de
“Constelaciones Familiares” ha sido constatar un número inusual de suicidios inexplicables
entre los descendientes de antiguos nazis.

¿Cómo nos pueden afectar tanto los sucesos ocurridos hace dos o tres generaciones,
especialmente cuando los descendientes no han llegado a conocer a esos antepasados?

¿A través de qué mecanismos podemos los individuos sentir emociones que no nos
pertenecen y que nos impulsan a seguir destinos que no se corresponden con nuestras
vidas?

En la inmensa mayoría de las tribus que aún no han sido desposeídas de sus tradiciones
milenarias, cuando un individuo está enfermo, ya sea física o mentalmente, se asume que
la causa radica en algún problema interno de la tribu.

Los hombres sabios de cada tribu saben que hay algo pendiente de resolver en la tribu, y
que uno o más individuos lo están pagando o manifestando a través de su enfermedad
física o su desequilibrio mental.

Por ello, no es extraño ver que las tribus que siguen en contacto con su tradición y el
respeto a sus antepasados dan una especial importancia a las ceremonias de despedida
de los muertos.

La conciencia colectiva de la tribu está conectada con una memoria transgeneracional


que les impulsa a desenredar todo aquello que pueda estar pendiente en la relación de la
persona fallecida con la colectividad.

El objetivo de dicha conciencia colectiva es sacar a la luz los enredos que están
hundidos para equilibrar el sistema de relaciones y armonizar sus vínculos.

En occidente, al no tener una comprensión clara de estas fuerzas, tendemos a repetir, con
demasiada frecuencia, las mismas historias y los mismos dramas de nuestros antepasados,
repitiendo los mismos conflictos sin que se produzcan cambios significativos, generación
tras generación.
En las Constelaciones Familiares se muestra con gran claridad cómo las cargas
energéticas de las vivencias no resueltas de los antepasados empujan a sus
descendientes a repetir situaciones complicadas o difíciles, y en ocasiones
dramáticas.

En cada familia, hay secretos que viajan silenciosamente a través de las


generaciones. Son silencios con una profunda carga emocional de vergüenza, culpa y
dolor que han sido «enterrados» para evitar el sufrimiento que producen en el sistema
familiar.

Pero, en el alma familiar (la familia y la red de vínculos del sistema familiar) hay una
instancia superior que se ocupa de que nada se pierda ni se olvide. No se puede negar el
afecto ni la dignidad ni el honor a un miembro sin que haya consecuencias posteriores.

Por esta razón, es necesario reconocer a todos los miembros de la familia y darles el
lugar de respeto que les corresponde. En caso contrario, otros miembros se sentirán
atrapados en los sentimientos de los que fueron apartados u olvidados, y tenderán a
repetir su difícil suerte o su destino trágico.

Sin embargo, cuando desde el modelo tradicional de las Constelaciones Familiares, se dice
que «ciertas desgracias familiares tratan de ser compensadas con otras desgracias» resulta
una explicación poco razonable. Tiene más sentido decir que las desgracias y los
conflictos se repiten hasta que sus raíces se sanan o se comprenden de verdad sus
orígenes.

Afirmar que cuando un miembro de la familia nace discapacitado, otro miembro puede
decidir «limitarse» y negarse a ser feliz, tampoco es una respuesta satisfactoria desde la
perspectiva Primal. Más aún, cuando se explica como un «amor ciego» o como un rechazo
debido al supuesto «tabú de la felicidad», lo estamos reduciendo a un razonamiento
absurdo.

Cuando un miembro se atreve a ser feliz no tiene por qué sentirse culpable. La causa
que impide a un hermano ser feliz debido a la minusvalía de su hermano debe de
tener su origen en algún suceso anterior.

Cuando nace un miembro discapacitado es porque debe haber una energía latente y
sin resolver en el sistema familiar (falta de reconocimiento al sufrimiento de algún
antepasado, una injusticia grave, etc.), y que dicha energía la captan diferentes miembros
de la familia, en mayor o menor medida.
Unos miembros reciben el impacto emocional o sensorial, mientras que otros somatizan el
dolor latente hasta llegar a la enfermedad o la discapacidad, o incluso la muerte (según
sea hombre o mujer, y su nivel de sensibilidad o empatía).
La conciencia familiar tan solo busca despertar e integrar lo que aún no ha sido sentido y
comprendido. En general no existe un ánimo de compensación o venganza. Tan solo el
reconocimiento de la verdad, que con demasiada frecuencia llega a través del dolor y del
duelo.

En el supuesto de que el miembro que vibra más intensamente con esa carga
termine por «irse del sistema», la energía seguirá latente e inundará a otro miembro
de la misma generación o de generaciones posteriores, con la misma intensidad
vibracional, aunque su manifestación, en esta ocasión, pueda ser mental en vez de
física (o viceversa).

A no ser que se produzca un re-encuentro auténtico, dentro de la familia, con el


mundo emocional y afectivo, la conciencia del sistema familiar creará situaciones
similares una y otra vez hasta lograr recuperar el corazón de la familia y equilibrar
los lazos energético-emocionales que unen a sus miembros.

La muerte de un miembro no puede ser una expiación de una culpa, sino una oportunidad
para que los miembros de la familia se unan en el sentimiento mutuo de dolor. El dolor
que despierta dicha muerte hace que lo que no pudo ser sentido y reconocido con
anterioridad pueda ser sentido ahora. Cuando esto sucede, la conciencia colectiva del
árbol genealógico deja de repetir el enredo o trampa que le impide evolucionar.

Los padres y los antepasados siempre se alegran de que los descendientes sean felices. Se
sienten parte de ellos y desean ver nacer algún fruto de su trabajo, su esfuerzo y su lucha.

Anhelan también encontrar su paz, sintiéndose parte de la dicha de sus descendientes,


algo que solo sucede cuando tienen su lugar de respeto y honra como antepasados.

Dichos antepasados raramente buscan venganza, pero sí necesitan sentir un


profundo reconocimiento por parte de sus descendientes, quizás para aliviar su
culpa, quizás para sentirse acompañados en su dolor por lo que no pudo ser cuando
estaban vivos.
Solamente cuando existe este reconocimiento emocional y afectivo, la energía de los
antepasados encuentra su descanso y se convierte en una fuerza positiva que acompaña y
apoya las vidas de los descendientes.

Quizás exista un código de lealtad que se superpone a nuestros deseos personales, y que
si uno es infeliz se siente inocente y que por ello prefiere ser infeliz, pero esta es una
explicación demasiado «inocente».

Tampoco podemos justificar esto con la teoría del «amor ciego» del niño que no le deja
ser feliz porque desea estar cerca de sus antepasados. En todo caso, deberíamos hablar
más bien de la gran sensibilidad del niño para percibir la vibración energética que le
llega de sus antepasados y lo inunda, porque poco puede hacer para evitarlo.

No es que se niegue a ser feliz, sino que, con el tiempo, queda atrapado en la infelicidad
de sus antepasados (incluidos sus padres). Muchos niños harán grandes esfuerzos por
intentar sacarlos de ahí u ocuparse de resolver sus problemas,… todo por amor. No se dan
cuenta de que el mundo de los adultos es mucho más complicado y complejo de lo que
cualquier niño puede sospechar.

Una Constelación Familiar es uno método rápido y efectivo para ver qué dinámicas e
implicaciones familiares están contribuyendo a mantener latentes ciertos problemas.

Pero ¿cómo es posible que los participantes que hacen de representantes en una
Constelación Familiar puedan sentir cosas de aquellos a quienes representan, sin conocer
nada con anterioridad de su historia familiar?

Las personas expuestas como representantes, canalizan sentimientos, sensaciones y


vivencias, y con frecuencia manifiestan síntomas físicos ajenos. Se sienten, sin ningún tipo
de inducción, como «poseídos» por sentimientos muy parecidos a los sentimientos de las
personas reales a las que representan. Es un aspecto misterioso e inexplicable para la
ciencia convencional.

Algunos investigadores buscan explicaciones en la teoría cuántica, mientras que


otros, como el biólogo Rupert Sheldrake, lo denomina campos morfogenéticos. Para
Sheldrake, las estructuras y los procesos cristalizan dentro de un determinado
contexto, y la memoria del sistema permanece y puede ser captada.
Aún sabemos muy poco sobre la trasmisión de la información emocional-afectiva. La
ciencia convencional asume que todo se trasmite a través de las experiencias vividas ya
sean verbales o no verbales, y apenas ha investigado otras hipótesis más amplias.

La experiencia vivencial de las Constelaciones Familiares nos muestra que podemos intuir,
percibir o sentir sucesos latentes ocurridos hace varias generaciones en otras familias que
no hemos conocido (u otros sistemas).

No se trata de caer en esoterismos fantasiosos, sino de constatar científicamente lo que


sucede en los talleres de Constelaciones Familiares, y ampliar el marco científico con el
que miramos nuestra realidad.

Algunos terapeutas e investigadores en el campo de la psicogenealogía llevan años


tratando de explicar de qué forma se trasmiten ciertas vivencias a través de las
generaciones. Las explicaciones son variopintas, casi siempre demasiado elaboradas, y con
frecuencia desacertadas.

Ocurre algo similar con las interpretaciones para explicar el llanto y los berrinches de los
bebés. Casi nadie lo comprende, pero los especialistas no paran de dar explicaciones que
parecen coherentes.

Quienes han participado como representantes en algún taller de Constelaciones


Familiares han podido constatar la presencia energética de información que no tiene nada
que ver con sus propias vivencias ni las de su propia familia.

Este hecho es revelador para la investigación psicogenealógica porque si alguien


desconocido puede experimentar estas vivencias, no debería de extrañar a nadie que un
miembro de una familia pueda captar y sentirse influido por los sentimientos de otro
miembro de su familia (incluidos los bisabuelos o tatarabuelos que no ha conocido).

Es evidente que existe una trasmisión verbal y no verbal de padres a hijos, de abuelos a
nietos,… pero la evidencia que aparece en los talleres de Constelaciones Familiares nos
muestra que no es la única influencia que recibimos, y que con frecuencia esas influencias
invisibles son mucho más importantes de lo que nunca habíamos sospechado antes.

Por lo tanto, no es necesario seguir buscando una explicación completa en la trasmisión


verbal y no verbal de la biografía de cada individuo. Basta con aceptar que estamos
unidos por otros vínculos energéticos que se pueden constatar en los talleres de
Constelaciones, y que algún día la ciencia tradicional llegará a incluirlo en su marco
referencial.

Si lo descartamos, porque no encaja en el marco teórico tradicional o porque suena


demasiado esotérico o increíble, le estamos haciendo un flaco favor a la todo poderosa
ciencia. Por suerte, estamos en una época en donde existe una aceptación generalizada de
«la magia» de la teoría cuántica, y es un buen momento para reivindicar la magia de los
vínculos familiares en nosotros mismos.

En su libro «The Field» (El Campo) Lynne McTaggart nos presenta ciertas investigaciones
recientes que evidencian científicamente lo que los grandes maestros espirituales nos han
estado diciendo durante siglos.

En occidente, durante las últimas décadas, se ha ensalzado al individuo, desplazando a un


segundo plano a la familia, pero ha sido tan solo una moda ideológica, una tendencia
social y política de los tiempos, un intento por romper con el orden opresor establecido
basado en la familia tradicional.

Sin embargo, la polaridad individuo-grupo se complementa perfectamente y está en el


centro de los procesos profundos de cada persona. Necesitamos desarrollar nuestra
individualidad y al mismo tiempo sentirnos parte de la familia, de la comunidad, del
grupo.

Hay personas que creen poder dirigir su vida, pero hay fuerzas familiares y sociales muy
poderosas. La ironía de la vida es que, con frecuencia, es mucho más productivo
entregarse a estas fuerzas que resistirse. Al hacerlo, dejamos de malgastar energía inútil y
finalmente podemos empezar a vivir nuestra vida e incluso podemos dirigirla un poco.

Aunque pueda parecer paradójico, dirigir nuestra vida como individuos no está en
contradicción con ser dirigidos en cuanto que nos movemos como parte del grupo.
Ambos movimientos tienen su lugar, se complementan y son necesarios.

¿Se puede hablar de un alma familiar?

El término alma está demasiado ligado al mundo eclesiástico y puede despertar


sentimientos de rechazo en algunos ambientes. Quizás sería mejor hablar de campos
morfogenéticos, o campos de información o conocimiento.
Desde la perspectiva de las Constelaciones Familiares, el alma se entiende como una red
de vínculos, una comunidad de destino unida por la vida y la muerte. No tiene ninguna
connotación religiosa en el sentido tradicional.

Quienes han estudiado antropología saben de la importancia de los vínculos y del grupo.
En las tribus no hay jueces ni cárceles, y cuando se rechaza o se marginar a un individuo,
por ejemplo negándole el saludo, este puede llegar a suicidarse, porque sin el vínculo su
vida no tiene demasiado sentido.
Incluso en nuestra sociedad, durante la época medieval, el destierro podía ser un castigo
peor que la cárcel o incluso la muerte.

¿La terapia de las Constelaciones Familiares se considera parte de la terapia sistémica o de


la psicogenealogía?

Más que una terapia, se podría hablar de una experiencia vital de una gran riqueza. Se
mueven tantas fuerzas y tantas energías a tantos niveles… Es una experiencia
multidimensional que trasciende el plano meramente intelectual e incluso el emocional.

Yo la enmarcaría dentro de la psicogenealogía, pero el precursor es Bert Hellinger y su


base es esencialmente sistémica.
Hay varios autores que han llegado a la psicogenealogía por diferentes caminos
(Hellinger, Jodorowski, Didier Dumas, Chantal Rialland, Anne Ancelin,…). Todos ellos nos
pueden aportar grandes luces y algunas sombras. Lo importante es caminar con confianza
y humildad por nuestro destino, y dar tiempo a que se despeje la niebla que nos mantiene
distantes e ignorantes.

Quizás todos venimos de la luz y, antes de venir a este mundo, nos hacemos ignorantes
para jugar el juego de las relaciones, el juego de la vida… Sin esa ignorancia, descubrir la
vida no tendría el mismo sentido.

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