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MAURICE BAUMANN - PIERRE LUIGI DUBIED

TEOLOGÍA Y PEDAGOGÍA
Nos hallamos en plena efervescencia catequética: los modelos tradicionales de
catequesis han desaparecido o persisten en experiencias aisladas. Las nuevas prácticas
sólo tienen de común la negación del modelo antiguo. La teología práctica podría
aportar algunos criterios para poner un poco de orden intelectual y contribuir a la
elección de vías de futuro. Este artículo pretende mostrar las relaciones entre teología
y pedagogía en sus planteamientos esenciales. Es necesario señalar los puntos
cruciales de donde parten los problemas. Así se practican las experiencias catequéticas
actuales, reteniendo de ellas lo mejor y abandonando lo malo.

Théologie et pédagogie, Etudes théologiques et religieuses, 61 (1986) 371 - 382

Considero que la teología y la pedagogía son solidarias y se influyen mutuamente. Sin


embargo, de ello no se han sacado aún todas las consecuencias para la situación actual,
pues no sólo hay que denunciar las carencias pedagógicas de la iglesia y de los
catequetas: el fracaso pedagógico debería cuestionar la misma teología.

Parto de la hipótesis de que la enseñanza de la iglesia y particularmente el catecismo de


los adolescentes- puede considerarse un lugar de prueba para que la iglesia se
reencuentre con su mismo ser. Un fracaso en el frente de la enseñanza, ¿no pone en
cuestión más que unas técnicas neutras? ¿no repercute en los sistemas de convicción
que explicitan la fe? La expresión teológica de la fe, ¿puede iluminar lo que tienen en
común el catequeta y los catecúmenos?

I. Dos ocasiones en que aparece la union teologia-pedagogia.

Tradicionalmente, la teología debe señalar el objetivo de la catequesis, y la pedagogía


describir los medios para conseguirlo. Esto ya nos muestra que la teología y la
pedagogía no pueden separarse ni subordinarse la una a la otra.

1. Cuando la teología señala los obje tivos de la catequesis, la pedagogía...

A la catequesis se le asignan objetivos muy diferentes, que imposibilitan métodos


comunes. Señalemos algunos:

La fe: "La catequesis se enraiza en la fe y conduce a ella. Se dirige a bautizados y se


propone que éstos desarrollen su fe para poder confesarla." (O. Dubuisson). Esta
afirmación sólo puede conducir a una práctica catequética de explicitación de la fe. En
este caso, la pedagogía sólo tendrá un papel auxiliar.

La liberación: "La educación es la liberación del sufrimiento. Su objetivo es hacerse


cargo de nuestra situación, el reconocimiento de las deformaciones de una imagen ya
falseada, la capacidad de acción en la realidad." (H.J. Heydorn). Aquí la pedagogía se
integra más con la intención humanista de toda educación. Pero mantiene un acento
magistral* y el carácter propiamente teológico aparece con dificultad.
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La no-reproducción de la iglesia: "A pesar de todos los esfuerzos, la finalidad de la


catequesis sigue siendo la reproducción de la iglesia: integrar a los jóvenes en la
comunidad adulta que desea reproducirse en sus herederos." (H. Mehi). Esta definición
negativa deja abierto el proceso catequético e implica formas pedagógicas flexibles: si
la iglesia es la meta de la catequesis, es la iglesia "por hacer", y no la ya hecha.

Autonomía y diálogo: "(...) para que todos puedan asociarse a la vida de la iglesia, ser
autónomos como cristianos y participar en el diálogo de la fe." (J. Henkys y G.
Kehnscherper). El objetivo, fijado teológicamente, es abierto, permitiendo diversas
pedagogías. La pedagogía podrá repercutir en la teología, si ésta fracasa.

Estos ejemplos bastan para ver la unión entre teología y pedagogía. No debe pensarse
que a cada objetivo deba corresponder una sola pedagogía: la definición de un objetivo
implica una pedagogía dominante. Cuando se respeta esto en la práctica y el fracaso es
el resultado del proceso catequético, debe cuestionarse el conjunto teología-pedagogía,
y no sólo la parte pedagógica.

2.Cuando la pedagogía describe los medios para conseguir los objetivos, la


teología...

El estatuto concedido a la pedagogía en el proceso catequético hace sospechar de


algunos rasgos de la teología que pretende conducir dicho proceso. Si se entiende por
pedagogía el conjunto de medios destinados a transmitir un contenido, seguramente éste
es concebido como el conjunto de "verdades eternas", de las que la teología es el simple
reflejo en el tiempo. Así se ocasionarán bloqueos en los que la teología se protegerá de
los fracasos pedagógicos, e inc luso podrá adoptar medidas disciplinarias. La renuncia a
estos bloqueos permitiría en la práctica remontar a sus fundamentos teológicos y
repensarlos.

Hay que señalar, pues, la relación pedagogía-teología y pensarla en el interior del


proceso catequético. Tal relación puede ser la tarea de la reflexión crítica de la
catequética.

II. Los influjos del contexto

La teología y la pedagogía constituyen un "sistema" que debe situarse en su "contexto",


"( ...) en el conjunto de los elementos del medio cuyos atrib utos afectan al sistema o son
afectados por él" (E. Marc y D. Picard). El contexto de la práctica pedagógica o
catequética de la iglesia puede definirse de un modo más o menos amplio, según se
examine la unidad de la parroquia o el conjunto de la sociedad.

En el protestantismo, la catequesis se ha ido inspirando en los catecismos de la reforma.


Esta inspiración parece haberse agotado y las tentativas por salvar este modelo
catequético no parecen tener mucho futuro. El cambio de contexto ha afectado el
alcance originario de los catecismos de Lutero y Calvino.

Lutero compuso su "Pequeño catecismo" para instruir a un pueblo cristiano


abandonado; un pueblo "pagano" que se encontraba inmerso en lo religioso,
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confundiendo lo sagrado y lo profano. Por eso, el catecismo iba destinado a dar a la


gente el mínimo conocimiento para distinguir, en la vida de cada día, lo sagrado de lo
profano, la palabra de dios y el mundo; y conseguir así una cierta autonomía.

Hoy podemos constatar ignorancias comparables, con otro transfondo y otra función,
cuya resolución no llegará al mismo resultado. Ya no se vive en una atmósfera religiosa,
de referencia cristiana, estructurada por lo ritual. La secularización, legítimamente
ocasionada por los catecismos de la reforma, ha tenido, entre otros efectos, el de la
instrumentación de la razón. Los problemas humanos que la religión tomaba a su cargo
se han convertido en problemas de la vida en general cuya respuesta se relega a un
ámbito privado.

Se ha dado un cambio radical de contexto en la actividad pedagógica de la iglesia; por


ello, la mera repetición de los catecismos de Lutero y de Calvino en la instrucción
religiosa de nuestros adolescentes no tendrá, salvo excepciones, el mismo efecto. Para
conservar el sentido de la obra catequética de la Reforma, hay que adaptar su forma.
Una pedagogía frontal conducirá al fracaso: los catecúmenos olvidan lo que han
aprendido o no dedican el mismo esfuerzo en aprender una materia que les parece
supérflua o ajena a sus preocupaciones reales. Sólo tendrá éxito en un contexto con
algún parecido al contexto de la reforma o cuando la personalidad del catequista marque
el proceso catequético. Pero en estos casos es de temer que, una vez hayan abandonado
los catecúmenos este contexto estrecho, no serán capaces de adaptar lo recibido en la
catequesis a su nuevo contexto.

No pretendemos excluir del proceso catequético la enseñanza magistral ni que sea


menospreciable la actividad cognitiva que esta implica. Los frutos de la enseñanza
magistral no aparecerán más que como consecuencia de otros procedimientos
pedagógicos, que habrán relacionado la temática con la vida de los catecúmenos.

He aquí el desafío: desde las dificultades pedagógicas originadas por el carácter


anticuado de los catecismos de la Reforma, ¿podrá adaptarse la teología y comprender
la realidad en la que pretende intervenir? Sólo podrá hacerlo si admite que la
modificación "pedagógica" del problema le afecta también como teología. De lo
contrario, ni la teología ni la iglesia podrán transmitir un mensaje esencial a los
hombres.

III. Sobre el uso del lenguaje

Las buenas intenciones no bastan. El uso ingenuo del lenguaje en catequesis sólo tiene
éxito por casualidad. El examen del uso del lenguaje hace aparecer la dependencia
recíproca entre teología y pedagogía.

En el contexto actual todo contribuye a hacer de lo religioso algo marginal en la vida,


obligatorio sólo en determinadas circunstancias. La catequesis deberá, pues,
contrarrestar esta evidencia. Pero si el catequista declara ante un grupo de catecúmenos
que la fe debe constituir una preocupación esencial sólo se reforzará la evidencia: tal
declaración sólo puede convenir a la autoridad "contestada" de alguien marginal que se
apoya en una tradición anticuada. Tampoco cambiará la mentalidad de los catecúmenos
por no adaptarse al contexto. Y si se preocupa porque los demás no dan ninguna
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importancia a lo que para él la tiene, de hecho no presta una verdadera atención a sus
interlocutores. Si esta declaración es seguida de una instrucción magistral sobre los
elementos esenciales de la fe cristiana, se tiene la impresión de que la fe es un conjunto
de dogmas que basta conocer para estar en la verdad. Los mejor dispuestos darán cuenta
en todo momento de lo que han aprendido; así, los "mejores" parecerán ser los mejor
dotados escolarmente; excepción hecha de aquellas cabezas brillantes que, por
oposición o indiferencia, se habrán unido al clan de los malos estudiantes; lo que
permitirá dudar de su inteligencia real.

A menudo se confunde el lenguaje "a propósito de la fe" con el lenguaje "de la fe". Esto
es ruinoso. Jesús no cometió esta confusión al anunciar el reino en parábolas. A través
de ellas, que no revelan grandes secretos, puso a sus oyentes en relación con el Reino
para que pudieran darse cue nta de lo que éste suponía para ellos y, eventualmente,
entrar en él.

Sólo un tipo de lenguaje, comparable en sus efectos al lenguaje de Jesús, podrá operar el
cambio necesario en el proceso catequético. Pero una simple recuperación de las
parábolas o de otros textos del N.T. no tendría en cuenta la diferencia de contextos. Los
textos bíblicos tendrán su fuerza cuando se proclamen en una experiencia que habrá
puesto a los catecúmenos en situación de recibirlos, aclarando una situación del grupo o
de una actividad llevada a cabo en la catequesis.

Podemos, pues, distinguir dos usos de lenguaje en catequesis:

-el primero, tiende a operar el cambio, o la posibilidad de éste, en las premisas, cuyos
portadores son los catecúmenos, sobre la fe, la iglesia, la catequesis y sobre la
comprensión de sí mismos. Este lenguaje evitará los métodos magistrales y tendrá un
poder esencialmente educativo.

-el segundo, tiende a dar cuenta de las experiencias del primer orden de lenguaje,
criticándolo mediante afirmaciones dogmá ticas; a las que criticará a su vez a partir de la
experiencia. Su función es informativa, pero resulta tan necesario como el otro.

Ambos lenguajes deben existir y articularse en el proceso catequético. El tipo de


comunicación determina opciones didácticas bien claras. En la situación actual parece
que hay que poner el acento en el primer tipo de lenguaje. Y no por razones
estrictamente pedagógicas: la revisión de la pedagogía de la iglesia implicará un
cuestionamiento de su teología, que podría repensar el tema de la comunicación
indirecta de la Verdad.

IV. Sobre el papel de la contradiccion pedagogia-teologia

No abogamos por una homogeneidad perfecta de la pedagogía y la teología que llevaría


a una inmobilidad del contexto y al fracaso de la práctica pedagógica de la iglesia.
Pretendemos sólo poner al día las articulaciones de la una con la otra y sus recíprocas
interrelaciones. No buscamos ni la separación ni la sumisión de la una a la otra sin
reciprocidad. La teología es invitada a enmendarse a partir de su contacto pedagógico,
así como la pedagogía es llamada a revisarse desde la teología.
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Se ha subrayado la gravedad de la separación entre teología y pedagogía. Ocupémonos


ahora de la contradicción entre la teología y la pedagogía, origen probable de muc has
equivocaciones en la práctica catequética. A menudo no se es consciente, pero ¿deja por
ello de repercutir?

Tomemos el ejemplo de una catequesis centrada en el amor de Dios. ¿Qué hará el


catequista ante la indiferencia de los catecúmenos? Redoblar los esfuerzos. Los
catecúmenos se aburrirán todavía más. El catequista sancionará la indisciplina. Los
catecúmenos le retraerán, entonces, las afirmaciones del principio. Este ejemplo ilustra
las

desgracias de una teología que no ha pensado sus propios fundame ntos y se ha


aventurado sin autocrítica en el terreno pedagógico donde pretendía encontrar a no
convencidos.

También se da el movimiento inverso: el catequista renuncia a la enseñanza magistral y


"hace camino" con sus catecúmenos. Llega un día en que debe justificar su presencia:
así, viene a reinstaurar un sistema "magistral" para hacer prevalecer sus verdades, con
una solapada autoridad teológicamente justificada.

Ninguna teología apoya cualquier pedagogía, o viceversa, pero toda teología debe
definir su pedagogía y arriesgarse en ella. La catequesis es el primer lugar de prueba de
la teología. El constante fracaso pedagógico puede camuflar carencias teológicas. En el
ejemplo citado, es la comprensión del amor de Dios la que podría ser equivocada. Se ha
utilizado el término "amor" por creer que daba un punto de contacto con la realidad y
las necesidades de los catecúmenos.

El fracaso pedagógico nos remite a los fundamentos teológicos. Si éstos pretenden


explicitar la autoridad institucional del ministerio, el fracaso de la autoridad del ministro
en función catequética debería replantear las premisas teológicas: ¿no debería
redefinirse esta autoridad? ¿no equivale a una petición de principio desmentida por la
realidad?

Hasta ahora se ha buscado inmunizar a la teología. El catequista tenía miedo de la


posibilidad de una puesta en cuestión de su fe. Pero nuestras teologías sólo son
interpretaciones y hemos de aceptar las reglas de la libre concurrencia. Todos
ganaremos en ello. La catequesis es todavía uno de los lugares donde la Iglesia debe
probar si el mensaje para el que vive está en condiciones de hacer vivir a los hombres.

V. El catequista en la articulacion teologia-pedagogia

El catequista tiene un papel innegable en el proceso catequético y también es afectado


por él. El fracaso repetido provoca dificultades de identidad difusas o reconocidas,
según que acepte ser puesto en cuestión en su sistema de convicciones o no. La
desestabilidad emocional a través de la catequesis crea una legítima angustia que
debería estimular la actividad teológica.

Cuando el movimiento de la vida espiritual es sano implica un retorno a la realidad en el


que el individuo reintegra su identidad modificada. Esta reintegración afecta a todos sus
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datos personales. Así la catequesis educa al mismo catequista poniendo en juego sus
capacidades de aprendizaje y la disponibilidad al cambio. El cambio puede ser
ocasionado tanto por el fracaso como por el éxito.

Algunas catequesis se desarrollan sin problemas a pesar de sus carencias teológicas y


pedagógicas, gracias a la personalidad del catequista. Si los catecúmenos, una vez
aquella ausente, manifiestan sistemáticamente su incapacidad para situarse en relación a
lo aprendido, el éxito de la catequesis es sólo aparente. El catequista deberá plantearse
el problema teológico de su papel en la catequesis: ¿ha sido lo que debería haber sido, o
ha buscado, consciente o inconscientemente, satisfacer su necesidad de identidad a
través de sus catecúmenos?

La articulación teología-pedagogía se muestra en el fondo de los problemas del


catequista: ¿ha estado, o está, en disposición de aceptarse a sí mismo tal como es y en
proceso de cambio? La mala conciencia del catequista en fracaso total o relativo le
cuestiona si vive de acuerdo con lo que cree. Tal pregunta es legítima. Pero habría que
completarla con la opuesta: lo que creo, ¿puede hacer que abandone la falta de armonía
constante con la realidad? Puede verse así cómo la teología remite a la pedagogía y
viceversa. Así, la articulación teología-pedagogía puede ser un motor de la vida
espiritual del catequista. La catequesis puede ser un lugar de verificación de ésta.

El mensaje de la fe pone en cuestión el sistema de convicciones de quien pretende


transmitirlo, bajo pena de alienación. Hay que tener en cuenta además la existencia de
un equipo de catequistas con sistemas de convicciones diversos: se abre así un espacio
más amplio en el que la teología puede ejercerse y estimularse.

Conclusión

Sin describir la verdadera teología ni la verdadera pedagogía, hemos dejado sitio a


opciones teológicas y pedagógicas diferentes. La articulación teología-pedagogía nos
permite juzgar los modelos propuestos: los mejores serán los que rechacen la separación
o la contradicción y puedan transformarse al contacto de la realidad, dando cuenta de
sus adaptaciones en un plano teológico. No caben ni recetas ni trucos, que implicarían la
inmovilidad de uno de los dos polos. Dicha articulación permite un proceso de
aprendizaje abierto del que conviene aprovecharse y hacer aprovechar a la iglesia. Será
un medio para corregirse y evolucionar.

Este proceso es consecuencia de la seriedad de la fe. Califica su porvenir y describe el


juego de la vida. Porvenir y juego soportables, pues la fe, don de Dios, es la fuerza para
soportar el juego de la vida.

La pedagogía explicita las reglas de este juego, adaptándolas en función de las


transformaciones operadas. La teología propone sus retos y objetivos. La teología y la
pedagogía juntas miden su relación con la realidad: sacar a la luz sus fallos y
dificultades indica su adecuación o no-adecuación actual a la realidad.

Tradujo y condens ó: JOSEP GIMENEZ

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