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NúRIA BENACH

RICHARD PEET

GEOGRAFÍA CONTRA
EL NEOLIBERALISMO

Icaria �ESPACIOS CR1TICOS


Este libro ha sido impreso en papel 100% Amigo de los bosques. proveniente de bosques
sostenibles y con un proceso de producción de TCF (Total Chlorin Free), para colaborar en una
gestión de los bosques respetuosa con el medio ambiente y económicamente sostenible.

Diseño e ilustración de la cubierta: Adriana Fabregas a partir de una foto


deMain S treet, Worcester (Mas.), de NúriaBenach

© NúriaBenach
© De los textos de Richard Peet: indicados a pie de página
© Traducción del inglés de los artículos de Richard Peet,
NúriaBenach

© De esta edición
Icaria editorial, s. a.
Are de S ant Cristofol, 11-23
08003 Barcelona
www. icariaeditorial. com

ISBN: 978-84-9888-457-9
Depósito legal: B-25.872-2012

Primera edición: octubre de 2012

Fotocomposición: Text Grafic

Impreso en Romanya/Valls, s. a.
Verdaguer, 1, Capellades (Barcelona)

Printed in Spain. Impreso en España. Prohibida la reproducción total o parcial


ÍNDICE

Introducción 9

l. Con rumbo fijo: trayectoria intelectual


de Richard Peet 15

Geografía económica «convencional» en Berkeley 18

De California a Massachusetts: el despertar de la geografía


radical 23

Antipode: la consolidación de una geografía marxista 27

Capitalismo global y desarrollo 41

Crisis económica y neoliberalismo 45

II. El marxismo como positivismo radical:


una conversación con Richard Peet 55

III. Antología de textos: 91

Una nueva geografía de izquierdas 91

Desigualdad y pobreza: una teoría geográfico­


marxista 95

Los orígenes sociales del determinismo ambiental 114


Cultura, imaginario y racionalidad en el desarrollo
económico regional 181

Editorial: la neoliberalización del conocimiento 225

Locura y civilización: capitalismo financiero global


y el discurso anti-pobreza 229

Modernismo crítico y desarrollo democrático 256

IV. Texto inédito 265


Crisis financiera y catástrofe ambiental 265

V. La geografía al servicio de la transformación social:


contribuciones al debate 287

Defender el marxismo 289

La crítica postestructuralista y el postmodernismo


«extremo» 294

El desarrollo como discurso y el modernismo crítico 301

Por una economía cultural 305

Lo que la geografía debe ser 308

Selección de la bibliografía de Richard Peet 315


INTRODUCCIÓN

Richard Peet, geógrafo nacido en Gran Bretaña y que ha desa­


rrollado casi toda su carrera académica en los Estados Unidos
de América, emblematiza como pocos un posicionamiento in­
telectual y político crítico a lo largo de cuatro décadas. Algunos
de sus trabajos de los años 1970, escritos en los momentos
álgidos de la llamada geografía radical, fueron traducidos al
español casi de inmediato.' Sin duda, el impacto de la revista
Antipode, 2 de la que Peet era director, y la atmósfera política
del momento contribuyeron a la difusión en otros contextos
geográficos de aquellos trabajos que versaban sobre las raíces
de la pobreza en el sistema capitalista o sobre la geografía de la
liberación humana. La trayectoria reciente de Peet, sin embar­
go, permanecía prácticamente inédita en español hasta la pu­
bficación de La maldita trinidad, 3 un durísimo alegato sobre
el nefasto papel que desempeñan en la regulación económica

1. El primer número de Documents d'Analisi Metodologica en Geografia del


Depanamento de Geografía de la Universitat Autonoma de Barcelona (1977) fue
precisamente dedicado, bajo los auspicios de Maria Dolors García Ramón, a la
«Geografía Radical Anglosajona».
2. Muestra de ello son las tempranas publicaciones de la revista Geocritica
de la Universitat de Barcelona editada por Horacio Cape! donde se dieron a co­
nocer algunos influyentes anículos pocos años después de su publicación original
en Antipode y que asimismo se hizo amplio eco de sus objetivos ( por ejemplo,
Ma'ttson, 1978).
J. Publicado por Editorial Laetoli ( Pamplona) en 2004.

9
mundial la tríada del Fondo Monetario Internacional, el Banco
Mundial y la Organización Mundial del Comercio.
Esto sería más que suficiente para defender la trascenden­
cia y la actualidad del pensamiento y la obra de Richard Peet.
Aunque tal vez sea justo señalar que la chispa definitiva que
desencadenó la realización de este volumen fue el lanzamiento
e� 2008 de la nueva revista Human Geography, una revista no
solo con tintes radicales, marxistas y definitivamente críticos,
sino una revista que se sitúa a contracorriente de las revistas
académicas, captadas hoy casi en su totalidad por grandes
editoriales que han logrado convertir el conocimiento acadé­
mico en un negocio más (y, por cierto, bastante lucrativo). Así
que a su relevancia en la historia del pensamiento geográfico
y a la actualidad de su trabajo, se añadía aquí una faceta más,
relacionada con el activismo académico y la denuncia política
que siempre le ha caracterizado. Esos tres ejes -la relevancia,
la actualidad y el activismo- son precisamente sobre los que
hemos querido construir nuestra visión de la personalidad y la
obra de Peet en este libro.
Como es habitual en esta colección, la estructura del li­
bro persigue un acercamiento por diferentes vías al autor y
a su obra. El primer capítulo, que hemos denominado « Con
rumbo fijo: trayectoria intelectual de Richard Peet» pretende
precisamente hacerse eco de esos viajes vitales e intelectuales:
desde la travesía océanica que llevó a Peet desde Europa al
continente americano a la trayectoria intelectual que le con­
dujo a posiciones irreductiblemente marxistas sin perder sus
orígenes neopositivistas. Le sigue una entrevista, fruto de di­
versas conversaciones mantenidas con Peet y en la que hemos
intentado mantener al máximo el tono provocativo y la fuerza
verbal que le caracteriza.
A continuación: la selección de textos traducidos al espa­
ñol persigue una aproximación a los principales temas que han

10
sido objeto de preocupación de Peet y, a la vez, un cierto reco­
rrido -de ninguna manera exhaustivo dada la inmensidad de
su producción académica- por sus fases intelectuales. Hemos
seleccionado algunos textos fundamentales que muestran tan­
to los temas que le han ocupado en su dilatada trayectoria y
que dan fe de la radicalidad de su discurso como de su faceta
como editor de revistas clave como ha sido Antipode desde su
fundación o la más reciente Human Geography. El excelente
texto inédito que Peet ha elaborado generosamente para este
volumen, «Crisis financiera y catástrofe ambiental», constitu­
ye una nueva muestra de la actualidad y la fuerza política de
su pensamiento.
Finalmente, un quinto capítulo que hemos titulado «La
geografía como herramienta de transformación social: contri­
buciones al debate» pretende situar el pensamiento de Peet en
el contexto de vivos debates intelectuales en los que siempre ha
participado de manera muy intensa y con una expresión muy
clara y directa de sus ideas.
Porque si algo puede afirmarse de Richard Peet es que es
un tipo que no se anda por las ramas. Quizá por sus orígenes
en el seno de una familia de clase obrera de una localidad cer­
cana a Liverpool de los que ha heredado un sentido práctico de
la vida, quizá porque sus preocupaciones intelectuales siempre
están teñidas de un sentido de lo urgente y de una necesidad
de tomar partido, su expresión tanto verbal como escrita es de
una claridad meridiana.
Cuando surgió la idea de este libro, no conocíamos perso­
nalmente a Richard Peet. Y aunque habíamos leído sus traba­
jos y admirábamos su trayectoria, bien es cierto que le prece­
día una cierta fama de personaje algo adusto. Sin embargo, su
obstinado posicionamiento crítico a lo largo de décadas nos
hizo pensar que bien valía el intento. Como sucede a menudo,
la realidad desmintió las ideas preconcebidas. Encontramos a

11
un Peet afable e irónico, tan abierto a la discusión como demo­
ledor en sus juicios pero definitivamente cordial y afectuoso
con quien reconoce de su mismo lado.
La coherencia mostrada a lo largo de su carrera le ha con­
vert�do en un intelectual respetado, incluso por aquellos que
no están de acuerdo con sus ideas. Su larguísima trayectoria
en la Clark U niversity le ha convertido en un referente ge­
neralizado, en un profesor que ha sabido atraer a los mejores
alumnos de todo el mundo (hoy profesores a su vez en nu­
merosos rincones del planeta) y en un amigo querido por sus
compañeros de generación.
También descubrimos a un profesor que deslumbra a sus
alumnos; no hay otro remedio que estar muy atento en una
clase en la que el profesor transmite sus ideas con calculada sen­
cillez mientras se mueve por todo el espacio del aula, gesticula,
interroga, blasfema, salta sobre sus pies mientras escribe con
aparente espontaneidad en la pizarra y solo da un breve respiro
después de unos momentos cumbre para resumir los principales
argumentos desplegados . . . ¿quién dijo power point?
Peet acogió de buen grado la propuesta de este libro; su
siempre alerta visión crítica, su inmediatez y su socarronería
convirtieron cada conversación en un reto que puso a prueba
nuestros reflejos y sobre todo en una ocasión privilegiada para
aproximarnos más a ese personaje tan directo como agudo
y posicionado políticamente. Un acercamiento que se vio
inmensamente facilitado, además, por los gratos momentos
compartidos en su entorno familiar, de modo que un agrade­
cimiento muy especial debe dirigirse en primer lugar a Elaine
Hartwick (a su vez, profesora de Geografía en la Framingham
State University), y a Eric y Anna Peet.
Este libro pudo iniciarse gracias a una estancia de tres meses
en la Clark University de Worcester (Massachusetts) en el oto­
ño de 20 1 0, financiada por una beca «Salvador de Madariaga»

12
del Programa Nacional de Movilidad de Recursos Humanos
de Investigación del Ministerio de Ciencia e Innovación.
Quien escribe tuvo además la inmensa fortuna de estar acom­
pañada por Josep Escolano, y por Oriol y Roger Escolano
Benach que afrontaron con insólita madurez la peculiar vida
cotidiana que temporalmente les tocó vivir en « Wuuster» .
Brenda Nika-Hayes, secretaria del Departamento de
Geografía de la Clark University, facilitó las cosas al máximo
con enorme amabilidad y simpatía. Del todo impagable fue el
tiempo que nos dedicaron David Angel, Anthony Bebbington,
Jody Emel, Dianne Rocheleau y Robert Ross desde la misma
Clark University, gracias a los cuales pudimos entender me­
jor la persona y su papel como universitario. También fueron
una gran fuente los comentarios y aportaciones de antiguos
alumnos de Peet, hoy profesores en distintas universidades:
Thomas Ponniah (Harvard University), Waquar Ahmed
(Mount Holyoke Collage, South Haley, Massachusetts) y
Ann Oberhauser (West Virginia University). Brent McCusker
(West Virginia University), por su parte, nos hizo llegar asi­
mismo valiosos comentarios de quien, al conocer a Peet con
mayor distancia, había quedado fuertemente impresionado
por su fuerza, combatividad y capacidad para la polémica.
Muchos otros respondieron con extraordinaria amabi­
lidad y celeridad a nuestras peticiones. Audrey Kobayashi
(Queen's University, Ontario) y Philip Steinberg (Florida
State University) tuvieron la gentileza de enviarnos sus útiles
textos sobre la figura intelectual de Peet. Clark Akatiff, inquie­
to agitador en la revolucionada universidad norteamericana de
finales de los años 1 960, interrogado sobre los orígenes y los
presentes en la fotografía de la Unión de Geógrafos Socialistas
de Toronto de 1 974, nos sorprendió agradablemente con una
avalancha de materiales, recuerdos y comentarios de quien vi­
vió en primera línea mucho de lo que aconteció en los inicios de

13
la geografía radical norteamericana. Eric Sheppard (U niversity
of Minnesota) y Linda Peake (York University, Toronto) nos
permitieron utilizar su texto inédito sobre la geografía crítica
norteamericana. Kirk Mattson, estudiante de la Simon Fraser
University de Vancouver a principios de los años 1 970, nos
supo trasmitir una impagable impresión del ambiente vivido
en aquellos vibrantes años.
Nuestro agradecimiento se hace extensivo a David Saurí
(Universitat Autonoma de Barcelona), que fue estudiante de
Doctorado en la Clark University a finales de los 1 980, y que
también nos obsequió con numerosos recuerdos y anécdotas.
Este libro quiere ser también la ocasión para dejar cons­
tancia de un reconocimiento muy especial a Horacio Capel
(Universitat de Barcelona) y a Maria Dolors García Ramon
(Universitat Autonoma de Barcelona) por sus pioneros tra­
bajos sobre el pensamiento geográfico radical a mediados de
los años 1 970 que despertaron el interés de los lectores his­
panohablantes sobre otras maneras de pensar y de practicar
la geografía; conocedores de este proyecto, ambos animaron
cálidamente a su realización.
Finalmente, este tercer volumen de la colección «Espacios
Críticos» debe su forma actual a Abel Albet que animó a su
realización y se involucró en su elaboración de principio a fin,
completando informaciones, estructurando la bibliografía y
leyendo y mejorando todo el texto antes de su edición final.
La editora Anna Monjo, con el entusiasmo habitual, hizo el
resto.

14
l. CON RUMBO FIJO: TRAYECTORIA
INTELECTUAL DE RICHARD PEET

There's a change in the wind, and a split in the road,


You can do what's right or you can do what you are told,
And the prize of the victory will belong to the bold,
Yes, these are the days of decision.

Phi! Ochs, Days of Decision (1965)

Nacido en el seno de una familia obrera inglesa, Richard


Peet (Southport, 1 940) pudo realizar sus estudios universi­
tarios en la acreditada London School of Economics (LSE)
de Londres, donde se licenció en Ciencias Económicas (con
mención en Geografía) en 1 96 1 . Inmediatamente después
viajó a Norteamérica, donde realizó sus estudios de Máster
en Vancouver (British Columbia University, 1 963) y de
Doctorado en la University of California en Berkeley ( 1 968).
En 1 967 se trasladó a Massachusetts para ocupar un lugar en el
Departamento de Geografía de la Clark University en el que
ha permanecido desde entonces.
A principios de los años 1 960 fue una accidentada trave­
sía océanica la que le llevó de su Inglaterra natal a América
tras terminar sus estudios de licenciatura en la LSE.1 Pero
hubo también una intensa travesía intelectual que primero
le hizo descubrir la «nueva geografía» neopositivista (teoré­
tica o cuantitativa) que había irrumpido explosivamente en
la geografía anglosaj ona desde mediados de los años 1 950 y
después, desde aquel neopositivismo más ferviente en el que

1. Véase la entrevista publicada en este mismo volumen.

15
militó, fue pasando a una posición marxista con la que, aunque
enriquecida por múltiples aportaciones, se sigue mostrando
irreductible. Una posición que, según afirma, no solo no es
'
antipositivista sino que combina el marco explicativo del
marxismo con algunas de las aspiraciones más genuinas del
positivismo relacionadas con el compromiso del conocimien­
to científico y con la mejora de la situación material y moral
de la humanidad. No obstante, hay que decir que, pese a que
no haga especial ostentación de ello, Peet ha sido capaz de ir
incorporando selectivamente algunas de las ideas y posiciones
llamadas «postestructuralistas» (y también de rechazar con
contundencia algunas de ellas si le parecían que se alejaban
demasiado del proyecto de transformar el estado de las cosas
actual para alcanzar una sociedad más justa).
En este capítulo nos proponemos analizar esas trayec­
torias vitales e intelectuales a través de los tres grandes mo­
mentos que han definido la geografía humana en los últimos
cincuenta años y, por ende, también la carrera de Peet: la
geografía neopositivista de los años 1 950 y 1 960, la crítica
demoledora que supuso la geografía radical a finales de los
1 960 y su desarrollo como geografía marxista en los 1 970, así
como el cuestionamiento postestructuralista desde mediados
de los 1 980 con el que Peet, por otra parte, se ha mostrado
generalmente receloso pese a haber incorporado cautelosa­
mente algunas ideas a su pensamiento. En esos tres períodos
la voz de Peet ha estado muy presente, con una participación
vehemente en muchos de los debates intelectuales y ha dejado
un poso que ha ido enriqueciendo tanto su propia perspectiva
como el conjunto de la geografía humana en general. Su tra­
yectoria, emblemática de tantas otras que desde los años 1 960
han seguido un curso intelectual parecido, permite reseguir las
corrientes de pensamiento que se han ido abriendo paso a cada
momento tanto como los cambios en el contexto económico

16
y político y la consiguiente emergencia de nuevos temas de
preocupación científica. Así, tras una primera etapa que hoy el
mismo Peet denomina como dedicada a la «geografía econó­
mica convencional» (aunque debe aclararse que en su momen­
to de «convencional» tenía más bien poco}, relacionada con
la afirmación de los enfoques neopositivistas, la construcción
de modelos y las aplicaciones de la llamada teoría locacional,
su «conversión» a la geografía radical vino marcada por su
sensibilización política y por su interés por los problemas
sociales como fueron en un primer momento, por ejemplo,
las cuestiones relacionadas con la geografía de la pobreza.
Posteriormente, y coincidiendo con la adopción (también el
aprendizaje) de marcos explicativos abiertamente marxistas,
Peet desplazará su interés a cuestiones relacionadas con el de­
sarrollo y la globalización. Durante este período la contribu­
ción de Peet a la difusión de esa perspectiva radical y marxista,
en tanto que editor de la revista Antipode, fue importantísima.
En los años siguientes, aplicará todo su empeño a desvelar las
claves de los mecanismos de gobierno del capitalismo global y
el neoliberalismo, a menudo en conexión con la crisis ambien­
tal que, en su interpretación, no es sino consecuencia directa
de la misma voracidad del capitalismo. En paralelo, Peet no
ha dejado nunca de reflexionar sobre cuestiones relacionadas
con el desarrollo de la teoría social, los enfoques filosóficos,
la influencia de la ideología en determinados planteamientos
científicos, etc. en las que ha podido demostrar su aptitud para
el debate y la polémica -encendida si es necesario- junto a
una disposición a abrirse también a nuevas aportaciones inte­
lectuales siempre que no olviden su misión primordial: la de
contribuir a entender y transformar el mundo. Como atinada­
mente resume Audrey Kobayashi en su semblanza de Peet, su
enorme influencia ha sido el resultado tanto de la profundidad
de su pensamiento como de su liderazgo intelectual y político

17
en momentos clave de la historia de la disciplina geográfica
(Kobayashi, 2009: 1 1 4).

Geografía económica «convencional» en Berkeley

Peet inició sus estudios universitarios, como ya se ha señalado,


en la acreditada LSE. De modo un tanto azaroso, la mezcla de
economía y geografía que allí aprendió le convirtió casi ine­
vitablemente en un especialista en geografía económica. A
mediados del siglo XX, ese era aún un campo enormemente
dominado por trabajos descriptivos, huyendo de los cuales
Peet encontró su fuente de inspiración y su lugar natural en el
neopositivismo que llegó a dominar la geografía anglosajona
en la década que media entre finales de los 1 950 y finales de
los 1 960, y que desarrollaría fundamentalmente a partir de su

La década de los 1960


marcó la trayectoria intelec­
tual y vital de Richard Peet.
Recién licenciado en la LSE
en 1961, pasó por Vancouver
y Berkeley hasta instalarse en
1969 en la Clark University
de Massachusetts en la que ha
permanecido hasta la actuali­
dad. La fotografía muestra a
Richard Peet a mediados de
los sesenta. [Foto cedida por
R. Peet)

18
estancia en la Universidad de British Columbia en Vancouver
(UBC) y que culminaría con una tesis doctoral durante su estan­
cia californiana en la Universidad de California en Berkeley.
Cuando Peet llegó a la UBC, en 1 96 1 , el ambiente intelec­
tual que encontró era el de un departamento que ya se había
iniciado en la nueva geografía teorética y cuyo vocabulario y
prácticas no dejaban de sorprender a un neófito como era él
entonces:

Recuerdo a Walter Hardwick [en la UBC] que acababa de


volver de Minnesota y que era un apóstol bastante firme de
la revolución cuantitativa. Recuerdo que empezó a hablar
de modelos. Cuando yo estaba en la LSE, acostumbrába­
mos a trabajar con mapas. Teníamos aquellos mapas que
eran modelos de tres dimensiones, con montañas y for­
mas así. Allí había un tipo llamado Harrison Church, que
siempre nos decía: « Chicos, ¡no os apoyéis en los modelos !
¡ No pongáis nuevos valles donde Dios no los ha creado ! »
Cuando Walter hablaba d e modelos yo creía que hablaba
de aquellos mapas. Y luego, poco a poco, gradualmente
me di cuenta de lo que estaba pasando, especialmente a
propósito de la teoría de los lugares centrales, en la que
Walter era un experto. (Comunicación personal en Barnes,
2004: 580)

Y es que «lo que estaba pasando» es que, desde el punto de


vista puramente intelectual, también los años 1 960 y 1 970 fue­
ron de una más que notable agitación, en la que nuevas gene­
raciones de geógrafos se mostraban especialmente beligerantes
con la geografía tradicional, a la que tachaban de descriptiva,
incapaz de explicar nada sustancial y en descrédito creciente en
el sistema universitario, tal como relató enérgicamente Peter
Gould, uno de sus principales proponentes (Gould, 1 979).

19
Peet nunca se ha mostrado condescendiente (ni siquiera
caritativo) con la geografía tradicional de la primera mitad
del siglo XX, a la que dedica apenas unas escasas páginas en la
introducción de su concienzudo estudio sobre el pensamiento
geográfico moderno (Peet, 1 998) y a la que, lastrada por su
insistencia en lo único, lo particular y lo excepcional, no con­
cede ninguna relevancia ni reconocimiento científicos. Para él,
la historia del pensamiento geográfico que merece ser contada
se inicia precisamente en la segunda mitad de siglo XX cuando
emerge una «nueva geografía» que ataca las bases de la mera
descripción geográfica y sienta las de una geografía que se pre­
tendía verdaderamente científica, las de una «ciencia espacial»
que fuera capaz de formular leyes y teorías explicativas de los
procesos y distribuciones espaciales.
Aquella «nueva geografía» encontró irónicamente sus
principales fuentes de inspiración en obras clásicas publicadas
décadas atrás cuya relevancia parecía haber pasado inadvertida:
los casos más llamativos fueron las recuperaciones de la «teoría
de los lugares centrales» del geógrafo Walter Christaller ( 1 933 ),
de la «teoría de la localización industrial» del economista
Alfred Weber ( 1 909) y la «teoría de localización y el modelo de
usos del suelo agrícola» del terrateniente Johann Heinrich von
Thünen ( 1 826). Este último fue el autor que llamó la atención
y sobre el que trabajó con gran dedicación Richard Peet du­
rante su etapa prerradical, la dedicada a la geografía económica
«convencional». Al igual que otros geógrafos norteamericanos
y británicos del momento, Peet se lanza de lleno a colaborar
en la construcción de una geografía teorética con un trabajo en
el que aplicaba a una escala global las teorías de Von Thünen
sobre la localización de los cultivos agrícolas alrededor de los
núcleos urbanos en una serie de zonas concéntricas.
Finalizados sus estudios de máster en la UBC, recaló en
California sumiéndose en la agitación política de la universi-

20
dad de Berkeley de mediados de los años 1 960. Ese período
fue clave en la vida y en la trayectoria intelectual de Peet. Por
una lado, le permitió consolidar sus trabajos teóricos en los
que había formulado su análisis de las teorías de Von Thünen a
escala global, y, por otra, lo allí vivido sería el desencadenante
de un cambio de intereses temáticos y de aproximaciones teó­
ricas que hallarán plasmación cuando a finales de la década se
traslade a Massachusetts, a la Clark University, de donde ya
no se moverá.
El Departamento de Geografía de la Universidad de
California en Berkeley, uno de los más prestigiosos de la geo­
grafía norteamericana en los años 1 930 y 1 940, en la década de
los 1 960 se encontraba dominado aún por la escuela cultura­
lista desarrollada por Carl Sauer y era manifiestamente hostil
a las nuevas aproximaciones teóricas. Algo a contracorriente,
aunque ayudado por algunos colegas y en especial por Allan
Pred,2 Peet logró presentar su tesis doctoral en 1 968 con el tí­
tulo de «La expansión espacial de la agricultura comercial en
el siglo XIX: un análisis teórico de las zonas de importación
británicas y el desplazamiento de los cultivos a los Estados
Unidos» ( « The Spatial Expansion of Commercial Agriculture
in the Nineteenth Century: a Theoretical Analysis of British
Import Zones and the Movement of Farming into the Interior
U nited States»). Peet estaba ahí aplicando las teorías de Von
Thünen a la expansión mundial de la agricultura comercial en

2. Trevor Barnes, que ha estudiado ampliamente la geografía cuantitativa


norteamericana, se ha referido al Departamento de Geografía de Berkeley como
uno de los más «resistentes• a aceptar los cambios del nuevo paradigma. En 1 962,
sin embargo, decidieron contratar a Allan Pred, que había hecho su tesis doctoral
en la Universidad de Chicago con Brian Berry -uno de los grandes nombres de la
geografía cuantitativa-, como un «peaje• necesario para cubrir los contenidos de
aquella nueva geografía económica que ya se estaba imponiendo en los principales
departamentos de geografía de Estados Unidos (Barnes, 2004: 5 8 1 ).

21
el siglo XIX, y ya mostraba un interés por esa escala global que,
pese al cambio de temas y de enfoque, ya no lo abandonaría.
Un año más tarde, en 1 969, cuando la geografía radical ya había
eclosionado, Peet aún publicaba su artículo sobre Von Thünen
en torno a la expansión espacial de la agricultura comercial en
el siglo XIX que, resumiendo lo esencial de su tesis, apareció
en la revista Economic Geography editada precisamente en la
Clark University a la que se acababa de trasladar y en la que,
de hecho, continuaría publicando -por razones pragmáticas
relacionadas con su posición académica, como él mismo ad­
mite- trabajos relacionados con ello hasta 1 972. Defendía
entonces Peet que las ideas de Von Thünen no habían sido aún
demasiado aplicadas a la formación de regiones agrícolas co­
merciales y proponía la idea de una «ciudad mundial Thünen»
en Gran Bretaña, Europa occidental y el nordeste de Estados
Unidos, rodeada de una serie de grandes zonas agrícolas con­
céntricas, que se irían expandiendo a medida que aumentasen
las necesidades urbanas de productos agrícolas y de materias
primas. Un elaborado trabajo empírico más la aplicación del
modelo le permitía concluir que éste proporcionaba la clave de
la conexión entre el factor causal de la revolución industrial en
Europa occidental y la invasión consiguiente de grandes áreas
interiores por parte de la agricultura comercial (Peet, 1 969).
En todos aquellos trabajos de aplicación a una escala glo­
bal de una teoría concebida para una escala mucho más local
(Von Thünen solo pretendía explicar la distribución de los
usos agrícolas en torno a las ciudades), Peet mostraba ya su
interés por las conexiones interescalares que manifestó poste­
riormente en el estudio de otros temas cuando su trabajo había
virado a enfoques radicalmente diferentes.
Curiosamente, ese mismo año 1 969 en el que Peet pu­
blicaba su trabajo teórico sobre Von Thünen, vería la luz la
revista Antipode, que desempeñaría un papel fundamental en

22
la difusión de los nuevos enfoques radicales y que muy pronto
el mismo Peet pasaría a dirigir. La coincidencia de fechas entre
la publicación de aquel artículo teórico de corte neopositivista
y su participación en la nueva revista radical llama fuertemen­
te la atención y señala con claridad la convivencia simultánea
de posiciones aparentemente muy contrastadas, propia de un
momento de cambios sociales e intelectuales tan rápidos como
profundos.

De California a Massachusetts: el despertar


de la geografía radical

En la California efervescente de finales de los 1 960, en un


entorno intelectual prestigioso pero clásico y tradicional, los
modelos locacionales eran aún algo que había que defender.
Fuera del Departamento de Geografía de Berkeley, el am­
biente estaba muy caldeado políticamente y Peet no quedaría
inmune a los eventos políticos del momento, de modo que
pronto seguiría la estela de otros amigos y colegas que bus­
caban fuentes de inspiración alternativas. Desde principios de
los años 1 960, Berkeley había sido uno de lo!¡ mayores focos
de agitación estudiantil relacionada con las grandes cuestiones
que encendieron la sociedad norteamericana a lo largo de toda
la década: las persecuciones anticomunistas llevadas a cabo por
el Comité de Actividades Antiamericanas, las luchas por los
derechos civiles de los afroamericanos, el movimiento estu­
diantil por la libertad de expresión («free speech movement» ),
las acciones contra la guerra del Vietnam, el ascenso del «black
power» o la progresiva propagación de la contracultura y el
movimiento hippy. ¡Todo en la misma década! Y aunque el
Departamento de Geografía siempre pareció mantenerse ajeno
a esos movimientos, algunos de sus miembros, Peet entre ellos,

23
quedaron fuertemente marcados por lo acaecido, por el senti­
miento de colectividad generado, por la tensión académica y la
represión policial que vivieron y por la consolidación de una
creciente sensibilidad hacia todo tipo de problemas sociales y
políticos: desde la segregación racial a los movimientos pacifis­
tas pasando por la constante reivindicación de un pensamiento
crítico y alternativo.
Y aunque Peet culminó su estancia en Berkeley con la
presentación de una tesis doctoral relacionada con la teoría
locacional que en poco reflejaba todo aquello, su vida y su ma­
nera de ver el mundo quedaron definitivamente marcadas por
dichos acontecimientos. En pocos años, y coincidiendo con su
traslado a la Clark University en Worcester (Massachusetts),
Peet se convirtió en un animador incansable de la geografía
radical, luego explícitamente geografía marxista, a través
de su dedicación a la revista Antipo.d_e, al tiempo que conti­
nuaba y diversificaba sus líneas propias de trabajo. En 1 967,
Peet realizaba de nuevo una larga travesía, esta vez por vía
terrestre, atravesando el territorio norteamericano con su fa­
milia de costa a costa, del Pacífico al Atlántico, de California
a Massachusetts. Su llegada a la Clark University marcó su
carrera a partir de entonces.
El Departamento de Geografía de la Clark de finales de
los años 1 960 pasa por ser la cuna de la geografía radical,
afirmación que quizá requiera algún matiz.3 Algunos de los

3. Aunque Antipode había tomado un papel preponderante, existían desde


luego iniciativas geográficas de cone radical más allá de la Clark University, desta­
cando especialmente el papel de las expediciones geográficas de Detroit que lideró
William Bunge. David Harvey se ha hecho eco de la atmósfera vivida a principios
de los 1 970, recordando que había «un choque entre los geógrafos británicos de
formación académica (como yo mismo) y los animadores estadounidenses con
mayor orientación a la calle y a la gente ( . . . ) Yo aprendí de Bunge la imponancia de
estar en la calle• (comunicación personal recogida en Sheppard, 2009).

24
p rofesores allí presentes, tales como Jim Blaut, David Stea o
el mismo Peet, eran auténticos agitadores (tanto en sentido
intelectual como político) en aquel momento álgido del movi­
miento contra la guerra del Vietnam. Ilustra bien esa atmósfera
un episodio tan curioso como la participación de esos enton­
ces jóvenes geógrafos en la famosa Marcha sobre el Pentágono
del 2 1 de octubre de 1 967 en Washington,4 una manifestación
pacifista que reunió a centenares de miles de personas (con ac­
ciones deliberadamente hilarantes y provocativas por parte del
activismo yippie5 como el supuesto intento de hacer levitar el
Pentágono utilizando la energía psíquica de los manifestantes).
Un episodio que no solo fue recogido por narradores como
Norman Mailer en su «The Steps of the Pentagon» sino que
fue objeto de una inusual investigación geográfica por parte de
Clark Akatiff (geógrafo muy cercano al indómito e inclasifi­
cable William Bunge con el que colaboraría en la Expedición
Geográfica de Detroit) que llegó a publicar (de modo insó­
lito en la muy oficial Annals of the Association of American
Geographers) un análisis espacial, con cartografía incluida, de
los niveles de compromiso, acción y confrontación que hubo
en aquella manifestación (Akatiff, 1 974).
A propósito de ese episodio, el mismo Peet ha narrado
cómo, tras haberse manifestado con regularidad contra la gue­
rra en la Main Street de Worcester (donde se halla precisamen­
te la Clark University), en aquella ocasión algunos compañe­
ros del departamento decidieron observar el acto de protesta
sobrevolando Washington en un avión pilotado por el mismo

4. CJarcnta años más tarde, en 2007, más de 20.000 personas repitieron la


Marcha al Pentágono, esta vez demandando poner fin a la guerra contra Iraq.
5. Partidarios del Youth lnternational Party, partido político antiautoritario,
pro libertad de expresión y antimilitarista, altamente teatral, de mediados de los
años 1 960 en Estados Unidos, que contrastaban su activismo político con la pasivi­
dad y autoexclusión de los hippies.

25
Jim Blaut, al parecer con tan poca pericia que Peet decidió
realizar el camino de vuelta . . . ¡ en tren! (Peet, 2006). Es en ese
hervidero político donde lo inverosímil llegaba a ser posible:
en 1 969 un grupo de profesores (encabezados por Jim Blaut y
David Stea) junto con algunos estudiantes de postgrado ini­
ciaron la revista Antipode: A ]ournal of Radical Geography,
movidos por la necesidad de tomar partido y de incidir des­
de la geografía en los problemas sociales del momento, tales
como la guerra del Vietnam, el racismo o la contaminación. Tal
como señala el que fue el director de la revista durante sus dos
primeros años de existencia, Ben Wisner, en sus «memorias del
subsuelo» (en alusión a la oficina en el subterráneo donde se
elaboraron de modo totalmente artesanal los primeros núme­
ros ciclostilados}, al principio la revista no estaba guiada por
un ideario claro sino que más bien se ocupaba eclécticamente
de temas diversos que reflejaban todo tipo de preocupaciones
sociales (Wisner, 2006 ). Así, en los primeros años de existencia
de Antipode, los artículos versaban sobre temas como «la geo­
grafía de la pobreza, los guetos, el acceso a los servicios socia­
les, la ingeniería social, el planeamiento, las minorías, regiones
subdesarrolladas como los Apalaches, la guerra del Vietnam,
el Tercer Mundo y la crítica de las instituciones geográficas»
(Peet, 2006}, pero esos temas eran tratados sin necesidad de
buscar un marco de análisis propio y los planteamientos polí­
ticos que llevaban asociados no podían ser catalogados sino de
«reformistas» . Después de todo, el editorial del primer núme­
ro de Antipode lo dejaba así de claro:

Nuestro objetivo es un cambio radical: la sustitución de las


instituciones y el ajuste institucional de nuestra sociedad,
instituciones que no pueden ya responder a las cambiantes
necesidades sociales que ahogan los intentos de darnos
unos patrones de vida más viables, que frecuentemente no

26
sirven más que para perpetuarse a sí mismos. No tratamos
de sustituir las instituciones existentes por otras que adop­
tarán inevitablemente la misma forma; mas bien tratamos
de encontrar una nueva ordenación de medios de acuerdo
con un nuevo conjunto de objetivos. (Stea, 1 969: 1 )

A pesar d e ello, aquellos geógrafos s e veían a s í mismos


como «una nueva clase de intelectuales» cuya principal pre­
ocupación era la relevancia social de su trabajo en «unos años
de compromiso político y efervescencia intelectual únicos en
la historia moderna de la geografía» (Peet, 1 998: 68).
Con los años, aquella efervescencia radical se fue convir­
tiendo en una sólida geografía marxista no exenta de polémica
que se consolidó y adquirió poder en las estructuras acadé­
micas. Aquellos geógrafos que rechazaban las trampas del
poder académico (y que, por ejemplo, se sentían incómodos
con la manera en que esa estructura de poder se manifestaba
espacialmente en los congresos multitudinarios realizados en
los más prestigiosos hoteles de las grandes ciudades) se vieron
de repente en el centro de esas estructuras. «¿Cómo íbamos a
saber que en solo una década nos convertiríamos en los nue­
'
vos dioses de la intelectualidad geográfica, invitados en todo el
mundo para dar educadas conferencias sobre la revolución ?»
(Peet, 1 998: 68).

Antipode: la consolidación de una geografía


marxista

Peet se hizo cargo de la dirección de Antipode en 1 970 y estuvo


al frente de ella hasta 1 985, ayudado por sucesivas generacio­
nes de estudiantes de postgrado, muchos de los cuales llegarían
a desarrollar exitosas carreras académicas.

27
Portada del primer número de Antipode, la revista de geografía radical de la
que Peet se hizo cargo como director entre 1970 y 1985.

El objetivo de realizar un análisis marxista sistemático y


riguroso de las bases del capitalismo se emprendería solo cuan­
do Peet, que hasta el momento había estado involucrado de
manera periférica en el proyecto, toma las riendas de la revista

28
al tiempo que empiezan a abundar las contribuciones de nom­
bres tan destacados como el mismo Jim Blaut o David Harvey,
quienes influyeron y legitimaron, con la autoridad científica
que les caracterizaba ya entonces, la línea de reflexión que
progresivamente iría adquiriendo la revista (Wisner, 2006;
Peet, 2006 ). -

Pero ese fue un proceso de aprendizaje que llevaría algún


tiempo. La tradición marxista era totalmente inexistente en
Estados Unidos: ni el movimiento por los derechos civiles
ni el de oposición a la guerra que tan intensamente se habían
desarrollado a lo largo de toda la década de los 1 960 no tenían
nada de marxistas; de hecho, no podían serlo de ningún modo
porque Marx era totalmente desconocido en Estados Unidos
(García-Ramon, 1 977).6 El mismo Peet reconoce que «tu­
vieron que construir sobre la nada», que «no sabían nada de
sus predecesores cuando iniciaron la geografía radical» y que
«la misma idea que podía existir una geografía radical fuerte­
mente enraizada en las tradiciones anarquista y marxista solo
emergió gradualmente al cabo de die,z años» (Peet, 2006). El
primer número de Antipode, no obstante, ya incluía algunos
artículos que adquirirían notable impacto: el ensayo de Peet
sobre «Una nueva geografía de izquierdas»/ entre ellos. En
él, Peet se lamentaba de la escasa presencia y relevancia de la
voz geográfica ante los graves problemas sociales y llamaba
a desarrollar propuestas de cambio «tanto dentro como fuera
de la disciplina» guiadas por la consecución de la justicia y la
igualdad.

6. En el mantenimiento de la llama marxista cabe destacar el papel desem­


peñado por historiadores y economistas tales como Paul M. Sweezy, en Estados
Unidos, y Maurice Dobb o Edward Thompson, en el Reino Unido (García­
Ramon, 1 977: 6 1 ).
7. Traducción al castellano en este mismo volumen.

29
Pero ese «programa de izquierdas» quedaba lejos de un
paradigma geográfico marxista como el que muy pronto les
ofreció David Harvey, que ya se había ganado el respeto y
la autoridad en la comunidad científica tras la publicación
de su compendio de geografía neopositivista Explanation in
Geography en 1 969. El papel de David Harvey en esos prime­
ros compases de la geografía radical fue determinante (Peet,
2006; Sheppard y Peake, en prensa; Walker, 1 989). Harvey,
británico de origen, se había trasladado de Bristol (un lugar
icónico de la cuantificación) a la J ohns Hopkins U niversity
de Baltimore en 1 969 y la realidad urbana que allí descubrió
contribuyó a su giro desde el positivismo a la justicia social,
y de ahí, progresivamente, al marxismo. Desde Baltimore,
Harvey entró pronto en contacto con los geógrafos de la Clark
University y en 1 972 publicó en Antipode uno de los artículos
más fundamentales e influyentes para el consolidación de una
perspectiva marxista en la incipiente geografía radical (Harvey,
1 972)8 que dio lugar a numerosas respuestas y comentarios en
la misma revista. Desde aquel momento, ha señalado Peet:

El énfasis de la geografía radical pasó de intentar involu­


crar la disciplina en investigaciones socialmente relevantes
a intentar construir una filosofía radical y una base teórica
para una disciplina comprometida social y políticamente.
Esta base se encontró cada vez más en la teoría marx� sta
que algunos geógrafos británicos habían estado leyendo
ya desde finales de los años 1 960 y que muchos geógrafos
estadounidenses empezaron a leer a principios de los 1 970.
(Peet, 1 977: 1 7)

8. Debe remarcarse la temprana traducción al castellano ( 1 976) de ese anículo


fundamental.

30
Ya desde su misma llegada a la Clark University en 1 967
an tes, pues, de su «iniciación» en el marxismo, Peet se había
venido interesando por la cuestión de la pobreza en Estados
Unidos e incluso programó una asignatura sobre el tema que
llegó a ser extremadamente popular entre el alumnado y que
llenó masivamente süs clases durante algunos años. Publicó
algunos artículos sobre el particular a principios de los años
1 970 (Peet, 1 970; 1 971 ) y, poco después, en la teoría marxista
halló nuevas vías interpretativas sobre la cuestión que le lleva­
ron a publicar un influyente análisis teórico sobre las causas
de la desigualdad y la pobreza (Peet, 1 975 ). 9 Poco antes, en
1 972, Peet se había encargado de coordinar un número mono­
gráfico sobre la pobreza en Estados Unidos ( «Geographical
Perpectives on American Poverty») en el que se incluía el artí­
culo de David Harvey sobre la distribución de la justicia social,
que en su momento fue descrito «como un esfuerzo pionero
de los geógrafos para empezar a explorar cuestiones sensibles
política y socialmente» (Holcomb, 1 974: 1 62). Ese monográ­
fico había sido el resultado final de una recordada sesión que
el mismo Peet organizó sobre «Perspectives on Poverty» en el
Congreso Anual de la Asociación de Geógrafos Americanos
de Boston de 1 971 y en la que David Harvey presentó su co­
municación sobre «Justicia social y sistemas espaciales».1º
De aquel congreso de Boston, hoy cabe recordar dos he­
chos clave para entender la implantación de una perspectiva
marxista en la geografía anglosajona. En primer lugar, la afir­
mación por parte de Harvey de que el paradigma positivista no

9. Traducido al castellano en este volumen y que en su día ya fue incluido en


el monográfico sobre «Geografía Radical Anglosajona» de Documents d'Analisi
Metodológica en Geografia, 1 977.
1 0. Publicado en Peet (1 972) y posteriormente como capítulo 3 de Harvey
(1 9 73).

31
estaba funcionando en absoluto para explicar nada socialmen­
te relevante (Harvey, 1 972a) y que era necesario moverse hacía
un marco basado en la teoría marxista: esto es algo que debió
retronar de manera escandalosa en aquel congreso. En segun­
do lugar, y no menos importante, ·es preciso señalar que sus
palabras tuvieron gran impacto y encontraron un amplísimo
eco entre la audiencia. Peet recuerda la situación:

[ . . . ] la sala estaba llena, había centenares de personas . . . Y


quedaba claro lo que estaba sucediendo. Recuerdo a David
decir que tenía una decena de copias de su comunicación. Era
la primera versión mimeografiada de lo que luego sería Social
]ustice. Dijo que tenía diez copias y hubo una auténtica pelea
para hacerse con una. Al menos 70 personas se lanzaron al
estrado para conseguirlas. Yo pensé: «Dios, lo hemos conse­
guido». (Comunicación personal en Barnes, 2004)

Y lo que se había conseguido, afirma Barnes, es «la conver­


sión de la geografía radical en geografía marxista, el antimundo
de la geografía cuantitativa» (Barnes, 2004: 590).
Pero no solo la geografía- cuantitativa era objeto de crítica
severa sino también las aproximaciones «reformistas» como
las que estuvieron presentes en los primeros años de Antipode.
Harvey criticó duramente a ese tipo de trabajos a los que ca­
lificó de «contrarrevolucionarios» llamando precisamente a la
adopción de un paradigma marxista revolucionario (Harvey,
1 972b). Y su llamada encontró el campo abonado para tener el
efecto deseado. Tal como señalan Sheppard y Peake (en pren­
sa), «a mediados de la década, leer a Marx se había convertido
en un de rigueur para los geógrafos norteamericanos radicales,
y Antipode iba tomando un tono cada vez más marxista»:
prueba de ello fue el número 7( 1 ) de Antipode ( 1 975) dedicado
a la geografía marxista.

32
A partir de 1 972, pues, los geógrafos con mayores pre­
o cupaciones sociales y políticas se vuelcan a la lectura directa
de las fuentes, empezando por el mismo Marxl a la búsqueda
de elementos para un análisis del espacio que pronto daría
como resultado una evolución desde aquella óptica liberal de
izquierdas a un enfoque abiertamente marxista. En Antipode
se puede observar esta evolución de la que dio puntual cuenta
Hector Giroux en un artículo publicado en 1 977 en la revista
Hérodote (que desde su fundación en 1 976 jugó un papel en
Francia similar al de Antipode en Estados Unidos). Giroux
hacía un repaso de los temas tratados: algunos de índole más
social (como el estudio de las minorías étnicas o la cuestión
de la mujer) y otros más estrictamente geográficos (como la
crítica de los polos de crecimiento). Pero también mostraba
la existencia de tendencias diversas: las posiciones liberales de
izquierda (a su parecer algo que, de modo más bien oportunis­
ta, practicaron algunos geógrafos tradicionales que no querían
quedar «descabalgados» de la nueva corriente); la posición
reformista, con una fuerte orientación pragmática en temas
como el tercermundismo, que podía encarnar los trabajos de
Jim Blaut o la defensa de los derechos ciudadanos ejemplifi­
cado en la obra de Julian Wolpert; la tendencia anarquista y la
del feminismo exacerbado, que Giroux conecta con las expedi­
ciones geográficas de Bill Bunge; y, finalmente, las tendencias
marxistas que, según el mencionado Giroux, serían las que, de
la mano de David Harvey, aportarían mayor solidez al enfo­
que (Giroux, 1 977: 1 5 1 - 1 52).
Ya desde finales de 1 973, Peet afirma ( 1 977: 2 1 ) que la geo­
grafía radical empieza a ser sinónimo de geografía marxista, la
cual pasa a concentrar sus esfuerzos en detectar las manifesta­
ciones espaciales de los procesos sociales, con avances teóricos
en la teoría del desarrollo capitalista, en la teoría del subdesa­
rrollo y del imperialismo, en las desigualdades espaciales, etc.

33
Ello da lugar también a algunas primeras aplicaciones de la
teoría a problemas sociales como la pobreza o el mercado de la
vivienda (Peet, 1 977: 23).
Además de Marx, otra fuente importante de inspiración la
constituyó la recuperación de la tradición anarquista, con las
figuras destacadas de É lisée Reclus o Piotr Kropotkin, de los
que se reprodujeron sendos textos en la antología de geografía
radical que coordinó Peet {1 977). El mismo Peet publicó en
1 978 su «Geografía de la liberación humana» en un número
monográfico de Antipode dedicado a la geografía anarquista y
coordinado por Myrna Breitbart. En él, Peet realizaba un aná­
lisis de las principales tradiciones revolucionarias, el anarquis­
mo y el marxismo, a través de sus dos principales proponentes,
Kropotkin y Marx, donde señalaba la sorprendente coinciden­
cia en sus respectivas descripciones de la naturaleza humana
pese a partir de marcos filosóficos completamente diferentes:
ambos llegaban a destacar la cooperación como elemento fun­
damental del desarrollo humano individual y colectivo. Como
resultado, Peet osaba proponer una forma sintética de radica­
lismo, consistente en un anarco-marxismo que tuviera como
objetivo la consecución de una base comunista de la liberación
humana (Peet, 1 978).
Otro punto culminante en este proceso de progresiva ad­
quisición de una base teórica marxista, no siempre exento de
tensiones o contradicciones, fue la fundación en 1 974, bajo la
iniciativa de los estudiantes de postgrado de Vancouver, de la
Unión de Geógrafos Socialistas {USG en sus siglas en inglés;
nótese el uso del término «socialista» en lugar del habitual
«radical»). 11 La hoy mítica fotografía tomada frente a la sede

1 1 . Según el mencionado artículo de Giroux, la USG respondió a la •necesi­


dad de crear un marco organizativo más estructurado, en el que las tendencias
anarquistas y liberales no estuvieran representadas. (Giroux, 1 977: 1 52).

34
de la Toronto Geographical Expedition al final de las reunio­
nes del nuevo grupo (reproducida en este volumen) ha sido
objeto de nostálgico comentario en clave personal por parte
de Clark Akatiff (al parecer único depositario del original
de esa fotografía en tamaño póster que, por su obvio interés
histórico, ha tenido luego una amplia circulación en formato
digital). Akatiff aparece en el centro de la fotografía, rodeado

Fotografía de algunos miembros de la Unión de Geógrafos Socialistas en la


reunión fundacional de Toronto en 1974. En ella aparece Richard Peet (en la tercera
fila con gafas y puño en alto) junto a destacadas figuras del pensamiento geográfico
como William Bunge, James Blaut o David Harvey, entre otros muchos. [Foto
cedida por C. Akatiff]

35
de nombres tan destacados como William Bunge, Jim Blaut,
David Harvey, Richard Peet (segundo por la derecha en la ter­
cera fila}, Wilbur Zelinsky, Gunnar Olsson, Jim Lyon y Ron
Horvath, junto a otros geógrafos y estudiantes, algunos de
ellos aún sin identificar. La USG mantuvo su primera reunión
en Toronto entre los días 26 y 28 de mayo de 1 974 y sobrevivió
hasta el año 1 9 8 1 , cuando fue sustituida por un grupo de geo­
grafía socialista en la Asociación de Geógrafos Americanos.
En 1 977 Peet hacía lo que bajo la perspectiva actual no po­
demos considerar sino un esperanzado balance de los logros
de la j oven geografía radical norteamericana:

La geografía radical ha reflej ado (en miniatura} el desa­


rrollo de la ciencia radical. En particular, hemos tenido
grandes dificultades para escapar de la trampa de la teoría
ideológica, y nos enfrentamos al gran problema de explicar
nuestra filosofía a otros geógrafos a causa de la naturaleza
poderosa aún cuando confusa de la ideología en geografía.
Hemos tenido que pasar por un extenso período liberal
antes de poder alcanzar un radicalismo teórico más pro­
fundo, mientras que otros científicos sociales radicales han
podido acudir directamente al marxismo, al anarquismo
o a otras perspectivas teóricas verdaderamente radicales.
Aun así, hemos logrado finalmente alcanzar una base teó­
rica radical y estamos ocupados desarrollándola y aplicán­
dola. (Peet, 1 977: 28)

La década de los 1 980, sin embargo, marcaría un dra­


mático punto de inflexión en aquel proceso. Peet regresa de
Australia, donde pasa el período 1 979- 1 980 en la Universidad
Nacional Australiana de Canberra, y a su vuelta encuentra
una sociedad norteamericana que parecía haberse transfor­
mado tan rápida como profundamente. En 1 980 Ronald

36
Reagan accede a la presidencia de los Estados U nidos, y
junto con Margaret Thatcher, su contraparte en el Reino
Unido, marcan el inicio de un neoliberalismo económico
y cultural desbocado que tendrá repercusiones en todas las
esferas. A nivel colectivo, «los valores de cooperación y el
·
' buen rollo', el estilo de vida cuasi-hippie de los 1 960 y prin­
cipios de los 1 970 habían sido abandonados en favor del in­
dividualismo, el profesionalismo y la competitividad» (Peet,
2006). Tampoco andaban las cosas mejor en lo académico:
« A mi vuelta de Australia en 1 980, me encontré con que la
cultura radical que había existido en la Clark hasta finales
de los 1 970 había desaparecido definitivamente. Mi asigna­
tura sobre «geografía de la pobreza americana», que había
llegado a tener 250 estudiantes a mediados de los 1 970, ahora
solo tenía 20»\\ Incluso la insigne Antipode debía afrontar
numerosas dificultades ante la caída de las suscripciones y
de los artículos para publicar. Y aunque, intelectualmente, la
geografía radical se había colocado en un lugar de privilegio
dentro de la disciplina, en el camino se habían ido perdiendo
aquellos obj etivos revolucionarios. Cuatro fueron los moti­
vos que, al decir de Peet y Thrift ( 1 989) provocaron la pérdi­
da de combatividad de la geografía radical: el eco que halló la
crítica a la que el mismo pensamiento marxista fue sometida
por parte de las posiciones postmoderriistas; el fracaso de los
estados socialistas que evidenció la dificultad de conseguir
aquellos objetivos revolucionarios; la profesionalización de
la disciplina, menos proclive a aceptar a geógrafos radicales;
y) a integración de muchos de aquellos radicales de los 1 960 y
1 970 en la corriente hegemónica que desde entonces pasaron
a publicar con regularidad en las revistas académicas institu­
cionalizadas (Walker, 1 989: 6 1 9).
A ello habría que añadir, además, el proceso de profe­
sionalización y comercialización de las revistas radicales

37
como Antipode. Peet se había hecho cargo de la revista como
director en 1 970, una tarea que ejerció con autoridad y efi­
cacia hasta 1 985 cuando la revista, acuciada por problemas
económicos, pasa a ser editada comercialmente. 12 Peet decide
en aquel preciso momento dejarla en manos de dos codirecto­
res, Eric Sheppard (University of Minnesota) y Joe Doherty
(University of Saint Andrews, en el Reino Unido), de ma­
nera que definitivamente deja de estar vinculada a la Clark
University donde había nacido. 1 3 Durante la quincena de años
en los que Peet estuvo al cargo, Antipode fue la referencia in­
ternacional clave para la geografía radical, algo que en alguna
medida ha continuado siendo hasta la actualidad, aunque los
artículos de contenido radical o de izquierdas tienen hoy mu­
chos otros foros donde expresarse. Según Sheppard y Peake
(en prensa), el año 1 986 marca un punto crítico de inflexión
en la geografía radical anglosaj ona, no solo por la comercia­
lización de Antipode sino también por la importancia que ad­
quiere la crítica a la insensibilidad de la ortodoxia marxista con
las voces feministas, antirracistas, anarquistas y ambientalistas
que, por otra parte, no hacían sino reflejar los mismos movi­
mientos sociales que ya habían emergido en los años 1 960. Es
el momento en el que la geografía radical queda subsumida en
una corriente más amplia y diversificada que sistemáticamen­
te pasará a ser denominada desde entonces como «geografía
crítica». Este es el término que, sin ir más lejos, adoptará el

12. Primero se hizo cargo de ella la editorial Basil Blackwell y, finalmente, la


revista acabó en manos de J ohn Wiley.
1 3. Durante la estancia de Peet en Australia en 1 978-80, se hicieron cargo de
la revista Phi! O'Keefe ( 1 978-1 980) y Neil Smith (1 979). Después de Eric Sheppard
(1 986- 1 99 1 ) y Joe Doherty (1 986-1 992), tomaron el mando sucesivamente Richard
Walker ( 1 99 1 - 1 999), Linda McDowell ( 1 993- 1 999), Jamie Peck y Jane Wills (2000-
2003) y, desde entonces, Wendy Lamer Paul Chatterton, Vinay Gidwani, Nik
Heynen, Rachel Pain y Katherine McKittrick.

38
grupo que, baj o los auspicios de Caroline Desbiens y Neil
Smith, conforma el lnternational Critica! Geography Group
que desde 1 997 organiza reuniones periódicas y es un referente
internacional de la geografía crítica.
El nuevo milenio traerá algunas nuevas iniciativas de
revi s tas de geografía explícitamente crítica o radical que se
sitúan a contracorriente de la creciente adquisición de las
revistas académicas por parte de las grandes empresas edi­
toriales. 14 Ante esta realidad, en 2008 el mismo Peet decide
empezar otra vez desde la misma Clark University una nueva
revista que, con el nombre de Hu man Geography: A New
fournal of Radical Geography,15 pretende situarse al margen
del control comercial del conocimiento científico. El editorial
de su primer número (Peet, 2008)16 es un alegato sin paliati­
vos contra la privatización de la difusión del conocimiento,
cada vez más concentrado en unas pocas manos y sometido a
las directrices de grandes conglomerados empresariales mul­
tinacionales.
En este contexto político y académico de cambio, Peet
continúa trabajando en diferentes frentes, haciéndose eco de
los problemas más urgentes, incorporando algunas ideas de los
nuevos enfoques que le parecen útiles pero demostrando una
enorme confianza en su posición y sin moverse un ápice en
sus convicciones. Desde mediados de los 1 980, Peet dedicará
su trabajo a profundizar en la teoría del subdesarrollo y el im­
perialismo, la globalización y el capitalismo neoliberal, y más
recientemente, la crisis ambiental.

1 4. En este sentido, cabe señalar la aparición de la revista multilingüe de libre


acceso A CME: An lnternational E-]ournal for Critica[ Geographies.
15. Obsérvese que comparte subtítulo con Antipode con el añadido de
«New•.
1 6. Traducido al castellano en este volumen.

39
Richard Peet en su despacho de la Clark University, donde ha ejercido su rol
como docente, investigador e incansable animador de debates intelectuales durante
más de 40 años. [Foto: N. Benach]

40
Capitalismo global y desarrollo

Como ya se ha señalado, Peet nunca abandonará su interés


p or la escala global, manifestado ya en sus trabajos iniciales
sobre los modelos locacionales. Así, a raíz de su estancia en
Australia a finales de los 1 970, realizó una lectura, desde la
geografía, de las grandes aportaciones llevadas a cabo por las
teorías marxistas del subdesarrollo y formuladas por autores
tan influyentes en su momento como André Gunder Frank,
Arghiri Emmanuel o Samir Amin. Fruto de unas jornadas
celebradas en la Universidad de Canberra en 1 979, Peet co­
ordinó la publicación de un volumen sobre dicha cuestión
(Peet, 1 9 80), planteado como una guía acerca de las principales
aportaciones de la teoría marxista sobre el tema; aunque no
ofrecía novedades importantes, suponía un esfuerzo remar­
cable de difusión (O'Toole, 1 983) y marcaría el inicio de una
reflexión sobre la economía global que ha continuado hasta la
actualidad. Desde entonces prácticamente todos sus trabajos
mantienen ese contexto global como marco explicativo.
En 1 987 coordinó un volumen sobre el capitalismo inter­
nacional y la reestructuración industrial (Peet, 1 987) con un
análisis de la nueva geografía industrial del capitalismo (in­
dustrialización de algunas áreas del Tercer Mundo y de áreas
periféricas de los países industrializados acompañados de la
consiguiente desindustrialización de algunas áreas centrales
de las economías «avanzadas») profundamente basado en la
teoría del sistema mundial y el desarrollo desigual. El libro
tenía especial cuidado en destacar las consecuencias negativas
para los trabajadores y se mostraba, desde luego, totalmente
comprometido con una perspectiva política marxista (Storper,
1 988).
En el momento cumbre de la geografía neopositivista, los
británicos Richard Chorley y Peter Haggett habían elaborado

41
un volumen que, bajo el título de Models in Geography ( 1 967),
se convirtió en una referencia clave acerca de cómo la teoría
y la aplicación de modelos había alcanzado todos los ámbitos
del trabajo geográfico. Más de veinte años después, Richard
Peet junto al británico Nigel Thrift coordinó la publicación de
una obra colectiva que, de algún modo, pretendía convertirse
en un nuevo referente, con el evocativo título de New Models
in Geography: the Political Economy Perspective. Su intención
era precisamente asentar la perspectiva de la economía polí­
tica (marxista en un sentido amplio) para la geografía (Peet y
Thrift, 1 989). Formado por una treintena de capítulos escritos
por reconocidos especialistas, buscaba cubrir todo el espectro
geográfico y era una afirmación del avance realizado en la
elaboración de una formulación alternativa de la perspectiva
geográfica dentro de las ciencias sociales. Aquella geografía ra­
dical que se había iniciado «con críticas y una lectura entusias­
ta de textos básicos», había ido dando lugar a una perspectiva
de economía política que, según apuntaba Doreen Massey en
el prólogo a dicha obra, «había progresado a gran velocidad,
generando su propio marco de conceptos y de análisis, con
preguntas y debates propios» (Massey, 1 989: ix).
En la misma línea, Richard Walker afirmaba en 1 989: «La
izquierda puede atribuirse una buena parte de la respetabilidad
de la geografía fuera de la disciplina y puede reivindicar una
parte de liderazgo intelectual, incluso hegemonía, en ciertos
subcampos geográficos» (p. 620). Y es que pese a los enormes
cambios que la década de los 1 980 había conllevado a todos
los niveles y la perplejidad que algunos geógrafos radicales
mostraban ante el cambio de atmósfera social y política, Peet
entre ellos, no puede decirse, sin embargo, que nada había sido
en balde: la deuda de la geografía actual con el trabajo de la
geografía radical en los 1 970 y 1 980 es innegable y en el caso de
Peet ha continuado inspirando su trabajo hasta la actualidad.

42
A principios de la década de los 1 990, Peet estaba anali­
zando las teorías del desarrollo, lo que le permitió unir aquella
dimensión global que le interesó desde sus primeros trabajos
con la teoría marxista. Así, en 1 99 1 publicó Global Capitalism:
Theories of Societal Development, un condensado texto en el
que, motivado por la persistencia de la pobreza masiva en mu­
chas partes de mundo, abordaba los grandes enfoques que han
producido las ciencias sociales para explicar el desarrollo y la
economía global: el funcionalismo y la teoría de la moderni­
zación, las teorías de la dependencia y del sistema mundial y,
especialmente, el marxismo estructuralista, con el que abier­
tamente se identificaba. Para Peet, las teorías tradicionales
desarrollistas no habían hecho sino legitimizar el orden social
capitalista, por lo que era imprescindible buscar modos al­
ternativos de desarrollo fuera de la lógica capitalista. La gran
cantidad de críticas y cuestionamientos que la teoría marxista
del desarrollo había ya recibido en aquel momento hizo que,
precisamente, dedicara el capítulo final a responderlas, algo
que abrió un debate en el que se implicará durante largo tiem­
po. Las ideas al respecto fueron sucesivamente reelaboradas
en los libros publicados en 1 999 y en 2009, junto con Elaine
Hartwick (Theories of Development)17 en los que abundó en
los argumentos de la controversia entre desarrollo y moderni­
dad. Aún siendo ferozmente críticos con los usos ideológicos
de la idea de progreso y de desarrollo, Peet y Hartwick se
muestran especialmente incómodos con las teorías postmo­
dernas que niegan la posibilidad de la razón, la ciencia y el
progreso, y que quedan atrapados fácilmente en una trampa
reaccionaria. De modo que, de acuerdo con su planteamiento,
lo que hace falta es repensar los términos del problema, pro-

1 7. Con traducción parcial al castellano en este volumen.

43
poniendo una posición que denominan como de «modernis­
mo crítico» que libere la noción de desarrollo de sus cadenas
neoliberales porque el desarrollo, en tanto que principio de la
modernidad (con su confianza en que la racionalidad podía y
debía cambiar el mundo para mejor) «significa hacer una vida
mejor para todo el mundo» (Peet y Hartwick, 2009: 1 ).
Por otro lado, pese a esa siempre presente reticencia ante
los postulados postmodernos, bien es cierto que, desde prin­
cipios de la década de los 1 990, Peet se sumerge en la tras­
cendencia de los discursos y de las relaciones de poder, y en
la importancia de la ideología para comprender los procesos
materiales: «las verdades son afirmaciones dentro de discursos
socialmente producidos más que 'hechos' obj etivos sobre la
realidad» (Peet y Watts, 1 996 ). Peet muestra ahí con claridad la
progresiva incorporación de ideas provenientes del postestruc­
turalismo y de la teoría crítica a su perspectiva general cimen­
tada en la economía política marxista. A la vez, crecientemente
preocupado por las urgentes cuestiones ambientales, une
ambos intereses en el volumen que coeditó con Michael Watts
Liberation Ecologies que, en muchos sentidos, no era sino una
exploración de la intersección entre la ecología política y la
teoría del discurso (sin abandonar por ello la tradición radical
que ponía en relación las anteriores con la economía políti­
ca). Posteriormente, en 201 1 , coeditó junto a Paul Robbins y
Michael Watts su Global Political Ecology que, sin abandonar
esa misma óptica, reunía una única colección ensayos sobre
sostenibilidad, márgenes urbanos y suburbios, políticas am­
bientales, guerra y seguridad, energía, agua, y transgénicos.
La importancia del discurso y de la ideología no era sin
embargo algo nuevo para Peet, que ya había abordado en 1 985
la relación entre las cuestiones ambientales y el discurso en su
análisis del contenido ideológico del determinismo ambiental
(Peet, 1 985) y en el demostraba las conexiones entre el impe-

44
rialismo de finales del siglo XIX con la irrupción del darwinis­
mo en las ciencias sociales.
El contenido ideológico del conocimiento científico es una
cuestión recurrente en gran parte de su obra, presente, por
ej emplo, en su demoledor artículo sobre la idea de la ventaja
comparativa de David Ricardo (Peet, 2009) que constituye la
base de la ideología del libre mercado. En aquel artículo mos­
traba con gran convicción el poder de una idea intelectualmen­
te endeble y de escasa consistencia lógica pero con gran poder
persuasivo y que se había convertido en algo indiscutible y que
prácticamente no dejaba espacio para la crítica, a saber: la idea
de que la especialización económica y el libre mercado propor­
cionan beneficios universales, lo que constituye el gran punto
de partida de la teoría económica convencional y una prescrip­
ción básica de las políticas neoliberales. Concluía que, desde el
primer momento, la «inocente» idea de la ventaja comparativa
no había sido sino un mero artefacto ideológico para justificar
el dominio de unos pocos países hegemónicos sobre el resto.
A esa cuestión de cómo el neoliberalismo responde a las crisis
económicas y de cómo las instituciones globales sirven para
justificarlo ha dedicado también una parte muy notable de sus
trabajos más recientes.

Crisis económica y neoliberalismo

En 2003 publicaba la que, hasta la fecha, ha sido su única obra


traducida al castellano con el título de La maldita trinidad.
El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la
Organización Mundial del Comercio, en la que mostraba
el papel de estas instituciones globales que legitiman y dan
carta de naturaleza a las políticas neoliberales. De nuevo Peet
demostraba cómo había abierto su punto de vista marxista

45
para incorporar elementos del análisis postestructuralista,
fundamentalmente a partir del uso del concepto de discurso
hegemónico basado en Gramsci y en Foucault. El neolibera­
lismo es presentado como la forma hegemónica de globali­
zación basada en la no intervención estatal, la liberalización
comercial, y la limitación de los déficits presupuestarios
estatales. La fuerza de su análisis reside en cómo demuestra
que, al tiempo que la ideología neoliberal produce una «ver­
dad» económica indiscutible, deja sin margen la posibilidad
de discursos alternativos que apenas pueden enfrentarse a la
doctrina neoliberal de inevitabilidad y de que «no hay alter­
nativa» . El libro contiene un minucioso trabaj o que escudri­
ña los entresij os del funcionamiento de las tres grandes orga­
nizaciones mencionadas y las condiciones en las que ej ercen
su poder, junto a un análisis de los circuitos de producción
y diseminación de su discurso. De nuevo, la voz de Peet
resuena claro y alto cuando se trata de denunciar lo que es
flagrantemente cruel e injusto. El libro recogió, además, crí­
ticas notoriamente positivas y bastante unánimes por parte
de la comunidad académica, algo que resulta muy destacable
dado que se trata de un libro escrito para no expertos. Señala
Roger Lee que estamos frente a un libro «políticamente im­
plicado, teóricamente sofisticado, analíticamente incisivo,
empíricamente rico, verdaderamente comprometido y lleno
de agudezas devastadoras que alientan la lectura. La energía
de este libro recuerda a una actuación en directo de un grupo
de músicos de gran talento [en alusión a la participación en su
elaboración de un grupo de alumnos de la Clark University] »
(Lee, 2005 ).
Casi como una continuación de La maldita trinidad, puede
leerse Geography of Power (2007), libro en el que aborda los
fundamentos institucionales del neoliberalismo para sostener
su tesis de que en el mundo se ha impuesto ya un nuevo siste-

46
Portada de La maldita trinidad, un alegato sin fisuras contra el poder ejercido
por las instituciones reguladores globales (OMC, FMI y BM) y único libro de Peet
que ha sido traducido al castellano hasta la fecha.

ma de poder económico. El poder se ha acumulado a nivel glo­


bal en una serie de organismos (el G7/G8, la Unión Europea,
las instituciones de Bretton Woods y las Naciones Unidas)
que controlan las economías y las vidas de la gente a través
de mecanismos políticos como el ajuste estructural, las ins­
pecciones periódicas por parte de expertos y otras estrategias

47
HECHOS EXPERIENCIAS CAMPOS
HISTÓRICOS LUGARES DE ESTUDIO

20 1 0
Crisis global
Presidencia de Obama

1 1 -S
2000 Presidencia de Bush

Google
Creación de la OMC

1 990
Guerra del Golfo
"'
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Calda muro de Berlín u

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Explosión Chemobil
Primera intifada
Perestroika �
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1 980
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Mayo francés 5 z

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1 960
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Bomba atómica 2 �
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Bretton Woods 1-
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1 940 11 Guerra Mundial V\

48
AUTORES OBRAS FASES EDICIÓN
CLAVE PRINCIPALES CARRERA REVISTAS

Global Political Human 201 0


Ecology Geograhy

M i chael Watts
(ed itor)

Unholy Trinity

Theories of
Development
2000
Economic
Mic el Fou � Modern Geographical
Thought

Global Capitalism
ui

</)
<O
Geography
(co-ed itor)
Antonio Gramsci

New Models in
1 990

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Geography </)

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Suecia

Radical Geography
Antipode 1 980
anberra
Lo u i s Althusser (ed itor)
Karl M a rx

Economic
Geography
(book review 1 970
editor)

A l l a n Pred

J . H . Von Th ü n e n
LSE 1 960

1 950

1 940

49
similares. De nuevo Peet combina el análisis marxista de clase
con el análisis foucaultiano de las instituciones: el capitalismo
global debe entenderse atendiendo a esta geografía del poder
a través de la cual sus discursos, normas y prácticas devienen
hegemónicas y se extienden por todo el globo. El uso de las
ideas de Foucault no implica, desde luego, ninguna renuncia
ni introduce más dudas de las necesarias. Como ha señalado
Sheppard, desde el punto de vista epistemológico:

Su aceptación del énfasis en el discurso de Foucault no


conlleva que acepte el escepticismo postestructuralista
sobre la verdad y las metanarrativas. Su ataque al conoci­
miento hegemónico no se plantea como una contraposi­
ción de diferentes ideologías sino como una pugna entre
las falsas ideologías de los poderosos y el conocimiento
verdadero, la ideología de resistencia, que puede ser eman­
cipadora. (Sheppard, 2009: 423)

Entre las resistencias, Peet sitúa discursos de diferente


alcance: «subhegemónicos» como el del Congreso Nacional
Africano en Sudáfrica o «contra-hegemónicos» como los de la
Bolivia de Morales, la Venezuela de Chávez o el Movimiento
de los Sin Tierra en Brasil.
Y de nuevo Peet se dirige abiertamente a una audiencia no
académica, para la que se esfuerza en definir con cuidado cada
uno de los conceptos clave que utiliza. En la contraportada de
Geography of Power, Neil Smith señala que Peet mezcla Marx
con Foucault pero que ¡ escribe mucho más claro ! Son muchas
las contribuciones intelectuales de Peet a lo largo de toda su
dilatada carrera pero un elemento que le distingue de la mayo­
ría de académicos es su insistencia en hablar (también) para los
no entendidos, sin contar con los cuales no hay, desde luego,
esperanza posible de cambio social.

50
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54
II. EL MARXISMO COMO
UNA CONVERSACION
�RICHARD
I Y ISMQJlADICAL:
PEET*
Jo sóc fill de família molt humil,
tan humil que d'una cortina vella
una samarreta em feren: vermella.
D 'en�a, per aquesta samarreta,
no he pogut caminar ja per la dreta.
Ovidi Montllor, La samarreta (1978)

Richard Peet es de los que afirma que no escribe si no tiene


algo que decir, y del mismo modo, añadiríamos, es de los
que no habla por hablar. En la conversación, Peet se muestra
rotundo y firme en sus opiniones, pero a la vez atento con
su interlocutor, marcando las discrepancias pero buscando
complicidades. Las diversas conversaciones mantenidas en su
abarrotado despacho de la Clark University han sido sinteti­
zadas en la presente entrevista que intenta mantener ese brío
argumentativo que le caracteriza.

-Usted es hoy un geógrafo que cuenta con un amplio reco­


nocimiento mundial, conocido tanto por su trabajo académico
como por su claro posicionamiento político radical. Me gustaría
saber cómo decidió ser geógrafo. Usted mismo ha escrito que
cuando era joven todo lo que le parecía interesante estaba fu era
de la Geografía. ¿ Qué le condujo a ella ?
-Bueno, yo crecí en una zona de clase obrera del norte
de Inglaterra y de algún modo u otro superé eso que llamaban

* Entrevista basada en diversas conversaciones mantenidas entre los meses de


agosto y octubre de 2010.

55
el examen de 1 1 +, que era el sistema que los británicos utili­
zaban para detectar a aquellos que podían ser de utilidad para
el Imperio. Pasé el examen y fui a una escuela secundaria, lo
que quiere decir una muy buena educación; en Inglaterra una
de las principales disciplinas dentro de este período educativo
era la geografía. Sin embargo, no planeé estudiar eso: yo quería
hacer Económicas porque pensé que así podría conseguir un
empleo y ganar un buen sueldo. En aquel momento eso era
muy importante para mí, de modo que incluso pensé en dejar
la escuela a los 1 6 años, pero al final decidí ir a la universidad.
Lo creas o no, eso era a finales de los años 1 950.
Quise acceder a la London School of Economics (LSE),
de modo que hice la solicitud y, al llenar el formulario, suce­
dió que tenía que escoger otra materia además de Economía.
Recuerdo que en la lista que me dieron estaba antropología
social: yo entonces no tenía ni idea de lo que era eso. Arriba de
la lista estaba geografía y pensé «Oh, esto sí que se lo que es» y
lo marqué. Y aquí estoy. Realmente en buena parte fue un acci­
dente, un accidente estructurado. Sabía lo que era la geografía
y me interesaba, tenía que ver con cosas materiales reales, el
tipo de cosas interesantes para un chico de clase obrera, cosas
sustanciales, muy prácticas y relacionadas con la economía, de
modo que pensé que podría combinar la geografía con la eco­
nomía. Y eso fue lo que realmente hice en la LSE. Pero luego
me gusto, sí. Incluso cuando no lo entendía muy bien, tenía
esa clase de materialidad, tratabas con cosas prácticas, con am­
bientes, con procesos materiales muy comprensibles. Porque
yo no era demasiado especulativo ni abstracto; no me gustaba
todo lo que ahora sí me gusta. Entonces, eso era lo que quería,
conocimientos muy prácticos. Aunque, para decir la verdad,
no fui atraído por ese motivo: entré ahí por accidente, y luego
resultó que me gustó.

56
-Pero ¿ qué es lo que encontró en la g eog rafía que no halló
en la economía ? Las dos tienen una base material, ¿ es que des­
cubrió en el espacio alg ún tipo de esencia material que estaba
ausente en la economía ?
-No estoy de acuerdo con eso, yo n o creo que la
Economía esté basada en lo material, en absoluto. Trata de pro­
cesos materiales, sí, pero es tan abstracta, tan « en el aire», nada
que ver con cosas como el movimiento de recursos. Solíamos
dibujar mapas con las plantas siderúrgicas y tenías carbón y
hierro, y tenías un mercado, y usabas pequeñas tablas donde
los pesos se movían y la localización estaba en el medio . . . a mí
me parecía que todo eso tenía más sentido que, por ej emplo,
la utilidad marginal o aquellos conceptos abstractos, incluso
estúpidos, que no se basaban en la realidad empírica.

Richard Peet charlando con Núria Benach en la Clark Universit y, durante una
de las entrevistas que han formado parte del proceso de elaboración de este libro
[Foto: B. Nika-Hayes]

57
-De modo que terminó sus estudios en la LSE . • .

-. . . con un grado en Economía y una mención en


Geografía, y no tenía ni idea de lo que podía hacer a conti­
nuación, de modo que fui a ver a mi tutor y le pregunté por
aquello que llamaban «trabajo de postgraduación» y me dijo
que se trataba de otro título. Yo le pregunté « ¿ es que hay
otros títulos ? » . Me dijo «sí, claro, puedes hacer un máster» .
Le pregunté si se podía ganar dinero con eso. Tomó un pe­
dazo de papel de su escritorio y me dijo «Tengo una carta de
un lugar llamado British Columbia» . Yo le contesté «Y eso,
¿ dónde está ?». «Está en Vancouver, Canadá» . Bueno, para
un chico de clase obrera, Vancouver sonaba muy, muy lejos,
pero ofrecían 2 .200 dólares de modo que dije «¿ Cómo puedo
ir?» Me escribió una carta y, viniendo de la London School of
Economics, me admitieron sin problema. Trabajé para pagar­
me el pasaj e, trabajé repartiendo helados en la City de Londres
hasta que tuve suficiente dinero para pagarme el billete en un
buque polaco para viajar a América, igual que los trabajadores
emigrantes habían hecho tantas veces antes. El viaje duró diez
días porque al cruzar el Atlántico alguien se cayó al agua; se
rompió la pierna y tuvimos que regresar a Cork, desembarcar
a ese pobre tipo y empezar de nuevo. Y el mar era enorme y
todo el mundo estaba mareado. ¡ Fue todo un viaje!

-Ha mencionado sus orígenes obreros. ¿ Cómo era su en­


tono ?
-Nací en un lugar llamado Southport, cerca de Liverpool.
Es una estación balnearia, es bastante especial porque allí hay
gente con un montón de dinero y mucha gente trabaja a tiem­
po parcial en la industria turística. Mi padre trabajaba a tiem­
po parcial en el turismo y luego a tiempo parcial conduciendo
una camioneta, recogiendo plumas de los desplumadores. En
aquella época era algo muy descentralizado: alguien tenía que

58
ir a recoger las plumas húmedas de las máquinas y llevarlas a
Mánchester, a la fábrica de colchones de plumas. É l trabajaba
para un tipo que tenía un negocio de recogida de plumas; yo
también trabajé en eso, conduciendo la camioneta y escamo­
teando cada penique que podía.
Me identifico con la clase obrera y aún ahora pienso en mí
mismo como perteneciente a ella, porque los primeros años de
mi vida fueron, definitivamente, de clase obrera. Vivía en un
barrio obrero donde todo el mundo era más o menos como
nosotros, quizá tenían algo más de dinero que mi padre; de
hecho nosotros estábamos en la banda baja de ingresos, pero
crecí en una comunidad que tenía un fuerte sentido de barrio,
y todo el mundo conocía a todo el mundo. Las personas se
cuidaban unas a otras aunque, claro, también había sus par­
tes malas: eran demasiado curiosos, sabían demasiado sobre
uno. Pero jugar en las calles era totalmente seguro, la gente te
vigilaba y si pensaban que estabas en algún peligro, ensegui­
da te advertían « ¡ Eh! ¡No hagas eso ! » . Por otra parte, tanto
mi padre como mi madre eran originalmente de clase media.
Mi abuelo paterno era empleado del juzgado de la ciudad, mi
abuelo materno era un trabajador cualificado y su hermana era
maestra de escuela. De modo que eran como una clase media
dentro de la clase obrera y siempre tuvieron cierta capacitación
intelectual.
Nosotros éramos cuatro hermanos viviendo en una casa
de cuatro estancias con dos dormitorios, de modo que todos
los niños dormíamos en la misma habitación, y luego vino el
marido de mi hermana, cuando se casaron, incluso él estaba en
la misma habitación . . . era como una casa rural, sin cuarto de
baño . . .

-¿Diría que esta atmósfera de clase obrera en su niñez le


hizo una persona politizada ?

59
-En mi caso ello es parte de la explicación. Pero también
creo que me convertí en una persona de clase obrera politi­
zada leyendo a Marx. Creo que leer teoría puede crear una
personalidad política. Normalmente tiene que haber algo en
tus orígenes pero puedes tomar eso y exagerarlo y convertirte
en un ferviente luchador de clase incluso aunque de niño no lo
sepas. También es verdad que conozco a algunos que crecie­
ron en ambientes bastante privilegiados y que se convirtieron
durante su adolescencia o a los veintitantos; algo les pasó, o
leyeron algo, y entraron en un proceso de conversión política
aunque su entorno no fuese para nada de clase obrera. Pero
yo confío más en la gente que ha nacido en el seno de la clase
obrera y se convierten en izquierdistas radicales que no en los
conversos . . . [risas]

-De vuelta a Vancouver, ¿ cómo le fue allí?


-Hice el Máster en Geografía. En el departamento eran
muy amables, muy simpáticos . . . nos invitaban a sus casas,
¿ te puedes imaginar? Y nos invitaban a comer y a beber, de
hecho intentaban convertirnos en jóvenes intelectuales, era
realmente tremendo. En aquella época, esto era del todo in­
usual. Además, yo era un chico tímido de clase trabajadora
y no podía hablar delante de la gente; acostumbraba a son­
rojarme cada vez que hablaba frente a más de tres personas y
yo tenía que ser profesor ayudante en un grupo enorme para
ganar dinero. Nunca había hablado delante de más de tres
personas en mi vida así que fui hasta allí, miré el aula y había
como cuarenta personas ahí sentadas. Me quedé tomando aire
durante diez minutos sin poder entrar, al final me dije «vamos,
tienes que hacerlo» . . . en parte porque necesitaba el dinero. Así
que finalmente entré, farfullé algo y conseguí hablar durante
quince minutos, y al final me dije «bueno, ya está». Me fui
pensando que aquello era completamente inútil, otro británico

60
más llegando a las colonias . . . Y luego hice mi segunda clase,
y luego la tercera . . . Solo tenía que encontrar un tema inte­
resante que, en aquel momento, era si Canadá debía unirse a
Estados Unidos o permanecer independiente como parte de la
Commonwealth británica. Hoy parece algo pasado de moda
pero en aquella época era un tema candente en Canadá. Yo lo
introduje de manera tentativa pero de golpe todo el mundo en
el ;}ula quería hablar. Al final, ¡me aplaudieron! Así que pensé:
«Bueno, realmente puedes hacerlo» . Y ese momento clave en
el que realmente te das cuenta que puedes manejar una sesión
larga y difícil fue fantástico.
Y luego tuvimos un seminario sobre la historia del pensa­
miento geográfico y yo no dije ni palabra durante dos o tres
semanas: me sentaba por ahí mientras todo el mundo decía es­
tupideces, estaba tan aburrido que me dije «en el próximo se­
minario voy hablar y decir lo que pienso» . Y lo hice. De hecho
tuvieron que hacerme callar. Y ese fue otro de esos momentos
que te da fuerzas para seguir. De modo que maduré casi como
un intelectual en la Universidad de British Columbia; fue fan­
tástico.

- Y luego se trasladó a California.


-Sí. Por casualidad visité San Francisco y San Francisco
en los años 1 960 era una ciudad fantástica. Y pensé, ¿ cuál es la
universidad más cercana a San Francisco, que sea una buena
universidad ? Era Berkeley, claro. De modo que envié solicitu­
des a Berkeley, a Wisconsin y a todos los sitios buenos habi­
tuales. Como era un buen estudiante de la UBC, me escribie­
ron excelentes cartas y entré en Wisconsin, pero en el último
momento alguien renunció en Berkeley y me escribieron casi
inesperadamente. ¡ Fantástico ! Les dije a Wisconsin que había
cambiado de opinión, realmente se enfadaron, pero me insta­
lé en Berkeley y -ahora te voy a dar envidia- me fundí en

61
medio del movimiento por los derechos civiles, el movimiento
contra la guerra . . . Allí había un buen departamento, yo no era
uno de aquellos geógrafos culturales anticuados de Berkeley,
sino parte de una nueva generación que trabajaba con la teoría
de la localización con Allan Pred, que era interesante y además
¡ una persona realmente amable ! A veces, estábamos sentados
ahí, en nuestros despachos y venía y decía «¿Vamos a por un
café ?» ¡ Incluso nos invitaba! Y nos íbamos y manteníamos dis­
cusiones teóricas en un pequeño café italiano de la zona norte
del campus de Berkeley. En aquel tiempo él estaba haciendo
teoría de la localización pero también empezaba a dedicarse a
cosas más interesantes. Luego derivó, según mi opinión, hacia
una dirección un poco rara, pero yo estuve con él en este pe­
ríodo que hubo entre lo más convencional y lo más extraño, en
un período realmente muy innovador.

-Pero en aquel momento el departamento debía estar


muy absorto por la geografía cultural de Sauer. . .
-Sí, era así para la mayoría, ya lo creo. Los dos únicos que
no lo estaban eran James Vanee, un geógrafo urbano que segu­
ro que conoces, y Allan Pred. Y Allan publicaba muchísimo y
de alguna manera logró sobrevivir ahí, aunque desde luego en
el departamento no era muy popular. El departamento se de­
dicaba a aquella geografía cultural de Sauer y yo simplemente
iba con la gente que hacía otras cosas. Había un tipo llamado
Clarence Glacken, un tipo realmente encantador, tan vulnera­
ble que no lo creerías . . . pero al menos era amable, de modo
que él era mi geógrafo cultural y era receptivo al tipo de cosas
que yo hacía: así es como sobreviví.
Cuando finalmente hice mi examen oral, hubo una enorme
discusión sobre si la teoría era posible en geografía y la mayoría
decían que no, que la geografía era una disciplina idiosincrática
e idiográfica: esta cosa concreta, y luego esta, y luego esta ... ya

62
sabes. Cualquier intento de crear una teoría a partir de ello . . .
bueno, estaban asustados, eran sus últimas horas y ninguno de
ellos era tan bueno como Sauer. El día después de mi examen
oral, que por cierto superé delante de todo el departamento
más un par de personas que lo visitaban porque se suponía que
aquello era una gran ocasión (creo que fui el primero en hablar
de teoría en aquel departamento}, el director del departamento
vino hacia mí. Yo había trabajado en la teoría de la localización
y esctibí, como sabes, sobre el modelo de Von Thünen a escala
global. El jefe del departamento vino a mí en medio del pasillo
y me dijo «Bueno . . . ha sido interesante». Obviamente no le
había gustado nada, y luego añadió «Tengo un gran tema para
ti, para tu tesis». Yo dije «Ah ¿ sí?». Dijo «Sí. . . ¿ sabes ?, los co­
nejos están teniendo un gran efecto sobre la vegetación de esas
islas de la costa de California». Ya ves, conejos y vegetación . . .
¡ no bromeo ! Rompí a carcajadas mientras él miraba cabizbajo
mientras yo me reía, de modo que le dije «Bueno, ya pensaré
en ello . . . » [risas]. Hubo un tipo que escribió su tesis sobre un
palmo cuadrado de vegetación, la geografía de un palmo cua­
drado de hierba. . . .

-Bueno, depende del enfoque . . .


-¿Tú crees ? ¡Yo no creo que un palmo cuadrado de hier-
ba pueda ser interesante bajo ninguna circunstancia! [risas] De
modo que este era el tipo de cosas raras que estaban haciendo
ahí. Afortunadamente yo pude trabajar con Allan Pred y hacer
mi tesis sobre el modelo Von Thünen a escala global.

-En aquel momento usted estaba interesado por la geo­


grafía económica y, particularmente, por la construcción de
modelos espaciales al estilo de la geografía neopositivista.
Desde mi perspectiva de hoy, esta geografía que se pretendía
objetiva y neutral para ser más científica, a menudo se asocia-

63
ba con posiciones políticas conservadoras, pero usted ha estado
siempre a la izquierda. ¿ Cómo se podía estar en los dos lados al
mismo tiempo ?
-Bueno, es que yo no creo que el positivismo conlleve
una posición conservadora para nada. Al contrario, los conser­
vadores siempre han temido a los científicos. Fueron los cien­
tíficos los que liberaron al mundo de la tradición conservado­
ra, por ejemplo, liberando la mente del misticismo y la religión
y creando un instrumento de pensamiento racional para hacer
del mundo un lugar mejor. Y la mayoría de los positivistas
que conocí en los sesenta en Geografía eran gente realmente
progresista, y cuando llegaron los años 1 970 y la disciplina em­
pezó a fragmentarse y la gente empezó a enfrentarse, aquellos
positivistas en conjunto (con un par de excepciones como . . .
bueno, con un par de excepciones) nos apoyaron y, de hecho,
nos salvaron de ser despedidos de nuestras universidades por­
que ellos mismo, de hecho, eran progresistas. Además, ¡el mar­
xismo es muy positivista! Cree en la ciencia, se ve a sí mismo
como una interpretación científica del mundo, solo que una
interpretación diferente . . . Así que yo siempre he pensado que
la ciencia era progresista.
Y cuando estaba trabajando en el asunto de Von Thünen a
escala global lo que quería era entender la producción de ali­
mentos y materias primas de un modo progresista mediante la
mejor teoría que yo conocía. Incluso cuando me convertí en
marxista, aún publicaba teoría de la localización. En parte era
una cuestión pragmática; aunque el marxismo estaba creciendo
y era interesante, aún no estaba establecido como parte del sis­
tema académico formal, así que si publicabas cosas marxistas
podía ser una trampa política más que una contribución cien­
tífica, de modo que lo mejor, al menos durante un tiempo, era
hacer cosas más o menos convencionales para al menos poder
obtener una plaza en la universidad. Por otra parte, yo creo

64
que el marxismo tiene fuertes similitudes con el positivismo:
está cuidadosamente argumentado, es lógico, utiliza datos em­
píricos, etc. Y no es especulativo ni tiene que ver con modas, es
mucho más cuidadoso, racional y controlado. En gran medida,
el marxismo es un positivismo radical.

-Pero hoy ya no creemos en una sola idea, una sola teoría,


una sola solución que sirva para todo el mundo en todos los
momentos, ¿ verdad?
-¿ Ah, no ? Pues yo, sí. Básicamente, creo que hay una sola
buena teoría y ésta es la teoría marxista. Pero admito que haya
teorías de otro -tipo que pueden ser útiles. Pero yo no tengo
una estructura teórica miscelánea con un poco de esto y un
poco de aquello. Creo que esta forma de tocar muchas cosas
produce una imaginación muy pobre.

-Siguiendo con lo de antes, a finales de los sesenta, usted


estaba en Berkeley, uno de los epicentros de protesta política y
de pensamiento revolucionario. Paradójicamente, la geografía
como disciplina parecía quedar fuera de ello. ¿ Cuán impor­
tantes fueron las preocupaciones políticas de este tiempo en
ese lugar concreto en la reorientación de su trabajo de los años
siguientes?
-La respuesta es: muy, muy importante. Por un lado,
esto es lo que yo hacía: teoría de la localización. Por otra, en
la universidad, había una revuelta masiva; era el movimiento
por la libertad de expresión, el movimiento por los derechos
civiles, el ascenso del movimiento negro ... Propusimos candi­
datos alternativos para el congreso en Berkeley creo que, por
primera vez, el movimiento contra la guerra estaba en marcha,
había manifestaciones masivas, intentamos cerrar el puerto de
Oakland que era el principal puerto de salida de soldados a
Vietnam, etc. De modo que aunque estuviéramos haciendo

65
geografía cultural anticuada y teoría de la localización, que
estaba en la frontera, por otro lado casi cada día había una
gran manifestación dentro de la universidad aunque fuera del
departamento, de modo que dejabas la tranquilidad del depar­
tamento y te ibas al campus y siempre había una gran agitación
por todas partes.
La contradicción entre lo que hacía la geografía y lo que
pasaba en el mundo no era tan obvia en aquellos sitios donde el
proceso revolucionario iba más despacio o quedaba más lejano
o la gente no lo vivía; lo leían en los periódicos y decían «ahí
van, los malditos estudiantes otra vez liándola . . . » . No hubiera
sido tan claro pero cuando estás en el mismo centro, lo vives,
lo respiras, trabajas en ello, te gasean, te pegan, vas a manis ...
entonces llegan las contradicciones entre la geografía que tra­
ta con los malditos graneros o las regiones vinícolas, antiguos
rasgos culturales y demás, y lo que la geografía debería estar
abordando, temas como el desarrollo, la pobreza, las relaciones
ambientales, etc. Las contradicciones devienen particularmente
vívidas. No te llevan inmediatamente a querer un cambio. La
reacción inmediata es de esquizofrenia, en la que llevas una vida
revolucionaria pero no la aplicas a la geografía, simplemente so­
brevives en la geografía y vas tirando, piensas que realmente de­
berías ser un antropólogo o un filósofo o algo así. . . No piensas
que estés haciendo un trabajo valioso y socialmente progresista
porque estás atrapado en una disciplina anticuada y otras per­
sonas tienen mucho más que decir, y la mayoría de gente con la
que hablas son de otras disciplinas como la filosofía o sociología
en la que están mucho más comprometidos.
La idea de salir fuera y hablar estaba completamente fuera
de mi alcance por dos razones: primero porque yo todavía era
un chico de clase obrera, y segundo, apenas sabía nada en el
nivel en el que ellos hablaban. ¡Yo sabía de teoría de localiza­
ción! Recuerdo que una vez estaba hablando con alguien en

66
Berkeley y yo dije «yo hago teoría de la localización» y me
dijeron «y ¿ eso qué es ?». Yo dije que en esencia era cómo está
organizado el espacio como, por ejemplo, la minimización de la
distancia. Me dijeron «¿ qué quiere decir eso ?», yo dije «es por
ejemplo cuando vas de compras, en una distancia minimizada
para adquirir las cosas». Dijeron « ¿ de verdad que es eso lo que
haces ?». Dije «Sí . . . », «Bueno, pues no me parece gran cosa.
¿ Eso es todo lo que has encontrado ? ¿ que la gente no va lejos
a comprar?». Fue como si de golpe te dieran un mazazo en la
cabeza, pero el tipo tenía toda la razón del mundo y es uno de
esos momentos en los que quedas destrozado por la crítica de
alguien pero, o bien te enfadas o reconoces que . . . ¡ lleva razón!

-¿ Y estuvo muy implicado políticamente durante esos


años californianos?
-En esa épo,ca iba a las manifestaciones pero no hubiera
hablado delante de grandes concentraciones ni cosas así. Un
motivo es que tenía miedo de que me expulsaran del país, de
modo que intenté que no me arrestaran; yo aún era británico,
o sea que tenía razones muy pragmáticas. Yo era un socialista,
un socialista radical, pero no un marxista. Yo me encontré con
el marxismo en la LSE y me pareció odioso, no entendía ni una
sola palabra de lo que decían. Hablaban en términos filosó­
ficos y yo era muy pragmático, simplemente pensé que eran
pretenciosos. Confundí la filosofía con la pretenciosidad, lo
cual no es difícil porque mucha filosofía es pretenciosa; no dice
nada de nada pero lo dice en palabras largas y frases difíciles.
Yo creo que la filosofía debe hablar de cosas reales y todo lo
que dices debe poder aplicarse a los problemas urgentes; en
aquel momento yo no creía que lo estuvieran haciendo.

-He observado que en todo su trabajo su manera de escri­


bir siempre intenta evitar esa pretenaosidad de la que habla y

67
que siempre se expresa de una manera muy directa. ¿ Tiene eso
algo que ver con sus orígenes obreros y con su aproximación
pragmática a la vida ?
-Sí, eso es exactamente lo que hago. Lo que has dicho
es lo que yo hubiera dicho: como, trabajo, escribo, como una
persona de clase obrera. Me gusta la gente de clase obrera, no
me gusta la gente de clase media y odio de verdad a la clase di­
rigente, especialmente a la británica; no la soporto, no soporto
su acento ni la manera en que se comportan ni su aspecto . . .
les abofetearía en toda su cara y eso que soy pacifista, imagina
cómo me llegan a cargar . . [risas]. Me gusta la gente de clase
.

obrera, debo reconocer que prefiero a los de antes, que aún


están politizados y que aún les interesa el trabajo. No puedo
soportar esas personalidades consumidoras, solo saben hablar
de lo próximo que van a comprar y todas esas tonterías . . . Me
gusta la gente real e intento escribir para ellos, relacionarme
con ellos y considerarme a mí mismo parte de ellos. Incluso
cuando estoy escribiendo de manera filosóficamente abstracta,
pienso en esos términos.

-En 1 967 se traslada de Berkeley a la Clark University


en Massachusetts, que en aquel momento era un sitio también
muy politizado. En el departamento de Geografía se edita la
revista Antipode: creada en 1 969, en 1 970 usted se convierte en
su editor principal y la revista pasa rápidamente a ser un refe­
rente mundial. ¿ Qué expectativas tenían cuando empezaron?
-Hubo varias revistas que empezaron en aquel momento
pero la mayoría no sobrevivieron. Esa idea de crear una revista,
de crear una nueva línea de pensamiento, etc. apareció en mu­
chos lugares, pero en Clark de modo especial por dos motivos:
en primer lugar había una potente escuela medioambiental y
los primeros geógrafos de tipo ambientalista tendían a venir
aquí; hacían un tipo de investigación bastante convencional,

68
con Robert Kates trabajando sobre la adaptación y cosas así. . .
Además, estaba ese tipo llamado Jim Blaut; estaba aquí casi
por accidente porque él fue originalmente a Yale y él era un
intelectual marxista sofisticado, mucho antes que el resto de
nosotros. Cuando empezamos nuestra revista, probablemente
era un poco mejor y más comprometida que las otras pero
podía haber desaparecido fácilmente. Mucha gente empezó
revistas, les gustaba durante uno o dos años pero luego lo
iban dejando y al final abandonaban. Y eso empezaba a pasar
en parte aquí. Entonces hice ese número monográfico sobre
pobreza y luego pensé «esto va a desaparecer» y a la vez me
iban diciendo que yo podía hacer cosas, que era una persona
práctica y que mejor que me encargara de dirigirla, de modo
que lo acepté. Convertirlo en algo exitoso diría que viene con
el tiempo, con el compromiso con las causas radicales (que he
tenido toda mi vida, no en la geografía sino en todas partes)
y queriendo que eso fuera geografía radical y queriendo que
contribuyera al cambio social. Por otro lado, era la primera vez
que podía realmente probarme a mí mismo haciendo cosas que
ayudé a iniciar, que organicé y lo hice bien. Nunca había tenido
la oportunidad antes, siempre había estado en los bordes y era la
primera vez que tomaba algo y me decía «esto va a ser fantásti­
co y voy a hacerlo lo mejor que pueda». Lo puedes interpretar
como ambición pero no en el sentido habitual de ambición, es
más en el sentido de que era la primera vez que podía hacer algo
de cierta relevancia, y quise hacerlo lo mejor que pude.

-Y sin embargo, 1 969 era aún un momento muy tempra­


no para la geografía radical. El mismo David Harvey publi­
caba su Explanation in Geography, la biblia de la geografía
positivista en ese año.
-Sí, eso era la corriente hegemónica. Aunque la geografía
positivista tenía su componente progresista y de conciencia

69
social. No olvides que esa gente eran científicos que creían que
la ciencia podía hacer mejor el mundo. La teoría de la localiza­
ción orientada a la planificación mejoraría el espacio para todo
el mundo, incluidos los lugares pobres; no se ocupaba particu­
larmente de la clase obrera pero mej oraba el espacio para todo
el mundo. De modo que cuando iniciabas un movimiento
radical, muchos de ellos lo miraban con simpatía. De hecho,
nos salvaron un par de veces. Era estupendo tener a personas
como, por ejemplo, Gunnar Olsson de nuestro lado. Además,
David Harvey se había pasado en 1 970 al marxismo, él que
era «Míster Geógrafo Positivista,» acababa de llegar a la Johns
Hopkins y ya estaba renegando de su libro. Me lo encontré y
le dije «tengo tu libro, aún no lo he leído pero me voy de vaca­
ciones y finalmente lo podré leer» . Y me dij o «No te molestes,
ya he dejado eso. Ahora soy marxista». Yo dije «¿ Quéeeee ?»
[risas]. Era fantástico tenerlo ahí porque él era muy poderoso
en la geografía positivista (poderoso en la teoría: él era la única
persona del grupo que podía hablar filosóficamente sobre el
positivismo; el resto podíamos hacer el trabajo pero éramos
incapaces de filosofar; y la filosofía es poderosa).
David era el que tenía más poder pero teníamos también
algunos conocidos teóricos de la localización. Leslie King, por
ejemplo, nos salvó una o dos veces . . . ya sabes, gente bastante
convencional que nunca fueron radicales pero que ayudaban.
Estaban a tu lado cuando realmente los necesitabas y cuando
la disciplina estaba a punto de aniquilarte. Ellos se plantaban,
eran buena gente, hacían buenas cosas. Quiero decir, yo estaba
trabajando entonces con la pobreza y ellos pensaban « ¡ Esto
es el tipo de cosas que debemos hacer! ¡Al diablo con la teoría
de los lugares centrales ! En lugar de localizar ciudades co­
merciales, ¡ estudiad la pobreza! » Al menos tenían el coraje de
darse cuenta. Cuando hice ese curso llamado «Geografía de la
pobreza en Estados Unidos», simplemente escribí el título en

70
un papel, antes incluso de saber nada sobre el tema. Y tuve 1 60
estudiantes en mi clase y fue el mayor curso en toda la historia
del campus: una vez hubo hasta 250 estudiantes en el principal
salón de actos.

-Desde que lleg ó a Massachusetts en 1 967, ya no se ha


movido. ¿ No es extraño en un país donde la movilidad, la de
los profesores universitarios en particular, es tan elevada ?
-Me gusta Massachusetts. Solo hay tres áreas en los
Estados U nidos donde las personas racionales en su sano
juicio pueden vivir. Una es Massachusetts, la otra es Boulder
(Colorado) y luego hay un par de lugares en la costa oeste, tan­
to Seattle como Berkeley y tal vez Los Ángeles. En cualquier

Richard Peet con sus hijos Eric y Anna durante las vacaciones de verano de
201 O. [Foto cedida por R. Peer.]

71
otro lugar no puedes sobrevivir. No puedes sobrevivir cultu­
ralmente porque es muy aburrido, no puedes sobrevivir polí­
ticamente porque todo el mundo es reaccionario, y no puedes
sobrevivir en la universidad. Ahora se puede, pero en aquella
época no se podía. Los norteamericanos pueden ser bastante
nefastos. Por otro lado, esta universidad se ha portado muy
bien conmigo, ha sido muy tolerante. Nunca me han dicho
que no hablara de algo o que no debía hacer trabajo político,
nunca me hicieron ningún comentario político y, al contrario,
me premiaron con distinciones. Me han dejado enseñar lo que
quería y los estudiantes aquí son muy brillantes. Es la Clark la
que me ha mantenido aquí, los estudiantes de grado siempre
han sido muy abiertos, muy de izquierdas, y los graduados,
desde que llegué aquí para trabajar con Kates, siempre han
sido los mejores estudiantes del mundo. De modo que, ¿ para
qué moverse?

-¿ Cómo se fue abriendo hacia otros temas? ¿ Tiene que


ver con los lugares en los que ha estado o con las personas que
ha encontrado ?
-En general, he tomado mis propias decisiones. No se
trata de sentarse ahí y de pensar qué es lo que voy a hacer a
continuación, pero hay un montón de cosas sobre las que tra­
bajar y siempre ha habido razones bastante pragmáticas para
ir cambiando mis intereses. Por ejemplo, impartí el curso y
escribí un par de artículos sobre pobreza y desigualdad en los
Estados Unidos, y tuve aquellos cursos masivos y todo lo que
escribía se publicaba porque era realmente un buen tema, y
estuve en esto hasta los setenta y luego estuve fuera tres años.
Cuando volví de Australia impartí de nuevo el curso sobre
pobreza, pero la secretaria del departamento me dio un aula en
la que solo cabían 1 5 personas. Antes de irme a Australia tenía
matriculadas 200 personas en mi curso y ocupaba la sala de

72
actos más grande del campus, de modo que le dije que debía de
haber un error, que ahí no iban a caber mis alumnos. La pobre
me dijo que solo había 1 2 personas en el curso . . .
Y es que entre 1 978 y 1 980 Estados Unidos había cambiado,
el interés por los problemas sociales se había evaporado, ya no
digamos en los ochenta con Reagan, etc. Así que cuando volví
me concentré en el desarrollo del Tercer Mundo, tema que guar­
daba cierta relación, pero la razón del cambio fue de índole más
bien práctica. Ya no podía seguir con los problemas sociales de
Estados Unidos, tener clases numerosas y dar una buena ense­
ñanza. Las cosas habían cambiado muy rápidamente en 1 979.
Además, todos estábamos cautivados por el marxismo y
trabajábamos sobre teoría, filosofía, queríamos acercarnos
seriamente al marxismo y no teníamos ninguna guía. Apenas
había ningún texto introductorio en aquel momento, tenías
que empezar con El Capital, volumen 1 página 1 , lo que es
espantosamente difícil y costaba como 1 O años convertirte
en un buen pensador marxista. Así que yo quedé fascinado
por la teoría y eso es lo que quise hacer: leer Marx, aplicar
Marx. Había áreas donde el marxismo era aplicable de manera
bastante obvia, como la teoría de la dependencia con la que
era bastante fácil trabajar; la teoría de la dependencia es muy
geográfica y la cosa funcionó bastante bien. Y estoy contento
con el cambio que hice. Además, cuando estuve en Australia
hice algún trabajo sobre el Pacífico, escribí un artículo sobre el
cambio cultural en Fiyi.

-Fiyi???
-Sí, y a l o s é . . . Fiyi e s e l Tercer Mundo pero . . . ¡ es tan
bonito ! [risas].

-El marxismo de aquel tiempo era particularmente es­


tructuralista.

73
-Sí, el marxismo que yo hacía estaba influenciado por
el marxismo estructuralista de mediados de los setenta. Me
gustaba la idea de un argumento altamente estructurado, den­
samente establecido y que se aplicara a un montón de casos
diferentes. Era muy atractivo: yo quería hacer aquello. Luego
vino toda la crítica postestructuralista, mucha gente dejó en
seco todo aquello en lo que había estado trabajando en los úl­
timos quince años e inmediatamente se convirtieron y pasaron
a ser postestructuralistas postmodernos y te aplastaban si tú
no hacías lo mismo. Pero ¡yo no estaba convencido de lo que
decían ! Me gustaban algunas cosas . . . y, las que me gustan, las
uso. Pero su actitud política y la flojedad de sus argumentos . . .
¡las odio ! Y algunas personas piensan que estaba equivoca­
do . . . ¡ Al diablo ! Yo sé que no estaba equivocado, que estaba
completamente en lo cierto.

-Alguien le llegó a calificar como un «estructuralista im­


penitente». ¿ Cómo se definiría a si mismo ?
-¡ Como un estructuralista impenitente ! [risas] Yo me des­
cribiría a mí mismo como un marxista comprometido, abierto
a todas las ideas que son útiles política e intelectualmente y que
son sintetizables con un proyecto esencialmente marxista. Si
encaja, lo hace mejor y lo uso. Si va en contra de él, si lo hace
peor, si lo convierte en una teoría más débil, no lo uso.

-Claro, pero eso a veces no es tan fácil. Hay veces en que


las cosas no encajan fácilmente de entrada pero cuando trabajas
en ello puedes contribuir a crear ideas nuevas, otras formas de
ver las cosas.
-Sí, es verdad. De hecho, si es difícil de encajar, tanto
mejor porque te obliga a repensarlo, a reformularlo. Es como
cuando empecé a leer a Foucault, creo que era La arqueología
del conocimiento, allí donde empieza a hablar de «el enuncia-

74
do». ¡Yo no sabía qué quería decir con enunciado ! Foucault es
muy difícil de leer porque no te lo pone fácil y hasta que llegas
a la página 242 no entiendes realmente de qué está hablando.
Ahora creo que entiendo las nociones de «discurso», «actos
de habla serios» y «enunciado». Es muy bueno, ¡ me encanta!
Lo utilizo todo el tiempo: al enseñar, al escribir, en todo. Pero
cuando me enfrenté a ello por primera vez no lo entendí y,
claro, no me gustó.

-Además del tema del desarrollo sobre el que ha trabaja­


do dilatadamente, ¿ de qué otros grandes temas se ha ocupado ?
-He trabajado sobre gobernanza global, el Fondo
Monetario Internacional, el Banco Mundial y ese tipo de co­
sas. Y luego siempre me han interesado la filosofía y la teoría,
siempre he creído que este es un gran campo en el que trabajar
y que te hace poderoso. En mi opinión, si puedes entender las
cosas filosóficamente, puedes entender las cosas teóricamente,
y si las puedes entender teóricamente, entonces puedes enten­
der cualquier cosa. Creo en una imaginación filosófica y siem­
pre me he sentido un poco en falso porque no tenía formación
filosófica. Cuando empiezas a filosofar, a intentar establecer
enunciados filosóficos piensas que no vale nada, que la gente
te va a rechazar, que te dirán que eres estúpido, que te harán
pedazos, que te dirán que no sabes de lo que hablas. Siempre
me he sentido vulnerable ante este tipo de ataques y en más de
una ocasión los he sufrido.
Recuerdo que en 1 970 organicé una sesión sobre ideolo­
gía . . . ¡y yo no sabía lo que era! Hice una rápida introducción
y me di cuenta que la gente me miraba como pensando «¿ pero
qué es lo que te pasa ?». Porque no tenía claro el concepto: esto
sucede cuando estás haciendo algo nuevo. Pero poco a poco, al
entrar en los años ochenta, me convertí en una persona más fi­
losófica y progresivamente fui aplicando este trabajo filosófico

75
al pensamiento geográfico y al final escribí un libro considera­
ble sobre la historia del pensamiento geográfico.

-Aun cuando usted no pareció estar muy interesado en la


parte realmente histórica de dicho pensamiento geográfico . . .
-¿ Lo viej o ? No, lo viejo como la geografía regional, en mi
opinión, tiene muy poca calidad. Y toda esa gente . . . se supone
que son geógrafos famosos pero la mayor parte de esa tradi­
ción no es buena. Por ejemplo, se supone que Carl Sauer era
el geógrafo más brillante de su tiempo pero lo leo ahora y . . .
Incluso cuando yo estaba en Berkeley y le oía hablar y le leía,
pensaba . . . todo esto es realmente muy pobre.

- Yo siempre he oído decir que Sauer era un profesor muy


impactante . . .
-Sí, bueno . . . pero en mi opinión no lo era. La gente le
tenía miedo y cuando la gente tiene miedo de alguien, tiende a
construir leyendas . . .

-Bueno, al menos en Europa teníamos la geografía fran­


cesa . . .
-Sí, una parte de ella, tal vez . . . tal vez. Vidal de la Blache
estaba bien y todos esos pequeños trabajos, ya sabes, sobre
esos malditos pequeños lugares . . . tal vez . . . disfrutaban del
vino y la comida local cada vez que iban por allí, ¿ no ? [risas}.
Lo único que hay que destacar de todo esto es la reacción con­
tra aquello que nos parecía tan carca, es todo lo que hace falta
decir. Nosotros construimos la geografía básicamente desde la
nada; aquella gente solo estorbaba, solo proporcionaba ejem­
plos ridículos . . . Una vez escribí eso en un artículo: que eran
ejemplos de lo que la geografía no debía ser . . .

-En lugar de «lo que la geografía debe ser. . . »

76
-Cierto. Aprendimos a no ser como ellos y de hecho
cuando escribí aquello tenía cierta persona en mente, el tipo
de persona a quien no deberías parecerte. Y esa misma persona
se me acercó hace algunos años para preguntarme « ¿ De quién
hablabas en ese artículo ?» [risas].

-En ese libro sobre la historia del pensamiento geográfico,


usted se detiene constantemente para definir cada término o
concepto que utiliza...
-¡ Desde luego ! ¿ Por qué iba a escribir u n libro que nadie
pueda entender? Yo procedo de la clase obrera y creo que hay
que escribir para las personas sencillas, yo quiero que la gente
lo entienda. Me recuerdo a mí mismo la primera vez que leí
sobre cuestiones filosóficas . . .

-Bueno, pero usted no escribe para todo el mundo, escribe


para los académicos, los estudiantes, los colegas. . .
-Pero sé que un montón de estudiantes vienen a mi de­
partamento, toman un curso sobre la historia del pensamiento
geográfico y utilizan mi libro. A menudo no tienen formación
en filosofía, ni siquiera en teoría y por tanto si mencionas un
término abstracto y difícil . . . ¡mejor decirles de qué se trata!
Luego pueden ir entendiendo y progresar muy rápido a un
nivel más elevado de comprensión. De otro modo, se pierden
en el primer capítulo.

-¿ Tiene la sensación de que paga un precio por ser tan


claro, en el sentido de tener que simplificar sus ideas ?
-No, no la tengo. Creo que uno de los principales mo­
tivos por los que la gente escribe de manera tan abstracta y
difícil de entender es porque ellos mismos no entienden de lo
que hablan, así que disfrazan su ignorancia utilizando termi­
nología abstracta bien difícil . . . Mira, ¡yo podría escribir de la

77
manera más enrevesada que hayas leído en toda tu maldita
vida! ¡Si quisiera! Pero también puedo escribir de manera que
lo entiendas . . .
-Usted ha sido el editor de revistas importantes duran­
te mucho tiempo (Antipode, Economic Geography, Human
GeographyJ. Este es un trabajo que toma muchísimo tiempo y
que no tiene la misma recompensa que la de otras tareas acadé­
micas. ¿ Cómo describiría su experiencia ?
-De hecho, cuando concursé para l a cátedra e n l a Clark y
dije que había sido el editor de Antipode, el tribunal lo ignoró
totalmente porque no era una revista formal y, por tanto, no
contaba para nada, ¿ puedes creerlo ? No: yo he sido editor
por razones políticas, porque quería hacer una revista con un
mensaje político definido. Antipode era indudablemente polí­
tica. Human Geography es indudablemente política. Economic
Geography había entrado en una especie de declive y no iba
demasiado bien; estaba en una línea positivista muy anticuada.
Y aun cuando nunca fue claramente política, al menos sí era
relevante socialmente, por lo menos eso. De modo que siem­
pre he contemplado eso de ser editor como una tarea política
y la recompensa llega cuando se crea un movimiento político.
Cuando era editor de Antipode, yo era la persona que creó
un movimiento geográfico radical y lo hice sobre todo -mis
propios escritos aparte- siendo editor. En otras palabras, un
editor activista. Y si estoy activo en algo y realmente creo en
ello, estoy dispuesto a trabajo muy, muy duro. No olvides que
he escrito diecisiete libros ...
-Hace unos años decidió empezar la nueva revista Human
Geography «para recuperar nuestro conocimiento» . . .
-Estamos intentando empezar algo nuevo. Sería fantás­
tico si todo un conjunto de revistas como Antipode o Human
Geography estuvieran producidas por una organización que
nosotros, intelectuales críticos de izquierdas, controlára-

78
mos. Pero sucede que en la actualidad las ideas producen
un montón de dinero. El control sobre el conocimiento da
grandes beneficios y ahora está en manos de grandes empre­
sas de comunicación y, sin embargo, se trata esencialmente
de nuestro trabaj o, nuestro trabaj o intelectual que produce
la mercancía que ellos venden. Y lo hacen con una tasa muy
alta de explotación. Nos explotan y obtienen una tasa muy alta
de beneficio con nuestras ideas. Debemos quedarnos con ese
dinero y utilizarlo para subvencionar nuestra propia investi­
gación. Así, no tenemos que prostituirnos para tener dinero.
Podremos decidir lo que realmente queremos hacer, seremos
honestos y a la vez tendremos dinero porque controlaremos
los fondos.

Portada de uno de los


números de 2 0 1 0 de Human
Geography, la revista de
geografía radical alejada de
los circuitos comerciales que
Peet inició en 2008.

79
-Incluso Antipode pertenece ahora a una de esas grandes
compañías. . .
-¿John Wiley ? John Wiley e s l a editorial más grande de
Estados Unidos. Desde que soy editor de Human Geography,
diez o quizá quince personas se han dirigido a mí para decirme
«No he podido publicar esto en Antipode, lo he intentado pero
no lo han aceptado por . . . ser demasiado marxista».

-Sigamos con debates científicos en los que ha participado.


Uno de los principales debates en los que se ha visto implicado
es el que hubo entre materialismo e idealismo. El giro discur­
sivo ha conducido a debates muy agrios y usted ha sido muy
directo con los defensores de la idea del paisaje como texto como
Trevor Barnes o james Duncan. Pero Barnes, en mi opinión, no
estaba contra el marxismo, creo que solo buscaba nuevas ma­
neras de enriquecerlo. ¿ Cree que, después de todo, ha quedado
algo positivo de ese giro lingüístico/discursivo ?
-Era el principio de la entrada de las ideas postestructu­
ralistas y llegaron por la vía del paisaje como texto. No creo
que fuera la mejor vía y con certeza no fue la mejor manera
atacando aquel marxismo estructuralista althusseriano. Parece
que exageraron lo que era algo temporal hasta convertirlo en
explicación para todo y nos hicieron pasar por su propia cons­
trucción del asunto. Creo que el responsable fue especialmente
Duncan, aunque una vez Trevor [Barnes] me dijo que cuando
era estudiante en Inglaterra y Antipode llegaba, todos se pre­
cipitan a la biblioteca y la devoraban, así que obviamente él es
uno de los nuestros. Creo que Duncan es otro caso. De todos
modos, la idea del paisaje como texto es una interpretación
bastante simplista tanto del paisaje como del conocimiento y
del texto, y ponerlo todo junto no fue particularmente produc­
tivo. Soy crítico con la idea de textualizar en exceso algo como
el paisaje, que es profundamente material, y poner demasiado

80
énfasis en todo el conjunto de ideas de la lingüística moderna;
él estaba en contacto con ellas porque su mujer enseñaba eso;
la idea era muy pretenciosa pero muy simplista.

-Aunque a mí no me parece tan sencilla . . .


-Cuando lo leí la primera vez, no lo entendí, tienes razón,
se tarda un poco en saber de qué va. Y cuando lo entendí, no
creí que fuera gran cosa. Luego escribí un artículo en Annals of
the Association of American Geographers para mostrar cómo
debería realmente hacerse. Lo hicieron marxistas como Denis
Cosgrove y todos los marxistas culturales. Pero leía a aquellos
y no podía encontrar ni una frase que fuera realmente buena.
Recuerdo estar leyendo y pensar « solo necesito un buen pá­
rrafo», es todo lo que necesito, aunque fuera una sola frase.
Mucho de todo aquello podía hacerlo yo por mí mismo. Y
luego la crítica de Duncan y Ley realmente no la valoré en
absoluto. Además, gente como David Ley que en los setenta se
llamaba a sí mismo un fenomenologista existencial, él siempre
estaba rondando por allí intentando entrar en el «club» crítico,
siendo amable y tal. . . De golpe, se descuelga con esa crítica
tremenda sin avisar a nadie y lo publica en los Annals. Quise
escribir una contracrítica pero alguna gente me recomendó no
hacerlo para no empeorar las cosas.

-Es que fue un debate muy áspero, incluso a nivel perso­


nal. . .
-Sí. . . Diría que las réplicas y contrarréplicas que salieron
en los dos o tres números posteriores de los Annals eran muy
buenas y yo iba a enviar un artículo grande de respuesta pero
varios de mis colegas me dijeron «no lo hagas, olvídalo». Solo
los criticamos indirectamente. Por ejemplo, el tema del pai­
saje como texto. Hice una reseña del libro de Duncan en los
Annals: lo hice pedazos . . .

81
-Una vez usted escribió que la intertextualidad era «el
opio de la intelligentsia» . . .
-No recordaba que había dicho eso . . . Me gusta, ¡ estoy
de acuerdo ! Si afirmas que no hay nada más allá del texto, yo
creo que te equivocas. Hay procesos materiales y personas que
trabajan y luchan. Los hay que llegan a decir que incluso el
trabajo es textual. Pero el trabajo es también físico ...

-Acaba de decir «también» . . .


-Acepto cierto grado de textualidad pero la idea de dis-
curso y de texto en la dirección que estaba tomando se alejaba
mucho de la noción de ideología. Y lo que yo quería hacer era
tomar esas ideas y devolverlas en la dirección de la ideología.
Yo veo a Foucault y su idea de discurso como las claves aquí.
Hubiera sido infinitamente más productivo y mucho mejor si
no hubieran ido a lo textual sino a lo discursivo.

-¿ Ve alguna conexión entre ello y la falta de compromiso


político de personas que se supone que están en la izquierda
pero que realmente no se implican y muestran esa tendencia a
decir cosas interesantes pero enigmáticas?
-Sí, ya lo creo. La sutileza es el opio del intelectual me­
diocre.

-Un momento . . . hace un rato ha dicho que lo era la in­


tertextualidad...
-Ya l o ves, pues eso e s intertextual . . . [risas] . . . ¡ con mt
propio texto !

-Una vez escribió que los marxistas son los que hoy
pueden avanzar mientras que los «posts» siempre están mi­
rando atrás. Esto es una manera muy sugerente de revertir
ciertas ideas habituales pero, ¿ qué marxismo es el que puede

82
hacerlo ? Usted se ha aproximado al trabajo de Gramsci y de
Foucault.
-Yo leí a Grams.ci hace mucho tiempo; cuando te con­
viertes en marxista, Gramsci es muy importante. Y luego leí
de modo serio a Foucault, creo que en los noventa. Y luego
volví a leer a Gramsci después de Foucault, de modo que hice
una lectura foucauldiana de Gramsci. Cuando empecé a leer a
Foucault, me dij e: «voy a odiar a este tipo», y al principio fue
así. Empiezas a leer sus libros, lees 20 páginas y no entiendes
nada. Odio eso, odio la arrogancia de esta gente que escribe
así, deberían ser mucho más claros . . . Pero luego leí un par de
libros sobre Foucault dejándoles el trabajo de entresacar sus
ideas, y luego lo pude leer porque ya veía de lo que hablaba.
Y entonces es cuando llegas a la idea de que los discursos son
muy poderosos y de que tienes que entender esa parte dis­
cursiva del análisis materialista porque es tan poderosa que
tiene enormes consecuencias materiales y, por tanto, necesitas
un conocimiento sofisticado de la ideología, la hegemonía y
el discurso. Escribí un par de libros sobre ello criticando las
principales instituciones.
A propósito de Foucault, hay dos clases de gente: algunos
lo usan para deleitarse, otros para hacer un análisis muy serio
básicamente de fundamentación marxista. Así que, si tuviera
que escoger, me decantaría por los marxistas prácticos y no
por los postestructuralistas postmodernos. En segundo lugar,
yo no estuve inmerso en Foucault durante cinco años, como
hizo Chris Philo, o inmerso en estudios sobre Gramsci como
las personas que dedican su vida entera a leer los Cuadernos
de la cárcel y a interpretarlos en diferentes contextos. Hay
encuentros enteros sobre Gramsci pero yo no he estado en
ninguno de ellos; lo que yo pretendía era leerlo para tomar
aquellas ideas y utilizarlas, porque el mundo está en unas
condiciones terribles y necesitamos muy buenas ideas con ur-

83
gencia. No tengo cinco años para leer a Foucault. ¡Al demonio
con Foucault . . . ! Toma lo que necesites de él en cinco meses.

-Se ha referido al debate cultura/economía en muchos


de sus escritos. Aún hoy cómo integrar lo cultural y lo eco­
nómico continúa siendo un gran tema para los marxistas. Su
posición ha sido muy abierta, teniendo en cuenta que procede
del campo de la geografía económica, incluso ha sido muy ex­
plícito al afirmar que el marxismo economicista no nos lleva
a ninguna parte.
-La cultura es muy importante para entender los hechos
históricos, pero necesitas una definición bastante clara de cul­
tura y una teoría para entenderla: quién la produce, quién la
controla, quién la construye, qué fuerzas, qué instituciones.
Obviamente hay instituciones que construyen cultura porque
están interesadas en el poder porque la cultura es el sistema
de creencias de la gente y la manera en que se muestran esas
cosas en artefactos, etc. Si no crees que sea importante cómo
se crean las creencias, entonces, ¿ qué demonios es importan­
te?, qué puede ser más importante que el sistema de creencias
creado por la gente, toda esta estructura interpretativa a través
de la cual las personas experimentamos el mundo.

-Una parte importante de su trabajo ha sido precisamente


el estudio del papel de la ideología en la construcción de in­
terpretaciones del mundo. Ejemplos de ello han sido sus textos
sobre los orígenes sociales del determinismo ambiental o su ca­
tegórico ataque a la idea de libre comercio y las ventajas com­
petitivas como una idea aproblemática e incuestionable. Usted
ha defendido la necesidad de denunciar el contenido ideológico
de esas ideas. Si una piensa en su artículo sobre Ricardo, sin
embargo, se da cuenta de que cuesta mucho trabajo desmontar
una sola idea por simple que sea . . .

84
-Sí, pero esa sola estúpida idea de la ventaja competitiva es
responsable de todo el desarrollo de los sistemas globales, y de
una manera pésima en mi opinión. Ya sabes, el Tercer Mundo
se especializa en materias primas, nosotros en la industria . . .
la distribución global en el espacio está esencialmente basada
en las ideas de Ricardo sobre la economía. Era una aportación
estúpida pero tuvo resultados tremendos. De modo que al­
guien tiene que criticarlo, y tienes razón: no es fácil aunque es
divertido. Cuando escribía eso sobre Ricardo, me lo pasé muy
bien haciéndolo.

-¿ Y cómo fueron recibidas este tipo de críticas por la co­


munidad científica?
-Creo que probablemente me consideran demasiado
crítico, demasiado izquierdista, demasiado radical, etc.
Algunas personas son rechazadas como si fueran locas o
idiotas. No creo que a mí me puedan hacer ascos tan fá­
cilmente porque el trabajo está demasiado bien hecho, este
es el obj etivo de trabaj ar duro. Si haces un trabaj o flojo, es
peor que si nunca hubieras hecho nada. Pero si haces una
crítica realmente concienzuda, incluso la gente que no está
de acuerdo contigo y a la que no le gusta el trabaj o crítico, al
menos te admiran y reconocen que eres un buen académico
y un buen intelectual.

-Dese los años cincuenta ha habido enormes debates en


geografía humana: el inicio de los radicalismos, luego toda la
crítica postmoderna, todo tipo de giros (cultural, lingüístico,
psicológico. . . ). Para usted que ha analizado en profundidad la
historia más reciente del pensamiento geográfico, ¿ cuál cree que
ha sido el fruto de todo ello? Mirando atrás, todo esos debates
duros, a veces incluso amargos, ¿ han sido lo productivos que
deberían ?

85
-Sí, creo que sí. Aunque es una lástima la manera en que
se ha hecho. Se ha hecho de un modo demasiado personal y
mezquino. Por otra parte, esos debates son necesarios. Creo
que el debate filosófico teórico es importante para producir un
nivel más profundo y coherente de teorización y para sinteti­
zar un número mayor de ideas. El modo en que esto ha pasado
a menudo ha sido a través de nuevas ideas que eran las más re­
cientes de una serie de modas pasajeras: no me gusta nada eso.
Creo que si hay un conjunto de ideas que es realmente bueno
y un par de alternativas, todo el mundo debería tomarlo seria­
mente; si es lo último o no, no significa nada. Si es bueno, es
bueno. Si tienes un conjunto de ideas y encajas las críticas tie­
nes dos cosas: añades nuevas ideas y además mientras piensas
lo que dicen, si te tomas las críticas seriamente, puedes mejorar
tus propias ideas iniciales porque te obliga a no ser gandul y
cosas que te dices a ti mismo como «oh, ya lo pensaré luego» o
«bueno, nadie va a notarlo» ya no funcionan.
Toma, por ejemplo, la teoría del valor de Marx. Y los re­
cursos, ¿ qué ? No tenemos un cálculo global del uso de la na­
turaleza, de la producción de la existencia . . . ¡vale ya! Hay un
tipo llamado Stephen Bunker que básicamente hizo una crítica
de la teoría del valor-trabaj o diciendo que hay que contar el
uso de los recursos y, por tanto, hace que el marxismo aparez­
ca como opresor, ambientalmente opresor. ¿ No es fantástico ?
Yo mismo había pensado eso pero no lo había pensado sufi­
ciente y eso me forzó a pensarlo.
O toda la idea del determinismo económico, tan simplísti­
camente determinista; por ejemplo, en la teoría de los modos
de producción, de la base económica salen las ideas y la ideo­
logías. ¿ Cómo demonios salen de la base económica? ¿ quiénes
son los agentes, quién las produce ? ¿ quién construye el gran
esquema de esa interpretación ? Interpretas la realidad material
pero no piensas en todo, solo piensas en esos grandes bloques

86
del modo de producción y luego te critican por ser demasiado
determinista. Yo aún lo soy, pero un determinista muy com­
plicado. ¡ Existe un determinismo complejo ! De modo que
aprendes de ello, aprendes y aprendes, y cambias.

-Usted ha dirigido los más despiadados ataques a los geó­


grafos postmodernos.
-En ellos hay fragmentos, ideas, que son fantásticas. Pero
no me gusta ni la actitud intelectual ni la actitud política de
los postmodernistas. Proceden de contextos que normalmente
son de izquierdas, pero no de una izquierda fiable, consistente
y profunda. Demasiado hablar y poco compromiso. ¡Y de­
masiado frívolo ! Algunas personas pueden pasar de una cosa
a otra y a otra. . . intentando estar siempre a la última. Pero
lo último no significa que sea lo mejor. En mi opinión, los
mej ores geógrafos culturales son los que se definen inequí­
vocamente como marxistas, como Denis Cosgrove o como
Don Mitchell. Y los peores, en mi opinión, son esos británicos
poco rigurosos, y que no voy a citar, pero que siempre están
a la última. Chris Philo era un poco así pero luego pasó a ser
mucho más serio: su trabajo sobre Foucault es fantástico y es
un tipo realmente apreciable. Pero no me gusta la generación
que le siguió.
Creo que el problema de todo ello es que eso condujo a
sostener una actitud frívola por todas partes. Jugaban con las
ideas, con los enunciados y, de hecho, a menudo ni tan solo
con las ideas: solo con las palabras. A veces pasa que escribes
algo porque suena bien y lo dejas ahí, pero si escribes algo que
suena bien y es una estupidez, tienes que abandonarlo aunque
lá frase sea estupenda. Aquella situación llevó a mantener una
actitud superficial hacia el mundo y a una falta de compromiso
político. Mucha de esa gente son de izquierdas pero no de una
izquierda profunda ni seria. Proceden de una izquierda post-

87
moderna postestructuralista y frívola, y eso que a menudo son
muy brillantes y podrían hacer un trabajo tremendo si actua­
ran juntos y pensaran de una manera seria y fundamentada. Y
es particularmente trágico que lo peor de ello venga de Gran
Bretaña porque esos chicos han pasado por un sistema educa­
tivo muy bueno pagado por el Estado, después han obtenido
un empleo en la universidad y ahora son poderosos y bastante
bien pagados; no tienen muchas clases, tiene mucho tiempo
libre y no deberían utilizarlo con modas pasaj eras.

-¿ Quiere decir que tienen una especie de obligación mo­


ral?
-Sí, tienen una obligación; especialmente en Inglaterra,
que tenía una fantástica tradición socialista. En mi opinión,
son parcialmente responsables de esa pérdida de tradición
socialista y deberían estar avergonzados de sí mismos. Son un
grupo privilegiado que vive bien y no tiene muchas responsa­
bilidades. A menudo tienen un origen de clase obrera y aún así
hacen un trabajo insustancial y, finalmente, sin sentido.

-Esta idea de la urgencia de ocuparse de problemas reales,


de no dedicar nuestro tiempo a cosas menores, está muy presen­
te en su trabajo . . .
-Sí. . . cosas socialmente relevantes, como el desarrollo, la
pobreza, y cosas así. Y luego, cada vez más, la crisis ambien­
tal.

-Así que, en su opinión, ¿son esos los temas importantes


que requieren nuestra atención inmediata ?
-A finales de los noventa y principios de los dos mil el
tema principal era el control de la economía global, y no solo
por parte de las empresas multinacionales que ya lo tenían de
antes, sino por parte de dos grupos emergentes: uno, el capital

88
financiero y dos, las instituciones de gobierno globales. Y yo
pensé, y aún lo pienso hoy, que necesitábamos recuperar el
control de la economía global. No soy antiglobal, solo quiero
algo global que funcione para todo el mundo, del que todo el
mundo se beneficie y le permita tener una vida mejor. Y esta
era mi urgencia tras los libros que publiqué, The Geography
of Power, The Unholy Trinity ... esto es a lo que me dediqué
entonces.
Y en los últimos tres o cuatro años he estado trabajando
sobre ecología política y la urgencia de la contradicción am­
biental. La posibilidad de una crisis ambiental me ha impac­
tado mucho y ahora creo que vivimos un momento en el que
estamos viendo el inicio de esa crisis. Y creo que los medios
que tenemos para afrontarla son total y completamente in­
adecuados, tanto teórica como institucionalmente. La gente
que controla el mundo es la gente equivocada porque son los
que lo están destruyendo. De modo que me he convertido en
un medioambientalista furibundo; no en términos personales
(no necesito comer arroz integral) sino en términos de pensa­
miento: mi principal dedicación en la actualidad es el medio
ambiente.

-¿ Y cómo podemos contribuir?


-Si tus ideas están muy bien formuladas y muy bien ex-
presadas, éstas pueden tener un efecto. De manera que hacer
un trabajo de gran calidad que esté también informado por lo
urgente, y hacer las ideas más atractivas y poderosas . . . esto
es lo mejor que podemos hacer porque no tenemos poder
institucional; ni siquiera los más reconocidos científicos natu­
rales ambientales tienen demasiado poder, van a conferencias
internacionales y son ninguneados por los políticos. Puedes
tener 1 0.000 personas hablando en Copenhague, produciendo
todo tipo de buenas ideas y tan pronto como Obama llega,

89
todo se acaba, y él y cinco más zanjan todos los temas. Pero el
único medio que tenemos para cambiar esa estructura de po­
der es producir ideas buenas, poderosas y persuasivas. Como
dije, vamos a vivir tiempos muchísimo peores antes de tener
siquiera la oportunidad de tomar las cosas seriamente. El pro­
blema con el tema medioambiental es que no puedes entrar
en el proceso: cuando te das cuenta de lo que estás haciendo
es demasiado tarde porque la crisis ya ha empezado por su
cuenta. Es un tipo de crisis en el que no puedes demostrar cada
punto porque lo que no puedes probar es tan horrible, las con­
secuencias son tan dramáticas e independientes de los efectos
subsecuentes, que, para intentar cambiar las cosas, tienes que
arreglarte con las pistas que ya tienes. No puedes esperar a
poder demostrar cada punto concreto. Es un poco diferente de
las crisis sociales. La naturaleza tiene su independencia.

90
111. ANTOLOGÍA DE TEXTOS:

UNA NUEVA GEOGRAFÍA DE IZQUIERDAS*

Richard Peet

Los temas que preocupan a la Nueva Izquierda apenas están


presentes en las revistas geográficas. ¿ Dónde están nuestros
posicionamientos sobre la geopolítica de la guerra del Vietnam,
o la continuada conquista y colonización israelí del territorio
árabe? Nos podemos preguntar en qué hemos contribuido
-más allá de unos cuantos estudios testimoniales- al análisis
de la pobreza local y regional en Estados Unidos. O al de la
formación de guetos. O al del dominio regional del ejército y
sus socios industriales. O al del imperialismo económico nor­
teamericano en América Latina. En un mundo intolerable he­
mos logrado encontrar nichos académicos confortables desde
los que ocasionalmente miramos afuera para mostrar una señal
de desaprobación o una mirada compasiva, o para refunfuñar
sobre temas poco comprometidos como la denuncia de la con­
taminación ambiental (¿ quién podría estar en contra ?).
Sin embargo, una nueva generación de licenciados ha
emergido de las universidades en los últimos años, alimentada
por los conversos del neoliberalismo durante el tiempo de re-

* © Antipode, traducido del original en inglés «A New Left Geographp,


Antipode ( 1 ) 1 , 1 969; pp. 3-5.

91
presión (¿Berkeley ? ¿ Birmingham ? ¿Detroit? ¿ Los Á ngeles ?),
por miembros de los restos de los partidos de la vieja izquierda
norteamericana, y por inmigrantes de países donde la izquier­
da es más factible. Este grupo se caracteriza por un nuevo nivel
de compromiso con el movimiento por la igualdad social y
económica. En lugar del viejo modelo liberal de abandono de
los principios (de pacto, de un conveniente cambio de punto
de vista, de « responsabilidad», y de una fusión gradual con
un «establishment» que primero se pretendía cambiar desde
dentro y que finalmente ha acabado siendo apoyado en su
totalidad), este nuevo grupo de izquierdas cree en un cambio
radical a corto plazo sin recompensa directa para aquellos
que lo lleven a cabo. No creemos que el sistema actualmente
en funcionamiento en los Estados U nidos pueda remendarse
con una serie de parches liberales para acercarnos al modelo
que deseamos. En su lugar, hay que descartar lo obsoleto y
construir de nuevo, reunir aquellos elementos de los sistemas
existentes que sean coherentes con nuestros ideales y crear
nuevos componentes cuando los existentes sean inadecuados.
En resumen, la Nueva Izquierda difiere del viejo liberalismo
en su nivel de compromiso (no, no es solo ese entusiasmo
juvenil que se «atempera con la edad») y su confianza en un
proceso de cambio más radical.
La naciente Nueva Izquierda en geografía puede con­
tribuir a la causa de tres maneras fundamentales. Podemos
ayudar a diseñar una sociedad más equitativa en la que la po­
breza, el sufrimientq y el mortecino sentimiento de inutilidad
y desesperanza sean erradicados, y en la que las personas libres
alcancen un nivel superior en su existencia. Para llegar a ello,
necesitamos un conjunto de premisas completamente diferen­
tes y construir nuevas teorías de cómo deberían ser las cosas,
una actitud de las personas que conduzca más a la democracia
participativa, una distribución de las actividades agrícolas e

92
industriales que lleven a la igualdad económica en el espacio,
una localización de las instituciones educativas y culturales
que contribuyan a mejorar la experiencia de vida de la mayoría
de la población; en resumen, una geografía enteramente nueva
basada en los preceptos de la igualdad y la justicia.
Nuestra segunda contribución debe ser la consecución de
un cambio radical. Hay diversos puntos de vista a propósito
de cómo se producirá ese cambio pero, dado que la idea de una
revolución en el sentido clásico es ridícula en el contexto nor­
teamericano, la forma más probable es a través de la persuasión
y la «conversión». Los geógrafos pueden desempeñar un rol
particularmente importante generando un torrente constante
de críticas y propuestas para el cambio tanto dentro como
fuera de la disciplina. Aunque nos enfrentamos con una tarea
tremenda ya que hay que sacudir a una mayoría amodorrada
en la complacencia por un sistema eficazmente controlado de
recogida y distribución de noticias, y cuyos sentidos están
adormecidos por la exposición a una realidad artificial y que
recibe con indiferencia o resignación la propuesta de que las
cosas deberían ser enteramente diferentes. Evidentemente,
bajo estas circunstancias, debemos ser tan imaginativos como
convincentes, empleando todas las técnicas a nuestra disposi­
ción con el fin de destruir y luego reconstruir la estructura de
la opinión convencional.
En tercer lugar, debemos organizarnos para conseguir una
acción efectiva dentro de la geografía académica. Nuestras
asociaciones regionales y nacionales están dirigidas por con­
servadores y no tienen impacto alguno en la opinión pública.
Esto tiene que cambiar. En la mayoría de los departamentos
de geografía, los estudiantes y los graduados no tienen nin­
guna influencia efectiva en las decisiones que se toman «para
ellos» por gente que, en cualquier contexto menos en el suyo
inmediato, están todos a favor de la «democracia». Aquellos

93
tienen que organizarse. Grupos pequeños pero bien organi­
zados pueden ser efectivos allá donde la injusticia sea evidente
y, pese a ello, prevalece la apatía (una paradoja que se produce
con demasiada frecuencia).
Se necesita una asamblea radical para trabajar en esas
líneas. Este boletín se ofrece para diseminar ideas e informa­
ciones dejadas de lado y como una plataforma para propuestas
de acción directa. Si estás de acuerdo con nuestros objetivos,
suscríbete, escribe y organízate en tu departamento.

94
DESIGUALDAD Y POBREZA: UNA TEORÍA
GEOGRÁFICO-MARXISTA*

Richard Peet

Este artículo intenta sintetizar dos conceptos: el principio


marxista de que la desigualdad y la pobreza están inevitable­
mente producidas por las sociedades capitalistas, y la idea
sociogeográfica de que la desigualdad puede pasar de una
generación a otra a través del entorno de oportunidades y
servicios en que nace cada individuo. El obj eto de este tra­
bajo es, pues, combinar una explicación teórica convincente
sobre los orígenes de la desigualdad con algunas generali­
zaciones empíricas sobre quién es pobre y cómo persiste la
desigualdad bajo las condiciones del capitalismo «avanza­
do». Las nuevas ideas que una síntesis así proporciona son
muy necesarias, ya que anteriores teorías de la desigualdad
(cultura de la pobreza, ciclo de privación) han sido ya ob­
jeto de severas críticas académicas, pese a lo cual continúan
siendo la base teórica de las políticas antipobreza diseñadas
para cambiar la familia y el individuo, más que la estructura
social y económica, en la mayor parte de los países occiden­
tales. 1 U na teoría marxista es también necesaria, dentro de
los estrechos límites de la disciplina geográfica, como base

* © Annals of the Association of American Geographers, revisión de Núria


Bcnach a panir de la traducción de M.D. Corominas del original inglés clnequality
and Poverty: a Marxist-Geographic Theory», Annals of the Association of American
Geographers 65(4 ), 1 975; pp. 564-571 (publicada en Documents d'Analisi Metodologica
en Geografia, 1 , Universitat Autonoma de Barcelona, 1 977, pp. 1 8 1 - 1 96).
1 . Sobre la cultura de la pobreza, ver Charles Valentine (1 968), Culture and
Poverty: Critique and Counter-Proposals. Chicago: University of Chicago Press.
La tesis del ciclo de privación es criticada en Bill Jordan (1 974 ), Poor Parents: Social
Policy and the Cycle of Deprivation. Londres: Routledge and Kegan Paul.

95
de un punto de vista conceptual alternativo a los que aún
predominan en este campo.

Una teoría marxista de la desigualdad

Para el marxismo, la desigualdad es inherente al modo de pro­


ducción capitalista. La desigualdad se produce inevitablemen­
te en el funcionamiento normal de las economías capitalistas,
y no puede ser eliminada sin alterar de modo fundamental los
mecanismos del capitalismo. Además, forma parte misma del
sistema, lo que significa que quienes detentan el poder tienen
intereses creados en mantener la desigualdad social. Tiene poco
sentido, pues, destinar la energía a defender políticas que se
ocupan solamente de los síntomas de la desigualdad sin alterar
sus causas básicas. De ahí la necesidad de una revolución social
y económica, de derrocar el capitalismo y de sustituirlo por un
método de producción y un género de vida que esté organiza­
do en torno a los principios de igualdad y justicia social.

Desigualdades intraclasistas

Según Marx, la desigualdad de ingresos es inherente al régimen


de trabajo asalariado. En el capitalismo se trata a la fuerza de
trabajo humana -la vida, el esfuerzo, el pensamiento y la pre­
ocupación- como una mera mercancía que compra un emplea­
dor a cambio de un precio o salario determinado. Marx sostenía
que los salarios deben cubrir no solo el sustento básico para la
manutención del cuerpo sino también unas necesidades defi­
nidas socialmente que mantengan al trabajador relativamente
satisfecho y estimulen el crecimiento económico. Además, los
salarios incluyen los costes de sustitución de los «trabajadores
que ya no sirven por otros nuevos», y el coste de criar y educar
a los niños, es decir, el desarrollo de la fuerza de trabajo futura

96
a través de la educación y la adquisición de capacidades.2 Del
mismo modo que diferentes tipos de trabajo requieren diferen­
tes niveles de educación y calificación, así también los salarios
deben ser distintos entre las distintas categorías de trabajadores.
Por tanto, y como primer resultado, la desigualdad de ingresos
es necesaria para producir la variedad de fuerza de trabajo nece­
saria en los distintos niveles de multitud de actividades econó­
micas diferentes. En segundo lugar, el sistema capitalista asegura
un desigual acceso a la jerarquía de cualificaciones dentro de la
clase obrera al repartir los costes de reproducción social a través
del mecanismo salarial y al permitir que cada «grupo de traba­
jadores» produzca su reemplazo. En tercer lugar, la desigualdad
de acceso a la educación y cualificación permite que los grupos
de asalariados y perceptores de ingresos exageren las diferencias
de ingresos inherentes a la jerarquía cualificada al monopolizar
parcialmente y restringir la oferta de trabajos a ciertos niveles
de la jerarquía de trabajo. La desigualdad de ingresos y de opor­
tunidades dentro de la clase de asalariados se fundamenta en el
régimen de trabajo asalariado. Por ello Marx afirmó:

Pedir una retribución igual o simplemente una retribución


equitativa sobre la base del sistema de salarios es tanto
como pedir libertad sobre la base de un sistema fundado
en la esclavitud. Las opiniones sobre lo que es justo o
equitativo no han lugar. El problema está en saber qué es

2. Karl Marx. Wage-Labour and Capital. Nueva York: lnternational


Publishers, 1 933; p. 27 [traducción castellana: Trabajo asalariado y capital Madrid:
Ricardo Aguilera Ed., 1 968; pp. 36-37). Fue publicado originariamente como una
serie de artículos en 1 849. La palabra «educación• está usada en su sentido más
general en este artículo. Significa el suministro de todo tipo de experiencia de
aprendizaje necesaria para preparar a los niños para un determinado papel en la
vida, incluyendo varios tipos de experiencia social y cultural, así como la más obvia
educacional formal.

97
lo necesario e inevitable dentro de un sistema determinado
de producción.3

¿Y cuál es la conclusión política para la clase obrera ?:

En lugar del lema conservador: ¡Un salario justo por una


jornada justa de trabaj o ! , deberá escribir en su bandera esta
consigna revolucionaria: ¡Abolición del sistema de trabajo
asalariado !4

Desigualdades interclasistas
A cambio de salarios, el capitalista recibe fuerza de trabajo
viva, la fuerza creativa por la que el trabajador no solo repro­
duce lo que consume sino que también produce un excedente
que acumula el capitalista. En realidad, el propio capital (las
materias primas, los instrumentos y la maquinaria de produc­
ción) es el producto del excedente de la fuerza de trabajo en
el pasado. El capital es fuerza de trabajo histórica acumulada
por la clase capitalista porque ha podido pagar el trabajo con
un valor inferior a los bienes producidos por los trabajadores,
es decir, ha podido explotarles. Una economía de empresa pri­
vada, por consiguiente, contará inevitablemente con grandes
desigualdades de ingresos entre la clase capitalista, la cual con­
trola el uso del trabajo anterior acumulado y recibe parte de la

3. Karl Marx «Wages, Prices and Profits• en Karl Marx y Fredrich Engels.
Selected Works. Moscú: Progress Publishers, 1 969; Vol. 2, p. 57 [traducción caste­
llana: Salario, precio y ganancia. Madrid: Ricardo Aguilera Ed., 1 968, p. 53]. Este
ensayo fue presentando en 1 865 por primera vez y publicado en 1 898.
4. Marx, op. cit., pie de pág. 2, p. 75 [trad. castellana, pág. 86]. Estas frases de
Marx fueron incorporadas en la constitución de la Industrial Workers of the World
(Trabajadores Industriales del Mundo) de 1 905. Aparte de la IWW, que fue una
unión sindicalista revolucionaria, se puede afirmar con justicia que los sindicatos
americanos solo han ambicionado el objetivo «conservador• de «1un salario justo•
por «una jornada de trabajo justa•.

98
producción de multitud de trabajadores en forma de beneficio,
y el proletariado, «mero poseedor de la fuerza de trabajo», que
percibe ingresos solamente en forma de salario.5
Marx sostiene que, con el tiempo, a medida que el capital
va acumulándose, las desigualdades entre las clases aumentan.
Admite que los ingresos del obrero aumentan en ciertos mo­
mentos como, por ejemplo, en períodos de rápido desarrollo
económico en los que la pobreza tiende a disminuir, pero sos­
tiene que, a largo plazo, la acumulación de capital permite una
participación cada vez mayor en los ingresos nacionales por
parte de los propietarios de los medios de producción. La situa­
ción material del obrero puede mejorar, pero a costa de cambiar
su posición social relativa.6 Así, pues, en términos de igualdad
de clase, los intereses del capital y los intereses del trabajo en el
desarrollo económico son diametralmente opuestos.

Las funciones de la desigualdad


Desde luego que la desigualdad social resulta extremada­
mente útil ya que sirve de estímulo a los asalariados para
esforzarse cada vez más, particularmente en un país con-

5. Se podría argumentar que el incremento en los salarios reales en los Estados


Unidos de América desde los años 1 930 ha permitido a los trabajadores comprar
acciones y obtener una parte de sus ingresos de los beneficios, y así llegar a ser,
en efecto, parte de la clase dominante -«ahora todo el mundo es un capitalista•.
Aunque mucha gente tiene unas pocas acciones, subsiste una marcada división
y grandes desigualdades entre las grandes familias de accionistas y el resto de la
población. Tres cuartos de los dividendos y de las ganancias capitalistas («ingresos
capitalistas») siguen yendo al 2% de la población. Dos tercios de los ingresos de
los que ganan más de 1 00.000 dólares al año llega en forma de ingresos capitalistas
y el 1 5 % en forma de salarios y sueldos, pero solo el 3% de los ingresos de la gente
que gana menos de 20.000 dólares al año es un ingreso capitalista y el 90% lo es en
forma de salarios y sueldos. Un tercio de todas las inversiones en valores pertene­
cen a 200.000 familias, y los más ricos, 1 ,4 millones de familias, poseen el 65% de
los valores. De ahí que aún exista una profunda división entre la clase más alta, que
monopoliza la •propiedad de los medios.de producción, y el resto de la población.
6. Marx, op. cit., nota a pie de página 2, p. 40 [trad. castellana, pp. 69-70).

99
sumista de alto nivel adquisitivo como Estados U nidos de
América. Nuevas tendencias de consumo se introducen
constantemente en los eslabones superiores de la j erarquía
social, de donde se difunden hacia la base por medio de un
sistema muy eficaz de medios de comunicación orientados al
consumo, hasta que incluso la gente más pobre se contagia
de esa manía de tener el artículo más reciente. La inmensa
mayoría de la gente ha quedado atrapada en una lucha sin fin
para ganar lo suficiente como para consumir de un modo o
en una cuantía similar al ritmo que marca el grupo de consu­
mo superior. Este tipo de desigualdad es altamente funcional
ya que asegura la realización de incluso el trabaj o más des­
agradable y apura hasta la última gota la fuerza de trabaj o.�
Al final, esto es también una fuente de debilidad sistemática,
pues la desigualdad solamente es funcional mientras los
«desiguales » creen que hay posibilidad de poder alcanzar
al menos un nivel de consumo parecido al de las clases más
altas. La desigualdad es el origen de una enorme frustración
y alienación entre los grupos que ya no creen más en esta
posibilidad, y los problemas sociales que resultan de dichos
sentimientos representan una de las contradicciones más
fundamentales del capitalismo avanzado.

Una teoría marxista d e la pobreza

Marx explicó también cómo el funcionamiento normal del ca­


pitalismo produce necesariamente una subclase* más o menos
permanente de desempleados y, por tanto, de pobres.

7. Herbert J. Gans (1 972), «The Positive Functions of Povertp, American


]ournal of Sociology, 78; pp. 278-279.
* «Underclass• en el original en inglés. [N. de la T.]

1 00
Los efectos de la mecanización
El ansia de beneficio, sostenía Marx, lleva al capitalista a redu­
cir constantemente los costes de producción por medio de una
mayor división del trabajo y la introducción y perfecciona­
miento de la maquinaria. La mecanización aumenta el exceden­
te explotable por los propietarios de los medios de producción
al incrementar la productividad del trabajo, y aumentar así el
capital disponible para reinvertido en más maquinaria, servi­
cios y materias primas. Los costes de producción representan
cada vez más los costes de la depreciación de la maquinaria
y cada vez menos los costes del trabajo asalariado a medida
que el capitalismo se desarrolla y que se utiliza la maquinaria
a ritmo creciente. Marx habla de un cambio en la composición
orgánica del capital inherente al crecimiento de la riqueza
social: el capital constante (dinero utilizado para adquirir y
depreciar maquinaria, edificios y materias primas) aumenta
en relación al capital variable (dinero para adquirir fuerza de
trabajo).8 Así pues, la demanda relativa de trabajo disminuye
a medida que aumenta el desarrollo económico capitalista. Se
necesitan tasas de crecimiento económico cada vez más rápidas
para absorber las nuevas entradas en el mercado de trabajo, o
incluso para mantener los puestos ya existentes. Cada vez más
aparece un excedente relativo de población.9 Se puede retrasar
el crecimiento de una fuerza de trabajo no deseada, innecesaria
y excedente a través de un desarrollo económico muy rápi­
do. ·Esto es lo que sucedió con la expansión de la frontera de

8. Ernest Mandel ( 1 970). Marxist Economy Theory. Nueva York: Monthly


Review Press; Vol. 1, p. 1 55 [trad. cast.: Tratado de economía marxista. México:
Era, 1 969, vol. 1 , p. 1 43].
9. Karl Marx ( 1 967), Capital. Nueva York: lnternational Publishers, Vol. 1 ,
pp. 628-640 [trad. cast.: El Capital. México: F.C.E., 1 946, trad. d e W. Roces, Vol. 1 ,
pp. 532-542]. E l volumen 1 de El Capital fue publicado por primera vez en alemán
en 1 867 y en inglés en 1 886.

101
Norteamérica en el siglo XIX y principios del XX, o durante el
período de suburbanización y compra masiva de bienes de con­
sumo que siguió tras la Segunda Guerra Mundial. Pero confiar
en la frenética compra de bienes de consumo para mantener
la marcha de la economía conlleva el riesgo de que la gente
se canse finalmente del consumo, o de que la presión sobre la
base de los recursos naturales disponibles llegue a ser demasia­
do grande y el crecimiento se colapse. Hay amplias muestras
recientes de esto último, y el economista marxista Paul Sweezy
afirma que este fenómeno ha venido produciéndose durante
algún tiempo; sin el enorme gasto militar, la economía de los
Estados Unidos habría estado «tan profundamente deprimida
como estuvo en la gran Depresión» . 1º La teoría marxista, pues,
pronostica que el crecimiento sin trabas del capitalismo genera
una masa de parados y desemboca finalmente en un alejamien­
to generalizado de los obreros de los medios mecanizados de
producción de riqueza, hecho que creará las condiciones nece­
sarias para la revolución social.

El ejército de reserva industrial


Marx afirmó que las economías capitalistas, para su funcio­
namiento habitual, necesitan de un « ej ército de reserva in­
dustrial», una reserva de gente pobre que pueda ser utilizada
y desechada a voluntad del capitalista. Baj o el capitalismo, el
desarrollo económico no avanza de modo uniforme. Cuando
se abren nuevos mercados se producen momentos de súbita
expansión; incluso viej as industrias en declive prosperan de
nuevo en época de auge económico. En una situación así, la
economía necesita un rápido trasvase de mano de obra; tiene

1 O. Paul Sweezy «Ün the Theory of Monopoly Capitalism•, en Paul Sweezy


(ed.) ( 1 972), Modern Capitalism and Other Essays. Nueva York: Monthly Review
Press, p. 27.

1 02
que haber una reserva de mano de obra para convertirla en
fuerza de trabaj o cuando se necesita, y despedirla rápida­
mente tan pronto como disminuya la demanda o así lo exija
la mecanización. La utilización de la reserva de mano de obra
en épocas de rápido desarrollo económico impide que la
plusvalía vaya a parar al trabaj o en lugar de a la acumulación
del capital.
Marx divide a este ejército de reserva industrial en tres ti­
pos: latente, flotante e intermitente. En primer lugar, la parte
latente del ejército de reserva industrial es el resultado de la
mecanización agrícola que produce un excedente de población
rural «constantemente abocada a convertirse en proletariado
urbano o industrial, y al acecho de circunstancias propicias
para esta transformación» . 1 1 E n e l siglo XIX y principios del
XX, el campesinado europeo formó una reserva de trabajo la­
tente para la industria americana, y los negros del sur y otros
grupos rurales minoritarios han desempeñado el mismo papel
durante los últimos cincuenta años.12 En segundo lugar, la
reserva flotante está compuesta por trabajadores, a veces ne­
cesitados por la industria moderna y rechazados en otras; en
tiempos de Marx, eran sobre todo niños y gente mayor, pero
ahora se trata en gran parte inmigrantes recién llegados a la
ciudad y de antiguos emigrantes marginados que subsisten
gracias a los seguros sociales. En tercer lugar, la reserva de
trabajo intermitente es una parte del ejército de mano de obra
activa que tiene un empleo sumamente irregular. Contratados
por salarios mínimos (debido a la competencia acuciante de las
masas de trabajadores latentes o flotantes), las condiciones de
vida de este grupo están por debajo de la media del resto de la
clase obrera. En tiempos de Marx, la fuerza de trabajo inter-

1 1 . Marx, op. cit., nota a pie de página 9, p. 643 [trad. cast.: p. 544].
12. Dan M. Lacy ( 1 972), The White Uses of Blacks in America. Nueva York:
Athenium.

1 03
mitente se utilizaba principalmente en industrias domésticas
pequeñas e irregulares, aunque también era utilizada como
reserva potencial de mano de obra barata en las industrias
regulares. Hoy en día se utiliza en la «economía periférica» o
en el «mercado de trabajo secundario», donde los trabajadores
tienen productividad baja, salarios por debajo del estándar y
empleos inestables.13 De nuevo, los grupos de minorías cultu­
rales y raciales constituyen una parte importante de la reserva
de trabajo intermitente. 14
Así pues, la esencia del razonamiento marxista es que la
desigualdad no es un «mal temporal» ni la pobreza una «pa­
radoja sorprendente» de las sociedades del capitalismo avan­
zado; al contrario, la desigualdad y la pobreza son vitales para
el funcionamiento normal de las economías capitalistas. La
desigualdad es necesaria para producir una fuerza de trabajo
diversificada por su papel en la producción de un excedente
expropiable y por su función como incentivo para trabajar.
La mecanización, la automatización y el ritmo desigual del
desarrollo económico producen inevitablemente desempleo,
subempleo y pobreza. La desigualdad está en la base de todo
nuestro sistema económico de vida.

Medio y desigualdad

La teoría marxista afirma que la desigualdad es un producto


inevitable del sistema capitalista. Es una metateoría que trata
de las grandes fuerzas que configuran millones de vidas, y que

13. David M. Gordon ( 1 972), Theories of Poverty and Underemployment.


Lexington, Massachusetts: D. C. Heath; cap 4.
1 4. Harold M. Baron ( 1 971 ), «The Demand of Black Labor: Historial Notes
on the Political Economy of Racism,., Radical America, 5(2) (marzo-abril), pp.
1 -46.

1 04
significa poco para la persona a menos que pueda ver cómo su
vida y las circunstancias particulares que le rodean encajan en
los modelos generales que predijo Marx.15 La teoría del medio,
o teoría geográfica, se ocupa de los mecanismos que perpetúan
la desigualdad desde el punto de vista del individuo. Se ocupa
del complejo de fuerzas, tanto estímulos como fricciones, que
directamente moldean el curso de la vida de una persona. Se
trata de un análisis a microescala que complementa perfecta­
mente el análisis de Marx a macroescala.

El medio de los recursos sociales


La lucha individual por ganarse la vida se desarrolla en un
cierto medio físico, social y económico. Este medio puede ser
entendido como un conjunto de recursos -servicios, contac­
tos y oportunidades- con los que interacciona el individuo.
El resultado consiguiente de esta interacción es la producción
de bienes para la sociedad y de ingresos para el individuo.
Los componentes más importantes del medio físico son la
casa y el barrio, los cuales influyen en la productividad indi­
vidual a través de factores tales como la salud física y mental.
Las escuelas, las universidades, los institutos técnicos y otros
centros de formación profesional son las influencias socioinsti­
tucionales más importantes, aunque una amplia variedad de ins­
tituciones influyen en la preparación del individuo para el traba­
jo. Estos «factores ambientales» vienen a ser los que determinan
el «potencial de percepción de ingresos» de la persona, es decir
su productividad de ingresos teórica dada una oportunidad eco­
nómica ilimitada. Sin embargo, antes que se pueda llegar a esta
productividad, el individuo debe poseer alguna conexión con las
actividades económicas. Las conexiones más significativas pro-

1 5 . Richard Flacks ( 1 974), «Making History vs. Making Life: Dilemas of an


American Left•, Working Papers for a New Society, 2(2) (verano), pp. 56-7 1 .

1 05
ceden de la gente conocida, es decir de los amigos y parientes de
la propia red social».16 La red social proporciona información
sobre las oportunidades económicas y es una puerta a ellas. Las
instituciones del entorno y las redes de información forman en
conjunto los «recursos sociales» de los que dispone el indivi­
duo. La interacción con las actividades económicas produce,
por tanto, los ingresos y la cantidad de estos ingresos influye a
su vez en el acceso a los recursos sociales.
Un aspecto central de la idea de una geografía de la des­
igualdad es entender que un individuo, al prepararse para el
mercado de trabajo, solo puede aprovechar los recursos so­
ciales de un área limitada de espacio. 1 7 Esta idea queda mejor
explicada por el modelo tiempo-espacio de Hagerstrand que
describe el «entorno de la vida cotidiana» alrededor del lugar
de residencia de una persona cuyos límites quedan fijados por
las fricciones físicas de la distancia y las fricciones socio-espa­
ciales de clase y raza. 18 Cada grupo de edad, clase social, grupo
social y sexo tiene un «prisma» diario de diferente tamaño en
el que se mueven. Para la clase inferior y más discriminada, el
prisma se convierte en una prisión desde el punto de vista del
espacio y los recursos.

16. Por ejemplo, los amigos y los parientes son sin duda la fuente más frecuen­
te de información sobre trabajos que se solicitan y trabajos conseguidos por des­
empleados; H. Sheppard y A.H. Belitsky ( 1 966), The Job Hunt. Baltimore: Johns
Hopkins Press). Sobre la imponancia de los amigos y parientes para la información
del mercado de trabajo de jóvenes con pocos ingresos, ver Paul Bullock (1 973),
Aspiratwn vs. Opportunity: « Careers» in the lnner City. Ann Arbor, Michigan:
lnstitute of Labor and Industrial Relations; capítulo 5.
1 7. Richard Peet ( 1 972), «Sorne Issues on the Social Geography of American
Poveny•, en Richard Peet (ed.), Geographical Perspectives on American Poverty.
Antipode Monographs in Social Geography, 1 , Worcester, Massachusetts:
Antipode; pp. 8 - 1 0.
1 8. Torsten Hagerstrand (1 970), cWhat About People in Regional
Science?•, Papers. Regional Science Association, 24; pp. 7-2 1 ; y Allan Pred ( 1 973),
«Urbanization, Domestic Planning Problems and Swedish Geographic Research•,
Progress in Geography, 5; pp. 36-50.

1 06
El modelo simple de Hagerstrand solo incluye algunos de los
factores que limitan el alcance del entorno cotidiano de una
persona. Sin embargo, no se trata de adornar el modelo de
tiempo-espacio relacionándolo con otros modelos de interac­
ción sino de aplicar este concepto a la explicación de la trans­
misión de la desigualdad. Está claro que un individuo debe
obtener servicios, informaciones y relaciones del complejo de
recursos sociales que forma el conjunto de gente y de institu­
ciones del entorno cotidiano a su alcance. No obstante, y en
primer lugar, la extensión del medio aprovechable varía con la
movilidad y esta, a su vez, varía con los ingresos iniciales. En
segundo lugar, la densidad de los recursos sociales varía según
los entornos. En tercer lugar, y es lo más importante, la calidad
de los recursos también es distinta: algunos sistemas escolares
son mejores que otros, determinadas redes sociales proporcio­
nan más información y de mayor calidad que otras, etcétera.19
Podemos pensar, por tanto, que una persona ya viene marcada
-por un determinado medio, de ciertas dimensiones, densi­
dad y calidad- cuando entra en interacción con una superficie
de oportunidades económicas que a su vez varía en tamaño,
densidad y calidad. El medio social interacciona a través del
individuo con el nivel de oportunidad económica para produ­
cir ingresos. Las deficiencias de calidad de cualquier superficie
originan ingresos bajos. A su vez, unos ingresos bajos influyen

1 9. Los servicios sociales más importantes en los Estados Unidos los pro­
porcionan los gobiernos locales ayudados por los impuestos sobre la propiedad.
Como la riqueza imponible varía principalmente con los ingresos, las áreas más
ricas pueden por lo tanto mantener una calidad más alta en los servicios. Se supone
que el gobierno estatal y el federal son los que nivelan tales «variaciones», pero
la evidencia existente de la financiación de las escuelas sugiere lo contrario, que
refuerzan los diferenciales de gastos basados en la renta local; Joel S. Burke ( 1 97 1 ),
•The Current Crisis in School Finance; lnadequacy and lnequitp, Phi Delta
Kappan, 53 (septiembre); pp. 2-7. J.W. Guthrie et al. (1971), Schools and lnequity.
Cambridge: M.I.T. Press; p. 1 28, demuestra que las escuelas de los distritos más
ricos reciben más dinero federal por alumno que las de los distritos más pobres.

1 07
en el acceso a un medio de recursos sociales, su calidad y el
nivel de oportunidades económicas. Así, lo que no es sino un
proceso de círculo vicioso viene a fijar de hecho los paráme­
tros de ingresos para la inmensa mayoría de gente.

La influencia de la clase social


Así pues, los recursos del medio de una persona y su consi­
guiente acceso a un nivel de oportunidades económicas depen­
den mucho de los ingresos iniciales o de la clase social de sus
padres. En otras palabras, la posición de clase se hereda de los
padres a través de la calidad del medio social y económico-ins­
titucional en el que se vive durante los primeros años de vida.
Los padres luchan por mejorar el medio de sus hijos, confian­
do así en proporcionarles los instrumentos para que ascien­
dan socialmente. Este esfuerzo por aumentar la categoría del
medio familiar puede tener lugar in situ, haciendo mejoras en
el barrio (invirtiendo en servicios locales), o bien emigrando
a otro vecindario que proporcione un entorno diario con las
características deseadas. Ambas situaciones requieren que los
padres sacrifiquen un consumo inmediato para invertir en el
futuro de la familia. La familia, pues, tiene un enorme interés
en el medio local, ya que representa tanto los sacrificios del pa­
sado como la esperanza para el futuro de la familia. El ámbito
de vida (conjunto de medios cotidianos) que utiliza un cierto
grupo de familias de la clase obrera, por ejemplo, representa
una fuente escasa de movilidad social y su disfrute está fuerte­
mente protegido contra otros grupos que podrían debilitar o
«contaminar» los recursos básicos contenidos en el dominio.20
Esta reacción frente a los «forasteros», que en los Estados

20. La lucha por la integración escolar en los Estados Unidos es paradigmática


de la resistencia de la clase obrera blanca a que las clases negras bajas utilicen los
escasos recursos sociales del barrio.

1 08
Unidos toma la forma clara de discriminación racial y étnica,
se puede remontar a la práctica de la reproducción de la fuerza
de trabajo por el régimen de trabajo asalariado y se intensifica
por una falta general de movilidad social. Aquí es dónde la
teoría del medio debe enlazarse con el análisis marxista que ex­
plica el contexto en el que el hombre interacciona con el medio
socioeconómico en los países capitalistas.

Síntesis de teorías

El funcionamiento normal del sistema económico capitalista


produce un conjunto de clases sociales que tienen distintas
funciones y que son desiguales con respecto a sus ingresos,
poder y status. Se permite que cada clase, incuso cada capa
dentro de una misma clase, se reproduzca a sí misma valién­
dose de una parte de los ingresos de la generación actual para
criar, educar y preparar a la generación de futuros participan­
tes en el sistema de producción. La generación adulta invierte
en el medio de recursos sociales que es, a su vez, utilizado por
la generación que sube. Y como la suma de dinero asignada a
cada clase varía, así también lo hace la suma que se puede ser
invertir en recursos sociales dando lugar a medios desiguales
que perpetúan el sistema clasista.

La jerarquía de medios
La jerarquía de diferentes medios de recursos que componen
la geografía social de la ciudad moderna constituye, pues,
una respuesta a la demanda jerárquica de trabajo de la eco­
nomía urbana. Del mismo modo que el sistema capitalista de
producción origina una estructura de clase social jerárquica,
así también proporciona medios diferenciados de recursos
sociales en los que cada clase se reproduce a sí misma. El
cambio en la jerarquía de medios, y por tanto en la estruc-

1 09
tura socioespacial de la ciudad, tiene lugar bajo la influencia
del cambio en la demanda de trabajo que se produce en el
desarrollo económico. En épocas de crecimiento económico,
la demanda aumenta para ciertos tipos de trabajo, creando
una escasez temporal, unos salarios elevados y, por tanto,
incentivando una mayor oferta de esta clase de obreros. El
desarrollo también proporciona los fondos necesarios para
reorientar aquellos sistemas de oferta de mano de obra y
producir obreros con la cualificación necesaria con el dinero
canalizado a través de salarios superiores. Al confiar bási­
camente en el régimen de trabaj o asalariado para producir
nuevas ofertas de trabajo, el capitalismo necesariamente
mantiene las desigualdades sociales.
A pesar de su estructura inherentemente desigualitaria,
este proceso no produce ineludiblemente grandes tensiones
sociales siempre que todos los medios vayan mejorando y
siempre que exista alguna posibilidad de pasar de una capa a
otra y de un medio a otro. Los problemas solo aparecen cuan­
do una depresión económica invierte el proceso (produciendo
salarios bajos, recortes de servicios y así sucesivamente), o
cuando el aplastante descubrimiento de la falta de movilidad
destruye el mito de que «todo el mundo tienen oportunidad si
trabaja lo bastante». Cuando grupos enteros se dan cuenta de
que no tienen ninguna oportunidad de mejorar su suerte, de
que un barrio bajo en el centro de la ciudad o un deteriorado
barrio proletario va a ser su hogar o el de sus hijos para toda la
vida, existe el potencial para una amplia protesta. U na protesta
semejante ocurrió en los años sesenta en las áreas negros de las
ciudades americanas. ¿ Por qué ?

Los orígenes de las protestas negras


Marx indicó que a medida que el desarrollo económico avan­
za bajo el capitalismo, la composición orgánica del capital

1 10
tiende a cambiar, perdiendo importancia el capital variable y
adquiriéndola el capital constante. En términos de clase, esta
creciente importancia del capital constante crea nuevas opor­
tunidades de empleo en el sector servicios (en la organización,
administración, supervisión y ventas), pero produce un des­
censo en la demanda relativa del trabajo industrial y especial­
mente de obreros de la producción.21 Desde la Segunda Guerra
Mundial los recursos del medio han mejorado sumamente en
barrios de trabajadores del sector servicios e incluso en algu­
nos del secundario para poder satisfacer la demanda requerida
de trabajo más educado y más «culturalizado». Las áreas ru­
rales más pobres y los barrios bajos del centro de las ciudades
han sido descuidados debido a la falta de demanda de este tipo
de mano de obra. Por tanto, los salarios están por debajo del
nivel de subsistencia actual y no dejan ningún excedente para
invertir en la mejora del medio local. Desde luego, el sector de
servicios y las industrias marginales continúan necesitando de
mano de obra no cualificada, pero la mecanización ha elimi­
nado los incentivos para elevar la cualificación de esta mano
de obra para prepararla para entrar en la economía industrial
normal. La reproducción de la mano de obra no cualificada
solo necesita de un medio que pueda mantener meramente
la vida inculcando la mínima cualificación e inyectando una
fuerte dosis de ética del trabajo. Así, las zonas de clases más
bajas se ven privadas del dinero necesario para poder llegar a
los altos niveles de salud, educación y cualificación que tienen
las zonas de la clase media. Son reservas internas para el ejér­
cito de reserva de los empleados precariamente: son áreas que

2 1 . Entre 1 950 y 1 973 el número de empleos del sector servicios en los Estados
Unidos aumentó de 22,4 a 39,9 millones, mientra que el número de empleos indus­
triales solo aumentó de 23,3 a 29,4 millones, y el número de obreros fabriles varió
de 1 2, 1 a 1 4,2 millones.

111
periódicamente estallan con violencia y que pueden constituir
la base geográfica de una revolución.

Planificación de una sociedad igualitaria

La consecución de la igualdad social significa mucho más que


la política liberal de redistribuir la riqueza por medio del sis­
tema de impuestos. La verdadera igualdad social solo puede
alcanzarse cambiando las fuerzas que generan la desigualdad;
como estas son fundamentales para el funcionamiento del
sistema de producción capitalista, la igualdad social implica
necesariamente grandes cambios en este sistema y, de modo
especial, el control social sobre los medios de producción
de riqueza. No obstante, la revolución igualitaria supondrá
incluso mucho más que esto. Cuando los ingresos vengan a
reflejar las necesidades de las familias más que las necesidades
de un sistema de producción de propiedad privada, se tendrán
que idear nuevos métodos para la reproducción social de una
fuerza de trabajo con diferente cualificación.
La socialización del control sobre la reproducción del tra­
bajo y, por consiguiente, del medio es, pues, un corolario de la
equiparación de los ingresos.
Los geógrafos pueden acelerar la consecución de la igual­
dad creando modelos alternativos y convincentes para plani­
ficar y controlar el medio. El modelo alternativo más obvio es
incrementar el control central y estatal sobre la inversión en
el medio de recursos sociales para asegurar que la igualdad se
logre. El problema de ese modelo, sin embargo, es la burocra­
tización y la consiguiente falta de sentido de control sobre el
propio medio. Un modelo alternativo y atractivo, elaborado
en su forma más sofisticada por los anarquistas, implica la
propiedad por parte descentralizada de los medios de produc­
ción y un sistema entrelazado de control comunitario sobre el

1 12
medio.22 Un debate entre todos los que proponen estos mode­
los espaciales alternativos ayudaría a crear ideas convincentes
a propósito del control popular sobre el medio, el trabajo y
la vida. Las personas se desenvuelven en respuesta al medio
y aquellos que somos de izquierdas creemos que los actua­
les medios impiden un desarrollo humano pleno. Podemos
ayudar de la mejor manera a hacer realidad nuestra visión del
«hombre total» ideando modelos de medios que sean iguali­
tarios y liberadores; igualitarios en tanto que proporcionen
la base para una igualdad inherente, y liberadores, al permitir
también el desarrollo pleno de cada individuo como persona
única. Nos enfrentamos pues, con una tarea casi abrumadora;
no obstante, la geografía de la igualdad futura exige nuestra
dedicación.

22. Las primeras versiones completas de este modelo fueron desarrolladas por
P.J . Proudhon y el geógrafo-anarquista Peter Kropotkin. Para una introducción
al anarquismo ver Daniel Guérin ( 1 970), Anarchism: From Theory to Practice.
Nueva York: Monthly Review Press [trad. cast.: El anarquismo. Buenos Aires:
P royección, 1 970]. Sobre el tema hay dos versiones recientes en Murray Bookchin
(ed.) ( 1 97 1 ), Post-Scarcity Anarchism. Londres: Wildwood House; y Colin Ward
(1 974), Anarchy in Action. Nueva York: Harper and Row. Como prueba empírica
de que una economía anarquista descentralizada puede funcionar realmente véase
Sam Dolgoff ( 1 974), The Anarchist Collectives: Workers Self-Management in the
Spanish Revolution 1 936-1939. Nueva York: Free Life Editions.

1 13
Los OIÚGENES SOCIALES DEL DETERMINISMO
AMBIENTAL"'

Richard Peet

Es difícil estudiar la sociedad de modo científico. El conoci­


miento se convierte en ciencia cuando comprende con preci­
sión la estructura y la dinámica de una parte o un aspecto de la
realidad. Este nivel de precisión fue alcanzado primeramente
por la ciencia natural; así, la teoría de Darwin recogía la diná­
mica esencial de la evolución orgánica. La ciencia social, sin
embargo, estudia un obj eto particularmente difícil, porque el
organismo humano es un sujeto -un ser con conciencia, del
que nunca se puede contar con que responda de modo idéntico
a las mismas situaciones obj etivas. Esta subjetividad se extien­
de a las teorías intelectuales sobre el ser humano. Incluso aque­
llos intelectuales que activamente buscan la verdad más que la
notoriedad no pueden separar su entendimiento científico del
resto de su conciencia. El descubrimiento de la teoría es una
parte de la conceptualización de la vida; la ciencia es parte de
la cultura.
Por «vida» queremos decir sociedad, y por sociedad una
entidad regida por clases. La fuerza social principal, la clase que
posee los medios de reproducción económica de la sociedad, tie­
ne que ejercer el control también sobre los medios de reproducir
sus ideas hegemónicas. Tiene medios directos a su disposición,
tales como la financiación de la investigación y la propiedad de ·
los medios de comunicación, así como medios indirectos como
la capacidad de dirigir el foco de atención social. La clase diri-

* © Annals of the Association of American Geographers, traducido por Núria


Benach del original en inglés cThe Social Origins of Environmental Determinism•,
Annals of the Association of American Geographers; 75{3), 1 985; pp. 309-333.

1 14
gente tiene la responsabilidad final de asegurar la reproducción
social misma, y es en el interés material inmediato de incluso
la crítica más feroz del orden social existente que la economía
funciona efectivamente. De modo que hay un interés general,
casi un consenso, en la construcción de una ideología general,
una comprensión estructurada del mundo, en apoyo del modo
actual de conducir la vida social. Ello se extiende a fondo en el
mundo científico donde se generan ideas que simultáneamente
explican y legitiman el curso de los hechos sociales. La filosofía
social se realiza como teoría de la legitimación.
Por legitimación no quiero decir ante todo la producción
deliberada de propaganda por parte de una intelligentsia mer­
cenaria. Los intelectuales necesitan más que pensamiento para
vivir. Como todo el mundo, deben intercambiar su producción
-ideas- dentro de la división de trabajo y las relaciones de
producción existentes. Su integración económica sostiene un
acuerdo fundamental con el orden social existente. Inmersos
en su economía y su cultura, los intelectuales propagan los
objetivos de la sociedad que los rodea como los suyos propios
incluso si están buscando una «verdad neutral». La teoría pro­
tege la base material de su existencia.
Las consecuencias de ello para la ciencia son considera­
bles. La sociedad estructura la dirección que la teoría toma
planteando grandes temas de un modo determinado. Si la
teoría empieza a adoptar una posición demasiado crítica con
la sociedad, se toman medidas contra los teóricos culpables.
La necesidad de ser funcional social y políticamente lleva la
investigación en direcciones productivas de ideología pero no
necesariamente productivas de principios científicos. El en­
tendimiento científico puede ser obstaculizado si supone una
amenaza al orden social existente.
Este artículo presenta un estudio de caso de la conversión
de la ciencia en una ideología de legitimación. El determinismo

115
ambiental fue la entrada de la geografía a la ciencia moderna.
El determinismo intentó explicar los sucesos imperialistas del
capitalismo de finales de siglo XIX y principios del XX de un
modo científico. Sin embargo, para tener una posición pro­
minente en la reproducción masiva de las ideas, la geografía
tuvo también que legitimar la competencia intersocietal y la
conquista de unas sociedades por otras. La disciplina tomó
prestado de la biología evolucionista, la principal ciencia del
momento, la formulación de sus principios básicos recurrien­
do al uso de la analogía orgánica. Esta analogía se demostró
incapaz de captar las características esenciales y diferenciado­
ras que son específicas de la sociedad humana. Por tanto llevó
la geografía en una dirección científicamente improductiva.
No obstante, continuó siendo utilizada gracias a su función
legitimadora, es decir, permitiendo que el imperialismo fuera
legitimado como una fase necesaria en la evolución hacia un
nivel superior de existencia.
«La supervivencia de los mejor adaptados fue utilizada en
el pasado mayormente en apoyo a la competencia en casa; hoy
se utiliza en apoyo de la expansión afuera» (Hofstadter, 1 955:
203 ). Las lagunas de esta «ciencia» fueron cubiertas por la re­
tención de ideas religiosas y místicas (precientíficas), especial­
mente en las áreas de la conciencia humana y las intenciones
humanas. El fracaso científico sucedió en el momento de su
emergencia moderna. Ello ha tenido drásticas consecuencias
para a trayectoria subsecuente de la disciplina de la geografía.
Este artículo examina solo ciertos elementos e individuos
de este proceso histórico general. La «sociedad» se simplifi­
có en dos tipos de contexto para el desarrollo de la geografía
moderna: los procesos sociopolíticos concretos que deman­
daban racionalización científica y las ideas científicas más
generales que respondían tanto a este proceso social como
inmediatamente impactaban en la geografía. En términos de

1 16
esta preferencia por el historiador intelectual -el gran indivi­
duo- el artículo se centra en Lamarck y Darwin, creadores de
la biología evolucionista, en Spencer como filósofo general del
darwinismo social, y en Ratzel y Semple, como proponentes
claros de las ideas spencerianas en geografía. Sostendré que el
determinismo ambiental fue la contribución de la geografía a la
ideología del darwinismo social, proporcionando una explica­
ción naturalizada de qué sociedades fueron las más fuertes en
la lucha imperial por el dominio del mundo.

El contexto socio-político

La urgente necesidad de explicaciones de la sociedad surge de


sus actividades más fundamentales. La producción material y
la reproducción social deben ser entendidas por aquellos cuya
existencia continuada depende de estos procesos. La transfor­
mación de la naturaleza durante la producción y la superación
de la distancia natural durante la actividad espacial son las rela­
ciones ambientales que estudia la geografía. También son obj e­
to reconocido de la producción de la teoría de la legitimación.
Una disciplina académica alcanza fama si responde de ma­
nera efectiva a las necesidades sociales, y fortuna si responde a
las expresiones de las necesidades de los que detentan el poder
y la influencia. En el capitalismo de finales de siglo XIX, ello
quería decir la necesidad de expansión geográfica de la socie­
dad capitalista expresada por la clase dominante, la burguesía
industrial y aquellos otros componentes de clase del poder del
Estado que apoyaban una economía fuerte y una nación pode­
rosa -intereses fundiarios y vestigios aristocráticos feudales
por una parte y una clase media satisfecha por la otra. La con­
secución de la modernidad en geografía significó responder
a la expresión de la necesidad social de explicación en la era
imperial por parte de esos grupos de clase.

1 17
En las tres últimas décadas del siglo XIX, el capitalismo entró
en un período de crisis marcado por las recesiones económicas
de 1 873- 1 878, 1 884 y 1 893- 1 896. Se produjo un cambio en la
forma de la sociedad, desde la competencia en la juventud del
capitalismo al monopolio en sus años de madurez (Sweezy,
1 968; Baran y Sweezy, 1 966). Este significativo cambio en las
formas sociales conllevó cambios radicales en la expresión espa­
cial de la sociedad. La estructura espacial del capitalismo cambió
hacia una mayor aglomeración en el centro y a una periferia más
amplia y más estrechamente controlada (Harvey, 1 975; 1 982). El
imperialismo y el colonialismo fueron las relaciones exteriores
necesarias para un capitalismo monopolista (Lenin, 1 975).
Durante el largo siglo XIX, los europeos aumentaron el
control del espacio del mundo de un 35% en 1 800 a un 85%
en 1 9 1 4 (Fieldhouse, 1 973 : 3). El período de 1 870 en adelante
vio una lucha particularmente dura por la conquista de los
espacios exteriores finalizando en un control euro-americano
sobre casi todas las sociedades no europeas. Ello conllevó la
eliminación de grupos humanos enteros precapitalistas (los
aborígenes de Tasmania), la destrucción de las civilizaciones
antiguas (China) y el dominio de los destinos de continentes
colonizados enteros (África). Estos dramáticos sucesos pedían
una explicación. Era necesario justificar lo que a menudo no
eran sino acciones humanas inexcusables.
La intensificación de la experiencia europea del mundo no
europeo se desarrolló en un contexto de un aplastante sentido
del poder:

Allá donde los sentimientos de superioridad habían des­


cansado una vez en poco más que arrogancia religiosa y
xenofobia corriente, ahora podían ser apuntalados por
una superioridad demostrable en poder y conocimiento.
El resultado para el pensamiento occidental fue una ola de

118
arrogancia cultural incuestionada que creció sin cesar hasta
bien entrado el siglo XX (Curtin, 1 972: xv).

La estrecha identidad entre el centro del poder y los orí­


genes regionales de ciertos grupos étnicos sesgaron la expli­
cación hacia el nacionalismo, el racismo y el ambientalismo.
Simultáneamente, la necesidad de proteger la forma dominante
de la sociedad llevó a la mistificación del proceso socio-econó­
mico; la economía social fue minusvalorada en la teoría en com­
paración con el análisis biológico del impulso humano natural.
La necesidad de escapar de la culpa por la destrucción de las
vidas de otros pueblos, una culpa que ha pervivido incluso en
una visión racista del mundo, significó que los motivos de las
acciones debían radicar en fuerzas que estaban más allá del con­
trol humano: en «Dios», en la «Naturaleza», o en una mezcla de
ambos. Lo que empezó como una explicación científica de las
bases y las causas de la competencia y la conquista entre socie­
dades terminó como su justificación naturalista. La función de
legitimación convirtió a la ciencia en ideología mística.

El contexto intelectual

La geografía moderna emergió como parte de una nueva inter­


pretación «científica» del mundo en contraste con las anterio­
res formas religiosas de entendimiento. Esta transformación
ha sido ya teorizada (Gillespie, 1 979) en términos de cambio
de paradigma de Kuhn ( 1 970) y de cambio de episteme de
Foucault ( 1 970). Yo propondría de modo más simple que un
nuevo modo de producción que implica una nueva estructura
de experiencia social necesitaba ser articulada por un nuevo
modo de interpretación: el capitalismo era explica por la cien­
cia positivista. No quiero decir que el modo de producción y
el modo de conocimiento teórico encajen exactamente en la

1 19
esencia de su contenido y en el tiempo de cambio. Aunque al­
gunas ideas (técnicas) dirijan la producción, las formas sociales
más generales de conocimiento teórico tienden a rezagarse: el
grueso de la gente interpreta en términos de ayer. Ciertamente,
es este movimiento diferencial de la física, la biología, la eco­
nomía, la sociología y la geografía en el siglo XIX lo que cons­
tituye el tema de este artículo.
No obstante, hubo un período específico en el que la
mistificación feudal del mundo dejó paso finalmente a su me­
dición positivista. El positivismo se había desarrollado como
la «lógica en uso» desde los inicios del capitalismo en el siglo
XVII. Su ascenso a hegemonía metodológica, sin embargo, solo
se alcanzó con Darwin, cuando el evolucionismo positivista
se mostró más productivo que el creacionismo sobre las vi­
siones más fundamentales de los orígenes y evolución del ser
humano (Gillespie, 1 979). La explicación de Wittfogel ( 1 929)
sobre el paso a una interpretación material, positivista, es ilus­
trativa. Argumenta que los primeros modelos mecanicistas de
la revolución industrial negaban el libre albedrío al mismo
tiempo que el materialismo eliminaba a Dios como la fuerza
motriz de la historia. Solo «la naturaleza» se mantuvo como
un determinante general de los sucesos. Lo que Wittfogel
llama «materialismo geográfico» devino así una base filosó­
fica importante para la nueva ciencia burguesa. Montesquieu,
Herder, Hegel, e incluso Ritter confiaban al menos en parte en
las diferencias ambientales para explicar el desarrollo históri­
co regional. Sin embargo, continúa Wittfogel, los elementos
idealistas (religiosos) permanecieron en el materialismo geo­
gráfico, especialmente en las teorías formuladas en Alemania,
donde los fuertes elementos feudales (clase, Estado, ideología)
persistieron largamente durante el siglo XIX. Las limitaciones
metodológicas también preservaron misticismos naturales de
tipos diversos en el nuevo análisis. Las fuerzas· puramente ma-

120
teriales de la naturaleza asumieron la forma ideológica de una
naturaleza activa, causal.
Quisiera poner el acento en que la desviación desde la
ciencia a la religión y al misticismo natural ocurrió en un con­
texto de una función de legitimación de la explicación en una
sociedad clasista. La burguesía tenía que descubrir el mundo y
simultáneamente ocultar su explotación. La ciencia adoptó su
apariencia mística cuando la Conciencia o el Propósito entra­
ron en el escenario de la historia. Como ello sucedió a menudo
durante la fase imperial, la tendencia a la desviación mística fue
particularmente clara en el desarrollo científico de la época.
En los próximos apartados seguiré el curso de este movimien­
to desde la biología evolucionista, la disciplina puntera de la
nueva ciencia positivista (y por ello la principal fuente tanto
de explicación como de legitimación), a través del darwinismo
social, la principal ideología socio-explicativa del capitalismo
victoriano, a la geografía tal como emergió con atuendo mo­
derno en forma de determinismo ambiental.

La biología evolucionista

Las dos teorías de la evolución que llevaron a cabo la trans­


formación final del creacionismo al positivismo evolucionista
marcaron también fases diferentes en el desarrollo (parcial)
de una interpretación materialista. En la teoría de Lamarck
( 1 9 1 4), los hábitos ambientalmente inducidos causaban cam­
bios en la forma y organización del organismo -la jirafa que
estira intencionadamente su cuello para alcanzar las hojas de
las copas de los árboles en las regiones semiáridas. La repro­
ducción entre individuos que compartían las mismas caracte­
rísticas adquiridas preservó y acumulo así estos rasgos fisioló­
gicos. A esos procesos puramente materiales de cambio de los
organismos, Lamarck añadió la tendencia inherente de la vida

121
orgánica a hacerse crecientemente compleja; el ser humano era
la realización más alta del «poder de la vida» (Barthelemy­
Madaule, 1 982). Los dos aspectos teóricos se cruzaron en la
estructura explicativa de la evolución de Lamarck:

La naturaleza, al producir sucesivamente todas las especies


de animales, empezando por el más imperfecto o el más sim­
ple para terminar su trabajo con el más perfecto, ha conver­
tido su organización en gradualmente más compleja; y con
esos animales generalmente esparcidos por todas las regio­
nes habitables del globo, cada especie recibió, de la influen­
cia de las circunstancias en las que se hallaba, los hábitos que
ahora les atribuimos y las modificaciones de sus partes que
la observación nos muestra. (Burkehardt, 1 977: 1 50)

Lamarck desarrolló una concepción realmente materialis­


ta, por burda y poco desarrollada que fuera, del «poder de la
vida». Creía que era un error atribuirlo al propósito o inten­
ción de la naturaleza. Aunque también creía que la naturaleza
estaba ej ecutando el «deseo de su sublime autor» (Burkehardt,
1 977: 1 85). Su teoría retenía, de manera confusa, la idea esen­
cialmente religiosa de un desarrollo ordenado, el sentido de un
propósito teleológico típico de la era feudal. 1
Darwin también mantuvo conceptos religiosos en sus ideas
sobre una ley diseñada, la adaptación perfecta, e incluso en la
división entre causas primarias y secundarias (por ejemplo, al

1 . La idea de características adquiridas (•aprendidas•) pareció especialmente


aplicable al proceso de la evolucion cultural humana como la analogía biológica
más próxima, lo que se aprendía en una generación era transmitido a la siguiente a
través de la enseñanza y la escritura (Gould, 1 983: 70-71). La idea de adquisición
directa del carácter a partir del medio tuvo también un fuerte atractivo para los
geógrafos. Y finalmente los conceptos de designio y propósito que conllevaba
el Lamarckismo lo hicieron una fuente muy pertinente de legitimación social
(Livingstone, 1 984 )
.

1 22
asumir que existían causas primarias que no se pueden cono­
cer}.2 Pero en Darwin el sentido de una desarrollo preordenado
era mucho menos claro. Para él, la cuestión científica principal
a tratar no residía en los orígenes sino en los procesos, no de
dónde procedía la variación orgánica sino en cómo se producía.
Su teoría evolucionista se centraba en los mecanismos naturales
a través de los cuales las variaciones aleatorias se mostraban be­
neficiosas en una lucha malthusiana por la existencia:

A causa de esta lucha, las variaciones, por pequeñas que sean


y cualesquiera que sea su causa, si son provechosas en algún
grado para los individuos de una especie en sus relaciones
infinitamente complejas con otros seres orgánicos y para
sus condiciones físicas de vida, tenderán a la preservación
de dichos individuos, y generalmente serán heredadas por
sus descendientes. Estos a su vez, tendrán así mejores opor­
tunidades de supervivencia, ya que periódicamente nacen
muchos individuos de una especie pero solo un pequeño
número logra sobrevivir. He llamado a este principio, según
el cual toda variación pequeña, si es útil, es preservada, con
el término de Selección Natural. (Darwin, s.f.: 52}

Esta lucha puede tener diversos resultados, incluyendo


la extinción de la especie. De Darwin procede, por tanto, un
sentido de terror existencial; la existencia dependía del éxito
competitivo y de la ventaja natural.3

2. Incluso el abandono parcial de la religión ocasionaba grandes dificultades y


mucha ansiedad. Sobre la lucha personal de Darwin para abandonar la idea religio­
sa de la armonía de la naturaleza entre la lectura de Malthus en 1 838 y el cambio de
su pensamiento a mediados de los años 1 850, ver Ospovat ( 1 9 8 1 ).
3. Esta lección no se perdió en los Darwinistas Sociales. T.H. Huxley (en
Kropotkin, s.f.: 332} describe así la vida entre los primitivos humanos como «una
continua lucha libre . . . la guerra hobbesiana de uno contra todos era el estado nor-
mal de la existencia ... Incluso el logro de la civilización apenas modificó «el profun-
do impulso orgánico que impele el hombre natural a seguir su curso inmoral.,.

1 23
¿ Cómo pudo Darwin llegar a una teoría que posteriormen­
te la genética demostró más científicamente que era correcta?
¿ Recurrimos al mito del pensador genial? ¿ O debemos argu­
mentar aunque sea de modo poco concluyente que la teoría de
Lamarck se gestó en Francia durante el calvario de su revolución
burguesa mientras que la de Darwin representaba las realizacio­
nes científicas e industriales de una sociedad burguesa madura
en la Inglaterra de mediados del siglo XIX ? Darwin pudo basarse
en una tradición biológica y geológica más larga, más desarrolla­
da y más demostrada empíricamente que Lamarck. Quizá aún
más importante, Darwin (s.f.: 1 3 ) se basó en la economía clásica
que se había desarrollado para entender la revolución capitalista
de la producción; describió la lucha por la existencia, la fuerza
motriz de la selección natural como «la doctrina de Malthus
aplicada a todo el reino animal y vegetal». La teoría de Darwin
resonaba con temas que habían sido convertidos en lugares
comunes por el ascenso a la hegemonía del modo capitalista de
producción con «sus guerras internacionales, sus luchas políti­
cas intestinas y la guerra de clase, su desinhibida competencia
económica y su rápido camino hacia el cambio científico y tec­
nológico». (Harris, 1 968: 1 05).
El capitalismo en su fase competitiva más agresiva propor­
cionó el modelo social para un nuevo modo de interpretación
natural. A cambio, la ciencia natural proporcionó la legitima­
ción para mantener la vida social de forma encarnizadamente
competitiva.
Incluso antes de que la teoría de Darwin apareciera publi­
cada, Herbert Spencer estaba utilizando principios biológicos
como base para una nueva interpretación sociológica. Pero
como señala Hofstadter (1 995: 4), después de 1 859:

El darwinismo estableció un nuevo enfoque sobre la natu­


raleza y proporcionó un nuevo impulso a la concepción de

1 24
desarrollo; impulsó a los hombres a intentar explotar sus
hallazgos y métodos para la comprensión de la sociedad a
través de las ideas del desarrollo evolucionista y las analo­
gías orgánicas.

La teoría de Darwin era atractiva porque era empírica


y racional, igual que la manera de llevar a cabo actividades
comerciales de la burguesía victoriana. También era atractiva,
quisiera argumentar, porque parecía justificar la competencia y
las luchas interclasistas e intercapitalistas como parte necesaria
de la lucha entre las especies por la supervivencia. Tal como
concluye Montagu ( 1 952: 32), Darwin «proporcionó, sin ser
consciente de ello, una racionalización suprema a su época
-una racionalización, sin embargo, que tenía una base cientí­
fica desarrollada. »

Herbert Spencer y el darwinismo social

El filósofo fundamental de la reaplicación4 de la biología a la


ciencia social fue Herbert Spencer, padre de la biología mo­
derna y padrino de la geografía moderna (Herbst, 1 96 1 ).5 Su
mecanismo metodológico central, la analogía entre la natura­
leza y los procesos sociales, le permitió aplicar los principios

4. Re-aplicación porque Darwin utilizó el principio de crecimiento de la


población humana de Malthus como la dinámica tras la lucha por la existencia y
la selección natural. Nótese además que Malthus fue un importante ideólogo del
desarrollo sin restricciones del capitalismo competitivo (Harvey, 1 974a).
5. La principal función ideológica de Spencer, el intento anarquista de de­
rechas «de reforzar el laissez faire con los imperativos de la biología• ha sido tan
meticulosamente tratado por Hofstadter ( 1 955: 40-41 ) que es asumido en lo que
sigue, permitiendo concentrarnos en la relación medio-sociedad en el pensamiento
de Spencer. Para una visión general de los trabajos de otros autores que siguen la
vena spenceriana, ver Harris ( 1 968: cap. 5 ). Sobre la historia de la analogía orgánica,
ver Coker ( 1 9 1 0).

125
científicos de la evolución de los organismos concebidos por
Lamarck y Darwin al desarrollo del «organismo social». El
objetivo filosófico era demostrar científicamente que un con­
junto de principios comunes se aplicaba al universo entero.
Esta ciencia de la totalidad se contraponía a la religión como
una clase (superior) de comprensión (materialista) (Spencer,
1 864).6
Para Spencer, todos los objetos podían ser interpretados en
términos de una interacción puramente física entre las fuerzas
internas y las externas. Las especies o la sociedad cambiaban
«bajo las influencias combinadas de su naturaleza intrínseca
y las acciones del entorno, inorgánicas y orgánicas» (Spencer,
1 882: 9). Los factores de la evolución eran ( 1 ) originales, los
cuales se dividían en extrínsecos (por ejemplo, el clima, las
cualidades de la superficie) e intrínsecos (el carácter físico e in­
telectual), y (2) secundarios o derivados -un conjunto de fac­
tores que ponía en juego la misma evolución social, tales como
las modificaciones del entorno, el tamaño y densidad del con­
junto social y las reacciones entre sociedades. La ciencia de las
interacciones de Spencer sistematizaba el trabajo especulativo
anterior de los materialistas geográficos sobre los efectos del
medio en la sociedad humana. Por ejemplo, los muy discutidos
efectos del clima quedaron especificados como grados de ra­
diación solar, cela fuente de esas fuerzas a través de las cuales la
vida . . . tiene lugar . . . la fuente de las fuerzas visibles en la vida
humana y por tanto en la vida social» (Spencer, 1 882: 21 ).

6. No obstante, ni siquiera Spencer, con el perfil materialista, anti-religioso


y radical del cientificismo burgués, fue capaz de superar el misticismo fundamen­
tal de atribuir el origen a una fuerza que no se puede conocer. Así, en sus First
Principies ( 1 864b), que intentaban nada menos que una síntesis de la evolución
biosocial con la física de la conservación de la energía, Spencer quedó forzado a
recurrir al misterioso principio de la «persistencia de la fuerza• mediante el cual
hacía referencia a «la persistencia de alguna causa que sobrepasa nuestro conoci­
miento y concepción.•

1 26
La contribución teórica concreta de Spencer reside en su
di stinción entre evolución orgánica, crecimiento, madurez
y declive de un organismo individual en respuesta a las in­
teracciones externas, y a la evolución superorgánica, «todos
aq uellos procesos y productos que implican las acciones
coordinadas de muchos individuos -acciones coordinadas
que pueden alcanzar resultados que exceden en extensión y
complejidad aquellos alcanzables por acciones individuales»
(Spencer, 1 882: 4). Este segundo orden de evolución, más ele­
vado y particularmente caracterizado por la cooperación y la
división del trabajo, se encontraba entre los animales sociales
pero alcanzaba una extensión, importancia y grado de compli­
cación en la sociedad humana que convertía todos los logros
anteriores en relativamente insignificantes.
No obstante, tras reconocer esta diferencia fundamental
entre la evolución orgánica y la superorgánica e incluso des­
pués de añadir que los humanos conservan una independencia
física y mental del conjunto/ Spencer procedió a derivar los
principios de lo superorgánico y lo sociológico por analogía
con lo orgánico y lo biológico.8 Señaló que ambos experimen­
taban un crecimiento continuo, mostrando necesariamente un
incremento en su estructura (especialización y diferenciación)

7. En Principies of Psychology ( 1 883), Spencer dividió la psicología entre un


tipo objetivo, que trataba de las relaciones entre el aparato neuromuscular y el
medio, y un tipo subjetivo, relacionado con las sensaciones, ideas, etc., que eran los
concomitantes directos e indirectos de ese ajuste visible de las relaciones internas
con las externas. Nótese que la analogía orgánica se rompe en el punto del «ajuste
indirecto•, y que Spencer se vio obligado a conceder que la conciencia era una
cuestión radicalmente diferente de la biología y que por tanto, la psicología subje­
tiva era un campo de estudio separado.
8. Spencer, sin embargo, sacó importantes conclusiones políticas de la
conciencia individual de las unidades humanas de la sociedad. Como no había
«sensorium social», el bienestar del conjunto social no era un fin a perseguir. Al
contrario, la sociedad existía para el beneficio de sus miembros individuales más
que no sus miembros para el beneficio de la sociedad. De aquí, el anarquismo de
derechas.

127
al evolucionar. El aumento en el tamaño de una sociedad era
así acompañado por un incremento de la heterogeneidad y
por el crecimiento de órganos sociales -para la producción
(el sistema industrial), defensa exterior (gobierno-ejército) e
intercambio (el sistema distributivo). Este desarrollo, como la
evolución orgánica de la teoría de Darwin, era inducido por la
presión de la población sobre el medio. Los medios ricos per­
mitían que el tamaño, la densidad y la heterogeneidad se logra­
ran más fácilmente y, por tanto, se alcanzara la civilización.
Me concentro aquí en los aspectos ambientales del argu­
mento de Spencer. Las partes funcionales del organismo social
surgen por la misma razón y en el mismo orden que las partes
de cualquier otro organismo. Todos los organismos viven por
apropiación de la materia de la tierra. El sistema industrial
desempeña así el mismo papel en el sustento social que el tubo
digestivo en el cuerpo humano, y son leyes comunes las que
dan cuenta de ello:

¿ Cuál e s l a ley d e evolución e n e l sistema digestivo d e un


animal tal como generalmente se explica ? Que todo el tubo
digestivo se adapta en estructura y en función a la materia,
animal o vegetal, que es puesta en contacto con su el inte­
rior y, por tanto, que sus diversas partes se adaptan para
manejar esas materias en fases sucesivas de preparación: es
decir, que las sustancias ajenas que sirven para el sustento,
en las que opera su interior, determinan las características
generales y especiales de ese interior. Y ¿ cuál es, en simila­
res términos, la ley de evolución en el sistema industrial de
una sociedad ? Que, como conjunto, se encarga de activi­
dades y estructuras correlativas, determinadas por minera­
les, animales y vegetales, con los que están en contacto su
población obrera; y que esta especialización industrial en
partes de su población, está determinada por diferencias,

128
orgánica o inorgánica, en los productos locales que esas
partes tienen que manejar. (Spencer, 1 882: 523)

Los organismos vegetales presentan un contraste entre las


p artes que están bajo y sobre tierra causado originalmente por
las relaciones con los agentes ambientales, mientras que en los
animales la diferenciación se produce en los órganos del siste­
ma de alimentación. Seguía Spencer:

En el organismo social, la localización de las diversas in­


dustrias que conjuntamente sostienen el conjunto está
determinada de manera análoga. Ante todo, la relación con
las diferentes partes de los medios orgánico e inorgánico,
normalmente no iguales en todo el área que cubre, dan lu­
gar a diferencias en las ocupaciones que se llevan a cabo. Y,
secundariamente, la cercanía a los distritos en los que hay
establecidas sus industrias, fijan las posiciones de otras
industrias que requieren específicamente sus productos . . .
Donde no se basan en ventajas naturales como la energía
hidroeléctrica, las manufacturas generalmente se agrupan en
o alrededor de regiones donde la abundancia de carbón hace
que la energía de vapor sea barata. Y si se necesitan los dos
materiales, la localización queda determinada por ambos
conjuntamente. (Spencer, 1 882: 5 1 8-5 1 9; cf. Weber, 1 929)

Los órganos de los animales y las regiones de producción


de las sociedades tenían estructuras espaciales internas similares,
estaban conectadas por sistemas de circulación similares, etc.
El sistema regulador (nervo-motor en animales, gobier­
no-militar en sociedades) estaba desarrollado por relaciones
antagonísticas (a través del espacio) con las entidades de su
entorno. Del mismo modo que los órganos de las sensaciones
y la coordinación se desarrollaban a partir de la lucha com-

1 29
petitiva por la supervivencia entre organismos individuales,
el sistema regulador de un conjunto político evolucionaba a
través de guerras entre organismos sociales. Este proceso que­
daba dificultado, en el caso del organismo social, por la falta
de cooperación entre grupos dispersos que ocupaban territo­
rios yermos y estaba reforzado por la fecundidad natural y la
densidad de población. La riqueza ambiental condicionaba así
el poder combativo de ciertos organismos sociales en la lucha
por la existencia. Llamaré a eso «la teoría de la intensidad» de
Spencer.
En el sistema de Spencer, las sociedades estaban dispues­
tas en orden jerárquico según su grado de integración (por
ejemplo, simple, compuesto) y su nivel de heterogeneidad.
Estaban clasificadas según el sistema que fuera dominante
-el industrial o el militar. Cada sociedad era modificada por
factores condicionantes, incluyendo el hábitat local y el medio
intersocietal. La metamorfosis social era el resultado de la va­
riaciones en las fuerzas relativas de los dos principales sistemas
de órganos en respuesta al cambio ambiental. No obstante,
cuando el organismo social se aproximaba a su estado comple­
to, su modificabilidad se atrofiaba y se iniciaba su lento decli­
ve. Las viejas sociedades desaparecieron o fueron absorvidas al
ser incapaces de competir con las más jóvenes, más dinámicas
y más agresivas. La supervivencia del más adaptado cedió el
paso finalmente a una sociedad muy desarrollada en la que un
poderoso sistema industrial era utilizado no para la agresión
belicosa sino para «actividades superiores». Esta utopía estaría
caracterizada por cambiar la creencia de que la vida es para
trabajar por la de que el trabajo es para vivir (Spencer, 1 882:
596).9

9. O, como en otras partes (Spencer, 1 864), la evolución solo podría terminar


con el establecimiento de la mayor perfección y la felicidad más completa.

1 30
De este modo, la teoría de Spencer elaboraba y volvía cien­
tíficas las antiguas creencias sobre la influencia de la naturaleza
en la sociedad utilizando los principios de la biología evolu­
cionista de Darwin y especialmente de Lamarck. Este prés­
tamo de la biología permitió la emergencia de una sofisticada
ciencia de relaciones ambientales. Sin embargo, esta analogía
entre la evolución orgánica y la superorgánica, estaba cargada
de problemas y la discusión subsiguiente estuvo totalmente
sesgada en una dirección naturalista. Spencer ( 1 882: 6 1 4) pudo
argumentar que la analogía orgánica era un mero andamio teó­
rico para permitir la construcción de un cuerpo coherente de
inducciones sociológicas. Cuando el andamio fuera retirado,
argumentaba, las inducciones quedarían en pie por sí mismas,
como partes de leyes universales comunes a toda la existencia
y teorizables a través de la ciencia deductiva. Pero más que un
mero andamio, para Spencer los principios biológicos fueron
los fundamentos de la ciencia de la sociedad. Los problemas
inherentes a la interpretación biológica -la falta de distin­
ción entre los procesos humanos y otros procesos orgánicos
de evolución- formaban parte de las teorías disciplinares
concretas que el darwinismo social contribuyó a generar. Ello
fue especialmente evidente en la nueva ciencia alemana de la
antropogeografía.

Antropogeografía

La influencia de la biología evolucionista en el desarrollo del


pensamiento geográfico moderno esta hoy ampliamente acep­
tada. Stoddart ( 1 966) ha señalado que la biología de Darwin
desempeñó un papel fundamental en establecer el rol de los
humanos en la naturaleza, permitiendo el mismo desarrollo de
la geografía como una ciencia. La analogía orgánica superó el
problema metodológico inherente al estudio de las relaciones

131
entre el medio y los humanos, el dualismo entre los fenómenos
naturales y los humanos (Stoddart, 1 967: 1 59). Para Campbell y
Livingstone ( 1 983), el resurgimiento selectivo de las doctrinas
lamarckianas (neolamarckismo) tuvo una influencia particular­
mente importante en el patrón determinista del primer pensa­
miento moderno angloamericano. Livingstone ( 1 984: 1 7) agu­
damente añade que el neolamarckismo permitió la permanencia
de los conceptos religiosos de designio holístico y propósito te­
leológico, facilitando la «transición del designio providencialista
a la ley natural como fuente de legitimación social».

La cuestión contextual

Se ha tardado mucho en reconocer estos vínculos en una dis­


ciplina que durante largo tiempo ha interpretado su historia
en gran parte en términos de un proceso aislado de auto-de­
sarrollo (por ejemplo, Hartshorne, 1 939). Aun nos falta, no
obstante, una conciencia contextual más amplia ( cf. Kearns,
1 984 ). Al examinar el efecto del pensamiento de Darwin sobre
la geografía norteamericana, Stoddart ( 1 98 1 ) solo se ocupa de
las corrientes de influencia entre grandes hombres, ignorando
el terreno social que formó a esos individuos y canalizó las
conexiones intelectuales entre ellos. Campbell y Livingstone
( 1 983: 270) consideran que es importante apreciar las razones
de la popularidad del neolamarckismo a finales del siglo XIX
pero se limitan a una comparación puramente intelectual en­
tre las teorías de Darwin y las de Lamarck. En la medida en
que reconocen aplicaciones sociales pragmáticas, Campbell
y Livingstone ven el «lamarckismo social» principalmente
como el estímulo intelectual de movimientos para la mejora
de la condición de la humanidad. Pero no llegan a explorar la
cuestión de clase que sigue: ¿ mejora para quién ?
El proceso geopolítico de la lucha entre imperios y de
conquista societal que alcanzó su punto culminante en la

1 32
Primera Guerra Mundial proporciona diversos temas impor­
tantes para el análisis geográfico: los orígenes ambientales de
la superioridad de ciertas civilizaciones, las bases locacionales
y de recursos del poder de los imperios, la historia espacial de
la expansión imperialista. Así, Hudson ( 1 977: 12) argumenta
de forma convincente que el ascenso de la geografía moderna,
de modo casi simultáneo en Europa occidental, los Estados
Unidos y Japón, tuvo como objetivo primordial «servir a los
intereses del imperialismo en sus diversos aspectos incluyendo
la ganancia territorial, la explotación económica, el militaris­
mo y la práctica de la dominación de raza y de clase.» Murphy
( 1 948) expone de modo similar que la derrota de Francia en
la guerra con Prusia y la necesidad de reestablecer la nación
como poder imperial mundial fueron los factores que moti­
varon la repentina popularidad de la geografía francesa en los
años 1 870. Estos estudios contribuyen a explicar los temas de
intensa preocupación geográfica, los puntos urgentes que pe­
dían explicación. En términos de aproximación a esos temas,
Harvey ( 1 98 1 : 9) afirma que las relaciones espaciales del ca­
pitalismo imperialista se explicaron en términos de una teoría
«que rompiera con todas las conexiones directas con las reali­
dades diarias de la circulación del capital y sus contradicciones
y la sustituyera por una teoría organicista del Estado (atrapada
en la lucha por la supervivencia, necesidad de Lebensraum,
etc.) y las doctrinas relacionadas del destino manifiesto, la car­
ga del hombre blanco, la superidad de raza y similares». Del
mismo modo Kearns ( 1 984: 26) sostiene que el pensamiento
evolucionista procuró credibilidad intelectual al debate públi­
co sobre lo que eran cuestiones esencialmente espaciales en las
teorías de intelectuales destacados como Turner y Mackinder.
Además, yo argumentaría que una teoría social (en oposición a
una sociobiológica) podría haber planteado cuestiones críticas
sobre la necesidad sistémica del conflicto entre sociedades, la

1 33
división social de los beneficios derivados del control sobre
otras sociedades, los costes sociales del conflicto imperial, y así
sucesivamente. El darwinismo social y el lamarckismo social
pueden haber tenido defensores liberales pero las versiones
dominantes de ambos aceptaban el imperialismo como un es­
tadio natural en la evolución de la sociedad, necesario para el
establecimiento de la civilización (europea) en el mundo. Las
raíces biológicas de la geografía le permitieron servir como un
componente muy significativo de la teoría de la legitimación
en el moderno naturalismo del período post-Darwin, cuando
la ciencia más que la religión legitimaba las acciones socia­
les. El cumplimiento de esta función ideológica junto con la
provisión de capacidades prácticas (como la exploración, la
realización de inventarios, los mapas y el trazado de fronte­
ras) hicieron de la geografía una ciencia moderna, reproducida
masivamente.

El papel de Ratzel

Con una formación en zoología, geología y anatomía compa­


rada adquirida de Darwin/Spencer en los años 1 860, Ratzel
se hallaba en una posición ideal para establecer la geografía
sobre una base «científica» moderna. 10 Su biógrafo Wanklyn
( 1 96 1 : 7, 1 9) afirma que aunque no estaba preparado para
«aceptar completamente las opiniones de Darwin o Spencer»,
Ratzel estaba «convencido de la importancia de la idea de la
evolución, y gran parte de su pensamiento y trabajo escrito
sobre la aplicación de la idea de la evolución orgánica a la
sociedad humana derivaba de su permeabilidad a la ciencia

1 0. Ratzel era miembro de un grupo de científicos guiado por Haeckel que


produjo una avalancha de conferencias, artículos y libros que hicieron extremada­
mente influyente el darwinismo como una filosofía popular en una Alemania que
se industrializaba rápidamente (Kell, 1 98 1 )
.

1 34
contemporánea». Este préstamo de la biología no aparece
seriamente contradecido. Más discutible es el aspecto político
del trabajo de Ratzel. Dickenson ( 1 969: 64, 7 1 ), que califica a
Ratzel como «la mayor contribución individual al desarrollo
de una geografía del hombre», también afirma que su «término
Lebensraum, pese a su distorsión por parte de los nazis, es uno
de los conceptos más originales y fructíferos de la geografía
moderna». Fuera de la disciplina, diversos autores se han refe­
rido más críticamente a los frutos de la originalidad teórica de
Ratzel. Mattern ( 1 942: 62) afirma que la influencia de las con­
tribuciones de Ratzel fue «una racionalización que reforzaba
y acogía positivamente la historia expansionista de los poderes
mundiales . . . y . . . de la incursión inminente de Alemania en
esa dirección». A propósito de la Primera Guerra Mundial,
Strausz-Hupé ( 1 942: 32-33) advierte que las teorías de Ratzel
«contribuyeron a la lista de objetivos de guerra alemanes, uno
de los cuales sobresalió con más claridad a medida que los otros
palidecían: 'Lebensraum '». Una valoración completa de la con­
trovertida contribución de Ratzel a la ciencia geográfica está di­
ficultada por la extraña ausencia de un estudio completo y serio
en inglés de esta gran figura (con la excepción de Hunter, 1 983).
Podemos, no obstante, valorar las ideas de Ratzel considerando
sus visiones sobre el Estado, las cuales han sido extensamente
examinadas en el mundo de habla inglesa.1 1

Geopolítica

Resulta evidente la profunda influencia de la analogía orgánica


en el pensamiento antropogeográfico de Ratzel. Ratzel conce­
bía el Estado como un organismo vivo ligado a la tierra sujeto

1 1 . Las ideas más generales antropogeográficas de Ratzel se examinan a través


de la reinterpretación de Semple en la siguiente sección del artículo. Pero véase
también Ratzel (1 896).

135
a las leyes que gobernaban la evolución de todos los organis­
mos. Así, un grupo de personas vivía en un trozo de territorio
y obtenía su sustento de él. Cada cuerpo social estaba en un
estado de perpetuo movimiento interno que causaba movi­
mientos masivos líquidos en el espacio en la búsqueda de le­
bensraum (espacio vital). La gente también estaba unida unos
con otros por lazos espirituales y a la tierra. Lo que Ratzel lla­
mó el «motivo espacial» (raum motiv), una tendencia hacia la
expansión que dependía de la cohesión natural-mística entre el
estado y el suelo, era la causa principal del desarrollo histórico.
« La expansion geográfica, incluso la política, tienen todas las
características distintivas de un cuerpo en movimiento que se
expande y contrae alternativamente en regresión y progresión»
(Dorpalen, 1 942: 69). Los estados solo podían crecer con, y a
través, de la consecución de Kultur, una característica basada
en el crecimiento de la población y la densidad (cf. Spencer) y
que él reservaba solo para los europeos (con la única excepción
de China). El crecimiento de estados poderosos se producía
por la fusión de pequeños estados en unos mayores, sirviendo
la frontera como el órgano periférico del Estado; la dirección
de la expansión tendiría a las regiones de mayor valor. Los
estados primitivos recibían el impulso para el crecimiento a
partir de influencias que emanaban de los estados mayores que
ya poseían Kultur. De aquí la tendencia de que el crecimiento
de los organismos fuera transmitido de Estado a Estado, cre­
ciendo el ansia por crecer en cada transmisión.
Wittfogel ( 1 929) argumenta que el error fundamental de
Ratzel fue poner el Estado y la tierra en relación directa sin de­
sarrollar las mediaciones económicas que las unen. El lenguaj e
de Ratzel, siempre claro y racional, toma un tono místico en lo
que al Estado se refiere. Dorpalen ( 1 942: 50) afirma que Ratzel
era consciente de los defectos de su analogía orgánica; al igual
que Spencer, se vio forzado a admitir que los individuos huma-

1 36
no s conservaban su independencia del conjunto sociopolítico.
Pero el alemán Ratzel reaccionaba a esta discrepancia de ma­
nera diferente que el filósofo materialista inglés Spencer, que
simplemente ignoró sus implicaciones. Con Ratzel, el Estado
deviene un «organismo moral y espiritual» sujeto al análisis
místico más que a un análisis científico-materialista.12 Ratzel
eludió esta inconsistencia en su sistema científico. Dorpalen
sostiene que ello fue debido a que su teoría proporcionaba una
justificación útil para las exigencias políticas del momento:

Politische Geographie fue concebida en los años 1 880 y


1 890, en un tiempo en el que el imperialismo alemán empe­
zó a alcanzar su plenitud en su fase más activa. El concepto
de Estado de Ratzel dotaba a esas demandas de expansión
de la autoridad de una ciencia aparentemente objetiva. El
clamor alemán por las colonias y el poder mundial no fue
sino el resultado el desarrollo biológico natural -era un
síntoma de crecimiento que experimenta todo ser joven y
fuerte y, por tanto, plenamente justificado. En otras pa­
labras, la biogeografía ofreció una coartada perfecta para
las ambiciones políticas del Reich. (Dorpalen, 1 942: 50-5 1 ;
véase también Strausz-Hupe, 1 942: 3 1 )

La antropogeografía, e l «estudio del hombre orgánico, del


Estado orgánico y de un mundo orgánico» (Gyorgy, 1 944: 1 49)
asumió una forma cuasicientífica, incluso pseudocientífica. La
nueva «ciencia» de Ratzel necesitó poca distorsión por parte

12. El argumento de Ratzel recae en el misticismo justo en los puntos crucia­


les para la legitimacióon del nacionalismo y el expansionismo alemán: el vínculo
«espiritual» entre la sociedad y una parte de la naturaleza y la «coherencia entre
el Estado y la tierra» como la fuerza tras el crecimiento espacial. Véase también el
tratamiento de Ratzel de la «filosofía panfísica» en Hunter ( 1 983).

137
de su estudiante Kj ellen y del hij o de su amigo Haushofer para
proporcionar importantes elementos místicos y «científicos»
al Mein Kampf de Hitler ( 1 943, especialmente caps. I - 1 1 y II-
2, 4). 13 Es importante que los geógrafos conozcan este período
reprimido de la infancia de su ciencia, que ha dejado su marca
en el carácter actual de la disciplina.
Los problemas de la analogía orgánica que primero encon­
tró Spencer maduraron en Ratzel, y llegaron a su punto cul­
minante en el trabajo de la que merecidamente ha sido la más
famosa determinista ambiental, Ellen Churchill Semple.

El determinismo ambiental de Semple

Estudiante de Ratzel en los años 1 890 (Bronson, 1 973 ), de


Semple se acostumbra a decir que fue la introductora de las
ideas ratzelianas en la geografía norteamericana dominante. 14
Ella dominó el período ambientalista de la disciplina a princi­
pios del siglo XX (Hartshorne, 1 939: 23, 1 22) y «formó a una
gran parte de aquellos que se convirtieron en los cabecillas de
la profesión durante el período que medió entre las dos gran­
des guerras» Qames, Bladen y Karan, 1 983: 29). Su principal

1 3. Sería erróneo atribuir los excesos organicistas y racistas a una única escuela
aberrante alemana de geografía. En momento tan tardío como 1 93 1 Mackinder aún
encontró quien le publicara su afirmación de que «en la llanura inglesa tenemos
una típica región natural. . . En esta región natural tenemos la sangre inglesa, un
fluido, el mismo a lo largo de lo siglos, cedido ahora a los 40 millones de cuerpos
de la actual generación. John Bull, en su aislamiento, es el ejemplar de la miriada de
sangre y savia separada, siendo cada flujo la esencia de la variedad local de especies
de animales y plantas• (Mackinder, 1 93 1 : 326).
14. Semple era solo la más eficaz de un prominente grupo de deterministas
ambientales en Estados Unidos en el cambio de siglo. El otro determinista desca­
tacado, William Morris Davis, halló que •una relación entre un elemento de con­
trol inorgánico y uno de repuesta orgánico» expresada en términos de «relación
explicativa o causal• era el •principio unificador más definitivo, si no el único, que
puede darse en geografía,. (Davis, 1 954: 8).

138
t rabajo teórico, Infl.uences of Geographic Environment (191 1 }
tu vo u n dilatado y extenso uso en la educación geográfica
(Wright, 1 966). Podemos asegurar sin riesgo a equivocarnos
que tuvo un efecto significativo en la trayectoria del pensa­
miento geográfico norteamericano pero, a diferencia de mu­
chos de sus admiradores, no podemos asumir que su influencia
se debiera únicamente a su brillantez personal. Al contrario,
sostendría que estaba en contacto con algunas convincentes
ideas y que sus teorías sirvieron significativamente a intereses
sociopolíticos.

Alcance metodológico

En la introducción metodológica de Inf/.uences, Semple inten­


tó distanciarse del darwinismo social anunciando su intención
de eliminar las bases spencerianas de la antropogeografía de
Ratzel:

La teoría orgánica de la sociedad y el Estado impregna


la Antropogeographie porque Ratzel formuló sus princi­
pios en un momento en que Herbert Spencer ejercía una
gran influencia en el pensamiento europeo. Esta teoría,
hoy generalmente abandonada por los sociólogos, debía
ser eliminada de cualquier reelaboración del sistema de
Ratzel. Aunque originalmente fue aplicada a menudo con
gran detalle, se mantuvo no obstante como un andamio
alrededor del edificio acabado; y la estabilidad del edificio
después de retirar el andamio muestra lo superfluo que
era. La teoría desempeñó, sin embargo, un gran servicio
al inculcar la vivificante conexión entre la tierra y la gente.
(Semple, 1 91 1 : vi-vii)

Así, Semple giró inteligentemente la metáfora del andamio


de Spencer contra su influencia en Ratzel. Aunque continuó

1 39
definiendo la geografía como «la investigación científica de las
condiciones físicas de los hechos históricos» (Semple, 1 9 1 1 :
1 0) -¡ exactamente esa «conexión vivificante entre la tierra y
la gente» en la que Spencer había tan profundamente influi­
do ! 15 En la práctica, a diferencia de sus intenciones, solo pudo
modificar la influencia de Spencer en la antropogeografía. Para
ello se basó en la filosofía social más avanzada de finales del
siglo XIX, especialmente la existente en su país.

Naturalismo evolucionista

Un conjunto bien definido de ideas que Fine ( 1 979) llama


«naturalismo evolucionista» y Persons ( 1 958) «la mente na­
turalista», constituyó el paradigma dominante de la ciencia
social de finales del siglo XIX y principios del XX. Esta escuela
creía que había alcanzado el nivel de ciencia positivista. Estaba
comprometida con un conocimiento verdadero y objetivo de
la totalidad de los fenómenos sociales y naturales. Del conjun­
to de leyes naturales objetivas que operaban a través de esta
totalidad, la ley del cambio evolutivo era fundamental. Pero
tal como señala Persons ( 1 958: 276), «la mente naturalista con
sus supuestos biológicos dedicaba mucha atención a los pro­
blemas raciales y concedía un lugar importante en su teoría so­
cial general a supuestas características raciales» . La evolución

1 5. Además, Semple investigó esta relación con una metodología e incluso


con categorías analíticas remarcablemente similares a las de Spencer -<le ahí, sus
fuerzas internas de la raza y sus fuerzas externas del habitat y los factores intrínse­
cos y extrínsecos de Spencer, los efectos indirectos sobre el medio de Semple y los
factores secundarios de la evolución superorgánica de Spencer, etc. Las similitudes
se debían obviamente no solo a la absorción de las ideas del darwinismo social por
parte de Ratzel (y de ahí transmitidas a Semple) sino también a la influencia directa
que recibió Semple en sus estudios de sociología, economía e historia (Bronson,
1 973) en una ciencia social norteamericana impregnada del pensamiento spenceria­
no (Hofstadter, 1 955; Bannister, 1 979). No obstante, véase también Hunter ( 1 983:
cap. 5) quien sostiene que fue Semple más que Ratzel la que estuvo influida por
Spencer.

1 40
social era conceptualizada como una serie de estadios, con
características raciales de base ambiental que determinaban el
estadio alcanzado por una sociedad.

La evolución social era un proceso por el cual una multi­


plicidad de grupos humanos se desarrollaba a lo largo de
líneas que en general seguían la dirección de las formas
sociales y culturales de Europa occidental. En el camino,
diferentes grupos habían divergido o retrocedido, se ha­
bían parado o incluso se habían extinguido, al haber teni­
do que afrontar situaciones ambientales diversas dentro de
los límites de sus capacidades raciales específicas, que sus
distintas historias ambientales habían, de hecho, creado.
(Stocking, 1 968: 1 1 9)

En el «racismo científico» neolamarckiano del momento,


las características físicas como la pigmentación o la textura
del pelo fueron perdiendo fuerza en favor de las cualidades
mentales como factores que diferenciaban los grupos raciales
del conjunto humano común. Los neolamarckianos creían que
los fenómenos culturales se llevaban en la sangre, como ins­
tintos o propensiones temperamentales. La tendencia era a la
extensión de la teoría de Lamarck de la adquisición y herencia
del carácter físico a las características y capacidades psicocul­
turales (Stocking, 1 968: 1 1 9). El nivel de cultura adquirido por
una generación de una raza influenciaba así el poder del pen­
samiento de la siguiente. De modo que la superioridad racial
se acumulaba. Mientras que el lamarckismo era atacado por la
teoría del «plasma germinal» de Weismann en los años 1 890 y
por el nuevo modelo resultante del redescubrimiento de la ge­
nética mendeliana en los primeros años del siglo XX, la visión
neolamarckiana de que las características (mentales) adquiri­
das podían transmitirse hereditariamente no fue abandonada

14 1
por muchos científicos sociales norteamericanos hasta bien
entrado el siglo XX. Ha quedado en las explicaciones popula­
res de la supuesta superioridad e inferioridad nacional y de las
similitudes entre padres e hijos.
El «enfoque psíquico» del neolamarckismo se desarrolló
en parte como alternativa a la sociobiología de Spencer. 16 No
obstante, retuvo su confusión entre los reinos biológico y so­
ciocultural. Hacia fines de siglo, se inició un intento de sepa­
rarlos con el primer desarrollo de la sociología pragmática de
Ward { 1 893; 1 898), Ross { 1 905), y otros. 17 El neolamarckismo
incluía, de modo similar, la noción de que el conocimiento se
acumulaba a través de mecanismos de transmisión puramente
socioculturales, como el lenguaje. Esta línea de pensamiento
finalmente llevaría a un énfasis no biológico en la interacción
social en sociología y al concepto de cultura en antropología.
Semple, sin embargo, llegó en un estadio temprano, quedán­
dose primordialmente con la versión racial-biológica del neo­
lamarckismo.
Por tanto, Semple se basó en la ciencia social conven­
cional más avanzada de su tiempo para su reelaboración de
Ratzel. Pero ello no era más que un neolamarckismo, a su vez
profundamente influido por Spencer. Spencer era el defensor
más prestigioso de Lamarck a finales de siglo XIX {Stocking,
1 968: 240). Spencer mismo había examinado ( 1 883) las bases

1 6. Así, Ward ( 1 893: 243} sostiene que la ciencia social existente {spenceriana)
se equivocó en «prácticamente ignorar la existencia de una facultad racional en el
hombre, mientras que sus acciones quedaban sujetas a leyes naturales, lo que las
complicaba tanto que ya no podían entrar en las simples fórmulas que era suficien­
tes para el cálculo de los motivos meramente animales». Con ello puede verse la
contradicción inherente en la dicotomía de Spencer entre las psicologías objectiva
y la subjetiva (nota 7) cuando empezaron a madurar.
1 7. La rama de la sociología en la que se mantuvo más tiempo la analogía
biológica, la escuela de Chicago (Mathews, 1 977), tuvo una enorme influencia en
la geografía (urbana).

1 42
ambientales de las diferencias psicológicas humanas. Por tan­
to era virtualmente imposible que Semple cumpliera su tarea
metodológica dentro del campo de una ciencia socialmente
aceptable. Stoddart ( 1 966: 694) lleva razón cuando concluye,
en referencia a las ideas spencerianas de Semple, que «sus es­
critos están impregnados por ese pensamiento» . Sin embargo,
Stoddart no indaga más en por qué las ideas sociobiológicas
permanecieron tan fuertes o en por qué Semple persistió en
transmitir las ideas de Spencer en la geografía dominante, a
pesar de su intención personal contraria a ello. Estas preguntas
deben ser respondidas en términos del contexto sociopolítico
y la necesidad de legitimación. Para ello, habrá que trazar cual
era el carácter del capitalismo de los Estados Unidos en la últi­
ma década del siglo XIX y la primera del XX, en las que Semple
produjo su influyente trabajo.

El imperialismo de Estados Unidos


En el caso de los Estados U nidos, la expansión llevada a cabo
en la mayor parte del siglo XIX se limitó al reclamar como
territorio nacional zonas del continente norteamericano. El
último tercio de siglo vio esa reclamación cumplida de mane­
ra notable: «Los americanos colonizaron más tierra durante
los 30 años después de 1 870 que en los 300 años anteriores»
(Lafeber, 1 963 : 1 2). Sin embargo, el territorio ya estaba ocu­
pado por los indios americanos y los pueblos hispano-ame­
ricanos. La rápida y sangrienta conquista de esos pueblos y
sus hábitats hicieron acuciante la necesidad de legitimación.
A menudo ello tomó una forma popular pragmática y burda,
como cuando Theodore Rooselvelt habla de la imposibilidad
de evitar el conflicto con una «raza más débil» de «miserables
salvajes» {los indios americanos) cuyo uso esporádico de las
praderas y bosques no constituía una propiedad (en Sanford,
1 974: 89). No obstante, se necesitaban también otras maneras

1 43
más sofisticadas de justificación teórica. La ideología religiosa
de legitimación de la primera parte del siglo, el «destino mani­
fiesto» -la práctica idea de que la expansión había estado ya
prevista en el cielo sobre un área no muy bien definida (Merk,
1 963: 24)- ya no era suficiente en una era de ciencia burgue­
sa. La ideología debía actualizarse para incluir ideas naturales
«científicas» sobre la evolución social y la expansión geográ­
fica. Como señala Weinberg ( 1 935: 2), la expansión estaba le­
gitimada por «dogmas metafísicos de una misión providencial
y 'leyes' cuasi-científicas de desarrollo nacional, concepciones
del derecho nacional e ideales de deber social, racionalizacio­
nes legales y llamamientos a 'la ley más alta', propósitos de
extender la libertad, y designios de extender el absolutismo
benevolente».
El cierre de la frontera nacional en los años 1 890 estuvo
acompañada por un repentino surgimiento del interés de los
Estados Unidos por el territorio extracontinental de la cuen­
ca del Pacífico, el Caribe, y América central (Merk, 1 963 :
23 1 ). Al mismo tiempo la atención del interés económico
pasó de la tierra, la preocupación central de un capitalismo
agrícola, a los mercados y a las materias primas importantes
para el capitalismo industrial de finales del siglo XIX. A pe­
sar de que ello no eliminó la toma de posesiones coloniales
(Hawai, las Filipinas, Guam, Puerto Rico), proporcionó un
perfil predominantemente comercial (mercantilista) a la ver­
sión estadounidense del imperialismo exterior. Tal como lo
señalaba un observador contemporáneo (Albert Beveridge)
utilizando la típica mezcla de análisis económico y místico,
«las fábricas americanas producen más de lo que la gente
americana puede usar; el suelo americano produce más que
lo que pueden consumir. El destino ha escrito nuestra polí­
tica; el comercio del mundo debe ser y será nuestro» (Merk,
1 963: 232). La opinión política cambió a la velocidad de la luz

1 44
p ara encaj ar con esta realidad económica, desde el desdén por
el colonialismo y el imperialismo de los años 1 870 y 1 8 80, a
la popularidad masiva de conceptos imperialistas como «la
carga del hombre blanco» en los años 1 890 (Weinberg, 1 93 5 :
252-253; Weston, 1 972).
Los principales portavoces intelectuales del nuevo im­
perialismo estadounidense fueron Frederick Jackson Turner,
J osiah Strong, Brooks Adams y Alfred Thayer Mahon; «los
escritos de esos hombres eran representativos de y en algu­
nos puntos directamente influyentes en el pensamiento de los
políticos americanos que crearon el nuevo imperio» (Lafeber,
1 963 : 63). Semple era un miembro (menor) de ese grupo de
intelectuales que hablaban «no solo por ellos mismos sino
para las fuerzas que guiaban su sociedad» (Lafeber, 1 963 : 62).
Su contribución a la teoría de la legitimación se realizó a dos
niveles. En un nivel general, formuló las conexiones (lamarc­
kianas) entre el medio, la raza y la sociedad, explicando así la
base natural de la superioridad nacional y la expansión. En un
nivel más inmediato, ella ejemplificó estos principios en el caso
de la expansión norteamericana del siglo XIX y evaluó «cien­
tíficamente» las posibilidades para su continuación en el XX.
Examinemos con más detalle estas dos contribuciones.

Las influencias del medio geográfico

La antropogeografía de Semple estaba concebida como una


contribución teórica a la ciencia evolucionista como conjunto.
Las primeras páginas de su reelaboración de los principios de
Ratzel resonaban con las frases y categorías de este enfoque:
los humanos no podían ser estudiados científicamente de ma­
nera aislada de la tierra; el estudio del medio físico debía usar
métodos científicos modernos; los complejos factores geo­
gráficos no podían analizarse sino a partir de la evolución; la

145
Naturaleza era la variable oculta en la ecuación del desarrollo
humano (Semple, 1 9 1 1 : 2, 1 1 , 1 2). Su posición científica básica
era la siguiente:

En cada problema de la historia hay dos factores principa­


les, diversamente señalados como herencia y ambiente, el
hombre y sus condiciones geográficas, las fuerzas internas
de la raza y las fuerzas externas del hábitat. Pero el elemen­
to geográfico en esta larga historia de desarrollo humano
ha estado operando fuertemente y lo ha hecho de modo
persistente. Aquí reside su importancia. Es una fuerza es­
table. Nunca descansa. Este medio natural, esta base física
de la historia, es inmutable para todos los objetivos y pro­
pósitos en comparación con el otro factor del problema:
el hombre cambiante, maleable, que avanza y retrocede.
(Semple, 1 9 1 1 : 2)

Como científica moderna, Semple intentó una categoriza­


ción más completa y cuidadosa de las influencias del medio,
basándose en datos fiables de toda la larga y amplia historia
humana. Su objetivo académico era reivindicar el lugar de la
geografía como ciencia de las condiciones naturales de los
hechos históricos en la emergente división del trabajo. Este es­
tudio había caído en descrédito por su anterior extravagancia,
sus generalizaciones no científicas, por su fracaso al reconocer
la multiplicidad e interactiva complejidad de las influencias
geográficas en la historia. Los factores geográficos trabajaron
de manera directa para alterar las características raciales, y de
manera indirecta, para modelar el destino de sus pueblos. Las
características adquiridas de los medios geográficos (espacio
y forma así como las cualidades de la naturaleza local) fueron
selectivamente preservados y acumulados durante varios desa­
rrollos evolutivos, como las migraciones.

1 46
Un tema constante en el discurso de Semple es la in­
fluencia de la tierra en el movimiento y situación de grupos
de gente. Las migraciones eran el resultado del «crecimien­
to natural de la población más allá del nivel de subsistencia
local» de Malthus, y de un «desarrollo del espíritu luchador
en el esfuerzo por asegurar una subsistencia más abundante»
de Spencer (Semple, 1 9 1 1 : 226). Por un lado, las migraciones
sometían los diferentes grupos raciales a las influencias de
medios diferentes (Lamarck). Por otro, servían como proce­
so de selección, dejando solo a las razas mas enérgicas y más
adaptadas (Darwin). Los pueblos dominantes (ingleses, fran­
ceses, rusos y chinos) asimilaban a los más débiles y ocupaban
amplios territorios. Aquí la función explicativa del geógrafo
era rastrear cada raza (por ejemplo, los «arios») a través de
los medios que habían ocupado, hasta sus mismos orígenes.
Un pueblo era el producto de un país que habitaba y aquellos
ocupados por sus antepasados que habían «dejado su marca
en la raza actual en forma de aptitudes heredadas y costum­
bres tradicionales adquiridos en esos hábitats ancestrales re­
motos» (Semple, 1 9 1 1 : 25 ). La suya era pues una contribución
ambientalista al neolamarckismo de su época, manteniendo el
acento en las «aptitudes raciales» (heredadas) pero empezan­
do a poner el énfasis en las «costumbres tradicionales» (cultu­
rales) como mecanismo de transmisión en la acumulación de
las características humanas.
Semple mantuvo la teoría de la intensidad de Spencer casi
intacta en su segundo tema: las relaciones entre el medio, la
sociedad y el Estado. Las condiciones geográficas influyeron
en el desarrollo económico y social a través de la calidad de los
recursos naturales disponibles, la productividad humaba, y las
posibilidades naturales para la industria y el comercio. Estos
factores fueron especialmente importantes para determinar el
tamaño de un grupo social que, cuando estaba limitado por

147
regiones espacialmente restringidas o pobres en recursos, que­
daba también limitado en significado político.
¿ Cómo estaba constituida la sociedad en el discurso de
Semple ? El antropogeógrafo, decía, reconocía las variadas
fuerzas sociales, económicas y psicológicas que los sociólogos
veían como el cemento de la sociedad pero tenían algo más
fundamental que añadir. Para Semple era natural que la tem­
prana filosofía de la historia se hubiera ya fijado en las bases
geográficas de los acontecimientos históricos.

Buscando lo permanente y lo común en lo aparentemente


cambiante, encontraba siempre en la base de los hechos
cambiantes la misma sólida tierra. La biología había teni­
do la misma experiencia. La historia de las formas vivas
del mundo lleva siempre de vuelta a la tierra en la que esa
vida surgió, se extendió y luchó por su existencia. (Semple,
1 9 1 1 : 68)

La diferencia entre los humanos y los animales, sin embar­


go, era que las relaciones de los humanos con el medio eran tan
«infinitamente más numerosas y complejas» que requerían un
estudio especial: «la antropogeografía estudia la existencia en
diversas regiones del espacio terrestre» (Semple, 1 9 1 1 :, 1, 1 0).
La tierra era el vínculo material subyacente que mantenía uni­
da una sociedad y determinaba sus actividades fundamentales.
El territorio común era una fuerza integradora -débil como
la de un organismo animal primitivo en sus primeros estadios
de evolución social y más fuerte a medida que la civilización
progresaba con sus relaciones ambientales más complejas, sus
densidades de población más elevadas, usos más diferenciados
del suelo, y relaciones exteriores más variadas. Cuanto más
amplia y rica fuera la base territorial, más compleja serían las
conexiones entre sociedad y medio y entre los diversos elemen-

148
to s de la sociedad. Así, fue la creciente densidad de población
en regiones ricas en recursos la que hizo necesario el Estado
p ara reducir las fricciones internas y asegurar la base territorial
contra enemigos externos (Semple, 1 9 1 1 : 65-66). Los estados
faltos de energía y de sentido de voluntad nacional para la
p rotección fueron forzados por las presiones malthusianas a
la deformidad social mientras que aquellos que se expandieron
pudieron utilizar el mundo entero para alimentar a su pueblo.
Como Spencer, Semple se las ingenió para encontrar de interés
general esta expansión.

Mientras que en casa la nación se está convirtiendo en una


unión a través del vínculo común de la patria, en el mundo
en general la humanidad está desarrollando una frater­
nidad de hombres por la unión de cada uno a través del
creciente lazo común de la tierra. Por tanto no podemos
soslayar la cuestión: ¿ estamos en un proceso de desarrollar
una idea social más vasta que la nacionalidad subyacente ?
(Semple, 1 9 1 1 : 68)

La tierra ofrecía pues una base sólida para una teoría de


progreso. Y como la civilización implicaba una creciente
explotación de las ventaj as naturales y relaciones más estre­
chas entre la tierra y la gente, era erróneo que los humanos
pudieran emanciparse del control de la naturaleza al desa­
rrollarse. Al contrario, al disminuir la fuerza de cada depen­
dencia concreta de la naturaleza el hombre multiplicaba su
cuenta general: «Al ser más numerosos sus lazos, también se
convierten en más flexibles» (Semple, 1 9 1 1 : 70; cf. Ripley,
1 899: 1 0- 1 3).
En todo ello, Semple permaneció dentro de un marco
naturalista, rechazando reconocer las diferencias fundamen­
tales entre lo humano y otros procesos evolucionistas. Su

1 49
discurso también llevaba implícito el misticismo natural que
ya estaba presente en la teoría geopolítica de Ratzel. Además
de «estimular», «promover» y «desarrollar» las cualidades
humanas, la naturaleza también «conspiraba» y «atraía» a
la gente hacia ciertos tipos de acciones. Como afirmó en su
pasaj e más citado:

·, El hombre es un producto de la superficie terrestre. Ello


quiere decir que no solo es un hijo de la tierra, polvo de
su polvo, sino que la tierra le ha mimado, alimentado, le
ha encomendado tareas, dirigido sus pensamientos, le ha
enfrentado a dificultades que han fortalecido su cuerpo y
afilado su ingenio, le ha creado problemas de navegación
o de irrigación, y al mismo tiempo le ha insinuado su so­
lución. Ella ha entrado en sus huesos y sus tejidos, en su
mente y en su alma. (Semple, 1 9 1 1 : 1 )

¿ La conciencia humana refleja y la acción humana sigue


el propósito de la naturaleza ? Esto es lo que Semple sugería
constantemente, con frases como «dirigía sus pensamientos»,
«afilaba su ingenio», «entraba en . . . su mente y su alma», «le
creaba problemas». Licencias poéticas que, sin embargo, le
permitían sugerir lo que de otro modo hubiera sido inmedia­
tamente descartado por no científico. Consiguió así fusionar
la ciencia evolucionista con el misticismo natural en una teoría
que legitimaba lo inexcusable en la historia. El dominio de al­
gunos pueblos sobre otros se atribuía a una fuerza sobrehuma­
na - la voluntad de la naturaleza, tal como se expresaba en la
diversidad de capacidades ambientales, las habilidades raciales,
y las mentalidades.
En otras partes, en su tercer y cuarto temas, intentaba
análisis más directamente «científicos » sobre los efectos
exactos del medio sobre la psique y la conciencia huma-

1 50
n a . Semple entendía las influencias geográficas ej ercidas
so bre los humanos de una manera similar (lamarckiana) a
la de su acción sobre todos los seres: «Ciertas condiciones
g eog ráficas, más visiblemente las climáticas, ej ercen ciertos
estímulos a los que el hombre, al igual que los animales in­
feriores, responde con una adaptación de su organismo a ese
m edio» (Semple, 1 9 1 1 : 22). Como buena neolamarckiana,
encontraba que los efectos psicológicos eran más variados
e importantes que los efectos físicos. De modo general, los
efectos psicológicos eran interpretados como las caracterís­
ticas mentales, permanentes o duraderas, de las razas -lo
que ella normalmente llamaba diferencias en el «punto de
temperamento» de la gente. Su punto de vista metodológico
en lnfluences pronto olvidó esa relación, dejando el efecto
psicológico directo sobre el medio como un asunto de con­
jetura. En la práctica, no obstante, a lo largo de su discurso
empírico, jugó un papel extremadamente importante, una
creencia en las «energías mentales » y los «temperamentos»
diferentes de los grupos étnicos y raciales. Como afirmó en
un momento dado:

No cabe duda acerca de la influencia del clima sobre el


temperamento de la raza, tanto como efecto directo como
indirecto . . . En general hay una estrecha correspondencia
entre el clima y el temperamento. Los pueblos de la Europa
septentrional son enérgicos, prudentes, serios, reflexivos
más que emocionales, cautelosos más que impulsivos. Los
meridionales de la cuenca mediterránea subtropical son
despreocupados, carentes de previsión excepto en caso de
necesidad apremiante, alegres, emocionales, imaginativos,
cualidades todas ellas que entre los negros del cinturón
ecuatorial degeneran en graves fallos raciales. (Semple,
1 91 1 : 620)

151
Como Ratzel, Semple creía que los humanos habían na­
cido en los trópicos pero se habían desarrollado en la zona
templada, donde la naturaleza les obligaba. Aquellas razas que
permanecieron en los trópicos, con pocas excepciones, sufrie­
ron un desarrollo atrofiado («su vivero les mantuvo como ni­
ños»), un efecto que ella extendía por lo menos a los europeos
que vivían en tierras cálidas y húmedas.
Más allá del «temperamento racial» derivado de la naturale­
za, los efectos psíquicos incluían reflexiones sobre el medio en
«la religión del hombre y su literatura, en sus modos de pen­
samiento y sus figuras retóricas» -es decir, en los contenidos
específicos de la cultura (Semple, 1 9 1 1 : 40). Para Semple, había
una relación directa entre el medio y la cultura; así, la mitología
de los polinesios era calificada de «eco» del océano que los ro­
deaba, el infierno de los esquimales era un lugar de frío intenso,
el de los judíos un lugar de fuego eterno. Una versión más sofis­
ticada, mediatizada, de los orígenes de la mitología llegó luego
en su Geography of the Mediterranean Region (1 933). Las reli­
giones primitivas, señalaba, representan los primeros esfuerzos
del hombre no instruido por explicar el mundo externo. Había
mitologías que expresaban las condiciones naturales en la tierra
natal de la gente. Los dioses eran concebidos como representan­
tes de las fuerzas de la naturaleza y la geografía proporcionaba la
arcilla con la que eran modeladas las deidades. Grupos de religio­
nes con características comunes crecieron en regiones naturales
bien definidas como la cuenca mediterránea donde la frecuente
amenaza de sequía, la incapacidad de la gente para entenderla
en términos meteorológicos, y la desesperanza resultante ante la
fuerza abrumadora de la naturaleza, se confabularon para unir
lluvia y religión en la mentalidad antigua. Los principales dioses
bajo las condiciones climáticas del Mediterráneo se convirtieron
así en dioses con el poder de conceder o negar el agua para la vida
del cielo (Semple, 1 933: 495-5 1 1 ).

1 52
Los humanos eran sujetos pasivos ante esta influencia
ambi ental directa en las primeras fases de desarrollo. Cuando
deve nían más activos, las influencias indirectas que «moldea­
ban su mente y su carácter por medio de su vida económica y
so cial» se convertían en más importantes. Pero como hemos
visto, la vida social tenía tan poca autonomía que su inter­
m ediación raramente interrumpía la influencia directa de la
Naturaleza, y la falta de una dinámica social definida permitía
que la historia fuera interpretada en términos naturalistas. Este
defecto en el razonamiento de Semple derivaba de la continua­
da influencia de la analogía orgánica. Cuando las limitaciones
de la analogía se hacían evidentes, el misticismo natural era
añadido poéticamente como compensación. Era necesario que
fuera así. La función de la teoría geográfica de la historia era
legitimar la expansión espacial de los poderes imperialistas do­
minantes como predestinada naturalmente. Esta legitimación
era especialmente importante para Semple cuando el liderazgo
expansionista pasó a un poder en el nuevo mundo -unos
Estados Unidos jóvenes, agresivos y activos.

Las condiciones geográficas de la historia


americana

American History (1 903) examinaba la influencia del medio


natural en el curso de la historia de los Estados U nidos. Las
categorías «científicas» de su argumentación eran las carac­
terísticas raciales y culturales originales de los europeos,
especialmente los anglosajones, y el poder transformador de
las condiciones geográficas norteamericanas. Europa era un
continente altamente articulado de regiones protegidas, con­
finadas, donde la densidad de población y la intensidad de la
vida socioeconómica permitió un desarrollo temprano de un
sentido de Estado. Los inmigrantes europeos a los Estados

1 53
Unidos llevaron consigo «su mejor capital en los elementos
de civilización europea. Como exponentes de esta civilización,
representaban las fuerzas de la herencia» (Semple, 1 903: 337).
Una interacción adicional, pues, tenía lugar entre la raza y las
características especiales del lugar de América del Norte; «las
condiciones geográficas, en los efectos acumulativos de su ac­
ción directa e indirecta, devenían factores tan fuertes que eran
determinantes incluso para la férrea energía de la raza anglo­
sajona. Un pueblo menos vigoroso difícilmente habría podido
responder a las influencias educativas de este medio concreto
(Semple, 1 903: 226; véase también Semple, 1 90 1 ). Las diferen­
cias en las condiciones geográficas rápidamente diferenciaban
los colonos del grupo inicial; Semple creía que había una co­
nexión directa entre el clima, el suelo, la economía, y las ideas
sociales y políticas en Norteamérica. En particular, el estrecho
contacto con la naturaleza en la frontera hacía jóvenes a los
americanos, mientras que la sociedad inglesa se rehacía de una
forma puramente democrática:

El aislamiento y las condiciones de vida salvaje dejaron


una huella parecida en todos. La igualdad de oponuni­
dades y recursos, la coincidencia de trabajos y peligros, y
la simplicidad impuesta sobre todas las clases excluidas, y
en el vigor, empuje e independencia del desarrollo masivo.
(Semple, 1 903: 8 1 -82; cf. Turner, 1 962)

La característica más distintiva de las condiciones antropo­


geográficas americanas, la abundancia de tierra libre, tuvo así
un efecto estimulante, fomentando el espíritu de democracia
y juventud en toda la nación. Aunque las mismas condiciones
hubieran actuado de modo diferente sobre los indios ameri­
canos ( ¡ a pesar de la «inmutabilidad de la naturaleza» !). El
tamaño y aislamiento del continente, la falta de un medio geo-

1 54
g r áfico propicio habrían mantenido a los indios en el salvajis­
mo o en los estadios inferiores del barbarismo. Con una escasa
p ob lación y una débil tenencia de la tierra, ello significaba
so lo un leve obstáculo para el avance de los angloamericanos.
Además, hacia el sur las razas latinas tenían una limitada capa­
cidad para el liderazgo, y en el caso particular de México, los
españoles originales se habían debilitado por su absorción en
la población nativa. Semple concebía todo esto como la base
de una ciencia exacta de la expansión. Al describir el proceso
constante de colmatación de la frontera (a expensas de las ha­
bitantes originales), ella estaba simplemente investigando «una
frontera más científica» . Hacia el oeste, el Pacífico era la única
«frontera absoluta»; hacia el sur el río Gila «representaba un
avance de una frontera acientífica a una científica» (Semple,
1 903: 235-236).
El único competidor peligroso en la lucha por el espacio
norteamericano, Gran Bretaña, estaba ocupado en otros luga­
res, siendo su base canadiense demasiado periférica y el clima
septentrional demasiado severo para permitir la densa pobla­
ción necesaria para la fuerza geopolítica. Nada podía evitar,
por tanto, la realización del «destino manifiesto» (derivado
de la naturaleza) del pueblo americano para ocupar el conti­
nente de océano a océano (Semple, 1 903 : 224 ). La siguiente
cuestión para los señores de la lucha por el espacio era cómo
utilizar en el futuro su fuerza adquirida. El país miró hacia
el sur. Las islas del Caribe serían las siguientes en caer en el
dominio político; «esto es lo que podríamos llamar la ley de
gravedad político-geográfica» (Semple, 1 903 : 403). Semple
esperaba que el gran imán de la naturaleza finalmente arras­
traría los fragmentos insulares hasta el poder del continente
y esperaba el día en que su localización en el «Mediterráneo
americano» sería explotada por los Estados Unidos al límite
de sus posibilidades.

1 55
El mismo tipo de geopolítica era de aplicación a la cuenca
del Pacífico la cual, sin embargo, sería explotada sobre la base
de las posiciones ya establecidas en el Atlántico. Semple ( 1 903 :
42 1 ) enunciaba el principio científico de que «aquellos países
que tuvieran un punto de apoyo en ambos océanos tenían
ventaja ; y su fuerza potencial estaría en proporción a la lon­
gitud y proximidad de sus dos frentes oceánicos y la inventiva
de sus hinterlands respectivos». Ella evaluaba las desventajas
geográficas y raciales de los poderes en competencia - China
dominada por gente nómada, demasiado aislada y no vitaliza­
da por el Atlántico; el Japón, falto de extensión y de población;
Canadá, aunque de sangre anglosajona, demasiado septentrio­
nal. Señalaba las ventajas de las posesiones estadounidenses en
las Filipinas y Samoa. «La gravedad política» llevó a las islas
de Hawai a la dominación de los Estados Unidos, mientras
que una cadena de sucesos históricos «sobre todo geográficos
en sus causas, determinó que las Filipinas fueran el canal de la
influencia americana al este» (Semple, 1 903: 430, 433 ) . Su libro
terminaba con una nota de fervor nacionalista, alabando las
cualidades de la naturaleza en Norteamérica y las cualidades
raciales derivadas del entorno de la rama americana de los
anglosajones, en una ávida anticipación de la consecuencia de
preeminencia política de los Estados U nidos en el Pacífico, «el
océano del futuro».
Los escritos de Semple tuvieron un atractivo inmediato
para las fuerzas sociales dominantes de su tiempo; como afirma
Colby ( 1 933: 233), American History fue «ampliamente leído y
debatido». Ella explicaba la superioridad nacional en los nuevos
términos de la «ciencia» natural, concretamente al proporcionar
una versión ambiental del «racismo científico». Proporciona
una nueva versión del destino manifiesto al atribuir la expansión
estadounidense a la predestinación natural: «El liderazgo de los
Estados Unidos en la enunciación de la Doctrina Monroe tiene

1 56
su base última en las condiciones geográficas» (Semple, 1 903:
237). 18 Ella excusaba las acciones sangrientas que conllevaba la
exp ansión como la difusión de un orden más alto de civilización
y e l establecimiento de una «vanguardia científica». Ocultaba
la naturaleza de clase del capitalismo estadounidense bajo una
ap ariencia de avanzadilla democrática. Si Turner y Mahon no
hubieran hablado ya mucho de ello, Semple habría sido la en
vez de una ideóloga del primer período imperialista de los
Estados Unidos. Tal como fue, ella orientó la geografía norte­
americana hacia una dirección ambientalista/evolucionista. Pero
antes de entrar en ello, debemos detenernos a criticar con ma­
yor detalle toda la posición intelectual y política adoptada por
Spencer, Ratzel, Sernple y la geografía determinista ambiental de
principios del siglo XX.

Una crítica marxista

El capitalismo y el imperialismo fueron objeto de un segundo


análisis, el materialismo histórico de Marx, Engels y Lenin.

1 8. Como señala Smith ( 1 984: 1 1 ), la naturaleza llegó a ser no solo el texto de


Dios, sino Dios mismo en el •naturalismo cristianizado• del siglo XIX. La ideología
del destino manifiesto, afirma, estaba basada en esta fundación filosófica. Creo que,
sin embargo, al avanzar el siglo, Dios fue dejado atrás como causa original, mien­
tras que para autores como Semple devino la causa crecientemente efectiva. He su­
gerido que, en Semple, incluso podemos ver la idea de una «naturaleza consciente•.
Como el lenguaje utilizado para describir esto es siempre (necesariamente) poético,
es difícil adivinar la proporción exacta de divinidad y naturalismo. Sí se encuentra
en Semple, no obstante, la creencia de que la naturaleza sabe más que los humanos.
Así, en una elogiosa explicación del imperialismo japonés, en la que sus métodos
coloniales son descritos como «animados por un espíritu inteligente y bondadoso
para proteger a los nuevos sujetos de Japón y para desarrollar los recursos de las
recién adquiridas tierras•, también leemos que cla política de Japón no deja margen
para ciertas fuerzas naturales que ven más el futuro del desarrollo nacional que el
más inteligente de los gobiernos• (Semple, 1 9 1 3 : 255). Nótese también que, sobre
la b ase de un análisis de recuento de palabras, Hawley ( 1 968) sostiene que la natu­
ra lez a asumió un papel activo en los escritos de Semple a partir de 1 9 1 1 .

1 57
Aparte de ciertos aspectos de la crítica de Febvre ( 1 925) al deter­
minismo ambiental,19 la geografía estaba al margen de esta alter­
nativa, pese a que una versión bastante completa estaba disponi­
ble en la brillante exposición de Wittfogel ( 1 929).20 La geografía,
por tanto, ha tenido una tendencia continuadá a infravalorar o
malentender la sociedad que intercede entre la naturaleza y lo
humano. Y eso que el efecto de la naturaleza en los humanos
está siempre mediado por la sociedad: los efectos naturales va­
rían con el nivel y la forma de organización social. Además,' el
contexto natural está modelado por la actividad social: los hu­
manos están crecientemente condicionados por lo que, colectiva
e históricamente, han hecho de la naturaleza -es decir, por una
«segunda naturaleza»; Una explicación de las relaciones entre el
mundo natural y la vida humana requiere así «una teoría social
elaborada o al menos algunas suposiciones sobre el proceso his­
tórico de desarrollo social» (Dunford y Perrons, 1 983: 66). En el
materialismo histórico, esta teoría es proporcionada por el con­
cepto de Marx de actividad productiva social. El trabajo social
proporciona el eslabón perdido entre la naturaleza externa y las
cualidades internas de los seres humanos:

1 9. Febvre ( 1 925: 236-237, 367) sostenía que la conformación del género hu­
mano por las condiciones naturales debía tratarse como los humanos haciéndose a
sí mismos a través del trabajo. O más generalmente, el ser humano estaba dotado
de una actividad de su propia capacidad de crear y producir nuevos efectos, con lo
que es el fin de la determinación en el sentido real de la palabra•, es decir, «no hay
necesidades sino posibilidades por todas partes•.
20. En la importante reformulación de Marx por Wittfogel ( 1 929), la natu­
raleza objetiva de la Naturaleza determina la dirección seguida por la actividad
productiva al proporcionar materiales naturales y, más importante, las fuerzas na­
turales de producción. Como diferentes organismos sociales encuentran diferentes
medios en sus entornos, sus modos de producción son diferentes -por ejemplo,
las variaciones ambientales fueron el origen del desarrollo social multilineal. Ello
llevó finalmente a Wittfogel (1 957) a que su concepción cuasi-marxista de «despo­
tismo oriental• estuviera fundada, como el modo de producción asiático de Marx,
en la necesidad condicionada ambientalmente de irrigación y, por tanto, los prime­
ros desarrollos del Estado despótico en las organizaciones sociales hidráulicas.

1 58
La teoría de Marx de las relaciones entre la producción
so ci al y el medio ha sido ampliamente discutida en otros luga­
res (Prenant, 1 943; Schmidt, 1 9 7 1 ; Timpanero, 1 975; Parsons,
1 97 7; Burgess, 1 978; Walker, 1 979; A. Sayer, 1 979; Smith y
O'Keefe, 1 980; Quaini, 1 982; London Group, 1 983; Smith,
1 9 84). Para el fin que nos ocupa, es más relevante una com­
p aración del materialismo histórico de Marx con el enfoque
organicista natural. Ello nos dará la oportunidad de criticar
el darwinismo social y el determinismo ambiental de la única
forma aceptable -desde la sólida posición de una perspectiva
alternativa.

Generalización histórica

El darwinismo social fue toda una manera de entender el mun­


do. Perseguía el descubrimiento de un conjunto de principios
naturales que fueran aplicables tanto al mundo natural como
al humano-social. La historia de la humanidad a la que daba
resultado era vista en términos de una evolución orgánica eter­
na. Sus generalizaciones la hicieron atractiva intelectualmente
para una mente burguesa impresionada por la ciencia natural,
mientras que la misma cualidad le dio importantes funciones
legitimadoras. Aunque cuando el hechizo sociobiológico se
rompió por el curso de los acontecimientos científicos y so­
ciopolíticos, la naturaleza dogmática de sus generalizaciones
hizo que el determinismo ambiental se volviera de golpe poco
convincente mientras que la geografía, por reacción, se movía
en la dirección de una idiosincrasia idiográfica incluso más
acientífica en los años 1 930 y 1 940.
En el materialismo histórico, en comparación, había una
distinción entre los niveles históricos y transhistóricos de la
teo ría y las categorías analíticas (D. Sayer, 1 979; Gibson y
Horvath, 1 984). Todas las épocas históricas tienen ciertas ca­
r acterísticas comunes. Cuando «son filtradas por la compara-

1 59
ción», pueden separarse los «elementos que no son generales ni
comunes», de modo que las diferencias esenciales permanezcan
cuando las dos se combinan en afirmaciones generales (Marx,
1 973 : 85 ). Para Marx, la similitud transhistórica surge de las
relaciones que todos los individuos humanos deben tener: una
relación con la naturaleza, especialmente como apropiación o
propiedad, que le proporciona la base material de l a existencia;
y una relación con otros, como en las relaciones sociales de
producción, que aseguran la continuación y permite la mejora
de la existencia material. Pero la relación con la naturaleza está
siempre mediatizada por la pertenencia individual a un grupo
social definido que ocupa un territorio determinado. Así, la
apropiación de la naturaleza tiene lugar dentro y a través de
una farma histórica específica de sociedad. Ello lleva a Marx
( 1 973: 471 -5 1 4) a un análisis de la formas sociales de la historia
humana y de las diferentes relaciones de propiedad o maneras
de apropiarse la naturaleza que las caracterizan (Peet, 1 9 8 1 ).
Las generalizaciones sobre las relaciones ambientales se hacen
dentro de esta metodología histórica particular -como parte
de una ciencia de la historia social más que natural.

La estructura de la sociedad

En la elaboración del análisis sociobiológico, la analogía entre el


organismo y el organismo social jugaba un papel fundamental.
Las comparaciones analógicas entre lo teorizado y lo que estaba
en gran parte sin teorizar pueden crear avances en la compren­
sión; pero estos avances pueden darse en direcciones equivoca­
das, especialmente bajo circunstancias sociopolíticas que favo­
recen determinados tipos de analogía como la base de teorías
de legitimación. De modo más general, no obstante, la analogía
es un mecanismo metodológico burdo, incapaz de aportar un
análisis de las diferencias esenciales entre grupos de fenómenos.
En este caso, la analogía orgánica se mostró incapaz de propor-

1 60
cionar un análisis científico de la conciencia humana, que en el
caso de Semple era una mera versión aceptada, localizada, de la
voluntad de la naturaleza. Además, la analogía reducía la estruc­
tura social a un conjunto de funciones biológicas y hacía de la
localización una cuestión puramente de determinación natural.
Las deficiencias de esta «sociología» burda, naturalista, funcio­
nal-estructural que inició Spencer, devinieron especialmente
obvias cuando se «explicaba» la dinámica del organismo social.
Simplemente se desarrolló cuando podía de modo natural en
las condiciones de competencia imperantes. Además, las dife­
rencias regionales en el desarrollo histórico solo podían ser ex­
plicadas por variaciones raciales en las capacidades, implantadas
directamente por factores ambientales naturales. De modo que,
a medida que el siglo XIX llegaba a su fin, lo que empezó como
materialismo geográfico se vio forzado al idealismo geográfico,
el misticismo natural, y la pseudociencia de la raza. Además, en
el siglo XX, incluso los aspectos científico-evolucionistas del
trabajo de Ratzel y de Semple se perdieron, los frecuentes saltos
daban lugar a un racismo simplista y torpe, con afirmaciones
que no han estado a la altura científica de la geografía:

Allí donde los negros son mayoría [en América Latina]


han quedado, en su mayor parte, atrasados. Son propen­
sos a ser pueriles, inactivos e indiferentes al progreso.
Viviendo en las tierras tropicales de América Latina, don­
de la naturaleza es generosa para satisfacer sus necesidades
inmediatas, tienen pocos estímulos para el esfuerzo a pesar
de que la esclavitud ya haya pasado. Forman un elemento
de difícil asimilación en una economía basada en los estilos
de vida europea (Fleure et al., s.f.: 1 94).

U na afirmación como ésta, tomada de un libro de texto


e dit ado por prominentes geógrafos británicos y dirigido a es-

161
colares, no solo es el resultado de la aberración de su propio
autor sino de la adhesión a una forma de análisis que acentuaba
las cualidades naturales del ser humano. Al igual que el estudio
de los efectos naturales de los medios regionales, el racismo era
la versión geográfica de esa teoría. Los naturalistas de orienta­
ción regional se vieron forzados al racismo como la base de la
explicación social.
El materialismo histórico también aspira a la ciencia. A
diferencia de Spencer, sin embargo, empieza con una versión
específicamente humana de la relación con la naturaleza como
apropiación y transformación a través del trabajo consciente.
Marx trata esta relación en su afirmación más general (trans­
histórica) sobre el proceso de trabajo humano:

El trabaj o es, ante todo, un proceso entre el hombre y


la naturaleza, un proceso mediante el cual el hombre,
mediante sus propias acciones, interviene, regula y con­
trola el metabolismo entre él mismo y la naturaleza. Se
enfrenta a los materiales de la naturaleza como una fuer­
za de la naturaleza. Pone en acción las fuerzas naturales
que pertenecen a su propio cuerpo, sus brazos, piernas,
cabeza y manos, para apropiarse de los materiales de la
naturaleza de forma que se adapte a sus propias nece­
sidades. A través de este movimiento, actúa frente a la
naturaleza externa y la cambia, y de este modo simul­
táneamente cambia su propia naturaleza. Desarrolla las
potencialidades adormecidas en la naturaleza, y se some­
te al juego de sus fuerzas para su propio poder soberano.
(Marx, 1 976: 283)

La conciencia humana, para Marx, es una potencialidad


natural desarrollada a través del proceso de trabajo social y
estructurada por las características de ese proceso. El propó-

1 62
si to de la conciencia guía pues las siguientes interacciones con
la na turale za:

U na araña realiza operaciones que se parecen a las de un


tejedor, y una abeja haría avergonzar a más de un arquitec­
to humano por la construcción de las celdas de un panal de
miel. Pero lo que distingue al peor arquitecto de la mejor
de las abejas es que el arquitecto construye las celdas en su
mente antes de construirlas en cera [es decir, en forma de
modelo]. Al final de cada proceso de trabajo, se produce
un resultado que ha sido ya concebido de entrada por el
trabajador, de modo que ya existía idealmente. El hombre
no solo ejerce un cambio en la forma de los materiales de
la naturaleza; también realiza su propio propósito en esos
materiales. (Marx, 1 976: 284)

Para Marx, hay una diferencia fundamental entre las ac­


tividades humanas y otras actividades naturales, expresada
en la frase (modificada) «los humanos se hacen a sí mismos» .
Los humanos son capaces colectivamente de controlar las
condiciones de su existencia de modo que ya no están bajo la
determinación directa de las fuerzas naturales. Ello cambia el
sentido del análisis pertinente desde la naturaleza externa a las
características sociales internas -es decir, al modo en que las
colectividades humanas (sociedades) están organizadas y con­
troladas. Para Marx, el nivel de desarrollo de las fuerzas pro­
ductivas y las relaciones de producción determinan la estruc­
tura global de la sociedad. La conciencia se acumula a partir de
experiencias históricas condicionadas socialmente, aunque en
escenarios naturales diferentes. La expansión geográfica es el
resultado no de un impulso natural o de un aumento natural de
los efectivos sino de las contradicciones sociales de un modo
de producción histórico concreto.

1 63
Esta última cuestión recorre la filosofía social del siglo XIX
como una corriente de fondo poco popular. Puede encontrarse
en Hegel, von Thünen, y Marx (Harvey, 1 98 1 }. Bajo las con­
diciones imperialistas de finales del siglo XIX y principios del
XX, se desarrollaron diversas versiones en la literatura radical.
Basándose en el pensamiento liberal crítico, Lenin ( 1 975)
puso el acento en la superabundancia de capital que forzó
la adquisición de colonias en una lucha nacional intercapita­
lista por el control del mundo que culminaría en la Primera
Guerra Mundial. Luxemburg ( 1 95 1 } apuntó a la necesidad de
mercados externos y por tanto una tendencia del capitalismo
a capturar y a disolver las sociedades no capitalistas del mun­
do. Otros escritores marxistas han remarcado las necesidades
de la sociedad de recursos y trabajo adicionales por parte de
los poderes imperialistas dominantes (Brewer, 1 980). El tema
común de estas teorías es la necesidad social, más que natural,
de la expansión imperialista. Por tanto, el análisis adecuado es
social y económico más que biológico. El propósito social es el
producto de las decisiones de clase tomadas con fines de clase
determinados, más que la voluntad de la naturaleza manifesta­
da en las diversas propensiones y capacidades.

Conciencia

Abordando la dimensión más difícil de la ciencia social, el


marxismo sostiene que el modo de producción y no directa­
mente el medio natural es el origen primario de la conciencia.
Reconocerlo hace posible contemplar el descubrimiento de le­
yes científicas sociales del desarrollo del pensamiento. Cuando
la existencia humana estaba dominada por una dependencia
inmediata de la naturaleza (en un nivel bajo de desarrollo de
las fuerzas productivas), la conciencia estaba de modo similar
dominada por la naturaleza. Marx ( 1 976: 1 73) especifica la for­
ma de dominación como la deificación de las fuerzas natura-

1 64
les. En los «organismos sociales de producción antiguos», las
limitaciones reales (naturales) sobre la acción humana estaban
re fl ejadas en el «antiguo culto a la naturaleza» . Al aumentar
la fuerza productiva humana, surgió la posibilidad para una
interpretación científica de la naturaleza. Pero la conciencia
estaba también determinada por las relaciones sociales de
producción. Las relaciones de dominio de clase requieren que
incluso la teoría natural esté socialmente legitimada --de ahí,
el énfasis inicial de Darwin en la competencia en la natura­
leza. La liberación potencial de la conciencia de la opresión
religiosa y mística fue, por tanto, solo realizada parcialmente
(Peet, 1 985). La mayoría de científicos naturales retuvieron las
teorías religiosas y místicas en una poco fácil alianza con su
ciencia. El entendimiento social en particular estaba necesaria­
mente mistificado.
El materialismo histórico no niega la base biológica del ser
humano (Timpanero, 1 975) o del proceso de evolución natu­
ral; de hecho, Marx quería dedicar El Capital a Darwin. Lo
que propone en su lugar es la adición de una dimensión espe­
cíficamente social al análisis natural; el trabajo social dirigido
concientemente marco una nueva era en la historia de la evo­
lución. La reproducción material forma la base de la sociedad.
La dialéctica de la lucha social es su dinámica. El materialismo
dialéctico aspira así a una ciencia social de la existencia y el
desarrollo humano.

La tra y ectoria de una disciplina

El interés de la disciplina por las relaciones humanos-medio es


anterior a Ratzel y Semple (Hartshorne, 1 939: 39- 1 0 1 ), al igual
que el uso de analogías orgánicas en geografía (Stoddart, 1 967:
5 1 4-5 1 8). Sin embargo, la definición de la geografía como la
c ie ncia de las relaciones humanos-medio, con el uso de la

1 65
analogía orgánica para iluminar esta relación científicamente,
pertenece al último tramo del siglo XIX y principios del XX.
Este enfoque no fue el resultado exclusivo ni siquiera principal
de la dinámica interna del desarrollo de la geografía, sino de los
descubrimientos de la biología evolucionista y de la urgente
necesidad de una teoría que legitimara las relaciones sociales
capitalistas, la lucha entre sociedades, y la expansión geopolíti­
ca en una época imperialista.
Un modo de conocimiento teórico completamente di­
ferente relacionado con los orígenes y el desarrollo de la
vida humana creció dentro del capitalismo haciendo añicos
los viej os modelos de la tierra y sus habitantes que habían
sido apropiados para formas sociales anteriores. Incluso las
versiones burdas de la nueva ciencia burguesa eran suficien­
tes para vencer lo viejo en disciplinas como la sociología y
la geografía, que estuvieron dominadas por el naturalismo
evolucionista durante la segunda mitad del siglo XIX. Pero
más que la formulación de Darwin, fue la analogía orgánica
de Spencer y la concepción de Lamarck de la adquisición
directa de características del medio las que desempeñaron
el papel principal en la geografía. La antropogeografía de
Ratzel era una versión espacial de la teoría del organismo
social. El determinismo ambiental de Semple, el paradigma
dominante de la geografía angloamericana de finales del siglo
XIX y principios del XX, sacaba su inspiración intelectual de
la corriente de pensamiento biológico, y especialmente social
darwinista, que se extendió en las ciencias sociales en las dé­
cadas post-Darwin.
La adhesión a este paradigma no fue el resultado solo
de su poder de persuasión científica. La era de la hegemonía
intelectual de la biología fue también la era de la expansión
imperialista y creciente conflicto entre sociedades. Desde una
posición marxista, estos procesos pueden entenderse cientí-

1 66
fica mente en términos de las contradicciones inherentes de
u na sociedad histórica concreta -la necesidad de conquistar
a ot ros proviene de la necesidad de mantener y expandir una

so ciedad basada en clases. Desde una posición darwinista


social, en comparación, la expansión y la competencia eran
contempladas como características naturales de todos los
organismos, como momentos necesarios en la evolución
hacia un nivel superior de civilización. (Aquí encontramos
un vestigio de una concepción religiosa de la naturaleza. Al
examinar la naturaleza, se podía adivinar no solo los efectos a
largo plazo de las fuerzas puramente materiales sino también
obtener el mejor indicio de la voluntad de Dios -lo que era
natural también era moral). Lejos de producir una teoría crí­
tica del imperialismo, el uso predominante del pensamiento
naturalista fue legitimar el poder expansionista de los más
adaptados. El papel de la geografía en la formación de esta
ideología fue el de explicar la adaptación en los nuevos térmi­
nos «científicos» de causación ambiental -de ahí, la atención
de la disciplina en los determinantes geográficos de la socie­
dad y la historia.
Los problemas inherentes a esta «ciencia» darwinista so­
cial surgían de su incapacidad para comprender las profundas
diferencias entre los seres humanos y el resto de la naturaleza.
Estas residen en la intrincada naturaleza social y el poder pro­
ductivo del proceso de trabajo humano y el desarrollo de una
conciencia que permite que este proceso sea autodirigido. En
el caso de los humanos, por tanto, la determinación natural está
reb atida por la determinación social. La teoría natural debe ser
corregida para incluir una ciencia social específicamente hu­
mana. La analogía orgánica se mostró inherentemente incapaz
de proporcionar la base para una teoría así, pese a lo cual se
mantuvo porque era una herramienta metodológicamente útil
en la teoría de la legitimación. Esta incapacidad inherente llevó

1 67
a la «ciencia» sociobiológica en la dirección del misticismo
natural: el motor subyacente de la historia se convirtió en la
fuerza activa de una naturaleza consciente. En ausencia de una
teoría adecuada de los orígenes sociales de la conciencia y el
propósito humano, los darwinistas sociales se vieron forzados
a mantener una creencia en una conciencia sobrehumana para
explicar la dinámica de la historia.

Geografía cultural

El determinismo ambiental devino cada vez más socialmente


disfuncional en los años 1 920 después de que los principales
asuntos de la dominación imperialista del mundo se hubieran
zanjado con la Primera Guerra Mundial.21 Al mismo tiempo,
estaba sujeto a la crítica académica teórica. Seguiré aquí una
parte de esa crítica en la geografía cultural estadounidense.
Barrows ( 1 923: 2; Koelsch, 1 969) inició una tibia crítica desde
dentro de la escuela ambientalista señalando que las relaciones
entre los humanos y el medio debían verse desde el punto de
vista de la adaptación humana ya que era «más fácil que esta
diera lugar al reconocimiento y adecuada evaluación de todos
los factores implicados, y especialmente, minimizara el peligro
de conceder una influencia determinante que no tienen a los
factores ambientales. Sauer ( 1 963: 320) prosiguió con la argu­
mentación más contundente de que la transposición de una
ley divina a una ley natural omnipotente había causado que
«la adhesión entusiasta a la fe de la causación» sacrificara sus
preocupaciones iniciales en nombre de un «riguroso dogma de
cosmología naturalista, más notablemente en la fisiografía y

2 1 . Sin embargo, una geopolítica ambientalista mantuvo su poder, tanto en la


sociedad como en la disciplina de la geografía, donde los movimientos imperialistas
y expansionistas habían sido mayormente frustrados: Alemania (Dorpalen, 1 942)
y Japón (Takeuchi, 1 980).

1 68
antropogeografía norteamericana» . Como él mismo añadiría
más tarde, «la ley natural no es de aplicación a los grupos so­
cia les» (Sauer, 1 963: 359). En lugar de ello, lo que los humanos
hacían en un área implicaba el papel activo de la cultura en
el modelado del paisaje {Sauer, 1 963: 343). La naturaleza solo
p roporcionaba los materiales que establecían los límites den­
tro de los que quedaban muchas posibles opciones. La adapta­
ción podía ser ayudada por las «sugerencias que el hombre ha
obtenido de la naturaleza, quizá por una proceso imitativo, en
buena medida subconsciente» (Sauer, 1 963 : 343). Pero también
era el producto de hábitos adquiridos o inventados, habilida­
des aprendidas que se difundieron por el espacio. Finalmente,
lo humano se convirtió en el «dominante ecológico», una
fuerza que «afectó el curso de la evolucion orgánica» (Sauer,
1 956: 49).
La crítica de Sauer desempeñó un papel central para acabar
con el determinismo ambiental como la teoría hegemónica de
la geografía e inició una redefinición como «ciencia social, in­
teresada por . . . la diferenciación espacial» (Sauer, 1 924: 1 7). La
cuestión, no obstante, es si Sauer proporcionó una alternativa
teórica adecuada para la geografía. Cosgrove ha criticado a
Sauer por no proporcionar una teoría concreta de la emer­
gencia y la naturaleza de la cultura; tanto Vidal de la Blache
como Sa�er, señala, veían a la cultura como «especies de mera
inventiva humana» (Cosgrove, 1 983: 3). Así, Sauer { 1 969: 2-3):
«El hombre comió el fruto del Árbol del Conocimiento y por
tanto empezó a adquirir y transmitir el aprendizaj e, o 'cultu­
ra' . . . De vez en cuando, surgía una nueva idea en algún grupo
y se convertía en habilidad e institución». Estaría de acuerdo
con Cosgrove en que, para la geografía cultural, era difícil una
teoría de la conciencia no mística. Como resultado, la geogra­
fía cultural fue incapaz de establecer una base filosófica segura
para la comprensión del uso humano de la tierra y ha mostrado

1 69
una tendencia continuada a degenerar en un eclecticismo pro­
vinciano. 22

La geografía regional y la geometría espacial

Libre de un efecto disciplinar de una clara función social, con


el determinismo ambiental criticado pero no reemplazado de
modo efectivo, la geografía derivó durante los años 1 930, 1 940
y 1 950 hacia una versión regionalista de lo que a menudo ha
permanecido como una agenda oculta determinista. La conti­
nua influencia de la «geografía clásica» era visible, por ejemplo,
en el diseño de los libros de texto de geografía que «empiezan
con cosas como geología de las rocas y el clima, siguen con la
vegetación y los suelos y terminan con los asentamientos, la
agricultura, la industria y el transporte -una secuencia expo­
sitiva perfectamente lógica en 'términos clásicos' que lo es me­
nos cuando se abandona el punto de vista 'clásico'» (Wrigley,
1 965: 7). La geografía perdió su posición como teoría principal
de legitimación primordial cuando las necesidades urgentes
de la sociedad capitalista viraron de la conquista imperialista
a los problemas sociales internos generados por la falta de una
válvula de seguridad externa que estuviera siempre permane­
ciera abierta. Como Harvey { 1 974b: 2 1 ) señala, el interés del
Estado empresarial moderno por la gestión del crecimiento
económico y la contención del descontento fueron contes­
tados en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial

22. Es sintomático de la influencia duradera de Spencer que Sauer adoptara


lo que Duncan ( 1 980) ha llamado una «teoría superorgánica de la cultura» toma­
da de Kroeber, quien a su vez la había tomado de Spencer como su alternativa al
determinismo ambiental asimismo ¡profundamente influido por Spencer! Con el
tiempo, la tendencia fue a quitar fuerza a los «factores originales» de Spencer (Ja
influencia del medio en las cualidades raciales) y enfatizar sus factores secundarios
( «superorgánicos» ). La misma Semple formaba parte de este cambio de énfasis en
el pensamiento post-spenceriano.

1 70
p or una geografía que crecientemente centró su atención en
l o urbano, lo regional, y la gestión ambiental. A finales de
l os años 1 950 y en los 1 960, el énfasis de la disciplina cambió
drás ticamente a la geometría del espacio como fundamento
te ó rico para las nuevas funciones sociales. Ello también puede
verse, sin embargo, como parte de una reacción interna con­
tra la insolvencia del determinismo ambiental en la teoría y
finalmente en el práctica. Aunque con su supuesto displicente
de una superficie homogénea, la geometría espacial creó un
nuevo dualismo dentro del concepto de ambiente, entre na­
turaleza y sociedad. La analogía con la física, que subyace en
el análisis espacial, se demostró igualmente inaplicable porque
los «átomos» interactivos tienen conciencia y se comportan
de modo imprevisible, a la vez que el espacio no es absoluto
sino re-creado socialmente. La nueva «ciencia» de relaciones
espaciales había perdido el interés original de la geografía por
las siempre cambiantes cualidades de la superficie de la tierra y
con los orígenes del comportamiento humano. Además, como
la disciplina fracasó en encontrar la clave teórica para desvelar
los secretos de su más profunda cuestión (ambiental), cayó en
un embarazoso silencio justo cuando la relación entre socie­
dad y naturaleza entraba en un estado de contradicción y crisis
durante los años 1 960 y 1 970. Lo que debía haber sido el mejor
momento para la geografía fue, en cambio, el momento de su
fracaso absoluto -la disciplina jugó un papel secundario en el
debate ambiental de los años 1 970.

Un a ciencia social de relaciones ambientales

Pero el entendimiento teórico sigue un camino complicado.


Las vías muertas pueden convertirse en nuevos puntos de
arranque o nuevas versiones de caminos abandonados en
la carrera original para emular a la biología. ¿ Qué es lo que

17 1
distingue a los humanos de los animales ? El nivel de concien­
cia que permite a los humanos entender, controlar e incluso
destruir la naturaleza. ¿ Qué caracteriza la independencia
típicamente humana de la naturaleza ? Las fuerzas y las rela­
ciones intrincadamente sociales de producción que se inter­
ponen entre los individuos y el mundo natural. Y finalmente,
¿ cómo están conectados estos dos tipos de particularidades
humanas ? Al actuar sobre la tierra durante la producción de
sus vidas, los humanos no solo transforman la naturaleza ex­
terna sino que encuentran y desarrollan su propia naturaleza
interna. Dilucidar este proceso haría posible una ciencia de
las relaciones humanos-medio capaz de guiar con precisión
la práctica política.

Agradecimientos

Gran parte de esta investigación y trabajo para este artículo


fue llevada a cabo durante mi período sabático en 1 983-1 984.
Reg Golledge proveyó un entorno cómodo en la Universidad
de California, Santa Bárbara, en el otoño de 1 983, y Mansell
Prothero ayudó de modo análogo en la Universidad de
Liverpool en la primavera de 1 984. Una primera versión de
este artículo fue sensiblemente mejorada por los comentarios
de Gerry Kearns y Phil O'Keefe. Las observaciones críticas de
David Harvey fueron particularmente significativas en un mo­
mento crucial de la elaboración del artículo. Muchas gracias a
todos ellos por su ayuda.

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1 80
C ULTURA, IMAGINARIO Y RACIONALIDAD EN
EL DESARROLLO ECONÓMICO REGIONAL*

Richard Peet

Los marxistas se aproximan al resbaladizo tema de la cultu­


ra a través de la tortuosa vía de la ideología. ¿ Quién podría
olvidar la última parte del primer capítulo de El Capital
que trata de los reflej os religiosos del mundo real ? En unos
pocos párrafos Marx esboza las condiciones materiales para
los diferentes tipos de religión: el culto a la naturaleza como
un sistema de dioses, el culto a la humanidad engrandecida
como Espíritu. Baj o condiciones de dominación, tanto si es
por fuerzas naturales como por relaciones sociales deificadas,
deidades ficticias inventadas explican lo que de otro modo
es inexplicable: las razones de los hechos, el propósito de la
existencia, incluso los significados aparentemente inherentes
a la vida. Como Marx en su día, también ahora, en el apogeo
de nuestra era actual, encontramos que la cultura científica
moderna toma formas religiosas, místicas y misteriosas.
Nunca hemos sido modernos . . . porque nunca hemos sido
completamente racionales. Más bien, la modernidad combina
el pensamiento racional y el religioso en simbiosis totalmente
increíbles. Aquí, en las variopintas síntesis regionales entre la
creencia y la lógica, es donde podemos descubrir las fuentes
culturales de la economía.
La simbolización y el imaginario son momentos cultura­
les de relativa libertad, lugares donde conceptualizar nuevos
sis temas políticos y económicos. Poner el acento en la sim-

* © Environment and Planning A, traducido por Núria Benach del original


ing lés «Culture, lmaginary and Rationality in Regional Economic Development•,
Environment and Planning A, 32 (2000); pp. 1 .2 1 5- 1 .234.

181
bolización da lugar a un nuevo tipo de marxismo, en el que la
cultura, la ideología y la conciencia son causales tanto como
resultantes. Enfatizar 1-a interpretación abre el marxismo al
significado, a la emoción y al sentimiento. En conjunto, un
nuevo énfasis cultural hace del marxismo la base teórica de
una política más libre, más democrática. Nos encontramos
ante una nueva fase del pensamiento radical, liberado de los
grilletes de la corrección política por el colapso de la Unión
Soviética.
En este artículo trato algunas ideas, términos y relaciones
que implican un análisis cultural de los sistemas económicos
a partir de varios años de investigación empírica sobre el
desarrollo de Nueva Inglaterra. Durante esta investigación
he llegado a la conclusión de que la geografía radical, en la
tradición de la economía política, debe hacer uso de términos
culturales como símbolo, imaginario y racionalidad para en­
tender procesos económicos fundamentales como la mercan­
tilización, la industrialización y el desarrollo. Empezaré mi
argumentación criticando las limitaciones del giro cultural en
la geografía económica. Indagaré a continuaciónn en la teoría
marxista de la cultura, reexaminando a Gramsci, Thompson
y Williams, poniendo especial atención en la experiencia, en
la hegemonía y en las estructuras del sentir. Abordaré tér­
minos clave implicados en el análisis económico-cultural,
especialmente los momentos creativos de interpretación,
simbolización e imaginario. Sugeriré luego cómo la imagi­
nación se convierte en la racionalidad y en la lógica de los
sistemas económicos. Existe una conexión aquí con nociones
weberianas como las racionalidades formales y sustantivas.
El argumento quedará ejemplificado finalmente con una bre­
ve presentación de las bases calvinistas del desarrollo econó­
mico de Nueva Inglaterra. Concluiré abogando por un nuevo
tipo de economía política.

1 82
La cultura en la geografía económica

A quí me estoy refiriendo al giro cultural en geografía económica


(Lee y Wills, 1 997; Mitchell, 1 995; Saxenian, 1 994; Schoenberger,
t 9 97). La tradición positivista en geografía económica contem­
p laba la producción como una esfera material separada, guiada
p or factores impersonales tales como la oferta y la demanda, la
tecnología y la productividad. Cuando las limitaciones inheren­
tes a ese enfoque mecanicista se hicieron evidentes, el interés
giró en dirección a la cultura. Andrew Sayer y Richard Walker
( 1 992: 1 64, 1 78), pese a reconocer que las formas de organi­
zación del capital llevaban la huella de las relaciones sociales
locales, mantenían que el eterno término etéreo de «cultura»
servía como cajón de sastre para todo lo que de otro modo era
inexplicable; para ser eficaces, los teóricos tendrían que mostrar
exactamente «cómo las características culturales se traducían
en alta productividad». No obstante, el interés por un enfoque

cultural de la economía continuó creciendo en dos direcciones


principales. Por un lado, los estudios a partir de las nociones de
redes sociales y «embeddedness»* desarrollados en sociología
económica (Granovetter, 1 985). Por ejemplo, el excelente estu­
dio de Katharyne Mitchell ( 1 995: 379) sobre el «embeddedness»
social de las prácticas económicas entre la selecta sociedad china
comercial (Hong Kong): aquí la atención se centraba en «las
conexiones de las redes de las familias extensas, las sociedades
fiduciarias, y la importancia de las conexiones socioculturales en
el uso del crédito y la información». Por otro lado, hay estudios
más relacionados con el materialismo cultural en la tradición
de Edward P. Thompson o Raymond Williams. Por ejemplo,
el innovador trabajo de Erica Schoenberger ( 1 997: 1 1 9- 1 23)

" En ausencia de un acuerdo sobre una versión española de este término (a


me nudo traducido como embebido, empotrado, incrustado o encuadrado), hemos
optado por dejar el término original. [N. de la T.]

1 83
sobre las estructuras y las estrategias empresariales: la cultura
produce conciencia práctica, el «marco tácito para las relaciones
sociales diarias» y los «procesos de interpretación y la construc­
ción de conocimiento». Los dos enfoques pueden relacionarse
al contemplar que las redes, los marcos y las formas prácticas
de conciencia comercial son aspectos de culturas regionales más
integradas, que reflejan algo muy básico en las experiencias de
los grupos de personas. Ello depende, sin embargo, de abarcar y
hacer intervenir algunos conceptos, tal como espero mostrar.
Más estrechamente vinculado a este trabajo, los estudios
sobre la formación del cinturón industrial norteamericano
se han realizado habitualmente a una escala y con un énfa­
sis económico que parece descartar factores culturales (por
ejemplo, Smith y Dennis, 1 987). Algunos trabajos reconocen
que las economías industriales se implantaron en contextos
sociales, pero la «economía política clásica» del Medio Oeste
norteamericano de Page y Walker ( 1 99 1 : 282) sostiene que
«la creciente productividad en la industria y la agricultura
es la principal fuerza motriz del desarrollo regional». En una
economía política como ésta, una fuerza anónima llamada
«productividad» se teoriza como agencia. En cuanto a las
investigaciones sobre Nueva Inglaterra, podemos utilizar la
geografía histórica de David Meyer. En sus trabajos iniciales,
Meyer ( 1 983) ve el primer crecimiento de la Costa Este como
el resultado de una serie de estímulos económicos abstractos.
Un pasaje típico sería:

En las primeras décadas del siglo XIX las regiones de la


Costa Este se industrializaron, y en cada nueva región
colonizada fueron emergiendo sucesivamente sistemas
industriales. La creciente demanda regional estimuló el
desarrollo de manufacturas diversas, orientadas a los mer­
cados regionales. Simultáneamente, surgió un sector pro-

1 84
ductor de bienes duraderos para abastecer a las industrias
crecientes. Las regiones del Este tenían las primeras pocas
industrias de mercado nacional/multiregional porque eran
más accesibles a los mercados extrarregionales que las re­
giones fronterizas . . .

Típico de su tiempo, este estudio, empíricamente rico, era


teóricamente pobre en términos de cultura y agencia: las in­
dustrias «emergían» porque había demanda para sus produc­
tos, los sectores «surgían» para «abastecer» a otros sectores,
y así sucesivamente. En un tratamiento del tema como este,
las personas eran las «variables» mientras que la oferta y la
demanda eran los «agentes». La cultura regional que produ­
cían los agentes humanos, que realmente eran los que la hacían
surgir y funcionar, brillaba por su ausencia. Así era la geografía
histórico-económica positivista.
El trabajo posterior de Meyer ( 1 998) subsume la teoría clá­
sica de la localización en un marco de economía política que
se inspira en el concepto de «embeddedness» (Granovetter,
1 985). En esta mejorada aproximación, Meyer ve los distritos
industriales como formándose sobre una base de recursos hu­
manos de individuos instruidos y técnicamente competentes.
Los lazos sociales se mantienen y la información circula en
redes sociales localizadas mientras que redes más ampliadas
refuerzan la probabilidad de formación de distritos industria­
les. Un fragmento típico sería:

Las redes sociales con cohesión interna refuerzan la pro­


babilidad que surjan empresas cooperativas (concesiones,
subcontrataciones) en los distritos. No obstante, las redes
sociales con vínculos con otras redes refuerzan el distrito
industrial porque expanden su rango de posibles empresas.
(Meyer, 1 998: 35)

1 85
La cultura y la agencia obtienen aquí un fugaz reconoci­
miento antes de desaparecer ante la rápida caída de una cortina
de economicismo. Pero la idea de que los actores hacen cosas
porque tienen información es ingenua en un doble sentido.
En sus propios términos, presupone actitudes hacia la infor­
mación, y capacidades para utilizarla, que son especificidades
culturales más que atributos universales, incluso en el com­
portamiento humano culto. En Nueva Inglaterra estos atri­
butos deben buscarse en la cultura protestante que dio lugar
a la población más instruida del mundo más allá de la Escocia
calvinista (Brown, 1 989). Los flujos de información necesitan
una contextualización cultural antes de que puedan contribuir
a entender la agencia económica. En términos teóricos más ge­
nerales, el análisis de Meyer ignora toda la gama de creencias,
actitudes y racionalidades que forman la base motivacional de
la acción económica. Los agentes tienen que tener ganas de
empezar y estar preparados para la innovación antes de que
la información desencadene una acción económica. Y esta
«preparación» es el resultado de una larga y agitada historia
cultural. En general, el análisis de redes sociales que surge de la
sociología económica enfatiza en exceso la forma social (redes)
frente el contenido cultural (ideas comunicadas a través de re­
des) y el contexto {la base ideológica de las relaciones sociales).
Las redes que aumentan las probabilidades y expanden las po­
sibilidades son escasamente diferentes de las ideas positivistas
tradicionales que entendían las personas como variables, y la
demanda y la oferta como agentes.

Teorías marxistas de la cultura

El estudio cultural de la actividad económica conlleva un


análisis diferente, tanto en términos de tema -la cultura es
principalmente una práctica simbólica- como de actitud -la

1 86
cu ltu ra trata temas subjetivos más que objetivos. Los estudios
cu lturales de la economía deben adoptar enfoques históricos
so bre las dinámicas regionales en períodos dilatados, porque
la c ultura es un proceso continuo de cambios secuenciales y
acumulativos, y las relaciones culturales retienen su contenido,
en formas nuevas, durante períodos considerables de tiempo.
De modo que podemos continuar la discusión sobre cultura
y economía volviendo al materialismo histórico de Marx, que
c ontiene esas características que estamos buscando. En los
p ropios trabajos de Marx la expresión «conciencia social» se
acerca a los significados contemporáneos del término «cul­
tura»; el pronunciamiento más directo de Marx ( 1 970: 20-2 1 )
sobre el tema es e l siguiente:

En la producción social de su vida, los hombres entablan


determinadas relaciones necesarias e independientes de su
voluntad, relaciones de producción que se corresponden
con una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas
productivas materiales. El conjunto de esas relaciones de
producción constituye la estructura económica de la socie­
dad, la base real sobre el que se levanta la superestructura
política y jurídica y a fa que corresponde determinadas
formas de conciencia social. El modo de producción de
la vida material condiciona el proceso de la vida social,
política e intelectual en general. No es la conciencia de los
hombres la que determina su existencia, sino al contrario,
su existencia social determina su conciencia.

Quizá las interpretaciones más convincentes de pasaj es


co mo éste son las que los colocan en su contexto filosófico­
discursivo. Louis Dupré ( 1 983) realiza una de las mej ores
interpretaciones contextuales de la crítica de la cultura de
Marx.

1 87
Las interpretaciones del progreso histórico de la Ilustración
francesa, afirma Dupré, contemplaban las ideas tanto respon­
diendo a las necesidades materiales determinadas geográfica­
mente (Montesquieu) como respondiendo más directamente a
las condiciones económicas (Rousseau, Condorcet y, especial­
mente, Destutt de Tracy). En el idealismo romántico alemán,
nacionalistas como Herder, discípulo de Kant, veían a los pue­
blos nacionales expresando verdades permanentes en formas
históricas como complejos culturales únicos, en una especie de
teleología regional. (Creo que esto llegó a la geografía alemana
del siglo XIX a través de Ritter [ver Hartshorne, 1 939: 3 8, 5 1 -
54] y, por tanto, a la geografía regional). En el idealismo he­
geliano, por el contrario, la conciencia de grupo expresaba de
modo erróneo la conciencia total del mundo llamada Espíritu
-de ahí la posibilidad de conciencia ideológica y alienada.
Marx siguió la cuestión del condicionamiento social de las
ideas pero quiso especificar mejor los modos de conciencia de
clase: el trabajo físico y mental como base material del dua­
lismo entre el cuerpo y las ideas; las ideologías como reflejos
y ecos de las prácticas reales de la existencia; los sistemas de
pensamiento que malinterpretaban sus propios orígenes; la
naturaleza lingüística de todas las actividades conscientes;
etcétera. Marx veía las estructuras económicas como formadas
por personas inteligentes e imaginativas, de modo que la prin­
cipal distinción no residía entre realidad física y conciencia no
material, sino entre actividad consciente y su racionalización.
Pese al predominio de interpretaciones arquitectónicas de
la afirmación del Prefacio de Marx, Dupré ( 1 983: 253-258),
siguiendo a Ollman ( 1 976), se decanta por una «concepción
orgánica» que integre los diversos procesos de socialización
sin reducir unos a otros.
Este tipo de conclusión compleja ha sido alcanzada de di­
versas maneras. Frente a las ideas althusserianas de relaciones

1 88
« me cánicas» entre la base «económica» como una esfera «ma­
te rial» separada, E.P. Thompson prefirió la idea de la «esencia
de relaciones humanas características» (explotación, domi­
na ción, codicia) situada en el corazón de cualquier modo de
p roducción. Para Thompson, «los procesos y las relaciones de
producción que constituyen un modo de producción se expre­
san en una lógica «moral» así como «económica», en valores
característicos y modos de pensamiento así como en modelos
específicos de acumulación e intercambio» (Wood, 1 990: 1 3 7).
Thompson ( 1 978: 294) afirmaba que la sociedad capitalista se
fundaba en «formas de explotación que eran simultáneamente
económicas, morales y culturales». La ideología y la cultura
tenían una «lógica» que, en parte, estaba autodeterminada de
modo que, por ejemplo, aun cuando la evolución capitalista no
era el mero resultado de un ideal burgués, esta lógica era, no
obstante, un componente real de una historia inconcebible sin
ella. Para Thompson, las determinaciones objetivas se conver­
tían en cualidades humanas subjetivas a través de la mediación
de la «experiencia». La clase social existía cuando personas
con experiencias comunes (heredadas o compartidas) sentían
y articulaban la identidad de sus intereses. De modo que la
conciencia de clase, para Thompson ( 1 966: 9- 1 0) era la manera
en que las experiencias determinadas por la producción se ma­
nej aban en términos culturales -«encarnadas en tradiciones,
sis temas de valores, ideas y formas institucionales» . De forma
más general, la clase era una formación social y cultural. Debe
decirse, sin embargo, que el uso que hacía Thompson del tér­
mino «experiencia» era a menudo confuso, algunas veces que­
rie ndo decir conciencia y otras indicando mediaciones entre el
ser social y la conciencia (Anderson, 1 980: 26 ).
Otra línea de pensamiento marxista sigue a Gramsci ( 1 97 1 )
al hallar l a relación entre l a base económica y l a superestructu­
ra p olítica e ideológica como recíproca, compleja y cambiante.

1 89
La política, las ideas y la cultura eran contempladas como
poseedoras de poderes materiales. Con Gramsci la «sociedad
civil» era un sistema de instituciones (familia, iglesia, escuela,
etc.) que estaba situada tanto entre la base económica y la su­
perestructura política como junto al Estado, en una concep­
ción más amplia de la superestructura civil y política. Gramsci
creía que la hegemonía ideológica se establecía primordial­
mente en la sociedad civil. Un concepto determinado de rea­
lidad difundido por las instituciones cívicas proporcionaba la
base para los valores , costumbres e ideales espirituales que
inducían, en todos los estratos de la sociedad, a una aceptación
«espontánea» del statu quo. La hegemonía era una visión del
mundo, tan concienzudamente difundida que se convertía, al
internalizarse, en «sentido común» . Gramsci parece incluir la
formación de tipos de comportamiento económico en la «so­
ciedad civil» : «Cada forma social tiene su horno economicus»
(Gramsci, 1 97 1 : 208). Gramsci ( 1 971 : 4 1 2-4 1 3 ) contemplaba
la racionalidad económica como respuesta a las necesidades
materiales, que constituía un complejo de convicciones y
creencias a partir de las cuales se proponían objetivos concre­
tos a la conciencia colectiva. Pero esta relación material tenía
un momento significativo de libertad relacionado con la cul­
tura y operaba a través de pasiones y sentimientos esenciales
que llevaban a las personas a realizar determinadas acciones a
cualquier precio.
Encontramos una argumentación más consistente en la
sutil reinterpretación de Raymond Williams ( 1 977, 1 980) de la
metáfora de base-superestructura en la teoría cultural marxista.
Para Williams el modelo de objeto-reflejo (economía-cultura)
del marxismo mecanicista quedaba cuestionado por las ideas
alternativas de mediaciones como elementos constitutivos ac­
tivos (proyección, encubrimiento o interpretación). Williams
veía la noción de hegemonía de Gramsci como refiriéndose a

1 90
Ja p rofunda saturación de la conciencia o a «un conjunto com­
p le to de prácticas y expectativas sobre el conjunto de nuestra
ex is tencia . . . un sistema vivido de significados y valores . . . un
sen tid o de la realidad . . . una 'cultura' . . . que también debe ser
co ntemplada como la dominación y subordinación vividas de
un as clases determinadas» (Williams 1 977: 1 1 0). Para Williams,
Ja hegemonía hacía que la actividad cultural ya no fuera una
expresión superestructura} sino un proceso formativo básico
de las estructuras económicas y sociales. Sin embargo, insistía
en que «lo hegemónico» no era ni total ni excluyente sino que
continuaban existiendo culturas alternativas o de oposición
(las contrahegemonías de Gramsci). Estas podían ser «residua­
les» en el sentido de experiencias vividas sobre la base de las
culturas de formaciones sociales previas o «emergentes» en el
sentido de creación de nuevos significados y valores, nuevas
significaciones y experiencias, todo lo cual no podía ser plena­
mente incorporado en lo dominante. De modo que: «ningún
modo de producción y por tanto ningún orden social domi­
nante y por tanto ninguna cultura dominante puede realmente
incluir o agotar toda la práctica humana, la energía humana, la
intención humana» (Williams, 1 977: 125).
Williams reaccionó críticamente a aquellas expresiones ha­
bituales de la cultura y de la sociedad como si estuvieran muer­
tas. La conciencia práctica (la realmente vivida) siempre era
más que el manej o de formas culturas fijas. A menudo existía
te nsión con las interpretaciones heredadas. Para Williams, los
cambios culturales derivados de la conciencia práctica podían
definirse como cambios en las «estructuras del sentir» o «es­
tr uc turas de la experiencia». Estos eran los potentes términos
que se referían a las relaciones variables entre «significados y
valores tal como eran activamente vividos» y «creencias siste­
máticas y formales». Williams utilizaba la idea de «sentimien­
to» no como antítesis a «pensamiento» sino como «pensado

191
como sentido», y «sentido como pensado», mientras que el
término «estructura» se refería a un conjunto de elementos
con relaciones internas específicas, entrelazadas y en tensión, a
la vez como una experiencia total en proceso. La estructura del
sentir era una hipótesis cultural en los dos sentidos del término
(Williams, 1 977: 1 2 8 - 1 35; ver también Inglis, 1 995).
Para algunos lectores, interpretaciones marxistas como
estas pueden parecer completamente pertenecientes a vie­
jas nociones de modo de producción que, de manera muy
simplificada, dejan a la cultura como una «superestructura»
reflexiva. Sin embargo, « reflexión» tiene dos significados: re­
flejo e interpretación. El reflej o se refiere a la determinación
por parte de la estructura económica, pese a que los reflejos
normalmente engañan. La interpretación se refiere a la expe­
riencia y a las estructuras del sentir. De modo que yo alegaría
que Thompson, Gramsci, Williams y otros redefinen con
fortuna las afirmaciones más mecánicas de Marx para incluir
ideologías, valores, formas de conciencia social e imaginacio­
nes como fuerzas de producción. Reformulada así, la teoría
del modo de producción reintegra la cultura a la economía,
aunque conserva las nociones de estructuras de la existencia.
La geografía cultural radical necesita revisitar la teoría del
modo de producción.

La cultura como simbolización

Convencionalmente, la «cultura» tiene una gran amplitud de


significados, desde estado de ánimo al conjunto de las artes
o a los modos de vida en su conjunto Uenks, 1 993a; 1 993b).
Tal como Don Mitchell justificadamente afirma, la cultura lo
incluye todo (Mitchell, 1 995: 1 04-1 05). Y tal como sostiene
Williams, cultura es una de las palabras más complicadas de
la lengua inglesa. Pero en lugar de descartar el término, como

1 92
p arece ser el caso de la antropología contemporánea, la cultura
p uede definirse simplemente como el orden simbólico que
una sociedad construye para representar su existencia. Esta
definición es similar a la de Williams ( 1 98 1 : 1 3) según la cual:
« el sistema significante mediante el cual . . . un orden social es
comunicado, reproducido, experimentado y explorado». No
está muy lejos de la denotación fenomenológica de cultura de
Clifford Geertz ( 1 973 : 89) como «un modelo de significados
transmitido históricamente, representado en símbolos . . . » La
definición de Geertz sitúa a la construcción social de signifi­
cados como un proceso cultural íntegramente interpretativo.
Sin embargo, tal como el sociólogo John B. Thompson (1 990:
1 2- 1 3) sostiene, en los escritos de Geertz la manera en que las
formas simbólicas están estructuradas por relaciones de po­
der no resulta siempre del todo clara. Desde una perspectiva
estructuralista, el análisis cultural es el estudio de la consti­
tución significativa de formas simbólicas contextualizadas
socialmente, con símbolos que llevan la huella de sus condi­
ciones de producción sociales y políticas. Incluso así, términos
como «constitución significativa» implican también procesos
subj etivos de interpretación. Quisiera realmente enfatizar la
«simbolización profunda» que hay en el corazón de la cultura,
con lo que se quiere aludir a la formación de símbolos a partir
de las interpretaciones actuales que han existido durante largo
tiempo de todo tipo de experiencias, incluyendo las más pro­
fundas, a menudo expresadas en términos religiosos, y siempre
presentes en las luchas por el poder. Esta concepción más polí­
tica y radical de la simbolización como interpretación política
es más acorde con las nociones marxistas, pero también per­
mite que los conceptos fenomenológicos y postestructuralistas
de poder, símbolo y discurso encuentren acomodo en las ideas
est ructurales y estructuracionistas. Permite que la producción
cu ltural pueda ser contemplada como un proceso de interpre-

1 93
tación profunda, alimentada por cuestiones de clase, género o
etnia. La idea de estructuración social de la práctica simbólica
es un antídoto imprescindible ante la tendencia a desvincular la
cultura y el discurso de sus bases material y social.

El imaginario social

Llegados a este punto, la cuestión principal es relacionar la


cultura con la agencia económica. Ello significa vincular teó­
ricamente los procesos culturales de simbolización profunda
con racionalizaciones y con la formación de intencionalidades
económicas. Este vínculo podría hallarse en el concepto de
imaginarios sociales y económicos. Para el filósofo francés
Cornelius Castoriadis ( 1 99 1 : 4 1 ), cada sociedad crea un sis­
tema de significados, o significaciones imaginarias sociales,
que organiza el mundo natural (presocial, biológicamente
dado), instituye un orden social (articulaciones, reglas y pro­
pósitos), establece maneras en la que se forman los individuos
humanizados y socializados, y llena la conciencia con los mo­
tivos, valores y jerarquías de la vida social. Para Castoriadis,
conocer una sociedad significa reconstituir el mundo de sus
significaciones imaginarias sociales. El término «imaginario
social» enraíza la imaginación en lo social, lo material y lo
experimentado, como un tipo de construcción significativa de
formas simbólicas socialmente contextualizadas, al tiempo que
coloca la imaginación en el lado creativo de la cultura. Aunque
Castoriadis probablemente haga excesivo hincapié en la singu­
laridad y la especificidad, y el término clave de «significación
imaginaria social» quede a su vez vagamente definido.
Una alternativa sería utilizar ese potente término de
«imaginario social» en una concepción de «formas sociales de
imaginación», más definida y cultural sin dejar de ser política.
Los imaginarios sociales son formas colectivas de conciencia

194
estructuradas por medios naturales y sociales específicos. Los
imaginarios toman formas regionales; es decir, que la imagina­
ción usa materiales (imágenes, recuerdos, experiencias) desde
lo familiar para crear lo que normalmente son versiones dife­
rentes (aunque no siempre) de lo conocido (véase Peet y Watts
( 1 996) sobre los «imaginarios ambientales»). No obstante, a
p esar de esa estructuración, «lo imaginario» implica creativi­
dad e interpretación imaginativa -proyectando interpretacio­
nes de experiencias relacionadas con el lugar en la imaginación
de lo escasamente conocido- de modo que los imaginarios
sociales son fuentes vitales de una dinámica tanto transforma­
cional como reproductiva. Para que la proyección de la imagen
en imaginación sea comprendida de una manera no mística, el
reino de lo imaginario tiene que ser visto como una tensión
entre una lógica visionaria y una más material, entre el cono­
cimiento recibido y las interpretaciones emergentes, entre las
creencias fundamentales y las fantasías antiguas y salvajes de lo
que no puede ser. Los imaginarios sociales deben ser valorados
como reinos terrenales de relativa libertad.
Conceptos como el de imaginario social, deliberadamente
mantienen una profundidad vertical en el análisis cultural; los
significantes expresan significados en el nivel de las creencias
sobre las relaciones fundamentales con la realidad material
en la tradición estructuralista, más que una significación
formando un horizonte de representaciones interactuando
todas esencialmente en el mismo nivel, en la tradición postes­
tructuralista de la intertextualidad (Derrida, 1 974; 1 978). Esa
noción de profundidad insiste en que, pese al escepticismo
postmoderno, la cultura expresa las creencias de la gente so­
b re las grandes cuestiones de la existencia humana; la religión
simboliza los orígenes de la vida, los propósitos y el destino
final; la ética representa las elecciones que derivan de relacio­
nes sociales axiomáticas, como las del propio ser y de los otros.

1 95
Desde esta perspectiva, las representaciones -el lenguaje, los
discursos o artefactos materiales realizados como imágenes de
creencias- son culturalmente poderosas en la medida en que
transmiten valores fundamentales y culturalmente innovado­
res hasta el punto de que modifican o transforman las ideas
sentidas en el nivel de la emoción profunda (es decir, las creen­
cias). En la tradición de la geografía cultural, los órdenes sim­
bólicos eran originalmente específicos de grupos étnica y geo­
gráficamente segregados en el sentido de cultura de Carl Sauer
( 1 963 : 359) como «la actividad aprendida y convencionalizada
de un grupo que ocupa un área», aunque esta especificidad
esté ahora sujeta a las intensas fuerzas de universalización y
homogeneización que -yo añadiría-- también implican una
difusión consumista de la ausencia de profundidad (compárese
con Jameson, 1 984). Aunque hay resistencia, perpetuación de
lo local y reaserciones de lo fundamental, junto a tendencias a
la universalización y la localización fundiéndose en hibrida­
ción cultural. Y, finalmente, con Gramsci, la cultura es quizá
la dimensión más importante de la dominación humana: las
guerras de clase y de género tienen lugar sobre imágenes que
inundan los imaginarios y las interpretaciones que intentan
comprenderlas.

Imaginario y racionalidad

Aquí nos interesamos por las relaciones entre las formas de


cultura del imaginario social y la economía, conceptualiza­
das normalmente como un sistema de prácticas materiales.
Como siempre, el problema conceptual consiste en tender el
puente entre lo material y lo mental. Hemos alterado una las
posiciones de anclaj e de este dualismo al enraizar en relaciones
sociales incluso el aspecto imaginario de la cultura. En lo que
se refiere a la otra posición de anclaj e, la economía, esta puede

1 96
redefinirse como «una institución compuesta de sistemas de
p roducción, poder y significación. La economía no es solo, ni
siquiera principalmente, una entidad material. Es, sobre todo,
una producción cultural, una manera de producir sujetos hu­
manos y órdenes sociales . . . » (Escobar, 1 995: 59). Tal como
sugiere Arturo Escobar, una conexión entre la producción
cultural y la material pasa por la relación entre significación y
subj etividad. Desde la perspectiva de lo argumentado más arri­
ba, una línea prometedora de esa relación consiste en ver cómo
la significación y la simbolización construyen culturalmente la
subjetividad de los agentes económicos.
En trabajos anteriores he sugerido que la conexión funda­
mental entre la significación cultural y la agencia económica
reside entre lo imaginario y la racionalidad -siendo la raciona­
lización una forma de simbolización socialmente estructurada
(Peet, 1 997). La racionalidad económica es una lógica simbó­
lica que forma parte de los imaginarios sociales, de la cultura.
La racionalidad económica incluye los motivos sistémicos
que mueven a los grupos de actores económicos, los métodos
sociales y técnicos de control sistemático de la producción
(específicamente, los métodos de coordinación del capital y el
trabajo), aunque también creencias éticas que subyacen en los
sistemas motivacionales. Las racionalidades económicas derivan
de amplias experiencias interpretadas de personas socializadas
y aculturadas; son signos de las identidades y aspectos de las
su bjetividades. Pero las racionalidades económicas tienen la
particularidad de que producen las materialidades que constitu­
yen los contextos para nuevas experiencias, esquemas interpre­
tativos e imaginarios. Esta interacción toma la siguiente forma.
Mediante la repetición constante, las acciones racionalizadas
crean la lógica de los sistemas económicos. Subsecuentemente,
esta lógica disciplina el comportamiento económico al hacer
que algunos modos de comportamiento sean «racionales» en

1 97
un sentido más formal --o sea, que se correspondan a la lógica
dominante de la reproducción material (como en Gramsci). De
modo que hay una estructura -relación de agencias en la que el
comportamiento racionalizado interactúa con la lógica del sis­
tema- mutuamente constituyéndose uno a otro. En el capita­
lismo, sin embargo, hay una tendencia de la lógica económica a
devenir emergente, trascendente o incluso alienada, en el sentido
de escapar de la autoridad o incluso de los actores económicos
poderosos. Los sistemas basados en el comportamiento egoísta
y coordinados a través de mercados autorregulados (Polanyi,
1 944) pueden presentar racionalidades formalmente eficientes
pero, en un sentido más amplio que incluya las relaciones so­
ciales y ambientales, lo técnicamente racional puede convertirse
en sistémicamente irracional. Ello toma la apariencia del sistema
mismo imaginando su propia irracionalidad emergente. Y como
siempre, las apariencias engañan. Y ahí reside el dilema central
de nuestros tiempos.

La racionalidad weberiana

La racionalidad cuenta con una larga historia en la ciencia


económica y en la sociología económica. En la economía
neoclásica predominan modelos «ligeros» del comportamien­
to optimizado de individuos aislados en contraposición a los
minoritarios modelos «densos» de las intencionalidades de
los agentes económicos en contextos de valores y creencias.
Los modelos «densos» (o profundos) ponen el acento en la
inmersión del actor económico en las relaciones sociales y
culturales, en el agente como una identidad compleja cons­
truida socialmente, más que como simplificado como un
maximizador de la utilidad o un minimizador del coste, como
sucede con el individualismo metodológico del neoclasicismo
dominante (Hechter y Kanazawa, 1 997). Los modelos densos

1 98
más sofisticados parecen derivar de la escuela histórica alema­
na de economía (Hutchinson, 1 953; Peet con Hartwick, 1 999).
J oseph Schumpeter pensaba que el análisis de la dinámica
económica necesitaba conceptualizar un tipo de racionalismo
empresarial basado en el deseo de encontrar un nuevo terreno,
el deseo de conquistar y pelear, el deseo de crear nuevas cosas:
hay aquí similitudes con la celebración del poder y el deseo de
Nietszche. Siguiendo a Schumpeter, la economía, en su visión
sociológica, tiene que reconocer la psicología y la motivación
humana en un nivel diferente que el utilitarismo de la vida
cotidiana (Schumpeter, 1 934; Shioya, 1 977). Desde la perspec­
tiva schumpeteriana, la racionalidad empresarial implicaba la
organización creativa de las fuerzas productivas, los materiales
y las oportunidades de modelar hechos futuros. Pese a que la
creatividad misma fuera un enigma para Schumpeter.
Yo encuentro este «enigma» innecesariamente aquiescente
con la falsa profundidad de lo misterioso. De modo que, aún
de mala gana, he llegado a preferir una segunda corriente de
pensamiento económico-sociológico, también influida por
la escuela histórica alemana: la idea de «racionalización de la
acción económica» en la tradición weberiana, como la fuer­
za motriz bajo la agencia económica (véase Habermas, 1 984:
cap. 2). Aquí hay que hacer una advertencia. La sociología
económica weberiana, especialmente en su reencarnación
Parsoniana, glorifica los logros del centro euroamericano al
tie mpo que ignora la dependencia occidental de las ideas,
recursos y excedentes de las sociedad periféricas subdesarro­
ll adas: por ej emplo, la afirmación weberiana de David Landes
( 1 998: 5 1 3) de que la fuerza motriz tras los últimos doscientos
años de progreso ha sido «la civilización occidental y su difu­
sión: el conocimiento, las técnicas, la política y las ideologías
sociales» . En su lugar, el racionalismo de Weber debe ponerse
en todo el contexto de la geografía histórica de la conciencia.

1 99
Propuesto originalmente como liberación del conocimiento
del misticismo medieval (desencanto), el racionalismo euro­
peo se convirtió, con el tiempo, en una manera de denigrar
otras formas de pensamiento tachadas como no racionales o
pre-racionales (imperialismo cultural). Más importante aún es
el paso de la racionalización del conocimiento a la racionali­
zación de la conciencia. Una conciencia aplicada solo a gente
considerada como racional, a la manera europea, se mostró
capaz de actos económicos y políticos feroces contra los otros
no-europeos «pre-racionales». Este tipo de eurocentrismo en­
démico explica solo una parte de mis reservas. Pero incluso así
hay mucho que aprender de Weber.
Para Weber ( 1 947: 88), la sociología es «una ciencia que
intenta la comprensión interpretativa de la acción social»
-«acción» que incluye todo tipo de comportamiento huma­
no al que los individuos conceden un significado subjetivo.
La acción social toma diversas formas de interacción: acción
económica cuyo significado principal es conseguir utilidades;
acción ética que fundamentalmente persigue objetivos nobles;
acción religiosa, comportamiento orientado a alcanzar la sal­
vación o algún otro fin último; todas estas categorías de ac­
ción son artefactos culturales (Wuthnow, 1 994). Weber estaba
particularmente interesado en los tipos culturales de acción
económica, especialmente en los orígenes religiosos de las ra­
cionalidades que orientaban el comportamiento económico en
las sociedades occidentales y, particularmente, en las relaciones
entre el calvinismo y el capitalismo. En el calvinismo, sostenía
Weber, el mundo era tratado como una realidad separada de
Dios («trascendencia»), privada de misterio, de significación
simbólica, de evidencia mágica de la sabiduría de Dios y de
líneas de acceso del deseo de Dios. En su lugar, aquellos que
actuaban como miembros de los elegidos (es decir, aquellos
que pensaban que alcanzarían la gracia eterna) consideraban

200
el mundo como un conjunto de objetos resistentes que ponían
a prueba su capacidad de orden y dominio. La doctrina calvi­
nis ta de predestinación (la creencia que la ascendencia al cielo
estaba predeterminada más que basada en el registro de buenas
obras) indujo a un acusado sentido de separación de los otros
a causa de una intensa ansiedad sobre la posición espiritual del
individuo. La personalidad moderna llegó a estar motivada
por el intelecto más que por la costumbre o el sentimiento,
con una orientación planificada a largo plazo, una actividad
continua más que intermitente y con una responsabilidad por
los resultados que recaía en el individuo más que en el destino.
Debajo había una simple intuición: el individuo demostraba
ser miembro de los elegidos actuando al modo de Dios, en el
sentido de relacionarse con el mundo (incluyendo al individuo
mismo) tal corno Dios lo hace, esto es a través del dominio,
la distancia y la perspectiva a largo plazo. Los calvinistas se
consideraban a sí mismos corno éticamente obligados a man­
tener la rentabilidad sobre una serie de operaciones a través
de una actividad empresarial sistemática, sostenida, regular e
incesante. Se esforzaban por alcanzar los máximos retornos
de los activos al tiempo que se abstenían del placer inmediato
sobre los frutos de su trabajo. De ahí que el capital acumula­
do a través de inversiones continuas y la represión del senti­
miento de solidaridad, demasiado humano, hacia los demás
- «el empresario está éticamente autorizado, verdaderamente
obligado, a actuar individualísticarnente» (Poggi, 1 983: 73 ). O
corno afirmó Weber ( 1 978: 1 64): «la concepción puritana de
la vida . . . favorecía la tendencia hacia el estilo de vida burgués
económicamente racional . . . Estuvo en el origen del 'hombre
económico' moderno». En resumen:

La valoración religiosa del trabajo sistemático, regular e


incesante en la vocación material de uno, es el medio más

201
elevado de ascetismo y como al mismo tiempo ofrece la
prueba más visible y más segura de . . . la fe de un hombre,
debe haber constituido el instrumento más poderoso para
la afirmación de la concepción de la vida que he denomina­
do el 'espíritu' del capitalismo. (Weber, 1 958a: 1 72)

Weber ( 1 947: 1 85) dividió el racionalismo económico en


«formal» (calculable cuantitativamente) y en «sustantivo»
(orientado a fines últimos, incluyendo valores éticos). Las
interpretaciones contemporáneas (Schluchter, 1 979: 1 4- 1 5)
normalmente lo amplían a una división tripartita: racionalismo
científico-técnico, que se refiere a la capacidad de controlar el
mundo mediante el cálculo basado en el conocimiento empí­
rico; racionalismo ético-metafísico en el sentido de los inten­
tos de las personas cultas de comprender el mundo como un
«cosmos con sentido»; y racionalismo práctico, referido a la
consecución de un estilo de vida metódico. Weber estaba inte­
resado en cómo la capacidad ética y científica afectaba los tipos
de racionalismo económico, práctico. Para Weber, la capacidad
humana de adherirse a una conducta racional práctica depen­
día no solo de los modos socialmente definidos de satisfacer
sus intereses sino de las interpretaciones acerca de la posición
relativa en relación con los dioses y el mundo. El mismo Weber
( 1 958b: 280) estableció esta relación del siguiente modo:

Los intereses, tanto materiales como ideales, no solo direc­


tamente las ideas, controlan la acción. Pero las imágenes
del mundo, que son producto de las ideas, han servido a
menudo como canales a lo largo de los cuales la acción es
generada por la dinámica de los intereses.

Leyendo pasajes como estos, muchos intérpretes de Weber


ven al empresario capitalista como caracterizado por la «ra-

202
cionalidad instrumental» en el sentido de la búsqueda siste­
mática y racional de la ganancia económica, la dependencia en
el cálculo, la subordinación del consumo a los intereses de la
acumulación de capital (Martinelli, 1 994: 478). Muchos hacen
hincapié en los efectos del instrumentalismo en las formación
de instituciones modernas y eficientes como las empresas.
Pero hay una concepción weberiana más amplia, más allá de
lo instrumental, una noción de la racionalidad que combina
concepciones de comportamiento económico eficiente, ethos y
religión en una visión del mundo coherente. Siguiendo a ésta,
Weber puede ser interpretado no como principalmente inte­
resado en el papel de las creencias (previas) protestantes en la
formación original del capitalismo, sino en cómo el calvinismo
reaccionó a un capitalismo ya en formación, reconstruyendo
culturalmente la base ética de la racionalidad y recreando sim­
bólicamente los imaginarios económicos de los agentes. Esta
concepción más amplia es similar a las nociones de simboliza­
ción fundamental y estructuración social de los imaginarios y
las racionalidades, teorizadas anteriormente. Seguir a Weber,
me permito sugerir, facilita establecer el vínculo final entre
experiencia, interpretación, simbolización, imaginario y las
racionalidades que motivan las acciones económicas.

Región, religión y racionalidad

Desde mi perspectiva la geografía debería desempeñar un


papel central en investigar esta complejidad: encontrar cómo
diferentes sistemas económicos regionales se originan en las
c reencias, imaginarios y racionalidades de actores que habi­
tan regiones culturales específicas, cómo los sistemas econó­
micos regionales están situados a lo largo de trayectorias de
desarrollo, cómo estas economías culturales diferentemente
organizadas forman finalmente sistemas globales organizados

203
jerárquicamente y, de modo aún más importante, cómo la arti­
culación sistémica se convierte en alienación estructural (cómo
la racionalidad individual deviene irracionalidad sistémica). En
particular, la geografía debe investigar los orígenes de los nue­
vos sistemas económicos como racionalidades emergentes en
regiones de diferencia cultural (Peet, 1 999). En pocas palabras,
el nuevo giro económico-cultural debería fijarse en las imagi­
naciones económicas regionales. Estas ideas pueden explorarse
mejor a través de una breve geografía histórica de la Nueva
Inglaterra calvinista.
Los ingleses que fundaron la Nueva Inglaterra angloameri­
cana en las décadas de 1 620 y 1 630 eran protestantes calvinistas
extremadamente separatistas. Pese a estar inmersos en la revolu­
ción económica de la primera modernidad, estaban decididos a
construir una comunidad cristiana, una ciudad sobre una colina
(Bremer, 1 976). Tal como Christopher Hill ha sostenido, la tra­
dición puritana inglesa ha sido siempre burguesa y democrática
(Kaye, 1 984: 1 00). En Nueva Inglaterra, los puritanos constru­
yeron una sociedad que desde el principio fue económicamente
democrática, en el limitado sentido de una generalizada titulari­
dad masculina de las propiedades (con herencia divisible), y po­
líticamente democrática en el sentido (también limitado) de en­
cuentros ciudadanos con las autoridades y de la elección de los
pastores. La suya era una sociedad civil controlada moralmente
por 720 iglesias congregacionalistas (calvinistas) al final del pe­
ríodo colonial. El deseo colectivo, es decir, la interpretación de
la experiencia regional a través de la mediación de los textos sa­
grados, formulado por un pequeño y poderoso grupo de doctos
clérigos, estaba especificada como un código de comportamien­
to moral y adecuado, enérgicamente reforzado por una «orden
permanente» de ministros, mercaderes y magistrados. En
Nueva Inglaterra intencionadamente encontramos en su forma
socialmente más desarrollada, lo que el historiador Perry Miller

204
( 1 953: x; Delfs, 1 997) describe como la producción decidida de
un nuevo tipo de sociedad en un nuevo entorno, lo que noso­
tros podemos llamar la proyección de un imaginario social en
una paisaje repensado como natural. En Nueva Inglaterra esta
variante distinta de la cultura europea protestante, imbuida de
una racionalidad descarnadamente religiosa alteró la acción eco­
nómica y social durante cientos de años, a través de discusiones
fuertes y en ocasiones violentas, llegando hasta la actualidad en
formas más secularizadas.
Existe la tendencia a contemplar regiones como Nueva
Inglaterra de modo aislado, con el resultado de que el éxito
económico final fue algo completamente merecido. Pero hay
que recordar que los puritanos fueron invasores de una «tierra
salvaje» largamente ocupada y que las tribus indias permane­
cieron como una potente fuerza en la región (Cronon, 1 983:
cap. 8). También que los comerciantes de Boston, Salem,
Newburyport y Providence acumularon la riqueza como
parte del comercio triangular entre Europa, África occidental
y el Caribe y que, por tanto, compartieron las plusvalías eco­
nómicas generadas por el trabajo de los esclavos (Frank, 1 979:
1 4 - 1 6). Ocultas tras las ideas de moralidad, ética y comunidad
expresadas por los puritanos y sus sucesores, se daba la hipo­
cresía más retorcida sobre la aplicabilidad étnica de la dignidad
humana. Ello llevó finalmente a una violenta reacción contra
la inmigración no-anglo en Nueva Inglaterra.
La primera Nueva Inglaterra ha sido interpretada de mane­
ras diferentes por los nuevos historiadores sociales de los años
1 970 y 1 980: comunitaria, pre-capitalista e incluso como cam­
pesina (por ejemplo, Lockridge, 1 970); como «moderna nata»,
capitalista, competitiva e individualista (por ejemplo, Cronon,
1 983). El peso de la evidencia parece apoyar esta última visión.
Los análisis más convincentes proceden del historiador Stephen
Innes (1 995). Innes está de acuerdo con la intuición de Weber de

205
que la ética social calvinista modeló de modo decisivo la cultura
económica de Nueva Inglaterra. Innes atribuye el éxito econó­
mico de la Colonia de la Bahía de Massachusetts a una «ecología
cívica» particular establecida por los colonos calvinistas, en la
que la familia, la iglesia, la ciudad y la mancomunidad estaban
unidos en una seria de pactos federales. Colocada entre la fami­
lia patriarcal y el Estado, la ecología cívica calvinista posicionó
al individuo éticamente autónomo en un marco cultural gober­
nado por la ley, pero también regulado por el mercado. Sn em­
bargo, la «ecología» también comunicaba un sistema distintivo
de creencias. Sigue Innes ( 1 995: 7):

La Bahía de Massachusetts fue una mancomunidad que


floreció en gran parte porque su noción de comunidad
redentora dotaba al desarrollo económico de imperativos
morales, espirituales y religiosos. El providencialismo de
los colonos -la creencia de que estaban participando en
el desarrollo de los designios de Dios- hicieron de todo
trabajo y de toda empresa un «negocio divino», que debía
perseguirse agresivamente y ser juzgado por los estándares
más exigentes . . . La dinámica formativa fue el vínculo entre
el éxito externo y la convicción interna de estar en paz con
Dios. La doctrina de la vocación abrazada por los santos
(los elegidos de Calvino) hicieron sagrado el trabajo y ba­
saron todo comportamiento esforzado en una obligación
comunitaria.

Innes ( 1 995: 7) ve a los «santos» como salvando la «dua­


lidad de la existencia humana» de Durkheim, la coexistencia
en la misma persona de acciones altruistas y motivadas por
el propio interés. Los calvinistas de Nueva Inglaterra lo hi­
cieron construyendo un capitalismo moral y completo, con
redes, normas y sistemas de confianza que hicieron posible la

206
actividad comercial, aunque con individuos muy motivados
p or una cultura económica de base religiosa que alimentaba
un comportamiento industrioso y esforzado, junto con altas
tasas de ahorro e inversión facilitadas por la prescripción reli­
giosa contra un consumo excesivo. La doctrina calvinista de la
« vocación» requería que todo el mundo ejerciera la ocupación
escogida, siguiendo las indicaciones de Dios, metódicamente y
sin pausa. Trabajar en Nueva Inglaterra era tanto una función
económica como una expresión espiritual. La región, afirma
Innes, produjo una personalidad moderna cuya codicia estaba
disciplinada por un fuerte sentido de obligación comunitaria.
Al crear una cultura del desarrollo que estaba basada meta­
físicamente y que era socialmente vinculante, los colonos de
Massachusetts diseñaron una potente máquina de desarrollo
humano y económico.
La prueba de fuego de esta nueva versión de la raciona­
lidad capitalista llegó con la industrialización, una fase de la
historia económica de la región que se desarrolló con una
velocidad e intensidad que solo puede ser explicada por la
ética del trabajo calvinista (Figura 1 ) . Según gran parte de
las publicaciones sobre este tema, la élite industrial de Nueva
Inglaterra, emergiendo de la clase comercial de Boston, Salem
y N ewburyport buscaron conscientemente un nuevo tipo de
economía rentable pero moral (Dalzell, 1 987; Farrell, 1 993;
Goodman, 1 996; Lamoreaux, 1 994; Wright y Viens, 1 997).
Esta visión fue contestada dentro de la élite por ideologías
interpretativas alternativas como el trascendentalismo (Birch,
1 995; Clark, 1 995; Guilmore, 1 982; N eufeld, 1 984 ). Fue con­
testada fuera de la élite por una conciencia de clase obrera
creciente (Blewett, 1 988; Dublin, 1 979; Zonderman, 1 992),
incluyendo una huelga generalizada de los trabajadores del
algodón en 1 834. A pesar de ello, las protestas de clase esta­
ban frenadas por la inclusión de todo en el contexto cultural

207
común del racionalismo religioso de Nueva Inglaterra. En las
primeras décadas de la revolución industrial americana, una
élite masculina socialmente consciente, mayormente con sim­
patías religiosas de tipo congregacionalista, unitario o episco­
paliano, empleó trabajo mayormente femenino, procedente de
las granjas y las pequeñas ciudades de Nueva Inglaterra para
trabajar en un sistema económico conducido enérgicamente
para obtener beneficios y acumular capital, aunque caracte­
rizado por el paternalismo, la decencia y la equidad en el tra­
tamiento de los trabajadores. Fascinados por la idea moderna
de progreso económico racional, los capitalistas comerciales
y los artesanos-empresarios de Nueva Inglaterra retrocedie­
ron de horror ante las consecuencias sociales de la revolución
industrial británica. Conscientemente intentaron un sistema
industrial diferente compatible con su sentido de la moralidad
calvinista, especialmente el unitario, algo que les convencía a si
mismos de que tenían más en común con el experimento social
de Robert Owen que con el Manchester de Friedrich Engels.
La industria textil se organizó a finales del siglo XVIII y
principios del XIX con un sistema de fábricas situadas en prácti­
camente cada salto de agua del Sur de Nueva Inglaterra. Esta era
una región donde la desbordante explosión de espíritu empresa­
rial calvinista interactuó con un medio abundante en pequeños
ríos, lagos glaciales y saltos de agua (Steinberg, 1 99 1 ). También
era un área donde una élite económica relativamente pequeña
formaba parte de familias extensas y redes de parentesco (Farrell,
1 993). ¿ Qué valores económicos comunitarios fueron preserva­
dos en esta apretada red social de relaciones de los Brahmanes
de Boston?* En el sistema Waltham-Lowell, constituido por

* El término de «Boston Brahmin• es utilizado desde finales del XIX para


aludir al estrato social más alto de Boston. [N. de la T.]

208
grandes complejos fabriles sobre grandes saltos de agua iniciado
p or capitalistas comerciales {los Boston Associates) en 1 8 1 3 y
empleando mujeres granjeras como trabajadoras temporales,
el ideal moral parece haber sido la formación de comunidades­
modelo libres de la degradación industrial (Mathews, 1 991 : 142).
Uno de los fundadores de Lowell, una nueva ciudad industrial
sobre el río Merrimack, lo expresaba así:

La introducción a gran escala de la manufactura del algo­


dón en este país fue una idea nueva. Su efecto en el carác­
ter de nuestra población fue un tema de gran interés. Los
obreros en las ciudades manufactureras de Europa eran
claramente del tipo más bajo, tanto en inteligencia como en
moral. Por tanto, la cuestión que surgió, y que fue profun­
damente considerada, era si la degradación era el resultado
de la ocupación concreta o de otras y diferentes causas. No
pudimos percibir por qué las características de este trabajo
en particular debían tener otros efectos sobre el carácter
que las de otras ocupaciones. Había poca demanda para
empleo femenino, ya que la manufactura familiar había
sido superada por las mejoras en la maquinaria. En Nueva
Inglaterra había un fondo de trabajadores, bien educados
y virtuosos. No se veía que un empleo provechoso pudiera
tener ninguna tendencia a deteriorar el carácter. Se adopta­
ron las mejores garantías al establecer casas de huéspedes a
costa de la Compañía, a cargo de mujeres respetables, y se
cubrieron todas las necesidades para el culto religioso. En
estas circunstancias, las hijas de los granj eros respetables
eran fácilmente persuadidas para ir a las fábricas por un
período temporal. El contraste en el carácter de nuestra
población manufacturera, en comparación a la de Europa,
ha sido la admiración de los extranjeros más inteligentes
que nos han visitado. (Appleton, 1 858: 1 5- 1 6)

209
F i g u ra 1
E l e n c u entro d e l calvi n i s m o c o n l o s sa ltos de a g u a : el desarro l l o i n d u s tr i a l
e n N u eva I n g l aterra 1 809- 1 850

H i laturas de
algodón, 1 809

I ndustria texti l
Numero de husos de a l godón, 1 83 1
o 5 1 00 - 6950
C' 2300 - 2950
1 750 - 2'.!99
g 1 250 - 1 749
o- 830 - 1 249
O· 520 • 82\1
= 280 - 5 1 9
--
1 40 - 279


capital de Boston

Fuente : red ibujado con permiso de R . G . Leblanc Location of Mnufacturing in New


England in the 19th Century, Dartmouth Pu bl ications in Geography, nú mero 7, 1 974; pp.
44, 47, 58, 83).

210
Industria textil
de lana, 1 83 1
!
/'!
/
o

Empl eados en la
industria, 1 850

O 50 m i llu s
....___.
Afirmaciones como esta pueden leerse con escepticismo,
como una clase de ideología cuya intención era ocultar un mo­
tivo bastante más mezquino como el de aumentar el retorno
del capital previamente invertido en actividades marítimas.
Concediendo gran parte de razón a ello, muchas investigacio­
nes también muestran que el sistema fabril Waltham-Lowell
fue resultado de un nuevo tipo de imaginario capitalista en un
experimento social que combinó la producción fabril moderna
con los patrones familiares de la sociedad tradicional (Dalzell,
1 987: 226 ). Relaciones sociales morales paternalistas prevale­
cieron en los centenares de fábricas que aparecieron por todo
el sur de Nueva Inglaterra durante los años 1 820, 1 830 y 1 840.
En torno a la base de esta economía moral se construyó una es­
tructura política que enfatizaba las políticas públicas, la filan­
tropía y un sistema educativo insuperable Uaher, 1 982: 1 5- 1 6;
Hall, 1 997). Las autoridades civiles y políticas debatieron con­
tinuamente sobre los efectos sociales de la industrialización
(Siracusa, 1 979). En resumen, el liberalismo político y econó­
mico de Massachusetts, incluso su concepción de la salud y la
higiene (Van Buren, 1 977) estaba fuertemente imbricado con la
cultura religiosa protestante.
Dentro de la economía moral, las mujeres trabajadoras criti­
caron la vida industrial desde posiciones ancladas en principios
morales de base religiosa que compartían con los propietarios.
Las «chicas de fábrica» de Nueva Inglaterra defendieron el sis­
tema fabril contra la queja conservadora de que trabajar en la
fábrica conducía a las mujeres a la condenación y a la infamia, al
colocarlo dentro, en lugar de fuera, del orden moral del capita­
lismo congregacionalista. Ellas insistieron en que eran mujeres
dignas y virtuosas, «hijas de hombres libres», que compartían
con los ideales de los dueños de prevenir la creación de una po­
blación fabril moralmente corrupta (Murphy, 1 992: 207-208).
Un obrero describió Lowell en 1 840 como formado por:

212
Una clase de chicas que solo en esta ciudad se cuentan por
miles, y en muchas de nuestras ciudades más pequeñas, por
centenares; chicas que generalmente proceden de casas de
campo tranquilas, donde las mentes y los modos se han
formado bajo los ojos de dignos hijos de los peregrinos y
sus virtuosos padres, y que regresan de nuevo para con­
vertirse en las esposas de los inteligentes granjeros libres
de Nueva Inglaterra . . . Los círculos de mejora, el liceo y
el instituto, las reuniones religiosas sociales, las bibliote­
cas móviles o de otro tipo, son testimonio de que el poco
tiempo del que disponían se empleaba de la mejor manera.
Nuestras iglesias y salas de lectura siempre llenas, y el ele­
vado carácter de nuestros clérigos y profesores, dan fe de
que el estado moral y de inteligencia no es bajo. (A Factory
Girl, 1 840: 1 88, 1 90)

Asimismo, mientras que muchos experimentos utópicos


eran reacciones críticas contra la nueva competitividad, estos
también tenían preocupaciones materiales sujetas incluso a
guías morales más firmes (Clark, 1 995: 14). La conciencia crí­
tica apelaba al trascendentalismo y al idealismo, como en los
ensayos de Ralph Waldo Emerson sobre riqueza y reforma,
mas que al socialismo o al materialismo (Gilmore, 1 982). Los
sindicatos y los partidos obreros fueron lentos en desarrollar­
se en la región, el Partido del Trabajador solo consiguió 3459
votos en las elecciones del Estado de 1 833, principalmente
en los distritos agrícolas descontentos (Foner, 1 947: 1 40). La
agitación del movimiento por las diez horas de los años 1 840
y 1 850 fue expresada en términos de preservar la inteligencia,
la virtud y la energía de los trabajadores fabriles. El deseo por
algo diferente se expresó en recuerdos nostálgicos de un su­
puesto pasado agrario, cuando la moralidad era más pura, la
vida más simple, la naturaleza más prístina. La cultura produjo

213
una idea de cultura que sirvió como ideología de legitimació n
(comparar con D. Mitchell, 1 995).
Hubo un intento de construir una forma ética de produc­
ción capitalista que combinaba la búsqueda agresiva de benefi­
cios con el mantenimiento de la compasión religiosa hacia los
obreros en el seno de la «civilización de Nueva Inglaterra».
Pero como la disponibilidad de trabajo regional llegó a ser
insuficiente, se animó a los trabajadores irlandeses y franco­
canadienses (católicos) a migrar a las florecientes ciudades in­
dustriales de la región. El caso fue que la sensibilidad ética era
específica de grupos sociales culturalmente homogéneos: un
comentarista describió posteriormente la «invasión inmigran­
te» en términos de: «Masas de extranjeros que no hablan inglés
abarrotando cada centro industrial y borrando la población
antigua (de Yankees), como el contenido de una botella que se
derrama estropea la página escrita» (Brewer, 1 926: 228-229).
De modo creciente, la disciplina industrial debía irse impo­
niendo a un proletariado cada vez más reacio, cuyas diferen­
cias culturales les permitían ver el calvinismo como una ideo­
logía de clase dominante más que como fuente universal de
iluminación espiritual. Así, en la segunda mitad del siglo XIX,
la economía moral de decencia común de Nueva Inglaterra
devino una cultura de clase de lucha étnica y de género (Hall,
1 982). Nueva Inglaterra estalló en violencia étnica y de clase
a finales del siglo XIX y principios del XX. Fue testimonio de
las batallas entre los «señores yankees» (llevando pistolas para
«defender a sus mujeres») y las «bandas irlandesas» cada año
durante los desfiles del 4 de julio de Boston a finales del siglo
XIX. Renegando de la conciencia, los obreros tuvieron que ser
disciplinados con medios consumistas fordistas que repug­
naban a la persuasión moral de la cultura anterior (Haskell
y Teichgraeber, 1 933 ). Incluso así, este período épico de la
racionalidad moderna dejó su huella en la lógica subsiguiente

214
d el desarrollo económico nacional: el capitalismo americano
continuó su mezcla de valores individualistas y comunitarios
de modos particularmente efectivos -«efectivos» en términos
de control social, aunque los términos reguladores parecen
demasiado pasivos para describir los procesos culturales que
p roducían identidades económicas. El imaginario social es
me1or.

Economía cultural

La economía no es una esfera separada, aunque sea en cierto


modo dominante, de otras dimensiones de la existencia social.
La economía es solo ese conjunto de prácticas materiales y
culturales que están más directamente implicadas en la repro­
ducción de la existencia. ¿ Cómo conceptualizar las relaciones
entre partes de la vida que se funden unas con otras ? La noción
de «embeddedness» de la acción económica funciona, especial­
mente la visión de los actores económicos inmersos en redes
de relaciones sociales. Y aunque esto describe la forma espacial
que toman las relaciones sociales, explican poco de las ideas,
de la confianza y de los valores que se comunican a través de
ellas. El «embeddedness» en las relaciones sociales necesita
«embeddedness» en los valores culturales. ¿ Cómo hacerlo,
desde un punto de vista teórico ?
En este artículo he defendido una serie de conceptos que
relacionan la cultura con la economía a través de las nociones
de interpretación, simbolización, imaginario y racionalidad.
Inicialmente, el argumento siguió el discurso marxista: el
modo de producción fue reinterpretado, especialmente en lo
que se refiere a la idea de conciencia social que «refleja» es­
tructuras económicas al hacer hincapié en la intermediación
de la experiencia, las estructuras del sentir, y la producción de
sentido común, en una versión cultural del materialismo his-

215
tórico. Ello llevó al argumento de que la vaguedad etérea que
parece inherente en el término «cultura» podía ser mitigada al
centrar su definición en la práctica simbólica, o producción so­
cial de las representaciones. Pero aquí los conceptos existentes
se mostraron insatisfactorios: tanto porque la representación
tiene que contemplarse como prácticas culturales estructura­
das por relaciones de poder como porque la representación
es profundamente interpretativa de la experiencia. Es decir,
que los sistemas de creencias son adiciones simbólicas sedi­
mentadas en la conciencia por interpretaciones poderosas,
atractivas y satisfactorias de las experiencias. Así, en el caso
del calvinismo, la simbolización tomó tres formas principales:
las interpretaciones de la relación de Dios con la tierra y sus
habitantes (trascendencia), las interpretaciones de la relación
de las gentes con la eternidad (predestinación), y las interpre­
taciones de la relación de la gente con su trabajo en la vida (la
vocación). Además, la simbolización como interpretación en
el nivel de los significados y las creencias puede conceptuali­
zarse de modo más exacto en términos de imaginarios sociales,
o formas colectivas de conciencia estructuradas por medios
sociales y naturales específicos, de manera que los imaginarios
toman formas regionales. El término «imaginario» implica
creatividad imaginativa como un momento de libertad relativa
en los esquemas interpretativos, pero también orienta la ima­
ginación del teórico en la dirección de formas de racionalidad
socialmente prescritas.
En este punto crucial, en el que el análisis podía seguir en
diversas direcciones, las ideas de Weber sobre la razón como
desencanto parecieron adecuadas, porque están muy bien
formuladas y porque se aplican directamente al caso bajo
consideración: los orígenes culturales de la economía ame­
ricana en Nueva Inglaterra. Weber relaciona la racionalidad
económica en su sentido «sustantivo» (ética, motivaciones) a

216
la racionalidad en su sentido «formal» (cálculo, organización)
p roporcionando un puente conceptual entre las formas socia­
les de la imaginación {lo substantivo) y los tipos particulares
de acción económica (lo formal). Ello se acerca a mi propia
p reconcepción de la racionalidad económica como un tipo de
lógica simbólica formada en la cultura. La racionalidad eco­
nómica incluye los motivos, los métodos y la ética derivada
de las experiencias de agentes socializados y aculturalizados.
Las acciones racionalizadas crean la lógica de desarrollo de
los sistemas económicos. Hay una relación estructura-agencia
entre las acciones coordinadas por las concepciones corrientes
de racionalidad económica y la lógica sistémica, las dos consti­
tutivas una de la otra. Ello parece ser una manera de investigar
geográficamente las trayectorias de los sistemas económicos
regionales.
Llegados a este punto, me dirigí a examinar una lógica de
desarrollo regional concreta -el crecimiento de la economía
industrial moderna en Nueva Inglaterra. Aquí, he cambiado
el énfasis habitual en el protestantismo como iniciador del
capitalismo como sistema económico inmanente, para dar
una interpretación más complej a de la construcción cultural
de un sistema económico regional construido mediante inter­
pretaciones religiosas, ecologías cívicas y racionalidades éticas.
La Nueva Inglaterra calvinista, supongo, formó una cultura
de producción que sintetizó la moralidad con el beneficio de
una manera elegante, refinada y civilizada. Aunque esta eco­
nomía moral era específica de ciertas relaciones étnicas y de
género dentro de lo que se contemplaba como la civilización
de Nueva Inglaterra. Más tarde, la economía moral de Nueva
Inglaterra se transformó, especialmente por las reacciones a
la inmigración, en un sistema clasista más evidente. Pero el
calvinismo dejó su huella en la estructura subsiguiente de la
economía americana. Devino la forma cultural dominante del

217
capitalismo en el siglo XX justamente porque combinaba una
intensa orientación al beneficio con una pretensión de valores
sociales morales.
La tesis que quiero defender es que cada región contribuye
con una cultura económica diferente y distintiva al sistema
global capitalista. Además, que las economías regionales for­
man una unidad con dificultades en unos sistemas globales
y nacionales inestables, analizables a través de la dialéctica
espacial económico-cultural. En definitiva, en una frase que
nunca pensé que diría, la economía política debe convertirse
en economía cultural.

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224
EDITORIAL: LA NEOLIBERALIZACIÓN
DEL CONOCIMIENTO*

Richard Peet

En el pasado, los medios de publicación de artículos de revis­


tas académicas estaban controlados por los académicos y las
instituciones profesionales. Pero en los últimos veinte años el
control sobre la difusión del conocimiento científico se ha vis­
to crecientemente privatizado. El acceso al conocimiento pu­
blicado pasa cada vez más a través de empresas privadas, como
Thompson Reuters, un conglomerado gigante de empresas de
comunicación/noticias/información, con «líneas de produc­
to» que van desde la información financiera y empresarial al
índice de citaciones de ciencias sociales (social science citation
index). Publica el Informe de Citaciones de Revistas (Journal
Citation Report) y el Informe de Uso de Revistas (Journal Use
Report) como parte de su «Red de Conocimiento ISI» (IS/ Web
of Knowledge ). Las revistas que esta empresa no indexa bien
podrían no existir. Los autores que no son considerados por
esta empresa escriben en la nada. Nuestro trabajo no se co­
noce si ellos deciden no vernos. Somos juzgados, clasificados
y ordenados por criterios que dependen de una empresa de
comunicación.
Las revistas académicas que una vez fueron el producto de
las universidades y las asociaciones profesionales y académicas
han llegado a ser producidas por editoriales que están crecien­
temente concentradas en manos de unos pocos conglomera­
dos multinacionales de comunicación: Routledge (Taylor and

* © Human Geography, traducido por Núria Benach del original inglés:


•Editorial: The Neoliberalization of Knowledge•, Human Geography, 1 ( 1 ), 2008;
pp . 1 -2.

225
Francis), por ejemplo, publica 950 de ellas. Blackwell Synergy,
que «alberga más de un millón de artículos de más de 850 re­
vistas», es parte de Wiley InterScience, «un destacado recurso
internacional de contenidos de calidad promocionando el des­
cubrimiento a través de todo el espectro de esfuerzos científicos,
técnicos, médicos y profesionales». La privatización de la difu­
sión del conocimiento significa que empresas de comunicación
controlan el acceso a grandes partes del fondo de conocimiento
producido por el trabajo académico. Este fondo es cada vez más
una importante y lucrativa fuente de poder político, cultural y
económico. Y nos encontramos con que la privatización de la
difusión del conocimiento se remonta cada vez más a su misma
producción, al ser pensados los conocimientos-mercancía para
su venta en internet. Ello conlleva el deterioro de la reflexión, en
la que el pensamiento profundo o bien cesa del todo o bien se
convierte en un mero entretenimiento.
Para los académicos radicales la privatización del conoci­
miento plantea el problema adicional de que los agentes causa­
les de las contradicciones capitalistas controlan el conocimien­
to publicado sobre sus crisis. De modo que también nosotros,
como trabajadores académicos, debemos someternos a un
orden social de publicaciones que era y continúa siendo elitis­
ta en términos de su control por parte de «académicos repu­
tados y establecidos» pero que ahora es también cuantificado
en términos de factores de exposición y citación en un nuevo
sistema cada vez más tecnificado, privatizado, empresarializa­
do y mercantilizado. Ello significa también que la plusvalía
(monetaria) producida por el trabajo académico que escribe
el contenido de las revistas acaba como beneficio del capital
de los medios de comunicación. Este valor ¿podría quizá ser
recapturado por los productores del conocimiento-riqueza ?
¿ Nuestra conclusión ? Necesitamos retener el control del
valor producido por el trabajo académico. Estamos decididos

226
a resistir esta tendencia privatizadora -«Recuperar Nuestro
Conocimiento». Por ello hemos fundado una empresa sin
ánimo de lucro « lnstitute for Human Geography lnc.» como
p ropietaria de esta revista -los responsables de la empresa
p rovienen del comité editorial. El Instituto no establecerá re­
laciones de ninguna clase con editoriales comerciales. Seamos
claros, no estamos proponiendo una revista de acceso abierto
basada en la web. Sin embargo, las suscripciones individuales
se ofrecen a bajo coste ( 40 dólares al año para personas con ren­
tas más elevadas y 1 5-20 para los que tienen menos ingresos),
y las suscripciones institucionales a un coste moderado ( 1 00
dólares en nuestro primer año, algo más en años subsiguien­
tes), muy lejos de lo que acostumbran a valer en la actualidad
-las editoriales multinacionales cobran a las instituciones con
tarifas de suscripción anuales que van de los 250 a los 5.000
dólares por año. Una sola revista puede generar de medio a un
millón de dólares de beneficio al año. Podríamos utilizar este
dinero para financiar investigaciones radicales . . . pero solo si la
propiedad y el control sobre el conocimiento que producimos
queda fuera de manos empresariales. Tan pronto como ten­
gamos beneficios anunciaremos la disponibilidad de ayudas a
la investigación geográfica-radical y designaremos un comité
para administrarlas.
De modo que anunciamos el inicio de esta nueva revista
llamada Human Geography. Este es nuestro primer número.
Concebimos una revista como esta de modo amplio, cubrien­
do temas que van desde la geopolítica a la ecología política
pasando por cuestiones culturales y económicas. Imaginamos
una revista intelectual bien escrita, crítica, no demasiado llena
de detalles empíricos, y no cargada de demasiadas citas, una re­
vista que pueda leerse en su totalidad. Esta revista será evaluada
por expertos pero queremos evaluaciones de los artículos que
sean positivas y útiles, y no que estos sean atacados o recha-

227
zados para su publicación sobre la base de aspectos menores
realizados por evaluadores que se esconden tras el anonimato
(el elitismo al que nos referíamos más arriba). Planeamos una
mezcla de artículos largos de hasta 7.500 palabras y otros más
cortos de hasta 3 .000 palabras, con trabajos actuales de op i­
nión y reseñas de libros intercalados en el cuerpo del texto
básico de la revista. Por el momento, planeamos una versión
de la revista en papel, que será seguida en breve por . un sitio
web con contenido multimedia.
Llamamos a vuestro interés, comentarios y apoyo. Las do­
naciones servirán para sustentar el arranque de la revista: por
favor mandad ayudas al Institute for Human Geography, IHG,
P.O. Box 307, Boston, Massachusetts, 0 1 740-0307, Estados
Unidos; 1 00 dólares darán derecho a dos años de suscripción.
Invitamos a enviar artículos, textos de opinión, reseñas y edi­
toriales a nuestro consejo de redacción. Si tenéis ideas para una
contribución, hacédnoslas saber para tener nuestra respuesta
inmediata: por favor enviad un email con vuestras propuestas
o artículos a los editores correspondientes:

Director de Human Geography: Richard Peet, Graduate School of


Geography, Clark University.
Responsable de ensayos y opiniones: Derek Gregory, Department
of Geography, University of British Columbia.
Responsable de reseñas de libros: Salvatore Engel-DiMauro,
Department of Geography, SUNY New Paltz.
Responsables regionales:
Swapna Banerjee-Guha, Tata lnstitute of Social Sciences (Asia me-
ridional).
Jerónimo Montero, Durham University (América Latina).
Erik Swyngedouw, Manchester University (Europa).
Wing Shing Tang, Hong Kong Baptist University (Asia oriental).

228
LOCURA Y CIVILIZACIÓN: CAPITALISMO FINANCIERO
GLOBAL Y EL DISCURSO ANTIPOBREZA it

Richard Peet

El final del siglo XX ha visto emerger un nuevo tipo de socie­


dad. Un capitalismo dominado por enormes empresas pro­
duciendo mercancías y servicios ha sido substituido por un
capitalismo dominado por enormes empresas que controlan
el acceso a los capitales de inversión. En el nuevo «capitalismo
financiero global» las finanzas son la parte más importante del
capital; los gobiernos y las instituciones de gobernanza global
son parte integral del aparato financiero, rescatan al sector
financiero e incluso se unen a él en tiempos de crisis; el capita­
lismo financiero opera normalmente a escala global; por tanto,
el capitalismo financiero toma la forma de un sistema espacial
y político-económico-financiero-ético-cultural. El término
«capital financiero» fue acuñado originalmente por el mar­
xista austríaco Rudolf Hilferding ( 1 98 1 ). Con ese término se
refería a la creciente concentración y centralización de capital,
e n su forma institucional de empresas, cártels, trusts y bancos

que organizaron la exportación de excedentes de capital de


los países industrializados, especialmente Gran Bretaña, en
búsqueda de tasas de beneficios más elevadas en otras partes.
Más recientemente, David Harvey (2005) ha sostenido que en
las empresas capitalistas, la propiedad {los accionistas) y la
gestión (los directores ej ecutivos de las empresas) han llega­
do a fundirse ya que la gestión de más alto nivel se retribuye
con «stock options». El aumento del precio de las acciones se

* © Human Geography, traducido por Núria Benach del original inglés:


•Madness and Civilization: Global Finance Capitalism and the Antipoveny
Di scourse•, Human Geography, 1 ( 1 ), 2008; pp. 82-93.

229
convierte en el objetivo de funcionamiento de la empresa. Y
las empresas productivas, diversificadas en créditos, seguros y
sector inmobiliario, crecientemente se convierten en financie­
ras en su orientación. Ello está relacionado con un estallido de
actividad en un sector financiero crecientemente desregulado
y rápidamente globalizado en «la financiación de absoluta­
mente todo», lo que significa el control de todas las áreas de la
economía global por parte de las finanzas. Los estados-nación,
individualmente (como los Estados Unidos) o colectivamente
(como el G7/8), tienen que apoyar a las instituciones financie­
ras y la integridad del sistema financiero ya que ello es lo que
hace funcionar la economía (como atestigua la intervención
masiva de los bancos centrales en la crisis financiera de 2007-
08). En el marco de este sistema capitalista pre-fijado, Harvey
observa que el poder de los accionistas disminuye, mientras
que el de los directores ej ecutivos de las empresas, el de los
miembros clave de los consej os de administración y el de los
financieros, aumenta. El tremendo poder económico de esta
nueva clase empresarial-financiera les permite una amplísima
influencia sobre los procesos políticos (Harvey, 2005: 3 1 -38).
La principal diferencia entre el capital financiero de
Hilferding y el capitalismo financiero global actual es la mayor
abstracción del capital de su base productiva original, la mayor
velocidad con la que el dinero se mueve a través de espacios
más amplios y diversos, la intensidad y la frecuencia de las cri­
sis que toman ahora formas más financieras que productivas,
y la extensión de la especulación y de las apuestas en todas las
esferas de la vida. Hemos visto también la «democratización»
del capital a través de la inclusión en el ejército de reserva
de los financieros a millones de personas que se benefician a
través de la propiedad de la vivienda, inversiones en fondos
de pensiones, fondos de inversiones y fondos de educación.
Ya no tenemos a peces gordos ni tipos listos manipulando los

230
p recios de las acciones sino a millones de «cuasi-capitalistas»
preocupados todas las noches por sus ahorros de jubilación o
por sus precios de vivienda totalmente inflados. Por un lado, el
cap italismo financiero ha desarrollado grandes y sofisticados
mecanismos de control social y cultural sobre los gobiernos,
las clases y las poblaciones regionales, de modo que la respues­
ta política crítica a las crecientes desigualdades e inestabilida­
des puede ser largamente silenciada: vivimos en un tiempo de
cooptación global. Por otra parte, el nivel y la profundidad
de la crisis financiera ha aumentado, el «espacio de la crisis»
se ha ampliado para incluir virtualmente todas las economías
nacionales, y el «espacio de las víctimas» (directas e 'indirec­
tas) es ahora virtualmente universal. La intersección de estas
tendencias crea una sensación de irrealidad y distanciamiento
en la que las crisis son abordadas con mayor superficialidad
cuanto más aumenta su intensidad. Las crisis, que son estruc­
turales y endémicas, parecen irrumpir en el escenario político­
económico como sucesos aparentemente espontáneos. Pero en
realidad las crisis se acumulan porque no son ni comprendidas
ni controladas, ni siquiera hay demasiada voluntad popular de
controlarlas, porque mucha gente combina el doble papel de
perpetrador y de víctima, y el sistema financiero es tan grande
y amorfo que parece inexpugnable. Inevitablemente, la desidia
tie nde a la catástrofe.
Al igual que en el sistema liberal global de finales del siglo
XIX, el sistema neoliberal de finales del XX e inicios del XXI
opera globalmente bajo el dominio de un solo estado-nación
«democrático» hegemónico. El cambio de la Pax Britannica a
la Pax Americana mantiene una estructura política esencial­
mente parecida pero el poder militar de las fuerzas armadas
del estado financiero ha aumentado, mientras que el tiempo
necesario para llevar a cabo una intervención ha disminuido
radicalmente con las nuevas tecnologías de la guerra. Las tran-

23 1
sacciones instantáneas del capitalismo financiero corren en pa­
ralelo a respuestas armadas casi instantáneas. Y recientemente
los principales estados capitalistas financieros se han mostrado
proclives a la intervención geopolítica en la creencia de que
están siendo atacados por un contra-movimiento organizado,
también globalmente organizado, y preparado para utilizar
medios de destrucción masiva.
Este artículo proporciona algunos términos y perspecti­
vas que pueden contribuir a un análisis crítico del capitalismo
financiero global. Tras repasar algunas de sus características
básicas y sugerir algunos términos para organizar el debate
futuro, el artículo continúa con lo que podría llamarse una so­
cio-psicología de las finanzas contemporáneas, especialmente
el manejo del sistema hacia la toma de riesgos y la especulación
que llevó a la crisis de 2007-2008: «locura». El artículo prosi­
gue afirmando que incluso las sociedades desquiciadas tienen
una conciencia, y ello se expresa en el , discurso anti-pobreza
global que conforma una parte manifiesta del sistema finan­
ciero global: la «civilización» . No obstante, un sistema eco­
nómico corrupto necesariamente significa que las expresiones
de benevolencia se convierten en políticas antipobreza carac­
terizadas por su «beneviolencia» . De modo que las políticas
que aparentemente se dirigen a perdonar la deuda del Tercer
Mundo y a «acabar con la pobreza ahora»• llevan a lo con­
trario: la inclusión en una economía global cargada de niveles
imposibles de deuda y, en todo caso, mayores niveles aún de
deuda y de creciente inseguridad. El artículo concluye con un
breve comentario sobre qué hacer con la pobreza global desde
una posición radical de izquierdas.

* End Poverty Now es una organización no gubernamental de ámbito mun­


dial y con base en Montreal dedicada a aliviar la pobreza. [N. de la T.]

232
Fo rmaciones sociales y regímenes políticos

Este nuevo capitalismo financiero apareció en la escena global


en medio de un estallido de exhuberancia económica y cultural
que solo puede ser admirado (venerado) como un signo de los
nuevos tiempos globales por parte de un público atemorizado.
Al menos eso es lo que aparece en los medios de comunicación
que son parte fundamental de un sistema del que se supone
que informan. Pero entonces el capitalismo financiero global
puede ser llamado capitalismo mediático global ya que la me­
diatización es tan importante como la financiación, y las dos
comparten ese aire de irrealidad fantástica que ha sustituido lo
que una vez se llamó «vida cotidiana». De modo que las noti­
cias de deportes disponen de más tiempo y desgraciadamente
de más atención, que las noticias sobre las guerras. Que no te
maten en sábado: nadie se enterará. Y aun así, como Marx casi
dijo una vez, analizar significa romper el fascinante resplandor
del espectáculo global dirigiendo la atención a descubrir la
esencia estructural.
El capitalismo financiero global emerge de cambios estruc­
turales comprensibles. Para llegar a esos cambios estructurales
necesitamos utilizar un par de términos taquigráficos: unas
pocas palabras que describan una infinidad de cosas, de modo
que nuestra mente no piense en listados. Hasta ahora hemos
hablado de formas históricas de una totalidad capitalista po­
lítico-cultural-económica tales como formaciones sociales en
un modo de producción en general. Parece que ha habido tres
formaciones sociales intracapitalistas en los últimos cien años
más o menos: el capitalismo industrial competitivo, ya en des­
aparición a finales del siglo XIX pero aún presente en el margen
de las pequeñas empresas y en la frontera innovadora del nue­
vo capitalismo de riesgo; el capitalismo industrial empresarial
que asumió la hegemonía a finales del siglo XIX y que persiste
aú n hoy como una base poderosa, aunque dependiente, de

233
actividad productiva; y el capitalismo financiero global, que
toma el papel hegemónico y dominante en la reproducció n
del capitalismo a partir de los años 1 980 y 1 990: la transició n
estaba oculta por un hipoblasto de high-tech, tecnología de
la información-internet, que era en parte industrial, en parte
mediático, y en parte financiero.
U na terminología más directa describe las instituciones e
ideologías que constituyen «regímenes» más concretos dentro
de (a veces en transición entre) formaciones sociales capita­
listas. Aquí podemos destacar varias dimensiones como por
ejemplo los regímenes de imagen, en un análisis ideológico­
imaginario más orientado hacia los medios de comunicación.
Pero quedémonos de momento en el banal mundo de los
«regímenes políticos»: los mecanismos político-económicos
(instituciones, ideologías, discursos) de poder mediante los
cuales los gobiernos y las instituciones gubernamentales in­
tentan dirigir el cambio económico y social en una formación
social. Un régimen político alude a: una aproximación siste­
mática a la formación política de un conjunto gubernamental
o de instituciones de gobierno; algo que trata un conjujl tO
de asuntos limitado y definible; algo que prevalece como el
marco regulador/intervencionista dominante; cuestiones que
abarcan un período histórico de al menos varias décadas. Los
regímenes políticos toman coherencia por las interpretaciones
político-económicas subyacentes de las causas de un conjunto
de problemas socio-económicos relacionados; dichas interpre­
taciones representan los intereses de una fracción de capital
(Peet, 2007: 4- 1 0).
Desde la Segunda Guerra Mundial, el mundo capitalista
ha conocido dos principales regímenes político-económicos:
la democracia keynesiana, predominante entre 1 945 y 1 973, y
la democracia neoliberal, predominante entre 1 980 y la actua­
lidad; los años 1 973-80 representan un período de transición,

234
cu ando los dos regímenes competían por la hegemonía. En el
rég imen de políticas keynesianas, un Estado intervencionista
co mprometido en alcanzar el pleno empleo y sueldos elevados
p ara todos utilizó políticas macro-económicas contra-cíclicas
en un capitalismo básicamente de libre empresa. Este régimen
de políticas respondió a la Depresión de los años 1 930, una
crisis que deslegitimizó la racionalidad teórica y las insisten­
tes demandas del régimen precedente, un duradero régimen
político liberal (libre comercio), al utilizar la autoridad del
Estado para estabilizar la acumulación y democratizar los
beneficios económicos. Las diferencias regionales en la tradi­
ción teórico-interpretativa y político-económica dieron pie a
tres variantes principales: el keynesianismo social democráti­
co en los países de Europa occidental y sus antiguas colonias;
el keynesianismo democrático liberal en los Estados U nidos;
el keynesianismo desarrollista en Japón y muchos países in­
dustrializados del Tercer Mundo (Chang y Rowthorn 1 995;
Kohli 2004 ).

El régimen de políticas neoliberales revive el liberalismo de


libre comercio de finales del siglo XIX, aparentemente median­
te la renuncia del Estado-nación a la gestión macroeconómica
en beneficio de los mecanismos de mercado. Pero esta aparente
renuncia del Estado a la economía esconde un movimiento que
mejor puede describirse como una reorientación de la inter­
vención gubernamental para servir los intereses de las institu­
ciones de gobernanza globales. Sin embargo, «reorientación»
es solo el barniz de un profundo proceso de control del Estado
por parte de gente adinerada, empresas, bancos y compañías
de gestión de inversiones y, especialmente, de los bancos de
inversiones bajo un sistema de «democracia empresarial», que
empieza con el control sobre el proceso electoral por parte de
las grandes donaciones y el control sobre el proceso legislativo
a través del «lobbying» (Peet, 2007: 94-98).

235
El régimen de políticas neoliberales respondió sin duda a la
globalización de la economía, la sociedad y la cultura de finales
del siglo XX. Desde luego que el neoliberalismo ayudó a orga­
nizar la emergencia de una globalización que beneficia a una
nueva clase re-emergente, superadinerada, financiero-capita­
lista, que mayormente vive en los principales paíse s occiden­
tales, especialmente en los Estados U nidos de América, pero
que opera transnacionalmente en términos del ámbito de su
actividad de inversión. Concentrémonos en el momento de in­
terpretación de los regímenes de políticas vistos como agentes
creativos colectivos en la reorganización de la sociedad capita­
lista. El keynesianismo interpretó la crisis político-económica
de los años 1 930 como resultado del miedo a un futuro im­
predecible. Para Keynes, la incertidumbre de los empresarios
provocó incoherencias y retrasos en la compra de maquinaria
y bienes de equipo. Con la extensión del fordismo en el perío­
do de postguerra, las deficiencias sistémicas en la demanda se
originaron más en la inadecuación e inestabilidad de la compra
masiva de bienes de consumo. En el contexto de la democracia
social y liberal de postguerra, los estados respondieron ' ese
infraconsumo a través de la gestión keynesiana de la deman­
da. Las políticas se centraron en una redistribución masiva de
los ingresos de la gente rica hacia los consumidores-votantes
de clase obrera, gente que, en virtud de la necesidad o la per­
suasión, ¡tenía que gastar cada centavo que tenía ... y más ! El
principal mecanismo para la redistribución de los ingresos fue
una fiscalidad federal progresiva sobre las rentas: la tasa fiscal
marginal sobre la banda impositiva más alta bajo el régimen
de políticas suavemente keynesianas en los Estados Unidos
fue del 70 al 92 % en el período entre 1 945 y 1 98 1 . En vez
de añadirse a la riqueza acumulada, los ingresos se reciclaban
inmediatamente en consumo. Ello permitió el funcionamiento
del ciclo de producción-consumo y alimentó altos niveles de

236
crecimiento económico. Tuvo efectos geográficos espectacu­
lares, como la eclosión de espacios de consumo allá donde la
g ente se reunía o viajaba: así, las autopistas fueron corredores
de feliz exceso consumista.
Lo convencional es afirmar que durante los años 1 970
el keynesianismo entró en crisis. El término utilizado para
describirlo es estanflación: altas tasas de inflación junto con
altas tasas de desempleo. Además, la convención afirma que el
keynesianismo fue sustituido por un régimen de políticas neo­
liberales más efectivo. Pero las convenciones analíticas surgen
a partir de interpretaciones opuestas basadas en intereses, a las
que se les da diferente crédito en la toma de decisiones, según
el talante político y cultural del momento. Recuérdese que los
gobiernos, las economías, los sistemas sociales y las culturas
en las democracias políticas occidentales afrontaron continuas
protestas masivas en los años 1 960 y principios de los 1 970.
Empezando con el movimiento por los derechos civiles y la
oposición a la guerra del Vietnam, la protesta llevó al rechazo
masivo de los valores consumistas del capitalismo fordista­
keynesiano cada vez más vistos como contradictorios con un
medio natural fatigado. A la vista de la escalada de conflictivi­
dad que amenazaba el orden social, cultural y político, la élite
capitalista se comprometió en la actividad contrarrevoluciona­
ria. «Durante los años 1 970, el ala política del s � ctor empresa­
rial de la nación montó una de las campañas más notorias por
la conquista del poder de la historia reciente» de modo que
a principios de los 1 980 «las empresas tenían un nivel de in­
fluencia nunca visto desde los días del boom de los años 1 920»
( Edsall, 1 985: 1 07; Harvey, 2006). Un parte esencial de ello era
la interpretación hecha sobre las crisis económicas que reco­
nocía que las principales contradicciones estructurales residían
en la falta de inversión en economías poco activas Los estados
respondieron con políticas económicas neoliberales centradas

237
en la redistribución de las rentas hacia los ricos (Figura 1 ). Así,
la Ley del Impuesto de Recuperación Económica (Economic
Recovery Tax Act) de 1 9 8 1 recortaba la tasa fiscal marginal de
la banda de mayores ingresos al 5 0 % , seguida muy pronto por
la Ley de Reforma Fiscal de 1 986 que reducía aún más la tasa
máxima al 2 8 % , la cual se elevó durante las administraciones
demócratas en los años 1 990 al 39,6% para ser recortada de
nuevo al 3 5 % por la Ley de Reconciliación de crecimiento
económico y alivio fiscal (Economic Growth and Tax Relief
Reconciliation Act) de 200 1 . En ··comparación con el keyne­
sianismo (tasas fiscales marginales del 70-90% ), el régimen
de políticas neoliberales baj ó las tasas fiscales marginales de
las rentas más elevadas al 28-50% . Las apariencias ideológicas
de esta redistribución eran « recuperación, reforma, crecimien-

F i g u ra 1
Pri m e ro s fract i l e s de p r o p o rc i ó n de i n g resos ( i n c l u id a s l a s g a n a n c i a
d e c a p i ta l ) en l o s E stados U n i d o s , 1 9 1 3-2005

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Año

Fuente: Saez, 2007 .

238
t o » , términos que sugieren un régimen al servicio de intereses
amplios, populares, nacionales e internacionales. La realidad
fue estancamiento en los ingresos reales de la clase obrera y la
gente pobre.

Locura económica

Este régimen de políticas neoliberales contribuyó a producir


un capitalismo financiero global. En los años 1 980, las rentas
fueron deliberadamente reorientadas hacia gente que no po­
dían gastarlas, no importa cuanto lo intentaran (apartamentos
de 20 millones en centros financieros que se convirtieron en
multiplicadores de los precios inmobiliarios); solo podían
ahorrar dichas rentas e invertirlas. De modo que, bajo el neo­
liberalismo, cada año un billón de dólares fue a parar a cuentas
de inversión en manos de solo unos pocos centenares de miles
de personas ya muy ricas Qohnston, 2005). Las instituciones
financieras compiten por el uso de fondos de inversión sobrea­
cumulados por millonarios y por los ahorros de los trabajado­
res en fondos de pensiones, en seguros, etc. Las empresas com­
piten por atraer capital de inversión no tanto por ofrecer altos
dividendos sino por el rápido aumento del precio de las accio­
nes de las empresas. Los directores ejecutivos de las empresas
y los consejos de administración van y vienen, prosperan o no,
en gran parte sobre la base ya no de cómo manejan la empresa
sino de cuanto pueden hacer subir el precio de las acciones de
la empresa a corto plazo. El capital empresarial experimenta
esta competencia por las inversiones como una obligación ex­
terna originada en la fracción financiera dominante del capital:
los directores ejecutivos que fracasan en el cumplimiento de
esta obligación están sujetos a escrutinio por parte de empre­
sas de capital privado que ganan dinero comprando empresas
que no funcionan, reestructurándolas sin piedad (por ejemplo,

239
despidiendo trabajadores) y luego vendiéndolas para obtener
un beneficio rápido que reporte altos rendimientos a los inver­
sores. Como ello sugiere, el alcance del poder financiero (en
todos sus aspectos) se ha expandido, desde sus bases capita­
listas originales en los países industriales avanzados hacia un
campo de juego global, en el que billones de dólares se mueven
cada día con facilidad y velocidad en búsqueda de altos rendi­
mientos. Este campo de juego global para el capital está aún
claramente delimitado por límites políticos y culturales. Pero,
cada vez más, dentro del espacio de inversiones global estable­
cido, los países son juzgados meramente con ratios de riesgo/
beneficio y, al ser así incluidos en los cálculos de beneficio, los
estados pierden significado a menos que actúen como protec­
tores de las acciones destinadas a la búsqueda de beneficios del
capital global. Esta nueva versión del capitalismo financiero
está centrada en el despliegue de grandes acumulaciones de
riqueza por parte de instituciones especializadas como bancos
de inversiones y empresas asesoras de riesgos, concentradas en
una pocos centros de poder financiero: el escalón más alto de
las «ciudades globales».
Sin embargo, incluso con las incursiones más brutales en
busca de beneficios que llevan a cabo las empresas como mo­
dus operandi, el mercado de valores es un mercado de inver­
siones relativamente estable y seguro. La bolsa de valores está
regulada por el Estado y en los Estados Unidos de América
por una agencia gubernamental: la Securities and Exchange
Comission establecida en 1 934, tras un anterior episodio de
crisis. Las sociedades de gestión de inversiones que controlan
los activos colectivos en forma de, por ejemplo, fondos de
inversión, están también reguladas por la Ley de Sociedades
de Inversión de 1 940. Sin embargo, bajo el neoliberalismo, los
superricos han encontrado cada vez más la manera de evitar
las regulaciones estatales de las inversiones. Lo hacen en parte

240
es capando de las jurisdicciones nacionales como las sedes so­
ci ales de empresas fantasma en lugares como las Islas Caimán.
Y escapan de la regulación en sus propios países de origen
formando exóticos vehículos de inversión. En los Estados
Unidos, los fondos de inversión se abren a un pequeño nú­
mero (menos de un centenar) de «inversores acreditados»
y los fondos conformados por «compradores cualificados»
(consistiendo la cualificación en más de cinco millones de
dólares en activos de inversión) no están sujetos a regulación
gubernamental más allá del registro comercial. De modo que
las inversiones temporales en el mercado de valores (la bolsa)
propician un beneficio rápido para luego vender y así competir
con otros fondos de inversi�n libre mucho más especulativos
y escasamente regulados, con compañías de valores privadas,
con paquetes de hipotecas de alto riesgo, futuros, derivados,
operadores de divisas, etc. En el contexto de la globalización,
de los «mercados emergentes» y de los mercados de inversio­
nes exóticas, se espera que los fondos de inversión tengan un
retorno de al menos el 20% anual, doblando la riqueza de las
élites cada cuatro o cinco años. Así pues, vivimos en socieda­
des en las que la dinámica de la fracción dominante del capital
es la consecución, por cualquier medio, de más dinero para
aquellos que ya tienen demasiado. Esta persecución temeraria
de dinero para tener más dinero es locura financiera, social.
Solo puede tener como resultado el desastre.
Porque el precio de los altos beneficios es . . . el riesgo eter­
no. Cualquier fondo de inversión que no genera altos retornos
y por tanto, no toma riesgos extremos, sufre una desinver­
sión en los mercados altamente competitivos, en los que el
dinero cambia de manos con solo tocar una tecla. Así, hay
una compulsión competitiva para tomar riesgos temerarios
c recientes en búsqueda de altos retornos que temporalmente
atraen inversiones. La especulación, el riesgo y el miedo son

241
estructuralmente endémicos del capitalismo financiero. El
miedo mismo se convierte en fuente de más especulació n
--comprando oro o futuros, por ej emplo. La especulación y
el juego se extiende desde Wall Street a todos los sectores de
la sociedad: el precio de la vivienda, las loterías del Estado,
casinos, bingos, porras, cartas de Pokemon; todo el mundo
juego, incluso los niños. El entrelazado de especulaciones es
la fuente de su intratabilidad y de la ampliación del espacio
de sus efectos. De modo que la crisis financiera de 2007-2008
tiene los siguientes momentos: viviendas muy a sobreprecio
especialmente cerca de los centros financieros en auge; compe­
tencia entre instituciones financieras para ofrecer crédito fácil
a todo el mundo; el empaquetado de hipotecas domésticas en
papel negociable; niveles muy altos de compras apalancadas; y
el uso de activos cuyo valor puede desaparecer en el instante
de titulizar otras inversiones incluso aun más arriesgadas. No
es solo que la crisis se extienda de un sector a otro. Es más bien
que la crisis en un sector (como el inevitable fin de la burbuja
inmobiliaria) tiene efectos exponenciales en los demás (bancos
de inversión desplazados a especulaciones de alto riesgo) hasta
el punto que las pérdidas se acumulan más allá del po d er de
rescate de los estados y las instituciones financieras. De ahí la
tendencia hacia la catástrofe.

Civilización y filantropía

Cuando la especulación y el juego se convierten en algo nor­


mal, la fuente original de la creación de valor, el trabajo realiza­
do sobre recursos del medio, se pierde en la memoria. El dine­
ro sale de la nada especulativa más que de las actividades reales,
visibles y conocibles. La especulación financiera no regulada
es lo más cercano a una economía dirigida por la agresión y el
propio interés egoísta (cf. Freud, 1 966). Los financieros ganan

242
m ás en unos segundos al teléfono que el 99% de nosotros
p uede ganar en toda una vida de duro y entregado trabajo.
Los trabajadores son despedidos, los propietarios de viviendas
desposeídos, pero el gestor de los fondos no es testigo de esos
atroces hechos, ni siquiera le importan. Hay muchos otros in­
tentando irrumpir ahí donde el inversor ético teme hacer daño.
Y si la intermediación de las mercancías en las relaciones de
p roducción conduce a una sociedad alienada (Marx, 1 967: cap.
1 ) y la intermediación de las imágenes conduce a una sociedad
hipnotizada (Debord, 1 967), la intermediación del dinero y el
j uego en las relaciones sociales conduce a una sociedad corrup­
ta que ha caído en la locura. Incluso así, la corrupción no alivia
del todo al capitalismo financiero de remordimientos de con­
ciencia. Solo corrompe esa «conciencia» y todo lo que emerge
de esa turbia moralidad.
En la tradición calvinista occidental, la filantropía es la
manera en la que la gente rica salva su conciencia. En el capi­
talismo financiero global, a ese gesto filantrópico se añade un
barniz emotivo, idealista y moralista. En la época fordista del
consumismo y la publicidad, las personas están en sintonía con
la imagen, la sugestión y la exageración subjetiva en todas las
esferas de la vida, incluyendo la filantrópica. La imagen, los
medios de comunicación y el espectáculo se aprovechan de la
preocupación de la gente aparentemente para buscar apoyos a
la acción global y, de modo menos evidente, para canalizar lo
que podría convertirse en ira colectiva en una intervención se­
gura y responsable limitada a las instituciones. El giro simbóli­
co del milenio ha sido testimonio de una escalada de la lástima,
institucionalizada en un complej o filantrópico global que con­
funde la «ayuda» con el «fin de la pobreza» y el «desarrollo».
El panóptico geofinanciero (O'Tuathail, 1 997) se refleja en un
panóptico geofilantrópico. Los países capitalistas hegemóni­
cos, las instituciones financieras internacionales, los principa-

243
les miembros de las finanzas globales y la élite industrial, los
académicos famosos, la deslumbrante colección de estrellas
pop . . . todos los grupos culpables quieren «el fin de la pobreza
ahora». En el FMI y en el Banco Mundial, el ajuste estructural
se rebautizó como «crecimiento y reducción de la pobreza».
La Declaración del Milenio de Naciones Unidas se centró en
reducir a la mitad la pobreza extrema para 20 1 5 . Jeffrey Sachs
(2005), «el economista del desarrollo más destacado de nuestro
tiempo», escribió un libro ampliamente leído en el que afirma
que la pobreza global podría acabarse para 2025. Después de
una presión popular masiva, organizada por los conciertos de
rock Live 8 por cantantes como Bono y Bob Gedolf, los países
del G7/G8 acordaron condonar los 40.000 millones de dólares
que se debían a las agencias internacionales. En 2006, Warren
Buffet, la tercera persona más rica del mundo, prometió 3 1 .000
millones de dólares a la Fundación Bill y Melinda Gates, fun­
dada por la persona más rica del mundo con el obj etivo de aca­
bar con la pobreza global. Y en 2007 las Naciones Unidas han
afirmado que se han realizado progresos significativos en la
consecución de los obj etivos de la Declaración del Milenio, es­
pecialmente en el campo de la reducción de la pobreza global.
¿ Podemos aceptar estos actos ampliamente aplaudidos de
benevolencia altruista en sus propios términos optimistas ? ¿ O
es que «acabar con la pobreza ahora. . . el mundo no puede
esperar» es una apariencia civilizada para una búsqueda de un
interés personal especulativo cada vez más brutal ? Los países
ricos miran desde lo alto a los pobres y, compadeciéndolos, se
dedican a «acabar con la pobreza global» con declaraciones o,
cuando son presionados, a través de medios sin riesgos como
la educación, financiando la investigación contra el HIV-sida,
etc. Al mismo tiempo, acabar con la pobreza global es un pre­
texto para extender el dominio del capitalismo financiero glo­
bal: pacifica nuevos espacios de explotación. Es de este modo,

244
y de mucho otros, como se relacionan el capitalismo financie­
ro global, el neoliberalismo, la antipobreza, y las políticas de
condonación de la deuda.

El discurso sobre la pobreza

Difícilmente podríamos saberlo a partir de los informes de las


noticias. Pero esta «cancelación de los 40.000 millones que se
deben a organismos internacionales» equivale básicamente a la
refinanciación de la deuda por parte de la iniciativa HIPC ( acró­
nimo de «Heavily Indebted Poor Countries», países pobres
muy endeudados) del FMI y el Banco Mundial. La iniciativa
HIPC empezó en 1 996 después de una crítica ampliamente
extendida de las instituciones de Bretton Woods por parte de
Jubilee 2000, una coalición religiosa que creía que el 2.000° ani­
versario del nacimiento de Cristo señalaba el momento opor­
tuno para el perdón de las deudas. El programa HIPC combina
la reducción de la deuda con «reformas políticas» dirigidas a
aumentar los niveles de crecimiento económico y «por tanto»
a reducir la pobreza en los países más pobres de mundo. Así,
en varios de sus encuentros anuales recientes, los ministros de
finanzas de los países del G7 /G8 han acordado financiar el
Banco Mundial, el FMI y los Bancos de Desarrollo Regional en
apoyo de la iniciativa HIPC. Ello llevará finalmente a la cance­
lación de las obligaciones de la deuda pendiente de los países
más pobres del mundo. Hay muchas críticas a propósito de
que solo una pequeña parte de la deuda de los países pobres va
a ser condonada, y que el alivio de la deuda va a tardar mucho
t iempo. Pero cualesquiera que sean los problemas de ritmo y
cobertura, este compromiso de terminar con la deuda inter­
nacional de los países más pobres tiene sus componentes de
generosidad. Hay que reconocer el intento benévolo. Pero hay
que mirar más allá de los titulares, al final de la lista de con-

245
clusiones de los Ministros de Finanzas de la reunión del GS de
julio de 2005, por ejemplo, el punto 2. Dice así:

Reafirmamos nuestra visión de que para realizar progre­


sos en el desarrollo económico y social, es esencial que
los países en desarrollo pongan en marcha políticas para
el crecimiento económico, el desarrollo sostenible y la
reducción de la pobreza: políticas e instituciones sólidas,
responsables y transparentes; estabilidad macroeconó­
mica; aumento de la transparencia fiscal para afrontar la
corrupción, estimular el desarrollo del sector privado y
atraer inversiones; un marco legal creíble; y la eliminación
de las barreras a la inversión privada, tanto interna como
externa. (G8, 2005)

El aspecto del punto 2 que los medios de comunicación


convencionales destacan son las «prácticas de buen gobierno»
como la transparencia, los marcos legales creíbles y la antico­
rrupción, en el supuesto de que la pobreza es el resultado de
chanchullos. Otros aspectos del punto 2 como la estabilidad
macroeconómica, el desarrollo del sector privado y la supre­
sión de barreras a la inversión privada, nacional e internacio­
nal, junto con las cuestiones de libre comercio y abertura de
mercados que se mencionan más adelante, son omitidos ya que
se dan completamente por sentados en mentes poseídas por la
ideología neoliberal. Los países HIPC tienen que demostrar a
los economistas del FMI y del Banco Mundial que han adop­
tado y que están llevando a cabo políticas que son juzgadas
como «sólidas» por la «comunidad internacional» . Esta «co­
munidad» son las Instituciones Financieras Internacionales
y, tras ellas, el Secretario del Departamento del Tesoro de
los Estados U nidos de América, el Ministro de Hacienda
Británico y los Ministros de Economía de los otros poderes

246
occidentales y, tras ellos, los intereses financieros que contro­
lan los principales estados capitalistas. Las políticas que se juz­
gan como sólidas siguen, esencialmente, el programa neolibe­
ral del Consenso de Washington. Aquí encontramos los países
del G7/G8, o más bien a sus Departamentos de Finanzas, en
connivencia con las instituciones financieras internacionales,
diciendo a los países pobres cómo deben conducir sus eco­
nomías si quieren beneficiarse de la condonación de la deuda.
Del mismo modo que a los «pobres dignos de ayuda» les hacen
arrastrar su arrepentimiento si quieren obtener una limosna, o
los sintecho fingen una teatral conversión cristiana para tener
una cama donde pasar la noche, ahora nos encontramos a los
países ricos diciendo a los países pobres del mundo cómo de­
ben «reformarse» para obtener su condonación de la deuda.
Una cláusula clave de la declaración del G8 se refiere a «la
eliminación de las barreras a la inversión privada tanto nacio­
nal como extranjera». La política antipobreza filantrópica glo­
bal opera condicionando el alivio de la pobreza a la apertura de
los mercados de capitales, permitiendo la repatriación libre de
los beneficios. El capital financiero limpia su conciencia apor­
tando nuevas fuentes de riesgo y de beneficio en línea. Pero
la globalización de la conciencia ensancha el espacio de crisis.
De modo que las crisis se agravan ante las respuestas ofrecidas
por la falsa conciencia que atraviesa el brazo filantrópico del
régimen de políticas neoliberales.
Si las políticas neoliberales recetadas por las instituciones
financieras internacionales funcionaran realmente, la hipocre­
sía del gesto anti-pobreza de la élite filantrópica (dando ayuda
para obtener aún más dinero) probablemente podría perdo­
narse. Pero para obtener su dinero, los países pobres deben
acceder a abrir sus mercados a la competencia extranj era, pri­
vatizar las empresas públicas, apartar al Estado de la provisión
de servicios, reducir los déficits presupuestarios del Estado,

247
remodelar sus economías orientándolas a la exportació n,
«flexibilizar» sus mercados de trabajo, suprimir las barreras
a los movimientos de capital y flujos de beneficios, etcétera,
siguiendo una lista escrita bajo la creencia que los mercados
y la libre competencia pueden conducir la economía al reino
mágico del crecimiento económico. Pero la apertura de mer­
cados significa perder puestos de trabajo protegidos -o sea,
crear desempleo en nombre de la «eficiencia» en países en los
que el trabajo ya está infrautilizado. La privatización significa
introducir la búsqueda del beneficio en, por ejemplo, el submi­
nistro de agua o electricidad, y cortarlo a quien no pueda o no
quiera pagar las altas tasas -mucha gente ha sido tiroteada por
protestar contra ello. Reducir los abultados déficits del Estado
en nombre de la responsabilidad fiscal puede sonar bien hasta
que se recuerda que hay gente desesperada que depende de los
subsidios de comida y de la atención sanitaria del Estado para
vivir. Y en cuanto a exportar más, el problema es «¿ exportar
qué ?». China monopoliza las industrias de trabajo barato y los
precios de la mayoría de productos tropicales y subtropicales
como el café, el cacao y el algodón, que son volátiles y a la larga
han ido cayendo, de modo que los pequeños agricultores se
parten la espalda por menos que nada. (Nótese que al mismo
tiempo la producción local de alimentos se ve rebajada por la
concentración en cultivos de exportación y la supresión de
protecciones arancelarias, dando lugar a una peligrosa vulne­
rabilidad masiva a episodios de hambrunas.) La flexibilidad
del mercado de trabajo significa atacar a los sindicatos, pagar
salarios más bajos y eliminar las pocas leyes que puedan existir
para proteger a los trabaj adores: ¡ bonita manera de «acabar
con la pobreza» ! La apertura de los mercados de capitales deja
a todos los países del mundo en el espacio de las contagiosas
crisis financieras. Y finalmente, incluso el resultado esperado,
el crecimiento económico, no reduce necesariamente la pobre-

248
za, especialmente cuando el crecimiento sigue un diseño neoli­
beral. En su lugar, da como resultado una réplica de su original
esta dounidense: estancamiento de salarios para la mayoría y
más ingresos para los que ya son ricos. En otras palabras, para
conseguir la condonación de la deuda, los países solicitantes
tienen que reestructurar sus economías neoliberalmente, de
modo que recompensen al capital extranjero. La condonación
de la deuda en su forma actual, bajo la tutela de las institucio­
nes financieras internacionales, produce la pobreza a la que
supuestamente pone fin. En el enloquecido mundo del capita­
lismo financiero, la benevolencia es beneviolencia.
¿ Es que, baj o el neoliberalismo, la pobreza ha disminuido
realmente, tal como afirman las instituciones financieras inter­
nacionales y el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas ?
El reciente análisis de Sanjay Reddy y Camilia Minoiu (2007)
concluye que, a causa de las imprecisiones en los métodos uti­
lizados para medir los niveles de pobreza (ingresos de uno y
dos dólares diarios por persona) y las deficiencias en los datos
recogidos, «la pobreza global puede o no haber disminuido.
El grado del aumento o disminución estimada en la pobreza
del mundo es totalmente dependiente de los supuestos adop­
tados». En un examen muy importante de los datos sobre po­
breza del Banco Mundial, Robert Wade (2004) concluye: « La
magnitud del aumento de la población mundial en los últimos
veinte años es tan grande que las cifras de pobreza del Banco
tendrían que estar enormemente infraestimadas para que la
tasa de pobreza del mundo hubiera disminuido. Cualquier
afirmación más precisa sobre el número exacto de personas
que viven en la extrema pobreza y el cambio a lo largo del
tiempo descansa sobre bases poco sólidas.» Lo que sabemos
con certeza es que el neoliberalismo está asociado con una
creciente desigualdad: en los Estados Unidos y en otros países
ricos, pero también de modo más general en el capitalismo

249
global. Utilizando los datos recogidos por el Proyecto sobre
Desigualdad de la Universidad de Texas sobre las estructuras
nacionales de sueldos, Galbraith (2007: 587) encuentra un
«modelo mundial de disminución de la desigualdad entre 1 971
y 1 980, seguido por un largo y acusado período de desigualdad
creciente desde 1 98 1 hasta el fin del siglo», una tendencia que
él asocia con la cambiante «macroeconomía global».
Mi propia investigación reciente está relacionada con la
India desde la adopción de la Nueva Política Económica en
1 99 1 . El nuevo régimen político incluía medidas de ajuste
estructural estándar (neoliberales), bajo la tutela del FMI y el
BM (después de un crédito de urgencia en 1 99 1 ), incluyendo
la devaluación de la rupia, un aumento en las tasas de inte­
rés, la reducción de la inversión pública, la reducción de las
ayudas a los alimentos y los fertilizantes por parte del sector
público, la reestructuración del sector industrial, el aumento
de las importaciones y la inversión extranjera en actividades
de alta tecnología e intensivas en capital, y la abolición de las
ayudas compensatorias de caja para las exportaciones. Hay
muchísimas interpretaciones que ven este programa de neoli­
beralización económica como una transformación a .mej or de
la economía que conduce a un aumento sustancial de la tasa
de crecimiento económico de la India (de hecho, los datos
sugieren que el rápido crecimiento económico de la India se
inició antes de la transformación del régimen de políticas de la
India). Y el caso de la India se utiliza a menudo como la prin­
cipal historia de éxito de las reformas neoliberales del régimen
de políticas de un país. Pero la cuestión es quien se beneficia
de este nuevo régimen de crecimiento y si puede mejorar de
modo significativo las condiciones de vida de los 350 millones
de personas con una renta inferior a un dólar diario, o de los
800 millones con menos de dos dólares diarios. Con los crite­
rios de valoración convencionales, se trataría de una economía

250
que ha crecido rápidamente durante una período lo suficien­
temente largo como para que problemas sociales como la po­
breza mostraran signos claros de haberse reducido. A primera
vista éste parece ser el caso. La cifra de personas en la India por
debajo del umbral de pobreza (definido en términos de ingesta
diaria de calorías) supuestamente aumentó en 8 millones du­
rante los años 1 970, disminuyó en 2 1 ,8 millones en los 1 980,
aumentó en 13 millones a principios de los 1 990 pero disminu­
yó de nuevo en 60 millones de mediados a finales de los 1 990.
Sin embargo, existe un considerable escepticismo sobre la fia­
bilidad de las estimaciones sobre la pobreza, hasta el punto de
que las tasas de pobreza podrían ser el doble según el método
de medida utilizado. Es imposible afirmar a partir de los datos
disponibles si la pobreza en la India ha aumento o ha dismi­
nuido desde 1 99 1 (Palmer-Jones y Sen, 200 1 ). Con mayor cer­
tidumbre se sabe si la desigualdad ha cambiado a partir de las
reformas neoliberales de principios de los años 1 990. Tal como
afirma un autor, el «excepcional crecimiento agregado» de la
India ha ido acompañado de una creciente desigualdad (Basu,
2008) y tal como señalan otros, las desigualdades regionales de
la India permanecieron en gran parte sin cambios durante los
años 1 980 pero aumentaron dramáticamente tras la adopción
de las reformas (Kar y Sakthivel, 2007). En un informe de
2007, Inequality in Asia, el Banco para el Desarrollo Asiático
(2007) señala que en la última década la mayoría de países asiá­
ticos, especialmente los más poblados, China e India, han ex­
perimentado un aumento en la desigualdad, especialmente en
la desigualdad absoluta (por ej emplo, diferencias absolutas en
la renta del 20% de la población más rica respecto el 20% más
pobre). Tal como el Banco para el Desarrollo Asiático afirma,
de modo suave: «Los aumentos en la desigualdad reducen el
impacto de la reducción de la pobreza de un cantidad determi­
nada de crecimiento» . Podemos añadir lo que es obvio, aunque

251
el BDA no lo haga: esa «reducción» sucede porque casi toda la
riqueza producida por el crecimiento neoliberal va a parar a
unos pocos neos.

¿ Qué puede hacerse?

¿ Cómo puede la izquierda influir en el debate antipobreza?


De entrada, criticando las explicaciones existentes y las pro­
puestas políticas como discursos superficiales que sirven a
fines ideológicos. Para ello necesitamos poco más que aportar
información fidedigna porque el neoliberalismo fracasa en
sus propios términos declarados de reducción de la pobreza.
Pero deconstruir el neoliberalismo y sus políticas antipobreza
mediante la crítica es solo el principio de la lucha ideológica
contra-hegemónica. Quizá más importante sea la reconstruc­
ción del imaginario económico de la izquierda de modo que
podamos aportar políticas más profundas y más transforma­
doras estructuralmente para acabar con la pobreza, trazando
modelos alternativos de desarrollo. Ello puede hacerse a dos
niveles relacionados entre ellos: con ideas de la izquierda libe­
ral para mejorar las condiciones de la gente trabajadora dentro
del capitalismo global existente; y con ideas de un desarrollo
alternativo basado en los ideales políticos socialistas dirigidos
a transformar el capitalismo global. En términos del prime­
ro, encontramos la competencia entre empresas para vender
mercancías a los precios más bajos produciendo lo que se ha
llamado una «carrera hacia abajo» -la competencia entre paí­
ses para mantener bajos los salarios. La estrategia apropiada!
dentro del sistema existente es subir los estandares de vidai
de los trabajadores que están en el nivel más bajo de la escal �
salarial global. Para ello sugiero una campaña por el «salario ,
mínimo global» llevada a cabo por los movimientos sociales
(sindicales, ambientales, de consumidores, estudiantiles) con

252
el objetivo de conseguir el compromiso gubernamental por
unos estándares mínimos para los trabajadores en la economía
global. En términos del segundo, el trabajo recibe una parte
creciente del poder económico solo cuando el valor producido
p or los trabajadores circula fundamentalmente dentro de los
sistemas de producción-consumo regionales y nacionales, en
los que la productividad del trabajo puede relacionarse con
los ingresos de los trabajadores, como en el régimen de polí­
ticas socialdemócratas-fordistas del período 1 945- 1 980. Este
vínculo se rompió por la globalización de la producción bajo
el régimen subsecuente de políticas neoliberales. La estrategia
apropiada es establecer «sistemas de valores regionales» por
grupos de países, protegidos parcialmente de la competencia
internacional, que compartan un compromiso en la produc­
ción que aumente el poder de los trabajadores y sus ingresos: el
sistema que actualmente está emergiendo en Venezuela, Cuba,
Bolivia y Ecuador indica el camino. La protección mediante
aranceles, intervenciones no arancelarias, controles de capital,
etc. elimina parcialmente a grupos de países de la competencia
internacional. Ello permite a los estados intervencionistas es­
tablecer sus propios principios político-económicos que guíen
sus políticas de desarrollo y antipobreza. Pero la protección
también conlleva, necesariamente, el rechazo a invertir por
parte del capital financiero global: una especie de «lock out»
del capital global. En el contexto actual, esta estrategia de valor
regional solo puede funcionar donde los fondos de inversión
se generen localmente, como en las áreas que controlan los re­
cursos clave necesarios para la economía global. A largo plazo
debemos exigir un banco de desarrollo global que invierta en
desarrollo alternativo. Y ello requiere un ambiente político
bastante diferente del de la era neoliberal, uno que reaccione
contra las trágicas consecuencias de las aventuras políticas
neoconservadoras y de los terribles errores de las políticas

253
económicas neoliberales y mire hacia el socialismo, la social­
democracia y un compromiso real para acabar con la pobreza
global, eliminando las raíces de la desigualdad.

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255
MODERNISMO CRÍTICO Y DESARROLLO DEMOCRÁTICO"'

Richard Peet y Elaine Hartwick

Los teóricos clásicos del capitalismo moderno concentran su


atención en las políticas para alcanzar crecimiento económico.
Por «crecimiento» se entiende un aumento en el volumen total
de bienes y servicios producidos en un país. El crecimiento, se
afirma, persigue alcanzar unos estándares materiales de vida
superiores. Aunque hay varias versiones diferentes -teoría de
la modernización, economía neoclásica y neoliberalismo, por
nombrar solo tres-. la idea común a la teoría del crecimiento
económico moderno es que el comportamiento económico
competitivo racional, coordinado por los mercados, es el que
conduce las inversiones que llevan al avance tecnológico y al
crecimiento económico. La clase empresarial que organiza este
proceso bien tiene que ser recompensada por sus esfuerzos:
el pensamiento económico asume que los empresarios toman
riesgos al hacer inversiones para ganar dinero. Dado que ese
pensamiento económico se da en sociedades en las que la gente
vota, la condición a añadir es que los beneficios materiales go­
teen de los ricos al resto, aunque ello lleve un tiempo. En esta
argumentación dominante, la creciente desigualdad {los ricos
se hacen más ricos e invierten más) «alivia» la pobreza a través
del crecimiento. El «desarrollo» es la cara amable que pone­
mos a este tipo de actuación orientada al beneficio en la que el
crecimiento económico se viste de «objetivos del Milenio que
deberíamos intentar alcanzar», «sostenibilidad», «programas

,. © The Guilford Press, Nueva York, 2009, traducido por Núria Benach del
original inglés, fragmento del capítulo 8 «Critica! Modemism and Democratic
Development» en Richart Peet y Elaine Hartwick (2009), Theories of Development.
Contentions, Arguments, Alternatives. Nueva York: The Guilford Press; pp. 277-282.

256
de protección social», «mayor participación», «reducción de
la pobreza», u otros tópicos preparados para hacer más digeri­
bles las políticas que deliberadamente producen desigualdades
(véase la Figura 1 )* y compárese con la tendencia en la propor­
ción de la distribución de los ingresos en los Estados Unidos
durante los últimos 30 años). Los países del Tercer Mundo «se
desarrollan» copiando el modelo de modernización, compe­
tencia, realización de beneficios e industrialización que ya ha
demostrado su efectividad en la historia moderna de los países
del Primer Mundo. Así, la modernización y el desarrollo que­
dan incorporados a una única experiencia histórica eternamen­
te repetida en «el fin de la historia» y «el fin de la geografía»,
tal como se ha descrito en tiempos recientes.
Sin embargo, a partir del renovado récord de confusión en
el siglo XXI, está claro que la historia no se ha terminado, que
las diferencias de base geográfica continúan existiendo (a veces
de modo incluso más violento que antes), y que el modelo de
desarrollo neoliberal que domina en la actualidad no encaja en
todas las circunstancias. La modernización capitalista deja a
200 millones de personas en la pobreza en el mismo corazón
de la modernidad, ¡ en los llamados países avanzados ! Esta ci­
fra muestra que dar como satisfactorio el actual modelo es so­
cialmente poco razonable y éticamente irresponsable. Después
de 200 años de funcionamiento a pleno gas, 2.800 millones de
personas viven en la pobreza (con el equivalente a menos de dos
dólares diarios) bajo el capitalismo industrial. El proceso de
modernización actual conducido por Occidente ya no puede
continuar. Aunque un crecimiento normal «exitoso» con el

* Se corresponde con la Fig. 1 de la página 238, reproducida también ori­


ginalmente en el artículo «Locura y civilización: capitalismo financiero global y
discurso antipobreza•. [N. de la T.]

257
modelo de consumo actual llevase a multiplicar por cinco o
por seis los ingresos globales en 50 años, el uso de los recursos
y la contaminación de los medios naturales ya estarían más allá
de su capacidad. Este escenario futuro muestra la imposibili­
dad natural de copiar sin fin el modelo occidental: sigamos con
eso y la historia de la humanidad acabará del todo . . . en catás­
trofe ambiental. Con todo, el dominio del optimismo neoli­
beral tiene tal prevalencia que las crisis en la economía global
solo llevan a versiones depuradas, algo más «liberales», del
mismo enfoque modernizador: modelos con incluso menor
redistribución de la renta, con incluso más «incentivos» (re­
corte de impuestos para los más ricos) son recitados como un
saber profundo por parte de los «expertos económicos» {los
adalides de la teoría del desarrollo convencional). Mientras,
se limpian las conciencias proporcionando mosquiteras a los
pobres africanos. El pensamiento convencional sobre la mo­
dernidad, el crecimiento y el desarrollo, tal como están defi­
nidos, está completa, peligrosa y perversamente cerrado a ver
las deficiencias estructurales y carece de alternativas reales que
sean tomadas seriamente en cuenta en los centros de poder.

Alternativas

La ortodoxia neoliberal debe ser cuestionada por alternativas


políticas teóricas formuladas por parte, y en nombre de, mo­
vimientos sociales innovadores prácticos. En este libro nos
hemos fijado en tres posiciones alternativas principales:

1 . Las teorías marxistas y neo-marxistas sostienen que la


modernidad proporciona altos estándares materiales de
vida para unos pocos en detrimento de la mayoría -la
desigualdad es causa de pobreza- al tiempo que el medio
ambiente se degrada, la naturaleza de destruye, la cultura

258
se envilece, de nuevo para satisfacer los antoj os consumis­
tas de las personas más ricas del mundo. En su lugar, los
socialistas proponen el control racional del proceso de
desarrollo a través de la propiedad colectiva, el control
público, la planificación y el razonamiento democrático.
2. La teoría postestructuralista defiende que la razón, el cono­
cimiento y la idea de progreso que subyacen en el proyec­
to moderno están tan imbuidas de poder occidental que el
«desarrollo» se ha convertido en la fuente de muchos de
los problemas del mundo en vez de en su solución.
3. Las teorías feministas mantienen que la razón moderna
es masculinidad con disfraz lógico, con unas prácticas de
desarrollo que subyugan a las mujeres mientras fingen hu­
manitarismo. Para la mayoría de feministas, el objetivo es
repensar el significado y las prácticas del desarrollo desde
una perspectiva crítica de género que valore las experien­
cias y los deseos de las mujeres así como de los hombres,
mientras que las feministas postmodernas abogan por el
abandono total del término «desarrollo».

Todas las aproximaciones críticas ven el desarrollo, tal


como es entendido en la actualidad, como un error de propor­
ciones globales (naturales y sociales). Los diversos grupos di­
fieren en lo que hay que hacer. Los marxistas quieren rescatar
la modernidad del capitalismo abogando por nuevas formacio­
nes sociopolíticas de tipo socialista. Los postmodernos desean
precipitar la caída total _del proyecto moderno a través de la
crítica deconstructiva. El postmodernismo y el feminismo dan
apoyo a los conocimientos de los colectivos sometidos y a los
movimientos sociales de oposición de modo que las personas
puedan construir sus propios futuros. En el actual clima inte­
lectual y político, dominado por el neoliberalismo (el mercado
soluciona todos los problemas) y neoconservadurismo (lléva-

259
les la «democracia», la quieran o no), las afirmaciones de desa­
rrollo alternativo, entendidas como intervenciones colectivas
en los procesos económicos, culturales y sociales en nombre
de objetivos políticos definidos en torno a la justicia social,
han sido silenciados hasta el punto de que casi han desapare­
cido de la memoria. No obstante, dados los importantísimos
problemas que afrontan más de 2.000 millones de personas
desesperadamente pobres, este tipo de amnesia instantánea es
una tragedia de la política (en términos de pérdida de com­
promiso directo) y una parodia de la justicia (en términos del
olvido de los otros, o de pérdida de visión de lo urgente en la
búsqueda desesperada de la complejidad teórica, la reputación
académica, o la última moda intelectual).
En este libro hemos llegado a una conclusión diferente, o
sea, la de que hay que repensar el proyecto de desarrollo más
que descartarlo. Queremos reconsiderar el desarrollo con ple­
no conocimiento de las críticas feministas y postdesarrollistas,
utilizando realmente esas críticas para elaborar una perspecti­
va que siga siendo moderna pero que sea más poderosa y más
persuasivamente crítica. La democracia, la emancipación, el
desarrollo, el progreso, son magníficos principios modernos.
Pero han sido corrompidos por la forma social que ha tomado
la modernidad: el capitalismo como un sistema patriarcal de
clase, un tipo de sociedad que solo opera en el interés de la élite
masculina, basado en la búsqueda de beneficio con la exclusión
de prácticamente todo el resto. El problema principal con la
democracia es que nunca se ha alcanzado: ¿ en qué sociedad las
personas controlan directamente las instituciones y los lugares
(trabaj o, familia, barrio) en los que pasan la mayor parte de sus
vidas ? ¿ Cómo puede ser democrático un país como los Estados
Unidos de América en el que 1 50.000 personas ricas eligen de
hecho los que serán los candidatos presidenciales «serios» a
través de contribuciones a las campañas, donde las campañas

260
electorales se hacen con eslóganes y videoclips en medios de
comunicación controlados y caros, y donde las empresas gas­
tan miles de millones cada año en lobbys que según dicen solo
les proporcionan «acceso» a los políticos ? De la misma mane­
ra, el problema con la emancipación es que se dirige a los pri­
vilegios de unos pocos en vez de a los derechos de la mayoría.
La emancipación significa promover los «derechos humanos»
de los que ya son privilegiados. Igualmente, lo deficiente del
desarrollo reside en sus limitados objetivos (abundancia de co­
sas), la timidez de sus medios (copiar a Occidente) y el alcance
de sus concepciones (los expertos lo planean). Y en cuanto al
progreso, es poco más que un cliché repetido a diario en el
parloteo eternamente optimista de las figuras de la televisión y
ejecutivos de empresas siempre subiéndose al carro y siguien­
do adelante. Tal como acertadamente reclaman los teóricos
postestructuralistas, esto conceptos de desarrollo moderno
no tienen arreglo si se consideran como separados de las ideas
(significantes relacionados solo con otros significantes). Pero
ceder el «progreso» a los optimistas estúpidos es abandonar
una idea mantenida por los optimistas serios en aquel nivel de
creencia que aún encuentra que el razonamiento, la ciencia, la
tecnología y la democracia representan un potencial real para
una vida mejor para todo el mundo. Y mientras que una vida
mejor, en términos de suficiencia material, puede ser fácilmen­
te menospreciada por aquellos que ya viven en la abundancia,
es un sueño esperanzado para aquellos que nunca han conoci­
do una existencia segura. Para nosotros, «modernidad» y «de­
sarrollo» son términos que aún están llenos de significado.

Modernismo crítico

La teoría del desarrollo modernista crítico se beneficia de las


críticas marxistas, postestructuralistas y feministas a la mo-

261
dernidad, pero hace hincapié en el potencial del desarrollo
contemporáneo, más que en la práctica.
El modernismo crítico implica una crítica del sistema
de poder capitalista en términos socialistas de propiedad de
clase de los recursos productivos, en términos feministas de
dominio masculino, y en términos postestructuralistas de he­
gemonía de los discursos e imaginarios de las élites. Aún así,
y a diferencia de la mayoría de otras críticas, convierte a estos
aspectos negativos en elementos positivos de un conjunto de
propuestas políticas sobre cómo cambiar el significado y las
prácticas del modernismo. El modernismo crítico desconfía de
toda élite, sea empresarial, burocrática, científica, intelectual,
racial, geográfica o patriarcal. El modernismo crítico apoya las
visiones de la gente oprimida de todo tipo: desde los movi­
mientos sociales campesinos, a las organizaciones indígenas, a
las asociaciones de mujeres por los derechos reproductivos, a
los movimientos obreros. Con todo, «apoyar» o «valorar» las
ideas de los pueblos oprimidos no significa creer todo lo que
sus líderes dicen a modo de un romanticismo «new-age» que
ve brillar la sabiduría eterna en la plegaria de un chamán. Y al
tiempo que los movimientos de la gente pobre debe contem­
plarse en sus propios términos y contextos, el modernismo
crítico favorece las alianzas que unan las fuerzas de la mayo­
ría oprimida para contrarrestar lo que de otro modo sería el
poder abrumador de la minoría explotadora. El modernismo
crítico escucha lo que la gente tiene que decir. Sin embargo,
y de forma polémica, pretende combinar los discursos popu­
lares de movimientos sociales diversos con las ideas libera­
doras de un modernisl,ll o entendido él mismo solo de modo
autocrítico. El modernismo crítico encuentra valor en todas
las experiencias.
Pero este escuchar también es de aplicación a la experiencia
occidental de la modernidad, solo que esa crítica es aún más

262
necesaria {«ya hemos visto el futuro, y sabemos que solo fun­
ciona en parte»): podemos aprender mucho de la experiencia
moderna de Occidente. Sobre todo, el modernismo crítico
continúa siendo moderno en cuanto a apoyar una actitud
hacia el mundo básicamente científica y racional, es decir, que
requiere algún tipo de evidencia para creer antes que aceptar
sobre la base de la fe, como en el conocimiento premoderno,
o negando toda validez a la verdad probada, como en gran
parte del postestructuralismo. Si hay que escoger entre la
«mirada interior de la fe», o la «visión exterior de la razón», el
modernismo crítico se queda con la segunda, solo que el ojo
mira críticamente al mundo. El modernismo crítico cree en el
racionalismo en términos de un pensamiento teórico, lógico,
cuidadosamente formulado, sobre cuestiones de la máxima
importancia como la pobreza global o la catástrofe ambiental.
La lógica y la experiencia son la base de sus teorías.
La crítica radical del capitalismo, como forma corrupta
de modernismo, permite retener los hallazgos modernistas de
nuevas maneras: en primer lugar, emancipación, democracia,
razonamiento y planificación; en segundo lugar, ciencia, tec­
nología, productividad, máquinas, certeza material, medicina
y hospitales. El aspecto idealista de esta retención (selectiva) es
que el proyecto moderno conlleva razonamientos éticos e in­
tenciones políticas que vale la pena respetar y apoyar. El aspec­
to material es que el modernismo ya ha dado como resultado
beneficios para un gran número de personas que viven mucho
mejores vidas que en su ausencia . . . y podría dar muchos más.
Y el aspecto práctico es que la ciencia y la democracia son aho­
ra centrales en la misma estructura de la cultura política global
y no desaparecerán solo porque teóricos consentidos y mal­
criados se hayan cansado de ellas aunque se beneficien de lo
lindo criticando a la modernidad (la teoría postestructuralista
ha sido una mina para unos cuantos académicos privilegiados).

263
De ahí la necesidad de un compromiso crítico y más activo con
la modernidad como una forma de práctica capitalista guiada
por relaciones sociales, más que criticar la modernidad como
una formación discursiva. ¡ Debemos aprender a vivir con la
modernidad criticándola y cambiándola!

264
IV. TEXTO IN ÉDITO

CRISIS FINANCIERA Y CATÁSTROFE AMBIENTAL*

Richard Peet

La sociedad capitalista global responde a las crisis generadas


mediante dos contradicciones. Primero, una depresión econó­
mica, causada de modo directo por la agitación financiera que
ni los estados ni los mercados han podido resolver. Segundo,
una catástrofe socio-natural emergente, marcada por una serie
de crisis ambientales causadas por el calentamiento global.
¿ Responden las dos crisis, en tiempo y en efecto, a la magia de
la casualidad ? o ¿ tienen su origen eri las mismas causas estruc­
turales ? La respuesta sería obvia, si no fuera por unos medios
de comunicación que confunden al informar. La respuesta es:
la depresión económica y la catástrofe ambiental son el re­
sultado de los riesgos extremos que deben asumir los actores
poderosos bajo el capitalismo financiero: «deben asumir» sig­
nifica que aquellos que no corren todo el riesgo son apartados
del poder. Y «todo el riesgo» quiere decir arriesgar todo, todo
lo que lleva a una existencia humana continuada. Las crisis que
amenazan a la humanidad son estructuralmente endémicas
al capitalismo financiero. De modo que la destrucción de la
naturaleza no es en esencia un asunto ético que pueda reme­
diarse con la determinación moral de vivir más sencillamente
y reciclar más. No empieza en el discurso («cambia la palabra,
cambia el mundo»'�'�). La destrucción es el resultado de una

" Traducido del original inglés por Núria Benach.


"" En inglés, juego de palabras «change the word, c\tange the world,.. [N. de
la T.]

265
forma alienada de producción de la existencia humana, que no
está controlada democráticamente, que se organiza indirecta­
mente a través de los mercados, que se basa en la obtención
egoísta de beneficios, y que tiene que crecer para sobrevivir.
Ha empeorado con el desarrollo del capitalismo financiero en
las dos últimas décadas . . . unos cuantos miles de implacables
especuladores se han empeñado exclusivamente en hacer que
el dinero controle un mundo que realmente no les importa. Si
queremos entender lo que está pasando con el medio ambien­
te, tenemos que entender los orígenes, el desarrollo, la estruc­
tura y la dinámica del capitalismo, y el ascenso de las finanzas
a su actual posición de dominio total. Debemos entender las
exigencias sistemáticas de un modo de vida en el que especular
sobre la deuda es la fuerza motriz principal.

Otra vez Marx

¿Dónde empezar? Podemos intentarlo con Marx, o sea Karl.


Brevemente, siguiendo a Marx ( 1 967) y la teoría marxista, el
capitalismo es un sistema socio-económico en el que el capital
se invierte para comprar trabajo asalariado con el obj eto de fa­
bricar mercancías para venderlas en el mercado. En la versión
de Marx de la teoría clásica del valor, el trabaj o tiene el poder
de producir no solo mercancías o servicios valiosos a cambio
de lo cual se recibe un salario, sino también una plusvalía por
encima del valor de lo creado por el obrero. Cuando los pro­
pietarios del dinero (los capitalistas) controlan las condiciones
bajo las que el trabajo produce las mercancías controlando
las fábricas, las oficinas, etc. (los medios de producción), la
plusvalía puede ser expropiada (o tomada) de los productores
reales de valor (los trabajadores humanos) para generar el be­
neficio que es el auténtico objetivo de la producción capitalis­
ta: Marx lo llama «explotación». Y esto puede extenderse a la

266
cultura, a las instituciones sociales y a la naturaleza: la esencia
del capitalismo es la necesaria explotación de todo. No obs­
tante, bajo condiciones de mercado, todo capitalista individual
tiene que producir las mercancías a los precios regulados por
la competencia intercapitalista. Esto obliga, incluso al capita­
lista más concienciado social y ambientalmente, a producir al
precio más bajo, sin importar las consecuencias «externas» . La
competencia obliga a la explotación de la naturaleza y de los
recursos . . . deprisa, ¡ antes de que otro lo haga! De ahí que,
para Marx, el desarrollo capitalista sea un proceso violento
y completamente contradictorio, esencialmente a causa de la
naturaleza contradictoria de las relaciones sociales que lo de­
finen: la explotación y la competencia. Marx conceptualizó el
desarrollo capitalista como socialmente injusto (los beneficios
se distribuían de modo desigual), geográfica y temporalmen­
te desigual (se da en algunos lugares y en algunos momentos
más que en otros), expansionista (invadiendo y controlando
sociedades en todo el mundo), ambientalmente destructivo
(devorando recursos, emitiendo residuos de todo tipo) y lleno
de crisis (recesiones y depresiones) periódicamente necesarias
para restablecer las condiciones de rentabilidad que la com­
petencia encarnizada destruye (Marx, 1 967; Harvey, 1 982;
Becker, 1 977; Weeks, 1 98 1 ).

Orígenes del problema

Este sistema competitivo y explotador se origina en la destruc­


ción de sistemas sociales anteriores (el feudalismo en el caso
de Europa occidental), y en la formación gradual (durante
procesos históricos llenos de luchas de clases) de un nuevo
sistema de producción. En el trabajo de Jason Moore (2000)
la crisis ecológica se originaba en la transición al capitalismo
del siglo XVI como una «brecha ecológica» : una ruptura cada

267
vez más profunda del ciclaj e de nutrientes entre el campo y
la ciudad. Al principio, la economía capitalista manufacturera
era una extensión de la economía natural anterior, en el senti­
do de que las máquinas textiles estaban hechas de madera, la
energía que las movía era la hidráulica, y el algodón y la lana
eran materias primas que provenían de una agricultura mayor­
mente sin mecanizar. Aquí podemos utilizar la noción de E.A.
Wrigley ( 1 988; 2000) de paso de una «economía orgánica»
inicial a una «economía de energía de base mineral» posterior.
En las economías orgánicas la fuente última de toda riqueza es
la Tierra y la conversión de la energía del Sol mediante la foto­
síntesis por los cultivos y los animales. Casi todas las fuerzas
motrices que impulsaban Ja producción se derivaba de fuentes
orgánicas: fuerza animal y humana, suplementada por viento
y agua, con calor procedente de la combustión de la madera.
El crecimiento económico estaba condicionado por esta de­
pendencia universal de las materias primas y tal como señala
Wrigley ( 1 988: 29), «las economías orgánicas estaban suj etas a
una retroalimentación negativa en la que el mismo proceso de
crecimiento conllevaba cambios que hacían aún más difícil el
posterior crecimiento a causa de unos rendimientos margina­
les decrecientes» . Con la revolución industrial del siglo XIX,
el crecimiento entró en un nuevo tipo de economía de energía
de base mineral, liberada de las limitaciones al crecimiento de
la fase anterior por el uso extensivo del carbón. Esta economía
de energía de base mineral estaba suj eto a efectos de retroali­
mentación positivos, en los que cada paso realizado facilitaba
el siguiente. El punto crucial fue cuando los trabajadores que
previamente habían estado utilizando herramientas manuales
pasaron a utilizar máquinas accionadas por el vapor producido
por la combustión del carbón, y más tarde por la electricidad
generada por la combustión de todo tipo de combustibles
fósiles. Muchas de las mayores industrias modernas, señala

268
Wrigley, quedaron liberadas de su dependencia de las materias
p rimas vegetales o animales. Así, los bienes de capital pasaron
a ser hechos principalmente de metal, cemento y ladrillos y
los bienes de consumo, de metal o de plástico. El problema
para el medio ambiente es que la disponibilidad de minerales
-las materias primas de muchos productos manufacturados
(arcilla, petróleo y carbón)- no es ilimitada, a la vez que con­
vertir esos materiales para uso humano implica gastar grandes
cantidades de energía con resultados contaminantes. De modo
que el paso desde una economía exclusivamente orgánica fue
un sine qua non para alcanzar la capacidad para un crecimiento
exponencial y un deterioro ambiental masivo (Wrigley, 2000:
1 39).
Observando las evidencias históricas constatamos lo que
Wrigley quiere decir. La eco pomía británica era ocho veces
mayor en 1 900 de lo que era en 1 800, la producción industrial
aumentó trece veces y la producción de carbón, diecisiete
(Mitchell, 1 988: 247-249, 43 1 -432, 822). La revolución indus­
trial produjo sociedades completamente diferentes de todo lo
que había existido hasta entonces. Esta revolución industrial
de energía de vapor, mecanizada y conectada por ferrocarril
produjo la fábrica del diablo, las escenas de humaredas que do­
minan nuestra memoria ambiental. Así que en Gran Bretaña,
por tomar solo un indicador de efecto ambiental, el dióxido de
carbono producido en una de sus formas principales, como las
emisiones de la quema los combustibles fósiles, aumentó en
diecisiete veces durante el siglo XIX, de 7,3 millones de tonela­
das de carbono por año a 1 1 4,6 millones de toneladas ( CDIAC,
2009). Es decir, que en el siglo XIX la contaminación aumentó
el doble de rápido que la producción.
El problema de consideraciones <,:orno estas, sin embar­
go, es la tendencia al determinismo tecnológico en el sentido
de que los mayores sistemas contaminantes intensivos en

269
recursos se convirtieron en inevitables a causa de su mayor
productividad: otra vez las etapas de desarrollo universales
de W.W. Rostow ( 1 960). Similares formulaciones de determi­
nismo tecnológico aparecen también en algunos escritos de
Marx. Pero como las ideas de Marx fueron madurando du­
rante el tremendo trabaj o de escribir El Capital -el análisis
crítico más riguroso de su tiempo, y quizá del nuestro- hay
un cambio en el énfasis a favor de las relaciones sociales y la
lucha social como causas principales. Por tanto, para Marx,
la competencia es la fuerza coercitiva externa que obliga al
capitalismo a la constante revolución tecnológica. Tal como
Marx y Engels afirmaron: « La burguesía no puede existir sin
revolucionar constantemente los instrumentos de produc­
ción y, por tanto, las relaciones de producción y, con ellas, el
conjunto de relaciones de la sociedad. El mantenimiento de
los viejos modos de producción de forma inalterada fue, por
el contrario, la primera condición de existencia para todas
las clases industriales previas» (Marx y Engels, 1 969: 1 1 5 ).
En otras palabras, la economía industrial de uso intensivo de
energía, mecanizada, consumidora de recursos y contami­
nante que se desarrolló en el siglo XIX surgió de la competen­
cia entre capitalistas y entre economías capitalistas, como en
Gran Bretaña, Alemania y los Estados U nidos de América.
Los capitalistas tuvieron que mecanizar para sobrevivir, y la
mecanización significaba intensificación energética . . . aunque
la racionalidad competitiva, «eficiente» y práctica usada cada
día en el capitalismo fuese en sentido inverso a la raciona­
lidad medioambiental necesaria para sostener la existencia
social continuada a largo plazo. Sacrificamos el futuro por el
beneficio inmediato. La diferencia entre el análisis histórico
basado en Marx y otros análisis reside en el énfasis en las
relaciones sociales más que en la inevitabilidad tecnológica.
Todo esto estaba protegido, ayudado y amparado por el

270
Estado liberal supuestamente de laissez /aire, un Estado que
en realidad dej ó el m �ximo de libres a las empresas capita­
listas, claramente en 'términos de regulación ambiental, pero
que actuó en su nombre colectivo en términos de expansión
imperialista.

Fordismo y key nesianismo

Aún así, había límites al crecimiento económico y al uso de


recursos bajo el capitalismo industrial clásico (de Europa occi­
dental). Los límites al crecimiento no estaban fijados principal­
mente por la tecnología o por las limitaciones (del momento)
en los recursos, ni tampoco los límites al crecimiento estaban
impuestos de ningún modo por unos estados imbuidos de ra­
cionalidad colectiva y de progreso. Los límites al crecimiento
fueron establecidos por las mismas relaciones sociales que
impulsaron la eficiencia capitalista. Porque en el siglo XIX
«eficiencia» significaba limitar los salarios de los trabajadores
industriales, con la consiguiente falta de demanda interior
para los productos fabricados, una insuficiencia intermiten­
temente aliviada por las exportaciones a un «Tercer Mundo»
en desarrollo, no industrializado y periferalizado. El modo
en el que se resolvió esta contradicción está bien descrito en
las teorías de la Escuela Neomarxista de la Regulación (Boyer,
1 990; Lipietz, 1 985; 1 986; 1 987; Aglietta, 1 979). Lo que esta
escuela llama «fordismo» (término originalmente acuñado por
Gramsci) fue promovido por Henry Ford en los años inmedia­
tamente anteriores a la Primera Guerra Mundial y se generali­
zó en los Estados Unidos a partir de los años 1 920. Ford unió
dos innovaciones: la cadena de montaje semi-automática y una
duplicación del salario imperante. La expansión de la produc­
tividad derivada de la cadena de montaje fue compensada por
un crecimiento igualmente enorme del consumo, primero con

271
los asalariados bien pagados (y crecientemente sindicados) de
la industria del automóvil y después por muchos otros sectores
de población. En su apogeo, el fordismo consistía en produc­
aón en masa y consumo en masa en el interior del país, con un
abanico de instituciones y políticas que apoyaban el consumo
en masa, incluyendo políticas económicas estabilizadas y una
gestión keynesiana de la demanda que generaba demanda na­
cional y estabilidad social; también incluía un compromiso de
clase o contrato social que conllevaba estabilidad de empleos
y salarios que podía sostener confortablemente a las familias,
llevando a una prosperidad ampliamente compartida: el incre­
mento en los ingresos estuvo relacionado con la productividad
nacional desde finales de los años 1 940 hasta principios de los
1 970. El modelo de economía fordista estadounidense (me­
dido en términos de PIB real) tenía esencialmente el mismo
tamaño en los años 1 930 que a finales del siglo XIX, cuando ya
había superado a Gran Bretaña para convertirse en la mayor
economía del mundo. Luego triplicó su tamaño entre 1 940 y
1 980 (Historical Statistics of the U nited Sta tes, tabla Ca9- 1 9).
O, traduciéndolo en términos ambientales, las emisiones de
dióxido de carbono de los Estados U nidos, que ya estaban
en un nivel de 500 millones de toneladas de carbono por año
en 1 940, se duplicaron ampliamente hasta los 1 .300 millones
de toneladas en 1 980 (CDIAC, 2009). La revolución en la pro­
ducción había ya creado enormes complejos industriales en el
paisaje. La revolución en el consumo' convirtió a esas enormes
economías en voraces y expansivos gigantes.
La resistencia a los excesos del capitalismo (especialmente
el norteamericano) generada entre los movimientos sociales y
políticos de izquierda en los años 1 960 y 1 970 se amplió en
el movimiento por los derechos civiles y contra la guerra del
Vietnam y, de allí, pasó a críticas culturales más amplias acerca
del consumo y la destrucción ambiental. Así el primer Día de

272
la Tierra (en 1 970) contó con la participación de 20 millones
de personas. Tal era la atmosfera popular del momento que
la noción de una regulación keynesiana ampliada a un marco
mayor de intervención estatal, que podía incluir la gestión am­
biental, llegó a ser sostenida por personas de todo tipo de con­
vicción política. Incluso por parte de partidos conservadores:
la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos,
fundada en 1 970, fue aprobada por ley por el presidente re­
publicano Richard Nixon. Las empresas se enfrentaban cada
vez más con trabajadores organizados y con consumidores
dispuestos a no comprar. Los estados imperialistas se en­
contraban con la resistencia de sociedades rurales a las que
«bombardeaban hasta hacerles volver a la Edad de Piedra».*
Los movimientos sociales ambientales pasaron de un extre­
mismo ridículo a un activismo popular en espacio de pocos
años. El orden social capitalista industrial se desmoronaba en
sus márgenes espaciales pero también en sus santuarios centra­
les: por ejemplo, las universidades de élite que reproducen la
clase dirigente se convirtieron en caldo de cultivo de resisten­
cia. Existía la posibilidad de que emergiera un tipo diferente
de sociedad sobre los pedazos de la vieja. El régimen político
keynesiano era necesario para mantener el capitalismo indus­
trial en algún tipo de orden regulatorio que apuntara, en sus
versiones socialdemócratas, hacia lo que debiera parecerse a
una alternativa política: planificación económica que incluyera
la nacionalización de las industrias clave, atención sanitaria
socializada, educación gratuita y de calidad, los inicios de una
regulación ambiental, etc. para dar solo unos pocos ejemplos
de un sistema socializado que compatibilizara el consumo
individual con el gasto social. Durante algunos pocos años,

* Frase pronunciada por el General Curtis LeMay durante la Guerra de


Vietnam. [N. de la T.]

273
existió esa posibilidad de un cambio transformador en los
nuevos movimientos sociales de los países del Primer Mundo,
incluyendo un gran y creciente movimiento ambiental, y unos
movimientos culturales y sociales radicales y masivos entre los
pueblos del Tercer Mundo.

Reacción

Pero entonces, en la segunda mitad de los años setenta, el am­


biente político cambió drásticamente, repentinamente, fatal­
mente. Las empresas reaccionaron contra el Estado del bienes­
tar keynesiano del que pensaban que había ido demasiado lejos:
los ingresos se habían redistribuido hacia la clase trabajadora en
lugar de hacia ellos; y el Estado había tolerado, incluso mimado,
las protestas de trabajadores y estudiantes, incluyendo el inci­
piente movimiento ambiental. De modo que los últimos años
de los setenta fueron testigos de un giro secular en la opinión
económico-política en todas las capitales de Occidente. Había
muchos lugares, como la Comisión Trilateral o la Business
Roundtable, * donde se discutían esas «tendencias perturbado­
ras» en la sociedad. Pero la amplitud de la reacción de la élite,
y los temas en común que tenían, indica que se estaba gestando
un amplio consenso por parte de miles de personas conserva­
doras y de ideas patrióticas en el sentido de que las cosas tenían
que cambiar drásticamente. Para entonces también el capitalis­
mo, como modo de producción, se empezó a transformar. La
producción se reorientó hacia los métodos y los productos de
alta tecnología. La globalización intensificó la intensidad de la
competencia. El capital financiero estaba en ascenso. La con-

* Asociación de los directores ejecutivos de las principales empresas de los


Estados Unidos de América. [N. de la T.]

274
trarrevolución de principios de los ochenta no solo convertía
en aceptables las adhesiones derechistas sino en «necesarias
p ara salvar a la sociedad» en contraste con el extremismo de la
de mocracia populista. La derecha ganó la guerra de las palabras
co ntra la cultura política de «los sesenta» y todo lo relacionado
con la protesta contra la guerra, el imperialismo y la destrucción
ambiental. Entonces siguió una campaña de propaganda masiva
contra la «corrección política», la socialdemocracia, el keynesia­
nismo de izquierdas, la regulación estatal, la izquierda en gene­
ral, y el marxismo en particular. Como parte de ello, los medios
de comunicación perdieron toda imparcialidad que hubieran
podido tener, y mostraron una clara tendencia de derechas, con
contenidos crecientemente estúpidos y superficiales.
La explicación convencional es que la regulación keynesiana
de la economía entró en una crisis caracterizada por la estan­
flación (altas tasas de inflación coincidiendo por altas tasas de
desempleo) cuya solución fue un nuevo keynesianismo de tipo
militar: la llamada Star Wars (Guerra de las Galaxias) de los años
ochenta. La contrarrevolución de finales de los setenta y princi­
pios de los ochenta hizo que la afección derechista no solo fuera
aceptable sino incluso necesaria para la gestación de políticas: se
necesitaba un intelecto de derechas para formular políticas de
derechas. La contra-revolución posicionó a cientos de think­
tanks en el centro de la producción de políticas, donde aún están.
Llegaron políticos como Margaret Thatcher en Gran Bretaña y
Ronald Reagan en los Estados Unidos y una forma de economía
política llamada neoliberalismo (Harvey, 2005; Peet, 2007).

Neoliberalismo y capitalismo financiero

El neoliberalismo revive la situación de finales del siglo XIX


(con el liberalismo clásico de libre comercio), ahora bajo la
asunción de que los mercados deben gobernarse interna-

275
mente mientras que los estados intervienen externamente.
Internamente, el neoliberalismo emplea la economía mo­
netarista baj o la creencia conceptual de que los problemas
macroeconómicos, como la inflación y la deuda, son resul­
tado de un gasto gu,bernamental excesivo (déficit fiscal).
El Estado-nación renuncia a la gestión macroeconómica
excepto en tiempos de profunda crisis político-económica.
Pero también la noción de regulación de la economía por
parte del Estado se ha convertido en un anatema en todo
el mundo en lo que se ha conocido como el Consenso de
Washington (Williamson, 1 990). A cambio, algunos poderes
reguladores sobre las economías se desplazan hacia arriba,
hacia las instituciones internacionales (FMI, Banco Mundial,
G7/8/20) dentro de una «comunidad global» dominada por
los Estados Unidos, Europa occidental y Japón. El «ajuste
estructural» (un conjunto de políticas neoliberales impues­
tas sobre los países por parte del FMI y el Banco Mundial)
refuerza estas políticas neoliberales en todas partes. Aunque
persisten las variaciones regionales en velocidad de adop­
ción y nivel de adhesión, el régimen neoliberal respondió
del todo a la globalización de la economía, la sociedad y
la cultura a finales del siglo XX. Verdaderamente, el neoli­
beralismo ayudó a organizar la globalización en beneficio
de una clase capitalista-financiera, súperrica y nuevamente
re-emergente, que vive principalmente en los países occi­
dentales punteros, especialmente los Estados Unidos, pero
que operan transnacionalmente en términos de actividad de
inversión_ (Peet, 2009). La globalización neoliberal dio como
resultado la desindustrialización del Primer Mundo, y la in­
dustrialización de diversas partes del Tercer Mundo (Brasil,
Corea del Sur, China, India) y por tanto un aumento enor­
me de las emisiones en una espectacular globalización de la
destrucción ambiental. Las emisiones de dióxido de carbono

276
de China procedentes de la quema de combustibles fósiles
alcanzaron los 407 millones de toneladas de carbono en 1 980
y 1 .655 millones de toneladas en 2006; la India pasó de 95
millones de toneladas en 1 980 a 4 1 1 millones ( CDIAC, 2009).
Y, sin embargo, baj o el neoliberalismo encontramos que la
regulación estatal del desarrollo y sus relaciones con el medio
ambiente son menos significativas a causa del cambio en las
creencias sobre los gobiernos, los mercados y las políticas. Y
ello incluye las creencias de la gente. De ahí que el movimien­
to del Tea Party en los Estados Unidos esté fundado sobre la
idea de un gobierno menos intervencionista y más pequeño
en un momento en el que la intervención estatal en forma de
regulación ambiental es todo lo que tenemos como respuesta
colectiva a la destrucción de la Naturaleza. Marx hablaba de
«falsa conciencia» . Esto sería más bien una «conciencia in­
versa», lo contrario de lo que debería existir en la mentalidad
popular. ¿ O quizá «conciencia perversa» ? Pervertida sí es.
Como resultado de las políticas neoliberales, el capitalis­
mo cambió de forma hacia un capitalismo financiero global,
lo que significa que las finanzas son la fracción dirigente del
capital, las finanzas operan normalmente a escala global, y
los gobiernos y las instituciones de gobernanza global son
partes integrales de ese capital. Así, el neoliberalismo debe
ser interpretado más precisamente no como una renuncia
del Estado sino como un redireccionamiento del Estado de
un tipo d� keynesianismo para la élite . .Los estados-nación,
individualmente (como los Estados Unidos) o colectivamen­
te (como el G7/8/20), tienen que sostener las instituciones
financieras y la integridad del sistema financiero, porque
ello es lo que mantiene en funcionamiento a las economías.
El tremendo poder económico de la nueva clase político-fi­
nanciera-empresarial posibilita una vasta influencia sobre el
proceso político.
La globalización de este tipo financiero neoliberal significa
que las tasas de crecimiento económico decrecen en el centro
desindustrializado, pero aumentan de modo rápido, con tasas
de 8-10% al año, en algunos países periféricos en industrializa­
ción. La economía china se multiplicó por catorce entre 1 980 y
2006 hasta un equivalente de un PNB de 4,4 billones de dólares;
la econ�mía de la India se multiplicó por seis hasta 1 ,2 billones
(IMF, 2009) con emisiones de dióxido de carbono que se cuadri­
plican en ambos países ( CDIAC, 2009). Gran parte de esta pro­
ducción y contaminación están conectadas con el consumo en
el Primer Mundo: el 40% de la producción de China y el 20%
del de la India se exporta, en tanto que ambas economías se han
orientado drásticamente a la exportación. De modo que hemos
asistido a la globalización de la economía, que está todavía foca­
lizada en servir al consumo de los países de rentas elevadas. Ello
ha llevado a una intensificación de la globalización de la conta­
minación, tal como muestran las emisiones de dióxido de car­
bono. En 2006 las emisiones de carbono de combustibles fósiles
alcanzaron los 8.230 millones de toneladas métricas de carbono.
En términos globales, desde 1 75 1 , 329.000 millones de toneladas
de carbono se han lanzado a la atmosfera procedentes de la que­
ma de combustibles fósiles y la producción de cemento, la mitad
de las cuales se han producido desde mediados de los años 1 970
cuando ya se empezaba a saber que el efecto invernadero· era la
causa del calentamiento global (Schneider, 1 976). La cuestión es
que la contaminación ambiental es consecuencia de la necesidad
económica bajo el capitalismo. Es necesario contaminar para
hacer dinero. En el contexto político-económico actual, una
caída drástica de la contaminación solo puede ser el resultado
de una recesión económica. Así, entre 2008 y 2009 hubo un
descenso temporal del 5, 9% en las emisiones globales de dióxi­
do de carbono de combustibles fósiles. Ello fue acompañado
de una bajada del 2,5% en el PIB global, una caída del 1 1 ,5%

278
en el índice de producción industrial, y una reducción del 40%
en la producción siderúrgica básica (US Energy Information
Administration, 2009). Con todo, es políticamente imposible
p ara partidos y gobiernos sugerir que el precio necesario para
acabar con la destru.cción ambiental sea, en efecto, la calamidad
económica y social. De nuevo la «solución» es desplazar el de­
bate «hacia arriba», de la escala nacional a la internacional. Más
que establecer instituciones poderosas, como sucedió con los
acuerdos de Bretton Woods sobre la regulación de la economía
global, el desplazamiento hacia arriba en el discurso ambiental
toma necesariamente la forma de conferencias de las Naciones
Unidas, «cumbres de la Tierra» y Protocolos sin fuerza legal. La
necesidad económica produce infinitas evasivas políticas sobre
el medio ambiente.

El fin de la Historia

Este nuevo poder financiero global está esencialmente ejercido


mediante el control del acceso a las mayores acumulaciones de
capital en el mundo y la dirección de flujos de capital en for­
mas diversas (compra de valores, venta de bonos, inversiones
directas, etc.) hacia lugares y personas que están bien vistos
por la estructura analítica financiera (Wall Street, la City de
Londres, etc.). El control sobre los capitales de inversión y la
pericia técnica dan un enorme poder al capital financiero y a
sus representantes bancarios sobre la elaboración de políticas,
sobre las economías, sobre el empleo y la renta, sobre la publi­
cidad y producción de imagen . . . sobre todas las cosas. La pro­
ducción, el consumo, la economía y el uso del medio ambiente
están sujetos a cálculos de poder más abstractos, más alejados
de la realidad, en el que la capacidad de contribuir al beneficio
financiero a corto plazo se convierte en el principal objetivo,
y las consecuencias a largo plazo no son tanto ignoradas como

279
encubiertas, «limpiadas ecológicamente» gracias a una publi­
cidad empresarial sofisticada, propaganda de «think tanks» y
propaganda pseudo ecologista («nosotros también nos pre­
ocupamos del medio»). Cuando las contradicciones del capita­
lismo financiero global llevaron el sistema a la crisis, como en
2007-20 1 1 , el Estado acude a rescatar el capital, la resurrección
del crecimiento continuo es la prioridad urgente, mientras que
el medio ambiente es la víctima necesaria. En cambio, se dice
que los problemas que el capitalismo encuentra periódicamen­
te son solucionables a través de los mecanismos del mercado
(comercio de carbono) de los que los pocos críticos radicales
que quedan dicen que son su causa.
Y ahora llegamos a lo verdaderamente peligroso. El ca­
pital empresarial experimenta el capitalismo financiero como
una obligación externa: los directores ejecutivos que fracasan
en obtener altas tasas de beneficio desaparecen al instante,
sustituidos por pragmáticos «más agresivos». Invertir en el
mercado de valores (la bolsa) de este modo temporal (es decir,
realizando un alto beneficio y luego vendiendo) compite con
«oportunidades de inversión» aún más especulativas (hipote­
cas de alto riesgo, futuros, derivados, divisas, etc.) para generar
altos retornos y monumentales salarios. De modo que vivimos
en sociedades en las que la dinámica de la fracción principal del
capital consiste en la búsqueda, por cualquier medio, de más
dinero para aquellos que ya tienen demasiado. Esta insensata
búsqueda de dinero para tener más dinero es locura social, fi­
nanciera. Solo puede tener como resultado el desastre. .
Porque el precio de los altos rendimientos es . . . el riesgo
eterno. Cualquier fondo de inversión que no genera altos ren­
'
dimientos y que, por tanto, no asume riesgos extremos, . sufre
la desinversión en mercados altamente competitivos donde el
dinero cambia de manos con solo apretar una tecla. Por tanto,
hay una compulsión competitiva para tomar crecientes riesgos

280
en búsqueda de altos rendimientos que atraigan temporalmente
las inversiones de los fondos propiedad de la gente rica pero
ta mbién de los fondos sociales (pensiones, seguros) que deben
u nirse al frenesí para demostrar que también son rentables. La
e speculación, el riesgo y el miedo son estructuralmente endé­
micos al capitalismo financiero. El miedo mismo se convierte
en fuente de más especulación (comprando oro o futuros, por
ejemplo). La especulación y las apuestas se extienden desde
Wall Street a todos los sectores de la sociedad (precios de las
viviendas, loterías del Estado, casinos, bingos, apuestas, cartas
de Pokemon) todo el mundo juega, incluso los niños. La cultura
capitalista deviene llena de riesgos, de corto plazo en memoria
y anticipación, e imprudente en sus consecuencias: vivir el mo­
mento, sin tener en cuenta el futuro medioambiental por ejem­
plo. El entramado especulativo es la fuente de su intratabilidad.
No es solo que la crisis se extienda de un área a otra. Es más bien
que la crisis en un área (como el inevitable fin de la burbuja de
los precios inmobiliarios) tiene efectos exponenciales sobre las
demás (bancos de inversiones que se han dedicado a operacio­
nes especulativas de alto riesgo) hasta el punto de que las pérdi­
das acumuladas están más allá de la capacidad de rescate de los
estados y las instituciones de gobernanza. De ahí que el riesgo
extremo tiene la tendencia de llevar a la catástrofe económica.
Con todo ello, podemos escapar de esta superabundancia
irracional mediante meras recesiones periódicas, caídas salpi­
cadas por esperanzadoras y optimistas recuperaciones en los
mercados. Todo ello conlleva terribles consecuencias sociales en
términos de millones de personas que han perdido su empleo,
su casa y su dignidad. Pero lo peor está aún por llegar, porque el
medio ambiente contraataca. El riesgo endémico del capitalismo
financiero se extiende a unas relaciones ambientales arriesgadas.
Las corporaciones que toman decisiones extremadamente
arriesgadas en lo que a consecuencias medioambientales se re-

281
fiere (compañías petroleras que perforan en aguas profundas,
por ejemplo) ganan (con beneficios por encima de la media) la
«confianza del mercado» que les permite endeudarse, invertir,
expandirse y pagar bien a sus ejecutivos de mayor nivel. Los
directores ejecutivos que realmente ponen en práctica su con­
ciencia ambiental no obtienen la confianza de los mercados. El
riesgo ambiental (mitigado por unas buenas relaciones públicas
que excusen «los errores ocasionales») representa el límite de la
obtención de beneficios y del éxito de los negocios. Cada vez
que un desastre del tipo BP en la costa del Golfo de México se
limpia, se excusa y se olvida, el negocio del riesgo va a mejor, es
mejor entendido y es más fino en sus operaciones político-cul­
turales. Así que mientras que BP recuperaba la confianza de los
inversores en el verano de 201 0, la compañía anunciaba la venta
de sus operaciones de perforación en tierra para concentrarse
aún más en la perforación en aguas profundas. El riesgo que
produce catástrofe económica también crea crisis ambiental.
Con todo ello, aún podemos sobrevivir para criticar el
sistema una vez más. El poderoso complejo empresas-estados­
medios de comunicación, liderado por el capital financiero, y
llevado por la búsqueda de super-beneficios y fantásticos in­
gresos, solo puede ser desafiado con algún grado de éxito por
movimientos sociales surgidos de un pueblo informado, in­
dignado y racional. No obstante, tiene que ser un «Nosotros»
activista racional y crítico para que «Nosotros» salvemos el
mundo. Porque la otra cara del capitalismo financiero es el
exceso consumista posibilitado por las mercancías barata� que
manan de la producción globalizada. El consumismo es una
adicción social. La cultura del consumismo está diseñada para
producir una estupidez popular masiva («me gusta» en lugar
de «pienso») y un individualismo egoísta y radical.
La «realidad» es espectáculo. Todo es entretenimiento. El
«norteamericano medio» está demasiado gordo para salir de

282
su coche para ir a las barricadas, dejémosle solo. Y como cada
mercancía tiene que tener un cuerpo donde alojar su mensaje,
y cada servicio es intensivo en el uso de energía . . . el consu­
mismo, la sobreproducción y la consiguiente sobreexplotación
de recursos crean un riesgo ambiental a nivel social masivo.
Todo ello queda excusado en los medios de comunicación que
confían en la publicidad de bienes de consumo para sobrevivir
en ambientes de altos beneficios. Los movimientos sociales
de masas en los centros de alto consumo solo pueden surgir
de esta cultura de locura consumista individualista y egoísta,
porque esto es todo lo que queda de lo que una vez fue casi
«pensado». De modo que si el Tea Party tiene una ideología
coherente, ésta es que los gobiernos son demasiado grandes y
la regulación estatal (incluyendo la regulación ambiental) coar­
ta la «libertad» humana. En la Conservative Political Action
Conference (convención del Tea Party) en febrero de 201 1 , el
antiguo portavoz de la Cámara y candidato presidencial repu­
blicano N ewt Gingrich denominó la Agencia de Protección
Ambiental de Estados U nidos como «una asesina de empleos,
una máquina centralista de litigio ideológico y de regulación
que bloquea el progreso económico» y afirmó que esa agencia
debía ser eliminada. Lo que estoy diciendo es que la capacidad
de la masa de gente que vive en los centros globales del poder
para responder de una manera socialmente racional, colectiva
y radical {para controlar democráticamente un Estado activista
e intervencionista, por ejemplo) se ha esfumado.
Atlas Shrugged' cerró la tapa de su móvil y fue a por otro
pedazo de pizza con ingredientes variados. Y el mundo huma­
no se desintegró en una naturaleza devastada.

" Referencia a la novela de 1 957 de Ayn Rand del mismo título y que es un
alegato contra el intervencionismo estatal (en castellano traducida como La rebe­
lión de Atlas). [N. de la T.]

283
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285
V. LA GEOGRAF Í A A L SERVICIO DE
LA TRANSFORMACI Ó N SOCIAL:
CONTRIBUCIONES A L DEBATE

Una revolución es más


que la demolición de un régimen político.
Implica el despertar de la inteligencia humana,
aumentar el espíritu de inventiva
diez, cien veces [ . . . ]
Es una revolución de las mentes,
mucho más profunda que la de las instituciones.
P. Krop otkin, La con q uista del pan (1913)

El pensamiento de Peet se siente deudor tanto de los grandes


clásicos de las teorías revolucionarias como de aquellos que
han intentado llevar esas ideas a la práctica. En las dedicato­
rias de los libros que Peet ha publicado encontramos mención
a Marx (a quien dedica Modern Geographical Thought), a
Kropotkin (a quien dedica Radical Geography) pero también
a Hugo Chávez, Evo Morales y Joao Stédile junto a «millo­
nes de personas valientes que luchan con ellos por un mundo
mejor» (objetos de la dedicatoria de Geography of Power). La
admiración que profesa hacia esas personas que, con aciertos
y errores, dedican su vida a intentar transformar el mundo, es
evidente.
Pero Peet también es un convencido de la fuerza de las
ideas, de su capacidad de persuasión y de transformación, si
es que están correctamente formuladas y son inteligibles para
sus destinatarios. Por ello, a la propia autodisciplina que Peet
parece imponerse para realizar un trabajo tan riguroso en su
elaboración como claro en su expresión, hay que añadir su

287
presencia habitual en todo tipo de debates intelectuales donde
hacer oír esas ideas. En todas las contiendas académicas en las
que participa, Peet se muestra !11cisivo y tajante. Habla claro ,
alto y seco; da la impresión de no hablar si no es que tiene
algo que defender y argumentar, y de no quedarse nunca a
medias tintas cuando lo hace. La contundencia que muestra
en sus palabras, ante la cual algunos hacen evidente su inco­
modidad, constituye ya un rasgo distintivo que le identifica: es
fácil leer observaciones, no siempre benevolentes, tales como
«ya sabes . . . suelta las verdades, guste o no», «típico Peet: 'esto
es lo que pienso: apáñatelas'» Gones III, 2001 : 762), «siempre
a saco», «siempre tan directo», «Peet puede ser brutal . . . »
(Bassett, 1 999: 252), etc. La firmeza de la que hace gala es a
menudo objeto de cierta displicencia en un mundo académico
que muchas veces parece valorar los matices y la sofisticación
por encima del propio mensaje, pero Peet aparenta no estar
muy pendiente de lo que opinan de él cuando, tal y como no
se cansa de repetir, hay tanto por decir y por hacer.
Encontramos amplia muestra de sus intervenciones en los
debates que se han sucedido en las revistas académicas de geo­
grafía en las últimas décadas. En ellas aparece una enorme can­
tidad de comentarios, críticas, réplicas y contrarréplicas que los
trabajos de Peet o los de otros han suscitado. Porque también
encontramos, y ello nos parece especialmente definitorio de su
personalidad y de su «compromiso intelectual », a un Peet que
es autor de una cantidad insólita (en un académico de su rango
y reconocimiento) de reseñas y comentarios de obras ajenas ,
en los que siempre deja la huella de su propio pensamiento. A
partir de sus posiciones en estos diversos debates proponemos
en este capítulo final un recorrido por algunas de las cuestiones
que han sido obj eto destacado de polémica, empezando por el
principal caballo de batalla: las aportaciones y las pérdidas que
ha conllevado la crítica al marxismo, primero en forma de crí-

288
tica al estructuralismo y después como crítica total al modelo
moderno de explicación en forma de postmodernismo. A con­
tinuación abordamos otras dos cuestiones que han ocupado
un papel preeminente en la trayectoria de Peet: los debates
sobre el desarrollo y las discusiones a propósito de la relación
entre economía y cultura. Finalizamos el capítulo haciéndonos
eco de cómo, para Peet, el trabajo científico (la geografía en su
caso} debe pensarse, antes que nada, como una herramienta al
servicio de la transformación social.

Defender el marxismo

Una de las batallas más cruentas que se libró en la nueva geo­


grafía marxista de la década de los setenta no vino provocada
por los ataques del sector políticamente más conservador de
la geografía (estos se daban naturalmente por descontados,
aunque no dejó de dar algunos ej emplos memorables como el
fuego cruzado entre Brian Berry y David Harvey}1 sino de la
misma izquierda, especialmente a través de la crítica al marxis­
mo estructuralista.
Peet siempre se ha mostrado confiado en el potencial ex­
plicativo y clarificador del materialismo estructuralista pese a
que, señala, éste haya sido especialmente malinterpretado:

El estructuralismo produjo una nueva clase de geografía


marxista, haciendo hincapié en determinadas categorías

1 . El tono fue más que agrio. Mientras Brian Berry juzgaba el libro Social
fustice and the City de Harvey adviertiéndole que podía «sentarse largo tiempo
esperando a la revolución•, Harvey respondía en un tono no menos acre, acusando
a Berry de utilizar críticas retóricas y poco convincentes con el único fin de «defen­
der las ideas dominantes de la clase dirigente» (Antipode, 6(2) 1974, pp. 1 42-1 49).
Peet, como editor de la revista, ha recordado cómo con el tiempo se llegó a arre­
pentir de haber suprimido determinadas expresiones «inadecuadas• que fueron
utilizadas entonces (Peet, 2006a).

289
analíticas como modo de producción o formación social, y
enfatizando las interrelaciones entre elementos en conexio­
nes significativas. El paso al estructuralismo en geografía
humana, que nunca llegó a completarse del todo, repre­
sentó una búsqueda de mayor rigor y coherencia teórica.
Es también el período más tergiversado e infravalorad o del
pensamiento geográfico y social. (Peet, 1 998: 1 1 2)

Especial mención merece aquí la influencia ej ercida por


el teórico marxista Louis Althusser (que, al decir de muchos,
fue siempre extremadamente malinterpretado antes de caer
directamente en el olvido) y, en especial, por su teorización

Peet no solo es autor de una ingente producción científica sino que ha par­
ticipado intensamente a lo largo de su carrera en los debates intelectuales que se
han generado en el contexto de la geografía y las ciencias sociales. En la fotografía,
trabaj ando en su oficina de la Clark University. [Foto: N. Benach]

290
sobre el papel de la economía como determinante indirecto
de la política, la ideología y la cultura (reconceptualizando la
determinación en su idea clave de «sobredeterminación» ). Y
si Althusser había concentrado sus esfuerzos en teorizar las
relaciones entre estructuras, los geógrafos marxistas intenta­
ron hacer lo propio pensando las relaciones entre modos de
producción y espacio. La obra La cuestión urbana de Manuel
Castells, que se había formado en Francia, fue fundamental
como aplicación del razonamiento althusseriano al espacio
urbano. El propio Peet, siempre más interesado en cuestiones
ambientales y en la relación de la sociedad con la naturaleza
que no en el espacio urbano en particular, hizo su propia inter­
pretación del asunto extendiendo la idea de autonomía relativa
de Althusser al espacio y a las relaciones espaciales (Peet, 1 978,
1 98 1 ) Peet proponía la especialización de la geografía en dos
.

relaciones fundamentales que forman parte de la totalidad que,


por definición, es objeto de estudio del marxismo: la relación
dialéctica entre formaciones sociales y el mundo natural, y las
relaciones dialécticas entre formaciones sociales integradas en
diferentes medios.
Con los excesos y los defectos propios de un pensamiento
que se iba formando sobre la marcha, el impacto y la influencia
del estructuralismo fue enorme, y su legado en la geografía, se
quiera o no, está aún presente: « el enfoque estructuralista
• • •

ha dejado una huella permanente en posiciones geográficas


actuales por parte de muchos que no se llamarían nunca a sí
mismos estructuralistas» (Peet, 1 998: 1 24). Esa es precisamente
la impresión que se obtiene revisando, al cabo de 30 años, los
grandes enfrentamientos dialécticos a propósito de la validez
del estructuralismo en geografía. Aunque las críticas surgieron
por diferentes bandos, reproduciendo en parte los debates en
el pensamiento social (especialmente tras la incorporación de
las ideas de Antonio Gramsci o tras la férrea crítica a Althusser

291
por parte de Edward Thompson, contestada por Perry
Anderson y que dio lugar a uno de los más célebres debates en
la teoría social), una de las mayores fuentes de controversia en
geografía provino de la denominada geografía humanista.
El artículo que en 1 982 publicaron James Duncan y David
Ley, una crítica en toda regla del estructuralismo en geografía,
cayó como una bomba y levantó una auténtica polvareda entre
el colectivo de geógrafos marxistas. Se trataba de una crítica
aparentemente rigurosa en términos filosóficos pero que cla­
ramente iba dirigida a desacreditar el marxismo en general más
que a cuestionar específicamente el marxismo estructuralista
en geografía. En el camino, no obstante, autores emblemáticos
como David Harvey o el mismo Peet eran blanco de críticas
descarnadas por parte de aquellos autores. Y aunque Peet,
muy dolido en su momento por aquella crítica, tan dura como
inesperada, no quiso responder inmediatamente a ese artícu­
lo, 2 sí lo hizo años más tarde. Lo hizo en 1 989 en un texto a
propósito de los problemas conceptuales presentados por el
neomarxismo, y en el que justificaba la ausencia de respues­
ta a Duncan y Ley en su momento: «Su artículo no provocó
respuesta de los principales geógrafos 'estructuralistas' citados
(Harvey, Peet y otros) porque no nos reconocimos como
adeptos a esa versión de la 'filosofía de la estructura y el holis­
mo' » (Peet, 1 989: 37).
En 1 998 retomó el tema. El tiempo transcurrido había
enfriado sin duda los ánimos pero no había rebajado la con­
tundencia de los argumentos. Peet señala que la lectura hecho
por Duncan y Ley era extremadamente parcial, simplista y

2. Sí aparecieron respuestas inmediatas por pane de Chouinard y Fincher


( 1 983) que el mismo Peet califica de excesivamente tibias (Peet, 1 998: 1 43). Ver asi­
mismo los comentarios de Peet sobre la polémica en la entrevista que publicamos
en este volumen.

292
caricaturesca, y su ataque fue contestado entonces por Peet
con diatribas del tipo «no critican al marxismo estructuralista
sino a un producto hegeliano de su propia imaginación», o
«con mentes infestadas por imaginarios espirituales y fantas­
magóricos, Duncan y Ley malinterpretan totalmente el mar­
xismo estructuralista», o «Duncan y Ley confunden su pro­
pia malinterpretación idealista (religiosa y de base mística) de
conceptos como holismo y determinación con un marxismo
estructuralista que en realidad es sobredeterminista, materia­
lista (es decir, ateísta), dialéctico y no teleológico» (Peet 1 998:
1 44- 1 45). Y pese a las debilidades argumentales que presen­
taba, la crítica de Duncan y Ley -y ese fue el principal pro­
blema en su momento- encontró amplio eco en un ambiente
cada vez más generalizado de crítica al pensamiento marxista,
cuestionado sobre todo por el conservadurismo político, e
hizo mella en una geografía humana marxista que estaba
perdiendo la unidad y la confianza. Desde la perspectiva de
hoy, el artículo de Duncan y Ley contiene afirmaciones sor­
prendentes como la acusación de abstracciones reificadoras
y alejadas de la realidad empírica que a su parecer merecen
categorías como «capitalismo, trabaj o, formación social,
modo de producción capitalista, contradicciones, estado,
clase, sociedad y mercado» (Duncan y Ley, 1 982: 36). A la
vista del uso, a veces un tanto desenfrenado, d� metáforas y
analogías del que ha hecho gala la teoría social posteriormen­
te, el argumento de Duncan y Ley produce cierta hilaridad
y no se puede sino coincidir con Peet en el importantísimo
legado conceptual que esa etapa conllevó para la geografía y
para la teoría social en general. Sin embargo, las críticas mas
demoledoras a la geografía marxista estaban aún por venir,
llegando a formularse con todas sus cargas de profundidad a
partir de mediados de los años ochenta. Peet, naturalmente,
estuvo ahí para responder.

293
La crítica postestructuralista y el postmodernismo
«extremo»

En muchas ocasiones Peet ha dej ado constancia de su disgusto


explícito ante ciertas posiciones antimodernas que cuestionan ·
los principios de la racionalidad y la posibilidad de aplicar el
conocimiento a la mejora de la sociedad humana. Y aunque es
más que receptivo con determinadas ideas postestructuralis­
tas (en especial, las relacionadas con la teoría del discurso de
Foucault y su relación con el poder), sus posiciones contrarias
al postmodernismo se han mostrado con toda su rotundidad
(incluso «brutalidad») a propósito de cuestiones como la tex­
tualidad o la crítica al desarrollo.
Aunque siempre expone sus ideas con claridad, quizá es
en Modern Geographical Thought ( 1 998), publicado cuando
ya se habían librado muchas de las batallas dialécticas sobre
esas cuestiones, donde su posiciones aparecen dibujadas con
mayor nitidez. Afirma Peet que, aunque las creencias mo­
dernas a propósito del potencial liberador de la ciencia, de su
optimismo y su fe en un progreso infinito han sido cuestio­
nadas en multitud de ocasiones a lo largo de tiempo, pocas
lo han hecho con la virulencia que utilizaron las posiciones
relacionadas con el llamado giro postmoderno. La reacción
contra el estructuralismo y el marxismo, herencia directa del
estado contemplativo que el post-mayo del 68 sumió a gran
parte de la intelectualidad del momento, se manifestó como un
rechazo sin concesiones a la razón moderna, alimentada por
la recuperación de las filosofías antimodernas y en especial de
Nietzsche.
Y, aunque receptivo a determinadas posiciones postestruc­
turalistas como la que conlleva la negación de la existencia de
una verdad obj etiva independiente de las relaciones de poder,
a menudo encontramos a un Peet entre disgustado y perplejo
que se resiste a aceptar el abandono de todo lo que la ciencia

294
moderna ha construido a lo largo de los últimos dos siglos:
«La filosofía postmoderna [ . . . ] es más que una crítica de la ra­
zón, es una crítica de la humanidad moderna, una crítica de los
ideales humanos existentes, una crítica de lo que conocemos y
damos por sentado desde el siglo XVIII» (Peet, 1 998: 1 96).
Peet distingue entra una filosofía postestructuralista que
critica las certezas incuestionables del mundo moderno y una
filosofía postmoderna que propugna una resistencia nihilista
a las fuerzas de la modernidad. Representantes destacados
de la primera son los tan influyentes Georges Bataille y
Friedrich Nietzsche y, sobre todo, Michel Foucault, al que
considera el filósofo postestructuralista de mayor enver­
gadura y del que rescata principalmente sus ideas sobre las
prácticas discursivas. La filosofía postmoderna, en cambio, es
presentada como una forma más extrema de escepticismo fi­
losófico, y aún reconociendo su diversidad, tiende a adoptar
posiciones políticas más anti-modernas que anticapitalistas,
nihilistas más que radicales, las cuales son a su parecer del
todo inadmisibles. Más aún parece dolerle la llegada de esas
ideas precisamente de la mano de teóricos que maduraron en
una cultura de izquierdas en las que el marx \smo se daba por
sentado como punto de partida. Peet no logra entender la
existencia de ciertas posiciones si no es que están motivadas
en buena parte por circunstancias y decisiones que tienen que
ver con lo personal más que con lo científico; en el siguiente
párrafo, que dedica a los antiguos pensadores críticos iz­
quierdistas luego convertidos al escepticismo, se muestra, en
su mej or estilo, especialmente acre:

[el postmodernismo] hace frente al marxismo con una fu­


ria innecesaria, explicable en gran medida por el cinismo
de la mediana edad, que se rejuvenece con una venganza
surgida de la amarga desilusión revolucionaria y con una

295
complejidad motivada por la búsqueda de reconocimiento
individual. (Peet, 1 998: 2 1 6)

La primera entrada del pensamiento postmoderno en


geografía fue el resultado de la incorporación de las ideas del
influyente artículo de Fredric Jameson sobre la lógica cultural
del capitalismo tardío ( 1 984). Un autor que fue inspiración,
entre otros, para dos obras mayúsculas que aparecieron en
1 989: The Condition of Postmodernity de David Harvey y
Postmodern Geographies de Edward Soja (véase Benach y
Albet, 201 0). Tanto los trabajos de Harvey como los de Soja
incorporaban nuevas preocupaciones a un pensamiento geo­
gráfico de base marxista, el primero dando mayor entrada a
cuestiones culturales en su riguroso materialismo y el segundo
ampliando sus ideas previas sobre la dialéctica socio-espacial
con mayor énfasis en Henri Lefebvre y en Mich el Foucault.
Esos trabajos sobre el postmodernismo por parte de autores
«modernos», como los califica con evidente simpatía Peet,
fueron enormemente influyentes y han quedado como obras
clave de la geografía. Sin embargo, como se afana en señalar
Peet, la llegada de la década de 1 990 trajo la aparición de una
nueva generación de geógrafos críticos (sin formación marxis­
ta), incluso de izquierdas, pero que veían el marxismo como
parte del problema más que la solución (Peet, 1 998: 226).
Peet se ha mostrado enormemente crítico con la tendencia
de muchos geógrafos postmodernos a recrearse en la interpre­
tación de las palabras de otros, a caer en una cadena intermina­
ble de citas de trabajos que a su vez se basan en otros, y que al
final en poco contribuyen a un mejor entendimiento de nada.
En el mejor de los casos, dice Peet, esta geografía postmoderna
ilumina alguna perspectiva fragmentaria de algún aspecto del
mundo postmoderno. En el peor, «la geografía postmoderna
es un tipo de autogratificación privilegiada y egoísta, mostrada

296
en ensayos que serpentean entre la idiosincrasia personal y pe­
rezosos pedazos de investigación, principalmente consistente
en el trabajo de lectura de otros trabajos» (Peet, 1 998: 226 ).
Peet se muestra nada condescendiente con este tipo de geo­
grafía postmoderna, aunque lleva cuidado de no generalizar y
de valorar el trabajo realizado por algunos geógrafos británi­
cos como Chris Philo, particularmente en su concepción de
«geografías morales» y su exégesis de Foucault. Precisamente
el pensamiento de Foucault (en particular su noción de espa­
cialidad del poder) había hecho una entrada fulminante en
geografía humana de la mano del mismo análisis de Philo y, un
poco antes, de Edward Soja en la ya mencionada Postmodern
Geographies. Hay que señalar que Peet, que ha sido calificado
en más de una ocasión como «marxista impenitente»,3 ha sido
muy receptivo a algunas de esas ideas, en particular a la utili­
dad de incorporar la noción de discurso de Foucault al análisis
«materialista» .
La potencia del análisis del discurso derivada de Foucault
contrasta fuertemente, para Peet, con la escasa aporta'ción del
giro lingüístico que tanto pareció dar de sí en geografía en su
momento. Peet se muestra especialmente irritado con un uso
del lenguaje muchas veces enrevesado y proclive a recrearse
en sí mismo y que ineludiblemente acaba par conllevar una
dosis considerable de elitismo intelectual. Por ej emplo, en una
de sus reseñas críticas sobre un libro que abordaba cuestiones
ambientales desde una perspectiva «post», Peet señalaba que
«estos ensayos no los puede leer cualquier persona, sino que
requieren años de cara preparación, la creación de mentes de
élite afinadas con las cadencias del pensamiento filosófico,

3. É l mismo bromeó con el epíteto al replicar la crítica a uno de sus artículos


con el título «Confesiones de un marxista impenitente• (Peet, 1 986) .

297
mentes capaces de ver a través de la densa maraña de frases
abstractas . . . mentes capaces de reelaborarlas en términos aun
más abstractos al pasar a un discurso hablado, especialmente
escrito. La filosofía posestructuralista es el lenguaje de una
nueva élite intelectual con sus propios estándares de entrada,
sus propios rituales de poder, sus propias palabras y sus pro­
pias ideas hegemónicas» (Peet, 1 997b: 478). En alguna ocasión,
incluso llega a afirmar que la interpretación de las interpreta­
ciones de las interpretaciones no hace sino desviar la atención
de los temas urgentes y que « ¡la intertextualidad es el opio de
la intelligentsia! » (Peet, 1 999).
Pero si alguna cuestión fue objeto específico de largo debate
dentro del mundo académico de la geografía, esta es la que se
relacionaba con el paisaje. La propuesta de James Duncan (que
ya había participado en aquella despiadada crítica al postestruc­
turalismo con David Ley) y Trevor Barnes de teorizar el «paisa­
je como texto» (Barnes y Duncan, 1 992) fue objeto de rechazo
sin paliativos por parte de autores como Peet. En particular, la
idea de «leer» el paisaje exactamente del mismo modo como se
lee un texto, de sostener que los «textos» constituyen de hecho
la realidad, era algo totalmente inaceptable para quien defiende
· la materialidad de la vida social y, por tanto, la posibilidad de
teorizarla. Barnes y Duncan, por el contrario, sirviéndose de las
críticas al objetivismo, no mostraban reparo alguno en afirmar
que, ya que lo real solo puede expresarse en términos teóricos,
«no tiene sentido contrastar la teoría con un mundo neutral
exterior» que para estos autores es en consecuencia inexistente.
Porque, como afirma Duncan, los paisajes no son un mero 'refle­
jo de la cultura (como podía entenderse en la geografía cultural
tradicional) sino que son construcciones lingüísticas, narrativas
de la organización social (Duncan, 1 990).
Los paisajes, afirma Peet en una durísima reseña crítica del
libro de Duncan (Peet, 1 993 }, pueden desempeñar un papel

298
ideológico de primer orden naturalizando el orden social pero
este proceso puede pasar inadvertido a menos que el investiga­
dor se centre en desenmascarar y desnaturalizar esos aspectos
ideológicos; de lo contrario, «podría suceder que una pers­
pectiva postestructuralista con una posición aparentemente
crítica, no hiciera sino servir a intereses políticos neoconserva­
dores» (Peet, 1 993 : 1 84).
Peet se muestra muy crítico con la «intertextualidad», que
no le parece sino una nueva forma de idealismo: «Si los textos
no expresan la experiencia social del mundo real, aunque sea
en formas muy mediatizadas, entonces ¿ con qué están relacio­
nados ? Como en Derrida, la respuesta es 'con otros textos'»
(Peet, 1 993: 1 87). Por el contrario, una vía intepretativa capaz
de relacionar el paisaje cop las relaciones de poder, inspirada
por el materialismo cultural de Raymond Williams o el marxis­
mo existencial de J ohn Berger es para Peet mucho más relevan­
te por su capacidad de relacionar el paisaj e con el capitalismo
y las relaciones capitalistas (un ejemplo de esa vía de análisis
fue desarrollada por el mismo Peet en su trabajo sobre un mo­
numento icónico en el paisaje de Nueva Inglaterra (Peet, 1 996)
donde elabora el expresivo concepto de «regulación discursi­
va»). En él hace abundante uso de las ideas de Michel Foucault,
Cornelius Castoriadis y de la semiótica espacial, a la que, en
contraste con la idea del «paisaje como texto» sí concede una
'
notable utilidad al permitir conectar cuestiones de clase, géne­
ro o edad con las concepciones del espacio (Peet, 1 994b ).
Hay que decir, sin embargo, en honor a la verdad, que
Duncan (quizá en recuerdo de su participación en el artícu­
lo junto a Ley que encendió los ánimos) ha sido un blanco
predilecto de las iras de Peet, mientras que Barnes parece
merecerle una consideración algo diferente. No en vano,
el mismo Barnes en su respuesta a la crítica de Peet, tras
contestar matizadamente punto por punto las objeciones de

299
éste, señala que a pesar de las disensiones, no tiene reparos
en manifestar su acuerdo con la utilidad de una perspectiva
marxista y defiende su trabajo como una contribución a esa
tradición (Barnes, 1 994 ).
Mientras algunos, como Barnes, parecían tender la mano,
muchos otros la cerraban. Peet se ha mostrado ambivalente,
abierto ante las ideas que mejoran y completan su pensamien­
to, pero completamente blindado ante las que lo desvían. En
particular, toma aquellas ideas del «postestructuralismo» que
preservan y enriquecen la base modernista, pero rechaza las
de un «postmodernismo» que produce teoría sin base ontoló­
gica y que se desentiende de la política del proyecto moderno
de mejora de la condición humana. La hostilidad hacia los
constantes juegos de palabras sin profundidad alguna de la
que hacen gala algunos postmodernistas extremos y su falta
de compromiso político enfurece a Peet: «Cuando el discurso
es el mayor enemigo y la interpretación se postula como el
principal acto político, el postmodernismo como idealismo
discursivo degenera en nihilismo en el mejor de los casos, y en
una especie de conservadurismo académico elitista en el peor»
(Peet, 1 998: 242).
Las posiciones se han mostrado extremadamente beli­
gerantes las más de las veces. Y, sin embargo, el tremendo
intercambio de golpes dialécticos no le ha hecho perder ni
un ápice de confianza en las posibilidades del marxismo
como herramienta interpretativa y transformadora. En el
año 2000 afirmaba con mordacidad: «Ahora se supone que
[el marxismo] está muerto y enterrado [ . . . ] En su lugar tene­
mos el neoliberalismo en la derecha y el postmodernismo en
la izquierda, los dos igual de ineficaces para poner remedio
al hambre de los niños y a la destrucción de la naturaleza»
y seguía con una visión ciertamente esperanzada del estado
actual del marxismo:

300
Hoy hay un clima intelectual más saludable en los círcu­
los marxistas. En comparación, los postmodernistas están
atascados en el pasado, reverenciando a Deleuze, Derrida
y Lacan, tan necesarios para estar al día como en su día
lo fueron para ser correctos las citas de Marx, Lenin y
Althusser. Realmente, podemos concluir que los marxistas
son más libres para decir lo que quieren, utilizar lo que de­
sean, y acabar donde quieren, más que ningún otro grupo
coherente de teóricos sociales. ¡ Nuestro «declive y caída»
nos ha hecho libres ! (Peet, 2000b: 498)

El desarrollo como discurso y el modernismo crítico

La cuestión del desarrollo ha constituido un ej e de reflexión


que atraviesa la carrera de Peet desde los ochenta y que se ha
nutrido desde el principio de las teorías marxistas desarrolladas
en otras disciplinas sociales. Ya en 1 980, durante su estancia en
Australia, coordina un volumen sobre las teórías marxistas del
desarrollo (Peet, 1 980) que no pretendía ir mucho más allá de
presentar críticamente ideas entonces en circulación como las
de André Gunder Frank sobre la dependencia, las de Arghiri
Emmanuel sobre el intercambio desigual o las de Samir Amin
sobre la acumulación capitalista mundial. Posteriormente,
Peet siguió en el tema publicando su Global Capitalism.
Theories of Societal Development ( 1 99 1 ) en el que -marca de
la casa- intenta decir «el máximo de cosas en el menor espacio
posible» y en el que sus críticos destacaron tanto la excelente
competencia de Peet en la presentación crítica de las teorías de
la modernización como su afección por el marxismo estruc­
turalista, por la cual recibió, sin embargo numerosas críticas
(Nielsen, 1 99 1 ; McGee, 1 992).
Mucho más contundente se mostró Stuart Corbridge, con
quien Peet ha mantenido diversos intercambios críticos bas-

301
tante correosos (por ejemplo, Peet, 1 994a). Corbridge lanza
un ataque en toda regla al libro de Peet desde todos los flancos
(atribuye falsas opiniones a otros autores, tendencioso políti­
camente, reverencial con la teoría marxista, incapaz de recoger
los argumentos ajenos . . . ) lo que sugiere no solo un notable
grado de antipatía personal con el autor que reseña sino su
uso como cabeza de turco ideal para atacar todo el marxismo
estructuralista (Corbridge, 1 992). Ello evidencia que también
estas teorías del desarrollo fueron blanco favorito de las crí­
ticas postestructuralistas, ya que ofrecían la ocasión perfecta
para mostrar abiertamente su escepticismo ante lo que no era
sino una idea central del proyecto moderno.
La aplicación de las ideas foucaultianas sobre poder,
discurso y conocimiento dieron de lleno en planteamientos
sobre el desarrollo que, para un reconocido autor como
Arturo Escobar ( 1 984 ), no eran sino el último capítulo de
la larga historia de expansión de la razón occidental: el pro­
yecto de emancipación global de la razón tenía su lado os­
curo en la dominación (Peet, 1 998: 235). De hecho, Escobar
pretendía incorporar la crítica del discurso a la cuestión del
desarrollo. Sin embargo, inició una avalancha de críticas a
las teorías del desarrollo en forma de críticas al estructura­
lismo. En 1 994, el mismo Peet afirmaba que «la teoría del
desarrollo está en crisis», aseveración que respondía tanto
al fracaso de las políticas de desarrollo en el Tercer Mundo
como a la cantidad de críticas que se venían produciendo a
las teorías existentes por su incapacidad de tratar la comple­
jidad del mundo real.
Las «nuevas direcciones en la teoría del desarrollo», tal
como rezaba el titulo de un volumen reseñado por Peet (Peet,
1 994a) incluían así cuestiones tan diversas como la teoría de
la regulación, el postimperialismo, los enfoques orientados al
actor, los estudios de género, el desarrollo sostenible . . . cuyo

302
objetivo era generar trabaj os que pudieran dar cuenta de la
diversidad nacional, de género, de clase o la heterogeneidad
de las estructuras agrarias. Enfoques semejantes eran incluidos
en otros volúmenes casi coetáneos sobre el mismo tema, en el
que se mostraba de nuevo la fuerza del análisis del discurso
para examinar el desarrollo. Peet muestra abierta simpatía por
el nuevo enfoque pese a señalar las dificultades casi insalvables
para establecer los mecanismos mediante los cuales el poder y
la cultura condicion3.1?- el discurso. Ello es debido, aduce Peet,
a la insuficiente síntesis de las teorías marxistas de la ideología
con el análisis del discurso de Foucault, de modo que «más que
abandonarlo, como ha hecho la mayor parte de teoría postes­
tructuralista, la teoría del desarrollo debe ser analizada, inclu­
so sacudida de arriba abajo, en términos de contradicciones
para liberar sus intenciones, tecnologías y prácticas potencial­
mente emancipadoras» (Peet, 1 997a: 259). Con esta intención
1
llega a una reformulación d desarrollo mediante el concepto
de «modernismo crítico», un concepto pensado precisamente
para permitir ese diálogo entre el materialismo y la teoría del
discurso postestructuralista.
'
En 1 999, Peet publicó (en colaboración con Elaine
Hartwick) Theories of Development, un libro que se inició
como una revisión de su Global Capitalism tras los debates
habidos sobre el tema pero que acabó convirtiéndose en algo
completamente nuevo. Una nueva edición en 2009 culminaría
el proceso de revisión permitiendo la inclusión de las polémi­
cas y controversias generadas a lo largo del tiempo. Así, esa
última versión se ocupa de revisar las teorías convencionales
sobre el desarrollo (desde la economía clásica y neoclásica,
el paso del keynesianismo al neoliberalismo, y el desarrollo
visto como modernización), las teorías críticas sobre el desa­
rrollo (el marxismo y el socialismo, el postestructuralismo,
postcolonialismo y postdesarrollo, y las teorías feministas

303
del desarrollo}, para finalizar con la propuesta mencionada de
«modernismo crítico».4
En esta obra, Peet y Hartwick defienden férreamente los
principios «emancipadores» del desarrollo (el libro se inicia
con la afirmación de que «el desarrollo significa hacer una vida
mejor para todo el mundo») abogando por esa posición «mo­
dernista crítica» que rescate el desarrollo tanto de los neolibera­
les como de los neoidealistas, tanto de las manos de los autores
neoclásicos liberales y agencias como el Banco Mundial, como
de los tratamientos de moda y poco sustanciales por parte de
algunos autores postmodernos. El libro funciona bien como
presentación de las principales teorías sobre el desarrollo a lo
largo del tiempo, como reconocen todas las críticas recibidas.
Otra cosa es cómo es interpretada su abierta oposición a los
argumentos antidesarrollo. La crítica más larga y elaborada
fue la que les dedicó John Pickles, quien les acusó de adoptar
una posición muy cerrada ante las críticas postmodernas, pos­
testructu�alistas, postcoloniales y postdesarrollistas, como si
«para los autores existieran los marxistas y neomarxistas por un
lado y todos los 'post' de un tipo u otro, por el otro» (Pickles,
2001 : 386). Afirma Pickles que los autores parecen sentirse
más cómodos con una línea de separación bien marcada entre
el modernismo y el postmodernismo, lo que a su parecer les
hacer perder posibilidades explicativas y fuerza argumentativa.
Señala que tal vez esos autores a los que condenan, puede que
estén abiertos a formas de crítica y práctica política que puedan
reforzar o reformar el mismo proyecto de modernismo crítico
que defienden Peet y Hartwick. Después de todo, no está claro
que los antidesarrollistas rechazen una noción de desarrollo
como la que defienden («la mejora de las condiciones de vida de

4. Este mismo volumen incluye una traducción parcial de dicha obra.

304
todo el mundo»). Ello no obstante, agradece la capacidad de los
autores para apelar al activismo intelectual y a la acción, cuando
les cita: «Criticadlo todo, convertid las críticas en propuestas,
criticad las propuestas, pero de todos modos haced algo». Un
libro militante, algo que implica fortalezas pero también debi­
lidades para Pickles, y que contiene el brío argumentativo que
Peet despliega en toda ocasión.
En su crítica del conocido y exitoso libro de Jeffrey Sachs
El fin de la pobreza (2005 ), Peet reconoce la valía de una obra
que afirma debe leerse muy en serio pero con la que se mues­
tra indignado ante algunos de los argumentos que contiene,
relativos al propio beneficio que supone para los países ricos la
inversión en los países pobres (en términos de seguridad, para
evitar bancarrotas, para prevenir el terrorismo), un «pragma­
tismo cruel que pasa por razonamiento moral». Peet estalla:
«Debemos invertir en el\os . . . ¿ porque les tememos ? ¡ Por
favor! » . Y remata: «El deseo de asistir al Tercer Mundo debe
proceder de un sentido de justicia global, d e la comprensión
crítica de que la riqueza de unos pocos causa la pobreza de
muchos. Tiene que proceder de un sentimiento antiimperia­
lista, no de la reimposición de un imperialismo benevolente»
(Peet, 2006b: 453).5

Por una economía cultural

Samir Amin, uno de los abanderados de la teoría del inter­


cambio desigual, publicó en 2003 Obsolescent Capitalism:
Contemporary Politics and Global Disorder, una obra en la

5. Véase su artículo «Locura y civilización: capitalismo financiero global y


discurso antipobreza• (traducido al castellano en este volumen) en el que denuncia
con el nervio habitual los intereses ocultos tras los discursos paternalistas sobre la
pobreza.

305
que iba mucho más allá de la teoría marxista tradicional y
en la que Amin buscaba argumentos para demostrar, tal vez
ilusamente desde la perspectiva actual, que el neoliberaJismo
estaba perdiendo apoyos ante el estado de permanente desor­
den en el que había entrado el capitalismo. Pero si lo traemos a
colación aquí es por los comentarios que Peet le dedicó (Peet,
2005a). En primer lugar, de nuevo Peet critica lo que le pare­
ce un modo de escribir poco democrático, elitista y de difícil
comprensión. Y en segundo lugar, algo irónicamente, Peet le
critica por excesivamente economicista un comentario del que
en otro contexto él mismo podría haber sido objeto:

Pese a su profundidad sociopolítica, ya mencionada, el


libro permanece dentro de un estilo de análisis limitado
por sus orígenes en el marxismo economicista. Con ello
no quiero decir que el marxismo sea un mal comienzo para
un análisis global, al contrario. Lo que quiero decir es que
la economía política tiene que convertirse en economía
cultural para poder comprender la globalización contem­
poránea. (Peet, 2005a: 3 84)

Para alguien que tenga en mente una visión de Peet como


aquel «estructuralista impenitente», este énfasis en lo cultural
desde la economía podría ser sorprendente. No obstante, una
mirada algo más atenta a la trayectoria de Peet permite, des­
velar que la dimensión cultural ha estado muy presente en su
obra ya desde mediados de los noventa. Y lo dejó más claro
que nunca en su artículo sobre la economía moral de Nueva
Inglaterra,6 tanto en el mismo planteamiento del artículo,
como por la expresiva sentencia con la que cierra el artículo:

6. Traducido al castellano en este volumen,

306
«En una frase que nunca pensé que diría, la economía política
debe convertirse en economía cultural» (Peet, 2000a). La au­
sencia de esa sensibilidad hacia lo cultural es la que Peet obser­
va, por ejemplo, en los trabajos de la escuela de la regulación
francesa, a la que dedica socarronas observaciones:

Ya que la teoría de la regulación dice tratar de costumbres,


creencias y valores en su concepto central de «institución»,
podíamos esperar que el libro fuera profundamente cultu­
ral, incluso existencialista. [ . ] La palabra «cultura», por
. .

ejemplo, no aparece, mientras que «valor» solo se contem­


pla en el contexto de las teorías marxistas de formación de
precios. (Peet, 2003 : 474)

En diversas otras ocasiones h� aprovechado para hacer oír


este mismo mensaj e (por ejemplo, en Peet, 2005b ), no hacien­
do sino repetir en otros contextos de debate lo ya escrito en
sus propios trabajos a propósito del papel de lo simbólico y
lo cultural en el desarrollo económico.7 Asimismo, también ha
llevado convincentemente la integración del enfoque econó­
mico con la teoría social postestructuralista en el estudio de
la relación entre sociedad y naturaleza publicado con el título
de Liberation Ecologies y editado junto con Michael Watts
( 1 996).
En su Geography of Power. The making of Global
Economic Policy (2007), Peet integra de nuevo la economía
política marxista con el análisis foucaultiano del discurso, de­
mostrando la ausencia total de contradicción entre el análisis
de clase y el análisis del discurso. Esta vez, las críticas recibidas
fueron mucho más matizadas y alabaron su nivel de compro-

7. Véase su artículo «Cultura, imaginario y racionalidad en el desarrollo eco­


nómico regional•, traducido al castellano en este volumen.

307
miso y capacidad de provocación. Eric Sheppard, lej os de rea­
lizar un elogio sin sustancia de la obra (a la que, por ejemplo,
le reprocha su tendencia a la simplificación en beneficio d� la
claridad del argumento), reconoce la fuerza y el nervio del au­
tor: «Geography of Power está escrito con pasión y brío por
un autor que tiene la rara habilidad, entre los académicos, de
dar vida a las páginas» (Sheppard, 2009: 423).

Lo que la geografía debe ser

En el año 2000, la revista Environment and Planning A editó


un número monográfico dedicado a la geografía radical. En él,
Peet escribía un breve comentario a propósito de los 30 años
de existencia de la geografía radical (Peet, 2000c). Echando la
vista atrás, Peet identificaba diversas fases del desarrollo de la
geografía radical: desde la primera irrupción a finales de los
sesenta en la que la geografía se implicó en los temas canden­
tes del momento (los derechos civiles, la guerra del Vietnam,
la contaminación ambiental), la consolidación de unas bases
marxistas en los setenta, la crítica del estructuralismo a princi­
pios de los ochenta, y la entrada del postestructuralismo (parte
de cuyas ideas fueron adoptadas por los geógrafos marxistas)
y del postmodernismo en los noventa. Peet recuerda cómo esa
última fase se desarrolló con grandes dosis de aspereza y críti­
cas personales y aboga por una superación de disputas inútiles
que lleve a un pensamiento más productivo. Así pues, Peet
hace una propuesta acerca de cómo debería ser la siguiente
fase (la quinta) de la geografía radical:

No debe ser demasiado «a la moda» en el sentido de es­


conder los temas bajo misteriosos vestidos filosóficos. No
debe basarse tanto en nuevos autores franceses aún por
citar. No debe ser excesivamente abstracta hasta el punto

308
que los artículos solo puedan ser leídos por audiencias que
anhelen el retorno de la palabra dicha y significativa que
brote directamente del pensamiento. En su lugar, hay una
necesidad de reconciliación y respeto mutuo que se puede
alcanzar mediante híbridos filosóficos y estudios compa­
rativos. Hay una necesidad de un recompromiso con un
conjunto revivido de valores políticos radicales. Y, lo más
importante, hay una necesidad casi desesperada de una
nueva ronda de relevancia social. (Peet, 2000c: 952-953)

Peet se hace eco del denominado giro «neopragmático»,


que pone hoy el acento en el compromiso de los académicos
junto a las reivindicaciones de los movimientos y organizacio-

Además de haber ejercido un papel de primer orden como investigador y


como editor, Peet destaca por sus reconocidas dotes docentes. La fotografía corres­
ponde a una de sus clases sobre globalización en la Clark University, en el otoño
de 2 0 1 0 . [Foto: N. Benach.]

309
nes populares para transformar el mundo. Nada nuevo para
un intelectual como Peet cuyo enfoque politizado se remonta
a los años sesenta (Glassman, 2008).
De Peet destaca siempre su claridad de ideas, su tono
provocador, emotivo y polémico, su impaciencia ante lo que
le parece trivial y la pasión con la que desempeña su trabajo.
Como certeramente señaló Philip Steinberg a propósito de su
figura: «Ya sea rodeado de estudiantes confeccionando copias
de Antipode en los bajos de la Clark University, incitando a sus
alumnos a pensar sobre las geografías del poder en sus vidas,
o cuestionando a un conferenciante en un congreso prófesio­
nal, Peet llena la geografía radical de un excepcional nivel de
entusiasmo y de pasión junto al rigor académico» (Steinberg,
20 1 0). Se puede estar más o menos de acuerdo con él, puede o
no gustar su manera directísima de expresarse y de interpelar.
Pero lo que es seguro es que, en un contexto de desconcierto
intelectual notable ante la brutalidad que muestran las prácticas
neoliberales actuales, hay mucho que aprender y mucho que
reflexionar a propósito de un geógrafo que ha puesto toda su
energía y determinación, como investigador, editor y docente,
al servicio de una única causa: la superación de las desigualda­
des y las injusticias sociales. Quizá nada lo defina mejor que
la cita de Stephen Hymer ( 1 978) con la que él mismo cerraba
uno de sus asertivos artículos de finales de los setenta: «No
hay diferencia entre ser un radical o ser un científico: todo es
cuestión de intentar ir a la raíz del asunto» (Peet, 1 979).

Referencias citadas

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Peet and David R. Reynolds (response to article by Richard Peet
and David R. Reynolds in this issue)», Economic Geography, 70;
p. 308.

310
BARNES, Trevor J. y DUNCAN, James S. ( 1 992), Writing worlds.
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BASSETI, Keith ( 1 999), «Review. 'Modern Geographical Thought'»,
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253.
BENACH, Núria y ALBET, Abel (201 0), Edward Soja. La perspecti­
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DUNCAN, James y LEY, David ( 1 982), «Structural Marxism and hu­
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* La autora ha confeccionado una bibliografía completa de Richard Peet


que se puede consultar en el enlace de este libro en la página web de Icaria:
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