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Prólogo................................................................................ xi
Los primeros vocablos ........................................................ 1
Los afiches........................................................................... 9
La vuelta a casa . ................................................................. 17
La noche.............................................................................. 27
El hijo.................................................................................. 31
San Genaro.......................................................................... 33
El ensueño . ........................................................................ 37
Las manos........................................................................... 43
Puchuncaví ......................................................................... 49
Clandesta . .......................................................................... 59
El Encuentro....................................................................... 65
Santa Petronila.................................................................... 71
La oscuridad........................................................................ 77
La Paloma........................................................................... 79
La Clase.............................................................................. 81
El Cigarrillo........................................................................ 85
La Descripción.................................................................... 87
La Enseñanza...................................................................... 91
La Despedida...................................................................... 97
La Peni................................................................................ 99
La calle 5............................................................................. 111
Los volantines...................................................................... 117
La imprenta......................................................................... 121
A mis Hermanos.
A la Mami.
A Dom.
A Patricio Y.
Marco Muñoz
xi
MIR: Movimiento de Izquierda Revolucionaria, fundado en 1965. Durante la
dictadura militar, realizó acciones de reorganización clandestina del movimiento
popular y de resistencia armada.
“Grupo Móvil”: denominación de brigadas especiales de la policía uniformada
(Carabineros), destinadas a reprimir manifestaciones públicas. Posteriormente se
les rebautizó como “Fuerzas Especiales”.
para evitar que los pacos nos pararan. Y así fue. Parecíamos un
grupo de adherentes más, que se dirigía a la concentración pro-
gramada por los alessandristas.
Los primeros días fueron tensos, los pacos llegaron poco tiem-
po después de habernos instalado, pero los contuvimos con ba-
rricadas que levantamos en las cinco puertas de acceso; además,
el terreno estaba rodeado de panderetas tipo bulldog. Hacíamos
turnos rotativos para vigilar el predio, siempre alrededor de un
fogón; con la Mami nos turnábamos haciendo guardia, en algu-
na de las cinco puertas que existian.
Al principio de la toma teníamos una carpa para cuatro per-
sonas, era cómoda y abrigada, pero teníamos problemas para
acomodarnos. Como se trataba de antiguas chacras improduc-
tivas, aún estaban los surcos duros de las plantaciones. Tratamos
de emparejarlos, pero no lo logramos, así que acomodaba mi
saco de dormir siguiendo la línea de los surcos.
Como ganó el Chicho no nos desalojaron. La Corporación
para la Vivienda, Corvi, construyó las casas y muchos fuimos ha-
ciendo ampliaciones, ya que los terrenos eran grandes. Nuestra
ampliación era de madera.
La Mami instaló un pequeño almacén que lo bautizamos
como “El Galpón”. En el mostrador se ubicaba una balanza
de color celeste y había pequeñas vitrinas que contenían dul-
ces y golosinas. A la entrada del negocio estaba el saco de pa-
pas y el canasto grande (también conocido como cuna), con
las verduras. Detrás del mostrador estaban las estanterías don-
de iban los paquetes de fideos, los tarros de conserva, las sal-
sas de tomate y la leche condensada; también había un sector
para los detergentes, el cloro y el papel higiénico. Teníamos
un teléfono público y vendíamos papeles de regalo, lápices,
cuadernos, gomas, agujas e hilos de colores. Sobre el mesón
Pacos: denominación popular de los policías uniformados. También se les llama
así a los gendarmes, guardias de prisión.
Bloques de concreto armado, fabricados en serie, para separación de recintos.
Frente Nacionalista Patria y Libertad, organización de ultraderecha, muy vincu-
lada al golpismo, que, durante el gobierno de Salvador Allende, organizó y ejecutó
numerosos sabotajes y atentados explosivos, incluyendo el asesinato del Edecán
Naval del Presidente. Tras el golpe de Estado, algunos de sus miembros, pasaron a
formar parte de la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional).
Técnica de impresión manual, consistente en un bastidor cubierto por una tela
muy fina, que deja pasar tinta, en sus partes no cubiertas por emulsión, utilizada
para imprimir sobre diversos objetos, incluido papel. De uso muy cotidiano du-
rante la dictadura, como una forma de producir material impreso y propaganda
para su distribución.
repartir boletines del MUI. Nuestro objetivo eran los clases y los
conscriptos.
— ¡Hey, cumpa! Tome, por favor, un boletín de la universidad
sobre la situación actual... gracias.
Partimos frente al teatro de la Universidad de Concepción y
fuimos avanzando hacia el centro de la plaza. Como era domin-
go, los pelaos tenían franco y la mayoría de ellos deambulaba por
la plaza y por los sectores aledaños al mercado.
—Por favor, toma un boletín de los estudiantes... es para ti...
es gratis... gracias, muy amable.
Los pelaos lo recibían y nosotros seguíamos repartiendo.
— ¡Hey! ¡Amigo!... tome un boletín de los universitarios so-
bre la situación actual... —alcancé a decir.
No había terminado la frase cuando vi que mi mano quedó
suspendida en el aire por un momento. La moví para saber si
aún estaba ahí, miré al pelao: mi mano seguía estirada.
—No quiero esas huevás que hablan pura mierda —masculló
con voz semi-ronca y con tono de desprecio.
— ¿Pero, la leíste? —pregunté.
—No, pero todas dicen lo mismo... no quiero recibirla, así
que guárdate tu huevá.
— ¿De qué huevá hablái, pelao ignorante, si ni siquiera sabís
de qué se trata, hueón tonto? Vamos, compadre, éste no sabe
dónde está parado —reclamó el Temu, indignado por la actitud
prepotente del milico.
Nos fuimos repartiendo volantes hacia Barros Arana y cami-
namos en dirección a la Catedral. Me di vuelta y el pelao con el
que acabábamos de discutir, estaba conversando con unos seis
milicos. Lo pillé apuntándonos.
—Temu, mira disimuladamente para el lado donde está el
milico... parece que se están juntando, echa un vistazo —dije en
tono conspirativo.
Nombre popular que se le da a los conscriptos que realizan Servicio Militar.
Casa de seguridad: vivienda destinada a servir de alojamiento alternativo para
los perseguidos por la dictadura. Para las organizaciones clandestinas, las casas de
seguridad eran imprescindibles; éstas, muchas veces eran proporcionadas por los
ayudistas, otras, debía procurárselas la misma organización.
Los rescates consistían en otros puntos de contacto que se utilizaban si el contacto
normal no funcionaba; estaban planificados con un tiempo de separación de varios
días o de horas, como era este caso específico.
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Lugar de encuentro, previamente acordado, a veces con santo y seña, utilizado
para intercambiar información, documentos, objetos o acordar acciones, durante
la clandestinidad.
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Denominación campesina para quienes se dice que son incondicionales al
patrón o futre.
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DINA: Dirección de Inteligencia Nacional. Creada por un decreto secreto de la
Junta de Gobierno golpista, cuyo jefe máximo fue Manuel Contreras Sepúlveda,
condenado por numerosos actos de detención ilegal y desaparición forzada de
personas y por el atentado en Washington, que le costó la vida a Orlando Letelier,
ex ministro de Salvador Allende. Este organismo respondía en forma directa a
Augusto Pinochet. Posteriormente, la mayoría de sus miembros siguieron for-
mando parte de la organización que le sucedió, la CNI (Central Nacional de In-
formaciones).
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lado y que un poco más allá estaba Rodrigo. Por lo menos aún
seguíamos juntos.
El tiempo transcurría, pero no pasaba nada, sólo la quietud
de nuestros cuerpos.
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Identificación falsa.
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Academia de Guerra Aérea. Al parecer, el recinto había pertenecido a unas monjas
italianas antes del golpe de Estado.
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Dicho popular que denomina a alguien que ha adquirido experiencia.
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—Y eso que estás haciendo, ¿qué es? Deja de mover las ma-
nos —ordenó uno de los pelaos, a cargo de la custodia.
Había pillado a Marcela haciendo un movimiento de una le-
tra que se asemejaba a un chasquido.
—¿Esto? Esto es Atrix, la marca de jabón y estaba pensando
en ese aviso.
Con su ingenio, Marcela había salido del paso. Efectivamen-
te en la televisión daban un aviso del jabón marca Atrix, en el
que sus protagonistas chasqueaban los dedos.
Con Rodrigo quedamos casi juntos, después de levantarnos y
de repetir la rutina de cruzar hacia el otro lado del pasillo. Entre
nosotros había una distancia de un metro, y en medio de los dos,
había una bolsa plástica que tenía escrita la palabra “zapatos”.
Al parecer, la bolsa era de Rodrigo. Nos miramos a través de
la venda y movimos las manos en forma de saludo. Como las
gesticulaciones corporales eran difíciles de interpretar, comencé
a decirle que pusiera atención a mis manos. Y una a una fui
repitiendo las letras del abecedario, llegaba hasta la Z y volvía a
comenzar. Por fin logramos ir al unísono, ahora nuestras manos
bailaban juntas. El examen de grado de este curso rápido sería
la lectura de la bolsa que estaba entre los dos. Con sus manos,
Rodrigo debía escribir “zapato”. Lentamente sus dedos se fijaron
en el aire, a la manera de la “z” del Zorro de las historietas. Su se-
gunda letra fue un puño cerrado que dibujó una “a”, avanzó por
el aire y sus dedos trastabillaron para continuar con la “p”, nue-
vamente el puño cerrado para la segunda “a” y su índice avanzó
hasta sus labios, apenas perceptibles, para escribir la “t”. Cerró el
examen con un círculo al viento lanzando una letra “o”. Ambos,
con los puños cerrados y haciendo fuerza como en un partido de
fútbol, dijimos ¡bieeeeennnn!, ¡he he he he he!, con un gesto de
nuestras manos, en el silencio más absoluto.
Lentamente, comenzamos a contarnos lo que sabíamos; lo
dicho por Marcela acerca del que nos había entregado. Nos dá-
bamos mutua fuerza. Nos preocupaba Víctor, era a él al que bus-
caban esa madrugada, cuando nos detuvieron. Con el correr de
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Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea.
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Un barretín es un escondrijo u objeto transportable, modificado y acondicionado
para ocultar objetos y, eventualmente, transportarlos clandestinamente, sin cambiar su
apariencia externa.
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pasar cosas que nos pedían desde adentro, como libros, pilas,
transistores. También hacíamos barretines especiales para las co-
municaciones con el Partido.
La frecuencia de nuestros viajes a Puchuncaví fue aumentan-
do. Estas visitas eran muy importantes para nuestra formación
política; pudimos compartir impresiones y análisis, y planificar
algunas acciones para llevarlas a cabo. Afuera reproducíamos
gran parte de las actividades que los cumpas desarrollaban en
prisión: obras de teatro, tejido a telar, grabado de monedas, talla-
do de huesos y otras actividades productivas.
Los prisioneros políticos de Puchuncaví hicieron una protesta
masiva cuando se publicó la infame noticia de los 119 compañe-
ros y compañeras que, según la dictadura, habían sido asesinados
por sus compañeros de partido, a raíz de rencillas internas. To-
dos sabíamos que habían sido detenidos y desaparecidos entre
1974 y 1975. Los prisioneros fueron capaces de rebelarse ante
los marinos e iniciar una huelga de hambre.
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Un “cuadro” es un militante probado, a quien se prepara, teórica y prácticamente para
la lucha.
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SIG, marca de un fusil-ametralladora belga, muy utilizado en la época por las fuerzas
de Carabineros, la policía uniformada chilena.
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AKA, modelo de fusil-ametralladora ruso.
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fueron dando más ramos hasta que llegamos a hacer clases todos
los días, desde las ocho y media hasta las diez de la noche. Nues-
tro sueldo mejoró y también aumentaron las exigencias, no sólo
las pedagógicas sino que también las del Partido. En el trabajo
marcaba tarjeta de entrada y de salida, así tenía una muy buena
cobertura para mi accionar. La cobertura era tu argumento, tu
leyenda, para una determinada situación; en este caso, la leyenda
era ser profesor de Inacap, donde trabajaba todo el día. Según la
tarjeta de ingreso y de salida, yo me retiraba recién en la noche,
sin embargo, a la hora de almuerzo y sin marcar la tarjeta, salía
a mis encuentros o puntos con el Partido. Nadie en el Inacap
imaginaba mi trabajo político paralelo.
La situación política se fue complicando para nuestra estruc-
tura, había que asumir otras tareas, lo que me llevó a dejar todo
lo estaba haciendo. Poco a poco fui abandonando los cursos del
Inacap para preparar mi paso definitivo a la clandestinidad. A
mediados de 1978 corté los nexos con la familia. A la Mami la
habíamos mandado a Francia, a Lyon, donde estaba Víctor. Mi
hermano había tenido que salir ante la estrechez del cerco a la
estructura que pertenecía, y ante la muerte de algunos de sus
compañeros más cercanos. Nos dimos cuenta que la situación
era crítica y con Rodrigo tomamos la decisión de proteger a la
Mami. Ella se llevó al Juanito, el más pequeño de sus sobrinos.
Dejé mi casa, mi barrio, los amigos y los sectores que fre-
cuentaba. Dejé absolutamente todo.
Arrendé una pieza en una casa de dos pisos en Quinta Nor-
mal. Elegí el cuarto que estaba en el segundo piso, tenía dos
ventanas grandes que daban a los techos de las casas contiguas y
de ahí a un terreno grande, que tenía salida hacia otra calle. Era
perfecta, así que di curso a mi leyenda para cerrar el trato.
—Sí, está buena, es aislada, ahí arriba me favorece porque
tengo que estudiar... bueno mi nombre es Felipe Baeza Martí-
nez, vengo de Molina, y estoy en la Usach estudiando Ingeniería
Mecánica.
Esa fue mi presentación.
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TIC: Táctica Individual de Combate.
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casa vivía una pareja joven, que estaba por mudarse a otro lugar.
Como aún no se marcharían, llegamos a un acuerdo: yo pagaría
el arriendo y ellos se encargarían del mantenimiento de la casa.
Todos colaboraríamos para comprar los alimentos. Su presencia
no me producía ningún problema, todo lo contrario, parecíamos
una familia joven y así mi cobertura sería más normal.
Los días pasaron rápido, los preparativos para el traslado al
sur avanzaban. Tuve que visitar la casa de tránsito para dejar
unos materiales, volví a contactarme con el jefe de la estructura
donde militaba. Los encuentros con mi gente los hacía a través
de puntos previamente establecidos, y de puntos de rescate tam-
bién preparados de antemano. Mi casa era desconocida para los
que militaban conmigo y yo tampoco sabía dónde vivían.
Nuevamente tuve que salir a realizar unas escuelas de cua-
dros. Al volver, me encontré con la noticia de que mi estructura
había sido golpeada. Los aparatos de seguridad habían detecta-
do la casa de tránsito y habían encontrado documentación, pro-
paganda, armas y dinero. La gente de la casa fue detenida, pero
no manejaban mucha información.
Ante la gravedad de la situación me fui a la costa donde tenía
una casa de seguridad que sólo yo conocía; allí me mantendría
escondido hasta que pudiera retomar los contactos. Un día com-
pré el diario y vi que salían los retratos de tres compañeros de mi
estructura. Eran intensamente buscados. Mi angustia aumentó
y viajé a Santiago para saber qué estaba pasando y para retomar
los contactos con los rescates.
Obtuve algunas noticias que me indicaban que nos andaban
buscando por distintas partes, incluso la CNI23 había visitado a
algunos amigos y había preparado una ratonera24 en la casa de
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CNI: Central Nacional de Informaciones, organismo represivo de carácter secreto,
destinado a la represión selectiva de las organizaciones y personas que se oponían a la
dictadura militar. Sus miembros provenían de todas las ramas de las FF.AA. y algunos
civiles que colaboraban como agentes o soplones. Fue la sucesora de la DINA.
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Una “ratonera” es una trampa, consistente en que los agentes se esconden en una casa,
tomada previamente, y esperan la llegada de sus moradores para detenerlos.
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“Legales”: aquellos compañeros que no están con identidad falsa y pasan desaperci-
bidos, porque hacen su vida normal, con trabajo legal abierto.
Esa noche nos habían avisado que unos autos extraños andaban
dando vueltas por las poblaciones El Polígono y Simón Bolí-
var. Para mayor seguridad, con el Flaco (que era del grupo de
resistencia) nos fuimos a mi casa, dormiríamos ahí y al otro día
veríamos qué estaba sucediendo. Sabíamos que nos podía llegar
de rebote un golpe represivo, el mismo que había afectado a mi
estructura un mes atrás, en la casa de tránsito.
Cuando íbamos por la calle Nueva Imperial vimos un par
de autos con los vidrios polarizados y las típicas antenitas que
sobresalían como un aguijón. Caminamos normalmente, en sen-
tido contrario, pasaron muy despacio, como observando a todos
los que circulaban o, quizás, ya andaban poroteando. Se llamaba
porotear a salir a buscar personas específicas, que eran señaladas
por un informante que andaba con los agentes para reconocerlas.
Tal vez nos buscaban a nosotros y no lo sabíamos.
Preparamos algo de comer y compartimos un poco con la
pareja que vivía en la casa. El Rucio, que así le decían al inqui-
lino, tenía una hija de unos cinco años que se llamaba Javiera.
Ese día el Rucio había llevado una moto grande, de 500 cc, y la
tenía estacionada en el pasillo de la puerta de entrada. Lanzamos
algunas tallas con la moto, después de comer algo vimos las no-
ticias y nos fuimos a acostar.
Desperté sobresaltado por el ruido. Mi mente viajó rápido a
buscar respuestas: ¿Se habrá caído la moto o llegó la repre?
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Detenido.
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Aguantar.
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Arma de fuego.
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Paquete o envío conteniendo alimentos u otros elementos para cubrir las necesidades
de los presos.
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Aún permanecía tirado en las baldosas, tenía las manos sin ama-
rras, pero continuaba vendado. Además de lo que había visto
en mi primera inspección, había logrado ver, hacia el fondo de
la sala, un pedazo de ventanal grande, antiguo. Lo que quedaba
de ventanal estaba tapiado con ladrillos a la vista. Pegado a la
superficie, se veía un tubo cuadrado, metálico que tenía capas y
capas de pintura amarillo ocre.
Mis oídos se fueron poniendo en alerta. Como no podía ver,
de cuando en cuando me las ingeniaba para tratar de entender el
sonido permanente del agua. Era el río Mapocho y su presencia
me indicaba que estábamos en el cuartel Borgoño. Ya conocía-
mos su existencia, poco antes de caer, un grupo de compañeros
había dejado una bomba cazabobos30 en la parte trasera del re-
cinto. El experto de la CNI no había podido con ella y había
volado por los aires.
En algunas ocasiones escuchábamos el sonido del pito de un
tren que estaba arribando a la Estación Mapocho, y ese pitido
confirmaba nuestra certeza. En las noches tormentosas, el río
nos arrullaba con su sonido de aguas que navegaban en busca de
la libertad del mar.
El ruido de la gruesa puerta metálica me sobresaltó. Cada
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Artefacto explosivo, que su encendido tiene una trampa, para que no la desconecten:
se activa sola al menor movimiento o mala manipulación.
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Pitiar: matar.
volver después, así que tení que disparar bien a la otra. Ahora
vámonos que tengo que dejarte en tu celda.
Volví a sentarme en el suelo con mis ojos vendados y me su-
mergí en mis pensamientos, tratando de analizar la información
que acababa de obtener. Esa conversación en el baño había sido
una manera distinta de conocer a mi enemigo; de saber cómo
había vivido la misma situación; de enterarme qué había sentido.
Recordé la última frase que me había dicho.
—Eres buen enemigo, hueón.
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das. Al igual que en las calles, las celdas de las galerías estaban
ubicadas a ambos lados del pasillo. Después seguían la calle 6, la
galería 7, la calle 8 y la galería 8.
La calle 9 estaba frente a la cuarta reja, al otro lado del óvalo.
Era una calle rectangular, más ancha que las demás, y hacia el
fondo tenía salida a una cancha de futbolito canero32. (La cancha
estaba ubicada en un triángulo del terreno, por lo tanto, en uno
de los costados no se podían patear tiros de esquina.
Dando la vuelta al óvalo, continuaban la galería 9, la calle 10
y la galería 10; seguían la calle 11, la galería 11, la estrecha calle
12 y la calle 13, que tenía una multicancha embaldosada y un
edificio de tres pisos que era usado como escuela. Algunas veces
subíamos hasta ahí para extender la mirada hacia nuestras mon-
tañas. Las angostas calles 14 y 15 completaban la vuelta al óvalo.
Pegadas a la cuarta reja estaban las dos oficinas de la guardia
interna, que tenían puerta hacia el óvalo y hacia el recinto de
visitas. En épocas normales el óvalo era un ir y venir de gente, de
una calle a otra, de una galería a otra galería, o hacia el almacén.
Siempre se veía a dos personas caminando más o menos rápido,
como si tuvieran un rumbo preciso. Caminaban unos cuantos
metros y se devolvían por el mismo camino y podían estar así
todo el día. Cuando había conflictos, el óvalo quedaba desierto;
en las galerías o calles algunos se asomaban a mirar, pero siem-
pre lo hacían pegado a la muralla.
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Las canchas están rodeadas de murallas y se juega en ellas haciendo rebotar la pelota;
las medidas son las que dé el lugar.
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Celda para guardar la comida.
sido ese día. Hacía tan poco había estado con Andrea, ahora
ella no tenía cómo saber que me habían llevado a una celda de
castigo.
El silencio era inmenso, sólo se oían algunas voces lejanas
y una música que podíamos percibir levemente. Esos sonidos
rompían el aire y la oscuridad. Nuestros ojos y oídos comenza-
ron a habituarse a esta nueva situación. Unas tres horas después
llegaron sonidos más fuertes, parecidos al rumor que genera el
público que asiste a un partido de fútbol. Eran gritos lejanos, no
sabíamos lo que estaba pasando. Tratamos de subir a la ventana,
de mirar hacia fuera y reconocer el lugar. La calle estaba cubierta
por planchas de zinc, por lo tanto no tenía contacto con las otras
calles y galerías. Al parecer éramos pocos los castigados, nosotros
seis y uno que otro pato malo que no habíamos visto al ingresar.
—Hey, compadritos, aquí estamos, vinimos a hacerles com-
pañía —gritó una voz desde la entrada de la calle.
De un salto me encaramé a la ventana y miré a los compadres
que venían castigados. Eran cuatro, parecían contentos y estaban
siendo revisados por los pacos.
—No se preocupe, compadre, ya vienen los otros, no están
solos en esto —dijo uno de los compadres al pasar junto a nues-
tra celda.
Al parecer la cosa no había sido tan sencilla para el oficial
que nos había castigado; los compañeros se habían movilizado
de inmediato. No terminaba de pensar en esto, cuando volví a
escuchar nuevas voces.
—¡Aquí estamos otro lote, compadres, así que hagan lugar.
Efectivamente estaban llegando más compañeros. También
venían de a cuatro, y así continuaron ingresando más cumpas,
siempre de a cuatro hasta que la calle se fue saturando, poco a
poco. Nos tuvieron que reagrupar y fuimos quedando de tres y
hasta de a cuatro por celda. Al final habíamos como cuarenta
castigados.
Había un tremendo barullo, gritos, mensajes, tallas y chis-
tes que volaban de un lado a otro. Los compañeros nos fueron
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Carreta: denominación tanto para el lugar, como para la organización en torno a la
preparación y consumo de comida.
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Disimulada en un barretín.
Muchos caerán
Lo sabemos, lo sabemos
Muchos nacerán
Seguiremos, seguiremos
Vamos adelante con el pueblo
A triunfar
Largo y duro…
Un libro que describe el trayecto de la Unión Soviética, desde su origen hasta co-
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“Comisiones”: juego consistente en utilizar un volantín en vuelo para derribar otro
volantín en el aire, maniobrando con el hilo.
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La “R”, era la forma familiar de denominar a la resistencia clandestina contra la
dictadura, en particular, a la resistencia armada, entre quienes, desde la izquierda lucha-
ban contra la dictadura.
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Especie de volantín grande con la forma de cubo.
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—Bien, cumpa, tome, aquí hay algunas monedas para los gas-
tos de la locomoción y el consumo en el boliche. Nos estamos
comunicando —dije como un modo de cerrar el acuerdo.
El viernes llegó Luis a tomar su puesto en la calle. Con Ge-
naro nos acercamos.
—Hola, Lucho, cómo estás —saludó Genaro.
—Bien, bien con el día libreta que tuve...
—¿Y cómo te fue con nuestro encargo? —pregunté ansioso.
—Bien me fue, me encontré con la niña y aquí, bajo la cha-
queta, tengo el libro. Me lo voy a sacar en la celda y ahí se los
doy.
Entró en la celda habilitada para los gendarmes y con Genaro
nos miramos haciéndonos un ademán de “¡bien, bien!”. Algunos
minutos después salió y nos entregó el libro.
—¿Y cómo fue todo? —insistí tratando de averiguar algunos
detalles.
—Bien, bien, nunca había estado en una situación así, pero
bien. La niña llegó y me dijo lo del chalet del niño y yo le con-
testé, se sentó conmigo y tomamos una bebida, después me pasó
el libro y me dio las gracias, así que me fui sin problemas. Claro
que estaba un poco nervioso, pero resultó bien. Tomé todas las
precauciones que ustedes me dijeron.
—Bueno, tú sabes lo que tu ayuda significa para noso-
tros, estamos enormemente agradecidos y cualquier cosa que
quieras nos dices y aquí trataremos de ayudarte. Ya sabes que
todos somos del pueblo, a lo mejor de distintos barrios, pero de
la pobla al fin y al cabo —comenté.
El libro era La orquesta roja. Su autor, Gilles Perrault, reve-
laba las redes que la Internacional Comunista había tejido en
Europa hasta penetrar el Estado Mayor Alemán.
Avanzábamos en el trabajo con Luis. Lo habíamos probado
en varias cosas, incluso lo habíamos mandado a hacer un punto
con alguien nuestro y lo había hecho muy bien. No eran contac-
tos con el Partido sino con nuestros familiares, ya que necesitá-
bamos cosas que sólo podían entrar por esa vía.
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Las cinco de la tarde era una buena hora para hacer el inter-
cambio. A esa hora, la Avenida San Juan tenía un tránsito nor-
mal y circulaba gente, aunque no tanta. Cuando el compañero
cuando cruzó Matheu —la calle intermedia— avancé hacia él y
nos encontramos en la mitad de la cuadra. El fierro venía em-
barretinado en una caja de cereales, prolijamente envuelta. Me
pasó el paquete, que pesaba bastante, le pedí que retomáramos
el camino que acababa de hacer y lo ubiqué a mi lado izquierdo.
Con mi mano derecha sostenía la caja que me había entrega-
do y le iba dando información acerca del trabajo de la CNI en
Mendoza. Pasamos la calle Matheu, yo seguí hablando y animé
la conversación con el movimiento de mis dos manos. El com-
pañero advirtió que yo tenía las manos desocupadas.
—¿Y el paquete? —preguntó totalmente desconcertado.
—¡Se fue! —dije mientras lo contemplaba en su asombro.
Nos detuvimos, miró hacia atrás y hacia los lados. No vio nada
raro.
Todo había estado planificado de antes, pero el cumpa de
Mendoza no estaba informado de cómo iba ocurrir.
En Buenos Aires había varios bares y restoranes que eran
utilizados para contactos. “El Ciervo” era uno de ellos y lo había-
mos elegido porque al compañero le quedaba a pocas cuadras de
la estación, y porque podíamos hacer una vigilancia antes de la
hora del punto, desde la vereda del frente. El compañero nunca
supo que uno de nosotros estaba en el bar mucho antes de la
hora pactada, lo habíamos visto llegar, habíamos chequeado el
sector, y dimos el “vamos”.
El lugar de la entrega era una zona conocida. Ese punto fue
sondeado antes de que el compañero llegara; cuando entró al
punto, esperamos un poco para que avanzara. Después de la en-
trega caminamos normalmente, la gente circulaba entre noso-
tros por la Avenida San Juan, nada anormal. Lo que el cumpa
no vio fue que en dirección nuestra venía una compañera, como
una transeúnte más. Cuando se acercó, la comadre abrió la bolsa
que traía en su mano derecha y la abrió lo suficiente como para
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Una serie de técnicas para contrarrestar el seguimiento de personas.
Ese día íbamos con Andrea y Felipe, nuestro hijo de cuatro años.
Caminábamos por Lavalle y sentíamos el olor de los famosos
bifes de chorizo. Doblamos por Florida y nos detuvimos en un
negocio de filatelia, donde le mostré a Felipe los animales y las
flores de algunos sellos. Siempre me había gustado coleccionar
estampillas; con suerte, aún quedarían algunas en un rincón de
mi casa de Santiago.
Al llegar a Corrientes vimos la oficina de la Telefónica. Casi
siempre estaba colmada de inmigrantes que trataban de comu-
nicarse con sus familiares; frente a la Telefónica había un quios-
co que vendía diarios de Chile; por lo mismo, muchos chilenos
pululaban en los alrededores, deseosos de noticias.
No era una fecha cualquiera, el día anterior, un comando del
Frente Patriótico Manuel Rodríguez había atentado contra Pi-
nochet en Chile, y había fracasado. Desde ese momento la cues-
ta Achupallas, donde había sido el atentado, pasó a ser conocida
como “La cuesta creerlo”.
Nos detuvimos a leer los titulares de los diarios, comentamos
el atentado y nos lamentamos del fracaso de la operación. Al pa-
recer, el viejo tenía pacto con el diablo. Compramos El Mercurio
para enterarnos de la noticia, según la óptica del diario que había
propiciado la llegada al poder de Pinochet.
Continuamos pausadamente por Corrientes hacia la 9 de
Julio, Felipe iba jugando a nuestro lado. Guardamos en mi
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Cola, se le llama a quien está efectuando seguimiento.
y que conocíamos todo ese sector al dedillo. Ésa había sido una
de las primeras tareas que habíamos realizado al momento de
instalarnos en Buenos Aires. Después de unas cuadras asoma-
mos la cabeza. ¡Bien! Lo habíamos cortado. Antes de regresar a
la casa hicimos una nueva limpieza de posibles colas. A pesar de
la agitación, Felipe había estado especialmente tranquilo. Como
nos habíamos concentrado en las comprobaciones y chequeos,
no nos habíamos dado cuenta de su reacción, hasta que en la mi-
cro lo escuchamos cantar una canción que acababa de inventar.
—Los papás son muy papás y nos arrancamos del malo...
Y nosotros que creíamos que no se había dado cuenta.
Estábamos cerca de la segunda zona de contrachequeo, nos
bajamos e iniciamos nuevamente el juego.
Fueron muchas las acciones que seguiríamos haciendo junto
a otros compañeros y compañeras para luchar contra la dictadu-
ra. La pasada de compadres hacia Chile, los barretines, los con-
tactos, la creación de redes. Practicaríamos cientos de esos peli-
grosos juegos antes de caminar por las calles de nuestro país.