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Santos Juliá, artesano,

maestro, historiador
Santos Juliá fue un maestro que trabajaba con
realidades complejas y reivindicaba el oficio de
historiador, su vigencia e independencia.
​ ilar Mera Costas
P
24 octubre 2019

Santos Juliá ha muerto y no sé qué escribir. No es por falta de


palabras bonitas ni de razones que lo hagan merecedor de ellas. Por
esas razones, con las que ha conquistado aprecios y admiración,
lloverán páginas afectuosas en las que se elogiará su trayectoria, su
brillantez, su aportación imprescindible a la historiografía del siglo XX,
su talento como columnista, su capacidad de desentrañar la
actualidad, su pluma habilidosa. Se elogiará al intelectual, al
historiador y al hombre. Será emocionante y aun así los elogios
sabrán a poco, como sucede siempre que las buenas razones
superan por mucho el espacio de cualquier crónica.

Supongo que no puedo escribir porque por mucho que lea, que
escuche, que lo piense, me parece irreal. Lo real es él y su presencia
que lo llena todo. Lo veo en el Seminario que fundó con Pepe Álvarez
Junco sentado junto a los demás alrededor de la mesa, la mano en la
cabeza, ladeada, un poco recostado, los ojos entrecerrados
escuchando, agazapado y pensativo, que no dormido. Es un felino
transparente, que deja ver en su quietud o sus movimientos cómo
recibe lo que escucha. A veces con tranquilidad reposada aprobadora.
Otras, removiéndose poco a poco en el asiento, quizás farfullando
desacuerdo. Hasta que desenreda su cuerpo y el león de presencia
imponente agita su melena y, ya erguido, responde, matiza o
reflexiona en voz alta. Las manos trenzadas o el dedo índice que se
mueve reflexivo. El hablar firme, quizás con un deje impaciente, que
se asomará seguro si la mano juega por debajo de las gafas, en un
gesto que siempre significa “empiezo a estar harto”.

Pero que no confunda el retrato: la intensidad y la seguridad con la


que formula sus pensamientos no lo convierten en el prototipo de
intelectual colérico. Es un hombre amable de tono suave y voz de
timbre vibrante, que dice lo que piensa sin tapujos. El Seminario
busca mejorar el texto que se presenta, así que no hay lugar para
componendas. Se analiza, se señalan debilidades, se confrontan. Se
ejercita el pensamiento crítico y así se construye. La “trituradora de la
Ortega” es una tijera que ayuda a recortar el mejor perfil y que riega el
final del rito con unas cañas. También así se hace escuela.

Santos es nuestro maestro, por eso su opinión cala tan adentro. El


comentario certero, provechoso pero sin concesiones, que te deja
helado. El comentario positivo, ajustado al pie y sin exceso, que suena
a gloria. O la sensación de euforia y alegría disparada cuando
explicita su acuerdo con un argumento que acabas de exponer, que
recoge y desarrolla, dándote la razón, acompañada de su mirada
apreciativa y su “bueno, bueno” de aprobación.

Es, además, un maestro que trabaja con realidades complejas y


reivindica el oficio de historiador, su vigencia y su independencia. Sin
alharacas, presunciones, ni medallas. Al revés, con la humildad del
artesano que va rescatando pequeñas piezas, cuantas más mejor, y
con paciencia las va colocando, intentando reconstruir hechos y
entenderlos. El objetivo es escuchar todas las fuentes posibles y dejar
testimonio de sus voces, esforzándose en dejar fuera las mochilas de
causas presentes, porque esas servidumbres plantean conflictos,
chocan con lo que cuentan las voces del pasado y comprometen la
honestidad intelectual. La función no es juzgar, ni tomar partido, sino
comprender.

Esa imagen del artesano, a la que acudía con frecuencia y que


formuló en conferencias y en libros como ​Elogio de historia en tiempo
de memoria,​ es fácil de reconocer en su trabajo historiográfico, donde
la pone en práctica ya sea hablando de los socialistas en la Segunda
República, de la ciudad de Madrid, de la violencia en la Guerra Civil,
de la transición como concepto y como proceso histórico o de su
querido Manuel Azaña. Quizás esta manera de entender, defender y
cultivar el oficio sea su mayor enseñanza como maestro historiador.
Como decía en una entrevista publicada en ​Letras Libres​, cuando se
aborda una cuestión, “hay que definirla, apurarla, entrar en el núcleo”.
Y él lo ha hecho con una lucidez poco habitual.
Esa entrevista de ​Letras Libres​ abría con una foto maravillosa, tan
vívida y tan tal cual, que verla hoy estremece. También reconocible y
real aparece en la mayoría de los vídeos que circulan por la red:
entrevistas, conferencias, documentales históricos... En muchos de
ellos aparece esa sonrisa tan suya, a veces con un puntito de sorna, a
menudo llena de ternura. Es la sonrisa del buen hombre, del maestro,
del amigo querido. El hueco que deja es tan grande que sus libros,
sus palabras, sus recuerdos aún no sirven de consuelo

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