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Universidad de Zaragoza
1 «Una vez sí que traduje versos a la fuerza, el Marat-Sade de Peter Weiss porque se
tenía que representar. Sin embargo, se pasa mal, se tiene mucha conciencia de que
no se está traduciendo de verdad» [Francisco Fernández Buey y Salvador López
Arnal (eds.) 2004: 138].
2 Resulta interesante señalar también que el estreno de la obra en España vino
acompañado de la llegada a las pantallas españolas de una versión cinematográfi-
ca de la misma dirigida por Peter Brook. Curiosamente el director inglés se ade-
lantó por poco a los deseos de Luis Buñuel, quien hizo llegar a Weiss una solicitud
para llevar al cine su obra teatral cuando este se había comprometido ya con la
United Artist [Palmestierna-Weiss 2017: 89].
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durante cuatro meses4. Llega allí con igual o mayor éxito de público y
bajo la amenaza de una censura inminente que, finalmente, se cumplió,
si bien, paradójicamente, no por una imposición de las autoridades fran-
quistas, sino por el exceso de celo de su autor. Este, en una medida rei-
vindicativa que se demostró poco eficaz, se negó en señal de protesta a
que se representaran sus obras en España tras una declaración de estado
de excepción en el País Vasco5. En todo caso parecía claro que la obra es-
taba impregnada de un fuerte contenido político, pero lo que no resultaba
tan evidente era cómo interpretar el discurso subyacente. Poder manifes-
tarse por una revolución incumplida, o, en el caso de España, claramen-
te reprimida, resultaba, sin duda, suficientemente atractivo para mucha
gente. Toda la obra de Weiss gira en torno a la manifestación del malestar
que, tras la apariencia de normalidad impuesta por el orden napoleónico,
bulle entre los oprimidos. Sin embargo, el diálogo entre Sade y el revolu-
cionario Marat era también el síntoma de las tensiones existentes al final
de la década de los sesenta entre dos movimientos divergentes en el seno
mismo de la izquierda: el nuevo modelo que perfilaba la intelectualidad
francesa, teórico e individualista, frente al de la posición tradicional mar-
xista. Así, resulta clarificador el modo en que Marsillach lo expresaba en
el programa de mano de la obra teatral en Barcelona:
Es curioso que en casi todas las puestas en escena, digamos «occidentales», el
público instintivamente —supongo que, de paso, auxiliado por el director— haya
inclinado sus simpatías hacia el personaje del Marqués de Sade, que representa
4 Agradezco a Francisco J. Uriz que llamara mi atención respecto a estos datos que
Savater confunde en sus memorias y, en general, sus amabilísimas observaciones
en conversación y mediante correos electrónicos sobre los detalles de la repre-
sentación y las reacciones tanto de Peter Weiss, como de Sastre y Marsillach. Su
testimonio, en tanto que intermediario desde Suecia entre los implicados en la
representación española de la obra y el escritor alemán, ha sido publicado recien-
temente junto con otros materiales sobre la visita de Weiss a España durante la
preparación de La estética de la resistencia [Uriz 2016].
5 «[…] al decretarse el estado de excepción, en febrero, Peter Weiss, por enton-
ces convertido en tanque marxista-leninista, prohibió con un telegrama la obra,
y Marsillach no tuvo otro remedio que hacerlo. Cuando al fin logró convencer al
dramaturgo de que la prohibición le hacía un flaco servicio a la lucha antifran-
quista, Fraga Iribarne declamó, en su despacho de Información y Turismo, que
mientras él defendiera la bandera roja y gualda, Peter Weiss no estrenaría más en
España» [Carandell 1994].
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8 Sobre la celebridad alcanzada por Trías entre las «chicas progresistas» de la épo-
ca y la cultura underground, véase: [Trías 2003:346–347]. Nótese también que
una de las musas de la llamada «gauche divine», Serena Vergano, la mujer del
arquitecto Ricardo Bofill, era la actriz que encarnaba a Charlotte Corday en la
representación de la obra de Weiss en Madrid. Para un estudio exhaustivo de las
relaciones del grupo barcelonés con la cultura del periodo [Villamandos 2011].
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él, como novedad, irrumpía la figura de Artaud «el hombre que pedía
un teatro a través del cual representáramos nuestra peste, rompiéramos
nuestro orden aparente» [Monleón 1968: 49]. Si muchos celebraban
como un acierto la combinación por parte de Weiss de elementos del
teatro épico brechtiano con otros herederos del «teatro de la crueldad»
de Artaud, Alfonso Sastre, sin embargo, en el programa de mano de la
obra se quejaba de que «jóvenes e ilustres» secundaran el entusiasmo
por el autor francés en una «ceremonia de la confusión» demasiado pa-
recida a la que transitaban «los “managers” del teatro mercantil» [Mar-
sillach 1968–69]. Una posición sin duda escéptica respecto al teatro
artaudiano que se prestaba a confusión en el contexto, dado que en el
mismo programa de mano se tomó la decisión de incluir al final, sin más
explicación, una página y media de fragmentos de los textos de Antonin
Artaud sobre el arte teatral.
Para Alfonso Sastre, quien fuera en España el más ferviente repre-
sentante del modelo didáctico brechtiano, el teatro de Artaud no podía
ser sino un producto individualista y burgués. Para Eugenio Trías, sin
embargo, este proporcionaba la posibilidad a las nuevas generaciones
de expresar su insatisfacción con el guion que la sociedad les había
asignado:
Para Artaud, el nacimiento del acontecimiento —de la peste— implica el naci-
miento del teatro: los hombres, hasta el momento sólidamente instalados en pa-
peles sociales fijos, comienzan a desempeñar, al igual que los actores en el teatro,
papeles nuevos inéditos. Se cubren con máscaras absolutamente imprevistas y
hasta contradictorias con sus papeles previos [Trías 1971:52].
13 «En aquella realidad pública paródica, percibida como artificiosa e impuesta, ha-
bía demasiada urgencia de verdad, de una verdad sin sentidos figurados, última y
definitiva, como para aceptar el juego sutil de aquellas obras que se presentaban
diciendo que solo ‘eran lo que eran’» [Díaz Cuyás, 2011].
296 Sandra Santana
15 En un interesante texto sobre la obra, David Roberts señala cómo Weiss estaría
confrontando en esta obra «las dos formas teatrales más radicales del proyecto
vanguardista de cancelar la separación entre arte y vida». Por una parte, el teatro
racionalista del extrañamiento didáctico de Brecht (que pretende incidir en la rea-
lidad para cambiarla) y, por otra, el teatro de la locura, el crimen y la revuelta de
Artaud. Ambas propuestas intentan escapar de la contención institucional del arte
cruzando las fronteras que separan la representación de la realidad, el escenario
de la audiencia, si bien la obra de Weiss, según este autor, resulta posmoderna,
precisamente porque encierra simbólicamente la revolución en el marco de una
institución reduciendo su efectividad [Roberts 1988:177–78].
298 Sandra Santana
«Frente a la filosofía que tranquiliza, Sade preveía otra que hace temblar;
la diferencia está en que una serena a base de ocultar y la otra estremece
a fuerza de decirlo todo» [Savater 1978: 18]. Para Savater, el ateismo de
Sade no consiste en negar a Dios, sino en enfrentarse a él y a sus crea-
ciones. Si se afirma la maldad del mundo, cualquier acción es colaborar,
aunque sea de modo no deliberado, con el mal del mundo. Frente a esta
colaboración involuntaria, Sade se enfrenta al mundo de Dios haciendo el
mal conscientemente. En 1970 no son ya únicamente los valores morales
del cristianismo los que pretenden subvertirse, sino los de una sociedad
en la que el individuo, al participar del bienestar que le proporciona, se
hace también partícipe de las atrocidades que engendra:
Para poder sobrevivir debemos renunciar al juego y a la inacción y aceptar la
división de trabajo, de acuerdo; es necesario que seamos algo […] para comer es
preciso aceptar que todo es necesario, lo atroz y lo trivial, la jerarquía, los tras-
portes públicos y la desaparición de los animales. Lo que pasa es que después de
haber aceptado todo como completamente necesario a algunos se les quitan las
ganas de comer [Savater 1978: 52].
Bibliografía