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RICHARD PEET
GEOGRAFÍA CONTRA
EL NEOLIBERALISMO
© NúriaBenach
© De los textos de Richard Peet: indicados a pie de página
© Traducción del inglés de los artículos de Richard Peet,
NúriaBenach
© De esta edición
Icaria editorial, s. a.
Are de S ant Cristofol, 11-23
08003 Barcelona
www. icariaeditorial. com
ISBN: 978-84-9888-457-9
Depósito legal: B-25.872-2012
Impreso en Romanya/Valls, s. a.
Verdaguer, 1, Capellades (Barcelona)
Introducción 9
9
mundial la tríada del Fondo Monetario Internacional, el Banco
Mundial y la Organización Mundial del Comercio.
Esto sería más que suficiente para defender la trascenden
cia y la actualidad del pensamiento y la obra de Richard Peet.
Aunque tal vez sea justo señalar que la chispa definitiva que
desencadenó la realización de este volumen fue el lanzamiento
e� 2008 de la nueva revista Human Geography, una revista no
solo con tintes radicales, marxistas y definitivamente críticos,
sino una revista que se sitúa a contracorriente de las revistas
académicas, captadas hoy casi en su totalidad por grandes
editoriales que han logrado convertir el conocimiento acadé
mico en un negocio más (y, por cierto, bastante lucrativo). Así
que a su relevancia en la historia del pensamiento geográfico
y a la actualidad de su trabajo, se añadía aquí una faceta más,
relacionada con el activismo académico y la denuncia política
que siempre le ha caracterizado. Esos tres ejes -la relevancia,
la actualidad y el activismo- son precisamente sobre los que
hemos querido construir nuestra visión de la personalidad y la
obra de Peet en este libro.
Como es habitual en esta colección, la estructura del li
bro persigue un acercamiento por diferentes vías al autor y
a su obra. El primer capítulo, que hemos denominado « Con
rumbo fijo: trayectoria intelectual de Richard Peet» pretende
precisamente hacerse eco de esos viajes vitales e intelectuales:
desde la travesía océanica que llevó a Peet desde Europa al
continente americano a la trayectoria intelectual que le con
dujo a posiciones irreductiblemente marxistas sin perder sus
orígenes neopositivistas. Le sigue una entrevista, fruto de di
versas conversaciones mantenidas con Peet y en la que hemos
intentado mantener al máximo el tono provocativo y la fuerza
verbal que le caracteriza.
A continuación: la selección de textos traducidos al espa
ñol persigue una aproximación a los principales temas que han
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sido objeto de preocupación de Peet y, a la vez, un cierto reco
rrido -de ninguna manera exhaustivo dada la inmensidad de
su producción académica- por sus fases intelectuales. Hemos
seleccionado algunos textos fundamentales que muestran tan
to los temas que le han ocupado en su dilatada trayectoria y
que dan fe de la radicalidad de su discurso como de su faceta
como editor de revistas clave como ha sido Antipode desde su
fundación o la más reciente Human Geography. El excelente
texto inédito que Peet ha elaborado generosamente para este
volumen, «Crisis financiera y catástrofe ambiental», constitu
ye una nueva muestra de la actualidad y la fuerza política de
su pensamiento.
Finalmente, un quinto capítulo que hemos titulado «La
geografía como herramienta de transformación social: contri
buciones al debate» pretende situar el pensamiento de Peet en
el contexto de vivos debates intelectuales en los que siempre ha
participado de manera muy intensa y con una expresión muy
clara y directa de sus ideas.
Porque si algo puede afirmarse de Richard Peet es que es
un tipo que no se anda por las ramas. Quizá por sus orígenes
en el seno de una familia de clase obrera de una localidad cer
cana a Liverpool de los que ha heredado un sentido práctico de
la vida, quizá porque sus preocupaciones intelectuales siempre
están teñidas de un sentido de lo urgente y de una necesidad
de tomar partido, su expresión tanto verbal como escrita es de
una claridad meridiana.
Cuando surgió la idea de este libro, no conocíamos perso
nalmente a Richard Peet. Y aunque habíamos leído sus traba
jos y admirábamos su trayectoria, bien es cierto que le prece
día una cierta fama de personaje algo adusto. Sin embargo, su
obstinado posicionamiento crítico a lo largo de décadas nos
hizo pensar que bien valía el intento. Como sucede a menudo,
la realidad desmintió las ideas preconcebidas. Encontramos a
11
un Peet afable e irónico, tan abierto a la discusión como demo
ledor en sus juicios pero definitivamente cordial y afectuoso
con quien reconoce de su mismo lado.
La coherencia mostrada a lo largo de su carrera le ha con
vert�do en un intelectual respetado, incluso por aquellos que
no están de acuerdo con sus ideas. Su larguísima trayectoria
en la Clark U niversity le ha convertido en un referente ge
neralizado, en un profesor que ha sabido atraer a los mejores
alumnos de todo el mundo (hoy profesores a su vez en nu
merosos rincones del planeta) y en un amigo querido por sus
compañeros de generación.
También descubrimos a un profesor que deslumbra a sus
alumnos; no hay otro remedio que estar muy atento en una
clase en la que el profesor transmite sus ideas con calculada sen
cillez mientras se mueve por todo el espacio del aula, gesticula,
interroga, blasfema, salta sobre sus pies mientras escribe con
aparente espontaneidad en la pizarra y solo da un breve respiro
después de unos momentos cumbre para resumir los principales
argumentos desplegados . . . ¿quién dijo power point?
Peet acogió de buen grado la propuesta de este libro; su
siempre alerta visión crítica, su inmediatez y su socarronería
convirtieron cada conversación en un reto que puso a prueba
nuestros reflejos y sobre todo en una ocasión privilegiada para
aproximarnos más a ese personaje tan directo como agudo
y posicionado políticamente. Un acercamiento que se vio
inmensamente facilitado, además, por los gratos momentos
compartidos en su entorno familiar, de modo que un agrade
cimiento muy especial debe dirigirse en primer lugar a Elaine
Hartwick (a su vez, profesora de Geografía en la Framingham
State University), y a Eric y Anna Peet.
Este libro pudo iniciarse gracias a una estancia de tres meses
en la Clark University de Worcester (Massachusetts) en el oto
ño de 20 1 0, financiada por una beca «Salvador de Madariaga»
12
del Programa Nacional de Movilidad de Recursos Humanos
de Investigación del Ministerio de Ciencia e Innovación.
Quien escribe tuvo además la inmensa fortuna de estar acom
pañada por Josep Escolano, y por Oriol y Roger Escolano
Benach que afrontaron con insólita madurez la peculiar vida
cotidiana que temporalmente les tocó vivir en « Wuuster» .
Brenda Nika-Hayes, secretaria del Departamento de
Geografía de la Clark University, facilitó las cosas al máximo
con enorme amabilidad y simpatía. Del todo impagable fue el
tiempo que nos dedicaron David Angel, Anthony Bebbington,
Jody Emel, Dianne Rocheleau y Robert Ross desde la misma
Clark University, gracias a los cuales pudimos entender me
jor la persona y su papel como universitario. También fueron
una gran fuente los comentarios y aportaciones de antiguos
alumnos de Peet, hoy profesores en distintas universidades:
Thomas Ponniah (Harvard University), Waquar Ahmed
(Mount Holyoke Collage, South Haley, Massachusetts) y
Ann Oberhauser (West Virginia University). Brent McCusker
(West Virginia University), por su parte, nos hizo llegar asi
mismo valiosos comentarios de quien, al conocer a Peet con
mayor distancia, había quedado fuertemente impresionado
por su fuerza, combatividad y capacidad para la polémica.
Muchos otros respondieron con extraordinaria amabi
lidad y celeridad a nuestras peticiones. Audrey Kobayashi
(Queen's University, Ontario) y Philip Steinberg (Florida
State University) tuvieron la gentileza de enviarnos sus útiles
textos sobre la figura intelectual de Peet. Clark Akatiff, inquie
to agitador en la revolucionada universidad norteamericana de
finales de los años 1 960, interrogado sobre los orígenes y los
presentes en la fotografía de la Unión de Geógrafos Socialistas
de Toronto de 1 974, nos sorprendió agradablemente con una
avalancha de materiales, recuerdos y comentarios de quien vi
vió en primera línea mucho de lo que aconteció en los inicios de
13
la geografía radical norteamericana. Eric Sheppard (U niversity
of Minnesota) y Linda Peake (York University, Toronto) nos
permitieron utilizar su texto inédito sobre la geografía crítica
norteamericana. Kirk Mattson, estudiante de la Simon Fraser
University de Vancouver a principios de los años 1 970, nos
supo trasmitir una impagable impresión del ambiente vivido
en aquellos vibrantes años.
Nuestro agradecimiento se hace extensivo a David Saurí
(Universitat Autonoma de Barcelona), que fue estudiante de
Doctorado en la Clark University a finales de los 1 980, y que
también nos obsequió con numerosos recuerdos y anécdotas.
Este libro quiere ser también la ocasión para dejar cons
tancia de un reconocimiento muy especial a Horacio Capel
(Universitat de Barcelona) y a Maria Dolors García Ramon
(Universitat Autonoma de Barcelona) por sus pioneros tra
bajos sobre el pensamiento geográfico radical a mediados de
los años 1 970 que despertaron el interés de los lectores his
panohablantes sobre otras maneras de pensar y de practicar
la geografía; conocedores de este proyecto, ambos animaron
cálidamente a su realización.
Finalmente, este tercer volumen de la colección «Espacios
Críticos» debe su forma actual a Abel Albet que animó a su
realización y se involucró en su elaboración de principio a fin,
completando informaciones, estructurando la bibliografía y
leyendo y mejorando todo el texto antes de su edición final.
La editora Anna Monjo, con el entusiasmo habitual, hizo el
resto.
14
l. CON RUMBO FIJO: TRAYECTORIA
INTELECTUAL DE RICHARD PEET
15
militó, fue pasando a una posición marxista con la que, aunque
enriquecida por múltiples aportaciones, se sigue mostrando
irreductible. Una posición que, según afirma, no solo no es
'
antipositivista sino que combina el marco explicativo del
marxismo con algunas de las aspiraciones más genuinas del
positivismo relacionadas con el compromiso del conocimien
to científico y con la mejora de la situación material y moral
de la humanidad. No obstante, hay que decir que, pese a que
no haga especial ostentación de ello, Peet ha sido capaz de ir
incorporando selectivamente algunas de las ideas y posiciones
llamadas «postestructuralistas» (y también de rechazar con
contundencia algunas de ellas si le parecían que se alejaban
demasiado del proyecto de transformar el estado de las cosas
actual para alcanzar una sociedad más justa).
En este capítulo nos proponemos analizar esas trayec
torias vitales e intelectuales a través de los tres grandes mo
mentos que han definido la geografía humana en los últimos
cincuenta años y, por ende, también la carrera de Peet: la
geografía neopositivista de los años 1 950 y 1 960, la crítica
demoledora que supuso la geografía radical a finales de los
1 960 y su desarrollo como geografía marxista en los 1 970, así
como el cuestionamiento postestructuralista desde mediados
de los 1 980 con el que Peet, por otra parte, se ha mostrado
generalmente receloso pese a haber incorporado cautelosa
mente algunas ideas a su pensamiento. En esos tres períodos
la voz de Peet ha estado muy presente, con una participación
vehemente en muchos de los debates intelectuales y ha dejado
un poso que ha ido enriqueciendo tanto su propia perspectiva
como el conjunto de la geografía humana en general. Su tra
yectoria, emblemática de tantas otras que desde los años 1 960
han seguido un curso intelectual parecido, permite reseguir las
corrientes de pensamiento que se han ido abriendo paso a cada
momento tanto como los cambios en el contexto económico
16
y político y la consiguiente emergencia de nuevos temas de
preocupación científica. Así, tras una primera etapa que hoy el
mismo Peet denomina como dedicada a la «geografía econó
mica convencional» (aunque debe aclararse que en su momen
to de «convencional» tenía más bien poco}, relacionada con
la afirmación de los enfoques neopositivistas, la construcción
de modelos y las aplicaciones de la llamada teoría locacional,
su «conversión» a la geografía radical vino marcada por su
sensibilización política y por su interés por los problemas
sociales como fueron en un primer momento, por ejemplo,
las cuestiones relacionadas con la geografía de la pobreza.
Posteriormente, y coincidiendo con la adopción (también el
aprendizaje) de marcos explicativos abiertamente marxistas,
Peet desplazará su interés a cuestiones relacionadas con el de
sarrollo y la globalización. Durante este período la contribu
ción de Peet a la difusión de esa perspectiva radical y marxista,
en tanto que editor de la revista Antipode, fue importantísima.
En los años siguientes, aplicará todo su empeño a desvelar las
claves de los mecanismos de gobierno del capitalismo global y
el neoliberalismo, a menudo en conexión con la crisis ambien
tal que, en su interpretación, no es sino consecuencia directa
de la misma voracidad del capitalismo. En paralelo, Peet no
ha dejado nunca de reflexionar sobre cuestiones relacionadas
con el desarrollo de la teoría social, los enfoques filosóficos,
la influencia de la ideología en determinados planteamientos
científicos, etc. en las que ha podido demostrar su aptitud para
el debate y la polémica -encendida si es necesario- junto a
una disposición a abrirse también a nuevas aportaciones inte
lectuales siempre que no olviden su misión primordial: la de
contribuir a entender y transformar el mundo. Como atinada
mente resume Audrey Kobayashi en su semblanza de Peet, su
enorme influencia ha sido el resultado tanto de la profundidad
de su pensamiento como de su liderazgo intelectual y político
17
en momentos clave de la historia de la disciplina geográfica
(Kobayashi, 2009: 1 1 4).
18
estancia en la Universidad de British Columbia en Vancouver
(UBC) y que culminaría con una tesis doctoral durante su estan
cia californiana en la Universidad de California en Berkeley.
Cuando Peet llegó a la UBC, en 1 96 1 , el ambiente intelec
tual que encontró era el de un departamento que ya se había
iniciado en la nueva geografía teorética y cuyo vocabulario y
prácticas no dejaban de sorprender a un neófito como era él
entonces:
19
Peet nunca se ha mostrado condescendiente (ni siquiera
caritativo) con la geografía tradicional de la primera mitad
del siglo XX, a la que dedica apenas unas escasas páginas en la
introducción de su concienzudo estudio sobre el pensamiento
geográfico moderno (Peet, 1 998) y a la que, lastrada por su
insistencia en lo único, lo particular y lo excepcional, no con
cede ninguna relevancia ni reconocimiento científicos. Para él,
la historia del pensamiento geográfico que merece ser contada
se inicia precisamente en la segunda mitad de siglo XX cuando
emerge una «nueva geografía» que ataca las bases de la mera
descripción geográfica y sienta las de una geografía que se pre
tendía verdaderamente científica, las de una «ciencia espacial»
que fuera capaz de formular leyes y teorías explicativas de los
procesos y distribuciones espaciales.
Aquella «nueva geografía» encontró irónicamente sus
principales fuentes de inspiración en obras clásicas publicadas
décadas atrás cuya relevancia parecía haber pasado inadvertida:
los casos más llamativos fueron las recuperaciones de la «teoría
de los lugares centrales» del geógrafo Walter Christaller ( 1 933 ),
de la «teoría de la localización industrial» del economista
Alfred Weber ( 1 909) y la «teoría de localización y el modelo de
usos del suelo agrícola» del terrateniente Johann Heinrich von
Thünen ( 1 826). Este último fue el autor que llamó la atención
y sobre el que trabajó con gran dedicación Richard Peet du
rante su etapa prerradical, la dedicada a la geografía económica
«convencional». Al igual que otros geógrafos norteamericanos
y británicos del momento, Peet se lanza de lleno a colaborar
en la construcción de una geografía teorética con un trabajo en
el que aplicaba a una escala global las teorías de Von Thünen
sobre la localización de los cultivos agrícolas alrededor de los
núcleos urbanos en una serie de zonas concéntricas.
Finalizados sus estudios de máster en la UBC, recaló en
California sumiéndose en la agitación política de la universi-
20
dad de Berkeley de mediados de los años 1 960. Ese período
fue clave en la vida y en la trayectoria intelectual de Peet. Por
una lado, le permitió consolidar sus trabajos teóricos en los
que había formulado su análisis de las teorías de Von Thünen a
escala global, y, por otra, lo allí vivido sería el desencadenante
de un cambio de intereses temáticos y de aproximaciones teó
ricas que hallarán plasmación cuando a finales de la década se
traslade a Massachusetts, a la Clark University, de donde ya
no se moverá.
El Departamento de Geografía de la Universidad de
California en Berkeley, uno de los más prestigiosos de la geo
grafía norteamericana en los años 1 930 y 1 940, en la década de
los 1 960 se encontraba dominado aún por la escuela cultura
lista desarrollada por Carl Sauer y era manifiestamente hostil
a las nuevas aproximaciones teóricas. Algo a contracorriente,
aunque ayudado por algunos colegas y en especial por Allan
Pred,2 Peet logró presentar su tesis doctoral en 1 968 con el tí
tulo de «La expansión espacial de la agricultura comercial en
el siglo XIX: un análisis teórico de las zonas de importación
británicas y el desplazamiento de los cultivos a los Estados
Unidos» ( « The Spatial Expansion of Commercial Agriculture
in the Nineteenth Century: a Theoretical Analysis of British
Import Zones and the Movement of Farming into the Interior
U nited States»). Peet estaba ahí aplicando las teorías de Von
Thünen a la expansión mundial de la agricultura comercial en
21
el siglo XIX, y ya mostraba un interés por esa escala global que,
pese al cambio de temas y de enfoque, ya no lo abandonaría.
Un año más tarde, en 1 969, cuando la geografía radical ya había
eclosionado, Peet aún publicaba su artículo sobre Von Thünen
en torno a la expansión espacial de la agricultura comercial en
el siglo XIX que, resumiendo lo esencial de su tesis, apareció
en la revista Economic Geography editada precisamente en la
Clark University a la que se acababa de trasladar y en la que,
de hecho, continuaría publicando -por razones pragmáticas
relacionadas con su posición académica, como él mismo ad
mite- trabajos relacionados con ello hasta 1 972. Defendía
entonces Peet que las ideas de Von Thünen no habían sido aún
demasiado aplicadas a la formación de regiones agrícolas co
merciales y proponía la idea de una «ciudad mundial Thünen»
en Gran Bretaña, Europa occidental y el nordeste de Estados
Unidos, rodeada de una serie de grandes zonas agrícolas con
céntricas, que se irían expandiendo a medida que aumentasen
las necesidades urbanas de productos agrícolas y de materias
primas. Un elaborado trabajo empírico más la aplicación del
modelo le permitía concluir que éste proporcionaba la clave de
la conexión entre el factor causal de la revolución industrial en
Europa occidental y la invasión consiguiente de grandes áreas
interiores por parte de la agricultura comercial (Peet, 1 969).
En todos aquellos trabajos de aplicación a una escala glo
bal de una teoría concebida para una escala mucho más local
(Von Thünen solo pretendía explicar la distribución de los
usos agrícolas en torno a las ciudades), Peet mostraba ya su
interés por las conexiones interescalares que manifestó poste
riormente en el estudio de otros temas cuando su trabajo había
virado a enfoques radicalmente diferentes.
Curiosamente, ese mismo año 1 969 en el que Peet pu
blicaba su trabajo teórico sobre Von Thünen, vería la luz la
revista Antipode, que desempeñaría un papel fundamental en
22
la difusión de los nuevos enfoques radicales y que muy pronto
el mismo Peet pasaría a dirigir. La coincidencia de fechas entre
la publicación de aquel artículo teórico de corte neopositivista
y su participación en la nueva revista radical llama fuertemen
te la atención y señala con claridad la convivencia simultánea
de posiciones aparentemente muy contrastadas, propia de un
momento de cambios sociales e intelectuales tan rápidos como
profundos.
23
quedaron fuertemente marcados por lo acaecido, por el senti
miento de colectividad generado, por la tensión académica y la
represión policial que vivieron y por la consolidación de una
creciente sensibilidad hacia todo tipo de problemas sociales y
políticos: desde la segregación racial a los movimientos pacifis
tas pasando por la constante reivindicación de un pensamiento
crítico y alternativo.
Y aunque Peet culminó su estancia en Berkeley con la
presentación de una tesis doctoral relacionada con la teoría
locacional que en poco reflejaba todo aquello, su vida y su ma
nera de ver el mundo quedaron definitivamente marcadas por
dichos acontecimientos. En pocos años, y coincidiendo con su
traslado a la Clark University en Worcester (Massachusetts),
Peet se convirtió en un animador incansable de la geografía
radical, luego explícitamente geografía marxista, a través
de su dedicación a la revista Antipo.d_e, al tiempo que conti
nuaba y diversificaba sus líneas propias de trabajo. En 1 967,
Peet realizaba de nuevo una larga travesía, esta vez por vía
terrestre, atravesando el territorio norteamericano con su fa
milia de costa a costa, del Pacífico al Atlántico, de California
a Massachusetts. Su llegada a la Clark University marcó su
carrera a partir de entonces.
El Departamento de Geografía de la Clark de finales de
los años 1 960 pasa por ser la cuna de la geografía radical,
afirmación que quizá requiera algún matiz.3 Algunos de los
24
p rofesores allí presentes, tales como Jim Blaut, David Stea o
el mismo Peet, eran auténticos agitadores (tanto en sentido
intelectual como político) en aquel momento álgido del movi
miento contra la guerra del Vietnam. Ilustra bien esa atmósfera
un episodio tan curioso como la participación de esos enton
ces jóvenes geógrafos en la famosa Marcha sobre el Pentágono
del 2 1 de octubre de 1 967 en Washington,4 una manifestación
pacifista que reunió a centenares de miles de personas (con ac
ciones deliberadamente hilarantes y provocativas por parte del
activismo yippie5 como el supuesto intento de hacer levitar el
Pentágono utilizando la energía psíquica de los manifestantes).
Un episodio que no solo fue recogido por narradores como
Norman Mailer en su «The Steps of the Pentagon» sino que
fue objeto de una inusual investigación geográfica por parte de
Clark Akatiff (geógrafo muy cercano al indómito e inclasifi
cable William Bunge con el que colaboraría en la Expedición
Geográfica de Detroit) que llegó a publicar (de modo insó
lito en la muy oficial Annals of the Association of American
Geographers) un análisis espacial, con cartografía incluida, de
los niveles de compromiso, acción y confrontación que hubo
en aquella manifestación (Akatiff, 1 974).
A propósito de ese episodio, el mismo Peet ha narrado
cómo, tras haberse manifestado con regularidad contra la gue
rra en la Main Street de Worcester (donde se halla precisamen
te la Clark University), en aquella ocasión algunos compañe
ros del departamento decidieron observar el acto de protesta
sobrevolando Washington en un avión pilotado por el mismo
25
Jim Blaut, al parecer con tan poca pericia que Peet decidió
realizar el camino de vuelta . . . ¡ en tren! (Peet, 2006). Es en ese
hervidero político donde lo inverosímil llegaba a ser posible:
en 1 969 un grupo de profesores (encabezados por Jim Blaut y
David Stea) junto con algunos estudiantes de postgrado ini
ciaron la revista Antipode: A ]ournal of Radical Geography,
movidos por la necesidad de tomar partido y de incidir des
de la geografía en los problemas sociales del momento, tales
como la guerra del Vietnam, el racismo o la contaminación. Tal
como señala el que fue el director de la revista durante sus dos
primeros años de existencia, Ben Wisner, en sus «memorias del
subsuelo» (en alusión a la oficina en el subterráneo donde se
elaboraron de modo totalmente artesanal los primeros núme
ros ciclostilados}, al principio la revista no estaba guiada por
un ideario claro sino que más bien se ocupaba eclécticamente
de temas diversos que reflejaban todo tipo de preocupaciones
sociales (Wisner, 2006 ). Así, en los primeros años de existencia
de Antipode, los artículos versaban sobre temas como «la geo
grafía de la pobreza, los guetos, el acceso a los servicios socia
les, la ingeniería social, el planeamiento, las minorías, regiones
subdesarrolladas como los Apalaches, la guerra del Vietnam,
el Tercer Mundo y la crítica de las instituciones geográficas»
(Peet, 2006}, pero esos temas eran tratados sin necesidad de
buscar un marco de análisis propio y los planteamientos polí
ticos que llevaban asociados no podían ser catalogados sino de
«reformistas» . Después de todo, el editorial del primer núme
ro de Antipode lo dejaba así de claro:
26
sirven más que para perpetuarse a sí mismos. No tratamos
de sustituir las instituciones existentes por otras que adop
tarán inevitablemente la misma forma; mas bien tratamos
de encontrar una nueva ordenación de medios de acuerdo
con un nuevo conjunto de objetivos. (Stea, 1 969: 1 )
27
Portada del primer número de Antipode, la revista de geografía radical de la
que Peet se hizo cargo como director entre 1970 y 1985.
28
al tiempo que empiezan a abundar las contribuciones de nom
bres tan destacados como el mismo Jim Blaut o David Harvey,
quienes influyeron y legitimaron, con la autoridad científica
que les caracterizaba ya entonces, la línea de reflexión que
progresivamente iría adquiriendo la revista (Wisner, 2006;
Peet, 2006 ). -
29
Pero ese «programa de izquierdas» quedaba lejos de un
paradigma geográfico marxista como el que muy pronto les
ofreció David Harvey, que ya se había ganado el respeto y
la autoridad en la comunidad científica tras la publicación
de su compendio de geografía neopositivista Explanation in
Geography en 1 969. El papel de David Harvey en esos prime
ros compases de la geografía radical fue determinante (Peet,
2006; Sheppard y Peake, en prensa; Walker, 1 989). Harvey,
británico de origen, se había trasladado de Bristol (un lugar
icónico de la cuantificación) a la J ohns Hopkins U niversity
de Baltimore en 1 969 y la realidad urbana que allí descubrió
contribuyó a su giro desde el positivismo a la justicia social,
y de ahí, progresivamente, al marxismo. Desde Baltimore,
Harvey entró pronto en contacto con los geógrafos de la Clark
University y en 1 972 publicó en Antipode uno de los artículos
más fundamentales e influyentes para el consolidación de una
perspectiva marxista en la incipiente geografía radical (Harvey,
1 972)8 que dio lugar a numerosas respuestas y comentarios en
la misma revista. Desde aquel momento, ha señalado Peet:
30
Ya desde su misma llegada a la Clark University en 1 967
an tes, pues, de su «iniciación» en el marxismo, Peet se había
venido interesando por la cuestión de la pobreza en Estados
Unidos e incluso programó una asignatura sobre el tema que
llegó a ser extremadamente popular entre el alumnado y que
llenó masivamente süs clases durante algunos años. Publicó
algunos artículos sobre el particular a principios de los años
1 970 (Peet, 1 970; 1 971 ) y, poco después, en la teoría marxista
halló nuevas vías interpretativas sobre la cuestión que le lleva
ron a publicar un influyente análisis teórico sobre las causas
de la desigualdad y la pobreza (Peet, 1 975 ). 9 Poco antes, en
1 972, Peet se había encargado de coordinar un número mono
gráfico sobre la pobreza en Estados Unidos ( «Geographical
Perpectives on American Poverty») en el que se incluía el artí
culo de David Harvey sobre la distribución de la justicia social,
que en su momento fue descrito «como un esfuerzo pionero
de los geógrafos para empezar a explorar cuestiones sensibles
política y socialmente» (Holcomb, 1 974: 1 62). Ese monográ
fico había sido el resultado final de una recordada sesión que
el mismo Peet organizó sobre «Perspectives on Poverty» en el
Congreso Anual de la Asociación de Geógrafos Americanos
de Boston de 1 971 y en la que David Harvey presentó su co
municación sobre «Justicia social y sistemas espaciales».1º
De aquel congreso de Boston, hoy cabe recordar dos he
chos clave para entender la implantación de una perspectiva
marxista en la geografía anglosajona. En primer lugar, la afir
mación por parte de Harvey de que el paradigma positivista no
31
estaba funcionando en absoluto para explicar nada socialmen
te relevante (Harvey, 1 972a) y que era necesario moverse hacía
un marco basado en la teoría marxista: esto es algo que debió
retronar de manera escandalosa en aquel congreso. En segun
do lugar, y no menos importante, ·es preciso señalar que sus
palabras tuvieron gran impacto y encontraron un amplísimo
eco entre la audiencia. Peet recuerda la situación:
32
A partir de 1 972, pues, los geógrafos con mayores pre
o cupaciones sociales y políticas se vuelcan a la lectura directa
de las fuentes, empezando por el mismo Marxl a la búsqueda
de elementos para un análisis del espacio que pronto daría
como resultado una evolución desde aquella óptica liberal de
izquierdas a un enfoque abiertamente marxista. En Antipode
se puede observar esta evolución de la que dio puntual cuenta
Hector Giroux en un artículo publicado en 1 977 en la revista
Hérodote (que desde su fundación en 1 976 jugó un papel en
Francia similar al de Antipode en Estados Unidos). Giroux
hacía un repaso de los temas tratados: algunos de índole más
social (como el estudio de las minorías étnicas o la cuestión
de la mujer) y otros más estrictamente geográficos (como la
crítica de los polos de crecimiento). Pero también mostraba
la existencia de tendencias diversas: las posiciones liberales de
izquierda (a su parecer algo que, de modo más bien oportunis
ta, practicaron algunos geógrafos tradicionales que no querían
quedar «descabalgados» de la nueva corriente); la posición
reformista, con una fuerte orientación pragmática en temas
como el tercermundismo, que podía encarnar los trabajos de
Jim Blaut o la defensa de los derechos ciudadanos ejemplifi
cado en la obra de Julian Wolpert; la tendencia anarquista y la
del feminismo exacerbado, que Giroux conecta con las expedi
ciones geográficas de Bill Bunge; y, finalmente, las tendencias
marxistas que, según el mencionado Giroux, serían las que, de
la mano de David Harvey, aportarían mayor solidez al enfo
que (Giroux, 1 977: 1 5 1 - 1 52).
Ya desde finales de 1 973, Peet afirma ( 1 977: 2 1 ) que la geo
grafía radical empieza a ser sinónimo de geografía marxista, la
cual pasa a concentrar sus esfuerzos en detectar las manifesta
ciones espaciales de los procesos sociales, con avances teóricos
en la teoría del desarrollo capitalista, en la teoría del subdesa
rrollo y del imperialismo, en las desigualdades espaciales, etc.
33
Ello da lugar también a algunas primeras aplicaciones de la
teoría a problemas sociales como la pobreza o el mercado de la
vivienda (Peet, 1 977: 23).
Además de Marx, otra fuente importante de inspiración la
constituyó la recuperación de la tradición anarquista, con las
figuras destacadas de É lisée Reclus o Piotr Kropotkin, de los
que se reprodujeron sendos textos en la antología de geografía
radical que coordinó Peet {1 977). El mismo Peet publicó en
1 978 su «Geografía de la liberación humana» en un número
monográfico de Antipode dedicado a la geografía anarquista y
coordinado por Myrna Breitbart. En él, Peet realizaba un aná
lisis de las principales tradiciones revolucionarias, el anarquis
mo y el marxismo, a través de sus dos principales proponentes,
Kropotkin y Marx, donde señalaba la sorprendente coinciden
cia en sus respectivas descripciones de la naturaleza humana
pese a partir de marcos filosóficos completamente diferentes:
ambos llegaban a destacar la cooperación como elemento fun
damental del desarrollo humano individual y colectivo. Como
resultado, Peet osaba proponer una forma sintética de radica
lismo, consistente en un anarco-marxismo que tuviera como
objetivo la consecución de una base comunista de la liberación
humana (Peet, 1 978).
Otro punto culminante en este proceso de progresiva ad
quisición de una base teórica marxista, no siempre exento de
tensiones o contradicciones, fue la fundación en 1 974, bajo la
iniciativa de los estudiantes de postgrado de Vancouver, de la
Unión de Geógrafos Socialistas {USG en sus siglas en inglés;
nótese el uso del término «socialista» en lugar del habitual
«radical»). 11 La hoy mítica fotografía tomada frente a la sede
34
de la Toronto Geographical Expedition al final de las reunio
nes del nuevo grupo (reproducida en este volumen) ha sido
objeto de nostálgico comentario en clave personal por parte
de Clark Akatiff (al parecer único depositario del original
de esa fotografía en tamaño póster que, por su obvio interés
histórico, ha tenido luego una amplia circulación en formato
digital). Akatiff aparece en el centro de la fotografía, rodeado
35
de nombres tan destacados como William Bunge, Jim Blaut,
David Harvey, Richard Peet (segundo por la derecha en la ter
cera fila}, Wilbur Zelinsky, Gunnar Olsson, Jim Lyon y Ron
Horvath, junto a otros geógrafos y estudiantes, algunos de
ellos aún sin identificar. La USG mantuvo su primera reunión
en Toronto entre los días 26 y 28 de mayo de 1 974 y sobrevivió
hasta el año 1 9 8 1 , cuando fue sustituida por un grupo de geo
grafía socialista en la Asociación de Geógrafos Americanos.
En 1 977 Peet hacía lo que bajo la perspectiva actual no po
demos considerar sino un esperanzado balance de los logros
de la j oven geografía radical norteamericana:
36
Reagan accede a la presidencia de los Estados U nidos, y
junto con Margaret Thatcher, su contraparte en el Reino
Unido, marcan el inicio de un neoliberalismo económico
y cultural desbocado que tendrá repercusiones en todas las
esferas. A nivel colectivo, «los valores de cooperación y el
·
' buen rollo', el estilo de vida cuasi-hippie de los 1 960 y prin
cipios de los 1 970 habían sido abandonados en favor del in
dividualismo, el profesionalismo y la competitividad» (Peet,
2006). Tampoco andaban las cosas mejor en lo académico:
« A mi vuelta de Australia en 1 980, me encontré con que la
cultura radical que había existido en la Clark hasta finales
de los 1 970 había desaparecido definitivamente. Mi asigna
tura sobre «geografía de la pobreza americana», que había
llegado a tener 250 estudiantes a mediados de los 1 970, ahora
solo tenía 20»\\ Incluso la insigne Antipode debía afrontar
numerosas dificultades ante la caída de las suscripciones y
de los artículos para publicar. Y aunque, intelectualmente, la
geografía radical se había colocado en un lugar de privilegio
dentro de la disciplina, en el camino se habían ido perdiendo
aquellos obj etivos revolucionarios. Cuatro fueron los moti
vos que, al decir de Peet y Thrift ( 1 989) provocaron la pérdi
da de combatividad de la geografía radical: el eco que halló la
crítica a la que el mismo pensamiento marxista fue sometida
por parte de las posiciones postmoderriistas; el fracaso de los
estados socialistas que evidenció la dificultad de conseguir
aquellos objetivos revolucionarios; la profesionalización de
la disciplina, menos proclive a aceptar a geógrafos radicales;
y) a integración de muchos de aquellos radicales de los 1 960 y
1 970 en la corriente hegemónica que desde entonces pasaron
a publicar con regularidad en las revistas académicas institu
cionalizadas (Walker, 1 989: 6 1 9).
A ello habría que añadir, además, el proceso de profe
sionalización y comercialización de las revistas radicales
37
como Antipode. Peet se había hecho cargo de la revista como
director en 1 970, una tarea que ejerció con autoridad y efi
cacia hasta 1 985 cuando la revista, acuciada por problemas
económicos, pasa a ser editada comercialmente. 12 Peet decide
en aquel preciso momento dejarla en manos de dos codirecto
res, Eric Sheppard (University of Minnesota) y Joe Doherty
(University of Saint Andrews, en el Reino Unido), de ma
nera que definitivamente deja de estar vinculada a la Clark
University donde había nacido. 1 3 Durante la quincena de años
en los que Peet estuvo al cargo, Antipode fue la referencia in
ternacional clave para la geografía radical, algo que en alguna
medida ha continuado siendo hasta la actualidad, aunque los
artículos de contenido radical o de izquierdas tienen hoy mu
chos otros foros donde expresarse. Según Sheppard y Peake
(en prensa), el año 1 986 marca un punto crítico de inflexión
en la geografía radical anglosaj ona, no solo por la comercia
lización de Antipode sino también por la importancia que ad
quiere la crítica a la insensibilidad de la ortodoxia marxista con
las voces feministas, antirracistas, anarquistas y ambientalistas
que, por otra parte, no hacían sino reflejar los mismos movi
mientos sociales que ya habían emergido en los años 1 960. Es
el momento en el que la geografía radical queda subsumida en
una corriente más amplia y diversificada que sistemáticamen
te pasará a ser denominada desde entonces como «geografía
crítica». Este es el término que, sin ir más lejos, adoptará el
38
grupo que, baj o los auspicios de Caroline Desbiens y Neil
Smith, conforma el lnternational Critica! Geography Group
que desde 1 997 organiza reuniones periódicas y es un referente
internacional de la geografía crítica.
El nuevo milenio traerá algunas nuevas iniciativas de
revi s tas de geografía explícitamente crítica o radical que se
sitúan a contracorriente de la creciente adquisición de las
revistas académicas por parte de las grandes empresas edi
toriales. 14 Ante esta realidad, en 2008 el mismo Peet decide
empezar otra vez desde la misma Clark University una nueva
revista que, con el nombre de Hu man Geography: A New
fournal of Radical Geography,15 pretende situarse al margen
del control comercial del conocimiento científico. El editorial
de su primer número (Peet, 2008)16 es un alegato sin paliati
vos contra la privatización de la difusión del conocimiento,
cada vez más concentrado en unas pocas manos y sometido a
las directrices de grandes conglomerados empresariales mul
tinacionales.
En este contexto político y académico de cambio, Peet
continúa trabajando en diferentes frentes, haciéndose eco de
los problemas más urgentes, incorporando algunas ideas de los
nuevos enfoques que le parecen útiles pero demostrando una
enorme confianza en su posición y sin moverse un ápice en
sus convicciones. Desde mediados de los 1 980, Peet dedicará
su trabajo a profundizar en la teoría del subdesarrollo y el im
perialismo, la globalización y el capitalismo neoliberal, y más
recientemente, la crisis ambiental.
39
Richard Peet en su despacho de la Clark University, donde ha ejercido su rol
como docente, investigador e incansable animador de debates intelectuales durante
más de 40 años. [Foto: N. Benach]
40
Capitalismo global y desarrollo
41
un volumen que, bajo el título de Models in Geography ( 1 967),
se convirtió en una referencia clave acerca de cómo la teoría
y la aplicación de modelos había alcanzado todos los ámbitos
del trabajo geográfico. Más de veinte años después, Richard
Peet junto al británico Nigel Thrift coordinó la publicación de
una obra colectiva que, de algún modo, pretendía convertirse
en un nuevo referente, con el evocativo título de New Models
in Geography: the Political Economy Perspective. Su intención
era precisamente asentar la perspectiva de la economía polí
tica (marxista en un sentido amplio) para la geografía (Peet y
Thrift, 1 989). Formado por una treintena de capítulos escritos
por reconocidos especialistas, buscaba cubrir todo el espectro
geográfico y era una afirmación del avance realizado en la
elaboración de una formulación alternativa de la perspectiva
geográfica dentro de las ciencias sociales. Aquella geografía ra
dical que se había iniciado «con críticas y una lectura entusias
ta de textos básicos», había ido dando lugar a una perspectiva
de economía política que, según apuntaba Doreen Massey en
el prólogo a dicha obra, «había progresado a gran velocidad,
generando su propio marco de conceptos y de análisis, con
preguntas y debates propios» (Massey, 1 989: ix).
En la misma línea, Richard Walker afirmaba en 1 989: «La
izquierda puede atribuirse una buena parte de la respetabilidad
de la geografía fuera de la disciplina y puede reivindicar una
parte de liderazgo intelectual, incluso hegemonía, en ciertos
subcampos geográficos» (p. 620). Y es que pese a los enormes
cambios que la década de los 1 980 había conllevado a todos
los niveles y la perplejidad que algunos geógrafos radicales
mostraban ante el cambio de atmósfera social y política, Peet
entre ellos, no puede decirse, sin embargo, que nada había sido
en balde: la deuda de la geografía actual con el trabajo de la
geografía radical en los 1 970 y 1 980 es innegable y en el caso de
Peet ha continuado inspirando su trabajo hasta la actualidad.
42
A principios de la década de los 1 990, Peet estaba anali
zando las teorías del desarrollo, lo que le permitió unir aquella
dimensión global que le interesó desde sus primeros trabajos
con la teoría marxista. Así, en 1 99 1 publicó Global Capitalism:
Theories of Societal Development, un condensado texto en el
que, motivado por la persistencia de la pobreza masiva en mu
chas partes de mundo, abordaba los grandes enfoques que han
producido las ciencias sociales para explicar el desarrollo y la
economía global: el funcionalismo y la teoría de la moderni
zación, las teorías de la dependencia y del sistema mundial y,
especialmente, el marxismo estructuralista, con el que abier
tamente se identificaba. Para Peet, las teorías tradicionales
desarrollistas no habían hecho sino legitimizar el orden social
capitalista, por lo que era imprescindible buscar modos al
ternativos de desarrollo fuera de la lógica capitalista. La gran
cantidad de críticas y cuestionamientos que la teoría marxista
del desarrollo había ya recibido en aquel momento hizo que,
precisamente, dedicara el capítulo final a responderlas, algo
que abrió un debate en el que se implicará durante largo tiem
po. Las ideas al respecto fueron sucesivamente reelaboradas
en los libros publicados en 1 999 y en 2009, junto con Elaine
Hartwick (Theories of Development)17 en los que abundó en
los argumentos de la controversia entre desarrollo y moderni
dad. Aún siendo ferozmente críticos con los usos ideológicos
de la idea de progreso y de desarrollo, Peet y Hartwick se
muestran especialmente incómodos con las teorías postmo
dernas que niegan la posibilidad de la razón, la ciencia y el
progreso, y que quedan atrapados fácilmente en una trampa
reaccionaria. De modo que, de acuerdo con su planteamiento,
lo que hace falta es repensar los términos del problema, pro-
43
poniendo una posición que denominan como de «modernis
mo crítico» que libere la noción de desarrollo de sus cadenas
neoliberales porque el desarrollo, en tanto que principio de la
modernidad (con su confianza en que la racionalidad podía y
debía cambiar el mundo para mejor) «significa hacer una vida
mejor para todo el mundo» (Peet y Hartwick, 2009: 1 ).
Por otro lado, pese a esa siempre presente reticencia ante
los postulados postmodernos, bien es cierto que, desde prin
cipios de la década de los 1 990, Peet se sumerge en la tras
cendencia de los discursos y de las relaciones de poder, y en
la importancia de la ideología para comprender los procesos
materiales: «las verdades son afirmaciones dentro de discursos
socialmente producidos más que 'hechos' obj etivos sobre la
realidad» (Peet y Watts, 1 996 ). Peet muestra ahí con claridad la
progresiva incorporación de ideas provenientes del postestruc
turalismo y de la teoría crítica a su perspectiva general cimen
tada en la economía política marxista. A la vez, crecientemente
preocupado por las urgentes cuestiones ambientales, une
ambos intereses en el volumen que coeditó con Michael Watts
Liberation Ecologies que, en muchos sentidos, no era sino una
exploración de la intersección entre la ecología política y la
teoría del discurso (sin abandonar por ello la tradición radical
que ponía en relación las anteriores con la economía políti
ca). Posteriormente, en 201 1 , coeditó junto a Paul Robbins y
Michael Watts su Global Political Ecology que, sin abandonar
esa misma óptica, reunía una única colección ensayos sobre
sostenibilidad, márgenes urbanos y suburbios, políticas am
bientales, guerra y seguridad, energía, agua, y transgénicos.
La importancia del discurso y de la ideología no era sin
embargo algo nuevo para Peet, que ya había abordado en 1 985
la relación entre las cuestiones ambientales y el discurso en su
análisis del contenido ideológico del determinismo ambiental
(Peet, 1 985) y en el demostraba las conexiones entre el impe-
44
rialismo de finales del siglo XIX con la irrupción del darwinis
mo en las ciencias sociales.
El contenido ideológico del conocimiento científico es una
cuestión recurrente en gran parte de su obra, presente, por
ej emplo, en su demoledor artículo sobre la idea de la ventaja
comparativa de David Ricardo (Peet, 2009) que constituye la
base de la ideología del libre mercado. En aquel artículo mos
traba con gran convicción el poder de una idea intelectualmen
te endeble y de escasa consistencia lógica pero con gran poder
persuasivo y que se había convertido en algo indiscutible y que
prácticamente no dejaba espacio para la crítica, a saber: la idea
de que la especialización económica y el libre mercado propor
cionan beneficios universales, lo que constituye el gran punto
de partida de la teoría económica convencional y una prescrip
ción básica de las políticas neoliberales. Concluía que, desde el
primer momento, la «inocente» idea de la ventaja comparativa
no había sido sino un mero artefacto ideológico para justificar
el dominio de unos pocos países hegemónicos sobre el resto.
A esa cuestión de cómo el neoliberalismo responde a las crisis
económicas y de cómo las instituciones globales sirven para
justificarlo ha dedicado también una parte muy notable de sus
trabajos más recientes.
45
para incorporar elementos del análisis postestructuralista,
fundamentalmente a partir del uso del concepto de discurso
hegemónico basado en Gramsci y en Foucault. El neolibera
lismo es presentado como la forma hegemónica de globali
zación basada en la no intervención estatal, la liberalización
comercial, y la limitación de los déficits presupuestarios
estatales. La fuerza de su análisis reside en cómo demuestra
que, al tiempo que la ideología neoliberal produce una «ver
dad» económica indiscutible, deja sin margen la posibilidad
de discursos alternativos que apenas pueden enfrentarse a la
doctrina neoliberal de inevitabilidad y de que «no hay alter
nativa» . El libro contiene un minucioso trabaj o que escudri
ña los entresij os del funcionamiento de las tres grandes orga
nizaciones mencionadas y las condiciones en las que ej ercen
su poder, junto a un análisis de los circuitos de producción
y diseminación de su discurso. De nuevo, la voz de Peet
resuena claro y alto cuando se trata de denunciar lo que es
flagrantemente cruel e injusto. El libro recogió, además, crí
ticas notoriamente positivas y bastante unánimes por parte
de la comunidad académica, algo que resulta muy destacable
dado que se trata de un libro escrito para no expertos. Señala
Roger Lee que estamos frente a un libro «políticamente im
plicado, teóricamente sofisticado, analíticamente incisivo,
empíricamente rico, verdaderamente comprometido y lleno
de agudezas devastadoras que alientan la lectura. La energía
de este libro recuerda a una actuación en directo de un grupo
de músicos de gran talento [en alusión a la participación en su
elaboración de un grupo de alumnos de la Clark University] »
(Lee, 2005 ).
Casi como una continuación de La maldita trinidad, puede
leerse Geography of Power (2007), libro en el que aborda los
fundamentos institucionales del neoliberalismo para sostener
su tesis de que en el mundo se ha impuesto ya un nuevo siste-
46
Portada de La maldita trinidad, un alegato sin fisuras contra el poder ejercido
por las instituciones reguladores globales (OMC, FMI y BM) y único libro de Peet
que ha sido traducido al castellano hasta la fecha.
47
HECHOS EXPERIENCIAS CAMPOS
HISTÓRICOS LUGARES DE ESTUDIO
20 1 0
Crisis global
Presidencia de Obama
1 1 -S
2000 Presidencia de Bush
Google
Creación de la OMC
1 990
Guerra del Golfo
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Calda muro de Berlín u
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Explosión Chemobil
Primera intifada
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48
AUTORES OBRAS FASES EDICIÓN
CLAVE PRINCIPALES CARRERA REVISTAS
Unholy Trinity
Theories of
Development
2000
Economic
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Thought
Global Capitalism
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Geography
(co-ed itor)
Antonio Gramsci
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New Models in
1 990
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Radical Geography
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Karl M a rx
Economic
Geography
(book review 1 970
editor)
A l l a n Pred
J . H . Von Th ü n e n
LSE 1 960
1 950
1 940
49
similares. De nuevo Peet combina el análisis marxista de clase
con el análisis foucaultiano de las instituciones: el capitalismo
global debe entenderse atendiendo a esta geografía del poder
a través de la cual sus discursos, normas y prácticas devienen
hegemónicas y se extienden por todo el globo. El uso de las
ideas de Foucault no implica, desde luego, ninguna renuncia
ni introduce más dudas de las necesarias. Como ha señalado
Sheppard, desde el punto de vista epistemológico:
50
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54
II. EL MARXISMO COMO
UNA CONVERSACION
�RICHARD
I Y ISMQJlADICAL:
PEET*
Jo sóc fill de família molt humil,
tan humil que d'una cortina vella
una samarreta em feren: vermella.
D 'en�a, per aquesta samarreta,
no he pogut caminar ja per la dreta.
Ovidi Montllor, La samarreta (1978)
55
el examen de 1 1 +, que era el sistema que los británicos utili
zaban para detectar a aquellos que podían ser de utilidad para
el Imperio. Pasé el examen y fui a una escuela secundaria, lo
que quiere decir una muy buena educación; en Inglaterra una
de las principales disciplinas dentro de este período educativo
era la geografía. Sin embargo, no planeé estudiar eso: yo quería
hacer Económicas porque pensé que así podría conseguir un
empleo y ganar un buen sueldo. En aquel momento eso era
muy importante para mí, de modo que incluso pensé en dejar
la escuela a los 1 6 años, pero al final decidí ir a la universidad.
Lo creas o no, eso era a finales de los años 1 950.
Quise acceder a la London School of Economics (LSE),
de modo que hice la solicitud y, al llenar el formulario, suce
dió que tenía que escoger otra materia además de Economía.
Recuerdo que en la lista que me dieron estaba antropología
social: yo entonces no tenía ni idea de lo que era eso. Arriba de
la lista estaba geografía y pensé «Oh, esto sí que se lo que es» y
lo marqué. Y aquí estoy. Realmente en buena parte fue un acci
dente, un accidente estructurado. Sabía lo que era la geografía
y me interesaba, tenía que ver con cosas materiales reales, el
tipo de cosas interesantes para un chico de clase obrera, cosas
sustanciales, muy prácticas y relacionadas con la economía, de
modo que pensé que podría combinar la geografía con la eco
nomía. Y eso fue lo que realmente hice en la LSE. Pero luego
me gusto, sí. Incluso cuando no lo entendía muy bien, tenía
esa clase de materialidad, tratabas con cosas prácticas, con am
bientes, con procesos materiales muy comprensibles. Porque
yo no era demasiado especulativo ni abstracto; no me gustaba
todo lo que ahora sí me gusta. Entonces, eso era lo que quería,
conocimientos muy prácticos. Aunque, para decir la verdad,
no fui atraído por ese motivo: entré ahí por accidente, y luego
resultó que me gustó.
56
-Pero ¿ qué es lo que encontró en la g eog rafía que no halló
en la economía ? Las dos tienen una base material, ¿ es que des
cubrió en el espacio alg ún tipo de esencia material que estaba
ausente en la economía ?
-No estoy de acuerdo con eso, yo n o creo que la
Economía esté basada en lo material, en absoluto. Trata de pro
cesos materiales, sí, pero es tan abstracta, tan « en el aire», nada
que ver con cosas como el movimiento de recursos. Solíamos
dibujar mapas con las plantas siderúrgicas y tenías carbón y
hierro, y tenías un mercado, y usabas pequeñas tablas donde
los pesos se movían y la localización estaba en el medio . . . a mí
me parecía que todo eso tenía más sentido que, por ej emplo,
la utilidad marginal o aquellos conceptos abstractos, incluso
estúpidos, que no se basaban en la realidad empírica.
Richard Peet charlando con Núria Benach en la Clark Universit y, durante una
de las entrevistas que han formado parte del proceso de elaboración de este libro
[Foto: B. Nika-Hayes]
57
-De modo que terminó sus estudios en la LSE . • .
58
ir a recoger las plumas húmedas de las máquinas y llevarlas a
Mánchester, a la fábrica de colchones de plumas. É l trabajaba
para un tipo que tenía un negocio de recogida de plumas; yo
también trabajé en eso, conduciendo la camioneta y escamo
teando cada penique que podía.
Me identifico con la clase obrera y aún ahora pienso en mí
mismo como perteneciente a ella, porque los primeros años de
mi vida fueron, definitivamente, de clase obrera. Vivía en un
barrio obrero donde todo el mundo era más o menos como
nosotros, quizá tenían algo más de dinero que mi padre; de
hecho nosotros estábamos en la banda baja de ingresos, pero
crecí en una comunidad que tenía un fuerte sentido de barrio,
y todo el mundo conocía a todo el mundo. Las personas se
cuidaban unas a otras aunque, claro, también había sus par
tes malas: eran demasiado curiosos, sabían demasiado sobre
uno. Pero jugar en las calles era totalmente seguro, la gente te
vigilaba y si pensaban que estabas en algún peligro, ensegui
da te advertían « ¡ Eh! ¡No hagas eso ! » . Por otra parte, tanto
mi padre como mi madre eran originalmente de clase media.
Mi abuelo paterno era empleado del juzgado de la ciudad, mi
abuelo materno era un trabajador cualificado y su hermana era
maestra de escuela. De modo que eran como una clase media
dentro de la clase obrera y siempre tuvieron cierta capacitación
intelectual.
Nosotros éramos cuatro hermanos viviendo en una casa
de cuatro estancias con dos dormitorios, de modo que todos
los niños dormíamos en la misma habitación, y luego vino el
marido de mi hermana, cuando se casaron, incluso él estaba en
la misma habitación . . . era como una casa rural, sin cuarto de
baño . . .
59
-En mi caso ello es parte de la explicación. Pero también
creo que me convertí en una persona de clase obrera politi
zada leyendo a Marx. Creo que leer teoría puede crear una
personalidad política. Normalmente tiene que haber algo en
tus orígenes pero puedes tomar eso y exagerarlo y convertirte
en un ferviente luchador de clase incluso aunque de niño no lo
sepas. También es verdad que conozco a algunos que crecie
ron en ambientes bastante privilegiados y que se convirtieron
durante su adolescencia o a los veintitantos; algo les pasó, o
leyeron algo, y entraron en un proceso de conversión política
aunque su entorno no fuese para nada de clase obrera. Pero
yo confío más en la gente que ha nacido en el seno de la clase
obrera y se convierten en izquierdistas radicales que no en los
conversos . . . [risas]
60
más llegando a las colonias . . . Y luego hice mi segunda clase,
y luego la tercera . . . Solo tenía que encontrar un tema inte
resante que, en aquel momento, era si Canadá debía unirse a
Estados Unidos o permanecer independiente como parte de la
Commonwealth británica. Hoy parece algo pasado de moda
pero en aquella época era un tema candente en Canadá. Yo lo
introduje de manera tentativa pero de golpe todo el mundo en
el ;}ula quería hablar. Al final, ¡me aplaudieron! Así que pensé:
«Bueno, realmente puedes hacerlo» . Y ese momento clave en
el que realmente te das cuenta que puedes manejar una sesión
larga y difícil fue fantástico.
Y luego tuvimos un seminario sobre la historia del pensa
miento geográfico y yo no dije ni palabra durante dos o tres
semanas: me sentaba por ahí mientras todo el mundo decía es
tupideces, estaba tan aburrido que me dije «en el próximo se
minario voy hablar y decir lo que pienso» . Y lo hice. De hecho
tuvieron que hacerme callar. Y ese fue otro de esos momentos
que te da fuerzas para seguir. De modo que maduré casi como
un intelectual en la Universidad de British Columbia; fue fan
tástico.
61
medio del movimiento por los derechos civiles, el movimiento
contra la guerra . . . Allí había un buen departamento, yo no era
uno de aquellos geógrafos culturales anticuados de Berkeley,
sino parte de una nueva generación que trabajaba con la teoría
de la localización con Allan Pred, que era interesante y además
¡ una persona realmente amable ! A veces, estábamos sentados
ahí, en nuestros despachos y venía y decía «¿Vamos a por un
café ?» ¡ Incluso nos invitaba! Y nos íbamos y manteníamos dis
cusiones teóricas en un pequeño café italiano de la zona norte
del campus de Berkeley. En aquel tiempo él estaba haciendo
teoría de la localización pero también empezaba a dedicarse a
cosas más interesantes. Luego derivó, según mi opinión, hacia
una dirección un poco rara, pero yo estuve con él en este pe
ríodo que hubo entre lo más convencional y lo más extraño, en
un período realmente muy innovador.
62
sabes. Cualquier intento de crear una teoría a partir de ello . . .
bueno, estaban asustados, eran sus últimas horas y ninguno de
ellos era tan bueno como Sauer. El día después de mi examen
oral, que por cierto superé delante de todo el departamento
más un par de personas que lo visitaban porque se suponía que
aquello era una gran ocasión (creo que fui el primero en hablar
de teoría en aquel departamento}, el director del departamento
vino hacia mí. Yo había trabajado en la teoría de la localización
y esctibí, como sabes, sobre el modelo de Von Thünen a escala
global. El jefe del departamento vino a mí en medio del pasillo
y me dijo «Bueno . . . ha sido interesante». Obviamente no le
había gustado nada, y luego añadió «Tengo un gran tema para
ti, para tu tesis». Yo dije «Ah ¿ sí?». Dijo «Sí. . . ¿ sabes ?, los co
nejos están teniendo un gran efecto sobre la vegetación de esas
islas de la costa de California». Ya ves, conejos y vegetación . . .
¡ no bromeo ! Rompí a carcajadas mientras él miraba cabizbajo
mientras yo me reía, de modo que le dije «Bueno, ya pensaré
en ello . . . » [risas]. Hubo un tipo que escribió su tesis sobre un
palmo cuadrado de vegetación, la geografía de un palmo cua
drado de hierba. . . .
63
ba con posiciones políticas conservadoras, pero usted ha estado
siempre a la izquierda. ¿ Cómo se podía estar en los dos lados al
mismo tiempo ?
-Bueno, es que yo no creo que el positivismo conlleve
una posición conservadora para nada. Al contrario, los conser
vadores siempre han temido a los científicos. Fueron los cien
tíficos los que liberaron al mundo de la tradición conservado
ra, por ejemplo, liberando la mente del misticismo y la religión
y creando un instrumento de pensamiento racional para hacer
del mundo un lugar mejor. Y la mayoría de los positivistas
que conocí en los sesenta en Geografía eran gente realmente
progresista, y cuando llegaron los años 1 970 y la disciplina em
pezó a fragmentarse y la gente empezó a enfrentarse, aquellos
positivistas en conjunto (con un par de excepciones como . . .
bueno, con un par de excepciones) nos apoyaron y, de hecho,
nos salvaron de ser despedidos de nuestras universidades por
que ellos mismo, de hecho, eran progresistas. Además, ¡el mar
xismo es muy positivista! Cree en la ciencia, se ve a sí mismo
como una interpretación científica del mundo, solo que una
interpretación diferente . . . Así que yo siempre he pensado que
la ciencia era progresista.
Y cuando estaba trabajando en el asunto de Von Thünen a
escala global lo que quería era entender la producción de ali
mentos y materias primas de un modo progresista mediante la
mejor teoría que yo conocía. Incluso cuando me convertí en
marxista, aún publicaba teoría de la localización. En parte era
una cuestión pragmática; aunque el marxismo estaba creciendo
y era interesante, aún no estaba establecido como parte del sis
tema académico formal, así que si publicabas cosas marxistas
podía ser una trampa política más que una contribución cien
tífica, de modo que lo mejor, al menos durante un tiempo, era
hacer cosas más o menos convencionales para al menos poder
obtener una plaza en la universidad. Por otra parte, yo creo
64
que el marxismo tiene fuertes similitudes con el positivismo:
está cuidadosamente argumentado, es lógico, utiliza datos em
píricos, etc. Y no es especulativo ni tiene que ver con modas, es
mucho más cuidadoso, racional y controlado. En gran medida,
el marxismo es un positivismo radical.
65
geografía cultural anticuada y teoría de la localización, que
estaba en la frontera, por otro lado casi cada día había una
gran manifestación dentro de la universidad aunque fuera del
departamento, de modo que dejabas la tranquilidad del depar
tamento y te ibas al campus y siempre había una gran agitación
por todas partes.
La contradicción entre lo que hacía la geografía y lo que
pasaba en el mundo no era tan obvia en aquellos sitios donde el
proceso revolucionario iba más despacio o quedaba más lejano
o la gente no lo vivía; lo leían en los periódicos y decían «ahí
van, los malditos estudiantes otra vez liándola . . . » . No hubiera
sido tan claro pero cuando estás en el mismo centro, lo vives,
lo respiras, trabajas en ello, te gasean, te pegan, vas a manis ...
entonces llegan las contradicciones entre la geografía que tra
ta con los malditos graneros o las regiones vinícolas, antiguos
rasgos culturales y demás, y lo que la geografía debería estar
abordando, temas como el desarrollo, la pobreza, las relaciones
ambientales, etc. Las contradicciones devienen particularmente
vívidas. No te llevan inmediatamente a querer un cambio. La
reacción inmediata es de esquizofrenia, en la que llevas una vida
revolucionaria pero no la aplicas a la geografía, simplemente so
brevives en la geografía y vas tirando, piensas que realmente de
berías ser un antropólogo o un filósofo o algo así. . . No piensas
que estés haciendo un trabajo valioso y socialmente progresista
porque estás atrapado en una disciplina anticuada y otras per
sonas tienen mucho más que decir, y la mayoría de gente con la
que hablas son de otras disciplinas como la filosofía o sociología
en la que están mucho más comprometidos.
La idea de salir fuera y hablar estaba completamente fuera
de mi alcance por dos razones: primero porque yo todavía era
un chico de clase obrera, y segundo, apenas sabía nada en el
nivel en el que ellos hablaban. ¡Yo sabía de teoría de localiza
ción! Recuerdo que una vez estaba hablando con alguien en
66
Berkeley y yo dije «yo hago teoría de la localización» y me
dijeron «y ¿ eso qué es ?». Yo dije que en esencia era cómo está
organizado el espacio como, por ejemplo, la minimización de la
distancia. Me dijeron «¿ qué quiere decir eso ?», yo dije «es por
ejemplo cuando vas de compras, en una distancia minimizada
para adquirir las cosas». Dijeron « ¿ de verdad que es eso lo que
haces ?». Dije «Sí . . . », «Bueno, pues no me parece gran cosa.
¿ Eso es todo lo que has encontrado ? ¿ que la gente no va lejos
a comprar?». Fue como si de golpe te dieran un mazazo en la
cabeza, pero el tipo tenía toda la razón del mundo y es uno de
esos momentos en los que quedas destrozado por la crítica de
alguien pero, o bien te enfadas o reconoces que . . . ¡ lleva razón!
67
que siempre se expresa de una manera muy directa. ¿ Tiene eso
algo que ver con sus orígenes obreros y con su aproximación
pragmática a la vida ?
-Sí, eso es exactamente lo que hago. Lo que has dicho
es lo que yo hubiera dicho: como, trabajo, escribo, como una
persona de clase obrera. Me gusta la gente de clase obrera, no
me gusta la gente de clase media y odio de verdad a la clase di
rigente, especialmente a la británica; no la soporto, no soporto
su acento ni la manera en que se comportan ni su aspecto . . .
les abofetearía en toda su cara y eso que soy pacifista, imagina
cómo me llegan a cargar . . [risas]. Me gusta la gente de clase
.
68
con Robert Kates trabajando sobre la adaptación y cosas así. . .
Además, estaba ese tipo llamado Jim Blaut; estaba aquí casi
por accidente porque él fue originalmente a Yale y él era un
intelectual marxista sofisticado, mucho antes que el resto de
nosotros. Cuando empezamos nuestra revista, probablemente
era un poco mejor y más comprometida que las otras pero
podía haber desaparecido fácilmente. Mucha gente empezó
revistas, les gustaba durante uno o dos años pero luego lo
iban dejando y al final abandonaban. Y eso empezaba a pasar
en parte aquí. Entonces hice ese número monográfico sobre
pobreza y luego pensé «esto va a desaparecer» y a la vez me
iban diciendo que yo podía hacer cosas, que era una persona
práctica y que mejor que me encargara de dirigirla, de modo
que lo acepté. Convertirlo en algo exitoso diría que viene con
el tiempo, con el compromiso con las causas radicales (que he
tenido toda mi vida, no en la geografía sino en todas partes)
y queriendo que eso fuera geografía radical y queriendo que
contribuyera al cambio social. Por otro lado, era la primera vez
que podía realmente probarme a mí mismo haciendo cosas que
ayudé a iniciar, que organicé y lo hice bien. Nunca había tenido
la oportunidad antes, siempre había estado en los bordes y era la
primera vez que tomaba algo y me decía «esto va a ser fantásti
co y voy a hacerlo lo mejor que pueda». Lo puedes interpretar
como ambición pero no en el sentido habitual de ambición, es
más en el sentido de que era la primera vez que podía hacer algo
de cierta relevancia, y quise hacerlo lo mejor que pude.
69
social. No olvides que esa gente eran científicos que creían que
la ciencia podía hacer mejor el mundo. La teoría de la localiza
ción orientada a la planificación mejoraría el espacio para todo
el mundo, incluidos los lugares pobres; no se ocupaba particu
larmente de la clase obrera pero mej oraba el espacio para todo
el mundo. De modo que cuando iniciabas un movimiento
radical, muchos de ellos lo miraban con simpatía. De hecho,
nos salvaron un par de veces. Era estupendo tener a personas
como, por ejemplo, Gunnar Olsson de nuestro lado. Además,
David Harvey se había pasado en 1 970 al marxismo, él que
era «Míster Geógrafo Positivista,» acababa de llegar a la Johns
Hopkins y ya estaba renegando de su libro. Me lo encontré y
le dije «tengo tu libro, aún no lo he leído pero me voy de vaca
ciones y finalmente lo podré leer» . Y me dij o «No te molestes,
ya he dejado eso. Ahora soy marxista». Yo dije «¿ Quéeeee ?»
[risas]. Era fantástico tenerlo ahí porque él era muy poderoso
en la geografía positivista (poderoso en la teoría: él era la única
persona del grupo que podía hablar filosóficamente sobre el
positivismo; el resto podíamos hacer el trabajo pero éramos
incapaces de filosofar; y la filosofía es poderosa).
David era el que tenía más poder pero teníamos también
algunos conocidos teóricos de la localización. Leslie King, por
ejemplo, nos salvó una o dos veces . . . ya sabes, gente bastante
convencional que nunca fueron radicales pero que ayudaban.
Estaban a tu lado cuando realmente los necesitabas y cuando
la disciplina estaba a punto de aniquilarte. Ellos se plantaban,
eran buena gente, hacían buenas cosas. Quiero decir, yo estaba
trabajando entonces con la pobreza y ellos pensaban « ¡ Esto
es el tipo de cosas que debemos hacer! ¡Al diablo con la teoría
de los lugares centrales ! En lugar de localizar ciudades co
merciales, ¡ estudiad la pobreza! » Al menos tenían el coraje de
darse cuenta. Cuando hice ese curso llamado «Geografía de la
pobreza en Estados Unidos», simplemente escribí el título en
70
un papel, antes incluso de saber nada sobre el tema. Y tuve 1 60
estudiantes en mi clase y fue el mayor curso en toda la historia
del campus: una vez hubo hasta 250 estudiantes en el principal
salón de actos.
Richard Peet con sus hijos Eric y Anna durante las vacaciones de verano de
201 O. [Foto cedida por R. Peer.]
71
otro lugar no puedes sobrevivir. No puedes sobrevivir cultu
ralmente porque es muy aburrido, no puedes sobrevivir polí
ticamente porque todo el mundo es reaccionario, y no puedes
sobrevivir en la universidad. Ahora se puede, pero en aquella
época no se podía. Los norteamericanos pueden ser bastante
nefastos. Por otro lado, esta universidad se ha portado muy
bien conmigo, ha sido muy tolerante. Nunca me han dicho
que no hablara de algo o que no debía hacer trabajo político,
nunca me hicieron ningún comentario político y, al contrario,
me premiaron con distinciones. Me han dejado enseñar lo que
quería y los estudiantes aquí son muy brillantes. Es la Clark la
que me ha mantenido aquí, los estudiantes de grado siempre
han sido muy abiertos, muy de izquierdas, y los graduados,
desde que llegué aquí para trabajar con Kates, siempre han
sido los mejores estudiantes del mundo. De modo que, ¿ para
qué moverse?
72
actos más grande del campus, de modo que le dije que debía de
haber un error, que ahí no iban a caber mis alumnos. La pobre
me dijo que solo había 1 2 personas en el curso . . .
Y es que entre 1 978 y 1 980 Estados Unidos había cambiado,
el interés por los problemas sociales se había evaporado, ya no
digamos en los ochenta con Reagan, etc. Así que cuando volví
me concentré en el desarrollo del Tercer Mundo, tema que guar
daba cierta relación, pero la razón del cambio fue de índole más
bien práctica. Ya no podía seguir con los problemas sociales de
Estados Unidos, tener clases numerosas y dar una buena ense
ñanza. Las cosas habían cambiado muy rápidamente en 1 979.
Además, todos estábamos cautivados por el marxismo y
trabajábamos sobre teoría, filosofía, queríamos acercarnos
seriamente al marxismo y no teníamos ninguna guía. Apenas
había ningún texto introductorio en aquel momento, tenías
que empezar con El Capital, volumen 1 página 1 , lo que es
espantosamente difícil y costaba como 1 O años convertirte
en un buen pensador marxista. Así que yo quedé fascinado
por la teoría y eso es lo que quise hacer: leer Marx, aplicar
Marx. Había áreas donde el marxismo era aplicable de manera
bastante obvia, como la teoría de la dependencia con la que
era bastante fácil trabajar; la teoría de la dependencia es muy
geográfica y la cosa funcionó bastante bien. Y estoy contento
con el cambio que hice. Además, cuando estuve en Australia
hice algún trabajo sobre el Pacífico, escribí un artículo sobre el
cambio cultural en Fiyi.
-Fiyi???
-Sí, y a l o s é . . . Fiyi e s e l Tercer Mundo pero . . . ¡ es tan
bonito ! [risas].
73
-Sí, el marxismo que yo hacía estaba influenciado por
el marxismo estructuralista de mediados de los setenta. Me
gustaba la idea de un argumento altamente estructurado, den
samente establecido y que se aplicara a un montón de casos
diferentes. Era muy atractivo: yo quería hacer aquello. Luego
vino toda la crítica postestructuralista, mucha gente dejó en
seco todo aquello en lo que había estado trabajando en los úl
timos quince años e inmediatamente se convirtieron y pasaron
a ser postestructuralistas postmodernos y te aplastaban si tú
no hacías lo mismo. Pero ¡yo no estaba convencido de lo que
decían ! Me gustaban algunas cosas . . . y, las que me gustan, las
uso. Pero su actitud política y la flojedad de sus argumentos . . .
¡las odio ! Y algunas personas piensan que estaba equivoca
do . . . ¡ Al diablo ! Yo sé que no estaba equivocado, que estaba
completamente en lo cierto.
74
do». ¡Yo no sabía qué quería decir con enunciado ! Foucault es
muy difícil de leer porque no te lo pone fácil y hasta que llegas
a la página 242 no entiendes realmente de qué está hablando.
Ahora creo que entiendo las nociones de «discurso», «actos
de habla serios» y «enunciado». Es muy bueno, ¡ me encanta!
Lo utilizo todo el tiempo: al enseñar, al escribir, en todo. Pero
cuando me enfrenté a ello por primera vez no lo entendí y,
claro, no me gustó.
75
al pensamiento geográfico y al final escribí un libro considera
ble sobre la historia del pensamiento geográfico.
76
-Cierto. Aprendimos a no ser como ellos y de hecho
cuando escribí aquello tenía cierta persona en mente, el tipo
de persona a quien no deberías parecerte. Y esa misma persona
se me acercó hace algunos años para preguntarme « ¿ De quién
hablabas en ese artículo ?» [risas].
77
manera más enrevesada que hayas leído en toda tu maldita
vida! ¡Si quisiera! Pero también puedo escribir de manera que
lo entiendas . . .
-Usted ha sido el editor de revistas importantes duran
te mucho tiempo (Antipode, Economic Geography, Human
GeographyJ. Este es un trabajo que toma muchísimo tiempo y
que no tiene la misma recompensa que la de otras tareas acadé
micas. ¿ Cómo describiría su experiencia ?
-De hecho, cuando concursé para l a cátedra e n l a Clark y
dije que había sido el editor de Antipode, el tribunal lo ignoró
totalmente porque no era una revista formal y, por tanto, no
contaba para nada, ¿ puedes creerlo ? No: yo he sido editor
por razones políticas, porque quería hacer una revista con un
mensaje político definido. Antipode era indudablemente polí
tica. Human Geography es indudablemente política. Economic
Geography había entrado en una especie de declive y no iba
demasiado bien; estaba en una línea positivista muy anticuada.
Y aun cuando nunca fue claramente política, al menos sí era
relevante socialmente, por lo menos eso. De modo que siem
pre he contemplado eso de ser editor como una tarea política
y la recompensa llega cuando se crea un movimiento político.
Cuando era editor de Antipode, yo era la persona que creó
un movimiento geográfico radical y lo hice sobre todo -mis
propios escritos aparte- siendo editor. En otras palabras, un
editor activista. Y si estoy activo en algo y realmente creo en
ello, estoy dispuesto a trabajo muy, muy duro. No olvides que
he escrito diecisiete libros ...
-Hace unos años decidió empezar la nueva revista Human
Geography «para recuperar nuestro conocimiento» . . .
-Estamos intentando empezar algo nuevo. Sería fantás
tico si todo un conjunto de revistas como Antipode o Human
Geography estuvieran producidas por una organización que
nosotros, intelectuales críticos de izquierdas, controlára-
78
mos. Pero sucede que en la actualidad las ideas producen
un montón de dinero. El control sobre el conocimiento da
grandes beneficios y ahora está en manos de grandes empre
sas de comunicación y, sin embargo, se trata esencialmente
de nuestro trabaj o, nuestro trabaj o intelectual que produce
la mercancía que ellos venden. Y lo hacen con una tasa muy
alta de explotación. Nos explotan y obtienen una tasa muy alta
de beneficio con nuestras ideas. Debemos quedarnos con ese
dinero y utilizarlo para subvencionar nuestra propia investi
gación. Así, no tenemos que prostituirnos para tener dinero.
Podremos decidir lo que realmente queremos hacer, seremos
honestos y a la vez tendremos dinero porque controlaremos
los fondos.
79
-Incluso Antipode pertenece ahora a una de esas grandes
compañías. . .
-¿John Wiley ? John Wiley e s l a editorial más grande de
Estados Unidos. Desde que soy editor de Human Geography,
diez o quizá quince personas se han dirigido a mí para decirme
«No he podido publicar esto en Antipode, lo he intentado pero
no lo han aceptado por . . . ser demasiado marxista».
80
énfasis en todo el conjunto de ideas de la lingüística moderna;
él estaba en contacto con ellas porque su mujer enseñaba eso;
la idea era muy pretenciosa pero muy simplista.
81
-Una vez usted escribió que la intertextualidad era «el
opio de la intelligentsia» . . .
-No recordaba que había dicho eso . . . Me gusta, ¡ estoy
de acuerdo ! Si afirmas que no hay nada más allá del texto, yo
creo que te equivocas. Hay procesos materiales y personas que
trabajan y luchan. Los hay que llegan a decir que incluso el
trabajo es textual. Pero el trabajo es también físico ...
-Una vez escribió que los marxistas son los que hoy
pueden avanzar mientras que los «posts» siempre están mi
rando atrás. Esto es una manera muy sugerente de revertir
ciertas ideas habituales pero, ¿ qué marxismo es el que puede
82
hacerlo ? Usted se ha aproximado al trabajo de Gramsci y de
Foucault.
-Yo leí a Grams.ci hace mucho tiempo; cuando te con
viertes en marxista, Gramsci es muy importante. Y luego leí
de modo serio a Foucault, creo que en los noventa. Y luego
volví a leer a Gramsci después de Foucault, de modo que hice
una lectura foucauldiana de Gramsci. Cuando empecé a leer a
Foucault, me dij e: «voy a odiar a este tipo», y al principio fue
así. Empiezas a leer sus libros, lees 20 páginas y no entiendes
nada. Odio eso, odio la arrogancia de esta gente que escribe
así, deberían ser mucho más claros . . . Pero luego leí un par de
libros sobre Foucault dejándoles el trabajo de entresacar sus
ideas, y luego lo pude leer porque ya veía de lo que hablaba.
Y entonces es cuando llegas a la idea de que los discursos son
muy poderosos y de que tienes que entender esa parte dis
cursiva del análisis materialista porque es tan poderosa que
tiene enormes consecuencias materiales y, por tanto, necesitas
un conocimiento sofisticado de la ideología, la hegemonía y
el discurso. Escribí un par de libros sobre ello criticando las
principales instituciones.
A propósito de Foucault, hay dos clases de gente: algunos
lo usan para deleitarse, otros para hacer un análisis muy serio
básicamente de fundamentación marxista. Así que, si tuviera
que escoger, me decantaría por los marxistas prácticos y no
por los postestructuralistas postmodernos. En segundo lugar,
yo no estuve inmerso en Foucault durante cinco años, como
hizo Chris Philo, o inmerso en estudios sobre Gramsci como
las personas que dedican su vida entera a leer los Cuadernos
de la cárcel y a interpretarlos en diferentes contextos. Hay
encuentros enteros sobre Gramsci pero yo no he estado en
ninguno de ellos; lo que yo pretendía era leerlo para tomar
aquellas ideas y utilizarlas, porque el mundo está en unas
condiciones terribles y necesitamos muy buenas ideas con ur-
83
gencia. No tengo cinco años para leer a Foucault. ¡Al demonio
con Foucault . . . ! Toma lo que necesites de él en cinco meses.
84
-Sí, pero esa sola estúpida idea de la ventaja competitiva es
responsable de todo el desarrollo de los sistemas globales, y de
una manera pésima en mi opinión. Ya sabes, el Tercer Mundo
se especializa en materias primas, nosotros en la industria . . .
la distribución global en el espacio está esencialmente basada
en las ideas de Ricardo sobre la economía. Era una aportación
estúpida pero tuvo resultados tremendos. De modo que al
guien tiene que criticarlo, y tienes razón: no es fácil aunque es
divertido. Cuando escribía eso sobre Ricardo, me lo pasé muy
bien haciéndolo.
85
-Sí, creo que sí. Aunque es una lástima la manera en que
se ha hecho. Se ha hecho de un modo demasiado personal y
mezquino. Por otra parte, esos debates son necesarios. Creo
que el debate filosófico teórico es importante para producir un
nivel más profundo y coherente de teorización y para sinteti
zar un número mayor de ideas. El modo en que esto ha pasado
a menudo ha sido a través de nuevas ideas que eran las más re
cientes de una serie de modas pasajeras: no me gusta nada eso.
Creo que si hay un conjunto de ideas que es realmente bueno
y un par de alternativas, todo el mundo debería tomarlo seria
mente; si es lo último o no, no significa nada. Si es bueno, es
bueno. Si tienes un conjunto de ideas y encajas las críticas tie
nes dos cosas: añades nuevas ideas y además mientras piensas
lo que dicen, si te tomas las críticas seriamente, puedes mejorar
tus propias ideas iniciales porque te obliga a no ser gandul y
cosas que te dices a ti mismo como «oh, ya lo pensaré luego» o
«bueno, nadie va a notarlo» ya no funcionan.
Toma, por ejemplo, la teoría del valor de Marx. Y los re
cursos, ¿ qué ? No tenemos un cálculo global del uso de la na
turaleza, de la producción de la existencia . . . ¡vale ya! Hay un
tipo llamado Stephen Bunker que básicamente hizo una crítica
de la teoría del valor-trabaj o diciendo que hay que contar el
uso de los recursos y, por tanto, hace que el marxismo aparez
ca como opresor, ambientalmente opresor. ¿ No es fantástico ?
Yo mismo había pensado eso pero no lo había pensado sufi
ciente y eso me forzó a pensarlo.
O toda la idea del determinismo económico, tan simplísti
camente determinista; por ejemplo, en la teoría de los modos
de producción, de la base económica salen las ideas y la ideo
logías. ¿ Cómo demonios salen de la base económica? ¿ quiénes
son los agentes, quién las produce ? ¿ quién construye el gran
esquema de esa interpretación ? Interpretas la realidad material
pero no piensas en todo, solo piensas en esos grandes bloques
86
del modo de producción y luego te critican por ser demasiado
determinista. Yo aún lo soy, pero un determinista muy com
plicado. ¡ Existe un determinismo complejo ! De modo que
aprendes de ello, aprendes y aprendes, y cambias.
87
moderna postestructuralista y frívola, y eso que a menudo son
muy brillantes y podrían hacer un trabajo tremendo si actua
ran juntos y pensaran de una manera seria y fundamentada. Y
es particularmente trágico que lo peor de ello venga de Gran
Bretaña porque esos chicos han pasado por un sistema educa
tivo muy bueno pagado por el Estado, después han obtenido
un empleo en la universidad y ahora son poderosos y bastante
bien pagados; no tienen muchas clases, tiene mucho tiempo
libre y no deberían utilizarlo con modas pasaj eras.
88
financiero y dos, las instituciones de gobierno globales. Y yo
pensé, y aún lo pienso hoy, que necesitábamos recuperar el
control de la economía global. No soy antiglobal, solo quiero
algo global que funcione para todo el mundo, del que todo el
mundo se beneficie y le permita tener una vida mejor. Y esta
era mi urgencia tras los libros que publiqué, The Geography
of Power, The Unholy Trinity ... esto es a lo que me dediqué
entonces.
Y en los últimos tres o cuatro años he estado trabajando
sobre ecología política y la urgencia de la contradicción am
biental. La posibilidad de una crisis ambiental me ha impac
tado mucho y ahora creo que vivimos un momento en el que
estamos viendo el inicio de esa crisis. Y creo que los medios
que tenemos para afrontarla son total y completamente in
adecuados, tanto teórica como institucionalmente. La gente
que controla el mundo es la gente equivocada porque son los
que lo están destruyendo. De modo que me he convertido en
un medioambientalista furibundo; no en términos personales
(no necesito comer arroz integral) sino en términos de pensa
miento: mi principal dedicación en la actualidad es el medio
ambiente.
89
todo se acaba, y él y cinco más zanjan todos los temas. Pero el
único medio que tenemos para cambiar esa estructura de po
der es producir ideas buenas, poderosas y persuasivas. Como
dije, vamos a vivir tiempos muchísimo peores antes de tener
siquiera la oportunidad de tomar las cosas seriamente. El pro
blema con el tema medioambiental es que no puedes entrar
en el proceso: cuando te das cuenta de lo que estás haciendo
es demasiado tarde porque la crisis ya ha empezado por su
cuenta. Es un tipo de crisis en el que no puedes demostrar cada
punto porque lo que no puedes probar es tan horrible, las con
secuencias son tan dramáticas e independientes de los efectos
subsecuentes, que, para intentar cambiar las cosas, tienes que
arreglarte con las pistas que ya tienes. No puedes esperar a
poder demostrar cada punto concreto. Es un poco diferente de
las crisis sociales. La naturaleza tiene su independencia.
90
111. ANTOLOGÍA DE TEXTOS:
Richard Peet
91
presión (¿Berkeley ? ¿ Birmingham ? ¿Detroit? ¿ Los Á ngeles ?),
por miembros de los restos de los partidos de la vieja izquierda
norteamericana, y por inmigrantes de países donde la izquier
da es más factible. Este grupo se caracteriza por un nuevo nivel
de compromiso con el movimiento por la igualdad social y
económica. En lugar del viejo modelo liberal de abandono de
los principios (de pacto, de un conveniente cambio de punto
de vista, de « responsabilidad», y de una fusión gradual con
un «establishment» que primero se pretendía cambiar desde
dentro y que finalmente ha acabado siendo apoyado en su
totalidad), este nuevo grupo de izquierdas cree en un cambio
radical a corto plazo sin recompensa directa para aquellos
que lo lleven a cabo. No creemos que el sistema actualmente
en funcionamiento en los Estados U nidos pueda remendarse
con una serie de parches liberales para acercarnos al modelo
que deseamos. En su lugar, hay que descartar lo obsoleto y
construir de nuevo, reunir aquellos elementos de los sistemas
existentes que sean coherentes con nuestros ideales y crear
nuevos componentes cuando los existentes sean inadecuados.
En resumen, la Nueva Izquierda difiere del viejo liberalismo
en su nivel de compromiso (no, no es solo ese entusiasmo
juvenil que se «atempera con la edad») y su confianza en un
proceso de cambio más radical.
La naciente Nueva Izquierda en geografía puede con
tribuir a la causa de tres maneras fundamentales. Podemos
ayudar a diseñar una sociedad más equitativa en la que la po
breza, el sufrimientq y el mortecino sentimiento de inutilidad
y desesperanza sean erradicados, y en la que las personas libres
alcancen un nivel superior en su existencia. Para llegar a ello,
necesitamos un conjunto de premisas completamente diferen
tes y construir nuevas teorías de cómo deberían ser las cosas,
una actitud de las personas que conduzca más a la democracia
participativa, una distribución de las actividades agrícolas e
92
industriales que lleven a la igualdad económica en el espacio,
una localización de las instituciones educativas y culturales
que contribuyan a mejorar la experiencia de vida de la mayoría
de la población; en resumen, una geografía enteramente nueva
basada en los preceptos de la igualdad y la justicia.
Nuestra segunda contribución debe ser la consecución de
un cambio radical. Hay diversos puntos de vista a propósito
de cómo se producirá ese cambio pero, dado que la idea de una
revolución en el sentido clásico es ridícula en el contexto nor
teamericano, la forma más probable es a través de la persuasión
y la «conversión». Los geógrafos pueden desempeñar un rol
particularmente importante generando un torrente constante
de críticas y propuestas para el cambio tanto dentro como
fuera de la disciplina. Aunque nos enfrentamos con una tarea
tremenda ya que hay que sacudir a una mayoría amodorrada
en la complacencia por un sistema eficazmente controlado de
recogida y distribución de noticias, y cuyos sentidos están
adormecidos por la exposición a una realidad artificial y que
recibe con indiferencia o resignación la propuesta de que las
cosas deberían ser enteramente diferentes. Evidentemente,
bajo estas circunstancias, debemos ser tan imaginativos como
convincentes, empleando todas las técnicas a nuestra disposi
ción con el fin de destruir y luego reconstruir la estructura de
la opinión convencional.
En tercer lugar, debemos organizarnos para conseguir una
acción efectiva dentro de la geografía académica. Nuestras
asociaciones regionales y nacionales están dirigidas por con
servadores y no tienen impacto alguno en la opinión pública.
Esto tiene que cambiar. En la mayoría de los departamentos
de geografía, los estudiantes y los graduados no tienen nin
guna influencia efectiva en las decisiones que se toman «para
ellos» por gente que, en cualquier contexto menos en el suyo
inmediato, están todos a favor de la «democracia». Aquellos
93
tienen que organizarse. Grupos pequeños pero bien organi
zados pueden ser efectivos allá donde la injusticia sea evidente
y, pese a ello, prevalece la apatía (una paradoja que se produce
con demasiada frecuencia).
Se necesita una asamblea radical para trabajar en esas
líneas. Este boletín se ofrece para diseminar ideas e informa
ciones dejadas de lado y como una plataforma para propuestas
de acción directa. Si estás de acuerdo con nuestros objetivos,
suscríbete, escribe y organízate en tu departamento.
94
DESIGUALDAD Y POBREZA: UNA TEORÍA
GEOGRÁFICO-MARXISTA*
Richard Peet
95
de un punto de vista conceptual alternativo a los que aún
predominan en este campo.
Desigualdades intraclasistas
96
a través de la educación y la adquisición de capacidades.2 Del
mismo modo que diferentes tipos de trabajo requieren diferen
tes niveles de educación y calificación, así también los salarios
deben ser distintos entre las distintas categorías de trabajadores.
Por tanto, y como primer resultado, la desigualdad de ingresos
es necesaria para producir la variedad de fuerza de trabajo nece
saria en los distintos niveles de multitud de actividades econó
micas diferentes. En segundo lugar, el sistema capitalista asegura
un desigual acceso a la jerarquía de cualificaciones dentro de la
clase obrera al repartir los costes de reproducción social a través
del mecanismo salarial y al permitir que cada «grupo de traba
jadores» produzca su reemplazo. En tercer lugar, la desigualdad
de acceso a la educación y cualificación permite que los grupos
de asalariados y perceptores de ingresos exageren las diferencias
de ingresos inherentes a la jerarquía cualificada al monopolizar
parcialmente y restringir la oferta de trabajos a ciertos niveles
de la jerarquía de trabajo. La desigualdad de ingresos y de opor
tunidades dentro de la clase de asalariados se fundamenta en el
régimen de trabajo asalariado. Por ello Marx afirmó:
97
lo necesario e inevitable dentro de un sistema determinado
de producción.3
Desigualdades interclasistas
A cambio de salarios, el capitalista recibe fuerza de trabajo
viva, la fuerza creativa por la que el trabajador no solo repro
duce lo que consume sino que también produce un excedente
que acumula el capitalista. En realidad, el propio capital (las
materias primas, los instrumentos y la maquinaria de produc
ción) es el producto del excedente de la fuerza de trabajo en
el pasado. El capital es fuerza de trabajo histórica acumulada
por la clase capitalista porque ha podido pagar el trabajo con
un valor inferior a los bienes producidos por los trabajadores,
es decir, ha podido explotarles. Una economía de empresa pri
vada, por consiguiente, contará inevitablemente con grandes
desigualdades de ingresos entre la clase capitalista, la cual con
trola el uso del trabajo anterior acumulado y recibe parte de la
3. Karl Marx «Wages, Prices and Profits• en Karl Marx y Fredrich Engels.
Selected Works. Moscú: Progress Publishers, 1 969; Vol. 2, p. 57 [traducción caste
llana: Salario, precio y ganancia. Madrid: Ricardo Aguilera Ed., 1 968, p. 53]. Este
ensayo fue presentando en 1 865 por primera vez y publicado en 1 898.
4. Marx, op. cit., pie de pág. 2, p. 75 [trad. castellana, pág. 86]. Estas frases de
Marx fueron incorporadas en la constitución de la Industrial Workers of the World
(Trabajadores Industriales del Mundo) de 1 905. Aparte de la IWW, que fue una
unión sindicalista revolucionaria, se puede afirmar con justicia que los sindicatos
americanos solo han ambicionado el objetivo «conservador• de «1un salario justo•
por «una jornada de trabajo justa•.
98
producción de multitud de trabajadores en forma de beneficio,
y el proletariado, «mero poseedor de la fuerza de trabajo», que
percibe ingresos solamente en forma de salario.5
Marx sostiene que, con el tiempo, a medida que el capital
va acumulándose, las desigualdades entre las clases aumentan.
Admite que los ingresos del obrero aumentan en ciertos mo
mentos como, por ejemplo, en períodos de rápido desarrollo
económico en los que la pobreza tiende a disminuir, pero sos
tiene que, a largo plazo, la acumulación de capital permite una
participación cada vez mayor en los ingresos nacionales por
parte de los propietarios de los medios de producción. La situa
ción material del obrero puede mejorar, pero a costa de cambiar
su posición social relativa.6 Así, pues, en términos de igualdad
de clase, los intereses del capital y los intereses del trabajo en el
desarrollo económico son diametralmente opuestos.
99
sumista de alto nivel adquisitivo como Estados U nidos de
América. Nuevas tendencias de consumo se introducen
constantemente en los eslabones superiores de la j erarquía
social, de donde se difunden hacia la base por medio de un
sistema muy eficaz de medios de comunicación orientados al
consumo, hasta que incluso la gente más pobre se contagia
de esa manía de tener el artículo más reciente. La inmensa
mayoría de la gente ha quedado atrapada en una lucha sin fin
para ganar lo suficiente como para consumir de un modo o
en una cuantía similar al ritmo que marca el grupo de consu
mo superior. Este tipo de desigualdad es altamente funcional
ya que asegura la realización de incluso el trabaj o más des
agradable y apura hasta la última gota la fuerza de trabaj o.�
Al final, esto es también una fuente de debilidad sistemática,
pues la desigualdad solamente es funcional mientras los
«desiguales » creen que hay posibilidad de poder alcanzar
al menos un nivel de consumo parecido al de las clases más
altas. La desigualdad es el origen de una enorme frustración
y alienación entre los grupos que ya no creen más en esta
posibilidad, y los problemas sociales que resultan de dichos
sentimientos representan una de las contradicciones más
fundamentales del capitalismo avanzado.
1 00
Los efectos de la mecanización
El ansia de beneficio, sostenía Marx, lleva al capitalista a redu
cir constantemente los costes de producción por medio de una
mayor división del trabajo y la introducción y perfecciona
miento de la maquinaria. La mecanización aumenta el exceden
te explotable por los propietarios de los medios de producción
al incrementar la productividad del trabajo, y aumentar así el
capital disponible para reinvertido en más maquinaria, servi
cios y materias primas. Los costes de producción representan
cada vez más los costes de la depreciación de la maquinaria
y cada vez menos los costes del trabajo asalariado a medida
que el capitalismo se desarrolla y que se utiliza la maquinaria
a ritmo creciente. Marx habla de un cambio en la composición
orgánica del capital inherente al crecimiento de la riqueza
social: el capital constante (dinero utilizado para adquirir y
depreciar maquinaria, edificios y materias primas) aumenta
en relación al capital variable (dinero para adquirir fuerza de
trabajo).8 Así pues, la demanda relativa de trabajo disminuye
a medida que aumenta el desarrollo económico capitalista. Se
necesitan tasas de crecimiento económico cada vez más rápidas
para absorber las nuevas entradas en el mercado de trabajo, o
incluso para mantener los puestos ya existentes. Cada vez más
aparece un excedente relativo de población.9 Se puede retrasar
el crecimiento de una fuerza de trabajo no deseada, innecesaria
y excedente a través de un desarrollo económico muy rápi
do. ·Esto es lo que sucedió con la expansión de la frontera de
101
Norteamérica en el siglo XIX y principios del XX, o durante el
período de suburbanización y compra masiva de bienes de con
sumo que siguió tras la Segunda Guerra Mundial. Pero confiar
en la frenética compra de bienes de consumo para mantener
la marcha de la economía conlleva el riesgo de que la gente
se canse finalmente del consumo, o de que la presión sobre la
base de los recursos naturales disponibles llegue a ser demasia
do grande y el crecimiento se colapse. Hay amplias muestras
recientes de esto último, y el economista marxista Paul Sweezy
afirma que este fenómeno ha venido produciéndose durante
algún tiempo; sin el enorme gasto militar, la economía de los
Estados Unidos habría estado «tan profundamente deprimida
como estuvo en la gran Depresión» . 1º La teoría marxista, pues,
pronostica que el crecimiento sin trabas del capitalismo genera
una masa de parados y desemboca finalmente en un alejamien
to generalizado de los obreros de los medios mecanizados de
producción de riqueza, hecho que creará las condiciones nece
sarias para la revolución social.
1 02
que haber una reserva de mano de obra para convertirla en
fuerza de trabaj o cuando se necesita, y despedirla rápida
mente tan pronto como disminuya la demanda o así lo exija
la mecanización. La utilización de la reserva de mano de obra
en épocas de rápido desarrollo económico impide que la
plusvalía vaya a parar al trabaj o en lugar de a la acumulación
del capital.
Marx divide a este ejército de reserva industrial en tres ti
pos: latente, flotante e intermitente. En primer lugar, la parte
latente del ejército de reserva industrial es el resultado de la
mecanización agrícola que produce un excedente de población
rural «constantemente abocada a convertirse en proletariado
urbano o industrial, y al acecho de circunstancias propicias
para esta transformación» . 1 1 E n e l siglo XIX y principios del
XX, el campesinado europeo formó una reserva de trabajo la
tente para la industria americana, y los negros del sur y otros
grupos rurales minoritarios han desempeñado el mismo papel
durante los últimos cincuenta años.12 En segundo lugar, la
reserva flotante está compuesta por trabajadores, a veces ne
cesitados por la industria moderna y rechazados en otras; en
tiempos de Marx, eran sobre todo niños y gente mayor, pero
ahora se trata en gran parte inmigrantes recién llegados a la
ciudad y de antiguos emigrantes marginados que subsisten
gracias a los seguros sociales. En tercer lugar, la reserva de
trabajo intermitente es una parte del ejército de mano de obra
activa que tiene un empleo sumamente irregular. Contratados
por salarios mínimos (debido a la competencia acuciante de las
masas de trabajadores latentes o flotantes), las condiciones de
vida de este grupo están por debajo de la media del resto de la
clase obrera. En tiempos de Marx, la fuerza de trabajo inter-
1 1 . Marx, op. cit., nota a pie de página 9, p. 643 [trad. cast.: p. 544].
12. Dan M. Lacy ( 1 972), The White Uses of Blacks in America. Nueva York:
Athenium.
1 03
mitente se utilizaba principalmente en industrias domésticas
pequeñas e irregulares, aunque también era utilizada como
reserva potencial de mano de obra barata en las industrias
regulares. Hoy en día se utiliza en la «economía periférica» o
en el «mercado de trabajo secundario», donde los trabajadores
tienen productividad baja, salarios por debajo del estándar y
empleos inestables.13 De nuevo, los grupos de minorías cultu
rales y raciales constituyen una parte importante de la reserva
de trabajo intermitente. 14
Así pues, la esencia del razonamiento marxista es que la
desigualdad no es un «mal temporal» ni la pobreza una «pa
radoja sorprendente» de las sociedades del capitalismo avan
zado; al contrario, la desigualdad y la pobreza son vitales para
el funcionamiento normal de las economías capitalistas. La
desigualdad es necesaria para producir una fuerza de trabajo
diversificada por su papel en la producción de un excedente
expropiable y por su función como incentivo para trabajar.
La mecanización, la automatización y el ritmo desigual del
desarrollo económico producen inevitablemente desempleo,
subempleo y pobreza. La desigualdad está en la base de todo
nuestro sistema económico de vida.
Medio y desigualdad
1 04
significa poco para la persona a menos que pueda ver cómo su
vida y las circunstancias particulares que le rodean encajan en
los modelos generales que predijo Marx.15 La teoría del medio,
o teoría geográfica, se ocupa de los mecanismos que perpetúan
la desigualdad desde el punto de vista del individuo. Se ocupa
del complejo de fuerzas, tanto estímulos como fricciones, que
directamente moldean el curso de la vida de una persona. Se
trata de un análisis a microescala que complementa perfecta
mente el análisis de Marx a macroescala.
1 05
ceden de la gente conocida, es decir de los amigos y parientes de
la propia red social».16 La red social proporciona información
sobre las oportunidades económicas y es una puerta a ellas. Las
instituciones del entorno y las redes de información forman en
conjunto los «recursos sociales» de los que dispone el indivi
duo. La interacción con las actividades económicas produce,
por tanto, los ingresos y la cantidad de estos ingresos influye a
su vez en el acceso a los recursos sociales.
Un aspecto central de la idea de una geografía de la des
igualdad es entender que un individuo, al prepararse para el
mercado de trabajo, solo puede aprovechar los recursos so
ciales de un área limitada de espacio. 1 7 Esta idea queda mejor
explicada por el modelo tiempo-espacio de Hagerstrand que
describe el «entorno de la vida cotidiana» alrededor del lugar
de residencia de una persona cuyos límites quedan fijados por
las fricciones físicas de la distancia y las fricciones socio-espa
ciales de clase y raza. 18 Cada grupo de edad, clase social, grupo
social y sexo tiene un «prisma» diario de diferente tamaño en
el que se mueven. Para la clase inferior y más discriminada, el
prisma se convierte en una prisión desde el punto de vista del
espacio y los recursos.
16. Por ejemplo, los amigos y los parientes son sin duda la fuente más frecuen
te de información sobre trabajos que se solicitan y trabajos conseguidos por des
empleados; H. Sheppard y A.H. Belitsky ( 1 966), The Job Hunt. Baltimore: Johns
Hopkins Press). Sobre la imponancia de los amigos y parientes para la información
del mercado de trabajo de jóvenes con pocos ingresos, ver Paul Bullock (1 973),
Aspiratwn vs. Opportunity: « Careers» in the lnner City. Ann Arbor, Michigan:
lnstitute of Labor and Industrial Relations; capítulo 5.
1 7. Richard Peet ( 1 972), «Sorne Issues on the Social Geography of American
Poveny•, en Richard Peet (ed.), Geographical Perspectives on American Poverty.
Antipode Monographs in Social Geography, 1 , Worcester, Massachusetts:
Antipode; pp. 8 - 1 0.
1 8. Torsten Hagerstrand (1 970), cWhat About People in Regional
Science?•, Papers. Regional Science Association, 24; pp. 7-2 1 ; y Allan Pred ( 1 973),
«Urbanization, Domestic Planning Problems and Swedish Geographic Research•,
Progress in Geography, 5; pp. 36-50.
1 06
El modelo simple de Hagerstrand solo incluye algunos de los
factores que limitan el alcance del entorno cotidiano de una
persona. Sin embargo, no se trata de adornar el modelo de
tiempo-espacio relacionándolo con otros modelos de interac
ción sino de aplicar este concepto a la explicación de la trans
misión de la desigualdad. Está claro que un individuo debe
obtener servicios, informaciones y relaciones del complejo de
recursos sociales que forma el conjunto de gente y de institu
ciones del entorno cotidiano a su alcance. No obstante, y en
primer lugar, la extensión del medio aprovechable varía con la
movilidad y esta, a su vez, varía con los ingresos iniciales. En
segundo lugar, la densidad de los recursos sociales varía según
los entornos. En tercer lugar, y es lo más importante, la calidad
de los recursos también es distinta: algunos sistemas escolares
son mejores que otros, determinadas redes sociales proporcio
nan más información y de mayor calidad que otras, etcétera.19
Podemos pensar, por tanto, que una persona ya viene marcada
-por un determinado medio, de ciertas dimensiones, densi
dad y calidad- cuando entra en interacción con una superficie
de oportunidades económicas que a su vez varía en tamaño,
densidad y calidad. El medio social interacciona a través del
individuo con el nivel de oportunidad económica para produ
cir ingresos. Las deficiencias de calidad de cualquier superficie
originan ingresos bajos. A su vez, unos ingresos bajos influyen
1 9. Los servicios sociales más importantes en los Estados Unidos los pro
porcionan los gobiernos locales ayudados por los impuestos sobre la propiedad.
Como la riqueza imponible varía principalmente con los ingresos, las áreas más
ricas pueden por lo tanto mantener una calidad más alta en los servicios. Se supone
que el gobierno estatal y el federal son los que nivelan tales «variaciones», pero
la evidencia existente de la financiación de las escuelas sugiere lo contrario, que
refuerzan los diferenciales de gastos basados en la renta local; Joel S. Burke ( 1 97 1 ),
•The Current Crisis in School Finance; lnadequacy and lnequitp, Phi Delta
Kappan, 53 (septiembre); pp. 2-7. J.W. Guthrie et al. (1971), Schools and lnequity.
Cambridge: M.I.T. Press; p. 1 28, demuestra que las escuelas de los distritos más
ricos reciben más dinero federal por alumno que las de los distritos más pobres.
1 07
en el acceso a un medio de recursos sociales, su calidad y el
nivel de oportunidades económicas. Así, lo que no es sino un
proceso de círculo vicioso viene a fijar de hecho los paráme
tros de ingresos para la inmensa mayoría de gente.
1 08
Unidos toma la forma clara de discriminación racial y étnica,
se puede remontar a la práctica de la reproducción de la fuerza
de trabajo por el régimen de trabajo asalariado y se intensifica
por una falta general de movilidad social. Aquí es dónde la
teoría del medio debe enlazarse con el análisis marxista que ex
plica el contexto en el que el hombre interacciona con el medio
socioeconómico en los países capitalistas.
Síntesis de teorías
La jerarquía de medios
La jerarquía de diferentes medios de recursos que componen
la geografía social de la ciudad moderna constituye, pues,
una respuesta a la demanda jerárquica de trabajo de la eco
nomía urbana. Del mismo modo que el sistema capitalista de
producción origina una estructura de clase social jerárquica,
así también proporciona medios diferenciados de recursos
sociales en los que cada clase se reproduce a sí misma. El
cambio en la jerarquía de medios, y por tanto en la estruc-
1 09
tura socioespacial de la ciudad, tiene lugar bajo la influencia
del cambio en la demanda de trabajo que se produce en el
desarrollo económico. En épocas de crecimiento económico,
la demanda aumenta para ciertos tipos de trabajo, creando
una escasez temporal, unos salarios elevados y, por tanto,
incentivando una mayor oferta de esta clase de obreros. El
desarrollo también proporciona los fondos necesarios para
reorientar aquellos sistemas de oferta de mano de obra y
producir obreros con la cualificación necesaria con el dinero
canalizado a través de salarios superiores. Al confiar bási
camente en el régimen de trabaj o asalariado para producir
nuevas ofertas de trabajo, el capitalismo necesariamente
mantiene las desigualdades sociales.
A pesar de su estructura inherentemente desigualitaria,
este proceso no produce ineludiblemente grandes tensiones
sociales siempre que todos los medios vayan mejorando y
siempre que exista alguna posibilidad de pasar de una capa a
otra y de un medio a otro. Los problemas solo aparecen cuan
do una depresión económica invierte el proceso (produciendo
salarios bajos, recortes de servicios y así sucesivamente), o
cuando el aplastante descubrimiento de la falta de movilidad
destruye el mito de que «todo el mundo tienen oportunidad si
trabaja lo bastante». Cuando grupos enteros se dan cuenta de
que no tienen ninguna oportunidad de mejorar su suerte, de
que un barrio bajo en el centro de la ciudad o un deteriorado
barrio proletario va a ser su hogar o el de sus hijos para toda la
vida, existe el potencial para una amplia protesta. U na protesta
semejante ocurrió en los años sesenta en las áreas negros de las
ciudades americanas. ¿ Por qué ?
1 10
tiende a cambiar, perdiendo importancia el capital variable y
adquiriéndola el capital constante. En términos de clase, esta
creciente importancia del capital constante crea nuevas opor
tunidades de empleo en el sector servicios (en la organización,
administración, supervisión y ventas), pero produce un des
censo en la demanda relativa del trabajo industrial y especial
mente de obreros de la producción.21 Desde la Segunda Guerra
Mundial los recursos del medio han mejorado sumamente en
barrios de trabajadores del sector servicios e incluso en algu
nos del secundario para poder satisfacer la demanda requerida
de trabajo más educado y más «culturalizado». Las áreas ru
rales más pobres y los barrios bajos del centro de las ciudades
han sido descuidados debido a la falta de demanda de este tipo
de mano de obra. Por tanto, los salarios están por debajo del
nivel de subsistencia actual y no dejan ningún excedente para
invertir en la mejora del medio local. Desde luego, el sector de
servicios y las industrias marginales continúan necesitando de
mano de obra no cualificada, pero la mecanización ha elimi
nado los incentivos para elevar la cualificación de esta mano
de obra para prepararla para entrar en la economía industrial
normal. La reproducción de la mano de obra no cualificada
solo necesita de un medio que pueda mantener meramente
la vida inculcando la mínima cualificación e inyectando una
fuerte dosis de ética del trabajo. Así, las zonas de clases más
bajas se ven privadas del dinero necesario para poder llegar a
los altos niveles de salud, educación y cualificación que tienen
las zonas de la clase media. Son reservas internas para el ejér
cito de reserva de los empleados precariamente: son áreas que
2 1 . Entre 1 950 y 1 973 el número de empleos del sector servicios en los Estados
Unidos aumentó de 22,4 a 39,9 millones, mientra que el número de empleos indus
triales solo aumentó de 23,3 a 29,4 millones, y el número de obreros fabriles varió
de 1 2, 1 a 1 4,2 millones.
111
periódicamente estallan con violencia y que pueden constituir
la base geográfica de una revolución.
1 12
medio.22 Un debate entre todos los que proponen estos mode
los espaciales alternativos ayudaría a crear ideas convincentes
a propósito del control popular sobre el medio, el trabajo y
la vida. Las personas se desenvuelven en respuesta al medio
y aquellos que somos de izquierdas creemos que los actua
les medios impiden un desarrollo humano pleno. Podemos
ayudar de la mejor manera a hacer realidad nuestra visión del
«hombre total» ideando modelos de medios que sean iguali
tarios y liberadores; igualitarios en tanto que proporcionen
la base para una igualdad inherente, y liberadores, al permitir
también el desarrollo pleno de cada individuo como persona
única. Nos enfrentamos pues, con una tarea casi abrumadora;
no obstante, la geografía de la igualdad futura exige nuestra
dedicación.
22. Las primeras versiones completas de este modelo fueron desarrolladas por
P.J . Proudhon y el geógrafo-anarquista Peter Kropotkin. Para una introducción
al anarquismo ver Daniel Guérin ( 1 970), Anarchism: From Theory to Practice.
Nueva York: Monthly Review Press [trad. cast.: El anarquismo. Buenos Aires:
P royección, 1 970]. Sobre el tema hay dos versiones recientes en Murray Bookchin
(ed.) ( 1 97 1 ), Post-Scarcity Anarchism. Londres: Wildwood House; y Colin Ward
(1 974), Anarchy in Action. Nueva York: Harper and Row. Como prueba empírica
de que una economía anarquista descentralizada puede funcionar realmente véase
Sam Dolgoff ( 1 974), The Anarchist Collectives: Workers Self-Management in the
Spanish Revolution 1 936-1939. Nueva York: Free Life Editions.
1 13
Los OIÚGENES SOCIALES DEL DETERMINISMO
AMBIENTAL"'
Richard Peet
1 14
gente tiene la responsabilidad final de asegurar la reproducción
social misma, y es en el interés material inmediato de incluso
la crítica más feroz del orden social existente que la economía
funciona efectivamente. De modo que hay un interés general,
casi un consenso, en la construcción de una ideología general,
una comprensión estructurada del mundo, en apoyo del modo
actual de conducir la vida social. Ello se extiende a fondo en el
mundo científico donde se generan ideas que simultáneamente
explican y legitiman el curso de los hechos sociales. La filosofía
social se realiza como teoría de la legitimación.
Por legitimación no quiero decir ante todo la producción
deliberada de propaganda por parte de una intelligentsia mer
cenaria. Los intelectuales necesitan más que pensamiento para
vivir. Como todo el mundo, deben intercambiar su producción
-ideas- dentro de la división de trabajo y las relaciones de
producción existentes. Su integración económica sostiene un
acuerdo fundamental con el orden social existente. Inmersos
en su economía y su cultura, los intelectuales propagan los
objetivos de la sociedad que los rodea como los suyos propios
incluso si están buscando una «verdad neutral». La teoría pro
tege la base material de su existencia.
Las consecuencias de ello para la ciencia son considera
bles. La sociedad estructura la dirección que la teoría toma
planteando grandes temas de un modo determinado. Si la
teoría empieza a adoptar una posición demasiado crítica con
la sociedad, se toman medidas contra los teóricos culpables.
La necesidad de ser funcional social y políticamente lleva la
investigación en direcciones productivas de ideología pero no
necesariamente productivas de principios científicos. El en
tendimiento científico puede ser obstaculizado si supone una
amenaza al orden social existente.
Este artículo presenta un estudio de caso de la conversión
de la ciencia en una ideología de legitimación. El determinismo
115
ambiental fue la entrada de la geografía a la ciencia moderna.
El determinismo intentó explicar los sucesos imperialistas del
capitalismo de finales de siglo XIX y principios del XX de un
modo científico. Sin embargo, para tener una posición pro
minente en la reproducción masiva de las ideas, la geografía
tuvo también que legitimar la competencia intersocietal y la
conquista de unas sociedades por otras. La disciplina tomó
prestado de la biología evolucionista, la principal ciencia del
momento, la formulación de sus principios básicos recurrien
do al uso de la analogía orgánica. Esta analogía se demostró
incapaz de captar las características esenciales y diferenciado
ras que son específicas de la sociedad humana. Por tanto llevó
la geografía en una dirección científicamente improductiva.
No obstante, continuó siendo utilizada gracias a su función
legitimadora, es decir, permitiendo que el imperialismo fuera
legitimado como una fase necesaria en la evolución hacia un
nivel superior de existencia.
«La supervivencia de los mejor adaptados fue utilizada en
el pasado mayormente en apoyo a la competencia en casa; hoy
se utiliza en apoyo de la expansión afuera» (Hofstadter, 1 955:
203 ). Las lagunas de esta «ciencia» fueron cubiertas por la re
tención de ideas religiosas y místicas (precientíficas), especial
mente en las áreas de la conciencia humana y las intenciones
humanas. El fracaso científico sucedió en el momento de su
emergencia moderna. Ello ha tenido drásticas consecuencias
para a trayectoria subsecuente de la disciplina de la geografía.
Este artículo examina solo ciertos elementos e individuos
de este proceso histórico general. La «sociedad» se simplifi
có en dos tipos de contexto para el desarrollo de la geografía
moderna: los procesos sociopolíticos concretos que deman
daban racionalización científica y las ideas científicas más
generales que respondían tanto a este proceso social como
inmediatamente impactaban en la geografía. En términos de
1 16
esta preferencia por el historiador intelectual -el gran indivi
duo- el artículo se centra en Lamarck y Darwin, creadores de
la biología evolucionista, en Spencer como filósofo general del
darwinismo social, y en Ratzel y Semple, como proponentes
claros de las ideas spencerianas en geografía. Sostendré que el
determinismo ambiental fue la contribución de la geografía a la
ideología del darwinismo social, proporcionando una explica
ción naturalizada de qué sociedades fueron las más fuertes en
la lucha imperial por el dominio del mundo.
El contexto socio-político
1 17
En las tres últimas décadas del siglo XIX, el capitalismo entró
en un período de crisis marcado por las recesiones económicas
de 1 873- 1 878, 1 884 y 1 893- 1 896. Se produjo un cambio en la
forma de la sociedad, desde la competencia en la juventud del
capitalismo al monopolio en sus años de madurez (Sweezy,
1 968; Baran y Sweezy, 1 966). Este significativo cambio en las
formas sociales conllevó cambios radicales en la expresión espa
cial de la sociedad. La estructura espacial del capitalismo cambió
hacia una mayor aglomeración en el centro y a una periferia más
amplia y más estrechamente controlada (Harvey, 1 975; 1 982). El
imperialismo y el colonialismo fueron las relaciones exteriores
necesarias para un capitalismo monopolista (Lenin, 1 975).
Durante el largo siglo XIX, los europeos aumentaron el
control del espacio del mundo de un 35% en 1 800 a un 85%
en 1 9 1 4 (Fieldhouse, 1 973 : 3). El período de 1 870 en adelante
vio una lucha particularmente dura por la conquista de los
espacios exteriores finalizando en un control euro-americano
sobre casi todas las sociedades no europeas. Ello conllevó la
eliminación de grupos humanos enteros precapitalistas (los
aborígenes de Tasmania), la destrucción de las civilizaciones
antiguas (China) y el dominio de los destinos de continentes
colonizados enteros (África). Estos dramáticos sucesos pedían
una explicación. Era necesario justificar lo que a menudo no
eran sino acciones humanas inexcusables.
La intensificación de la experiencia europea del mundo no
europeo se desarrolló en un contexto de un aplastante sentido
del poder:
118
arrogancia cultural incuestionada que creció sin cesar hasta
bien entrado el siglo XX (Curtin, 1 972: xv).
El contexto intelectual
1 19
esencia de su contenido y en el tiempo de cambio. Aunque al
gunas ideas (técnicas) dirijan la producción, las formas sociales
más generales de conocimiento teórico tienden a rezagarse: el
grueso de la gente interpreta en términos de ayer. Ciertamente,
es este movimiento diferencial de la física, la biología, la eco
nomía, la sociología y la geografía en el siglo XIX lo que cons
tituye el tema de este artículo.
No obstante, hubo un período específico en el que la
mistificación feudal del mundo dejó paso finalmente a su me
dición positivista. El positivismo se había desarrollado como
la «lógica en uso» desde los inicios del capitalismo en el siglo
XVII. Su ascenso a hegemonía metodológica, sin embargo, solo
se alcanzó con Darwin, cuando el evolucionismo positivista
se mostró más productivo que el creacionismo sobre las vi
siones más fundamentales de los orígenes y evolución del ser
humano (Gillespie, 1 979). La explicación de Wittfogel ( 1 929)
sobre el paso a una interpretación material, positivista, es ilus
trativa. Argumenta que los primeros modelos mecanicistas de
la revolución industrial negaban el libre albedrío al mismo
tiempo que el materialismo eliminaba a Dios como la fuerza
motriz de la historia. Solo «la naturaleza» se mantuvo como
un determinante general de los sucesos. Lo que Wittfogel
llama «materialismo geográfico» devino así una base filosó
fica importante para la nueva ciencia burguesa. Montesquieu,
Herder, Hegel, e incluso Ritter confiaban al menos en parte en
las diferencias ambientales para explicar el desarrollo históri
co regional. Sin embargo, continúa Wittfogel, los elementos
idealistas (religiosos) permanecieron en el materialismo geo
gráfico, especialmente en las teorías formuladas en Alemania,
donde los fuertes elementos feudales (clase, Estado, ideología)
persistieron largamente durante el siglo XIX. Las limitaciones
metodológicas también preservaron misticismos naturales de
tipos diversos en el nuevo análisis. Las fuerzas· puramente ma-
120
teriales de la naturaleza asumieron la forma ideológica de una
naturaleza activa, causal.
Quisiera poner el acento en que la desviación desde la
ciencia a la religión y al misticismo natural ocurrió en un con
texto de una función de legitimación de la explicación en una
sociedad clasista. La burguesía tenía que descubrir el mundo y
simultáneamente ocultar su explotación. La ciencia adoptó su
apariencia mística cuando la Conciencia o el Propósito entra
ron en el escenario de la historia. Como ello sucedió a menudo
durante la fase imperial, la tendencia a la desviación mística fue
particularmente clara en el desarrollo científico de la época.
En los próximos apartados seguiré el curso de este movimien
to desde la biología evolucionista, la disciplina puntera de la
nueva ciencia positivista (y por ello la principal fuente tanto
de explicación como de legitimación), a través del darwinismo
social, la principal ideología socio-explicativa del capitalismo
victoriano, a la geografía tal como emergió con atuendo mo
derno en forma de determinismo ambiental.
La biología evolucionista
121
orgánica a hacerse crecientemente compleja; el ser humano era
la realización más alta del «poder de la vida» (Barthelemy
Madaule, 1 982). Los dos aspectos teóricos se cruzaron en la
estructura explicativa de la evolución de Lamarck:
1 22
asumir que existían causas primarias que no se pueden cono
cer}.2 Pero en Darwin el sentido de una desarrollo preordenado
era mucho menos claro. Para él, la cuestión científica principal
a tratar no residía en los orígenes sino en los procesos, no de
dónde procedía la variación orgánica sino en cómo se producía.
Su teoría evolucionista se centraba en los mecanismos naturales
a través de los cuales las variaciones aleatorias se mostraban be
neficiosas en una lucha malthusiana por la existencia:
1 23
¿ Cómo pudo Darwin llegar a una teoría que posteriormen
te la genética demostró más científicamente que era correcta?
¿ Recurrimos al mito del pensador genial? ¿ O debemos argu
mentar aunque sea de modo poco concluyente que la teoría de
Lamarck se gestó en Francia durante el calvario de su revolución
burguesa mientras que la de Darwin representaba las realizacio
nes científicas e industriales de una sociedad burguesa madura
en la Inglaterra de mediados del siglo XIX ? Darwin pudo basarse
en una tradición biológica y geológica más larga, más desarrolla
da y más demostrada empíricamente que Lamarck. Quizá aún
más importante, Darwin (s.f.: 1 3 ) se basó en la economía clásica
que se había desarrollado para entender la revolución capitalista
de la producción; describió la lucha por la existencia, la fuerza
motriz de la selección natural como «la doctrina de Malthus
aplicada a todo el reino animal y vegetal». La teoría de Darwin
resonaba con temas que habían sido convertidos en lugares
comunes por el ascenso a la hegemonía del modo capitalista de
producción con «sus guerras internacionales, sus luchas políti
cas intestinas y la guerra de clase, su desinhibida competencia
económica y su rápido camino hacia el cambio científico y tec
nológico». (Harris, 1 968: 1 05).
El capitalismo en su fase competitiva más agresiva propor
cionó el modelo social para un nuevo modo de interpretación
natural. A cambio, la ciencia natural proporcionó la legitima
ción para mantener la vida social de forma encarnizadamente
competitiva.
Incluso antes de que la teoría de Darwin apareciera publi
cada, Herbert Spencer estaba utilizando principios biológicos
como base para una nueva interpretación sociológica. Pero
como señala Hofstadter (1 995: 4), después de 1 859:
1 24
desarrollo; impulsó a los hombres a intentar explotar sus
hallazgos y métodos para la comprensión de la sociedad a
través de las ideas del desarrollo evolucionista y las analo
gías orgánicas.
125
científicos de la evolución de los organismos concebidos por
Lamarck y Darwin al desarrollo del «organismo social». El
objetivo filosófico era demostrar científicamente que un con
junto de principios comunes se aplicaba al universo entero.
Esta ciencia de la totalidad se contraponía a la religión como
una clase (superior) de comprensión (materialista) (Spencer,
1 864).6
Para Spencer, todos los objetos podían ser interpretados en
términos de una interacción puramente física entre las fuerzas
internas y las externas. Las especies o la sociedad cambiaban
«bajo las influencias combinadas de su naturaleza intrínseca
y las acciones del entorno, inorgánicas y orgánicas» (Spencer,
1 882: 9). Los factores de la evolución eran ( 1 ) originales, los
cuales se dividían en extrínsecos (por ejemplo, el clima, las
cualidades de la superficie) e intrínsecos (el carácter físico e in
telectual), y (2) secundarios o derivados -un conjunto de fac
tores que ponía en juego la misma evolución social, tales como
las modificaciones del entorno, el tamaño y densidad del con
junto social y las reacciones entre sociedades. La ciencia de las
interacciones de Spencer sistematizaba el trabajo especulativo
anterior de los materialistas geográficos sobre los efectos del
medio en la sociedad humana. Por ejemplo, los muy discutidos
efectos del clima quedaron especificados como grados de ra
diación solar, cela fuente de esas fuerzas a través de las cuales la
vida . . . tiene lugar . . . la fuente de las fuerzas visibles en la vida
humana y por tanto en la vida social» (Spencer, 1 882: 21 ).
1 26
La contribución teórica concreta de Spencer reside en su
di stinción entre evolución orgánica, crecimiento, madurez
y declive de un organismo individual en respuesta a las in
teracciones externas, y a la evolución superorgánica, «todos
aq uellos procesos y productos que implican las acciones
coordinadas de muchos individuos -acciones coordinadas
que pueden alcanzar resultados que exceden en extensión y
complejidad aquellos alcanzables por acciones individuales»
(Spencer, 1 882: 4). Este segundo orden de evolución, más ele
vado y particularmente caracterizado por la cooperación y la
división del trabajo, se encontraba entre los animales sociales
pero alcanzaba una extensión, importancia y grado de compli
cación en la sociedad humana que convertía todos los logros
anteriores en relativamente insignificantes.
No obstante, tras reconocer esta diferencia fundamental
entre la evolución orgánica y la superorgánica e incluso des
pués de añadir que los humanos conservan una independencia
física y mental del conjunto/ Spencer procedió a derivar los
principios de lo superorgánico y lo sociológico por analogía
con lo orgánico y lo biológico.8 Señaló que ambos experimen
taban un crecimiento continuo, mostrando necesariamente un
incremento en su estructura (especialización y diferenciación)
127
al evolucionar. El aumento en el tamaño de una sociedad era
así acompañado por un incremento de la heterogeneidad y
por el crecimiento de órganos sociales -para la producción
(el sistema industrial), defensa exterior (gobierno-ejército) e
intercambio (el sistema distributivo). Este desarrollo, como la
evolución orgánica de la teoría de Darwin, era inducido por la
presión de la población sobre el medio. Los medios ricos per
mitían que el tamaño, la densidad y la heterogeneidad se logra
ran más fácilmente y, por tanto, se alcanzara la civilización.
Me concentro aquí en los aspectos ambientales del argu
mento de Spencer. Las partes funcionales del organismo social
surgen por la misma razón y en el mismo orden que las partes
de cualquier otro organismo. Todos los organismos viven por
apropiación de la materia de la tierra. El sistema industrial
desempeña así el mismo papel en el sustento social que el tubo
digestivo en el cuerpo humano, y son leyes comunes las que
dan cuenta de ello:
128
orgánica o inorgánica, en los productos locales que esas
partes tienen que manejar. (Spencer, 1 882: 523)
1 29
petitiva por la supervivencia entre organismos individuales,
el sistema regulador de un conjunto político evolucionaba a
través de guerras entre organismos sociales. Este proceso que
daba dificultado, en el caso del organismo social, por la falta
de cooperación entre grupos dispersos que ocupaban territo
rios yermos y estaba reforzado por la fecundidad natural y la
densidad de población. La riqueza ambiental condicionaba así
el poder combativo de ciertos organismos sociales en la lucha
por la existencia. Llamaré a eso «la teoría de la intensidad» de
Spencer.
En el sistema de Spencer, las sociedades estaban dispues
tas en orden jerárquico según su grado de integración (por
ejemplo, simple, compuesto) y su nivel de heterogeneidad.
Estaban clasificadas según el sistema que fuera dominante
-el industrial o el militar. Cada sociedad era modificada por
factores condicionantes, incluyendo el hábitat local y el medio
intersocietal. La metamorfosis social era el resultado de la va
riaciones en las fuerzas relativas de los dos principales sistemas
de órganos en respuesta al cambio ambiental. No obstante,
cuando el organismo social se aproximaba a su estado comple
to, su modificabilidad se atrofiaba y se iniciaba su lento decli
ve. Las viejas sociedades desaparecieron o fueron absorvidas al
ser incapaces de competir con las más jóvenes, más dinámicas
y más agresivas. La supervivencia del más adaptado cedió el
paso finalmente a una sociedad muy desarrollada en la que un
poderoso sistema industrial era utilizado no para la agresión
belicosa sino para «actividades superiores». Esta utopía estaría
caracterizada por cambiar la creencia de que la vida es para
trabajar por la de que el trabajo es para vivir (Spencer, 1 882:
596).9
1 30
De este modo, la teoría de Spencer elaboraba y volvía cien
tíficas las antiguas creencias sobre la influencia de la naturaleza
en la sociedad utilizando los principios de la biología evolu
cionista de Darwin y especialmente de Lamarck. Este prés
tamo de la biología permitió la emergencia de una sofisticada
ciencia de relaciones ambientales. Sin embargo, esta analogía
entre la evolución orgánica y la superorgánica, estaba cargada
de problemas y la discusión subsiguiente estuvo totalmente
sesgada en una dirección naturalista. Spencer ( 1 882: 6 1 4) pudo
argumentar que la analogía orgánica era un mero andamio teó
rico para permitir la construcción de un cuerpo coherente de
inducciones sociológicas. Cuando el andamio fuera retirado,
argumentaba, las inducciones quedarían en pie por sí mismas,
como partes de leyes universales comunes a toda la existencia
y teorizables a través de la ciencia deductiva. Pero más que un
mero andamio, para Spencer los principios biológicos fueron
los fundamentos de la ciencia de la sociedad. Los problemas
inherentes a la interpretación biológica -la falta de distin
ción entre los procesos humanos y otros procesos orgánicos
de evolución- formaban parte de las teorías disciplinares
concretas que el darwinismo social contribuyó a generar. Ello
fue especialmente evidente en la nueva ciencia alemana de la
antropogeografía.
Antropogeografía
131
entre el medio y los humanos, el dualismo entre los fenómenos
naturales y los humanos (Stoddart, 1 967: 1 59). Para Campbell y
Livingstone ( 1 983), el resurgimiento selectivo de las doctrinas
lamarckianas (neolamarckismo) tuvo una influencia particular
mente importante en el patrón determinista del primer pensa
miento moderno angloamericano. Livingstone ( 1 984: 1 7) agu
damente añade que el neolamarckismo permitió la permanencia
de los conceptos religiosos de designio holístico y propósito te
leológico, facilitando la «transición del designio providencialista
a la ley natural como fuente de legitimación social».
La cuestión contextual
1 32
Primera Guerra Mundial proporciona diversos temas impor
tantes para el análisis geográfico: los orígenes ambientales de
la superioridad de ciertas civilizaciones, las bases locacionales
y de recursos del poder de los imperios, la historia espacial de
la expansión imperialista. Así, Hudson ( 1 977: 12) argumenta
de forma convincente que el ascenso de la geografía moderna,
de modo casi simultáneo en Europa occidental, los Estados
Unidos y Japón, tuvo como objetivo primordial «servir a los
intereses del imperialismo en sus diversos aspectos incluyendo
la ganancia territorial, la explotación económica, el militaris
mo y la práctica de la dominación de raza y de clase.» Murphy
( 1 948) expone de modo similar que la derrota de Francia en
la guerra con Prusia y la necesidad de reestablecer la nación
como poder imperial mundial fueron los factores que moti
varon la repentina popularidad de la geografía francesa en los
años 1 870. Estos estudios contribuyen a explicar los temas de
intensa preocupación geográfica, los puntos urgentes que pe
dían explicación. En términos de aproximación a esos temas,
Harvey ( 1 98 1 : 9) afirma que las relaciones espaciales del ca
pitalismo imperialista se explicaron en términos de una teoría
«que rompiera con todas las conexiones directas con las reali
dades diarias de la circulación del capital y sus contradicciones
y la sustituyera por una teoría organicista del Estado (atrapada
en la lucha por la supervivencia, necesidad de Lebensraum,
etc.) y las doctrinas relacionadas del destino manifiesto, la car
ga del hombre blanco, la superidad de raza y similares». Del
mismo modo Kearns ( 1 984: 26) sostiene que el pensamiento
evolucionista procuró credibilidad intelectual al debate públi
co sobre lo que eran cuestiones esencialmente espaciales en las
teorías de intelectuales destacados como Turner y Mackinder.
Además, yo argumentaría que una teoría social (en oposición a
una sociobiológica) podría haber planteado cuestiones críticas
sobre la necesidad sistémica del conflicto entre sociedades, la
1 33
división social de los beneficios derivados del control sobre
otras sociedades, los costes sociales del conflicto imperial, y así
sucesivamente. El darwinismo social y el lamarckismo social
pueden haber tenido defensores liberales pero las versiones
dominantes de ambos aceptaban el imperialismo como un es
tadio natural en la evolución de la sociedad, necesario para el
establecimiento de la civilización (europea) en el mundo. Las
raíces biológicas de la geografía le permitieron servir como un
componente muy significativo de la teoría de la legitimación
en el moderno naturalismo del período post-Darwin, cuando
la ciencia más que la religión legitimaba las acciones socia
les. El cumplimiento de esta función ideológica junto con la
provisión de capacidades prácticas (como la exploración, la
realización de inventarios, los mapas y el trazado de fronte
ras) hicieron de la geografía una ciencia moderna, reproducida
masivamente.
El papel de Ratzel
1 34
contemporánea». Este préstamo de la biología no aparece
seriamente contradecido. Más discutible es el aspecto político
del trabajo de Ratzel. Dickenson ( 1 969: 64, 7 1 ), que califica a
Ratzel como «la mayor contribución individual al desarrollo
de una geografía del hombre», también afirma que su «término
Lebensraum, pese a su distorsión por parte de los nazis, es uno
de los conceptos más originales y fructíferos de la geografía
moderna». Fuera de la disciplina, diversos autores se han refe
rido más críticamente a los frutos de la originalidad teórica de
Ratzel. Mattern ( 1 942: 62) afirma que la influencia de las con
tribuciones de Ratzel fue «una racionalización que reforzaba
y acogía positivamente la historia expansionista de los poderes
mundiales . . . y . . . de la incursión inminente de Alemania en
esa dirección». A propósito de la Primera Guerra Mundial,
Strausz-Hupé ( 1 942: 32-33) advierte que las teorías de Ratzel
«contribuyeron a la lista de objetivos de guerra alemanes, uno
de los cuales sobresalió con más claridad a medida que los otros
palidecían: 'Lebensraum '». Una valoración completa de la con
trovertida contribución de Ratzel a la ciencia geográfica está di
ficultada por la extraña ausencia de un estudio completo y serio
en inglés de esta gran figura (con la excepción de Hunter, 1 983).
Podemos, no obstante, valorar las ideas de Ratzel considerando
sus visiones sobre el Estado, las cuales han sido extensamente
examinadas en el mundo de habla inglesa.1 1
Geopolítica
135
a las leyes que gobernaban la evolución de todos los organis
mos. Así, un grupo de personas vivía en un trozo de territorio
y obtenía su sustento de él. Cada cuerpo social estaba en un
estado de perpetuo movimiento interno que causaba movi
mientos masivos líquidos en el espacio en la búsqueda de le
bensraum (espacio vital). La gente también estaba unida unos
con otros por lazos espirituales y a la tierra. Lo que Ratzel lla
mó el «motivo espacial» (raum motiv), una tendencia hacia la
expansión que dependía de la cohesión natural-mística entre el
estado y el suelo, era la causa principal del desarrollo histórico.
« La expansion geográfica, incluso la política, tienen todas las
características distintivas de un cuerpo en movimiento que se
expande y contrae alternativamente en regresión y progresión»
(Dorpalen, 1 942: 69). Los estados solo podían crecer con, y a
través, de la consecución de Kultur, una característica basada
en el crecimiento de la población y la densidad (cf. Spencer) y
que él reservaba solo para los europeos (con la única excepción
de China). El crecimiento de estados poderosos se producía
por la fusión de pequeños estados en unos mayores, sirviendo
la frontera como el órgano periférico del Estado; la dirección
de la expansión tendiría a las regiones de mayor valor. Los
estados primitivos recibían el impulso para el crecimiento a
partir de influencias que emanaban de los estados mayores que
ya poseían Kultur. De aquí la tendencia de que el crecimiento
de los organismos fuera transmitido de Estado a Estado, cre
ciendo el ansia por crecer en cada transmisión.
Wittfogel ( 1 929) argumenta que el error fundamental de
Ratzel fue poner el Estado y la tierra en relación directa sin de
sarrollar las mediaciones económicas que las unen. El lenguaj e
de Ratzel, siempre claro y racional, toma un tono místico en lo
que al Estado se refiere. Dorpalen ( 1 942: 50) afirma que Ratzel
era consciente de los defectos de su analogía orgánica; al igual
que Spencer, se vio forzado a admitir que los individuos huma-
1 36
no s conservaban su independencia del conjunto sociopolítico.
Pero el alemán Ratzel reaccionaba a esta discrepancia de ma
nera diferente que el filósofo materialista inglés Spencer, que
simplemente ignoró sus implicaciones. Con Ratzel, el Estado
deviene un «organismo moral y espiritual» sujeto al análisis
místico más que a un análisis científico-materialista.12 Ratzel
eludió esta inconsistencia en su sistema científico. Dorpalen
sostiene que ello fue debido a que su teoría proporcionaba una
justificación útil para las exigencias políticas del momento:
137
de su estudiante Kj ellen y del hij o de su amigo Haushofer para
proporcionar importantes elementos místicos y «científicos»
al Mein Kampf de Hitler ( 1 943, especialmente caps. I - 1 1 y II-
2, 4). 13 Es importante que los geógrafos conozcan este período
reprimido de la infancia de su ciencia, que ha dejado su marca
en el carácter actual de la disciplina.
Los problemas de la analogía orgánica que primero encon
tró Spencer maduraron en Ratzel, y llegaron a su punto cul
minante en el trabajo de la que merecidamente ha sido la más
famosa determinista ambiental, Ellen Churchill Semple.
1 3. Sería erróneo atribuir los excesos organicistas y racistas a una única escuela
aberrante alemana de geografía. En momento tan tardío como 1 93 1 Mackinder aún
encontró quien le publicara su afirmación de que «en la llanura inglesa tenemos
una típica región natural. . . En esta región natural tenemos la sangre inglesa, un
fluido, el mismo a lo largo de lo siglos, cedido ahora a los 40 millones de cuerpos
de la actual generación. John Bull, en su aislamiento, es el ejemplar de la miriada de
sangre y savia separada, siendo cada flujo la esencia de la variedad local de especies
de animales y plantas• (Mackinder, 1 93 1 : 326).
14. Semple era solo la más eficaz de un prominente grupo de deterministas
ambientales en Estados Unidos en el cambio de siglo. El otro determinista desca
tacado, William Morris Davis, halló que •una relación entre un elemento de con
trol inorgánico y uno de repuesta orgánico» expresada en términos de «relación
explicativa o causal• era el •principio unificador más definitivo, si no el único, que
puede darse en geografía,. (Davis, 1 954: 8).
138
t rabajo teórico, Infl.uences of Geographic Environment (191 1 }
tu vo u n dilatado y extenso uso en la educación geográfica
(Wright, 1 966). Podemos asegurar sin riesgo a equivocarnos
que tuvo un efecto significativo en la trayectoria del pensa
miento geográfico norteamericano pero, a diferencia de mu
chos de sus admiradores, no podemos asumir que su influencia
se debiera únicamente a su brillantez personal. Al contrario,
sostendría que estaba en contacto con algunas convincentes
ideas y que sus teorías sirvieron significativamente a intereses
sociopolíticos.
Alcance metodológico
1 39
definiendo la geografía como «la investigación científica de las
condiciones físicas de los hechos históricos» (Semple, 1 9 1 1 :
1 0) -¡ exactamente esa «conexión vivificante entre la tierra y
la gente» en la que Spencer había tan profundamente influi
do ! 15 En la práctica, a diferencia de sus intenciones, solo pudo
modificar la influencia de Spencer en la antropogeografía. Para
ello se basó en la filosofía social más avanzada de finales del
siglo XIX, especialmente la existente en su país.
Naturalismo evolucionista
1 40
social era conceptualizada como una serie de estadios, con
características raciales de base ambiental que determinaban el
estadio alcanzado por una sociedad.
14 1
por muchos científicos sociales norteamericanos hasta bien
entrado el siglo XX. Ha quedado en las explicaciones popula
res de la supuesta superioridad e inferioridad nacional y de las
similitudes entre padres e hijos.
El «enfoque psíquico» del neolamarckismo se desarrolló
en parte como alternativa a la sociobiología de Spencer. 16 No
obstante, retuvo su confusión entre los reinos biológico y so
ciocultural. Hacia fines de siglo, se inició un intento de sepa
rarlos con el primer desarrollo de la sociología pragmática de
Ward { 1 893; 1 898), Ross { 1 905), y otros. 17 El neolamarckismo
incluía, de modo similar, la noción de que el conocimiento se
acumulaba a través de mecanismos de transmisión puramente
socioculturales, como el lenguaje. Esta línea de pensamiento
finalmente llevaría a un énfasis no biológico en la interacción
social en sociología y al concepto de cultura en antropología.
Semple, sin embargo, llegó en un estadio temprano, quedán
dose primordialmente con la versión racial-biológica del neo
lamarckismo.
Por tanto, Semple se basó en la ciencia social conven
cional más avanzada de su tiempo para su reelaboración de
Ratzel. Pero ello no era más que un neolamarckismo, a su vez
profundamente influido por Spencer. Spencer era el defensor
más prestigioso de Lamarck a finales de siglo XIX {Stocking,
1 968: 240). Spencer mismo había examinado ( 1 883) las bases
1 6. Así, Ward ( 1 893: 243} sostiene que la ciencia social existente {spenceriana)
se equivocó en «prácticamente ignorar la existencia de una facultad racional en el
hombre, mientras que sus acciones quedaban sujetas a leyes naturales, lo que las
complicaba tanto que ya no podían entrar en las simples fórmulas que era suficien
tes para el cálculo de los motivos meramente animales». Con ello puede verse la
contradicción inherente en la dicotomía de Spencer entre las psicologías objectiva
y la subjetiva (nota 7) cuando empezaron a madurar.
1 7. La rama de la sociología en la que se mantuvo más tiempo la analogía
biológica, la escuela de Chicago (Mathews, 1 977), tuvo una enorme influencia en
la geografía (urbana).
1 42
ambientales de las diferencias psicológicas humanas. Por tan
to era virtualmente imposible que Semple cumpliera su tarea
metodológica dentro del campo de una ciencia socialmente
aceptable. Stoddart ( 1 966: 694) lleva razón cuando concluye,
en referencia a las ideas spencerianas de Semple, que «sus es
critos están impregnados por ese pensamiento» . Sin embargo,
Stoddart no indaga más en por qué las ideas sociobiológicas
permanecieron tan fuertes o en por qué Semple persistió en
transmitir las ideas de Spencer en la geografía dominante, a
pesar de su intención personal contraria a ello. Estas preguntas
deben ser respondidas en términos del contexto sociopolítico
y la necesidad de legitimación. Para ello, habrá que trazar cual
era el carácter del capitalismo de los Estados Unidos en la últi
ma década del siglo XIX y la primera del XX, en las que Semple
produjo su influyente trabajo.
1 43
más sofisticadas de justificación teórica. La ideología religiosa
de legitimación de la primera parte del siglo, el «destino mani
fiesto» -la práctica idea de que la expansión había estado ya
prevista en el cielo sobre un área no muy bien definida (Merk,
1 963: 24)- ya no era suficiente en una era de ciencia burgue
sa. La ideología debía actualizarse para incluir ideas naturales
«científicas» sobre la evolución social y la expansión geográ
fica. Como señala Weinberg ( 1 935: 2), la expansión estaba le
gitimada por «dogmas metafísicos de una misión providencial
y 'leyes' cuasi-científicas de desarrollo nacional, concepciones
del derecho nacional e ideales de deber social, racionalizacio
nes legales y llamamientos a 'la ley más alta', propósitos de
extender la libertad, y designios de extender el absolutismo
benevolente».
El cierre de la frontera nacional en los años 1 890 estuvo
acompañada por un repentino surgimiento del interés de los
Estados Unidos por el territorio extracontinental de la cuen
ca del Pacífico, el Caribe, y América central (Merk, 1 963 :
23 1 ). Al mismo tiempo la atención del interés económico
pasó de la tierra, la preocupación central de un capitalismo
agrícola, a los mercados y a las materias primas importantes
para el capitalismo industrial de finales del siglo XIX. A pe
sar de que ello no eliminó la toma de posesiones coloniales
(Hawai, las Filipinas, Guam, Puerto Rico), proporcionó un
perfil predominantemente comercial (mercantilista) a la ver
sión estadounidense del imperialismo exterior. Tal como lo
señalaba un observador contemporáneo (Albert Beveridge)
utilizando la típica mezcla de análisis económico y místico,
«las fábricas americanas producen más de lo que la gente
americana puede usar; el suelo americano produce más que
lo que pueden consumir. El destino ha escrito nuestra polí
tica; el comercio del mundo debe ser y será nuestro» (Merk,
1 963: 232). La opinión política cambió a la velocidad de la luz
1 44
p ara encaj ar con esta realidad económica, desde el desdén por
el colonialismo y el imperialismo de los años 1 870 y 1 8 80, a
la popularidad masiva de conceptos imperialistas como «la
carga del hombre blanco» en los años 1 890 (Weinberg, 1 93 5 :
252-253; Weston, 1 972).
Los principales portavoces intelectuales del nuevo im
perialismo estadounidense fueron Frederick Jackson Turner,
J osiah Strong, Brooks Adams y Alfred Thayer Mahon; «los
escritos de esos hombres eran representativos de y en algu
nos puntos directamente influyentes en el pensamiento de los
políticos americanos que crearon el nuevo imperio» (Lafeber,
1 963 : 63). Semple era un miembro (menor) de ese grupo de
intelectuales que hablaban «no solo por ellos mismos sino
para las fuerzas que guiaban su sociedad» (Lafeber, 1 963 : 62).
Su contribución a la teoría de la legitimación se realizó a dos
niveles. En un nivel general, formuló las conexiones (lamarc
kianas) entre el medio, la raza y la sociedad, explicando así la
base natural de la superioridad nacional y la expansión. En un
nivel más inmediato, ella ejemplificó estos principios en el caso
de la expansión norteamericana del siglo XIX y evaluó «cien
tíficamente» las posibilidades para su continuación en el XX.
Examinemos con más detalle estas dos contribuciones.
145
Naturaleza era la variable oculta en la ecuación del desarrollo
humano (Semple, 1 9 1 1 : 2, 1 1 , 1 2). Su posición científica básica
era la siguiente:
1 46
Un tema constante en el discurso de Semple es la in
fluencia de la tierra en el movimiento y situación de grupos
de gente. Las migraciones eran el resultado del «crecimien
to natural de la población más allá del nivel de subsistencia
local» de Malthus, y de un «desarrollo del espíritu luchador
en el esfuerzo por asegurar una subsistencia más abundante»
de Spencer (Semple, 1 9 1 1 : 226). Por un lado, las migraciones
sometían los diferentes grupos raciales a las influencias de
medios diferentes (Lamarck). Por otro, servían como proce
so de selección, dejando solo a las razas mas enérgicas y más
adaptadas (Darwin). Los pueblos dominantes (ingleses, fran
ceses, rusos y chinos) asimilaban a los más débiles y ocupaban
amplios territorios. Aquí la función explicativa del geógrafo
era rastrear cada raza (por ejemplo, los «arios») a través de
los medios que habían ocupado, hasta sus mismos orígenes.
Un pueblo era el producto de un país que habitaba y aquellos
ocupados por sus antepasados que habían «dejado su marca
en la raza actual en forma de aptitudes heredadas y costum
bres tradicionales adquiridos en esos hábitats ancestrales re
motos» (Semple, 1 9 1 1 : 25 ). La suya era pues una contribución
ambientalista al neolamarckismo de su época, manteniendo el
acento en las «aptitudes raciales» (heredadas) pero empezan
do a poner el énfasis en las «costumbres tradicionales» (cultu
rales) como mecanismo de transmisión en la acumulación de
las características humanas.
Semple mantuvo la teoría de la intensidad de Spencer casi
intacta en su segundo tema: las relaciones entre el medio, la
sociedad y el Estado. Las condiciones geográficas influyeron
en el desarrollo económico y social a través de la calidad de los
recursos naturales disponibles, la productividad humaba, y las
posibilidades naturales para la industria y el comercio. Estos
factores fueron especialmente importantes para determinar el
tamaño de un grupo social que, cuando estaba limitado por
147
regiones espacialmente restringidas o pobres en recursos, que
daba también limitado en significado político.
¿ Cómo estaba constituida la sociedad en el discurso de
Semple ? El antropogeógrafo, decía, reconocía las variadas
fuerzas sociales, económicas y psicológicas que los sociólogos
veían como el cemento de la sociedad pero tenían algo más
fundamental que añadir. Para Semple era natural que la tem
prana filosofía de la historia se hubiera ya fijado en las bases
geográficas de los acontecimientos históricos.
148
to s de la sociedad. Así, fue la creciente densidad de población
en regiones ricas en recursos la que hizo necesario el Estado
p ara reducir las fricciones internas y asegurar la base territorial
contra enemigos externos (Semple, 1 9 1 1 : 65-66). Los estados
faltos de energía y de sentido de voluntad nacional para la
p rotección fueron forzados por las presiones malthusianas a
la deformidad social mientras que aquellos que se expandieron
pudieron utilizar el mundo entero para alimentar a su pueblo.
Como Spencer, Semple se las ingenió para encontrar de interés
general esta expansión.
1 49
discurso también llevaba implícito el misticismo natural que
ya estaba presente en la teoría geopolítica de Ratzel. Además
de «estimular», «promover» y «desarrollar» las cualidades
humanas, la naturaleza también «conspiraba» y «atraía» a
la gente hacia ciertos tipos de acciones. Como afirmó en su
pasaj e más citado:
1 50
n a . Semple entendía las influencias geográficas ej ercidas
so bre los humanos de una manera similar (lamarckiana) a
la de su acción sobre todos los seres: «Ciertas condiciones
g eog ráficas, más visiblemente las climáticas, ej ercen ciertos
estímulos a los que el hombre, al igual que los animales in
feriores, responde con una adaptación de su organismo a ese
m edio» (Semple, 1 9 1 1 : 22). Como buena neolamarckiana,
encontraba que los efectos psicológicos eran más variados
e importantes que los efectos físicos. De modo general, los
efectos psicológicos eran interpretados como las caracterís
ticas mentales, permanentes o duraderas, de las razas -lo
que ella normalmente llamaba diferencias en el «punto de
temperamento» de la gente. Su punto de vista metodológico
en lnfluences pronto olvidó esa relación, dejando el efecto
psicológico directo sobre el medio como un asunto de con
jetura. En la práctica, no obstante, a lo largo de su discurso
empírico, jugó un papel extremadamente importante, una
creencia en las «energías mentales » y los «temperamentos»
diferentes de los grupos étnicos y raciales. Como afirmó en
un momento dado:
151
Como Ratzel, Semple creía que los humanos habían na
cido en los trópicos pero se habían desarrollado en la zona
templada, donde la naturaleza les obligaba. Aquellas razas que
permanecieron en los trópicos, con pocas excepciones, sufrie
ron un desarrollo atrofiado («su vivero les mantuvo como ni
ños»), un efecto que ella extendía por lo menos a los europeos
que vivían en tierras cálidas y húmedas.
Más allá del «temperamento racial» derivado de la naturale
za, los efectos psíquicos incluían reflexiones sobre el medio en
«la religión del hombre y su literatura, en sus modos de pen
samiento y sus figuras retóricas» -es decir, en los contenidos
específicos de la cultura (Semple, 1 9 1 1 : 40). Para Semple, había
una relación directa entre el medio y la cultura; así, la mitología
de los polinesios era calificada de «eco» del océano que los ro
deaba, el infierno de los esquimales era un lugar de frío intenso,
el de los judíos un lugar de fuego eterno. Una versión más sofis
ticada, mediatizada, de los orígenes de la mitología llegó luego
en su Geography of the Mediterranean Region (1 933). Las reli
giones primitivas, señalaba, representan los primeros esfuerzos
del hombre no instruido por explicar el mundo externo. Había
mitologías que expresaban las condiciones naturales en la tierra
natal de la gente. Los dioses eran concebidos como representan
tes de las fuerzas de la naturaleza y la geografía proporcionaba la
arcilla con la que eran modeladas las deidades. Grupos de religio
nes con características comunes crecieron en regiones naturales
bien definidas como la cuenca mediterránea donde la frecuente
amenaza de sequía, la incapacidad de la gente para entenderla
en términos meteorológicos, y la desesperanza resultante ante la
fuerza abrumadora de la naturaleza, se confabularon para unir
lluvia y religión en la mentalidad antigua. Los principales dioses
bajo las condiciones climáticas del Mediterráneo se convirtieron
así en dioses con el poder de conceder o negar el agua para la vida
del cielo (Semple, 1 933: 495-5 1 1 ).
1 52
Los humanos eran sujetos pasivos ante esta influencia
ambi ental directa en las primeras fases de desarrollo. Cuando
deve nían más activos, las influencias indirectas que «moldea
ban su mente y su carácter por medio de su vida económica y
so cial» se convertían en más importantes. Pero como hemos
visto, la vida social tenía tan poca autonomía que su inter
m ediación raramente interrumpía la influencia directa de la
Naturaleza, y la falta de una dinámica social definida permitía
que la historia fuera interpretada en términos naturalistas. Este
defecto en el razonamiento de Semple derivaba de la continua
da influencia de la analogía orgánica. Cuando las limitaciones
de la analogía se hacían evidentes, el misticismo natural era
añadido poéticamente como compensación. Era necesario que
fuera así. La función de la teoría geográfica de la historia era
legitimar la expansión espacial de los poderes imperialistas do
minantes como predestinada naturalmente. Esta legitimación
era especialmente importante para Semple cuando el liderazgo
expansionista pasó a un poder en el nuevo mundo -unos
Estados Unidos jóvenes, agresivos y activos.
1 53
Unidos llevaron consigo «su mejor capital en los elementos
de civilización europea. Como exponentes de esta civilización,
representaban las fuerzas de la herencia» (Semple, 1 903: 337).
Una interacción adicional, pues, tenía lugar entre la raza y las
características especiales del lugar de América del Norte; «las
condiciones geográficas, en los efectos acumulativos de su ac
ción directa e indirecta, devenían factores tan fuertes que eran
determinantes incluso para la férrea energía de la raza anglo
sajona. Un pueblo menos vigoroso difícilmente habría podido
responder a las influencias educativas de este medio concreto
(Semple, 1 903: 226; véase también Semple, 1 90 1 ). Las diferen
cias en las condiciones geográficas rápidamente diferenciaban
los colonos del grupo inicial; Semple creía que había una co
nexión directa entre el clima, el suelo, la economía, y las ideas
sociales y políticas en Norteamérica. En particular, el estrecho
contacto con la naturaleza en la frontera hacía jóvenes a los
americanos, mientras que la sociedad inglesa se rehacía de una
forma puramente democrática:
1 54
g r áfico propicio habrían mantenido a los indios en el salvajis
mo o en los estadios inferiores del barbarismo. Con una escasa
p ob lación y una débil tenencia de la tierra, ello significaba
so lo un leve obstáculo para el avance de los angloamericanos.
Además, hacia el sur las razas latinas tenían una limitada capa
cidad para el liderazgo, y en el caso particular de México, los
españoles originales se habían debilitado por su absorción en
la población nativa. Semple concebía todo esto como la base
de una ciencia exacta de la expansión. Al describir el proceso
constante de colmatación de la frontera (a expensas de las ha
bitantes originales), ella estaba simplemente investigando «una
frontera más científica» . Hacia el oeste, el Pacífico era la única
«frontera absoluta»; hacia el sur el río Gila «representaba un
avance de una frontera acientífica a una científica» (Semple,
1 903: 235-236).
El único competidor peligroso en la lucha por el espacio
norteamericano, Gran Bretaña, estaba ocupado en otros luga
res, siendo su base canadiense demasiado periférica y el clima
septentrional demasiado severo para permitir la densa pobla
ción necesaria para la fuerza geopolítica. Nada podía evitar,
por tanto, la realización del «destino manifiesto» (derivado
de la naturaleza) del pueblo americano para ocupar el conti
nente de océano a océano (Semple, 1 903 : 224 ). La siguiente
cuestión para los señores de la lucha por el espacio era cómo
utilizar en el futuro su fuerza adquirida. El país miró hacia
el sur. Las islas del Caribe serían las siguientes en caer en el
dominio político; «esto es lo que podríamos llamar la ley de
gravedad político-geográfica» (Semple, 1 903 : 403). Semple
esperaba que el gran imán de la naturaleza finalmente arras
traría los fragmentos insulares hasta el poder del continente
y esperaba el día en que su localización en el «Mediterráneo
americano» sería explotada por los Estados Unidos al límite
de sus posibilidades.
1 55
El mismo tipo de geopolítica era de aplicación a la cuenca
del Pacífico la cual, sin embargo, sería explotada sobre la base
de las posiciones ya establecidas en el Atlántico. Semple ( 1 903 :
42 1 ) enunciaba el principio científico de que «aquellos países
que tuvieran un punto de apoyo en ambos océanos tenían
ventaja ; y su fuerza potencial estaría en proporción a la lon
gitud y proximidad de sus dos frentes oceánicos y la inventiva
de sus hinterlands respectivos». Ella evaluaba las desventajas
geográficas y raciales de los poderes en competencia - China
dominada por gente nómada, demasiado aislada y no vitaliza
da por el Atlántico; el Japón, falto de extensión y de población;
Canadá, aunque de sangre anglosajona, demasiado septentrio
nal. Señalaba las ventajas de las posesiones estadounidenses en
las Filipinas y Samoa. «La gravedad política» llevó a las islas
de Hawai a la dominación de los Estados Unidos, mientras
que una cadena de sucesos históricos «sobre todo geográficos
en sus causas, determinó que las Filipinas fueran el canal de la
influencia americana al este» (Semple, 1 903: 430, 433 ) . Su libro
terminaba con una nota de fervor nacionalista, alabando las
cualidades de la naturaleza en Norteamérica y las cualidades
raciales derivadas del entorno de la rama americana de los
anglosajones, en una ávida anticipación de la consecuencia de
preeminencia política de los Estados U nidos en el Pacífico, «el
océano del futuro».
Los escritos de Semple tuvieron un atractivo inmediato
para las fuerzas sociales dominantes de su tiempo; como afirma
Colby ( 1 933: 233), American History fue «ampliamente leído y
debatido». Ella explicaba la superioridad nacional en los nuevos
términos de la «ciencia» natural, concretamente al proporcionar
una versión ambiental del «racismo científico». Proporciona
una nueva versión del destino manifiesto al atribuir la expansión
estadounidense a la predestinación natural: «El liderazgo de los
Estados Unidos en la enunciación de la Doctrina Monroe tiene
1 56
su base última en las condiciones geográficas» (Semple, 1 903:
237). 18 Ella excusaba las acciones sangrientas que conllevaba la
exp ansión como la difusión de un orden más alto de civilización
y e l establecimiento de una «vanguardia científica». Ocultaba
la naturaleza de clase del capitalismo estadounidense bajo una
ap ariencia de avanzadilla democrática. Si Turner y Mahon no
hubieran hablado ya mucho de ello, Semple habría sido la en
vez de una ideóloga del primer período imperialista de los
Estados Unidos. Tal como fue, ella orientó la geografía norte
americana hacia una dirección ambientalista/evolucionista. Pero
antes de entrar en ello, debemos detenernos a criticar con ma
yor detalle toda la posición intelectual y política adoptada por
Spencer, Ratzel, Sernple y la geografía determinista ambiental de
principios del siglo XX.
1 57
Aparte de ciertos aspectos de la crítica de Febvre ( 1 925) al deter
minismo ambiental,19 la geografía estaba al margen de esta alter
nativa, pese a que una versión bastante completa estaba disponi
ble en la brillante exposición de Wittfogel ( 1 929).20 La geografía,
por tanto, ha tenido una tendencia continuadá a infravalorar o
malentender la sociedad que intercede entre la naturaleza y lo
humano. Y eso que el efecto de la naturaleza en los humanos
está siempre mediado por la sociedad: los efectos naturales va
rían con el nivel y la forma de organización social. Además,' el
contexto natural está modelado por la actividad social: los hu
manos están crecientemente condicionados por lo que, colectiva
e históricamente, han hecho de la naturaleza -es decir, por una
«segunda naturaleza»; Una explicación de las relaciones entre el
mundo natural y la vida humana requiere así «una teoría social
elaborada o al menos algunas suposiciones sobre el proceso his
tórico de desarrollo social» (Dunford y Perrons, 1 983: 66). En el
materialismo histórico, esta teoría es proporcionada por el con
cepto de Marx de actividad productiva social. El trabajo social
proporciona el eslabón perdido entre la naturaleza externa y las
cualidades internas de los seres humanos:
1 9. Febvre ( 1 925: 236-237, 367) sostenía que la conformación del género hu
mano por las condiciones naturales debía tratarse como los humanos haciéndose a
sí mismos a través del trabajo. O más generalmente, el ser humano estaba dotado
de una actividad de su propia capacidad de crear y producir nuevos efectos, con lo
que es el fin de la determinación en el sentido real de la palabra•, es decir, «no hay
necesidades sino posibilidades por todas partes•.
20. En la importante reformulación de Marx por Wittfogel ( 1 929), la natu
raleza objetiva de la Naturaleza determina la dirección seguida por la actividad
productiva al proporcionar materiales naturales y, más importante, las fuerzas na
turales de producción. Como diferentes organismos sociales encuentran diferentes
medios en sus entornos, sus modos de producción son diferentes -por ejemplo,
las variaciones ambientales fueron el origen del desarrollo social multilineal. Ello
llevó finalmente a Wittfogel (1 957) a que su concepción cuasi-marxista de «despo
tismo oriental• estuviera fundada, como el modo de producción asiático de Marx,
en la necesidad condicionada ambientalmente de irrigación y, por tanto, los prime
ros desarrollos del Estado despótico en las organizaciones sociales hidráulicas.
1 58
La teoría de Marx de las relaciones entre la producción
so ci al y el medio ha sido ampliamente discutida en otros luga
res (Prenant, 1 943; Schmidt, 1 9 7 1 ; Timpanero, 1 975; Parsons,
1 97 7; Burgess, 1 978; Walker, 1 979; A. Sayer, 1 979; Smith y
O'Keefe, 1 980; Quaini, 1 982; London Group, 1 983; Smith,
1 9 84). Para el fin que nos ocupa, es más relevante una com
p aración del materialismo histórico de Marx con el enfoque
organicista natural. Ello nos dará la oportunidad de criticar
el darwinismo social y el determinismo ambiental de la única
forma aceptable -desde la sólida posición de una perspectiva
alternativa.
Generalización histórica
1 59
ción», pueden separarse los «elementos que no son generales ni
comunes», de modo que las diferencias esenciales permanezcan
cuando las dos se combinan en afirmaciones generales (Marx,
1 973 : 85 ). Para Marx, la similitud transhistórica surge de las
relaciones que todos los individuos humanos deben tener: una
relación con la naturaleza, especialmente como apropiación o
propiedad, que le proporciona la base material de l a existencia;
y una relación con otros, como en las relaciones sociales de
producción, que aseguran la continuación y permite la mejora
de la existencia material. Pero la relación con la naturaleza está
siempre mediatizada por la pertenencia individual a un grupo
social definido que ocupa un territorio determinado. Así, la
apropiación de la naturaleza tiene lugar dentro y a través de
una farma histórica específica de sociedad. Ello lleva a Marx
( 1 973: 471 -5 1 4) a un análisis de la formas sociales de la historia
humana y de las diferentes relaciones de propiedad o maneras
de apropiarse la naturaleza que las caracterizan (Peet, 1 9 8 1 ).
Las generalizaciones sobre las relaciones ambientales se hacen
dentro de esta metodología histórica particular -como parte
de una ciencia de la historia social más que natural.
La estructura de la sociedad
1 60
cionar un análisis científico de la conciencia humana, que en el
caso de Semple era una mera versión aceptada, localizada, de la
voluntad de la naturaleza. Además, la analogía reducía la estruc
tura social a un conjunto de funciones biológicas y hacía de la
localización una cuestión puramente de determinación natural.
Las deficiencias de esta «sociología» burda, naturalista, funcio
nal-estructural que inició Spencer, devinieron especialmente
obvias cuando se «explicaba» la dinámica del organismo social.
Simplemente se desarrolló cuando podía de modo natural en
las condiciones de competencia imperantes. Además, las dife
rencias regionales en el desarrollo histórico solo podían ser ex
plicadas por variaciones raciales en las capacidades, implantadas
directamente por factores ambientales naturales. De modo que,
a medida que el siglo XIX llegaba a su fin, lo que empezó como
materialismo geográfico se vio forzado al idealismo geográfico,
el misticismo natural, y la pseudociencia de la raza. Además, en
el siglo XX, incluso los aspectos científico-evolucionistas del
trabajo de Ratzel y de Semple se perdieron, los frecuentes saltos
daban lugar a un racismo simplista y torpe, con afirmaciones
que no han estado a la altura científica de la geografía:
161
colares, no solo es el resultado de la aberración de su propio
autor sino de la adhesión a una forma de análisis que acentuaba
las cualidades naturales del ser humano. Al igual que el estudio
de los efectos naturales de los medios regionales, el racismo era
la versión geográfica de esa teoría. Los naturalistas de orienta
ción regional se vieron forzados al racismo como la base de la
explicación social.
El materialismo histórico también aspira a la ciencia. A
diferencia de Spencer, sin embargo, empieza con una versión
específicamente humana de la relación con la naturaleza como
apropiación y transformación a través del trabajo consciente.
Marx trata esta relación en su afirmación más general (trans
histórica) sobre el proceso de trabajo humano:
1 62
si to de la conciencia guía pues las siguientes interacciones con
la na turale za:
1 63
Esta última cuestión recorre la filosofía social del siglo XIX
como una corriente de fondo poco popular. Puede encontrarse
en Hegel, von Thünen, y Marx (Harvey, 1 98 1 }. Bajo las con
diciones imperialistas de finales del siglo XIX y principios del
XX, se desarrollaron diversas versiones en la literatura radical.
Basándose en el pensamiento liberal crítico, Lenin ( 1 975)
puso el acento en la superabundancia de capital que forzó
la adquisición de colonias en una lucha nacional intercapita
lista por el control del mundo que culminaría en la Primera
Guerra Mundial. Luxemburg ( 1 95 1 } apuntó a la necesidad de
mercados externos y por tanto una tendencia del capitalismo
a capturar y a disolver las sociedades no capitalistas del mun
do. Otros escritores marxistas han remarcado las necesidades
de la sociedad de recursos y trabajo adicionales por parte de
los poderes imperialistas dominantes (Brewer, 1 980). El tema
común de estas teorías es la necesidad social, más que natural,
de la expansión imperialista. Por tanto, el análisis adecuado es
social y económico más que biológico. El propósito social es el
producto de las decisiones de clase tomadas con fines de clase
determinados, más que la voluntad de la naturaleza manifesta
da en las diversas propensiones y capacidades.
Conciencia
1 64
les. En los «organismos sociales de producción antiguos», las
limitaciones reales (naturales) sobre la acción humana estaban
re fl ejadas en el «antiguo culto a la naturaleza» . Al aumentar
la fuerza productiva humana, surgió la posibilidad para una
interpretación científica de la naturaleza. Pero la conciencia
estaba también determinada por las relaciones sociales de
producción. Las relaciones de dominio de clase requieren que
incluso la teoría natural esté socialmente legitimada --de ahí,
el énfasis inicial de Darwin en la competencia en la natura
leza. La liberación potencial de la conciencia de la opresión
religiosa y mística fue, por tanto, solo realizada parcialmente
(Peet, 1 985). La mayoría de científicos naturales retuvieron las
teorías religiosas y místicas en una poco fácil alianza con su
ciencia. El entendimiento social en particular estaba necesaria
mente mistificado.
El materialismo histórico no niega la base biológica del ser
humano (Timpanero, 1 975) o del proceso de evolución natu
ral; de hecho, Marx quería dedicar El Capital a Darwin. Lo
que propone en su lugar es la adición de una dimensión espe
cíficamente social al análisis natural; el trabajo social dirigido
concientemente marco una nueva era en la historia de la evo
lución. La reproducción material forma la base de la sociedad.
La dialéctica de la lucha social es su dinámica. El materialismo
dialéctico aspira así a una ciencia social de la existencia y el
desarrollo humano.
1 65
analogía orgánica para iluminar esta relación científicamente,
pertenece al último tramo del siglo XIX y principios del XX.
Este enfoque no fue el resultado exclusivo ni siquiera principal
de la dinámica interna del desarrollo de la geografía, sino de los
descubrimientos de la biología evolucionista y de la urgente
necesidad de una teoría que legitimara las relaciones sociales
capitalistas, la lucha entre sociedades, y la expansión geopolíti
ca en una época imperialista.
Un modo de conocimiento teórico completamente di
ferente relacionado con los orígenes y el desarrollo de la
vida humana creció dentro del capitalismo haciendo añicos
los viej os modelos de la tierra y sus habitantes que habían
sido apropiados para formas sociales anteriores. Incluso las
versiones burdas de la nueva ciencia burguesa eran suficien
tes para vencer lo viejo en disciplinas como la sociología y
la geografía, que estuvieron dominadas por el naturalismo
evolucionista durante la segunda mitad del siglo XIX. Pero
más que la formulación de Darwin, fue la analogía orgánica
de Spencer y la concepción de Lamarck de la adquisición
directa de características del medio las que desempeñaron
el papel principal en la geografía. La antropogeografía de
Ratzel era una versión espacial de la teoría del organismo
social. El determinismo ambiental de Semple, el paradigma
dominante de la geografía angloamericana de finales del siglo
XIX y principios del XX, sacaba su inspiración intelectual de
la corriente de pensamiento biológico, y especialmente social
darwinista, que se extendió en las ciencias sociales en las dé
cadas post-Darwin.
La adhesión a este paradigma no fue el resultado solo
de su poder de persuasión científica. La era de la hegemonía
intelectual de la biología fue también la era de la expansión
imperialista y creciente conflicto entre sociedades. Desde una
posición marxista, estos procesos pueden entenderse cientí-
1 66
fica mente en términos de las contradicciones inherentes de
u na sociedad histórica concreta -la necesidad de conquistar
a ot ros proviene de la necesidad de mantener y expandir una
1 67
a la «ciencia» sociobiológica en la dirección del misticismo
natural: el motor subyacente de la historia se convirtió en la
fuerza activa de una naturaleza consciente. En ausencia de una
teoría adecuada de los orígenes sociales de la conciencia y el
propósito humano, los darwinistas sociales se vieron forzados
a mantener una creencia en una conciencia sobrehumana para
explicar la dinámica de la historia.
Geografía cultural
1 68
antropogeografía norteamericana» . Como él mismo añadiría
más tarde, «la ley natural no es de aplicación a los grupos so
cia les» (Sauer, 1 963: 359). En lugar de ello, lo que los humanos
hacían en un área implicaba el papel activo de la cultura en
el modelado del paisaje {Sauer, 1 963: 343). La naturaleza solo
p roporcionaba los materiales que establecían los límites den
tro de los que quedaban muchas posibles opciones. La adapta
ción podía ser ayudada por las «sugerencias que el hombre ha
obtenido de la naturaleza, quizá por una proceso imitativo, en
buena medida subconsciente» (Sauer, 1 963 : 343). Pero también
era el producto de hábitos adquiridos o inventados, habilida
des aprendidas que se difundieron por el espacio. Finalmente,
lo humano se convirtió en el «dominante ecológico», una
fuerza que «afectó el curso de la evolucion orgánica» (Sauer,
1 956: 49).
La crítica de Sauer desempeñó un papel central para acabar
con el determinismo ambiental como la teoría hegemónica de
la geografía e inició una redefinición como «ciencia social, in
teresada por . . . la diferenciación espacial» (Sauer, 1 924: 1 7). La
cuestión, no obstante, es si Sauer proporcionó una alternativa
teórica adecuada para la geografía. Cosgrove ha criticado a
Sauer por no proporcionar una teoría concreta de la emer
gencia y la naturaleza de la cultura; tanto Vidal de la Blache
como Sa�er, señala, veían a la cultura como «especies de mera
inventiva humana» (Cosgrove, 1 983: 3). Así, Sauer { 1 969: 2-3):
«El hombre comió el fruto del Árbol del Conocimiento y por
tanto empezó a adquirir y transmitir el aprendizaj e, o 'cultu
ra' . . . De vez en cuando, surgía una nueva idea en algún grupo
y se convertía en habilidad e institución». Estaría de acuerdo
con Cosgrove en que, para la geografía cultural, era difícil una
teoría de la conciencia no mística. Como resultado, la geogra
fía cultural fue incapaz de establecer una base filosófica segura
para la comprensión del uso humano de la tierra y ha mostrado
1 69
una tendencia continuada a degenerar en un eclecticismo pro
vinciano. 22
1 70
p or una geografía que crecientemente centró su atención en
l o urbano, lo regional, y la gestión ambiental. A finales de
l os años 1 950 y en los 1 960, el énfasis de la disciplina cambió
drás ticamente a la geometría del espacio como fundamento
te ó rico para las nuevas funciones sociales. Ello también puede
verse, sin embargo, como parte de una reacción interna con
tra la insolvencia del determinismo ambiental en la teoría y
finalmente en el práctica. Aunque con su supuesto displicente
de una superficie homogénea, la geometría espacial creó un
nuevo dualismo dentro del concepto de ambiente, entre na
turaleza y sociedad. La analogía con la física, que subyace en
el análisis espacial, se demostró igualmente inaplicable porque
los «átomos» interactivos tienen conciencia y se comportan
de modo imprevisible, a la vez que el espacio no es absoluto
sino re-creado socialmente. La nueva «ciencia» de relaciones
espaciales había perdido el interés original de la geografía por
las siempre cambiantes cualidades de la superficie de la tierra y
con los orígenes del comportamiento humano. Además, como
la disciplina fracasó en encontrar la clave teórica para desvelar
los secretos de su más profunda cuestión (ambiental), cayó en
un embarazoso silencio justo cuando la relación entre socie
dad y naturaleza entraba en un estado de contradicción y crisis
durante los años 1 960 y 1 970. Lo que debía haber sido el mejor
momento para la geografía fue, en cambio, el momento de su
fracaso absoluto -la disciplina jugó un papel secundario en el
debate ambiental de los años 1 970.
17 1
distingue a los humanos de los animales ? El nivel de concien
cia que permite a los humanos entender, controlar e incluso
destruir la naturaleza. ¿ Qué caracteriza la independencia
típicamente humana de la naturaleza ? Las fuerzas y las rela
ciones intrincadamente sociales de producción que se inter
ponen entre los individuos y el mundo natural. Y finalmente,
¿ cómo están conectados estos dos tipos de particularidades
humanas ? Al actuar sobre la tierra durante la producción de
sus vidas, los humanos no solo transforman la naturaleza ex
terna sino que encuentran y desarrollan su propia naturaleza
interna. Dilucidar este proceso haría posible una ciencia de
las relaciones humanos-medio capaz de guiar con precisión
la práctica política.
Agradecimientos
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1 80
C ULTURA, IMAGINARIO Y RACIONALIDAD EN
EL DESARROLLO ECONÓMICO REGIONAL*
Richard Peet
181
bolización da lugar a un nuevo tipo de marxismo, en el que la
cultura, la ideología y la conciencia son causales tanto como
resultantes. Enfatizar 1-a interpretación abre el marxismo al
significado, a la emoción y al sentimiento. En conjunto, un
nuevo énfasis cultural hace del marxismo la base teórica de
una política más libre, más democrática. Nos encontramos
ante una nueva fase del pensamiento radical, liberado de los
grilletes de la corrección política por el colapso de la Unión
Soviética.
En este artículo trato algunas ideas, términos y relaciones
que implican un análisis cultural de los sistemas económicos
a partir de varios años de investigación empírica sobre el
desarrollo de Nueva Inglaterra. Durante esta investigación
he llegado a la conclusión de que la geografía radical, en la
tradición de la economía política, debe hacer uso de términos
culturales como símbolo, imaginario y racionalidad para en
tender procesos económicos fundamentales como la mercan
tilización, la industrialización y el desarrollo. Empezaré mi
argumentación criticando las limitaciones del giro cultural en
la geografía económica. Indagaré a continuaciónn en la teoría
marxista de la cultura, reexaminando a Gramsci, Thompson
y Williams, poniendo especial atención en la experiencia, en
la hegemonía y en las estructuras del sentir. Abordaré tér
minos clave implicados en el análisis económico-cultural,
especialmente los momentos creativos de interpretación,
simbolización e imaginario. Sugeriré luego cómo la imagi
nación se convierte en la racionalidad y en la lógica de los
sistemas económicos. Existe una conexión aquí con nociones
weberianas como las racionalidades formales y sustantivas.
El argumento quedará ejemplificado finalmente con una bre
ve presentación de las bases calvinistas del desarrollo econó
mico de Nueva Inglaterra. Concluiré abogando por un nuevo
tipo de economía política.
1 82
La cultura en la geografía económica
1 83
sobre las estructuras y las estrategias empresariales: la cultura
produce conciencia práctica, el «marco tácito para las relaciones
sociales diarias» y los «procesos de interpretación y la construc
ción de conocimiento». Los dos enfoques pueden relacionarse
al contemplar que las redes, los marcos y las formas prácticas
de conciencia comercial son aspectos de culturas regionales más
integradas, que reflejan algo muy básico en las experiencias de
los grupos de personas. Ello depende, sin embargo, de abarcar y
hacer intervenir algunos conceptos, tal como espero mostrar.
Más estrechamente vinculado a este trabajo, los estudios
sobre la formación del cinturón industrial norteamericano
se han realizado habitualmente a una escala y con un énfa
sis económico que parece descartar factores culturales (por
ejemplo, Smith y Dennis, 1 987). Algunos trabajos reconocen
que las economías industriales se implantaron en contextos
sociales, pero la «economía política clásica» del Medio Oeste
norteamericano de Page y Walker ( 1 99 1 : 282) sostiene que
«la creciente productividad en la industria y la agricultura
es la principal fuerza motriz del desarrollo regional». En una
economía política como ésta, una fuerza anónima llamada
«productividad» se teoriza como agencia. En cuanto a las
investigaciones sobre Nueva Inglaterra, podemos utilizar la
geografía histórica de David Meyer. En sus trabajos iniciales,
Meyer ( 1 983) ve el primer crecimiento de la Costa Este como
el resultado de una serie de estímulos económicos abstractos.
Un pasaje típico sería:
1 84
ductor de bienes duraderos para abastecer a las industrias
crecientes. Las regiones del Este tenían las primeras pocas
industrias de mercado nacional/multiregional porque eran
más accesibles a los mercados extrarregionales que las re
giones fronterizas . . .
1 85
La cultura y la agencia obtienen aquí un fugaz reconoci
miento antes de desaparecer ante la rápida caída de una cortina
de economicismo. Pero la idea de que los actores hacen cosas
porque tienen información es ingenua en un doble sentido.
En sus propios términos, presupone actitudes hacia la infor
mación, y capacidades para utilizarla, que son especificidades
culturales más que atributos universales, incluso en el com
portamiento humano culto. En Nueva Inglaterra estos atri
butos deben buscarse en la cultura protestante que dio lugar
a la población más instruida del mundo más allá de la Escocia
calvinista (Brown, 1 989). Los flujos de información necesitan
una contextualización cultural antes de que puedan contribuir
a entender la agencia económica. En términos teóricos más ge
nerales, el análisis de Meyer ignora toda la gama de creencias,
actitudes y racionalidades que forman la base motivacional de
la acción económica. Los agentes tienen que tener ganas de
empezar y estar preparados para la innovación antes de que
la información desencadene una acción económica. Y esta
«preparación» es el resultado de una larga y agitada historia
cultural. En general, el análisis de redes sociales que surge de la
sociología económica enfatiza en exceso la forma social (redes)
frente el contenido cultural (ideas comunicadas a través de re
des) y el contexto {la base ideológica de las relaciones sociales).
Las redes que aumentan las probabilidades y expanden las po
sibilidades son escasamente diferentes de las ideas positivistas
tradicionales que entendían las personas como variables, y la
demanda y la oferta como agentes.
1 86
cu ltu ra trata temas subjetivos más que objetivos. Los estudios
cu lturales de la economía deben adoptar enfoques históricos
so bre las dinámicas regionales en períodos dilatados, porque
la c ultura es un proceso continuo de cambios secuenciales y
acumulativos, y las relaciones culturales retienen su contenido,
en formas nuevas, durante períodos considerables de tiempo.
De modo que podemos continuar la discusión sobre cultura
y economía volviendo al materialismo histórico de Marx, que
c ontiene esas características que estamos buscando. En los
p ropios trabajos de Marx la expresión «conciencia social» se
acerca a los significados contemporáneos del término «cul
tura»; el pronunciamiento más directo de Marx ( 1 970: 20-2 1 )
sobre el tema es e l siguiente:
1 87
Las interpretaciones del progreso histórico de la Ilustración
francesa, afirma Dupré, contemplaban las ideas tanto respon
diendo a las necesidades materiales determinadas geográfica
mente (Montesquieu) como respondiendo más directamente a
las condiciones económicas (Rousseau, Condorcet y, especial
mente, Destutt de Tracy). En el idealismo romántico alemán,
nacionalistas como Herder, discípulo de Kant, veían a los pue
blos nacionales expresando verdades permanentes en formas
históricas como complejos culturales únicos, en una especie de
teleología regional. (Creo que esto llegó a la geografía alemana
del siglo XIX a través de Ritter [ver Hartshorne, 1 939: 3 8, 5 1 -
54] y, por tanto, a la geografía regional). En el idealismo he
geliano, por el contrario, la conciencia de grupo expresaba de
modo erróneo la conciencia total del mundo llamada Espíritu
-de ahí la posibilidad de conciencia ideológica y alienada.
Marx siguió la cuestión del condicionamiento social de las
ideas pero quiso especificar mejor los modos de conciencia de
clase: el trabajo físico y mental como base material del dua
lismo entre el cuerpo y las ideas; las ideologías como reflejos
y ecos de las prácticas reales de la existencia; los sistemas de
pensamiento que malinterpretaban sus propios orígenes; la
naturaleza lingüística de todas las actividades conscientes;
etcétera. Marx veía las estructuras económicas como formadas
por personas inteligentes e imaginativas, de modo que la prin
cipal distinción no residía entre realidad física y conciencia no
material, sino entre actividad consciente y su racionalización.
Pese al predominio de interpretaciones arquitectónicas de
la afirmación del Prefacio de Marx, Dupré ( 1 983: 253-258),
siguiendo a Ollman ( 1 976), se decanta por una «concepción
orgánica» que integre los diversos procesos de socialización
sin reducir unos a otros.
Este tipo de conclusión compleja ha sido alcanzada de di
versas maneras. Frente a las ideas althusserianas de relaciones
1 88
« me cánicas» entre la base «económica» como una esfera «ma
te rial» separada, E.P. Thompson prefirió la idea de la «esencia
de relaciones humanas características» (explotación, domi
na ción, codicia) situada en el corazón de cualquier modo de
p roducción. Para Thompson, «los procesos y las relaciones de
producción que constituyen un modo de producción se expre
san en una lógica «moral» así como «económica», en valores
característicos y modos de pensamiento así como en modelos
específicos de acumulación e intercambio» (Wood, 1 990: 1 3 7).
Thompson ( 1 978: 294) afirmaba que la sociedad capitalista se
fundaba en «formas de explotación que eran simultáneamente
económicas, morales y culturales». La ideología y la cultura
tenían una «lógica» que, en parte, estaba autodeterminada de
modo que, por ejemplo, aun cuando la evolución capitalista no
era el mero resultado de un ideal burgués, esta lógica era, no
obstante, un componente real de una historia inconcebible sin
ella. Para Thompson, las determinaciones objetivas se conver
tían en cualidades humanas subjetivas a través de la mediación
de la «experiencia». La clase social existía cuando personas
con experiencias comunes (heredadas o compartidas) sentían
y articulaban la identidad de sus intereses. De modo que la
conciencia de clase, para Thompson ( 1 966: 9- 1 0) era la manera
en que las experiencias determinadas por la producción se ma
nej aban en términos culturales -«encarnadas en tradiciones,
sis temas de valores, ideas y formas institucionales» . De forma
más general, la clase era una formación social y cultural. Debe
decirse, sin embargo, que el uso que hacía Thompson del tér
mino «experiencia» era a menudo confuso, algunas veces que
rie ndo decir conciencia y otras indicando mediaciones entre el
ser social y la conciencia (Anderson, 1 980: 26 ).
Otra línea de pensamiento marxista sigue a Gramsci ( 1 97 1 )
al hallar l a relación entre l a base económica y l a superestructu
ra p olítica e ideológica como recíproca, compleja y cambiante.
1 89
La política, las ideas y la cultura eran contempladas como
poseedoras de poderes materiales. Con Gramsci la «sociedad
civil» era un sistema de instituciones (familia, iglesia, escuela,
etc.) que estaba situada tanto entre la base económica y la su
perestructura política como junto al Estado, en una concep
ción más amplia de la superestructura civil y política. Gramsci
creía que la hegemonía ideológica se establecía primordial
mente en la sociedad civil. Un concepto determinado de rea
lidad difundido por las instituciones cívicas proporcionaba la
base para los valores , costumbres e ideales espirituales que
inducían, en todos los estratos de la sociedad, a una aceptación
«espontánea» del statu quo. La hegemonía era una visión del
mundo, tan concienzudamente difundida que se convertía, al
internalizarse, en «sentido común» . Gramsci parece incluir la
formación de tipos de comportamiento económico en la «so
ciedad civil» : «Cada forma social tiene su horno economicus»
(Gramsci, 1 97 1 : 208). Gramsci ( 1 971 : 4 1 2-4 1 3 ) contemplaba
la racionalidad económica como respuesta a las necesidades
materiales, que constituía un complejo de convicciones y
creencias a partir de las cuales se proponían objetivos concre
tos a la conciencia colectiva. Pero esta relación material tenía
un momento significativo de libertad relacionado con la cul
tura y operaba a través de pasiones y sentimientos esenciales
que llevaban a las personas a realizar determinadas acciones a
cualquier precio.
Encontramos una argumentación más consistente en la
sutil reinterpretación de Raymond Williams ( 1 977, 1 980) de la
metáfora de base-superestructura en la teoría cultural marxista.
Para Williams el modelo de objeto-reflejo (economía-cultura)
del marxismo mecanicista quedaba cuestionado por las ideas
alternativas de mediaciones como elementos constitutivos ac
tivos (proyección, encubrimiento o interpretación). Williams
veía la noción de hegemonía de Gramsci como refiriéndose a
1 90
Ja p rofunda saturación de la conciencia o a «un conjunto com
p le to de prácticas y expectativas sobre el conjunto de nuestra
ex is tencia . . . un sistema vivido de significados y valores . . . un
sen tid o de la realidad . . . una 'cultura' . . . que también debe ser
co ntemplada como la dominación y subordinación vividas de
un as clases determinadas» (Williams 1 977: 1 1 0). Para Williams,
Ja hegemonía hacía que la actividad cultural ya no fuera una
expresión superestructura} sino un proceso formativo básico
de las estructuras económicas y sociales. Sin embargo, insistía
en que «lo hegemónico» no era ni total ni excluyente sino que
continuaban existiendo culturas alternativas o de oposición
(las contrahegemonías de Gramsci). Estas podían ser «residua
les» en el sentido de experiencias vividas sobre la base de las
culturas de formaciones sociales previas o «emergentes» en el
sentido de creación de nuevos significados y valores, nuevas
significaciones y experiencias, todo lo cual no podía ser plena
mente incorporado en lo dominante. De modo que: «ningún
modo de producción y por tanto ningún orden social domi
nante y por tanto ninguna cultura dominante puede realmente
incluir o agotar toda la práctica humana, la energía humana, la
intención humana» (Williams, 1 977: 125).
Williams reaccionó críticamente a aquellas expresiones ha
bituales de la cultura y de la sociedad como si estuvieran muer
tas. La conciencia práctica (la realmente vivida) siempre era
más que el manej o de formas culturas fijas. A menudo existía
te nsión con las interpretaciones heredadas. Para Williams, los
cambios culturales derivados de la conciencia práctica podían
definirse como cambios en las «estructuras del sentir» o «es
tr uc turas de la experiencia». Estos eran los potentes términos
que se referían a las relaciones variables entre «significados y
valores tal como eran activamente vividos» y «creencias siste
máticas y formales». Williams utilizaba la idea de «sentimien
to» no como antítesis a «pensamiento» sino como «pensado
191
como sentido», y «sentido como pensado», mientras que el
término «estructura» se refería a un conjunto de elementos
con relaciones internas específicas, entrelazadas y en tensión, a
la vez como una experiencia total en proceso. La estructura del
sentir era una hipótesis cultural en los dos sentidos del término
(Williams, 1 977: 1 2 8 - 1 35; ver también Inglis, 1 995).
Para algunos lectores, interpretaciones marxistas como
estas pueden parecer completamente pertenecientes a vie
jas nociones de modo de producción que, de manera muy
simplificada, dejan a la cultura como una «superestructura»
reflexiva. Sin embargo, « reflexión» tiene dos significados: re
flejo e interpretación. El reflej o se refiere a la determinación
por parte de la estructura económica, pese a que los reflejos
normalmente engañan. La interpretación se refiere a la expe
riencia y a las estructuras del sentir. De modo que yo alegaría
que Thompson, Gramsci, Williams y otros redefinen con
fortuna las afirmaciones más mecánicas de Marx para incluir
ideologías, valores, formas de conciencia social e imaginacio
nes como fuerzas de producción. Reformulada así, la teoría
del modo de producción reintegra la cultura a la economía,
aunque conserva las nociones de estructuras de la existencia.
La geografía cultural radical necesita revisitar la teoría del
modo de producción.
1 92
p arece ser el caso de la antropología contemporánea, la cultura
p uede definirse simplemente como el orden simbólico que
una sociedad construye para representar su existencia. Esta
definición es similar a la de Williams ( 1 98 1 : 1 3) según la cual:
« el sistema significante mediante el cual . . . un orden social es
comunicado, reproducido, experimentado y explorado». No
está muy lejos de la denotación fenomenológica de cultura de
Clifford Geertz ( 1 973 : 89) como «un modelo de significados
transmitido históricamente, representado en símbolos . . . » La
definición de Geertz sitúa a la construcción social de signifi
cados como un proceso cultural íntegramente interpretativo.
Sin embargo, tal como el sociólogo John B. Thompson (1 990:
1 2- 1 3) sostiene, en los escritos de Geertz la manera en que las
formas simbólicas están estructuradas por relaciones de po
der no resulta siempre del todo clara. Desde una perspectiva
estructuralista, el análisis cultural es el estudio de la consti
tución significativa de formas simbólicas contextualizadas
socialmente, con símbolos que llevan la huella de sus condi
ciones de producción sociales y políticas. Incluso así, términos
como «constitución significativa» implican también procesos
subj etivos de interpretación. Quisiera realmente enfatizar la
«simbolización profunda» que hay en el corazón de la cultura,
con lo que se quiere aludir a la formación de símbolos a partir
de las interpretaciones actuales que han existido durante largo
tiempo de todo tipo de experiencias, incluyendo las más pro
fundas, a menudo expresadas en términos religiosos, y siempre
presentes en las luchas por el poder. Esta concepción más polí
tica y radical de la simbolización como interpretación política
es más acorde con las nociones marxistas, pero también per
mite que los conceptos fenomenológicos y postestructuralistas
de poder, símbolo y discurso encuentren acomodo en las ideas
est ructurales y estructuracionistas. Permite que la producción
cu ltural pueda ser contemplada como un proceso de interpre-
1 93
tación profunda, alimentada por cuestiones de clase, género o
etnia. La idea de estructuración social de la práctica simbólica
es un antídoto imprescindible ante la tendencia a desvincular la
cultura y el discurso de sus bases material y social.
El imaginario social
194
estructuradas por medios naturales y sociales específicos. Los
imaginarios toman formas regionales; es decir, que la imagina
ción usa materiales (imágenes, recuerdos, experiencias) desde
lo familiar para crear lo que normalmente son versiones dife
rentes (aunque no siempre) de lo conocido (véase Peet y Watts
( 1 996) sobre los «imaginarios ambientales»). No obstante, a
p esar de esa estructuración, «lo imaginario» implica creativi
dad e interpretación imaginativa -proyectando interpretacio
nes de experiencias relacionadas con el lugar en la imaginación
de lo escasamente conocido- de modo que los imaginarios
sociales son fuentes vitales de una dinámica tanto transforma
cional como reproductiva. Para que la proyección de la imagen
en imaginación sea comprendida de una manera no mística, el
reino de lo imaginario tiene que ser visto como una tensión
entre una lógica visionaria y una más material, entre el cono
cimiento recibido y las interpretaciones emergentes, entre las
creencias fundamentales y las fantasías antiguas y salvajes de lo
que no puede ser. Los imaginarios sociales deben ser valorados
como reinos terrenales de relativa libertad.
Conceptos como el de imaginario social, deliberadamente
mantienen una profundidad vertical en el análisis cultural; los
significantes expresan significados en el nivel de las creencias
sobre las relaciones fundamentales con la realidad material
en la tradición estructuralista, más que una significación
formando un horizonte de representaciones interactuando
todas esencialmente en el mismo nivel, en la tradición postes
tructuralista de la intertextualidad (Derrida, 1 974; 1 978). Esa
noción de profundidad insiste en que, pese al escepticismo
postmoderno, la cultura expresa las creencias de la gente so
b re las grandes cuestiones de la existencia humana; la religión
simboliza los orígenes de la vida, los propósitos y el destino
final; la ética representa las elecciones que derivan de relacio
nes sociales axiomáticas, como las del propio ser y de los otros.
1 95
Desde esta perspectiva, las representaciones -el lenguaje, los
discursos o artefactos materiales realizados como imágenes de
creencias- son culturalmente poderosas en la medida en que
transmiten valores fundamentales y culturalmente innovado
res hasta el punto de que modifican o transforman las ideas
sentidas en el nivel de la emoción profunda (es decir, las creen
cias). En la tradición de la geografía cultural, los órdenes sim
bólicos eran originalmente específicos de grupos étnica y geo
gráficamente segregados en el sentido de cultura de Carl Sauer
( 1 963 : 359) como «la actividad aprendida y convencionalizada
de un grupo que ocupa un área», aunque esta especificidad
esté ahora sujeta a las intensas fuerzas de universalización y
homogeneización que -yo añadiría-- también implican una
difusión consumista de la ausencia de profundidad (compárese
con Jameson, 1 984). Aunque hay resistencia, perpetuación de
lo local y reaserciones de lo fundamental, junto a tendencias a
la universalización y la localización fundiéndose en hibrida
ción cultural. Y, finalmente, con Gramsci, la cultura es quizá
la dimensión más importante de la dominación humana: las
guerras de clase y de género tienen lugar sobre imágenes que
inundan los imaginarios y las interpretaciones que intentan
comprenderlas.
Imaginario y racionalidad
1 96
redefinirse como «una institución compuesta de sistemas de
p roducción, poder y significación. La economía no es solo, ni
siquiera principalmente, una entidad material. Es, sobre todo,
una producción cultural, una manera de producir sujetos hu
manos y órdenes sociales . . . » (Escobar, 1 995: 59). Tal como
sugiere Arturo Escobar, una conexión entre la producción
cultural y la material pasa por la relación entre significación y
subj etividad. Desde la perspectiva de lo argumentado más arri
ba, una línea prometedora de esa relación consiste en ver cómo
la significación y la simbolización construyen culturalmente la
subjetividad de los agentes económicos.
En trabajos anteriores he sugerido que la conexión funda
mental entre la significación cultural y la agencia económica
reside entre lo imaginario y la racionalidad -siendo la raciona
lización una forma de simbolización socialmente estructurada
(Peet, 1 997). La racionalidad económica es una lógica simbó
lica que forma parte de los imaginarios sociales, de la cultura.
La racionalidad económica incluye los motivos sistémicos
que mueven a los grupos de actores económicos, los métodos
sociales y técnicos de control sistemático de la producción
(específicamente, los métodos de coordinación del capital y el
trabajo), aunque también creencias éticas que subyacen en los
sistemas motivacionales. Las racionalidades económicas derivan
de amplias experiencias interpretadas de personas socializadas
y aculturadas; son signos de las identidades y aspectos de las
su bjetividades. Pero las racionalidades económicas tienen la
particularidad de que producen las materialidades que constitu
yen los contextos para nuevas experiencias, esquemas interpre
tativos e imaginarios. Esta interacción toma la siguiente forma.
Mediante la repetición constante, las acciones racionalizadas
crean la lógica de los sistemas económicos. Subsecuentemente,
esta lógica disciplina el comportamiento económico al hacer
que algunos modos de comportamiento sean «racionales» en
1 97
un sentido más formal --o sea, que se correspondan a la lógica
dominante de la reproducción material (como en Gramsci). De
modo que hay una estructura -relación de agencias en la que el
comportamiento racionalizado interactúa con la lógica del sis
tema- mutuamente constituyéndose uno a otro. En el capita
lismo, sin embargo, hay una tendencia de la lógica económica a
devenir emergente, trascendente o incluso alienada, en el sentido
de escapar de la autoridad o incluso de los actores económicos
poderosos. Los sistemas basados en el comportamiento egoísta
y coordinados a través de mercados autorregulados (Polanyi,
1 944) pueden presentar racionalidades formalmente eficientes
pero, en un sentido más amplio que incluya las relaciones so
ciales y ambientales, lo técnicamente racional puede convertirse
en sistémicamente irracional. Ello toma la apariencia del sistema
mismo imaginando su propia irracionalidad emergente. Y como
siempre, las apariencias engañan. Y ahí reside el dilema central
de nuestros tiempos.
La racionalidad weberiana
1 98
más sofisticados parecen derivar de la escuela histórica alema
na de economía (Hutchinson, 1 953; Peet con Hartwick, 1 999).
J oseph Schumpeter pensaba que el análisis de la dinámica
económica necesitaba conceptualizar un tipo de racionalismo
empresarial basado en el deseo de encontrar un nuevo terreno,
el deseo de conquistar y pelear, el deseo de crear nuevas cosas:
hay aquí similitudes con la celebración del poder y el deseo de
Nietszche. Siguiendo a Schumpeter, la economía, en su visión
sociológica, tiene que reconocer la psicología y la motivación
humana en un nivel diferente que el utilitarismo de la vida
cotidiana (Schumpeter, 1 934; Shioya, 1 977). Desde la perspec
tiva schumpeteriana, la racionalidad empresarial implicaba la
organización creativa de las fuerzas productivas, los materiales
y las oportunidades de modelar hechos futuros. Pese a que la
creatividad misma fuera un enigma para Schumpeter.
Yo encuentro este «enigma» innecesariamente aquiescente
con la falsa profundidad de lo misterioso. De modo que, aún
de mala gana, he llegado a preferir una segunda corriente de
pensamiento económico-sociológico, también influida por
la escuela histórica alemana: la idea de «racionalización de la
acción económica» en la tradición weberiana, como la fuer
za motriz bajo la agencia económica (véase Habermas, 1 984:
cap. 2). Aquí hay que hacer una advertencia. La sociología
económica weberiana, especialmente en su reencarnación
Parsoniana, glorifica los logros del centro euroamericano al
tie mpo que ignora la dependencia occidental de las ideas,
recursos y excedentes de las sociedad periféricas subdesarro
ll adas: por ej emplo, la afirmación weberiana de David Landes
( 1 998: 5 1 3) de que la fuerza motriz tras los últimos doscientos
años de progreso ha sido «la civilización occidental y su difu
sión: el conocimiento, las técnicas, la política y las ideologías
sociales» . En su lugar, el racionalismo de Weber debe ponerse
en todo el contexto de la geografía histórica de la conciencia.
1 99
Propuesto originalmente como liberación del conocimiento
del misticismo medieval (desencanto), el racionalismo euro
peo se convirtió, con el tiempo, en una manera de denigrar
otras formas de pensamiento tachadas como no racionales o
pre-racionales (imperialismo cultural). Más importante aún es
el paso de la racionalización del conocimiento a la racionali
zación de la conciencia. Una conciencia aplicada solo a gente
considerada como racional, a la manera europea, se mostró
capaz de actos económicos y políticos feroces contra los otros
no-europeos «pre-racionales». Este tipo de eurocentrismo en
démico explica solo una parte de mis reservas. Pero incluso así
hay mucho que aprender de Weber.
Para Weber ( 1 947: 88), la sociología es «una ciencia que
intenta la comprensión interpretativa de la acción social»
-«acción» que incluye todo tipo de comportamiento huma
no al que los individuos conceden un significado subjetivo.
La acción social toma diversas formas de interacción: acción
económica cuyo significado principal es conseguir utilidades;
acción ética que fundamentalmente persigue objetivos nobles;
acción religiosa, comportamiento orientado a alcanzar la sal
vación o algún otro fin último; todas estas categorías de ac
ción son artefactos culturales (Wuthnow, 1 994). Weber estaba
particularmente interesado en los tipos culturales de acción
económica, especialmente en los orígenes religiosos de las ra
cionalidades que orientaban el comportamiento económico en
las sociedades occidentales y, particularmente, en las relaciones
entre el calvinismo y el capitalismo. En el calvinismo, sostenía
Weber, el mundo era tratado como una realidad separada de
Dios («trascendencia»), privada de misterio, de significación
simbólica, de evidencia mágica de la sabiduría de Dios y de
líneas de acceso del deseo de Dios. En su lugar, aquellos que
actuaban como miembros de los elegidos (es decir, aquellos
que pensaban que alcanzarían la gracia eterna) consideraban
200
el mundo como un conjunto de objetos resistentes que ponían
a prueba su capacidad de orden y dominio. La doctrina calvi
nis ta de predestinación (la creencia que la ascendencia al cielo
estaba predeterminada más que basada en el registro de buenas
obras) indujo a un acusado sentido de separación de los otros
a causa de una intensa ansiedad sobre la posición espiritual del
individuo. La personalidad moderna llegó a estar motivada
por el intelecto más que por la costumbre o el sentimiento,
con una orientación planificada a largo plazo, una actividad
continua más que intermitente y con una responsabilidad por
los resultados que recaía en el individuo más que en el destino.
Debajo había una simple intuición: el individuo demostraba
ser miembro de los elegidos actuando al modo de Dios, en el
sentido de relacionarse con el mundo (incluyendo al individuo
mismo) tal corno Dios lo hace, esto es a través del dominio,
la distancia y la perspectiva a largo plazo. Los calvinistas se
consideraban a sí mismos corno éticamente obligados a man
tener la rentabilidad sobre una serie de operaciones a través
de una actividad empresarial sistemática, sostenida, regular e
incesante. Se esforzaban por alcanzar los máximos retornos
de los activos al tiempo que se abstenían del placer inmediato
sobre los frutos de su trabajo. De ahí que el capital acumula
do a través de inversiones continuas y la represión del senti
miento de solidaridad, demasiado humano, hacia los demás
- «el empresario está éticamente autorizado, verdaderamente
obligado, a actuar individualísticarnente» (Poggi, 1 983: 73 ). O
corno afirmó Weber ( 1 978: 1 64): «la concepción puritana de
la vida . . . favorecía la tendencia hacia el estilo de vida burgués
económicamente racional . . . Estuvo en el origen del 'hombre
económico' moderno». En resumen:
201
elevado de ascetismo y como al mismo tiempo ofrece la
prueba más visible y más segura de . . . la fe de un hombre,
debe haber constituido el instrumento más poderoso para
la afirmación de la concepción de la vida que he denomina
do el 'espíritu' del capitalismo. (Weber, 1 958a: 1 72)
202
cionalidad instrumental» en el sentido de la búsqueda siste
mática y racional de la ganancia económica, la dependencia en
el cálculo, la subordinación del consumo a los intereses de la
acumulación de capital (Martinelli, 1 994: 478). Muchos hacen
hincapié en los efectos del instrumentalismo en las formación
de instituciones modernas y eficientes como las empresas.
Pero hay una concepción weberiana más amplia, más allá de
lo instrumental, una noción de la racionalidad que combina
concepciones de comportamiento económico eficiente, ethos y
religión en una visión del mundo coherente. Siguiendo a ésta,
Weber puede ser interpretado no como principalmente inte
resado en el papel de las creencias (previas) protestantes en la
formación original del capitalismo, sino en cómo el calvinismo
reaccionó a un capitalismo ya en formación, reconstruyendo
culturalmente la base ética de la racionalidad y recreando sim
bólicamente los imaginarios económicos de los agentes. Esta
concepción más amplia es similar a las nociones de simboliza
ción fundamental y estructuración social de los imaginarios y
las racionalidades, teorizadas anteriormente. Seguir a Weber,
me permito sugerir, facilita establecer el vínculo final entre
experiencia, interpretación, simbolización, imaginario y las
racionalidades que motivan las acciones económicas.
203
jerárquicamente y, de modo aún más importante, cómo la arti
culación sistémica se convierte en alienación estructural (cómo
la racionalidad individual deviene irracionalidad sistémica). En
particular, la geografía debe investigar los orígenes de los nue
vos sistemas económicos como racionalidades emergentes en
regiones de diferencia cultural (Peet, 1 999). En pocas palabras,
el nuevo giro económico-cultural debería fijarse en las imagi
naciones económicas regionales. Estas ideas pueden explorarse
mejor a través de una breve geografía histórica de la Nueva
Inglaterra calvinista.
Los ingleses que fundaron la Nueva Inglaterra angloameri
cana en las décadas de 1 620 y 1 630 eran protestantes calvinistas
extremadamente separatistas. Pese a estar inmersos en la revolu
ción económica de la primera modernidad, estaban decididos a
construir una comunidad cristiana, una ciudad sobre una colina
(Bremer, 1 976). Tal como Christopher Hill ha sostenido, la tra
dición puritana inglesa ha sido siempre burguesa y democrática
(Kaye, 1 984: 1 00). En Nueva Inglaterra, los puritanos constru
yeron una sociedad que desde el principio fue económicamente
democrática, en el limitado sentido de una generalizada titulari
dad masculina de las propiedades (con herencia divisible), y po
líticamente democrática en el sentido (también limitado) de en
cuentros ciudadanos con las autoridades y de la elección de los
pastores. La suya era una sociedad civil controlada moralmente
por 720 iglesias congregacionalistas (calvinistas) al final del pe
ríodo colonial. El deseo colectivo, es decir, la interpretación de
la experiencia regional a través de la mediación de los textos sa
grados, formulado por un pequeño y poderoso grupo de doctos
clérigos, estaba especificada como un código de comportamien
to moral y adecuado, enérgicamente reforzado por una «orden
permanente» de ministros, mercaderes y magistrados. En
Nueva Inglaterra intencionadamente encontramos en su forma
socialmente más desarrollada, lo que el historiador Perry Miller
204
( 1 953: x; Delfs, 1 997) describe como la producción decidida de
un nuevo tipo de sociedad en un nuevo entorno, lo que noso
tros podemos llamar la proyección de un imaginario social en
una paisaje repensado como natural. En Nueva Inglaterra esta
variante distinta de la cultura europea protestante, imbuida de
una racionalidad descarnadamente religiosa alteró la acción eco
nómica y social durante cientos de años, a través de discusiones
fuertes y en ocasiones violentas, llegando hasta la actualidad en
formas más secularizadas.
Existe la tendencia a contemplar regiones como Nueva
Inglaterra de modo aislado, con el resultado de que el éxito
económico final fue algo completamente merecido. Pero hay
que recordar que los puritanos fueron invasores de una «tierra
salvaje» largamente ocupada y que las tribus indias permane
cieron como una potente fuerza en la región (Cronon, 1 983:
cap. 8). También que los comerciantes de Boston, Salem,
Newburyport y Providence acumularon la riqueza como
parte del comercio triangular entre Europa, África occidental
y el Caribe y que, por tanto, compartieron las plusvalías eco
nómicas generadas por el trabajo de los esclavos (Frank, 1 979:
1 4 - 1 6). Ocultas tras las ideas de moralidad, ética y comunidad
expresadas por los puritanos y sus sucesores, se daba la hipo
cresía más retorcida sobre la aplicabilidad étnica de la dignidad
humana. Ello llevó finalmente a una violenta reacción contra
la inmigración no-anglo en Nueva Inglaterra.
La primera Nueva Inglaterra ha sido interpretada de mane
ras diferentes por los nuevos historiadores sociales de los años
1 970 y 1 980: comunitaria, pre-capitalista e incluso como cam
pesina (por ejemplo, Lockridge, 1 970); como «moderna nata»,
capitalista, competitiva e individualista (por ejemplo, Cronon,
1 983). El peso de la evidencia parece apoyar esta última visión.
Los análisis más convincentes proceden del historiador Stephen
Innes (1 995). Innes está de acuerdo con la intuición de Weber de
205
que la ética social calvinista modeló de modo decisivo la cultura
económica de Nueva Inglaterra. Innes atribuye el éxito econó
mico de la Colonia de la Bahía de Massachusetts a una «ecología
cívica» particular establecida por los colonos calvinistas, en la
que la familia, la iglesia, la ciudad y la mancomunidad estaban
unidos en una seria de pactos federales. Colocada entre la fami
lia patriarcal y el Estado, la ecología cívica calvinista posicionó
al individuo éticamente autónomo en un marco cultural gober
nado por la ley, pero también regulado por el mercado. Sn em
bargo, la «ecología» también comunicaba un sistema distintivo
de creencias. Sigue Innes ( 1 995: 7):
206
actividad comercial, aunque con individuos muy motivados
p or una cultura económica de base religiosa que alimentaba
un comportamiento industrioso y esforzado, junto con altas
tasas de ahorro e inversión facilitadas por la prescripción reli
giosa contra un consumo excesivo. La doctrina calvinista de la
« vocación» requería que todo el mundo ejerciera la ocupación
escogida, siguiendo las indicaciones de Dios, metódicamente y
sin pausa. Trabajar en Nueva Inglaterra era tanto una función
económica como una expresión espiritual. La región, afirma
Innes, produjo una personalidad moderna cuya codicia estaba
disciplinada por un fuerte sentido de obligación comunitaria.
Al crear una cultura del desarrollo que estaba basada meta
físicamente y que era socialmente vinculante, los colonos de
Massachusetts diseñaron una potente máquina de desarrollo
humano y económico.
La prueba de fuego de esta nueva versión de la raciona
lidad capitalista llegó con la industrialización, una fase de la
historia económica de la región que se desarrolló con una
velocidad e intensidad que solo puede ser explicada por la
ética del trabajo calvinista (Figura 1 ) . Según gran parte de
las publicaciones sobre este tema, la élite industrial de Nueva
Inglaterra, emergiendo de la clase comercial de Boston, Salem
y N ewburyport buscaron conscientemente un nuevo tipo de
economía rentable pero moral (Dalzell, 1 987; Farrell, 1 993;
Goodman, 1 996; Lamoreaux, 1 994; Wright y Viens, 1 997).
Esta visión fue contestada dentro de la élite por ideologías
interpretativas alternativas como el trascendentalismo (Birch,
1 995; Clark, 1 995; Guilmore, 1 982; N eufeld, 1 984 ). Fue con
testada fuera de la élite por una conciencia de clase obrera
creciente (Blewett, 1 988; Dublin, 1 979; Zonderman, 1 992),
incluyendo una huelga generalizada de los trabajadores del
algodón en 1 834. A pesar de ello, las protestas de clase esta
ban frenadas por la inclusión de todo en el contexto cultural
207
común del racionalismo religioso de Nueva Inglaterra. En las
primeras décadas de la revolución industrial americana, una
élite masculina socialmente consciente, mayormente con sim
patías religiosas de tipo congregacionalista, unitario o episco
paliano, empleó trabajo mayormente femenino, procedente de
las granjas y las pequeñas ciudades de Nueva Inglaterra para
trabajar en un sistema económico conducido enérgicamente
para obtener beneficios y acumular capital, aunque caracte
rizado por el paternalismo, la decencia y la equidad en el tra
tamiento de los trabajadores. Fascinados por la idea moderna
de progreso económico racional, los capitalistas comerciales
y los artesanos-empresarios de Nueva Inglaterra retrocedie
ron de horror ante las consecuencias sociales de la revolución
industrial británica. Conscientemente intentaron un sistema
industrial diferente compatible con su sentido de la moralidad
calvinista, especialmente el unitario, algo que les convencía a si
mismos de que tenían más en común con el experimento social
de Robert Owen que con el Manchester de Friedrich Engels.
La industria textil se organizó a finales del siglo XVIII y
principios del XIX con un sistema de fábricas situadas en prácti
camente cada salto de agua del Sur de Nueva Inglaterra. Esta era
una región donde la desbordante explosión de espíritu empresa
rial calvinista interactuó con un medio abundante en pequeños
ríos, lagos glaciales y saltos de agua (Steinberg, 1 99 1 ). También
era un área donde una élite económica relativamente pequeña
formaba parte de familias extensas y redes de parentesco (Farrell,
1 993). ¿ Qué valores económicos comunitarios fueron preserva
dos en esta apretada red social de relaciones de los Brahmanes
de Boston?* En el sistema Waltham-Lowell, constituido por
208
grandes complejos fabriles sobre grandes saltos de agua iniciado
p or capitalistas comerciales {los Boston Associates) en 1 8 1 3 y
empleando mujeres granjeras como trabajadoras temporales,
el ideal moral parece haber sido la formación de comunidades
modelo libres de la degradación industrial (Mathews, 1 991 : 142).
Uno de los fundadores de Lowell, una nueva ciudad industrial
sobre el río Merrimack, lo expresaba así:
209
F i g u ra 1
E l e n c u entro d e l calvi n i s m o c o n l o s sa ltos de a g u a : el desarro l l o i n d u s tr i a l
e n N u eva I n g l aterra 1 809- 1 850
H i laturas de
algodón, 1 809
I ndustria texti l
Numero de husos de a l godón, 1 83 1
o 5 1 00 - 6950
C' 2300 - 2950
1 750 - 2'.!99
g 1 250 - 1 749
o- 830 - 1 249
O· 520 • 82\1
= 280 - 5 1 9
--
1 40 - 279
•
capital de Boston
210
Industria textil
de lana, 1 83 1
!
/'!
/
o
Empl eados en la
industria, 1 850
O 50 m i llu s
....___.
Afirmaciones como esta pueden leerse con escepticismo,
como una clase de ideología cuya intención era ocultar un mo
tivo bastante más mezquino como el de aumentar el retorno
del capital previamente invertido en actividades marítimas.
Concediendo gran parte de razón a ello, muchas investigacio
nes también muestran que el sistema fabril Waltham-Lowell
fue resultado de un nuevo tipo de imaginario capitalista en un
experimento social que combinó la producción fabril moderna
con los patrones familiares de la sociedad tradicional (Dalzell,
1 987: 226 ). Relaciones sociales morales paternalistas prevale
cieron en los centenares de fábricas que aparecieron por todo
el sur de Nueva Inglaterra durante los años 1 820, 1 830 y 1 840.
En torno a la base de esta economía moral se construyó una es
tructura política que enfatizaba las políticas públicas, la filan
tropía y un sistema educativo insuperable Uaher, 1 982: 1 5- 1 6;
Hall, 1 997). Las autoridades civiles y políticas debatieron con
tinuamente sobre los efectos sociales de la industrialización
(Siracusa, 1 979). En resumen, el liberalismo político y econó
mico de Massachusetts, incluso su concepción de la salud y la
higiene (Van Buren, 1 977) estaba fuertemente imbricado con la
cultura religiosa protestante.
Dentro de la economía moral, las mujeres trabajadoras criti
caron la vida industrial desde posiciones ancladas en principios
morales de base religiosa que compartían con los propietarios.
Las «chicas de fábrica» de Nueva Inglaterra defendieron el sis
tema fabril contra la queja conservadora de que trabajar en la
fábrica conducía a las mujeres a la condenación y a la infamia, al
colocarlo dentro, en lugar de fuera, del orden moral del capita
lismo congregacionalista. Ellas insistieron en que eran mujeres
dignas y virtuosas, «hijas de hombres libres», que compartían
con los ideales de los dueños de prevenir la creación de una po
blación fabril moralmente corrupta (Murphy, 1 992: 207-208).
Un obrero describió Lowell en 1 840 como formado por:
212
Una clase de chicas que solo en esta ciudad se cuentan por
miles, y en muchas de nuestras ciudades más pequeñas, por
centenares; chicas que generalmente proceden de casas de
campo tranquilas, donde las mentes y los modos se han
formado bajo los ojos de dignos hijos de los peregrinos y
sus virtuosos padres, y que regresan de nuevo para con
vertirse en las esposas de los inteligentes granjeros libres
de Nueva Inglaterra . . . Los círculos de mejora, el liceo y
el instituto, las reuniones religiosas sociales, las bibliote
cas móviles o de otro tipo, son testimonio de que el poco
tiempo del que disponían se empleaba de la mejor manera.
Nuestras iglesias y salas de lectura siempre llenas, y el ele
vado carácter de nuestros clérigos y profesores, dan fe de
que el estado moral y de inteligencia no es bajo. (A Factory
Girl, 1 840: 1 88, 1 90)
213
una idea de cultura que sirvió como ideología de legitimació n
(comparar con D. Mitchell, 1 995).
Hubo un intento de construir una forma ética de produc
ción capitalista que combinaba la búsqueda agresiva de benefi
cios con el mantenimiento de la compasión religiosa hacia los
obreros en el seno de la «civilización de Nueva Inglaterra».
Pero como la disponibilidad de trabajo regional llegó a ser
insuficiente, se animó a los trabajadores irlandeses y franco
canadienses (católicos) a migrar a las florecientes ciudades in
dustriales de la región. El caso fue que la sensibilidad ética era
específica de grupos sociales culturalmente homogéneos: un
comentarista describió posteriormente la «invasión inmigran
te» en términos de: «Masas de extranjeros que no hablan inglés
abarrotando cada centro industrial y borrando la población
antigua (de Yankees), como el contenido de una botella que se
derrama estropea la página escrita» (Brewer, 1 926: 228-229).
De modo creciente, la disciplina industrial debía irse impo
niendo a un proletariado cada vez más reacio, cuyas diferen
cias culturales les permitían ver el calvinismo como una ideo
logía de clase dominante más que como fuente universal de
iluminación espiritual. Así, en la segunda mitad del siglo XIX,
la economía moral de decencia común de Nueva Inglaterra
devino una cultura de clase de lucha étnica y de género (Hall,
1 982). Nueva Inglaterra estalló en violencia étnica y de clase
a finales del siglo XIX y principios del XX. Fue testimonio de
las batallas entre los «señores yankees» (llevando pistolas para
«defender a sus mujeres») y las «bandas irlandesas» cada año
durante los desfiles del 4 de julio de Boston a finales del siglo
XIX. Renegando de la conciencia, los obreros tuvieron que ser
disciplinados con medios consumistas fordistas que repug
naban a la persuasión moral de la cultura anterior (Haskell
y Teichgraeber, 1 933 ). Incluso así, este período épico de la
racionalidad moderna dejó su huella en la lógica subsiguiente
214
d el desarrollo económico nacional: el capitalismo americano
continuó su mezcla de valores individualistas y comunitarios
de modos particularmente efectivos -«efectivos» en términos
de control social, aunque los términos reguladores parecen
demasiado pasivos para describir los procesos culturales que
p roducían identidades económicas. El imaginario social es
me1or.
Economía cultural
215
tórico. Ello llevó al argumento de que la vaguedad etérea que
parece inherente en el término «cultura» podía ser mitigada al
centrar su definición en la práctica simbólica, o producción so
cial de las representaciones. Pero aquí los conceptos existentes
se mostraron insatisfactorios: tanto porque la representación
tiene que contemplarse como prácticas culturales estructura
das por relaciones de poder como porque la representación
es profundamente interpretativa de la experiencia. Es decir,
que los sistemas de creencias son adiciones simbólicas sedi
mentadas en la conciencia por interpretaciones poderosas,
atractivas y satisfactorias de las experiencias. Así, en el caso
del calvinismo, la simbolización tomó tres formas principales:
las interpretaciones de la relación de Dios con la tierra y sus
habitantes (trascendencia), las interpretaciones de la relación
de las gentes con la eternidad (predestinación), y las interpre
taciones de la relación de la gente con su trabajo en la vida (la
vocación). Además, la simbolización como interpretación en
el nivel de los significados y las creencias puede conceptuali
zarse de modo más exacto en términos de imaginarios sociales,
o formas colectivas de conciencia estructuradas por medios
sociales y naturales específicos, de manera que los imaginarios
toman formas regionales. El término «imaginario» implica
creatividad imaginativa como un momento de libertad relativa
en los esquemas interpretativos, pero también orienta la ima
ginación del teórico en la dirección de formas de racionalidad
socialmente prescritas.
En este punto crucial, en el que el análisis podía seguir en
diversas direcciones, las ideas de Weber sobre la razón como
desencanto parecieron adecuadas, porque están muy bien
formuladas y porque se aplican directamente al caso bajo
consideración: los orígenes culturales de la economía ame
ricana en Nueva Inglaterra. Weber relaciona la racionalidad
económica en su sentido «sustantivo» (ética, motivaciones) a
216
la racionalidad en su sentido «formal» (cálculo, organización)
p roporcionando un puente conceptual entre las formas socia
les de la imaginación {lo substantivo) y los tipos particulares
de acción económica (lo formal). Ello se acerca a mi propia
p reconcepción de la racionalidad económica como un tipo de
lógica simbólica formada en la cultura. La racionalidad eco
nómica incluye los motivos, los métodos y la ética derivada
de las experiencias de agentes socializados y aculturalizados.
Las acciones racionalizadas crean la lógica de desarrollo de
los sistemas económicos. Hay una relación estructura-agencia
entre las acciones coordinadas por las concepciones corrientes
de racionalidad económica y la lógica sistémica, las dos consti
tutivas una de la otra. Ello parece ser una manera de investigar
geográficamente las trayectorias de los sistemas económicos
regionales.
Llegados a este punto, me dirigí a examinar una lógica de
desarrollo regional concreta -el crecimiento de la economía
industrial moderna en Nueva Inglaterra. Aquí, he cambiado
el énfasis habitual en el protestantismo como iniciador del
capitalismo como sistema económico inmanente, para dar
una interpretación más complej a de la construcción cultural
de un sistema económico regional construido mediante inter
pretaciones religiosas, ecologías cívicas y racionalidades éticas.
La Nueva Inglaterra calvinista, supongo, formó una cultura
de producción que sintetizó la moralidad con el beneficio de
una manera elegante, refinada y civilizada. Aunque esta eco
nomía moral era específica de ciertas relaciones étnicas y de
género dentro de lo que se contemplaba como la civilización
de Nueva Inglaterra. Más tarde, la economía moral de Nueva
Inglaterra se transformó, especialmente por las reacciones a
la inmigración, en un sistema clasista más evidente. Pero el
calvinismo dejó su huella en la estructura subsiguiente de la
economía americana. Devino la forma cultural dominante del
217
capitalismo en el siglo XX justamente porque combinaba una
intensa orientación al beneficio con una pretensión de valores
sociales morales.
La tesis que quiero defender es que cada región contribuye
con una cultura económica diferente y distintiva al sistema
global capitalista. Además, que las economías regionales for
man una unidad con dificultades en unos sistemas globales
y nacionales inestables, analizables a través de la dialéctica
espacial económico-cultural. En definitiva, en una frase que
nunca pensé que diría, la economía política debe convertirse
en economía cultural.
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224
EDITORIAL: LA NEOLIBERALIZACIÓN
DEL CONOCIMIENTO*
Richard Peet
225
Francis), por ejemplo, publica 950 de ellas. Blackwell Synergy,
que «alberga más de un millón de artículos de más de 850 re
vistas», es parte de Wiley InterScience, «un destacado recurso
internacional de contenidos de calidad promocionando el des
cubrimiento a través de todo el espectro de esfuerzos científicos,
técnicos, médicos y profesionales». La privatización de la difu
sión del conocimiento significa que empresas de comunicación
controlan el acceso a grandes partes del fondo de conocimiento
producido por el trabajo académico. Este fondo es cada vez más
una importante y lucrativa fuente de poder político, cultural y
económico. Y nos encontramos con que la privatización de la
difusión del conocimiento se remonta cada vez más a su misma
producción, al ser pensados los conocimientos-mercancía para
su venta en internet. Ello conlleva el deterioro de la reflexión, en
la que el pensamiento profundo o bien cesa del todo o bien se
convierte en un mero entretenimiento.
Para los académicos radicales la privatización del conoci
miento plantea el problema adicional de que los agentes causa
les de las contradicciones capitalistas controlan el conocimien
to publicado sobre sus crisis. De modo que también nosotros,
como trabajadores académicos, debemos someternos a un
orden social de publicaciones que era y continúa siendo elitis
ta en términos de su control por parte de «académicos repu
tados y establecidos» pero que ahora es también cuantificado
en términos de factores de exposición y citación en un nuevo
sistema cada vez más tecnificado, privatizado, empresarializa
do y mercantilizado. Ello significa también que la plusvalía
(monetaria) producida por el trabajo académico que escribe
el contenido de las revistas acaba como beneficio del capital
de los medios de comunicación. Este valor ¿podría quizá ser
recapturado por los productores del conocimiento-riqueza ?
¿ Nuestra conclusión ? Necesitamos retener el control del
valor producido por el trabajo académico. Estamos decididos
226
a resistir esta tendencia privatizadora -«Recuperar Nuestro
Conocimiento». Por ello hemos fundado una empresa sin
ánimo de lucro « lnstitute for Human Geography lnc.» como
p ropietaria de esta revista -los responsables de la empresa
p rovienen del comité editorial. El Instituto no establecerá re
laciones de ninguna clase con editoriales comerciales. Seamos
claros, no estamos proponiendo una revista de acceso abierto
basada en la web. Sin embargo, las suscripciones individuales
se ofrecen a bajo coste ( 40 dólares al año para personas con ren
tas más elevadas y 1 5-20 para los que tienen menos ingresos),
y las suscripciones institucionales a un coste moderado ( 1 00
dólares en nuestro primer año, algo más en años subsiguien
tes), muy lejos de lo que acostumbran a valer en la actualidad
-las editoriales multinacionales cobran a las instituciones con
tarifas de suscripción anuales que van de los 250 a los 5.000
dólares por año. Una sola revista puede generar de medio a un
millón de dólares de beneficio al año. Podríamos utilizar este
dinero para financiar investigaciones radicales . . . pero solo si la
propiedad y el control sobre el conocimiento que producimos
queda fuera de manos empresariales. Tan pronto como ten
gamos beneficios anunciaremos la disponibilidad de ayudas a
la investigación geográfica-radical y designaremos un comité
para administrarlas.
De modo que anunciamos el inicio de esta nueva revista
llamada Human Geography. Este es nuestro primer número.
Concebimos una revista como esta de modo amplio, cubrien
do temas que van desde la geopolítica a la ecología política
pasando por cuestiones culturales y económicas. Imaginamos
una revista intelectual bien escrita, crítica, no demasiado llena
de detalles empíricos, y no cargada de demasiadas citas, una re
vista que pueda leerse en su totalidad. Esta revista será evaluada
por expertos pero queremos evaluaciones de los artículos que
sean positivas y útiles, y no que estos sean atacados o recha-
227
zados para su publicación sobre la base de aspectos menores
realizados por evaluadores que se esconden tras el anonimato
(el elitismo al que nos referíamos más arriba). Planeamos una
mezcla de artículos largos de hasta 7.500 palabras y otros más
cortos de hasta 3 .000 palabras, con trabajos actuales de op i
nión y reseñas de libros intercalados en el cuerpo del texto
básico de la revista. Por el momento, planeamos una versión
de la revista en papel, que será seguida en breve por . un sitio
web con contenido multimedia.
Llamamos a vuestro interés, comentarios y apoyo. Las do
naciones servirán para sustentar el arranque de la revista: por
favor mandad ayudas al Institute for Human Geography, IHG,
P.O. Box 307, Boston, Massachusetts, 0 1 740-0307, Estados
Unidos; 1 00 dólares darán derecho a dos años de suscripción.
Invitamos a enviar artículos, textos de opinión, reseñas y edi
toriales a nuestro consejo de redacción. Si tenéis ideas para una
contribución, hacédnoslas saber para tener nuestra respuesta
inmediata: por favor enviad un email con vuestras propuestas
o artículos a los editores correspondientes:
228
LOCURA Y CIVILIZACIÓN: CAPITALISMO FINANCIERO
GLOBAL Y EL DISCURSO ANTIPOBREZA it
Richard Peet
229
convierte en el objetivo de funcionamiento de la empresa. Y
las empresas productivas, diversificadas en créditos, seguros y
sector inmobiliario, crecientemente se convierten en financie
ras en su orientación. Ello está relacionado con un estallido de
actividad en un sector financiero crecientemente desregulado
y rápidamente globalizado en «la financiación de absoluta
mente todo», lo que significa el control de todas las áreas de la
economía global por parte de las finanzas. Los estados-nación,
individualmente (como los Estados Unidos) o colectivamente
(como el G7/8), tienen que apoyar a las instituciones financie
ras y la integridad del sistema financiero ya que ello es lo que
hace funcionar la economía (como atestigua la intervención
masiva de los bancos centrales en la crisis financiera de 2007-
08). En el marco de este sistema capitalista pre-fijado, Harvey
observa que el poder de los accionistas disminuye, mientras
que el de los directores ej ecutivos de las empresas, el de los
miembros clave de los consej os de administración y el de los
financieros, aumenta. El tremendo poder económico de esta
nueva clase empresarial-financiera les permite una amplísima
influencia sobre los procesos políticos (Harvey, 2005: 3 1 -38).
La principal diferencia entre el capital financiero de
Hilferding y el capitalismo financiero global actual es la mayor
abstracción del capital de su base productiva original, la mayor
velocidad con la que el dinero se mueve a través de espacios
más amplios y diversos, la intensidad y la frecuencia de las cri
sis que toman ahora formas más financieras que productivas,
y la extensión de la especulación y de las apuestas en todas las
esferas de la vida. Hemos visto también la «democratización»
del capital a través de la inclusión en el ejército de reserva
de los financieros a millones de personas que se benefician a
través de la propiedad de la vivienda, inversiones en fondos
de pensiones, fondos de inversiones y fondos de educación.
Ya no tenemos a peces gordos ni tipos listos manipulando los
230
p recios de las acciones sino a millones de «cuasi-capitalistas»
preocupados todas las noches por sus ahorros de jubilación o
por sus precios de vivienda totalmente inflados. Por un lado, el
cap italismo financiero ha desarrollado grandes y sofisticados
mecanismos de control social y cultural sobre los gobiernos,
las clases y las poblaciones regionales, de modo que la respues
ta política crítica a las crecientes desigualdades e inestabilida
des puede ser largamente silenciada: vivimos en un tiempo de
cooptación global. Por otra parte, el nivel y la profundidad
de la crisis financiera ha aumentado, el «espacio de la crisis»
se ha ampliado para incluir virtualmente todas las economías
nacionales, y el «espacio de las víctimas» (directas e 'indirec
tas) es ahora virtualmente universal. La intersección de estas
tendencias crea una sensación de irrealidad y distanciamiento
en la que las crisis son abordadas con mayor superficialidad
cuanto más aumenta su intensidad. Las crisis, que son estruc
turales y endémicas, parecen irrumpir en el escenario político
económico como sucesos aparentemente espontáneos. Pero en
realidad las crisis se acumulan porque no son ni comprendidas
ni controladas, ni siquiera hay demasiada voluntad popular de
controlarlas, porque mucha gente combina el doble papel de
perpetrador y de víctima, y el sistema financiero es tan grande
y amorfo que parece inexpugnable. Inevitablemente, la desidia
tie nde a la catástrofe.
Al igual que en el sistema liberal global de finales del siglo
XIX, el sistema neoliberal de finales del XX e inicios del XXI
opera globalmente bajo el dominio de un solo estado-nación
«democrático» hegemónico. El cambio de la Pax Britannica a
la Pax Americana mantiene una estructura política esencial
mente parecida pero el poder militar de las fuerzas armadas
del estado financiero ha aumentado, mientras que el tiempo
necesario para llevar a cabo una intervención ha disminuido
radicalmente con las nuevas tecnologías de la guerra. Las tran-
23 1
sacciones instantáneas del capitalismo financiero corren en pa
ralelo a respuestas armadas casi instantáneas. Y recientemente
los principales estados capitalistas financieros se han mostrado
proclives a la intervención geopolítica en la creencia de que
están siendo atacados por un contra-movimiento organizado,
también globalmente organizado, y preparado para utilizar
medios de destrucción masiva.
Este artículo proporciona algunos términos y perspecti
vas que pueden contribuir a un análisis crítico del capitalismo
financiero global. Tras repasar algunas de sus características
básicas y sugerir algunos términos para organizar el debate
futuro, el artículo continúa con lo que podría llamarse una so
cio-psicología de las finanzas contemporáneas, especialmente
el manejo del sistema hacia la toma de riesgos y la especulación
que llevó a la crisis de 2007-2008: «locura». El artículo prosi
gue afirmando que incluso las sociedades desquiciadas tienen
una conciencia, y ello se expresa en el , discurso anti-pobreza
global que conforma una parte manifiesta del sistema finan
ciero global: la «civilización» . No obstante, un sistema eco
nómico corrupto necesariamente significa que las expresiones
de benevolencia se convierten en políticas antipobreza carac
terizadas por su «beneviolencia» . De modo que las políticas
que aparentemente se dirigen a perdonar la deuda del Tercer
Mundo y a «acabar con la pobreza ahora»• llevan a lo con
trario: la inclusión en una economía global cargada de niveles
imposibles de deuda y, en todo caso, mayores niveles aún de
deuda y de creciente inseguridad. El artículo concluye con un
breve comentario sobre qué hacer con la pobreza global desde
una posición radical de izquierdas.
232
Fo rmaciones sociales y regímenes políticos
233
actividad productiva; y el capitalismo financiero global, que
toma el papel hegemónico y dominante en la reproducció n
del capitalismo a partir de los años 1 980 y 1 990: la transició n
estaba oculta por un hipoblasto de high-tech, tecnología de
la información-internet, que era en parte industrial, en parte
mediático, y en parte financiero.
U na terminología más directa describe las instituciones e
ideologías que constituyen «regímenes» más concretos dentro
de (a veces en transición entre) formaciones sociales capita
listas. Aquí podemos destacar varias dimensiones como por
ejemplo los regímenes de imagen, en un análisis ideológico
imaginario más orientado hacia los medios de comunicación.
Pero quedémonos de momento en el banal mundo de los
«regímenes políticos»: los mecanismos político-económicos
(instituciones, ideologías, discursos) de poder mediante los
cuales los gobiernos y las instituciones gubernamentales in
tentan dirigir el cambio económico y social en una formación
social. Un régimen político alude a: una aproximación siste
mática a la formación política de un conjunto gubernamental
o de instituciones de gobierno; algo que trata un conjujl tO
de asuntos limitado y definible; algo que prevalece como el
marco regulador/intervencionista dominante; cuestiones que
abarcan un período histórico de al menos varias décadas. Los
regímenes políticos toman coherencia por las interpretaciones
político-económicas subyacentes de las causas de un conjunto
de problemas socio-económicos relacionados; dichas interpre
taciones representan los intereses de una fracción de capital
(Peet, 2007: 4- 1 0).
Desde la Segunda Guerra Mundial, el mundo capitalista
ha conocido dos principales regímenes político-económicos:
la democracia keynesiana, predominante entre 1 945 y 1 973, y
la democracia neoliberal, predominante entre 1 980 y la actua
lidad; los años 1 973-80 representan un período de transición,
234
cu ando los dos regímenes competían por la hegemonía. En el
rég imen de políticas keynesianas, un Estado intervencionista
co mprometido en alcanzar el pleno empleo y sueldos elevados
p ara todos utilizó políticas macro-económicas contra-cíclicas
en un capitalismo básicamente de libre empresa. Este régimen
de políticas respondió a la Depresión de los años 1 930, una
crisis que deslegitimizó la racionalidad teórica y las insisten
tes demandas del régimen precedente, un duradero régimen
político liberal (libre comercio), al utilizar la autoridad del
Estado para estabilizar la acumulación y democratizar los
beneficios económicos. Las diferencias regionales en la tradi
ción teórico-interpretativa y político-económica dieron pie a
tres variantes principales: el keynesianismo social democráti
co en los países de Europa occidental y sus antiguas colonias;
el keynesianismo democrático liberal en los Estados U nidos;
el keynesianismo desarrollista en Japón y muchos países in
dustrializados del Tercer Mundo (Chang y Rowthorn 1 995;
Kohli 2004 ).
235
El régimen de políticas neoliberales respondió sin duda a la
globalización de la economía, la sociedad y la cultura de finales
del siglo XX. Desde luego que el neoliberalismo ayudó a orga
nizar la emergencia de una globalización que beneficia a una
nueva clase re-emergente, superadinerada, financiero-capita
lista, que mayormente vive en los principales paíse s occiden
tales, especialmente en los Estados U nidos de América, pero
que opera transnacionalmente en términos del ámbito de su
actividad de inversión. Concentrémonos en el momento de in
terpretación de los regímenes de políticas vistos como agentes
creativos colectivos en la reorganización de la sociedad capita
lista. El keynesianismo interpretó la crisis político-económica
de los años 1 930 como resultado del miedo a un futuro im
predecible. Para Keynes, la incertidumbre de los empresarios
provocó incoherencias y retrasos en la compra de maquinaria
y bienes de equipo. Con la extensión del fordismo en el perío
do de postguerra, las deficiencias sistémicas en la demanda se
originaron más en la inadecuación e inestabilidad de la compra
masiva de bienes de consumo. En el contexto de la democracia
social y liberal de postguerra, los estados respondieron ' ese
infraconsumo a través de la gestión keynesiana de la deman
da. Las políticas se centraron en una redistribución masiva de
los ingresos de la gente rica hacia los consumidores-votantes
de clase obrera, gente que, en virtud de la necesidad o la per
suasión, ¡tenía que gastar cada centavo que tenía ... y más ! El
principal mecanismo para la redistribución de los ingresos fue
una fiscalidad federal progresiva sobre las rentas: la tasa fiscal
marginal sobre la banda impositiva más alta bajo el régimen
de políticas suavemente keynesianas en los Estados Unidos
fue del 70 al 92 % en el período entre 1 945 y 1 98 1 . En vez
de añadirse a la riqueza acumulada, los ingresos se reciclaban
inmediatamente en consumo. Ello permitió el funcionamiento
del ciclo de producción-consumo y alimentó altos niveles de
236
crecimiento económico. Tuvo efectos geográficos espectacu
lares, como la eclosión de espacios de consumo allá donde la
g ente se reunía o viajaba: así, las autopistas fueron corredores
de feliz exceso consumista.
Lo convencional es afirmar que durante los años 1 970
el keynesianismo entró en crisis. El término utilizado para
describirlo es estanflación: altas tasas de inflación junto con
altas tasas de desempleo. Además, la convención afirma que el
keynesianismo fue sustituido por un régimen de políticas neo
liberales más efectivo. Pero las convenciones analíticas surgen
a partir de interpretaciones opuestas basadas en intereses, a las
que se les da diferente crédito en la toma de decisiones, según
el talante político y cultural del momento. Recuérdese que los
gobiernos, las economías, los sistemas sociales y las culturas
en las democracias políticas occidentales afrontaron continuas
protestas masivas en los años 1 960 y principios de los 1 970.
Empezando con el movimiento por los derechos civiles y la
oposición a la guerra del Vietnam, la protesta llevó al rechazo
masivo de los valores consumistas del capitalismo fordista
keynesiano cada vez más vistos como contradictorios con un
medio natural fatigado. A la vista de la escalada de conflictivi
dad que amenazaba el orden social, cultural y político, la élite
capitalista se comprometió en la actividad contrarrevoluciona
ria. «Durante los años 1 970, el ala política del s � ctor empresa
rial de la nación montó una de las campañas más notorias por
la conquista del poder de la historia reciente» de modo que
a principios de los 1 980 «las empresas tenían un nivel de in
fluencia nunca visto desde los días del boom de los años 1 920»
( Edsall, 1 985: 1 07; Harvey, 2006). Un parte esencial de ello era
la interpretación hecha sobre las crisis económicas que reco
nocía que las principales contradicciones estructurales residían
en la falta de inversión en economías poco activas Los estados
respondieron con políticas económicas neoliberales centradas
237
en la redistribución de las rentas hacia los ricos (Figura 1 ). Así,
la Ley del Impuesto de Recuperación Económica (Economic
Recovery Tax Act) de 1 9 8 1 recortaba la tasa fiscal marginal de
la banda de mayores ingresos al 5 0 % , seguida muy pronto por
la Ley de Reforma Fiscal de 1 986 que reducía aún más la tasa
máxima al 2 8 % , la cual se elevó durante las administraciones
demócratas en los años 1 990 al 39,6% para ser recortada de
nuevo al 3 5 % por la Ley de Reconciliación de crecimiento
económico y alivio fiscal (Economic Growth and Tax Relief
Reconciliation Act) de 200 1 . En ··comparación con el keyne
sianismo (tasas fiscales marginales del 70-90% ), el régimen
de políticas neoliberales baj ó las tasas fiscales marginales de
las rentas más elevadas al 28-50% . Las apariencias ideológicas
de esta redistribución eran « recuperación, reforma, crecimien-
F i g u ra 1
Pri m e ro s fract i l e s de p r o p o rc i ó n de i n g resos ( i n c l u id a s l a s g a n a n c i a
d e c a p i ta l ) en l o s E stados U n i d o s , 1 9 1 3-2005
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Año
238
t o » , términos que sugieren un régimen al servicio de intereses
amplios, populares, nacionales e internacionales. La realidad
fue estancamiento en los ingresos reales de la clase obrera y la
gente pobre.
Locura económica
239
despidiendo trabajadores) y luego vendiéndolas para obtener
un beneficio rápido que reporte altos rendimientos a los inver
sores. Como ello sugiere, el alcance del poder financiero (en
todos sus aspectos) se ha expandido, desde sus bases capita
listas originales en los países industriales avanzados hacia un
campo de juego global, en el que billones de dólares se mueven
cada día con facilidad y velocidad en búsqueda de altos rendi
mientos. Este campo de juego global para el capital está aún
claramente delimitado por límites políticos y culturales. Pero,
cada vez más, dentro del espacio de inversiones global estable
cido, los países son juzgados meramente con ratios de riesgo/
beneficio y, al ser así incluidos en los cálculos de beneficio, los
estados pierden significado a menos que actúen como protec
tores de las acciones destinadas a la búsqueda de beneficios del
capital global. Esta nueva versión del capitalismo financiero
está centrada en el despliegue de grandes acumulaciones de
riqueza por parte de instituciones especializadas como bancos
de inversiones y empresas asesoras de riesgos, concentradas en
una pocos centros de poder financiero: el escalón más alto de
las «ciudades globales».
Sin embargo, incluso con las incursiones más brutales en
busca de beneficios que llevan a cabo las empresas como mo
dus operandi, el mercado de valores es un mercado de inver
siones relativamente estable y seguro. La bolsa de valores está
regulada por el Estado y en los Estados Unidos de América
por una agencia gubernamental: la Securities and Exchange
Comission establecida en 1 934, tras un anterior episodio de
crisis. Las sociedades de gestión de inversiones que controlan
los activos colectivos en forma de, por ejemplo, fondos de
inversión, están también reguladas por la Ley de Sociedades
de Inversión de 1 940. Sin embargo, bajo el neoliberalismo, los
superricos han encontrado cada vez más la manera de evitar
las regulaciones estatales de las inversiones. Lo hacen en parte
240
es capando de las jurisdicciones nacionales como las sedes so
ci ales de empresas fantasma en lugares como las Islas Caimán.
Y escapan de la regulación en sus propios países de origen
formando exóticos vehículos de inversión. En los Estados
Unidos, los fondos de inversión se abren a un pequeño nú
mero (menos de un centenar) de «inversores acreditados»
y los fondos conformados por «compradores cualificados»
(consistiendo la cualificación en más de cinco millones de
dólares en activos de inversión) no están sujetos a regulación
gubernamental más allá del registro comercial. De modo que
las inversiones temporales en el mercado de valores (la bolsa)
propician un beneficio rápido para luego vender y así competir
con otros fondos de inversi�n libre mucho más especulativos
y escasamente regulados, con compañías de valores privadas,
con paquetes de hipotecas de alto riesgo, futuros, derivados,
operadores de divisas, etc. En el contexto de la globalización,
de los «mercados emergentes» y de los mercados de inversio
nes exóticas, se espera que los fondos de inversión tengan un
retorno de al menos el 20% anual, doblando la riqueza de las
élites cada cuatro o cinco años. Así pues, vivimos en socieda
des en las que la dinámica de la fracción dominante del capital
es la consecución, por cualquier medio, de más dinero para
aquellos que ya tienen demasiado. Esta persecución temeraria
de dinero para tener más dinero es locura financiera, social.
Solo puede tener como resultado el desastre.
Porque el precio de los altos beneficios es . . . el riesgo eter
no. Cualquier fondo de inversión que no genera altos retornos
y por tanto, no toma riesgos extremos, sufre una desinver
sión en los mercados altamente competitivos, en los que el
dinero cambia de manos con solo tocar una tecla. Así, hay
una compulsión competitiva para tomar riesgos temerarios
c recientes en búsqueda de altos retornos que temporalmente
atraen inversiones. La especulación, el riesgo y el miedo son
241
estructuralmente endémicos del capitalismo financiero. El
miedo mismo se convierte en fuente de más especulació n
--comprando oro o futuros, por ej emplo. La especulación y
el juego se extiende desde Wall Street a todos los sectores de
la sociedad: el precio de la vivienda, las loterías del Estado,
casinos, bingos, porras, cartas de Pokemon; todo el mundo
juego, incluso los niños. El entrelazado de especulaciones es
la fuente de su intratabilidad y de la ampliación del espacio
de sus efectos. De modo que la crisis financiera de 2007-2008
tiene los siguientes momentos: viviendas muy a sobreprecio
especialmente cerca de los centros financieros en auge; compe
tencia entre instituciones financieras para ofrecer crédito fácil
a todo el mundo; el empaquetado de hipotecas domésticas en
papel negociable; niveles muy altos de compras apalancadas; y
el uso de activos cuyo valor puede desaparecer en el instante
de titulizar otras inversiones incluso aun más arriesgadas. No
es solo que la crisis se extienda de un sector a otro. Es más bien
que la crisis en un sector (como el inevitable fin de la burbuja
inmobiliaria) tiene efectos exponenciales en los demás (bancos
de inversión desplazados a especulaciones de alto riesgo) hasta
el punto que las pérdidas se acumulan más allá del po d er de
rescate de los estados y las instituciones financieras. De ahí la
tendencia hacia la catástrofe.
Civilización y filantropía
242
m ás en unos segundos al teléfono que el 99% de nosotros
p uede ganar en toda una vida de duro y entregado trabajo.
Los trabajadores son despedidos, los propietarios de viviendas
desposeídos, pero el gestor de los fondos no es testigo de esos
atroces hechos, ni siquiera le importan. Hay muchos otros in
tentando irrumpir ahí donde el inversor ético teme hacer daño.
Y si la intermediación de las mercancías en las relaciones de
p roducción conduce a una sociedad alienada (Marx, 1 967: cap.
1 ) y la intermediación de las imágenes conduce a una sociedad
hipnotizada (Debord, 1 967), la intermediación del dinero y el
j uego en las relaciones sociales conduce a una sociedad corrup
ta que ha caído en la locura. Incluso así, la corrupción no alivia
del todo al capitalismo financiero de remordimientos de con
ciencia. Solo corrompe esa «conciencia» y todo lo que emerge
de esa turbia moralidad.
En la tradición calvinista occidental, la filantropía es la
manera en la que la gente rica salva su conciencia. En el capi
talismo financiero global, a ese gesto filantrópico se añade un
barniz emotivo, idealista y moralista. En la época fordista del
consumismo y la publicidad, las personas están en sintonía con
la imagen, la sugestión y la exageración subjetiva en todas las
esferas de la vida, incluyendo la filantrópica. La imagen, los
medios de comunicación y el espectáculo se aprovechan de la
preocupación de la gente aparentemente para buscar apoyos a
la acción global y, de modo menos evidente, para canalizar lo
que podría convertirse en ira colectiva en una intervención se
gura y responsable limitada a las instituciones. El giro simbóli
co del milenio ha sido testimonio de una escalada de la lástima,
institucionalizada en un complej o filantrópico global que con
funde la «ayuda» con el «fin de la pobreza» y el «desarrollo».
El panóptico geofinanciero (O'Tuathail, 1 997) se refleja en un
panóptico geofilantrópico. Los países capitalistas hegemóni
cos, las instituciones financieras internacionales, los principa-
243
les miembros de las finanzas globales y la élite industrial, los
académicos famosos, la deslumbrante colección de estrellas
pop . . . todos los grupos culpables quieren «el fin de la pobreza
ahora». En el FMI y en el Banco Mundial, el ajuste estructural
se rebautizó como «crecimiento y reducción de la pobreza».
La Declaración del Milenio de Naciones Unidas se centró en
reducir a la mitad la pobreza extrema para 20 1 5 . Jeffrey Sachs
(2005), «el economista del desarrollo más destacado de nuestro
tiempo», escribió un libro ampliamente leído en el que afirma
que la pobreza global podría acabarse para 2025. Después de
una presión popular masiva, organizada por los conciertos de
rock Live 8 por cantantes como Bono y Bob Gedolf, los países
del G7/G8 acordaron condonar los 40.000 millones de dólares
que se debían a las agencias internacionales. En 2006, Warren
Buffet, la tercera persona más rica del mundo, prometió 3 1 .000
millones de dólares a la Fundación Bill y Melinda Gates, fun
dada por la persona más rica del mundo con el obj etivo de aca
bar con la pobreza global. Y en 2007 las Naciones Unidas han
afirmado que se han realizado progresos significativos en la
consecución de los obj etivos de la Declaración del Milenio, es
pecialmente en el campo de la reducción de la pobreza global.
¿ Podemos aceptar estos actos ampliamente aplaudidos de
benevolencia altruista en sus propios términos optimistas ? ¿ O
es que «acabar con la pobreza ahora. . . el mundo no puede
esperar» es una apariencia civilizada para una búsqueda de un
interés personal especulativo cada vez más brutal ? Los países
ricos miran desde lo alto a los pobres y, compadeciéndolos, se
dedican a «acabar con la pobreza global» con declaraciones o,
cuando son presionados, a través de medios sin riesgos como
la educación, financiando la investigación contra el HIV-sida,
etc. Al mismo tiempo, acabar con la pobreza global es un pre
texto para extender el dominio del capitalismo financiero glo
bal: pacifica nuevos espacios de explotación. Es de este modo,
244
y de mucho otros, como se relacionan el capitalismo financie
ro global, el neoliberalismo, la antipobreza, y las políticas de
condonación de la deuda.
245
clusiones de los Ministros de Finanzas de la reunión del GS de
julio de 2005, por ejemplo, el punto 2. Dice así:
246
occidentales y, tras ellos, los intereses financieros que contro
lan los principales estados capitalistas. Las políticas que se juz
gan como sólidas siguen, esencialmente, el programa neolibe
ral del Consenso de Washington. Aquí encontramos los países
del G7/G8, o más bien a sus Departamentos de Finanzas, en
connivencia con las instituciones financieras internacionales,
diciendo a los países pobres cómo deben conducir sus eco
nomías si quieren beneficiarse de la condonación de la deuda.
Del mismo modo que a los «pobres dignos de ayuda» les hacen
arrastrar su arrepentimiento si quieren obtener una limosna, o
los sintecho fingen una teatral conversión cristiana para tener
una cama donde pasar la noche, ahora nos encontramos a los
países ricos diciendo a los países pobres del mundo cómo de
ben «reformarse» para obtener su condonación de la deuda.
Una cláusula clave de la declaración del G8 se refiere a «la
eliminación de las barreras a la inversión privada tanto nacio
nal como extranjera». La política antipobreza filantrópica glo
bal opera condicionando el alivio de la pobreza a la apertura de
los mercados de capitales, permitiendo la repatriación libre de
los beneficios. El capital financiero limpia su conciencia apor
tando nuevas fuentes de riesgo y de beneficio en línea. Pero
la globalización de la conciencia ensancha el espacio de crisis.
De modo que las crisis se agravan ante las respuestas ofrecidas
por la falsa conciencia que atraviesa el brazo filantrópico del
régimen de políticas neoliberales.
Si las políticas neoliberales recetadas por las instituciones
financieras internacionales funcionaran realmente, la hipocre
sía del gesto anti-pobreza de la élite filantrópica (dando ayuda
para obtener aún más dinero) probablemente podría perdo
narse. Pero para obtener su dinero, los países pobres deben
acceder a abrir sus mercados a la competencia extranj era, pri
vatizar las empresas públicas, apartar al Estado de la provisión
de servicios, reducir los déficits presupuestarios del Estado,
247
remodelar sus economías orientándolas a la exportació n,
«flexibilizar» sus mercados de trabajo, suprimir las barreras
a los movimientos de capital y flujos de beneficios, etcétera,
siguiendo una lista escrita bajo la creencia que los mercados
y la libre competencia pueden conducir la economía al reino
mágico del crecimiento económico. Pero la apertura de mer
cados significa perder puestos de trabajo protegidos -o sea,
crear desempleo en nombre de la «eficiencia» en países en los
que el trabajo ya está infrautilizado. La privatización significa
introducir la búsqueda del beneficio en, por ejemplo, el submi
nistro de agua o electricidad, y cortarlo a quien no pueda o no
quiera pagar las altas tasas -mucha gente ha sido tiroteada por
protestar contra ello. Reducir los abultados déficits del Estado
en nombre de la responsabilidad fiscal puede sonar bien hasta
que se recuerda que hay gente desesperada que depende de los
subsidios de comida y de la atención sanitaria del Estado para
vivir. Y en cuanto a exportar más, el problema es «¿ exportar
qué ?». China monopoliza las industrias de trabajo barato y los
precios de la mayoría de productos tropicales y subtropicales
como el café, el cacao y el algodón, que son volátiles y a la larga
han ido cayendo, de modo que los pequeños agricultores se
parten la espalda por menos que nada. (Nótese que al mismo
tiempo la producción local de alimentos se ve rebajada por la
concentración en cultivos de exportación y la supresión de
protecciones arancelarias, dando lugar a una peligrosa vulne
rabilidad masiva a episodios de hambrunas.) La flexibilidad
del mercado de trabajo significa atacar a los sindicatos, pagar
salarios más bajos y eliminar las pocas leyes que puedan existir
para proteger a los trabaj adores: ¡ bonita manera de «acabar
con la pobreza» ! La apertura de los mercados de capitales deja
a todos los países del mundo en el espacio de las contagiosas
crisis financieras. Y finalmente, incluso el resultado esperado,
el crecimiento económico, no reduce necesariamente la pobre-
248
za, especialmente cuando el crecimiento sigue un diseño neoli
beral. En su lugar, da como resultado una réplica de su original
esta dounidense: estancamiento de salarios para la mayoría y
más ingresos para los que ya son ricos. En otras palabras, para
conseguir la condonación de la deuda, los países solicitantes
tienen que reestructurar sus economías neoliberalmente, de
modo que recompensen al capital extranjero. La condonación
de la deuda en su forma actual, bajo la tutela de las institucio
nes financieras internacionales, produce la pobreza a la que
supuestamente pone fin. En el enloquecido mundo del capita
lismo financiero, la benevolencia es beneviolencia.
¿ Es que, baj o el neoliberalismo, la pobreza ha disminuido
realmente, tal como afirman las instituciones financieras inter
nacionales y el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas ?
El reciente análisis de Sanjay Reddy y Camilia Minoiu (2007)
concluye que, a causa de las imprecisiones en los métodos uti
lizados para medir los niveles de pobreza (ingresos de uno y
dos dólares diarios por persona) y las deficiencias en los datos
recogidos, «la pobreza global puede o no haber disminuido.
El grado del aumento o disminución estimada en la pobreza
del mundo es totalmente dependiente de los supuestos adop
tados». En un examen muy importante de los datos sobre po
breza del Banco Mundial, Robert Wade (2004) concluye: « La
magnitud del aumento de la población mundial en los últimos
veinte años es tan grande que las cifras de pobreza del Banco
tendrían que estar enormemente infraestimadas para que la
tasa de pobreza del mundo hubiera disminuido. Cualquier
afirmación más precisa sobre el número exacto de personas
que viven en la extrema pobreza y el cambio a lo largo del
tiempo descansa sobre bases poco sólidas.» Lo que sabemos
con certeza es que el neoliberalismo está asociado con una
creciente desigualdad: en los Estados Unidos y en otros países
ricos, pero también de modo más general en el capitalismo
249
global. Utilizando los datos recogidos por el Proyecto sobre
Desigualdad de la Universidad de Texas sobre las estructuras
nacionales de sueldos, Galbraith (2007: 587) encuentra un
«modelo mundial de disminución de la desigualdad entre 1 971
y 1 980, seguido por un largo y acusado período de desigualdad
creciente desde 1 98 1 hasta el fin del siglo», una tendencia que
él asocia con la cambiante «macroeconomía global».
Mi propia investigación reciente está relacionada con la
India desde la adopción de la Nueva Política Económica en
1 99 1 . El nuevo régimen político incluía medidas de ajuste
estructural estándar (neoliberales), bajo la tutela del FMI y el
BM (después de un crédito de urgencia en 1 99 1 ), incluyendo
la devaluación de la rupia, un aumento en las tasas de inte
rés, la reducción de la inversión pública, la reducción de las
ayudas a los alimentos y los fertilizantes por parte del sector
público, la reestructuración del sector industrial, el aumento
de las importaciones y la inversión extranjera en actividades
de alta tecnología e intensivas en capital, y la abolición de las
ayudas compensatorias de caja para las exportaciones. Hay
muchísimas interpretaciones que ven este programa de neoli
beralización económica como una transformación a .mej or de
la economía que conduce a un aumento sustancial de la tasa
de crecimiento económico de la India (de hecho, los datos
sugieren que el rápido crecimiento económico de la India se
inició antes de la transformación del régimen de políticas de la
India). Y el caso de la India se utiliza a menudo como la prin
cipal historia de éxito de las reformas neoliberales del régimen
de políticas de un país. Pero la cuestión es quien se beneficia
de este nuevo régimen de crecimiento y si puede mejorar de
modo significativo las condiciones de vida de los 350 millones
de personas con una renta inferior a un dólar diario, o de los
800 millones con menos de dos dólares diarios. Con los crite
rios de valoración convencionales, se trataría de una economía
250
que ha crecido rápidamente durante una período lo suficien
temente largo como para que problemas sociales como la po
breza mostraran signos claros de haberse reducido. A primera
vista éste parece ser el caso. La cifra de personas en la India por
debajo del umbral de pobreza (definido en términos de ingesta
diaria de calorías) supuestamente aumentó en 8 millones du
rante los años 1 970, disminuyó en 2 1 ,8 millones en los 1 980,
aumentó en 13 millones a principios de los 1 990 pero disminu
yó de nuevo en 60 millones de mediados a finales de los 1 990.
Sin embargo, existe un considerable escepticismo sobre la fia
bilidad de las estimaciones sobre la pobreza, hasta el punto de
que las tasas de pobreza podrían ser el doble según el método
de medida utilizado. Es imposible afirmar a partir de los datos
disponibles si la pobreza en la India ha aumento o ha dismi
nuido desde 1 99 1 (Palmer-Jones y Sen, 200 1 ). Con mayor cer
tidumbre se sabe si la desigualdad ha cambiado a partir de las
reformas neoliberales de principios de los años 1 990. Tal como
afirma un autor, el «excepcional crecimiento agregado» de la
India ha ido acompañado de una creciente desigualdad (Basu,
2008) y tal como señalan otros, las desigualdades regionales de
la India permanecieron en gran parte sin cambios durante los
años 1 980 pero aumentaron dramáticamente tras la adopción
de las reformas (Kar y Sakthivel, 2007). En un informe de
2007, Inequality in Asia, el Banco para el Desarrollo Asiático
(2007) señala que en la última década la mayoría de países asiá
ticos, especialmente los más poblados, China e India, han ex
perimentado un aumento en la desigualdad, especialmente en
la desigualdad absoluta (por ej emplo, diferencias absolutas en
la renta del 20% de la población más rica respecto el 20% más
pobre). Tal como el Banco para el Desarrollo Asiático afirma,
de modo suave: «Los aumentos en la desigualdad reducen el
impacto de la reducción de la pobreza de un cantidad determi
nada de crecimiento» . Podemos añadir lo que es obvio, aunque
251
el BDA no lo haga: esa «reducción» sucede porque casi toda la
riqueza producida por el crecimiento neoliberal va a parar a
unos pocos neos.
252
el objetivo de conseguir el compromiso gubernamental por
unos estándares mínimos para los trabajadores en la economía
global. En términos del segundo, el trabajo recibe una parte
creciente del poder económico solo cuando el valor producido
p or los trabajadores circula fundamentalmente dentro de los
sistemas de producción-consumo regionales y nacionales, en
los que la productividad del trabajo puede relacionarse con
los ingresos de los trabajadores, como en el régimen de polí
ticas socialdemócratas-fordistas del período 1 945- 1 980. Este
vínculo se rompió por la globalización de la producción bajo
el régimen subsecuente de políticas neoliberales. La estrategia
apropiada es establecer «sistemas de valores regionales» por
grupos de países, protegidos parcialmente de la competencia
internacional, que compartan un compromiso en la produc
ción que aumente el poder de los trabajadores y sus ingresos: el
sistema que actualmente está emergiendo en Venezuela, Cuba,
Bolivia y Ecuador indica el camino. La protección mediante
aranceles, intervenciones no arancelarias, controles de capital,
etc. elimina parcialmente a grupos de países de la competencia
internacional. Ello permite a los estados intervencionistas es
tablecer sus propios principios político-económicos que guíen
sus políticas de desarrollo y antipobreza. Pero la protección
también conlleva, necesariamente, el rechazo a invertir por
parte del capital financiero global: una especie de «lock out»
del capital global. En el contexto actual, esta estrategia de valor
regional solo puede funcionar donde los fondos de inversión
se generen localmente, como en las áreas que controlan los re
cursos clave necesarios para la economía global. A largo plazo
debemos exigir un banco de desarrollo global que invierta en
desarrollo alternativo. Y ello requiere un ambiente político
bastante diferente del de la era neoliberal, uno que reaccione
contra las trágicas consecuencias de las aventuras políticas
neoconservadoras y de los terribles errores de las políticas
253
económicas neoliberales y mire hacia el socialismo, la social
democracia y un compromiso real para acabar con la pobreza
global, eliminando las raíces de la desigualdad.
Referencias
254
Simulations: Mexico, the Chiapas Revolt, and the Geofinancial
Panopticom•, Ecumene, 4; pp. 300-3 1 7.
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255
MODERNISMO CRÍTICO Y DESARROLLO DEMOCRÁTICO"'
,. © The Guilford Press, Nueva York, 2009, traducido por Núria Benach del
original inglés, fragmento del capítulo 8 «Critica! Modemism and Democratic
Development» en Richart Peet y Elaine Hartwick (2009), Theories of Development.
Contentions, Arguments, Alternatives. Nueva York: The Guilford Press; pp. 277-282.
256
de protección social», «mayor participación», «reducción de
la pobreza», u otros tópicos preparados para hacer más digeri
bles las políticas que deliberadamente producen desigualdades
(véase la Figura 1 )* y compárese con la tendencia en la propor
ción de la distribución de los ingresos en los Estados Unidos
durante los últimos 30 años). Los países del Tercer Mundo «se
desarrollan» copiando el modelo de modernización, compe
tencia, realización de beneficios e industrialización que ya ha
demostrado su efectividad en la historia moderna de los países
del Primer Mundo. Así, la modernización y el desarrollo que
dan incorporados a una única experiencia histórica eternamen
te repetida en «el fin de la historia» y «el fin de la geografía»,
tal como se ha descrito en tiempos recientes.
Sin embargo, a partir del renovado récord de confusión en
el siglo XXI, está claro que la historia no se ha terminado, que
las diferencias de base geográfica continúan existiendo (a veces
de modo incluso más violento que antes), y que el modelo de
desarrollo neoliberal que domina en la actualidad no encaja en
todas las circunstancias. La modernización capitalista deja a
200 millones de personas en la pobreza en el mismo corazón
de la modernidad, ¡ en los llamados países avanzados ! Esta ci
fra muestra que dar como satisfactorio el actual modelo es so
cialmente poco razonable y éticamente irresponsable. Después
de 200 años de funcionamiento a pleno gas, 2.800 millones de
personas viven en la pobreza (con el equivalente a menos de dos
dólares diarios) bajo el capitalismo industrial. El proceso de
modernización actual conducido por Occidente ya no puede
continuar. Aunque un crecimiento normal «exitoso» con el
257
modelo de consumo actual llevase a multiplicar por cinco o
por seis los ingresos globales en 50 años, el uso de los recursos
y la contaminación de los medios naturales ya estarían más allá
de su capacidad. Este escenario futuro muestra la imposibili
dad natural de copiar sin fin el modelo occidental: sigamos con
eso y la historia de la humanidad acabará del todo . . . en catás
trofe ambiental. Con todo, el dominio del optimismo neoli
beral tiene tal prevalencia que las crisis en la economía global
solo llevan a versiones depuradas, algo más «liberales», del
mismo enfoque modernizador: modelos con incluso menor
redistribución de la renta, con incluso más «incentivos» (re
corte de impuestos para los más ricos) son recitados como un
saber profundo por parte de los «expertos económicos» {los
adalides de la teoría del desarrollo convencional). Mientras,
se limpian las conciencias proporcionando mosquiteras a los
pobres africanos. El pensamiento convencional sobre la mo
dernidad, el crecimiento y el desarrollo, tal como están defi
nidos, está completa, peligrosa y perversamente cerrado a ver
las deficiencias estructurales y carece de alternativas reales que
sean tomadas seriamente en cuenta en los centros de poder.
Alternativas
258
se envilece, de nuevo para satisfacer los antoj os consumis
tas de las personas más ricas del mundo. En su lugar, los
socialistas proponen el control racional del proceso de
desarrollo a través de la propiedad colectiva, el control
público, la planificación y el razonamiento democrático.
2. La teoría postestructuralista defiende que la razón, el cono
cimiento y la idea de progreso que subyacen en el proyec
to moderno están tan imbuidas de poder occidental que el
«desarrollo» se ha convertido en la fuente de muchos de
los problemas del mundo en vez de en su solución.
3. Las teorías feministas mantienen que la razón moderna
es masculinidad con disfraz lógico, con unas prácticas de
desarrollo que subyugan a las mujeres mientras fingen hu
manitarismo. Para la mayoría de feministas, el objetivo es
repensar el significado y las prácticas del desarrollo desde
una perspectiva crítica de género que valore las experien
cias y los deseos de las mujeres así como de los hombres,
mientras que las feministas postmodernas abogan por el
abandono total del término «desarrollo».
259
les la «democracia», la quieran o no), las afirmaciones de desa
rrollo alternativo, entendidas como intervenciones colectivas
en los procesos económicos, culturales y sociales en nombre
de objetivos políticos definidos en torno a la justicia social,
han sido silenciados hasta el punto de que casi han desapare
cido de la memoria. No obstante, dados los importantísimos
problemas que afrontan más de 2.000 millones de personas
desesperadamente pobres, este tipo de amnesia instantánea es
una tragedia de la política (en términos de pérdida de com
promiso directo) y una parodia de la justicia (en términos del
olvido de los otros, o de pérdida de visión de lo urgente en la
búsqueda desesperada de la complejidad teórica, la reputación
académica, o la última moda intelectual).
En este libro hemos llegado a una conclusión diferente, o
sea, la de que hay que repensar el proyecto de desarrollo más
que descartarlo. Queremos reconsiderar el desarrollo con ple
no conocimiento de las críticas feministas y postdesarrollistas,
utilizando realmente esas críticas para elaborar una perspecti
va que siga siendo moderna pero que sea más poderosa y más
persuasivamente crítica. La democracia, la emancipación, el
desarrollo, el progreso, son magníficos principios modernos.
Pero han sido corrompidos por la forma social que ha tomado
la modernidad: el capitalismo como un sistema patriarcal de
clase, un tipo de sociedad que solo opera en el interés de la élite
masculina, basado en la búsqueda de beneficio con la exclusión
de prácticamente todo el resto. El problema principal con la
democracia es que nunca se ha alcanzado: ¿ en qué sociedad las
personas controlan directamente las instituciones y los lugares
(trabaj o, familia, barrio) en los que pasan la mayor parte de sus
vidas ? ¿ Cómo puede ser democrático un país como los Estados
Unidos de América en el que 1 50.000 personas ricas eligen de
hecho los que serán los candidatos presidenciales «serios» a
través de contribuciones a las campañas, donde las campañas
260
electorales se hacen con eslóganes y videoclips en medios de
comunicación controlados y caros, y donde las empresas gas
tan miles de millones cada año en lobbys que según dicen solo
les proporcionan «acceso» a los políticos ? De la misma mane
ra, el problema con la emancipación es que se dirige a los pri
vilegios de unos pocos en vez de a los derechos de la mayoría.
La emancipación significa promover los «derechos humanos»
de los que ya son privilegiados. Igualmente, lo deficiente del
desarrollo reside en sus limitados objetivos (abundancia de co
sas), la timidez de sus medios (copiar a Occidente) y el alcance
de sus concepciones (los expertos lo planean). Y en cuanto al
progreso, es poco más que un cliché repetido a diario en el
parloteo eternamente optimista de las figuras de la televisión y
ejecutivos de empresas siempre subiéndose al carro y siguien
do adelante. Tal como acertadamente reclaman los teóricos
postestructuralistas, esto conceptos de desarrollo moderno
no tienen arreglo si se consideran como separados de las ideas
(significantes relacionados solo con otros significantes). Pero
ceder el «progreso» a los optimistas estúpidos es abandonar
una idea mantenida por los optimistas serios en aquel nivel de
creencia que aún encuentra que el razonamiento, la ciencia, la
tecnología y la democracia representan un potencial real para
una vida mejor para todo el mundo. Y mientras que una vida
mejor, en términos de suficiencia material, puede ser fácilmen
te menospreciada por aquellos que ya viven en la abundancia,
es un sueño esperanzado para aquellos que nunca han conoci
do una existencia segura. Para nosotros, «modernidad» y «de
sarrollo» son términos que aún están llenos de significado.
Modernismo crítico
261
dernidad, pero hace hincapié en el potencial del desarrollo
contemporáneo, más que en la práctica.
El modernismo crítico implica una crítica del sistema
de poder capitalista en términos socialistas de propiedad de
clase de los recursos productivos, en términos feministas de
dominio masculino, y en términos postestructuralistas de he
gemonía de los discursos e imaginarios de las élites. Aún así,
y a diferencia de la mayoría de otras críticas, convierte a estos
aspectos negativos en elementos positivos de un conjunto de
propuestas políticas sobre cómo cambiar el significado y las
prácticas del modernismo. El modernismo crítico desconfía de
toda élite, sea empresarial, burocrática, científica, intelectual,
racial, geográfica o patriarcal. El modernismo crítico apoya las
visiones de la gente oprimida de todo tipo: desde los movi
mientos sociales campesinos, a las organizaciones indígenas, a
las asociaciones de mujeres por los derechos reproductivos, a
los movimientos obreros. Con todo, «apoyar» o «valorar» las
ideas de los pueblos oprimidos no significa creer todo lo que
sus líderes dicen a modo de un romanticismo «new-age» que
ve brillar la sabiduría eterna en la plegaria de un chamán. Y al
tiempo que los movimientos de la gente pobre debe contem
plarse en sus propios términos y contextos, el modernismo
crítico favorece las alianzas que unan las fuerzas de la mayo
ría oprimida para contrarrestar lo que de otro modo sería el
poder abrumador de la minoría explotadora. El modernismo
crítico escucha lo que la gente tiene que decir. Sin embargo,
y de forma polémica, pretende combinar los discursos popu
lares de movimientos sociales diversos con las ideas libera
doras de un modernisl,ll o entendido él mismo solo de modo
autocrítico. El modernismo crítico encuentra valor en todas
las experiencias.
Pero este escuchar también es de aplicación a la experiencia
occidental de la modernidad, solo que esa crítica es aún más
262
necesaria {«ya hemos visto el futuro, y sabemos que solo fun
ciona en parte»): podemos aprender mucho de la experiencia
moderna de Occidente. Sobre todo, el modernismo crítico
continúa siendo moderno en cuanto a apoyar una actitud
hacia el mundo básicamente científica y racional, es decir, que
requiere algún tipo de evidencia para creer antes que aceptar
sobre la base de la fe, como en el conocimiento premoderno,
o negando toda validez a la verdad probada, como en gran
parte del postestructuralismo. Si hay que escoger entre la
«mirada interior de la fe», o la «visión exterior de la razón», el
modernismo crítico se queda con la segunda, solo que el ojo
mira críticamente al mundo. El modernismo crítico cree en el
racionalismo en términos de un pensamiento teórico, lógico,
cuidadosamente formulado, sobre cuestiones de la máxima
importancia como la pobreza global o la catástrofe ambiental.
La lógica y la experiencia son la base de sus teorías.
La crítica radical del capitalismo, como forma corrupta
de modernismo, permite retener los hallazgos modernistas de
nuevas maneras: en primer lugar, emancipación, democracia,
razonamiento y planificación; en segundo lugar, ciencia, tec
nología, productividad, máquinas, certeza material, medicina
y hospitales. El aspecto idealista de esta retención (selectiva) es
que el proyecto moderno conlleva razonamientos éticos e in
tenciones políticas que vale la pena respetar y apoyar. El aspec
to material es que el modernismo ya ha dado como resultado
beneficios para un gran número de personas que viven mucho
mejores vidas que en su ausencia . . . y podría dar muchos más.
Y el aspecto práctico es que la ciencia y la democracia son aho
ra centrales en la misma estructura de la cultura política global
y no desaparecerán solo porque teóricos consentidos y mal
criados se hayan cansado de ellas aunque se beneficien de lo
lindo criticando a la modernidad (la teoría postestructuralista
ha sido una mina para unos cuantos académicos privilegiados).
263
De ahí la necesidad de un compromiso crítico y más activo con
la modernidad como una forma de práctica capitalista guiada
por relaciones sociales, más que criticar la modernidad como
una formación discursiva. ¡ Debemos aprender a vivir con la
modernidad criticándola y cambiándola!
264
IV. TEXTO IN ÉDITO
Richard Peet
265
forma alienada de producción de la existencia humana, que no
está controlada democráticamente, que se organiza indirecta
mente a través de los mercados, que se basa en la obtención
egoísta de beneficios, y que tiene que crecer para sobrevivir.
Ha empeorado con el desarrollo del capitalismo financiero en
las dos últimas décadas . . . unos cuantos miles de implacables
especuladores se han empeñado exclusivamente en hacer que
el dinero controle un mundo que realmente no les importa. Si
queremos entender lo que está pasando con el medio ambien
te, tenemos que entender los orígenes, el desarrollo, la estruc
tura y la dinámica del capitalismo, y el ascenso de las finanzas
a su actual posición de dominio total. Debemos entender las
exigencias sistemáticas de un modo de vida en el que especular
sobre la deuda es la fuerza motriz principal.
266
cultura, a las instituciones sociales y a la naturaleza: la esencia
del capitalismo es la necesaria explotación de todo. No obs
tante, bajo condiciones de mercado, todo capitalista individual
tiene que producir las mercancías a los precios regulados por
la competencia intercapitalista. Esto obliga, incluso al capita
lista más concienciado social y ambientalmente, a producir al
precio más bajo, sin importar las consecuencias «externas» . La
competencia obliga a la explotación de la naturaleza y de los
recursos . . . deprisa, ¡ antes de que otro lo haga! De ahí que,
para Marx, el desarrollo capitalista sea un proceso violento
y completamente contradictorio, esencialmente a causa de la
naturaleza contradictoria de las relaciones sociales que lo de
finen: la explotación y la competencia. Marx conceptualizó el
desarrollo capitalista como socialmente injusto (los beneficios
se distribuían de modo desigual), geográfica y temporalmen
te desigual (se da en algunos lugares y en algunos momentos
más que en otros), expansionista (invadiendo y controlando
sociedades en todo el mundo), ambientalmente destructivo
(devorando recursos, emitiendo residuos de todo tipo) y lleno
de crisis (recesiones y depresiones) periódicamente necesarias
para restablecer las condiciones de rentabilidad que la com
petencia encarnizada destruye (Marx, 1 967; Harvey, 1 982;
Becker, 1 977; Weeks, 1 98 1 ).
267
vez más profunda del ciclaj e de nutrientes entre el campo y
la ciudad. Al principio, la economía capitalista manufacturera
era una extensión de la economía natural anterior, en el senti
do de que las máquinas textiles estaban hechas de madera, la
energía que las movía era la hidráulica, y el algodón y la lana
eran materias primas que provenían de una agricultura mayor
mente sin mecanizar. Aquí podemos utilizar la noción de E.A.
Wrigley ( 1 988; 2000) de paso de una «economía orgánica»
inicial a una «economía de energía de base mineral» posterior.
En las economías orgánicas la fuente última de toda riqueza es
la Tierra y la conversión de la energía del Sol mediante la foto
síntesis por los cultivos y los animales. Casi todas las fuerzas
motrices que impulsaban Ja producción se derivaba de fuentes
orgánicas: fuerza animal y humana, suplementada por viento
y agua, con calor procedente de la combustión de la madera.
El crecimiento económico estaba condicionado por esta de
pendencia universal de las materias primas y tal como señala
Wrigley ( 1 988: 29), «las economías orgánicas estaban suj etas a
una retroalimentación negativa en la que el mismo proceso de
crecimiento conllevaba cambios que hacían aún más difícil el
posterior crecimiento a causa de unos rendimientos margina
les decrecientes» . Con la revolución industrial del siglo XIX,
el crecimiento entró en un nuevo tipo de economía de energía
de base mineral, liberada de las limitaciones al crecimiento de
la fase anterior por el uso extensivo del carbón. Esta economía
de energía de base mineral estaba suj eto a efectos de retroali
mentación positivos, en los que cada paso realizado facilitaba
el siguiente. El punto crucial fue cuando los trabajadores que
previamente habían estado utilizando herramientas manuales
pasaron a utilizar máquinas accionadas por el vapor producido
por la combustión del carbón, y más tarde por la electricidad
generada por la combustión de todo tipo de combustibles
fósiles. Muchas de las mayores industrias modernas, señala
268
Wrigley, quedaron liberadas de su dependencia de las materias
p rimas vegetales o animales. Así, los bienes de capital pasaron
a ser hechos principalmente de metal, cemento y ladrillos y
los bienes de consumo, de metal o de plástico. El problema
para el medio ambiente es que la disponibilidad de minerales
-las materias primas de muchos productos manufacturados
(arcilla, petróleo y carbón)- no es ilimitada, a la vez que con
vertir esos materiales para uso humano implica gastar grandes
cantidades de energía con resultados contaminantes. De modo
que el paso desde una economía exclusivamente orgánica fue
un sine qua non para alcanzar la capacidad para un crecimiento
exponencial y un deterioro ambiental masivo (Wrigley, 2000:
1 39).
Observando las evidencias históricas constatamos lo que
Wrigley quiere decir. La eco pomía británica era ocho veces
mayor en 1 900 de lo que era en 1 800, la producción industrial
aumentó trece veces y la producción de carbón, diecisiete
(Mitchell, 1 988: 247-249, 43 1 -432, 822). La revolución indus
trial produjo sociedades completamente diferentes de todo lo
que había existido hasta entonces. Esta revolución industrial
de energía de vapor, mecanizada y conectada por ferrocarril
produjo la fábrica del diablo, las escenas de humaredas que do
minan nuestra memoria ambiental. Así que en Gran Bretaña,
por tomar solo un indicador de efecto ambiental, el dióxido de
carbono producido en una de sus formas principales, como las
emisiones de la quema los combustibles fósiles, aumentó en
diecisiete veces durante el siglo XIX, de 7,3 millones de tonela
das de carbono por año a 1 1 4,6 millones de toneladas ( CDIAC,
2009). Es decir, que en el siglo XIX la contaminación aumentó
el doble de rápido que la producción.
El problema de consideraciones <,:orno estas, sin embar
go, es la tendencia al determinismo tecnológico en el sentido
de que los mayores sistemas contaminantes intensivos en
269
recursos se convirtieron en inevitables a causa de su mayor
productividad: otra vez las etapas de desarrollo universales
de W.W. Rostow ( 1 960). Similares formulaciones de determi
nismo tecnológico aparecen también en algunos escritos de
Marx. Pero como las ideas de Marx fueron madurando du
rante el tremendo trabaj o de escribir El Capital -el análisis
crítico más riguroso de su tiempo, y quizá del nuestro- hay
un cambio en el énfasis a favor de las relaciones sociales y la
lucha social como causas principales. Por tanto, para Marx,
la competencia es la fuerza coercitiva externa que obliga al
capitalismo a la constante revolución tecnológica. Tal como
Marx y Engels afirmaron: « La burguesía no puede existir sin
revolucionar constantemente los instrumentos de produc
ción y, por tanto, las relaciones de producción y, con ellas, el
conjunto de relaciones de la sociedad. El mantenimiento de
los viejos modos de producción de forma inalterada fue, por
el contrario, la primera condición de existencia para todas
las clases industriales previas» (Marx y Engels, 1 969: 1 1 5 ).
En otras palabras, la economía industrial de uso intensivo de
energía, mecanizada, consumidora de recursos y contami
nante que se desarrolló en el siglo XIX surgió de la competen
cia entre capitalistas y entre economías capitalistas, como en
Gran Bretaña, Alemania y los Estados U nidos de América.
Los capitalistas tuvieron que mecanizar para sobrevivir, y la
mecanización significaba intensificación energética . . . aunque
la racionalidad competitiva, «eficiente» y práctica usada cada
día en el capitalismo fuese en sentido inverso a la raciona
lidad medioambiental necesaria para sostener la existencia
social continuada a largo plazo. Sacrificamos el futuro por el
beneficio inmediato. La diferencia entre el análisis histórico
basado en Marx y otros análisis reside en el énfasis en las
relaciones sociales más que en la inevitabilidad tecnológica.
Todo esto estaba protegido, ayudado y amparado por el
270
Estado liberal supuestamente de laissez /aire, un Estado que
en realidad dej ó el m �ximo de libres a las empresas capita
listas, claramente en 'términos de regulación ambiental, pero
que actuó en su nombre colectivo en términos de expansión
imperialista.
271
los asalariados bien pagados (y crecientemente sindicados) de
la industria del automóvil y después por muchos otros sectores
de población. En su apogeo, el fordismo consistía en produc
aón en masa y consumo en masa en el interior del país, con un
abanico de instituciones y políticas que apoyaban el consumo
en masa, incluyendo políticas económicas estabilizadas y una
gestión keynesiana de la demanda que generaba demanda na
cional y estabilidad social; también incluía un compromiso de
clase o contrato social que conllevaba estabilidad de empleos
y salarios que podía sostener confortablemente a las familias,
llevando a una prosperidad ampliamente compartida: el incre
mento en los ingresos estuvo relacionado con la productividad
nacional desde finales de los años 1 940 hasta principios de los
1 970. El modelo de economía fordista estadounidense (me
dido en términos de PIB real) tenía esencialmente el mismo
tamaño en los años 1 930 que a finales del siglo XIX, cuando ya
había superado a Gran Bretaña para convertirse en la mayor
economía del mundo. Luego triplicó su tamaño entre 1 940 y
1 980 (Historical Statistics of the U nited Sta tes, tabla Ca9- 1 9).
O, traduciéndolo en términos ambientales, las emisiones de
dióxido de carbono de los Estados U nidos, que ya estaban
en un nivel de 500 millones de toneladas de carbono por año
en 1 940, se duplicaron ampliamente hasta los 1 .300 millones
de toneladas en 1 980 (CDIAC, 2009). La revolución en la pro
ducción había ya creado enormes complejos industriales en el
paisaje. La revolución en el consumo' convirtió a esas enormes
economías en voraces y expansivos gigantes.
La resistencia a los excesos del capitalismo (especialmente
el norteamericano) generada entre los movimientos sociales y
políticos de izquierda en los años 1 960 y 1 970 se amplió en
el movimiento por los derechos civiles y contra la guerra del
Vietnam y, de allí, pasó a críticas culturales más amplias acerca
del consumo y la destrucción ambiental. Así el primer Día de
272
la Tierra (en 1 970) contó con la participación de 20 millones
de personas. Tal era la atmosfera popular del momento que
la noción de una regulación keynesiana ampliada a un marco
mayor de intervención estatal, que podía incluir la gestión am
biental, llegó a ser sostenida por personas de todo tipo de con
vicción política. Incluso por parte de partidos conservadores:
la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos,
fundada en 1 970, fue aprobada por ley por el presidente re
publicano Richard Nixon. Las empresas se enfrentaban cada
vez más con trabajadores organizados y con consumidores
dispuestos a no comprar. Los estados imperialistas se en
contraban con la resistencia de sociedades rurales a las que
«bombardeaban hasta hacerles volver a la Edad de Piedra».*
Los movimientos sociales ambientales pasaron de un extre
mismo ridículo a un activismo popular en espacio de pocos
años. El orden social capitalista industrial se desmoronaba en
sus márgenes espaciales pero también en sus santuarios centra
les: por ejemplo, las universidades de élite que reproducen la
clase dirigente se convirtieron en caldo de cultivo de resisten
cia. Existía la posibilidad de que emergiera un tipo diferente
de sociedad sobre los pedazos de la vieja. El régimen político
keynesiano era necesario para mantener el capitalismo indus
trial en algún tipo de orden regulatorio que apuntara, en sus
versiones socialdemócratas, hacia lo que debiera parecerse a
una alternativa política: planificación económica que incluyera
la nacionalización de las industrias clave, atención sanitaria
socializada, educación gratuita y de calidad, los inicios de una
regulación ambiental, etc. para dar solo unos pocos ejemplos
de un sistema socializado que compatibilizara el consumo
individual con el gasto social. Durante algunos pocos años,
273
existió esa posibilidad de un cambio transformador en los
nuevos movimientos sociales de los países del Primer Mundo,
incluyendo un gran y creciente movimiento ambiental, y unos
movimientos culturales y sociales radicales y masivos entre los
pueblos del Tercer Mundo.
Reacción
274
trarrevolución de principios de los ochenta no solo convertía
en aceptables las adhesiones derechistas sino en «necesarias
p ara salvar a la sociedad» en contraste con el extremismo de la
de mocracia populista. La derecha ganó la guerra de las palabras
co ntra la cultura política de «los sesenta» y todo lo relacionado
con la protesta contra la guerra, el imperialismo y la destrucción
ambiental. Entonces siguió una campaña de propaganda masiva
contra la «corrección política», la socialdemocracia, el keynesia
nismo de izquierdas, la regulación estatal, la izquierda en gene
ral, y el marxismo en particular. Como parte de ello, los medios
de comunicación perdieron toda imparcialidad que hubieran
podido tener, y mostraron una clara tendencia de derechas, con
contenidos crecientemente estúpidos y superficiales.
La explicación convencional es que la regulación keynesiana
de la economía entró en una crisis caracterizada por la estan
flación (altas tasas de inflación coincidiendo por altas tasas de
desempleo) cuya solución fue un nuevo keynesianismo de tipo
militar: la llamada Star Wars (Guerra de las Galaxias) de los años
ochenta. La contrarrevolución de finales de los setenta y princi
pios de los ochenta hizo que la afección derechista no solo fuera
aceptable sino incluso necesaria para la gestación de políticas: se
necesitaba un intelecto de derechas para formular políticas de
derechas. La contra-revolución posicionó a cientos de think
tanks en el centro de la producción de políticas, donde aún están.
Llegaron políticos como Margaret Thatcher en Gran Bretaña y
Ronald Reagan en los Estados Unidos y una forma de economía
política llamada neoliberalismo (Harvey, 2005; Peet, 2007).
275
mente mientras que los estados intervienen externamente.
Internamente, el neoliberalismo emplea la economía mo
netarista baj o la creencia conceptual de que los problemas
macroeconómicos, como la inflación y la deuda, son resul
tado de un gasto gu,bernamental excesivo (déficit fiscal).
El Estado-nación renuncia a la gestión macroeconómica
excepto en tiempos de profunda crisis político-económica.
Pero también la noción de regulación de la economía por
parte del Estado se ha convertido en un anatema en todo
el mundo en lo que se ha conocido como el Consenso de
Washington (Williamson, 1 990). A cambio, algunos poderes
reguladores sobre las economías se desplazan hacia arriba,
hacia las instituciones internacionales (FMI, Banco Mundial,
G7/8/20) dentro de una «comunidad global» dominada por
los Estados Unidos, Europa occidental y Japón. El «ajuste
estructural» (un conjunto de políticas neoliberales impues
tas sobre los países por parte del FMI y el Banco Mundial)
refuerza estas políticas neoliberales en todas partes. Aunque
persisten las variaciones regionales en velocidad de adop
ción y nivel de adhesión, el régimen neoliberal respondió
del todo a la globalización de la economía, la sociedad y
la cultura a finales del siglo XX. Verdaderamente, el neoli
beralismo ayudó a organizar la globalización en beneficio
de una clase capitalista-financiera, súperrica y nuevamente
re-emergente, que vive principalmente en los países occi
dentales punteros, especialmente los Estados Unidos, pero
que operan transnacionalmente en términos de actividad de
inversión_ (Peet, 2009). La globalización neoliberal dio como
resultado la desindustrialización del Primer Mundo, y la in
dustrialización de diversas partes del Tercer Mundo (Brasil,
Corea del Sur, China, India) y por tanto un aumento enor
me de las emisiones en una espectacular globalización de la
destrucción ambiental. Las emisiones de dióxido de carbono
276
de China procedentes de la quema de combustibles fósiles
alcanzaron los 407 millones de toneladas de carbono en 1 980
y 1 .655 millones de toneladas en 2006; la India pasó de 95
millones de toneladas en 1 980 a 4 1 1 millones ( CDIAC, 2009).
Y, sin embargo, baj o el neoliberalismo encontramos que la
regulación estatal del desarrollo y sus relaciones con el medio
ambiente son menos significativas a causa del cambio en las
creencias sobre los gobiernos, los mercados y las políticas. Y
ello incluye las creencias de la gente. De ahí que el movimien
to del Tea Party en los Estados Unidos esté fundado sobre la
idea de un gobierno menos intervencionista y más pequeño
en un momento en el que la intervención estatal en forma de
regulación ambiental es todo lo que tenemos como respuesta
colectiva a la destrucción de la Naturaleza. Marx hablaba de
«falsa conciencia» . Esto sería más bien una «conciencia in
versa», lo contrario de lo que debería existir en la mentalidad
popular. ¿ O quizá «conciencia perversa» ? Pervertida sí es.
Como resultado de las políticas neoliberales, el capitalis
mo cambió de forma hacia un capitalismo financiero global,
lo que significa que las finanzas son la fracción dirigente del
capital, las finanzas operan normalmente a escala global, y
los gobiernos y las instituciones de gobernanza global son
partes integrales de ese capital. Así, el neoliberalismo debe
ser interpretado más precisamente no como una renuncia
del Estado sino como un redireccionamiento del Estado de
un tipo d� keynesianismo para la élite . .Los estados-nación,
individualmente (como los Estados Unidos) o colectivamen
te (como el G7/8/20), tienen que sostener las instituciones
financieras y la integridad del sistema financiero, porque
ello es lo que mantiene en funcionamiento a las economías.
El tremendo poder económico de la nueva clase político-fi
nanciera-empresarial posibilita una vasta influencia sobre el
proceso político.
La globalización de este tipo financiero neoliberal significa
que las tasas de crecimiento económico decrecen en el centro
desindustrializado, pero aumentan de modo rápido, con tasas
de 8-10% al año, en algunos países periféricos en industrializa
ción. La economía china se multiplicó por catorce entre 1 980 y
2006 hasta un equivalente de un PNB de 4,4 billones de dólares;
la econ�mía de la India se multiplicó por seis hasta 1 ,2 billones
(IMF, 2009) con emisiones de dióxido de carbono que se cuadri
plican en ambos países ( CDIAC, 2009). Gran parte de esta pro
ducción y contaminación están conectadas con el consumo en
el Primer Mundo: el 40% de la producción de China y el 20%
del de la India se exporta, en tanto que ambas economías se han
orientado drásticamente a la exportación. De modo que hemos
asistido a la globalización de la economía, que está todavía foca
lizada en servir al consumo de los países de rentas elevadas. Ello
ha llevado a una intensificación de la globalización de la conta
minación, tal como muestran las emisiones de dióxido de car
bono. En 2006 las emisiones de carbono de combustibles fósiles
alcanzaron los 8.230 millones de toneladas métricas de carbono.
En términos globales, desde 1 75 1 , 329.000 millones de toneladas
de carbono se han lanzado a la atmosfera procedentes de la que
ma de combustibles fósiles y la producción de cemento, la mitad
de las cuales se han producido desde mediados de los años 1 970
cuando ya se empezaba a saber que el efecto invernadero· era la
causa del calentamiento global (Schneider, 1 976). La cuestión es
que la contaminación ambiental es consecuencia de la necesidad
económica bajo el capitalismo. Es necesario contaminar para
hacer dinero. En el contexto político-económico actual, una
caída drástica de la contaminación solo puede ser el resultado
de una recesión económica. Así, entre 2008 y 2009 hubo un
descenso temporal del 5, 9% en las emisiones globales de dióxi
do de carbono de combustibles fósiles. Ello fue acompañado
de una bajada del 2,5% en el PIB global, una caída del 1 1 ,5%
278
en el índice de producción industrial, y una reducción del 40%
en la producción siderúrgica básica (US Energy Information
Administration, 2009). Con todo, es políticamente imposible
p ara partidos y gobiernos sugerir que el precio necesario para
acabar con la destru.cción ambiental sea, en efecto, la calamidad
económica y social. De nuevo la «solución» es desplazar el de
bate «hacia arriba», de la escala nacional a la internacional. Más
que establecer instituciones poderosas, como sucedió con los
acuerdos de Bretton Woods sobre la regulación de la economía
global, el desplazamiento hacia arriba en el discurso ambiental
toma necesariamente la forma de conferencias de las Naciones
Unidas, «cumbres de la Tierra» y Protocolos sin fuerza legal. La
necesidad económica produce infinitas evasivas políticas sobre
el medio ambiente.
El fin de la Historia
279
encubiertas, «limpiadas ecológicamente» gracias a una publi
cidad empresarial sofisticada, propaganda de «think tanks» y
propaganda pseudo ecologista («nosotros también nos pre
ocupamos del medio»). Cuando las contradicciones del capita
lismo financiero global llevaron el sistema a la crisis, como en
2007-20 1 1 , el Estado acude a rescatar el capital, la resurrección
del crecimiento continuo es la prioridad urgente, mientras que
el medio ambiente es la víctima necesaria. En cambio, se dice
que los problemas que el capitalismo encuentra periódicamen
te son solucionables a través de los mecanismos del mercado
(comercio de carbono) de los que los pocos críticos radicales
que quedan dicen que son su causa.
Y ahora llegamos a lo verdaderamente peligroso. El ca
pital empresarial experimenta el capitalismo financiero como
una obligación externa: los directores ejecutivos que fracasan
en obtener altas tasas de beneficio desaparecen al instante,
sustituidos por pragmáticos «más agresivos». Invertir en el
mercado de valores (la bolsa) de este modo temporal (es decir,
realizando un alto beneficio y luego vendiendo) compite con
«oportunidades de inversión» aún más especulativas (hipote
cas de alto riesgo, futuros, derivados, divisas, etc.) para generar
altos retornos y monumentales salarios. De modo que vivimos
en sociedades en las que la dinámica de la fracción principal del
capital consiste en la búsqueda, por cualquier medio, de más
dinero para aquellos que ya tienen demasiado. Esta insensata
búsqueda de dinero para tener más dinero es locura social, fi
nanciera. Solo puede tener como resultado el desastre. .
Porque el precio de los altos rendimientos es . . . el riesgo
eterno. Cualquier fondo de inversión que no genera altos ren
'
dimientos y que, por tanto, no asume riesgos extremos, . sufre
la desinversión en mercados altamente competitivos donde el
dinero cambia de manos con solo apretar una tecla. Por tanto,
hay una compulsión competitiva para tomar crecientes riesgos
280
en búsqueda de altos rendimientos que atraigan temporalmente
las inversiones de los fondos propiedad de la gente rica pero
ta mbién de los fondos sociales (pensiones, seguros) que deben
u nirse al frenesí para demostrar que también son rentables. La
e speculación, el riesgo y el miedo son estructuralmente endé
micos al capitalismo financiero. El miedo mismo se convierte
en fuente de más especulación (comprando oro o futuros, por
ejemplo). La especulación y las apuestas se extienden desde
Wall Street a todos los sectores de la sociedad (precios de las
viviendas, loterías del Estado, casinos, bingos, apuestas, cartas
de Pokemon) todo el mundo juega, incluso los niños. La cultura
capitalista deviene llena de riesgos, de corto plazo en memoria
y anticipación, e imprudente en sus consecuencias: vivir el mo
mento, sin tener en cuenta el futuro medioambiental por ejem
plo. El entramado especulativo es la fuente de su intratabilidad.
No es solo que la crisis se extienda de un área a otra. Es más bien
que la crisis en un área (como el inevitable fin de la burbuja de
los precios inmobiliarios) tiene efectos exponenciales sobre las
demás (bancos de inversiones que se han dedicado a operacio
nes especulativas de alto riesgo) hasta el punto de que las pérdi
das acumuladas están más allá de la capacidad de rescate de los
estados y las instituciones de gobernanza. De ahí que el riesgo
extremo tiene la tendencia de llevar a la catástrofe económica.
Con todo ello, podemos escapar de esta superabundancia
irracional mediante meras recesiones periódicas, caídas salpi
cadas por esperanzadoras y optimistas recuperaciones en los
mercados. Todo ello conlleva terribles consecuencias sociales en
términos de millones de personas que han perdido su empleo,
su casa y su dignidad. Pero lo peor está aún por llegar, porque el
medio ambiente contraataca. El riesgo endémico del capitalismo
financiero se extiende a unas relaciones ambientales arriesgadas.
Las corporaciones que toman decisiones extremadamente
arriesgadas en lo que a consecuencias medioambientales se re-
281
fiere (compañías petroleras que perforan en aguas profundas,
por ejemplo) ganan (con beneficios por encima de la media) la
«confianza del mercado» que les permite endeudarse, invertir,
expandirse y pagar bien a sus ejecutivos de mayor nivel. Los
directores ejecutivos que realmente ponen en práctica su con
ciencia ambiental no obtienen la confianza de los mercados. El
riesgo ambiental (mitigado por unas buenas relaciones públicas
que excusen «los errores ocasionales») representa el límite de la
obtención de beneficios y del éxito de los negocios. Cada vez
que un desastre del tipo BP en la costa del Golfo de México se
limpia, se excusa y se olvida, el negocio del riesgo va a mejor, es
mejor entendido y es más fino en sus operaciones político-cul
turales. Así que mientras que BP recuperaba la confianza de los
inversores en el verano de 201 0, la compañía anunciaba la venta
de sus operaciones de perforación en tierra para concentrarse
aún más en la perforación en aguas profundas. El riesgo que
produce catástrofe económica también crea crisis ambiental.
Con todo ello, aún podemos sobrevivir para criticar el
sistema una vez más. El poderoso complejo empresas-estados
medios de comunicación, liderado por el capital financiero, y
llevado por la búsqueda de super-beneficios y fantásticos in
gresos, solo puede ser desafiado con algún grado de éxito por
movimientos sociales surgidos de un pueblo informado, in
dignado y racional. No obstante, tiene que ser un «Nosotros»
activista racional y crítico para que «Nosotros» salvemos el
mundo. Porque la otra cara del capitalismo financiero es el
exceso consumista posibilitado por las mercancías barata� que
manan de la producción globalizada. El consumismo es una
adicción social. La cultura del consumismo está diseñada para
producir una estupidez popular masiva («me gusta» en lugar
de «pienso») y un individualismo egoísta y radical.
La «realidad» es espectáculo. Todo es entretenimiento. El
«norteamericano medio» está demasiado gordo para salir de
282
su coche para ir a las barricadas, dejémosle solo. Y como cada
mercancía tiene que tener un cuerpo donde alojar su mensaje,
y cada servicio es intensivo en el uso de energía . . . el consu
mismo, la sobreproducción y la consiguiente sobreexplotación
de recursos crean un riesgo ambiental a nivel social masivo.
Todo ello queda excusado en los medios de comunicación que
confían en la publicidad de bienes de consumo para sobrevivir
en ambientes de altos beneficios. Los movimientos sociales
de masas en los centros de alto consumo solo pueden surgir
de esta cultura de locura consumista individualista y egoísta,
porque esto es todo lo que queda de lo que una vez fue casi
«pensado». De modo que si el Tea Party tiene una ideología
coherente, ésta es que los gobiernos son demasiado grandes y
la regulación estatal (incluyendo la regulación ambiental) coar
ta la «libertad» humana. En la Conservative Political Action
Conference (convención del Tea Party) en febrero de 201 1 , el
antiguo portavoz de la Cámara y candidato presidencial repu
blicano N ewt Gingrich denominó la Agencia de Protección
Ambiental de Estados U nidos como «una asesina de empleos,
una máquina centralista de litigio ideológico y de regulación
que bloquea el progreso económico» y afirmó que esa agencia
debía ser eliminada. Lo que estoy diciendo es que la capacidad
de la masa de gente que vive en los centros globales del poder
para responder de una manera socialmente racional, colectiva
y radical {para controlar democráticamente un Estado activista
e intervencionista, por ejemplo) se ha esfumado.
Atlas Shrugged' cerró la tapa de su móvil y fue a por otro
pedazo de pizza con ingredientes variados. Y el mundo huma
no se desintegró en una naturaleza devastada.
" Referencia a la novela de 1 957 de Ayn Rand del mismo título y que es un
alegato contra el intervencionismo estatal (en castellano traducida como La rebe
lión de Atlas). [N. de la T.]
283
Referencias bibliográficas
284
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Society, 6th series, X: pp. 1 1 7- 1 4 1 .
285
V. LA GEOGRAF Í A A L SERVICIO DE
LA TRANSFORMACI Ó N SOCIAL:
CONTRIBUCIONES A L DEBATE
287
presencia habitual en todo tipo de debates intelectuales donde
hacer oír esas ideas. En todas las contiendas académicas en las
que participa, Peet se muestra !11cisivo y tajante. Habla claro ,
alto y seco; da la impresión de no hablar si no es que tiene
algo que defender y argumentar, y de no quedarse nunca a
medias tintas cuando lo hace. La contundencia que muestra
en sus palabras, ante la cual algunos hacen evidente su inco
modidad, constituye ya un rasgo distintivo que le identifica: es
fácil leer observaciones, no siempre benevolentes, tales como
«ya sabes . . . suelta las verdades, guste o no», «típico Peet: 'esto
es lo que pienso: apáñatelas'» Gones III, 2001 : 762), «siempre
a saco», «siempre tan directo», «Peet puede ser brutal . . . »
(Bassett, 1 999: 252), etc. La firmeza de la que hace gala es a
menudo objeto de cierta displicencia en un mundo académico
que muchas veces parece valorar los matices y la sofisticación
por encima del propio mensaje, pero Peet aparenta no estar
muy pendiente de lo que opinan de él cuando, tal y como no
se cansa de repetir, hay tanto por decir y por hacer.
Encontramos amplia muestra de sus intervenciones en los
debates que se han sucedido en las revistas académicas de geo
grafía en las últimas décadas. En ellas aparece una enorme can
tidad de comentarios, críticas, réplicas y contrarréplicas que los
trabajos de Peet o los de otros han suscitado. Porque también
encontramos, y ello nos parece especialmente definitorio de su
personalidad y de su «compromiso intelectual », a un Peet que
es autor de una cantidad insólita (en un académico de su rango
y reconocimiento) de reseñas y comentarios de obras ajenas ,
en los que siempre deja la huella de su propio pensamiento. A
partir de sus posiciones en estos diversos debates proponemos
en este capítulo final un recorrido por algunas de las cuestiones
que han sido obj eto destacado de polémica, empezando por el
principal caballo de batalla: las aportaciones y las pérdidas que
ha conllevado la crítica al marxismo, primero en forma de crí-
288
tica al estructuralismo y después como crítica total al modelo
moderno de explicación en forma de postmodernismo. A con
tinuación abordamos otras dos cuestiones que han ocupado
un papel preeminente en la trayectoria de Peet: los debates
sobre el desarrollo y las discusiones a propósito de la relación
entre economía y cultura. Finalizamos el capítulo haciéndonos
eco de cómo, para Peet, el trabajo científico (la geografía en su
caso} debe pensarse, antes que nada, como una herramienta al
servicio de la transformación social.
Defender el marxismo
1 . El tono fue más que agrio. Mientras Brian Berry juzgaba el libro Social
fustice and the City de Harvey adviertiéndole que podía «sentarse largo tiempo
esperando a la revolución•, Harvey respondía en un tono no menos acre, acusando
a Berry de utilizar críticas retóricas y poco convincentes con el único fin de «defen
der las ideas dominantes de la clase dirigente» (Antipode, 6(2) 1974, pp. 1 42-1 49).
Peet, como editor de la revista, ha recordado cómo con el tiempo se llegó a arre
pentir de haber suprimido determinadas expresiones «inadecuadas• que fueron
utilizadas entonces (Peet, 2006a).
289
analíticas como modo de producción o formación social, y
enfatizando las interrelaciones entre elementos en conexio
nes significativas. El paso al estructuralismo en geografía
humana, que nunca llegó a completarse del todo, repre
sentó una búsqueda de mayor rigor y coherencia teórica.
Es también el período más tergiversado e infravalorad o del
pensamiento geográfico y social. (Peet, 1 998: 1 1 2)
Peet no solo es autor de una ingente producción científica sino que ha par
ticipado intensamente a lo largo de su carrera en los debates intelectuales que se
han generado en el contexto de la geografía y las ciencias sociales. En la fotografía,
trabaj ando en su oficina de la Clark University. [Foto: N. Benach]
290
sobre el papel de la economía como determinante indirecto
de la política, la ideología y la cultura (reconceptualizando la
determinación en su idea clave de «sobredeterminación» ). Y
si Althusser había concentrado sus esfuerzos en teorizar las
relaciones entre estructuras, los geógrafos marxistas intenta
ron hacer lo propio pensando las relaciones entre modos de
producción y espacio. La obra La cuestión urbana de Manuel
Castells, que se había formado en Francia, fue fundamental
como aplicación del razonamiento althusseriano al espacio
urbano. El propio Peet, siempre más interesado en cuestiones
ambientales y en la relación de la sociedad con la naturaleza
que no en el espacio urbano en particular, hizo su propia inter
pretación del asunto extendiendo la idea de autonomía relativa
de Althusser al espacio y a las relaciones espaciales (Peet, 1 978,
1 98 1 ) Peet proponía la especialización de la geografía en dos
.
291
por parte de Edward Thompson, contestada por Perry
Anderson y que dio lugar a uno de los más célebres debates en
la teoría social), una de las mayores fuentes de controversia en
geografía provino de la denominada geografía humanista.
El artículo que en 1 982 publicaron James Duncan y David
Ley, una crítica en toda regla del estructuralismo en geografía,
cayó como una bomba y levantó una auténtica polvareda entre
el colectivo de geógrafos marxistas. Se trataba de una crítica
aparentemente rigurosa en términos filosóficos pero que cla
ramente iba dirigida a desacreditar el marxismo en general más
que a cuestionar específicamente el marxismo estructuralista
en geografía. En el camino, no obstante, autores emblemáticos
como David Harvey o el mismo Peet eran blanco de críticas
descarnadas por parte de aquellos autores. Y aunque Peet,
muy dolido en su momento por aquella crítica, tan dura como
inesperada, no quiso responder inmediatamente a ese artícu
lo, 2 sí lo hizo años más tarde. Lo hizo en 1 989 en un texto a
propósito de los problemas conceptuales presentados por el
neomarxismo, y en el que justificaba la ausencia de respues
ta a Duncan y Ley en su momento: «Su artículo no provocó
respuesta de los principales geógrafos 'estructuralistas' citados
(Harvey, Peet y otros) porque no nos reconocimos como
adeptos a esa versión de la 'filosofía de la estructura y el holis
mo' » (Peet, 1 989: 37).
En 1 998 retomó el tema. El tiempo transcurrido había
enfriado sin duda los ánimos pero no había rebajado la con
tundencia de los argumentos. Peet señala que la lectura hecho
por Duncan y Ley era extremadamente parcial, simplista y
292
caricaturesca, y su ataque fue contestado entonces por Peet
con diatribas del tipo «no critican al marxismo estructuralista
sino a un producto hegeliano de su propia imaginación», o
«con mentes infestadas por imaginarios espirituales y fantas
magóricos, Duncan y Ley malinterpretan totalmente el mar
xismo estructuralista», o «Duncan y Ley confunden su pro
pia malinterpretación idealista (religiosa y de base mística) de
conceptos como holismo y determinación con un marxismo
estructuralista que en realidad es sobredeterminista, materia
lista (es decir, ateísta), dialéctico y no teleológico» (Peet 1 998:
1 44- 1 45). Y pese a las debilidades argumentales que presen
taba, la crítica de Duncan y Ley -y ese fue el principal pro
blema en su momento- encontró amplio eco en un ambiente
cada vez más generalizado de crítica al pensamiento marxista,
cuestionado sobre todo por el conservadurismo político, e
hizo mella en una geografía humana marxista que estaba
perdiendo la unidad y la confianza. Desde la perspectiva de
hoy, el artículo de Duncan y Ley contiene afirmaciones sor
prendentes como la acusación de abstracciones reificadoras
y alejadas de la realidad empírica que a su parecer merecen
categorías como «capitalismo, trabaj o, formación social,
modo de producción capitalista, contradicciones, estado,
clase, sociedad y mercado» (Duncan y Ley, 1 982: 36). A la
vista del uso, a veces un tanto desenfrenado, d� metáforas y
analogías del que ha hecho gala la teoría social posteriormen
te, el argumento de Duncan y Ley produce cierta hilaridad
y no se puede sino coincidir con Peet en el importantísimo
legado conceptual que esa etapa conllevó para la geografía y
para la teoría social en general. Sin embargo, las críticas mas
demoledoras a la geografía marxista estaban aún por venir,
llegando a formularse con todas sus cargas de profundidad a
partir de mediados de los años ochenta. Peet, naturalmente,
estuvo ahí para responder.
293
La crítica postestructuralista y el postmodernismo
«extremo»
294
moderna ha construido a lo largo de los últimos dos siglos:
«La filosofía postmoderna [ . . . ] es más que una crítica de la ra
zón, es una crítica de la humanidad moderna, una crítica de los
ideales humanos existentes, una crítica de lo que conocemos y
damos por sentado desde el siglo XVIII» (Peet, 1 998: 1 96).
Peet distingue entra una filosofía postestructuralista que
critica las certezas incuestionables del mundo moderno y una
filosofía postmoderna que propugna una resistencia nihilista
a las fuerzas de la modernidad. Representantes destacados
de la primera son los tan influyentes Georges Bataille y
Friedrich Nietzsche y, sobre todo, Michel Foucault, al que
considera el filósofo postestructuralista de mayor enver
gadura y del que rescata principalmente sus ideas sobre las
prácticas discursivas. La filosofía postmoderna, en cambio, es
presentada como una forma más extrema de escepticismo fi
losófico, y aún reconociendo su diversidad, tiende a adoptar
posiciones políticas más anti-modernas que anticapitalistas,
nihilistas más que radicales, las cuales son a su parecer del
todo inadmisibles. Más aún parece dolerle la llegada de esas
ideas precisamente de la mano de teóricos que maduraron en
una cultura de izquierdas en las que el marx \smo se daba por
sentado como punto de partida. Peet no logra entender la
existencia de ciertas posiciones si no es que están motivadas
en buena parte por circunstancias y decisiones que tienen que
ver con lo personal más que con lo científico; en el siguiente
párrafo, que dedica a los antiguos pensadores críticos iz
quierdistas luego convertidos al escepticismo, se muestra, en
su mej or estilo, especialmente acre:
295
complejidad motivada por la búsqueda de reconocimiento
individual. (Peet, 1 998: 2 1 6)
296
en ensayos que serpentean entre la idiosincrasia personal y pe
rezosos pedazos de investigación, principalmente consistente
en el trabajo de lectura de otros trabajos» (Peet, 1 998: 226 ).
Peet se muestra nada condescendiente con este tipo de geo
grafía postmoderna, aunque lleva cuidado de no generalizar y
de valorar el trabajo realizado por algunos geógrafos británi
cos como Chris Philo, particularmente en su concepción de
«geografías morales» y su exégesis de Foucault. Precisamente
el pensamiento de Foucault (en particular su noción de espa
cialidad del poder) había hecho una entrada fulminante en
geografía humana de la mano del mismo análisis de Philo y, un
poco antes, de Edward Soja en la ya mencionada Postmodern
Geographies. Hay que señalar que Peet, que ha sido calificado
en más de una ocasión como «marxista impenitente»,3 ha sido
muy receptivo a algunas de esas ideas, en particular a la utili
dad de incorporar la noción de discurso de Foucault al análisis
«materialista» .
La potencia del análisis del discurso derivada de Foucault
contrasta fuertemente, para Peet, con la escasa aporta'ción del
giro lingüístico que tanto pareció dar de sí en geografía en su
momento. Peet se muestra especialmente irritado con un uso
del lenguaje muchas veces enrevesado y proclive a recrearse
en sí mismo y que ineludiblemente acaba par conllevar una
dosis considerable de elitismo intelectual. Por ej emplo, en una
de sus reseñas críticas sobre un libro que abordaba cuestiones
ambientales desde una perspectiva «post», Peet señalaba que
«estos ensayos no los puede leer cualquier persona, sino que
requieren años de cara preparación, la creación de mentes de
élite afinadas con las cadencias del pensamiento filosófico,
297
mentes capaces de ver a través de la densa maraña de frases
abstractas . . . mentes capaces de reelaborarlas en términos aun
más abstractos al pasar a un discurso hablado, especialmente
escrito. La filosofía posestructuralista es el lenguaje de una
nueva élite intelectual con sus propios estándares de entrada,
sus propios rituales de poder, sus propias palabras y sus pro
pias ideas hegemónicas» (Peet, 1 997b: 478). En alguna ocasión,
incluso llega a afirmar que la interpretación de las interpreta
ciones de las interpretaciones no hace sino desviar la atención
de los temas urgentes y que « ¡la intertextualidad es el opio de
la intelligentsia! » (Peet, 1 999).
Pero si alguna cuestión fue objeto específico de largo debate
dentro del mundo académico de la geografía, esta es la que se
relacionaba con el paisaje. La propuesta de James Duncan (que
ya había participado en aquella despiadada crítica al postestruc
turalismo con David Ley) y Trevor Barnes de teorizar el «paisa
je como texto» (Barnes y Duncan, 1 992) fue objeto de rechazo
sin paliativos por parte de autores como Peet. En particular, la
idea de «leer» el paisaje exactamente del mismo modo como se
lee un texto, de sostener que los «textos» constituyen de hecho
la realidad, era algo totalmente inaceptable para quien defiende
· la materialidad de la vida social y, por tanto, la posibilidad de
teorizarla. Barnes y Duncan, por el contrario, sirviéndose de las
críticas al objetivismo, no mostraban reparo alguno en afirmar
que, ya que lo real solo puede expresarse en términos teóricos,
«no tiene sentido contrastar la teoría con un mundo neutral
exterior» que para estos autores es en consecuencia inexistente.
Porque, como afirma Duncan, los paisajes no son un mero 'refle
jo de la cultura (como podía entenderse en la geografía cultural
tradicional) sino que son construcciones lingüísticas, narrativas
de la organización social (Duncan, 1 990).
Los paisajes, afirma Peet en una durísima reseña crítica del
libro de Duncan (Peet, 1 993 }, pueden desempeñar un papel
298
ideológico de primer orden naturalizando el orden social pero
este proceso puede pasar inadvertido a menos que el investiga
dor se centre en desenmascarar y desnaturalizar esos aspectos
ideológicos; de lo contrario, «podría suceder que una pers
pectiva postestructuralista con una posición aparentemente
crítica, no hiciera sino servir a intereses políticos neoconserva
dores» (Peet, 1 993 : 1 84).
Peet se muestra muy crítico con la «intertextualidad», que
no le parece sino una nueva forma de idealismo: «Si los textos
no expresan la experiencia social del mundo real, aunque sea
en formas muy mediatizadas, entonces ¿ con qué están relacio
nados ? Como en Derrida, la respuesta es 'con otros textos'»
(Peet, 1 993: 1 87). Por el contrario, una vía intepretativa capaz
de relacionar el paisaje cop las relaciones de poder, inspirada
por el materialismo cultural de Raymond Williams o el marxis
mo existencial de J ohn Berger es para Peet mucho más relevan
te por su capacidad de relacionar el paisaj e con el capitalismo
y las relaciones capitalistas (un ejemplo de esa vía de análisis
fue desarrollada por el mismo Peet en su trabajo sobre un mo
numento icónico en el paisaje de Nueva Inglaterra (Peet, 1 996)
donde elabora el expresivo concepto de «regulación discursi
va»). En él hace abundante uso de las ideas de Michel Foucault,
Cornelius Castoriadis y de la semiótica espacial, a la que, en
contraste con la idea del «paisaje como texto» sí concede una
'
notable utilidad al permitir conectar cuestiones de clase, géne
ro o edad con las concepciones del espacio (Peet, 1 994b ).
Hay que decir, sin embargo, en honor a la verdad, que
Duncan (quizá en recuerdo de su participación en el artícu
lo junto a Ley que encendió los ánimos) ha sido un blanco
predilecto de las iras de Peet, mientras que Barnes parece
merecerle una consideración algo diferente. No en vano,
el mismo Barnes en su respuesta a la crítica de Peet, tras
contestar matizadamente punto por punto las objeciones de
299
éste, señala que a pesar de las disensiones, no tiene reparos
en manifestar su acuerdo con la utilidad de una perspectiva
marxista y defiende su trabajo como una contribución a esa
tradición (Barnes, 1 994 ).
Mientras algunos, como Barnes, parecían tender la mano,
muchos otros la cerraban. Peet se ha mostrado ambivalente,
abierto ante las ideas que mejoran y completan su pensamien
to, pero completamente blindado ante las que lo desvían. En
particular, toma aquellas ideas del «postestructuralismo» que
preservan y enriquecen la base modernista, pero rechaza las
de un «postmodernismo» que produce teoría sin base ontoló
gica y que se desentiende de la política del proyecto moderno
de mejora de la condición humana. La hostilidad hacia los
constantes juegos de palabras sin profundidad alguna de la
que hacen gala algunos postmodernistas extremos y su falta
de compromiso político enfurece a Peet: «Cuando el discurso
es el mayor enemigo y la interpretación se postula como el
principal acto político, el postmodernismo como idealismo
discursivo degenera en nihilismo en el mejor de los casos, y en
una especie de conservadurismo académico elitista en el peor»
(Peet, 1 998: 242).
Las posiciones se han mostrado extremadamente beli
gerantes las más de las veces. Y, sin embargo, el tremendo
intercambio de golpes dialécticos no le ha hecho perder ni
un ápice de confianza en las posibilidades del marxismo
como herramienta interpretativa y transformadora. En el
año 2000 afirmaba con mordacidad: «Ahora se supone que
[el marxismo] está muerto y enterrado [ . . . ] En su lugar tene
mos el neoliberalismo en la derecha y el postmodernismo en
la izquierda, los dos igual de ineficaces para poner remedio
al hambre de los niños y a la destrucción de la naturaleza»
y seguía con una visión ciertamente esperanzada del estado
actual del marxismo:
300
Hoy hay un clima intelectual más saludable en los círcu
los marxistas. En comparación, los postmodernistas están
atascados en el pasado, reverenciando a Deleuze, Derrida
y Lacan, tan necesarios para estar al día como en su día
lo fueron para ser correctos las citas de Marx, Lenin y
Althusser. Realmente, podemos concluir que los marxistas
son más libres para decir lo que quieren, utilizar lo que de
sean, y acabar donde quieren, más que ningún otro grupo
coherente de teóricos sociales. ¡ Nuestro «declive y caída»
nos ha hecho libres ! (Peet, 2000b: 498)
301
tante correosos (por ejemplo, Peet, 1 994a). Corbridge lanza
un ataque en toda regla al libro de Peet desde todos los flancos
(atribuye falsas opiniones a otros autores, tendencioso políti
camente, reverencial con la teoría marxista, incapaz de recoger
los argumentos ajenos . . . ) lo que sugiere no solo un notable
grado de antipatía personal con el autor que reseña sino su
uso como cabeza de turco ideal para atacar todo el marxismo
estructuralista (Corbridge, 1 992). Ello evidencia que también
estas teorías del desarrollo fueron blanco favorito de las crí
ticas postestructuralistas, ya que ofrecían la ocasión perfecta
para mostrar abiertamente su escepticismo ante lo que no era
sino una idea central del proyecto moderno.
La aplicación de las ideas foucaultianas sobre poder,
discurso y conocimiento dieron de lleno en planteamientos
sobre el desarrollo que, para un reconocido autor como
Arturo Escobar ( 1 984 ), no eran sino el último capítulo de
la larga historia de expansión de la razón occidental: el pro
yecto de emancipación global de la razón tenía su lado os
curo en la dominación (Peet, 1 998: 235). De hecho, Escobar
pretendía incorporar la crítica del discurso a la cuestión del
desarrollo. Sin embargo, inició una avalancha de críticas a
las teorías del desarrollo en forma de críticas al estructura
lismo. En 1 994, el mismo Peet afirmaba que «la teoría del
desarrollo está en crisis», aseveración que respondía tanto
al fracaso de las políticas de desarrollo en el Tercer Mundo
como a la cantidad de críticas que se venían produciendo a
las teorías existentes por su incapacidad de tratar la comple
jidad del mundo real.
Las «nuevas direcciones en la teoría del desarrollo», tal
como rezaba el titulo de un volumen reseñado por Peet (Peet,
1 994a) incluían así cuestiones tan diversas como la teoría de
la regulación, el postimperialismo, los enfoques orientados al
actor, los estudios de género, el desarrollo sostenible . . . cuyo
302
objetivo era generar trabaj os que pudieran dar cuenta de la
diversidad nacional, de género, de clase o la heterogeneidad
de las estructuras agrarias. Enfoques semejantes eran incluidos
en otros volúmenes casi coetáneos sobre el mismo tema, en el
que se mostraba de nuevo la fuerza del análisis del discurso
para examinar el desarrollo. Peet muestra abierta simpatía por
el nuevo enfoque pese a señalar las dificultades casi insalvables
para establecer los mecanismos mediante los cuales el poder y
la cultura condicion3.1?- el discurso. Ello es debido, aduce Peet,
a la insuficiente síntesis de las teorías marxistas de la ideología
con el análisis del discurso de Foucault, de modo que «más que
abandonarlo, como ha hecho la mayor parte de teoría postes
tructuralista, la teoría del desarrollo debe ser analizada, inclu
so sacudida de arriba abajo, en términos de contradicciones
para liberar sus intenciones, tecnologías y prácticas potencial
mente emancipadoras» (Peet, 1 997a: 259). Con esta intención
1
llega a una reformulación d desarrollo mediante el concepto
de «modernismo crítico», un concepto pensado precisamente
para permitir ese diálogo entre el materialismo y la teoría del
discurso postestructuralista.
'
En 1 999, Peet publicó (en colaboración con Elaine
Hartwick) Theories of Development, un libro que se inició
como una revisión de su Global Capitalism tras los debates
habidos sobre el tema pero que acabó convirtiéndose en algo
completamente nuevo. Una nueva edición en 2009 culminaría
el proceso de revisión permitiendo la inclusión de las polémi
cas y controversias generadas a lo largo del tiempo. Así, esa
última versión se ocupa de revisar las teorías convencionales
sobre el desarrollo (desde la economía clásica y neoclásica,
el paso del keynesianismo al neoliberalismo, y el desarrollo
visto como modernización), las teorías críticas sobre el desa
rrollo (el marxismo y el socialismo, el postestructuralismo,
postcolonialismo y postdesarrollo, y las teorías feministas
303
del desarrollo}, para finalizar con la propuesta mencionada de
«modernismo crítico».4
En esta obra, Peet y Hartwick defienden férreamente los
principios «emancipadores» del desarrollo (el libro se inicia
con la afirmación de que «el desarrollo significa hacer una vida
mejor para todo el mundo») abogando por esa posición «mo
dernista crítica» que rescate el desarrollo tanto de los neolibera
les como de los neoidealistas, tanto de las manos de los autores
neoclásicos liberales y agencias como el Banco Mundial, como
de los tratamientos de moda y poco sustanciales por parte de
algunos autores postmodernos. El libro funciona bien como
presentación de las principales teorías sobre el desarrollo a lo
largo del tiempo, como reconocen todas las críticas recibidas.
Otra cosa es cómo es interpretada su abierta oposición a los
argumentos antidesarrollo. La crítica más larga y elaborada
fue la que les dedicó John Pickles, quien les acusó de adoptar
una posición muy cerrada ante las críticas postmodernas, pos
testructu�alistas, postcoloniales y postdesarrollistas, como si
«para los autores existieran los marxistas y neomarxistas por un
lado y todos los 'post' de un tipo u otro, por el otro» (Pickles,
2001 : 386). Afirma Pickles que los autores parecen sentirse
más cómodos con una línea de separación bien marcada entre
el modernismo y el postmodernismo, lo que a su parecer les
hacer perder posibilidades explicativas y fuerza argumentativa.
Señala que tal vez esos autores a los que condenan, puede que
estén abiertos a formas de crítica y práctica política que puedan
reforzar o reformar el mismo proyecto de modernismo crítico
que defienden Peet y Hartwick. Después de todo, no está claro
que los antidesarrollistas rechazen una noción de desarrollo
como la que defienden («la mejora de las condiciones de vida de
304
todo el mundo»). Ello no obstante, agradece la capacidad de los
autores para apelar al activismo intelectual y a la acción, cuando
les cita: «Criticadlo todo, convertid las críticas en propuestas,
criticad las propuestas, pero de todos modos haced algo». Un
libro militante, algo que implica fortalezas pero también debi
lidades para Pickles, y que contiene el brío argumentativo que
Peet despliega en toda ocasión.
En su crítica del conocido y exitoso libro de Jeffrey Sachs
El fin de la pobreza (2005 ), Peet reconoce la valía de una obra
que afirma debe leerse muy en serio pero con la que se mues
tra indignado ante algunos de los argumentos que contiene,
relativos al propio beneficio que supone para los países ricos la
inversión en los países pobres (en términos de seguridad, para
evitar bancarrotas, para prevenir el terrorismo), un «pragma
tismo cruel que pasa por razonamiento moral». Peet estalla:
«Debemos invertir en el\os . . . ¿ porque les tememos ? ¡ Por
favor! » . Y remata: «El deseo de asistir al Tercer Mundo debe
proceder de un sentido de justicia global, d e la comprensión
crítica de que la riqueza de unos pocos causa la pobreza de
muchos. Tiene que proceder de un sentimiento antiimperia
lista, no de la reimposición de un imperialismo benevolente»
(Peet, 2006b: 453).5
305
que iba mucho más allá de la teoría marxista tradicional y
en la que Amin buscaba argumentos para demostrar, tal vez
ilusamente desde la perspectiva actual, que el neoliberaJismo
estaba perdiendo apoyos ante el estado de permanente desor
den en el que había entrado el capitalismo. Pero si lo traemos a
colación aquí es por los comentarios que Peet le dedicó (Peet,
2005a). En primer lugar, de nuevo Peet critica lo que le pare
ce un modo de escribir poco democrático, elitista y de difícil
comprensión. Y en segundo lugar, algo irónicamente, Peet le
critica por excesivamente economicista un comentario del que
en otro contexto él mismo podría haber sido objeto:
306
«En una frase que nunca pensé que diría, la economía política
debe convertirse en economía cultural» (Peet, 2000a). La au
sencia de esa sensibilidad hacia lo cultural es la que Peet obser
va, por ejemplo, en los trabajos de la escuela de la regulación
francesa, a la que dedica socarronas observaciones:
307
miso y capacidad de provocación. Eric Sheppard, lej os de rea
lizar un elogio sin sustancia de la obra (a la que, por ejemplo,
le reprocha su tendencia a la simplificación en beneficio d� la
claridad del argumento), reconoce la fuerza y el nervio del au
tor: «Geography of Power está escrito con pasión y brío por
un autor que tiene la rara habilidad, entre los académicos, de
dar vida a las páginas» (Sheppard, 2009: 423).
308
que los artículos solo puedan ser leídos por audiencias que
anhelen el retorno de la palabra dicha y significativa que
brote directamente del pensamiento. En su lugar, hay una
necesidad de reconciliación y respeto mutuo que se puede
alcanzar mediante híbridos filosóficos y estudios compa
rativos. Hay una necesidad de un recompromiso con un
conjunto revivido de valores políticos radicales. Y, lo más
importante, hay una necesidad casi desesperada de una
nueva ronda de relevancia social. (Peet, 2000c: 952-953)
309
nes populares para transformar el mundo. Nada nuevo para
un intelectual como Peet cuyo enfoque politizado se remonta
a los años sesenta (Glassman, 2008).
De Peet destaca siempre su claridad de ideas, su tono
provocador, emotivo y polémico, su impaciencia ante lo que
le parece trivial y la pasión con la que desempeña su trabajo.
Como certeramente señaló Philip Steinberg a propósito de su
figura: «Ya sea rodeado de estudiantes confeccionando copias
de Antipode en los bajos de la Clark University, incitando a sus
alumnos a pensar sobre las geografías del poder en sus vidas,
o cuestionando a un conferenciante en un congreso prófesio
nal, Peet llena la geografía radical de un excepcional nivel de
entusiasmo y de pasión junto al rigor académico» (Steinberg,
20 1 0). Se puede estar más o menos de acuerdo con él, puede o
no gustar su manera directísima de expresarse y de interpelar.
Pero lo que es seguro es que, en un contexto de desconcierto
intelectual notable ante la brutalidad que muestran las prácticas
neoliberales actuales, hay mucho que aprender y mucho que
reflexionar a propósito de un geógrafo que ha puesto toda su
energía y determinación, como investigador, editor y docente,
al servicio de una única causa: la superación de las desigualda
des y las injusticias sociales. Quizá nada lo defina mejor que
la cita de Stephen Hymer ( 1 978) con la que él mismo cerraba
uno de sus asertivos artículos de finales de los setenta: «No
hay diferencia entre ser un radical o ser un científico: todo es
cuestión de intentar ir a la raíz del asunto» (Peet, 1 979).
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