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El Partido Socialista en Argentina: nudos históricos y perspectivas

historiográficas

Hernán Camarero y Carlos Miguel Herrera

Durante mucho tiempo, la historia de un partido político fue patrimonio privilegiado

de   sus   propios  integrantes,   es   decir,   de   aquellos   que   buscaban   legitimar,   con   la

presentación de su obra, su accionar en la situación nacional. Sin salir de una  óptica

militante, más bien en exacta simetría, se transformó también en un relato que negaba esa

legitimidad,   una   contraposición   llevada   a   cabo   a   menudo   por   antiguos   afiliados

decepcionados. Quizás por ello, los primeros trabajos  importantes de valor académico

fueron, ante todo, síntesis generales realizadas por investigadores extranjeros que podían

escapar más fácilmente a esos dilemas políticos.

La historia del Partido Socialista (PS) no escapó a estas vicisitudes, pero presentó a

su vez  características  propias.  Empezando por la  existencia en  su seno de una  figura

excepcional, a la vez teórico y organizador, en la persona de Juan B. Justo, lo que explica

que   incluso   muchas   de   las   investigaciones   universitarias   se   hayan   concentrado

preferentemente  en su obra y figura. Por otro lado, los textos de síntesis no llegaron a

superar, en un primer momento, el período fundacional y la etapa de consolidación del

PS, es decir hasta fines de los años veinte. Esto explica que, en última instancia, aun los

valiosos   emprendimientos   historiográficos   no   lograran   siempre   romper   con   una   cierta

homogeneidad de enfoques, que privilegiaban, como ya lo habían hecho algunos escritos

de impronta   militante, derroteros más o menos lineales, tanto para mostrar aciertos o

fracasos políticos. De un tiempo a esta parte, sin embargo, con la consolidación de la

historia de la izquierda como objeto de estudio, ha emergido una historiografía incipiente,

que explora nuevos tópicos, a la par que aporta novedosas lecturas a las viejas cuestiones.
Este estudio introductorio se propone analizar como el Partido Socialista se fue
constituyendo en objeto de la historiografía. Pero tal vez sea necesario recorrer, previa y
rápidamente, algunos trazos que jalonaron su historia como actor político.

1
I

En la medida que integra elementos internos (programa, ideología, estructura


organizativa, etc.) y externos (evolución de la realidad, aciertos o errores tácticos y
estratégicos, etc.), la historia de un partido político es necesariamente compleja, y ella
puede ser concebida privilegiando uno de sus muchos aspectos. Tal vez la manera más
precisa de dar cuenta de dicha complejidad en el caso del socialismo argentino, es
reconstruirla a partir de sus conflictos internos, de sus rupturas. Estas tensiones
permanentes, qué solo en algunos casos condujeron a escisiones, forman una gramática
característica que permite comprender la historia del Partido, desde su fundación hasta su
gran división de 1958, como si su funcionamiento se cifrara en la interacción entre una
formación altamente estructurada (con programas, estatutos, aceitado funcionamiento,
núcleo dirigente estable) y un permanente cuestionamiento interno de su accionar. Y la
falla geológica debe quizás situarse en el carácter inestable y bifronte de su proyecto
político, que aunaba un programa de transformación social radical con un modelo de
accionar de reforma por integración social.
Antes de la constitución del PS, existió una larga y rica prehistoria, que dejó por
cierto tiempo su marca de tensiones. Como se sabe, las primeras organizaciones
socialistas en nuestro país fueron formadas en la ciudad de Buenos Aires por grupos de
extranjeros, donde la unión “partidaria” no trascendía los orígenes nacionales (e incluso
raciales) de sus miembros. Tenemos así grupos de obreros alemanes, franceses, italianos y
españoles. El más importante será el club alemán Vorwärts, fundado en 1881. También
existían un conjunto de sociedades gremiales, con marcadas simpatías socialistas donde
los límites entre reivindicaciones sectoriales y acción política están mal deslindados. De
una de ellas, la llamada “Sección varia”, surge, a fines de 1892, impulsada principalmente
por Carlos Mauli, la Agrupación Socialista, en la que ingresa poco después el médico Juan
B. Justo. En los años que siguen, se crearán varios centros socialistas (el “Revolucionario
de Barracas”, el “Universitario”, el de “Balvanera”), e incluso en el interior del país
(Córdoba, Junín) volcados, ante todo, a una acción propagandística.

2
La mayor parte de estos agrupamientos confluirá en el Partido Socialista Obrero
Internacional, fundado en abril de 1894, que presenta un programa concreto, dividido en
una parte política y una parte económica y social, aunque la mayoría de sus adherentes
eran extranjeros. Un año después, ya reemplazado el aditamento “Internacional” por
“Argentino”, el Partido se presenta por primera vez a un comicio, en la ciudad de Buenos
Aires, con una lista formada por tres trabajadores y dos “intelectuales” (Justo y Germán
Avé-Lallemant), y con una plataforma electoral que defendía la nacionalización de los
medios de producción, pero acompañado también por un plan de reformas concretas para
mejorar la situación de la clase trabajadora. Poco después, el 28 y 29 de junio de 1896,
tiene lugar el llamado Congreso “constituyente” del Partido Socialista Argentino, y en él
se aprueban los estatutos, pero también la “Declaración de principios”, y, sobre todo, el
llamado “Programa Mínimo”. Aunque ambos textos sufrirán en estos primeros años
algunas modificaciones, ya sea para alejar todo fantasma de acción violenta en el caso del
primero, o para detallar con mayor exactitud sus objetivos inmediatos, en lo que hace al
segundo, se constituirán en el núcleo programático de la organización por más de medio
siglo.

3
El triunfo de Justo o la construcción de una hegemonía interna
La creación del semanario La Vanguardia, el 7 de abril de 1894, marca la
emergencia de Justo en un movimiento socialista que buscaba por entonces una
organización más eficaz. Por cierto, no era el primer órgano de prensa del incipiente
socialismo: sin contar con las innumerables y a menudo efímeras hojas redactadas en
lenguas extranjeras, la prehistoria del PS esta jalonada por la publicación de varios
periódicos. Destaca entre ellos El Obrero que aparece a fines de 1890 como
“propagandista de la sublime doctrina del socialismo científico”, dirigido por Lallemant –
uno de los futuros adversarios de Justo–, y cuya aparición se detendrá en 1892; poco
después de finalizada esta experiencia, aparece El Socialista, editada por la Agrupación
Socialista de Mauli, que solo tendrá pocos meses de vida. Como los otros grupos de
izquierda, argentinos y europeos, los socialistas harán de la prensa escrita un instrumento
de organización por excelencia. Pero el papel que jugará La Vanguardia en el control del
futuro PS por un grupo dirigente marcará para siempre una modalidad propia de
funcionamiento del socialismo. La llamada “Comisión de prensa” se tornará un lugar
estratégico en la distribución del poder partidario, en la medida que se concentran allí los
dirigentes dedicados full-time a la actividad política, siendo un lugar de poder que sufre
menos vaivenes que el grupo parlamentario, cuyo peso estará sujeto a los éxitos
electorales1.

1 En ese sentido, tal vez haya sido aun más importante en Argentina que en los partidos socialistas europeos,
habida cuenta que estos contaban con más lugares de ejercicio de poder.

4
La irrupción de Justo en el liderazgo partidario no estará exenta de enfrentamientos.
De hecho, ligada a una serie de proposiciones sobre la forma de actuación política, Justo
había conocido una derrota en el Congreso de 1896, que se declaraba, contrariamente a
sus propuestas, enemigo de alianzas políticas y favorable al mandato imperativo de los
diputados, promoviendo también la entrega de las eventuales dietas parlamentarias al
Partido. En las rechazadas ideas de Justo, que éste hacia en nombre del respeto del
individuo, se puede leer ya una estrategia por “normalizar” al Partido Socialista,
insertándolo en el sistema político argentino, aunque con características propias. Pero dos
años después, en el II Congreso Nacional, Justo pasa a conducir el PS, un papel que
conservará hasta su muerte, treinta años más tarde2. El triunfo de Justo sanciona de algún
modo la coherencia de su visión, pero fue favorecido también por el carácter más
heterogéneo de sus adversarios internos, e incluso el alejamiento de la política activa de
algunos de ellos.
Si bien el núcleo dirigente conocerá desde entonces una gran estabilidad, las crisis y
los conflictos comienzan –o mejor dicho, resurgen– de manera contemporánea. Ya en
1899, ante la consolidación de la orientación dada por Justo, se constituye la llamada
Federación obrera socialista colectivista, que denuncia lo que juzga un alejamiento de los
principios internacionalistas y el predominio del carácter “político” asumido por la
agrupación, en detrimento de la lucha y la “conciencia económica”, vistas como base de la
cuestión social. Si bien esta escisión se reabsorberá rápidamente, poco después, en 1906,
se separa del Partido el grupo sindicalista, que, inspirado en las tesis sorelianas entonces
en auge en Francia e Italia, propugnaba una táctica política de acción directa contraria a la
parlamentaria. Este segundo desgajamiento ocasionará una pérdida de influencia del
Partido en el movimiento obrero. Ambas crisis dan cuenta de las tensiones cada vez
mayores entre un partido revolucionario, que se define por su identidad de clase, y un
partido reformista legal, de base pluriclasista.

2 En un estudio pionero, Ricardo Falcón, juzgaba que estas “luchas de tendencias” tuvieron una
significación singular, en la medida que las orientaciones programáticas del Partido no estaban aun
consolidadas.

5
Esta tensión interna, que no terminará nunca de saldarse, se encuentra “recubierta”
por un signo externo de identidad: el PS es, ante todo, un partido con programa. El
programa –concentrado, en su expresión mínima, al final de la llamada “Declaración de
principios”–, se transforma, de cara al sistema político argentino, en una forma de
individualización que trasciende en los hechos su contenido socialista y transformador: el
Partido Socialista es “el único que tiene un programa concreto, real y positivo”, como se
declara en 1906. Se transformaba así, en palabras de uno de sus primeros dirigentes, en el
“partido político por excelencia, que aspiraba a transformar costumbres electorales,
legislación, conceptos de administración y gobierno, y a infundir en el país un verdadero
espíritu republicano y democrático”3. En definitiva, el Partido no era diferente solo por ser
obrero o socialista, sino porque contaba con un Programa, lo que lo transforma en un
agente de modernización de la atrasada Argentina, a la par que define su accionar propio
como pedagógico, e incluso “científico”. El Partido reivindicaba para si, ya en 1898, “la
causa del trabajo, la paz, el orden y la probidad”.

3 J. Oddone, Historia del socialismo argentino (1934), Buenos Aires, CEAL, 1988, t. II, pp. 193-194.

6
Esta forma de identidad no era ajena a la lectura de la realidad argentina realizada
por Justo, transformado, después de la salida o la marginación de otros hombres (como
José Ingenieros o Lallemant), también en la cabeza teórica del Partido. Su punto de
partida, aquello que Aricó bautizará como “hipótesis de Justo”, cabía en la frase que abre
el primer editorial de La Vanguardia: “Este país se transforma”. Si el sistema político
argentino era imperfecto, e incluso atrasado, el progreso propio de la evolución
económica daría, irresistible y rápidamente, las condiciones para una democratización
plena, social. Esa lectura del proceso histórico (pre)suponía una clase nueva, capaz de
comprenderlo y actuar “científicamente” en la vida institucional, para acelerarlo. Para
Justo, como lo escribe en un importante documento de 1895, la lucha política era “la
forma más elevada” de la lucha de clases. La política criolla constituía de algún modo el
principal enemigo, y el rol del Partido era concebido, ante todo, como “una escuela de
cultura y civismo”. Pero no era solo el educador, el monitor de aquella clase social que
contaba representar, sino también de la burguesía argentina, a la que juzgaba como “inepta
y rapaz”, ya que la política era pensada como un “campo donde los pueblos conscientes y
enérgicos defienden sus intereses, sus libertades y sus derechos”, como la define un
manifiesto partidario de 1898. Es por ello que Justo ve en el socialismo “un factor de
orden y de progreso”, y sostiene que la clase trabajadora “va a dar el ejemplo del uso
inteligente y moral de los derechos políticos [...] Su entrada en la lucha va a cerrar un
período de revuelta y motín”.
Así, el socialismo marca el “advenimiento de la ciencia a la política”, constituyendo
el partido más avanzado porque “ve más clara y completamente las cosas sociales como
suceden hoy”. Este proyecto de reforma intelectual y moral basado en una doctrina
económica nueva favorable al mayor número conlleva también una definición del método
en un sentido específico: “Elevar demográfica, técnica, económica y políticamente al
pueblo”4. No es casual que Jacinto Oddone escribiera que “la conferencia, el libro, el
periódico serían los principales elementos que emplearía para formar hombres conscientes
y capaces de comprender los problemas del país y del mundo y la importancia y la
necesidad de una lucha seria y serena que preparara a los trabajadores en la brega por su
elevación”5. Pero no se trata, por cierto, de una mera visión intelectual, separada de
preocupaciones practicas, sino que se sustenta en un presupuesto político: donde “la masa

4 J. B. Justo, El Socialismo (1902), en Obras de Juan B. Justo, t. VI, La realización del socialismo, Buenos
Aires, La Vanguardia, 1947, p. 204.
5 J. Oddone, op. cit., t. I, p. 75.

7
del pueblo comprende su situación económica y trata de mejorarla, lleva al gobierno
genuinos representantes suyos”6.
Esto no impide al socialismo participar activamente en las luchas sociales que se
intensifican en las primeras décadas del siglo XX, y en particular en manifestaciones y
huelgas, que generan un variado arsenal represivo por parte del régimen conservador, que
va desde la legislación, como la temida “Ley de residencia”, a las matanzas policiales, sin
dejar de utilizar el estado de sitio. Pero el sentido dado por los socialistas es claro: se
propugna, en palabras de Oddone, una “lucha moderada, evolucionista, con miras al
bienestar inmediato, mensurable del proletariado y a la elevación material y moral del
pueblo”. En ese sentido, las luchas de los socialistas al interior del incipiente movimiento
obrero, en particular sus enfrentamiento con el anarquismo, pasan por alejar todo
“martirio estéril” de los trabajadores. La clase obrera, según los socialistas, lucha para
“dar y tomar al progreso social una suma creciente de inteligencia y bienestar”, como
declara en un Manifiesto de 1902. Es por ello que el Partido se asume como el
representante de “la parte consciente del pueblo trabajador”.
Desde los albores del proceso de organización sindical y de unificación de las
organizaciones obreras, los dirigentes gremiales socialistas habían comprendido la lucha
contra la opresión y la explotación como una lucha de clases en el exclusivo terreno
económico. Como consecuencia de esa visión, los socialistas promovían el
abstencionismo político en la lucha sindical ya a principios de siglo, lo que será luego
elevado al grado de doctrina, después de un fuerte conflicto interno. Del enfrentamiento
con los anarquistas surgirá una primera central sindical controlada por el Partido, la Unión
General de Trabajadores (UGT), creada en 1903, pero que pasará bajo el control de los
sindicalistas tres años después.
Es también en esos primeros años del siglo XX que el Partido Socialista, siempre a
través de su principal líder, se dota de un “programa agrario”, que, para Justo, era la
cuestión capital de la política argentina. Dicho programa era integral e iba del reclamo de
mejoras salariales y laborales para los obreros agrícolas hasta la demanda de garantías
para los arrendatarios, completando el dispositivo con una política de impuestos directos y
progresivos. No podía ser de otro modo: el latifundio concentraba, para el socialismo, el
problema argentino, desde la política económica proteccionista a los vicios de la política
criolla, pasando por el encarecimiento del consumo y la devaluación de la moneda. En las

6 J. B. Justo, “El Congreso obrero” (1896), en Obras, op. cit., p. 127.

8
chacras, dirá Justo en un discurso parlamentario de los años veinte, está, junto a la cultura
obrera, “nuestra esperanza de desarrollo de la democracia argentina”7.

Parlamentarismo y luchas sociales

Una nueva ley electoral, que organiza el voto por circunscripción uninominal,
permitirá, el 12 de marzo de 1904, la llegada de un representante del PS a la Cámara de
diputados de la Nación, Alfredo L. Palacios, el “primer diputado socialista de América”,
como se repetirá hasta convertirlo en título de nobleza política (bautismos similares se
harán para un senador e incluso para un concejal o una comuna). Palacios, electo por la
circunscripción obrera de La Boca, era una personalidad independiente, que había
adherido al Partido solo algunos años antes de su candidatura, y se mostraba poco afecto a
la disciplina interna, haciendo gala incluso de una visión propia del programa socialista.
Las mismas características que lo hacían remiso a las obligaciones partidarias, le
permitirán sostener una labor parlamentaria particularmente rica, en un medio que si bien
no le es completamente hostil, tampoco le asegura de antemano ninguna mayoría. Ya en el
curso de este primer mandato, que no se extenderá más allá de 1908, se aprueban por su
iniciativa, entre otras normas de carácter social, las leyes de descanso dominical y de
reglamentación del trabajo femenino y de niños, dando nacimiento a lo que su impulsor
llamara poco después el “nuevo derecho”.
Estos “éxitos” relativos apuntalarán la prevalencia de la lucha parlamentaria como
terreno principal del accionar socialista. Ya Justo había defendido con vigor a los
“diputados de profesión”, que surgen como producto de la extensión de la acción política
obrera, y que se presentan como “hombres hechos por el estudio y la experiencia para la
acción parlamentaria, en la cual alcanzaran un grado de eficiencia bien superior a la de los
representantes aficionados y de ocasión que elige la burguesía”. En última instancia, los
parlamentarios socialistas articulan las reivindicaciones sociales de los sindicatos, habida
cuenta también que en los países de inmigración la ley, en palabras del Maestro,
“contribuye más poderosamente aun a imponer un sentido progresivo a todo nuevo
cambio en las condiciones de trabajo” 8. Aunque siempre minoritario, el Partido lograba

7 Cit. por D. Cúneo, Juan B. Justo y las luchas sociales en la Argentina (1943), Buenos Aires, Solar, 1997,
p. 420.
8 J. B. Justo, Teoría y práctica de la historia (1909), Buenos Aires, Lotito & Barberis, 1915, p. 429, p. 437.

9
alcanzar la aprobación de muchas de sus iniciativas en materia social y laboral, hasta
finales de los años treinta.
El dispositivo de acción del PS se completa con el vigoroso impulso dado a la
“cooperación libre”, donde se expresa la acción económica de los trabajadores. En efecto,
el cooperativo aparece el tercer ámbito, junto al gremial y al político, en el cual debían
luchar los trabajadores. Si ya desde finales del siglo XIX hallamos numerosas
experiencias, sobre todo en el campo del consumo, es hacia 1907 que se ubica la
realización más importante, con la creación de una cooperativa de vivienda y consumo, El
Hogar Obrero. La importancia de la labor cooperativa es de primer orden en la visión
justista del accionar socialista, ya que, como dice el Maestro, “lo esencial del movimiento
cooperativo es el desarrollo de una psicología colectiva que levanta a cada ser humano a
la categoría de factor económico activo y consciente”, aparte de permitirles adquirir
derechos y contraer obligaciones. En ese sentido, Justo consideraba que la cooperación
libre exigía “un grado mucho más alto de capacidad histórica”, que la acción negativa de
las huelgas9.
Las violencias con las que los grupos nacionalistas “celebran” el Centenario, y
donde son incendiadas las sedes de periódicos y asociaciones obreras, muestran ya que las
fuerzas “rojas”, y en particular el PS, aparecen como una realidad con peso propio en el
paisaje político argentino. La puesta en práctica de la ley Sáenz Peña abre amplias
expectativas en el PS. Y las sucesivas elecciones de 1912, 1913 y 1914 parecen confirmar
estos análisis: el Partido no solo consolida su espacio en la ciudad de Buenos Aires, sino
que pronto alcanza la representación por la mayoría en la capital de la República,
logrando la llegada de sus principales dirigentes a la Cámara baja: primero Palacios y
Justo y luego, entre otros, Nicolás Repetto, Mario Bravo, Antonio de Tomaso, Ángel
Jiménez, Enrique Dickmann y un obrero tipógrafo, Francisco Cúneo. Tampoco la Cámara
Alta permanece ajena al avance socialista, y Enrique del Valle Iberlucea se transforma en
senador. El desarrollo de una legislación de contenido social se multiplica, con la
aprobación de nuevas leyes de indemnización por accidentes de trabajo, de
inembargabilidad de sueldos, jubilaciones y pensiones, regímenes de salarios de
numerosas profesiones (magisterio, ferroviarios, marítimos, estatales).
En un artículo publicado en la Revista Argentina de Ciencias Políticas después de
las elecciones de 1914, Rodolfo Rivarola consagra a los socialistas, junto a los
conservadores y los radicales, como las tres fuerzas políticas de envergadura nacional.

9 Ibidem, p. 367.

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Pero anota también que el PS no tiene “una denominación adecuada a su programa y a su
acción: es un partido radical, y todavía mejor, radical moderado”. Para dar crédito a su
juicio, Rivarola subraya que “el programa mínimo del Partido Socialista esta colocado
dentro de la organización jurídica actual […] sus aspiraciones de reforma constitucional
pueden ser compartidas por cualquier individualista”. Esto no es un dato más sino que da
la clave del avance electoral socialista en los centros urbanos: “Se explica que unos
electores hayan visto en el Partido Socialista un partido liberal, unitario y radical. Se
explica también que para otros, la actuación parlamentaria haya sido muy eficaz del punto
de vista administrativo, de la critica del presupuesto, de economías y orden en el manejo
de los dineros públicos”10. A decir verdad, la constatación que hacía uno de nuestros
primeros politólogos remitía a un viejo debate que había despertado el líder socialista
italiano Enrico Ferri en ocasión de una visita al país en 1908, y que giraba en torno a la
razón de ser de un partido socialista en la Argentina. El principio general que Ferri ponía
como “sociólogo”, es que un partido deber ser “producto natural del país en donde se
forma”; un partido obrero es producto del maquinismo industrial. El desarrollo
agropecuario argentino solo permitía la existencia de un partido radical (en el sentido de
la III República francesa), en lo político, y obrero en sus reclamos económicos. Nada más
lejos de la visión de si mismo de los socialistas argentinos: en su réplica inmediata, Justo
reafirma la asimetría entre una sociedad moderna, “íntimamente vinculada al mercado
universal” como era la Argentina, y la ausencia de partidos políticos de ese tipo. La
respuesta de Justo a estos planteos contiene dos elementos importantes: por un lado,
apoyándose en su lectura de Marx y en la teoría de la “colonización capitalista
sistemática”, separa el maquinismo de la existencia de un proletariado, que no es mero
producto de aquel. Por el otro, el PS es “el único partido que existe” en Argentina, y,
justamente, “la parte más viva del marxismo [...] es la práctica de la lucha de clases”. En
definitiva, para Justo, “el socialismo es la acción [...]”11.
En todo caso, el socialismo está perfectamente instalado en el sistema político
argentino que se abre a una democracia burguesa más amplia. Después de dos victorias
seguidas en la Capital Federal –en las elecciones parciales de 1913, que le permite
alcanzar también un senador, y luego en 1914, donde obtiene 7 nuevos representantes–, el
PS cuenta con 10 legisladores nacionales, todos “porteños”. Un año más tarde comienza

10 R. Rivarola, “Filosofía de la elección reciente”, Revista Argentina de Ciencias Políticas, Buenos Aires,
IV, 42, 1914, pp. 95-96.
11 Ver E. Ferri, “El Partido socialista argentino” (1908) y J. B. Justo, “El profesor Ferri y el Partido
Socialista Argentino” (1909), ambos en Obras de Juan B. Justo, op. cit.

11
su primera experiencia comunal. Pero nuevos conflictos internos acechan a la
organización. El primero se centra en torno de Alfredo Palacios, cuyas desavenencias con
el Partido estallan públicamente sobre un tema relativamente menor (la aceptación de los
duelos de honor para dirimir cuestiones), pero que tiene trascendencia en la cosmovisión
del Partido, al menos puertas adentro. Luego de algunas advertencias, Palacios es
separado de la organización en 1915, abandonando también su banca. Con un grupo de
afiliados crea el “Partido Socialista Argentino”, que, como lo señala su declaración de
principios, “se propone ser fuerza genuinamente nativa y espontánea”. En efecto, el nuevo
partido reivindica “la autonomía de nuestro pensamiento para combatir con métodos
propios las desigualdades de nuestra incipiente organización”, lo que implica también
combatir el justismo en el ámbito de la verdad, cuya presentación, dice el documento,
debe ser “escueta, en lenguaje simple o regional”. Tendrá actuación pública hasta 1922,
sobre todo en la Capital Federal, donde llega a alcanzar casi el 25% de los sufragios en
1918. Pero ante sus fracasos para acceder a la representación parlamentaria (solo logrará
un concejal), Palacios abandona la política activa, concentrando su trabajo, por más de
una década, en la cátedra y la política universitarias.
Los poco más de 66.000 votos alcanzados por la fórmula Justo-Repetto en los
comicios presidenciales que ven llegar al poder al radicalismo, mostraban que el PS
estaba muy lejos de cubrir las expectativas despertadas poco antes. De hecho, le seguirá a
esta elección una nueva escisión, la encabezada por los llamados grupos
“internacionalistas”. El recrudecimiento de la Primera Guerra Mundial marcaba los
inicios del gobierno de Yrigoyen, que conservaba la tradicional política de neutralidad.
Pero ante la extensión de la guerra submarina a todos los mares por parte del Reich
alemán, los legisladores socialistas no dudan en exigir al Ejecutivo sanciones contra
Alemania y Austria, lo que genera una violenta oposición de los sectores
internacionalistas y pacifistas, que defienden la no entrada de Argentina en un conflicto
interimperialista. Ante la extensión de la contestación interna, es convocado un Congreso
extraordinario, que tiene lugar en Buenos Aires, a fines de abril de 1917, y que ve el
(¿sorpresivo?) triunfo de las tesis internacionalistas, imponiendo en su declaración
limitaciones al grupo parlamentario. Pero este, que coincide en buena medida con la
dirección del Partido, desconocerá en los hechos las resoluciones del Congreso, pidiendo
poco después la suspensión de relaciones diplomáticas con las potencias germánicas, lo
que conlleva a la escisión de la corriente de izquierda. Finalmente, en enero de 1918, ésta

12
crea el Partido Socialista Internacional, que adoptará dos años después el nombre de
Partido Comunista.
La salida de estos sectores no cierra los cuestionamientos del ala izquierda. El
desarrollo de la Revolución bolchevique lleva al PS a afrontar una nueva crisis, con la
política de los llamados “terceristas”, quienes, encabezados por el senador Iberlucea,
promueven la aceptación de los 21 puntos de la Internacional Comunista. El sector,
encabezado esta vez por una de las principales figuras públicas del Partido, será derrotado
en el Congreso de Bahía Blanca, en enero de 1921. Y aunque Iberlucea no seguirá al
grupo que entra al PC, sus posiciones públicas en favor de la Rusia soviética durante las
deliberaciones partidarias le valdrán un proceso judicial, que lleva a su escandaloso
desafuero en el Senado nacional, muriendo poco después.

Una estabilización aparente

Pese a las sucesivas crisis internas, el Partido Socialista aparece, a principios de los
años veinte, como un grupo estructurado sobre todo en la Capital Federal (donde, como
vimos, había alcanzado ya sendos triunfos electorales) y en otros centros urbanos de la
Provincia de Buenos Aires (en particular, Avellaneda, Bahía Blanca, y, sobre todo, Mar
del Plata, que se convertirá en un bastión), de Mendoza (Godoy Cruz), de Santa Fe
(Rosario), Santiago del Estero, Tucumán, Córdoba e incluso de los Territorios Nacionales
del Chaco, La Pampa, Río Negro y Neuquén. Empezaba a dar sus frutos también la
experiencia del ejercicio del poder a nivel municipal, que el PS había iniciado en 1915, en
El Chaco, y que amplía, a principios de los años veinte al territorio bonaerense. El
fomento de los servicios públicos, el cooperativismo y, sobre todo, la transparencia
administrativa y financiera conformaron un estilo de gobierno que comenzaba a asociarse
al socialismo.
Una encuesta interna del Partido, en 1920, muestra entre sus integrantes un número
importante de pequeños comerciantes, empleados y trabajadores12. Y es en las
circunscripciones obreras de la Capital donde se encuentra su electorado más firme, una
base que le permitía estabilizar ya un bloque de 10 legisladores, sin dejar de alcanzar,
luego del avance mayoritario del radicalismo, la representación de la minoría. En 1924
obtiene 100.000 votos en todo el país y una gran victoria electoral en la Capital con

12 La Vanguardia, 10/4/1920 (cit. por R. J. Walter, The Socialist Party of Argentina 1890-1930, Texas, The
University of Texas at Austin, 1977, p. 175).

13
77.000 (el 45% de los sufragios), que le permite alcanzar su máxima representación
parlamentaria hasta entonces: 20 legisladores, incluyendo 2 senadores, en las personas de
Bravo y Justo.
Con ambos partidos ya consolidados, los juicios positivos que un Lallemant podía
pronunciar a fines de siglo sobre el radicalismo, en tanto portador de las transformaciones
de las instituciones democráticas en la Argentina hacia una mayor pureza burguesa,
habían quedado muy lejos del imaginario socialista. Su labor política de esos años estará
marcada por la confrontación con el yrigoyenismo en el poder, en particular en las
cuestiones agrarias, monetarias e impositivas, que se concentran a menudo en la discusión
del presupuesto. El socialismo presenta, sin resultados, tres proyectos sucesivos de
impuesto progresivo sobre la tierra y de nueva valuación del suelo, concebidos para atacar
el latifundio. En el ámbito económico, sus representantes parlamentarios defienden una
política de control del gasto público –en las cuestiones monetarias el proletariado “tiene
los mismos intereses que el capitalismo avanzado e inteligente”, había declarado Justo en
el Congreso de fundación del Partido–, lo que lleva a oponerse a la extensión de la
administración pública. En nombre de los consumidores, se solicita el fin del
proteccionismo y la liberalización de las tasas aduaneras para la importación de ciertos
productos (azúcar, carne, etc.). Su ideario centralizador no le impedirá tampoco criticar el
avasallamiento de las autonomías provinciales, con el uso de la intervención federal. Al
mismo tiempo, promueve una investigación parlamentaria sobre los trusts, pidiendo el
control del capital extranjero y el desarrollo de los derechos de los usuarios. El PS aparece
también como el vocero de algunos de los sismos que atraviesan la sociedad argentina en
esos años, empezando por la Reforma universitaria, pero también en la denuncia de las
matanzas de obreros huelguistas en Santa Cruz, entre fines de 1921 y principios de 1922.
En los grandes temas nacionales (el campo, la Iglesia, las fuerzas armadas e incluso
la situación de los trabajadores), el PS ve en el radicalismo una continuidad con la política
conservadora. Pero la confrontación mayor contra el yrigoyenismo es de cultura política:
ya La Vanguardia señalaba en marzo de 1916 que el líder radical era un enemigo de todo
lo moderno13. El radicalismo es un ejemplo de partido inorgánico, que participa de la
violencia y el fraude propio de la tradición de la política criolla, alejando aún más al país
del camino de la evolución imaginada por Justo. No lo eran menos las cercanías de los
gobiernos de Yrigoyen y Alvear con la religión católica que el Partido denostaba
duramente en el Parlamento. Dado que se ve en la influencia del catolicismo una fuente de

13 La Vanguardia, 24/4/1916 (cit. por R. Walter, op. cit., p. 135).

14
atraso social y cultural –Justo no dudaba, en un discurso en el Senado, de 1926, en colocar
el crimen, la mentira, la blasfemia, los juegos de azar, el alcoholismo como sentimientos
favorecidos por el catolicismo–, el laicismo era parte de los valores constitutivos de la
identidad socialista, y se expresaba entonces por la demanda de la separación de la Iglesia
del Estado, o las denuncias contra la invasión de las ordenes religiosas extranjeras.
Pero no solo en la lucha anticlerical se centraba la construcción de una contracultura
socialista. El PS promovía, desde su fundación, la creación y el desarrollo de bibliotecas,
escuelas, ateneos científicos, grupos artísticos, recreos infantiles, entidades deportivas,
campañas higienistas, visitas a museos, proyecciones cinematográficas, etc. Sólo el dato
de que el PS llegó a contar con más de 700 bibliotecas y centros culturales en todas las
provincias y territorios nacionales del país hacia mediados de los años treinta, permite
avizorar los límites vastos de estas prácticas de erudición y de entretenimiento que los
socialistas diseñan para el tiempo libre de los trabajadores. Algunas iniciativas son
extraordinarias, como la Sociedad Luz, la universidad popular fundada en 1899 y que
desde 1922 contará con un gran edificio propio, ubicado en el barrio porteño de Barracas.
Al mismo tiempo, las editoriales partidarias o promovidas por sus afiliados, como La
Vanguardia o Claridad, entre otras, publicaban una gran cantidad de obras. De algún
modo, toda esta polifacética acción sociocultural expresaba también la consolidación del
Partido y su identidad en la sociedad argentina (particularmente, en la porteña)14.
Paralelamente, su intervención en el movimiento obrero se complejiza. Si en el
plano de la agitación debe luchar con la adhesión política de amplios sectores populares al
radicalismo, sobre todo en el interior del país, en el plano organizativo compite desde
siempre con corrientes que se encuentran a su izquierda, anarquistas, sindicalistas, y
finalmente, comunistas. En los momentos de alta conflictividad social que marcan los
primeros años del gobierno de Yrigoyen, el PS acompaña a la clase trabajadora con sus
comunicados y pedidos de interpelación en las Cámaras, denunciando los actos de
violencia de los poderes públicos, pero tratando siempre de no instalar la huelga general
en un plano insurreccional, como durante la “Semana trágica” de enero de 1919, donde
pone a la clase obrera de buena fe “en guardia contra ciertas magnificaciones totalmente
extrañas a sus generosos propósitos”, llamando finalmente a la vuelta al trabajo.
Cuando decrece la conflictividad social, y la FORA del IX Congreso, USA a partir
de 1922, siempre controlada por los sindicalistas, se muestra mejor predispuesta hacia el

14 La primera descripción de esta experiencia se hizo en A. Giménez, “Treinta años de acción cultural”, en
Páginas de historia del movimiento social de la República Argentina, Buenos Aires, La Vanguardia, 1927.

15
gobierno radical, el avance del PS en el movimiento obrero llevará a la construcción de
una central sindical, donde recabarán los gremios dirigidos o influenciados por los
socialistas (ferroviarios, municipales, curtidores, etc.), la Confederación Obrera
Argentina, en 1926. La nueva organización de la clase obrera debe servir para acelerar la
“evolución de la sociedad capitalista”, pero también para evidenciar su importancia y
“acentuar su influencia” sobre el gobierno, según lo proclamado en sus estatutos. La base
era el principio de independencia y equidistancia política. Pero el peso del sindicalismo en
el armado interno del Partido será a menudo una fuente de tensión. En esos años se había
firmemente establecido la doctrina de la separación entre partido y sindicato, contando
cada uno con su campo de acción específico, ratificada de manera tajante en el XVII
Congreso Nacional de Avellaneda, en 1918, por una moción que, luego de deslindar las
formas de acción propias a los organismos gremiales, las cooperativas y el partido
político, establece que: “Para que la eficacia de la acción recíproca sea mayor, las
organizaciones no deben hostigarse ni tampoco confundirse, siendo conveniente que
permanezcan independientes unas de otras para la mejor actuación dentro de sus
respectivas esferas”. La resolución había sido precedida de la disolución, por una decisión
del Comité Ejecutivo, para que no haya un “gremialismo socialista”, de un primer Comité
de Propaganda Gremial del Partido, que, bajo el control de militantes como José F.
Penelón, se había mostrado muy activo en la promoción de la creación de sindicatos, pero
que, sobre todo, había dado pruebas de poderosas simpatías izquierdistas15.
El PS afrontará una crisis mayor a finales de la década, que afectará su propia
identidad, aunque finalmente de manera poco durable. “El partido, dirá entonces Justo, se
corrompe por la abundancia de sus propios recursos”. Tal vez por primera vez, si se deja
de lado la separación de Palacios, se trata de una crítica de la política partidaria desde
posiciones de derecha. Su principal dirigente, Antonio de Tomaso, había salido del riñón
justista y era el líder del grupo parlamentario (había estado casado, incluso, con la hija
adoptiva de Nicolás Repetto, a quien había acompañado en la fórmula presidencial del PS
en 1922). Sobre todo, era considerado como uno de los elementos más promisorios del
Partido, un auténtico político, frente al perfil más doctrinario de Justo, y ocupaba de
manera ininterrumpida una banca de diputado desde 1914. La disputa tendrá como marco
inmediato la oposición al yrigoyenismo que el grupo de De Tomaso deseaba más frontal
(y más concretamente, el retiro de un proyecto de intervención de la Provincia de Buenos
15 Ver Comité de Propaganda Gremial, Informe, 1917 (publicado en H. Camarero y A. Schneider, La
polémica Penelón-Marotta (marxismo y sindicalismo soreliano, 1912-1918), Buenos, Aires, CEAL, 1991,
pp. 78-97).

16
Aires que era instrumentalizado por las fuerzas anti-personalistas), pero marca también
los límites de un Partido que no ofrecía alternativa para ejercer responsabilidades políticas
de gobierno pese a su accionar moderado. En congresos previos, de Tomaso había
propuesto, sin éxito, un conjunto de reformas para aligerar el programa mínimo en temas
tales como el militar o el campo, y que permitirían llevar a los socialistas al ejercicio de
funciones gubernamentales. Las ambiciones eran también personales: ya se había
denunciado la incompatibilidad de la representación parlamentaria con la defensa
profesional de ciertos intereses económicos. Expulsados sus principales dirigentes (aparte
de De Tomaso, Federico Pinedo, Héctor González Iramain, Augusto Bunge, todas
destacadas figuras del Partido) en julio de 1927, estos forman, un mes después, el Partido
Socialista Independiente (PSI).
Desde el parlamento y las columnas de su diario Libertad!, el PSI intenta en un
primer momento disputar la identidad socialista a los “dictatoriales”, reivindicando la
permanencia en la nueva agrupación de una “guardia vieja”, depositaria de la tradición
partidaria, conmemorando el aniversario de la muerte de Del Valle Iberlucea, o
promoviendo nuevamente la figura de Palacios en temas universitarios o de explotación
de recursos naturales por el Estado. Incluso, en el momento de su muerte, la figura de
Justo es ensalzada, como gran figura del socialismo ... internacional. Al mismo tiempo,
sus representantes en el Congreso defienden el rol del monopolio del Estado, en particular
en la explotación directa del petróleo, no dudando en denunciar al PS oficial (que
defendía un sistema de explotación mixto), como aliado de los alvearistas y de la derecha
para impedir la nacionalización del petróleo. Tal vez por eso el líder belga Louis de
Brouckère declaraba no alcanzar “a ver cuales son los puntos doctrinarios que los
separan”, un juicio refrendado por el enviado de la internacional, después de su visita a la
Argentina, el también belga E. Vandervelde.
El PSI, que ya había superado al PS en 1928, alzándose con las bancas de la
minoría, logrará una resonante victoria en la Capital Federal, en marzo de 1930, con más
de 100.000 votos, obtenidos en abierta campaña antiyrigoyenista. Si de Tomaso no
repudia su derrocamiento por las armas, luchara luego por impedir que la dictadura
uriburista se transforme en un corporatismo institucional. Pero incluso la defensa de la
democracia representativa alcanzará también sus limites en la política de los
Independientes ... Su ingreso en la Concordancia, que le valdrá a de Tomaso el cargo de
ministro de Agricultura, y más tarde, a Pinedo el de ministro de Hacienda, dará pié al
viejo proyecto de participación gubernamental de una fracción del socialismo argentino.

17
Las condiciones políticas de esta “llegada al poder” marca también una dilusión cada vez
más grande de su identidad partidaria, en la medida que la coincidencia buscada por Justo
entre clase obrera y nación se transforma pronto en una defensa de las masas solo en la
medida en que coinciden con el interés nacional. Esto no impedía continuar con la defensa
de una política activa del Estado, tanto en el tema del campo o la explotación de los
recursos naturales, como en la política financiera, que habían marcado al PSI en sus
orígenes. Pero la muerte de su principal dirigente, en 1934, deja al partido sin proyecto
organizativo propio. Tan rápido como había sido su encumbramiento será su caída, y
hacia 1937 no cuenta con más de dos representantes en el parlamento, llevados gracias a
los votos conservadores.

Los replanteos de los años treinta

La crisis de los “libertinos” había coincidido con la muerte de Juan B. Justo, en


enero de 1928. Un nuevo equipo dirigente lo suple, encabezado por Nicolás Repetto, que
se convierte en el principal portavoz del partido. La política de oposición a Yrigoyen
alcanza en esos momentos un gran auge –“difícilmente podía haberse hallado para el país
un gobernante más arbitrario, inepto y calamitoso” dice el editorial de La Vanguardia del
5 de septiembre de 1930– y, ante los “rumores siniestros”, cada vez más claros, de
movimiento militar, se solicita la renuncia al Presidente, al que se hace responsable de la
situación. Pero al mismo tiempo, se previene contra todo intento de alejarse del sistema de
sufragio universal. Y en su declaración del 11 de septiembre de 1930, el Comité Ejecutivo
del PS marca su oposición al régimen del general Uriburu.
Sin dudas, la nueva dirección del PS alentara durante la década que se inicia, la
esperanza de un cambio en las reglas de representación política, y un nuevo lugar para el
Partido. En las elecciones presidenciales de 1931, el Partido Socialista tomará la iniciativa
de constituir, por primera vez en su historia, una alianza electoral con otro partido
político, el Partido Demócrata Progresista. La llamada “Alianza Civil demócrata
socialista” será encabezada por Lisandro de la Torre, sin duda paradigma, como lo fuera
otrora Joaquín V. González, del político burgués serio y responsable que deseaban los
socialistas, que lo acompañarán con Repetto. Si bien la Alianza será favorecida por la
abstención radical, el fraude electoral practicado principalmente en la Provincia de
Buenos Aires, asegura el triunfo de la fórmula de la llamada Concordancia encabezada
por el general Agustín P. Justo. En ese particular marco político, el PS alcanza en 1932 la

18
máxima representación parlamentaria de su historia: 2 senadores y 43 diputados, y
conservará, aun después de levantada la abstención radical un grupo parlamentario
numeroso, salvo en el periodo 1938-1940 en el que, fruto de una nueva crisis interna, su
bloque se reduce a 5 representantes.
Retomando en el parlamento el papel que la ruptura de los Independientes le había
quitado, asistimos, entre 1932 y 1943, al segundo gran impulso legislativo dado por el PS
en materia social. Esos años conocerán también una importante actividad “fiscalizadora”,
donde la oposición del Partido al régimen se torna más frontal, en particular con la
denuncia del fraude y el cercenamiento de las libertades públicas, y la investigación de los
escándalos financieros del poder. De hecho, sufre de manera directa algunos de las
consecuencias criminales de la “década infame”, empezando por el asesinato, por matones
fascistas, del diputado provincial cordobés José Guevara, en septiembre de 1933.
En esos años, los socialistas logran alcanzar su mayor influencia en el movimiento
sindical. Luego de haber participado en la creación de la Confederación General del
Trabajo en 1930, cinco años después logran el control de la misma, al desplazar al sector
sindicalista. Si la doctrina de la separación entre la acción política y la gremial había
podido transformarse en la prescindencia de la clase obrera en los problemas políticos del
país, esta se reduce ahora a la neutralidad en el plano electoral. Desde entonces, la CGT
será hegemonizada por dirigentes provenientes del PS, aunque la presencia comunista se
torna cada vez más importante. Los cambios en el movimiento obrero argentino se
expresan también en una mayor implicación política de las fuerzas sindicales, llegando la
CGT, a principios de los años cuarenta, a apoyar la constitución de un movimiento
político en defensa de la democracia y la libertad, la Unión Democrática Argentina. Esta
evolución, que prepara otras más significativas, no siempre se encuentra en diapasón con
la vieja concepción partidaria.
La crisis del ’30 había llevado a una apertura de las filas del Partido, que si bien no
llega a una renovación del equipo dirigente, marcará un salto cualitativo importante, con
la entrada de hombres jóvenes, pero ya formados por experiencias políticas o culturales
previas, como la Reforma universitaria. Podemos citar entre los nombres ligados a esas
luchas a Carlos Sánchez Viamonte, Deodoro Roca, los hermanos Orgaz, Rodolfo Araoz
Alfaro, Ernesto Giudici, Julio V. González, sin contar la figura tutelar de Alejandro Korn.
Sobre todo se produce por entonces el reingreso al PS de Alfredo Palacios, rápidamente
propulsado por una imponente elección al Senado de la Nación, y, en 1935, el de Manuel
Ugarte (quien había sido expulsado en 1913), que no permanecerá mucho tiempo en él. Si

19
en el caso de Palacios, transformado ya por entonces en la figura más popular del
socialismo, el Partido, muerto Justo, se muestra presto a tolerar su personal
independencia, los recienvenidos vehiculizarán nuevas tensiones.
En efecto, la victoria del fascismo en Europa, y, sobre todo, la derrota de dos de los
más poderosos partidos socialistas europeos, conlleva a ciertos grupos a denunciar el
programa mínimo del Partido. La discusión es alentada desde publicaciones, como la
revista Cauce, animada por Giudici, pero sobre todo por el llamado grupo de Izquierda,
que comienza a editar, bajo ese nombre, una nueva publicación. Las principales figuras
del sector son Sánchez Viamonte, Antonio Zamora, Bartolomé Fiorini, y, sobre todo,
Benito Marianetti, experimentado dirigente mendocino que había iniciado el movimiento
con la aparición de su libro El camino del poder (1933) y que poco después resumirá el el
sentido en una consigna: “De la socialdemocracia al socialismo, por las rutas inmortales
del marxismo”. Del análisis de la experiencia europea, y de la simpatía soviética, se
pasaba rápidamente a una crítica del funcionamiento interno del Partido, y de la actuación
parlamentaria de los representantes socialistas, que, en boca de sus impugnadores, dejaban
fuera de su accionar las perspectivas antiimperialistas y de clase. En palabras de Sánchez
Viamonte, “la negación de la lucha de clases o, por lo menos su olvido, coloca al partido
en una actitud de ‘centro’, propia del liberalismo democrático burgués”, que consiste en
“convencer a la masa de que toda su obra no tiene otro objeto inmediato ni mediato que la
defensa de los derechos del hombre y del ciudadano, proclamados y difundidos por la
revolución burguesa de 1789”. La lucha contra el fascismo, en particular, sostendrá
Giudici, debe ser encarada con criterio socialista, es decir “precipitando al capitalismo a
su derrumbe y afrontando la conquista del poder para realizar la construcción del estado
socialista”.
La confrontación con la dirección partidaria estalla durante el XXVIII Congreso
Nacional de Santa Fe, en mayo de 1934. Los representantes de la corriente de izquierda
denuncian la política de colaboración con el Estado, que solo defiende a la clase burguesa.
Critican también el concepto de pueblo, y sostienen la idea de lucha de clases y de
internacionalismo. Pero finalmente, luego de la denuncia de lo que constituye, según
Américo Ghioldi, la “acción disolvente de la propaganda izquierdista”, y de un fuerte
discurso de Repetto, en el que se califica de simplista la teoría de las dos clases, la
minoría de izquierda es ampliamente derrotada. Según el máximo dirigente partidario, se
puede “hacer una gran obra sin hablar ni mencionar la revolución social, que es una cosa
ideal que todavía no realizada en ningún país de la tierra”. Y en todo caso, afirmaba

20
Repetto, el socialismo no puede implicar una menor capacidad productiva que el
capitalismo.
Poco después, la confrontación toma la forma de una discusión a favor de la
formación de un frente popular democrático, siguiendo un modelo europeo (es decir, con
el PC), impulsada fuertemente por los izquierdistas y que había encontrado una primera
expresión en el masivo acto del 1° de mayo de 1936. Un mes después, el XXX Congreso
Nacional del PS se pronunciará, por aclamación, a favor de la formación de un frente
popular democrático, aunque en la enunciación de sus fines se mezclaban reivindicaciones
del grupo izquierdista y de la dirección mayoritaria 16. Considerado como una victoria de
los grupos de izquierda, estos acusan poco después al Comité Ejecutivo de no poner en
práctica las resoluciones del Congreso. Finalmente, el grupo de Mendoza, dirigido por
Marianetti, y otros núcleos de la Capital Federal, que incluyen a algunos concejales
socialistas, son expulsados a principios de 1937. Los excluidos crean el Partido Socialista
Obrero, aunque un grupo de connotados dirigentes del grupo originario no los seguirán. El
nuevo partido editará un periódico semanal, Avance, y tendrá un promisorio debut
electoral en la Capital Federal en 1938, que cuesta al PS su victoria. Sin embargo, el
proyecto de construir una fuerza entre el “radicalizado” Partido Comunista y el
“aburguesado” PS no logra consolidarse, y el nuevo partido se disuelve en los hechos
hacia 1942. El núcleo de sus principales dirigentes, encabezados por Marianetti, decide
entrar al PC, aunque un grupo importante retorna al viejo Partido donde animarán, durante
los años cuarenta, el ala izquierda. Entre estos últimos se encontraran también aquellos
más sensibles al hecho peronista.
Estos   años   treinta   serán   claves   para   el   posterior   desarrollo   del   PS.   No   solo   los

conflictos internos dan cuenta de una búsqueda de aprehender los cambios en la estructura

social y política argentina; la discusión del programa económico es una de las expresiones

más nítidas de ese proceso de cambio, que asume cada vez más el dirigismo económico

del socialismo europeo, y con ello, el abandono de la vieja prédica librecambista y una

revalorización del rol del Estado. Ya en 1932, una de las principales cabezas teóricas del

16 “La defensa de las libertades políticas y civiles del pueblo argentino en la integridad de la ley Sáenz Peña
y de las instituciones democráticas que consagra la Constitución; para sancionar el castigo de la violencia y
el fraude electorales; la amnistía de los presos sociales y políticos y la derogación de la ley de residencia y
de todo decreto que trabe el ejercicio de los derechos de palabra, de reunión, de asociación y de prensa; para
obtener el reconocimiento legal de los partidos que aceptan la lucha en el terreno democrático; el
cumplimiento de las leyes obreras; el control del capital financiero y la liberación nacional de la política
imperialista y de los monopolios privados y para luchar contra la desocupación; por la elevación del nivel de
vida de la clase trabajadora y por los derechos de la juventud obrera y estudiosa”.

21
Partido,   Rómulo   Bogliolo,   director   de   la  Revista   Socialista,   presenta,   como   diputado

nacional,   un   proyecto   de   creación   de   un   consejo   económico   nacional   como   se   venía

desarrollando   en   varios   países   europeos,   la   “COPLAN”,   que   busca   promover   la

organización científica de la producción y del consumo a través de la planificación, tanto

en el plano industrial como agropecuario, financiero y comercial, y que Bogliolo presenta

como  una   superación  del   dilema  proteccionismo  o  libre  cambio.  El   XXXII  Congreso

Nacional del PS, de junio de 1938, sancionará este nuevo programa económico donde el

intervencionismo estatal y las nacionalizaciones diseñan un modelo de economía dirigida

a   partir   de   la   planificación.   En   efecto,   el   documento   final   defiende   una   política   de

nacionalizaciones de los servicios públicos (transportes, industria eléctrica, teléfonos) y

del petróleo. El nuevo programa preveé además la creación de un organismo nacional que

tomará a su cargo todo nuevo servicio. Se defienden también medidas para luchar contra

los   monopolios   de   hecho,   incluyendo   la   regulación   de   precios.   En   su   discurso   de

presentación del programa, Enrique Dickmann sostiene que el capital extranjero invertido

en el país ha ido perdiendo su función progresiva para transformarse en corruptor.
Pero el inicio de la Segunda Guerra Mundial detendrá este incipiente nacionalismo
económico y disparará otra evolución, que será finalmente la que se impondrá, que tiende
a priorizar como campo de acción del Partido la defensa de las libertades públicas. Por
aquellos años, una de las actividades más importantes impulsadas por el PS desde el
Congreso de la Nación fue la constitución de una Comisión investigadora de actividades
antiargentinas, que pasará rápidamente a ser presidida por Juan Antonio Solari. La prédica
cívica, que se potencia como posición de lucha contra el fascismo y su penetración en
Argentina, se transformará, con la llegada del peronismo al poder, en el eje absoluto de la
política partidaria, condicionando incluso su caracterización de la transformación social y
del lugar de la clase obrera en el proceso.
Había voces que buscaban articular un discurso que diera cuenta de la complejidad
de la crisis. Así, Mario Bravo, sostenía en septiembre de 1942 que “aquí habrá
revolución”, en la economía, en las finanzas y en la política, como pronto lo mostrará el
peronismo. Si en dicho discurso el experimentado dirigente partidario atacaba a la clase
dirigente por “haber dejado al país sin los resortes necesarios, sin las previsiones
indispensables para canalizar las inmensas corrientes que de todos lados van a agitar la

22
vida social argentina”, cabía preguntarse si el dictamen no podía extenderse en parte al
PS. Porque éste encaraba el proceso con una visión del país y del partido que empezaba a
mostrar cada vez más sus limites.
Unos años antes, Repetto diagnosticaba que “la crisis interna –económica y
política– por que atraviesa nuestro país, ha provocado una evidente inquietud en las masas
y encendido el deseo de soluciones inmediatas”. La auscultación de este “hondo
estremecimiento de necesidad y malestar” revelaba para este antiguo cirujano “anhelos
inequívocos de mejoramiento y de libertad, sobre todo de libertad”. Con la certeza del
diagnostico, el tratamiento era preciso: “Penetrar esos anhelos del pueblo e iluminarlos a
la luz de la doctrina socialista, para despertar en la masa la conciencia de nuestros grandes
problemas nacionales, para disciplinarlos en una acción metódica de esclarecimiento
general y para apresurar su madurez política”17. Era la lección de Justo; pero esta visión
del Partido y de la política se expresaba ahora en un contexto histórico muy diferente, ante
un país, quizás, menos “virgen de ideas”. Sin embargo, el sentido que le daba su heredero
era invariable: “El país necesita un movimiento de renovación política enderezado a
dignificar la actividad cívica, a purificar la política, a quitarle el carácter de lucha negativa
y a menudo destructiva que tiene hoy, para transformarla en la fecunda emulación de
fuerzas sanas y de evidente función histórica, que conviven y trabajan, dentro de una
adecuada tolerancia, en la solución de los grandes problemas nacionales” 18. Ni siquiera en
la autocrítica de un Mario Bravo que, luego de la crisis de los socialistas obreros y su
incidencia en magros resultados electorales del PS, alertaba sobre los limites del accionar
partidario –señalando en particular la ausencia de obreros rurales en sus filas y la tesis de
la prescindencia gremial, a la par que llamaba a la incorporación de técnicos–,
encontramos una verdadera concepción alternativa de partido19.
No es extraño, entonces, verla reafirmada en momentos en que aparece un nuevo
fenómeno en la vida argentina, el peronismo. En efecto, sus principales dirigentes siguen
pensando al PS como un “director de la acción”, ya que “conoce” –como lo afirmaba
Bogliolo en un opúsculo donde recordaba que era y que quería el PS– “esa verdad”
(científica) que dice que el desarrollo técnico conduce al socialismo. Y una consecuencia
es clara: “Cuando no se tiene la capacidad y la energía suficientes para ver y comprender
17 La Vanguardia, 4/7/1937 (reproducido en T. Halperín Donghi, La República imposible (1930-1945),
Buenos Aires, Sudamericana, 2004, pp. 579-580).
18 N. Repetto, Deber cumplido (reproducido en T. Halperín Donghi, La República imposible, op. cit., p.
660).
19 M. Bravo, “Testamento político” (1938), ahora en D. Cuneo, Mario Bravo, poeta y político, Buenos
Aires, CEAL, 1985, p. 125.

23
esa marcha de los acontecimientos, pueden producirse fenómenos capaces de alterar el
ritmo y el sentido de la misma : el fascismo y el nazifascismo”20. Las experiencias del
fascismo, sobre todo la de los que se juzgara como sus émulos criollos, no serán
analizadas tanto en la evolución de las relaciones sociales bajo el capitalismo, sino como
fruto de error e ignorancia, como lo subrayara más tarde Ghioldi.

Ante el hecho peronista

Todavía en 1942, ya sin abstención radical, el PS obtiene una importante


representación parlamentaria, gracias, una vez más, a su victoria capitalina que, con
141.968 sufragios, le permite elegir doce diputados. En esa encrucijada clave, el Partido
reafirma su identidad de medio siglo: “No somos un partido de conspiración.
Constituimos una fuerza de positiva construcción social. Queremos edificar sin destruir,
aprovechando todos los materiales del camino. Nuestro valor moral es escudo contra la
arbitrariedad de los que gobiernan y contra los simuladores de la legalidad”.
Inmediatamente, el PS se activa, tal lo decidido en su XXXIV Congreso Nacional,
en la concreción de una “Unión democrática de todas las fuerzas sanas para contrarrestar
la obra de las huestes fascistas” que choca nuevamente con la intransigencia radical. Solo
parecerá alcanzar éxito a principios de 1943, cuando luego de múltiples conflictos
internos, el radicalismo acepta entrar en negociaciones para conformar una alianza. La
plataforma común, redactada en 16 puntos y aprobada en mayo de ese año, insistía ante
todo en la defensa del régimen republicano y las libertades cívicas, con un contenido
económico que incluía la explotación de los servicios públicos por el Estado, la
nacionalización del petróleo, aunque las medidas sociales se reducían a ciertas
generalidades para hacer posible “el bienestar del pueblo argentino”. Un lugar central
ocupaba la solidaridad activa con los pueblos que luchaban contra el nazifascismo. Si el
golpe de junio impedirá que ese acuerdo se concrete, la vocación aliancista y cívica del PS
encontrará otros cauces de expresión, como Acción Argentina, fundada en 1940, y en la
que los dirigentes socialistas verán una “fuerza nueva” que, en palabras de Repetto,
“trataría de indicar las medidas legales, los cambios de método y la moralización de las
costumbres que sería necesario adoptar para impedir [...] la repetición de errores,
demagogias, concupiscencias y otras fallas morales como las que viene mostrando de

20 Cit. en C. M. Herrera, “El Partido Socialista ante el peronismo, 1950. El debate González-Ghioldi”, Taller. Revista de sociedad, cultura y
política, Buenos Aires, n° 21, noviembre 2004.

24
doce a catorce años a esta parte”. La reunión con connotadas figuras del conservadurismo,
amén de los radicales, se justificaba porque “las garantías que están en peligro son
supremas y todo debe subordinarse a la necesidad de salvarlas”, aunque esto no obstaba
para dejar afuera a un Partido Comunista empantanado por los acuerdos Stalin-Hitler en el
frente europeo.
Pero la acción del PS en el movimiento social también se torna compleja. Como
vimos, los dirigentes obreros de afiliación socialista habían alcanzado ya la conducción de
varios sindicatos en los años veinte, consolidada en la década siguiente pese a la fuerte
presencia comunista en el movimiento obrero industrial. Pero saldrá muy debilitado de la
crisis de la CGT en 1943, que lleva a la división en dos centrales, denominadas
respectivamente n° 1 y n° 2. En efecto, los dos dirigentes que encabezan ambas
organizaciones pertenecen al PS: el ferroviario José Domenech y el municipal Francisco
Pérez Leirós. Esto facilitará de algún modo la empresa de captación de sindicalistas y de
dirigentes cercanos a ellos desde la Secretaría de Trabajo y Previsión encabezada por el
entonces coronel Perón. En efecto, buena parte de la relación de Perón con los sindicatos
tiene como actores protagónicos (aunque en distintos roles) a los gremialistas cercanos al
PS. Ya sea por un apoyo temprano (como el de la Unión Ferroviaria) o más tardío (como
el de la Confederación de empleados de comercio), o por la intervención ante la
impermeabilidad (como en el caso de los municipales), son los gremios dirigidos por los
socialistas los que se encuentran en primer plano. Los nombres más importantes serán los
de Angel G. Borlenghi, máximo dirigente del sindicato de Comercio, y el de Atilio
Bramuglia que, como antiguo abogado laboralista del estudio de Mario Bravo, había
impulsado la captación de sus antiguos “clientes” socialistas. Ambos serán más tarde
ministros del gobierno de Perón, de Interior y de Relaciones Exteriores respectivamente;
también la Secretaría de Trabajo y Previsión será confiada a un antiguo militante
socialista del vidrio, J. M. Freyre. Esta política de seducción hacia los gremios se combina
con una política de represión hacia el Partido, que lleva a la clausura de La Vanguardia y a
la persecución de sus máximos dirigentes, que sufren por entonces cárceles y exilios.
Luego de la caída del general Ramírez en el plano nacional, y las victorias cada vez
más rotundas de las tropas aliadas, el PS encara el año ‘45 con gran optimismo. Pero
pronto su política quedará encerrada en las lógicas del antiperonismo, a lo que la
represión policial de entonces no es ajena. Su análisis del 17 de octubre, como el de la
mayor parte de la izquierda, resulta sumamente reductor: no ve más que masas lúmpenes
y obreros desclasados, manipulados por un líder demagógico y fascistoide. Los mates

25
vacíos dibujados por Tristán, el ilustrador de La Vanguardia, concretizarán gráficamente
este “concepto” de su director, A. Ghioldi, para referirse a los seguidores del coronel.
Después de haber dado voz al pedido del “gobierno a la Corte”, el PS decidirá apoyar,
faute de mieux, la fórmula presidencial del radicalismo en el marco de la Unión
Democrática, concurriendo con listas propias a los otros cargos. Pero la victoria
sorpresiva de Perón, y, sobre todo, la derrota generalizada de sus listas a legisladores
nacionales, aun en su bastión de la Capital de la República (donde queda en un lejano
tercer lugar, con menos de 80.000 votos), que lo deja sin ninguna representación
parlamentaria, abre un período de crisis profunda del Partido, que lo desestructura
primero, y que terminará llevando a la decadencia por el camino de las divisiones
internas.
Todavía varios años después de iniciado el gobierno del general Perón, la prensa
socialista recordará que las “banderas justicialistas” se encontraban en una consigna que
el PS levantaba ya a principios de los años treinta: “Por una Argentina grande y justa,
económicamente próspera, políticamente libre” Y ciertamente, el general Perón veía en el
PS un cierto modelo de partido, “el más orgánico que ha existido” 21. En todo caso, la
oposición al nuevo gobierno electo en febrero de 1946 será frontal desde un inicio. Pronto
el Partido comienza a denunciar la “nazificación” en diversas áreas (justicia, universidad)
al mismo tiempo que el carácter ficticio de los aumentos salariales, sobre todo por la
inflación. Sin embargo, se piensa todavía que el peronismo no podrá durar demasiado en
el poder, ya que, como lo afirma su mensaje del 1° de mayo de 1947, “el pueblo jamás se
extraviará colectivamente por mucho tiempo” y se reclama una “verdadera justicia
social”, que no puede ser asegurada por un gobierno que el PS juzga al servicio de los
privilegiados. Sin embargo, las victorias electorales del peronismo al año siguiente, y el
propio estancamiento socialista en poco más de 100.000 votos, generan una confusión en
las filas partidarias en cuanto a lo acertado del diagnóstico.
Las disputas internas se multiplicarán ahora a un ritmo constante, que solo acallará
la intervención del Ministerio del Interior, siempre en manos del antiguo afiliado
Borlenghi, en la vida partidaria. Luego de varias maniobras tendientes a intervenir en los
conflictos del PS en la segunda mitad de los años cuarenta, el gobierno promoverá, por
intermedio de un anciano Enrique Dickmann, la creación de un partido con pretensiones a
asumir la herencia del viejo PS y ponerla al servicio del gobierno peronista, y que se
21 Aunque subrayaba enseguida que su “sectarismo” había impedido su evolución. Discurso de diciembre
de 1945 (citado por H. Del Campo, Sindicalismo y peronismo. Los comienzos de un vínculo perdurable,
Buenos Aires, CLACSO, 1983, p. 243).

26
llamará, luego de algunas vicisitudes judiciales, el Partido Socialista de la Revolución
Nacional. En efecto, poco después de haber sido expulsado del PS por haberse
entrevistado con el general Perón en febrero de 1952, y bajo el impulso de su hijo Emilio,
Dickmann tratará de constituir un partido paralelo que conocerá un estrepitoso fracaso en
1954.
Para entonces, la línea política del Partido podía ser difícilmente modificada. En
verdad, el intento más importante de cambio de rumbo había tenido lugar en el XXXVII
Congreso nacional, de noviembre de 1950, por intermedio de Julio V. González. La tesis
de González tenía que ver menos con una evaluación favorable del peronismo que con un
diagnóstico sobre la madurez de la clase obrera argentina, que el antiguo dirigente
reformista consideraba óptima para la presentación de un programa máximo, que
permitiría al partido salir del “punto muerto” en que se hallaba encastrado. En efecto, lo
obra de Perón mostraba que el programa mínimo podía ser asumido ya por la burguesía, o
al menos sus sectores más avanzados. Pero esta posición se enfrentará a la dura réplica de
A. Ghioldi, que reafirma la tesis de la lucha frontal contra el peronismo, como expresión
criolla del totalitarismo, y que se impondrá claramente durante las deliberaciones.
Ghioldi, que se había transformado en esos años en su dirigente más dinámico,
había construido, sobre todo a partir de finales de los años cuarenta, un diagnóstico que
ubicaba al peronismo en la continuidad de los movimientos totalitarios europeos. Ese
régimen totalitario no había solo cercenado las libertades públicas, sino, sobre todo, había
corrompido los sentidos de la clase obrera, que seguían hipnóticamente al dictador, como
lo mostraban ahora los multitudinarios funerales de Eva Perón. La principal prioridad del
PS debía ser entonces derrocar a Perón y extirpar de cuajo la sociedad totalitaria, lo que lo
llevará a participar ya de los primeros proyectos de derrocamiento por las armas. La lucha
por las libertades públicas y el sistema democrático se anteponían a toda reivindicación
socialista. El socialismo ya era pensado entonces en términos de liberal-socialismo.
La represión policial o parapolicial llevada a cabo o alentada contra el PS, que va
desde los atentados sangrientos en sus actos públicos, hasta el incendio de la Casa del
Pueblo, pasando por la clausura de La Vanguardia y el encarcelamiento de sus principales
dirigentes no hará más que consolidar esta línea, dejando de lado análisis más
comprensivos del nuevo fenómeno. Sin representación parlamentaria nacional, y con el
avance cada vez mayor del apoyo popular al gobierno justicialista, la propia táctica
electoral del PS se transformará: no participa en las elecciones de diciembre de 1948 ni
tampoco en los comicios de 1954, aduciendo siempre el cercenamiento de las libertades

27
públicas, y muy particularmente la persecución de la cual son objeto sus principales
dirigentes.

Las formas de la decadencia

El derrocamiento del general Perón, la participación de los principales dirigentes en


algunos lugares menores del gobierno de la llamada “Revolución libertadora”, la
recuperación, a veces a punta de pistola, de algunos de sus antiguos sindicatos, como
mercantiles, municipales y ferroviarios, no harán más que acrecentar, bajo el manto
público de auspiciosos futuros, la crisis interna, que sigue teniendo como eje la posición
del PS ante el peronismo, cuyo carácter dictatorial no se discute por entonces. Se agrega
paralelamente, sobre todo en los sectores juveniles, la influencia de la Revolución Cubana
y de las incipientes formas de marxismo latinoamericano que promueve, sin contar los
viejos deseos de renovación partidaria.
A poco de andar los procelosos tiempos del posperonismo, y por primera vez en su
historia, su máximo órgano de conducción, el Comité Ejecutivo Nacional, se encuentra
partido en dos grupos más o menos iguales, con una leve preeminencia de un heteróclito
grupo anti-ghioldista. Los incidentes se multiplican y la prensa nacional se hace incluso
eco en sus columnas. Un clima enrarecido marca la conformación de la lista a
convencionales constituyentes, así como la elección de la fórmula presidencial para las
elecciones presidenciales de 1958, donde la minoría ghioldista, que ya editaba su propio
semanario (Afirmación), se retira del Congreso partidario de Cordoba, en noviembre de
1957, aunque sin lograr dejarlo sin quórum. El binomio será encabezado por dos
representantes de la mayoría, Palacios y Sánchez Viamonte, y obtiene en las elecciones de
febrero menos del 3% de los votos, terminando con las esperanzas que habían despertado
los multitudinarios actos públicos previos y dividiendo por dos los votos alcanzados en la
elección de constituyentes menos de un año atrás, y que le había permitido contar con una
docena de constituyentes. Ahora, con elecciones “libres”, no alcanzaba ningún legislador
nacional.
Lo que sigue será peor: el XLIV Congreso Nacional del PS, que se reune en Rosario
el 10 de julio de 1958, ni siquiera podrá terminar sus deliberaciones. La mayoría del
Comité Ejecutivo Nacional decide entonces la expulsión de la minoría (entre cuyos
preeminentes representantes se contaban entre otros Repetto, Ghioldi, Solari, Oddone,
Pérez Leirós), y la intervención de las secciones que le son adictas. Ante una decisión de

28
la justicia electoral, los dos grupos pasaran a llamarse respectivamente Partido Socialista
Argentino (PSA) y Partido Socialista Democrático (PSD).
Formalizada la división, solo el grupo ghioldista conservará su homogeneidad,
instalado en un antiperonismo y un anticomunismo estable, cimentado por un credo de
liberalismo social. El PSA no contaba con menos figuras históricas en su seno:
encabezado por Ramón Muñiz, que era el secretario general desde 1951, se hallaban en
sus filas Palacios, transformado definitivamente en el icono del socialismo argentino, y
también la viuda del Maestro, Alicia Moreau, amén de prestigiosos dirigentes e
intelectuales. Pero sus ambigüedades estallaran en poco tiempo. Su grupo más juvenil
sufrirá la influencia del castrismo, pero también la táctica de seguir a la clase obrera
peronista en sus luchas. Todavía en 1961 puede reunir cierta convocatoria detrás de la
figura de Palacios, que le permitirá ganar la senaduría nacional por la Capital Federal con
más de 300.000 votos; pero, poco después, se produce la violenta expulsión de los
sectores juveniles e izquierdistas, que fundan el Partido Socialista Argentino de
Vanguardia (PSAV) en junio de ese año. Dos años más tarde, el conjunto de las fuerzas
socialistas alcanzan un poco más de medio millón de votos, y favorecidos por el restituido
sistema proporcional, el Partido Socialista Argentino, que lleva ahora como aditamento
“Casa del Pueblo”, alcanza 6 diputados nacionales entre la Capital y la provincia de
Buenos Aires, obteniendo el grupo ghioldista un representante menos y sin que el PSAV
llegue a la representación. Sin embargo, la muerte, en 1965, de dirigentes como Emilio
Carreira y Ramón Muñiz, sin contar con la figura de Palacios, deja al PSA sin lideres de
envergadura para conservar, tan solo sea, sus menguadas huestes. Los más promisorios
dirigentes políticos (como D. Tieffenberg, A. López Acotto, A. Latendorf, para citar
algunos nombres) que podían haber tomado la relève se habían perdido ya en las sucesivas
divisiones. Estas escisiones se consolidaran a principios de los años setenta en pequeños
grupos, sin que ninguno tenga mayor trascendencia social, si se exceptúa el movimiento
estudiantil del interior del país.
El Partido Socialista Democrático, en cambio, conservará por cierto tiempo aun sus
mejores cuadros, aunque su política tendrá poco que ver con la izquierda. Así, su máximo
dirigente no tendrá empacho en colaborar con la sanguinaria dictadura militar instalada en
el país en marzo de 1976. Sin embargo, su estructura organizativa, sus tejidos culturales y
cooperativas se mostrarán más firmes, al punto que a partir de los años 1990, tras la
entrada del grupo que se había constituido alrededor de Alicia Moreau de Justo en 1974 y
de su posterior triunfo interno, el PSD servirá de base para una nueva reconstrucción de la

29
identidad socialista, impulsada en parte por el reingreso a la representación parlamentaria.
En ese proceso tendrá también parte central un grupo afincado básicamente en la
provincia de Santa Fe, y cuyo núcleo originario había transitado otros senderos ya antes
de la ruptura del ´58, el llamado Partido Socialista Popular. Con una tradicional
representatividad en el movimiento estudiantil (sus principales dirigentes habían
encabezado incluso las organizaciones universitarias desde finales de los años ‘50), y con
la constitución de un bastión urbano en la segunda ciudad más importante del país
(Rosario), el partido había alcanzado un relativo peso en ese espacio tan ambiguo de la
centro-izquierda. Un nuevo PS ha logrado unificar, desde hace algunos pocos años, a casi
todos los grupos que estallaron con la gran diáspora del ’58. Pero recorre un camino por el
que es muy pronto aun para detenerse a inspeccionar sus huellas.

II

Quizás ningún esfuerzo historiográfico pueda cubrir la riqueza de una historia; pero,
en todo caso, la propia historiografía del Partido Socialista tiene su historia, marcada por
la propia evolución del PS, por cierto, pero también por las transformaciones vividas por
el país. Luego de este primer recorrido sobre los acontecimientos, procesos y problemas
centrales que signaron el siglo del socialismo argentino, resulta útil, entonces, interrogarse
acerca de cómo ha sido narrada, interpelada y explicada esta historia. ¿Cuáles han sido las
distintas miradas, que aspectos han merecido mayor tratamiento, que tópicos han sido
menos abordados? Trazar un mapa, o mejor dicho, una hoja de ruta de esta historiografía
tal vez nos permita determinar no solo qué es lo que sabemos hasta hoy acerca del
socialismo en Argentina, sino también cómo y porqué lo sabemos. Esta tarea topográfica
era una asignatura pendiente en la historiografía argentina: por ello, este aporte es solo un
primer reconocimiento que necesariamente será mejorado en el futuro. Este relevamiento
de obras en sentido amplio (libros, folletos y artículos) abarca todos los espacios de
elaboración, tanto los estrictamente académicos como los del ensayo militante y del
ámbito de la divulgación (que, en verdad, aparecen entremezclados y apoyándose
mutuamente). Entendemos que en todos ellos existe algún valor, sea como aporte al
conocimiento del objeto de estudio, sea como diagnóstico de los avatares del registro
historiográfico, intelectual y político de la Argentina del siglo XX.

30
La epopeya socialista

La primera producción en torno al tema provino, como era de esperar, de las propias
filas socialistas. Es de destacar que los militantes del PS desarrollaron una obra bastante
extensa acerca de su propia historia, especialmente hasta mediados de los años sesenta.
Aquí sólo nos concentraremos en los libros y folletos, sin considerar la enorme cantidad
de artículos aparecidos en los distintas publicaciones y órganos de prensa del PS (como
La Vanguardia, Revista Socialista, Acción Socialista, Anuario Socialista, Almanaque
Socialista y otros) que también se refirieron a menudo a la historia de la corriente. Estas
elaboraciones tuvieron, inevitablemente, una escasa objetividad, y se desplegaron con
formatos y estilos muy diversos.

Una de sus expresiones privilegiadas fueron las historias institucionales, centradas


en las vicisitudes de la organización partidaria. Un texto arquetípico en este sentido fue la
Historia del socialismo argentino, escrita hacia 1934 por una de las figuras más
tradicionales de la corriente: Jacinto Oddone22. Allí se reconstruyeron las dos décadas
iniciales de desarrollo, desde la formación de las embrionarias agrupaciones socialistas de
obreros inmigrantes, universitarios y centros barriales durante las décadas de 1880-1890
hasta la situación del PS con la sanción de la ley Sáenz Peña en 1912. Los tópicos tratados
por Oddone fueron múltiples: la creación de La Vanguardia y de los distintos periódicos
marxistas; la fundación del Partido y la proclamación de su carta orgánica, su programa y
sus manifiestos; la participación del PS en las elecciones desde 1896 y la obtención de sus
primeras representaciones parlamentarias; el papel de los socialistas en los conflictos y
organizaciones gremiales; la confección de las diferentes estructuras internas del aparato
partidario y la realización de sus primeros diez congresos ordinarios y extraordinarios; y
el despliegue de la acción cooperativista del socialismo. El carácter meticuloso,
documentado y preciso de este libro (en donde abundan las fuentes, los datos puntuales en
cuanto a nombres, fechas y lugares), contribuyó al hecho que hasta hoy, a pesar de su
estilo excesivamente descriptivo y poco analítico, siga siendo un punto de referencia
ineludible en torno al tema.
No fue el único esfuerzo militante calificado, ni siquiera el primero. Mario Bravo
había dado una síntesis de los primeros veinte años del accionar partidario en la Revista
Argentina de Ciencias Políticas, donde el optimismo político y una visión idílica tiñe su

22 J. Oddone, Historia del socialismo argentino, Buenos Aires, La Vanguardia, 1934.

31
“trabajo de recopilación”. Aunque es valioso el aporte de datos acerca del número de
agrupaciones, afiliados, votos, periódicos y movimiento financiero del Partido, su objetivo
político es claro: se propone explícitamente destruir “la leyenda que presenta al Partido
Socialista como una secta donde los hombres son recortados a una misma altura o
envinchados a fierro, para que todas las cabezas tengan un mismo diámetro; cuando no la
colectividad gobernada a la usanza sudamericana, por uno o más caudillos, de soberanía
indiscutible”23. Ya contemporáneo de Oddone, Adolfo Dickmann también realizó una
historia institucional del PS, en una obra que reseñaba las resoluciones y discusiones
ocurridas en los congresos partidarios entre 1896-1936; una década después, cumplido el
primer medio siglo de vida del partido, Manuel Palacín sintetizaba el desarrollo histórico
de la organización, Enrique Dickmann exploraba su presencia en los congresos
internacionales, Luis Pan evaluaba su labor parlamentaria y, poniendo también en el
centro esta última, el dirigente tandilense Juan Nigro fijaba una rápida síntesis24.
Otro militante socialista que durante el período de entreguerras tomó la iniciativa
por la recuperación del pasado de la corriente fue Ángel M. Giménez. Este dirigente
porteño, uno de los principales orientadores de la política cultural del partido, publicó
varios trabajos específicos, en donde se analizó la labor educativa, científica, artística y
moralizadora emprendida por el PS desde sus inicios. Allí se reconstruyó la existencia de
centenares de bibliotecas obreras, centros de estudios, escuelas, ateneos de divulgación
científica, universidades populares (como la Sociedad Luz), agrupamientos musicales y
teatrales, campañas higienistas, etc. Al mismo tiempo, Giménez desplegó uno de los
primeros esbozos sobre la prehistoria del socialismo y el movimiento obrero argentinos,
presentando un panorama de sus precursores, hasta la llegada de los emigrados alemanes
que conformaron el club Vorwärts. Entre otros, allí se dio cuenta de Esteban Echeverría,
Francisco Bilbao, Alejo Peyret, Bartolomé Victory y Suárez, Serafín Alvarez y los
representantes de la Primera Internacional25. Por cierto, el período de génesis del

23 M. Bravo, “Organización, programa y desarrollo del Partido Socialista en la Argentina”, RACP, Buenos
Aires, V, 56, mayo 1915, p. 121, y, tres años antes, “El unitarismo en el programa del Partido Socialista”, III,
27, diciembre 1912, pp. 285-296.
24 A. Dickmann, Los congresos socialistas. Cuarenta años de acción democrática, Buenos Aires, La
Vanguardia, 1936; M. Palacín, Breve historia del Partido Socialista, Buenos Aires, La Vanguardia, 1946; E.
Dickmann, El Partido Socialista Argentino en los Congresos Internacionales, Buenos Aires, La Vanguardia,
1946; L. Pan, Visión socialista de medio siglo argentino. La obra parlamentaria del Partido Socialista.
Buenos Aires, La Vanguardia, 1947; J. Nigro, La obra del socialismo argentino, Buenos Aires, Amaurota,
1956. Tal vez puedan incluirse aquí los libros de Pedro Verde Tello, que componían una suerte de historia
jurídica del Partido, a partir de sus estatutos. Cf. El Partido Socialista. Su actual forma de organización
(1952), Buenos Aires, Bases, 1957.
25 Los dos primeros escritos de Ángel M. Giménez, Los precursores del socialismo en la República
Argentina y Treinta años de acción cultural, fueron publicados por La Vanguardia en 1917 y 1926,

32
socialismo, es decir, previo a 1896, apareció como una preocupación recurrente para sus
historiadores: luego del pionero trabajo de Augusto Kühn, encontramos los de Dardo
Cúneo26. Posteriormente al cisma de 1958, hubo un modesto intento de historiarla por
parte de Pedro Verde Tello27.
Una producción histórica partidaria especialmente prolífica se centró en la figura de
Juan B. Justo. Poco después de su muerte, en 1928, comenzó una saga de ensayos
elaborados por dirigentes del PS, que se extendió por muchos años, encontrando quizás su
última gran oportunidad en ocasión del centenario de su nacimiento, en 1965. En verdad,
escribir un libro sobre el fundador de la organización pareció ser un designio para
cualquiera que se proponía destacar en la corriente. En 1933 el todavía joven dirigente
Américo Ghioldi fue uno de los que abrió el juego, publicando Juan B. Justo. Sus ideas
históricas, sus ideas socialistas, sus ideas filosóficas (varias veces reeditado por la
editorial La Vanguardia). Fue el primer libro importante de Ghioldi, que inició la vasta
producción del autor durante el siguiente medio siglo. A éste, le siguió una lista muy
extensa de libros y folletos elaborados por distintos hombres del Partido: Enrique
Mouchet, José Rodríguez Tarditi, Nicolás Repetto, Dardo Cúneo, Alicia Moreau, David
Tieffenberg, Luis Pan, Juan Antonio Solari, entre otros. Quizás la biografía más sólida,
compleja y de mayor vuelo literario fue la de Cúneo28.
En buena medida, estos textos también operaron como historias del Partido durante
sus primeros treinta años, pues en ellos se detalló el modo concreto en que Justo intervino
en los avatares de la organización. El “maestro” apareció valorizado en sus múltiples
respectivamente. Luego fueron compilados en su libro Páginas de historia del movimiento social en la
República Argentina, op. cit. La otra obra del mismo autor: Nuestras bibliotecas obreras, Buenos Aires,
Sociedad Luz, Imprenta La Vanguardia, 1932 (con prólogo de A. Ghioldi).
26 A. Kühn, “Apuntes para la historia del movimiento obrero socialista en la República Argentina”, Nuevos
Tiempos, Buenos Aires, 3/5, junio-julio 1916; D. Cúneo, El primer periodismo obrero y socialista en la
Argentina, Buenos Aires, La Vanguardia, 1945; Id., “Las dos corrientes del movimiento obrero en el 90”,
Revista de Historia, Buenos Aires, 1, primer trimestre 1957.
27 P. Verde Tello, La división socialista. Su origen y desarrollo, Buenos Aires, Libertad, 1963.
28 A. Ghioldi, Juan B. Justo. Sus ideas históricas, sus ideas socialistas, sus ideas filosóficas, Buenos Aires,
La Vanguardia, 1933 (reeditado en 1950, 1964 y 1984); E. Mouchet, Juan B. Justo. Ensayo preliminar sobre
su vida, su pensamiento y su obra, Buenos Aires, La Vanguardia, 1932; J. Rodríguez Tarditi, Juan B. Justo
parlamentario, Buenos Aires, La Vanguardia, 1934; D. Cúneo, Juan B. Justo, Buenos Aires, Americalee,
1943 (con prólogo de N. Repetto). Idem: Juan B. Justo y las luchas sociales en la Argentina. Buenos Aires,
Alpe, 1956 [la edición definitiva de esta obra (Buenos Aires, Solar, 1997), absorbió el contenido del libro de
1943]; N. Repetto, Contribución a la biografía de Juan B. Justo, Buenos Aires, La Vanguardia, 1935, Id.,
Juan B. Justo y el movimiento político-social argentino. Buenos Aires, Monserrat, 1964 (con estudio
preliminar de A. Ghioldi); A. Moreau de Justo, El socialismo según la definición de Juan B. Justo, Buenos
Aires, Polis, 1946; D. Tieffenberg, Juan B. Justo en la historia y la política argentina, Buenos Aires, Buenos
Aires, La Vanguardia, 1948; L. Pan, Juan B. Justo y la fundación del Partido Socialista, Buenos Aires, La
Vanguardia, 1956; Id., Justo y Marx. El socialismo en la Argentina, Buenos Aires, Monserrat, 1964, Id., Juan
B. Justo y su tiempo. Apuntes para una biografía intelectual, Buenos Aires, Planeta, 1991; J. A. Solari,
Recordación de Juan B. Justo. El hombre, sus ideas, su obra, Buenos Aires, Bases, 1965.

33
facetas: el genial fundador del primer auténtico partido político del país y de La
Vanguardia, uno de los más destacados órganos periodísticos de América Latina; el
brillante traductor, periodista, orador, conferencista, polemista y parlamentario; el
impulsor de bibliotecas, centros de estudios y cooperativas; el gran pensador de la
Argentina moderna y de su peculiar capitalismo; el forjador del primer programa popular
de transformación del país; el discípulo herético y original de Marx y Engels, a los que se
animó a criticar hasta en sus teorías del valor; el desenmascarador del falso profeta Ferri y
el ávido lector de Lassalle, Bebel, Kautsky y Jaurès, que dejó una marca propia dentro del
patrimonio de la Segunda Internacional; el erudito, portador de un método científico que
buscó formular una teoría general de las actividades humanas y una base biológica de la
historia; el crítico del empirismo, el sensualismo y la dialéctica hegeliana; el último
eslabón de una tradición intelectual nacional y civilizatoria que podía filiarse en Mariano
Moreno, Bernardino Rivadavia, Esteban Echeverría, Juan B. Alberdi, Domingo F.
Sarmiento y Bartolomé Mitre. En general, se trató de obras escritas con un contenido
didáctico y propagandístico, en las que, no obstante, se adelantaron por vez primera
algunos juicios profundos sobre el autor de Teoría y práctica de la historia que serían
retomados y reacondicionados en obras académicas recientes.
Irrumpido el fenómeno peronista, desde la misma esfera partidaria se hicieron
característicos otros textos en clave histórica: los escritos testimoniales y autobiográficos.
Si bien ya no podemos clasificarlos dentro de los esfuerzos partidarios sistemáticos por
reconstruir el devenir de la entidad, tampoco se trata únicamente, más allá de los títulos
dados, de reflexiones intimistas. La óptica personal se expresa sobre todo en la selección
de documentos, en general intervenciones individuales del protagonista, para la
reconstrucción del accionar partidario, lo que nos brinda una presentación del propio
actuar de figuras claves del pasado socialista. En este sentido, trascendieron los extensos
trabajos de Enrique Dickmann y Nicolás Repetto, dos fieles compagnons d’armes del
maestro Justo29. Estos relatos dan cuenta también de cierto intento de recuperación
nostálgica de una edad dorada, perdida a partir de 1945. Allí, los personajes históricos nos
retratan sus recuerdos sobre algunos fenómenos claves de las primeras décadas de
existencia del partido: su congreso fundacional, la aparición de La Vanguardia, la acción
teórica y política de Justo, la participación de la organización en los grandes momentos de

29 E. Dickmann, Recuerdos de un militante socialista, Buenos Aires, Claridad, 1949; N. Repetto, Mi paso
por la política, Buenos Aires, Santiago Rueda, 1956 y 1957, 2 vols.; Id., De nuevo en la Acción, Buenos
Aires, Bases, 1958; Id., Mis primeros noventa años, Buenos Aires, Bases, 1962. Menos trascendentes, dada
la estatura política de su autor, los anecdotarios de J. A. Solari.

34
la protesta social, el desempeño electoral y parlamentario del PS durante los gobiernos
conservadores y radicales, las diferentes escisiones socialistas, entre otros.
Al mismo tiempo, algunos destacados cuadros laborales del Partido venían
ensayando una serie de historias del movimiento obrero, en las que, naturalmente, se
privilegiaba la presencia del PS, permitiendo explorar así algunas de las formas de
intervención que dicha corriente exhibió en el campo social. Aquí se distinguieron las
voluminosas obras de Martín Casaretto y, especialmente, de Jacinto Oddone, ambas
publicadas también luego de la coyuntura 1944-194530. En estos trabajos se reconstruía
meticulosamente los avatares del sindicalismo organizado, concluyendo su estudio hasta
aquellos dos últimos años, los que eran interpretados como los de entronización de un
régimen totalitario que arrasaba con más de medio siglo de movimiento obrero
independiente. De esas cinco o seis décadas, los autores describieron, entre otros aspectos,
el papel de los socialistas en varios procesos: en la génesis de las organizaciones laborales
argentinas (sobre todo, en el azaroso desarrollo de las cinco primeras centrales obreras,
existentes entre 1890-1903); en la creación de la UGT y la CORA; en la reunificación de
la FORA en su IX Congreso de 1915; en su salida de esta central para conformar la COA;
y, por fin, en la constitución y expansión de la CGT, desde 1930 hasta su disolución por la
dictadura militar surgida en 1943. Al mismo tiempo, allí se documentó el modo en que el
PS intervino en la preparación de los actos del 1º de mayo, en las grandes huelgas,
movilizaciones y conflictos proletarios, y en las luchas contra las medidas antiobreras de
los gobiernos de turno. Muchos años después, otro veterano dirigente sindical y político
del PS, Francisco Pérez Leirós (fundador y figura clave de la Unión Obreros y Empleados
Municipales durante medio siglo), también esbozó una mirada histórica del movimiento
obrero argentino, y de la labor realizada en su seno por el Partido, en un escrito de
carácter más autobiográfico y menos sistemático que las obras antes señaladas31.
En todos estos libros el peronismo aparece como un cataclismo externo e
inesperado, que derrumba la esforzada faena de clarificación, organización y moralización
que el PS habría venido acometiendo entre los trabajadores desde sus inicios. El carácter
apologético hacia el rol desempeñado por los socialistas, presente en estos textos, queda
atemperado con las otras grandes historias militantes del movimiento obrero, escritas por

30 M. Casaretto, Historia del movimiento obrero, Buenos Aires, Lorenzo, vol. I, 1946, vol. II, 1947; J.
Oddone, Gremialismo proletario argentino, Buenos Aires, La Vanguardia, 1949 (con prólogo de D. Cúneo)
[Hay una edición posterior: Buenos Aires, Líbera, 1975, con prólogos de A. Ghioldi y L. Pan].
31 F. Pérez Leirós, Grandezas y miserias de la lucha obrera, Buenos Aires, Libera, 1974 (con prólogo de J.
A. Solari).

35
anarquistas, sindicalistas, comunistas, e incluso arrepentidos militantes partidarios,
quienes se encargaron, con un apoyo documental no menos vasto, de exaltar el lugar de
sus respectivas corrientes y de cuestionar el aporte del PS en el campo gremial (por su
carácter reformista y conciliador, en algunos casos; por su intento de subordinar la
organización sindical a sus necesidades partidarias, en otros)32.

El paraíso perdido

Durante las décadas del cincuenta y sesenta, mientras iba progresivamente


declinando la “historia oficial” partidaria (al compás de la crisis y división de 1958 y del
evidente fracaso de la operación desperonizadora a la que el PS había apostado), otra
literatura militante vino a referirse a los orígenes y la evolución del socialismo argentino.
Otra vez, no se trataba de obras escritas por adherentes a esa fuerza, sino por aquellos que
la impugnaban, en este caso, desde fuera de las principales corrientes del movimiento
obrero preperonista. Efectivamente, desde el espacio nacional-populista y de la izquierda
nacional, una vasta producción abordó el tema (en algunos casos de manera directa, en
otros de un modo más oblicuo), siempre con el fin de recusar el proyecto y la identidad
que el PS habría expresado históricamente. Esto puede advertirse en las obras de Rodolfo
Puiggrós, Jorge Abelardo Ramos, Alberto Belloni, Juan José Hernández Arreghi, Alberto
Methol Ferré, Jorge Enea Spilimbergo, Norberto Galasso, entre muchos otros33.
En esos textos, el socialismo aparecía caracterizado como una “flor exótica”,
artificial, cosmopolita y extranjerizante, que le dio siempre la espalda a las verdaderas
expresiones del pueblo argentino; un partido basado en obreros inmigrantes pero sobre
todo en la pequeña burguesía porteña, que desde sus inicios habría sido proimperialista y
32 D. Abad de Santillán, La F.O.R.A. Ideología y trayectoria del movimiento obrero revolucionario en la
Argentina, Buenos Aires, Nervio, 1933 [reeditado: Buenos Aires, Proyección, 1971]; R. Iscaro, Origen y
desarrollo del movimiento sindical argentino, Buenos Aires, Anteo, 1958 [luego ampliado y reeditado como
Historia del movimiento sindical, Buenos Aires, Fundamentos, 1973, 2 tomos]; S. Marotta, El movimiento
sindical argentino. Su génesis y desarrollo, 3 tomos publicados en Buenos Aires en 1960, 1961 y 1970 por
las editoriales Lacio y Calomino; A. López, Historia del movimiento social y la clase obrera argentina,
Buenos Aires, Programa, 1971.
33 R. Puiggrós, Historia crítica de los partidos políticos argentinos, Buenos Aires, Argumentos, 1956 [hay
una edición ampliada, en volúmenes, uno de los cuales trata específicamente al socialismo: Las izquierdas y
el problema nacional, Buenos Aires, Cepe, 1973]; J. A. Ramos, Revolución y contrarrevolución en la
Argentina, Buenos Aires, Amerindia, 1957; A. Belloni, Del anarquismo al peronismo. Historia del
movimiento obrero argentino, Buenos Aires, A. Peña Lillo, 1960; J. J. Hernández Arreghi, La formación de
la conciencia nacional (1930-1960), Buenos Aires, Hachea, 1960; A. Methol Ferré, La izquierda nacional
en la Argentina, Buenos Aires, Coyoacán, 1963; J. E. Spilimbergo, El socialismo en la Argentina. Del
socialismo cipayo a la izquierda nacional, Buenos Aires, Mar Dulce, 1969; N. Galasso, Manuel Ugarte. Del
vasallaje a la Liberación Nacional. De la Liberación Nacional al Socialismo, Buenos Aires, Eudeba, 2 vols.,
1973.

36
operante como mera ala izquierda de la oligarquía nativa. Justo y el universo ideológico
del PS, en tanto, eran mostrados como extraños u hostiles al marxismo, y próximos al
liberal-positivismo, al pensamiento spenceriano y al darwinismo social. Las excepciones
reivindicables habrían sido algunas figuras marginales y prontamente descartadas por el
Partido: Manuel Ugarte, retratado como prefiguración de un socialismo criollo,
democrático y latinoamericanista; o, en tono menor, Joaquín Coca, el ex diputado y
dirigente sindical gráfico (convertido al peronismo, tras su paso por el efímero Partido
Socialista Obrero), quien había impugnado la orientación antiyrigoyenista y
proconservadora del sector que conformó el PS Independiente34. Muchos de estos escritos
nacional-populares (en la mayor parte de los casos, definidos por un escaso apego a las
fuentes históricas), no avanzaron más allá de ciertas caricaturizaciones del fenómeno
socialista (llenas de prejuicios y anacronismos históricos) y, en general, tuvieron la
característica de subordinar el esfuerzo de descripción y comprensión del actor a las
argumentaciones políticas generales que portaban los autores.
Parcialmente configurado bajo esas limitaciones también se hallaba una obra
elaborada hacia la misma época por José G. Vazeilles, un militante de la “nueva
izquierda” sesentista. Llevaba el ambicioso título de Los socialistas35. El volumen era, en
lo esencial, una extensa compilación de los escritos considerados como más
representativos de las principales figuras partidarias, desde las más antiguas a las más
noveles (entre otros, Justo, Palacios, Repetto, E. Dickmann, Giménez, Ghioldi, A.
Moreau, Bogliolo, Pan, Julio V. González, D. Tieffenberg, Pablo Giussani). El libro poseía
la virtud de aportar una visión global de la historia del socialismo, extendiendo esa
reconstrucción al hasta ese momento inexplorado período posperonista. Alcanzaba, así, a
analizar las sucesivas crisis internas que condujeron a la conformación del PSD y PSA,
primero, y al PSAV y a sus grupos derivados durante los primeros años sesenta. Sin
embargo, el texto de Vazeilles (en el que se revela muy bien la influencia de “El
socialismo: alternativa nacional”, el artículo de Giussani aparecido en el primer número
de la revista Situación, en marzo de 1960), estaba afectado por una óptica puramente
política, y a menudo unilateral, carente de investigación e hipótesis explicativas
profundas, y atrapado en las concepciones en ese entonces clásicas acerca del tema.
Concretamente, evidenciaba cierta dependencia con los postulados de la izquierda

34 J. Coca, El contubernio. Memorias de un diputado obrero, Buenos Aires, Claridad, 1931 [luego reeditado
en Buenos Aires por las editoriales Coyoacán, 1961, y La Campana, 1981, con prólogos de E. Corbière y de
Juan Unamuno].
35 J. Vazeilles, Los socialistas, Buenos Aires, Jorge Alvarez, 1968.

37
nacional, a los que intentó corregir con una precisión mayor del marco ideológico y
sociológico que habría determinado el accionar histórico del PS.
De carácter mucho más específico fue el trabajo escrito en 1966, pero publicado tres
años después, por José Ratzer –para ese entonces uno de los intelectuales de la disidencia
comunista que conformaba el Partido Comunista Revolucionario (PCR)–, quien realizó
una nueva aproximación a la prehistoria del socialismo argentino 36. A contrapelo de los
rasgos frecuentes en la literatura recién evocada, Los marxistas argentinos del 90 se
caracterizó por su rigor documental, en la que se analizaron tópicos y fuentes menos
transitadas, como la presencia de las primeras internacionales obreras, la labor de la
Asociación Vorwärts, el papel de figuras como Augusto Kühn y Germán Avé-Lallemant, y
el lugar que ocuparía el periódico El Obrero en la conformación de una incipiente
tendencia proletaria y marxista ortodoxa (en sintonía con el kautskismo), antecesora del
PS. La clave argumentativa del texto de Ratzer (que se apoyó mucho en los datos
provistos por los escritos de Kühn y Cúneo sobre el tema), estuvo en demostrar que
aquella corriente originaria quedó subsumida al extremo reformismo revisionista
impuesto poco después de la fundación del partido, y librando una soterrada lucha interna
en los años siguientes, hasta volver a cobrar fuerza con la constitución de la tendencia
originaria del PC. Este proceso fue analizado en una obra posterior de este autor, y
también de otro que pertenecía a su misma posición político-ideológica, con juicios algo
teleológicos que no diferían esencialmente de los que propagaba la historia oficial del
PC37.

Entre la ausencia y la divulgación

En aquellos años, la historiografía académica del país seguía prestando muy escasa
atención al examen de las características y evolución de las diferentes corrientes sociales
y políticas subalternas. En ese contexto, el socialismo era un objeto ausente de reflexión

36 J. Ratzer, Los marxistas argentinos del 90, Córdoba, Pasado y Presente, 1969.
37 J. Ratzer, El movimiento socialista en Argentina, Buenos Aires, Agora, 1981. La obra que retomó, dos
décadas después, estas posturas fue la de Otto Vargas (el máximo dirigente del maoísta PCR), El marxismo y
la revolución argentina, Buenos Aires, Agora, 1987, t. I. La preocupación comunista oficial sobre los
momentos originarios del socialismo en el país puede apreciarse, entre otros, en L. Paso, La clase obrera y el
nacimiento del marxismo en la Argentina. Selección de artículos de Germán Ave Lallemant, Buenos Aires,
Anteo, 1974; Id., Historia de los partidos políticos en la Argentina (1900-1930), Buenos Aires, Directa,
1983. Dentro de la producción del PC no debe pasarse por alto el texto conmemorativo a cien años del
nacimiento de Justo, perteneciente a Rodolfo Ghioldi, quien a pesar de conceptuar al fundador del PS como
un reformista, lo destaca por su lucidez, su defensa del proletariado y su enfrentamiento a las clases
dominantes (R. Ghioldi, “Juan B. Justo”, Nueva Era, Buenos Aires, 6, julio 1965).

38
sistemática. Sólo existía una lejana excepción. En efecto, un laboratorio significativo para
la observación del Partido durante la coyuntura en que comenzó a aplicarse la ley Sáenz
Peña lo constituyó la Revista Argentina de Ciencias Políticas (RACP), impulsada por
Rodolfo Rivarola desde 1910. Allí se realizó una famosa encuesta que fue respondida por,
entre otros, unos 500 individuos que se autodefinían como socialistas, con el objetivo de
medir sus características sociales e ideológicas38. Otro número de la revista, de mayo de
1915, fue dedicado especialmente a analizar al PS, pues “en nuestra sociedad, el partido
socialista es una fuerza democrática. Como tal, tiene ideas que merecen estudio detenido
y serio aún de parte de sus adversarios”, dándole la palabra a sus más connotados
dirigentes39. Al mismo tiempo, siempre en las páginas de esta publicación, Leopoldo
Maupas, Raymond Wilmart, Osvaldo Saavedra y el propio Rivarola realizaron algunas
observaciones sobre el PS, en notas dedicadas especialmente a analizar esta fuerza o en
textos que abordaban globalmente el carácter de los partidos y de la situación política; los
aspectos que más atención despertaron fueron los programáticos e ideológicos, y,
especialmente, el referido a los planteos “unitarios” de la organización liderada por
Justo40. Por otra parte, en este espacio difuso entre el análisis descriptivo y el juicio
político se encuentra también uno de los primeros trabajos dedicados íntegramente al PS,
publicado por el diputado mitrista Lucas Ayarragaray41.
En los siguientes años no se avanzó mucho más. Llegados los años cincuenta y
primeros sesenta, desde la historia sólo pueden mencionarse referencias al tema en las
breves consideraciones acerca de la ideología del socialismo –y especialmente de sus dos
figuras más relevantes, Justo y Palacios– que se venían realizando en algunos libros de
José Luis Romero, y un pionero estudio del historiador platense José Panettieri sobre la
clase trabajadora argentina durante el auge del modelo agroexportador, en el que se

38 La cédula original para ser llenada por los encuestados apareció en RACP, Buenos Aires, I, 12,
septiembre 1911, pp. 952-953; los primeros resultados fueron publicados en noviembre (I, 14, pp. 235-244)
y datos adicionales aparecieron en enero de 1912 (II, 16, pp. 506-509).
39 “Un número especial”, RACP, Buenos Aires, V, 56, mayo 1915, p. 9. En las siguientes páginas, se
desplegaban artículos de M. Bravo (ya anteriormente citado), Justo, del Valle Iberlucea, A. Bunge y los
hermanos Dickmann.
40 L. Maupas, “Trascendencias políticas de la nueva ley electoral”, RACP, II, 21, junio 1912, pp. 421-424;
R. Rivarola, “El programa socialista y la forma unitaria de gobierno”, RACP, III, 32, mayo 1913, pp. 190-
198 y “Filosofía de la elección reciente”, cit.; R. Wilmart, “Porqué no tenemos partidos políticos de
principios”, RACP, III, 36, septiembre 1913, pp. 603-610; O. Saavedra, “Partidos y programas. III El
socialismo”, RACP, IV, 43, abril 1914, pp. 35-43.
41 L. Ayarragaray, Socialismo argentino y legislación obrera, Buenos Aires, Librería Nacional, 1912.

39
esbozaban algunas observaciones sobre la relación entre el socialismo y las
organizaciones obreras del período42.
Es cierto que la disciplina histórica se renovaba, con los aportes de la nueva historia
social que impulsaba el propio Romero (miembro activo, a partir de la segunda mitad de
los ‘50 del PS, al que había entrado una década antes). Sin embargo, la experiencia global
protagonizada por este partido, y más exactamente el modo en que se insertó en el sistema
político y en la sociedad civil, fueron referidos, antes que por esta disciplina, desde
abordajes más politológicos o vinculados a la sociología política. Pueden mencionarse en
este sentido las obras de Alfredo Galletti y Alberto Ciria que, siempre elaborando a partir
de la bibliografía existente y operando en base a las categorías de Maurice Duverger y
otros teóricos de la ciencia política por entonces en auge, destacaron la importancia del PS
por haber sido el primer partido argentino estructurado como tal y lo clasificaron como un
organismo de articulación fuerte, centralización ideológica y democracia interna, basado
en un activo desempeño de los afiliados y los centros partidarios; un tipo de organización
que, sin embargo, se mostraría débil frente a los factores de poder y los grupos de
presión43.
Tampoco la incipiente sociología científica o de la “modernización” había realizado,
hasta ese momento, investigaciones específicas y profundas en torno al socialismo. Sólo
encontramos aportes puntuales, de carácter cuantitativo y cualitativo, en el marco de
estudios más generales: las breves observaciones de Gino Germani acerca de la
correlación entre categorías ocupacionales y voto a los partidos políticos en la Capital
Federal durante los años cuarenta; las indagaciones de José Luis de Imaz sobre los grupos
dirigentes en las organizaciones partidarias entre los años treinta y sesenta; las reflexiones
de Torcuato S. Di Tella, cercano, por entonces, al Partido, referidas al alcance de la
experiencia socialista como intento de expresión política obrera; y los diversos estudios de
Darío Cantón sobre todos los procesos electorales y parlamentarios en los que el PS había
intervenido a lo largo del siglo XX 44. Las nuevas miradas que trajo el marxismo a la

42 J. L. Romero, Las ideas políticas en Argentina, México, Fondo de Cultura Económica, 1946; Id., Las
ideas en la Argentina del siglo XX, México, Fondo de Cultura Económica, 1965; Id., La experiencia
argentina y otros ensayos, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1980; J. Panettieri, Los trabajadores,
Buenos Aires, Jorge Alvarez, 1967.
43 A. Galletti, La política y los partidos, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1961; A. Ciria,
Partidos y poder en la Argentina moderna (1930-1946), Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1964.
44 G. Germani, Estructura social de la Argentina, Buenos Aires, Raigal, 1955; J. L. de Imaz, Los que
mandan, Buenos Aires, Eudeba, 1964; T. S. Di Tella, El sistema político argentino y la clase obrera, Buenos
Aires, Eudeba, 1964; D. Cantón, El Parlamento argentino en épocas de cambio: 1890, 1916 y 1946, Buenos
Aires, Editorial del Instituto, 1966; Id., Elecciones y partidos en la Argentina. Historia, interpretación y
balance: 1910-1966, Buenos Aires, Siglo XXI, 1973.

40
disciplina hacia fines de los años sesenta y principios de los setenta, apenas significó un
sobrevuelo en la problemática, brindando algunas explicaciones del modo en el que el
espacio socialista en el movimiento obrero se diluyó o mutó en otra alternativa durante el
proceso de génesis del peronismo45.
Fue durante el contexto de politización general abierto en el país desde fines de los
años sesenta e inicios de los setenta, que dinamizó los estudios sobre los fenómenos
históricos de carácter político y social, cuando el pasado del socialismo argentino volvió a
cobrar cierto interés específico, sobre todo en algunas publicaciones y colecciones de
divulgación masiva, como la revista Todo es Historia y algunos proyectos del Centro
Editor de América Latina (CEAL). El hecho de que muchos de sus autores fueran
militantes de las (ahora plurales) filas del socialismo explica en parte este interés, así
como también, el acceso directo a las fuentes, que provenían, muchas veces, de los
archivos personales, familiares o directamente partidarios. Encontramos aquí los primeros
escritos de Emilio J. Corbière y de otros ensayistas, que rescataron diversas facetas de la
experiencia histórica del PS: algunas biografías intelectuales y políticas de Justo y de
Palacios; un análisis puntual de la primera victoria electoral del Partido en 1904, en el que
se observó como aquel último dirigente fue electo diputado, en parte, gracias al aporte de
votos de la clase dirigente (el mitrismo) y como el PS manifestó un temprano compromiso
dentro del juego político del régimen oligárquico; una documentada exploración sobre la
crisis interna que condujo, hacia fines de 1917, a la escisión de los “internacionalistas”
(futuros formadores del Partido Comunista argentino); y las primeras aproximaciones de
Horacio Sanguinetti acerca de la fugaz trayectoria del Partido Socialista Independiente
entre 1927 y 193646.

45 M. Murmis y J. C. Portantiero, Estudios sobre los orígenes del peronismo, t. I, Buenos Aires, Siglo XXI,
1972.
46 E. J. Corbière, “Socialistas y anarquistas, 1880-1910”, Polémica, Buenos Aires, nº 42, 1971 [retomado en
Historia integral Argentina, t. 5, “Crecimiento y desequilibrios”, Buenos Aires, CEAL, 1972]; Id., “Juan B.
Justo y la cuestión nacional”, Todo es Historia, VI, 62, junio 1972; Id., Juan B. Justo. Socialismo e
imperialismo, Buenos Aires, Imprenta Honegger, 1972 [luego reeditado en Colección Todo es Historia,
1973]; Id., “Orígenes del comunismo argentino”, Todo es Historia, VII, 81, febrero 1974 [luego editado
como Orígenes del comunismo argentino (El Partido Socialista Internacional), Buenos Aires, CEAL, 1984];
A. P. de Troncoso, “Radicales, conservadores y socialistas”, Historia integral Argentina, t. 7, “El sistema en
crisis”, Buenos Aires, CEAL, 1972; V. García Costa, Alfredo Palacios, Buenos Aires, CEAL, 1971; O.
Andrada, Palacios. El socialismo romántico en la Argentina, Buenos Aires, CEAL, 1972; J. C. Torre, “La
primera victoria electoral socialista”, Todo es Historia, VII, 76, septiembre 1973; E. Goldar, “Alfredo
Palacios”, en El socialismo (I), Buenos Aires, Colección Todo es Historia, 1976; H. Sanguinetti, “El Partido
Socialista Independiente, una esperanza frustrada” (primera y segunda parte), Todo es Historia, IX, 101/102,
octubre/noviembre 1975 [posteriormente, este texto fue ampliado, corregido y retitulado como Los
socialistas independientes, cuya última edición es la del CEAL, 1987].

41
También desde aquel momento, en algunos libros escritos en la misma vertiente de
la divulgación histórica, y dedicados a dilucidar algunas coyunturas claves del pasado
político y social argentino, se hicieron aportes a la historia del socialismo. En El 45, de
Félix Luna, aparecieron interesantes observaciones acerca del papel cumplido por el PS
en la coyuntura abierta con el golpe de 1943 y cerrada con el triunfo electoral de Perón;
una década y media después, el mismo autor analizó en otra obra la situación del PS
durante el período siguiente, el del régimen peronista, cuestión que casi no había
merecido tratamiento alguno47. Desde esos relatos se nos presenta a un PS en crisis,
desorientado, obcecado y perseguido, impotente para procesar una nueva e irreversible
realidad que parecía no dejar lugar al histórico partido. En La Semana Trágica de enero
de 1919, de Julio Godio, a partir de un relevamiento de La Vanguardia y del Diario de
sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación, se examinaron las posiciones
moderadas y reformistas que, frente a aquella situación de aguda conflictividad obrera,
adoptaron tanto el Partido de Justo como el efímero agrupamiento creado por Palacios en
191548. En un artículo aparecido en otra revista de historia, se echó más luz sobre el perfil
de Lallemant, al analizar las críticas que éste hizo a Ingenieros en ocasión de la salida de
su folleto “¿Qué es el socialismo?”, de 1895; en particular, se subrayó la acusación del
germano-argentino sobre Ingenieros, en el sentido que desconocía a Marx y capitulaba
teóricamente a Spencer y a Ferri49.
Desde el campo de la producción académica, lo más fructífero se situaría por
entonces en el exterior. En efecto, durante la década del setenta y principios de la del
ochenta, encontramos a cinco investigadores anglosajones que orientaron sus tesis
doctorales o sus estudios monográficos al abordaje específico del tema 50. La más antigua
de esas elaboraciones, la de Ernest Wellhofer, tomó al PS como estudio de caso de la
institucionalización legal-racional de un partido político en un Estado nuevo, lo que

47 F. Luna, El 45. Crónica de un año decisivo, Buenos Aires, Jorge Alvarez, 1969; Id. Perón y su tiempo, 3
vols, Buenos Aires, Sudamericana, 1984/1985/1986.
48 J. Godio, La Semana Trágica de enero de 1919, Buenos Aires, Galerna, 1972.
49 María Rosa Labastié de Reinhardt, “Una polémica poco conocida: Germán Avé-Lallemant y José
Ingenieros”, Nuestra Historia, Buenos Aires, 14, abril 1975.
50 E. Wellhofer, Party development in new states: Socialism in Argentina, Thesis, Columbia University,
1971, y sus posteriores estudios “Political Party Development in Argentina. The Emergence of Socialist
Party Parliamentarianism”, Journal of Inter-American Studies and World Affairs, Miami, vol. 17, mayo 1975
y “The Political Incorporation of the Newly Enfranchised Voter: Organizational Encapsulation and Socialist
Labor Party Development”, Western Political Quarterly, Salt Lake City, 34, 1981; R. G. Woodbury, The
Argentine Socialist Party in Congress. The Politics of Class and Ideology, 1912-1930, Ph.D. Dissertation,
Columbia University, 1971; D. F. Weinstein, Juan B. Justo y su época, Buenos Aires, Fundación Juan B.
Justo, 1978; R. J. Walter, The Socialist Party of Argentina, 1890-1930, op. cit.; M. Mullaney, The Argentine
Socialist Party, 1890-1930: Early Development and Internal Schism, Ph.D. Tesis, University of Essex, 1982.

42
condujo al autor a reconstruir el desarrollo el Partido, considerado como expresión del
liberalismo europeo y de la democracia formal, desde sus inicios hasta la ruptura de 1958.
Su interés se posicionó en la superestructura partidaria, pero distinguiendo dos períodos
sin duda demasiado amplios (1896-1943 y 1944-1958). Sólida en sus aspectos
descriptivos (con una importante reconstrucción a través de la prensa y los documentos
partidarios concentrada en dos capítulos), la investigación, sin embargo, se resintió al ser
encerrada en una categorización weberiana demasiado rígida, en detrimento de la
enunciación de explicaciones complejas desde el punto de vista historiográfico, habida
cuenta que el interés del trabajo se situaba en la sociología política. Las demás obras
tuvieron la común característica de detener su examen en 1930 (o incluso antes, en 1928,
año de la muerte de Justo). Ronald Woodbury realizó la exploración más recortada y
específica, pues su estudio sólo se detuvo en la intervención legislativa del Partido durante
los gobiernos de Yrigoyen y Alvear. El autor reconstruyó detalladamente la actuación del
bloque parlamentario del PS, bajo la óptica de que ella expresó una política, un programa
y una identidad de carácter proletario en el seno de una institución burguesa. Al priorizar
las cuestiones económico-sociales y desatender otras dimensiones de lo político,
Woodbury tendió a construir una imagen excesivamente homogénea y simplista del a
menudo contradictorio y complejo PS, quien no dejó de ubicarse en ciertas coyunturas
precisas (sobre todo las que tenían que ver con conflictos sociales agudos) en posiciones
difícilmente compatibles con una orientación clasista.
La tesis de Donald Weinstein, publicada en nuestro país en 1978, indagó en la
evolución y las características del socialismo argentino centrándose en la figura de Justo.
Su aporte fue el de historiar y analizar con cierto detalle y, por momentos, de modo
apologético, las posiciones e ideas del líder partidario (a partir de una profusa lectura de
sus obras escritas, de las biografías partidarias y de parte del propio archivo de Justo); su
límite, el de interpretar la experiencia múltiple y variada del PS argentino desde el
exclusivo perfil de su máximo dirigente. Precisamente, hacia la misma época, en la obra
de Richard J. Walter, quizás, la más sólida de todas, se desarrolló un análisis global de la
historia de la organización durante sus primeras cuatro décadas de vida, correlacionando
sus avatares internos con sus posicionamientos en los hechos y procesos claves de la
política argentina. Se alternaban así el estudio cronológico del accionar del PS durante
cuarenta años (1890-1930) con el análisis de sus elementos estructurantes (líderes, prensa,
elecciones, conflictos internos), siempre en una reivindicada clave descriptiva. Su
conclusión era general: para Walter el PS había hecho un aporte significativo al desarrollo

43
político y social de la república, introduciendo un nuevo espíritu. Con posterioridad, el
ángulo escogido en la tesis de Michael Mullaney fue más puntual: considerar, durante
aquel mismo período de tiempo, las causas objetivas –ideológicas, políticas y sociales–
que operaron en las permanentes escisiones partidarias. Lamentablemente, solo uno de
estos trabajos fue traducido al castellano, de modo que su impacto en la historiografía y el
debate locales fue muy tenue.
Como parte de este espacio de producción de investigadores extranjeros, también
deben situarse tres clásicos trabajos elaborados entre fines de los años sesenta y principios
de los setenta, que, aunque no tenían como objetivo específico la historia del PS, hicieron
algunos aportes en esa dirección51. En el más antiguo de ellos, el de Samuel Baily, las
observaciones sobre el socialismo fueron más generales, aunque con cierta dosis de
originalidad, pues se planteó una historia global del movimiento obrero argentino a partir
de explorar cuanto de liberalismo, internacionalismo o nacionalismo se habría encarnado
en dicho movimiento y en sus representaciones ideológico-políticas; con escaso trabajo de
fuentes primarias, a excepción de algunos escritos de Justo, Palacios y Ugarte, el PS fue
etiquetado como liberalismo de izquierda, con derivaciones hacia un nacionalismo liberal
y opuesto, tanto al internacionalismo clasista como al nacionalismo criollo. La
voluminosa obra de Hobart Spalding, referida a la clase trabajadora argentina entre 1890-
1912, se distinguió, en cambio, por su profusa base empírica. Allí se compiló y analizó
documentación clave para la historia del socialismo: estatutos, programas, plataformas
electorales, manifiestos, proyectos legislativos y declaraciones ante conflictos laborales,
problemas sociales y variadas cuestiones políticas, tanto del PS como de las centrales
obreras influenciadas por éste, que fueron mayoritariamente extraídos de El Obrero, La
Vanguardia, periódicos regionales del partido, boletines del DNT y órganos de prensa
nacionales. Del texto emergió una mirada matizada y bien fundada, que contrapesó ciertas
versiones establecidas, pues logró presentar a un joven partido que, al comenzar el siglo
XX se mostraba estrechamente vinculado a los avatares coyunturales y a los intereses de
más largo plazo del proletariado argentino. Por último, en el estudio de David Rock sobre
la historia de la UCR, desde su surgimiento hasta el golpe militar de Uriburu, se hicieron
varias referencias al rol que ocupó el PS durante ese período. No obstante, si bien allí se
desplegó un análisis de una fuente privilegiada (toda la colección de La Vanguardia entre

51 S. L. Baily, Labor, Nationalism and Politics in Argentina, New Brunswick (N.J.), Rutgers University
Press, 1967 [trad. española: Buenos Aires, Paidós, 1984]; H. Spalding, La clase trabajadora argentina
(Documentos para su historia – 1890/1912), Buenos Aires, Galerna, 1970; D. Rock, El radicalismo
argentino, 1890-1930 (1975), Buenos Aires, Amorrortu, 1977.

44
1912-1930), la mirada sobre el Partido giró en torno a una imagen algo simple y
esquemática: un partido capitalino, de base obrera aristocrática, dirección de clase media
profesional, programa coherentemente reformista y rígida estructura interna.

Del exilio a la recuperación democrática

A partir de 1976, con la instauración de la nueva y feroz dictadura militar, las


posibilidades para estudiar y difundir en el país la historia del PS, y de la izquierda toda,
se estrecharían dramáticamente. Algunas pocas iniciativas de investigación y edición en el
tema pudieron ser impulsadas por la Fundación Juan B. Justo, en la que el siempre activo
Corbière cumplió un papel central. Una vez más, fue la revista Todo es Historia el lugar
privilegiado que cobijó, durante aquellos oprobiosos años, los pocos intentos por
recuperar aspectos del pasado socialista. Algunos de sus artículos se centraron en ciertas
figuras partidarias, repasando sus perfiles ideológicos, sus apuestas políticas y eventos
que los tuvieron como protagonistas: Justo fue auscultado, nuevamente, en su proximidad
hacia el positivismo; Enrique Dickmann fue indagado en su acercamiento al peronismo;
Gabriela L. de Coni y Alicia Moreau de Justo fueron reivindicadas por su aporte a la
causa del feminismo; como un aporte más colateral al tema, fue examinada la experiencia
de Claridad, la gran revista y empresa editorial impulsada por Antonio Zamora desde
inicios de los años veinte52. Pero, salvo muy precisas excepciones, estos breves escritos ni
profundizaban una base empírica a veces novedosa ni aportaban miradas renovadas sobre
los temas en cuestión. Sin duda, las terribles dificultades del medio ambiente ideológico,
político y cultural parecían ocluir cualquier avance en estos sentidos.
Fue precisamente una experiencia de exilio la ocasión para que se desenvolviese
una de las más densas y sofisticadas reflexiones acerca del “fundador” del socialismo
argentino. Nos referimos a La hipótesis de Justo, escrito en México hacia 1980 por el
intelectual marxista cordobés José Aricó53. El fundador de la mítica revista Pasado y

52 M. D. Béjar, “La entrevista Dickmann-Perón”, Todo es Historia, XI, 143, abril 1979; J. Barcia, E.
Giudici, S. Bagú, E. Castelnuovo y otros, “Claridad, una editorial de pensamiento”, Todo es Historia, XV,
172, septiembre 1981; E. J. Corbière, “¿Fue Juan B. Justo positivista?”, Todo es Historia, XV, 173, octubre
1981; M. C. Feijóo, “Gabriela Coni: la lucha feminista”, Todo es Historia, XV, 175, diciembre 1981; E. J.
Corbière, “Alicia Moreau de Justo: socialismo y feminismo”, Todo es Historia, XV, 183, agosto 1982.
53 El texto de Aricó, publicado en 1981 (Puebla, Centro de estudios contemporáneos), fue retomado, con
algunos cambios, casi veinte años después: La hipótesis de Justo. Escritos sobre el socialismo en América
Latina, Buenos Aires, Sudamericana, 1999. Partes o versiones de este texto, así como algunas de sus ideas,
aparecieron en las revistas Estudios contemporáneos, Puebla, 3-4, julio-diciembre 1980, Espacios de crítica
y producción, Buenos Aires, 3, diciembre 1985, La Ciudad Futura. Revista de Cultura Socialista, Buenos
Aires, 30/31, diciembre 1991/febrero 1992. También en A. Iturrieta (ed.), El pensamiento político argentino

45
Presente se interesó por la figura de Justo como parte de su ambiciosa empresa por
reconstruir las condiciones de recepción del proyecto socialista en América latina.
Encontró en el histórico líder del PS a un fino pensador, cuyas elaboraciones no
desentonaban o se empequeñecían con las que por ese entonces se desplegaban en las
usinas de la Segunda Internacional. Aricó intentó demostrar que en Justo existió una
precisa y medular explicación acerca de esa Argentina moderna que se iba abriendo ante
sus ojos, en la que advirtió la disonancia existente entre su economía capitalista liberal y
su organización política oligárquica y atrasada. Si esa contradicción era la limitación
esencial de la democracia argentina, Aricó identificó la apuesta estratégica de Justo en el
sentido de un PS que podía y debía ofrecerse como el partido de clase dispuesto a superar
tal discordancia, pues al luchar por la conquista de una democracia económica realizaba,
también, la democracia política, incorporando plenamente a los trabajadores a la vida
nacional a través de una rica red asociativa cimentada en el Partido, las cooperativas y las
instituciones culturales. Al mismo tiempo, Aricó supo detectar el modo en que la tradición
liberal impactó parcialmente la teoría justista y en que cierta concepción iluminista de los
sujetos sociales marcó los límites de esta última, al privilegiar una dimensión formal-
institucional en la percepción del movimiento de las clases subalternas, que se mostró
indiferente por las vicisitudes del universo sindical, sobrestimó el papel pedagógico del
Partido y, en definitiva, se mostró incapaz por articular una concepción certera de la
potencial funcionalidad hegemónica de la clase obrera. Las aporías y problemas de la obra
de Aricó se ubicaron en una visión relativamente homogénea de la identidad del PS (en
donde se olvidó los planteos alternativos al justismo, y luego las resistencias a éste, que
jalonaron buena parte de las primeras décadas de vida de dicho partido) y una valoración
excesivamente abstracta de la figura de Justo (que desestimó sus puntos más oscuros, por
ejemplo, los relacionados con la cuestión del colonialismo o sus manejos poco
democráticos con los opositores internos). Si Aricó no dejaba de subrayar los limites de la
visión justista, en el menosprecio por “las formas concretas que asumía en la Argentina la
incorporación de las masas populares”, su propia reflexión buscaba sutilmente tender
puentes y reconciliar al proyecto reformista con los “movimientos nacional-populares”;
esas urgencias teórico-políticas pudieron condicionar su reconstrucción histórica de Justo
y el socialismo argentino.

contemporáneo, Buenos Aires, GEL, 1994 y N. Bobbio, N. Mateucci y G. Pasquino (eds.), Diccionario de
política, México, Siglo XXI, 1997.

46
También en el exilio, en este caso europeo, se desarrolló la investigación del
historiador Ricardo Falcón. En sus estudios sobre los orígenes del movimiento obrero
argentino durante la segunda mitad del siglo XIX, y apoyándose en nueva documentación
existente en archivos de París y Amsterdam, aportó valiosamente a una reconstrucción de
la primera historia del socialismo nativo 54. Además de rastrear una rica experiencia
bastante previa a 1896 (expresada en individualidades, agrupaciones y periódicos, varios
de ellos vinculados a la experiencia de la I Internacional), Falcón indagó en las polémicas
que se desarrollaron en los congresos partidarios iniciales, analizando específicamente las
posiciones contrarias al creciente reformismo justista, tanto por parte de los “socialistas
revolucionarios” que editaron en 1897 el periódico La Montaña (entre ellos, Lugones y,
sobre todo, Ingenieros) como por parte de los que poco después conformaron la corriente
de los “socialistas colectivistas”. El autor también estudió el modo en que el PS procesó
en sus primeros años tres cuestiones capitales: la particularidad de un régimen político
cerrado y oligárquico; la característica de una clase obrera como la argentina, cruzada por
el cosmopolitismo; y las urgencias de la cuestión social. Por otro lado, la recuperación de
esta otra historia del socialismo argentino (que expresaba fuertes matices frente al
justismo), presente en los trabajos de Falcón, y antes en los de Ratzer, fue nuevamente
ensayada hacia aquella época en un texto crítico y de síntesis del historiador Alberto Pla,
quien, desde una perspectiva marxista que se definía como revolucionaria (y como
alternativa a la lectura de Aricó), exploró la evolución del PS hasta la ruptura de los
internacionalistas55.
Tras el regreso de la democracia a la Argentina, en 1983, el análisis histórico acerca
del socialismo argentino recobró vigor en el país, no como un fenómeno específico, sino
como expresión de un proceso general, que remitía a un interés por el conjunto de las
fuerzas políticas. El marco fue propicio sólo durante aquellos años en los que logró
perdurar un encantamiento o expectativa de la sociedad con los partidos políticos, lo que
condujo a cierta avidez por recuperar sus pasados. Esto fue perceptible, primeramente, en
el campo de la divulgación. Ya el libro publicado a mediados de 1983 bajo el nombre de

54 R. Falcón, “Lucha de tendencias en los primeros congresos del Partido Socialista Obrero Argentino,
1896-1900”, en Apuntes, cit.; Id., La Primera Internacional y los orígenes del movimiento obrero en
Argentina, 1857-1879, CEHSAL, Paris, 1980; Id., Los orígenes del movimiento obrero (1857-1899), Buenos
Aires, CEAL, 1984; Id., “Izquierdas, régimen político, cuestión étnica y cuestión social en Argentina (1890-
1912)”, Anuario Escuela de Historia, Facultad de Humanidades y Artes, UNR, Rosario segunda época, 12,
1986-1987.
55 A. J. Pla, “Marxismo y socialdemocracia en los orígenes del Partido Socialista argentino”, en A. J. Pla y
S. Malpica (eds.), Socialismo y sindicalismo en los orígenes del movimiento obrero latinoamericano, Puebla,
Cuadernos del CIHMO, 1985 [versión resumida en Cuadernos del Sur, Buenos Aires, 4, marzo-mayo 1986].

47
Alicia Moreau de Justo (y escrito en realidad por varias plumas), aportaba una nueva
visión de conjunto del Partido, donde esta vez no faltaba incluso cierta autocrítica, sobre
todo en lo referido a la evolución del PS a partir de 194556.
Otro de los principales espacios donde la opinión pública pudo encontrar durante
esos años una fuente de conocimiento histórico acerca de los partidos (y, por ende, sobre
el socialismo) fue nuevamente el CEAL, más precisamente, una de sus colecciones,
inaugurada en abril de 1983, la “Biblioteca Política Argentina”. En los cerca de 450 libros
que esa serie editó durante más de una década, hubo varios dedicados a aspectos diversos
del PS, de sus figuras o de procesos en los que participó de modo activo. Sobre todo, se
abrían ahora las puertas a noveles historiadores universitarios, que aportaban miradas
nuevas, superadoras de las reflexiones más o menos recordativas de viejos militantes
partidarios. Entre ellos estuvieron también las compilaciones de fuentes, como la que se
realizó respecto de los primeros sesenta años de La Vanguardia, o la que reunió textos
claves de El Obrero (antecedido por un estudio preliminar de Víctor García Costa)57.
Asimismo, en esta serie aparecieron distintos escritos, en clave ensayística, que
procuraron reconstruir la vida, obra e ideas de hombres y mujeres que ocuparon un lugar
en el desarrollo histórico del PS. El mismo García Costa amplió su anterior trabajo sobre
Alfredo Palacios, que luego siguió completando en otras publicaciones, donde la
prometeica personalidad del héroe ocupaba el mayor espacio, siempre priorizando la
mirada anecdótica, o en el mejor de los casos, política58. Otros dos representantes del
socialismo, pertenecientes a períodos diferentes de su recorrido, merecieron
recopilaciones de textos o aproximaciones biográficas: Mario Bravo (destacado tanto en
su labor legislativa como en su faz literaria) y Alicia Moreau de Justo (distinguida por su
aporte a la causa feminista). En otro volumen, se sacó del olvido la vida de la joven
militante socialista Carolina Muzilli, quien hasta su muerte, en 1917, había sido una

56 A. Moreau de Justo, Qué es el socialismo en la Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 1983.


57 R. Reinoso (ed.), “La Vanguardia”: selección de textos (1894-1955), Buenos Aires, CEAL, 1985; V. O.
García Costa, “El Obrero”: selección de textos, Buenos Aires, CEAL, 1985.
58 V. García Costa, Alfredo L. Palacios. Un socialismo argentino y para la Argentina, Buenos Aires, CEAL,
1986, 2 vols.; Id., “Genialidades y contradicciones de Alfredo Palacios”, Todo es Historia, XX, 233, octubre
1986; Id., Alfredo Palacios. Entre el clavel y la espada. Una biografía, Buenos Aires, Planeta, 1997. Entre
medio de esa saga de textos, se sumó otra biografía de Palacios, esta vez amablemente novelada, la de Raúl
Larra, El último mosquetero. Buenos Aires, Leviatán, 1988. La figura de Palacios alentó el género biográfico
aun en vida del dirigente socialista, y es así que Antonio Herrero le dedica un Alfredo Palacios: caracteres,
valores y problemas de su acción: política social, reforma universitaria, iberoamericanismo, Buenos Aires,
M. Gleizer, 1925.

48
incansable luchadora por los derechos de la mujer trabajadora, la infancia explotada y el
divorcio59.
Además, una selección de escritos de Enrique del Valle Iberlucea (primer senador
socialista de Argentina y de América) fue prologada por un breve texto de Corbière; allí,
el talentoso legislador, teórico y experto en derecho político que, como vimos, sufriera
una fuerte persecución judicial y política por su apoyo a la Revolución Rusa, fue
identificado como parte de una tradición marxista revolucionaria, abierta y antipositivista
(propugnada, entre otros, por el italiano Antonio Labriola), que habría matizado la
influencia del justismo dentro del PS60. Señalemos que la figura de Del Valle Iberlucea
había sido intentada de “apropiar” anteriormente desde distintas tradiciones: sin contar los
intentos contemporáneos de socialistas, comunistas e incluso Independientes, medio siglo
después de su temprano fallecimiento, tanto Solari (desde las filas del PSD) como Benito
Marianetti (desde el PC), reivindicaban su memoria; el primero, atendiendo a su brillante
obra como parlamentario y hombre de leyes; el segundo, destacándolo por su simpatía con
la Revolución soviética y la III Internacional61.
Como ya hemos citado, también en esta colección del CEAL fueron reeditadas (y,
por lo tanto, recolocadas en circulación) varias obras: la clásica historia partidaria de
Oddone; la evocación de Alicia Moreau acerca de Justo y su concepción del socialismo; la
investigación de Corbière sobre la ruptura de los “Internacionalistas” que formaron el PC;
y el trabajo (ampliado y corregido) de Sanguinetti sobre los “Independientes”, en donde
Antonio de Tomaso, Federico Pinedo, Augusto Bunge y Roberto F. Giusti, entre otros
lideres de esta tendencia derechista, fueron rescatadas del olvido historiográfico socialista
(y, en cierta medida, reivindicados por el autor). Por otro lado, también hay que destacar
dentro de este período el ensayo de Alfredo Bauer acerca de la Asociación Vorwärts, que
acabó confluyendo en el PS; el mérito del escrito fue aportar una visión global de la
evolución centenaria de este club de emigrados germanos y sus vínculos con el socialismo
local, a partir de una documentación algo despareja62.

59 D. Cúneo, Mario Bravo, poeta y político, cit.; M. Henault, Alicia Moreau de Justo. Biografía, Buenos
Aires, CEAL, 1983; J. A. Cosentino, Carolina Muzilli. Buenos Aires, CEAL, 1984.
60 E. J. Corbière, El marxismo de Enrique del Valle Iberlucea. Buenos Aires, CEAL, 1987.
61 J. A. Solari, Enrique del Valle Iberlucea: primer senador socialista de América, Buenos Aires, Bases,
1972; B. Marianetti, Enrique del Valle Iberlucea. Una honesta conducta frente a la revolución rusa, Buenos
Aires, Sílaba, 1972. Este ultimo, como vimos, antigua figura del PS, también dedico en esos años un trabajo
a reivindicar, contra el Partido, la figura de Ugarte (cf. B. Marianetti, Manuel Ugarte. Un precursor en la
lucha emancipadora de América Latina, Buenos Aires, Silaba, 1976).
62 A. Bauer, La Asociación Vorwärts y la lucha democrática en la Argentina, Buenos Aires, Legasa, 1989
(introducción de E. J. Corbière).

49
Siempre en el campo de la divulgación, Todo es Historia siguió cumpliendo un
papel en la recuperación del pasado socialista. Aunque eso no ocurrió específicamente
durante la primera década de la democracia, sino en los últimos diez años. Varios trabajos
de la revista se ocuparon de indagar en el período prehistórico o germinal del partido. Se
intentó demostrar, retomando una idea del viejo texto antes citado de A. Kühn, y a partir
de documentación hasta ese momento poco explorada, que la verdadera fecha fundacional
del PS correspondió a diciembre de 1892, cuando la Agrupación Socialista decidió
constituirse en Partido; el escrito operó como rectificador de algunos datos establecidos
sobre el período anterior a la llegada de Justo a la escena. En otros dos breves trabajos,
revisando bibliografía ya existente, se evocó la figura de Lallemant y se analizó la
polémica Justo-Ferri63. Por otra parte, pequeñas notas delinearon perfiles
infrecuentemente abordados de figuras partidarias, como Repetto, Justo y Sánchez
Viamonte; asimismo, Corbière, en la que fue su última contribución importante para el
conocimiento histórico del socialismo, se extendió en un repaso del itinerario de esta
corriente (desde sus orígenes a la gran escisión de 1958), acometiendo un ejercicio de
síntesis sobre los principales acontecimientos, posiciones y debates teórico-políticos en
los que el PS se vio inmerso64. Finalmente, en la revista de Luna también se destacaron
una serie de artículos que tradujeron investigaciones monográficas sobre asuntos
escasamente indagados de la historia del PS: un análisis de la victoria electoral de
Palacios como candidato a senador porteño en 1961, que examinaba las circunstancias del
proceso de divisiones que sacudió al Partido durante ese período; una documentada y
original reflexión acerca de las políticas que el PS impulsó hasta los años treinta con
respecto a la niñez (reglamentación del trabajo infantil, campañas higienistas,
nutricionistas y de medicina preventiva, extensión de la educación elemental, crítica de
los elementos retrógrados de la escuela estatal); un estudio sobre la experiencia socialista
en un escenario local, el de Mar del Plata, en donde el Partido logró una implantación
fuerte y sostenida, alcanzando el gobierno comunal durante toda la década del veinte y en
varias oportunidades entre fines de los años cincuenta y mediados de los setenta65.

63 V. García Costa, “¿El centenario de la fundación del Partido Socialista?”, Todo es Historia, XXX, 348,
julio 1996; F. Chávez, “Un marxista alemán en San Luis”, Todo es Historia, XXVI, 310, mayo 1993; E.
Reitano, “La polémica entre Juan B. Justo y Enrico Ferri. El socialismo argentino ¿tiene derecho a existir?”,
Todo es Historia, XXXV, 408, julio 2001.
64 B. Calvo, “Nicolás Repetto y Juan B. Justo, pioneros de la educación rural”, Todo es Historia, XXVII,
315, octubre 1993; V. García Costa: “Carlos Sánchez Viamonte, ciudadano de la República”, Todo es
Historia, XXXI, 358, mayo 1997; E. J. Corbière: “Un siglo de socialismo en la Argentina”, Todo es Historia,
XXX, 347, junio 1996.

50
En cuanto a la elaboración histórica hecha por el propio socialismo, el balance, por
el contrario, no podía ser más mísero. Si, como hemos visto, entre las décadas del treinta y
del sesenta esta producción se había mostrado como vasta y diversificada, en los últimos
treinta o treinta y cinco años la misma se evidenció casi inexistente. Sin duda, esto tuvo
mucho que ver con la crisis, extrema fragmentación y, en buena medida, irrelevancia en la
que quedó por mucho tiempo el espacio político que se reconocía como heredero del viejo
PS. Pero ni siquiera el relativo reanimamiento de esta corriente, perceptible en los últimos
años (de la que la reunificación partidaria, el ejercicio de algunos cargos ejecutivos
municipales y la recuperación de la representación parlamentaria son sus muestras),
modificó este cuadro. Es que el escenario no podía ser menos adverso, pues se sostenía
sobre la ausencia de militantes o dirigentes socialistas que escribieran y de editoriales
partidarias que publicaran sus textos (algo que había sido moneda corriente hasta bien
pasado el medio siglo de vida del PS). Fuera de la ya señalada síntesis escrita en 1983 por
militantes cercanos a la llamada Confederación Socialista Argentina, la única excepción
relevante fue el extenso y documentado libro acerca de la vida y el perfil político-
intelectual de Justo, y sobre aspectos diversos de los orígenes y evolución del socialismo
en el país, elaborado por Luis Pan, uno de los últimos herederos intelectuales del
ghioldismo. Allí se recuperó lo esbozado en obras anteriores de este mismo autor, pero
desde una posición ideológica aún más inclinada a la derecha, en donde se valoró a Justo
(y a su partido) como un revisionista y refutador abierto del Marx “catastrofista”,
revolucionario y dialéctico (y, sobre todo, de Engels), y se lo emparentó con ciertos
planteos de Eduard Bernstein66. Por las mismas razones, se observa que durante las
últimas décadas tampoco la historia del PS convocó el esfuerzo sistemático desde un
ángulo político crítico, algo que había sido frecuente, como también hemos visto, en
etapas anteriores.

La recuperación historiográfica

65 F. Gil Lozano, F. Bianchini y C. Salomone, “Palacios, Fidel y el triunfo de 1961”, Todo es Historia,
XXIX, 341, diciembre 1995; D. O. de Lucía, “Los socialistas y la infancia”, Todo es Historia, XXX, 355,
febrero 1997; E. Pastoriza y G. Cicalese, “Los socialistas en Mar del Plata”, Todo es Historia, XXXVI, 439,
febrero 2004.
66 L. Pan, Juan B. Justo y su tiempo. Apuntes para una biografía intelectual, cit. También como parte de
esta última producción oficial, pueden citarse, J. Campobassi, Nicolás Repetto. Buenos Aires, La
Vanguardia, 1980, y C. J. Rocca, Juan B. Justo y Alejandro Korn en el Socialismo Argentino, La Plata,
UPAK, 1988.

51
Fue en contraste con esta pobreza de la literatura militante que, ahora sí, la
investigación académica comenzó a prestar mayor interés en la historia del socialismo.
Varias tesis universitarias de grado y postgrado dan cuenta de ello. Es un fenómeno aún en
pleno desarrollo, que remite a la consolidación de un reciente y heterogéneo espacio de
estudio sobre el pasado de la izquierda argentina. La característica de la bibliografía
referida a la historia del socialismo, existente hasta ese momento (que como se puede
apreciar, no había sido escasa), había transcurrido sobre algunos ejes más o menos
establecidos: biografías de sus representantes, historias institucionales, análisis de la
participación del Partido en ciertos acontecimientos o procesos de larga duración. Las
preocupaciones analíticas o comprensivas en torno al estudio del fenómeno no habían
estado completamente ausentes, pero habían quedado subordinadas o desplazadas, en gran
parte de los casos, por la labor descriptiva o la crítica política. Es decir, se había avanzado
bastante en el qué y el cómo pasó, pero mucho menos en el por qué, dejando enormes
vacíos en el examen de la trama de ideas, estrategias teórico-políticas, discursos, ámbitos
sociales, espacios culturales, tipo de prácticas, que estuvieron presentes en el devenir del
PS. La nueva producción académica de estos últimos veinte años, por el contrario, se
define por su voluntad explicativa y, al mismo tiempo, por la diversidad de objetos de
estudio, en donde los temas antes recorridos vuelven a ser visitados con otras preguntas,
mientras se incorporan nuevas miradas y se habilitan aspectos hasta entonces
inexplorados.
Empecemos por una temática que siempre tuvo relevancia en la historiografía
sobre el socialismo argentino: la que se ocupó del movimiento obrero. En las dos últimas
décadas aparecieron varias obras importantes dirigidas a explorar ese campo. En muchas
de ellas, especialmente las que llegaron hasta el surgimiento del peronismo, se hicieron
descripciones, análisis documentados o reflexiones acerca de los vínculos entre el
universo sindical y el PS, sea en el plano de la conflictividad o en el de la organización.
Entre otras, citamos aquí las investigaciones que fueron publicando una serie de
historiadores y sociólogos, tanto argentinos (Isidoro Cheresky, Hugo del Campo, Edgardo
Bilsky, Julio Godio, Mario Rapoport, Juan Carlos Torre y, recientemente, Torcuato S. Di

52
Tella)67, como extranjeros (Hiroschi Matsushita, David Tamarin y Joel Horowitz) 68. Sin
duda, el período más recorrido fue 1930-1943/45, es decir, el de la coyuntura que
concluyó con el triunfo del coronel Perón, la emergencia de una nueva identidad política
mayoritaria entre los trabajadores y la consiguiente derrota de los partidos obreros (como
el PS y el PC) en sus expectativas por mantener sus apoyos proletarios.
El balance que puede extraerse de todos estos trabajos es el de un socialismo que,
desde sus inicios, encontró serios obstáculos para penetrar orgánica y firmemente en el
mundo gremial y que cuando logró parcialmente revertir esta situación, desde fines de los
años veinte y, especialmente, desde mediados de los años treinta (el momento en que pasó
a conducir la CGT), no alcanzó a consolidar esta presencia y fue arrasado por la irrupción
del laborismo-peronismo. Las razones previas por las que, en parte, pudo ocurrir todo
esto, fueron exploradas en algunos trabajos (como los de Tortti y Camarero-Schneider).
Allí se señaló el modo en que, desde la entronización del justismo, el PS tendió a
despreocuparse de la actividad gremial o a separarla de la actividad política, combatiendo
los intentos por superar esta alienación (como quedó expresado con la disolución del
Comité de Propaganda Gremial, constituido entre 1914-1917 por la izquierda partidaria
liderada por José F. Penelón)69.
Un tópico novedoso frecuentado en estos últimos años fue el estudio de la densa y
compleja experiencia educativa y cultural que desarrollaron los socialistas hasta los años
treinta. Dora Barrancos se destacó por reabrir el campo de indagación sobre este tema,
retomando las descripciones de Ángel Giménez, y sometiendo a un riguroso análisis a La

67 I. Cheresky, “Sindicatos y fuerzas políticas en la Argentina preperonista (1930-1943)”, en P. González


Casanova (ed.), Historia del movimiento obrero en América latina (1981), vol. 4. México, Siglo XXI, 1984;
H. del Campo, Sindicalismo y peronismo. Los comienzos de un vínculo perdurable, Buenos Aires, CLACSO,
1983; E. J. Bilsky, La FORA y el movimiento obrero (1900-1910), Buenos Aires, CEAL, 1985, 2 vols.; Id.,
Esbozo de historia del movimiento obrero argentino: desde sus orígenes hasta el advenimiento del
peronismo, Buenos Aires, Biblos, 1987; J. Godio, El movimiento obrero argentino (1870-1910).
Anarquistas, socialistas y sindicalistas, Buenos Aires, Legasa, 1987; Id. El movimiento obrero argentino
(1910-1930). Socialismo, sindicalismo y comunismo, Buenos Aires, Legasa, 1988; Id., El movimiento obrero
argentino (1930-1943). Socialismo, comunismo y nacionalismo obrero, Buenos Aires, Legasa, 1989; M.
Rapoport, “Los partidos de izquierda, el movimiento obrero y la política internacional (1930-1946)”, en
Conflictos y Procesos de la Historia Argentina Contemporánea, nº 15, Buenos Aires, CEAL, 1988; J. C.
Torre, La vieja guardia sindical y Perón. Sobre los orígenes del peronismo, Buenos Aires, Sudamericana,
1990; T. S. Di Tella: Perón y los sindicatos. El inicio de una relación conflictiva, Buenos Aires, Ariel, 2003.
68 H. Matsushita, Movimiento obrero argentino, 1930-1945. Sus proyecciones en los orígenes del
peronismo, Buenos Aires, Siglo Veinte, 1983; D. Tamarin, The Argentine Labor Movement, 1930-1945. A
study in the origins of peronism, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1985; J. Horowitz,
Argentine unions, the State & the rise of Peron, 1930-1945, Berkeley, University of California, 1990.
69 M. C. Tortti, “Estrategia del Partido Socialista. Reformismo político y reformismo sindical”, en
Conflictos y Procesos de la Historia Argentina Contemporánea, nº 34, Buenos Aires, CEAL, 1989; Id.,
Clase obrera, partido y sindicatos: estrategia socialista en los años ‘30, Buenos Aires, Biblos, 1989; H.
Camarero y A. Schneider, La polémica Penelón-Marotta (marxismo y sindicalismo soreliano, 1912-1918),
cit.

53
Vanguardia y otras fuentes primarias70. Sobre la necesidad de ocuparse de esta empresa
cultural socialista ya habían alertado Aricó y Portantiero a inicios de los años ochenta,
quienes esbozaron algunas líneas de análisis, al tiempo que Leandro Gutiérrez y Luis
Alberto Romero se refirieron a aquella en sus investigaciones sobre los sectores populares
de la Buenos Aires de entreguerras71. En todas estas elaboraciones, se auscultaron los
sentidos implícitos y explícitos que tuvieron los emprendimientos del PS respecto de las
actividades de erudición y entretenimiento diseñadas para el tiempo libre de los
trabajadores. Estas redes de socialización recordaban los intentos de la socialdemocracia
europea por constituir una “sociedad separada”. Se señaló la presencia de una verdadera
estrategia del Partido en el tema, ambiciosa, coherente y sistemática, pero afectada por un
carácter abstractamente pedagógico, moralizador, privilegiador de la divulgación
científica y portador de una confianza ciega en el progreso.
En general, la imagen que nos va quedando hoy de esta experiencia cultural
socialista es la de un proyecto cruzado por contradicciones y “contaminado” por múltiples
legados e influencias racionalistas, iluministas y románticas, lo que puede advertirse al
explorar su “almacén” iconográfico, sus apuestas estéticas y sus enunciaciones
discursivas. Lo que parece estar muy en sintonía, antes que con la idiosincrasia de una
cultura popular reformista, con las características de las tradiciones más clásicas de los
movimientos proletarios, como ha demostrado Eric Hobsbawm y otros historiadores
marxistas ingleses en sus estudios sobre las culturas obreras europeas. Marina Becerra ha
estudiado como el modelo de integración nacional a través de la educación estatal
generaba tensiones en la fase constitutiva del PS, un planteo que retoma en este volumen a
partir de un caso puntual. Asimismo, dentro del interés por las políticas educativas del PS,
pero centradas en la universidad, podemos situar las investigaciones de Osvaldo Graciano,
que resaltan también la línea de tensión que podía existir entre los proyectos partidarios y
la elaboración propia de intelectuales socialistas, como vemos en su contribución a
nuestro libro.

70 D. Barrancos, Las lecturas ‘comentadas’: un dispositivo para la formación de la conciencia


contestataria entre 1914-1930, Buenos Aires, CEIL-CONICET, 1987; Id., Los niños proselitistas de las
vanguardias obreras, 1898-1913, Buenos Aires, Documento de Trabajo, CEIL-CONICET, 1987; Id.,
Educación, cultura y trabajadores (1890-1930), Buenos Aires, CEAL, 1991; Id., La escena iluminada.
Ciencias para Trabajadores, 1890-1930, Buenos Aires, Plus Ultra, 1996.
71 J. Aricó, La hipótesis de Justo, op. cit.; J. C. Portantiero, “Nación y democracia en la Argentina del
novecientos”, Punto de Vista. Revista de Cultura, Buenos Aires, IV, 14, marzo/julio 1982; L. H. Gutiérrez y
L. A. Romero, Sectores populares, cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra, Buenos Aires,
Sudamericana, 1995.

54
Tampoco faltaron los estudios que intentaron abordar la experiencia socialista
poniendo el foco en la organización misma del Partido, al menos para una etapa en
particular. Uno de los primeros trabajos en este sentido fue el de Sergio Berensztein,
referido a los años 1896-191672. En esa obra se exploró la estructura organizativa del PS,
sus modalidades de participación, la formación y selección de sus cuadros dirigentes, las
características de sus afiliados y los rasgos de su identidad o, apelando a Hobsbawm, de
su “tradición”. En todo caso, el propósito pareció ser, en una óptica que recordaba por
momentos a algunas tesis norteamericanas, el de evaluar la eficacia política de un partido
durante el orden conservador vigente en el país. El texto se situó a mitad de camino entre
un enfoque de historia social-cultural y un abordaje con categorías propias de la ciencia
política, especialmente de las provenientes de autores que examinaron los sistemas y
tipologías de partidos, y las formas de la participación política. Lo novedoso del trabajo
de Berensztein no consistió en el aporte de datos desconocidos (su base empírica fueron
algunos números de La Vanguardia y la antes mencionada encuesta realizada por la
RACP en 1912), sino las hipótesis y conclusiones que contuvo. En su visión, el PS habría
sido un partido diseñado en función de una estrategia de adaptación y avance sobre la
sociedad, que se sostuvo a partir de una política cultural similar a la de la
socialdemocracia europea, pero carente de una vocación hegemónica, es decir, de una
aptitud para pensar el Estado y luchar por (y con) el poder. Waldo Ansaldi retomó algunos
de estos planteos (que, por otra parte, ya aparecían anticipados en la obra de Aricó),
identificando la lógica implícita de la orientación socio-cultural del PS como la clave para
comprender la ineficacia política que habría presentado dicho partido luego de la Ley
Sáenz Peña73. Tanto Berensztein como Ansaldi, no entendieron al PS como un partido
obrero, pues, según ellos, en la Argentina habría existido una alta movilidad social, lo que
impidió la efectiva constitución de las clases; el socialismo, más bien, habría sido una
típica expresión de los sectores populares urbanos, apelando a la categoría, seguramente
ya clásica, de Gutiérrez-Romero. Al mismo tiempo, Berensztein encontró en la tradición
socialista perfectas líneas de continuidad con respecto a la liberal (en sus versiones más
“democráticas”): en la idea de progreso, de modernización, de oposición a la dominación
estatal y de democratización del sistema político. Es decir, el PS apareció conceptuado ya

72 S. Berensztein, Un partido para la Argentina moderna. Organización e identidad del Partido Socialista
(1896-1916), Buenos Aires, Documento CEDES 60, 1991.
73 W. Ansaldi, “¿Un caso de nomenclaturas equivocadas? Los partidos políticos después de la ley Sáenz
Peña, 1916-1930”, en W. Ansaldi, A. Pucciarelli y J. C. Villarruel (eds.), Argentina en la paz de dos guerras,
1912-1945, Buenos Aires, Biblos, 1993.

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desde un comienzo como un partido policlasista, ausente de la lucha de clases, extraño al
universo marxista y muy próximo a un reformismo liberal. El autor no encontró ninguna
contradicción entre estas supuestas características y todas las evidencias que pueden
apuntar en un sentido opuesto o distinto a ellas. No obstante, él mismo reconoció que el
PS identificaba al Estado con la burguesía (lo cual cuestionaría el exclusivo horizonte
liberal que le adjudicó al Partido), mientras señaló que ese apego a los “principios” le
impidió hacerse de un lugar en el poder. ¿Era eso, acaso, lo que querían los socialistas? Si
lo que ocurría era lo contrario, como advirtió el mismo Berensztein, ¿no pondría en
cuestionamiento su propia caracterización esencialista del PS? En definitiva, este trabajo,
y sus conexiones con las otras obras mencionadas, constituye un verdadero síntoma de un
modo de analizar la realidad histórico-política que se ha tornado hegemónico en el mundo
académico.
Una producción que decayó durante estos últimos años fue la de los investigadores
extranjeros. Sólo uno viene publicando regularmente sobre el tema: Jeremy Adelman. Dos
de sus trabajos aparecieron en nuestro país: una reciente presentación general del Partido
en las primeras décadas del siglo XX, donde sintetiza y repasa análisis existentes, fue
precedida por un estudio sobre la posición del PS ante el problema agrario del país hasta
1914. Entre ambos, analizo con hipótesis originales, aunque tal vez algo esquemáticas, las
ambigüedades de la lógica y la estrategia electoral del socialismo antes de los treinta,
considerando que había una conexión entre el fracaso del socialismo ante las masas y el
posterior el éxito del populismo74.
Un campo algo más dinámico fue el de la reproducción de fuentes. La Universidad
Nacional de Quilmes publicó, con el impulso de Oscar Terán, movido a su vez por su
interés en la obra de Ingenieros, la colección completa de La Montaña, el periódico
socialista revolucionario impulsado en 1897 por el futuro autor de Las fuerzas morales y
Lugones, en tanto que Nicolás Iñigo Carrera editó, con sendos estudios preliminares, dos
conjuntos de documentos: primero, las Actas del Centro Socialista Universitario (1896-
1898) y del Comité Electoral Central del Partido Socialista (1907-1912); luego, “Los
comienzos de la lucha proletaria y socialista en Buenos Aires” (un texto escrito por A.

74 J. Adelman, “Los socialistas y el problema agrario argentino”, Anuario del IEHS, Tandil, 4, 1989; Id.,
“Socialism and Democracy in Argentina in the Age of the Second International”, Hispanic American
Historical Review, Durham, 72-2, mayo 1992; Id., “El Partido Socialista Argentino”, en M. Z. Lobato (ed.),
El progreso, la modernización y sus límites (1880-1916), Nueva Historia Argentina, t. V, Buenos Aires,
Sudamericana, 2000.

56
Kühn en 1917) y el borrador manuscrito inédito de las Actas de la primera reunión del
Consejo Nacional del PS reunido en diciembre de 193575.
Como vimos, en los textos que abordaron la historia del PS, o que se refirieron a él
más colateralmente, fue muy frecuente considerarlo como una fuerza política centrada
exclusiva o fundamentalmente en la ciudad de Buenos Aires. Sin duda, allí fue donde la
organización construyó su mayor capital político; sin embargo, tal visión puede resultar
abusiva o arbitraria, subestimando el carácter nacional de dicho partido y relegando los
estudios regionales. ¿Cómo se desplegó el socialismo en el interior del país y cuánto se
resignificó a partir de la experiencia local? Durante décadas, varios textos aludieron al
desarrollo del PS fuera de la urbe porteña, pero no hubo una producción específica sobre
ello, a excepción del viejo trabajo del militante Isidro Oliver, precisamente titulado El
socialismo en el interior argentino76. En los últimos años se ha venido progresando sobre
este tópico. Habilitados por los pioneros estudios de Ofelia Pianetto sobre el movimiento
obrero de Córdoba entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX (que incluyó
observaciones sobre el surgimiento y evolución del PS local), algunos investigadores
vienen incursionando sobre la historia del Partido en la región mediterránea hasta los años
treinta, desde el examen del comportamiento institucional de dicha fuerza o desde el
modo en que conformó una peculiar identidad política y un distintivo posicionamiento
ideológico dentro del campo político provincial (siguiendo los conceptos de Pierre
Bourdieu); incluso, apoyándose en un reciente libro de memoria militante 77. Si el PS viene
siendo entendido como un “partido moderno” en la Argentina de comienzos del siglo XX,
según una caracterización en boga en el campo historiográfico, otro trabajo vino a

75 La Montaña. Periódico socialista revolucionario. 1897, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 1996;
N. Iñigo Carrera (ed.), Documentos para la historia del Partido Socialista. Libros de Actas del Centro
Socialista Universitario (1896-1898) y del Comité Electoral Central del Partido Socialista (1907-1912).
Tandil, Instituto de Estudios Histórico Sociales-Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos
Aires, 1996; Id. (ed.), “El Partido Socialista en sus orígenes y en la década del ’30”, Publicación del PIMSA
(Documentos y comunicaciones), 1997. Acaba de salir un catálogo de los Fondos de Archivo de Repetto,
Solari y E. Dickmann, que cubre casi un siglo de correspondencia y materiales diversos pertenecientes a los
principales militantes socialistas (A. Petra, Los socialistas argentinos a través de su correspondencia.
Catálogo de los Fondos de Archivo de N. Repetto, J.A. Solari y E. Dickmann (1894-1980), Buenos Aires,
CeDInCI, 2004).
76 I. Oliver, El socialismo en el interior argentino, Rosario, El Sol, 1951.
77 H. Iparraguirre y O. Pianetto, La organización de la clase obrera en Córdoba,1870-1895, Córdoba,
UNC, 1968; O. Pianetto, “Coyuntura histórica y movimiento obrero. Córdoba, 1917-1921", Estudios
Sociales, Santa Fe, I, 1, 2º semestre 1991; M. A. Dujovne, “El Partido Socialista en la Provincia de Córdoba:
1895-1936. Aproximaciones para su Historia Política”, Segundas Jornadas de Historia de las Izquierdas.
Buenos Aires, Cedinci, diciembre 2002; Id., “El Partido Socialista de la Provincia de Córdoba, 1933-1936:
una lectura política desde el periódico Tribuna Socialista”, Córdoba, Publicación de la Maestría en Partidos
Políticos y del Archivo de la Palabra del CEA-UNC, Documento de Trabajo nº 2, 2003; E. Chanaguir, “El
PS y la Convención Reformadora de la Provincia de Córdoba de 1923”, Estudios, Córdoba, CEA-UNC, 3,
otoño 1994; M. J. Avila, Siembra de un militante socialista. Córdoba, Ediciones del Autor, 1997.

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demostrar la persistencia de ciertas prácticas tradicionales por parte del PS en Mar del
Plata; en otro texto, en tanto, se historió el desarrollo del socialismo mendocino, que había
alcanzado gran vigor hasta los años treinta78. Como temática próxima, puede ubicarse el
original estudio de Daniel de Lucía referido al modo en que el PS abordó la cuestión de la
etnicidad y, más específicamente, el problema indígena en el interior del país,
desmitificando que el Partido haya tenido una posición extranjerizante y etnocéntrica79.
En la misma senda de la dimensión espacial, pero con un sentido opuesto, aún es
mucho lo que falta indagar acerca de las relaciones del PS argentino con la
socialdemocracia internacional. Este es el campo sobre el que vienen avanzando los
estudios de Patricio Geli, referidos a las primeras décadas de aquel movimiento (algunos
de cuyos resultados se vuelcan en el presente libro). En otro texto, Julio Godio propuso
una breve reconstrucción del papel jugado por la Internacional Socialista en el país entre
1945-1984, que incluyó algunas consideraciones sobre las relaciones externas de los
distintos PS locales, pero los datos referidos al caso argentino son escuetos80.
Como no podía ser de otro modo, dada la envergadura y riqueza del personaje,
nuevos trabajos se sumaron al estudio de Juan B. Justo durante los últimos quince años 81.
Casi ninguno se detuvo en los aspectos biográficos o en el papel que el autor de Teoría y
práctica de la historia desempeñó en el desarrollo del Partido (campos que parecen ya
bastante cubiertos). El interés estuvo, en cambio, en la exploración de su perfil intelectual.
En especial, bucearon en la formación teórica e ideológica del líder del PS, y en las
formas en que discurrieron sus análisis y apuestas políticas estratégicas. Dotti auscultó el
camino por el cual, a través de la lectura-traducción de El Capital, Justo entendió y

78 M. L. Da Orden, “¿Prácticas tradicionales en un partido moderno? Socialismo y poder local. Mar del
Plata, 1916-1929”, en F. Devoto y M. Ferrari (eds.), La construcción de las democracias rioplatenses:
proyectos institucionales y prácticas políticas, 1900-1930, Buenos Aires, Biblos, 1994; P. Lacoste, El
socialismo en Mendoza y en la Argentina, Buenos Aires, CEAL, 1993, 2 vols.
79 D. O. de Lucía, Socialismo y cuestión indígena en la Argentina (1889-1943), Buenos Aires, Grupo Editor
Universitario, 1997.
80 J. Godio, La Internacional Socialista en la Argentina, Buenos Aires, CEAL, 1986, 2 vols.
81 J. E. Dotti, “Justo lector de El Capital”, en Las vetas del texto. Una lectura filosófica de Alberdi, los
positivistas, Juan B. Justo, Buenos Aires, Puntosur, 1990; J. Franzé, El concepto de política en Juan B.
Justo, Buenos Aires, CEAL, 1993, 2 vols.; M. L. Da Orden, “Entre internacionalismo y nacionalismo: el
enfoque de la nación en Juan B. Justo”, Estudios Sociales, Santa Fe, IV, 6, 1º semestre 1994; P. Geli y L.
Prislei, “Una estrategia socialista para el laberinto argentino. Apuntes sobre el pensamiento político de Juan
B. Justo”, Entrepasados. Revista de Historia, Buenos Aires, III, 4-5, fines 1993; Id., “Apuntes de viaje: Juan
B. Justo en los Estados Unidos”, Entrepasados. Revista de Historia, Buenos Aires, VI, 11, fines 1996; R.
Nudelman, “Notas para un estudio de las relaciones entre Juan B. Justo y Alfredo Palacios”, Entrepasados.
Revista de Historia, Buenos Aires, V, 8, comienzos 1995; A. Pons y L. Seminara, “Los espectros de la guerra
en la teoría y la práctica socialista”, en G. Guevara y J. L. Hernández (eds.), La guerra como filigrana de la
América Latina contemporánea, Buenos Aires, Dunken, 2004 [una versión de este trabajo, con el título
“Juan B. Justo: del discurso antimilitarista a la fetichización del mercado como garante de la paz”, fue
presentada por las autoras en nuestras Jornadas, en la mesa: “Partido obrero y modernización argentina”.

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discutió la teoría del valor y la idea de la historia de Marx; Franzé trato de subrayar los
aportes del liberalismo y del positivismo en su ideario; Da Orden y otros, analizaron los
modos en que Justo concibió a la nación y a la guerra; en dos artículos, Geli y Prislei
destacaron el carácter ecléctico y asistemático con el que Justo procesó la realidad
argentina, en parte, gracias al viaje emprendido a los Estados Unidos en 1895, que le
habría enseñado la necesidad de pensar las diversas situaciones nacionales trascendiendo
las tentaciones canónicas. Como se ve, no se trataron de interpretaciones generales que
pretendieran reconstruir la totalidad del pensamiento de Justo, sino abordajes que
buscaron profundizar en los aspectos más específicos y que habían sido menos abordados
con respecto al fundador del PS argentino. El único texto reciente que ofició como un
balance global de la vida, obra e ideas de Justo fue la pequeña biografía encarada por
Portantiero, en donde retomó todas las perspectivas de análisis acerca de aquél
(especialmente la que desarrollase Aricó), en un esfuerzo de síntesis certeramente
construido82.
Incluso, un conjunto de temáticas que habían sido practicadas en el campo de la
divulgación están recibiendo nuevos tratamientos. Nuevos ensayos e investigaciones
continúan explorando las experiencias de Germán Avé-Lallemant y el periódico El
Obrero durante los años 1890, profundizando el examen del período previo a la fundación
del PS83. Los trabajos de D. Barrancos, como el que incluimos en las paginas que siguen,
muestran la complejidad de la relación entre el socialismo y la causa femenina, en
particular con respecto al sufragio femenino, y su evolución. Nuevas fuentes o nuevos
ángulos ligados a la división socialista de 1917-18 son el objeto de la contribución a este
libro de D. Campione.
Otro espacio de elaboración en los últimos años fue el que se ocupó de investigar la
posición del PS ante acotadas coyunturas socio-políticas. R. Martínez Mazzola se ha
detenido en el debate sobre la táctica electoral socialista en los inicios de su actividad
política, como lo muestra el ensayo que aquí publicamos. Un extenso artículo analizó la
victoria del PS en las elecciones porteñas de 1913, en donde se desmitificó que ese éxito
se hubiera debido al traspaso de votos conservadores, deseosos de frenar el avance

82 J. C. Portantiero, Juan B. Justo. Un fundador de la Argentina moderna, Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 1999.
83 R. Ferrari, Germán Avé-Lallemant. Introducción a la obra científica y técnica de Germán Avé Lallemant
(c. 1869-1910), San Luis, Instituto Científico y Cultural “El Diario”, 1993; H. Tarcus, “¿Un marxismo sin
sujeto? El naturalista Germán Avé-Lallemant y su recepción de Karl Marx en la década de 1890” y R. H.
Martínez Mazzola, “Campeones del proletariado. El Obrero y los comienzos del socialismo en la
Argentina”, Políticas de la memoria, 4, verano 2003/2004.

59
radical, bajo la presunción de que el PS no era un partido de temer; entre otras cosas,
señaló su autor, porque en aquellas erróneas visiones se olvida que el caudal socialista
prosiguió en el tiempo, que había una tendencia decreciente en la tasa conservadora y que
la reforma de 1912 introdujo cambios importantes en el sistema político que el PS logró
aprovechar luego de una dinámica de incesante implantación social y cultural en la
ciudad84.
Por otra parte, los estudios recientes de Leticia Prislei (y, en particular, el que puede
leerse en este libro), también están contribuyendo a redefinir el análisis del socialismo
independiente, mostrando su complejidad a través de sus diversos afluentes intelectuales o
su experiencia comunal85. Las tradiciones políticas e intelectuales no justistas del
socialismo argentino ha sido otro objeto reciente de interés por parte de Carlos M.
Herrera, sobre todo a través del estudio de figuras que ingresan al Partido en los años
treinta, como Carlos Sánchez Viamonte, que mereció un estudio específico no tanto, o no
tan solo, en sus perfiles biográficos o en su participación efectiva en la organización
partidaria, sino, especialmente, en sus reflexiones político-jurídicas, o Julio V. González,
cuya cultura política iconoclasta le facilitara una crítica de la táctica seguida por el PS en
un momento crucial de su historia (el peronismo)86.
En los años ochenta, hubo algunos ensayos que avanzaron ciertas reflexiones,
aunque sin demostración empírica, acerca de la posición ambigua y desconcertada que el
PS habría tenido frente al golpe de 1930, así como las razones (incapacidad para
comprender los cambios de la sociedad argentina, imposibilidad para reactualizar su
tradición y esclerosis de su estructura organizativa), que condujeron al Partido a fracasar y
diluirse en la década y media siguiente a ese hecho, tras haber ganado cierta adhesión
popular87. Sin embargo, en los últimos años se han multiplicado diversos trabajos que,

84 E. Garguin, “La marea roja. El triunfo socialista en las elecciones porteñas de 1913”, Sociohistórica, La
Plata, 6, segundo semestre 1999.
85 L. Prislei, “Crisis del liberalismo y crisis del socialismo. La imagen de Bélgica en la prensa socialista
argentina a fines de los ‘20”, en B. De Groof, P. Geli, H. Stols y G. van Beeck (eds.), En los deltas de la
memoria. Bélgica y Argentina en los siglos XIX y XX, Leuven University Press, 1998; Id., “El despertar de
un pueblo: gestión política y debates culturales en una comuna socialista de la Cordillera patagónica”, en L.
Prislei (ed.), Pasiones sureñas. Prensa, cultura y política en la frontera Norpatagónica (1884-1946), Buenos
Aires, Prometeo Libros/Entrepasados, 2001.
86 C. M. Herrera, “Socialismo jurídico y reformismo político en Carlos Sánchez Viamonte”, Revista de
Estudios Políticos, Madrid, 113, julio-septiembre 2001; Id. “Carlos Sánchez Viamonte o el destino político
de un jurista socialista”, Taller. Revista de sociedad, cultura y política Buenos Aires, nº 17, diciembre 2001;
Id., “El Partido Socialista ante el peronismo, 1950. El debate González-Ghioldi”, Taller. Revista de sociedad, cultura y política, Buenos
Aires, n° 21, noviembre 2004.
87 R. Nudelman, “Los socialistas y el golpe del 30”; R. Forster, “Los socialistas: claves de una frustración”,
ambos en La Ciudad Futura. Revista de Cultura Socialista, Buenos Aires, 4, marzo 1987.

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precisamente, muestran a un partido, durante la década del ’30, ni anquilosado ni
paralizado ni sin capacidad de reacción para comprender que el país vivía nuevos tiempos
a partir de la gran crisis del capitalismo mundial. Todo lo contrario, se alude a una
organización con movilidad de posiciones, con fuerte debate ideológico, conflictos
internos e innovación política. María Cristina Tortti examinó el grupo de Rómulo
Bogliolo y José Luis Pena, que en aquella década impulsó la Revista Socialista y la
Escuela de Estudios Sociales “Juan B. Justo”88. La autora detectó allí una reformulación
del tradicional reformismo partidario, pues esta corriente se volvió a plantear la cuestión
del poder y la superación de la dicotomía reforma/revolución, a través de la línea de la
“revolución constructiva”, que se sostenía sobre la necesidad de la planificación y la
intervención del Estado en la economía para enfrentar la crisis económica, promover el
bienestar general y eludir el peligro fascista. Juan Carlos Portantiero (que explora en su
contribución al presente libro la influencia de los debates de la socialdemocracia europea
sobre el PS, expresada en la discusión económica) y Mariana Luzzi continuaron por esa
misma línea, retomando el análisis de las discusiones que durante los primeros años
treinta se dieron en el seno del PS y de la revista Claridad acerca de las propuestas
concretas de política económica intervencionista y de las tácticas de Frente Popular que el
partido debía desarrollar, mostrando el escaso consenso que existía en torno al tema89.
Otra vertiente del interés por los años treinta del socialismo está representada en los
trabajos de Iñigo Carrera, donde el accionar del PS es analizado en su reverso discursivo.
Una temática particularmente poco estudiada, la relación del PS con la violencia política
de la década, es el tema de su aporte recogido en nuestro libro. Por último, en las recientes
síntesis sobre los debates intelectuales en los años treinta, Tulio Halperín Donghi compila
y comenta algunos textos de importantes dirigentes socialistas de entonces (Repetto,
Bravo, Solari, Ghioldi). Halperín refrenda el juicio ya expresado en otras investigaciones
previas, que la visión del PS queda encerrado en una lógica parlamentaria. Andrés Bisso,
en tanto, está prolongando ese examen de las reformulaciones tácticas y estratégicas del
PS al período siguiente, el que estuvo signado por la Segunda Guerra Mundial y el avance

88 M. C. Tortti, “Crisis, capitalismo organizado y socialismo”, en W. Ansaldi, A. Pucciarelli y J. C.


Villarruel (eds.), Representaciones inconclusas. Las clases, los actores y los discursos de la memoria, 1912-
1946, Buenos Aires, Biblos, 1995.
89 M. Luzzi. “El viraje de la ola. Las primeras discusiones sobre la intervención del Estado en el socialismo
argentino”, en Estudios Sociales, Santa Fe, XI, 20, 1º semestre 2001; Id., “De la revisión de la táctica al
Frente Popular. El socialismo argentino a través de Claridad, 1930-1936”, Prismas. Revista de historia
intelectual, 6, Quilmes, 2002; J. C. Portantiero, “Imágenes de la crisis: el socialismo argentino en la década
de 1930”, Prismas. Revista de historia intelectual, 6, 2002.

61
del totalitarismo, durante el cual, el partido ensayó el discurso y la línea del “civismo
antifascista” (véase su texto en esta obra)90.
Uno de los ámbitos de análisis más recientes en los estudios sobre socialismo es el
referido a las etapas que casi no tuvieron consideración, a excepción de algunos pocos
ensayos: la del peronismo y la del primer posperonismo. Carlos Altamirano exploró el
modo en que el PS leyó el advenimiento del fenómeno liderado por el coronel Perón: un
fruto pasajero de la demagogia, el aventurerismo y el mal totalitario, para luego, por la
boca de uno de sus principales dirigentes, A. Ghioldi, construir la gramática del discurso
antiperonista. De la tesis doctoral de Marcela García Sebastiani sólo pueden conocerse
hasta el momento algunas observaciones acerca de los avatares de la vida partidaria bajo
el primer gobierno peronista. Carlos M. Herrera, que había ya estudiado la crítica de
González y los debates en torno al peronismo, se ha detenido en el estudio de las
elaboraciones y las apuestas realizadas por Ghioldi, como puede advertirse en este
volumen. M. C. Tortti y Cecilia Blanco vienen examinando desde hace algún tiempo
(como también lo testimonia sus respectivas contribuciones a la presente obra) la
caracterización y actuación del Partido durante la “Revolución libertadora” y el gobierno
de Frondizi, un período que se inició con las esperanzas creadas por el derrocamiento del
régimen peronista y se cerró con la frustración de esas expectativas, la división interna de
1958 y el desgranamiento que siguió a ese hecho91.

***

¿Qué nos permite presagiar este doble recorrido por la historia del PS y por la
historia de su historiografía? Sin duda, es poco lo que pueda decirse del futuro de un
partido político muy recientemente reconstruido en la marea de la cambiante realidad
política argentina. En cambio, no cabe duda que la atención por su historia tiene aún

90 A. Bisso, “De Acción Democrática a la Unión Democrática. El civismo antifascista como prédica
política y estrategia partidaria del Socialismo Argentino (1940-1946)”, Prismas. Revista de historia
intelectual, 6, Quilmes, 2002.
91 C. Altamirano, Peronismo y cultura de izquierda, Buenos Aires, Temas Grupo Editorial, 2001; M. García
Sebastiani, “El Partido Socialista en la Argentina peronista: oposición y crisis de representación política
(1946-1951)”, Estudios interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, vol. 13, n° 2, Tel-Aviv, julio-
diciembre 2002; C. M. Herrera, “El Partido Socialista ante el peronismo, 1950. El debate González-Ghioldi”, Taller. Revista de sociedad,
cultura y política, cit.; C. Blanco, “El Partido Socialista en los 60: enfrentamiento, reagrupamientos y
rupturas”, Sociohistórica, La Plata, 7, primer semestre 2000; M. C. Tortti, “Debates y rupturas en los
partidos Comunista y Socialista durante el frondizismo”, Prismas. Revista de historia intelectual, 6,
Quilmes, 2002, Id., “La nueva izquierda a principios de los ’60: socialistas y comunistas en la revista CHE”,
Estudios sociales, Santa Fe, XII, n° 22-23, 2002.

62
numerosos lugares para situar su mirada. Y quizás el valor de estos trabajos no debiera
agotarse en una pura perspectiva académica: un estudio de las vicisitudes y las
encrucijadas del Partido Socialista, de sus aciertos y de sus fracasos puede constituir
también un aporte para una mejor comprensión del presente político de la izquierda
argentina. De este renovado interés da cuenta nuestro libro.

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