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LOS ARDIENTES PENSAMIENTOS MONÁSTICOS DEL CARTUJO

GUIGO I

Pedro Edmundo Gómez, osb

“Concaluit cor meum intra me


et in meditatione mea exardescet ignis”1

“… amo y venero la vida cartujana,


… tengo nostalgia de aquellas alturas,
donde arde un incendio invisible
y el hombre y Dios se unen en el amor y la contemplación…”
Jacques Maritain2

Guigo de San Román (1083-1136), más conocido como Guigo I 3, fue el quinto prior de la Gran
Cartuja y su “legislador”4 por las Consuetudines Cartusiae (1121-1128)5, primer esbozo de los Estatutos
de la Orden. Sus Meditationes, comenzadas en sus primeros años como prior (1109) 6 y terminadas
alrededor de 1120, que fueron muy apreciadas desde el siglo XVI, son hoy casi desconocidas fuera del
ámbito cartujano7. Algunas se encuentran recopiladas en Migne 8 y el texto crítico fue establecido por A.
Wilmart9.
Se trata de una colección de “pensamientos” anotados espontáneamente, día tras día, sin orden
aparente, en los intervalos entre: Opus Dei, lectio divina y opus manuun, que no pueden “ser
comprendidos por quienes no quieren vivirlos” 10. No fueron escritos para otros, sino como un “ejercicio
espiritual”, con el fin de ver claro y de buscar respuestas en Dios, ya que es más propio del ermitaño
recibir enseñanzas que darlas. En este silencioso diálogo interior, se interroga y se responde recurriendo a
su experiencia de fe y a su pensar especulativo-dialéctico 11, con ocasión de los acontecimientos cotidianos
que se le presentan en su crecimiento interior o en el ejercicio de su cargo 12.
No es ni un diario, ni una autobiografía, ni un tratado, sino una memoria, una obra de teología
monástica13: el alma de un cartujo contemplada por dentro a la luz de la Palabra 14. Como afirma otro
cartujo: “Nadie mejor que el contemplativo puede apreciar y amar más a los hombres, pues él ve mejor
1
Sal 38, 4. “El corazón ardía en mi pecho; cuando reflexionaba, el fuego se encendía…” (Straubinger).
2
“Introducción” a P. van der Meer de Walcheren, El paraiso blanco, Carlos Lohlé, Bs. As., 1961, p. 20.
3
Cf. M. Laporte, “Guigues I”, en Dictionnaire de Spiritualité Ascétique et Mystique. Doctrine et Histoire VI, Beauchesne, Paris,
1967, col. 1169-1175.
4
“La Orden cartujana… es obra de tres personas: magister Bruno, el iniciador; Hugo de Grenoble, el plasmador, y Guigo I, el
legislador” (M. Galito i Pubill, “Un impulso religioso de devoción y servicio: los monjes cartujos”, en Cistercivm 170 [1986], p.
93).
5
Cf. Coutumes de Chartreuse, (SC 313), Du Cerf, Paris, 1984. “Estos documentos legislativos, salidos de las tradiciones
benedictinas y camaldulenses, llevan un prólogo que se refiere explícitamente a S. Jerónimo, a la Regla de SB y a los demás
escritos auténticos” (B. Dalmau, Léxico de espiritualidad benedictina, Monte Casino, Zamora, 1995, p. 69.)
6
Cf. Pensamientos de N. P. Guigo, Cartuja de Aula Dei, Zaragoza, 2000, 237.
(http://www.cartuja.org/escritos/cartujanos/pensamientos.pdf). Esta versión española sigue la selección del Migne, pero traduce el
texto de la edición crítica de Wilmart.
7
É. Gilson, “Introduction”, en La Vie Spirituelle XL (1934), p. 165.
8
PL 153, 601-632.
9
Le recueil des pensées du bienheureux Guigues, (Études de philosophie médiévale 22), J. Vrin, Paris, 1936. Ambas colecciones
han sido traducidas a la vez y publicadas en 1984 por un cartujo anónimo, en Sources Chrétiennes, y por el canónigo Gaston
Ocquart, en Analecta Cartusiana (Salzburgo).
10
El paraiso blanco, op. cit., p. 121.
11
Cf. P. E. Gómez, “Monachum agere est philosophari. Monacato medieval y filosofía cristiana”, en Studia Monástica 50
(2008), pp. 87-104.
12
Cf. Pensamientos 455.
13
Cf. P. E. Gómez, “Algunas consideraciones sobre la Teología Monástica de los siglos XI y XII”, en Res-Vista II, 2 (2000), pp.
13-32; “Algunas cuestiones epistemológicas a propósito de la teología monástica medieval en Jean Leclercq”, en Teología y Vida
XLVII, 4 (2006), pp. 479-496.
14
Cf. Pensamientos 40.
que nadie lo que vale el hombre a la luz de Dios; los valores más profundos y decisivos sólo se pueden
apreciar acercándose a esa luz; entonces se comprende toda la grandeza del hombre” 15. Guigo solo en la
presencia de Cristo, y escondido con él en Dios 16, de su corazón ardiente y racional saca enseñanzas que
sobrepasan su persona y su tiempo, señalando un modelo y esbozando un camino de humanidad
impregnado de espíritu cristiano, por eso el calificativo de “monásticos”.
Su diversidad temática se ordena teniendo en cuenta, el objetivo y el fin de la vida monástica
cartujana: la búsqueda verdadera de Dios en el hombre interior (puritas cordis) para llegar a la perfección
de la caridad (caritas)17. Consideraciones morales y ascéticas de un estoicismo cristiano amalgamado con
elementos agustinianos18, que recuerdan los textos sapienciales del Antiguo Testamento y las sentencias
de los Padres del Desierto19. Tienen cierto aire de familia con los Pensamientos de Marco Aurelio, pero la
fe los diferencia20, con las Sentencias de Sexto y los Pensamientos de Pascal, pero sin la intención
apologética ni el jansenismo21.
Originales por su estilo conciso, sobrio y directo, exigen una meditación atenta para romper su
corteza y no quedarse con un mal gusto22. Por eso copiamos y comentamos brevemente la denominada
“meditación final” (Pensamientos 243-255), que constituye la clave para la comprensión de la obra 23,
relacionando admirablemente los órdenes: humano, divino y cristiano.
En este fragmento, algo distinto del resto, se encuentran expuestos los principios que lo han guiado
en el curso de sus pensamientos. Una amplia síntesis metódica y sistemática, de una argumentación
impecable, dividida en dos partes, que corresponden a los dos capítulos de la publicación de la Cartuja de
Aula Dei en la red: la primera (243-251), que Wilmart ha denominado, una teodicea; y la segunda (252-
255), una cristología, con las consecuencias teóricas y prácticas que fluyen de ambas.

I. Pensando monásticamente un camino de humanidad - Capítulo XXII: De la verdadera perfección


del hombre

I. 1. Via pulchritudinis

243: “Todas las cosas que ves tienen cierta hermosura y perfección natural dentro de su género.
Cuando éstas faltan te disgustas por ello, y con razón. Si ves, v. g., un hombre sin nariz, lo sientes al
punto. Allí falta algo para la natural perfección del rostro humano. Esto mismo ocurre en todas las cosas,
aun en la hoja de una ortiga o de una hierba cualquiera. ¿Y quién negará que nuestra alma tiene también
su propia hermosura y perfección natural? ¿Y que las almas que la poseen son dignas de alabanza y las
que carecen de ella dignas de desprecio? Considera, pues, tú, con la ayuda del Señor, cuán lejos está tu
alma de esta perfección y hermosura, y no ceses de censurarte por ello”.

15
Los cartujos, Diálogo en Miraflores, Burgos, 1996, p. 141.
16
Cf. Pio XI, “Umbratilem…”, Constitución Apostólica aprobando los Estatutos de la Orden de los Cartujos, Bona Voluntat,
Montalegre, 1964.
17
Cf. La Orden de los Cartujos, Historia. La Gran Cartuja. Fin y ministerio. Vida y espíritu. La vocación, Librería Religiosa,
Barcelona, s/d., pp. 39-53.
18
Cf. Les méditations (Recueil de Pensées), (SC 308), Du Cerf, Paris, 1983, nº 171, p. 154; Horacio, Ep. I, 10; San Agustín de
Hipona, Enar. in Ps. 31 (PL 36, 260), Conf. XIII, 21 (PL 32, 857).
19
Cf. I. M. Gómez, “La lectio divina en la Cartuja”, en Yermo IV (1966), pp. 297-342; P. E. Gómez, “La meditatio en la lectio
divina del siglo XII”, en IX Jornadas de Teología…, Córdoba, 2002, pp. 85 – 90.
20
Cf. Pensamientos 3 y 474.
21
Cf. Pensamientos 13.
22
Por ejemplo el 125 que es toda una confessio: “La parte más digna en la criatura racional es la mente, sobre todo la mente
piadosa. Y la parte más vil el cuerpo corruptible. ¿Te tienta la vanidad? ¿Quieres ser admirado por los hombres? Examina sus
tristes consecuencias. Levanta la vista al Dios justiciero. Pretendiste ser admirado por la parte más noble de la criatura, como
Dios, y Él te sujeta a la parte más baja, como bestia. Quisiste e hiciste cuanto estuvo de tu parte, por ser conocido, visto, alabado,
admirado, venerado, amado y temido –honras éstas sólo a Dios debidas -. Justo es tu castigo: quisiste ser admirado de la mente
humana, y has terminado esclavo del cuerpo humano. Pretendiste, -¡perversa acción!-, usurpar lo exclusivo de Dios. Ahora
tributas tú esto a los cuerpos corruptibles y mortales, pues les das de todo corazón lo que, según dijimos, se debía a solo Dios,
v.g., amor, etc. Al intentar apoderarte de lo que es de Dios –ser alabado -, has perdido lo que es del hombre, - alabar al Creador -,
tu fin como criatura. Por encima de lo más alto y por debajo de lo más bajo. Tendiste a lo más alto, diste en el vacío, y ahora estás
por debajo de lo bajo, en el vacío, fuera de lugar. Como el sarmiento –dice el Señor- será arrojado fuera (Jn 15,6)”.
23
Hay otras interpretaciones: E. Gilson (1934), A. Wilmart (1936), A. Schlüter (1952), G. Misch (1954), G. Montpied (1957), M.
E. Cristofolini (1065), H. Voilin (1972) y E. Piovesan (1973)…
Una mirada contemplativa le permite descubrir en las cosas y en el alma humana una hermosura y
perfección naturales. Guigo asocia las nociones de belleza y perfección, su falta produce disgusto en el
espectador, por eso, con la ayuda del Señor, considerará la distancia que media actualmente entre su alma
y ellas. Las experiencias24 de disgusto, desprecio y censura motivan el cambio, la conversión. La
conversio morum, doloroso proceso de transformación-perfeccionamiento, es un medio imprescindible
para avanzar hacia la verdad del propio ser por el camino de la belleza.
Se podría decir que propone la via pulchritudinis para acercarse a la verdad, y esto desde el primer
pensamiento: “La verdad, como cosa bella, se ha de poner a la vista…”. Belleza y verdad, dos caras de la
misma moneda, enlazarán las dos partes de la meditación final, porque como dice Benedicto XVI: “¿Qué
es la belleza, que escritores, poetas, músicos, artistas contemplan y traducen en su lenguaje, si no el
reflejo del esplendor del Verbo eterno hecho carne?” 25.
Se da un descenso y es posible un ascenso del alma por la belleza 26. La belleza de las criaturas 27 es
relativa y temporal, como dice en 65: “Como notas que duran un momento en el concierto dirigido por el
Señor, pasa la fugaz hermosura de lo sensible…”; en 70 agrega: “Te pegaste a una sola nota del Gran
Concierto; y por eso te turbas cuando el Sapientísimo Director continúa sin detenerse la marcha de la
composición musical. Te es arrebatada la nota amada por ti exclusivamente, y siguen las demás por su
turno…”; y en el siguiente: “Lo mismo que la nota en la composición musical, así también cada cosa
tiene su tiempo y lugar en la carrera del mundo. ¿Sufres al ver correr las cosas?-Te has pegado a lo que no
tiene valor: lo mudable. Ahora sigue su turno y pasa”. El problema es el olvido de que ésta belleza es
participada.
En 128 explica gnoseológicamente el proceso del descenso:
“La imagen sensible de que gozas, es como un sello que se graba en tu mente, operándose en ti una
asimilación o conformación con la forma recibida. No es ella la que se asemeja a ti, sino tú a ella. Esta
imagen queda grabada en tu alma, como un ídolo en su templo. Y cuando tu te deleitas en ella, le
inmolas, no un cabrito o una vaca, sino tu ser todo entero: tu cuerpo y tu alma racional”;

y en 146 afirma: “La niña de la fábula quedó ciega mirando al sol. Tú también te has quedado ciego de
tanto mirar la belleza caduca de las cosas sensibles…”.
En 210 trata del ascenso por medio de una belleza objetiva y jerárquica:
“Quien se goza en la forma de un cuerpo, por encontrarla de buen parecer, no
atribuye este sentimiento a mérito suyo, sino a la belleza del objeto; por esto la
alaba y admira con toda su alma. Ve que la bondad no está en él, sino en el objeto
bello. El entendimiento y la voluntad salen de sí, enajenados y arrebatados por tal
belleza. Y este enajenamiento y arrebato es tanto más intenso, cuanto es mayor la
admiración que excita el objeto… Unirse a esta belleza es para él un paraíso: la
felicidad. Separarse de ella, un infierno: la suma desdicha. Sean también éstos tus
sentimientos para con Dios”.

Y continúa en el siguiente, a partir de la distinción entre dos tipos de valor:

24
Cf. P. Miquel, “La experiencia espiritual según algunos cartujos medievales”, en Cistercivm 170 (1986), pp. 64-67.
25
Catequesis, 18 de noviembre de 2009 (http://www.zenit.org/article-33328?l=spanish), “La Catedral desde la arquitectura
románica a la gótica: el trasfondo teológico”, en Los Maestros II, Padres y escritores del Medievo, Agape Libros, Bs. As., 2010,
p. 74.
26
Cf. San Isidoro de Sevilla, Sententiarum libri tres, lib. I, col. 543, lin. 32 ss. CPL 1199.
27
Cf. Pensamientos 19 y 109.
“Si ésta (el alma) queda impresionada por las cosas materiales, inanimadas,
caducas, entonces su valor representativo es inferior al substancial. Porque
substancialmente el alma es un ser dotado de vida y razón a imagen de Dios.
Representativamente es lo que son los objetos que ama y en los que se goza… si
sale de sí misma para tender a la Verdad -Dios-, entonces mejora: su valor
representativo es superior al substancial. Substancialmente es un alma, pero
representativamente es (si está permitida la expresión) Dios, conforme a aquello del
salmista: “Yo dije: dioses sois e hijos del Altísimo todos” (Sal 81, 6). Esto explica por
qué, al elevarse el alma sobre sí misma, para penetrar en Dios, pasa de lo bajo a lo
más alto posible…”.

I. 2. Via amoris

244 “¿Y en qué consiste esta hermosura connatural al alma? En primer lugar, en ser devota para
con Dios. ¿Y cuánto? Con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con tus fuerzas todas
(Lc 10, 27). En segundo lugar, en ser benigna con el prójimo. ¿Y cuánto? Hasta la muerte. Y si no lo
fueras, ¿quién sería el perjudicado? Dios, no; el prójimo, algo, quizás; quien recibe el daño eres tú, sobre
todo. Tienes afeada el alma; te falta una perfección esencial en su embellecimiento. Si una rosa perdiese
su color o un lirio su olor, yo podría resultar algo perjudicado, pues me deleito en tales cosas; pero, sobre
todo, serían el lirio y la rosa los que se habrían echado a perder al quedar privados de su belleza propia y
connatural”.

La belleza connatural del alma reside en la unidad y armonía, en la justa proporción de sus relaciones
con Dios (devoción) y con el prójimo (benignidad), entendidas como perfecciones esenciales. Su
hermosura reside por tanto en el amor, la via pulchritudinis se abre a la via amoris.
En 344 considera la belleza del alma 28:
“Specie tua et pulchritudine tua intende: atiende a tu hermosura interior, la que
posee un alma donde mora el Señor, y avanzarás en perfección y reinarás: Prospere
procede et regna (Sal 44, 4). Mas si, olvidado de tu belleza interna, te derramas al
exterior y atiendes a la belleza ajena, entonces ni avanzarás ni reinarás, sino que
serás esclavo de la criatura mas que servidor del Creador, hermosura interna del
alma”.

El problema reside en el olvido de la belleza interior, por atender y apegarse a lo


exterior. Es la presencia del Señor, por y en el amor, la que hace bella al alma.
Y en 401 desarrolla dichas relaciones de amor 29:
“Puedes conocer, con la ayuda del Señor, cómo deba ser el alma humana... Debe ser
toda alma racional devota con todo su corazón para con Dios, porque está escrito:
Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón… Para con el prójimo benigna; porque
sigue la frase: … y al prójimo como a ti mismo. En esto consiste toda salud y
perfección; y no deberían mover otros afectos al hombre, sino este doble amor. Éste
debería ser el motivo de todas las acciones humanas, aun de las más pequeñas,
como pestañear o mover el meñique. Mas ¿quién es capaz de hacerlo? Nos hemos
de esforzar, sin embargo. Obras de devoción para con Dios, son: la contemplación,
la oración, la meditación, la lectura, la salmodia y la celebración de los sagrados
misterios. Un mayor conocimiento y amor de Dios es el fin de todo esto. Obras de
caridad fraterna, son: tolerar las faltas del prójimo, rogar por él, administrarle los
santos sacramentos, ayudarlo con la palabra, el ejemplo y la corrección. Más aún:
hasta las cosas necesarias al cuerpo, como la comida, la bebida, el vestido, la casa,
la medicina, la sepultura y cualquier otra cosa, son obras de caridad. La palabra,
puede ser o de enseñanza, o de aliento, de consejo, o consuelo, de censura o
reproche”.

28
Cf. San Gregorio de Nisa, Homilías sobre el Cantar, PG 44, 790-791. 831. 834. 867.
29
Cf. Pensamientos 112.
Describe así con grandes trazos la vida monástica cristiana a partir del único-doble,
nuevo-antiguo mandamiento: “el amor apasionado a Dios y, como consecuencia
lógica y necesaria, el amor apasionado a los hombres” 30. Dios despierta el amor, y
amando el alma se hace bella, semejante a Dios.

I. 3. Via veritatis… via eminentiae

245 “Consiste la perfección de la criatura racional en apreciar las cosas en su justo valor.
Estimarlas en lo que valen, ni más ni menos. Lo contrario sería caer de bruces en el error. Las cosas,
unas son superiores al hombre; otras, iguales; otras, inferiores. Superior es Dios; igual, el prójimo;
inferiores, las demás cosas. A Dios hay que tributarle la estima que merece según su infinitud. Esto
requiere, evidentemente, un conocimiento previo de su grandeza. Mas un conocimiento tal, una
comprensión exhaustiva de la infinitud divina, nadie la puede tener sino el mismo Dios. La ciencia divina
es infinitamente mayor que la nuestra, lo mismo que su esencia. Comparado nuestro ser con el de Dios, es
pura nada; así también, comparada nuestra teología con la ciencia que Él tiene de Sí, es pura ignorancia
y ceguera. Por esto dice el Señor: Nadie conoció al Padre sino el Hijo (Jn 15, 1331). Lo que decimos del
conocimiento, podemos decirlo también del amor. Sólo Dios se ama a sí mismo cumplidamente. Nuestro
amor para con Él no pasa de ser un tímido esbozo, muy lejano, de la perfección con que merece ser
amado un Ser infinito”.

Precisa en qué consiste la perfección-belleza de la criatura racional, descubierta en 243 y bosquejada


en 244, ahora en relación a las cosas: apreciarlas en su justa medida, es decir, según la verdad de las
mismas. En 4 declara: “Cuanto más noble y poderosa una criatura, con tanto más gusto se somete a la
verdad. Más aún, en tanto será noble y poderosa, en cuanto se somete a esta verdad”. La via amoris se
abre a la via veritatis.
Establece un orden, una jerarquía de seres-bienes 32, que funda la valoración y por ende las
consecuentes relaciones: superior es Dios, igual el prójimo, menor las cosas. Y se detiene en primer lugar
en la consideración del conocimiento y amor del Ser infinito. La via veritatis se abre a la via eminentiae.
En 122 leemos: “Adora a Dios en verdad, quien pone toda su alma en Él, con los afectos de temor o amor,
honor o reverencia y admiración. Éste es el solo culto verdadero y perfecto. Quien ofrece, pues, estos
sentimientos a otro que no sea Dios, es un verdadero idólatra…”. La adoración presupone el
conocimiento de Dios, aunque éste sea ignorancia y ceguera. Ya habló de la idolatría al reflexionar sobre
el apego a la belleza de las cosas.
Lo que afirma del conocimiento se dice también del amor. Este amor, aunque sea un tímido esbozo y
sombra, beneficia al hombre, como dice en 153:
“Nadie procura la propia utilidad sino quien ama a Dios. En Él y sólo en Él está todo el bien del hombre.
Pues está escrito. Quien permanece en la caridad, en Dios permanece y Dios en él (1 Jn 4,16). Así es el
bien del hombre: nadie lo puede amar sin que ipso facto lo adquiera. Y amándolo, no lo puede perder de
ningún modo”;

y concluye en el siguiente: “…El único bien del hombre es Dios. Existe ya desde toda la eternidad; lo
posee quien lo ama. Luego no hay que fabricarlo, sino amarlo…” 33. Dios no es una construcción del
hombre, sino el Ser infinito y la Esencia suprema, al que se debe conocer y amar, adorar y servir.

30
Los cartujos, Diálogos en Miraflores, op. cit., p. 141.
31
La cita en realidad corresponde a Mt 11, 27.
32
Cf. San Agustín de Hipona, Enar. in Ps.145, 5, PL 37, 1887.
33
Cf. Pensamientos 56 y 256.
I. 4. Via vitae

Lo pensamientos 247 al 251, atienden a la cuestión que plantea en 246: “¿En qué consiste, pues, la
perfección de la criatura racional? En valorar las cosas según lo merecen. ¿Y cómo hacer esta
valoración?...”. Y se responde, en orden descendente:
247 “A Dios lo debemos estimar por encima de todas las cosas. Por ninguna criatura podemos sentir el
mismo aprecio, ni tampoco una parte. Y proporcional a esta valoración de la inteligencia, ha de ser el
amor. Así dice la Escritura: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu
mente y con todo tu ser (Lc 10, 27). Es decir, que no debes confiar ni gozarte sino en el Señor”.

248 “Iguales tuyos son los demás hombres. Has de sentir por ellos la misma estima que tienes por ti
mismo. Después de Dios, tú y el prójimo en el mismo plano. Lo que decimos de la estima, lo debemos
decir también del amor. Por eso, cuando se trata de trabajar o sufrir por el prójimo máxime en cosas
tocantes a su salvación o santificación, trabaja y sufre como lo harías por tu propio provecho. Recuerda
lo que dice el Señor: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22, 37)”.

249 “Cosas inferiores al hombre son las que carecen de razón. La vida sensitiva, vida común con las
bestias; la vegetativa, común con las plantas; y el cuerpo material, común, en sus elementos, a las cosas
inorgánicas. El aprecio que sentías por las cosas altas, aquí ha de ser desprecio. No podemos permitir
que el corazón se nos pegue a estas cosas. No os apeguéis al mundo ni a las cosas que hay en él, nos dice
San Juan (1 Jn 2, 15)”.

Formula a continuación una clara síntesis de moral y espiritualidad, una regla práctica, una via vitae
tomando como eje la noción de imagen y semejanza con Dios 34:
250 “Sea, pues, tu norma: gozarte en Dios; convivir con el prójimo; servirte de las cosas. Para con Dios,
sé devoto y sumiso siervo; para con el prójimo, un compañero caritativo y bondadoso. Y en cuanto a las
demás cosas, sé señor, no esclavo. Las cosas inferiores, son medio; las superiores, fin. Detesta lo mismo
el sacrilegio y la impiedad para con las superiores, que la soberbia, el odio o la ira para con los iguales,
y la codicia y el apego en las cosas del mundo. Que tu espíritu se alimente de las cosas de arriba; sean
ellas quienes lo impresionen y lo muevan. Llénate de Dios; procura ser santo como lo es tu Padre
celestial: a su imagen y semejanza has sido creado. En cuanto al mundo y sus cosas, ponlas debajo de tus
pies. Sé tú señor, y el mundo esclavo. No uses de él sino como medio para tu verdadero fin”.

Lo dice brevemente en el 52, pero en sentido ascendente: “Placer bestial: gozarte en las cosas de la carne.
Placer diabólico: ensoberbecerse, engañar, odiar. Placer filosófico: conocer la creación. Placer de ángeles:
conocer y amar a Dios”.
Belleza es sinónimo de santidad, en esta perspectiva hay que entender 349: “La
santidad, más que en lo que se hace, consiste en lo que se es… Es decir, que la
obra, más que constituir la esencia de la perfección, es una manifestación de que
ésta existe…”.
Guigo también es consciente de que la perfección-belleza-santidad del hombre se realiza de dos
modos: en el deseo del peregrinaje temporal 35 y en el gozo de la gloria escatológica:
251 “Esta perfección a la que tendemos en esta vida, no la alcanzaremos sino en la otra. La lograremos
tanto más plenamente cuanto mayor sea el fervor con que la ansiemos ahora. Las mociones del alma, y
aun las del cuerpo, serán todas divinas. El pecado y sus consecuencias –el dolor y la muerte–,
desaparecerán. El alma desnuda se irá a la verdad desnuda, sin palabras, sin misterios, sin
comparaciones ni ejemplos. Allí no necesitarán instruirse los unos a los otros, ni el hermano a su
hermano, diciendo: ¡Conoced al Señor! Pues todos me conocerán, desde al más pequeño al mayor, dice el
Señor (Jr 31, 34), porque serán todos enseñados por Dios (Jn 6, 45)”.

34
Cf. Pensamientos 127.
35
Cf. Pensamientos 103.
Con esta exaltación anagógica, del alma desnuda que se encuentra con la verdad desnuda 36, podrían
terminar sus pensamientos, después de tratar de lo humano y su ordenamiento a lo divino, pero como dirá
siglos después su hermano Dionisio de Rickel:
“El modo de proceder en lo que sigue no es directamente escolástico, sino más bien monástico, el que
corresponde a los religiosos, porque aquí se trata de lo que parece corresponder más y principalmente al
afecto de la devoción que al intelecto de la inquisición, según lo que ocurría a la memoria del que razona
a partir de lo oído antes”37,

por eso debe dar un paso más, por los senderos de su búsqueda.

II. Pensando monásticamente un modelo de humanidad - Capítulo XXIII: Del Verbo encarnado,
nuestro modelo de perfección

II.1. Christus medicus et educator

252 “La perfección y las virtudes dichas, las podría descubrir el alma por sí misma, incluso ahora
en esta vida mortal, si tuviese ojos capaces de intuir directamente las cosas en Dios. Allí vería no
solamente que ella es inmortal, sino también que algún día lo será el cuerpo, cuando quede glorificado.
Todo esto lo percibiría claramente en el Verbo, Sabiduría del Padre. Mas, por nuestra imperfección, no
éramos capaces de semejante intuición directa de la divinidad. Por esto, para hacerse visible a los
hombres, se encarnó. Se unió personalmente, no a un alma humana –no sería perceptible por nosotros–,
sino a un alma con su cuerpo”.

El punto de partida, en un movimiento espiralado, es nuevamente la mirada contemplativa (ojos


capaces de intuir, sentidos espiritualizados 38), pero como de hecho el alma en su condición actual a
consecuencia del pecado, apegada a las cosas sensibles, no puede intuir directamente las cosas de Dios y
las suyas propias (inmortalidad del alma y glorificación del cuerpo), necesita del auxilio de la gracia, de
la ayuda del Verbo que se unió personalmente a la naturaleza humana completa (alma y cuerpo).
Se podría aplicar por eso a Cristo lo que dice en 325:
“El médico o el educador tiene una doble tarea: la primera, conservar y aumentar lo
bueno; la segunda, quitar o remediar lo malo. No es buen médico quien desea que
siempre haya enfermos; ni buen maestro quien apetezca que siempre existan
ignorantes. El buen médico pugna por acabar con las enfermedades y lo mismo el
buen maestro con la ignorancia…”.

II. 2. Christus paedagogus et mystagogus

253 “Distingue un momento estos tres conceptos: el Verbo divino, el alma humana y el cuerpo
humano. Si viésemos al Verbo, no hubiera sido necesario que se uniese al hombre para darle ejemplo de
vida. Si viésemos el alma humana, bastaría la unión con ésta. Pero como no vemos ni a ésta ni a Aquél, se
nos concedió la unión con el cuerpo humano. Y así, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,
14) apareciendo como hombre, para introducirnos, algún día, en los secretos de Dios”.

Como nuestra alma, según afirmó en el pensamiento anterior, no puede ver lo espiritual (Verbo y
alma), el Verbo divino se encarnó, se hizo hombre (alma humana y cuerpo humano) para ser ejemplo de
vida e introducirnos en los secretos de Dios. Notemos primero la conciencia que Guigo tiene de su
36
Cf. San Agustín de Hipona, Epistola CCXLII, Ad Elpidium 5, PL 33, 1054.
37
Dionisio el Cartujo, De perfectione caritatis dialogus, Opera Omnia VIII, Tournai, 1911, Proemio.
38
Cf. P. E. Gómez, “Accende lumen sensibus- Una aproximación filosófico-teológico a la doctrina de los sentidos espirituales en
la teología monástica medieval-“, en Teología y Vida XLIX, 4 (2008), pp. 749-769.
contemporaneidad con el Misterio del Verbo Encarnado, el gran don que se nos concedió, y segundo
como plantea un orden preciso y precioso, en coherencia con el último pensamiento de la primera parte:
ahora, es pedagogo, y algún día, será mistagogo.

II. 3. Christus magister et archetypum

254 “El Verbo, al hacerse hombre, podía darnos adecuadamente las lecciones de perfección que
necesitamos. Y eso es lo que hizo con su vida, pasión y muerte. Realizó plenamente la perfección antes
expuesta. Cumplió los deberes para con Dios. Los ojos de su alma contemplaban sin cesar al Padre. Lo
estimaba como al Ser Sumo; las demás cosas quedaban en un plano infinitamente inferior. Y todo su
anhelo era cumplir la voluntad del que lo había enviado (Jn 8, 29; 6, 38). El amor al prójimo fue sumo:
hasta morir por él. Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por su amado. No fue esclavo de las
cosas, sino señor de ellas. Sufrió crueles tormentos –dominio de la vida sensitiva–, e incluso soportó la
muerte –dominio de la vida vegetativa–. En el uso de las cosas, fue sobrio en extremo: No tenía dónde
reclinar la cabeza (Mt 8, 29). Su alma santísima no recibía otro influjo que el del Padre, en quien tenía
puesta siempre su mirada. Allí veía sin misterios ni figuras la ciencia divina, que después nos mostró a
nosotros, pobres pecadores. Al mismo tiempo, ardía sin cesar en el amor al Padre. Y así, nos ha quedado
un perfecto modelo de perfección: qué hemos de hacer, qué hemos de sufrir y por qué motivos”.

El Verbo encarnado, que es maestro a la vez de la perfección humana y de la ciencia divina (sin
misterios ni figuras), en su Misterio Pascual es también perfecto modelo-arquetipo de la primera (qué
hemos de hacer, qué hemos de sufrir y por qué motivos): en su relación con Dios (contempla, estima,
obedece y ama), con los demás (amor hasta la muerte), consigo mismo (dominio de la vida vegetativa y
sensitiva) y con las cosas (señorío y sobriedad).
En 241 distingue, en la misma línea, la relación de Verbo con ángeles y
hombres:
“Cristo conduce a los ángeles al abrazo del Esposo. A nuestras almas –esposas
infieles, las aparta del abrazo del mundo, el cómplice de la infidelidad. La acción de
Cristo con los ángeles es conservarlos en su unión con Dios; su labor con nuestras
almas es mantenerlas apartadas del contacto con el mundo. Los ángeles, gozan de
la visión beatífica; nosotros, vivimos en fe, esperando la gloria futura. Su gozo está
en la posesión de Dios; el nuestro, en la cruz y la tribulación. Su felicidad, está en
vivir; la nuestra en morir. Su vida, consiste en unirse a Dios; la nuestra en
apartarnos del mundo. Ellos, se gozan en sus bienes; nosotros nos dolemos de
nuestros males. Su corazón, vive alegre; el nuestro, contrito. Ellos son inocentes;
nosotros penitentes arrepentidos. Ellos han alcanzado ya la plenitud del bien,
mientras nosotros apenas hemos comenzado”.

En 361 subraya la misión del Verbo encarnado: “No he venido al mundo para
juzgarlo, sino para salvarlo” (Jn 12, 47). Es decir, no he venido a ejecutar la
sentencia de condenación en los que lo merecieron, sino para enseñar,
misericordioso, el modo de evitarla”. Por eso en 204 se decía a sí mismo: “… Recuerda que
Cristo se hizo hombre antes de juzgarlo”. Como corolario en 378 señala: “El nombre de Cristo es Jesús,
Salvador. Cuando por cualquier causa, dejas de procurar la salvación de un hombre, te apartas de Cristo,
es decir, de los miembros del Salvador”.

II. 4. Christus via, veritas et vita

255 “El modelo a quien había de imitar la criatura humana, era Dios. El Señor escogió un modo de
hacer que este modelo fuera visible al hombre: la Encarnación. Fácil es ahora para el hombre cumplir la
obligación de asemejarse a Dios: imitar al Verbo Encarnado. Y esto no es sólo el cumplimiento de una
obligación, sino toda su perfección”.

El último pensamiento es una síntesis admirable. El hombre para llegar a ser perfecto-bello-santo
debía imitar a Dios (primera parte); el Verbo al encarnarse se hizo el modelo visible para que fuera
posible39 (segunda parte). Guigo hablando de Dios ha dicho: “no hay que fabricarlo, sino amarlo”, por eso
ahora podemos afirmar de Jesucristo: “no hay que fabricarlo, sino imitarlo”.
Cristo es el resplandor de la gloria y la imagen perfecta del Padre invisible, refleja exteriormente lo
que es Dios, por eso el hombre recuperará su imagen y semejanza con Dios, deformada por el pecado,
contemplando, siguiendo40 y conformándose cada vez con el “rostro humano de Dios y rostro divino del
hombre”41. Esto es la vida monástica para Guigo. La búsqueda de Dios en el hombre interior, por diversas
vías, pasa y termina en el encuentro con Cristo plenitud de belleza, gozo, amor, paz, verdad y vida.
Imitar al Verbo Encarnado, o mejor dicho, identificarse con él no es por tanto una obligación
heterónoma sino toda la perfección-belleza-santidad de la persona humana 42. El misterio y la belleza del
hombre se revelan y se realizan en el Misterio y la Belleza del Verbo encarnado 43. El modelo-arquetipo se
ha hecho médico y maestro, pedagogo y mistagogo, camino, verdad y vida.

Al leer estos pensamientos monásticos medievales que conjugan de manera tan admirable lo humano
con lo divino (primera parte), la antropología con la cristología, lo humano con lo cristiano (segunda
parte), no se puede dejar de considerar como falsa la alternativa moderna entre teocentrismo y
antropocentrismo. Su antropocentrismo teológico se funda en última instancia en su teocentrismo
antropológico, en su “antropología cristológica” o “monástica”, que asumiendo toda la verdad del
discurso filosófico acerca del hombre la resignifica y eleva a las cumbres del pensamiento a la que solo la
teología, de la mano de la fe, puede llegar.
Lo cristiano es plenamente humano desde el momento en que lo humano alcanza su plenitud en lo
cristiano, lo visible en lo invisible, la acción en la contemplación, lo presente en lo futuro 44. El hombre
logra su perfección-belleza-santidad en Cristo a quien ha sido íntima y misteriosamente unido ya en la
Encarnación.
La meditación de los pensamientos de Guigo posibilitará al lector la experiencia de un encuentro con
su Señor y Maestro, como el de los discípulos de Emaús que: “et dixerunt ad invicem nonne cor nostrum
ardens erat in nobis dum loqueretur in via et aperiret nobis scripturas” 45, por lo que podrá afirmar con su
amigo san Bernardo de Claraval:
“Recibí con alegría las letras de tu santidad, que venía deseándolas con avidez hacia tiempo. Las he
leído, y cuando las meditaba sentía que mi pecho se inflamaba y el corazón me ardía por dentro (Sal 38,

39
Cf. San Agustín de Hipona, De Trinitate VII, 3, 5, PL 42, 938; Sermo XII, In Nat. Dom. 1, PL 39, 1997.
40
Cf. San Agustín de Hipona, Sermo CCCLXXX, In Nat. Ioh. Bap. PL 39, 1676.
41
Benedicto XVI, Oración por la V Conferencia del CELAM; Cf. Documento de Aparecida 107.
42
Cf. San Cirilo de Alejandría, In Ioannis Evangelio I, ad Jn 1, 12, PG 73, 154.
43
Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Gaudium et Spes 22.
44
Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Sacrosanctum Concilium 2.
45
Lc 24, 32. “Y se dijeron uno a otro: -¿No es verdad que nuestro corazón estaba ardiendo dentro de nosotros, mientras nos
hablaba en el camino, mientras nos abría las Escrituras?” (Straubinger).
4), como si fuese aquel fuego que el Señor vino a encender en la tierra (Lc 12, 49). ¡Y cómo abrasan esas
meditaciones con las llamas (Sal 38, 4) que despiden semejante fulgor!”46.

46
San Bernardo de Claraval, “Carta 11, A los cartujos y a su prior Guigo”, en Obras completas de San Bernardo VII, BAC,
Madrid, 1990, p. 129. Escrita entre 1124-1125, contiene lo que constituirá la primera parte del De Diligendo Deo (ca. 1130-
1141).

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