Sei sulla pagina 1di 3

Esas Viejas Calles de Culiacán

Fueron hermosos los días en Culiacán cuando agonizaba el porfiriato y el Colegio Civil Rosales
resumía, por sí solo, una conciencia política enmarcada en las corrientes clásicas del liberalismo.
Los estudiantes rosalinos de entonces vivían en la angustia y deleite de lo romántico. Chuy
Andrade fue su último gran representativo y su vida y sus hechos lo definen y precisan como hijo
legítimo del romanticismo que, en la región más transparente del aire, ese valle de México que no
es valle, derivaba hacia el modernismo. En 1919 don Juan B. Ruiz publicaba la revista Sinaloa y
entre sus colaboradores destacaba un joven licenciado de erguido talle, de muchas lecturas, de
tónica grave a su voz, modulada entre el bajo y el barítono, maderista un tanto cuanto frustrado,
sabio en las leyes, conofcedor de Justiniano y las Pandectas, lector infatigable de los clásicos y ya
con una marcada tendencia a navegar en las aguas perladas, diamantinas, azulencas, caras al cisne
y a la joyería de Golconda y a la arrogancia del pavorreal, del modernismo.

Si. Estamos evocando a don Francisco Verdugo Fálquez, cuya existencia se rigió por los
cronómetros, pero sin ser esclavo del tiempo. Fue hombre que conoció el valor del minuto y de la
hora. No fue ser torrencial, sino cauce tranquilo. La topografía de la ciudad, pequeña,modesta,
recatada, se le grabó en precisas imágenes. Poeta en el fondo, su prosa dedicada a Culiacán, huye
de la retórica y busca no la exactitud de lo que describe, cuanto su ánima. Porque las cosas, todas
las cosas, las calles, las calles presuntuosas o humildes, el jardín, la plaza, las riberas de los ríos,
tienen un mensaje que se entrega por modo espontáneo, suele ocurrir que pocos lo reciben y
perciben. Son inmunes a la emoción del ámbito físico que los rodea.

Don Francisco Verdugo Fálquez, padre y señor de Las viejas calles de Culiacán, que hoy,
felizmente, reedita la Universidad Autónoma de Sinaloa, en gesto que la honra, porque la
Universidad de hoy es el Colegio Civil Rosales de ayer y el atormentado, agitado Culiacán de
nuestros días, es producto de la Perla del Humaya que conocieron nuestros abuelos y que amamos
los que hoy peinamos canas y la incitación al recuerdo es una constante, don Francisco, decíamos,
no fue el simple cronista oficioso y oficial de la ciudad en que vivió. Entró a ese espacio no
mensurable físicamente, pero que nos descubre la atmósfera de una época, nos regala la esencia
vital de un instante histórico. Leídas con fruición sus páginas hace muchos años, la memoria puede
vacilar si intentara la precisión del detalle. Queda algo más trascendente: el espíritu de una ciudad
que no presentía ser llamada a realizar un gran destino. El pequeño burgo de principios del siglo,
hasta la década de los cuarentas, no dilataba su extensión urbana más allá del barrio de El
Venado- el paseo de los Niños Héroes no se presentía siqu¡era. caserío apretujado, cuya paredes
parecían abrazarse.

solidariamente como para no caer, el tejado, rojizo y gris a espaldas de la calle del El Pescado, las
plantas cadañegas que verdecían en el verano lluvioso y en el invierno un color pajizo dábales
aires o tonalidades cromáticas de oro.

El verde perpetuo de los álamos, entre cuyos ramajes reposan esas extrañas aves que gruñen
como cerdo, fue y sigue siendo para los moradores de Culiacán, paraíso; el verde magnífico,
esplendoroso, que ofrecen las riberas del río Tamazula, tipifican para ellos, la primavera que no se
extingue a lo largo del año.
¿Existían hacia 1920 la colonia Almada y la Ferrocarrilera? Don Francisco no nos habla de esos
lugares montuosos o nosotros, impenitentes desmemoriados, no los amacizamos para el recuerdo
grato. Pensamos en las tertulias que tenían como escenario el patio de una vieja casona que
después sería asiento de una agencia de pompas fúnebres. Don Francisco nos habla de los tipos
pintorescos, de las muchachas enrebozadas, de los puestos de refrescos y bebidas etílicas.
Hablamos de la calle oriente de Rosales.

Minucioso, don Francisco, presenta no una estadística fría ni un cuadro sin vida, de las casas y de
sus moradores. Sus descripciones no son esbozos al crayón, sino animados dibujos en los que se
agita una humanidad búhente, henchida de la alegría del vivir, porque el “culichi” de entonces,
como el de hoy, es un apasionado del gozo existencial. Jacarandoso, extrovertido, a las veces
agresivo verbal, desenfadado en su lenguaje, el nativo de Culiacán es un tipo humano que se
contrapone, con impecable e indudable precisión, al tipo humano del sur y del altiplano.

El pronombre reverencial usted como que ha desparecido del lenguaje coloquial del sinaloense.

Si se lee de prisa, superficialmente, este libro Las viejas calles de Culiacán, se puede disfrutar de
dos o tres horas de ameno entretenimiento. Pero lo sustancial de sus

f•

paginas es que su autor, conocedor profundo de sus paisanos y de su ciudad, a la que muy pocas
veces abandonó, nos sorprende con el ahondamiento en la psicología de los culiacanenses de
antaño, quizá un tanto diferentes a los de hoy, por las grandes corrientes migratorias que han
llegado de casi todo el país, atraídas por la seducción de su riqueza agropecuaria, cuyos
componentes, espiritualmente, se han "nacionalizado” culiacanenses, mas hay que tomar en
cuenta que si es cierto que el ambiente en que se vive durante años influye en una especie de
nueva toma de conciencia, también es verdad que superviven modos o modalidades de la región
geográfica en donde se nació.

En algunas páginas que escribimos sobre el romanticismo, recurrimos a la cita de un distinguido


crítico. El hombre es el ser más variable de la creación y si el romanticismo, en su momento
culminante, transforma toda una época, las letras, la música, las artes plásticas, las modas y la
sensibilidad y también se refugia en el pasado, el hombre, criatura variable, no lo es en lo absoluto
porque aunque lo ignore o lo desdeñe, es, en su variabilidad, producto de lo pretérito. El puente
que une al antaño con los días de hoy no se puede romne impunemente, so pena de caer en
desequilibrio! socioeconómicos y culturales. No estamos en la prédica a favor del pasado, sino en
la inteligencia de no negadlo. De él venimos y nuestros hijos cuando lleguen a la adultez o a la
ancianidad, volverán a su pasado, que no podrá® negar, que estará en su intimidad, que formará
parte de su ser.

Esta es la trascendencia de la reedición de Las viejas calles de Culiacán bajo el patrocinio generoso
e inteligente de la Universidad Autónoma de Sinaloa. El Culiacán de nuestros días se elaboró con
variados materiales en su pretérito inmediato o mediato. Hace cuatrocientos cincuenta años el
sombrío, enigmático y probablemente esquizofrénico Ñuño Beltrán de Guzmán, fundó la Villa de
San Miguel de Culiacán un 29 de septiembre de 1531. La Villa Rica de la Veracruz se constituyó
como tal en 1518 y la Villa de Colima en el año del señor de 1525. Es, en consecuencia, Culiacán, la
tercera en el orden de antigüedad de las fundaciones urbanas de los conquistadores.

¿Qué nos queda de la vieja Villa de San Miguel de Culiacán? Su traza antigua fue barrida por los
vientos iconoclastas de una modernidad malentendida. Si en olvidadas crónicas que reposan en
los archivos de la iglesia Catedral pueden encontrarse documentos de la época, la arquitectura
colonial desapareció.

Las viejas calles de Culiacán es la crónica de tal vez cincuenta años de la vida de nuestra ciudad. La
crónica no tiene el rigor científico de la historia, sí el aliento humano de quien la escribió y de la
época que le tocó vivir.

Casi nonagenario se fue de este mundo don Francisco Verdugo Fálquez, Rector del elegió Civil
Rosales, grave, circunspecto, en los negocios atañaderos a su profesión.

diestro en el manejo de la ironía, cuyas leves agujas no herían sensibilidad alguna, miembro
eminente del u e la Banca, cuyos últimos supervivientes, Pancho Peregrina, Alejandro Hernández
Tyler y Juan B. Ruiz, escucharon, con ánimo plácido y deleitoso, la charla entre austera y graciosa
de don Francisco Verdugo Fálquez, en cuyo hogar los relojes de pared o de mesa ocupaban sitios
de honor.

Juan Macedo López

Potrebbero piacerti anche