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Hablar es un instinto,

escribir un arte
Leer y escribir no son actos naturales. Escribir bien
pasa por una mezcla de talento, perseverancia y
formación.
​ amen Horno
M
02 enero 2020

Una cosa que me sorprende y me preocupa es la cantidad de


particulares y sobre todo de empresas que se presentan ante la
sociedad con textos sin corregir por profesionales. Imagino que detrás
de esa falta de inversión está la falsa creencia de que escriben
estupendamente y no necesitan asesoramiento. Y es que, en esta
sociedad nuestra, escribir se ha convertido en una actividad tan
cotidiana, habitual y natural que cuesta entender que no lo hacemos
bien.

Es cierto que, como ya he dicho otras veces, el lenguaje es un


comportamiento instintivo del ser humano. Del mismo modo que otras
especies vuelan o duermen boca abajo, la especie humana habla. Las
pruebas son numerosas e incuestionables: todo el mundo lo hace,
salvo enfermedad o aislamiento extremo; el lenguaje nos acompaña
en la inmensa mayoría de nuestras actividades (incluso en la más
íntima, el pensamiento) y no necesitamos instrucción previa, sino
únicamente que hablen a nuestro alrededor, para aprender a hablar
rápido y bien en nuestros primeros años de vida.

No obstante, todo esto no se mantiene en las otras actividades


lingüísticas, que son leer y escribir. Si lo pensamos un momento nos
daremos cuenta de las enormes diferencias que existen. El lenguaje
nos acompaña desde el inicio de nuestra especie, hace más de
300.000 años; por el contrario, la lectoescritura es un comportamiento
relativamente moderno (de no hace más de 5.500 años). Además,
hasta hace poco, saber leer y escribir estaba reservado a una minoría
intelectual, ya que era analfabeta la inmensa mayoría de la población
(incluso entre las clases pudientes). De hecho, también en la
actualidad hay muchas lenguas ágrafas, pues aunque tengan la
posibilidad de ser escritas, nadie entre sus hablantes considera que
esto sea necesario.

Stanislas Dehaene señala en ​Reading in the brain: The new science


of how we read​ (Penguin, 2009) que es precisamente la modernidad
de este invento cultural lo que explica que, para leer, nuestro cerebro
no cuente con circuitos neuronales específicos, sino que “recicla”
antiguas redes que utilizaba para otros fines. En concreto, sus
investigaciones concluyen que usamos las mismas neuronas que para
el reconocimiento de caras, hasta el punto de que, cuanto mejor
leemos, peor identificamos los rostros de nuestros congéneres. Esta
modernidad de la lectoescritura y el “reciclaje” neuronal que se ha
producido puede ser precisamente la causa de que escribir no sea lo
mismo que hablar. Prueba de ello es que, frente a lo que ocurre con el
lenguaje, la inmensa mayoría de los humanos necesita una
instrucción específica para aprender a leer y escribir (no basta, por lo
general, con el simple contacto con palabras escritas).

La moraleja de todos los datos que he aportado hasta ahora es que


leer y (sobre todo) escribir no son actos instintivos y naturales de
nuestra especie sino que, por el contrario, constituyen un arte delicado
y complejo. Escribir bien pasa por una mezcla de talento,
perseverancia y formación. Por ello, quienes hacen públicos textos
escritos como parte de su labor profesional (publicistas, periodistas,
escritores/as) necesitan a alguien que acometa la corrección
profesional. No solo para que les revise los aspectos más formales
(nadie quiere publicar un texto lleno de erratas), ni únicamente para
que se asegure de que el texto dice lo que quiere decir y de la manera
más precisa (usando las palabras más adecuadas), sino para algo
que yo considero mucho más importante: conseguir que quien esté
leyendo procese la información de la manera más sencilla posible.

Porque, tal y como decíamos antes, la actividad de leer es un invento


cultural relativamente moderno para el que nuestro cerebro necesita
cierta ayuda. Y quienes desarrollan la corrección profesional se
encargan de allanarnos el camino. Como parte de su oficio, un buen
corrector o correctora mejorará el ritmo, simplificará la sintaxis,
añadirá marcadores, ordenará ideas. Quienes leemos no lo notamos,
pero el corrector/a nos acompaña en ese extraño proceso que es leer
y nos quita las piedras del camino. No deja de ser, como dice Antonio
Martín en su magnífico ensayo ​La mano invisible​ (CSIC, 2019), una
persona experta en control de calidad del texto. Como resultado,
quien escribe presenta una mejor imagen y quien lee siente un mayor
placer y, por tanto, leerá más.

Creo que es importante que se sepa. Escribir es un arte. Por muy bien
que lo hagas, haz caso a la famosa etiqueta de Twitter y
#PonUnCorrectorEnTuVida.

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