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Universidad Nacional Autónoma de México

Facultad de Psicología
Sistema de Universidad Abierta

Neurobiología y Adaptación

Grupo EB05

Unidad 3: Regulación neurobiológica de la conducta alimentaria

Presenta: Hernandez Calderon Itzel Denise

N° de cuenta: 312110796
Unidad 3: Regulación neurobiológica de la conducta alimenticia

Introducción

Los seres vivos, comparten, una serie de necesidades básicas específicas que les permiten
reproducirse, desarrollarse y preservarse, uno de dichos requerimientos elementales es el de
alimentarse, proceso que implica la adquisición de nutrientes; el alimento es entonces, aquella
sustancia que aporta deseablemente nutrientes a un ser vivo, existe una amplia diversidad de
seres vivientes en el planeta, por ende, una amplia gama de procesos de alimentación. Se puede
diferenciar entre organismos autótrofos, los cuales producen su propio alimento, y organismos
heterótrofos, quienes se alimentan de otros organismos, es dentro de este segundo tipo de
organismos donde se encuentran clasificados los seres humanos y puesto que, a mayor
complejidad neural del organismo, más se complejiza su proceso de alimentación, el de los
humanos se halla como un sistema alimenticio muy complejo, y este se compone de varias
fases1:
-Ingestión: Introducción de alimentos al aparato digestivo
-Digestión: Reducción de alimentos de forma mecánica y química a moléculas más pequeñas
-Absorción: Los nutrientes pasan a las células
-Circulación: Proceso de transporte de los nutrientes hacia las células
-Metabolismo: Transformaciones químicas producidas en las células
-Excreción: Eliminación de los restos

Así mismo se puede establecer una diferenciación de los nutrientes, definidos por
Martínez y Pedrón (2016) como “sustancias químicas contenidas en los alimentos que el cuerpo
descompone, transforma y utiliza para obtener energía y materia para que las células lleven a
cabo sus funciones correctamente”, y diferirán de acuerdo a la cantidad que el cuerpo requiere de
estos, entre mayor sea la cantidad necesaria de ingesta se les reconocerá como macronutrientes,
mientras que, aquellos que son requeridos en menores cantidades se consideran micronutrientes.

Dicho lo anterior, los nutrientes deben de cumplir con ciertos requerimientos, los cuales
son, cubrir demandas energéticas, estructurales, funcionales y reguladoras; la energía se entiende
como el uso de los macronutrientes por las células, dicho de otro modo, la energía se puede
expresar como las calorías mediante las cuales se cubren gastos energéticos del organismo,
siendo la falta o el exceso de calorías un problema de salud. (Martínez y Pedrón 2016). El
requerimiento de energía o calorías dependerá de la actividad del organismo, es decir, la cantidad
de energía que se gasta para mantener en adecuadas condiciones los órganos, músculos y la

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temperatura adecuada del cuerpo del individuo, ello que le permitirá realizar actividades
cotidianas.

Por tanto, entra en juego, el índice metabólico basal, la actividad física, y la homeostasis
o el sistema homeostático, de acuerdo a lo que mencionan Jiménez y Schmidt (2012) habrá que
hacer una diferenciación entre el gasto energético que se hace como parte del mantenimiento
mismo del organismo, el cual es el metabolismo basal, mientras que por otro lado se encuentra el
gasto energético derivado de la actividad física, el crecimiento, es decir, aquello que conlleve
movimiento dinámico, lo que incluye las secreciones de fluidos corporales. Así mismo, el gasto
energético repercute en el peso corporal.

Actualmente se considera que el control del balance energético se basa en un sistema de


retroalimentación. En él, el objetivo es mantener los depósitos energéticos estables. Para ello
señales de tipo hormonal derivadas del tejido adiposo (…) o el tracto digestivo (…) así como de
tipo neuronal actuarían como señales aferentes del sistema nervioso central. Cada una de estas
señales aportaría información a partir de la cual se produciría la finalización de la comida en
curso (saciedad) o el control de la ingesta de alimentos a más largo plazo. (Cordido. 2005)

Es necesario aclarar que el hambre y la saciedad van entrelazadas, sin embargo, de


acuerdo con Carlson (2010) el hambre se puede ubicar como la necesidad de comer, mientras
que el apetito se avoca mayormente a un deseo por determinado alimento, finalmente, la
saciedad es la sensación de satisfacción posterior a la comida.
La regulación alimentaria es un proceso muy complejo; del cual aún se desconocen
ciertas peculiaridades y en el cual intervienen múltiples factores tanto externos como el
ambiente, la cultura, los estímulos, así como los internos que proceden de las necesidades y
componentes fisiológicos, regulación biológica, endócrina, a partir de la comunicación interna
del organismo, “Estas señales, que actúan tanto por mecanismos endocrinos como paracrinos,
autocrinos o neurales, constituyen una compleja red funcional que permite un estrecho control de
la homeostasis energética a la vez que proporciona una marcada flexibilidad de adaptación a las
diferentes circunstancias a las que continuamente se expone el organismo” (Salvador y
Frühbeck, 2005). Se pretende, abarcar las señales neurobiológicas y neuroquímicas del proceso
de alimentación lo cual necesariamente abarca además del hambre y la saciedad, la homeostasis,
así como el índice metabólico será por tanto indispensable ahondar someramente en estos dos
últimos.

Señales neurobiológicas del hambre y la saciedad

Ahora bien, la regulación alimentaria es un ciclo complejo, se considerará que inicia con
la ingesta, sin embargo, esta no ocurre de manera automática ni indiscriminada, es, la sensación
de hambre la que propicia la adquisición de comida, y dicha sensación no dependerá
unívocamente de la necesidad personal, la cual implica señales químicas y metabólicas
generadas dentro del organismo, también dependerá de factores ambientales y psicosociales.
Así, entran en juego múltiples mecanismos, de entre ellos se encuentra la alimentación
“Para ello señales de tipo hormonal derivadas del tejido adiposo (leptina) o del tracto digestivo
(CCK, ghrelina, PYY3-36) así como de tipo neuronal (mediadas por el nervio vago) actuarían
como señales aferentes del sistema nervioso central (…) La integración de estas señales se
produciría fundamentalmente a nivel del hipotálamo y del núcleo del tracto solitario, situado en
el tronco cerebral.” (Cordido, 2005)
Puesto que la ingesta no ocurre sin ser precedida por la necesidad de comer; en tanto se
excluyan los factores ambientales que pueden incitar el apetito se encuentra que el estómago y el
duodeno proporcionan señales de hambre debido a la ausencia de bolo alimenticio. No obstante,
se pueden hallar también factores que atañen al índice metabólico e inducen a la ingesta; así
como señales moleculares centrales y periféricas, las primeras serán neurotransmisores mientras
que las últimas se relacionan con la alimentación a corto o a largo plazo.
Las múltiples señales que integran el sistema de regulación neuroendocrina de la
alimentación se han agrupado con base a criterios tales como el sitio donde se originan, ya sea en
el SNC o en órganos y tejidos periféricos, dividiéndolas en dos grandes grupos: señales centrales
y señales periféricas. Con base a la duración de su acción se clasifican en señales de corto plazo
y de largo plazo. (González, Ambrosio y Sánchez, 2006).
Cuando ocurre gasto energético se ponen en juego señales neuro hormonales para
asegurar la reposición de nutrientes; “Este sistema de “corto plazo” se encarga entonces de
regular el apetito, y con ello, el inicio y la finalización de la comida en cada frecuencia de
alimentación, y responde fundamentalmente a señales gastrointestinales (…) que se acumulan
durante el acto de la alimentación y contribuyen a terminar la ingestión” (Ochoa y Muñoz,
2014).
A nivel gastrointestinal se genera tensión o rítmica gástrica acompañada de señales
moleculares, que se mencionarán posteriormente, es menester abarcar por ahora las entidades del
organismo que entran en juego; ahora bien, de acuerdo con diversos autores, el hipotálamo es el
principal centro regulador de la alimentación dentro del SNC, pues es donde se da la integración
de múltiples señales que atañen a la conducta de comer, seguido del núcleo ventromedial.
El inicio de la alimentación implica la existencia de circuitos de comunicación neuronal
entre el hipotálamo, el tálamo, la amígdala, el hipocampo y varias áreas de la corteza cerebral
que proyectan aferencias sobre neuronas productoras de señales moleculares centrales que
integran la conducta alimenticia (González, et al; 2006).
Como menciona Bunout (sf) el hipotálamo lateral se relaciona estrechamente con la
conducta de inicio de la alimentación, el hipotálamo ventromedial se asocia con el tracto
dopaminérgico nigroestrial, el hipotálamo medial tiene receptores adrenérgicos, y el hipotálamo
perifornical posee receptores ẞ adrenérgicos y dopaminérgicos que inhiben la alimentación.
“ En dicha acción participan tanto los núcleos del tálamo como los intralaminares, el
centromediano y el parafascicular. Estos núcleos se activan para inhibir la respuesta ante el
estímulo que produce el menor refuerzo, o sea el menos apetitoso, ante la expectativa de uno de
mayor refuerzo, el más apetitoso.” (Próspero, Méndez, Alvarado, Pérez, López, Ruíz, 2013)
En añadidura el núcleo del tracto solitario se conecta anatómicamente a la amígdala y el
lóbulo de la ínsula, y el hipotálamo lateral, siendo el primero un núcleo que regula la percepción
de los sabores dado que los nervios de los pares craneales VII, IX y X se proyectan hacia este,
esta interconexión permite promover el apetito mediante la activación de células orexinérgicas.
La función de la amígdala está más relacionada con la “sensación subjetiva de saciedad del
alimento”. Mientras que la corteza prefrontal juega un papel en la selección de los alimentos,
tanto la categoría de estos, como el lugar donde se ingieren. Por su parte, los núcleos del tálamo
contribuyen inhibiendo respuesta ante estímulos no apetitosos. (Próspero, et al, 2013)
La obtención de nutrientes se da a partir de la incorporación de la degradación de
moléculas durante la alimentación, las cuales anteriormente pertenecían otros organismos vivos;
esta fase se origina en el tubo digestivo una vez sucedida la ingesta, y, una vez que comienza a
degradarse el alimento, los nutrientes se procesan para proveer energía a corto, y a largo plazo de
acuerdo con Carlson (2010) “Luego ha de existir un depósito que almacene los nutrientes para
mantener alimentadas a las células del cuerpo cuando los intestinos están vacíos. Y
efectivamente, existen dos depósitos de reservas, uno a corto y otro a largo plazo: en el primero
se almacenan carbohidratos; en el segundo, grasas”.
Es aquí donde se puede distinguir la fase de absorción de los alimentos: la digestión, al
respecto Salvador y Frühbeck (2005) mencionan, “Conforme el bolo alimenticio entra en
contacto con la mucosa gástrica e intestinal se produce una respuesta peptídica por parte de
determinadas células de la pared gastrointestinal que tiene como destino la acción directa sobre
los nutrientes, la interacción paracrina con otras células vecinas y, en muchos casos, la entrada en
el torrente circulatorio para alcanzar otros tejidos donde ejercer su efecto de acuerdo con un
mecanismo de acción endocrino”
Ahora bien, las estructuras involucradas en dichos depósitos son el hígado y el tejido
adiposo debajo de la piel, mientras que el sistema nervioso parasimpático aumenta su nivel de
actividad durante la fase de absorción de nutrientes, sin embargo, dado que la degradación e
incorporación de nutrimentos no es un proceso ininterrumpido, a medida que se vacía el aparato
digestivo entra en juego la saciedad, y con ello la actividad del páncreas y la médula suprarrenal:
“El depósito de carbohidratos localizado en el hígado se reserva principalmente para el
funcionamiento del sistema nervioso central (SNC)(…) El tejido adiposo se encuentra bajo la
piel y en diversos lugares de la cavidad abdominal y está formado por células” (Carlson, 2010).
Como se ha visto, una vez ocurrida la absorción de los nutrientes, es decir, cuando se
incorporan a las células, sigue el proceso de circulación de estos hacia las reservas, sin embargo,
ello no quiere decir que se continúe la conducta de ingesta “Cuando el SNC recibe señales de
aumento en la reserva grasa (adiposidad), la señal de saciedad de colecistocinina se vuelve más
efectiva para producir el término de la alimentación y disminuir la ingesta de alimentos (…) En
conjunto los receptores sensitivos localizados en las paredes del estómago y del intestino se
encargan de limitar el tamaño de la porción durante cada tiempo de comida. La distensión de las
paredes gastrointestinales es la señal intrínseca más importante para la terminación de la
ingesta.” (González et al. 2006).
Se ha abarcado hasta aquí la ingestión, la digestión, la absorción, y la circulación
tomando en cuenta las señales neurobiológicas que propician la conducta alimentaria, no
obstante, es evidente que lo hasta aquí mencionado no podría implicar todo un proceso tan
complejo, por ende, se abordarán las mismas fases en el terreno de los circuitos de
neurotransmisores hormonales, es decir, aquellas señales neuroquímicas más estudiadas que
hacen posible la sensación de hambre, propician la ingesta y la saciedad; así mismo se añadirá la
fase del metabolismo, pues en ella es donde se propicia un mayor número de transformaciones
químicas.
Señales neuroquímicas del hambre y la saciedad

Se aludió anteriormente a las principales estructuras del SNC implicadas en la regulación


alimentaria, sin embargo, las neuro moléculas que comunican el sistema gastrointestinal con el
sistema nervioso y el endócrino son esenciales para la sucesión de los fenómenos de la
alimentación:

Relacionados a la sensación de hambre se ven implicados “una parte del núcleo arcuato,
las neuronas que sintetizan y liberan el neuropéptido Y y el péptido relacionado al gen agouti.
Asimismo, el hipotálamo lateral que contiene las células orexinérgicas y las MCHérgicas. Las
primeras sintetizan y liberan orexinas A y B; las segundas, la hormona concentradora de
melanina (MCH). Ambas estirpes neuronales promueven la ingestión de alimento”
Es menester ahora, hacer mención de los sistemas anabólico y catabólico, puesto que son
procesos químicos donde se constituyen o descomponen moléculas siendo parte esencial del
proceso metabólico y tendrán implicación en el sistema homeostático.

Por un lado, el anabolismo, también conocido como biosíntesis es una reacción química
donde se sintetizan moléculas complejas a partir de otras más simples, esto provee el
crecimiento, renovación o almacenamiento de reservas de energía, es aquí donde se pueden
formar proteínas a partir de aminoácidos para mantener los tejidos corporales; mientras que, por
otro lado, el catabolismo es en donde se degradan u oxidan distintos nutrimentos orgánicos a
formas más sencillas o simples de este modo el cuerpo las puede utilizar de manera más fácil
para transformarlos en energía, con ello las células podrán cumplir sus funciones vitales, el
proceso catabólico es la digestión, es donde se obtiene la materia prima para generar energía.
(Anabolismo y Catabolismo s. f.)

Dicho de otro modo “El sistema anabólico se encarga del mantenimiento o la ganancia de peso
corporal a través de la estimulación de la ingestión de alimentos poniendo en marcha, por un
lado, los mecanismos que inducen el hambre (…) El sistema catabólico es el encargado del
mantenimiento o de la pérdida de peso, a través de mecanismos que aumentan el gasto energético
y disminuyen la ingesta alimenticia activando señales de llenado gastrointestinal y de saciedad”
(González, et al. 2006)
De acuerdo con González, et al, (2006) las señales moleculares relacionadas con las vías
anabólicas son las que tienen efectos orexígenos, es decir, que provocan hambre; en
contraposición las vías catabólicas, recordemos que estas son las de la digestión, se encuentran
ligadas con las señales moleculares anorexígenas, y son las que provocan efectos de saciedad.

Dicho lo anterior, se puede dividir el proceso metabólico en dos fases, no sin antes
reconocer las señales moleculares de las etapas previas. Existen, como se dijo antes, dos
depósitos de nutrimentos una vez que estos fueron absorbidos:
De acuerdo con Jiménez y Schmidt (2012) una vez que los nutrientes fueron absorbidos y
almacenados el ciclo “tiene su continuación en la fase de ayuno en la que para obtener el aporte
de nutrientes necesario se pondrán en marcha distintos procesos metabólicos (lipolisis,
glucogenólisis y neoglucogénesis).” Para ello el cuerpo humano cuenta con una reserva
energética mientras se encuentre alejado de la posibilidad de alimentarse.

El primer depósito a corto plazo hallado en el hígado y los músculos, contiene glucógeno,
un carbohidrato complejo “Las células hepáticas convierten la glucosa (un carbohidrato simple
soluble) en glucógeno y lo almacenan,” a su vez, este proceso es estimulado por una hormona
peptídica llamada insulina, la cual se genera en el páncreas, de manera que cuando la glucosa se
encuentra presente en la sangre en conjunto con la insulina, parte de dicha glucosa, una parte se
utiliza como “combustible” y otra parte se transforma en glucógeno para su almacenamiento.
Dicho depósito se reserva principalmente para el funcionamiento del sistema nervioso central, en
un proceso llevado a cabo por las neuronas y los neurogliocitos, después de unas horas pueden
llegar a agotar las reservas de carbohidratos procedentes del hígado. (Carlson, 2010).

Retomando lo mencionado en la introducción, los depósitos de reservas a largo plazo se


encuentran en el tejido adiposo, Carlson (2010) señala que dicho tejido, se compone de
moléculas llamadas triglicéridos, que se componen de glicerol; de manera tal que cuando se
comienzan a utilizar las reservas a corto plazo, las células adiposas -constituyentes del tejido
adiposo- convierten los triglicéridos almacenados en combustible disponiéndolo al torrente
sanguíneo, dicha transformación convierte los triglicéridos en glicerol o ácidos grasos, estos
últimos pueden ser metabolizados directamente por todas las células del organismo, exceptuando
las del sistema nervioso central, pues este funciona a partir de glucosa.

Ahora bien, así como se pueden identificar reservas a corto y a largo plazo, también se
pueden identificar señales neuro químicas, moleculares y endócrinas que actúan a corto o largo
plazo según sea la fase de la regulación alimentaria de la que se trate, por ende, esto se puede
explicar también desde los sistemas anabólico y catabólico.

Cordido (2005) menciona que los reguladores a largo plazo incluyen la insulina y la
leptina, que se liberan a la sangre en proporción a la cantidad de tejido adiposo y provocan
inhibición de la ingesta y aumento del gasto energético; aunado a ello se debe añadir la
regulación a corto plazo, de la que Ochoa y Muñoz (2014) señalan “Este sistema de “corto
plazo” se encarga entonces de regular el apetito, y con ello, el inicio y la finalización de la
comida en cada frecuencia de alimentación, y responde fundamental-mente a señales
gastrointestinales (…) que se acumulan durante el acto de la alimentación y contribuyen a
terminar la ingestión. “

Como se puede apreciar, existen señales y sustancias que pueden actuar como
anorexígenas u orexígenas según sea la fase de la regulación alimentaria, y según dónde se
encuentren dado que los receptores no son los mismos en todas las áreas del sistema nervioso, ni
se activan indiscriminadamente.

Una de las funciones de la insulina en el periodo de ayuno de acuerdo con Carlson (2010)
aunado a la conversión de glucosa en glucógeno, es tener el control de el ingreso de glucosa al
interior de las células, pues la glucosa únicamente puede ser transportada al interior de las células
si la insulina se ha unido a determinados receptores, sin embargo, esto no ocurre en el sistema
nervioso central, puesto que este tiene la capacidad de hacer uso de la glucosa aún si no se
encuentra la insulina. Ahora bien, una vez que disminuye el nivel de glucosa en el torrente
sanguíneo el páncreas reduce la producción de insulina y aumenta la producción de glucagón,
comunicando de ese modo al hígado que debe hacer uso de los carbohidratos almacenados a
corto plazo, convirtiendo el glucógeno el glucosa. Consecuentemente aumenta la actividad del
sistema nervioso simpático, esto a su vez comunica a las células adiposas que es necesaria la
traducción de triglicéridos a glicerol y ácidos grasos.

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