Sei sulla pagina 1di 127

WAFI SALIH

DISCÍPULADE JUNG
aTomas Rodríguez Sancho
y Sol Linares infinitos en el corazón.

“Cuando el amor es la norma, no hay voluntad de poder,


y donde el poder se impone, el amor falta”
Carl Jung
EL DISCIPULADO LÚDICO DE WAFI SALIH
José Carlos De Nóbrega
Puesto el cebo de las primeras palabras dulces,
poco hubiera costado después que nos enlazáramos
y nos uniéramos en la mano de Dios.
Niko Kazantzakis: Zorba, el griego

Wafi Salih (Valera, 1966) es una escritora y amiga muy querida por este

propagandista compulsivo. Su trabajo poético revela una voz poderosa y

enternecedora de múltiples instancias: Desde el cultivo personal, místico y terrenal

del haiku en títulos como “Huésped del alba. Poesía reunida” (2006) y “Vigilia de

Huesos” (2010); hasta esa paisajística y cartografía del Dolor en la contristación

solidaria con el Otro que es “El Dios de las Dunas” (2005), memorial del cordero

abatido en El Líbano equiparable a películas como “El Ocaso de un Pueblo”

(Volker Slöendorff, 1981) y “Vals con Bashir” (Ari Folman, 2008). En este caso, el

Decir Poético se mueve con fidelidad tanto en la celebración de la belleza

reposada y cotidiana, como en la inmediatez implacable de la denuncia profética.

El Grupo Editorial Negro sobre Blanco nos presenta hoy su primer volumen de

cuentos “Discípula de Jung”, materia propicia de esta conversación entusiasta en

procura de lectores amigos.

Este conjunto de cuarenta y ocho relatos, si bien de una riqueza

introspectiva, no pretende ser un ejercicio terapéutico ni anti-psiquiátrico. Se nos

antoja una exploración de la propia voz escritural que colinda el auto-análisis

referido a la edificación del Ars Poética muy suya: Sin desvincular la poesía de la

narrativa breve, Wafi desarrolla temas y registros discursivos diferentes respecto a


sus poemarios. Encontramos un tratamiento humorístico de tenor irónico y

paródico que propone un diálogo cómplice con el lector: No se trata de escribir

historias perfectas, sino forjar atmósferas emotivas, líricas y contingentes en el

trabajo mismo del habla. El inicio y el cierre del libro no sólo simula una serpiente

mordiéndose la cola, sino un acto de autoestima que le tiende una trampa al

egotismo de autor: Ella misma es un personaje acosado por un pretendiente torpe,

inocuo y obseso: “no me atrevía a confesarle que todos los días su figura

caminaba por mis ojos, abiertos para ella, como dos escaleras infinitas” [Alter ego].

¿Hay una intención solapada por educar sentimentalmente al macho? Quién sabe,

sólo que el feminismo auténtico no tiene asidero sin complementarse ni dialogar

con el Otro, como ella misma bien lo pondera. Incluso, no evade la contundencia

del chiste cruel entre mujeres como indagación en la oralidad que manifiesta un

alma escindida víctima de sí: “La amiga de una amiga mía, contaba: Mi marido me

abandonó por una mujer joven y fuerte, él, de mal carácter y achacoso, no era un

mal hombre, por eso siempre la bendigo, yo no podría con tanto”. En “Arquetipo”

se descuelga un humor amargo, si se quiere compasivo, que triza la dependencia

desesperada de la paciente con respecto a su alienista o escrutador de almas: La

transferencia no halla contraprestación profesional ni afectiva. “Carta a mi madre”,

para consternación de los que nos hacemos llamar sobrios, reivindica al

perseguido –indigente y paciente psiquiátrico- que hostigado como el niño del pelo

verde del film de Losey, logra evadirse de sí mismo y de su prójimo malsano en el

mero enclaustramiento a través de la burla más cruel.


La transparencia expresiva, en tanto vía crucis que conjuga dolor y goce

juguetón, decanta la complejidad del discurso en los giros y balbuceos de la

perspectiva narrativa, la fusión de géneros literarios y, especialmente, la

configuración del clima emocional que chicotea y acaricia al punto el cogote del

lector agradecido. “Todo para ti”, no en balde el narrador omnisciente, es una

sacudida conducente al amor filial que se exculpa y disculpa en la escritura por

encargo de obituarios: el poeta Mariano Díaz Castro se reencuentra en un diálogo

conmovedor y humano de ultratumba con Sonia Mercedes. Esto nos retrotrae,

valga nuestro terco cariño, la estupenda red de araña que es la novela “La canción

de la aguja” de Sol Linares, otro homenaje a la Madre enclavado en lo asombroso

y lo paradójico del Amor Loco. Heredera pero no copista de Ramos Sucre, en la

inclinación por la Prosa Poética susceptible de confundirse con el cuento, Wafi

Salih nos ofrece cuerpos vitalísimos como “El lenguaje de los pájaros” y “Metáfora

del vuelo”: En el primero, la poeta Minerva Santos desmonta el discurso mediático

y sus hablillas con el lirismo libertario rematado en el aforismo final, “El lenguaje

de los pájaros son los jeroglíficos que dibujan con sus alas en el aire”; mientras

que en el segundo, el poema en prosa excede el formato escrito para crear una

puesta en escena que raya la magia objetual que revisita al padre descocado de

Bruno Schulz o la lengua amarillista del Barón Münchhausen. Qué les parece

entonces este texto confesional que mixtura la poesía, el habla loca y la historia

clínica: “Mi no tiempo, cuando me revuelvo en mi yo inflexivo, mi súper yo

arruinado, miello improbable, muerdo a mi alter ego de viaje, y siento a mi pobre

ego desdoblarse en la cruz de su calvario narcisista, ondulo como una cosadetrás

de los alambres. Nada puede romper el hechizo de un ser triste, escrito con tinta”.
El ejercicio, además de su musicalidad vecina al be bop de Charlie Parker [por

supuesto, el gato de Cortázar mediante], connota un ars poético en prosa que nos

remite a los Ejercicios Espirituales de Loyola o el Libro de Job según Jung.

Otros cuentos apuntan a la inconformidad con el despliegue impune de los

poderes fácticos, sin rehuir la alusión política punzante ni la solidaridad militante

con los marginados. “La cabeza de la mapanare” es un documento crítico que si

bien desdice la enfermedad infantil de la izquierda, pone contra la pared a los

conversos y traidores movidos por hilos inquisitoriales y mercachifles, así como

también a los torturadores inclementes. Nos insta a releer con pasión rebelde al

mexicano José Revueltas. “Eridu” constituye un relato magistral que derriba la

moralidad pequeñoburguesa, eso sí, por medio de la recreación condolida y

amatoria de la Piedad como género plástico y lírico que se obsequia a un paciente

de SIDA. “Hereje” cuenta como requisitoria que embiste al Patriarcado castrador

de las mujeres, más allá del contexto medieval e inquisitorial: La intolerancia, la

subestimación y el asesinato de ellas sigue mancillando el mundo hoy.

Estimado lector, te invito a conocer a una de las nuestras, en el

convencimiento de que estos cuentos marcarán tu piel y te conducirán a una

experiencia estética gratificante. Este llamado es a bailar por la vida con Wafi y

Zorba a orillas del Mar Egeo.

En Valencia de San Simeón el estilita, martes 16 de agosto de 2016.


HOLOGRAMA

La morosidad de los instantes sagrados, deletrea en un lenguaje de

palabras vedadas a nuestra racional inteligencia, ¿quién se quedó con nuestra

humanidad? Cuando Paco se fue detrás, atado al cimbreante andar de la bailarina

del Bar “La Lisa”, entendí que los grados académicos y la jalea de mango, no eran

suficientes, para complacer el apetito reptil que da al traste con la idea de que

somos seres almados. Las leyes del mercado eran claras, la edad, las canas, el

cansancio de los ojos por acumular años y esperas. Son ruinas que aun arden,

caminos truncos, que alguna vez fueron senderos con flores y son ahora maleza

trasladada a cada gesto, incorporada al rostro y a los pliegues de nuestra piel.

Empecé por un liftin moderado, luego un levantamiento de senos, y una

lipoescultura. El viejo templo rodeado de altas torres de aluminio y cristal,

testificaba que ya todo había cambiado, abajo, como una cortina vieja, quedaban

los lugares, referencias innecesarias que descubrían direcciones sin habitantes,

nostalgias sin destinatario. Soy Natalia, me detengo a contemplar las letras

desgastadas del anuncio del bufete de abogados. “Castro y Asociados”, detrás de

la columna de aguas amarillentas y mal olientes de la fuente donde nos

sentábamos a almorzar cuando eras mensajero, de la firma y estudiante de los

primeros años de derecho. El agua era para ese entonces viva en ella, unos

pececitos rojos comían las migas de pan sobrante, no esta pestilencia, mortecina,

que martiriza mi nariz recién operada.


ALTER EGO

Menudita, como el dedo meñique, se ve a Wafi caminando por las calles

interminables de la ciudad, su paso ligero denota que es muy diligente, no podía

ser de otra manera, su labor de presidenta de la “Sociedad de mujeres por la

equidad de género” le ocupa todo el día: reuniones, congresos, preparación de

talleres, marchas, declaraciones, como afirmaba Ginethe Platini en el texto sobre

Juana de Arco el segundo sexo, resiste. Augusto, su gato Siamés, castrado para

bien de la especie, desde el balcón la observa todas las mañanas como

despidiéndola, ella voltea desde la otra acera, para mirarlo antes de perderse en el

tumulto. No estoy muy informado sobre el tema feminista [sé que alrededor de él,

gira su vida]. Ella encarna el ideal que esboza. Decía en una entrevista en un

programa del Ministerio de Educación trasmitido por TV, Educa: Anna Karénina es

una novela edulcorada, María de Jorge Isaac, también lo es, pésimas referencias

dan sus personajes, a los jóvenes que pretendemos educar, en valores sociales

equitativos.

El lavaplatos cedió ante los rigores del tiempo, y la gotera un tic, tic, tic

interminable, angustia las horas.

Agatta Jeckis, quien murió cuando guardias nacionales atacaron a tiros una

manifestación de mujeres por el derecho a controlar la cantidad de hijos, repetía

incansablemente la consigna: saquen sus rosarios de nuestros ovarios, canción de

cuna para Wafi y sus largas noches de desvelo.


La televisión permanece encendida, hasta que el frío se mete en sus

huesos y se levanta somnolienta encontrándose con Augusto, en la puerta del

baño, como todas las madrugadas.

Fernanda Aristizábal, poeta hondureña, se prendió fuego en la plaza mayor

de Managua en el año de 1728, para protestar contra la primitiva ley que prohibió

a la mujer leer públicamente lo que escribía.

El vestido azul cobalto servirá para la fiesta de fin de año en el decanato.

Hace juego con los zapatos de raso negro, y la sonrisa forzada que amerita

ese evento.

Lolita Divasson en plena guerra civil española se desnudó en la Plaza de

los Pájaros, en Madrid, siendo apresada y fusilada por el franquismo, el motivo de

la Lolita está bastante difuso, sin embargo, se deduce que quiso expresar su

inconformidad con las condiciones de trabajo de las mujeres en los territorios

recuperados.

El hijo que nunca nació, las pastillas para dormir, la hipoteca del

departamento, el carro eternamente en el taller mecánico.

Todas mártires de un proceso de lucha que cada día va en crecimiento. El

sindicato no sólo debe proteger a las mujeres embarazadas, las que aún no lo

están son tan vulnerables o más.La ley no dispone de ningún salvoconducto al

momento de juzgar su labor dentro de la cadena de producción. Representan el

eslabón más débil, embarazadas o no. Declaraciones de Salih en la revista:

“Feminidad y libertad” de junio del presente año.


Hannah Arendt no tomar la parte por el todo. Se apresa al verdugo, que es

un simple instrumento sin poder ni voluntad, un pobre ejecutante, del sistema

opresor.

Soy de los que piensan que nada es gratuito, que el azar mueve la

existencia, el destino es ángel conductor de lo que nos pasa, por eso creo que,

desde el momento de inaugurar la oficina de asesores inmobiliarios, en la torre

“Los Jokers” justo al frente de las residencias El Milagro, y empecé a fijarme en

aquellos escasos 1,50 metros, saliendo a las 8.30 ataviada con botas de soldado y

trajes anchos, espejuelos redondos, un maletín lleno de carpetas, libros y papeles

sueltos, con una piel blanca en donde muchas veces, dibujaron mis labios sobre el

cristal de la ventana un océano de besos y peces, para ella, entendí, que era ella,

mi otra parte de Yo.

Ella, era Aquiles sobre el pavimento de unas calles que se alargaban hasta

hacerla un puntito perdido en un infinito de gente, carros y avisos lejanos,

avanzando por la avenida 26. Día a día la espiaba, compraba los periódicos para

ver si aparecían sus declaraciones sobre cualquier tópico. Con la esperanza de

conocerla, coleccioné revistas, videos de las feministas, bueno, de Wafi que era el

pájaro azul, como reza alguna leyenda china.

Hace cuatro meses tuve la oportunidad de hablarle: a las ocho menos diez

estaba yo en el puesto de revistas, a unos pasos, de la puerta de su edificio, ella

iba de salida, pero la llave no entraba, empezó un forcejeo desventajoso pues el

mastodonte de hierro se negó a sucumbir ante las delicadas manos de Wafi, crucé

la calle, metí la llave por la parte interior de la reja, y empuje el pedazo de llave

partida, con una navaja que llevo siempre en el bolsillo, la cerradura gruñó y llamé,
dio las gracias, con la familiaridad de quienes se conocen desde siempre. Para

intentar una conversación, y fijar el cartel de otro encuentro, le dije que le

arreglaría el problema, que al mediodía tendría resuelto el asunto de la llave, pues

camino a mi oficinatrabajaba un amigo que se ocupa de esos oficios,no me atrevía

a confesarle que todos los días su figura camina en mis ojos, abiertos para ella,

como dos escaleras infinitas.


DISCÍPULA DE JUNG

Una brisa sopla entre las ruinas de esta ciudad. A la marcha de la escuela

de letras, se le suman las demás facultades. Desde el rectorado todas las

acciones son inútiles, las decisiones vienen del alto gobierno. Los estudiantes,

exigen designar un presupuesto acorde a las necesidades de la universidad.

Hace 20 años en medio de una acción revolucionaria recibí un disparo en el

estómago, eso me impidió huir como el resto de mis camaradas. La policía me

recogió llevándome a un hospital, que quedaba, relativamente cerca de la capital.

Estuve varios días inconsciente, entre los sopores de la fiebre. Al despertar, mis

brazos amoratados soportaban unas agujas, que servían para pasar los

medicamentos, su lentitud producía un estado de ansiedad que sólo calmaba el

cálido sabor de su piel, en mi delirio. Mi nariz estaba conectada a una manguera

de oxígeno, aunque lo que más me atormentaba era la sed alimentada por el dolor

zigzagueante en toda la región hepática. Cada uno de mis átomos luchaba,

mientras con un silencioso ritual me vestías y se regeneraban mis tejidos, en ti

celebré mil vidas, sin necesidad de articular una palabra, pues mis palabras no

traicionarían mis convicciones.

Cuatro meses después, en una de las diarias visitas del doctor, me

levantaron de la cama, caminé apoyado por ella, mi alma se estremeció en su

latido, hizo en fragmentos estallar mi mundo, tanto que navegué un océano en su

aliento, no oí ni el diagnóstico, ni la decisión, de trasladarme a una cárcel. Ese día

se marchó, evadió el sonido del mar en mi pecho, su corazón lo tradujo, y se

espantó. Al despertar, solamente cuatro policías militares con orden de traslado.


Antes de llevarme a la cárcel me interrogaron en unas cuantas oficinas del

centro. El informe psiquiátrico que ella certificó, explicaba que era un trauma que

me impedía recordar, eso no los disuadió de la tortura. Minaron mi cuerpo de

vejaciones y al cerciorarse de que no hablaría, me sacaron de ahí. Caminamos

por un pasillo largo, con poca ventilación.Bajando las escaleras, la vi de reojo, a

toda prisa, pasó por mi costado, sin voltear, con la frialdad de una desconocida.
EL LENGUAJE DE LOS PÁJAROS

Sentada en un antiguo sofá violeta, y la ficha con las preguntas a formular,

dándole vueltas en la cabeza, algo ansiosa por la espera, mis ojos repasaban el

salón.Lo había logrado, Minerva Santos, concedió una entrevista, ella que tantos

años se ocultó, que no volvió a publicar, tan aislada, tan escondida para todos, y

tan mía, repasaba cada una de sus líneas en mi cabeza, ella tan anacoreta,

misteriosa, medusa sacra y desquiciada.

“Humana, desmesuradamente humana” parafraseaba a Nietzsche, mientras

la observé cruzando el corredor, para venir a mi encuentro, media hora

después.Lentes gruesos, pelo largo, algo desaliñada, dejaba al descubierto su

desinterés por lo que pudieran ver o decir de ella. Estaba ahí, frente a mí,

mostrando las astillas de un Dios roto en el corazón.

― En su libro, “La crítica del sujeto decadente”, he notado un compromiso

que va más allá de lo existencial, o lo filosófico, es el compromiso social lo que

mueve su interés.

Mi rostro sin dudas, le recordó las ganas de vivir de otros tiempos, con la

mano izquierda se alisó el cabello.

― Señorita, lo que escriban o no escriban los críticos es un asunto poco

importante. Para ellos ése es un trabajo, algo tienen que decir, de eso viven.

Jamás escribí para la crítica, es un destino muy pobre, un signo de muerte, para

quienes pretendemos descifrar la vida. Escribí ese libro para usted, para este

momento, o para el momento que viene.


Qué puedo decirle sin traicionar lo escrito y a ese tiempo en que fue

pensado. Mi compromiso no es con la escritura, es con el silencio, ellos tratan de

entenderme, me estudian, y encuentran en lo que no digo, más ruido que

palabras, más agonía que vida. No sé dónde está el realismo sociológico, el

existencialismo, nihilismo kafkiano, ni ninguna de las otras categorías y términos

que han empleado para definir mis reflexiones. Léalo, si lo encuentra estará bien.

― El doctor Albin Markis en sus estudios de antropología afirma que para

usted la vida es sólo embriaguez. La describe como un ser elevado, pero en el

sentido más oscuro. Una especie de surrealista tardía ¿Cuál es su opinión?

― Leí el libro del Doctor Albin, bien argumentado, no escatimó en

referencias teóricas, sentí en su análisis cierto desespero por encontrar parientes

teóricos a mis disertaciones. Construyó un árbol genealógico, empeñado en

demostrar mi alianza con el mundo filosófico, dejando de lado toda la lectura de

mis notas.

Le diré: Yo le veo la nostalgia, no se la hurgo, a los pájaros se les reconoce

porque son capaces de resucitar el día, son la estadía de la luz, su concavidad

infinita, ¿me entiende?, sea testigo de cada acto de su vida. Sí, testigo, muchos

caminan al margen de sus propias vidas. Fíjese en los detalles, en las

singularidades. El orden de la naturaleza, su continuidad, cada molécula, cada

metamorfosis de su ánimo.

Busque en el arte, que es un lugar salvaje, pero el único lugar posible de

salvación de la especie, el único origen. El lenguaje de los pájaros son los

jeroglíficos que dibujan con sus alas en el aire.


Un tanto avergonzada, doblé el papel donde llevaba mis preguntas.
TODO PARA TI

Mariano Díaz Castro, se acomodó la corbata mecánicamente, repitió el acto

de todas las mañanas, pero esta vez sintió la convexidad dura, punzante, como

otra manzana de Adán, sus dedos huesudos insistieron desapretando el nudo,

amarrando la cabeza y el cuerpo sosteniéndose a la vida.

Nadie lee obituarios, habitualmente, la gente hace rápidas incursiones en

los nombres, es que hay tan pocas cosas importantes que nada resulta digno de

atención, ni siquiera un obituario, ni la muerte, ni la dirección de la capilla velatorio,

ni los acrósticos luctuosos, ni los poemas que compone Mariano, ofrendados en

cada intento.

Cada recurso del lenguaje, pasaba desapercibido, por un mundo que vivía

en la muerte, pero no lo sabía. De tanto en tanto, sumergido en sus reflexiones de

poeta, acariciaba su corbata blanca, con la punta roja caída más abajo del

ombligo, los bordes de un rosa suave, sobre su piel, haciéndole cosquillas. La

corbata traída de Italia, por ella, exclusiva, exclusivísima, porque la tocaron sus

manos, tan distantes y ajenas, tan de él, en su soledad de oficinista. Su pecho

convertido de por vida en un altar para ella, su único santo.

En un escritorio una lámpara, sobre la silla Mariano sentado, revisando,

extrayendo un verbo de aquí, un adjetivo de allá, una imagen de algún dolor,

construyendo el obituario lo mejor que podía, lo más original posible, tratando de

complacer al gran amor de su vida. En la agencia, él y los papeles saliendo de las

carpetas, él leyendo uno tras otro, intentando encontrar algo similar a Sonia

Mercedes, algo que se correspondiera a esa mujer, al infarto que la sorprendió,


cuando traía al mundo a su quinto hijo. Buscaba la palabra conveniente, la

hermosa, la que hiciese del escrito un himno, un traje, una fiesta en el dolor.

La corbata vista desde el espejo, debajo de sus pómulos sobresalientes,

brillantes, enrojecidos por la sangre, apenas cubierta por la débil capa de dermis,

reflejaban una edad avanzada. Pómulos de una edad multiplicada, por los años de

desvelo.

“Ha muerto cristianamente” “Sonia Mercedes Castro”. Lo que sigue es lo

difícil, lo que hay que develar. Cada palabra, que estructura el cuerpo del

obituario, señale el dolor, sin la crudeza, eso es lo que se busca. No se debe

olvidar que son esquelas mortuorias. Una, dos o tres palabras atractivas, graves,

pero delicadas. Se detiene un instante, luego va al archivo antiguo, el de la

computadora lo conoce de memoria, sabe que allí, no hay nada lo suficientemente

hermoso; ya frente al archivo introduce la llave, abre otro tiempo, cuatro o cinco

carpetas con papeles manuscritos amarillos, va revisando hoja por hoja, los

académicos, infartados, artistas, políticos, viudas etc. Después de esto los revisa

con mayor detenimiento, subraya, escribe, reflexiona, vuelve a escribir, vuelve al

libro de los 100 obituarios más famosos, pero no encuentra, algo, digno de ella.

Los ojos se le hunden en una lejanía abismal, profundos como túneles, no

tenían la luz al final, más bien, eran un infinito extendido en el infinito. Dos óvalos

fijos dormidos al tiempo.

De nada valió entregarse, todo era un vano inmenso, un vano del tamaño

de todos sus años.

Debía inventar un obituario, que sorprendiera a la misma muerte. Abrió el

cajón del fondo, el que tenía bajo llave, el sobre dirigido al jefe del periódico: Su
propio obituario, que ahora regalaría a Sonia, como última muestra de ese amor

que ella esquivó, por convencionalismos sociales. Ahí estaba, para ella: el escrito

perfecto, la gran palabra, la frase absoluta, original, ella, que vivió en cada uno de

sus latidos, ahora era la dueña, de su muerte.


METÁFORA DEL VUELO

“La esencia del pájaro no está en el vuelo, esto reduce el ser del pájaro a

un sofisma, no es así de simple, poetas. Al hablar de su ser, de la esencia,

debemos expandirnos en el universo que encierra su individualidad, en los detalles

menudos y trascendentales, por ejemplo, en la topografía de su cuerpo, en ella,

majestuosamente tallada, una figura altiva, pero esto a la vez, marca distintiva que

niega la posibilidad de ver a todos los pájaros iguales. Cada biotipo abre las aspas

donde la identidad encuentra el punto disyuntivo de la desemejanza. El vuelo

iguala a todos los pájaros, afirmaría un altruista cuidador de especies en extinción,

esa es una verdad absolutamente falsa. ¿Es que acaso hallan parecido entre la

altura alcanzada por el cóndor y la estatura del vuelo de un colibrí?, ¿no varían

entre el planeo perfecto del halcón y la torpeza de una lechuza ante el alba? La

esencia del pájaro se adquiere en el vientre, igual, la esencia del poeta, porque un

poeta, es un pájaro: una integralidad orgánica expresiva que compromete cada

instante con el viento, pues allí su esencia en cada intento; eso lo hace unísono,

distinguiéndolo de los demás poetas, separado del resto de los pájaros”.

El poeta Federico Marín, en medio de los aplausos del auditorio, extrajo de

su maletín un pequeño gorrión, lo introdujo en el bolsillo de su chaqueta,

intercambió entre sonrisas y aplausos, comentarios con su público, lentamente se

acercó al balcón de la sala de conferencias, puso el ave en su boca, sacó su

cabeza para sentir, la brisa, agitó los brazos como si fueran alas, y sembró de

diferencias el aire.
OTRA HISTORIA

Súbitamente se dibujan sobre las paredes del aire, imágenes de lo vivido en

oleadas sobre el pecho. Tu voz sin cuerpo, y la madrugada encendida de algún

amor en las entrañas.La cama 214, con la estatuilla del redentor sobre la

cabecera, de metal, pareciera que mira las bombonas de oxígeno manchadas de

mercurocromo, sintiendo piedad de su propio martirio.

“Adelante, entre, no se quede en la puerta como una pendeja, pase que los

perros ya comieron porquería”. Yo me sentía aliento de perro, me olía podrido el

cuerpo, ¿Hace cuánto había muerto para el afecto de mi madre? Padecía el

viernes de dolores los trescientos sesenta y cinco días del año, idénticos como la

letanía de un rosario. Ese rosario que todas las noches, vacío de Dios como ella,

refunfuñaba, dejando caer a mis pies la culpa de su soledad: “Carajo, desde que la

estoy llamando, rezando para que venga, pareciera estarle haciendo un favor a

una, viniendo a comer” Detenida en el umbral la escuchaba perfectamente, era su

voz en mi imaginación, similar a la conversación de aquellos muertos que

murmuraban sus historias aturdidos por cinco siglos de traición, desandando, para

vengarse, de quienesles habían hurtado en vida,sus tierras, y en la muerte les

debían la paz.

Cambia del imperativo al persuasivo: “venga, no me deje sola, hace tanto

que no se acurruca en el bojotico de ropa acá en mis pies, así como el gatito,

negriblanco con el que tanto retozaba cuando chiquita, ¿lo recuerda?

¡Claro que lo recuerdo! “Dominó, el mismo que colgó de un árbol de mango,

cuando me fui a la escuela y luego lloró conmigo, como si yo no supiera que fue
usted, usted, usted… Pero no se lo decía, hablaba con ella en el pensamiento.

“Aquí le tengo su lugar a mi lado, junto a los libros, llenos de esas historias de

mentiras que me la han distraído toda la vida”. Pero no me dejaba convencer por

promesas, ya no espero que cambie, ya no. ― No estoy para inventarme locuras,

para disculparla, su carácter no era permeable a los cambios del tiempo o los

escenarios, tampoco estaba poseído por ningún demonio de esos que saltan de

las hojas de los libros. Veía mi agonía como en un espejo, al mirarla, a mí también

el amor me jugaba el sueño de los imposibles. Rogándome: “Pase adelante,

siempre la quise, usted era mi favorita, aunque nunca se lo decía, sabe, esas

cosas no se dicen, por favor, no se haga de rogar más”, la conozco, sé que

cuando llega al extremo de rogar, si pone el rostro de gata, si los ojos se le

conviertan en dos margaritas despertando al rocío, en ese instante es más

peligrosa, alerta, puntiaguda, convertida en pantera dispuesta a destrozarme de

un zarpazo.

Su voz se fue haciendo débil, hilito lejano, apartándose, quizás llegando a

su sitio nuevamente, dejándome tranquila. En mi duermevela, oí una voz que no

era la de mi madre, un tono desconocido diciéndome “La paciente de la cama 214

salió del coma”, un río de paz, inundó mis coyunturas. Al salir del hospital, iré a la

librería y buscaré nuevos cuentos, seguiré siendo, mujer, entre las páginas.
SED DE AMOR

Arrojó anzuelos y carnadas, al cabo de tres horas sintió que tiraban con

fuerza, espejismo reflejado en las gotas de sudor que bajaban lentamente desde

su frente por el espacio que servía de marco a los ojos.

El olor a pescado le permitía momentos de aislamiento, se veía sujetando la

caña, como si nuevamente las ráfagas de viento tejieran una corona de sal.

Trasteaba el silencio, colgado en la pared, un tic-tac triste le devolvía la oscuridad

de aquel primer día, cuando los rayos del sol lo quemaban. Se acostumbró tanto a

ello, que se quedó tres semanas sobre los muslos del agua. Porque era la

saciedad, estar ahí, la plenitud de dos fuerzas copulando.

Tic-tac, tic-tac y su bastón tropezando con la incertidumbre.


NICHOS EN EL AIRE

En la última butaca del teatro nacional, con la cabeza y el cuerpo ladeados,

como una marioneta, Estela veía algo más en Alfonso que sus movimientos

marcados con rigidez por el director general de la Ópera. La ambición de montar

un espectáculo con los míseros presupuestos asignados por el Estado, logra

mediocres resultados. Aunque hay que admitir que las voces son maravillosas. ¡El

arte no tiene ni principio ni fin! Es sin tiempo y sin espacio.

La lluvia cae como pájaros solos, sobre las calles de la ciudad atestada de

carros, comida rápida y vagabundos.Estela fue parte del elenco de esa ópera,

hace más de cien años.


APOSTOLADO

“Esta pasión corva mi espalda, este deber asedia mis días”. Todos en

silencio se miraron, mientras el ambiente se alfombraba con el vaho de los

desenlaces.

En mi pincel ondearon parajes perfectos, niñas felices, con sus pezones

levantados, y el paso de gallineta culeca por las calles que trazo para ellas.

A hurtadillas, he robado un pedazo de infinito a tanto asco, he vivido los

colores de cada amanecer. En mi mano asciende un torbellino de soles, que

atormentan los grillos de la tristeza y a mi padre, a quien se le hicieron

insuficientes los días; no porque fueran angostos, ni las horas estuvieran

pigmentadas con los fragmentos volátiles de la desesperación:se le convirtieron en

insuficientes cuando escrutaba, y pesaba la vida en la balanza de la nostalgia.

Cada kilo de verduras, o cochino, era un suspiro, un largo suspiro como los de

ella, cuando se quedaba mirando la puerta de la calle, por donde un día salió, y en

mis sueños la veo volver.

La emprendía conmigo: Eres un fracasado, tócate las costillas, mira como

asoma ya tu calva, pobre alma sin centro, mil veces inútil, jamás fundaste algo, a

pesar de todo lo que te di por herencia, la nulidad copula en tus sesos. No sé qué

hacer, estoy cansado, te veo, escamas el aire, con tu olor pestilente a calamidad.

Treinta años, sin comprender que la pintura es asunto de hombres, que no solo se

vive de criar cerdos y sembrar papas.


Ramón es guardia nacional, y José me ayuda en el campo, a los tres los

alimenté con la misma leche, sin lujos y sin desacuerdos entre ustedes. ¿Por qué

se me torció, mijo? ¡Mejor quedarme en la ignorancia! ¡Se es o no, de este mundo!

Ella cuidó de mí como a un hijo, sentí que era el centro de su existencia, la

seguía a todas partes, cada movimiento suyo me embobaba. La espiaba cuando

dormía, contaba las vueltas que daba en la cama, la veía tocarse los senos, bajar

las manos, meterlas entre los muslos, moverse, gemir, luego quedarse tranquila,

inundando toda la habitación.

A él se le agrió el alma cuando ella se fue, caminaba arrastrandoeldestino,

para mí era inexplicable que me dejara, que no le importara un poquito mi doble

orfandad. Luego de su ida, fuimos dos nubarrones, cargando una desgracia. Me

consolé, hice de la paleta su cuerpo, los matices sus pasos, y toda ella el universo

encerrado en la tela.

Refutaba sus opiniones, intentaba acercarlo a mi corazón para salvarlo de

sí mismo, le decía: quise ser otro, pero no pude, los colores seducían mi retina,

me bailaban como mujeres desnudas, ellas sirenas me cantaban la luz en los ojos.

Pero nada lograba, sílabas ladinas se derramaban de su boca creando una ruleta

de sermones. Veía cómo las raíces estrangulaban las paredes, así me sentía,

sofocado por él. Es verdad, nunca hice su voluntad, ni descendencia, ni

ambiciones materiales, más allá de estos lienzos, pintados con mi sangre.


ARGIMIRO

Tantos años sintiendo el lugar de tu mejilla izquierda en el hueco invisible

de la almohada. Viéndote cambiar de ciudad cuando la sospecha hormigueaba en

el alma, ocultándote en otro nombre para cada set de tu vida.

¿Cuántas veces te escuché en otras voces?Me ocupaba para sentir un

poco menos, me inventaba historias donde alguien tocaba la puerta para hablarme

de ti.La típica escena de una película de amor: Una vez en el mercado, entre

murmullos, oí mi nombre y grité ansiosa, soy yo.

No me he resignado a que no estés. Como el primer día, me siento y cierro

mis manos, pretendo atrapar la esperanza entre los dedos. Todavía camino, miro

los árboles del parque, y en voz alta hablo de mis pensamientos, a eso de ti, que

me acompaña siempre. Me detengo en el mismo cedro, suspiro, me asombro de

su fortaleza, que a pesar de su naturaleza otra, sigue exponiendo su ajenidad,

como un huérfano.

He aprendido a vivir conmigo, he inventado formas, te he concedido el don

de los milagros, te coloqué en el altar de los santos, junto a las estampitas de yeso

que heredé de mi madre, en la pared ahumada, al costado derecho de San

Antonio, debajo del ánima sola, tu fotografía iluminando mi cuarto.


POETA

Mi no tiempo, cuando me revuelvo en mi yo inflexivo, mi súper yo arruinado,

miello improbable, muerdo a mi alter ego de viaje, y siento a mi pobre ego

desdoblarse en la cruz de su calvario narcisista, ondulo como una cosadetrás de

los alambres. Nada puede romper el hechizo de un ser triste, escrito con tinta.
REESCRITURA

Antonio León Yépez no era como nosotros, lo afirmo yo que lo conocí como

si fuera un pedazo de mi piel. Como alguien dijo en sus exequias, no era ni malo,

ni bueno, no aportó obra transcendente, sólo papeles escritos con algo de

intuición, vampiro literario, vivió de la tinta de los otros, así era. Pero su penitencia

por vivir al estilo de León, aparte de ser un calvario, un presidio, quitando todo

esto, era un aburrimiento de esos que dañan el encéfalo.

Si podemos encontrar algo de esencia, un trocito de cordura, una migaja de

vida, debemos esculcar los detalles de algunos períodos un tanto gatopardianos,

hallaremos una naturaleza sin ritmo, propia de los derrotados, creo por ello, me

igualé a él, cosa de la que ahora estoy arrepentida, pero eso tampoco tiene

remedio. Siempre filosofando, llevando la contraria, contradiciendo aun las

verdades más evidentes, cuestionando cada paso, con tal severidad que se

condujo a la locura al no saber asumir que era logaritmo neperiano mi esencia

para él. Sin embargo, quedará gravitando su palabra, semejando los cometas,

apareciendo de vez en cuando con la fuerza de los látigos para gritar con sólidos

argumentos de artista consagrado; “Eso es así”.

León Yépez era un hombre inteligente, hizo creer a todos que era un

sacrificado. Después de muerto, loas y aplausos. Yo sé, el origen y la causa de la

bala que conoció su corazón. Testificaría llegado el momento, lo dejaría en

evidencia ante la opinión pública. Él no era un alma caritativa, era el inescrupuloso

testaferro de la fundación para niños con cáncer, que manejaba legalmente su


novia, que era yo, y a la que él, pacientemente, como un prestidigitador, instruyó

en el arte de desaparecer las contribuciones para causas más nobles.


HEREJE

El reloj de la catedral de San Pedro, el reloj escondido en la boca del

confesor, relojes que ya no le daban la hora; maniatada había vencido todos los

tiempos, se había hecho tiempo, espacio, pájaro con ojos de gato, envuelta en los

aullidos sibilinos de un lobo expulsado de la manada.

El Cardenal, ante aquella mujer de gestos taciturnos, siempre mirando un

punto del horizonte que él no lograba descifrar. Jamás la oyó blasfemar, a decir

verdad, su voz era casi imperceptible y, si tuviera que decirlo en secreto de

confesión, diría que era un ángel el que hablaba por su boca. Ese ser de alma

ambigua estaba preñada de silencio, sin embargo, su actitud despertaba en él un

malestar inexplicable.

Por primera vez sentía que el péndulo de la justicia escapaba de las manos

del tribunal; no se juzgaba un delito, sólo a alguien culpado de estar en el

momento y en el lugar equivocado, alguien que no se hincó ante la imagen del

Santísimo, por los achaques de un reumatismo prematuro. La castigó, no quería

arriesgarse en diatribas que desgastaran sus fuerzas de siervo de Dios. Su

imagen lo había perturbado estos últimos años, al fin lo dejaría en paz, su talante

lo libraría de una muestra de flaqueza.

¡Culpable! Fue la parca sentencia.Beatriz Cañizales, amarrada al poste, en

el centro de la pira, ensordeció el aire con su grito: ¡Dios mío!

Hasta el balcón del convento de la compañía de Jesús alcanzó su clamor.

El Cardenal Briceño, sin perturbar, con voz de teólogo, al tribunal: “hasta los

herejes se arrepienten ante las brasas del infierno”.


REY DE BASTOS

Figuras de piedra talladas, colocadas en orden cronológico sobre el

estante, pájaros recordándolo, uno por cada año que lleva ausente.

Primer año: una golondrina con las alas pintadas de luna. Segundo año:

una tortolita; tercero: un cóndor con pinceladas rojas y doradas, comiendo su

sombra; en el cuarto año: un buitre blanco, dormido al fondo de su jaula. Cinco

años, migando las horas con alpiste, para los pájaros del solar, fija, en un punto,

entre las amapolas, igual a esa tinaja debajo del alero del corredor, envejecida por

tanta agua derramada.

Herminia, cada noche, con estambre azul, crea un recuerdo, en el regazo,

deja que la aguja hile para ella otro destino. No todas tenían la oportunidad de

enviudar. Ahora, mientras crea un nuevo recuerdo, la cordillera baja lentamente,

por el horizonte que atrapa su ventana: para el quinto será un colibrí, con un Cristo

pintado en el cuello.
JUNTO AL COTOPERÍ

Cada vez que se levantaba le notaba el malestar, su dificultad para

respirar, como si el aire fuese un peso, una carga insoportable que le impedía

seguir, que le fogoneaba la carne.

Un día se irá, y entonces en los nidos de los tordos habrá pichones, los

abetos estarán crecidos, olorosos a destino.

Pienso que el viejo Toribio no tuvo culpa de nada, creo que en realidad no

vio los alambres de la cerca, no sospechó que aquella muchacha pasante de la

escuela de medicina, la que siempre iba con vestidos anchos de tela hindú, la que

le salió al paso en el cruce de caminos y no pudo concretar las ideas, dos años

más tarde volvería de la universidad y tomaría su voluntad como un trozo de

arcilla, le coquetearía, se le insinuaría, le amarraría los ojos a su cadera, para

luego desaparecer, abandonándolo, haciéndole hendiduras en todo el cuerpo,

bebiéndose su eternidad.
Se lo llevó como pellejo en las uñas, entre sus garras de buitre le fue

desgarrando el alma, con la obsesión por el deseo desmesurado se desmigajaba

por ella, convertido en enfermedad, en esa enfermedad que dejan los adioses,

encerrada en una botella, y van quebrando en cada sorbo los días en astillas de

amargura.

Mi abuela lo sabía, se santiguó en su presencia, junto al cotoperí, supo

apenas la vio, que era su desgracia.


LA CABEZA DE LA MAPANARE

La malsana costumbre de aplastar descalzo las cucarachas, me viene de

esos días en el monte, cuando decíamos que era una metáfora de cómo morirá el

capitalismo y pisábamos con saña los bichos, quedaban triturados pornuestras

botas militares. Mutilábamos sin contemplación sus cuerpos. Una vez, le di con un

hacha en la cabeza a una mapanare, el comandante Jacinto gritó esa es la cabeza

del imperialismo.

Una vaina que llamaban revolución, se puso de moda, una fiebre, una

canción, sonaba en todas partes, un plato repleto de un manjar proteico, para la

juventud, era la opción de vida más digna. Muchos nos casamos con eso, con eso,

con la idea de un mundo más justo. La mayoría activó, hizo su papel, representó

con cierta pasión una asignación transitoria, aseguro que, a la mayoría, se le pasó

como una fiebre. Fíjese, a mí no se me ha pasado.

Fuimos capturados por la octava brigada, no en una operación, ni en un

enfrentamiento; en una casa, en una reunión, de líderes de la organización. Nos

interrogaron, y todos, hasta Socorro, mi compañera, así les decíamos a nuestras

mujeres. Hasta ella, admitió que yo era el responsable de la célula. Luego cada

uno se arrepintió, no de la delación, si no de no haberlo hecho antes, ellos no

fueron a juicio, cada cual se incorporó a la sociedad. Hoy son jueces, profesores

de gran reputación, escritores que trillan y trillan el tema de la guerrilla, en sus

publicaciones, por marketing, pues ninguno manifiesta la posibilidad de una vuelta.

Los que creyeron, los otros, o están locos o se suicidaron. Y yo que soy un protón

libre, me puse a hablar con mi alma: Mija, como todos nos acusaron, no quedade
otra, hagamos lo del Cristo, y los hacemos sentir culpables, de no buscar otra

forma de lograr la utopía.

No llevo marcados los días que llevo encerrado, corté el tiempo con dos

relojes: el de la dignidad, que está detenido en el de mi ética, y el reloj de la vida,

que marcha ciego en una curva de instantes sin sentido, que corre sin saber a

dónde, y que mancha de nostalgia y amargura los años.

Doctor, qué carajo me interesa que nadie recuerde quién soy, o peor, que

se tejan sobre mi persona, cargos, que me ponen ante la opinión pública como un

delincuente. Le agradezco deje todo tal como está, no mueva, no revuelva, no

resucite a Fabricio Trujillo.

No tuve palabras para decir nada. Di varias vueltas por la ciudad, tenían

tanto de cierto sus palabras, que me incomodaba. Un escozor en el cuerpo y un

peso en la garganta, empezaron a acompañarme. Me sentía culpable de estar tan

inserto en el mundo, tan cómodo con todo, que algo de asco empezó a treparse al

espejo del lavamanos, y se reflejaba en mi cara, cuando me miraba cada mañana.

Algo de irrefutable tenían las palabras de aquel hombre.

Un mes después, a las 9 de la mañana, la Juez Mijares llamó a mi oficina,

su voz sonó como una letanía: Doctor, usted fue el último que conversó con

Fabricio Trujillo, si le dijo algo, cállelo, no lo comente, piense en su carrera, colgó,

sin oír mi respuesta.

Eso fue, lo que me hizo renunciar a la fiscalía, y al ejercicio del derecho

penal. No se puede ser justo en una sociedad injusta, defender la ley vacía de

humanidad. Pedí mi liquidación por los años de servicio en la administración

pública. Tomé mi dinero, busqué una casa en un pueblo de montañas, me dediqué


a la corrección de partidas de nacimiento, divorcios, títulos de propiedad, y a

escribir esta historia que seguramente en la corte suprema de justicia, provocará

la ausencia por algunas semanas, de una juez.


ARQUETIPO

Intentaba contradecirlo, explicarle, al menos explicarle, que deseaba no

estar sin él, los dientes rechinaban, silbaba las vocales, eran lagartos de agua que

se desparramaban, formando un caleidoscopio de reproches. Es verdad que

nunca concluí nada, me empeñaba en convertir mis acciones en atinado porvenir.

Nada logré, un total desperdicio, una máquina de excrecencias, eso soy. Su mea

culpa, quebró mis puntos cardinales, sin eje ni sonrisa, saboreé cada lágrima.

El conductor del taxi ha encendido la radio, en mis manos el celular, una

música afrolatina desarmoniza con el stalker incisivo, ¡me convertí!, en la Mata

Hari de las redes sociales.

Sin él, extranjera en mi propia vida. Miro por la ventanilla la sombra de otros

días, que aún no resultan ajenos, y la sonrisa de mi madre, quebrada, toda ella,

deshilachada por el mismo desamparo.

Gente llegando y saliendo, colas, valijas, altoparlantes, el vuelo setecientos

veintiséis procedente de Bruselas. Bruselas, jamás fuimos a Bruselas, tus

palabras en mi cerebro, intermitentes como las luces, de una farmacia. Ahora los

trámites aduaneros, justificar la maleta de más. Demostrar, con los récipes

ordenados y el informe clínico, que todas las pastillas son prescritas por un

médico, que no son con fines comerciales, sino el pasaporte a la tranquilidad.

Cruzo a la izquierda, busco el baño para damas, me retoco el maquillaje,

tomodos píldoras de la caja morada, escruto a las mujeres que entran, me percato

de una clara analogía en la moda, entre la gente que va en avión. Ya en el pasillo

que conduce a la salida,retirar las maletas. Afuera, un remolino de autos y gritos


hacen irreparable el aire, nuevamente sentir ese leve mareo, otra pastilla de la

caja blanca y verde trae de vuelta el olor de mi madre, esa fragancia a durazno

que me arropa cuando entro en pánico. Ella, que idéntica a la pared de una casa

en ruinas, cayó.

Horas después, en el hospital, me miro en sus ojos sin ambiciones, página

en blanco, calco el vidrio de la ventana, plagada de extravíos.


LA TIERRA DE LOS OLVIDADOS

La ciudad se avecina, las vallas publicitarias forman un coro de bienvenida,

aparentemente todo está igual, dispuesto de tal forma, que pareciera inevitable

volver, ¿hacia dónde?, se dice, a sí misma: se me ha derramado en el pecho

como un vaso de leche, de la boca de un niño, un lugar fuera del tiempo. El taxista

insiste ¡su dirección!, ella mantendrá agarrado del mutismo su destino, sellada,

como si no entendiese, él preguntará si no habla español, contestará, que “sí,” que

habla el idioma de todos sus clientes. Ella sabe que cada uno se hace un Dios que

muere cada día, en la náusea, locura, repulsión, de sí mismo. Un sol oscuro y

precipitado, desde el vientre, en la escritura borrada del azar, la nombrará,

tempestad palpitante, piel que canta la noche, Magdalena resurrecta. El taxista

nuevamente, ¿Dónde se queda? Casi a su oído susurra, “donde usted quiera,

todos los lugares me son ajenos”.


ENTRETELONES

Llueve a ratos, superpuestas las gotitas como bailarinas con las piernas

cruzadas, el sol bosteza en la nuca, igual que todos los domingos, llueva o no

llueva. El sábado es otra cosa, es tibio, como un beso de la maestra Adelfa. Mi tío

Nicolás, guerrillero, comandante y preso político, se graduó de abogado y ahora

es juez. Hace tres días sentenció con lugar el petitorio de la emisora que relevó de

su puesto de trabajo a un empleado porque puso betún en el maquillaje de la

primera actriz, todos saben que es un drama pasional, entre travestis. El juez dijo

que estaba bien el despido, se impone la ley sobre la justicia, y asunto resuelto. A

mi juicio esa mujer con su paso de diva es tan pestilente como un inodoro de

carretera, inventó todo ese asunto para que botaran al maquillista. Pero al juez le

gusta, y contra las morbosidades del pensamiento nadie puede. El sujeto es sobre

quien recae la acción verbal, la gramática es tan disociada como la ley, pienso

mientras repaso mis lecciones para el examen del viernes. A la profesora Marín le

gusto, ella es amante de un predicador nominal, pero yo le gusto, me mira, y abre

poquito a poquito las piernas para que le vea el oscuro laberinto. Me recuerda a

los esquimales con sus abrigos.

Soy virgen, las excrecencias de otros, u otras, me dan asco, ysolo pensar

que alguien me babeará, me repugna.

Marcelo y Magdalena son los vestuaristas, ellos están discutiendo

apasionadamente acerca del color del calzado de la segunda toma, y el contraste

en los reflectores del color de la piel de la primera actriz, sobre el cuero de los

zapatos del actor principal. Ella prefiere unos de dos tonos como de pierrot. Él se

empeña en unos sencillos satinados. La discusión se torna filosófica, por fin se


quedan con los zapatos de dos tonos, como los ojos de la chica del metro, la

ecologista, esa que también me mira con hambre. En el vestidor unos gramitos de

polvo le devuelven la alegría a Ginett. Se puso intensa con el asunto del futbolista

que la dejó por una reina de belleza.

Soy ayudante de utilería, eso me permite sacar en mi bolso lo que se me

antoje, luego lo devuelvo, y soy la más cotizada de la Disco cada sábado. David

insiste en vociferar que el argumento del viaje a la Meca como eje de la trama es

inconsistente. El director se vuelve a molestar, y lo manda a callar. Ginett también,

lo desquicia, no se concentra, su indiferencia es monumental. Ella se levanta,

vuelve a ir al baño por más felicidad, lleva un vestido suelto que le dibuja el

contorno de las nalgas, Constantino la mira sin lujuria, más bien con la frialdad de

un decapitado. Aunque no la justifica entiende su hastío, su fastidio por la vida.

¡Silencio!, todos a sus puestos, sentencia, como un Juez en un tribunal, o un cura

oficiando. Todos a sus puestos.


FE MENOR

Como si fuese un complejo vitamínico el sicoanálisis, acuesta en el diván a

mi angustia, me convence, soy un manojo de huesos, con asidero científico.

El desierto de mi cuerpo está fresco, el aire acondicionado de la oficina, me

hace cómplice de mi asistente,por simular un invierno permanente.

Entre Alaska, Etiopía o Paris, una línea imaginaria, como el amor, la

tolerancia o el respeto. El segundo párrafo carece de consistencia, su sintaxis

elemental demuestra mi intolerancia por las florituras del texto, eso contribuye a la

evaluación de la escritura de mujer como un signo de debilidad en el carácter. Una

frivolidad que va en detrimento de mi rango de doctora. No puedo permitírmelo, los

deslices estéticos son frenos en la escritura de una mujer, para una

argumentación teórica con visos de trascendencia. Mis disertaciones mentales no

responden a la temática del congreso, ni a las interrogantes históricas sobre el

maltrato. Por eso, para la conferencia: “La mujer ante el poder”. En esos cuarenta

minutos, esconderé debajo del escritorio, los gritos, golpes, indiferencia y

nostalgia. No entrarán en el ciclo de preguntas, y respuestas normadas, sesudas

disquisiciones sobre el papel.


AUGUSTO

En el cuello, las marcas de los días se le hacían eslabones de

incertidumbre. De vez en cuando conversaba con sus amigas, pero ya todos los

temas se habían agotado.

Intercambiaban hastíos, dejó escapar, en cada invitación rechazada, la

posibilidad de nuevas amistades.

Encendió su computadora, abrió la página con su perfil, mientras sorbía el

primer trago de café, sin dejar de pensar que la idea de quitarse algunos años, en

sus datos, era una vieja práctica de las mujeres.

Dos meses, al fin, un destinatario, “estable económicamente, sin hijos,

desea tener una cita”. Habló del aviso a Augusto, que rezongaba cansado como

ella.

Al releerlo se percató que no tenía el mensaje ninguna dirección, ni

siquiera un número de teléfono, eso la desilusionó, sin embargo, al siguiente día,

otra nota.

“María, deseo verte: Café Teruel, a las 4 pm, quiero estar contigo el día de

tu cumpleaños”. Faltaban 6 días. Ninguna de sus amigas apareció por esos días,

para comentarle, agotaba cada hora imaginando al ser que se llamaba Alfonso.

No tuvo interlocutor, esto le obligó a decidir cada detalle sola; la ropa

interior negra, sugerente, la blusa insinuante sobre los pechos, aun animosos, una

falda ajustada, con una abertura discreta, fragancia de jazmín, corrector de ojeras,

delineador de cejas. Atendiócada detalle, así era, metódica y quisquillosa.


El taxista enciende la radio, finge un dolor de cabeza para que la apague. Él

tararea una canción, lo ve moverse traspasado por un rayo de emoción, como si

África le bailara en la sangre.

Con el corazón vuelto un canario en la jaulita de su pecho, cruza la puerta

del Suiza Café, la cajera le indica que ocupe la mesa tres.

Le dice amablemente, con un gesto de complicidad que la incómoda un

poco: “señora, entre y siéntese, no se preocupe por ordenar, sabemos sus

preferencias, eso sí, la limonada la sustituimos por un jugo de papaya, para evitar

se avive su úlcera”. Pastel de chocolate con frutas confitadas, whisky y almendras,

una velita y una tarjeta con unas letras como moscas dando saltitos sobre el papel

de hilo: Feliz cumpleaños, no la abras antes de pedir tu deseo.

En la frente unas gotitas de sudor, delatan la ansiedad que la desborda.

Habitación 102 del hotel Esparta, abrió el sobre: “María, te reitero mi

inmensa felicidad por tu cumpleaños, y me disculpo, por no tener el valor “para ir”.

De golpe se eclipsaron los rasgos del amor, la esperanza se le ha canjeado por

una mezquina bruja, que se burla de ella. Se recompone, se siente fofa, y ridícula,

sentada en la alfombra.

Llena de conmiseración, por ella misma, mira la caja, que se mueve un

poco entre la cama, cubierta de pétalos rojos, y el tocador, con un lazo de

terciopelo, su regalo de cumpleaños.

Idéntico a su amado ronroneador, hace catorce años, hacen que sus

lágrimas, pájaros mutilados sobre su rostro, caigan en bandadas de maquillaje

ensuciando su blusa de seda blanca.


Lloraba por ella, y por augus, que murió el día siguiente a su cita en el

ciberespacio.
FLOR RESURRECTA

Junto al vaso de vino su foto, y una carta de la fiscalía con su firma.

Cuando vio por primera vez a la nueva cajera su extravío lingüístico tomó la

forma de su nombre, su aliento. Lamentó no haber aprendido a hablar el idioma de

las aves, ella era tan honda en él, tanto que en una ocasión dijo que la amaba

desde todas las vidas, que la siguió en todas las reencarnaciones, sin titubear,

convencido de que había sido marino, sólo para encontrarla.


AUTOAYUDA

Qué importa si no vuelve, esta playa no la extrañará, habrá pelícanos y

gaviotas, saldrán los cangrejos y las muchachas de busto descubierto y las

perversiones del sol entre sus pecas. En alguna parte, vedada a los ojos, la

presencia de Marcos Rengifo transita las aceras.

El agua turquesa de la bahía mirará el ocaso como quien ve el vientre de

Dios en los sueños. Faltan pocos días para que el ruido del aparato de calefacción

se torne otra vez innecesario, ocho días, ninguna eternidad es más larga que ocho

días.

Vino a buscar paz, huyendo de todo, aislándose en una pequeña cabaña

cedida por el hijo de Hernán, militar de carrera, filántropo y condiscípulo en la

preparatoria.

En los cuarenta y cuatro metros, trataría de escribir una buena historia,

después de casi veinte años.

Veinte años tirados al cesto de la basura. Alguna vez tuve una buena

historia, pero al encender el televisor, después de 7 minutos de comerciales, la

escuché llorar en un programa sensacionalista, estaba ahí, ¡trajeada de poeta!,

Amanda, interpretando una película mexicana con nuestras vidas.

Conoce al igual que yo, las leyes del mercado, el valor de la

sobreexposición de un producto, la comercialización de la vida de un personaje

público; ella, mi discípula, me ha superado.

Con una euforia desmedida, se deshace en argumentos probatorios de su

inconmensurable depresión, su peregrinación de psiquiatra en psiquiatra, sube el


rating del programa; el interés por sus textos de autoayuda, ahora ataviados por

una atmósfera de avasallante desventura, imprimen un toque de tragedia, para

alimentar la morbosidad del lector común. Ante mis ojos, su evidencia, la

imposibilidad, manifiesta en lágrimas, de sacrificar los honores del espectáculo por

los rigores del talento.

Sigo escuchándola, sus afectaciones, aunque fingidas, la asemejan cada

vez más a mí. Si escribiera lo que dice hacer, podría ser la autora de una

novedosa novela de aventuras cotidianas.

La imagino, porque eso hago cuando odio a alguien, lo convierto en

personaje en mi cabeza, le marco acciones y pensamientos, eso hice con mi vida.

Se acurruca en los rincones y la lengua arrastra sonidos paralizados por el

miedo a existir, su garganta es un santuario de disidentes sentencias del Tao, su

aroma un nauseabundo entorno de flores podridas, las piernas, dos varas de

bambú dobladas tantas veces en su empeño por adular, ahora semejan el arco del

triunfo. Recorro el apartamento, cuadros, biblioteca destartalada, huellas de sucio

en los apagadores, placas, poemas de pésima factura, fotos con celebridades del

circo literario.

Me miro en ella, un académico de 9 libros de crítica literaria, de consejos

prácticos para escribir un poema sin la palabra: recuerdo, hojas que recogen una

facultad de opinar por todo y de todo, publicados en periódicos, uno a uno, para

luego conformar un libro, por la solicitud de los más prestigiosos editores, que

beben la sangre de quienes refutan sus apreciaciones, y se apoyan en el prestigio

de humo que otros como yo, construimos.


A las 6: la agenda del día en el correo remitido por mi asistente; ella, la de

cháchara aburrida, senos tristes, sabe la rutina de mis ansiolíticos, la música

clásica que me prefiero según el clima y la hora, mientras me invento una

conferencia que me llevará a Ginebra, Paquistán o Nueva Zelanda.

Nunca el día concluye, indetenible, punzante, trocando el cuerpo, y de

repente la crisis, la necesidad obsesiva por el vacío, la ventana, la brisa en el

rostro.

En el capitán Hernán deposité mi confianza, contándole que había

renunciado a toda esa farsa que era mi existencia, que mi prioridad era encontrar

o por lo menos garabatear el retorno a mi ser más simple.

Un año y siete meses llevaba en aquel retiro, sin excesos, sin libros,

solamente papel, lapiceros, sol, atardeceres, madrugadas.

Brisa de salitre, mujeres desnudas que parecían ondinassobre el turquesa

del agua, poco escribí, sentía quelas palabras estaban en cuarentena. Sin

embargo, algo revoloteaba, era la certeza de que pronto las historias me

buscarían para ser vertidas, como agua sobre el papel.

Carolina y sus 23 años, tocando la puerta, a las 9.30 am, su curiosidad de

tesista, su osadía:achicar el hielo entre autor y libro.

Desde el primer momento una columna de tanques, una bandera de

abusos, los ojos, sus ojos eran la celada, los oídos un gran ducto despertándole el

deseo que creía vencido, conversación interminable, ella encontraba

correspondencias insólitas, significados místicos.

Un hechizo no se rompe hasta después de convertirse en carne. Empecé a

dormir entrelazado a ella, de tal forma que inventaba cada noche artificios para
una fusión imposible, quería respirarla, tomar de ella a través de su calor, la

vitalidad que me faltaba. 8 meses y 3 capítulos y la promesa de volver la última

semana del invierno.

Hace dos años leí su tesis, publicada por una prestigiosa editorial

extranjera, ahora es una experta en mí, una especialista de una obra sin mayores

méritos, si no vuelve qué importa, es la última semana de invierno que espero.

En el verano publicaré mi novela, ella, Carolina Balladares, sabrá por las

redes sociales que es la verdadera autora de “La tierra de los olvidados”. Ellos: los

personajes, mi súper yo y mi enclenque yo, esa monstruosidad que soy, entre el

consciente y el subconsciente que sólo ella logró ver.


ANAHATA

El niño tomado de la mano derecha, preguntando incansablemente, ¿a

dónde vamos? 37 años antes había ocurrido igual, pero entonces era su abuelo

quien sentía las piedras en su garganta arremolinadas desde el plexo solar hasta

su lengua. Y era Santiago de Chile, La Habana, y luego otra ciudad y otra ciudad,

un rosario de calles interminables, y ajenas, como la misma existencia. Oyendo

hablar de exiliados, emigrantes, prisioneros, muertos, traidores, de acciones

revolucionarias; y la ancha avenida del porvenir abierta con sus fauces afiladas

cual cuchillo de carnicero, sorprendiéndolo, atado como a una soga de la mano de

su padre, cavilando sobre la lista de los ausentes, seguro que, de aquella lista de

los desaparecidos, su madre jamás saldría.

El niño y sus dedos entrelazados a los de él, dos ramas, sosteniendo el

fruto invisible de la esperanza, preguntándose ¿a dónde vamos?, respondiendo, y

respondiéndose: “Al mundo, vamos a buscarla en el mundo”, el pequeño agrega:

“es que estamos en el mundo” y, él, “sí, en el mundo”. Siguen caminando

volteando para todas partes cuando repentinamente el pequeño se detiene:

“Vamos a caminar hasta siempre”, entonces el hombre recordando la lista que se

tragó a su madre, comenta “No, nunca es para siempre, el nombre de tu madre no

está en ninguna lista, está en cualquier ciudad escondiéndose de ella misma”.

Luego de una pausa, vuelve a sujetar su mano, como quien detiene una

erupción volcánica, intuye que algo se ordenó en la jaula de su pecho, sin edad,

lugar o tiempo. Seguirá buscando una clave, señal, dato, cualquier guiño o
ademán de la suerte, que lo conduzcan a ella, mientras traduce los instantes,

repitiéndose, en el paralelo espacio de la sombra, nunca es para siempre.


CLAUSTRO

En una de las mansiones más ostentosas de la calle 12, ahí, cautiva, sin

tener nada contagioso, sin lesiones que le impidan moverse, negada a levantarse

de la cama, siendo víctima de acusaciones infantiles: “que si es hipocondríaca”;

“que es la más loca de todas”; “que si es maniaco depresiva”; “claustrofóbica”, y

un rosario de enfermedades del espíritu, que están en lafarmacopea de la psiquis

de los doctores que la han tratado, explicaciones blandengues,venidas de la

imposibilidad de entender,dela incapacidad de verlo invisible, sostenidas en

elucubraciones sin fundamento.La señorita Hortensia tiene doce años que no sale

de su habitación, prisionera por su propia voluntad, negada al mundo desde el 2

de noviembre de 1973, día en que la encontré bajo una sobredosis de somníferos.

La recluí debajo de su cama; fundaría desde ahí, un ministerio, una terapia de

dirección, para el resto de recluidas.


PUNTOS SUSPENSIVOS

Una gota roja, tras otra gota roja, una cadena de puntos que llegaban hasta

la femoral de Antonio Hernández, hasta el cuerpo pálido, hasta el charco oscuro

que rodeaba la cama, las sábanas, las toallas, el frasco de colonia sin tapa, el

vaso de agua que no alcanzó a beber, la imagen de Cristo colgada en la soledad

de la pared, sobre la cabeza de la otra soledad.

―Un apartamento en el centro de la ciudad es un sueño para quienes

como nosotros no tenemos un carro. Manuel no tendrá que despertar tan

temprano para ir al colegio, tendrás el abasto, la farmacia, todo cerca.

En la morgue, la aseadora, el conserje, dos policías y una lluvia de

preguntas, más allá, el cadáver desnudo con un moretón en la pierna derecha, la

boca cerrada, tieso, con los ojos abiertos, los dedos estirados como varas.

Manuel no se acostumbrará, en casa de mi madre tiene niños con quien

jugar, mudarnos a este edificio fatigado, no me parece una buena idea, Vicente.

En la urna donada por la municipalidad, en la capilla velatorio, sin rezo, sin

acompañantes, la aseadora y el conserje, junto a los vagabundos que tenían aquel

lugar como refugio.

―El psicólogo les aconsejó tener otro hijo, los niños que crecen sin

hermanos inventan amigos imaginarios.

Dentro de la iglesia el párroco, y no más de seis personas oyendo la

misa.A la izquierda la virgen del Carmen, llenaba la atmosfera de un aire

sepulcral.En el púlpito, el cura absolviéndolo sin saber cuáles eran sus pecados.
Camino al cementero el cortejo dispersándose, cuatro personas lo acompañaron,

y el silencio bajo el sol de las cuatro de la tarde.

Nosotros somos Dioses refundidos, estoy más cerca de ti, que de mí

mismo. ¡Vicente! ¡Sabes convencerme, nos mudaremos!

En tu blanca piel encontré mi desmesura, tu vocación de pájara es la tinaja

donde mi ser busca contenerse.

Ya te dije que nos mudaremos. Recuerda cada verso, cuando estrenemos

nuestro cuarto.

En el sector norte del cementerio municipal el ataúd bajando por las sogas,

la tapa de concreto, la cruz con el nombre: Antonio Pífano nació, 1930, murió el

18-01-85, Q.E.P.D. Sin flores, ni lágrimas. Del apartamento sacaron sus cosas,

desprendiéndose de ese episodio de la historia de Antonio, ahora inserto en otra

trama menos dolorosa.


ENTRE MUJERES

La amiga de una amiga mía, contaba: Mi marido me abandonó por una

mujer joven y fuerte, él, de mal carácter y achacoso, no era un mal hombre, por

eso siempre la bendigo, yo no podría con tanto.


CRÓNICA DE UNA SOMBRAS

En los corredores de una casa en penumbras, bajo un cielo sin pájaros que

devasta el corazón, una dama desempolva una bailarina de porcelana y otras

estatuillas colocadas detrás de una velita blanca. Resplandecen como soles

diminutos, en sus manos.Síntesis de la eternidad, sobre el límpido espacio de un

velador de mármol. El fríoque inclemente se filtra por las rendijas, no la detiene en

su afán, un Dios mudo en sus entrañas, antes un río desbocado se ha despedido

para siempre. Arrastró rocas de palabras que formaron un dique indestructible que

la protege de inundarse.

Ella, un efímero rasgo en las alas del día, desechó la risa, la sepultó en una

vasija de oro, en las desmoronadas paredes de su juventud, desde entonces

evoca su ser a los héroes medievales, incansables, sobrehumanos, en su poder

de atemperar el alma, de incidir sobre las destemplanzas del clima.

La señora hierve una infusión de canela y suspira tan holgadamente, que el

gato sobre la alfombra responde con un ronroneo y un movimiento de cola.

En la distancia, el suspiro se va haciendo un débil eco, materia del aire, es

probable, se transforma en figura de humo y vaga en los invictos caminos como

una sombra.
ERIDU

Un alfabeto de latidos borronea tu ausencia. Algo precipitó el día y anegó

de tinieblas la inútil promesa de la madrugada.

Él mostraba un morral con la soga, me sugería que eso era un solo dolor,

apenas unos minutos, y agonizaría toda intensidad. Anda, despósate con este

instante, sabes que todo es igual a nada, hasta esa maldita manía de escribir

pendejadas.Entiende, no hay sentido, es azar y más azar, el paso de los mortales

por este valle de lágrimas. Sigue su monólogo volteando para todas partes,

cuando repentinamente el niño que sostenía su mano, sale corriendo, para

encontrarse con la que intuyo, es su madre en la acera frente al establecimiento

de vidrios donde me aturdo, con este zumbido de palabras como abejas en mi

cabeza. Serena como una virgen renacentista, coloca al niño contra su pecho, su

cabello largo es un cielo nublado que cae sobre su espalda, agitándose

suavemente con el aliento de los Dioses del aire. En espera del hombre que sin

cesar sigue hablándome: en ese punto de su larga exposición un mutuo

reconocimiento de repente me embarga, un sentimiento de familiaridad, te percibo,

a un nivel que rebasa los límites de la conciencia, con una hondura que

normalmente está reservada para las personas más íntimas, las que aceleran

nuestras pulsiones.O incluso más allá. Nuestra cercanía es de carácter intuitivo,

sabemos de antemano cual será la reacción a lo que aún no se ha dicho.

Profesamos una seguridad y una confidencialidad monumental, que son

posibles cuando se sabe se trata de un solo ser.


Imagino tu vientre, abrigado, galopan antílopes en los brotes de pasto tibio

que se vislumbran en tus escarpadas pendientes, derriten el hielo de la muerte.

Supe que eraun espejismo, esa imagen de ti, esperándome. La conciencia se

ilumina a medida que el velo se va descorriendo. Tal es la fragilidad del destino.

No todo el mundo está preparado para percatarse de estos oasis del pensamiento.

Tú, el milagroso invento del paciente 14218, en el pabellón de los enfermos de

SIDA, donde te despediste de la vida, hace 6 años, explicándome: La ruptura de la

unicidad se da lentamente y de modo sutil, ante la misma ventana debemos cada

tarde estrenar una nueva mirada, diferente a la de ayer, inexistente como la de

mañana.
POST GRADUADO

a: Cesar Escalona

El ticket del metro apretado en mi mano, y el borrador de toda mi

investigación en mi laptop arrebatada por un muchacho no mayor de quince años

que seguramente, la venderá por algunos gramos de perico. El desvelo de casi

una década se fue por el caño. Quiero caminar, olvidar, convencerme, que esto no

me sucedió a mí.

La distancia del Partenón ahoga mi saliva; en el gemido de la calle, urde en

mí tu mirada. Deshilacha el espacio, en el muro de las ofrendas. Sorte es una

llama cóncava, encendida por tu rostro, umbral de lo inconmensurable.

Me baño en tu sed, fuerza de lo único, suspende el alba, en la edad del

olvido. Busco descender a tu palacio de agua, en el hálito azul de tu río. En medio

de llameantes sombras, el rugido del leopardo sostiene tu salvada luz.

Recriminaste mi tardanza, por eso me exalté en tu nombre, abismada de

incandescencia, mi alma gravita ahora desvelada, ¿de dónde vienen tus

palabras?, semillas en el aire, cantan el cielo con tu voz de niña.

No necesito más velas ni tabacos, las estampitas de San Marcos de León y

María Francia, se las regalo a la caravana de los chamarreros, mi tutora ha jugado

un papel esencial en el manejo de la bibliografía. Mi hermano Manuel me increpa:

la inconsistencia de los trabajos antropológicos, de naturaleza mítica, radica, en

que se basan en hechos no comprobados, alimentan la imaginería popular, y

sirven para justificar la charlatanería de los ignorantes.


La tesis se la he dedicado a mi Madre, María Candelaria Carrasco Sifontes,

que, aunque curera, me ha agradecido el gesto; una revista del New York Times

publicará un artículo sobre mi investigación.

Sin embargo, algo inacabado me cerca en ti, embiste de claridad, con un

alfabeto distinto puebla mi oído, con una palpitación sin mancha.

Los pasillos de la facultad me son ajenos, yo transito cada una de tus

sílabas, un sendero de flores empieza a perseguirme.


APRENDIZ

Dirá que llegó tarde porque se extravió una muestra sumamente importante,

también tendrá que inventar el nombre de una enfermedad, de una nueva

calamidad, debería poner cara grave, trágica. No titubeará, la certeza de su

inteligencia, la convierte en una extraordinaria fingidora.

Era de un pueblito diminuto, del centro del país. Jamás vi arrepentimiento

por dejar a su familia, o alguna añoranza por el terruño, había fijado con hierro sus

objetivos: no regresar, quería ser bióloga, y lo logró. Por el contrario, mi vida era

una raíz profunda aun creciendo en una montaña del páramo.

Un animal hambriento, era Maribel, engullía con avaricia las horas. Por eso

pensó que no me daría cuenta. Falsificaría la realidad, con reuniones, congresos,

y demás ocupaciones fantasmas. No se percataba que era una luz detenida en

mis ojos.

Nuestras diferencias no eran irrelevantes, funcionábamos, cada uno en su

mundo. Ella pendiendo de las estructuras lógicas, la exactitud, la técnica, toda ella

una ciencia exacta. Un sentimiento de frustración me caminaba en las manos, por

el amor que se nos convirtió en un fruto sucio de humanidad compartida.

Repasa con lentitud sus muslos blancos y firmes, la desnuda con hambre,

los senos redondos y duros, se revelan para él, su código deja de ser secreto,

vivirá su cuerpo, y sus besos, impregnados de la goma dulce de los caramelos de

coco, que le regalo, cada mañana. Los afilados dientes trozan el aire, turban los

linderos de lo imposible, desboca sus límites, convierte su apetencia en lujuria


consumada. La noche, entra en otra noche, gasta hasta el último aliento del

silencio.

Creo que ella advirtió que lo sabía, pues sus mejillas se colorearon y unas

gotitas de sudor brotaron encima de su labio superior, además, sus ojos se

abrieron para entrar en los míos, asaltándonos uno al otro en la mirada como

ladrones de una misma presa.

Decir algo, ¿Para qué?, mis palabras se escondieron, como temiendo,

como advirtiéndome, la historia no se devuelve. Tarareo una canción con

insistencia: aquí estoy, fui, pero jamás me ausenté, una y otra vez. Yo nadaba

pleno en su mundo, entendiendo que es una rosa convulsa su piel, y florece a la

alegría, que se le ha dado vivir.


LUNA LUNA

Te conozco de alguna parte, Me llamo Grecia.

Mi Romeo,

Mi Julieta,

Muero por ti,

Y yo muero más

―Corten dejen las tonterías, así no terminaremos nunca

―Te conozco

― ¿A quién?

―A ti

―Quizás de la película “Luna, luna”, soy Matilda.

―Ya está bueno, ¡Mierda! Ustedes nunca están en lo que están.

Aplausos de algunos del elenco, Alfredo se encoleriza,

―Coño, así no puedo.

Entonces me pongo a mirar en mi tablet cómo hacen el amor los caballitos

de mar. Y me quedo quietica, cuando Alfredo se molesta manda todo al carajo.

Cruza por mi mente, aquella chica que conocí en el metro, bueno que vi en el

metro, ella estudió conmigo el primer año en el liceo de monjas. En el metro no se

conoce a nadie, todo el mundo está en lo suyo, todo el mundo, orbitando sobre su

propia soledad. Aburrida, con todo y los cien mil libros que ha leído, tan aburrida,

tanto que provoca sueño oírla, aburrida como una clase de historia

contemporánea. No entiendo, dice ser ecologista, y es tan artificial. Estoy

pensando a saltos, distrayéndome, como dice mi madre, eso hago en clases, en


vez de oír lo que dice el profesor, siempre ando inventándole historias ocultas, con

un tutu, o peluca, cualquier vaina que me haga pensar en otra realidad.

Grecia tararea una canción de rock, mientras la miro.

―Hagan silencio, gritan de la cabina de sonido.

―Silencio, repetimos a coro.

―No jodan, hoy no haremos ninguna toma. Renuncio a hoy, nos vemos el

sábado a las dos.

¡Mierda!, se molestó de verdad, Alfredo.

―Hasta mañana, repite un corito burlón.

Es sábado, son las dos de la tarde y todo está dispuesto, la escenografía

impecable. Tatiana es arquitecta, aunque no es por eso que todo le queda

perfecto, a pesar que controla su compulsión con pastillas, yo lo sé porque la ve el

mismo médico de mi mamá, una vez nos cruzamos y se hizo la que no nos vio,

pero yo soy amiga de la asistente y le pregunté, tiene años tratándose, le da

vergüenza admitirlo, hasta en eso pretende ser perfecta. Es tonta, tratando de

parecer sana, en este mundo donde lo raro es no ser un poco loco. Su espíritu

obsesivo la pone a mover los ojos como desquiciada, supervisa hasta las pelusitas

que suelta Frida, la gatita que actúa de mascota de la coprotagonista. Una vez la

escuché decir que se hizo escenógrafa con Martin Chopeen, ni idea de quién es

ese tipo, pero debe ser importante con ese nombre, mi mamá siempre dice eso, la

gente es como se llama. Mi mamá lee las cartas del Tarot. Tu destino no está en

este lugar, este no es tu sitio hija, repite, y repite, en cada lectura. Tatiana nunca

pierde tiempo, es la encarnación del orden, clarinete de soldado: Avancen, ¡A la


carga!, luego extenuada, se queda serenita, debe ser que le hace efecto la

pastilla, ¡Observa a todos!

Matilde le retoca la nariz a Sofía, mientras Ernesto con su voz de corneta, la

fastidia, con sus impertinencias de macho en celo. Atención, llegó el director.

―A ver: toma uno.

―Toma uno.

Se nota cansado Alfredo, seguramente tuvo bastante ajetreo con Kike, el

utilero, esa, con cara de coplead fumado.

Romeo: ―Júrote, amada mía, por los rayos de la luna que platean la copa

de los árboles…

Julieta: ―No jures por la luna, que en su rápido movimiento cambia de

aspecto cada tanto. No vayas a imitar su inconstancia.

Romeo: ―¿Pues por quién juraré?

Julieta: ―No hagas ningún juramento. Si acaso, jura por ti mismo, por tu

persona que es el dios que adoro y en quien he de creer.

Romeo: ―¿Pues por quién juraré?

―Corten, muy bien, muy bien.

―Toma dos.

Julieta: ―No jures. Aunque me llene de alegría el verte, no quiero esta

noche oír tales promesas que parecen violentas y demasiado rápidas. Son como

el rayo que se extingue, apenas aparece. Aléjate ahora: quizá cuando vuelvas

haya llegado a abrirse, animado por las brisas del estío, el capullo de esta flor.

Adiós, ¡ojalá caliente tu pecho en tan dulce flama como el mío!

Romeo: ―¿Y no me das más consuelo que ése?


Julieta: ―¿Y qué otro puedo darte esta noche?

Romeo: ―Tu fe por la mía.

Julieta: ―Antes te la di que tú acertaras a pedírmela. Lo que siento es no

poder dártela otra vez.

Romeo:―¿Pues qué? ¿Otra vez quisieras quitármela?

El director con voz de barítono estreñido.

―Corten. Hemos terminado.

Matilde y yo quedamos para el sábado por la noche. Tomamos un té

helado, en el Ruso Café, luego nos fuimos a la discoteca “Galaxia”. Allí nos

sentamos en lo más obscuro, pero de todas maneras nos vio Ernesto, el siguió

molestando a Matilde, discutieron, me fui al baño, para evitar las escenas, siempre

desagradables, que montaban, al regresar me encontré con la sorpresa:se habían

ido, en mi teléfono, un mensaje de texto: Nos vemos en casa de Toti. No sé dónde

vive Toti y no puedo averiguarlo a las 11 de la noche, ellos no contestan mis

mensajes, seguramente se les descargó la batería, o la recepción no es buena en

casa de Toti. Empecé a recorrer la ciudad, con la esperanza de una llamada. En el

piso de mi auto estaban los zapatos, la cartera desparramada por un frenazo de

mi impotencia. La dignidad de Matilde, revuelta con una caja de preservativos y

una cajetilla de cigarrillos vacía.


ÚLTIMA ESCENA

Qué final, parece un helado de pollo con chocolate, absurdo, tan absurdo

como el vestuario de los personajes que recreo en mi cabeza, cuando me aburro.

Este poquito de cielo blanco me convence, que vivo los cinco minutos de la

propaganda de Champú, y mi película no es este final, con el gato durmiendo a

mis pies.
CARTA A MI MADRE

“Agarren a ese loco”, creí que era conmigo, entonces corrí sintiéndome

extraño, trepé a la ventana, y seguí corriendo por la orilla de la sombra de las

tapias. “Agárrenlo”, corría más rápido, con corazón sonando como un tambor,

como un búfalo perdido de la manada. Vi una cerca de alambres, intenté abrirme

paso, pero estaban muy bien entramados, encontré una lata y me empiné, logré

saltar, me lastimé las manos, y el resto del cuerpo, con las piedras y los arbustos

espinosos que estaban del otro lado, me dolía cada hueso.

No puede ser, tener que decir “No sé nada” así como empezar a repetir por

repetir, sin querer andar por allí de vagabundo, haciendo un lugar en el otro, en el

nombre del extraño. Así me dicen que diga, así lo digo, me acomodo, callando,

semejando a un recién nacido, si no me convierto en el hombre que soy, en el

éxodo, en el expulsado de todas partes. Me suplanto.

Me preguntaron quién era, no les respondí, que escriban lo que les dé la

gana, que pongan en esos papeles del carajo la edad que quieran, si me cortan el

pelo, que me lo corten, Total, No me interesa probar nada, es mejor así, sin dar

referencias, ni una, tal vez logre al fin huir de mí mismo. Ojalá, después de esto,

me regalen un báculo, para poder levantarme.

“Se escondió detrás de aquellos edificios,” la ansiedad que produce saber

que te persiguen se fusionaba con el olor de la calle mojada, parecía una

confabulación de esa luna redonda y blanca como plato de pobre. De repente me

asaltaban la pregunta: ¿Por qué corro?, pero ya era tarde. Aquellas linternas

lamiéndome la oscuridad, quitándole polvo a la noche, un ciempiés de gente


buscándome, intenté esconderme en la penumbra, pero sus luces me

encontraron: ¡Se metió en la tanquilla!, ahora sí, no se escapa, ese loco, ese loco

de mierda.

Dentro del alcantarillado hay cables negros y verdes, gruesos, y delgados,

los pisaba y corría. Ellos seguramente me habían visto entrar, pues también

supieron de los cables.

El aire era escaso, poco para tanta gente, el calor se iba haciendo infierno,

el miedo me indujo a pensar en entregarme, pero una voz interior me inducía a

correr un poco más, a lo mejor pasa como en las películas y esa alcantarilla

también desembocaba en el mar. Seguí corriendo, los gritos me zumbaban las

orejas, se devolvían de alguna parte, de regreso me golpearon con ensañamiento

desfigurándome la cara.

Vuelve la mujer que hace las preguntas, junto al señor de bigote que

parece muy interesado en mi caso. Voy a hacerme el dormido, ellos se van a

conversar: ¡Pobre hombre¡ ¿Quién será?, no parece de aquí, es muy pequeño,

además corre mucho, se nota que no tiene mucha edad, me da lástima

despertarlo, pero hay que llenar el reporte.

De repente es extranjero y no habla nuestro idioma, o es idiota y no

entiende, o es sordo y no escucha, pero algo tiene que ser. Callado me decía,

todo sale de la nada, hasta sus batas blancas, pero no soltaba una sola palabra.

Es que tenía ampollas en los pies de tanto usarlos en la carrera.

Al salir de la alcantarilla imprimí más velocidad, no hay donde esconderse,

miro al lado derecho y hay una claridad que no es de linterna, voy allá, llego, es

una planta eléctrica, la alambrada es alta, como estoy cansado no me aventuro a


escalar. Escucho los pasos cerca, no sé cómo, pero me encuentro dentro de la

planta, por fin tengo lugares para esconderme, metido detrás del panel de

trasformadores, no respiro, temo ser oído. Ellos gritan: por aquí debe estar,

busquen bien. Presiento que me van a encontrar. Decido esconderme en un lugar

donde ni yo me encuentre.

A la primera mujer y al hombre con bigotes se une otro par de zapatillas

blancas, buscaban a otro. Una de ellas dijo: No se parece al fugado, no sabría

decir si es él, pero no ha dicho ni una sola palabra, no ha tomado agua, ni ha

comido, creo que puede ser él, con tantas raspaduras en la cara y en el cuerpo,

mira tiene ese ojo amoratado.

No me atrevo a decir nada, me siento extrañamente protegido en este

lugar. Acá, tengo un espacio para mi silencio, para descubrir quién soy.

En este lugar soy anónimo para el mundo, como siempre me he sentido.

¡Aquí está!, todos me caen encima, me agarran, me amarran, me golpean, es el

procedimiento de rutina. Cuando me llevan de regreso veo una sombra que va

escapando entre las islas de la avenida principal.

La celda trece es pequeña, ventilada, con vista a la calle, en ella tengo una

cama dura, sin más muebles, porque según ellos soy peligroso. Aun no sé qué me

impulsó a correr, si solamente venía a esta ciudad a llenar la solicitud de empleo

como terapeuta de enfermos mentales rehabilitados, me robaron la maleta al salir

del autobús.

Vine a tratar de establecerme, lejos de Carolina que me abandonó por

Alfredo, mi hermano menor. Vine a escapar de mí, y lo logré.


MALDICIONES GENERACIONALES

Una caja de chiclets de canela, un paquete de cigarros sin filtro, cerillos y la

imagen de Amma Amritanandamay, la mística de los abrazos, repitiendo como

una letanía en mi cabeza, un gurú; enseña una forma de vida. Y la otra voz, la

tuya, el capitalismo, impone el juego de las derrotas. Mi gato, adicto a la perrarina

y el retrato que pintó para mí Néstor Davoin, junto al televisor de plasma última

generación, sugieren la holgura económica que me permite mi profesión, de

antropóloga forense.

El silencio, cuando no está encendido, es mayor al de las películas mudas,

que veo cada noche, mientras miro mis brazos, con esos punticos marrones, que

disimulo con maquillaje. Fue una lluvia de garrapatas, sí, de garrapatas que se

pegaron y se me pegaron a mi cuerpo, siendo apenas una niña, contemplando a la

abuela, en su hamaca, que me dejaba con el sabor en la boca, del dulce de

durazno que se volvió un recuerdo amargo. Ella, quietica como un cachorrito,

desleyendo las horas, en tazas de café.


DECISIONES

En la emisión matutina dirán su nombre, su nombre dará vueltas en un

carrusel de palabras.
REINA DE SABA

“El viento del desierto ondea las palmas de sus manos”

Humberto Díaz Casanueva

En la veintitrés con veintiuno, cerca de la iglesia “San Juan” en la esquina

que da con el “Suiza Café”, siempre está sentada una mujer, de unos cuarenta y

dos años, no es extraña a ningún transeúnte pues pienso que todos la toman

como un elemento más del paisaje urbano, pero no es así, ella tiene su historia y

la narra a quien se ocupe en llevarle café con leche hirviendo y una torta de

chocolate.

Al salir de la oficina le compré la merienda, ella como parte del decorado

canoso y harapiento de la esquina del “Suiza Café”, pastel en mano, tres, cuatro

mordiscos de perro callejero, luego, una pausa, un giro del carácter, refinó sus

modales, picoteando como una dama inglesa, su postre, comenzó a hablar,

apuntando el cielo con el índice derecho: Soy la Reina de todo esto, pero ustedes

no lo ven. Se santiguó, y siguió comiendo, con el meñique levantado y la actitud

de un monarca sin fingimientos. Gestos delicados, pareciera entonar, con cada

movimiento, la Marsellesa. Entre sorbos de café, me paseó por la leyenda de

Juana de Arco, con la pasión de quien la historia la ha vivido, para terminar con un

leve suspiro: pobre niña, nació fuera de su tiempo. ¿Quién era? Ahora mi

curiosidad era mayor.

Incorporé su merienda a mi rutina. Al salir del trabajo iba a oír la historia del

mundo sentada en una acera, Zarinas, Cacicas Indígenas, Santa Teresa de Jesús,
o esposa de Napoleón. Cada dato lo consulté en diccionarios y libros de historia,

todo era verídico, fechas, personajes, situaciones, una dimensión infinita ese ser

sin nombre. El rito urbano de la indiferencia, su escenografía violenta y

depredadora con gente que marcha por inercia, que habla sola, mientras llega al

metro, sin sombra, inventándose historias.


DESTERRADOS

Un suspiro cruza este pueblo sombrío, su eco abraza las paredes de las

habitaciones abandonadas, donde otros escribieron con caricias los silencios,

alguna vez.
SOR JUANA

Te odié, la primera vez que te vi, te odié. Subía las escaleras cansada de la

vida, iba a llenar unas planillas para una beca interna de la universidad, y la

migraña compañera fiel hacía de las suyas, mi cabeza era el lugar de encuentro,

de una silla de dentista y una jauría de lobos histéricos, y tu detrás de mí, a todo

pulmón: “Me gusta cuando callas porque estás como ausente, y mi voz no te toca

y parece que un beso te cerrara la boca.”

Alcanzar el tercer piso, sin voltear, fue una tarea de Titanes. Frente a su

escritorio, Soraidita, yo sin saludarla, altisonante. Al señor, Pancho Villa, hazle

saber, que no aguanto el dolor de cabeza. Enmudeciste, ella como impulsada por

un resorte, me dio las planillas, y un bolígrafo, tú te fuiste sin decir palabra.

Empecé a preguntarle detalles, para enfriar un poco el ambiente con

algunas bromas, ella con una mueca me dijo, eso lo mandan así.

Te colocaste detrás de mí, con dos pastillas en la mano y un vaso de agua.

Me percaté de la media luna que delineaba tus pupilas mientras bebí a grandes

sorbos, como un condenado a muerte.

Aun hoy no sé el nombre de las pastillas, pero me hicieron llorar, tuve que

aguantar la respiración. Salí casi corriendo al baño, y un pájaro de agua que

anidaba en algún lugar del corazón, subió a los ojos.

Era otra la que lloraba, la que estaba del otro lado de la imagen, del espejo

empañado, la niña triste, y regordeta de la primaria que andaba sola en los

recreos de la escuela de monjas, la otra, la de las pesadillas recurrentes, con su

madre, que al voltear se convertía en ella, una mujer desolada.


Volví, atajaste como una piedra en el aire tus palabras. ¿Lloriqueaste?, no

respondí, tomé las planillas, las habías llenado todas, un trabajo impecable.

¿Desde cuándo estabas en mi vida, y yo no lo sabía? Sentí tu protección, el

abrazo de quien sin tocarte da con su sola presencia, la seguridad del hogar.

Sor Juana, eso no te lo van a dar, a menos que seas amante del rector o

alguno de estos jefecitos, siempre es igual, se la dieron a fulana, luego a la mujer

de fulano y mengano, que en algunas ocasiones hasta se las intercambian.

Soraidita asintió con un movimiento de cabeza.

¿Tú no te acuestas con ninguno de los payasos, Sor Juana? Apreté las

planillas contra mi pecho, y sin decir palabra, salí de la oficina, y tu detrás de mí.

Cruzamos la calle, y entramos al patio de una casa donde servían menú, para

estudiantes.

Pedí sopa de cebolla, y comí, con la respiración entrecortada, tú un vaso de

agua, con desgano. Pagaste cuando fui al baño. Insististe en ello, acepté para

solventar el agravio, de mi malcriadez inicial.

Muchos años después, supe que caminaste 20 cuadras por la generosidad

de ese almuerzo.Éramos pobres incluso para un plato de sopa.

Nunca entregué las planillas, no lo lamenté, la beca la facilitaron a quien

llenaba los requisitos más allá de lo impreso. Volví a la semana siguiente, y

estabas en la parada, en el mismo lugar que nos despedimos. Fumabas. ¡Sor

Juana! ¡Sor Juana!, me hiciste reír por tu ocurrencia, me decías así, No me

desagradó. Subí a clases, y todos al saludarme decían Sor Juana, en ese pueblo

la vida privada no existe.


Bajé de prisa, satisfecha con mi exposición, incómoda con las risitas, pero

mi bolso roto me preocupaba más que eso. Y pasó lo esperado, toda la ropa

escaleras abajo. No era mucha, pero la recogiste, la metiste en tu morral, y la

sensación de abandono que me ha acompañado, toda la vida, desapareció en

esos momentos.

El autobús que me tocó en suerte, para mi travesía de cuatro horas, sólo

me llevaba a mí y al colector, el chofer no iba a esperar por más pasajeros. Con

esa conmoción, que producen los espacios vacíos y las tardes andinas, regrese a

mi casa.

Pelar papas no era mi especialidad, pero lo hice la segunda vez que

pernoctamos en la Posada El Edén.Empezó a ser la forma habitual de pago, el

dinero de la ropa que yo mercadeaba y tu sueldo de maestro no compensaba la

decisión de vivir juntos.

Cambié abruptamente el televisor de canal, la película estaba en su mejor

momento, pero las coincidencias con nuestra vida, dejaban predecir el desenlace.
MADRE

Quién se detiene a definir algo en los jardines de la universidad, o en

alguna de las cafeterías que la rodean. Era todo a prisa, como a control remoto,

todo poseído por la neurosis. Callabas, aparentemente estabas muy interesada,

creo que por ello, te propuso ir a Europa, con la lentitud de sus fantasmas, atada

por el esqueleto del partido, que amenazaba con inventar la primera internacional,

para entonar las consignas encalladas en las utopías de Tomas Moro, del rebelde

Orán, de Maimina Shilacci, hasta en la de Adolfa Burgos, la española que

desembarcó en el Orinoco, con su piano de cola, sus 26 baúles de cedro, cada

uno cargado por un negro del Congo.

Preferiste quedarte, y que el suspiro de tu nostalgia caminara como un

cortejo por el pueblo, con la largura de la caravana de un Emir, regresando de

Etiopía. Intentaste fundar un reino desde tu vientre, pero una Amazona no basta.
MELTIN POT

Sobre la ceja derecha una cicatriz deletrea todos los golpes, atraviesa el

espejo, recordándole el traspiés en una calle de Francia cuando huía de la policía

de inmigración sin saber hablar inglés ni francés, una cicatriz de deportado, de

indeseable, una cicatriz que deja al margen cualquier palabra.


ROMEO

Bailo, me convierto en pulpo, mi cuerpo crustáceo se pierde en la sirena de

una ambulancia. Los intelectuales no se maquillan, no hacen el amor hasta

después del noticiero. Soy autista, me encierro en el paréntesis, en los puntos

suspensivos.

El tiempo cambia, a semejanza de los partidos de izquierda, sus

fundamentos.

¿Animeid?, la ortografía de las horas contigo. Rosa sin pétalos como un

poema surrealista. El cuadro de La última cena, sobre la pared del comedor, y la

traición de sus santos, que tanto me asquea, Dios no está en ellos, ni en los

pasillos blancos de este hospital. Se esconde, como yo me le escondo a la vida.


CULPABLE

Él se tomó el último sorbo de agua como a las cuatro de la tarde. Dolores,

acababa de salir, cuando la policía la interpeló, no dijo nada, no sabía nada,

solamente le sobrevenían cinco años de golpes, regaños, embriagueces

matutinas, cinco años sintiendo abandono en la carne, tibiándose sola.

Ahí estaba verdosa la piel, los labios morados, y en mi memoria, él tocando

un piano de cola, como si fuese una película muda, él moviendo la cabeza girando

como un tíovivo, las teclas en las manos enjutas, tapiz de viejas perversiones.

Lo conocí la noche en que estaba decidida a terminar la rutina de secretaria

divorciada, amante de los jefecitos de turno. La última aventura casi me cuesta la

vida, con la mujer de Alfonzo, amén del escándalo y las risas de los compañeros

del departamento de asesoría. Ya no más.

Me convertiré en dama de la noche, en la luz de los escenarios, apagaré la

oscuridad que me contiene. Bailando en lugares nocturnos, sacaré al fin provecho

a las clases de ballet del instituto donde una tía bailarina me llevaba de niña.

Él estaba allí, sería su primer cliente, con su olor a tabaco y ginebra, la

convenció, con promesas de amor eterno. Quienes tienen el corazón roto, creen

más fácilmente en los milagros.

En sus ojos húmedos, ella no vio lo que ocurriría cinco años más tarde,

creyó que le daría algunos momentos de alegría, él no tenía ni dinero, ni la

vitalidad que vociferaba, tampoco la paz para una vida serena.

Además, su sangre guardaba una suerte de leucemia que le hirvió con más

fuerza, cuando ella ya no creía en él, eran demasiadas mentiras amontonadas que
hacían un infierno la vida en común; los gritos de un malestar físico que, aún hoy,

no sabe si era fingido, detonaba una callada rabia, que trepaba como serpiente las

paredes, para luego lamerle el alma, con su saliva amarga.

En la comisaría, el vaso que Dolores horas antes había llenado con agua

era la evidencia, para un policía que no cesaba de mirarla con desprecio.

Solo le serví agua, y salí de la habitación rápido, él tenía ataques de tos y

eso siempre me causaba angustia; lo juro. Entré y lo vi tirado, creí que estaba

borracho.

El policía copiaba, con su movimiento de cabeza, ladeada hacia la

derecha, le recordaba a Giussepe cuando tocaba su piano de cola.

Preguntas y más preguntas, ella, nerviosa, contestaba, contradiciéndose,

sin atinar a coordinar las ideas.

No sabía la dirección de los familiares de ese hombre, que era su esposo,

y a la vez, un desconocido, además, nunca había aprendido a contestar el

pésame, mucho menos a responder a un policía que a cada rato le decía que sin

lugar a dudas ella sería condenada.

Dolores De Gracco escudriñó en la cartera y encontró una fotografía de él,

se quedó mirándolo, reprochándole con un largo suspiro, que aun después de

muerto, falsificara la realidad, para voltearle la vida.


CENTRO COMERCIAL

Seis mujeres en el lente de la cámara, sin escapatoria, dispuestas al

momento en el que quedarán grabadas en reposo. Más tarde demandarán al

tiempo la sonrisa perdida, pero aquí, ahora, en su piel, el simple recuerdo de la

edad.

De ellas Diana es la más joven, la que ríe, imita un gesto, alarga la boca, se

oculta y calla. Quizás presiente que en la fotografía se ha fraguado el desenlace.

Intuye que su rostro será borrado sin atenuantes al instante de salir del estudio,

cuando se haga sospechosa de algo importante.

A la una y cuarenta, Diana entra al centro comercial “ESPARTA”, se dirige a

la parte este del cuarto piso, en el local 4-63, el atelier en donde trabaja como

diseñadora. Abre la puerta. Nota que ninguna otra chica ha llegado, ninguna

evidencia de quien había traído la caja de tela que esperaba. Desarma el paquete,

ponzoñas de pánico hacen que su rostro se descomponga; el temblor en la boca,

los labios morados, el sudor mojándole hasta los huesos, ahogándose, trata de

gritar, en vano se desgarra en sonidos, está sola, con el veneno de cascabel

diluyéndose en su sangre. Agónica, recuerda la fotografía que el dueño del atelier

les tomó horas antes; se siente atada al resto para siempre y eso le dibuja una

mueca que busca convertirse en sonrisa, en su rostro palidecido.

Al llegar la policía con el forense, revisan el cuerpo, luego la caja. Se

percatan el error de la dirección del destinario: local 9-63 laboratorios de suero

antiofídico. Una pequeña equivocación da un giro al destino, como en la película


“El Efecto Mariposa”, que permitió descubrir en Diana una realidad llamada Daniel

García. Un travesti ecuatoriano cuyo plan no era llegar al “ESPARTA”.


DICOTOMÍA DEL DISCURSO

En el autobús, camino a la oficina, 7:30 A.M. Cada uno carga silencio y odia

la jornada.

— Armando.Habla de tu vida pendejo ¿Vas a arrugar, no vas a saber que

decir?—

Gritaban en mi cabeza sus ojos de degenerado. Reaccioné, me arranqué a

contar mi vida de autor, yo que pensaba que no tenía vida, me la inventé; saqué

dos hojas del manuscrito, encendí el detector de mierda y me puse a tachar.

Aunque la frase que me perseguía, el techo que me había puesto como

escritor, era la frase más genial de la literatura latinoamericana.

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el Coronel

Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó

a conocer el hielo”.

Luego, el consejo de Armando: mi frase dramática sacada de las canciones

que cantaba mi padre, cada vez que llegaba borracho, golpeándose con todo y

golpeando a mi madre. Pero eso es parte de mi historia, no de la que quiero

contar. Y aquí Armando ha sido traicionado en su consejo.

No diré a nadie, nadie tiene que saber lo patética que fue mi vida. El niño

que temblaba debajo de las cobijas y ahogaba el llanto, y hoy la culpa, por nunca

haberla defendido de las injurias de un hombre celoso. Prefiero seguir escribiendo

mentiras.

Queda poco tiempo para llegar a la oficina, no gano nada recordando cosas

que ya nada tienen que ver conmigo. Empezaré a leer lápiz en mano:
Sin la facilidad de escribir, cercado por la ajenidad de la ficción, la primera

persona del singular, era ella. Más allá del desgano del nihilismo, ella. Texto hecho

cuerpo.

Cuando nos encontramos en la misma historia, una historia natural, diría

que sin importancia, ahí éramos iguales en eso de no terminar nada, de no ansiar

nada, ni esperar, ni reparar en nada; carne para atisbar el mundo, eso éramos.

Su destino estaba ligado, ¿quién sabe por qué al mío?

Era ella un par de ojos crucificados. Sin embargo, soterradamente mostraba

todas las formas de la alegría.

Aquí, en las calles de una ciudad que me resulta desconocida, transporto

en la espalda, en los pies, en el cansancio, cada recuerdo. La memoria los

enciende en el humo del cigarro, en los avisos publicitarios, y los ladridos de

neumáticos que se alejan en la noche, servida en el cáliz sagrado de la soledad.

Supo la rutina relamerse en los sabores de la derrota, al sátiro lúgubre que

resguarda en la secuela la impertinencia. El don alquímico de sentir que la

naturaleza es deber y castigo.

Viuda de las horas, ella se contentaba con narrar reyertas de guerra. De

guerras que jamás se librarán, porque, despojada de la ilusión, se repetía como la

gota desquiciante de un lavamanos cuando la noche abre sus fauces, y muestra el

oscuro laberinto de la soledad.

La sombra no encuentra paz, sólo se recubre y se descubre en los símbolos

que nos organizan la existencia. A veces basta una pésima canción de despecho:

“El preso número 9, era un hombre muy cabal, al ver a su mujer en brazos de su

rival, la mató, y a un amigo desleal”. Sentir que algo nos regresa al cuerpo. Sí, eso
pasa. Es buena una esquina con un pedazo de muro sobresaliente para sentarnos

desgajando el etéreo fruto de las traiciones. Es al instante de asumir que estamos

expulsados, que hemos caído en el “no lugar”. Que es normal, casi necesario el

rechazo. Es tiempo de recomenzar la búsqueda de eso de nosotros que le

entregamos. En mi caso a ella, a Carmen.

No la miraba para no ceder ante su provocación. La seducción es un

concepto vago atribuido a los débiles y yo estaba débil, cercano a lo incorpóreo.

Toda ella parecía decirme: Tardaste en darte cuenta de la tribulación que eres.

Igual a los perros, percibía en mi boca, en el paladar, el sabor excremental de las

palabras podridas. A fuerza de silencios, estas salían de mis labios, arrastrándose,

semejantes a la clemencia, a la autocompasión, al perdón. Me convertía en una

autopsia. Algo del universo me anulaba a su aliento.

No está tan mal.

Ahora que el autobús me está acercando finamente a la oficina, y no lo leo

a medianoche de un fin de semana, me percato que podría ser el comienzo de mi

novela. Hay que acumular horas de trabajo para asegurar experiencia. A los 26

años un abogado no tiene oportunidad de viajar en primera clase, ni tiempo para

escribir, ni cumplir sus sueños de escritor. Los clientes piensan que aún eres una

suerte de adolescente en pasantías, no te entregan casos, a lo sumo firmas y

redactas documentos de alquiler, separación de cuerpos, limpieza. Cachifadas

legales.
A las siete y treinta no hay desolación. Las paradas están llenas de sin

sentido, de expectativas, de lunáticos que aman sellar un pacto entre su trasero y

la silla de la oficina.

Al fin la Torre “David”, el elevador, piso nueve, oficina del Doctor Merton. La

secretaria mira el reloj, ocho y diez. Si, diez minutos tarde. Pero ella es un perro y

te ladra, toma nota, lleva el registro de tú vida. Amable, ahora te ofrece café;

imperativa, la carpeta con las tareas del día.

Lunática. Es una maldita lunática que tiene como artículo de salvación

cazar un error en uno de tus documentos. Luego guardarlo en un archivo. A

clickear, abrir y mostrar a los demás abogados, para hacer de ti la expresión

maloliente de la crisis educativa.

La oficina que comparto con el Júnior de Merton tiene escasos doce metros

cuadrados. Me gradué con él, me encontró el chance, pero a partir de ahí la

amistad empezó a tener evacuaciones de hielo.

No se discute lo existente con otra cosa que no sea la existencia. Esta

puede ser la piedra angular para sacudir las lágrimas trágicas y graves del

absolutista. Lugar en que, cancelada la deuda con la verdad, encontramos el

posible labio tangible de la palabra (como tema y argumento).


EL DESVELO DE CARLOS

— No sigas. Para qué quieres mis horas, si todo se te hizo tarde, en mil

cambios idénticos: ¿Qué quieres? dime: ¿que siga esperando? ¿Hasta cuándo?

hasta que se te acabe la última disculpa. No sigas, estuviste ciego, perdido,

buscándote por dentro. Todo fue una excusa. Yo misma fui una excusa, una rotura

que tropezaba tratando de asirte de algo, y al final resultó que me sentí bastón

desgastado. Pretendes que espere para empezar ¿qué?

— Pero mujer, solamente pido un poco del tiempo que nos queda.

Todas las noches era lo mismo: el tipo del apartamento de al lado con su

mujer. Una máquina de hacer quejas, ¡Dios Santo! Ya hasta se me había olvidado

la capacidad de las mujeres para quejarse. Si lo pienso bien es divertido, desde

que uso este bastón lo que hago es arreglar relojes, con la vaga ilusión de poder

devolver con ellos el tiempo al momento aquel en que una mujer calentaba mi

cama. Tal vez peleando conmigo igual que lo hace la vecina desconocida. Ellos no

saben lo que tienen. Ellos se tienen el uno al otro; en cambio yo tengo que

imaginarte que te acuestas sobre un lecho de paja, húmeda, deseosa de no ser tú

la que espera. Así, tirada, con la piel pisando las puntitas secas de la alfalfa.

¿En qué momento el interior de tus párpados se convirtió en una pantalla

de vidrio donde la imagen de mí, derritiéndose en ti, pegándose a tu vientre como

una cascada de hogueras, fundó el infierno de la soledad en la edad de adentro?

En tus hendiduras, iconos que amurallan el tiempo, y mudan en el aire velozmente


la celebración por el tañido mortecino de una campana, despidiendo…

¿despidiéndose?

Arrastro la pierna izquierda enflaquecida, tal vez por capricho o costumbre.

Mi andar dificultoso me hace notar que ha encogido unos cuatro o cinco

centímetros con respecto al derecho. Me niego a pensar que el accidente no solo

te llevó a ti. Mi ojo izquierdo casi cerrado por un guiño involuntario completa junto

a mi cabello cundido en canas, el cuadro despojado de voluntad, recogiendo mis

pasos.

Aún me queda vida para empezar volviendo a ser en ti. Confieso mi ser de

hombre incongruente, pero eso no niega que cambié. No soy el mismo de todos

estos años. Comprendí mi necesidad de ser otro.

Me levanto entre convulsiones, un tanto mareado. Con ganas de vomitar los

recuerdos. Anhelando no estar en la incertidumbre. Pero otra vez caigo. Doy

vueltas, y vueltas, y vueltas, hasta que miro todos mis relojes. En ellos la siete de

la noche es detenida.

Te encuentro en los gemidos que se oyen a través de la pared. Es otra la

que se palpa con las manos entre los muslos. Los pliegues suaves de lo que un

lejano día fue el gusto hirviendo, el embrujado aroma de tus conjugadas acciones.

Ahora vives sin hechizo, oliendo a sótano. Me abandonaste, seguiste sin mí, pero

esperándome. Oyendo en el aire de las tardes lo que prometí el primer día:

despertar para morir en ti, eternamente.


PREMONICIONES

—Estoy cansada. Recogida en los pliegues más grumosos de la piel, deseo

acabar con todo en un instante. Absorber el hastío de un solo golpe.

—No puedes devastarte por cada hombre que pasa por tu vida y no cumple

la promesa de quedarse. A veces siento que el abandono de papá te ha dejado

demasiado vulnerable ante las relaciones. Tus crisis emocionales me obligan a

mudarme por días a tu casa.

En el cine las mismas películas de la semana pasada. Elena empeñada en

no perdonarme, ofendida hasta el extremo de no responder el teléfono. Me

confirma su actitud, al reclamarle su entrega desmedida a lo irracional. Una mujer

de negocios, brillante, dejándose llevar por supersticiones.

En mi puerta un paquete, con un periódico de noticias envejecidas y unas

cuantas fotografías. La tarjeta estaba escrita a bolígrafo. Era tu letra como de

maestra de primaria, redondita. Así nos enseñó la maestra Estela con el método

palmer.

El precio del barril del petróleo ha bajado, nunca antes había fluctuado tan

negativamente. Los transgénicos son una solución en estos momentos. Aunque

reiteradamente sueño con puentes que se rompen, no dejo que eso me detenga.

Me apego a las reglas del mercado internacional, las normas establecidas, son

tratados serios. La retórica de los políticos utópicos, no contribuye cuando se trata

de sostener la economía de un país.

El sol del verano, las ganas de no estar, el aire húmedo oloroso a chimenea

le seguía causando una salivación agria. Fue al puesto de revista, entregó al


despachador mi dirección. Seguramente le pidió que cuando viera su fotografía en

el diario, hiciera un paquete y lo enviara por correo. Así debió ser.

Me hacía falta. Le pregunte a mi madre por ella y me comentó que viajó a

Madrid, enviada por el gobierno como secretaria de negocios. Se fue sin

despedirse.

En esa nota enviada por el despachador anónimo, me decía: Raquel, la

vida no es una línea que comienza cuando nacemos y termina al morir. Miles de

puntos la bifurcan. Te querré eternamente. Tu hermana, Elena.


EL NIDO DEL CUCO

Es esa alambrada que dice culpable. Que dice: culpables. Interponiéndose,

apresándome, obligándome a estar circunscrito a un territorio, perteneciendo a

una edificación, haciéndome ajeno a todo. Aunque los patios son amplios, el

pequeño bosque no produce los efectos que esperaban los diseñadores. También

ese reducido espacio natural es parte del claustro, junto a los pasillos iluminados,

con las habitaciones frescas, todo el confort procurado, armoniza con las

diferentes terapias. Sin embargo, seguimos sintiéndonos prisioneros.

Cada mañana, junto a Esteban subo a la azotea. Allí, él imagina entre las

torres de vigilia, burlando a los centinelas, una mujer con senos de ninfa. El sexo

sin cubrir y sus manos llamándolo como una sirena en altamar. Y él, marinero

prevenido, tapa sus oídos para que el embrujo de su canto no lo lleve. Esteban

baja cerrando las escaleras. Ya en el patio se entrega a los encantos deleitosos de

aquella extraña. En las noches de invierno lo oigo ladrar, luego en el silencio de

los pasillos en un estallido cósmico recrea historias, con el calor que emanan los

brazos de su amante.

Después de los aullidos todos duermen menos yo, que trato de interpretar

la conducta del infortunado Esteban. Me desvela que su metamorfosis sea

contagiosa, pues un hombre que ladra a las sobras de los días, esperando el

cuerpo de la visitante de sus sueños, causa la zozobra necesaria para despertar

mi miedo.

Evadirme en primavera es más fácil. Me hago acompañar de Manuel

Losada. Voy al bosque, nos sentamos en los brotes húmedos de la hierba y

vemos los hijos machos de las ramas. Una a una, sin más compañía que el
impulso vital de los pájaros. Manuel suple la carencia imaginando que es uno,

pero uno muy especial, el que tiene en su garganta todos los sonidos. La mañana

y la tarde en la garganta. En primavera el edificio se llena con el canto de un

jilguero o un cristofué. En las paredes la música de los presagios hace nido.

Me desvelo, preguntándome si los pájaros de Manuel son escuchados por

los internos del lugar. Intentando encontrar una explicación. Yo los escucho,

porque los pájaros de Manuel habitan en su pecho, temperando en los otros,

convertidos en nostalgia.

Verano es una estación misteriosa, es como si los gigantes que viven en el

centro de la tierra, sacaran los rostros a enfriarlos en la superficie. Por eso me

hago de la compañía de Taormina, una morena de la costa colombiana,

demasiado violenta según los doctos para estar inserta en la sociedad. Ella va

conmigo al área de la piscina, nada incesantemente, me abraza, me besa, me

toca, y sus manos danzan secretamente para mí. Imagino un caballo sin bridas,

cuando siento sus crines sobre mi pecho, oigo su respiración fuerte, me divierto

con sus relinchos, ella toma mis pies, con sus manos negras y galopa las aguas,

como si quisiera probar que es el anuncio de una profecía.

Las noches de verano traen a mi habitación los relinchos, el sonido de los

cascos, el movimiento perfecto de un caballo desbocado en sus pesadillas.

Despierto y me sumerjo en el desvelo.

Otoño me encuentra insomne, extraviado, recordando las otras estaciones.

Por esto no salgo de la habitación, pues como ellos no logran explicar lo que

sucede, me traen la píldora; la píldora, la jeringa, la camisa de fuerza. Ellos, tan

perfectos, creyéndose vivos.


RETROVISOR

En los asientos traseros del bus va un tipo que conocí hace bastante

tiempo. Cuando me vio, seguramente no recordó mi rostro. Él se mantiene igual: la

misma barba desordenada, los dientes amarillos, la camisa a cuadros verdes, el

pantalón de lino con rayas verticales, tenis blancos, el cabello casi al rape, sus

labios y nariz con aire europeo, sin un acento que lo vincule a ninguna parte y la

eterna agenda marrón.

A juzgar por su mirada perdida, por su forma de caminar taciturna, parece

que oculta algo grande pues mira mucho hacia atrás mientras camina. Como

temiendo ser reconocido. Debe ser casado, pues al pasar por el automercado su

mirada se detuvo frente al parador de las ofertas. Presumo tiene cincuenta y dos

años como yo.

Para no ponerlo nervioso lo observaba por el espejo, aquel inmenso espejo

que ocupaba todo el parabrisas del bus. Sentía que hacía lo mismo que yo, una

conversación desconfiada, sin mediar palabra, simplemente adivinándonos en

base a la mínima percepción que nos permitía el no recordar. Lo detallo. En los

bordes del ojo derecho tiene escrita su profesión: Micólogo, investigador de algún

laboratorio productor de medicamentos. El rostro de los oculares evidencia que

pasa buena parte del día observando hongos, bacterias, pequeños seres que

habitan los portaobjetos. El guiño del ojo izquierdo, pone punto final a mis dudas.

De eso no soy ignorante, porque también trabajo en un laboratorio y guiño

involuntariamente el ojo izquierdo.

En el bus el ambiente era tranquilo a no ser por la música que se hacía

ruido, fragmentos sin sentido, con instrumentos indistinguibles. El chofer, un


hombre joven con un aire de cantante de banda de Rock, mastica pastillas de

fresa, el olor pegajoso embebía el aire. Yo estaba un tanto molesto igual que el

hombre que me miraba. A él le desagradaba eso que decía ser música y el olor

del caramelo del conductor.

Cerca de la estación de servicio “LA RAYA” en el kilómetro 28, una avería

en el sistema de ventilación causó problemas en el bus. A duras penas llegamos

en la noche, lo que dificultaba encontrar quien la reparara. La falla nos obligó a

permanecer en el sitio hasta el segundo día.

En “LA RAYA” había un restaurant, un piano bar y un hotel modesto. Todos

los pasajeros se fueron ubicando. Fui directo a la barra del bar, me senté. Unos

tragos, y de repente él. La barba desordenada estaba allí, también él tomaba

algunos tragos.

Pasada la media noche sentí el sueño descansándome en los ojos. Logré

rentar una habitación. El recepcionista me advirtió: queda una, que nadie la ha

querido arrendar. La 13. Dije que no tenía problema. No era supersticioso. Me

gustó. Cómoda, con dos camas, agua caliente y espejo, me dormí

inmediatamente. Rato después sentí como si alguien se acostara en la cama de

enfrente, pensé que era el hombre de los dientes amarillos, que como yo, debería

tener sueño.

Dormí dos o tres horas, la corneta del bus me despertó. Me vestí deprisa,

corrí a abordarlo. Estando sentado tuve la sensación de haber olvidado algo, volví

a la habitación. Extraje la agenda marrón, la apreté contra mi pecho, la fórmula

contra el hongo estaba a salvo. En el bus el hombre del pantalón de lino ya me


miraba con más confianza, seguramente supo quién era yo. Habíamos pasado la

prueba del alcohol sin decir ni una sola palabra.


IDENTICOS

Entendió tarde que no todos los ríos tienen el poder de purificar las junturas

fatigadas del alma. Poseso de incertidumbre se abandonó, para encontrarse, justo

cuando los pájaros piaban alentando la aurora.

El señor que lo encontró, quitó la botella a medio terminar. Tomó tres

fotografías. Luego se marchó al bar. Consultó si podía terminar la botella

prometiendo comprar otra completa para su regreso a la ciudad.

— ¿Tienes un hermano gemelo?—le preguntó al cantinero. Este le dijo que

sí.

No tuvo valor para decir nada. Antes de salir dejó una fotografía en la barra

para que el joven cantinero la encontrara.


UNA MAGNITUD SIN EJES

— El tiempo es una magnitud sin ejes, sin cortes transversales. Una

magnitud que se expande a razón de una muerte por nacimiento en el largo

instante del crecimiento y la reproducción ¡Pobre de quien intente doblegar su

ímpetu! pues será siempre su esclavo.

Ocho minutos después del sol extinguirse, enterado estará el planeta que

tan funesto proceso padeció un repentino ataque de atrevimiento. Hay estrellas

que no existen, que son polvo estelar navegando en un carrusel de infinito, sin

embargo por la noche el cielo informa de su luz. El infinito se expande a razón de

un capricho, cada eternidad que contiene esa incertidumbre, desconocida es

entonces esa magnitud fuera del perímetro de nuestra ignorancia…

— ¿quieres leerme el texto para entender de qué demonios me hablas?

— no me interrumpas. Yo no te interrumpo cuando estás filosofando…

—porque yo no digo tantas pendejadas. Conmigo si aprendes algo útil.

— Vale está bien…. Sócrates Espinoza tenías que llamarte. Leeré pues

para ti.

— favor que me hace. Poetisa…

“Como letanía un caballo recorre la calle. Todos duermen. Una mujer limpia

los espejuelos para mirar una cigarra desmigajada en el frio...”

— ¿Y no era que ella estaba muerta?

— ¡Carajo! ¡Déjame seguir leyendo para que veas de qué va el asunto!

— ¿y de qué va? ¿No me llamaste para discutir sobre el tiempo narrativo?

— espérese. Sócrates Espinoza.


— vale pues.

“El caballo vuelve como el recuerdo de los héroes. Ahora, descalzo de

herraduras camina sobre las tejas, claramente se escucha el acero de una espada

que se arrastra en el techo. Extendido en la lejanía, el galope se va haciendo

silencio sobre las tejas. Por debajo de la puerta se cuela el invierno, la mujer se

cubre con la piel de un búfalo porque no logra calentarse con los maderos

encendidos de la chimenea....”

— ¿pero está muerta o no lo está?

— ¡que me dejes seguir, Sócrates!

—pero es que me dices que se está calentando con un abrigo de piel. Si me

dices que está muerta entonces es un zombi glamoroso…

— lo vas entender en las imágenes que le siguen.

— a bueno, pues siga. Poetisa.

“El pan que está sobre la mesa está mohoso. Desde que vigila el

almanaque desde hace un año se da cuenta que siempre es 21 de junio.”

— ahora si… hasta aquí lo llevo escrito ¿Lo ves, Socrates? Este es el

dilema que tengo.

— ¿un pan mohoso?

— no. Entiende bien, excelentísimo Socrates Espinoza. Mi debate interno y

personal es: ¿y si en vez de la figura de La Muerte, decimos El Tiempo?

— eh. Poetisa. No.

— ¿pero, por qué no?

— es que muerte y tiempo no es lo mismo.

— pero amigo Socrates, la muerte es parte del tiempo.


— no. Poetisa: La muerte es el fin del tiempo.

— ¿entonces tu no crees que existe un tiempo más allá de la muerte?

— tu zombi podría enterarse si actualizara su almanaque. Pero no ha

tocado la hoja del 21 de junio desde hace un año.

— ¡porque está muerta!

— ya te dije que muerte y tiempo no es lo mismo.

— Mira el reloj. En este instante alguien deja escapar un destino de los

tantos que zapatean por doquier, y esta mujer cae en cuenta que eran las once y

cuarto del día anterior. Claro indicio de locura, siempre y cuando no se trate del

personaje de un cuento. Siendo objetivo, el personaje pudo ser Ulises, o Arcadio

Buendía, pero ¿a quién importa el tiempo de un personaje? ¿A ti, al tiempo, al

personaje?

— ¿pero no se trata del tiempo narrativo? ¿Me estás diciendo que el tiempo

narrativo es una pendejada sin importancia?

— ¡que no es el tiempo narrativo! ¡Carajo!

— ¿el pan?

— ¡SOCRATES ESPINOZA!

—vale, vale, no te sulfures. Poetisa.

— ¡es que en vez de ayudarme me exasperas!

— vale, vale. Prometo no exasperarte. Pero se nos está acabando la hora

del almuerzo, y sabes que en la fiscalía la puntualidad, el psicoterror, etc… A

diferencia de ti, yo apenas soy un oficinista; no como tú que siendo abogada no te

impone tanto un horario. Que hasta te quedan minutos suficientes para escribir de

caballos voladores andando por los techos.


— eh ¿pero es que no me vas ayudar? —Sócrates Espinoza había recogido

rápidamente la mesa. Se le estaban agotando los 30 minutos de descanso y tenía

que subir deprisa cinco pisos.

— en otra oportunidad, Poetisa. Te lo prometo. Esto es muy cansado…

ahorita no tengo tiempo.

Ella se sintió inconforme cuando lo observó partir hacia las escaleras. Echó

un vistazo al caballo lánguido de la página, suspirando lastimeramente de haber

sido plantado en sus resoluciones. En el fondo del manuscrito una mujer que veía

fijamente un calendario obsoleto le instaba a responder: ¿Qué será de nosotros

ahora?

La abogada salió sin prisa, rumbo al estacionamiento, guardando la escena

escrita junto a los contratos de compra venta, las boletas de excarcelación y

resoluciones judiciales.

—bueno… tendré que terminar este cuento en otra ocasión. Yo también

estoy muerta…
ASALTO AL TREN

Con las olas del mar lamiendo mi espalda, desfilan por mi pensamiento mis

batallas al frente de la fiscalía. Repasaba mentalmente caso por caso,

haciéndome una idea cada vez más clara de la situación legal de este pueblo. Yo

llegué para ocupar el cargo de la doctora Socorro Mijares.

Dejar los archivos vacíos, es una práctica cotidiana en las oficinas de

gobierno: borrar el trabajo anterior, desvalijar de información para hacer más

complejo el trabajo de los que asumen los cargos. Usualmente esto lo hace el

personal administrativo para borrar toda huella de corruptelas.

La doctora Socorro fue ascendida a la corte suprema. Su gestión y

trayectoria impecable la promovieron. También le permitieron llevar parte de su

equipo, cosa que me deja en más desventaja. A nadie puedo pedir información de

la gestión anterior. Ocupada, sin tiempo para nada que no sea su ejercicio legal, la

doctora Mijares, vivía desde sus expedientes. Toda una carrera sorteando los

obstáculos, salvando el cupo de los escrúpulos.

Esto pensaba cuando a mis espaldas oí un tímido “Doctor”. Me di vuelta y

frente a mí, de más o menos 20 años, una muchacha delgadita como un jinete me

miró fijamente a los ojos:

—Yo soy Andreina Pérez López, hija de lo que queda de un hombre.

Quisiera que reconsidere su caso. A la fiscal que ocupaba su cargo, se lo pedí día

a día durante tres años, cuatro meses, y catorce días que estuvo como fiscal, y no

fue posible atendiera mi petición. Por favor, no haga lo mismo, véalo. Trate de
conversar con él y si considera justo déjelo salir. Su condena ya fue cumplida, si

es que merecía alguna.

La seguridad de la muchacha me arrancó un compromiso, le manifesté que

ese mismo día le iría a ver. En el transcurso de la mañana indagué sobre Andrés

Pérez Salgado. Leí con detenimiento su expediente: 80 páginas de presunciones,

sin contundencia alguna, ningún crimen que ya no haya sido abolido por la ley de

Amnistía, o prescrito. Pero lo que capturó mi atención fue el juicio: constaba solo

de una página con la confesión que impedía continuar: “Soy culpable de cada uno

de los cargos”. Más abajo la sentencia borrosa, sin dígitos legibles, como si el

tachón fuese de eternidad. Eso me revolvió algo en las vísceras.

Indagué preguntando a los funcionarios que no se habían trasladado con la

Doctora Socorro. Nadie me daba razones, Mis subalternos no recordaban que

existiera por más que insistí en que refrescaran la memoria.

Sin almorzar me dirigí al penal. Después de pasar los controles militares

llegué al fin a la oficina del director. Nos presentamos y fui directo al grano. Él me

respondió que se encontraba en la celda de los aislados. Me explicó que pidió al

juez esa anuencia y le fue concedida.

—Deseo entrevistarlo— le manifesté.

Accedió y me condujo a su celda. La celda estaba con las rejas abiertas.

Entré con la certeza que despejaría mi intriga.

Era un hombre de más o menos 1.65 centímetros, con dos pájaros muertos

al fondo de los ojos. Sus cabellos largos y descuidados. No amedrentaba. Más

bien su aire taciturno me recordaba a los santos mártires que en mi niñez,

obligado por mi abuela, les rezaba en misa; yo me preguntaba entonces, qué me


pueden dar estos, que están tan desconsolados. Esa sensación de abandono

absoluto me la recordó este hombre desconocido, y a la vez familiar. Su dolor

condensado lentamente, revelaba a alguien cuya vida ya había olvidado cuando le

empezó a ser ajena.

Amablemente nos saludamos con un fuerte apretón de manos. Hablé y el

escuchó con atención. Hice un resumen del expediente, los débiles argumentos

que sostenían la nefasta sentencia. Una hora más tarde, como si estuviera

buscando que me nombrara su defensor, culmine mi exposición. Entonces

pregunté:

— tienes algo que agregar.

— no.

— ¿por qué se declaró culpable?

Al cabo de unos minutos se levantó, se alisó la barba, y dijo que todos

éramos culpables. Pero que había dos formas de proceder ante la culpa: el

arrepentimiento y la complicidad, o asumir la culpa con la nobleza de los santos

varones. Así de cuerpo entero, sin buscar perdón ni concederlo. Luego agregó que

no pagaba ninguna deuda social, ni violación a ley alguna, ni delito, ni crimen; que

todos eran argucias, piezas de museo, discurso, ganas de revisar un mundo que

ya no existe. Me increpó, pero sin reproche, más bien con desdén de

comprensión.

Mirando al techo me dijo:

—Yo me aparté del mundo. Esta fue mi forma de decir que no estaba

inserto en la sociedad. Que el asalto al tren El Encanto fue un fracaso, una derrota

como toda la revolución. Solicité a la Doctora Socorro Mijares, quien fue mi


compañera de lucha, y cambió bajar de la montaña por un cupo en la universidad,

que me diera celda aparte para poder escribir. Ella concedió mi petición, pero a

verme, nunca vino. Tal vez verme le movía el pasado, algún dejo de

remordimiento por lo que no pudo ser.

Sacó una caja llena de papeles organizados y encuadernados

artesanalmente:

—en esto he gastado mis días. Trate de publicarlo. Seguramente el

gobierno lo recogerá, por subversivo; no me defienda a mí, defienda mi idea.

Salí con un manojo de papeles. Mis planes de hacer justicia con la ley

dieron un vuelco, se trocaron, y desde ese momento, son mi cruz y calvario.


ROLEX

Medir el tiempo, ¿para qué es importante? la hora es mierda. Seguidamente

tiró el reloj al piso, lo golpeó con los pies hasta romper las agujas, cosa incorrecta

para un empresario.

En el aire, un Jazz bailaba con la nostalgia de los asiduos. Marcelo,

indiferente, tintineaba el último trago de la botella de whisky, el alcohol ya le había

tomado hasta lo más recóndito de la prudencia. A todo grito, confesó, su dolor

infinito, por el asesinato de Armando. Sin vergüenza alguna, narró a todos, su

doble vida.

A las tres y treinta de la madrugada, en el instante queCharlie Parker se

confundía con el canto de los gallos en la piscina del club Paraíso, Alfonzo Tellez,

se arrepintió tarde de la evidencia dejada en la computadora. Al fin era parte de la

hora, daba vueltas en el agua como el segundero de su reloj. Ese “Rolex” ganado

en su última apuesta, ya no le servirá para descontar la jornada a nadie.


SOMBRA INTERIOR

Zacarías, con las gotas de ácido líquido haciéndole polvo de vidrio los ojos,

se quedó callado. No tan callado como, Eva, o el fanático que detonó la caja en el

puesto de habas, callado, detenido en esa raya paralizante que es la impotencia.

Marcos es el menor, será médico, Carlos abogado, con la gracia del señor,

Elías soldado o religioso, si así lo dispone el cielo. Eva sin tiempo, entre las

esquirlas del pensamiento, en el olor dulzón que llega del patio de los jazmines.

Ella me dijo, me siento prisionera. No contesté nada, sólo supe que

definitivamente el amor, no se había acostumbrado a estar entre nosotros. Todo

esto fue antes de mudarse Era ella, destino desgastado, ahora en el viento,

sombra interior, minando las paredes. Estaba llena de silencios, y eso se llevó.

La próxima vez, que la llama de una vela la traiga, que no lo dude, me

envolveré en sus brazos Eso para que se asegure, que, no llevando nada, cargó

con todo lo que había.

La casa de los jazmines seguía intacta.


INMIGRANTE

Un buitre blanco cuyo planeo delataba las ruinas de cada aldea vencida,

veía en los ojos de mi padre. Erguido como un lunes, bajo los innumerables toldos

que cobija el sol, expuestos como heridas sobre la luz, ahí estaba él, detrás de

esa mueca de felicidad.


ACTO DE FE

Papeles amarillentos, carpetas apiladas, acomodadas en estantes grises,

tatuando, tapizado el envoltorio de una atmosfera de polvo, bordado en un silencio

compartido entre signos y pasos leves de alguien quecamina. Se detiene, ante los

legajos de los folios sin numerar, las más viejas, cuya grumosa textura da la

sensación de abismo, de golpe en el pecho. Nada agredía la quietud, ni siquiera

Jacinto Salas, que en cuarenta y cinco años de transitar aquel ámbito había

aprendido a no aparecer, a no ser percibido; como si cuidase con su vida una

historia.

La casa de archivo tenía casi doscientos años de construida, alrededor de

veinte años sin restaurar. Por eso el gobierno municipal me contrató para diseñar

una reparación en la que se mantenga la esencia de la edificación, pero haciendo

más funcional el viejo edificio. Así conocí al señor Jacinto, atendía solamente

después de las seis de la tarde. Me presenté, mehabló de las columnas, dinteles,

grietas, era como un soldado de guerra mostrando sus heridas, cada quicio,

ventana, baldosa del piso. No pudo darme detalle del techo, me confesó que

jamás lo había mirado, se le estaba vedado por un pacto ancestral. Risible me

pareció la confesión, aunque soy respetuoso de la espiritualidad de las personas,

soy escéptico, pero no juzgo. Guardé silencio.

Al cabo de dos meses de trabajo, de borrar y rehacer, de investigar, de unir

lo nuevo con el alma de la casona antigua, el señor Salas se sentó a revisar

minuciosamente cada una de mis anotaciones. Yo le justificaba una a una mis

decisiones, se detenía y continuaba dando el visto bueno o haciendo alguna


observación: paredes, bases, habitaciones, fachada. El señor Jacinto no se

percató de la mesa de espejo en la que acostumbro mostrar mis planos para que

la luz logre mostrar con nitidez casi fosforescente cada línea. Un impulso de mi

mano hizo volar los planos, él frunció el ceño, colocó la mano en la parte izquierda

del pecho, enrojeció, transpiró, me clavó el odio de su mirada, y cayó sobre la

mesa, como el pellejo abandonado de una serpiente


ANCESTROS

Todos los libros de la casa amontonados en el patio. Ella permanecía

sentada como una taza de café olvidada sobre la mesa, con un aura de

desvergüenza que la liberaba de su cuerpo.

El viejo Manuel cuidaba que la servidumbre no saliera de la casa, ahora era

difícil controlarles la lengua. Ese interminable cuchicheo que generalmente

trascendía a las haciendas vecinas y luego al pueblo, sus risitas cobrándole la

soberbia, la altivez, el apellido, hasta entonces inmaculado. Venenosos serían los

juicios que saldrían de sus bocas y mancharían de luto el cielo.

El tío Eduardo el menor de sus hijos, le preguntó si no había más nada, que

sacar, en su tono dejaba entrever su desacuerdo. Después de oír la negativa, lo

vio inclinarse sobre el montón de cartas, escondidas en los libros, que ya ardían

en la gran fogata. Primero las rompió en trocitos, y las apilo, luego hizo un hueco

con sus propias manos, entrego a la tierra su ofrenda de sepulturero. Las coloco al

fondo, rodeándolas de piedritas, y roció sobre ellas, alcohol, Era más un rito de

exorcismo, lo que ardía en las palabras chamuscadas, que la vejación de su

estirpe.

Ella seguía ahí, ingrávida, quizá atraída por otro fuego; el de Orlando, que

no fue capaz de cumplir el juramento hecho desde la niñez, de nunca dejarla sola.

En el patio, entre los árboles de mango, sus promesas convertidas en humo, en

ceniza, en hediondez.
BESTIAS DE LA NOCHE

Un cuerpo amable, pan duro con café tibio, bolero o tango, servían de

bastón a ese león sin garras. Así era él, atrapado en un cementerio de papeles.

El día que se fue, caminó sin mirar atrás. Recogió pocos libros, una

chaqueta que heredó de su abuelo árabe, dos mudas de ropa interior, un pantalón

y su bufanda de lana.

En la puerta murmuró: ¡algo he perdido! ¡Tal vez, uno de sus personajes!

Quizás despedazado por la penumbra de nuestra habitación.


DESAGRAVIO

Contemplaba a su padre. Al fondo del hato de Don Pedro Alcántara, en las

riberas de la laguna formada por las últimas lluvias venidas a destiempo: un

concierto de cigarras traía la noche, jineteando letanías, que, gracias al silencio de

los dolientes, creaban una nube idéntica a la monocromía del bucare desnudo

apilonado frente a la hoguera de la casa de los peones.

El que llegaba se instalaba en las sillas de hierro, callado, como si el sigilo

absoluto fuera un mandamiento. Dos mujeres repartían café y chocolate, lentas,

enjutas, errabundas.

Cuando los gallos, entre las ramas de los cujíes, anunciaban las primeras

hebras de la madrugada, el muchacho que había estado mirando toda la noche el

cadáver cayó sobre el ataúd, con la última sombra de la noche.


LA ENTREVISTA

“Bombardear el Líbano, homenaje a la muerte”nunca. Siempre: “fanáticos,

rebeldes, extremistas, etc. Esta bomba es por la paz, en nombre de Dios”.

―Poeta, para situarnos en otro plano, en otro orden de ideas. Cuando he

leído el poema “Beduino”, la presencia del amor se percibe con sabor a desdicha,

a abandono. Noto que el predominio de las cosas frágiles pareciera querer decir,

insinuar al menos, que amar es situarse en la capa más frágil de un lago en

deshielo. ¿Es eso el amor, un sujeto quebradizo?

―En el amor sucede como en la muerte, si es parte de su cuerpo, entonces

es: palabra, textura, forma, pero no amor— En tanto uno imagine el mundo desde

un ser y un estar, un juego de extrañas correspondencias y necesidades, le será

ajeno. Es necesaria la reelaboración del “Cosmos” espiritual, del ser humano, una

suerte de imperativo de lo primigenio, que habrá de ser expuesto en los ejidos de

una práctica que se realice a ras de lo tangible.

Caballero: ¿Noserá que cuando leyó “Beduino” una parte de usted estaba

quebrada? Cuidado que las palabras son tramposas y a veces son anzuelos,

celadas, capricho. Haga un espacio para su propio amor, tengo la sensación que

encontrará su sitio, muy pronto.

Llegó al periódico, su alegría era evidente, había logrado una entrevista con

alguien que estaba de moda en los círculos intelectuales y académicos, alguien

que por más de 20 años no concedía una entrevista.

Fue hasta la oficina de su jefe, exaltado le contó que había cumplido el

encargo, que después de seis meses de insistencia lo había logrado. “Transcribe

la entrevista, el domingo la publicamos en la página central de cultura en letras


mayúsculas”, eso fue todo lo que dijo, ninguna emoción o curiosidad, una mera

transacción laboral.

Sentado en el escritorio, sumergido en su voz, como en un velo ondeaban

en su memoria, premoniciones cifradas en cada gesto de esa mujer, lo

aletargaban al grado de no escuchar la voz del editor que sacudió su hombro con

firmeza para captar su atención; ¡un incendio en la refinería!, todos a cubrirlo,

usted también,sí. Usted el de cultura, aborde el helicóptero, ¿Tiene cámara?,

todos son necesarios, es un incendio de grandes magnitudes, quiero fotos, videos,

no olviden los barrios aledaños, también se están achicharrando.

El cielo entero una túnica negra, como la de ella. Los destellos del fuego le

trajeron de golpe sus ojos beduinos, en ese humo espeso que ahora lo envolvía la

volvió a escuchar. El piloto le indicaba, ahí, allá, en aquellas casas, luego la

antena, el descuido, la videncia del poeta, cayendo en la arena movediza.

BEDUINO

En tu piel
el sol
lleva el paso
a ningún
lugar

Caminante
en el futuro
de una página
Como el pájaro
que ha perdido
el canto

En los desiertos
helados
del alma”
INDICE

EL DISCIPULADO LÚDICO DE WAFI SALIH 3

HOLOGRAMA 7

ALTER EGO 8

DISCÍPULA DE JUNG 12

EL LENGUAJE DE LOS PÁJAROS 14

TODO PARA TI 17

METÁFORA DEL VUELO 20

OTRA HISTORIA 21

SED DE AMOR 23

NICHOS EN EL AIRE 24

APOSTOLADO 25

ARGIMIRO 27

POETA 28

REESCRITURA 29

HEREJE 31

REY DE BASTOS 32

JUNTO AL COTOPERÍ 33

LA CABEZA DE LA MAPANARE 35

ARQUETIPO 38

LA TIERRA DE LOS OLVIDADOS 40


ENTRETELONES 41

FE MENOR 43

AUGUSTO 44

FLOR RESURRECTA 47

AUTOAYUDA 48

ANAHATA 52

CLAUSTRO 55

PUNTOS SUSPENSIVOS 56

ENTRE MUJERES 58

CRÓNICA DE UNA SOMBRAS 59

ERIDU 60

POST GRADUADO 62

APRENDIZ 64

LUNA LUNA 66

ÚLTIMA ESCENA 70

CARTA A MI MADRE 71

MALDICIONES GENERACIONALES 74

DECISIONES 76

REINA DE SABA 77

DESTERRADOS 79

SOR JUANA 80
MADRE 83

MELTIN POT 84

ROMEO 85

CULPABLE 86

CENTRO COMERCIAL 88

DICOTOMÍA DEL DISCURSO 90

EL DESVELO DE CARLOS 94

PREMONICIONES 96

EL NIDO DEL CUCO 99

RETROVISOR 102

IDENTICOS 105

UNA MAGNITUD SIN EJES 106

ASALTO AL TREN 110

ROLEX 114

SOMBRA INTERIOR 115

INMIGRANTE 116

ACTO DE FE 117

ANCESTROS 119

BESTIAS DE LA NOCHE 120

DESAGRAVIO 121

LA ENTREVISTA 122
Wafi Salih es venezolana de origen libanés. Nació en Valera, Estado Trujillo, en

1966. Magister en Literatura Latinoamericana en la Universidad de los Andes de

Venezuela, donde imparte una cátedra de poesía venezolana contemporánea.

Tiene publicado 16 libros en diversas editoriales del país y el extranjero, el

libro Caligrafía del aire fue publicado en España en 3 idiomas árabe, francés, y

castellano por Editorial Alfalfa. Discípula de Jung es su primer libro de cuentos

publicado bajo el sello Negro Sobre Blanco. En Ecuador se publica su libro

infantil Cielos descalzos siendo el libro más vendido en 2008 en el ámbito infantil.

Potrebbero piacerti anche