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Hoy, la liturgia nos permite celebrar unos de los anhelos de Dios en el cual Él quiere que

seamos salvados, compartiendo la salvación, unidos; y es la solemnidad de la Sagrada


Familia de Nazaret. Y para eso, la liturgia nos ofrece estos cuatros textos bíblicos que nos
ayudan a comprender eso: Dios quiere construir en el mundo una gran familia humana. Por
eso, envió a su Hijo, quien nos dijo que tenemos un Padre en el cielo, y por eso, tenemos
que sentirnos como hijos, convivir como hermanos, y nos dejó una madre. El camino que
nos conduce a la felicidad, se lo hace sintiéndonos parte de una misma familia.

Para algunos, la familia actual se está arruinando porque se ha perdido el ideal tradicional
de «familia cristiana» tal como lo hemos escuchado en el evangelio. Para otros, cualquier
novedad que le diga que tal escena ha de definirse como una familia, es un progreso hacia
una sociedad moderna, que siempre ha de ser inclusora de la diversidad. Finalmente,
algunos dicen que ya no existe la familia, o que no debería de hablarse ya de papa, mama e
hijo, sino que hoy hay que hablar de “formas de convivencia humana”. Pero, para nosotros,
los cristianos, que seguimos creyendo en la familia cristiana, ésta aún existe porque Dios
existe y fue Él quien la bendijo desde un principio. Y si Dios la quiso, hay que seguir en ese
plan querido por Dios ¿cómo es una familia abierta al proyecto humanizador de Dios?
¿cómo se tiene que reflejar en la familia, esa bendición de Dios?

En primer lugar, se tiene que reflejar mediante el amor entre los esposos. Es lo primero.
El hogar está vivo cuando los padres saben quererse, cuando ante las dificultades, saben
apoyarse mutuamente, compartir penas y alegrías, perdonarse, dialogar y confiar el uno en
el otro. La familia se empieza a deshumanizar cuando crece el egoísmo, las discusiones y
los malentendidos. El querer paciente, servicial y comprensivo que pueden darse el marido
y la mujer, es el mejor ejemplo que pueden dar a esta sociedad, que dice que la “familia” ya
no existe; un sano amor entre ambos, es lo que constituirá luego una sana relación con
quienes lo rodeen: hijos, parientes, vecinos.

Si esa formación no se dio en la familia, todo lo demás llega tarde. Y es lo que estamos
viendo hoy.

Parejas que discuten, padres que deforman en vez de formar, matrimonios en crisis,
separados. Que, por los malos ejemplos, los chicos reciben mensajes negativos: discusiones
delante de ellos, viendo matrimonios en crisis, separados. ¿Por qué creen que hoy la
mayoría de las parejas jóvenes prefieren convivir, y no optar por un matrimonio bendecido
por Dios? Si desde chicos, hoy ven estas situaciones en todos lados, ¿quién dirán pensarán
que vale la pena casarse?

En el matrimonio, es en donde se nutre una sociedad que mira con optimismo y esperanza.
Y eso, se logra por la relación sana que ha de haber entre los esposos. “Mujeres, respeten a
su marido. Maridos, amen a su mujer y no le amarguen la vida”, dice san Pablo.
En segundo lugar, una familia sabe crear una buena relación entre padres e hijos. No basta
el amor entre los esposos, sino que hay que saber criar y educar como corresponde a los
hijos, desde la cuna y con el buen ejemplo. Porque de lo contrario, los mismos padres, y la
sociedad toda, comenzarán a padecer los disgustos de los hijos.

Hoy parece que estamos formando a adolescentes y jóvenes demasiado cómodos, poco
habituados al sacrificio y sin experiencia para enfrentar desafíos. Criamos chicos
demasiado instalados en sus zonas de confort. Chicos que al sacar la licencia de conducir
creen que viene incorporada con la misma, el derecho a usar el auto. Les cuesta asimilar la
diferencia entre tener licencia y tener auto, porque la licencia se obtiene con práctica y
estudio; pero la tenencia de un auto exige demostraciones de responsabilidad, deberes,
obligaciones, capacidad de afrontar gastos, de los cuales, a veces, no se tiene conciencia.

Son nociones que, a determinada edad de la vida, naturalmente no se tiene. Son chicos que
incorporan casi desde la cuna, estándares muy altos y exigentes de consumo. Tienen en sus
manos un celular muy costoso a una edad en la que ellos todavía no saben dimensionar el
valor de las cosas, la responsabilidad y el sacrificio que implican tener algo en la mano.

Hoy los chicos, mucho antes de comprender el concepto de "vida útil" entienden que la
Play 3 ya es obsoleta y que tienen que ir por la 4.

Pero el fenómeno es más complejo. Porque si vemos hoy a chicos que viven de esta forma,
seguramente se deba a que unos padres permitieron eso desde niño.

Se puede percibir una generación de padres culposos, a los que les cuesta poner límites y no
logran acuerdos para ver el lugar que les corresponde a cada uno en tal educación.

A menudo las mamas les cuesta mucho a que su niño se sacrifique por algo, a veces hasta
por causa noble. En cambio, el varón es capaz de concebir el valor del sacrificio, más que la
mujer. No es que ella no sepa sacrificarse por amor, pero le cuesta más ver el sacrificio de
los que ella ama. Ella defiende a toda costa la vida y el bienestar del hijo. Sin embargo, el
universo de la madre y del niño es un mundo cerrado si el padre no entra en él para aportar
lo que la mama no puede aportar. Si el padre no entra, la madre corre el riesgo de inhibir
toda capacidad del niño. Es el padre quien tiene que romper ese dominio de la madre en
consentir todo al hijo.

Una madre que ama sanamente a su hijo, siempre vera gustosa la intervención educativa del
esposo y la respetará.

La educación de los hijos vale la pena, porque es para toda la vida. Pero para ello, se exige
que la mamá tenga las ideas claras de cómo educarlos, y dejar al papá el lugar que le
corresponde.
La familia necesita de todos, para pensar en el bien de todos. “Instrúyanse en la verdadera
sabiduría, corrigiéndose los unos a los otros”, dice san Pablo. “Hijos, obedezcan siempre a
sus padres. Padres, no exasperen a sus hijos, para que ellos no se desanimen”.

En tercer lugar, ser cercanos a los sufrimientos de los más frágiles. La familia se hace más
humana, cuando en ella se cuida con amor y cariño a los más necesitados pequeños, cuando
no se abandona a quien lo está pasando mal. Una familia crece a pasos agigantados cuando
no se encierra en sus propios problemas e intereses, sino que vive abierta a las necesidades
de otras familias: hogares rotos que viven situaciones conflictivas y dolorosas, y necesitan
apoyo y comprensión; familias sin trabajo ni ingreso alguno, que necesitan ayuda material;
familias que piden amistad.

Y, en cuarto lugar, es en la familia donde se aprende a vivir una de las cosas más
importantes de todo creyente. Es el mejor lugar para aprender a creer en Dios, que es Padre
de todos; es en ella donde aprendemos a rezar juntos, en torno a la mesa. Una familia que
pone su confianza en Dios, es una bendición para la sociedad.

Para que el Hijo de Dios llegará a ser quien fue, tuvo que haber una madre muy especial
que le enseñara, al modo humano, quien iba a ser Él. Es la madre quien le enseñó a Jesús a
vivir como hijo. Jesús aprende quien es él, principalmente de su madre. Por eso, a la mujer
se le dio la cualidad espiritual de transmitir más cariñosa y entendiblemente a vida
religiosa. El varón no posee ese tacto sensible y propio que tiene ella. Y por eso, de alguna
manera la madre, la que nos tiene que decir que somos hijos de Dios.

Por eso, ante las situaciones particulares que atraviesa cada familia, tal como se conforma,
hoy tenemos que volver nuestra mirada en Jesús, José y María. Y por supuesto, el objetivo
no es vivir exactamente cómo vivieron ellos porque los problemas que tenemos que
enfrentar nosotros no son los mismos que los que tuvo que enfrentar aquella familia. Sin
duda que la relación entre los esposos ha cambiado, también la relación de los hijos con los
padres y de estos con los hijos. Pero hay algo que no puede cambiar y eso es lo que
tenemos que aprender de la sagrada familia de Nazaret: la vida de una familia se construye
sobre la base del amor y el respeto mutuo, con mucha paciencia y diálogo. La violencia, la
rigidez, la incomunicación llevan con seguridad a la destrucción del hogar y a la larga a la
destrucción de las personas que lo forman. Amor, respeto, paciencia y diálogo son la base
segura sobre la que podemos afianzar la vida de nuestras familias. De ese modo, como la
familia que fueron Jesús, María y José, nuestras familias serán también un signo de la
presencia amorosa de Dios en medio de nuestro mundo.

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