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Masculinismos: la Otra Cara de los Feminismos

“¿No me conoces? Yo soy Simón;


Simón, tu hijo, El Gran Varón”
- Willie Colón

A lo largo de la historia de lo que se considera la cultura occidental, la que nació en


la Antigua Grecia, se muestra como evidente la desvalorización de todo aquello que es
visto como femenino. Todos los valores vistos como correspondientes a la mujer son vistos
como despreciables, como inferiores, como ejemplarizantes de lo que bastantes siglos
después (y seguramente sin tenerlos en mente) Nietszche llamaría “moral de los esclavos”,
como se puede evidenciar en el siguiente aforismo, presente en el Así Habló Zaratustra:

“En el hecho de que hayáis desesperado hay mucho que honrar. Porque no habéis
aprendido cómo resignaros, no habéis aprendido las pequeñas corduras.
Hoy, en efecto, las gentes pequeñas se han convertido en los señores: todas ellas
predican resignación y modestia y cordura y laboriosidad y miramientos y el largo
etcétera de las pequeñas virtudes.
Lo que es de especie femenina, lo que procede de especie servil y, en especial, la
mezcolanza plebeya: eso quiere ahora enseñorearse de todo destino del hombre - ¡oh
náusea!, ¡náusea!, ¡náusea!”

Así, en la obra del que tal vez fuera la más grande entre las almas libres que alguna
vez hayan caminado sobre la Tierra, se evidencia cómo en las mujeres subsiste una
moralidad diferente a la que está entre los hombres. Hay inscrito en lo que se considera
como femenino algo que es visto desde la lógica de la dominación como inferior, como
dominable, como algo sobre lo que se puede (¿o debe?) ejercer poder.
Siguiendo este hilo de pensamiento, para un hijo varón, para alguien en quien sus
padres aspiran a proyectar a un hombre superior, un superhombre con una moral de
señores, alguien que se ha liberado de la moral de los esclavos; lo mejor es alejarle de todo
el sistema de valores femenino, de todo aquello que se ve como “débil” o “frágil”, que son
eticidades asumidas como correspondientes a la mujer, naciendo así lo que la profesora
Jaramillo llama una “herida de madre”, que caracteriza como “un rechazo por lo femenino
vinculado a la misoginia social” (2009, p. 107). Éste es un término al que volveré al
finalizar este ensayo.
El padre como un Yo Ideal
“Cuando crezcas vas a estudiar la misma vaina que tu papá, óyelo bien”. Con esta
frase podría muy bien resumirse esta cuestión: que, debido a la desvalorización de lo
femenino que nos ha sido transmitida por medio de la cultura (que en casi todo el mundo
está profundamente marcada por la religiosidad), se ejemplariza al padre y se le establece
como el modelo a seguir para su hijo. Sin embargo, al hacerlo nace lo que Jaramillo llama
“herida de padre”, que creo que se puede explicar con mayor claridad si nos valemos del
siguiente texto de Max Weber:

“si el hombre no cuenta con una profesión estable, cualesquiera de los trabajos que
realice serán estrictamente accidentales y fugaces; como quiera que sea, destina más
tiempo a la ociosidad que al trabajo”; de donde se infiere que “aquel (el trabajador
profesional) ejecutará ordenadamente su tarea, en tanto que el otro permanecerá en
constante desorden, y para su negocio no habrá tiempo ni espacio...; por ende, lo
más adecuado para cada quien es contar con una profesión estable” (1991, p. 109).

En este párrafo se ejemplifica la relevancia del hombre como mano de obra, como
trabajador asalariado que vende su fuerza de trabajo y la importancia de mantenerlo en
dicha condición (puesto que la ociosidad es algo absolutamente indeseable, que raya con lo
inmoral). Ahora bien, dejando de lado la Economía Política, se debe señalar que al entregar
al hombre por completo a su laboriosidad laboral se le excluye de las funciones domésticas,
creando así la “herida de padre”, que según Jaramillo es representada como “la principal
consecuencia que ha tenido la industrialización para los hombres es la ausencia del padre,
lo que ha generado fallas en el proceso de identidad masculina” (2009, p. 109).
Así, al generar esa ausencia paterna en la crianza del infante, éste empieza a sentir
un vacío en sus roles parentales, lo cual le puede llevar a asumir roles que no le
corresponden a él, sino a su padre, que empieza a ser visto como una especie de “Yo Ideal”.
El padre se convierte ahora en el objeto de una relación de amor/odio en la que se alternan
sentimientos de admiración con los de antagonismo contra él, que se asume como un ser
insuperable y supremo. El padre se convierte en un dios que proyecta una sombra
inconmesurable sobre el hijo. El padre se convierte en un amado enemigo.
La saudade hacia la madre
No pude encontrar una palabra mejor para describir el sentimiento que mantiene el
hijo hacia su madre. Sin importar lo que diga Carolina Sanín, ni mi marcada admiración por
ella, no creo que haya en el español una palabra adecuada que saudade para reflejar esa
pérdida, ese extrañamiento, ese dolor.
La “herida de madre” es, a mi parecer, fruto de la tensión entre las primarias
pulsiones edípicas y la imposición sociocultural de ser “un gran varón”, un digno heredero
del apellido paterno. En ella, el primario amor a la madre (no pienso profundizar en la
naturaleza de dicho amor) se ve confrontado con el absoluto rechazo y desprecio con todo
aquello que se asocia con ella. Para ponerlo en términos más francos y directos, el modelo
patriarcal de familia y sociedad que se presenta en nuestra historia lleva a que desde la
infancia y la adolescencia el niño se incline (tal vez incluso contra sus pulsiones
originarias) a sentir menosprecio por todo aquello que le recuerde a su madre mientras que,
en lo más hondo de su inconsciente, siente una profunda saudade hacia ella.
Reconciliando ambas posturas: un ejercicio de cuestionamiento
Para cuestionar las teorías aquí expuestas (que, a pesar de lo expuesto por la
profesora Jaramillo, no considero inconciliables del todo y espero haberlas expuesto así,
como tesis mutuamente complementarias), hay que tener en cuenta un factor que la propia
Jaramillo explicó iniciando su texto: el origen de sus fuentes. Las familias de las que ella
habla son familias como la Simpson, con un padre cuya principal función es la laboral
formal, una madre que se entrega principalmente a las labores domésticas y unos hijos que
se dedican a sus estudios. Las familias nucleares biparentales, por ejemplo, son hoy en día
alrededor del 33 % en Colombia, una cifra similar a la de aquellas familias en las que se
asume (a mí me parece un término obsoleto) la jefatura del hogar en una mujer (que suele
ser la madre).
Este análisis con tintes freudianos que realiza Jaramillo es un asunto muy
interesante, es cierto. Sin embargo, es difícil esperar poder asignarle aplicabilidad alguna en
un país como Colombia, que tiene unas complejidades sociales muy diferentes a las
estadounidenses. No niego su validez, ni su rigor científico, simplemente digo que no es lo
mismo analizar las relaciones sociales entre hombres y mujeres, hombres y hombres o
mujeres y mujeres dentro de una sociedad del “Primer Mundo”, como la estadounidense,
que observarlas en una del “Tercer Mundo”, como la colombiana. Es necesario realizar un
proceso de decolonización para crear una teoría sobre el feminismo (o cualquier nombre
que se le dé a las corrientes antihegemónicas de resistencia al Patriarcado) que se adapte a
las necesidades del “Gran Sur”.

Referencias
Willie Colón. (1989). El Gran Varón. En Top Secrets [MP3]. Nueva York, Estados Unidos de América.
Fania Records.
Jaramillo, I. C. (2009). La Crítica Feminista al Derecho. Ministerio de Justicia y Derechos Humanos,
Unifem, Alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
Nietszche, F. (1883). Así Habló Zaratustra.
Weber, M. (1991) La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo. Tlahuapán, México. Editora
Premia.

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